Está en la página 1de 332

Barroteferro, La Cárcel del Placer

por ibrael111

Capítulo 1
Autor: ibrael111

por ibrael111

Pasados un par de minutos, la puerta se abrió de nuevo y entraron a tropel mi progenitor, mi


madrastra, mi hermanastro y... Ben, mi Benito. 7

Mi novio se quedó atrás dejando que la escena se desarrollase sin él, así que el Señor Sanchiz se
acercó y me puso la mano en el hombro con camaradería. Me extrañó ver que parecía
verdaderamente apenado por todo esto. 8

—Eres un chico listo y valiente, hijo; saldrás de esta.

—Lo soy; saldré de esta —repetí sin entonación, mirándole a los ojos de frente a frente y con
desafío, pues no soy un muchacho bajito. 1

—Así me gusta. —Parecía haber dicho todo lo que tenía preparado y ahora dudaba. —Yo...
emmm... hijo...

Negué con la cabeza y, aparté mi mirada hacia una esquina cualquiera de la habitación. Le
espeté:

—No te canses, Alberto, ¿vale? —Le llamaba por su nombre desde que me metió en el internado
nada más fallecer mi madre. —O sea, no puedes aconsejarme nada más. No conoces mi vida, no
sabes quién soy y, en estos años de cárcel, no nos vamos a ver menos de lo que nos hemos visto
desde que mamá murió. 2
El señor Sanchiz puso los ojos en blanco y negó con la cabeza como dándome por imposible.

—Espero que salgas hecho un hombre, habiendo aprendido la lección. 4

—Ajá... —Mi cara de asco le hizo retroceder y su mujer tomó su lugar. 4

Su sonrisa era tierna, triste y tan maternal que tuve que hacer un verdadero esfuerzo por seguir
odiándola. Siempre la había detestado, pero no porque se hubiera portado mal conmigo (todo lo
contrario), sino porque tomó el lugar de mi madre tan rápido que siempre la culpé de haberme
robado a mi padre. 2

—Alex, iremos a verte siempre que nos lo permitan. Te llevaremos todo lo que necesites. Sé que
podrás soportarlo.

—Lo soportaré. O sea, no es la primera vez que me encierran en unas instalaciones con otra
gente que la sociedad ya no quiere ver libre —le dediqué una sonrisa impertinente pues ella
sabía que la tomaba como causante de mi larga estancia en el internado. 5

Su expresión no abandonó la amabilidad y la tristeza, pero dejó paso a Alberto... a Alberto


Sanchiz Junior, que había heredado incluso el nombre de mi progenitor. A este no le odiaba, no
siempre. Habíamos pasado por épocas de enfrentamientos y complicidad alternativamente,
según cómo de cabreado se encontrase él con sus padres, pero hacía meses que no le veía.

—Macho... —parecía triste, pero se encogió de hombros y su mueca se transformó en una burla
—, te van a dejar el culo como un bebedero de patos, ¿que no? 24

—Qué impertinente eres —le respondí incrédulo por esa broma en este momento; pero me
sentó bien y, cuando se adelantó para abrazarme, le correspondí. 2

—Cuídate, Alejandro.

—Gracias, Berto.
—No, ahora en serio... Lleva cuidado —susurró—; eres un caramelito y las duchas son peligrosas
¿qué no? Si se enteran de que eres gay...

—¡Bah! No creo que eso le importe a nadie, ¿sabes? Pero gracias. 14

—Siempre con condón, ¿vale? —Le di un suave codazo para que callase, ya que mi novio estaba
ahí detrás y podía haber escuchado eso. Sólo me faltaba que creyera que mi encierro iba a ser
una bacanal. —¿Te has despedido de tus amigos? ¿Irán a verte? 2

—Espero que puedan venir alguna vez —deseé.

Los poquísimos amigos de verdad que me quedaban de mi paso por la F.P. eran buena gente y
sabía que me echarían de menos, pero visitar a alguien en mi situación es duro, y más aún si está
lejos y te dejan únicamente cinco minutos en el "vis a vis". Es un viaje triste, caro e ingrato, y
ellos no tenían mucho dinero. De los antiguos compañeros del insti no quería saber nada;
renegué de aquellos pijos cuando empecé a tontear con los llamados "perroflautas" de Podemos
y a manifestar abiertamente que era de izquierdas. 3

Berto tampoco tenía mucho más que decir, así que se despidió con un gesto afectado en la boca
y una palmada en el brazo.

Finalmente, mi familia nos dejó algo de intimidad a Benito y a mí, y yo me acerqué a él con los
brazos ligeramente abiertos, esperando un abrazo y un beso que no llegó. 7

—¿Beni? ¿Estás bien?

—¿Tú qué crees?

