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LOS

INVASORES

EGON WOLFF
Chile 1963

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PERSONAJES

PIETÁ, esposa de Meyer


LUCAS MEYER
CHINA
TOLETOLE
MARCELA, hija de Meyer
BOBBY, hijo de Meyer
EL COJO
ALÍ BABA

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ACTO PRIMERO
CUADRO PRIMERO
Un living de alta burguesía. Cualquiera: son todos
iguales. Lo importante es que nada de lo que ahí
se ve sea barato. A la izquierda, un porche a
mayor nivel, con la puerta de entrada de la calle.
Al fondo, la escala de subida al segundo piso.
A la derecha, una puerta que da a la cocina
y una ventana que mira al parque. Cuando se
alza el telón, el escenario está en penumbra. Es
de noche.
Después de un rato, ruido de voces en el
exterior, llaves en la cerradura, y luego, una mano
que prende las luces. Entran Lucas Meyer y Pietá,
su mujer. Visten de etiqueta, con sobria elegancia.
En cuanto se prenden las luces, Pietá se lanza al
medio de la habitación. Abre los brazos. Gira
sobre sí misma.

PIETÁ. (Radiante.) ¡Oh, Lucas, es maravilloso... es


maravilloso! (Gira.) ¡La vida es un sueño... un
sueño! (Se lleva las manos a las sienes y mira
hacia el cielo.) ¡Ven! (Meyer se acerca a ella y
la abraza por detrás; ella, sin mirarlo, siempre con
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los ojos en el cielo.) Alguna vez, ¿algún...«ruido«
entre nosotros? Uno de esos ruidos terribles,
sordos..., ¿cómo entre los otros? (Meyer niega
mudo.) ¿Sólo pequeños ruidos? (Meyer afirma.
Pietá gira y lo besa con fuerza.) ¿Por qué? ¿Por
qué somos ricos?

MEYER. Puede ser.


PIETÁ. Ricos, ricos, ricos, ricos, ricos... ¿Qué
significa? ¡Ricos! (Ambos ríen.) ¿Qué significa?
MEYER. Felicidad.
PIETÁ. Sí...Libres como pájaros...Doce horas
para llenarse la piel de sol, en la noche,
perfumes...Pero, ¿es sólido todo eso?
MEYER. ¿Sólido? ¿Y por qué no?
PIETÁ. No sé... Me asusta... Cuando todo sale
bien, me asusto.
MEYER. He gozado la noche, mirándote... Irradias.
(La besa.)
PIETÁ. Sí. Me siento hermosa. Eres tú, Lucas...
Todo lo que pones a mí alrededor, me embellece.
MEYER. (Oprime su talle.) El talle fino. (Toca sus
caderas. Besa su cuello.) Eres mujer, Pietá. Mujer,
con mayúsculas. Mi mujer. Me haces olvidar que
envejezco. Eso no está bien; es contra natura.

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PIETÁ. (Con sensual coquetería.) ¿Me lo
reprochas?
MEYER. Sabes que no, pero...son cincuenta años,
mujer.
PIETÁ. (Toca la punta de su nariz con su dedo
enguantado.) Durante el día en tu fábrica, cuando
le dictas a tu secretaria y te pones grave, tal
vez, pero de noche, eres eterno. Soy yo quien
te lo aseguro... (Lo chasconea levemente.)
Veintidós años casada contigo, Lucas, y no me has
aburrido...¡Gracias!
MEYER. Te compraría el mundo, si eso te
entretuviera...
PIETÁ. Lo sé...y eso me asusta un poco.
MEYER. ¿Te asusta?
PIETÁ. (Alejándose un poco de él.) Susto o
temor, no sé. En todo este aire de cosas
resueltas con que me rodeas, esa sombra de tu....
invulnerabilidad...
MEYER. Invulnerable... ¿yo?
PIETÁ. Nunca una duda, nunca un fracaso...
Pones tus ojos en algo y vas y te lo
consigues. Simplemente te lo consigues. Nunca
has dejado de hacerlo... Tal vez hasta me
conseguiste a mí, de esa manera.
MEYER. (La abraza.) ¡Oh, v amos!
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PIETÁ. Es verdad... Te temo... Para qué lo voy a
negar; o temo por ti, no sé... Cuando nos
casamos, tuve que preocuparme del porvenir
como cualquier mujer; partimos con tan
poco... Pero muy pronto, poco a poco, cada
inversión, la justa; cada disposición, la precisa; y,
al fin, esta mansión: «la mansión de los Meyer«,
y tu posición de ahora, inviolable.
MEYER. No todo me ha resultado tan fácil, como
suena dicho por ti.
PIETÁ. ¿Y por qué tengo, entonces, esa sensación
de... vértigo?; ¿de peligroso desequilibrio? Creo
en la justicia divina... Sí, sí, tal vez sea una
supersticiosa, una primitiva, pero no todo les
puede resultar bien siempre a los mismos.
MEYER. (Riendo.) Les llegó el turno a los otros,
¿eh?
PIETÁ. No te rías.
MEYER. ¿No es ése el pánico del día? ¿También
llegó a ti la cháchara idiota?
PIETÁ. No es eso...
MEYER. ¿Por qué mencionas todo esto, entonces?
Nunca hablamos de estas cosas.
PIETÁ. No sé... Tal vez, la gente de esta noche. Al
verlos a todos tan... desfachatados. ¡Insolentes,

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sí! (Como recolectando recuerdos.) De repente,
pensé que era el fin. Risas que celebraban el fin.
Una perfección corrupta. (Se vuelve hacia él.)
Tengo miedo, Lucas.
MEYER. ¿Miedo...? Pero, ¿de qué?
PIETÁ. No sé... Miedo, simplemente. Un miedo
animal. Esta noche donde los Andreani,
rodeada como estaba de toda esa gente, sentí de
pronto un escalofrío. Una sensación de vacío,
como si me hundiera en un lago helado..., en un
panorama de niebla y chillidos de pájaros.
MEYER. ¡Absurdo!
PIETÁ. Sí, absurdo, pero ¿qué es ese miedo?
Existe. Es como un presagio.
MEYER. (Cortante, de pronto.) No sé de qué estás
hablando. Deben ser tus insomnios.
PIETÁ. (Alarmada.) No sufro de insomnios, Lucas.
MEYER. ¡Niebla y chillidos de pájaros! ¿Cómo
puedo interpretar tamaña tontería?
PIETÁ. Tú sabes. ¿Has sentido lo mismo? ¿Qué
es?
MEYER. Te digo que no sé de qué estás hablando.
PIETÁ. Sí, sí sabes... Esta noche estabas insolente,
lo mismo que ellos, la misma rudeza, la misma
risa dolorosa. ¿Qué va a pasar, Lucas?

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MEYER. (Lentamente, midiendo las palabras.)
Ayer en la tarde estuvieron unas monjas de la
caridad en mi oficina y les hice un cheque
por una suma desmesurada; por poco
hipoteco la fábrica a su favor. He estado
pensando mucho en eso, desde ayer... ¿Qué me
impulsó a ello? Lo curioso es que ni siquiera
abogaron mucho por mi ayuda... Simplemente se
colaron en mi oficina como salidas del muro y se
plantaron ante mí con las manos extendidas, y yo
les hice el cheque... como si estuviera previsto
que no me iba a negar. Después se retiraron
haciendo pequeñas reverencias y sonriendo
irónicamente, casi con mofa..., como si toda
la escena hubiera estado prevista.
PIETÁ. ¿Fue miedo lo que sentiste?
MEYER. No... Lo hice simplemente, como si fuera
lo natural. En el fondo, sentí que si no lo hacía,
esas monjas se habrían puesto a llorar por mí.
PIETÁ. ¿Llorar por ti?
MEYER. Sí. Creo que quise evitarles ese trance...
penoso. Extraño...
PIETÁ. Paralización... Como lo que le sucedió a
Bobby el otro día; el día helado y húmedo de
la semana pasada, ¿recuerdas? (Lucas asiente.)

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Ese día le quemaron su casaca de cuero a Bobby
en el patio de la universidad.
MEYER. ¿Quemaron?... ¿Su casaca de cuero?
PIETÁ. Sí, no te lo quise contar, entonces, para
evitarte molestias. Sucedió cuando los
muchachos salieron de clase por la tarde y
pasaron por la guardarropía a recoger sus
abrigos... No había abrigos en esa guardarropía.
MEYER. ¿Qué habían hecho con ellos?
PIETÁ. Gran Jefe Blanco, el viejo portero albino,
del que hacen burla los muchachos, porque con el
frío del invierno se le hinchan las articulaciones
de los dedos y gime del dolor tras su puerta,
había hecho una pira en el patio con los abrigos y
se calentaba las manos sobre la lumbre...
MEYER. (Ultrajado.) ¡Pero, eso no es posible!
¿Qué hacían las autoridades de esa universidad
para impedir ese atropello?
PIETÁ. Nada. Estaban todos, el rector y el
Consejo, mirando el espectáculo desde las
galerías.
Algunos hasta aplaudían...
MEYER. Imposible.
PIETÁ. Así fue...

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MEYER. ¿Dónde vamos a parar, si no paramos
esas insolencias? ¿Por qué no echaron a patadas
al insolente?
PIETÁ. Por la misma razón que hiciste tú cheque.
MEYER. ¡Pero si es idiota! ¿Dónde vamos a parar,
repito? Echarlos a patadas... ¡Eso es lo que voy a
hacer con esas monjas, si se vuelven a colar en mi
oficina!
PIETÁ. Fue absolutamente de mal gusto de
parte de la Renée salir a bailar con el garzón,
hoy, durante la fiesta, ¿no te parece? Se veía que
lo hacía con repugnancia... Su condición de dueña
de casa no la obligaba a ello, ¿no crees?
MEYER. La gente ha perdido sus nervios... Ha
habido tanto palabreo, últimamente, de la
plebe alborotada, que todos hemos perdido un
poco el juicio. El mundo está perfectamente bien
en sus casillas.
PIETÁ. Sí... Flota un espanto fácil, como el de los
culpables. No somos culpables de nada, ¿no es
cierto?
MEYER. Ya lo creo que no.
PIETÁ. Tu fábrica, esta casa, no las hemos robado,
¿no es verdad?
MEYER. Todo ganado honestamente, en libre
competencia.
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PIETÁ. ¿Qué, entonces?
MEYER. Te digo que es estúpido. Nadie puede
perturbar el orden establecido, porque todos
están interesados en mantenerlo... Es el premio
de los más capaces.
PIETÁ. Por otra parte, Lucas..., nuestros hijos. Al
verlos, ¿a quién le cabrían dudas de que son hijos
perfectos de una vida perfecta, no crees?
MEYER. Evidentemente, Marcela crece como
una bella mujer; Bobby, un poco loco de
ideas, pero... está bien...No más amenazas
entonces, ¿eh?
PIETÁ. Pobre niño... Me ha prometido
ayudarme en mi jardín... Odia podar las rosas,
el pobre.
¿Has visto cómo cubren ya mi glorieta?
MEYER. (Besa sus manos.) Sí... Tus manos
milagrosas.
PIETÁ. Es un hermoso jardín... Estoy orgullosa.
MEYER. Y yo de ti. (La besa.) Vamos, es
tarde. Mañana es un día de mucho trabajo...
(Se encaminan hacia la escalera, abrazados.)
PIETÁ. (Deteniéndolo al pie de la escalera.)
Dime, ¿tú viste también a esa gente extraña
que andaba por las calles, mientras veníamos a
casa?
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MEYER. ¿Gente extraña?
PIETÁ. Sí. Como sombras, moviéndose a saltos
entre los arbustos.
MEYER. ¡Ah!, ¿quieres decir los harapientos de
los basurales del otro lado del río?
PIETÁ. ¿Eran ellos?
MEYER. Ésos cruzan periódicamente para venir a
hurgar en nuestros tarros de basura. La policía ha
sido incapaz de evitar que crucen a esta parte, de
noche...
PIETÁ. Podría jurar que vi a dos de ellos trepando
al balcón de los Andreani, como ladrones en la
noche.
MEYER. (Algo impaciente, al fin.) ¡Oh, vamos,
Pietá!, Esa gente es inofensiva; ninguno se
atrevería a cruzar una verja y menos a trepar a un
balcón. ¿Para qué crees que les dejamos nuestros
tarros en las aceras? Mientras tengan donde
hozar, estarán tranquilos. ¿Vamos?
PIETÁ. Esta noche me dejarás dormir contigo,
¿quieres?
MEYER. ¡Oh, vamos! Creo que exageras un
poco. Si alguno de esos infelices se atreviera a
entrar en esta casa, Nerón daría buena cuenta de
él, con sus dientes afilados.

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PIETÁ. Sí, pero... me dejarás dormir contigo, ¿no
es ver dad?
Se cobija en él, mientras desaparecen
ascendiendo escalera arriba. De pasada, Meyer
apaga las luces y la habitación queda a
oscuras; sólo una débil luz ilumina la ventana
que da al jardín.
Después de un rato, se proyectan unas
sombras a través de ella y luego una mano
manipula torpemente la ventana, por juera. Un
golpe y cae un vidrio quebrado. La mano abre el
picaporte y por la ventana cae China dentro de la
habitación. Viste harapos. Forra sus pies con
arpillera y de sombrero luce un colero sucio,
con un clavel en la cinta desteñida.
Contradice sus andrajos un cuello blanco y
tieso, inmaculadamente limpio. Desde el suelo
observa la habitación con detenimiento. Arriba
se oyen pasos.
VOZ DE MEYER. ¿Qué hay? ¿Quién anda?...
¿Quién anda ahí?
Se prende la luz y asoma Meyer en lo alto de la
escala. Desciende cautelosamente. Ve a China y
corre hacia la consola, de la cual saca un revólver
que apunta sobre el intruso.

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MEYER. ¿Y usted? ¿Qué hace aquí? ¿Qué hace
dentro de mi casa? CHINA. (Lastimero.) Un pan...
un pedazo de pan.
MEYER. ¿Qué?
CHINA. Un pedazo de pan, ¡por amor de Dios!
MEYER. ¿Qué te pasa? ¿Estás loco? ¡Entrar en
mi casa, rompiendo las ventanas! ¡Fuera de
esta casa! ¡Fuera de esta casa, inmediatamente!
(Ante la impasividad del otro.) ¡Fuera te digo! ¿No
me oyes? ¿O quieres que llame a la policía?
(Pausa penosa.) ¿Qué te pasa, hombre? ¿Eres
sordo?
CHINA. Un pedazo de pan.
MEYER. Te descerrajo un tiro, si no sales de
inmediato. (Apunta.)
CHINA. Era inevitable...
MEYER. ¿Qué dices?
CHINA. Que era inevitable que dijera "te
descerrajo un tiro", y que tuviera uno de ésos
(Indica el revólver.) escondido en alguna parte
por ahí... Se lo dije al Mariscal.
MEYER. ¡Te doy diez segundos! Cuento. Uno...
dos... tres...
CHINA. ¿Todo por un pedazo de pan?
MEYER. Cuatro... cinco...

