¿
Qué
es
una
ciudad
habitable?
¿Cómo
lograr
que
lo
sea?
A
cualquier
arquitecto
o
urbanista
promedio
la
respuesta
le
parece
muy
obvia:
distribuyendo
zonas,
trazando
calles
o
avenidas,
construyendo
edificios
y
casas,
instalando
servicios
de
agua,
drenaje,
teléfono
y
luz.
¿Pero
para
qué
clase
de
criaturas?
Seguramente
para
entes
que
se
instalan,
circulan,
drenan,
se
encierran,
se
lavan
y
levantan
un
auricular.
Los
criterios
para
diseñar
tal
ciudad
son
simples:
se
estratifican
las
zonas,
avenidas
y
servicios
según
las
clases
sociales;
cuestión
de
números,
y
entre
los
números
los
más
básicos:
ingreso,
capital,
ganancia,
promoción,
empleo,
operación,
comercialización.
De
hecho,
la
zonificación
y
la
arquitectura
por
clases
ha
sido
el
criterio
primordial
en
el
diseño.
A
los
pudientes
se
les
diseñan
grandes
mansiones
de
materiales
finos
como
mármol,
granito,
entre
enormes
jardines
a
través
de
arboladas
avenidas.
A
los
otros,
mega
edificios
reproducidos
para
almacenar
personas
en
cajones
de
tímidas
ventanitas,
como
si
la
vista
exterior
fuera
un
lujo.
La
arquitectura
de
la
pobreza
se
traduce
en
la
pobreza
de
la
arquitectura.
Es
así
como
se
han
planificado
las
ciudades,
pero
¿son
habitables?
El
hecho
de
que
tales
ciudades
estén
habitadas
no
comprueba
que
sean
habitables,
pues
sus
residentes
permanecen
ahí
por
falta
de
alternativas.
Por
eso,
para
habitarlas,
tiene
que
ocurrir
una
especie
de
mutación,
y
como
están
diseñadas
para
entes
modulares
tipo
trabajadores-‐compradores,
a
eso
se
reducen
sus
habitantes
para
poder
encajar
en
tal
esquema:
se
modularizan,
cuestión
de
sobrevivencia.
¿Cómo
modularizarse?
Desde
pequeño,
el
individuo
modularizable
está
entrenado
a
no
tocar,
no
correr,
no
explorar,
no
oler,
no
preguntar.
Ve
y
oye
para
detectar,
no
para
observar
y
escuchar.
Esta
domesticación
opera
tanto
para
ocupar
las
zonas
de
miseria
como
las
de
lujo,
pues
ambas
exigen
una
adaptación:
en
un
caso
por
sobrevivir,
en
otro
por
sobresalir,
ninguna
de
las
cuales
hace
la
vida
muy
grata.
Tal
concepción
de
ciudad
tipo
monopolio
como
espacio
donde
se
compran
y
se
colocan
objetos
es
la
que
prevalece
lamentablemente
entre
quienes
están
a
cargo
de
decisiones
urbanas,
con
muy
contadísimas
excepciones
en
Latinoamerica.
Las
ciudades
se
suelen
planear
por
el
simple
mecanismo
de
colocación
de
volúmenes
y
masas
que
se
ven
desde
afuera:
segundos
pisos,
puentes
peatonales,
centros
comerciales,
fachadas.
Pero
¿en
qué
consiste
realmente
la
habitabilidad?
Poner
el
acento
en
la
habitabilidad
voltea
el
problema
en
su
dimensión
exacta,
y
lo
centra
no
en
el
objeto
sino
en
el
sujeto.
Habitabilidad
es
cómo
se
vive,
se
percibe,
se
padece
o
se
disfruta
la
ciudad.
La
habitabilidad
radica
en
la
subjetividad
de
los
habitantes,
no
en
las
dimensiones,
decoraciones
o
cotizaciones
de
los
objetos.
En
la
habitabilidad
está
la
estesis.
Sólo
en
función
de
la
estesis
de
la
ciudad,
podemos
desarrollar
una
poética
urbana.
No
me
refiero
a
crear
de
la
ciudad
una
obra
de
arte
para
la
contemplación,
sino
a
la
ciudad
como
objeto
de
arraigo
y
disfrute,
determinante
de
la
calidad
de
vida,
con
alguna
noción
de
armonía
y
oportunidades
de
estímulos
sensoriales.
