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La Pequena Muerte: Misterio de Goglota
La Pequena Muerte: Misterio de Goglota
Casi siempre, y cualquiera que sea la corriente iniciática, los Aprendices, Neófitos, o Estu-
diantes, verdaderamente «enamorados» del esoterismo, buscan en primera instancia y con
una cierta avidez recetas de magia, pensando que la Iniciación solo se resume en lograr co-
nocer algunos poderes secretos…
Si la Iniciación de Vía Seca es por una Vertebración del Ser, rápida y densa, sin embargo,
la Tradición Primordial instituyó distintas fases de la Alquimia del Ser que corresponden a
diferentes estados que el Neófito ha de recorrer.
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ción recibida, el contexto social en donde vivimos, o las creencias religiosas adquiridas, que
hay que llevar a la luz de la conciencia.
La toma de conciencia es el primer Escalón por donde hay que pasar para volver a empezar
todo de cero. Y aquí, para alejarse, el Neófito ha de dejar sus Metales, tal como suele de-
cirlo la Tradición Iniciática.
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En aquel momento, confrontado a su propia nada, habiendo acabado por aceptar el Juego
del replanteamiento, el hombre accede a la desnudez y entra en el pavor de la noche místi-
ca. En el negro silencio de las ausencias y abandonos donde el ser florece con un gran bra-
mido por encima de los rugidos de sus demonios internos. El Neófito entra entonces en la
experiencia del Vacío y toca su finitud, su imperfección, su inadaptación, en definitiva la
fragilidad de su tranquilizador sistema. El Vacío producido por la pérdida de sus marcas y
fundamentos caducos produce una Apertura, dinámica del Despertar, que desemboca sobre
la Metamorfosis y el Renacimiento esperados. Pues, esta disolución saludable, cumplida en
un total desapego, permite el acceso a un estado superior, sublimado, y el Vuelo puede em-
pezar. Cuervo azul. Paloma blanca. Pavo Real. Hasta el Gran Magisterio de la Rubificación
del Iniciado.
Al contrario de lo que muchos piensan, confundiendo sus deseos con la realidad, la Ley Di-
vina no es una adaptación bonachona. Si para satisfacer sus límites, el hombre se proyecta
en una visión que le dé seguridad, la realidad es bien distinta: la Ley Divina es Divina y no
humana. Consecuencia ineluctable, la criatura no establece libremente las Reglas a las cua-
les está sometida. De modo que, el Gobierno de Dios reina inexorablemente sobre la Obra,
y su «herramienta» es el destino. En realidad, un Determinismo al servicio de la Ley, a fin
de desescombrar el fondo por medio de diferentes ajustes. Y aquí, por añadidura, el curso
de los acontecimientos sufre las consecuencias de nuestros actos, y el hombre es crucifica-
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do por su propio destino del cual es actor soberano. De hecho, las pruebas se suceden como
fuego salvador, como crisol ineludible y necesario para hacer obra de redención y expia-
ción.
Morir en sí mismo es semilla de la resurrección. No puede ser tomado como un fin en sí.
¡Es por eso que la pequeña muerte nunca mató a nadie! Porque en esta forma de nada, ya se
leen los signos de una futura recuperación, y porque le pase lo que le pase al hombre, siem-
pre halla en él lo necesario para superarse. Sólo se trata de situaciones complicadas, y es
precisamente en estas situaciones-límite donde se mide la grandeza del hombre. Hay fraca-
so únicamente cuando todo está perdido. Ahora bien, en medio de las peores adversidades,
el hombre nunca es abandonado, y nunca está todo perdido. Dios sigue siendo con nosotros
el Emmanuel y comulga en nuestro destino.
Por ese motivo, la vida de los hombres siempre es grave, cruel, trágica, patética, pero su-
blime. El fracaso es una Apertura en la reforma de uno mismo, necesaria e ineludible, ya
que la acción obstaculizada abre a todas las posibilidades, principalmente la de la Rectifica-
ción esperada. Superándose, el hombre crece.
En realidad, no puede haber evolución sin oposición. Pues, bajo la forma, la oposición es
espíritu crítico, es una especie de policía del espíritu y el fracaso debe ser liberado de este
subjetivo sortilegio de derrota desde el cual nada puede cobrar impulso. Esta filosofía posi-
tiva parte del principio de que se experimentan los fracasos sin sufrir el Fracaso, puesto que
para que exista mutación, el obstáculo sólo debe ser un momento de transición, un instante
de purificación, un rito de pasaje, una Pascua. Es el paso de la esclavitud a la libertad por
medio del sacrificio, al igual que el cordero pascual.