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CHINA. Una bala de eso cuesta más que el pan
que le pido. El Mariscal discutió que era seguro
que tendría "eso"(El revólver.) en casa, pero
que sería práctico... y lógico. Aunque fuera tan
sólo pan duro; no me quejo.
MEYER. Está bien; te doy el pan, pero te vas de
inmediato, por donde entraste, ¿entiendes? (Sale
hacia la cocina y vuelve con un pan que lanza al
otro.) Y ahora, ¡fuera!
CHINA. ¿Ve?... El Mariscal tenía razón. (Sonriendo
candorosamente.) Total... un harapiento. Nadie
cambia un harapiento por una conciencia
culpable. (Masca el pan.) La culpa de todo la
tiene su empleada. No había más que papeles
sucios y restos de sardina en el tarro... No
como sardinas, me producen urticaria. (Lanza un
eructo fuerte.)
MEYER. Seis... siete... ocho...
CHINA. Es inútil; no se exponga al ridículo.
MEYER. ¿Qué es lo que es inútil?
CHINA. Que pretenda contar hasta diez.
MEYER. ¿Por qué?
CHINA. (Sonriendo ampliamente.) Todos sabemos
que sabe contar hasta diez y más de eso...
MEYER. (Rugiendo.) ¡Nueve!

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CHINA. ¡No siga! ¡No v a a disparar! Es mejor que
no siga... Evitemos la vergüenza...
MEYER. ¡Diez! (El revólver tirita en su mano
apuntando a China; no dispara.)
CHINA. ¿Ve? Es una lástima... Ahora nos será
más difícil entendernos. Ahora usted ya me
odia... (Con fingida desazón.) Yo sabía que no
dispararía. En cuanto dijo "te descerrajaré un
tiro", lo supe. Los que saben matar no le
ponen nombre al acto. Simplemente aprietan
el gatillo, y alguien muere. Uno le pone nombre
a las cosas para ganar tiempo. (Saborea el pan.)
MEYER. (Algo perplejo.) ¿Quién es usted?
CHINA. Sí, eso «es» lo que se hace acto
seguido: averiguar el nombre. Parece que con
saber el nombre de nuestros enemigos se nos
hace más fácil dar en el blanco... Me llaman
China, y ustedes Lucas Meyer, el industrial... (Se
acomoda en el suelo.) Y ahora que hemos
cumplido con esta primera formalidad, puede
irse a la cama, si quiere... Comprendo que es
suficiente para usted para ser el primer
encuentro. Que Dios acompañe a usted y a su
bella esposa, en su sueño. Buenas noches.
MEYER. (Ultrajado.) ¿Qué se ha imaginado?
¡Salga de esta casa de inmediato! ¿Me oye?
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(China duerme impasible.) ¿Me oye?... ¡Fuera de
mi casa! (Con ira impotente.) ¡Fuera, digo!
(Pausa.) Está
bien; puede dormir aquí esta noche, pero
mañana, al alba, antes que nadie mueva un
dedo en esta casa, usted sale por el mismo lugar
que se coló, ¿entiende? ¡Que no lo encuentre
dentro de la casa! (Se dirige hacia la escala.)
CHINA. (Sin levantar la cabeza.) Ya le decía yo
al Mariscal que usted era un buen hombre.
Un hombre que da trabajo a tanta gente en su
fábrica no puede ser otra cosa que un buen
hombre...
¿Cómo iba a permitir que un harapiento muriera
de frío, durmiendo bajo el rocío helado? ¡Gracias,
buen hombre!
Meyer va a apagar las luces, cuando se oyen
pasos arriba.
VOZ DE PIETÁ. Lucas, ¿por qué te demoras tanto?
¿Qué pasa?
MEYER. ¡Nada, mujer! ¡Un gato que entró por la
ventana! ¡Ya lo eché a la calle!
CHINA. (Ante los gestos de Meyer, que lo
conminan a hablar más bajo.) ¡Eso fue
inteligente! ¡Muy inteligente! ¡Nadie habría

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sabido encontrar salida más honorable a la
situación! ¡Estupendo!
VOZ DE PIETA. ¿Qué pasa, Lucas?
MEYER. Voy, mujer, voy.
Sube y apaga la luz. La escena sigue un rato a
oscuras. Luego se ve otra mano que asoma
por juera, en medio del haz de luz. Palpa el
cerrojo. Tamborilea contra los vidrios.
VOZ DE TOLETOLE. ¡China! ¡Abre, China! (China
muge.) ¡China, sé bueno! ¡Hace frío! (Sigue
tamborileando los vidrios, débil e
intermitentemente.) ¡Ay, ay! ¡Chinita!
CHINA. (Levantándose, al fin, trabajosamente.
Abre la ventana. Gruñe.) Te dije que no
entraras hasta mañana...
TOLETOLE. (Sólo su cara asoma afuera;
plañidera.) Hace frío afuera, China.
CHINA. Con dos, de repente, se va a asustar.
TOLETOLE. (Tirita.) ¡Ay! ¡Ay! ¡Por Diosito!
CHINA. Está bien, entra... ¡Rápido!
TOLETOLE. (Entrando torpemente.) Dos no caben
en la casucha del perro. (Casi llorando.) Alí Baba
se coló primero... Traté de meterme, pero me
patio la cara. ¡China! ¡Mira!
CHINA. ¡Ssht! ¡Cállate! ¿Quieres que nos oiga,
estúpida? No quiero que se nos asuste... Con
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uno bastaba para la primera noche. Tiéndete ahí
(Indica.) y calla la boca.
Toletole se acurruca donde le indican. Es joven.
Fue rubia y hermosa. Viste harapos. Luce una rosa
encarnada de raso en el pelo desgreñado. Se
cubre con un enorme vestón de hombre
deshilachado.
Los bolsillos abolsados están llenos de cosas. Se
hace un atado animal junto a China.
TOLETOLE. (Después de permanecer un rato yerta
y como expectativa, respirando ruidosamente y
tiritando.) ¿Cómo lo tomó, China?
CHINA. Duerme...
TOLETOLE. (Después de un rato.) ¿Sacó revólver y
te amenazó con la autoridad, China?
CHINA. Mmh... Es práctico; mostró misericordia.
TOLETOLE. El primer día es fácil; vamos a ver
mañana, ¿no es cierto?
CHINA. ¡Cierra la jeta! ¡Duerme
TOLETOLE. (Tras pausa.) ¿Cómo es la casa?...
¿Bonita? Está tan oscuro; no se ve nada. (Al no
recibir respuesta.) Tengo salame..., ¿quieres?
(Saca de un bolsillo un trozo de salame, junto
a dos girasoles de paño atados a tallos de
alambre, unas herramientas nuevas de
carpintería, escofina,
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etcétera; unas matracas multicolores y un
calendario doblado en cuatro que representa
un desnudo de mujer. Amontona todo
cuidadosamente junto a sí. El desnudo lo
cuelga sobre un cuadro del muro. Mientras,
observa cada objeto con interés infantil.) Para
cuanto te instales..., te arranches... Flores para mi
pieza. Una mona desnuda para Alí Baba. Se la
quise dar en la casucha del perro, pero me patio
la cara. (Toma las matracas.) Y esto, para los
críos, si alguna vez quieres que te los dé... (Hace
girar las matracas, que suenan con gran algazara.)
CHINA. (Incorporándose de un salto, se las
arrebata.) ¿Qué estás haciendo, estúpida? ¿No
te dije que no hicieras ruido? ¡Ahora se va a
asustar! (Mira las matracas.) ¿Y esto? ¿De dónde
las sacaste?
TOLETOLE. (Aterrada.) De los Almacenes
Generales de Plaza Victoria.
CHINA. Saqueo... ¿No te dije que no saquearas?
TOLETOLE. Estaba abierto, China... Habían
arrancado las puertas. Todos se metían...
CHINA. ¡Imbéciles!
TOLETOLE. Yo no quise, pero me arrastraron
dentro... Y entonces, era llegar y agarrar.
Trenes eléctricos, China. Así, un montón... Y
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batas... batas de todos los colores... Y
muñecas, ¡así de grandes! Me amarré las manos,
pero no pude, China, agarré.
CHINA. Ahora tendrán ellos la última palabra.
TOLETOLE. Pero todo el mundo estaba feliz; eso
también es bueno. Había gente de todas partes...,
sentados en los mesones, resbalando por las
escaleras. Riendo y riendo, con la boca así de
grande.
¿Sabes lo que hizo el Tísico? Salió a la calle,
bailando abrazado de un maniquí desnudo.
Todo el mundo le hizo rueda, mientras bailaba
mordiéndole los pechos de palo. (Ríe.)
CHINA. (Se ablanda; sonríe.) Lo malo es que
ahora serán ellos los ultrajados... Saqueo,
dirán, e invocarán la legitimidad del orden.
(Como para sí, sabiendo que ella no entiende.)
Quisiera que al final todo se hubiera hecho como
envuelto en sábanas blancas..., limpio como el
corazón de uno de nuestros muertos, pero, tal
vez no es justo. (Se oyen pasos en la escalera. Es
Meyer, que se ha puesto bata. Se prende la luz.)
MEYER. (Perplejo.) Y esto... ¿qué significa? (En
sordina.) ¿Quién es esta mujer?
CHINA. (Imitándole, también en sordina.)
Toletole... (A Toletole.) Saluda al señor. (Toletole
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se alza y saluda, como una niñita educada, con
una genuflexión hasta el suelo; asustada.)
MEYER. ¿No pensará que además deberé
soportar esto?
Toletole comienza a vagar por la habitación,
mirando arrobada los objetos. Los toca con la
punta de los dedos y lanza pequeñas
exclamaciones de estupor y encanto.
CHINA. (En sordina.) Claro que no. ¿Por qué iba
usted a tener que soportarlo? Es demasiado.
MEYER. ¿Entonces?
CHINA. Se lo advertí a ella, pero dijo que tenía frío
afuera... así que, si usted lo desea, la echamos
afuera, con o sin frío, ¿eh?
MEYER. Bueno, es decir...
CHINA. (Confidencialmente.) Así,
confidencialmente, le aseguro que no tiene
nada debajo del vestido, la sinvergüenza. Nada.
Sólo la mitad de un traje de baño que le
"levantó" por ahí. (Más confidencial aún.) Eso le
pone la carne azul, sobre todo en noches heladas
como ésta. No es muy estimulante, pero, ¿qué
quiere usted? Uno tiene que conformarse con
lo que le toca, ¿no le parece?
MEYER. (Sin saber qué decir.) Así me parece.

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CHINA. (En tono de broma.) A veces uno llega a
creer que está acostado con un cadáver. (Se ríe.)
¿La echamos fuera?
MEYER. Usted sabe muy bien que no puedo
hacerlo.
CHINA. ¿Por qué no? Después de todo, ésta es su
casa, caballero.
MEYER. Y después ustedes pueden decir que
somos unos desalmados, ¿eh? No le daré ese
gusto.
Usted se queda con ella esta noche, y de
madrugada salen por ahí, ¿entiende?
CHINA. Ya lo decía yo, en cuanto vi lo limpios
que tenía los vidrios de las ventanas: usted es
un caballero. Sólo un caballero se preocupa de
tenerlos tan limpios... Sin embargo, usted no
debería pensar así.
MEYER. ¿Cómo? ¿Qué?
CHINA. También existimos los agradecidos, los
que sabemos lo que cuesta amasar todo esto.
(Muestra la casa.) Es una bendición que, de vez
en cuando, derramen algo sobre nosotros..., los
irresponsables.
MEYER. (Extrañado.) Usted, en verdad, ¿piensa
así?

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CHINA. (Se levanta; pone un puño cerrado sobre
su pecho.) Mi palabra de honor, si eso vale algo
para usted.
MEYER. ¡Psh! ¡Mi mujer duerme arriba! (En ese
momento, Toletole deja caer una porcelana que
ha estado admirando; se quiebra con estruendo.)
CHINA. ¡Mira, estúpida, lo que has hecho! ¿Cómo
se lo vamos a pagar ahora?
MEYER. ¡Pssh!... No es nada... Es sólo una de
tantas...
CHINA. Babosa...
TOLETOLE. Pero, China, ¿para qué te enojas?
Tenemos tantas más... (Muestra la porcelana
rota.)
De todos modos, ésa no me gustaba tanto...
(Meyer mira estupefacto a China.) ¿No me dijiste
que todo esto sería mío? ¿Desde ahora?
MEYER. ¿De qué está hablando esa niña?
CHINA. ¡Baila, Toletole, baila! ¡Paguemos la
hospitalidad del caballero! (Resuena una
música danzarina, de ritmo rápido, tocada en
un solo instrumento de viento, a cuyo compás
Toletole comienza a ejecutar una danza desabrida
y triste; deja caer los brazos, con la mirada fija en
algún punto lejano. Sólo los pies se mueven.)
¡Es nuestro número! Lo efectuábamos por ahí,
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en las plazas, por unas monedas. ¡Bonito, eh!
(Casual.) ¿No tiene algún vinito en casa?
(Meyer hace ademán de moverse.) No, no se
moleste. ¿Por dónde? (Meyer indica, China sale
hacia la cocina.)
Con permiso... (Meyer, de pie, paralizado,
observa el ritual miserable de Toletole, que
sigue bailando.)
MEYER. (Después de un rato, sin poder
contenerse ya, enervado.) ¡Basta! ¡Basta ya!
(Toletole se detiene bruscamente y llora en
silencio, en el momento en que China regresa,
cargando una fuente con medio pollo y dos
botellas de vino bajo los brazos.)
CHINA. Por favor... (Indica las botellas que Meyer
toma, ya que China no puede hacerlo, y las pone
sobre la mesa.) Oí que no le gustó el número al
caballero. (Va sobre Toletole.) ¡Babosa! ¡Manera
de agradecer la hospitalidad! (A Meyer.) Debe
perdonarla... perdió todo donaire después de
la neumonía del año pasado. ¡Imagine locura
igual! Estar dos horas en el canal helado,
todo por agarrar una coliflor que pasaba
flotando. La sacamos, azul, de las mismas
barbas de la alcantarilla... No es un espectáculo
muy atractivo, es cierto. Le ruego perdonarla. (A
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Toletole, que acude presurosa.) ¡Ven a servirte!
(A Meyer.) Usted nos acompaña, supongo.
MEYER. No, gracias... Los acompañaré desde
aquí. (Se sienta en uno de los sofás; prende
un cigarrillo.)

