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MARCO Y RECICLABLE

En el colegio, la clase favorita de Marco era la de manualidades. Le encantaba


tener las manos con pintura, sacar sus lápices de colores de la mochila o hacer
figuras de greda para después darle color.

Una semana, la profesora les anunció que iban a construir unos minis
contenedores de reciclaje. Les explicó a los niños que así aprenderían a distinguir
qué cosa va en casa uno de ellos. Los iban a fabricar de tres colores, como los
que tenemos en la calle.

Marco anotó bien en su cuaderno que el azul era para el papel y el cartón, el verde
para el vidrio y el amarillo para los envases de plástico.

- ¿Y las latas de bebidas y refrescos, profesora? – preguntó intrigado el niño.

- Esas van en el amarillo, Marco, y los de la leche y las latas de sardinas que
tanto te gustan, también – le explicó detenidamente la profesora.

Con todas sus notas bien organizadas en el cuaderno, Marco pidió a su madre
que le acompañara a la tienda por el material que tenía que llevar al día siguiente
al colegio. Necesitaba cartones muy grandes, pintura amarilla, azul y verde, un
rotulador gordo, pegamento para poder pegar y tijeras para recortar.

Después de comprarlo todo y llegar a casa, lo puso al lado de la puerta para que a
la mañana siguiente no se le olvidara llevar los materiales. Al día siguiente,
cuando sonó el timbre para entrar a clases de manualidades, Marco se puso muy
nervioso. En realidad, estuvo alterado toda la mañana. Se había pasado la noche
soñando con sus contenedores para reciclar.

Lo primero que hizo, tras escuchar las instrucciones de la profesora, fue dibujar el
símbolo que ella había puesto en la pizarra. Eran como tres flechas retorcidas
formando una especie de círculo.

La profesora explicó a la clase que ese era el símbolo del reciclaje. Marco
entendió que las flechas significaban que las cosas se pueden volver a usar
cuando creemos que ya no nos sirven. Entendió que el reciclaje es una manera
muy útil de ayudar a nuestro planeta. Reciclamos los periódicos y las revistas que
ya hemos leído, habrá que talar menos árboles para fabricar más papel – explicó
la profesora.
LOS NIÑOS CUIDAN EN PLANETA

Había una vez, una niña llamada Débora que le encantaba salir a jugar con sus
amigos en el parque. Ellos iban todos los días y siempre aprovechaban de regar
las flores del parque para que se mantuvieran muy lindas y frescas.

Un día Débora y sus amigos fueron al parque a jugar, y al momento de regar las
flores se dieron cuenta que tenían mucha basura y eso los puso muy tristes.
Miraron para el lado y vieron a unos niños que empezaron a tirar la basura al
suelo. Débora y sus amigos fueron a hablar con ellos para explicarle que es malo
tirar la basura al suelo y le dijeron: - no deben botar la basura en el suelo ni en las
plantas porque se daña nuestro bello planeta y debemos cuidarlo y protegerlo para
que siempre este con lindos colores.

Al escuchar esto los niños que botaban la basura en el suelo se sintieron tristes
porque se dieron cuenta que al hacer eso dañaban el planeta.

Todos juntos comenzaron a recoger la basura que habían tirado al suelo y a las
flores, y la botaron en el basurero. Así se dieron cuenta que el parque se veía
hermoso y se comprometieron todos a cuidar siempre la naturaleza y enseñar a
los demás a hacer lo mismo.
EL BOSQUE HERIDO

Un día Pepe salió de paseo con sus padres, cerca del camino observó que
estaban quemando una maleza. Le preguntó a su papá:

-¿Por qué hay gente sin conciencia que daña el ambiente?

-Su padre le contestó; - Porque no saben el daño que le están ocasionando al


ambiente.

-Pepe respondió a sus padres: -¿Por qué no les explicamos que debemos cuidar
el medio ambiente como si fuera nuestra propia vida…?

-Ellos le dijeron: -Sí hijo, trataremos de hablar con esas personas.

El incendio quemaba árboles como el sauce, roble, pinos y muchas plantas que se
caían poco a poco, por la mano perjudicial del hombre.

