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Se conoce como Revolución Industrial a una época de transformaciones profundas y

radicales en lo económico, social y tecnológico que comenzó en la Europa del siglo


XVIII, específicamente en Gran Bretaña, y que se extendió a lo largo de Europa y de los
Estados Unidos, finalizando a mediados del siglo XIX y comienzos del XX.
Los cambios suscitados en esta época fueron tan radicales que únicamente se los puede
comparar con los vividos por la humanidad en el Neolítico, y pueden resumirse en el
abandono de un modelo agrario de comercio, trabajo y sociedad, en pos de uno
urbano, mecanizado e industrializado.
La Revolución Industrial suele dividirse en dos etapas: una Primera Revolución
Industrial, que inicia alrededor de 1760 con la aplicación del modelo de fábricas
textiles en una Gran Bretaña gobernada por la monarquía liberal no absolutista; y
una Segunda Revolución Industrial, caracterizada por una aceleración de los cambios
producidos por la nueva tecnología en la sociedad europea, que inicia alrededor de 1850
y culmina con el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914.
Causas
A diferencia de otros acontecimientos, las causas de la Revolución Industrial se remontan
a hechos ocurridos varios años atrás, comenzando por la gran Revolución Comercial,
propiciada por la expansión europea de los siglos XVI y XVII, momento en que se crearon
estrechas relaciones comerciales con África, Asia y América.

Debido a esta expansión, comenzó a generarse una gran demanda en el continente


europeo que, para poder satisfacerla, las industrias se vieron en la necesidad de crecer,
más cuando sólo se realizaba el servicio doméstico, es decir, el artesano que trabajaba en
su casa o taller y que recibía la materia prima del comerciante para luego venderle el
producto terminado.

Al no dar abasto, se crearon las primeras máquinas, pero a su vez aparecen las fábricas,
donde más personas trabajaban produciendo mucho más en menor cantidad de tiempo,
dando inicio aquí al capitalismo comercial, que en un futuro daría vida a los bancos.

Pero para que existiera una gran demanda era necesaria una gran población, y es por eso
que la Revolución Comercial va de la mano con la Revolución Demográfica, otra de
las causas centrales de la Revolución Industrial. Hacia 1800, Europa estaba poblada por
187 millones de personas y para 1900, ya superaba los 400 millones, y esto sin contar la
gran cantidad de personas que emigraron a otros países y continentes. Gran Bretaña pasó
de 16,5 millones de habitantes a 41,5 millones en el siglo XIX, y varios fueron los factores
para que esto sucediera.

Tras las pestes que azotaron Europa en siglos anteriores, diversos avances no sólo
médicos, sino en la higiene, hicieron posible un aumento desmedido de la población
europea. Las causas de la Revolución Demográfica podrían resumirse en las siguientes:
 Reducción de la mortalidad infantil (Reino Unido pasa de 26,9% a 18,2% y Francia de
un 27,7% a un 19,5%).
 Mayor cuidado de la higiene con la aparición del jabón, el tratamiento clorado del agua
de las ciudades y los sistemas de alcantarillado.
Este crecimiento pudo ser aún mayor, de no haber existido tres grandes frenos:

1. Epidemias: Tras la peste, apareció el cólera, que cobró millones de vidas en varias etapas
hasta finales del siglo XIX.
2. Hambrunas: Entre 1846 y 1848 aconteció la última en Irlanda, que dejó prácticamente
vacía la isla.
3. Alta mortalidad infantil: Si bien mencionamos el descenso en algunos países, en otros
como Rusia o los países mediterráneos las elevadas tasas de mortalidad infantil cobró
millones de vidas de niños durante los siglos XVIII y XIX.

Los países que se fueron industrializando, mantenían elevadísimas tasas de crecimiento


pese a lo que mencionábamos anteriormente, y debemos sumarle las emigraciones, siendo
Inglaterra el líder con 17 millones de personas que partieron, principalmente a EEUU.

La Revolución del Transporte, otra de las centrales en la Revolución Industrial, permitió


el traslado masivo de personas, tanto entre continentes sino también entre el campo y la
ciudad.

Y aquí es donde pasamos a la Revolución de la Agricultura, que de no haberse


modernizado sería difícil que aconteciera la Industrial. En el siglo XVIII se duplicó la
población en las ciudades de Inglaterra y Gales la agricultura fue la responsable de
mantener la gran cantidad de personas nuevas en los territorios.

Cuatro fueron sus aportes: los alimentos, el mercado, el capital y los hombres y
consistió en gran medida en un progreso técnico con la irrigación, los abonos, la
maquinaria y la rotación de cultivos. El aumento del precio de los cereales y con ello,
el aumento de los ingresos de las familias, comenzaron a generar un gran mercado interno.

Los cambios de mayor importancia fueron, en primer lugar, el cercamiento de los


campos (y la desaparición de las tierras comunales frente a la propiedad privada) que dio
inicio a una nueva mentalidad capitalista, lo que provocó que los trabajadores, al no poder
adquirir tierras y sin empleo en el campo, se trasladasen a las ciudades a enrolarse como
trabajadores industriales asalariados.

En segundo lugar, el cambio en los tipos de cultivo, como por ejemplo el Norfolk
(inventado por Charles Townshend), que consistió en la rotación de plantación de cuatro
hojas, alternando entre cuatro productos diferentes que generalmente eran nabos, cebada
o avena, trébol y trigo, que cultivados en ese orden, mejoraban el rendimiento de la tierra.

El tercer cambio fundamental es la introducción de nuevas herramientas, como el


arado de hierro colado o la sembradora mecánica, disminuyendo el esfuerzo del trabajador
y otorgando una mayor velocidad de producción.

Finalmente, la Revolución Científica ocupó un lugar de importancia durante el siglo


XVIII, al permitir que se crearan nuevas fuentes de energía y máquinas, que terminaron
por favorecer el trabajo del hombre.

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