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Morris Desmond El Hombre Desnudo PDF
Morris Desmond El Hombre Desnudo PDF
EL HO M BRE D E S N U D O
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Planeta
Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo
permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados
ISBN 9780224080422
Composición: Ormograf, S.A.
ISBN-13: 978-84-08-08599-7
ISBN-10: 84-08-08599-9
ISBN-13: 978-958-42-2172-8
ISBN-10: 958-42-2172-8
b ib lio te c a u is
Introducción 7
1. La evolución 9
2. El cabello 34
3. La frente 60
4. Las orejas 70
5. Los ojos 82
6. La nariz 91
7. La boca 110
8. La barba 127
9. El bigote 149
10. El cuello 156
11. Los hom bros 173
12. Los brazos 180
13. Las manos 1&8
14. El pecho 208
15. El vientre 216
16. La espalda 229
17. Las caderas 239
18. El vello púbico 247
19. El pene 252
20. Los testículos 276
21. Las nalgas 292
22. Las piernas 301
23. Los pies 309
24. Las preferencias 329
Bibliografía 338
Introducción
La evolución
U!S
No existe forma de vida que haya provocado mayor impacto
cu este planeta que el macho hum ano. Exploradores, inventó
le., constructores, guerreros y silvicultores han sido, en su
amplia mayoría, machos, y en calidad de tales han cambiado
11 superficie de la Tierra hasta un punto tal que hace que el
BIBLIOTECA
testo de las especies parezcan insignificantes. En los mares,
deberían ocupar un segundo lugar tras los organismos humil-
tles i|iie construyeron los enormes arrecifes coralinos, pero en
l.i i ierra el macho hum ano reina con supremacía, tanto como
dest ructor de elementos naturales como en calidad de construc-
i «»1 de elementos artificiales. ¿Qué tiene el macho hum ano
»111»■haya hecho que su legado sea tan radicalmente distinto al
•I» <>i ras lormas de vida, incluida la hem bra humana? Para ha
ll. n la respuesta, tendremos que regresar a los tiempos prehis-
i<»i h os y observar los desafíos a los que tuvo que enfrentarse el
l'i uncí hombre y que contribuyeron a moldear su personali
dad única.
( aiando nuestros ancestros descendieron de los árboles,
abandonaron una dieta de frutas, nueces y raíces por la que
también se debatían otros monos y primates, y empezaron a
i a/ar y a comer carne como parte de su modo de vida, estaban
i n una desventaja considerable. Al dar este paso espectacular
IO EL H O M B R E D E S N U D O
lien de pensar que los hijos que tienen a un extraño por padre
constituyen una rareza. Pero no es lo que han demostrado las
pruebas.
Las pruebas de paternidad por A D N se introdujeron por
primera vez en 1995-1996 como un método para resolver las
disputas por paternidad sin necesidad de recurrir a los tribu
nales. Las cifras obtenidas a lo largo de un período de siete
años (1998-2004) en Gran Bretaña afirmaron que 16 de cada
100 niños tenían un padre biológico que no era el «marido»
que les había criado como propios. Las pruebas de paternidad
realizadas en Irlanda del N orte arrojaron resultados práctica
mente idénticos, pues sólo diferían un 0,2 por ciento. Las ci
fras eran más altas de lo que nadie podía esperar.
En Estados Unidos, se ha cifrado en un 10 por ciento el
índice de paternidades falsas. En Alemania, el instituto Max
IManck afirmó: «El índice de falsa paternidad en los “m atri
monios monógamos estables” va de uno de cada diez con el
primer hijo a uno de cada cuatro con el cuarto.»
Un estudio más amplio de nueve grandes zonas (Gran
Bretaña, Estados Unidos, Europa, Rusia, Canadá, Sudáfrica,
Sudamérica, Nueva Zelanda y México) reveló cálculos que va
riaban del 1 al 30 por ciento. Una variación tan considerable
dio que pensar, y se apuntó la posibilidad de que se hubieran
basado en muestras erróneas. El problema parecía surgir del
hecho de que, en muchos de los informes, las cifras se basaban
en casos en los que ya se había cuestionado previamente la pa
ternidad, y existía cierta duda acerca de la identidad del padre.
Si se ignoraban dichos estudios, entonces las cifras eran m u
cho menores. La investigación concluyó: «El resto de la inves
tigación mostró una pauta de discrepancia paterna del 3,7 por
ciento, o poco menos de uno por cada 25.»
Volviendo a las dos estrategias de apareamiento del ma
cho hum ano, eso significa que, incluso en una sociedad que
22 EL H O M B R E D E S N U D O
El pelo que crece sobre la cabeza del hom bre es una de las ca
racterísticas más extrañas de su cuerpo. Imaginen lo que debió
de ser para nuestros ancestros, antes de que hubiera peines y
cepillos, tijeras y navajas, sombreros y ropas. D urante más de
un millón de años anduvieron por ahí prácticamente desnu
dos, con el cuerpo cubierto de una espesa mata de pelo. Aun
que el vello del tronco y de los miembros fue desapareciendo
y exponiendo la superficie de la piel al contacto con el aire, el
pelo de sus cráneos brotó como una mata o como un m anto
largo. El resto de los primates debían de sorprenderse ante esa
protuberancia pilosa indomeñable. ¿Qué clase de simio era
aquél?
La pregunta en sí lleva implícita la solución al acertijo de
por qué las especies humanas tienen pelo en el cráneo. La res
puesta es que nos distinguió mucho de las otras especies de
primates. Era nuestra señal específica, visible en la distancia.
Las cabezas peludas sobre cuerpos lisos y desnudos nos iden
tificaban inm ediatam ente como seres humanos. Nuestras ex
travagantes trenzas ondeaban como una bandera.
Es fácil olvidar hoy todo eso, puesto que la m oda ha de
term inado que el pelo del cráneo es una característica más que
define los géneros. En casi todas las culturas, los hombres y las
EL CABELLO 3 5
heza hum ana. Esta barrera crea una zona intermedia de aire
estancado que contribuye a impedir el calentamiento excesivo
ile la cabeza. Sin embargo, si dicha zona intermedia funciona
i on tanta eficiencia en los climas cálidos, es dudoso que sea
igual de útil en las temperaturas frías, donde el aire estancado
debería funcionar como capa aislante.
Observando el cabello ondulado de los caucásicos, se po
nen de manifiesto dos problemas más. Para empezar, el pelo
i .incásico es m uy variable, va del liso al rizado, sin referencia
alguna al entorno para sus variedades. En segundo lugar, los
caucásicos viven bien en un amplio muestrario de hábitats,
que van de las heladas tierras norteñas de Escandinavia al ar
diente calor de Arabia y la India. Tenemos un problema pare-
i ido con el pelo liso de los orientales. M uestra pocas variacio
nes, aunque cubre una amplia franja de norte a sur del globo.
El principal argum ento contra dichas objeciones es que
Lis recientes migraciones de los seres hum anos alteraron el
modelo original. Supongamos, por un m om ento, que al prin
cipio la gente que vivía en países cálidos tenía el pelo rizado;
los de países templados, ondulado, y los de los países fríos,
liso. El pelo rizado evitaría la exposición de la cabeza al sol sin
*olgar a ambos lados para im pedir el sudor en la nuca y los
hombros. El pelo largo y liso funcionaría como una capa que
i ubre la nuca y los hom bros, y los m antiene calientes. Y el
pelo ondulado sería la solución de com promiso entre ambos
extremos, adecuado para una zona interm edia. Desde esta
perspectiva, las m ultitudinarias migraciones provocaron al
teraciones genéticas en el tipo de pelo para adaptarse al nue
vo clima.