—Ya lo sé. —Era obvio que no podía estar bien, pero quien iba a la cárcel era yo; esperaba que
quisiera animarme y dejarnos buen sabor de boca para aguantar este tiempo. —O sea, Beni,
tranquilo, todo saldrá bien, ¿vale? —me descubrí a mí mismo consolándole a él, pero es que su
frialdad me estaba asustando.

—¿De verdad lo piensas?


—Garrido me ha recordado que tendré veinticinco cuando salga —respondí asintiendo con una
firmeza que no sentía por dentro—. ¡Aún seré joven! Y saldré todavía antes si tengo buena
conducta, ¿sabes? O sea, échale tres años a lo sumo. —Le cogí de la mano, pero él no me la
apretó. —Además, igual en dos años cambia el gobierno y, quizá, si la gente hace suficiente
presión, podrían considerar indultarme ¿sabes?

—Cinco años o tres, tanto da. —Mi respiración empezó a acelerarse y la mirada que me lanzó al
levantar el rostro no me tranquilizó en absoluto. —No seré capaz de esperarte todo ese tiempo.
Necesito apoyo, cariño, compañía... 5

—O sea, sexo —intervine yo, pues Benito siempre había sido muy sexual. Me había necesitado
mucho desde que empezamos como pareja hacía dos años, e incluso había insistido (algo que yo
rechacé) en hacer algún trío o abrir un poco la relación para no cerrarnos al resto de
experiencias que la vida pudiera brindarnos siendo tan jóvenes. 1

—Cierto, sexo también —aceptó sin asomo de vergüenza. —¿Quién no lo necesita? Y, si


seguimos siendo novios, no lo tendré durante mucho tiempo. Mucho, mucho tiempo. —Se le
humedecieron los ojos. —Muy, muy mal... 10

¿Si seguimos? ¿Había puesto en condicional nuestra relación?

—Hay regímenes de visitas con encuentros especiales para las parejas —le recordé, pero me
sentí mal, como si tuviera que convencerle para continuar juntos. No debería ser así. Él debería
quererme y esperarme. Al menos yo siempre había creído que me quería, que me amaba
incluso; que lo nuestro duraría para siempre. Se dice que, en una pareja, uno es la luz y el otro la
polilla que da vueltas alrededor. Yo siempre vi a Benito como si fuera mi polilla particular. ¿Quizá
mi luz se había apagado? 8

—No es suficiente y lo sabes. Somos demasiado jóvenes; soy demasiado joven para tener un
novio preso que a saber cuándo volverá, cómo volverá y lo que va a hacer allí dentro. Muy, muy
mal... 4

—¿Hola? ¿Lo que voy a hacer allí dentro? —espeté sin poder creer lo que había escuchado. Creo
que se me puso la cara roja de la indignación.

—Por favor —elevó una ceja y se cruzó de brazos—, no me hagas recordarte cómo eras en el
instituto; cuántos amantes tenías... yo entre ellos. 2

—¡Pero no tenía novio! ¿Vale? Tú y yo empezamos a salir a final del último curso. ¿Acaso no te
he sido fiel desde que comenzamos?

—Aún no te has dado cuenta, ¿verdad? —No sabía a lo que se refería—. En el insti, todos los que
no hacíamos ascos a descargarnos con otro chico, íbamos detrás de ti. Y durante este año
pasado, en ese FP mugroso al que te apuntaste, todo el mundo te miraba con deseo. Y por la
calle, igual. ¡Bah! Siempre has sido especial, con tus ojos azules, tu sonrisa perfecta, la forma en
que te cae el flequillo sobre las cejas, las proporciones de tu cuerpo... 11

—Pues gracias. O sea, no tengo culpa de eso, ¿sabes?

—Siempre has sido el más guapo y el más morboso. O sea, gays, bis, dudosos... incluso
heterocuriosos. En el internado, cualquiera a quien te arrimabas terminaba enculado por ti. ¿O
no?

Tenía que aceptar que no me faltó gente con quien alternar. Benito se quedó colgado de mí
incluso antes de nuestro primer polvo, pero me resistí a ser su pareja hasta bastante después.
Había demasiadas pollas disponibles por probar. Aun así, ¿a qué venía todo esto ahora?

—Pues desde hace mucho que soy sólo tuyo, como siempre quisiste.

—En la cárcel, ni siquiera tendrás que ir a por ellos; ellos irán a por ti, ¿sabes? Y si no les das lo
que quieren, lo tomarán a la fuerza. 2

—Eso no va a pasar —aseguré palideciendo de puro susto. Ya eran dos los que habían insinuado
que podría ser asaltado sexualmente allí dentro. —O sea, nadie viola a nadie sin consecuencias;
ni en la calle, ni en la cárcel —le aseguré con la voz más firme que pude. Me acerqué a él y clavé
mis ojos en los suyos porque sabía que Benito difícilmente podía resistirme. —Me quieres. Te
quiero. Todo irá bien, ya lo verás. O sea, entiendo que va a ser jodido, pero... 14

¡Y me resistió!