La
ciudad
también
se
pude
producir
artificialmente
como
obra
de
arte
o
diseño,
pienso
en
Brasilia.
Hay
asimismo
manías
de
grandeza
en
diseñar
la
ciudad
como
escenografía
para
la
ostentación
del
poder
de
un
füher,
como
los
sueños
de
la
gran
germania
de
Hitler.
Aquí
cabe
insistir
en
la
distinción
entre
la
poética
de
la
ciudad
como
construcción
de
artefactos
que
necesariamente
producen
efectos
en
la
sensibilidad
de
los
demás,
para
bien
o
para
mal,
y
la
estética
de
la
ciudad,
o
mejor
dicho,
a
través
de
la
ciudad,
que
pasa
por
el
sujeto,
es
decir,
la
estesis
de
la
ciudad
como
experiencia
viva
y
cotidiana
de
ella.
Una
ciudad
es
un
producto
natural
que
genera
la
especie
humana
en
su
proceso
de
adaptación
al
y
del
medio
ambiente.
Se
siembran
espacios
para
que
sus
criaturas
se
puedan
refugiar,
sobrevivir
y
realizar
sus
actividades.
Siempre
ha
habido
ciudades,
y
no,
sólo
a
fines
de
la
Edad
Media
en
los
burgos
a
orillas
de
los
feudos.
La
aglomeración
humana
es
parte
de
la
historia
humana:
aunque
no
todos
viven
en
zonas
de
alta
densidad,
las
sociedades
fuertemente
estratificadas
tienden
a
hacerlo
al
extraer
excedentes
de
producción
para
el
mantenimiento
de
clases
laboralmente
ociosas.
Volvamos
a
la
pregunta
clave
¿qué
requiere
una
ciudad
para
ser
habitable?
Tiene
que
ser
estimada
por
sus
habitantes,
disfrutada,
fomentar
el
arraigo;
así
estos
se
encargarán
de
forma
natural
de
cuidarla.
De
ahí
que
la
ciudad
no
se
diseñe
sino
que
se
cultive.
Las
casitas
brotan
solas
cuando
hay
una
familia
que
necesita
techo
y
se
irán
replicando,
como
los
panales
y
los
hormigueros.
Estamos
en
plena
culturaleza,
al
ser
una
especie
cuya
naturaleza
es
cultural,
y
la
cultura
deriva
de
cultivar,
cuidar,
como
se
cultiva
la
naturaleza
para
que
de
frutos
y
se
mantenga.
¿Qué
cuidaremos?
La
experiencia
del
ciudadano,
la
estesis.
Cuidaremos
cómo
duerme,
si
la
ciudad
le
permite
descansar
lo
necesario
o
le
roba
tranquilidad
y
calidad
de
reposo,
si
su
trayecto
al
trabajo
es
agradable
y
en
un
tiempo
razonable,
si
los
itinerarios
a
diversas
escalas
en
el
contexto
urbano
permiten
la
interacción,
si
su
ambiente
es
sano,
si
hay
grados
adecuados
de
transición
entre
lo
público
y
lo
privado,
si
las
generaciones
están
integradas,
si
hay
un
lugar
para
todos
y
entre
todos,
si
los
niños
juegan,
si
los
ancianos
comparten
y
son
acogidos.
Acercando
un
poco
más
el
lente
de
nuestra
reflexión,
la
habitabilidad
depende
del
cuerpo
en
relación
con
su
entorno.
¿Qué
ve,
qué
huele,
qué
oye
el
cuerpo
en
su
vida
cotidiana?
¿es
humana
una
ciudad
que
exige
invertir
toda
la
vigilia
diaria
para
ganar
un
sueldo
para
pagar
el
automóvil
que
le
permita
desplazarse
al
trabajo
para
pagar
ese
automóvil?
¿es
deseable
vivir
en
una
estética
del
encapsulamiento
comprando
hamburguesas
para
comerlas
a
solas
en
el
automóvil?
Una
ciudad
habitable
es
una
ciudad
aromática,
donde
cruzar
una
esquina
nos
sorprende
con
un
aroma
a
jazmín,
a
eucalipto,
a
rosas,
a
pan,
a
cebolla
frita,
a
pasto,
a
café,
a
maíz,
a
lluvia.