La explicación tiene sentido, pero no pasa de ser una su
posición. El hecho de que los tres tipos de cabello tengan un
iispccto diferente también pudo tener que ver. Si en algún m o
mento de nuestro remoto pasado las tres grandes razas de la
44 EL h o m b r e d e s n u d o
Por encima de todo, están las muchas horas que los pro
fesionales del peinado, barberos y peluqueros, dedican al ca
bello. Trascienden, con mucho, los cuidados propios de la
limpieza, e incluso de la ornam entación y la exhibición. Nos
retrotraen a esos tiempos primitivos en que, a la manera de
nuestros parientes cercanos los monos y los simios, nos pasá
bamos horas aseándonos el pelo los unos a los otros. Com o en
el caso de todos los primates, esta actividad suponía mucho
más que bienestar; era una manera de fomentar la cordialidad
y la cercanía entre los miembros del grupo. Se trataba de un
i ontacto cuidadoso, no agresivo, con otro ser, y proporciona
ba un profundo sentimiento de gratificación. Se trata de la
misma sensación agradable que sienten hoy, millones de años
después, los que se dan el lujo de poner el cuidado de su ca
bello en manos de un peluquero.
Existen algunos peinados masculinos que merecen una
atención especial. El más extravagante es el de Aaron Studham,
de Massachusetts, un adolescente que lleva una cresta de mo-
Iticano de 61 centímetros de alto. Tardó seis años en crecerle y,
m m o las cacatúas, puede llevarla erguida o caída. Cuando la
lleva para arriba, tarda cuarenta y cinco minutos en prepararla,
v utiliza cantidades ingentes de laca.
El estilo mohawk ha hecho furor entre los hombres extra-
vert idos y es siempre muy comentado, dada su forma extraña,
ion el cabello del centro excesivamente largo y el de los lados
muy corto form ando una cresta. Se basa en el estilo adoptado
por los guerreros amerindios de las tribus mohawks, y tiene la
ven taja de que aum enta la estatura de quien lo lleva.
Pese a que es muy poco frecuente, el mohawk se ha con
ven ido en un estilo de culto, que ya se ha ramificado en varios
subestilos. Está el mohawk «de las puntas de la libertad», que
se corta en púas como las de la corona de la estatua de la Li
bertad. En el dreadhawk, el cabello de la cresta forma rastas,
56 EL H OMB R E D E S N U D O
en las razas de piel oscura, para que los movimientos de las ce
jas sean claramente visibles para los demás.
Se acostumbra a decir que las cejas actúan como deflec-
tores, y evitan que los líquidos se nos cuelen en los ojos cuan
do sudamos o cuando llueve, pero basta con observar los es
fuerzos de un deportista exhausto por limpiarse el sudor de la
frente para com prender que, al menos para tal fin, resultan de
poca ayuda. Podemos afirmar, con poco margen para la duda,
que la función primigenia de esas peculiares pequeñas exten
siones de vello superciliar, como se define técnicamente a las
cejas, consiste en realidad en indicar los cambios de estado de
ánimo del individuo que las posee.
Las cejas del hom bre son más espesas y más gruesas que
las de la mujer y contienen más pelos, lo que sugiere que, tal
vez, los hombres tienen más necesidad de expresar sus esta
dos de ánimo con claridad. Existen cuatro músculos expresi
vos que controlan la posición de las cejas. El frontalis eleva la
ceja, creando arrugas horizontales en la piel de la frente. El
orbicularis oculi cierra los párpados y acerca las cejas a los
ojos. El corrugator superiocili mueve las cejas arriba y abajo en
la parte interna, creando surcos entre los ojos. El proceros baja
las cejas.
Utilizando los músculos según distintas combinaciones
se pueden com poner las siguientes expresiones faciales:
ion el pene hum ano, tam bién carnoso y sin hueso. A los tu-
lores de los niños de las familias reales de Oriente, a los que
110 se les perm itía castigar a los jóvenes príncipes físicamente,
se les perm itía tirarles de las orejas cuando se comportaban
mal porque se consideraba que, con ello, no sólo se les casti
gaba, sino que también se contribuía a alargarles el pene y do
larles de mayor vigor sexual.
O tra extraña superstición que viene de antiguo es la de
agujerearse las orejas para llevar pendientes. En tiempos pri
mitivos, la gente temía a los espíritus malignos, fuerzas dem o
níacas que intentaban entrar en el cuerpo hum ano a través de
( ualquier orificio. Se consideraba que el canal auditivo era es
pecialmente vulnerable y había que protegerlo. No podían
Moquearlo porque eso hubiera dificultado la audición, de
modo que lo más parecido a ello consistía en colocar algo pre-
<ioso, algún pequeño tesoro de oro o de plata, tan cerca de la
oreja como fuera posible. La idea suponía que cuando el de
monio avanzara furtivamente hacia la oreja, para adentrarse
en el incitante canal que le llevaba a la cabeza de su víctima,
repararía en el reluciente metal y, o se distraería con su belle
za, o le repelería su magia metálica. Así, los primeros pen
dientes no se utilizaban como mero adorno sino que poseían
Iunieres protectores.
Sabemos que la costumbre de agujerear las orejas data,
m ino mínimo, de hace cinco mil años, porque un cuerpo
momificado con esa antigüedad que hallaron congelado en
mi glaciar austríaco en 1991 tenía unos agujeros considera
bles en los lóbulos de las orejas. Al parecer, ésta es la modali
dad de body-piercing más antigua que han practicado los seres
humanos.
I .n la antigüedad, se preferían los pendientes pesados que
ensanchaban el orificio, pues se consideraba que tener las ore-
|as largas era signo de sabiduría y de talante compasivo. Si ob
7 4 EL H O M B R E D E S N U D O
UIS
mensaje es muy distinto. Indica que algo es especialmente
bueno o delicioso y se utiliza tanto aplicado a las chicas como
.1 la comida. Es evidente que, en Portugal, los italianos esta
rían perplejos ante las reacciones a su insulto consistente en
tocarse la oreja. Mientras que, en Italia, los portugueses corre
BIBLIOTECA
rían el riesgo de acabar en el hospital tras haber utilizado el
elogio de tocarse la oreja.
La interpretación de un español sería totalm ente distinta.
Para ellos, tocarse la oreja significa que alguien es un gorrón,
un fastidio que va de bares dejándose invitar a copas sin pagar
nunca una ronda. Deja a sus amigos colgados como si fuera el
lóbulo de una oreja. En Grecia y en Turquía, el gesto de to
carse la oreja suele significar que, quien lo hace, te tirará de las
orejas a la m enor ocasión. Para los niños, es un aviso de que
serán castigados. En Malta, significa que hay alguien espian
do, que es «todo orejas» escuchando lo que decimos. En Es
cocia, es un gesto de incredulidad: «No doy crédito a lo que
estoy oyendo.» Es un gesto con muchos significados, que dota
.1 las orejas de varios simbolismos, asociaciones que cambian
según la zona y que, en algunos lugares, son totalmente des
conocidas.