—A veces, el amor no es suficiente, ¿sabes?

—El amor lo puede todo —apunté poéticamente, pero mi esperanza ya se desvanecía. 1

—Lo siento.

—¿Hola? Me... ¿Me estás dejando? O sea, ¿me estás dejando, ahora que me han condenado?
¿Después de todo lo que hemos pasado juntos? ¿Después de este año y medio tan felices?

—Mejor ahora que cuando ya no podamos vernos en persona, ¿verdad? —No dije nada. Apenas
podía creérmelo porque hace unas míseras horas mi novio me estaba diciendo que yo lo era
todo para él y que siempre estaría ahí para mí. —Si consigues ponerte en mi lugar, lo entenderás,
¿vale? —seguí sin contestarle. —Y cuando salgas... ya nos veremos y hablaremos. ¿Quién sabe?
Quizá podremos retomarlo donde ahora lo dejamos.

—O quizá no —repliqué con veneno en la voz.

—O quizá no, no lo sé; pero sé que tengo que ser realista con lo que se nos viene encima. —
Agachó la cabeza y lo vi claro: Benito me había querido mientras fui el popular, un buen partido y
con un buen futuro; pero en cuanto la mala suerte se cebaba conmigo, él ponía tierra por medio
como si yo tuviera sarna. ¡Un novio convicto! Su reputación le importaba más.

—Sacaré tus cosas del piso y se las daré a tu hermano.

—Vale —acepté aparentemente impertérrito, aunque en realidad estaba pensando "Así se te


queden pequeños todos tus slips de Versace cuando te crezca el culo como dos sandías". 24

—Lo siento —repitió ya casi en la puerta.

Me odié durante mucho tiempo por mi debilidad, pero el miedo que sentía por lo que me iba a
ocurrir al día siguiente se apoderó de mí y no quise dejarlo así; Benito era como el último
eslabón que me unía con el mundo, así que corrí hasta él y le abracé por detrás.

—Yo lo siento. Te entiendo. O sea, has sido sincero y has aceptado tus límites, y eso es de
agradecer. Además, está claro que eres libre de decidir si quieres o no estar con alguien que
envían a la cárcel por tanto tiempo, y yo tengo que respetarlo. Pero... te voy a echar de menos
¿sabes?

—Y yo a ti —aseguró con una sonrisa y los ojos vidriosos, devolviéndome el abrazo. —Se
precavido, por favor.

En cuanto la puerta se cerró por fuera, me supe completamente solo. Amigos, familia, pareja...
una vez condenado, era como si yo hubiera desaparecido para el mundo. +

Cuando saliera en cinco años, comprobaría quién seguía siendo parte de mi vida.

II

Desperté alarmado ante el ruido de la puerta abriéndose, sin recordar donde estaba. Me había
dormido vestido y, por la luz de la farola entrando a través del ventanuco, debía ser ya de noche.
1

—Prepárate, tienes que venir conmigo —me ordenó uno de los policías. 3

Le pregunté que a dónde, que qué hora era (pues me quitaron el Rolex al entrar en la comisaría,
junto con la cartera, el móvil y el resto de mis posesiones más personales), pero únicamente me
informó de que mi abogado y un médico debían verme para preparar mi ingreso.
Entré en la sala que me indicó intentando contener unos temblores que no tenían nada que ver
con el frío. Aquel parecía un cuarto de hospital con una mesa camilla, un sillón de esos que
parecía preparado para revisiones ginecológicas, una mesa de despacho y, sentados a ella, un
hombre con bata de médico junto a mi abogado. Arriba, en una esquina pude ver una cámara
apuntando directamente a la mesa; supuse que sería por seguridad, por si algún recluso se ponía
violento. 1

—Señor Sanchiz, por favor, siéntese con nosotros —pidió el llamado Doctor Basilio Gil, según
rezaba el letrerito ante él. 8

—¿Qué pasa aquí? ¿Qué es esto?

—Pasa, Alejandro —intercedió Garrido—. Son unas pocas preguntas de rigor para asegurar que
tu estancia privada de libertad será adecuada y segura. Temas de salud y todo eso.

—Okey, dígame. —Yo nunca había estado condenado a la cárcel, pero esto me resultaba un poco
raro. Aun así, ¿qué sabía yo? Me acerqué y me senté en la silla al lado de mi abogado. Si Garrido
estaba allí, él velaría por mis intereses. 4

—¿Te han dado de comer?