Pepe observó desde la orilla del camino, cómo algunos animalitos huían del calor.
Pájaros, conejitos, ardillas, mariposas, todos buscaban refugio, y hasta una
culebra se arrastraba hacia la carretera para salvar su vida.

El bosque herido por el fuego se veía muy triste y solo. A pesar de que llamaron a
los bomberos forestales, se quemó una gran parte de él.

Fue destruido por el hombre, en vez de cuidarlo, para que los árboles protejan el
ambiente y sirvan de nido a las aves y animalitos del bosque.

No había quedado nada en pie, sólo uno que otro ratón y unas cucarachitas que
aguantaban el fuego escondidos en los peñascos.

Ya no habrían más nidos para los pájaros, follaje para los animales que buscaban
en sus raíces huir de los rayos del sol. Sus ramas verdes y brillantes ya no se
extenderían en el abanico verde y colorido del bosque.

Sólo debajo de una piedrecita, Pepe observó en un rincón del fallecido bosque,
cómo se asomó tímidamente una pequeña hojita verde, componente de una
plantita que acababa de nacer: era un semilla de arbolito, que había quedado
latente bajo las piedras, quienes la cuidaron, cobijándole del fuego, se había
alimentado de las aguas subterráneas de la madre tierra, a su lado otras semillitas
aún dormían plácidas, pero muy pronto despertarían.

No todo se había perdido: la naturaleza empezaba de nuevo su ciclo vital. Los


arbolitos irían despertando poco a poco y se irían creciendo empezando el ciclo de
la vida. Lo demás lo haría el sol, el agua. Crecerían hasta llegar a ser tan altos
como los que habían sido quemados. Una esperanza nacía: el bosque volvería a
ser lo que antes era: un remanso de paz y naturaleza para los animales silvestres.
Un ratoncito asomó su trompa desde una caverna.

… Las pequeñas hojitas verdes se alimentarían del sol, del agua, y todo volvería a
ser como antes…. El bosque ya no estaba herido... Renacía feliz…
EL VIEJO ÁRBOL

Érase una vez un árbol que tenía cientos de años. Era tan viejo que todos los
animalitos del bosque lo conocían y siempre estaba lleno de pajaritos y animales
que se sentaban en sus ramas.

Todas las primaveras el árbol se llenaba de bonitas hojas verdes y de riquísimos


frutos y eso hacía que se sintiese muy feliz.

- ¡Vengan a mis ramas a cobijarse del sol y a trepar para divertirse! ¡Además
podrán comer todo lo que quieran! – decía el árbol a todos.

Un día, unos niños pasaron por allí y vieron al hermoso árbol. Todos fueron a
subirse a su tronco. El árbol estaba muy contento porque estaba haciendo feliz a
los niños. Claro que en ese momento no se imaginaba lo que acabaría ocurriendo.

Los niños iban cada día a jugar al árbol y como no tenían ningún cuidado y sólo se
preocupaban por pasárselo bien, arrancaban sus hojas y partían sus ramas.

Los animalitos se iban asustados en cuanto los veían.

- ¡Ahí vienen los niños! ¡Tengan cuidado! – gritaban los animalitos.

El pobre árbol estaba cada vez menos frondoso y tenía muchas ramas partidas.
Se sentía débil y mustio y echaba de menos a los animalitos que ya no se atrevían
a subirse a sus ramas.

Unos pajaritos se dieron cuenta de que el árbol estaba muy triste y se acercaron a
preguntarle:

- Viejo árbol, ¿Por qué estás tan triste? - Me encanta que todos vengan a jugar
con mis ramas y a comer mis frutos, pero hay unos niños que cada vez que vienen
me hacen mucho daño y asustan a los animalitos – respondió el árbol.

Los pajaritos se quedaron muy tristes al ver que aquel árbol tan viejo estaba
perdiendo toda su hermosura y fuerza. Tenían que conseguir por todos los medios
que los niños lo cuidasen para que recuperase su fuerza y pudiese seguir
haciendo feliz a todos.

Entonces, fueron a hablar con los niños:

- Amigos, acabamos de ver al Viejo árbol del bosque y nos ha contado que están
haciéndole daño en sus ramas y su tronco. Se siente cada vez más débil y el resto
de animalitos se asustan mucho al veros.
Los niños, que no eran conscientes de que realmente estaban comportándose mal
con el árbol, respondieron:

- A ese viejo árbol no le pasa nada porque nosotros juguemos en sus ramas. Si se
las partimos y le arrancamos las hojas ya le saldrán otras. ¡Los árboles están para
eso!