Existe también un peligroso gesto con las orejas que re
sultaría ofensivo en algunos lugares de O riente Medio, espe-
i i.tímente Siria, Arabia Saudí y Líbano. Se le denom ina el aba
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|>or lo que las orejas sufrían grandes daños, aunque había nor
mas estrictas que prohibían reforzar las correas de cuero que
los boxeadores llevaban atadas a los puños. Incluso hubo un
boxeador al que llamaban Otothladias, que significa orejas de
coliflor.
C on el paso de los años, los torneos de boxeo de la anti
güedad se hicieron cada vez más salvajes y los luchadores in
sertaban todo tipo de aros metálicos, e incluso pinchos metá
licos, en las correas de sus puños. No es de extrañar que dicha
artillería causara daños en las delicadas orejas y que, a medida
i|iie fue aum entando la ferocidad de los artilugios metálicos,
se extendiera la costumbre de cubrirse llevando un casco con
protecciones especiales para las orejas a ambos lados.
CAPÍTULO 5
Los ojos
yos artistas tam bién se pintaban los ojos, pero ahora de una
forma exageradamente excesiva.
En el cine, Alex, el personaje central de la violenta obra
maestra de Stanley Kubrick La naranja mecánica (1972), lle
vaba un elaborado maquillaje en el ojo derecho, incluidas
unas enormes pestañas postizas pintadas directamente sobre
la piel que rodea el ojo. D ado que el joven incorporaba el per
sonaje de un gamberro salvaje, no había riesgo de que su re
buscado maquillaje quedara afeminado. Por el contrario, ha
bía algo extrañamente estremecedor en él, y combinaba la
prolija atención al detalle de la cosmética con una brutalidad
irreflexiva.
Recientemente, durante los primeros años del siglo xxi, se
ha vuelto a los detallados maquillajes de los actores, tales
como Johnny D epp en películas en las que interpreta a un
pirata bravucón. Algunos comentaristas criticaron a Depp
porque parecía una drag queen en un papel que era el de un
desafiante hom bretón, pero él defendió su utilización del ma
quillaje, aduciendo: «El kohlera por la costumbre de los atletas
de pintarse de negro la parte inferior del ojo para evitar los
reflejos. Pensé en las tribus del norte de África, en los berebe
res, que se lo han aplicado durante miles de años, porque es
medicinal y porque protege sus ojos del sol y la arena.» Las
observaciones de Depp nos remiten al antiguo Egipto.
A veces, las rarezas de los ojos masculinos son muy codi
ciadas. Una de las primeras «pólizas de seguro de los famosos»
lúe la que contrajo la estrella del cine m udo hollywoodiense
Ben Turpin, cuyo éxito residía en su pronunciado estrabismo.
A principios de los años veinte, firmó una póliza con la ase
guradora Lloyd’s de Londres que le garantizaba una prima de
25.000 dólares en el caso de que se le corrigiera el estrabismo,
lanta precaución se nos antoja innecesaria pero le preocupa
ba que, dado que se había quedado bizco a consecuencia de
8 8 EL H O M B R E D E S N U D O
La nariz
lidad que las tribus que viven, por ejemplo, en las regiones
desérticas del norte de Africa tengan la nariz mucho más lar
ga y prom inente que los que viven en las zonas cálidas y hú
medas del centro del Africa occidental.
De modo que, resumiendo, la nariz hum ana es un ejem
plo de arm adura ósea, un escudo de agua, un atrapapolvo,
una unidad de resonancia y de aire acondicionado. Además,
naturalmente, es el órgano que nos permite detectar los olores
y hedores, las fragancias y pestilencias, y los perfumes y pu
trefacciones del m undo que nos rodea. Cierto es que la mayor
parte de la información sobre el m undo exterior la recibimos
a través de nuestros ojos y nuestras orejas, pero hay m om en
tos en que éstos no nos sirven.
D urante los silenciosos, íntimos momentos en la oscuri
dad, cuando se habla poco y se ve menos, nuestra narices se
tornan excepcionalmente sensibles a los olores corporales de
nuestras parejas. Dichas respuestas pueden ser tan primarias
que ni siquiera somos conscientes de que estamos detectando
unas fragancias que, sin embargo, son un potente excitante. El
macho tendrá una respuesta inconsciente y rotunda a las se
creciones de las glándulas de olor de la hembra, y esas glándu
las incrementarán su producción durante la excitación sexual,
l odo ello pasa desapercibido para la parte alta del cerebro del
macho cuando emprende los juegos sexuales preliminares,
pero sus partes bajas están completamente alerta.
En los momentos menos agradables, cuando nuestros
ojos no ven nada raro y nuestras orejas no detectan ningún so
nido amenazante, la nariz puede emitir la señal de alarma, y
alertarnos de que algo pasa, que estemos en guardia. Es lo que
ocurre cuando olemos a chamusquina, por ejemplo, pero aún
no vemos el fuego. O cuando proferimos una mueca de asco
ante un hedor cuya procedencia no conocemos. En este últi
mo caso, probablemente nos fastidiará que la nariz nos ex
9 4 EL H O M B R E D E S N U D O
peí cuché revela que las narices más célebres son pequeñas. En
nuestro siglo, esta tendencia incluso se ha radicalizado. Por lo
que cabe preguntarse a qué es debido.
Para comprender el declive de la nariz, en términos esté
ticos, deberíamos remitirnos a las probóscides con las que nos
abrimos paso en el m undo. Cuando somos unos bebés, nues
tras narices son menudas y redonditas. A lo largo de nuestra
infancia, esas pequeñas protuberancias van creciendo en pro
porción al resto de la cara y alcanzan su máximo tamaño
cuando somos adultos. De m odo que una nariz pequeña
equivale a una nariz joven. Si le sumamos el culto a la juven
tud, la consecuencia está clara: cuanto más pequeña sea la na
riz, más jóvenes parecemos.
La situación se agudiza en el rostro de la mujer, porque
en general la nariz de los hombres es mayor que la de las m u
jeres. Así, para ser femenina y juvenil es doblemente im por
tante tener una nariz pequeña. No obstante, para el hombre
de hoy, tener la nariz redondita o pequeña, chata, significa
conservar el aspecto de un muchacho. Eso les hace parecer
más juveniles y menos dominantes, lo que sintoniza con los
gustos posfeministas. Un hombre con una nariz poderosa
mente desafiante, que sobresale de él como la proa de un bar
co, no se ajusta al canon de un compañero atento y cariñoso.
La nariz soberbia y aquilina de los galanes rompecorazones de
los inicios del cine, como John Barrymore, es muy distinta
de la nariz de bebé de un Brad Pitt de hoy, por ejemplo.
Los cirujanos plásticos señalan que el número de hombres
que solicitan intervenciones va en aumento, y que la remo
delación de la nariz o rinoplastia es la más frecuente. Según la
Sociedad Americana de Cirugía Plástica Estética, el 24 por
ciento de las operaciones de nariz (rinoplastias) se les practican
a los hombres. Lo que antes era territorio exclusivo de las m u
jeres se ve invadido hoy por un número creciente de hombres
LA NARI Z 9 7
¿Pequeña, mi nariz?
[...]
¡Diréis enorme!
