En los niños y adolescentes con SDA Inatentivo y SDA Impulsivo
encontramos una actividad inmadura o levemente disfuncional de las funciones ejecutivas orientadas a un objetivo intelectual. Para poder comprender el papel de ciertos psicofármacos sobre dichas funciones ejecutivas, debemos tener presente que la actividad neuroquímica de la corteza prefrontal es compleja. Si bien su principal neurotransmisor es la dopamina, hay circuitos que funcionan con serotonina, con noradrenalina y ácido gama aminobutírico, neurotransmisor conocido por su sigla GABA, en complejas interacciones que dan como resultado un sofisticado conjunto de procesos orientados a administrar la inteligencia. En consecuencia, los psicofármacos que tienen acción sobre estos neurotransmisores y neurorreguladores, pueden modificar la actividad prefrontal. Similar acción tienen fármacos llamados “sociales”, como la cafeína, el alcohol, y algunas “drogas recreativas”, como la cocaína, la anfetamina y sus derivados, e incluso la marihuana. Un psicofármaco con acción prefrontal es el metilfenidato, el cual actúa tanto sobre las sinapsis prefrontales de noradrenalina y serotonina como en aquellas dopaminérgicas, dependiendo de la dosis empleada, siendo preferentemente dopaminérgico en dosis mayores a 0.3 milígramos por kilo (mg/kg) de peso corporal. Es probable que este psicofármaco restablezca el balance entre neurotransmisores además de incrementar la disponibilidad de dopamina en la sinapsis, siendo ambas acciones las que van a evidenciarse a nivel neurobiológico como una mayor actividad ejecutiva prefrontal y, a nivel observable, como un mejor desempeño en tareas cognitivas orientadas a un objetivo. Tanto la investigación en modelos de SDA animales y humanos como la evidencia clínica, son enfáticas en mostrar que, bajo efecto de dosis de metilfenidato designadas como “terapéuticas” (entre 0.2 y 0.5 mg/kg de peso corporal), la actividad prefrontal aumenta de forma tal que las funciones ejecutivas se llevan a cabo de un modo muy similar a como son llevadas a cabo por sujetos sin compromiso prefrontal. Este incremento de la efectividad ejecutiva permanece mientras haya metilfenidato circulando en el plasma sanguíneo. Una vez que desaparece su efecto neuroquímico, desaparecen los efectos clínicos y la actividad prefrontal vuelve a su nivel original. Esta evidencia permite mostrar que el concepto de “tratamiento farmacológico del SDA” es erróneo, a menos que se especificara “tratamiento sintomático”, similar a la acción de un antihistamínico sobre una alergia estacional. En otras palabras, el metilfenidato no “cura” el SDA, como se tiende a creer, sino que es, simple y llanamente, una medida de apoyo temporal, que debería aplicarse por el tiempo necesario, lo cual en los niños y adolescentes con SDA Inatentivo e Impulsivo, implica decir “hasta que su corteza prefrontal muestre una razonable madurez neurobiológica, la que, a su vez, se va a expresar como una razonable administración intelectual y ésta, finalmente, se manifestará como un desempeño adecuado en tareas intelectuales orientadas a un objetivo. En palabras simples, un niño de siete años de edad identificado como SDA Inatentivo debería tomar metilfenidato para realizar tareas intelectuales orientadas a un objetivo por un plazo de diez años como mínimo, que es el período durante el cual es factible suponer que su corteza prefrontal ha ido madurando hasta alcanzar una funcionalidad aceptable. Surgen entonces preguntas esenciales y cuya respuesta es todavía motivo de controversia. ¿Se justifica éticamente mantener a un niño bajo efecto psicofarmacológico por más de una década con el fin de que pueda rendir como se espera en tareas intelectuales orientadas a un objetivo? (El objetivo sería responder a los desafíos académicos) ¿Han sido suficientemente estudiados los efectos colaterales potencialmente riesgosos asociados al empleo prolongado de metilfenidato? Son preguntas de sentido común que todos los padres plantean a la hora de recibir un diagnóstico y una propuesta terapéutica psicofarmacológica.
Más de dos décadas de investigación psicofarmacológica clínica avalan la
seguridad del metilfenidato en términos de efectos colaterales a largo plazo. Numerosas investigaciones han mostrado que el uso prolongado de este psicofármaco no frena el desarrollo estatural. Algunos niños muestran una curva más lenta de desarrollo estatural mientras reciben el psicofármaco, pero una vez que lo dejan, la curva se normaliza. Esto ocurre durante las vacaciones estivales, que son períodos durante los cuales los niños con SDA no reciben medicación. Del mismo modo, los estudios acerca de potenciales riesgos de adicción a sustancias de abuso y de consumo excesivo de alcohol durante la adolescencia, de propensión a desórdenes del ánimo, etc., debido al consumo prolongado de metilfenidato, son claros en mostrar ausencia de tales riesgos. Por el contrario, diversos estudios han mostrado que los niños y adolescentes que fueron incorporados tempranamente a un Programa de Medidas de Apoyo integrales, entre las cuales estaba la administración de metilfenidato, tuvieron un significativo buen ajuste social y académico al llegar a los veinte años, siendo la incidencia de conductas de riesgo notoriamente inferior a la de adolescentes con SDA que no recibieron apoyo ni medicación con metilfenidato. Lo esencial es realizar un buen diagnóstico y luego, aplicar un Programa de Apoyo Integral, dentro del cual el empleo de metilfenidato ocupa un lugar.
LA PSICOFARMACALOGÍA ES INDISPENSABLE PARA EL NIÑO SDAH
SEVERO
Para entender los beneficios de la psicofarmacología bien indicada, es
preciso entender cuáles fenómenos neurobiológicos subyacen al SDAH severo. Los podemos resumir en un gran concepto de base: carencia de autorregulación. Desde una mirada clínica, dicha carencia se evidencia en conductas, de las cuales la “hiperactividad” es la más evidente, pero no por ello la más significativa; tras la hiperactividad y otras conductas se oculta un complejo conjunto de fenómenos muy perturbadores: una ansiedad constante que transforma la vida en una amenaza implacable; oscilaciones anímicas permanentes; una severa disforia ( irritabilidad, disgusto y pesar ) que impide sentirse en paz; una gran dificultad para disfrutar las cosas simples de la vida ( dicha dificultad se denomina anhedonia) y, en ocasiones, mucha ira sin un motivo objetivo. Una emocionalidad tan perturbada tiñe la realidad y conduce al niño/adolescente a percepciones muy subjetivas: percibe amenaza donde no la hay, se siente rechazado , menospreciado, sobreexigido, culpado, ignorado, en situaciones en las cuales los adultos han actuado movidos por la buena fe, el afecto o la preocupación sincera hacia él. Podríamos decir que la “hiperactividad” verdaderamente importante es aquella que caracteriza a las funciones de la vida emocional primaria: allí donde debería haber alegría y serenidad se ha instalado la desazón, el miedo, la rabia, incluso en muchos chicos, una dolorosa sensación de desamparo, de “ no tener a nadie cercano”, dolor que se refleja en su expresión facial, hosca y recelosa. Este escenario justifica ampliamente el empleo de la psicofarmacología, idealmente en manos de un psiquiatra infantil con experiencia (los neurólogos infantiles no siempre tienen experiencia con los psicofármacos de uso psiquiátrico). Por lo general, estos niños deben comenzar a tomar psicofármacos en la edad preescolar; entre los 7 años y la adolescencia no es infrecuente que requieran 2 o 3 fármacos empleados en forma simultánea, dirigidos a los mecanismos de autorregulación, la severa disforia y la impulsividad.