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La Globalización

Aspectos sociales

Para demostrar que no siempre el equilibrio automático entre oferta y demanda a un determinado precio
supone una ventaja desde el punto de vista social voy a hacer uso del ejemplo habitual: supongamos una
escasez en la producción de leche, con oferta escasa y gran demanda, por lo que el precio de ajuste se
sitúa tan alto que los pobres no pueden comprar leche para sus hijos, mientras los ricos no tienen
problema para ofrecérsela a sus gatos.

Dada la tremenda desigualdad en la distribución de la riqueza dentro del sistema de mercado, el ejemplo
de la leche no es para nada improbable. Así, por ejemplo, es un hecho palpable la desigualdad de
oportunidades en los niveles de educación superiores, menos accesibles para estudiantes pobres o la
dificultad para acceder a los servicios sanitarios cuando son privatizados, convirtiéndose en imposibilidad
en caso de enfermedades complicadas con tratamientos caros lo que, además de ser injusto, supone una
fuente de exclusión y marginación social inaceptable.

En otro aspecto, un ejemplo más y muy ilustrativo de perjuicio social cuando las inversiones se guían solo
por criterios economicistas, se produce en las frías aguas del Pacífico sur chileno, donde los inmensos
excedentes de peces capturados podrían paliar buena parte del hambre del Tercer Mundo, si no fuese
porque es más rentable su procesado para fabricar piensos y harinas que alimentarán al ganado productor
de carne destinada a ser consumida en los países ricos.

No hablemos ya del destrozo medioambiental producido por haberse actuado durante decenios pensando
solamente en los beneficios monetarios inmediatos sin tomar en cuenta las ventajas futuras que quedaban
ya destruidas para siempre. Las talas masivas y los incendios de grandes extensiones de selva amazónica,
los vertidos al mar de todo tipo de contaminantes, las sustituciones de grandes extensiones de bosques
primarios por cultivos puntualmente más rentables o simplemente su tala masiva para la obtención de
madera, el enladrillado, cementado y asfaltado masivo de zonas de gran valor ecológico, el uso de artes de
pesca sumamente destructores, etc., etc. son ejemplos de los daños que estamos causando al Planeta y de
los graves perjuicios para el futuro si se dejan en libertad ciertas empresas guiadas únicamente por
criterios lucrativos.

Por lo tanto, el mercado de la competencia imperfecta, el mercado real, está dirigido por unos
cuantos actores interesados en buscar el máximo beneficio privado a costa de lo que sea.

El interés público y el interés privado no tienen siempre los mismos objetivos. Las empresas persiguen una
“prosperidad” basada en máxima ganancia, en batir records anuales de beneficios. El interés común busca
fines más variados como la salud pública, la mejora de la educación, el respeto a la naturaleza, la cohesión
social, el fomento de las artes, la calidad y salubridad de los alimentos y, sobre todo, el acatamiento de
unas normas éticas de convivencia; esto conlleva muchas veces sacrificios del beneficio económico. Fines
que el empresario (el interés privado) no tiene en cuenta para su actividad no estando dispuesto a realizar
sacrificios en sus beneficios económicos.

Evolución del Mercado

Actualmente el sistema económico mundial está muy condicionado e influenciado por dos nuevos factores:
el tecnológico y el institucional.

El tecnológico tiene su origen en el tremendo progreso sufrido por la informática y las comunicaciones.
Innovación representada por Internet, red global sobre la que se produce el intercambio generalizado de
todo tipo de información digitalizada por unas computadoras cada vez más rápidas y avanzadas e
interconectadas por redes de telecomunicaciones también muy avanzadas y veloces.

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El institucional es consecuencia del acentuado liberalismo económico adoptado por los países más
adelantados y los grandes organismos internacionales, cuyo resultado es la puesta en marcha de amplias
medidas liberalizadoras de las transacciones en los mercados, sobre todo, de los movimientos financieros
internacionales imponiéndoselas, de paso, a los países menos adelantados como condición sine qua non para
el mantenimiento relaciones comerciales u obtener créditos financieros. Esto se traduce en una cesión de
poder por parte de los gobiernos a favor de las grandes empresas y grupos inversores mundiales.