Chato de chicha y nabo, desnarigado informe,
I O O EL H O M B R E D E S N U D O
La barba
ja usanza empezaron a notar que los gays les seguían por las
calles con propósitos inequívocos. Horrorizados, se apresura
ron a afeitarse lo que otrora había sido una insignia de macho
y en esas ciudades se inauguró un nuevo sentido de la exhibi
ción del bigote.
Para algunos hombres, los bigotes son m otivo de orgu
llo, llegando a constituir una obsesión. Com o ocurre con las
barbas, hay varios clubes de bigotudos cuyos miembros se
reúnen y participan en concursos internacionales para deci
dir quién tiene los mejores bigotes. Se localizan en once paí
ses (Alemania, Bélgica, Estados Unidos, Francia, Gran Bre
taña, Holanda, Italia, Noruega, Suecia, Suiza y Ucrania). Los
campeonatos anuales se celebran cada año en una ciudad
distinta.
Uno de los grupos de bigotudos más famosos es el H and-
lebar Club. Lo fundaron en 1947 en el camerino del actor
Jimmy Edwards en el famoso W indm ill Theatre del Soho lon
dinense. El objeto del club era, y sigue siendo, «reunir a los
portadores de bigote [...] para relacionarnos e intercambiar
puntos de vista en un ambiente distendido.» Siguen reunién
dose hoy en día, en el W indsor Castle Pub de Londres, y or
ganizan encuentros internacionales con otros grupos tales
como el Svensk M ustaschklubben (El Club de Bigotudos Sue
co), de Malmó, De Eerste Nederlandse Snorrenclub (El Pri
mer Club de Bigotudos Holandés), de Lelystad, el Snorren
club Antwerpen (El Club de Bigotudos de Amberes), y otras
asociaciones de todo el m undo.
Una de las características notables de estos portadores de
superbigotes es que algunos hacen trampas. No es que se atre
van a adornar sus caras con bigotes postizos, sino más bien
que el verdadero vello que utilizan en realidad no es estricta
mente del labio superior. Algunos de los apéndices más espec
taculares se hallan en los rostros de hombres que disponen el
152 EL H O M B R E D E S N U D O
el libro. Una de las cuestiones era: «¿Qué piensa del auge del
comunismo durante los últimos cien años?» A lo que Dalí re
plicó: «Desde el punto de vista del vello facial, ha supuesto
una decadencia continuada.»
La excéntrica preocupación de Dalí por su famoso bigote
no tenía límites. En una ocasión, Igor Stravinsky, el composi
tor ruso, se encontró al artista en los pasillos de un hotel de
Nueva York. Le sorprendió observar que Dalí llevaba una
campanilla de plata en la mano como las que llevan los sacer
dotes cuando van a casa de un m oribundo a darle la extre
m aunción. Cuando Stravinsky le preguntó para qué llevaba
esa campanilla, Dalí le respondió: «La llevo para hacerla sonar
y que la gente se fije en mi bigote.»
Uno de los bigotes más impresionantes pertenece al hin
dú Ram nath Chaudhary, quien está encantado de exhibir sus
casi dos metros de mostacho para entretener al público. Afir
ma que llegó a medirle 3 metros 35 centímetros pero, cuando
murió su padre, tuvo que cortarse el pelo y que apenas le está
creciendo de nuevo, en pos de su vieja gloria.
Al parecer, existe una conexión entre la India y los bigo
tes largos. Kalyan Ramji Sain llevaba un bigote de 339 centí
metros. En Ahmedabad, en la India occidental, Badamsinli
Juwansinh Gurjar, de sesenta años, tenía un bigote de 381
centímetros en 2004, tras haber dejado de cortárselo duran
te veintidós años. Badamsingh G urjar Khatana, de sesenta y
un años, procedente de Kemri, en Rajastán, afirma haber su
perado dicha cifra con un bigote de 412 centímetros. El bi
gote, que no había visto navaja ni tijeras durante veintiséis
años, no recibe más cuidados que los aceites que él le aplica
por las mañanas. Su propietario explica la fascinación asiáti
ca por los bigotes largos diciendo que los hombres de su pue
blo se enorgullecen de sus mostachos como símbolos de mas
culinidad. Con dos esposas, catorce hijos y ese bigote tan
EL B I G O T E 15 5
El cuello
El cuello del macho hum ano es más corto, más grueso y más
fuerte que el de la hembra humana. Dicha diferencia evolucio
nó probablemente dada la importancia de que el macho caza
dor primitivo tuviera un cuello más poderoso, menos frágil o
quebradizo, cuando se enzarzaba en la potencialmente peligro
sa tarea de reducir a una presa de gran tamaño. En la actuali
dad, el uso de esa fuerza superior es mucho más limitado, pese
a que todavía puede marcar la diferencia entre perder o ganar
para un campeón de boxeo o de lucha libre. Se utilizan las ex
presiones «cuello de toro» o «cuello de cisne» para marcar la di
ferencia entre el cuello del hombre y el de la mujer.
El cuello es una pieza de la anatomía muy versátil, y pro
porciona ese vínculo vital entre la importantísima cabeza y el
resto del cuerpo. Todo lo que comemos o bebemos pasa a tra
vés de su estrecho canal, desde la boca, camino del estómago.
Todos los mensajes de nuestro cerebro tienen que pasar por el
cuello para llegar al resto del cuerpo. Nuestra respiración pasa
por el cuello para adentrarse en nuestros pulmones. El corazón
bombea la sangre que llega al cerebro y la hace pasar a través
del cuello. Y todos los movimientos de la cabeza, cada ladeo,
giro, sacudida y gesto de asentimiento, tiene que orquestarse
en los poderosos músculos del cuello. Así, el cuello proporcio-
EL C U E L L O I5 7
jado testimonios en los que dicen haber visto las cabezas de
capitadas com poniendo expresiones faciales con la boca, m o
viendo los ojos y pestañeando.
En el arcano m undo de las prácticas ocultas, como el
vudú en H aití, se cree que el alma de un hom bre se halla en
su nuca. Lo que equivale a decir que el cuello es una parte del
cuerpo preciosa y necesita de cuidados especiales. Eso explica
que llevaran collares antes de que fueran ornamentales. Se
empezaron a utilizar porque se les atribuían poderes de pro
tección de esta parte vital de la anatomía hum ana frente a las
influencias hostiles, como el mal de ojo.
En tiempos modernos, los collares decorativos son, prác
UIS
ticamente, prebendas femeninas. A lo largo de los siglos, los
hombres han ido variando entre distintos tipos de ornam en
taciones en el cuello, la corbata o la pajarita. En términos
freudianos, la corbata siempre se ha considerado un símbolo
del pene, y la espectacularidad o la discreción de la corbata en
BIBLIOTECA
particular siempre se ha interpretado como una indicación in
consciente de la actitud de quien la lleva respecto de las prác
ticas sexuales. Se ha llegado a decir que la forma terminada en
V de la corbata es como una flecha que señala el pene tal cual,
como si nos recordara su verdadera importancia.
Para algunas feministas, lucir una corbata es equivalente
.1 hacer gala del tamaño del pene. La jefa de una oficina en
Alemania incluso ordenó a sus oficinistas masculinos que se
quitaran las corbatas, una prohibición que no resultó muy
bien acogida.