CHINA. Naturalmente... (Acariciando el pelo a


Toletole, que masca el pollo con voracidad.)
Antes era rubia, hermosa. ¡Maldita coliflor!
(Mostrando la comida.) Usted perdonará, ¿no es
cierto? No pensaba hacer esto, pero dada su
hospitalidad tan natural....
MEYER. Usted ya se sirvió.
CHINA. Es verdad... Urbanidad; eso es algo que
suele irse con los harapos. (Con la boca llena.) Lo
mismo que la paciencia. (Pausa.) No le
molesta nuestra... pestilencia, ¿no es verdad?
(Ante un gesto de protesta de Meyer.) No,
no... No disimule... Nosotros entendemos. El
tufo de esto (Tironea sus mangas.) es horrible.
¿Sabe lo que es bueno para contrarrestarlo?
MEYER. No.
CHINA. (Sonriendo, con la cara llena.) El humo del
cigarrillo. (Indica el cigarrillo de Meyer.) Yo creí
que usted lo sabía. El Mariscal dice que es la
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razón de los perfumes: espantar el olor de la
miseria; sin duda, es un exagerado.
MEYER. Ese... Mariscal... ¿Es uno de ustedes?
CHINA. ¿Uno del otro lado del río, quiere decir?
(Meyer asiente.) Sí; es un extravagante. Por él, les
cortaría el pescuezo a todos los ricos.
TOLETOLE. Es un mal hombre... un mal hombre...
CHINA. Calla y come. (A Meyer.) Lo dice porque
le asusta su ferocidad. Cuando habla de los ricos,
se pone morado... ¿Ha visto el color de las
betarragas?
MEYER. ¿Betarragas?
CHINA. Ese color. Es un nihilista. Cree que con
los ricos no hay caso. Sufren una especie de
fiebre incurable... y contagiosa. Hay que
gasificarlos, dice. ¡Extravagante! No sabe que la
riqueza es una especie de... martirio.
MEYER. En cierto modo...
CHINA. No sea modesto. De todos modos;
absolutamente de todos modos. Vamos, dígale
aquí aToletole con qué esfuerzo montó todo
esto... (Ante un gesto evasivo de Meyer.)
Vamos, no sea delicado. Cuéntele. Y tú (A
Toletole.), aguza el oído. Es algo que vale la pena
oír.
MEYER. Bueno... Trabajé.
27
CHINA. (A Toletole, acercando su cara a la de
ella.) ¿Oíste? Trabajó, dice, ¿ves?... ¿Qué más?
MEYER. Evité despilfarros...
CHINA. (Blande la pechuga de pollo.) Sacrificios,
privaciones. Eso es lo que el Mariscal no se quiere
meter en su cabeza dura, ¿ves? (Bebe vino, se va
entusiasmado.) ¿Y...?...
MEYER. Ahorré...
CHINA. (Grita.) ¿Ves?... ¡Ahorró, dice! ¿Oíste?
(Con exilada ferocidad.) ¡Cada centavo! Cada
maldito centavo lo ahorró con santa paciencia.
¡Cada maldito centavo que pasaba por sus manos
o por las manos de sus empleados, lo ponía a
salvo! No había centavo que pasara por su
vecindad, que no le pusiera sus manos encima. En
cambio nosotros: botar y botar... ¡Siga, por favor,
siga!
MEYER. (Entusiasmándose, a su vez, ante la
euforia admirativa del otro.) Bueno..., no creía
que esto pudiera verse por ese ángulo, pero...
tiene razón, ¿sabe? Hay mérito en ello.
CHINA. (Come cada vez con mayor rabia.)
¿Mérito? ¡Virtud, Meyer, virtud! ¿Hasta cuándo
vamos a estar con eso de que la codicia es un
pecado? Es lo que opinamos nosotros, los
frustrados..., los que por exceso de humanidad o
28
muchos escrúpulos, terminamos filosofando
ante una lata vacía de sardinas... ¡Son ustedes
los que obran con justicia!
TOLETOLE. (Bostezando.) China, ¿no sería hora ya
de subir? Tengo sueño...
MEYER. ¿Subir?
CHINA. (Golpea con la palma de la mano la
frente de Toletole.) Se le ha metido la idea de que
su señora esposa tal vez consentiría en cederle
un lugarcito en su cama. De tanto desearlo, se le
ha vuelto obsesión. ¡Pobrecita! (La acaricia.)
¡Vamos, estúpida, come! (A Meyer.) Siga, por
favor.
MEYER. Bueno..., no crea que es oro todo lo
que brilla. También esto de la riqueza tiene su
lado ingrato...
CHINA. (Rompe un huevo duro y se lo come.)
¿Cómo, así?
MEYER. Se está en continuo conflicto con ciertas
nociones románticas que persisten...
CHINA. ¿Tales como?
MEYER. Gente que lo acusa a uno de quitarle
lo que es de ellos... De darles menos de lo
que esperaban... Pequeñas obreras feas con
gestos de odio... Hombrecitos que no dan la
cara... Manos pedigüeñas... Marañas de
29
incriminaciones que roban el sabor de lo
ganado...
CHINA. Comprendo...
MEYER. Y después..., la eterna preocupación por
conservar lo adquirido. Es como estar
sentado...sobre un cedazo, ¿comprende?
CHINA. ¿En que los demás caen por los hoyitos y
sólo usted queda sobre la malla?
MEYER. Hablo del dinero...
CHINA. ¡Ah! ¿Y el dinero?
MEYER. Es arena. Se escurre por los bolsillos
como arena. Con el gobierno, los impuestos,
las instituciones de caridad picoteando las
manos... Hay que poseerlo para conocer esa
angustia.
CHINA. ¿Te das cuenta, Toletole, lo difícil que es?
Y después hay gente que aspira a ser rica.
MEYER. A usted, que parece tener comprensión,
le contaré un caso para que aprecie.
CHINA. Cuente..., cuente...
MEYER. Hace años tuve un socio; instalamos una
industria. El puso el capital; yo, administraría. El
día que inauguramos, ardió todo. Un desastre.
¿Sabe lo que el tipo hizo?
CHINA. (Con la mayor naturalidad.) Se colgó de
una viga de acero del galpón quemado, con
30
una liga elástica azul estampada de flores de lis
blancas.
MEYER. ¿Cómo lo sabe?
CHINA. Porque es inevitable que un tipo que ve
arder su fábrica el día de la inauguración, cuando
ha puesto en ello su vida y su esperanza, tendrá
que colgarse con una liga de flores de lis blancas,
de una viga o algo semejante...
MEYER. Y dejando al socio cargando con las más
absurdas incriminaciones...
CHINA. Que usted ocasionó la muerte para
quedarse con el molido.
MEYER. ¡Eso no es verdad! ¡Eso nunca fue
verdad!
CHINA. Que usted torciera las cosas de tal
manera que el seguro de la fábrica quedara a
su nombre.
MEYER. ¡Eso no es verdad!
CHINA. O que la mujer y los tres niños -dos
hombres y una niña- vivieron, de ahí en
adelante, en un infierno de necesidades y
miserias.
MEYER. ¿Cómo podía saberlo? (Ha estado
retrocediendo.) ¿Quién es usted? ¿Cómo sabe
esto?

31
CHINA. (Con intensidad.) Porque son el género de
imputaciones que se hacen a los tipos que, de la
noche a la mañana, después de la muerte de
un amigo, aparecen dueños de la empresa...
¡Papanatas de ayer, con tragaderas de pirata y un
alma podrida
MEYER. ¿Quién es usted?
CHINA. Un hombre que merodea...
MEYER. (Aterrado.) ¡El hermano que juró
vengarse!
CHINA. (Con frío en la voz por primera vez.) Usted
se equivoca. Usted ve lo que no hay. Me llaman
China; uno de entre miles. Entre nosotros no hay
sentimientos de venganza; sólo una gran calma
en acecho...
MEYER. Mirelis... ¿Qué es lo que deseas de mí?
CHINA. (Cambiando súbitamente a la voz
anterior, pedigüeña.) Un techo para protegernos
del frío, patroncito, y un poco de pan...
MEYER. ¡No bromees conmigo, Mirelis! ¡Fuera!
¡No le ofrezco mi techo a un asesino!
CHINA. Paciencia, patroncito, paciencia...
MEYER. ¡Fuera, he dicho! ¡Fuera, o te saco fuera!
Va a dirigirse a la consola en que guarda el
revólver, cuando, con gran estrépito, se abre la
puerta de calle y entra Marcela, la hija de
32
Meyer. Es una hermosa muchacha de un poco
más de veinte años, resoluta y firme. Hay en ella
un gesto insolente y algo que la hace distinta del
resto de su familia. Viste un elegante traje de
noche.
MARCELA. (Entra arrastrando el abrigo de piel
que alguien ha arrancado de sus hombros.)
Papá, ¿qué pasa? ¡La calle está llena de
harapientos! ¡Hay dos hombres tendidos, aquí,
en el mismo zaguán de la casa! ¡Uno trató de
arrancarme el abrigo de pasada!
TOLETOLE. Alí Baba...
MARCELA. Han colgado a Nerón de un pilar de la
verja. ¿Qué pasa, papá?
MEYER. (Mirando a China.) Una visita que hace
tiempo había dejado de esperar...
MARCELA. Pero, papá, han colgado a Nerón.
¿Qué es esto? (Pausa; percibiendo la amenaza.)
Papá, 3llama a la policía. Llama a la policía,
papá, ¿qué te pasa? (Ante la actitud yerta de
Meyer, va resuelta sobre el teléfono; marca.)
¿Aló? ¿Cuartel de Policía? Hablo de la casa de
Lucas Meyer...Insurgentes 241... Se han entrado
unos vagabundos a la casa y no hay forma de
sacarlos... ¿Aló?... ¿Por qué silba?... ¿Por qué
silba, policía?... ¿Aló, qué pasa? ¿Quién habla?
33
TOLETOLE. El Manigua... Le dejaron media
lengua en una pelea; ahora sólo sabe silbar.
(Marcela deja caer el fono y mira, atónita, al
grupo. Por el fono, que cuelga, se oye un silbido
insistente.)
MEYER. (Tras breve pausa.) Ven, niña... Vamos a
dormir... Es tarde.
MARCELA. Pero, papá..., ¿qué haces? ¡Echa fuera
a esta gente! ¡Haz que salga de la casa!
MEYER. Vamos, niña, no grites... No despiertes a
tu madre. Te explicaré... (La toma de los hombros
y la lleva hacia arriba.)
CHINA. (Una vez solos.) Se asustaron, ¿ves? Es
lo que me temía. Hay que tener toda clase
de consideraciones con ellos; viven al borde
mismo del susto... (Va a buscar una alfombra, con
la que cubre a Toletole y a sí mismo.) De
todos modos, hay que reconocerlo; nos
ofreció su casa con bastante dignidad. Ven,
vamos a dormir un poco. (Toletole apaga la
luz y se tiende a su lado.)
Mañana va a ser un poco más duro.

CUADRO SEGUNDO

34
La mañana siguiente. La misma habitación. Al
lado de la alfombra doblada se ven platos con
restos de comida y botellas vacías. Pasa un rato
y baja Lucas Meyer, en bata; baja
cautelosamente y se aproxima a la ventana.
Mira afuera. Afuera resuenan ahora risas y
gritos. Lejos, un clamoreo de voces y guitarreo.
Está en eso cuando baja Pietá en camisa de
dormir.

PIETÁ. (Bajando la escalera.) Lucas, ¿qué pasa?


¿Quiénes son esa gente que está en el jardín? Me
levanto y lo primero que veo por la ventana es
esa gentuza... ¿Qué hacen aquí?
MEYER. (Se acerca a ella; toma sus manos.)
Calma, mujer... Por favor, tienes que tener calma.
PIETÁ. ¿Calma? ¿Tú los dejaste entrar?
MEYER. Mujer, te explicaré, pero cálmate...
PIETÁ. (Va hacia la ventana y mira al jardín.)
¡Mira, mi glorieta! ¡Mira cómo rompen mi
glorieta! ¡Y mis flores! ¡Bailan sobre mis
anémonas! (Se vuelve, espantada.) ¿Qué hace
esa gente en nuestro jardín?
MEYER. Ven, deja explicarte... (La lleva hacia un
sillón.)