Así pues, la economía mundial se mueve hoy condicionada por la posibilidad de realizar comunicaciones y
transferencias instantáneas por una parte y, por otra, por la amplia liberalización de las operaciones
privadas con ausencia de control sobre ellas, lo que traspasa gran parte de las decisiones económicas
desde el ámbito gubernamental con control democrático al poder privado empresarial liberado del
control ciudadano. De esta forma se ha llegado a la estructura actual del mercado al que se ha llamado
GLOBALIZACIÓN.

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Como hemos dicho, es la “moderna” forma capitalista de mercado, en la que se han liberalizado al máximo
la circulación de flujos financieros; luego con ciertas limitaciones y controles se ha liberalizado también el
movimiento de mercancías; y después mucho más restringido se mantiene el movimiento de trabajadores.

Esa libertad financiera es crucial para el sistema, pues favorece las operaciones especulativas por
cuantías muy superiores al valor total de las mercancías intercambiadas mundialmente multiplicando sus
beneficios al aprovechar las diferencias en los tipos de cambio.

En ocasiones, se llega incluso a provocar o explotar desestabilizaciones y hasta crisis monetarias con
auténticos ataques especulativos, que los gobiernos afectados no pueden parar por la superioridad de
recursos de los atacantes y porque los poderes políticos han venido abdicando cada vez más de su
capacidad de legislar contra esas operaciones.

Este mercado globalizado funciona como una red de intensas relaciones económicas que, interconectada
en tiempo real por los nuevos medios informáticos, agrupa una buena parte de la actividad mundial e
influye, más o menos indirectamente, sobre las entidades no incluidas en la red.

Como en todos los mercados, en este mercado global convertido en espacio unificado por la instantaneidad
de las comunicaciones, la liberalización sólo significa libertad real para los países más fuertes, con
mayor potencia económica. Pero como en ese espacio los gobiernos han renunciado al control sobre las
transferencias financieras, quienes deciden son las grandes instituciones privadas, bancarias o fondos
de pensiones o de inversión, además de especuladores con nombres y apellidos, dueños de sumas
multimillonarias, que utilizan contra cualquier Bolsa o moneda donde encuentren beneficios.

Las nuevas tecnologías y la velocidad en las telecomunicaciones permiten que las cotizaciones, noticias o
factores con repercusión sobre la situación económica sean conocidas en cualquier parte del planeta casi
instantáneamente de manera que se provocan reacciones inmediatas de los grandes operadores seguidos
por los demás. El uso de esas tecnologías no implica que se garantice la transparencia total teórica del
mercado perfecto, muy al contrario, la complejidad y abundancia de medios en la red facilita tanto la
desinformación publicitaria y estratégica como la información. Además, esa maquinaria tecnológica es
usada a fondo por los grupos financieros desde el momento en que los gobiernos más avanzados han
renunciado al control de operaciones que, sin embargo, afectan profundamente a su gestión pública y a la
vida cotidiana de sus ciudadanos.

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La libertad financiera y monetaria ha ido consolidándose en virtud de leyes de liberalización presentadas


como “desregularizadoras” y aprobadas por la creencia en la ideología del liberalismo económico
dominante en casi todas las instituciones académicas y seguida por los grandes organismos internacionales.
La utilidad esencial de esa teoría es la de legitimar el poder del dinero, aunque nos la venden como si
tuviese las mismas virtudes democráticas del liberalismo político. Pero la realidad es que, mientras en el
liberalismo político cada persona encarna un voto, en el liberalismo económico, el voto corresponde a
cada unidad monetaria y no a cada ciudadano. Por lo tanto, el dejar los gobiernos las manos libres al
poder económico privado, los votantes han perdido el control democrático ejercido mediante la elección
de sus representantes y gobernantes. En definitiva: la globalización económica es totalmente
antidemocrática.