Otros ven en la corbata el símbolo del control burocráti
co de la clase dirigente. U n comentarista lamentaba que «la
corbata le recuerda constantemente a quien la lleva que quien
le contrata [...] le tiene cogido por el cuello. La corbata fun
ciona como el aro en la nariz del toro o el bocado entre los
dientes de un caballo. U na corbata es una cuerda alrededor
162 EL H O M B R E D E S N U D O
piel del otro para invitarle a tom ar una copa, pero sólo se rea
liza entre viejos amigos. Se considera grosero hacérselo a un
extraño.
El gesto de cortarle la cabeza a alguien es una señal ame
nazante, por el que un hombre se hace a sí mismo lo que le
gustaría hacerle a otro. Cruza horizontalmente sobre su cuello
el índice estirado, im itando el movimiento de una navaja
cuando corta el cuello de alguien. También existe la versión en
la que se utiliza la mano plana. Es popular en los estudios de
televisión, cuando se ha terminado el tiempo, para indicar que
quien habla debe detenerse inmediatamente o le van a cortar.
Agarrarse el cuello es otro de los gestos que el hom bre se
hace a sí mismo cuando quisiera hacérselo a otra persona. El
mensaje exacto varía según los lugares. En muchos casos, la
acción significa: «Te voy a estrangular.» En otros, sin embar
go, la misma acción puede indicar suicidio, el de quien lo
hace o el de otra persona. En Italia, lo más probable es que se
entienda: «Estoy hasta aquí» y «Ya tengo bastante.» En Suda-
mérica significa que han pillado a alguien y le han encarce
lado, o que lo que estás haciendo puede conducirte a la cárcel.
En Norteam érica lo utilizan los deportistas para decirse que
han hecho algo mal. La Cruz Roja norteamericana también
ha sugerido la utilización de dicho gesto en tanto que signo
oficial para un hom bre que se está ahogando literalmente. Si,
por ejemplo, se atraganta con un pedazo de comida, tiene que
hacer ese gesto con la mano, aunque el problema estriba más
bien en que, como la acción tiene significados tan distintos
según el lugar, tal vez no le entiendan. Mientras los que le
contem plen estén intentando interpretar su gesto frenético,
puede solucionar su problema poniéndose azul, una señal que
da lugar a pocos equívocos.
Además de estos gestos de la mano con el cuello, existen
otros que no incluyen la mano, sino que los músculos de la
EL CUE L LO 167
Los hombros
bres que se encuentran. Com o allí hace tanto frío, llevan unas
ropas tan gruesas que los gestos de contacto al uso o son difí
ciles de hacer o no causan gran impresión. Por ello, los hom
bres esquimales adoptaron la costumbre de agacharse leve
m ente y golpearse abiertamente los hom bros entre sí a modo
de saludo cordial.
U n cuarto gesto es el abrazo que los malayos se dispensan
a sí mismos. El hom bre cruza los brazos sobre su pecho y se
agarra los hombros. Se trata de un saludo respetuoso en la cul
tura asiática en que es costumbre evitar el contacto con el
cuerpo del otro. Q uien realiza ese gesto está expresando: «Te
ofrezco este abrazo, pero me lo hago a mí mismo para no in
vadir tu espacio.»
El quinto gesto es encogerse de hombros, ampliamente
utilizado como señal de indiferencia. Se levantan los hombros
brevemente, adoptando la posición de un jorobado, y luego se
bajan de nuevo, y el mensaje transm itido es «No lo sé» o
«¿Qué puedo hacerle yo?», o algún otro reconocimiento de ig
norancia o de impotencia. Adm itiendo nuestra ignorancia es
tamos rebajando m om entáneam ente nuestro estatus y, m ien
tras éste baja, nuestros hombros se elevan.
Encogerse de hombros se utiliza muchísimo en los países
mediterráneos, o en países con raíces mediterráneas. Es mucho
más raro en Oriente, especialmente en Japón, donde las cos
tumbres locales inhiben poderosamente los movimientos corpo
rales relacionados con las emociones. No obstante, recientemen
te, con la introducción de influencias occidentales, incluso los
japoneses están cambiando. Se cuenta que no hace m ucho se
escuchó a un anciano japonés comentar: «Nuestros jóvenes es
tán empezando a encogerse de hombros.»
Originalmente, encogerse de hombros es una postura de
fensiva. Cuando nos atacan físicamente, o creemos que al
guien o algo va a golpearnos, encorvamos los hombros con un
LOS HO M B R O S I 79
Los brazos
USS
apocrinas, pese a lo que sus secreciones provocan una intensa
respuesta en las mujeres durante el contacto corporal. Las
mujeres que olisquean los cuerpos desnudos y recién lavados
de sus compañeros masculinos sucumbirán a la influencia de
estas señales olfativas primarias, aunque no conozcan su ori BIBLIOTECA
gen. El hom bre que tom a un baño o se ducha antes del en
cuentro sexual y que, a m odo de preparación de últim a hora,
rocía sus axilas de desodorante, se priva de la asistencia de esta
antigua forma de estimulación erótica.
Experimentos controlados recientes han demostrado
más allá de toda duda la importancia de estas glándulas sudorí
paras masculinas. H a quedado probado que las feromonas
que producen influyen en el equilibrio horm onal de las m u
jeres. Uno de los experimentos consistió en recoger sudor
fresco de las axilas de los hom bres que se prestaron volunta
rios en una serie de muestras. Después, una serie de volunta
rias olieron esas muestras a lo largo de seis horas. Las mujeres
afirmaron sentirse más relajadas y menos tensas que antes del
experimento. Más im portante aún, se produjo un aum ento
184 EL H O M B R E D E S N U D O
bricar las puntas de las crestas, aunque creamos tener las ma
nos secas.
Una vez formadas, nuestras huellas dactilares serán las mis
mas hasta nuestra muerte, por lo que constituyen un método fá
cil para identificar al individuo. Los cortes o las quemaduras me
nores no suponen ninguna diferencia. El modelo de huellas
dactilares vuelve a crecer exactamente igual que antes de la heri
da. Sólo los cortes muy profundos dejan cicatrices permanentes.
En la parte superior de la punta de los dedos hallamos la
dureza de las uñas, que ayuda a las manos de dos maneras. En
primer lugar, actúan como armadura local, que protege la
punta de los dedos. Q uien haya perdido una uña a conse
cuencia de un golpe u otro accidente sabrá que, antes de que
crezca de nuevo, cualquier pequeño golpecito en el dedo es de
lo más doloroso. En segundo lugar, el borde frontal de las
uñas es un buen instrum ento prensil. Es de imaginar que, an
tes de que tuviéramos tijeritas para las uñas, u otros métodos
para cortárnoslas, se utilizaban tanto, y se estropeaban tan a
menudo, que no era difícil mantenerlas cortas. A falta de
otros sistemas, siempre cabía la opción de mordérselas.
Existe una extraña costumbre masculina relativa a la lon
gitud de las uñas que merece que nos detengamos en ella. Se
observa principalmente en Oriente Medio, India y el sudeste
asiático, y consiste en el hábito de cortarse todas las uñas me
nos una. La uña larga se acostumbra a dejar en el dedo pe
queño de la mano derecha y existen explicaciones contradic
torias respecto al porqué de esto.
