Como columpio, las palabras libres que pronuncié ayer
se me regresan tuertas, avergonzadas de sí y de mi
y ahora pesan lo doble: pago caro la facilidad de saliva. Muerdo fuerte con los dientes en busca de un dolor que no sea ausencia. pálida prima de lo real.
Esas palabras que he dicho,
ay pobres, al instante las olvido y me quedo avaro, lleno de sentido y con la boca vacía rondando los callejones de la locura en silencio, esperando el grito que me despierte y me confirme que el dolo era real. No sólo vergüenza. No sólo desgana.
He perdido la voluntad por mis vanidades de escaparate
y mi mente superflua olvida rostros, sonrisas, canciones. Arrinconadas en el granero del cuerpo todas las pasiones aguardan ser destiladas.
No quiero, pero lo único que me sale,
lo que mata la saciedad del lobo que no necesita comer a lo que vuelvo tras largas vueltas en las copas de cerezas o en esas lagunas detrás de las rocas y en cada risco que asoma al barranco
No quiero, pero me aguijonean inclusive ahora, más
ahora incluso en que necesito callar tu presencia inundada y escribo, tu presencia insondable que escribe desde la noche y me obliga a que lo diga a que anuncie mi tragedia contigo tragedia a mi, a ti, a los dos traición.
No quiero, me mantendré firme,
árbol, y hablaré del río. Mi copa se fija en el suelo y los cuerpos tostados bajan con la corriente a este árbol bajo el cual me cobijo detrás de estos maderos que hacen paredes.
Sí, hablaré sobre la raíz que avanza, lanza
en el suelo y acumula vacíos para que llegue el agua hasta las delicadas hojas qeue verdean cuando también les pega el sol y se arremolinan cuando pasa el viento y tú no estás. De las barbas de este árbol sauce-llorón que penden sobre el agua y acompañan a la corriente que quiere jalar a mis amigos hablaré. Sí, hablaré no de ti, en este momento crucial, en el que una roca se desprende del fondo del río y un pie sale despavorido a la supericie tumultosa que lo arrastr a las moscas y al olvido. Emergen frenéticos el pie y la mano una boca que traga agua y quiere gritar mi nombre, y la rama de mi árbol está muy cerca.
La mano que gritaba queda colgando
pendiente, de la ínfima resolución de las hojas de si lo quieren sostener aún ¿Seré capaz de matar a mi amigo?