35
PIETÁ. ¡Échalos afuera, Lucas! ¿Qué estás
esperando?
MEYER. No puedo, mujer.
PIETÁ ¿No puedes? ¿Qué...?
MEYER. Tendrás que ser muy valiente, mujer...
Escucha...
PIETÁ. ¿Quién es esa gente, Lucas?
MEYER. Los invasores, Pietá. (Pausa.) Los
hombres que tiran abrigos a la fogata... Que
mandan monjas a meterse por los muros... Nos
han hecho zancadillas con sus bastones de ciego.
Nos han metido a tirones flores en las solapas...
PIETÁ. Lucas, ¿qué te pasa? ¿Te has vuelto loco?
MEYER. Llegaron finalmente, Pietá... Ya
golpearon nuestra puerta. (Afuera aumenta el
canto con tamboreo.) No he dormido una
pestañada, esperando que a la mañana todo
esto no fuera más que un sueño horrible; pero
los ruidos aumentaron durante la noche. (Mira a
Pietá.) Cruzaron el río, al fin... Ya no los podemos
parar.
PIETÁ. Pero, ¿y la policía? ¿Qué hacen?
MEYER. El Manigua está sentado en la silla del
prefecto. Lo han cubierto todo, como un ejército
36
de termitas. Dejamos que su número creciera
demasiado... demasiado.
PIETÁ. ¿Y qué vamos a hacer? ¿Nos vamos a
entregar, así?
MEYER. No sé aún. ¡No puedo pensar! Todo ha
sido demasiado aturdidor. (De súbito.) ¡La
fábrica!
Deben haber dejado intacto ese sector. Está
lejos del río; para llegar a él, hay que cruzar toda
la ciudad. (Corre hacia el teléfono; marca.) ¿Aló,
Camilo? El patrón... ¿Cómo está todo allá? ¿No
ha pasado nada? (Suspiro de alivio.) Por nada,
nada... Escucha, Camilo, pon candado doble
en los portones, ¿entiendes? ¡Doble! Y no
abras a nadie hasta que yo llegue,
¿entiendes?... ¿Cómo dices?... ¿Los obreros? ¡A
los obreros ábreles, idiota, ésos tienen que
trabajar! ¿Qué quieres hacer con mi fábrica?
(Cuelga.) Camilo no ha visto nada, eso quiere
decir que no es más que un pillaje... No hay que
ofrecer resistencia, ¿entiendes? Por ningún
motivo; ¡ninguna resistencia!
PIETÁ. Pero, ¿y la casa..., mis cosas?
MEYER. No importa la casa, mujer. Esto pasará...
Sólo vienen a saciar sus estómagos hambrientos;
démosles lo que quieren y se irán.
37
PIETÁ. ¿Con Marcela, tu hija, y esos brutos en la
casa?
MEYER. La niña no sale de su pieza, por ningún
motivo. No existe, simplemente. A Dios gracias,
Bobby aloja afuera. No hay problema por ese
lado. (Marcela baja la escalera. Viste bata de
levantarse.)
MARCELA. ¿Qué quieres decir con eso de que
no salga de mi pieza, papá? ¿No creerás que
les tenga miedo a esos animales?
PIETÁ. ¡Marcela, vuelve a tu pieza, de inmediato!
MARCELA. No seas ridícula, mamá. Ésta no es
la Edad Media. (A Meyer.) ¿Qué te pasa,
papá?
¿Tienes miedo? Está bien, son saqueadores, ¿y
qué? Algún día tenían que venir, más aún si
nosotros nos arrinconamos como conejos
asustados... (Se vuelve hacia la puerta que da al
jardín.)
PIETÁ. Marcela, ¿qué haces?
MARCELA. Voy a arreglar esto. (Toma un látigo,
que cuelga decorando un rincón de la habitación.)
MEYER. ¡Deja eso!
MARCELA. (Desde la puerta del jardín.) En tu
fábrica te he visto mandar. ¿Será que ésos,
allá, tienen que obedecerte? (Sale; se oye su voz
38
afuera.) ¡A ver, ustedes, mugrientos! ¿Qué
hacen en esta casa? ¡Fuera! (El tamboreo se
acalla; cae un silencio amenazador.) ¡Fuera, he
dicho! ¡A juntar esas tiras inmundas y a la calle!
VOZ DE CHINA. ¡Quieto, Alí Baba! (Se oye un
látigo afuera y un gemido. Luego, un grito
asustado de Marcela y un clamoreo de voces.)
¡Dejen, imbéciles, dejen! ¡Suéltala, Alí Baba!
¡Suéltala!
(Meyer, que había permanecido en la habitación,
corre afuera. Pietá llora y se tapa la cara. Afuera
ceden los gritos y vuelve a caer el silencio.
Regresa Meyer con Marcela en sus brazos. Sangra
de la cara. Tras ellos entra China y, luego, Alí
Baba, un muchachote huesudo, desgarbado.
También sangra de la mejilla. Pietá corre a recibir
a Marcela, que solloza.)
PIETÁ. ¡Brutos! ¡Brutos! ¿Qué le han hecho a mi
niña? (Se la llev a escalera arriba.)
MEYER. (En cuanto desaparecen, tembloroso,
pálido.) Está bien, Mirelis, te entiendo.
Quieres vengarte... ¿Qué debo hacer?
CHINA. (Mirando el látigo en sus manos; duro.)
Nuestra piel se ha puesto muy sensible al toque
de esa clase de... juguetes. (Lo quiebra en
pedazos.) Ella no debió usarlo...
39
MEYER. Te he preguntado... ¿qué debo hacer?
CHINA. Conservar un poco de modales y tener
prudencia, Meyer... Ya verá que, a la postre,
todo será mucho más simple de lo que parece
ahora... (Tira los restos del látigo.) Esto sólo
entorpece el entendimiento.
MEYER. Ustedes han invadido mi casa...
CHINA. Sí, la situación es insólita, pero usted
debe usar la cabeza... Siempre da lugar a tener
queusarla. Ni más ni menos, como usted la ha
usado para desembarazarse de competidores.
MEYER. Los negocios son juego limpio. Esto es
saqueo.
CHINA. Nombres, ¿ve usted? Lo mismo que «te
descerrajo un tiro». Negocios, saqueo...,
nombres.
¿Quién establece la diferencia?
MEYER. No quiero argumentar con ustedes. Te he
preguntado...
CHINA. (A Alí Baba, que, después de vagar
por la habitación, revolviendo los objetos, se
ha acercado a la escalera y pretende subir por
ella.) Por ahí no, Alí Baba. Nadie sube por ahí. Ése
es el recinto privado de los caballeros. (Alí
Baba sale al jardín.) Dígale a su hija que en el

40
futuro evite otra de esas provocaciones. Ese
muchacho no sabe controlar su genio.
MEYER. ¡Bestia!
CHINA. Yo no usaría ese término. Es un torpe
calificativo para definir a un muchacho que no
conoce otro techo que el cuerpo de otros niños,
ni otro calor que el aliento de su perro.
MEYER. Eso no evita que si esa bestia trata de
tocar a Marcela, lo acribille a balazos.
CHINA. (Sentándose cansadamente; ríe.) Usted
me hace reír. "Acribillo a balazos"... Es
incurable.
¿Cuántas de esas palabras caben en una cabeza
como la suya? ¿Qué harían ustedes, si no tuvieran
los nombres, para darle armado a todo esto?
(Muestra la casa.) Usted tiene el caso de lo
que acaba de suceder entre ese muchacho y
su hija... Usted lo llama "crimen" y con eso ya
la cosa tiene nombre y usted tiene de dónde
agarrarse... ¿Ha pensado alguna vez que el
crimen es una consecuencia, y que sin causa no
tiene nombre?
MEYER. No me interesan tus retruécanos,
Mirelis... Quiero que me digas...

41
CHINA. Causa y consecuencia... Todo lo que
hay aquí es consecuencia. (Muestra la pieza.)
Estos
muebles hermosos..., la comodidad..., la
hermosa piel blanca de su hija... Las causas
están ahí, afuera, haciendo ruidos. Parece que
ha llegado el día de las causas. ¿Entiende lo que
eso quiere decir? No piense más en su honor, no
se perturbe. Eso es sólo una consecuencia más.
Las causas de hoy día no conducen a eso.
MEYER. Manda a tu gente salir de mi casa,
Mirelis... ¿Qué debo darte?
CHINA. Paciencia...
MEYER. No permitiré que un atado de
desalmados destruya lo que he juntado con
trabajo y esfuerzo. Además, esto es un asunto
que debemos arreglar entre tú y yo, ¿no es así?
(Se oye un estruendo afuera. Meyer corre a
mirar por la ventana.) ¿Qué están haciendo con
mis árboles?
CHINA. Las noches van a ser largar y heladas;
cortan ramas para calentarse el cuerpo...
MEYER. Pero, diles que no sigan.
CHINA. Entre nosotros nadie da órdenes.
MEYER. (Va a sacar un fajo de billetes que oculta
tras los libros de la biblioteca.) Tengo sólo estos
42
cien mil en casa. Hablando de causas, ésta es la
mejor de todas. ¡Toma y fuera! (Afuera cae otro
árbol.)
CHINA. (Toma los billetes.) Cien mil, dice, ¿eh?
MEYER. ¡Sí..., y despejen! Eso les hará entender.
CHINA. (Ladinamente, con súbita codicia.) Usted
cree... que sus vecinos, ¿nos darán otro tanto?
MEYER. Supongo. (Cae otro árbol.) Di a tu gente
que no siga destruyendo mi propiedad.
CHINA. Bonita suma; cien mil, ¿eh? (Lo sopesa.)
Tiempo hace que no estaba tan cerca de tanto
molido. ¿Cuántos son? Quiero decir: ¿qué
significan cien mil? ¿Puedo comprarme, por
ejemplo, un camión cargado de... coliflores, con
cien mil?
MEYER. Naturalmente..., dos y medio camiones,
más o menos.
CHINA. (Sonriendo.) ¡Admirable! ¡Usted tiene
una máquina en la cabeza! ¿Cómo puede
calcular tan rápido?
MEYER. Práctica...
CHINA. Dos y medio, ¿eh? (Grita.) ¡Toletole!
(Entra Toletole.) Aquí hay algo que vale la pena
ver.
¿Sabes lo que este caballero tiene en la cabeza?
TOLETOLE. ¿Qué, China?
43
CHINA. Una máquina calculadora. Deberías ver
cómo tira números. Hace los cálculos más
increíbles en menos tiempo que tú te pillas una
pulga. (A Meyer.) Por favor, Meyer, ¿por qué no
hace una demostración, quiere?
MEYER. No estoy para bromas, Mirelis.
CHINA. (Alcanza los billetes a Toletole.) El
caballero nos ha dado esto. Pregúntale cuánto se
puede
comprar con eso, son cien mil, él te lo dirá.
Pregúntale cuántas coliflores te puedes
comprar...
Vamos... ¡Vamos, pregunta?
TOLETOLE. (Confundida.) ¿Coliflores?
CHINA. Sí, coliflores... que tanto te gustan...
(Toletole hace un gesto desolado a Meyer.)
¡Dos y medio camiones llenos, mujer! (Acentúa la
importancia de la revelación.)
TOLETOLE. (No puede creerlo.) Dos y medio...
CHINA. Dos y medio, ni más ni menos. Si él lo
dice, debe estar bien, porque él no se
equivoca.
¿Qué me dices, eh? ¿Qué me dices de
comprarte dos y medio camiones llenos de
coliflores y tirarlos al canal, eh? Para ver
cómo se los lleva la corriente. (Toletole da un
44
brinco de alegría, aumentando su ferocidad
feliz.) Todo el inmundo canal cubierto de
coliflores, ¿eh? (Ambos ríen.) Dando tumbos
corriente abajo, saltando los puentes, los
tajamares, atascándose en las alcantarillas
como cráneos cortados, ¿eh? (Salta hacia la
ventana.) ¡Eh, ustedes! ¡Acérquense! ¡El señor
Meyer, aquí presente, ha sido tan generoso
de reglarnos cien mil pesos! (Los sacude.)
¿Quiere alguno preguntarle lo que se puede
comprar con esto? ¡Es un técnico estupendo
en la materia! (Rugido afuera.) ¡A ver tú, Cojo!
¿Qué te gustaría comprar con esto? ¡Habla! ,
VOZ DE COJO. ¡Una pierna de verdad! (Risas
afuera.)
CHINA. ¡El señor te va a decir si te puedes
comprar una pierna con cien mil! (Se vuelve
hacia
Meyer.) ¿Puede?
MEYER. No voy a responder esa broma de mal
gusto.
CHINA. (Grita afuera.) ¡El señor Meyer dice que
no! (Desilusión afuera.) Le robó un momento de
alegría al pobre hombre. Perdió su pierna de
una gangrena que pescó en las minas de sal...
Los patrones alegaron que no podían financiar un
45
policlínico. Fueron ellos mismos que lo
convirtieron en cesante consuetudinario. Fue
de mal gusto preguntarle eso, es cierto.
(Grita.) ¡A ver tú,
Dulzura! ¿Qué te gustaría comprarte?
VOZ DE DULZURA. (Ronca, aguardentosa.)
¡Botones! ¡Un saco lleno de botones de nácar!
(Risas.)
CHINA. (A Meyer.) ¿Cuántos se pueden comprar
con esta cantidad? (Muestra los billetes.)
MEYER. ¡Me niego a seguir esta chanza idiota!
CHINA. Vamos, dele el gusto al pobre. Nunca
ha tenido un botón en sus tiras. ¿Se imagina
la alegría? Vamos... (Grita.) Espera, Dulzura, su
cerebro está comenzando a funcionar... ¡Luego
te dirá!

MEYER. (De mala gana.) A treinta pesos el botón,


son... tres mil trescientos treinta y tres, coma,
treinta y tres botones.
CHINA. ¡Notable! (Grita.) ¿Oíste, Dulzura? ¡Tres
mil trescientos treinta y tres botones! (Gritos de
alegría afuera.) ¡Aquí tienes, toma! (Tira
algunos billetes.) ¡Compra! (Hurras afuera.) ¡Y
tú,
46
Roosevelt! (Se vuelve.) ¡Tiene la obsesión de que
se parece al Presidente! (Grita.) ¿Qué deseas?
VOZ DE ROOSELVELT: ¡Paz! (Abucheo; silencio.)
CHINA. (Tira billetes.) ¡Compra lo que te haga
falta! ¡Toma!
OTRAS VOCES: (Envalentonadas.) ¡Para mí, una
camionada de mujeres! (Alaridos.) ¡Para mí, una
jaula de canarios! (Abucheo; China sigue tirando
billetes y ríe feliz, en festín de jocosidad.) ¡Un
salchichón! ¡Un salchichón de un metro de largo!
¡Dos metros! ¡Cien metros! ¡Un kilómetro!
CHINA. (Se vuelve hacia Meyer.) ¿Ve? ¿Ve lo fácil
que es hacerlos felices?
VOCES: ¡Un salchichón que dé la vuelta al mundo!
¡Dos vueltas! ¡Cien vueltas! ¡Un salchichón que
llegue a la luna! (Cada nueva ocurrencia va
acompañada de nuevas risas; todo termina en
un estruendo infernal.)
CHINA. (A Meyer, que finalmente también ha
caído contagiado con la infantil alegría de las
ocurrencias.) ¿No tiene unos pocos más de
estos... papelitos? (Muestra los últimos billetes.)
MEYER. Pero... tú te los llevas lejos de mi casa...
CHINA. Eso depende de cuánto logre...
entusiasmarlos, ¿comprende?

47
MEYER. (Aliviado.) Sabía que a la larga
llegaríamos a entendernos. ¡Espera! (Corre
hacia la escalera. Grita.) ¡Pietá!... ¡Pietá! (Asoma
Pietá.) ¡Mujer, junta la plata que haya en casa y
tráemela!
(Ante un gesto de duda de Pietá.) ¡Tráemela, te
digo! (Desaparece Pietá.) Ustedes están haciendo
todo esto sólo para... asustar a la burguesía
indiferente, ¿no es verdad?
CHINA. Un poco, sí.
MEYER. Y en unos cuantos días de... desahogo, de
expansión... se van, ¿eh? Ése es el plan, ¿eh?
CHINA. De algunos, sí...
MEYER. (Amistoso.) Lo sabía. Y no puedo
culparlos, ¿sabes? Hasta les encuentro su poco de
razón, si me preguntas mi opinión. No es vida
ésa del otro lado del río... Siempre se lo estoy
diciendo a mis amigos... "Hay que hacer algo por
esa gente". (China asiente.) Pero tú sabes... el
egoísmo...
CHINA. Cómo no...
MEYER. (Más amistoso aún.) Los barrigones,
como les dicen ustedes. (Ríe.)
CHINA. Les damos otros nombres...
MEYER. Sí, sí, sé...

