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THEODOR ADORNO poeta oficial, se convirtió en aquello que sólo es envilecido por el elogio

NO ES UN ENCOMIO1 oficial. Ha roto con aquella aborrecible tradición alemana que equipara el
trabajo espiritual a su esencia afirmativa. Mi fantasía es lo bastante precisa
Me urge decir una sóla cosa en ocasión del quincuagésimo cumpleaños de como para que pueda imaginarme qué medida de enemistad y encono atrajo
Heinrich Böll; en este momento, lamentablemente, no estoy en condiciones hacia sí mismo con esto; para un hombre de su sensibilidad, ello debe
de decir más. Böll es uno de los prosistas alemanes más exitosos de su resultar apenas tolerable. Desde Karl Kraus, no se ha dado un caso similar
generación, de fama internacional. Al mismo tiempo, se lo considera, desde entre los escritores alemanes. A la expresión de admiración agradecida
sus comienzos, como progresista; nadie le atribuirá un modo de pensar agrego el deseo de que la fuerza que lo inspiró pueda también resguardarlo
retrospectivo, culturalmente conservador. Y es un católico activo, de la aflicción que su actuación le ocasiona, y de que le procure tanta
practicante. La constelación de esas fuerzas nada fáciles de reconciliar lo felicidad como es posible en una situación general en la que toda felicidad
habría predestinado a convertirse en el poeta oficial alemán, a convertirse en individual se convirtió en escarnio. Si alguien tuviera derecho a ello, ése
aquello que se designa como representativo. Se lo habrían apropiado como sería Heinrich Böll.
testigo de la situación vigente, sin que él se volviera sospechoso, como
ocurre con sus ideólogos y, por otra parte, dañara con ello a la ideología (Traducción de Miguel Vedda)
dominante. La aprobación general, pese a su modernidad, no se habría
expuesto a la sospecha de los reaccionarios; habría sido posible templarse
éticamente al calor de su compromiso y, sin embargo, en vista de su
fidelidad a la Iglesia, se habría arriesgado poco. Los oradores habrían
debido coordinar la aprobación solemne con tiradas acerca del auténtico
compromiso. Para resistir a la tentación de todo esto se requiere (por más
que esto provoque, asimismo, ironía) una extraordinaria fuerza espiritual y
moral. Böll reunió estas cualidades. Las uvas no estaban demasiado altas
para él: las escupió. Con una libertad verdaderamente inaudita en Alemania,
ha preferido la posición del desprotegido y solitario a un gozoso
consentimiento que habría significado un vergonzoso equívoco. Además, no
se ha contentado con declaraciones generales acerca de la perversidad del
mundo, o con la exhibición de aquella pureza que no toca ninguna suciedad.
Ha golpeado allí donde duele: a lo execrable, que consideró con los nombres
más crudos, y a él mismo, que debió elegir tales nombres para aquello con
lo que originariamente se encontraba identificado. Así, ha llegado a
convertirse verdaderamente en el representante espiritual del pueblo, con
cuyo lenguaje escribe, mientras que, si hubiese asumido voluntariamente esa
representación, la habría traicionado. Ningún obsecuente y apologista podrá
invocarlo como ejemplo ilustrativo; por esto es él ejemplar. Habría hecho
falta nada más un gesto, un imperceptible tono de la llamada positividad, y
se habría convertido en el poeta laureatus. Quizás ni siquiera se ha negado a
ello con plena consciencia, sino que —lo que resulta más plausible—, lo
hizo a raíz de su modo de reaccionar, por puro asco, incapaz de hacer el
juego, cuando hubiera bastado para ello con un mínimo de espíritu
conciliatorio, o de entonación refinada. Puesto que no se prestó a ser el

1
“Keine Würdigung”, en: Reich-Ranicki, Marcel (ed.), In Sachen Böll:
Ansichten und Einsichten. Köln: Kiepenheuer und Witsch, 1968, pp. 7-8.

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