—Lo cierto es que no; o sea, desde el juicio no. Han sido increíblemente desconsiderados. 2

—¡Cómo se atreven! —se quejó el orondo letrado arrimándome un plato de la mesa repleto de
bombones, barritas de turrón y demás. Se notaba que acababan de pasar las navidades. —Anda,
coge de aquí y luego me encargaré de que lleven algo a tu celda. 5

Celda; esa palabra me amedrentaba ahora hasta lo indecible. Pensé en negarme a comer porque
la verdad es que tenía el estómago revuelto, y más aún para ingerir algo que seguramente había
salido de la sección de ofertas de un triste supermercado de barrio. A los pocos segundos me
dije que quizá no volviera a probar el dulce durante mucho tiempo, así que tomé un par de
bombones de cereza light que resultaron ser de licor, bastante buenos, a decir verdad, y empecé
a chupetearlos mientras el médico ordenaba sus notas y buscaba algo en el ordenador.
Probablemente quería revisar mi historial. 11

Como si no tuviera mi ficha delante, este señor calvo de las sienes plateadas que parecía en
buena forma según la forma de sus hombros marcados en la bata, se pasó diez minutos
preguntándome por mi nombre, apellidos, fecha de nacimiento exacta (incluyendo la hora de
alumbramiento), mi familia, padres y hermanos, por mi antiguo domicilio... y noté que
empezaba a aburrirme mucho y a dolerme la cabeza.

—¿Va a durar mucho más?

—Tranquilo, ahora viene lo importante —pidió Garrido.

—¿Sabes inglés? ¿Qué nivel tienes, hablado y escrito? 7

Mi expresión debió mostrar cuán extrañado estaba por la irrelevancia de esa pregunta, pero de
nuevo el abogado me susurró pidiendo que contestase.

—Pues voy bien, la verdad. O sea, mi instituto era bilingüe, y uno de los cursos fue de
intercambio en Inglaterra, así que me desenvuelvo adecuadamente hablando, escribiendo o
entendiendo —y seguidamente me reñí por dentro, ya que no era necesario dar tantos detalles.
4

—¿Tienes alguna alergia alimentaria, a alguna medicina o a cualquier otra cosa que puedas
recordar? —inquirió Basilio como con desgana. Este tipo de cuestiones ya me cuadraban más. 4

—Únicamente a ciertos tipos de polen, como el olivo, el almendro en flor... Nada que un
antihistamínico suave no alivie, si se da el caso. Aunque a veces se me resecan los labios y
necesito vaselina labial. Anote, anote eso ahí. Una vaselina buena, ¿eh? No una de esas cutres y
baratas. 6

—¿Necesitas alguna medicina diaria?


—Ummm... no. Aunque ahora mismo me vendría bien una aspirina ¿sabe? —sugerí con una
risita tonta que me hizo sentir estúpido.

—¿Te has hecho análisis de enfermedades venéreas alguna vez?

—Por supuesto, —como vi que iba a preguntar, me adelanté— y no, no tengo ninguna ETS.

—¿Eres homosexual?

Me quedé observando al doctor fijamente mientras intentaba que mis agotadas neuronas me
sugirieran qué responder.

–Oiga, esa pregunta... —miré a Garrido en busca de ayuda. –O sea, ¿no es demasiado personal?

—Puedes negarte a responder si quieres —comentó mi abogado, y yo iba a hacerlo cuando


continuó hablando —pero te aconsejo que respondas. 9

—¿Y eso por qué?

Me puso la mano en el hombro y me sentí un poco cohibido por esa cercanía. Garrido había sido
mucho de tocar desde que le conocí hace meses, y yo mucho de esquivarle, pero ahora mismo
no tenía ni espacio ni fuerzas para eso. 4

—Hombre, vas a ir a la cárcel —quiso situarme—; podría ser útil que se supiera oficialmente ese
dato.

—¿Cómo que "útil"? ¿Útil para quién? 2

—Es por tu propia seguridad. Cálmate y responde —intercedió el doctor con firmeza. 2
¿Por qué me miraba ese medicucho tan fijamente, como con sorna? ¿Y por qué sería más seguro
para mí confesar que era gay? ¿Acaso los de mi acera corríamos más peligro allí dentro y
necesitábamos de más protección? ¿Acaso me destinarían a un ala "homosexual" dentro de la
prisión? Si lo decía, ¿se enterarían los otros convictos? ¿Qué me pasaría en ese caso? 4

De todas maneras, Garrido ya lo sabía pues le presenté a mi novio al principio del proceso... a mi
exnovio, quiero decir, así que me encogí de hombros. Me empezaba a dar todo un poco igual. De
perdidos al río.

—Pues sí, soy gay.

Aunque no llegué a escucharle, me pareció leer en los labios del doctor "mejor para ti". Iba a
preguntarle al respecto de ese comentario cuando el abogado regordete me comentó en voz
baja algo que me fastidió bastante.