Podemos dar una definición precisa ya de la globalización como “red de centros con fuerte poder
económico y fines lucrativos, unidos por intereses paralelos, cuyas decisiones dominan los mercados
mundiales, especialmente los financieros, usando para ello la más avanzada tecnología y aprovechando la
ausencia o debilidad de medidas reguladoras y de controles públicos”. La consecuencia es la creciente
concentración en pocas manos de las riquezas del Planeta y del poder económico.

La forma de dotarla de falso prestigio es presentar la globalización como una estructura social moderna
y sin precedentes, alcanzada como uno más de los frutos del progreso. Sin embargo, lo cierto es que el
poder ha buscado en toda la historia la explotación económica de sus súbditos usando los más avanzados
medios técnicos del momento y no solo con el uso de la fuerza. Así, los traficantes y comerciantes en
todos los imperios han procurado montar sus rutas y redes de transporte, líneas marítimas, etc. en
connivencia con los poderes vigentes. Cada imperio ha globalizado como ha podido.

En definitiva la globalización es la forma moderna de Imperialismo. El Imperialismo del poder económico


concentrado a nivel mundial en unas cuantas compañías transnacionales y entidades financieras.

La abismal desigualdad entre la minoría globalizadora y la multitud dependiente aparece en cualquiera de


las estadísticas ofrecidas por los más serios organismos internacionales que, además, muestran una
agravación progresiva de la desigualdad. Por ejemplo, según el programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo, en 1997 el veinte por ciento más rico de la población mundial tenía unos ingresos 74 veces
más altos que el veinte por ciento más pobre, sin que se registren medidas redistributivas eficaces por
parte de los más favorecidos. Es más, nunca se ha llegado a hacer efectiva del todo la aportación de un
0,7% del producto bruto de los países adelantados, aprobada hace tiempo por las Naciones Unidas con ese
fin compensatorio.
Esta abismal desigualdad genera no pocas protestas por todo el Planeta cuyos grupos más o menos
organizados se coordinan utilizando las mismas tecnologías que los globalizadores. Globalizadores que
tratan de deslegitimar las protestas descalificando a sus miembros y tachándolos de minoría heterogénea,
sin ideas sólidas y como gente que se perjudica a sí mismos al enfrentarse a lo que el liberalismo
considera la única solución contra la pobreza, argumentando, además, que la lucha es inútil porque la
globalización es imparable al estar impuesta por el irrenunciable avance de la tecnología.

Es cierto que los oponentes a la globalización somos un conjunto heterogéneo que abarca desde grupos
radicales antisistema hasta pacifistas y defensores de los derechos humanos, pasando por ecologistas o
colectivos culturales, religiosos, etc. Esa variedad está motivada por la multitud de aspectos en que el
acaparamiento de riquezas y el abuso de poder incide sobre las vidas de los excluidos y marginados
de la distribución justa de la riqueza.

La negación que hace el poder económico de ideas sólidas contrarias al pensamiento liberal o “único” queda
desmentida por la existencia de un extenso colectivo social, sostenido por instituciones y publicaciones
seriamente críticas con ese liberalismo. Muchos autores y textos han desenmascarado el anacronismo que
invalida totalmente la teoría liberal por su injusticia distributiva, su ceguera ecológica, su reduccionismo

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inhumano, sus desviaciones al orientar la inversión y otros aspectos negativos inherentes al intercambio
descontrolado.

Así pues, mientras la minoría globalizadora limita su interés a los mecanismos y resortes económicos que
afectan a sus beneficios y operaciones especulativas, la gran mayoría oponente nos inquietamos por lo que
importa a la vida humana en todas sus dimensiones, desde el escenario natural a la educación y
perfeccionamiento de las personas, desde el hambre a la actividad creadora, desde la justicia a la
solidaridad, desde la ciencia al placer. Una vida en plenitud, no reducida a meros horizontes económicos, lo
que exige otro mundo más vasto que el financiero. Por eso decimos que OTRO MUNDO ES POSIBLE.

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