La explicación más simple es que tener sólo una uña lar-
}',a demuestra que uno no se dedica al trabajo manual. Símbo
lo de que está por encima de esas cosas. Originalmente, era
una costumbre de los mandarines chinos, que se extendió por
el Lejano Oriente. En el antiguo Japón, los hombres santos,
los comerciantes adinerados y los nobles acostumbraban a lie-
192 EL H O M B R E D E S N U D O
var una uña larga en, al menos, uno de los dedos pequeños.
En Tailandia significaba que quien llevaba dicha uña no tra
bajaba en los arrozales.
Una de sus funciones especializadas tiene que ver con el
tráfico de droga, pues la uña puede utilizarse a modo de pe
queña cucharilla donde recoger cóm odam ente la cocaína que
se va a esnifar. A veces se le llama la uña de la coca. En una es
cuela estadounidense estaban tan preocupados por la prolife
ración de dicho uso que incluyeron una orden term inante en
su reglamento interno: «La uña larga que se utiliza para el
consumo de droga está tajantemente prohibida.»
U na tercera explicación aducida para la costumbre de la
uña es que se puede utilizar para propósitos sexuales. N o se
concreta cuáles, pero presumiblemente pueden incluir pellizcos
y pinchazos suavemente sádicos. Tal vez eso tenga que ver con
otra de las sugerencias, a saber, que llevar una sola uña larga es
cosa de proxenetas. Una mujer aportó una explicación sexual
específica al contar que su compañero de cama le pedía que se
dejara la uña de uno de los dedos pequeños larga y la introdu
jera en su ano durante el acto sexual, para estimular la glándula
prostática del hombre.
U n entusiasta de esa sola uña ha recopilado una serie de
usos para los que la utilizan los hombres. Incluyen la higiene
de los agujeros de la nariz, la limpieza de las orejas de uno
mismo o de un niño, abrir sobres, quitarse la goma de mascar
de las suelas de los zapatos, rasgar envoltorios de plástico, co
ger objetos pequeños que se hallan sobre una superficie lisa,
rascarse la cabeza y defenderse en la cárcel. Finalmente, se co
noce el extravagante caso de un hom bre que insistía en que
llevaba una uña de 5 centímetros en el dedo meñique para po
der pintarse la bandera colombiana* en ella.
U na de las diferencias culturales más im portantes entre
hombres y mujeres ha sido la m edida en que han decorado
ARRIBA: El macho humano evolucionado
en tanto que cazador especializado, atlético
y arriesgado. Las culturas tribales, como ésta,
que han sobrevivido hasta nuestros días
nos permiten hacernos una idea del pasado
en el que seforjó el personaje del Hombre
Desnudo.
CABELLO
0N0
CABELLO
DERECHA: E l estilo
mohawk de cresta en
el centro con los lados
afeitados tiene un
atractivo especialpara
los hombres rebeldes y
extravertidos, y ofrece
la ventaja de que
quien la lleva parezca
considerablemente más
alto. También
proporciona una
reminiscencia visual
de la cresta levantada de
una cacatúa agresiva.
DERECHA: Dado que
la uniceja crea un parche
oscuro encima de la nariz,
da la sensación de que
quien la posee está
frunciendo el ceño, aunque
no sea así. E l aspecto fiero
y agresivo resultante es
del agrado de los hombres
duros que se dedican
al deporte, tales como
Eric Cantona.
PÁGINA OPUESTA,
IZQUIERDA: Las cejas de
los hombres son, de natural,
más espesas que las de las
mujeres y normalmente se
dejan tal cual. Si, con el
paso d¿ los años, se
enmarañan, el hombre
de edad avanzada puede
permitir que se encrespen
tanto y tan salvajemente
como quiera la naturaleza,
pues constituye el signo
inequívoco del hombre
maduro.
NARIZ
que las narices grandes eran atractivamente
masculinasy Cyrano de Bergerac estaba
de lo más orgulloso de su probóscide.
IZQUIERDA: Las mujeres
de algunas tribus llevan platos
o tapones insertados en los labios
pero, en algunas tribus indias
ele Sudamérica, son los hombres
quienes los llevan. Lo hacen para
exhibir su estatus, y el tamaño
de los tapones crece cada año.
ABAJO A LA IZQUIERDA:
A pesar del dolor que conlleva,
o tal vez precisamente por ello,
algunos hombres llevan palabras
tatuadas en la parte interior
de sus labios inferiores.
ABAJO: La moderna cultura
del rap está fascinada por
una joyería dental carísima.
Como cuenta un cantante
BOCA
de rap en la letra de una de
sus canciones: «Puse m i dinero
donde tengo la boca.»
DERECHA: Los individuos
de mandíbulas anchas suelen
tener un boyo en el centro
de la barbilla, una característica
que se considera atractivamente
masculina. Tanto es así que, en
la actualidad, hay quienes
solicitan que se lo practiquen
quirúrgicamente.
ABAJO Y ABAJO A LA
DERECHA: Cuando la barba
empieza a llenarse de canas,
suele seguir un modelo de dos
tonos, el pelo blanco en el centro
y elpelo oscuro a los lados. Una
pauta que hallamos también en
un pariente cercano, el
chimpancé.
ARRIBA: Los faraones del
antiguo Egipto llevaban barbas
fialsas en las ocasiones
ceremoniales como muestra
de su elevado estatus. Incluso
la reina Hatchepsut llevaba
una barba postiza.
BIGOTES
BIGOTES
CADERAS
Ya seas una estrella del pop (ARRIBA
A LA IZQUIERDA), un fanático delfútbol
(ARRIBA) o un deportista (IZQUIERDA),
el acto de mostrar el trasero conlleva siempre
el mismo mensaje. Bajarse los pantalones y
apuntar a la sorprendida o divertida audiencia
con las nalgas desnudas no es más que una osada
burla, o un insulto, una forma parcial
de desnudarse. No se trata de un gesto sexual
porque los genitales se ocultan siempre
cuidadosamente. Está más relacionado con la
idea de defecar sobre la víctima. Esta versión
moderna de exhibición de nalgas se inició m
en 1968, cuando los estudiantes de una
universidad estadounidense empezaron
a mostrarles sus traseros desnudos a los
sorprendidos transeúntes a través de las ventanas
del edificio.
DERECHA: En Nueva Guinea, los hombres
de algunas tribus siguen llevando fundas
ceremoniales para el pene. Puede parecer
obsceno a ojos occidentales, pero para ellos se
trata de una dignísima exhibición del estatus
de un hombre adulto.
PIERNAS
musculosas, pueden realizar hazañas de lo más sorprendente
en actividades tales como el ciclismo (ARRIBA), la danza
irlandesa (A LA DERECHA) o elfútbol (ABAJO).
ARRIBA: Cuando el papa desea realizar un acto de humildad
cristiana para contrarrestar la pompa de su elevado cargo
eclesiástico, opta a veces por expresar la subordinación que
implica lavar y besar los pies de los que son socialmente
inferiores a él. Eso implica una servil inclinación de todo el
cuerpo, un acto de extrema sumisión insólito en las sociedades
modernas. Hoy en día, aparte de los ritos papales, es una
actividad que sólo practican losfetichistas de los pies.
UIS
a un pene erecto sobresaliendo del saco escrotal.