No olvidemos el Ejemplo dado por un Dios, que bajó en la encarnación para hacer Obra de
Redención por su sacrificio libremente asumido… Así que, si vemos claro los símbolos que
rodean este Divino Pasaje, aquí «abajo», nuestro Camino es a imagen de este «Dios», es
decir, Cristico. Lo que implica que la Pasión de Cristo es la Vía.
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Entonces, a imagen del Divino Arquetipo, el hombre carga con su destino como Cristo car-
gó con la cruz. El sufrimiento es su expiación, un régimen exigido e ineluctable para el
alumbramiento de su conciencia y su elevación a través de la «cruz» que representa la expe-
riencia. Es pues en su carne, por medio de las fraguas aplicadas, que el hombre asciende la
escalera de la salvación. Por eso, en un Sendero Iniciático, se dice a sabiendas que: hay que
bajar para subir…
Para actualizarnos, la Luz del Cordero nos indica el Camino « ¡Muere y llega a ser! ». Es una
«luz» firmada por el Fuego alquímico, que sólo puede «quemar» las escorias de la imper-
fección humana, lo cual requiere ineluctablemente la «crucifixión» de la materia empren-
dida, en el color ensangrentado e imprescindible de los vencedores.
Si nuestro destino es crístico, también era sacrificial. Pues, la Vía Real es dramática. Ser
la condición del cordero es signo de amor, sacrificio y perdón, y conduce a la Piedra hacia
lo púrpura. El Gólgota está delante de nosotros, inflexible, firmado con la sangre del cal-
vario y del sacrificio. Como la prueba hay que vivirla, nos vemos obligados, por natural e-
za y condición, a soportar las opacidades que nos reniegan, nos hacen ridículos, y al final
nos conducen a la muerte. La vía del calvario es para todos, inexorable, una condición uni-
versal impuesta, cargada paradójicamente con los mayores beneficios y virtudes más insospe-
chadas.
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La Verdad siempre acaba por imponerse. Las máscaras se quitan. Es solo cuestión de tiem-
po. Todo «conflicto» no resuelto bloquea el tiempo, que es percibido como una bilis negra
llena de melancolía donde todo ha de decantar y pudrir a su ritmo hasta llegar inexorable-
mente a la mutación. En caso de que los instintos sujeten, el orgullo domina y no se puede
asumir un nuevo escalón de Aceleración.
De hecho, haciendo resplandecer la Ética Templaria, los tres Votos Cristianos que eran úti-
les para Avanzar en este Camino Alquímico, no concurren a ninguna Ofrenda. No pueden
resplandecer la pureza del espíritu, la humildad ni la tolerancia. Y, como la misma cantine-
la, es un Non Nobis recitado sin cabeza que, por fin, «prostituido», no significa nada de au-
téntico. Con esta actitud, el Neófito aparece como una muralla de granito, prisionero en el
caparazón infernal de aquel que no ha comprendido realmente el Juego, cuando era el mo-
mento de Limpiar la Ruta que Conducía al Claustro de Luz. Quien no Avanza, retrocede.
Desde luego, la Puerta de este Templo que deseaba conocer, se queda completamente cerra-
da, y para el nada puede verdaderamente ocurrir, aún más: ¡Mágicamente!
Entonces para «triunfar» en el Mundo de «arriba», y estar Reconocido, luego Oído en sus
Operaciones mágicas, habrá que comenzar por «bajar», es decir fracasarse en este. Aceptar
la Reforma de uno mismo… No hay otra vía de trascendencia.
Algunos ya rechazarán esta visión que puede parecer negativa, quizás un poquito masoquis-
ta, no obstante, es nuestro «caso» en Dios. Las necesidades de un «Gólgota iniciático» son
un determinismo cuya razón oculta a menudo es incomprensible para el profano…
Querer Iniciarse es un camino difícil, reservado a una clase de «elite», potencialmente más
potente que los demás, que aceptan en conciencia las vicisitudes de un Sendero de fuego,
hecho de pruebas, de caídas y, por supuesto, de rectificaciones saludables. Si no, se trata de
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