Los pajaritos advirtieron a los niños de que era necesario cuidar a los árboles y
plantas porque si no los cuidaban cada día, habría un día en el que perderían toda
su fuerza y nunca más podrían brotar hojas ni dar frutos para comer, pero a los
niños les dio igual y siguieron actuando igual.

El Viejo árbol estaba cada vez más débil. Todos los animalitos estaban muy
preocupados sobre todo cuando vieron que al llegar la primavera el árbol no tuvo
ni una sola hojita verde y no dio ningún fruto del que pudieran comer.

El Viejo árbol entonces, fueron a hablar con los niños de nuevo para que vieran lo
que estaban consiguiendo. Pero por mucho que los animalitos les explicaban lo
que pasaba, a los niños les daba igual.

- ¡No pasa nada! ¡Ya darán hojas y frutos! ¡Nosotros no tenemos la culpa! ¡A los
árboles se les pueden arrancar las hojas y partir las ramas! – decían

Pasaron los años y el Viejo árbol ya no tenía ninguna fuerza y los animalitos no
sabían qué hacer.

- Niños, ¿veis como llevábamos razón? Este árbol dejará de vivir si no dejan de
tratarlo mal – dijeron los animalitos.

Los niños, al ver que el árbol realmente estaba tan débil, se dieron cuenta de que
habían cometido un error muy grande y se sintieron muy mal.

- Esto es por nuestra culpa, lo sentimos muchísimo. No lo hemos tratado bien y


ahora el árbol está a punto de morir... Tenemos que hacer algo.

Los niños aprendieron la lección y nunca más trataron mal a los árboles y las
plantas y con la ayuda de los animalitos mimaron tanto al árbol que consiguieron
que volviera a estar frondoso y lleno de hojas y frutos.
EL CONEJO Y EL PLANETA

Había una vez un conejo llamado Martín que le encantaba cuidar las plantas de
su huerta, pero al conejo Martin también le gustaba ayudar sus amigos que vivían
cerca de él, y le fascinaba hablar del planeta y decirles lo importante que es cuidar
el agua.

Aunque sus amigos no cuidaban mucho el planeta y tiraban basura al suelo, eran
todo lo contrario al conejo Martín, y a los amigos no les gustaba tener plantas
porque decían que ocupaban mucho espacio. El conejo Martín se sintió solo y sin
el apoyo de nadie, ya que nadie lo entendía y el solo quería ayudar a sus amigos y
al planeta, pensaba y pensaba y no se le ocurría una solución para que sus
amigos lo ayudaran.

Un día, uno de sus amigos estaban en el rio cuando ve acercarse a otros animales
tirando desechos al rio, y el amigo de Martín fue a avisar a todos los animales,
incluyendo al conejo. Y el amigo decía que el conejo Martín tenía razón de que
hay que cuidar el planeta, así que se pusieron de acuerdo todos los amigos y
comenzaron a ayudar y decidieron poner una reja para que los otros animales no
dejen basura en el sector, y el conejo Martín se sentía tan contento porque por fin
se sentía apoyado por sus amigos y ese mismo día el conejo Martín invitó a todos
sus amigos a su casa y los felicitó por hacer un gran trabajo y uno de sus amigos
le pidió disculpas en nombre de todos los animales presentes por no haberlo
escuchado.
HANSEL Y GRETEL

Erase una vez dos niños llamado Hansel y Gretel, quienes vivían con su padre
leñador y su madrastra cerca de un espeso bosque. La situación de la familia era
pobre, vivían con mucho escasez y apenas tenían para alimentarse.

Una noche la cruel madrastra le sugirió al leñador que se encontraba atormentado


pensando que sus hijos morían de hambre. – “Debemos abandonarlos en el
bosque, ya no hay suficiente comida. A lo mejor se encuentran a alguien que se
apiade y les dé de comer”.

Al principio el padre se opuso rotundamente a la idea de abandonar a sus hijos en


el bosque. – “¿Cómo se te puede ocurrir semejante idea? ¿Qué clase de padre
crees que soy?” – le respondió enfadado.