—Así no echarás de menos a las mujeres durante este tiempo —y soltó una risita jocosa
acompañada de un codazo cómplice. ¿Era todo esto alguna clase de burla, o este desgraciado
estaba intentando animarme sin demasiado tino? 5

—¿Y eres activo o pasivo? —continuó el doctor Basilio con su exhaustivo interrogatorio. 13

—Versátil. Puede que algo más pasivo, creo; tampoco lo tengo seguro. Aunque suelo decir que
soy más activo porque me da vergüenza que piensen que soy menos hombre porque me guste
sentir una polla por detr... ¡ooops! —me escuché decir antes de darme cuenta de que estaba
hablando. ¿Qué cojones me pasaba? Debía ser el dolor de cabeza que hacía que nada me
importase, porque normalmente no hubiera respondido algo así. Al fin y al cabo, me dije en un
intento de excusarme, ¿para qué esconder nada en estas circunstancias? ¿Qué sentido tenía
ahora andarse con remilgos? Mañana, mi vida ya no sería mía. Me pasé la mano por delante de
los ojos intentando apartar la algodonosa neblina que me hacía mirar aquella camilla con deseo;
parecía cómoda, y una siestecita me vendría muy bien. —Tengo bastante sueño. 15

—¿Tienes novio? 10

—¡Puf! Hasta hace un par de horas lo tenía, pero el muy ingrato me ha abandonado. —No sé por
qué solté unas carcajadas y Garrido se unió al jolgorio dándome palmaditas en el pecho. Cuando
acabó, dejó su mano ahí puesta, moviéndola milímetro a milímetro en una disimulada caricia. No
le presté atención pese a que un contacto como ese estaba obviamente fuera de lugar. 2

—¿Y cuánto te mide el miembro viril en erección? 16

Me había quedado bobo mirando a la lejanía y tardé un poco en contestar.

—Suelo decir que dieciocho centímetros porque suena muy contundente e impresiona, ¿sabe?
Pero en realidad no creo que llegue a diecisiete y medio. O sea, tampoco lo tengo claro del todo.
—¿Por qué no podía dejar de hablar? Era como si mi lengua tuviera vida propia, pero lo peor es
que no me importaba airear esas intimidades. Incluso me hacía algo de gracia. 8

—¡Bien armado! —opinó Garrido, ya mirándome el paquete sin ningún disimulo. ¿Acaso él era
gay también? Eso no lo había sabido yo con seguridad hasta ahora.

—Sí. O sea, estoy satisfecho con lo que tengo —acepté. 2

—Así que no estás seguro de cuánto te mide con exactitud —comentó el doctor—. Si no te
importa, ven al sillón de exploración y deja que lo compruebe por mí mismo; así saldremos de
dudas. 10

—Okey. —Asentí y me levanté de la silla, notando cómo la habitación parecía dar vueltas. —Creo
que el licor de esos bombones es un poco fuerte de más —murmuré atontado mientras
avanzaba bamboleándome cual zombi. —Garri, deberías perder peso, ¿sabes? Cada vez estás
más gordo —murmuré, y ni siquiera me di cuenta de haberlo dicho en voz alta. —Y por favor,
cómprate un traje decente. Esos trapos de mercadillo dan vergüenza ajena. 16

Apenas unos segundos después de dejarme caer como un peso muerto en aquella silla que
mantenía mis piernas abiertas al máximo, ambos dos estaban a mi lado; mi abogado forcejeando
con mi bragueta como si no hubiera un mañana, y el de la bata extendiendo poco a poco una
cinta métrica.
—Creo que no me voy a empalmar —barboteé intentando que no se me cerrasen los ojos pero,
para mi adormilada sorpresa, una durísima erección completa emergió a la luz. ¿Qué es lo que
me había puesto así de cachondo? Se me escaparon unas risitas tontas. 3

Tras medir de forma profesional mi irreverente miembro, desde la base hasta la punta
descubierta del húmedo glande, Basilio anotó algo en una hoja.

—Efectivamente —declaró—, son diecisiete y medio; te serán de utilidad allí donde vas.

Con una sonrisa llena de orgullo, me dejé llevar por el sueño sin hacer caso de mi última visión:
los regordetes labios de mi abogado extendiéndose sobre la cima de mi virilidad con expresión
de glotonería.

III

Desperté con los primeros rayos de sol y una sensación de haber dormido profundamente. Me
costó un buen rato darme cuenta de que no estaba en casa, sino en el camastro de la celda de
esta comisaría, a la espera del traslado al Módulo 4 de Navalcarnero. 3

Pese a haber dormido bien, al levantarme me mareé cual ancianito aquejado de presión arterial
baja, y es que me sentía muy débil. No había comido desde... desde esos dos bombones en la
noche anterior. ¡Y qué sed! Me dolía un poco la garganta y también la mandíbula, como cuando
uno va al dentista y le abren la boca con fórceps durante un buen rato. 5

Tras beber de la botellita de agua que me habían facilitado, me dejé caer con algo de asco en el
catre morroñoso frunciendo el ceño y repasando lo sucedido porque, en verdad, a partir de las
primeras preguntas del doctor todo se emborronaba y no podía recordar siquiera el momento
en que me volví hasta aquí desde la consulta.

