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“La ética de la liberación revolucionaria era aceptada en forma más entusiasta por los

bolcheviques (o al menos por los intelectuales bolcheviques) en lo que hacía al tema de


las mujeres y Ia familia. Los bolcheviques respaldaban la emancipación de Ia mujer,
como lo había hecho la mayor parte de la inteliguentsia radical rusa desde la década de
1860. Como Friederich Engels, quien escribió que en la familia moderna el marido es el
`burgués´ y la esposa la `proletaria´, veían a Ias mujeres como a un grupo explotado.
Para el fin de la guerra civil se habían aprobado leyes que facilitaban el divorcio,
anulaban el estigma que en ese entonces pendía sobre los hijos ilegítimos, autorizaban el
aborto y dictaminaban que Ias mujeres tenían los mismos derechos --incluyendo los
salariales— que los hombres.
Mientras que sólo los pensadores bolcheviques más radicales hablaban de destruir Ia
familia, se daba por sentado en forma general que mujeres y niños eran las víctimas
potenciales de Ia opresión en el interior de las familias y que Ia familia tendía a inculcar
valores burgueses. El Partido Bolchevique estableció secciones femeninas
independientes (ienoldeli) para organizar y educar a las mujeres, proteger sus intereses y
ayudarla a desempeñar roles independientes. […]”

“Es indudable que la guerra civil tuvo un inmenso impacto sobre los bolcheviques y
sobre la joven república soviética. Polarizó la sociedad, dejando perdurables
resentimientos y cicatrices; y la intervención extranjera produjo en los soviéticos un
temor permanente, con connotaciones de paranoia y xenofobia, a ser `rodeados por el
capitalismo´. La guerra civil devastó la economía, paralizó casi por completo la
industria y vació las ciudades. Ello tuvo implicaciones políticas además de económicas
y sociales ya que significaba una desintegración y dispersión al menos temporaria, del
proletariado industrial, la base en cuyo nombre los bolcheviques habían tomado el
poder.”
Sheila Fitzpatrick,. La Revolución Rusa, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005.

Somos un partido antiparlamentario, que rechaza la Constitución de Weimar y las


instituciones republicanas por ella creadas; somos enemigos de una democracia
falsificada, que incluye en Ia misma línea a los inteligentes y a los tontos, a los
aplicados y a los perezosos; vemos en el actual sistema de mayoría de votos y en Ia
organizada irresponsabilidad Ia causa principal de nuestra creciente ruina. Vamos al
Reichstag para procurarnos armas en el mismo arsenal de la democracia. Nos hacemos
diputados para eliminar el credo de Weimar con su propio apoyo. Si Ia democracia es
tan estúpida que nos facilita dietas o pases de libre circulación, es asunto suyo [...].
También Mussolini fue al Parlamento. Y, a pesar de ello, no tardó en marchar con sus
camisas negras sobre Roma”
Joseph Goebbels. 1928.

“En términos de intereses materiales, fascismo y nazismo prometían casi todo a casi
todos, pero sus principales elementos aglutinadores eran un puñado de mitos
histórico-políticos con pretensión de representar la `esencia´ de la política: a) la defensa
del ‘sentido político’ de la Primera Guerra Mundial como supuesta medida de la
‘verdadera’ identidad nacional; b) el mito de la conspiración de todos los
‘antinacionales’, culminando con los `bolcheviques´; c) la Imagen del resurgimiento de
una grandeza pasada y de la ‘misión’ internacional de la propia nación; d) la capacidad
del Estado ‘fuerte’ para dar una respuesta `armónica´ o ‘comunitaria’ a los excesos no
solo del individualismo, sino también del colectivismo; e) la construcción psicopolítica
del líder carismático. Hay que señalar que en la imagen nazi de los ‘antinacionales’
había un componente que no se encontraba en la Ideología del movimiento fascista: el
antisemitismo. [...] Tanto en Italia como en Alemania, esta oferta ideológica resultó
especialmente atractiva para sectores de las clases medias urbanas y rurales, grupos
profesionales muy vinculados al Estado y al sistema educativo, veteranos de guerra y
varones jóvenes.”
Cristian Buchrucker, EI fascismo en el siglo xx. Una historia comparada, Buenos Aires, Emecé, 2008

“Es perfectamente concebible que un Consejo Nacional de las Corporaciones sustituya


en su totalidad a la actual Cámara de Diputados, que nunca fue de mi gusto. Es
anacrónica hasta en su misma denominación; pero es una institución que ya existía
cuando nosotros entramos, con su carácter ajeno a nuestra mentalidad y a nuestra pasión
[…]. Esa Cámara presupone un mundo que nosotros hemos demolido; presupone la
existencia de diferentes partidos políticos y, a menudo, una injuria al espíritu de trabajo.
Desde el día en que suprimimos la pluralidad de partidos, la Cámara de diputados ha
perdido su razón de ser.”
14 de noviembre de 1933.

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