La mujer que estaba dispuesta a deshacerse de la carga de los niños, no


descansó hasta convencer al débil leñador que aquella era la única alternativa
que le quedaba.

Los niños no estaban realmente dormidos, por lo que escucharon junto a la puerta
de su habitación toda la conversación. Gretel lloraba desconsoladamente, pero
Hansel la consoló asegurándole que tenía una idea para encontrar el camino de
regreso.

A la mañana siguiente cuando los niños se disponían a acompañar a su padre al


bosque como hacían a menudo, la madrastra les dio un pedazo de pan a cada uno
para el almuerzo. Así fue como los niños siguieron a su padre hasta el fondo del
bosque, sabiendo que este los iba a dejar allí. Hansel iba detrás, dejando caer
migas de su pan para marcar el camino por donde regresar a casa.

Cuando llegaron a un claro, el padre les dijo con una tristeza profunda. – “esperen
aquí hijos míos, iré a encontrar algo de leña y luego vendré a buscarlos”.

Hansel y Gretel se quedaron tranquilos como su padre les había pedido, creyendo
que tal vez había cambiado de opinión. Se quedaron profundamente dormidos
hasta que los sorprendió la noche y siguiendo la luz de la luna, intentaron
encontrar el camino de regreso. Pero por más que buscaron y buscaron no
lograron encontrar las migas de pan que indicaban el camino, ya que los pájaros
del bosque se lo habían comido.

Así vagaron sin rumbo durante la noche y el día siguiente por el bosque, y con
cada paso que daban se alejaban más de la cabaña donde vivían. Pensaban que
iban a morir de hambre cuando encontraron un pajarillo blanco y cantaba y movía
sus alas, como invitándoles a seguirle. Siguieron el vuelo de aquel pajarillo hasta
que llegaron a una casita, que para su sorpresa estaba construida completamente
de dulces. El tejado, las ventanas e incluso las paredes estaban recubiertas de
chocolate, bizcochos y muchos dulces.

De inmediato se abalanzaron hacia la casita y mientras mordisqueaban todo lo


que podían, oyeron la voz de una viejecita desde el interior que los invitaba a
pasar. Se trataba de una bruja malvada que usaba aquel hechizo para atraer a
niños y después comérselos.

Una vez adentro fue muy tarde para que Hansel y Gretel, quienes no lo lograron
escapar, la bruja decidió que Gretel le era más útil en las labores domésticas y a
Hansel se lo comería luego de engordarlo, porque estaba muy delgado. Lo metió
en una jaula donde lo alimentaba a diario, y como estaba media ciega, cuando le
pedía que le sacase la mano para ver si había engordado algo, Hansel la
engañaba con un huevo.

Pasó el tiempo y la bruja finalmente se aburrió, por lo que decidió comérselo así
mismo. Le ordenó a Gretel que preparara el horno para cocinarlo. Mientras la bruja
estaba distraída viendo si el horno estaba lo suficientemente caliente, Gretel liberó
a su hermano de la jaula y pudieron escapar de la casa corriendo.

Antes de marcharse tomaron las joyas y diamantes que mantenía escondidos la


bruja. Huyeron del bosque tan lejos como pudieron, hasta que llegaron a la orilla
de un inmenso lago en el que andaba un bello cisne blanco. Le pidieron ayuda al
cisne que los ayudó a cruzar hasta la otra orilla, indicándoles el camino de regreso
a su casa.

Con inmensa alegría los niños encontraron a su padre, que no había pasado un
día sin que se arrepintiera de lo que les había hecho a sus adorados hijos. Les
contó que los había buscado por todo el bosque sin cesar y que la madrastra se
había ido. Les prometió que en lo adelante se esforzaría por ser un mejor padre y
hacerlos feliz.

Los niños dejaron caer los tesoros de la bruja a los pies de su padre y le dijeron
que ya no tendrían que pasar malos momentos. Y fue así como vivieron felices y
ricos por siempre, Hansel y Gretel y su padre leñador.
RECOPILACION CUENTOS INFANTILES.

Valeria Pereira.

Expresión Literaria.

IV°D

26 abril 2019

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