Una
ciudad
habitable
se
puede
recorrer
a
pié,
pasearla,
con
bancas
para
el
peatón,
sombras
para
descansar,
cafés
para
conversar,
lugares
de
interés
a
escala
humana,
no
masiva.
Una
ciudad
habitable
es
una
ciudad
acústica
donde
nadie
tiene
derecho
a
imponerle
estruendosamente
sus
hits
musicales
favoritos
a
los
demás,
de
abusar
maquinaria
ruidosa
o
atropellar
el
silencio
de
las
zonas
residenciales
con
anuncios
con
megáfonos
para
obligar
a
comprar.
El
sonido
natural
de
un
barrio
es
un
regalo
en
proceso
de
extinción:
los
cuchicheos
de
los
vecinos,
el
llanto
de
un
bebé,
los
sonidos
de
las
aves,
la
risa
de
los
niños,
los
maullidos
y
los
ladridos,
voces
de
los
paseantes.
Todos
los
sentidos
están
involucrados
en
la
estesis
de
la
ciudad.
El
sabor
especial
de
sus
verduras
y
su
comida
local.
También
el
tacto
y
la
quinestesia
son
parte
de
la
habitabilidad
urbana
y
enriquecen
o
extenúan
la
experiencia
urbana.
Una
ciudad
habitable
requiere
poder
sentir
espacios
amplios,
la
anchura,
la
espesura,
lo
abierto
y
lo
cerrado,
así
como
espacios
íntimos
y
de
interacción.
Una
ciudad
habitable
es
una
ciudad
visualmente
agradable,
con
equilibrios
de
luz
y
sombra,
de
lo
natural
y
artificial,
de
las
formas,
los
colores,
variedad,
juego,
equilibrio
de
la
variedad
con
unidad;
una
ciudad
que
no
sea
monótona,
estrecha,
asfixiante.
Así
que
para
que
una
ciudad
sea
habitable
lo
primero
es
no
pretender
diseñarla
sino
comprometerse
a
cultivarla.
Cultivar
los
sentidos
de
los
habitantes,
la
flora,
la
fauna,
la
poética
y
la
estética
de
la
ciudad.
Vengo
de
una
ciudad
catástrofe
que
sólo
se
ha
salvado
en
parte
porque
las
autoridades
no
han
podido
abarcarla
toda
para
dañarla
más.
Ciudad
de
México
es
una
ciudad
tasajeada
con
enorme
violencia,
una
ciudad
sacrificada
desde
que
dejó
de
ser
la
ciudad
del
sacrificio
ritual
y
se
volvió
la
del
sacrificio
profano.
Paupérrima
en
transporte
público,
y
salvajemente
automovilizada.
La
enajenación
de
los
residentes
es
tal
que
han
vallado
zonas
residenciales
y
los
ciudadanos
ya
no
se
sienten
seguros
si
no
tienen
su
mega
vehículo
especie
de
refrigerador
con
cuatro
ruedas
para
transportarse
y
por
ende
con
mayor
poder
por
centímetros
cúbicos,
que
el
vecino
del
carril
periférico.
Vengo
de
una
ciudad
maravillosa
pero
muy
enferma,
ciudad
atacada
por
la
codicia
especuladores
y
políticos
de
turno.
Pero
no
vine
a
quejarme
sino
a
prevenirlos.
En
suma,
el
cultivo
de
la
ciudad
empieza
desde
la
subjetividad
del
habitante
y
su
experiencia,
como
un
nido
en
que
le
tocará
habitar
sus
escasas
décadas
de
vida.
Los
habitantes
morimos
pero
las
ciudades
permanecen.
Por
eso
la
ciudad
debe
acoger,
albergar
al
ser
humano
como
sujeto
de
estesis,
sensible
a
su
entorno,
y
no
sólo
bestia
de
trabajo
para
producir
y
consumir
productos.
Cultivar
la
ciudad
es
cultivar
los
sentidos
de
los
habitantes,
sus
relaciones
e
interacciones,
su
capacidad
de
gozo,
y
su
vulnerabilidad
ante
el
dolor,
el
fastidio,
la
tristeza,
la
depresión,
la
ansiedad.
Cultivar
la
ciudad
es
preservar
y
hacer
agradables
las
actividades
del
ciudadano
que
come,
baila,
vende,
compra,
estudia,
se
pasea,
canta,
se
columpia,
se
aparea,
trabaja,
descansa,
festeja,
juega
y
muere.