“Jesús recorría ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena
Noticia del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia (sanaciones que eran anuncio de ese Reino). Al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas sin pastor. Dijo entonces a sus Discípulos: La mies es mucha y los obreros son pocos; rogad, pues, al Dueño de la mies que envío obreros a su mies” (Mt 9, 35-38). Jesucristo el Salvador era Dios. Aun como hombre, después de resucitado y antes de subir al Cielo, dijo a esos mismos “Discípulos”: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos míos a todos las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todas las cosas que yo os he mandado; y sabed que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 18-20). Siendo Dios, con todo su poder, no necesitaba ayuda de los hombres, y menos de aquello “pobres hombres” a los que llamó. Pero Dios quiso salvar a los hombres tomando como suya una humanidad de pobre, en la que nació, con la que realizó la misión encomendada por el Padre, y con la cuál murió. Por la fe nuestra en él y por el Bautismo con esa fe, nos hacemos tan de Dios (Padre, Hijo, Espíritu Santo) como lo es, esa humanidad que tomó haciéndola suya. Por el Bautismo nos incorporamos a Cristo (Rm 6), nos hacemos Cuerpo de Cristo, somos sus miembros (1Co 6, 15) de los que Cristo, hecho hombre, tiene que servirse para su obra como nosotros nos servimos de nuestros miembros para el trabajo. Por eso pide ayuda a sus Discípulos, y les manda pedir a Dios que envíe más obreros para tanta mies. Siendo Dios hecho hombre, limitado como los hombres, nos necesita. Nadie puede decir “puesto que yo no soy ojo no soy el cuerpo” (1Co 12, 16). Cristo nos dice: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto “ (Jn 15, 16), el fruto de la Vid que es el mismo Cristo, y que lo dará a través de nosotros sus sarmientos, para dar gloria al Padre con ese fruto que dé por medio de nosotros (Jn 15, 8). Aunque veamos al mundo tan deteriorado y perdido, sabemos que “nosotros podemos cambiar el mundo”, a pesar de todas las barreras y obstáculos que encontraremos y que ya el Señor nos lo enunció. “Si vosotros fuerais del mundo el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso el mundo os odiará” (Jn 15, 19). Y también les dijo: “Yo os envío como ovejas entre lobos” (Lc 10, 3). Les dijo también: “Seréis odiados de todos por causa de mi nombre” (Lc 21, 17); “e incluso llegará la hora en la que todo el que os mate piense que con ello da culto a Dios “(Jn 16, 2). “Pero si el grano de trigo cae en tierra y muere, ese da mucho fruto” (Jn 12, 24). Como canta Don Quijote en la obra teatral “El Señor de la Mancha”: “Con fe lo imposible soñar, al mal combatir sin temor, triunfar sobre el miedo invencible, en pie soportar el dolor; amar la pureza sin par, buscar la verdad del error, vivir con los brazos abiertos, creer en un mundo mejor. Ese es mi ideal, la estrella alcanzar, no importa cuán lejos se pueda encontrar; luchar por el bien sin dudar ni temer y dispuesto el infierno a arrostrar si lo ordena el deber. Y yo sé que, si logro ser fiel a mi sueño ideal, estará mi alma en paz al llegar de mi vida el final. Y será este mundo mejor si hubo quien, despreciando el dolor, luchó hasta el último aliento por ser siempre fiel a su ideal”. Vivir “apasionadamente” esta misión de Cristo a quienes nos hemos hecho suyos siguiendo su llamada (Mt 4, 19), no sólo como bautizados, sino también, llamados al amor juntos, unidos en pareja por el Sacramento del Matrimonio y hechos así de su cuerpo, es ello un elemento indiscutiblemente importante de lo que venimos llamando “Espiritualidad Matrimonial”. Como el Beato Carlos, último emperador de Austria y rey de Hungría, en el día de su boda en 1.911 dijo a su esposa Zita de Borbón: “ahora tenemos que llevarnos el uno al otro al cielo”. Han de ser testimonio evangelizador para otros matrimonios que los vean, invitarlos a algún Movimiento salvador de matrimonios, o bien ser ellos protagonistas de uno de esos Movimientos y así salvar el mundo comenzando por los propios hijos. Es la verdadera “Espiritualidad Matrimonial”; de la que no pueden prescindir los matrimonios cristianos.