Di cuenta famélicamente del escueto desayuno que me trajeron en bandeja de plástico, con
cubiertos de plástico y vaso de plástico (algo a lo que me tendría que acostumbrar en breve).
Apenas terminé, me anunciaron que el traslado a mi nuevo hogar tendría lugar en breve. 5

Fueron cinco minutos muy, muy largos, y el nervioso dolor de vientre que me sobrevino me
mantuvo aferrado a la taza del váter hasta que vinieron a buscarme.

Al ir saliendo del edificio con las muñecas esposadas, devolví los amistosos saludos de algunos
de los policías con que me crucé y es que, tal y como ya sabía, esta injusta condena a causa de la
dictatorial Ley Mordaza me había granjeado los buenos deseos de mucha gente. Pero esos
buenos deseos no me podían ayudar ahora, lo que quedó demostrado cuando la puerta de
autobús blindado de transporte de presos se cerró a mis espaldas, encerrándome junto a dos
policías que ya no parecían tan amigables.

Subí los escalones lentamente y el conductor (con una coleta bajo la gorra del uniforme) se me
quedó mirando de arriba abajo.

—Otro petisuis para prisión —comentó como para sí mismo—. Te lo vas a pasar genial, chico. 3

—¿Hola? ¿Por qué dice usted eso?

—¡Andando! —me azuzó uno de los policías propinándome una palmada en las nalgas.

La libidinosa sonrisa del chofer me revolvió el estómago y me dirigí a la parte trasera con el resto
de reclusos.

Tampoco es que fuéramos muchos en el día de hoy ocupando este autobús; yo y otros dos
muchachos bastante jóvenes (de mi edad o poco más) cruzaron sus miradas conmigo.

Uno era rubito y tenía los ojos claros con una forma almendrada muy sensual; parecía tan
nervioso como una precavida ardilla en un parque desconocido, pero una ardillita muy dulce. 3

El otro, de lustroso cabello negro, largo hasta la marcada mandíbula que llevaba decorada con
una ligera sombra de barba algo irregular pero muy sexy, me observó con sospecha a través de
unas pestañas tan densas que me dejaron hipnotizado unos segundos. ¡Qué ojazos tan
profundos! ¡Ohmaigad! 5

Los dos eran monísimos. Menuda suerte la mía haber coincidido con dos chavales de tan buen
ver. Ojalá fueran gays, porque ahora yo estaba soltero y quizá pudiéramos conocernos más
profundamente allá donde íbamos.

Soltero.

Se me había olvidado. Ni siquiera me había acordado de Beni con todo lo que se me venía
encima; pero bueno, parece que ya nunca tendría que volver a acordarme de él.

Me di cuenta de que mis ojos se habían humedecido y quizá estos muchachos podrían pensar
que era por cobardía, así que compuse un gesto serio y me dejé caer en uno de los asientos,
rogando para que estuvieran desinfectados. Al poco, los policías me habían puesto otras esposas
adicionales en los tobillos, amarrando estas a una argolla en la silla. 4

El viaje comenzó lentamente, primero saliendo de Madrid y luego por la autovía de las afueras. A
mí me daba mucha rabia escuchar la conversación banal del conductor con los dos guardias
(fútbol, política, tal grupo de música...), como si aquí no pasase nada fuera de lo normal. Sonaba
como muy irrespetuoso, ¿no? Tres personas habíamos perdido la libertad aquí atrás y eso
debería exigir alguna clase de respeto, como el silencio de un velatorio o algo así.

El picor en la parte interna del codo me hizo meter la mano por debajo de la manga y rascar, con
lo que me di cuenta de que tenía algo ahí. Al arremangarme con extrañeza, vi un algodón
pegado a mi piel con esparadrapo y me lo arranqué lentamente. Estaba un poco manchado de
sangre seca y debajo había un puntito de costra con un pequeño hematoma a su alrededor.