El dedo anular, el cuarto, se llamaba digitus medicus en
Roma, el dedo médico, y se utilizaba en las ceremonias de cu
ración. Probablemente eso explica que sea el menos utilizado
de los dedos, el más difícil de mover solo. También se com
BIBLIOTECA
prende que sea el dedo del anillo, aquel donde el novio y la
novia se colocan la alianza el día de la boda, símbolo del acto
en que renuncian ambos a su independencia.
El dedo más pequeño, el quinto, en castellano se llama
meñique y en inglés pinkie. Entre los niños, existe un m o
m ento del juego en que alguien pide una «promesa pinkie»,
que significa que el compañero debe unir el dedo meñique al
suyo y formular un juramento. Una vez hecho, la promesa es
en firme, y el que la rompe deberá cortarse el dedo meñique
como expiación.
Aunque no es más que un juego de niños, tiene un origen
serio. Hace muchos años, los jugadores japoneses llamados
bakuto sabían que, si dejaban de pagar una deuda de juego,
tendrían que cortarse uno de los meñiques como método de
pago alternativo. Aparte de que desfiguraba sus manos, tam
bién significaba que no podían em puñar igual de bien la es
pada, por lo que estaban en desventaja durante los combates.
2 0 0 EL H O M B R E D E S N U D O
UIS
que haya duda alguna acerca de su significado, excepto en un
país, Gran Bretaña. Ahí, quien lo haga debe cuidar un detalle,
m antener la mano con la que realiza el gesto lejos de su cuer
po. Si le da la vuelta a la mano y la palma mira hacia el cuerpo,
mientras la lanza breve y repetidamente hacia arriba, la señal
UOTECA
inglesa cambia drásticamente del signo V de Victoria al «mé
tetelo por el culo.» Este insulto únicamente británico suele
sorprender a los extranjeros, que confunden hostilidad por
cordialidad.
Existe una historia encantadora sobre cómo surgió este
gesto en la batalla de Agincourt en 1415, cuando los franceses
amenazaron con cortarles los dedos del arco a los arqueros in
gleses, que tantas dificultades les creaban durante la batalla. m
Cuando los franceses perdieron la batalla, se dice que los m-
gleses se burlaban de ellos mostrándoles los dos dedos del f)
arco, el índice y el medio, para jactarse de que los seguían te
niendo. Enarbolando los dos dedos, se reían de sus derrotados
oponentes, lo que se supone que dio lugar a la interpretación
insultante de la V que se da en Inglaterra. Desgraciadamente,
no hay pruebas históricas que ratifiquen esa historia tan atrac
tiva. Está claro que no nació en la batalla de Agincourt porque
el historiador Jean Froissart, que murió antes de la batalla,
dejó testimonio de la costumbre inglesa de mostrarles los de
204 EL h o m b r e d e s n u d o
los hombres con exceso de peso rechazan perderlo, sino que los
hombres con un peso normal quieren aumentarlo.
La investigación se realizó entre los hombres de un turno
laboral en Edimburgo y Glasgow, donde les m ostraron una
serie de dibujos con figuras masculinas en ropa interior, em
pezando por uno enclenque, con las costillas y los huesos de
las caderas sobresalientes, hasta un cuerpo fortachón y con so
brepeso y barriga cervecera. Pese a vivir en una cultura bom
bardeada por imágenes de hombres famosos esbeltos, todos
los hombres escogieron su cuerpo ideal entre las imágenes de
hombres con niveles clínicos de sobrepeso.
La reacción se vio confirmada cuando investigaron a
hombres claramente obesos. A los dietistas les encantó descu
brir que, en realidad, a todos les apetecía reducir su volumen,
pero les alarmó saber que el cuerpo ideal al que aspiraban no
era una atractiva figura esbelta sino otra que, técnicamente,
seguía presentando exceso de peso.
Esas constataciones horrorizaron tanto a las autoridades
sanitarias que, sensatamente, decidieron cambiar de táctica.
En lugar de intentar motivar a los hombres escoceses a comer
hojas de lechuga y ponerse a dieta — pues comprendieron que
era tarea condenada al fracaso— les instaron a que hicieran
más ejercicio.
Practicar ejercicio sin ponerse a dieta es la norma de oro
de ciertos deportistas del otro lado del m undo, donde se con
templa con reverencia y admiración a los barrigones luchado
res de sumo japoneses en tanto que celebridades del deporte.
Cultivan esos vientres gigantescos por dos motivos. Les hace
más pesados, y por lo tanto capaces de echar a su oponente de
la cancha, y también baja su centro de gravedad, lo que difi
culta que les tum ben. Alim entan sus barrigas comiendo m on
tañas de un estofado especial cada día. Lo llaman chanko-
nabe, y lleva pescado, aves, carne, huevos, verduras, azúcar y
2 2 2 EL H O M B R E D E S N U D O
La espalda
hom bre en una vasija cerca del altar. Cuando se les preguntó
al respecto, un representante de la iglesia dijo que le habían
comprado la joroba y otros tantos fetiches a un doctor-brujo,
y que sólo se trataba de una ayuda mágica para atraer a más
gente a la iglesia.
Hasta el m undo del béisbol ha sucumbido a la magia de
la joroba. En 1911, los Filis de Filadelfia estaban tan desespe
rados por ganar a los Giants de Nueva York en la Serie M un
dial que recabaron la ayuda de un dim inuto jorobado llama
do Louie Van Zelst, cuya joroba acariciaban antes de salir al
campo. Les confirió tal seguridad en sí mismos que, efectiva
mente, ganaron a los Giants.
CAPÍTULO 17
Las caderas
El vello pubico
UOTECA Ü1S
pecie de «atasco» de la sangre en el interior del pene. Los va
sos sanguíneos se dilatan y los vasos constrictores que retienen
la sangre se comprimen. Cuando esto ocurre, el pene no sólo
crece en longitud sino que también adquiere rigidez, por lo que
ya no cuelga sino que se m antiene horizontal. En un 20 por
ciento de los hombres, se yergue en un ángulo de 45 grados
sobre la horizontal, y en un 10 por ciento adopta una posición
vertical. En los hombres no circuncidados, dicha acción retrae
el prepucio y expone las terminaciones nerviosas de la punta
del pene.
Cuando se inserta en la vagina, durante el encuentro se
xual típico, el pene realizará de 100 a 500 embestidas antes de
alcanzar la eyaculación. Muchas más que en el resto de los pri
mates. U n m ono típico eyacula y se retira al cabo de pocas
embestidas; por ejemplo, de 2 a 8 embestidas en el caso de un
macaco; de 3 a 4 en el m ono búho; de 5 a 20 en el mono au
llador.
Se han identificado tres variaciones en la forma de un
pene erecto: el tipo romo, el tipo botella y el tipo proa. El tipo
romo es el más común, con un fuste recto y la cabeza ligera
2 54 EL H O M B R E D E S N U D O
U1S
centímetros.
Cuando las contracciones remiten, el pene erecto recupe
ra su estado flácido y, en ese m om ento, es imposible que se
vuelva a excitar. El lapso de tiempo que se tarda en recuperar
la erección varía según el individuo y, notablemente, según la
SOTECA
edad. El período de recuperación más rápido observado por
Masters y Johnson fue en un joven capaz de eyacular tres ve
ces en diez m inutos, aunque debemos subrayar que es una ex
cepción. A partir de los treinta, la mayoría de los hombres son
incapaces de eyacular por segunda vez al cabo de poco rato.
