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EL VIAJE DE LAS CARACOLITAS

Para Paloma y Sarab, con cariño

Las caracolitas se fueron montando como pudieron hasta llegar a lo más alto
de la margarita. Desde allí se veía un hermoso valle, lleno de colores y aromas.
Había ríos, cascadas y lagunas. Y pájaros de muchos plumajes que surcaban los
cielos.

-¡Guao!- se dijeron- ¡que hermoso es todo esto! ¿Quién pudiera recorrerlo


todo en un solo día? Pero somos unas caracolitas. Y nuestro paso es lento. No
somos como otros animales: como los conejos, que corren y saltan; o como los
ciervos, de graciosos y elegantes pasos; ni tenemos alas. Somos unas
caracolitas.

Lentamente fueron bajando de la margarita, con sus hermosos caparazones


llenos de lunares de rosaditos, celestes y amarillos. Eran lentas, pero decididas.
Y querían recorrer todo el valle hasta llegar a la hermosa laguna de aguas
trasparentes y de pececitos que jugaban con sus colores a formar arcoíris bajo
el agua.

Y juntas, tomándose de la mano, fueron a su paso por el camino. Y se fijaron


en las margaritas y los hongos que había a los lados del camino. Los grandes
árboles, pero también la humilde hierba. Y vieron pasar a los zorros. Y las
ardillitas que fruncían su hocico con nerviosismo. Y algún animal desagradable,
que no vale la pena nombrarlo, que se burlaba de ellas, porque eran lentas y
chiquitas ¡que animal tan desagradable, realmente!

Así que no siempre fue fácil caminar. Hubo momentos de desánimo. También
cansancio. Todo parecía lejano y distante. Les asaltaron pensamientos como:
“¿para qué vamos a ir? Capaz que al final no es tan hermoso como pensamos.
Los otros animales exageran. O hasta al final la hermosa laguna se ha
transformado en un estaque de agua putrefacta”. O simplemente la visión de
la laguna había sido una alucinación. O fruto de la imaginación.

Pero cuando una se desanimaba, la otra le tomaba de la mano y, con una


sonrisa, hacía que siguiese caminando. O le decía una palabra amable, de esas
que solo las caracolitas saben decirse. O le daba un beso. Hasta un abrazo. O
le decía algo gracioso. No hubo necesidad de molestarse, salvo en una
oportunidad.

-Si tú no vas a caminar, yo tampoco- le dijo una a la otra con atronadora


decisión.

Pero si le iba a decir una a la otra que era una cobarde, por querer abandonar
el camino, nunca se hizo con cara de rabia. Siempre una u otra se lo hacían
saber con una sonrisa y abrazo, para que la otra supiera que se necesitaban
porque se amaban. Así que esta convicción, de que las dos caracolitas sabían
que se amaban, terminó siendo más que suficiente para seguir por el largo
camino hacia el lago.

Ya el camino no era tan gravoso. Estaban juntas ¿qué más podían desear? Así
que ya no importaba que los demás animales fuesen más rápidos, más ágiles,
volasen más alto o fuesen desagradables. Iban poco a poco.

Aunque rara vez se detenían, tenían oportunidad de ver y detallar cada una de
las flores: veían sus formas y colores, iguales y diferentes, con matices de
muchos tipos. Algunas eran como mates y otras aterciopeladas. Y cuando
llegaba la brisa y les traía todos los suaves aromas de alrededor, podían
disfrutarlo una y otra vez. Hasta aprendieron a reconocerlos. Y si un ave estaba
como colgada del cielo, veían con detenimiento la forma de sus plumas y la
mezcla de colores ¿y qué decir de sus cantos? Supieron de cantos más que
todos los otros animales del bosque, que corrían de lado para el otro con tanta
prisa que, si les hubiese tropezado, ni se habrían enterado ¿cómo podrían
saber a qué huelen los olores, o cómo se visten los pájaros, o cómo suenan los
cantos, o cuándo una flor es igual o distinta a las demás?
Así que el sol comenzó a ser más hermoso y la luna más espectacular. Las
nubes más coquetas e impredecibles. Las armonías de las hojas al caer, toda
una melodía de la naturaleza. Y sentir cómo crujían aquellas que estaban ya
secas cuando las pisaban, era toda una sensación de sonidos.
¡Claro que en el camino hubo lluvia! A veces hasta truenos. Algunos copitos de
nieve cayeron a su lado. Incluso tuvieron que refugiarse, en alguna ocasión,
bajo un hongo. Pero sentían que todo era hermoso y superable, debido al amor
que unía a las dos caracolitas. Una confiaba en la otra. La bella sonrisa de una,
enseguida transformaba la carita de la otra, cuando estaba triste. Las
dificultades no les hacía sentir más grandes, sino más fuertes. Todo estaba
ligado al misterio del Amor.
Un día, quizás el menos esperado, cuando el sol acaba de nacer y todavía se
desperezaba quitándose de encima los rayitos rojos que vestían las nubes de
anaranjado, vieron como en el paisaje se abría una inmensidad azul. El sonido
del agua al caer se fue haciendo cada vez más ensordecedor. Todo el verde
tenía una intensidad especial. El cielo con un azul tan distinto al que habían
visto antes. Las caracolitas no salían de su asombro. Las boquitas colgaban
abiertas de una manera magníficamente bella.
Quisieron apurar su paso. Pero eran caracolitas. Por mucho que lo intentasen,
no iban tan rápido como sus mentes o sus corazones ¡Por fin habían llegado!
¡Querían bailar de la emoción!
Después de varias horas de fiesta en su corazón, consiguieron alcanzar un
borde del lago donde el viento y la tranquilidad eran insuperables. Ambas
tenían sed. Se acercaron al lago para poder tomar un poquito de agua. La
superficie del lago era cristalina.
Cuando ambas se asomaron… ¡Guao! ¡No podían creer lo que estaban viendo!
Se habían transformado en dos bellas jóvenes caracolas grandes. Su belleza
era propia de las princesas. Sus ojos brillantes y misteriosos a la vez. Los labios
dejaban asomar una hermosa sonrisa. En verdad eran especiales ¿cómo era
que en el camino no se habían dado cuenta? se preguntaron.
Quizás por dos razones: la primera, porque cada piedra, cada rincón del
camino, cada árbol, cada flor, cada mariposa… les había parecido tan
fascinantes, que no se habían percatado del cambio de ellas. Pero también
había otra razón: cada una era tan importante para la otra, su mundo interior
era tan bonito, que eso hacía que estuviesen ensimismadas una en la otra.
Todo el paisaje que habían visto las había ido transformado por dentro.
Se miraron y se rieron ¡ya eran grandes!
Cuando eran chiquitas, los caparazones estaban vacíos de experiencias. Ahora
que ya son grandes, sus caparazones están llenos de experiencias que serán
capaces de llevar consigo a donde quiera que vayan a ir…

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