48
CHINA. Hijos de puta, los llamamos, y otros
nombres...
MEYER. Sí, son un atado de piojosos, si me
preguntas mi opinión... Le meten a uno la mano
en el bolsillo, si se descuida.
CHINA. Sí, lamentable...
MEYER. ¿Qué?
CHINA. Que tenga que alternar con ellos, si
piensa así. Tremendo sacrificio. Siempre lo
estoy diciendo a Toletole: "estos ricos llevan su
cruz".
MEYER. ¡Me lo dices a mí! Pero yo, al menos,
tengo mi conciencia tranquila. Jamás me he
dejado
arrastrar a sus negocios sucios, y no creo que
me haya faltado ocasión. (Afuera cae otro
árbol.)
¡Pero, di a esa gente que no bote mis árboles!
CHINA. (Va a la ventana.) ¡Dejen eso! El señor
Meyer está rasguñando todo el molido que tiene
en casa para que dejemos en paz su
propiedad. ¡De modo que se acabó!
(Murmullos de desaprobación.)
MEYER. ¡Eso es tener poder! Un silbido tuyo y...
(Hace sonar sus dedos.) Eso mueve al mundo, los
líderes. Toda la sociopolítica y los buscapleitos
49
que hurgan los libros de historia están
equivocados.
Cristo se dejó clavar en vano. El hombre no ama a
su prójimo; eso es pasto para las ovejas, lo que
siempre importa a la postre es: talento, agallas,
materia gris. ¿No crees?
CHINA. Si mira hacia atrás, sí, pero la historia
también es futuro...
MEYER. ¿Lo dices por este negocio de cruzar el
río? Eso siempre ha sucedido y volverá a
suceder.
Son convulsiones del cuerpo social que en nada
afectan la imperturbable salud del mundo. (Baja
Pietá.) ¡A ver, a ver, pasa! (Le arrebata el dinero
de las manos.) ¡Aquí tiene! (Se lo pasa a China.) Y
esta vez no lo repartas todo, ¿eh? (Saca una
tarjeta.) Y si alguna vez necesitas algo, aquí
está dónde puedes encontrarlo... Mi dirección.
Sin que ellos tengan por qué saberlo... ¿eh?
CHINA. Se lo agradecerán.
MEYER. Deja, no quiero sentimentalismos.
Anda y dile a esa buena gente que apaguen
esas fogatas y levanten esa glorieta, ¿quieres?
Que arreglen un poco el desorden que han
dejado, ¿eh? (Lo empuja, casi, hacia la puerta
del jardín.) Y diles que Lucas Meyer será siempre
50
su amigo... De ahora en adelante me ocuparé
personalmente de ustedes.
CHINA. Usted es un alma generosa. Lo supe del
momento que vi el porte de su hielera. (Sale.)
PIETÁ. Y esto..., ¿qué es? ¿Qué tratos son éstos...,
con esa gente? MEYER. ¿Por qué?
PIETÁ. ¡Esos monstruos! ¿Cómo puedes hablar
siquiera con ellos?
MEYER. ¿Qué? ¿Esos infelices? Vamos, mujer,
no exageres. Esos pobres diablos son
completamente inofensivos.
PIETÁ. Lucas, tu hija... ¿No viste cómo le dejaron
la cara?
MEYER. Ella golpeó primero.
PIETÁ. (Grita casi.) ¡La pobre está arriba, en
cama, con ataque histérico! ¡Se quiere matar!
¡Está arruinada con esa cicatriz!
MEYER. Ella golpeó primero., (Acentúa las
palabras.) Esos tiempos han pasado, Pietá... La
piel de esa gente se ha vuelto sensible a esa
clase de... juguetes. Tienen privilegios, ahora,
que debemos respetar. (Ante la perplejidad de
Pietá.) Además, desde un punto de vista
cristiano..., merecen nuestros cuidados, ¿no te
parece?
PIETÁ. Lucas, tú tienes miedo.
51
MEYER. ¿Miedo, yo?
PIETÁ. Cualquier cosa, menos eso, ¿entiendes?
De ti, cualquier cosa, menos eso. Si nos dejas
solos...
MEYER. Pero, mujer, ¿qué te pasa? ¿No oíste
los gritos de alegría de esos inocentes, porque
les repartía unos míseros pesos? Creo que
deberíamos ir de vez en cuando al otro lado del
río. Podría resultar educativo.
PIETÁ. No puedes ser tú quien habla así.
MEYER. ¿Dónde vamos con ese pesimismo,
mujer? Un poco más de buena fe. (Con
ironía.) ¿No
perteneces tú a una docena de instituciones
de caridad? ¿Qué caridad les enseñan en esas
instituciones?
PIETÁ. (Sin poder contenerse ya, grita.) ¡Lucas,
esos monstruos destruirán tu casa!

MEYER. ¡Tonterías! Ésta no es más que una...


incursión inocente, producto de su curiosidad
infantil. Ya verás cómo vuelven a sus cuev as; les
di una razón incuestionable. (En ese momento se
oye un ruido en la puerta de calle. Es Bobby, el
hijo. Trae valija y raqueta de tenis. Tenida de
sport.
52
Es un muchacho fuerte, franco, saludable.)

PIETÁ. (Abalanzándose sobre él, lo abraza y besa


con angustiado frenesí.) ¡Niño, mi niño! (Palpa su
cara.) ¿Nada? ¿No te han hecho nada?
BOBBY. (Semi zafándose.) Pero, mamá, ¿qué te
pasa?
PIETÁ. ¿Estás bien?
BOBBY. Claro que sí, mamá... ¿Por qué? (Mirando
a Meyer.) ¿Qué le pasa?
PIETÁ. Ha pasado algo espantoso, hijo.
MEYER. No le oigas a tu madre; va a exagerarlo
todo.
PIETÁ. (Grita.) ¡Tú, mejor te callas! (A Bobby.)
Algo espantoso, hijo... Anoche ha caído una
horda de vándalos sobre nuestra casa. Una horda
de forajidos que abusan de tu hermana,
destruyen mi jardín...
MEYER. Vamos, mujer, contrólate...
PIETÁ. Una manada de harapientos de la peor
clase, Bobby. Crápulas del bajo mundo. ¡Bestias!
BOBBY. (A Meyer.) ¿De qué está hablando? (Con
naturalidad.) ¿De los del otro lado del río?
PIETÁ. Sí, ésos, Bobby. Están ahí en el jardín.
(Indica.) Y tu padre no hace nada.

53
BOBBY. (Grita.) ¡Entonces no los llames crápulas,
mamá! (Pietá enmudece, abismada, con brillo en
los ojos.) Los vi llegar, anoche. Caminando...
Casi flotando, en grupos de marcha compacta,
cruzando potreros, saltando alambradas.
Cientos de ellos. Miles. (A Meyer.) Cantaban
mientras venían cruzando las carreteras, papá.
¡Un enorme hormiguero de alegría! ¡Hombres!
¡Mujeres!
¡Niños! (Abraza a Meyer.) ¡Al fin papá! ¡Al fin!
¡Nadie podía detener esto!
PIETÁ. Ni siquiera el honor de tu familia.
BOBBY. (Sin oírla.) ¿No te decía que esto no
había manera de impedirlo, papá? Siglos de
abuso borrados de una plumada... ¿Creías, en
verdad, que iban a poder soportar mucho tiempo
más el régimen de explotación en que viv ían?
PIETÁ. (Temblando.) No creas que tú mismo vivías
tan al margen de ese régimen, Bobby...

BOBBY. (Mirando su raqueta de tenis.) Sí, estas


cosas... Restos de una cultura de ostentación que
terminó. Ayer sentí vergüenza por esto.
Estábamos jugando en casa de Julián y, de

54
pronto, esa gente comenzó a meterse en el
parque....)

PIETÁ. (A Meyer espantada.) Lucas, también a


la casa de los Van Duron. El hombre con más
influencias de la ciudad. ¿Aún sigues llamando a
esto un juego inocente?
BOBBY. Al rato rodeaban la cancha y seguían
el juego con gritos de aprobación; corrían tras
las
pelotas, tropezando con sus harapos, y las
devolvían con los ojos radiantes... Como niños
que tratan de ser útiles. (Sincero.) Era tierno y
terrible, papá. Ha llegado el momento de
reparar el daño hecho.
PIETÁ. Ese momento también se volverá
realidad para ti. Te quitarán tu ropa fina, tu
comida de todos los días.
MEYER. Mujer, vamos...
PIETÁ. Te llevarán a vivir en barracones,
abrazado de sacos con piojos. ¡Comerás de
pailas grasientas! ¡Te volverán un bruto! (Se
ha ido alterando.) No te críe para eso, no para
eso. (Cae sobre sí misma y llora; Meyer acude a
ella.)
55
BOBBY. (Angustiado.) No entiende... Ella no
entiende...
MEYER. Vamos, mujer... No dejemos que este
asunto nos tome los nervios. Conservemos la
calma.
PIETÁ. Pero cómo puedo yo, cuando nuestro
propio hijo...
MEYER. En este momento, lo importante es
mantener la unidad de la familia.
BOBBY. Ella sólo ve el lado personal del asunto.
MEYER. ¡Y tú, te callas! Le has faltado el
respeto a tu madre. (Calmándose; es el hombre
que ha recuperado el mando de su casa;
patronal; torpe.) Esta gente sólo quiere...
divertirse, Bobby; distraerse un rato. Una vez
saciado su instinto, se irán... (Retórico casi.) Son
ellos los primeros en sentirse mal en este
ambiente; tendrán ansias de v olver a la
promiscuidad. Todo pasará, como todo pasa
alguna vez. Anda a estudiar. Y tú, Pietá, sube a
tu pieza y descansa. Voy a mi trabajo.
(Descuelga su abrigo de la perchera. En ese
momento se oye afuera un estruendo. Es un
muro que cae. Todos van a la ventana.)
PIETÁ. (Demudada.) ¡El muro! ¡Echan abajo el
muro de los Andreani! Mira cómo entra más
56
gente por el boquete. (Se vuelve hacia Meyer.)
¿Qué significa esto, Lucas? ¡Oh, Dios mío! ¿Qué
quiere decir esto? (Afuera se oyen gritos de
saludo, vivas y risas.)
MEYER. (Pálido.) Cientos... Miles...
BOBBY. (Exaltado.) El ocaso de la propiedad
privada. (Se mueve como iluminado hacia la
puerta del jardín.)
PIETÁ. (Reteniéndolo.) ¿Dónde vas, Bobby?
BOBBY. (La mira, no la ve.) A decirles lo que
siento.
PIETÁ. Tú te quedas.
MEYER. (Se adelanta, ansioso.) No, déjalo.
Anda, hijo, anda. Tú sabes hablar el idioma
de esta gente; te comprenderán. Anda y diles
que Lucas Meyer es tu amigo... Que no les
deseo ningún mal. Diles eso, con la convicción
que tú posees, hijo.
PIETÁ. (Espantada.) ¡Lucas!
MEYER. Y que respeten a tu madre, Bobby. Diles
eso, también. (Sale Bobby.) Somos viejos, Pietá,
nos hemos quedado atrás. Estos niños nos dan
lección.
PIETÁ. (Segura ahora.) Tienes miedo.
MEYER. Ya me decía yo que esas monjas no
eran irreales. El mundo cambia y hemos
57
estado demasiado preocupados por nosotros
mismos. Ahora el piso tiembla a mis pies. (Fuera
se oye la
voz de Bobby que arenga a la multitud con
frases de bienvenida.) Escucha a ese
muchacho.
Escucha cómo está a la altura de los tiempos.
(Gritos de aclamación afuera.) Escucha. (Se
encoge, de pronto.) Sin embargo, yo tendré que
pagar más que los otros. (Cae sentado.)
PIETÁ. (Aún no entiende.) ¿Qué significa esto,
Lucas? Ayer, nada más, estábamos tan bien.
Todo parecía tan normal.
MEYER. (Admirativo.) Escucha... ¡Escúchalo!
Sigue oyéndose la voz de Bobby. Llegan retazos
de frases, que lentamente van perdiendo ilación y
lógica. Al final surgen como voces de mando.
Secas, cortantes, rotundas, como ladridos. Las
aclamaciones que siguen a las palabras,
también van perdiendo su cualidad cálida y se
tornan ladridos.
VOZ DE BOBBY. Estudiantes con conciencia de
clase. (Aclamaciones.) Bienvenidos a esta casa.
(Aclamaciones.) Dictadura del proletariado...m
Aclamaciones.) Igualdad, libertad y
fraternidad...
58
(Gritos.) Fraternidad, libertad e igualdad...
(Gritos más secos.) Iguales en igualdad...
(Gritos.)Igualdad en iguales... (Gritos.)
Igualización... igualizando... igualicemos...
alicemos... licemos...emos... os... sss... ss... s... (Y
de pronto cae el silencio. Un largo silencio. Y
luego, nuevamente, la voz ahora incierta de
Bobby.) ¿Qué..., no están de acuerdo
conmigo?... ¿No sienten lo mismo?...
¿Desconfían de mí?... (Luego, alterado.) ¿Qué
hacen? ¡No, déjenme! ¡Suéltenme!
¡Papá!¡Papacito! ¡Socorro!
MEYER. (Que ha saltado hasta la puerta del
jardín.) ¿Qué están haciendo con el
muchacho?...
¡Suéltenlo!... ¡Tú, depravado, diles que suelten
a mi hijo!... (Aparece China junto a Meyer.)
¡Maldito!... ¡Diles que dejen tranquilo a mi hijo!
CHINA. ¿Cuántas ligas azules estampadas con
flores de lis blancas se pueden comprar con cien
mil pesos, señor Meyer? (Saca unas ligas y se
las muestra. Afuera se cierne, ahora, el
silencio. Entra Toletole. Luce una corona hecha
de flores.)
MEYER. (En medio del mayor silencio.) Hice
eso en juego limpio, Mirelis. Tu hermano no
59
era inocente... No puedes castigar a mi familia
por eso. (Va y lo toma de la solapa.) Te lo
doy todo. Todo, ¿entiendes?, pero déjame en
paz.
CHINA. Ya no hay nada que se pueda pagar.
MEYER. Mi fábrica, todo, ¿entiendes? ¡Lo que me
pidas!
CHINA. ¡Llame!
MEYER. Sí, llamaré... Daré instrucciones que te
entreguen lo que se te ocurra. Todo es tuyo.
(Marca el fono.) Aló, Camilo, aló... ¿Quién
habla?... Aló, ¿quién habla?... ¡Más fuerte, no
lo entiendo!
TOLETOLE. El Benito Juárez...
MEYER. (Se vuelve espantado hacia China.)
¡Oh, Dios mío! (Deja caer el fono, a través
del cual sigue surgiendo una voz.)
CHINA. (Con fraseo lento y sin expresión, del que
las palabras se van desgranando implacables.) El
Benito Juárez habla despacio porque le tiene
horror a la violencia. Es un mestizo alto, casi
gigantesco, de facciones toscas y pelo negro, que
a pesar de su exterior brutal, tiene el alma de un
niño. Puede estrangular a un perro con dos
dedos, o quebrarle el espinazo a un ternero con
sólo doblar su antebrazo, pero entre nosotros es
60
conocido porque cuida párvulos, cuando sus
madres tienen que salir a trabajar... En sus
grandes brazos, los niños se duermen como
en una cuna.
Mientras hace así, canta canciones.
Suavemente, delicadamente, se pone a entonar
canciones...
Canciones tontas... Canciones ilusas...
Canciones que hablan de la bondad entre los
hombres...
Canciones que todos se acercan a oír en silencio,
porque la esperanza es un alimento necesario
delos hambrientos. Nadie puede cantar así, con
esa suavidad y esa ternura, si no tiene frío en los
pies y barro entre los dedos..., el Cielo
estrellado como testigo. (Saca de su bolsillo
una cantidad de palomitas de papel que han sido
hechas con los billetes de Meyer.) Aquí están sus
cien mil, Meyer.
(Caen al suelo.) No falta ninguno.
MEYER. Mirelis..., ¿qué va a pasar con nosotros?
CHINA. No sé, todo sucederá a su debido tiempo.
Ya le dije; tenga paciencia.
MEYER. Pero ustedes deben tener un plan. ¿Cuál
es ese plan que tienen?