—¿Hola? ¿¡Qué es esto?! —Parecía el resultado de haberme extraído sangre, como cuando
alguna vez doné o me hice algún análisis. ¿Es que me habían pinchado hace poco? ¿Quizá ayer,
en la consulta del doctor? ¿Por qué no lo recordaba? 1

—¿Qué te pasa?
La vocecilla me sobresaltó, y es que mi exclamación previa había sonado en voz alta. Me cubrí el
brazo rápidamente y no me quedó más remedio que corresponder a esa tierna sonrisa que me
ofrecía el rubito. La inocencia de sus ojos curiosos terminaba de darle un aspecto realmente
aniñado que no minoraba lo mucho que me atraía. Era de esos chicos que puedes tildar de
"hermosos" sin pasarte, e imaginarlo desnudo y tumbado en una cama ante mí era tentador. 4

—Emmm... no me pasa nada. Me he acordado de que no he dado de baja el contrato de mi


número de móvil y me van a cobrar todos estos meses —fue lo primero que se me ocurrió.

—¡Qué mal!

—Me llamo Alejandro Sanchiz. O mejor, llámame Alex —me presenté.

—Yo Daniel. Dani Martí. Me alegro de conocerte. —Si no fuera porque dieciocho era lo mínimo
para estar aquí, le hubiera echado diecisiete o incluso dieciséis. Aunque parecía más alto que yo.
Pero, claro, casi todos los del norte tienen buena estatura, y su acento se me hacía de alguna
provincia norteña. 3

Desde la otra hilera de asientos, el moreno elevó la voz: —¿Alejandro Sanchiz? ¿El enchironado
por la Ley Mordaza? —Cuando asentí sorprendido ante mi fama, el chaval soltó una carcajada. —
Tío... ¡es que eres un pipiolo! Aprueban una ley que dice claramente lo que te harán si te pillan
contactando con grupos terroristas por internet, y tú vas... ¡y lo haces! —Su acento también era
también del norte, clara y típicamente gallego. 5

—¿Y quién eres tú? —Muy guapo, pero muy imbécil también me pareció.

—Llámame Moreno, si tienes que llamarme de alguna manera. —¿Moreno? Bueno, sería fácil de
recordar con ese cabello tan negro. 2

—Pues señor Moreno, no creo que interesarme por Anonymus sea para tanto. O sea, si no me
hubieran rastreado la IP no habría pasado nada; era simple curiosidad. Además, no es una
vergüenza admitir que los admiro. Y te aseguro que no son terroristas, por más que los hayan
declarado como tales, ¿sabes?
—¿"O sea"? ¿"Como tales"? ¡Carallo* [imprecación típica de Galicia, algo como "¡joder!"]! Sí que
habla raro este pijo de Madrid —espetó torciendo el gesto. Supuse que este chico no había leído
muchos libros en su vida. 6

—Yo no soy pijo, ¿vale? O sea, he ido a manifestaciones de izquierdas y me han condenado en
parte por publicar la foto de un policía excediéndose en el uso de la violencia. ¿Cómo voy a ser
pijo así? 4

—Te las das de listillo, pero te han pillado y estás aquí con nosotros.

—No le hagas caso, Alex —intervino Dani antes de que contestase con malas maneras al gallego,
aclarándome que—; está de mal humor porque le ha dejado su novia.

—¿Se lo vas a contar a todos, riquiño* [expresión cariñosa en gallego para referirse a alguien
resultón, tierno y/o majo]? —le recriminó Moreno, y el rubio palideció ante la dureza de esos
ojos negros.

—¿Pues? ¡Oh! Perdona Fran, no creí que fuera secreto. —Fran. Así que el tal Moreno se llamaba
Fran. 1

—Entonces, ¿os conocéis de antes? —les pregunté a los dos.

Moreno pasó de contestarme y miró el paisaje por esa estrecha ventana blindada que tenía al
lado, permitiendo hablar al chavalín.

—Desde hace unas cuatro horas. Me recogieron en Pamplona y bajamos hacia Madrid, a por ti.
Él lleva toda la noche viajando, desde Galicia creo. —Eso confirmaba mis teorías sobre su origen.

Dejamos pasar un buen rato en silencio mientras el paisaje perdía todo vestigio urbano y nos
adentrábamos en parajes más abiertos.

—Qué cutrez... ¿Es que no hay cárceles en vuestras provincias? —pregunté al extrañarme por la
compañía de estos norteños.
—Haberlas haylas —aseguró Fran —, pero no les dio la gana de dejarnos cerca de casa. Hijos de
puta... 2

—Bueno, ¿y qué habéis hecho vosotros para estar aquí? —¡A ver si eran de ETA o algo! Además,
me sentía en desventaja porque mi "crimen" parecía ser conocido por todos en España y yo no
sabía nada de ellos. 2

—Aparentaba ser mecánico como tapadera, pero en realidad yo soy camello —se adelantó Fran
elevando una chulesca ceja—. No un camello de poca monta, ¿eh? Llevo grandes cantidades a
gente muy, muy potente. —Me sorprendió que se lanzase a hablar con lo introspectivo que
había sido hasta ahora. Debía enorgullecerse de su profesión y querer vacilar. —Desde hace años
fui sacando un poco de cada envío para quedármelo y montar una buena tajada que vender por
mi cuenta; pero un cabrón se lo olió, estaba al quite y me echaron encima a la pasma cuando lo
intenté. ¡Cabrones! Hubiera sacado más de doscientos mil para mí solito. 4

