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El carbón de este período se produjo a partir de árboles con corteza que crecían en enormes
bosques pantanosos. La vegetación incluía licopodios, helechos y equisetos gigantes así como
imponentes árboles de hojas liguladas. A través de millones de años, los depósitos orgánicos de los
restos vegetales han generado la mayor concentración de carbón del mundo, un carbón que los
humanos todavía estamos quemando hoy.
Todavía sigue siendo un misterio determinar cómo pudieron empezar a volar los insectos. Una
teoría sugiere que sus alas se habrían desarrollado de estructuras utilizadas para regular la
temperatura (por ejemplo, captando los rayos del sol para calentarse) o quizá fueron la evolución
de señales de brillantes colores empleadas para atraer a sus congéneres y protegerse de sus
rivales. Otra idea apunta a que las alas de los insectos se desarrollaron a partir de apéndices
utilizados para deslizarse de un árbol a otro por los bosques del Carbonífero.
En este período también crecían anfibios en tamaño y diversidad. Eran especies depredadoras
parecidas a los cocodrilos de la actualidad. Armados con peligrosas dentaduras, podían medir
cerca de seis metros de longitud. Algunos anfibios desarrollaron una piel más dura y escamosa que
les permitía aguantar más tiempo fuera del agua sin resecarse demasiado. También redujeron su
dependencia de hábitats pantanosos mediante una adaptación crucial en la historia de la
evolución conocida como el huevo amniótico. Este huevo protegía al embrión dentro de una
membrana que retenía los fluidos al tiempo que permitía la entrada de aire. A su debido
tiempo, los primeros reptiles hicieron su aparición. Identificados de restos encontrados en el
interior de tocones de árboles del Carbonífero fosilizados, se trataba de animales pequeños y
ágiles parecidos a lagartos.
A finales del período pensilvaniense, África colisionó con el este de Norte América dando origen a
la formación de los montes Apalaches. Grandes extensiones de carbón se extendieron por las
tierras bajas situadas al oeste de las jóvenes montañas.
Al final del período Carbonífero, los continentes de la Tierra se movían para formar un único
supercontinente denominado Pangea.