61
CHINA. Nuestro plan es el futuro. Lo
improvisaremos.
MEYER. ¿Y Bobby? ¿Qué harán con él?
CHINA. Es un buen muchacho... Será un buen
compañero.
En ese momento entra Bobby del jardín,
impulsado por varias manos que lo empujan
dentro de la habitación. Le han amarrado,
fuertemente atado con cuerdas, un cartel que
oprime su pecho y que dice, garabateado con
letras inciertas: "Palabras". Un instante trastabilla
por la habitación, y luego cae en el medio de ella.
ACTO SEGUNDO
Madrugada. Cuatro días después. La habitación
está ahora desmantelada. Hay orden. Afuera se
oyen voces y ruido de martilleo. Bobby, de
tosco overol hecho de lona vieja, rompe
sistemáticamente uno de los muebles de estilo
que aún están en la habitación. De pronto se
oye arriba un grito. Es Marcela, que baja
despavorida, corriendo escalera abajo. Luce
sobre el rostro una tela emplástica.

MARCELA. (Se abraza a él.) ¡Oh, Bobby! ¡Socorro!


BOBBY. (Indiferente.) ¿Qué te pasa ahora?
MARCELA. ¡Los hombres, Bobby! ¡Los espectros!
62
BOBBY. ¿Qué hombres? ¿Qué espectros?
MARCELA. ¡Están en mi pieza!
BOBBY. ¿Quién?
MARCELA. ¡Las caras...! ¡Las mismas caras que
ayer se asomaron por la ventana! Ahora, se
metieron a mi pieza, por el muro, Bobby... y se
pusieron a bailar. Bailaron alrededor de mi
cama,un baile espantoso, rodando los ojos,
sonando la lengua como espantapájaros del
infierno...¡Bobby, ayúdame, no te separes más de
mí!
BOBBY. Trabaja; haz algo y te dejarán
tranquila. Encerrada todo el día en tu pieza, tu
cabeza se llena de fantasmas. (Sigue hachando.)
Afronta los hechos. MARCELA. (Se derrumba.) No
puedo... Todo esto es demasiado espantoso.
BOBBY. Tienes que poder. No habrá otro mundo
en el futuro.
MARCELA. Estoy como paralizada. Nadie me
había dicho que esto pudiera suceder. Se
hablaba, es cierto, pero era tan increíble que
nadie perdía un minuto en pensar en ello.
Bobby, no podemos hacer nada. Arrasarán con
nosotros.
BOBBY. No es como tú crees. (Mueve la cabeza.)

63
MARCELA. ¿Que no v es cómo trabajan como
hormigas rabiosas?
BOBBY. Sí, precisamente. Como hormigas
rabiosas para recuperar el tiempo perdido.
Únete a ellos, entonces. Aún es tiempo; eres
joven. (Marcela niega con la cabeza.) Marcela,
¿no sientes, no te es claro ahora, que hemos
estado como... enterrados vivos? ¿Que ahora
se están abriendo nuestras tumbas?
MARCELA. Tengo miedo.

BOBBY. ¿Que la vida está volviendo?


MARCELA. (Comienza a monologar.) ¡No estamos
con ellos! No puedo...
BOBBY. (Se pone a trabajar intensamente.) El
tiempo es corto para expiar la injusticia que
hemos cometido.
MARCELA. Nos resienten... lo presiento.
BOBBY. Me han ordenado llevar esta leña para
calentar el desayuno de la gente.
MARCELA. Bobby, ¿qué nos va a pasar? (Lo mira.)
BOBBY. (Saliendo hacia el jardín con un atado de
leña.) Hoy llegarán las máquinas y cien hombres,
para levantar el ladrillar. "Que no falte el
desayuno para el escuadrón", me ordenaron.

64
MARCELA. (Tratando de seguirlo.) ¡Bobby! ¿Qué
es esto? ¿Qué significa? ¿Qué hago, Bobby?
BOBBY. (Se detiene.) Trabaja. Sale. En el
momento en que sale Bobby, por los muros se
deslizan y reptan tres extrañas figuras. Son
Toletole, Alí Baba y el Cojo, que se han
adornado con ramas secas y tiznado la cara y,
al compás de la música incidental, bailan un
ritual distorsionado y grotesco, cerrando
círculo alrededor de Marcela.
MARCELA. ¿Qué... qué quieren? ¿Quiénes son
ustedes?
TOLETOLE. ¡Espectros del hambre!
MARCELA. ¡Déjenme! No les he hecho nada.
TODOS. Nada..., nada..., nada..., nada...
MARCELA. ¿Qué es lo que quieren?
TOLETOLE. ¡Darle unos regalos!
EL COJO. ¡Para que no se asuste!
ALÍ BABA. ¡Para que el susto no le salga por el
susto! (Ríen. Marcela se detiene, bruscamente.)
TOLETOLE. Para que comprenda nuestra buena
voluntad.
EL COJO. (Sacando un esqueleto seco de
perro del saco que carga sobre sus espaldas,
se lo presenta serio.) ¿Has visto alguna vez un

65
perro muerto en un charco de barro a la luz de la
luna? (Lo sacude ante ella.)
TOLETOLE. (Saca un estropajo amarillo, que es un
viejo vestido ajado de mujer pobre. Se lo pone
sobre la falda.) ¿O una mariposa amarilla
aleteando en una botella de cerveza?
ALÍ BABA. (Saca una pata de palo quebrada.)
¿O un puño de esclavo revolviendo una torta
de crema?
EL COJO. ¡Mi pata! ¡Mi linda patita!
¡Devuélveme mi pata! (Corre tras Alí Baba y,
tras ellos, Toletole. Los tres saltan y ríen.
Aprovechando el aparente descuido de los otros,
Marcela se desliza hacia las escaleras, pero, antes
que llegue a ellas, la vuelven a rodear.)
TODOS. ¿Que no le gustan nuestros regalos a la
linda princesa?
MARCELA. Por el amor de Dios, déjenme.
TODOS. ¿No le gustan?
MARCELA. Por favor... (Gime.)
ALI BABA. (Decepcionado.) No le gustan.
EL COJO. (Triste.) Malo... Malo...
TOLETOLE. Raro... habiendo tostado al sol su
cuerpo toda la vida.
MARCELA. Por favor...

66
ALI BABA. (Poniendo ante su cara su manaza
extendida.) Tengo una mano de cinco dedos.
Con cada uno de estos dedos podría tatuarte.
Sacar toda la cerveza que tienes en tu blanco
cuerpo.
(Marcela lanza un grito y corre escalera arriba. No
se lo impiden.)
TOLETOLE. (Triste.) Se asustó. Es una lástima,
pero se asustó.
EL COJO. Tal vez fue demasiado; no debimos
llegar a tanto. Se nos pudo haber quebrado.
ALI BABA. Sus caras de pánico se caen a pedazos.
Es como ver trizarse un vidrio. Podría asustarlos
tanto, que todo el suelo crujiera de vidrios rotos.
TOLETOLE. Esto no le va a gustar a la China...
ALI BABA. (Grita.) ¡A la mierda tu China!
EL COJO. Nos estamos cansando de esperar... que
entiendan. Otros se nos unen, sin tanta espera.
ALÍ BABA. Sí; quisiera quebrar, al fin, algunos
pescuezos.
TOLETOLE. De todos modos, no le va a gustar
al China. Dice que si debía haber violencia,
que viniera de ellos. "Si la violencia viniera de
nosotros -dice-, no bastarían siglos para lavar
tanta sangre".

67
ALÍ BABA. De modo que... esperar, ¿eh? ¿Eso es
lo que quiere?
TOLETOLE. Sí, eso. "Aún no han comprendido -
dice-, debemos tener paciencia".
EL COJO. Total, mientras nos divertimos...
Cuanto más rápido camina Meyer en su pieza,
más divertido es. Parece que cada vez que pasa
frente a la ventana va más agachado. ¡Pobre! No
tiene sentido del humor. (En ese momento entra
China, portando unas maderas.)
CHINA. ¿Y ustedes, cómo entraron?
TOLETOLE. Por el muro, China...
CHINA. Para divertirse un rato, ¿eh?
ALÍ BABA. (Desafiante.) No, para asustarlos.
EL COJO. Sí, para hacer saltar un poco la liebre.
¡Y cómo salta! (Imita.) ¡Oooh! ¡Uuuh! "¡Déjenme!
¡No les he hecho nada! ¡No les he hecho nada!"
(Ríen.)
CHINA. Bueno, ese juego se acabó ahora. Hay
mucho que hacer, afuera.
ALÍ BABA. ¿Sí? ¿Qué hay por hacer, China?
¿Lustrar los zapatos a Meyer? ¿Calentarle la
camisa?
EL COJO. Hace cuatro días que esperamos y nada
le pasa.

68
CHINA. Nada le pasará que tú puedas ver. Hay
que esperar.
ALÍ BABA. ¿Hasta que todos se te camuflen?
El hijo ya anda entre nosotros, como uno de
los nuestros. Esconde su pescuezo bajo el cuello
de un overol.
CHINA. (Lo mira por primera vez.) Para ti, Alí
Baba, todo parece ser cuestión de pescuezos,
¿eh?
ALÍ BABA. Todos tienen uno y todos se cortan...
EL COJO. Ayer, cuando volvía del Gran
Almacén de buscar el estofado, vi a algunos
de ellos, clavados con chuzos a las puertas de
sus casas. "Por resistirse", decían unos
carteles que les colgaban del cuello. En el canal
hay otros, atados a las aspas de la turbina...
Hace cuatro días que dan vueltas, entregando luz
a la ciudad.
ALÍ BABA. No hables más, Cojo... Se te caerán los
dientes, pero él no entenderá. Es de los pacíficos.
CHINA. Una venganza trae otra. A la cabeza que
corta el hacha, le crece un nuevo cuerpo.
ALI BABA. (Hace un gesto despectivo con la
mano.) ¡Ah! ¡Vamos, Cojo! Yo me voy de esta
casa. Me voy a trabajar con los otros. (Se aleja
hacia la puerta del jardín.)
69
CHINA. Mira, chiquillo, yo he hecho esto igual que
tú... Tanto como tú, me he alzado, sin palabras,
porque también pienso que las ideas se han
agotado. Creo tanto como ustedes en eso, pero...
yo no quiero muertes. ¡Para ellos quiero vida!
¿Comprendes? Una vida lenta, larga y lúcida...
Tan larga y lúcida como la han llevado hasta
ahora, pero a la inversa. ¡Con todo el horror de la
certeza de no poder saquear más! (Se calma.)
Reclamo a Meyer para eso.
ALI BABA. Ésas son tus ideas. Para mí los cambios
que valen se tocan o se quiebran.
CHINA. No puedo retenerlos aquí.
ALI BABA. Se te irá entre los dedos. Espera y verás
cómo se te va...

CHINA. (Se acerca a él.) No se me irá, no temas.


Está todo previsto. Aún hay soberbia en él. Aún
tiene muchas cosas que alegar... Muchas
actitudes que adoptar... Muchas revelaciones que
recibir.
Yo sabré cuando sea el momento.
ALÍ BABA. Y eso... ¿cuándo será?
CHINA. Por lo mismo que es doloroso, será muy
simple. Más simple de lo que él se imagina,
70
en verdad. Ahora sólo ve terror en lo que pasa y
levanta muros de resistencia. Esperemos que
venga la calma para que descubra la buena fe. Y
ahora, déjenme solo... (Sólo Toletole queda. Los
otros salen.)
TOLETOLE. Están reclutando mujeres para ir a
arar las colinas, pero yo quiero quedarme
aquí contigo.
CHINA. Anda. Todos tenemos que servir a nuestra
manera.
TOLETOLE. Pero yo quiero quedarme aquí
contigo, China.
CHINA. Quédate, entonces.
TOLETOLE. Pero parece que tú no me necesitaras.
CHINA. Te necesito.
TOLETOLE. Me quedo, entonces. En las plazas
están enseñando a leer a los que no saben.
¿Aprendo a leer, China?
CHINA. Aprende.
TOLETOLE. ¿Crees que podré?
CHINA. Todos podemos.
TOLETOLE. ¿Puedo llevar estos libros?
CHINA. Llévalos. (Toletole va a buscar los libros.)
TOLETOLE. Te los leeré algún día. Todos. (Sale.
China trabaja con sus maderos. Después de un
rato, entra Bobby.)
71
BOBBY. Las fogatas están prendidas. ¿Qué hago
ahora?
CHINA. (Sin mirarlo.) Todo lo que hay de
metal en la casa debe ser mandado a la
fundición. Necesitamos herramientas de trabajo.
Mañana no quiero ver un objeto de metal en esta
casa.
BOBBY. Bien... (Comienza a recoger objetos de
metal.)
CHINA. (Después de un rato.) También el servicio
de plata... y los candelabros de oro.
BOBBY. ¿El oro?
CHINA. ¿No es un metal el oro? (Bobby saca los
candelabros de una consola.) Consigue también
las joyas de tu madre.
BOBBY. ¿Las joyas? CHINA. Sí, las joyas.
BOBBY. Si eso ya no tendrá valor en el futuro...,
¿qué importa dejarle, al menos, ese gusto?
CHINA. ¿Crees que tu madre tendrá algún
placer en conservar lo que en el futuro no serán
más que piedras de color? ¿O tú piensas que no
son eso, las joyas..., piedras de color?
BOBBY. Ella no piensa así.
CHINA. Haz que comprenda, entonces.

72
BOBBY. (Va hacia la escalera, se detiene.)
Estoy feliz de poder trabajar por ustedes.
Estoy aprendiendo.
CHINA. Nadie trabaja para nadie ahora, hijo.
Trabajas para ti mismo, porque tú mismo
somos todos.
BOBBY. Sí. (Va a subir.)
CHINA. El problema que tienes es que quieres a
tu madre y no te gusta verla sufrir, ¿eh?
BOBBY. Creo que se puede evitar el sufrimiento.
CHINA. Es tarde para eso, ahora.
BOBBY. De lo que ustedes han hecho, yo deduzco
que el amor está comenzando.
CHINA. Entonces piensa que cada partícula de
esas joyas fue hecha con el dolor de un negro o
de un malayo, que ahora cobran su premio a
través de nosotros. Ése es el amor que comienza.
Piensa en eso y te será fácil endurecerte.
(Bobby asciende la escalera.) Y dile a la
cabeza hueca de tu
hermana que tiene veinticuatro horas para
integrarse a nuestro movimiento. No hemos
hecho esto para alimentar taimados. Están
enrolando mujeres para arar colinas. (Bobby
desaparece. Luego se oyen voces arriba.)