2. Nuestro compromiso es con la Iglesia
Todos los Sacramentos cristianos son acciones de la Iglesia en nombre de Cristo. Mediante estos Sacramentos nos incorporamos a Cristo, en cada uno de una manera especial. Los “ministros” de la Iglesia para esos Sacramentos son, generalmente, los Obispos o los Sacerdotes en lugar suyo. Pero en el Sacramento del Matrimonio, el “ministro” no es el Sacerdote que lo preside en nombre de la Iglesia, sino que los son el hombre y la mujer que se casan. Ellos son la Iglesia que realiza esta acción sacramental que los incorpora a Cristo como pareja y les da la Gracia de Dios, la Salvación de Jesucristo. Mediante este Sacramento, se hacen la Iglesia cuya vida es el Amor de Dios en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que lo infunde en los se casan para amarse así: “como Cristo ama a su Iglesia” (Ef 5, 25). Hechos de la Iglesia como pareja, asumen como propia la Misión que Jesucristo ha dado a esa Iglesia suya, la misma Misión que el Padre le dio a él al enviarlo al mundo (Jn 20, 21). Cumplirán esa misión actuando, en primer lugar, con “el poder de pareja”: ese amor distinto con el que se aman, que se nota, que irradia como la luz de una luminaria, que contagia a quienes lo ven invitándolos a amarse como esa pareja se ama con el amor de Cristo, y que reta a vivirlo como algo que es lo ideal y que es posible. Comenzando por el hogar propio, los hijos que tienen la fortuna de tener unos padres que se aman de ese modo, aprenden lo que es el verdadero amor, que es lo más importante que deben aprender para la vida en lo que se llama “educación”, cuyo deber compete, decimos, en primer lugar a los padres. En otros lugares, en la Escuela o en la calle, también deben aprender a amar, para bien de la humanidad entera; amar como ama Cristo, deben aprenderlo también en la catequesis a la que los ministros de la Iglesia no pueden renunciar. Pero es en sus padres en quienes deben aprenderlo de manera distinta, viendo en ellos cómo se vive ese amor. Lo mismo deben aprenderlo todos los que entran en esa casa o viven en ella. También en el compartir cristiano de bienes, que han de ejercitar desde ese amor como Cristo ama. No podrán olvidar la ayuda incluso económica a otras parejas casadas como ellos y que pasan por dificultades en las que necesitan la ayuda de la caridad cristiana. Pero tampoco podrán olvidar a las Asociaciones de matrimonios empeñados en salvar a los matrimonios que lo necesitan, y apoyarlas económicamente para que trabajen sin los agobios que con frecuencia les impide llegar a tantas parejas que no podrían pagarse el costo de un Retiro como lo es un Fin de Semana del Encuentro Matrimonial. Hay casos en los que, el apostolado de salvar los matrimonios, hay que llevarlo también a quienes participan en otros Movimientos de Apostolado, pero que no tratan específicamente de cultivar la relación de pareja de quienes así trabajan al servicio de la Iglesia. Hay que llegar también a ellos con “el poder de pareja” siendo testimonio de “pareja según el plan de Dios”, que viven la Unidad en la verdadera Intimidad del amor, siendo patentemente “una sola carne”, de veras “uno” en lugar de estar siendo “dos”; siendo portadores de su luz y de su fermento salvador en la Iglesia y en el mundo. Esa “misión” suya han de extenderla a toda la Iglesia como ella está establecida: a las Diócesis y a las Parroquias, y a los Colegios Católicos. Deben ser acogidos y apoyados por los Obispos y los Párrocos, o los Directores de los Colegios, que ha de entender la prioridad que corresponde al apostolado con los matrimonios unidos por el Sacramento. Quedaría un tanto vano el trabajo pastoral con los niños y los adolescentes o jóvenes, Bautizándolos o Confirmándolos, mientras falte la adecuada pastoral con sus padres unidos con un Sacramento que no lo viven. Todos los otros Movimientos de Apostolado, si en ellos no se cultiva la debida relación de pareja en el Amor de Dios con el que se hicieron matrimonio, quedan carentes de algo sustancial como cristianos y testigos de la fe que tratan de llevar a otras gentes. Buena parte de la esterilidad en que se pierden tantos esfuerzos pastorales se debe, no cabe duda, al hecho de que en la evangelización generalmente se descuida este campo fundamental del mundo o de cualquier Iglesia concreta, el campo de los matrimonios y de las familias con ellos. Y acaso no es porque sea el campo más difícil para la evangelización, sino que posiblemente es el más fácil; pero que se le descuida quizás porque se piensa equivocadamente que es el campo que menos lo necesita. Sea por la razón que fuere, lo cierto es que en las Diócesis y en las Parroquias es el campo que se atiende menos, mientras posiblemente sería el más urgente y el más fecundo para evangelizar los demás campos a los que se atiende con tan poco fruto y tan efímero casi siempre.