Con el tiempo, y la edad, el hombre sólo podrá eyacular una
vez, y deberá esperar un día, o más, hasta el siguiente clímax
sexual. En hombres ancianos, la explosiva eyaculación del jo LQ
ven se convierte en poco más que una infiltración seminal.
Ello está relacionado con el hecho de que los niveles de tes-
tosterona de un hom bre de setenta y cinco años descienden a
la m itad de los de uno de veinticinco. Además, entre el 70 y el
80 por ciento de los hombres de setenta años son incapaces de
tener una erección completa. En términos evolutivos, tiene
2 58 EL H O M B R E D E S N U D O
UÍS
queños desgarros del tejido y, por lo tanto, aum entando el
riesgo de infección por V IH . En Estados Unidos el índice de
circuncidados es elevado, así como el riesgo de infección por
V IH . Escandinavia, en cambio, tiene poca población circun
cidada y pocos infectados por VIH.
^BLÍOTECA
Los grupos de presión contrarios a la circuncisión afir
man que, pese al intento de probar las ventajas médicas de la
circuncisión masculina — que incluyen m enor riesgo de in
fección de vejiga, cáncer de pene o cáncer de cérvix en las m u
jeres— , lo único que ha quedado establecido es que son esca
sas, si no inexistentes. Desde el punto de vista de un médico,
la circuncisión de un niño viola el derecho legal del paciente a
su integridad física, y viola asimismo la Convención Europea
de Derechos Humanos. Finalmente, se han criticado los m o
tivos por los que algunos médicos abogan por la circuncisión
de los niños y se ha denunciado su ambición monetaria, en
primer lugar, y también su deseo de vengarse del dolor que les
infligieron al circuncidarles a ellos.
Los opositores más extremos a la circuncisión fundaron
una organización llamada U N C IR C y publicaron un libro
con el sorprendente título de The Joy ofUncircumcizing (El re
gocijo de los no circuncidados). Partían de la idea de que, si
2 7 0 EL H O M B R E D E S N U D O
parte del glande, pero sin extirpar piel. Entre algunos pueblos
del este de Africa, y en algunas islas de Asia y Oceanía, se ha
observado dicha costumbre. Probablemente surgió como for
ma simbólica de circuncisión, que perm itía someterse al rito
de paso con un m ínim o de daño quirúrgico.
La forma más severa de mutilación del pene, que otrora
se practicaba en algunos lugares de Arabia, era la brutal prác
tica por la que se arrancaba la piel de todo el fuste del pene.
Sólo los jóvenes capaces de soportar esta forma extrema de
tortura genital sin gritar pasaban a ser considerados adultos
respetables.
En algunas tribus africanas, antes de la existencia de los
preservativos modernos, se realizaba una pequeña modifica
ción en los hombres que les permitía disfrutar de la copula
ción sin riesgo de procrear. Consistía sencillamente en practi-
car un pequeño agujero en el tubo uretral, o en la base d e l__ )
pene jun to al escroto. Eso les perm itía eyacular por la base
del pene, y no por la punta, de modo que el esperma no en-
trara en la vagina. Si deseaban procrear, se tapaban el a g u je ro ^ J
con un dedo en el m om ento de la eyaculación. Controlaban, * . .
la orina de la misma manera. *
Resulta imposible pasar por alto la modalidad m odernaf'í"' ■
de modificación del pene con fines decorativos: el piercin$
genital. Justo cuando buena parte de la opinión pública ha
empezado a mostrarse contraria a las antiguas formas de m u- J
tilación del pene, como la circuncisión, ha aparecido unfttfY
moda a contracorriente consistente en esa forma de decora-
ción del pene.
No hay nada tribal, religioso ni místico en las incisiones
modernas del piercing. Se las practican por puro placer, táctil
durante el sexo o visual en los preliminares. Para citar a un
profesional del piercing: «Obtienen placer de las sensaciones
suplementarias que les proporcionan los piercings o las joyas
2 7 2 EL H O M B R E D E S N U D O
U1S
millones a doscientos millones. Se suele cifrar en sesenta m i
llones el m ínim o requerido para una fertilización adecuada,
aunque sólo uno entrará realmente en el óvulo femenino y lo
fertilizará. Se requiere un núm ero mayor para crear el cultivo
químico óptim o que transporte el espermatozoide victorioso
biblioteca
en su largo itinerario.
Son tantos los estudios que han probado, más allá de
toda duda, que la producción de esperma es mucho más efi
ciente cuando la tem peratura de los testículos es ligeramente
menor, que se ha dado por sentado que ello responde a la pre
gunta de por qué los testículos están colocados en una posi
ción tan vulnerable, fuera del cuerpo del hombre. Evidente
mente, están en riesgo porque eso les hace más eficientes.
Todos los libros de texto se han hecho eco de esa idea, hasta el
punto de que se ha incorporado al saber popular. Desgracia
damente, no se ajusta a los hechos evolutivos. Y, en tanto que
explicación, cabe señalarle dos defectos.
El primero es que, en los climas muy cálidos, como los
del África tropical, donde evolucionaron nuestros antiguos
ancestros, la tem peratura del aire suele ser tan elevada que te
2 8 2 EL H O M B R E D E S N U D O
Las nalgas
día, sabemos que no hay nada mejor para llegar a viejo que
dar largas caminatas incluso en edad provecta. El estudio de
los excepcionales individuos que llegan a los noventa años, y
más, revela que en una proporción notablemente alta eran
grandes andariegos, acostumbrados a recorrer kilómetros a
diario. H ay algo en una caminata relajada que es ideal para
ejercitar todo el cuerpo. La costumbre de practicar el jogging,
por otra parte, y a pesar de su reciente fama, puede causar
todo tipo de problemas, excepto en los adultos más jóvenes. A
los pies les gustan los movimientos pausados, odian los movi
mientos bruscos.
Cada vez que, cuando damos un paso, nuestro pie toca el
suelo, recibe una sacudida por suave que haya sido la pisada.
A lo largo de una vida media de actividad moderada, el pie se
posa millones de veces sobre el suelo. El prim er m om ento de
cada uno de esos contactos consiste en el impacto del talón,
que actúa como am ortiguador del golpe. Damos perfecta
mente por sentada dicha acción vital, pero basta con tropezar
en la oscuridad para darse cuenta de lo desagradable que es to
car el suelo de otra forma, inesperada.
La décima de segundo posterior a ese contacto inicial, el
pie cambia de función. De ser un amortiguador del golpe
pasa a ser una rígida estructura de apoyo del peso basculante
del cuerpo. Finalmente, cuando el movimiento avanza hasta
la punta de los dedos, se convierte en un órgano propulsor
que proyecta el cuerpo hacia delante. Esta triple secuencia se
efectúa con cada uno de nuestros pasos.
Para que pueda realizar un movimiento tan sutil, el pie
posee una estructura notablemente compleja. Contiene 26
huesos, 33 articulaciones, 114 ligamentos y 20 músculos. Leo
nardo da Vinci lo consideró una obra maestra de ingeniería y,
si tenemos en cuenta la rotación del equilibrio que realiza al
sostener nuestro cuerpo, el único que se mantiene erguido, no
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