73
VOZ DE PIETÁ. Bobby, ¿qué haces? ¿Qué estás
haciendo, niño?
VOZ DE BOBBY. Déjame, mamá. ¡Tengo que
hacerlo!
PIETÁ. ¡Pero no mis joyas! ¿Por qué mis joyas?
BOBBY. ¡Deja, mamá, por favor!
PIETÁ. ¡Bobby! (Viene bajando tras él la
escalera.) ¡Bobby, dame! ¿Qué estás
haciendo? ¿Qué estás haciendo con nosotros?
(Bobby ha llegado frente a China con las joyas,
que pone ante su cara.) ¡Usted! (Va sobre
China y golpea su pecho con los puños.)
¡Bandido! ¡Criminal! ¡Bandido!
(Golpea a China, que permanece inmóvil,
mirando un punto ante sí.) ¡Criminal! (Su voz
se va debilitando.) Bandido... Bandido... (Cae
finalmente a sus pies.) Bandido... Bandido...
(Meyer, que ha seguido a Pietá, asoma al pie de
la escalera.)
CHINA. (Después de una pausa; afectado
sinceramente por la escena.) Sí, señora, es cruel,
y difícil. (Pietá solloza.) La riqueza se mete en
uno con raíces muy profundas. Llega a ser
una segunda naturaleza, que deforma toda la
realidad. Pero guarde fuerzas; aún queda un
largo camino que recorrer. Mañana entregará
74
a su hijo sus tapados y pieles; hay gente que
los necesita. Sólo se quedará con lo necesario.
La próxima semana tendrá que estar trabajando
en algo.
PIETÁ. (Lo mira hacia arriba.) ¿Qué les hemos
hecho a ustedes para que nos traten así?
Ustedes vivían sus vidas; nosotros las nuestras.
Nunca les hemos deseado ningún mal. (China
mira a Meyer.)
MEYER. Bobby, lleva arriba a tu madre.
PIETÁ. (Resistiendo a que Bobby la lleve.) Diles,
Lucas, diles que nosotros hacíamos labor social.
Diles que siempre hemos estado preocupados
de los pobres. (A Bobby.) Anda y haz venir a
las empleadas, hijo; que ellas den testimonio
por nosotros. Ellas dirán que en esta casa han
sido tratadas con la mayor consideración. (Bobby
titubea.) Anda, hijo, ¿qué esperas?
BOBBY. (Con ansiedad y dolor.) Ya no hay más
empleados en esta casa, mamá.
PIETÁ. ¿Que no hay más? ¿Cómo es eso? ¿Dónde
están?
MEYER. Lleva arriba a tu madre, Bobby.
BOBBY. Se fueron, mamá.
PIETÁ. ¿Se fueron? ¿Dónde?
BOBBY. (Ahogado.) No volverán más, mamá...
75
PIETÁ. ¿La Sara? ¿No volver más? ¡Imposible! Ha
estado al servicio de esta casa desde que yo era
niña.
BOBBY. Se fue con las otras a trabajar a las
colinas.
PIETÁ. ¡A la Sara han debido arrastrarla a eso! ¡No
se iría así no más!
BOBBY. (Casi gritando ahora.) Las vi cómo se iban
ayer por la tarde, mamá, cantando por la calle,
del brazo de otras mujeres. ¡Por favor, sube a tu
pieza! ¡No compliques más las cosas!
PIETÁ. (Pausa; anonadada.) ¿Qué es esto,
Lucas? Nunca me dijo una palabra. Nunca una
queja. ¿Cómo pudo disimular tanto su rencor?
(Se deja llevar ahora; ya desde la escalera, a
China.)
Siempre habíamos creído que había pobres y
ricos, señor. Siempre creíamos que ustedes se
conformaban con eso. (Medio se desprende
del brazo de Bobby.) Y después de todo, ¿no
eran ustedes los culpables de su condición? ¿No
eran ustedes los culpables? ¿No eran ustedes?
(Se deja llevar por Bobby escalera arriba.)
MEYER. (Una vez solos con China.) Bien, Mirelis...
(Se planta frente a él.) Esto se acabó. ¿Qué es lo
que quieres? Dilo de una vez. ¡Mi cabeza! Por
76
mi ventana he visto cómo se trabaja en
elvecindario. De aquí al Puente Mayor, no queda
una casa en pie. Sólo tú y tu atado de harapientos
haraganes aún en mi jardín..., amenazando a
mi hija..., robando a mi mujer... ¿Qué es lo
que esperas?
CHINA. Espero...
MARCELA. ¿Esperas qué?
CHINA. Que llegue el momento.
MEYER. ¿El momento para qué? ¿Para que pase
qué? Puedo aguantar mucho, más de lo que tú
crees. Arrasarán toda la ciudad, pero yo podré
seguir aquí, firme como un roble. He
demostrado firmeza antes y podré volver a
hacerlo. ¿O esperabas acaso que caería a tus
pies, iluso, suelto y fofo como un pañuelo? ¿Es
eso lo que esperabas? (China sigue impasible en
su labor.) Lo fraguaste todo para que este atado
de piojosos te hicieran este motín para poder
venir a meterte a mi casa y hacerme gatear
lloriqueando a tus pies, ¿eh?... ¿Era ése el plan?
(Se acerca más a él.) ¿Por qué no fuiste a mi
fábrica en todos estos años? Pudiste venir y
meterme un tiro. ¿Por qué no lo hiciste? Al
principio, en verdad, te estuve esperando.
(Casi cara a cara ahora.) Porque meter una
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bala, no produce... placer, ¿eh? ¡Canalla!
¿Quieres que ellos te hagan el trabajo sucio,
eh? ¡Contéstame!
¿Es lo que tenías en mente? ¿Es eso lo que
reinaba en tu sucia cabeza? (Le toca la sien
con su índice; China sigue impertérrito; se aleja
bruscamente de él; se pasea.) Firme como un
roble, así es como voy a resistirte. Arrasarán la
ciudad, pero yo estaré aquí... esperando. No
podrán contra mí; la vida me ha endurecido. (Gira
hacia China.) Soy Lucas Meyer, ¿entiendes lo que
eso quiere decir?
Eso quiere decir que he debido tomar
decisiones, tremendas decisiones que me han
endurecido.
Llegué a tener doscientos hombres a mi
cargo, ¿entiendes lo que eso quiere decir?
Doscientos hombres con sus familias y sus vidas.
¡Todo aquí, en esta mano! Los he tomado y
cambiado de un lugar a otro. Los he subido y
bajado a mi antojo. Les he dado salario y ellos han
comido. (Se acerca a él de nuevo.) Y les he
dado... felicidad. La clase de felicidad que nunca
has podido dar a nadie.
Una vez tomé a los doscientos con sus críos y
paquetes y los trasladé a la playa. Todos juntos en
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un atado. Debiste ver sus caras, cómo
sonreían, mientras la prole retozaba al sol y
las viejas se llenaban los pulmones de brisa
marina. (Cara a cara.) Ésa es mi creación,
¡hacer vidas! La tuya, ¿cuál ha sido, patán, eh?
¿Rascarte los piojos? ¿Rumiar destrucciones?
¿Cuántos niños andan por
ahí, porque tú les diste ocasión a sus padres
a tenerlos y alimentarlos?
¿Cuántas madres han alumbrado en paz,
porque tú tranquilizaste su temor con un
salario? ¿Cuántos veteranos descansan sus
huesos porque tú les diste derecho de aspirar a
un descanso?.... ¿Eh?... ¿Cuántos?...
¡Contéstame!... ¡Háblame, canalla! ¡¡Háblame!!
(Pausa. Se va a sentar; ante sí.) ¿Que me gustan
los pesos? Claro que me gustan. ¿A quién no? Tú,
en mi caso, habrías hecho lo mismo, Mirelis. Si
toda la sociedad en que vives premia el fruto
de tu codicia, ¿por qué iba a ser yo de otra
manera?... Comenzar sin nada ha sido siempre
mi proeza más espectacular. (Sonríe, casi
desvalido.) Hace seis meses festejamos los
veinticinco años de mi fábrica y mis empleados
vienen y me regalan una placa. ¿Sabes lo que
decía en esa placa? "1937. Capital: mil pesos y
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una esperanza. 1962. Capital: trescientos
millones y una realización. Gracias, señor
Meyer". Al final se acercaron dos obreras con un
ramo de flores y una de ellas me dio un beso en
la mejilla. ¿Quién iba a dudar de una sociedad
en que todo el mundo vivía contento?... ¿Eh,
Mirelis? ¿"Quién iba a dudar, eh?... ¿Qué
significa todo esto que ustedes están haciendo,
eh?... ¿una venganza?... ¿Una
sucia venganza de los frustrados?... ¿Hay
alguna razón para todo esto?... Contéstame...
¡Contéstame, miserable!... ¡Háblame! ¡¡Háblame,
reptil!!... ¿Qué te pasa, hijo de puta, te tragaste la
lengua? (Pausa; en voz baja, angustiado.)
¿Qué quiere decir todo esto, Mirelis? Por
favor, dime... ¿Qué hacen en mi casa?

CHINA. Esperamos...
MEYER. ¿Esperan qué, por amor de Dios?
CHINA. Que llegue el momento.
MEYER. (Se levanta espantado.) ¡Estás
hablando en círculos! Hablas por hablar. Ni
siquiera escuchas.
CHINA. No, no escucho, en verdad.

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MEYER. ¿Qué pretendes, entonces? ¡Soy Lucas
Meyer! Soy un hombre que creó una
industria.
Merezco al menos que se me explique. (Va y le
arrebata la herramienta que tiene en la mano y la
dispara lejos.) ¡Habla!
CHINA. Hable usted. A usted le toca, ahora... Yo
escucharé.
MEYER. (Retrocede.) ¿Están decididos, entonces,
eh? ¿Van derecho a su meta?
CHINA. Derecho como una línea. Ahora, las
palabras son inútiles, porque sabemos todas
las respuestas y todas las justificaciones. Pero
hable..., hace miles de años que oímos el
sonido de esas palabras. Nunca dejan de ejercer
una extraña fascinación a nuestros oídos. Hable
usted, hasta que se canse. Yo estaré aquí, oyendo
MEYER. (Después de retroceder, sin despegar la
vista de China.) ¿Y si te doy los nombres? ¿Todos
los nombres, Mirelis? De los más apetecidos por
ustedes... Los conozco a todos. ¡Todos han estado
aquí, en esta casa! ¿Te gustaría?
CHINA. ¿Qué ganaría usted con eso?
MEYER. Deja tranquila a mi familia, Mirelis.
(Ansioso.) El nombre de todos los
implicados..., los arreglos torcidos...
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CHINA. ¿Haría usted eso? ¿Realmente?
MEYER. Pregunta, Mirelis...
CHINA. (Rápido.) ¿Quién ideó el acaparamiento
de harina del año pasado?
MEYER. Bonelli, el industrial molinero, en
unión con Cordobés, el curtidor. La guardaron
en las bodegas de los hermanos Schwartz.
CHINA. Increíble la memoria suya. Debe odiarlos
mucho para tener tan a flor de piel el recuerdo de
sus crímenes. (Súbitamente.) ¿Quién fraguó el
aumento artificial del precio de los
antibióticos, durante el invierno de este año?
MEYER. Hoffman, el farmacéutico, en
contubernio con un grupo de médicos.
CHINA. Espere, necesito testigos para esta
confesión. (Se acerca a la ventana, grita.) ¡Las
preguntas! (Murmullos de aprobación, afuera.)
Ya está listo para las preguntas... (Gritos de
alegría.) Uno por uno... No se aglomeren... ¡A ver
tú, Desolación, comienza tú!
VOZ. (Aguardentosa.) ¿Quién dictó las leyes de la
educación que enseñan al conejo a correr menos
que la metralla?
MEYER. (Mira a China con estupor.) No
entiendo...