3. Llevar a otros lo que hemos recibido
Hablando del tema de arrojar los demonios, Jesús dice a sus Discípulos: “Dad gratis lo que habéis recibido gratis” (Mt 10, 8). Las parejas que han encontrado una vida de relación con el amor como Cristo ama a su Iglesia, y viven su Sacramento con fe muy consciente, han hallado el gran tesoro por el que vale la pena vender todo lo que se tiene para adquirirlo (Mt 13, 44). Deben hacerse muy conscientes de lo penoso que era su matrimonio para toda la vida sin haber hallado tal tesoro; para tratar de entender el drama de tantos matrimonios que viven en la mayor pobreza, la de no amarse como Cristo nos ama. Quienes conocen y viven toda la riqueza del Matrimonio como Sacramento, deben saber que es gracia de Dios, muy valiosa, la que han recibido no por méritos personales sino por regalo de Dios sin haberlo merecido más que los otros. No pueden permitirse que, por ese regalo divino, ellos tengan tan grande riqueza, y dejen a los demás que no la tengan, siendo tan fácil darla sin que con ello se empobrezcan. Cumplir el “Amaos unos a otros como Yo os he amado”, el mandato de Jesús para ser suyos, es gozar de ese amor como Dios goza en el suyo. Pero es, además, una luz que alumbra a todos los de la casa que viven sumidos en tinieblas (Mt 5, 16). Esa luz, necesaria para saber dónde se encuentran como matrimonio, también es necesaria para ver por dónde caminar felizmente, sin tropiezos ni angustias, y llegar dichosos a la meta de vivir juntos con el amor que se desearon al casarse. Hay muchos matrimonios a los que les falta tener esa luz, y penan en la desorientación previendo el fracaso o pereciendo sin ver salida en el horizonte. Los matrimonios que viven día a día su Sacramento, testifican a todos que es posible mantenerse juntos con ese gozo; todos quienes los ven, pueden acudir a ellos y preguntarles cómo se vive tan felizmente el estar casados. En un matrimonio donde los padres se aman como los ama Cristo, los hijos serán felices al verlo. Para mantenerse en este modo de gozar el matrimonio cristiano, no basta con conocerlo en todo su alcance; es necesario alimentarlo cada día con firmeza en el empeño. Ya hemos mencionado anteriormente los caminos para hacer realidad permanente en el matrimonio el mandato de Cristo “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Esos caminos son: tomar en todas las situaciones la decisión de amar así, avivarlo en el Diálogo diario, vivir la unión sexual no sólo con responsabilidad de personas sino con la fe en el amor de Cristo, rezar juntos en pareja, y hacer grupo con otros matrimonios que entiendan las cosas lo mismo, queriendo animarse unos a otros al reunirse, para ir caminando juntos en apoyo mutuo contándose sus éxitos y sus tropiezos en tan esforzado intento. Son también los caminos para mantener viva la espiritualidad matrimonial que hemos venido desarrollando. Terminamos con esta reflexión final. La espiritualidad del cristiano, creyente en Cristo el Salvador, ha de transformar no solamente la vida de quien la vive; debe trasformar también el mundo en el que se realiza. Así tiene que ser la Espiritualidad de los que viven cristianamente su matrimonio. Se ha dicho que las teorías que no trasforman las realidades son una vana ideología. El cristianismo igualmente, como doctrina, puede parecer muy bello para muchos que lo conozcan, como dicen que le ocurría a Gandhi; pero no se harán creyentes en Cristo si no encuentran que, quienes creen en él, transforman y hacen mejor al mundo con esa fe, y lo salvan. Lo mismo sucederá con la Espiritualidad Matrimonial que hemos tratado de presentar: se quedará en vanas consideraciones, si la dejamos en bonita teoría.