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CHINA. Dice que no entiende... Quiere preguntas
concretas...
VOZ DE MUJER. ¿Quién alzó el precio de la
leche a tal punto que, el año pasado, mi hijo
se me cayera seco de los pezones?
MEYER. (De inmediato.) Caldas, el hacendado,
con el voto de los demócratas. (Gritos de
algazara infantil. "¡Viva el señor Meyer!", y otros.)
CHINA. ¿Ven? Eso es lo que quiere. Preguntas
concretas...
VOZ DE VIEJO. ¿Quién botó la basura frente a la
casa del pobre?
MEYER. (Piensa.) No recuerdo su nombre...
CHINA. ¿No oyeron? ¿No se dan cuenta que se
siente perdido ante esa clase de preguntas? Es
un hombre sincero, directamente. ¡Pregunten
sincero!
VOZ DE HOMBRE. ¿Quién nos acusa de ser flojos?
MEYER. Todos... Todo el mundo, un poco...
CHINA. No, eso no. Cosas que pueda responder.
Pregunten ¿quién roba los dientes del pobre?,
por ejemplo.
VOZ. (Chillido sin dientes.) ¡Sí, mis dientes!
¿Quién robó mis dientes?
MEYER. (Desesperándose.) Concreto...
VOZ DE MUJER. ¿Quién nos acusa de ser feos?
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VOZ DE VIEJO. ¿Quién nos acusa de ser
borrachos?
MEYER. Esas preguntas..., no puedo responderlas.
¡Quiero dar nombres! ¡Sé los nombres!
VOZ DE NIÑO. ¿Quién nos acusa de ser ladrones?
MEYER. (Fuera de sí, por los gritos que se
han ido poniendo cada vez más insistentes.)
¡Todos! ¡Todo el mundo, un poco! ¿Que no hay
acaso ladrones entre ustedes?
CHINA. Cuidado, señor Meyer, podrían no
entender eso...
MEYER. Pero es que yo no entiendo esas
preguntas. Después de todo, ustedes vivían al
otro lado del río..., ¿por qué me iba a tener
que fastidiar con estas cosas? (Bruscamente
se interrumpe, afuera, todo ruido. Cae un
profundo silencio y de pronto, lenta y muy
suavemente, unos niños comienzan a recitar.
Como contando un cuento sin asunto. A medida
que cunden las palabras, las voces se van
magnificando, hasta que todo el ámbito resuena
de ellas.)
NIÑO 1. Porque no hay nada como el miedo para
matar las pulgas.
NIÑO 2. Porque un patito feo se come a un patito
bonito.
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NIÑO 3. Porque es mejor no saber leer para
comer almendras.
NIÑO 4. Porque no hay nada como esperar, para
que a uno se lo llev e el viento.
MEYER. Quién, ¿quiénes son esos niños?
NIÑITA. Juanito, ¿te cuento el cuento de todos los
árboles?
NIÑITO. Cuenta...
NIÑITA. Todos los árboles tenían tanto miedo
de las hormigas, que cuando las vieron venir,
se quedaron parados, tiesecitos, esperando que
les caminaran encima...
MEYER. ¿Quiénes son esos niños, Mirelis?
CHINA. Dos niños que nacieron de los hongos
de una ruca. Hasta los cinco años jugaban
con cucarachas y garrapatas. Después
descubrieron que con las tripas frescas de
perro se pueden hacer globos de inflar. Hoy
tienen una extraña fantasía.
NIÑITO. ¿Ves aquellos pájaros negros en la torre
del campanario, Juanita?
NIÑITA. Sí.
NIÑITO. ¿Vamos a matarlos a campanazos?
NIÑITA. Vamos.
OTROS NIÑOS. Vamos, vamos. (Junto a estas
voces, comienza a resonar campanas, cada vez
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más fuertes. A l final, ensordecedoras.
Súbitamente callan las campanas. Pietá baja la
escalera y pasa frente a Meyer. Saliendo.)
PIETA. ES inútil, Lucas. Ya nada se puede hacer.
Habrá entre ellos un lugar para nosotros... (Pietá
se mueve hacia la puerta como impulsada por
una fuerza que la arrastra a pesar de ella. Sale.)
MARCELA. (Baja y pasa también frente a
Meyer.) Ven con nosotras, papá. Nadie te lo
impide.
(Sale.)
BOBBY. (Baja la escalera.) ¿Por qué no vas, papá?
Es verdad, Nadie te lo impide.
MEYER. ¡Todo, hijo, todo me lo impide! (Se
alza.) No hay tal pueblo hambriento y con
sed de justicia. Es sólo un pretexto de ese China,
que los incita contra mí.
BOBBY. No, papá. Ve lo que está pasando... Por
favor, mira lo que sucede a tu alrededor. (Lo
tomo de los brazos.) Es tu última ocasión.
Después de eso, tendrás que desaparecer en la
soledad. Para los que no entiendan, sólo queda
en el futuro... soledad... No la muerte que tú
temes... Soledad y amargura...
MEYER. ¿Bobby, tú verdaderamente crees en
eso?
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BOBBY. Sí, papá. Creo.
MEYER. (Toma su cara.) Entonces, hijo, mete esto
en tu cabeza: la codicia es el motor que mueveel
mundo. Nunca, ¿entiendes?, nunca desaparecerá
entre los hombres. (Se aleja de él.) Ahora veo lo
que está pasando, estamos en manos de
niños locos. Harán cenizas de la tierra. (Bobby
se mueve hacia la puerta.) ¿Y ahora tú también te
vas?
BOBBY. Sí, papá. Soy joven. Quiero olvidar y
aprender. (Sale, Meyer gira por la pieza.)
MEYER. ¡Oh, Mirelis!, ¿dónde estás? ¿Dónde
estás, Mirelis? ¿Qué cosa horrible están
haciendo ustedes de la vida? (Aparece China,
permaneciendo en la sombra.) ¿Tú también te
haces la ilusión de estar creando algo? Esa sucia
recua de hombres feos, esa manada de mujeres
tristes que andan por ahí, arrastrando sus críos,
¿crees que tolerarán mucho tiempo la vida fea
que ustedes les están haciendo? Sal a ver el
cortejo maloliente, Mirelis... La hermosa ciudad
convertida en cantera... Losgrandes museos en
cocinas del pueblo... Las catedrales en barracas.
¿Dudas que un día se alzarán contra los
responsables de tanta fealdad y entonces la
tierra se volverá polvo? (Está ahí. Casi con
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los brazos abiertos ante China, que
permanece siempre en la oscuridad. Cuando
comienza una música furtiva y danzarina. Como
de pasos precipitados en el momento que
surgen dos monjas, que caminan una junto a la
otra, y van a situarse ante Meyer, con las manos
extendidas en actitud suplicante.) ¿Qué es lo que
quieren? ¿Quiénes son ustedes?
MONJA 1. Soy Carmen, la pequeña obrera fea.
MONJA 2. Soy María, la pequeña obrera fea.
MEYER. Sí, siempre con las greñas en la cara
sucia. Las desahucié a las dos.
AMBAS. (En coro, alejándose.) No había lugar
para mujeres feas en la fábrica. No había
lugar.
(Salen. En los muros aparecen proyecciones que
representan ojos que miran, rostros de ancianos,
manos cruzadas, manos suplicantes, pies en
zapatos rotos, platos de magra comida, etc. De
otra parte surge el Cojo, de obrero viejo. Cruza
cojeando el escenario.)
MEYER. (Lo sigue, señalándolo con el dedo.) Y
tú, Miguel Santana, el viejo tornero. ¿Qué
haces aquí, Santana? ¿No moriste un día sobre tu
torno?

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EL COJO. (Sigue rengueando; refunfuña. Ante
sí; pasa sin mirarlo.) Sí. Nadie torneaba
válvulas como yo. Quería descansar, pero
nadie torneaba las malditas válvulas como yo.
Ésa fue mi perdición. Entonces, un día mordí el
acero. Malditas válvulas... (Sale. Aparece Toletole,
de viuda.)
TOLETOLE. (Gira por la habitación, mirando los
muros.) Aquí, en este mismo lugar, estaba mi
casa. La casa que me dejó mi marido, los
muebles, las balaustradas. (Las toca.) Un día tuve
que vender. Tuve urgencia de vender y encontré
a un hombre que me la compró por una bagatela.
MEYER. Sí, una bagatela... En verdad, era una
ganga...
TOLETOLE. (Mira fijo a Meyer al salir.) Mi marido
quería mucho esta casa. (Sale. Proyecciones.)
MEYER. ¡Oh, Mirelis, detén el cortejo! ¿No me
has hecho ya bastante? ¿Quieres que confiese?
Sí, maté a tu hermano. Pero no toda la culpa es
mía. Tu hermano llegó a mí con los ojos bien
abiertos.
Lo vencí de igual a igual; lo mismo pudo él
liquidarme a mí. (Súbitamente se interrumpen la
música y las proyecciones. Se detiene toda
acción. Luego surge Alí Baba, de joven obrero.
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Cruza el escenario, con fuertes zancadas, y se va
a plantar frente a Meyer.)
ALÍ BABA. (Serio.) Soy el obrero joven que un día
voló de su fábrica cuando desapareció una lima
del taller mecánico. Yo no robé esa lima, pero
usted me expulsó igual. Usted sabía que yo no
lo había robado, pero había que encontrar un
culpable.
MEYER. Un culpable, sí.
ALÍ BABA. Eso fue el 26 de julio de 1948 y yo
crucé su cara con una bofetada. Nunca nadie
había alzado una mano contra usted en su
fábrica. Mi ficha era la 12374 y mi nombre
es... Esteban
Mirelis. (Sale.)
MEYER. Sí... Te llamabas Esteban Mirelis,
recuerdo. (Gira hacia China.) ¡Perro! ¿Quieres
confundirme nuevamente, eh? Volverme loco.
Esteban Mirelis se llamaba el hombre que
murió hace treinta años colgado de una viga. Lo
sé porque yo mismo le prendí fuego. Se colgó
con una liga estampada de flores de lis blancas,
hasta que dejaron de humear los restos. (China
sale de la sombra.)
CHINA. Curioso el daño que usted se hace a sí
mismo. ¿Quemar fábricas? ¿Robar dinero?
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¿Colgar a un hombre? ¡Qué imaginación la suya!
Usted nunca llegaría a esos extremos, Meyer. Son
menores los crímenes. Sólo las consecuencias son
mayores.
MEYER. Y si ese muchacho no es Esteban Mirelis,
¿quién eres tú, entonces?
CHINA. Me llaman China, ya le dije. Soy un
hombre que merodea. Me he sentado en cada
piedra del camino. Cada puente solitario me
ha servido de techo. He mirado el rostro de
millones de vagabundos, y he visto el dolor,
cara a cara. (Va hacia la ventana.) Hay mucha
tristeza en el mundo, Meyer, pero hoy día la
estamos venciendo. (Indica afuera.) Ese
muchacho, Esteban
Mirelis, trabaja ahora como tractorista en el
ladrillar; le queda tiempo para pensar en la
ofensa. La viuda teje en las grandes tejedurías
de lana; ha encontrado un nuevo oficio, y
Toletole canta ahí, en lo alto de las colinas,
siguiendo su arado. Todo el mundo trabaja
afuera; es una lástima, en verdad, señor Meyer,
que usted no entienda. (Gira hacia él; con calma.)
El pueblo no se ha alzado contra usted; esa
obsesión le viene de creer que su vida tiene
alguna importancia. ¿Es tan difícil
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pensar que eso, ahí afuera, es sólo una
cruzada de buena fe? ¿Un juego ingenuo de la
justicia?
¡Venga! Lo invito a mirar la realidad. Es un
espectáculo que recrea el espíritu. (Meyer está
clavado al suelo.) Venga, únase a nosotros.
Venga. Sígame.
MEYER. ¡No te creo, perro! Me has quitado mi
casa, mi familia. Me has humillado ante todos.
¡No creo en esa mansedumbre tuya! ¡Sólo estás
aquí por un deseo de venganza!
CHINA. Es una lástima... En verdad, es una
lástima.
MEYER. ¡Dime que yo maté a Mirelis y que ésa es
la razón de que estés aquí!
CHINA. Tremenda imaginación la suya, señor
Meyer...
MEYER. ¡¡Dime¡¡ ¡¡Yo maté a Mirelis!! ¡¡Dime!!
CHINA. (Desde la puerta.) Son menores los
crímenes.
MEYER. ¡¡Dime, perro!! ¡¡Yo maté a Mirelis!!
¡¡Yo lo maté!! (Sale China. Súbitamente se
apagan todas las luces y se enciende suave,
lentamente, un canto general.)
CORO

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Adán y Eva tuvieron a Caín y Abel. Caín engendró
a Irad y de Irad se multiplicaron hasta Matusalén.
Matusalén engendró a Enoc y de Enoc adelante,
la raza humana comenzó a rebalsar. Y cuando
Noé engendró a Sem, Cam y Jafet, la raza humana
ya era masa. Porque los hijos de Jafet fueron
Gomer, Magog y Madai.
Y Javen y Tubal.
Y Mosoc y Tiras y Asanes.
Y Rifat y Elisa y Tarsis.
Y Gus y Fut y Mesraím.
Y cada uno de ellos tuvo miles de hijos, y la tierra
se pobló de rostros. Tuvieron millones de hijos
cada uno, y la tierra se pobló de miseria...
(Silencio total, y, de pronto, muy desvalido.)
NIÑITA. Juanito, ¿te cuento el cuento de todos los
árboles?
NIÑITO. Cuenta.
NIÑITA. Todos los árboles tenían miedo a las
hormigas... (Surge la voz de Meyer, desde arriba.)
MEYER. (Arriba.) ¡Basta, basta! ¡Yo lo maté! ¡Yo lo
maté!
PIETÁ. (Arriba.) Lucas, ¿qué te pasa?
MEYER. ¿Qué... qué pasa? ¡Yo lo maté, mujer!
¡Rompen toda la casa! Están en todas partes...

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PIETÁ. ¿Quiénes, Lucas? Despierta, hombre.
Descansa. Has tenido una pesadilla.
MEYER. (Se oye movimiento arriba.) ¿Una
pesadilla? ¡Oh! Los niños, ¿dónde están?
PIETÁ. En sus piezas, durmiendo, hombre.
¿Dónde v as?
MEYER. (Se abre una puerta.) Bobby, ¿estás ahí,
niño?
BOBBY. ¿Qué pasa, papá?
MEYER. ¡Oh, Dios! (Se abre otra puerta.)
¿Marcela?
MARCELA. ¿Papá?
MEYER. ¡Oh!
PIETÁ. ¿Qué cosa terrible soñaste, hombre?
Ven, vuelve a tu cama. ¿Dónde vas, Lucas?
(Meyer baja la escalera. Enciende la luz y mira
con cautela por todos lados. Va hacia la ventana
y la abre. Mira afuera. Pietá lo sigue. También
vienen Marcela y Bobby, poniéndose una bata.)
MEYER. ¡Oh, hijos!, vengan... (Los abraza.)
Llenaban toda la casa, hijos. Estaban en todas
partes, rompiendo todo, llevándose todo. ¡Oh,
Dios mío! Te ibas a las colinas, mujer. Tú también,
hija.
MARCELA. (Ríe.) ¿A las colinas, papá? ¿A hacer
qué? ¡Qué ridículo!
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MEYER. A arar... A arar, hija... Y tú, mujer, me
dejabas...
PIETÁ. ¿Yo, dejarte? (Ríe. Todos ríen.) ¡Qué
tonterías, Lucas!
MEYER. (Riendo.) Sí, Pietá, me dejabas.
PIETÁ. ¿Quién era esa gente que se llevaba todo,
Lucas?
MEYER. Nadie... Nada, mujer. Sueños, nada más.
Ya pasó todo.
PIETÁ. Sí, ya pasó todo. Ven a acostarte.
MEYER. Sí. (La sigue hacia la escalera.) Sin
embargo..., todo seguía una lógica tan precisa,
un plan tan bien trazado. Como si en caso que
sucediera...
PIETÁ. ¿Sucediera qué?
MEYER. Creo que una vez tuvimos a un
obrero de apellido Mirelis en la fábrica. Sí, se
llamaba Mirelis. Esteban Mirelis, ahora lo
recuerdo. Voló porque se robó una lima. Tal vez
procedimos con ligereza en ese asunto.
MARCELA. ¿Y quién era Esteban Mirelis en tu
pesadilla, papá?
MEYER. ¡Oh, no importa, hija! Un pirata griego.
Un salvaje que merodea los mares, con su pata de
palo y sus mástiles cargados de buitres. (La
abraza.) Lo importante es que nada ha pasado
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y estamos todos juntos otra vez. (Toma del
brazo a Bobby.) Imagínate, hijo, que en el sueño
de tu padre, Gran Jefe Blanco, el portero albino
de tu universidad, quemaba tu casaca de cuero
en una gran pira de fuego en medio del patio y
todo el mundo miraba, sin hacer nada. Cosas que
sueña tu padre. (Lo chasconea.) Vamos...
BOBBY. (Se detiene.) Papá...
MEYER. ¿Sí, hijo?
BOBBY. Eso sucedió ayer... Eso fue cierto...
MEYER. ¿Qué, hijo?
BOBBY. Gran Jefe Blanco... Ayer... Cuando
salíamos de clases... Estaban en el patio de la
universidad, calentándose las manos artríticas
sobre una pira hecha de la ropa de mis
compañeros. Estaba parado, en medio del
patio, mirando arriba, a los pasillos, sin que
nadie se atreviera a moverse, papá. Su mirada
era tan desafiante que nadie se movió... Rector,
profesores, nadie. ¿Fue eso lo que soñaste? ¿Fue
eso, papá? (Los cuatro están ahí, en medio de la
habitación,
mirándose, cuando, al fondo, en la ventana
que da al jardín, cae un vidrio con gran
estruendo y una mano penetra, abriendo el
picaporte).
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