—¡Por los huevos de Yisus! —exclamé anonadado con una de mis irreverentes blasfemias que
tanto placer y tranquilidad me brindaban. ¡Esa era una buena cifra! Mi expresión admirada
debió agradar a Fran, que soltó una carcajada y puso los brazos tras la cabeza, acomodándose en
la silla tanto como las cadenas le permitían. 1

—Sabía que me estaba arriesgando —continuó con ese acento gallego—, pero sin riesgo no hay
beneficio, y uno tiene que tirar para arriba como sea. Además, el dinero que conseguí no lo he
entregado. Un tiempeciño* ["tiempo", terminado en el típico diminutivo gallego] entre rejas, y
luego a vivir como un rey. 2

Me extrañé un poco al notar que nuestro transporte abandonaba la autovía y se metía por
caminos secundarios y poco transitados, pero me dije que el conductor sabría a dónde tenía que
ir para llegar a Navalcarnero. 1

—¿Y tú, Dani? ¿Por qué estás aquí? O sea, ¿eras de la kale borroka* [dícese de la lucha callejera
que formaban los partidarios del antiguo grupo terrorista "ETA"] o qué?

La forma en que se enrojecieron los mofletes del chico fue adorable.


—No, no; para nada. Todo ha sido un malentendido; tuve un accidente.

—Sabes lo nuestro, así que te toca decírselo, niño —exigió Fran seriamente y, como el rubio
tardó en responder, me espetó como si tal cosa —El pequeñín ha matado a su madre. 3

—¿Qué? O sea... ¿¡Qué? —Eso me dejó con la boca abierta. ¿Dani? ¿Este solete con carita de
cachorrito adorable? —¡Ohmaigad! 3

—¡Fue un accidente! Homicidio involuntario, han dicho —se defendió abochornado como si le
hubiera pillado en falta.

—Ya, claro... —murmuró el moreno Moreno.

—¡In-vo-lun-ta-rio!

—¡Por el himen impoluto de Viryinmeri! —Yo aún no conseguía reaccionar. Era obvio que todos
estábamos de camino a la cárcel por alguna razón poderosa, pero esta no me lo esperaba. 4

—La empujó por la ventana. Aquí, nuestro chiquitín tiene una mala hostia que no puede
controlar y a veces se le cruzan los cables. ¡Cuidado con el riquiño! 1

—Se llama "trastorno explosivo intermitente"; es una enfermedad. —Daniel tenía los ojos
llorosos como si fuera el ser más desamparado del mundo. Le habría abrazado de haber podido
acercarme. —¡Te lo he explicado! —casi gritó, y el tirón que dio en sus esposas despellejándole
la piel me hizo temer por su propia seguridad.

—Sé lo que es eso, tranquilo —le respondí con calma al recordar a uno de mis compañeros del
internado que tenía algo parecido—. Es una putada lo que te ha pasado, Dani, pero ¿no te
tendrían que haber llevado a una institución mental, en vez de encerrarte con otros presos
peligrosos?

—Él es el peligroso —comentó Fran con sorna.


—No quiero —anunció el rubio negando con la cabeza—; no quiero ir a un psiquiátrico. No estoy
loco. Es... es una enfermedad y me la estoy tratando. Estoy bien ahora, de verdad. Fue un
descuido que ese día se me olvidase tomar la pastilla. Mi madre se puso muy pesada con los
suspensos de las clases de la universidad y yo, pues... no vi que la ventana estaba abierta... y la
empujé... y...

—Y... ¡Bum! Se estrelló tres pisos abajo. 2

—¡No debí habértelo contado! ¡Me cago en sos* [Es un lugar inconcreto a donde dicen ir los
navarros "a cagar" cuando quieren maldecir]! —La expresión desencajada de su (antes) preciosa
carita asustaba bastante. 3

—¡Y tú no debiste largarle a este lo de mi novia, carallo! Eso no le importa a nadie.

Daniel parecía a punto de derrumbarse, o quizá de estallar, pero el autobús aminoró hasta
detenerse en un arcén campestre bastante lleno de vegetación y los tres nos miramos con
extrañeza. Al lado del transporte penitenciario estaba aterrizando un helicóptero. +

Esto no me parecía normal, ¿sabes? O sea, nada, nada normal.

VEse helicóptero granate y sin logotipo no parecía pertenecer a la policía o institución


penitenciara alguna, pero su tamaño era lo bastante grande como para que 6 guardias salieran
de su compartimento de carga encaminándose hacia nuestro bus.

—¿Pero qué...?

Una ambulancia llegaba en ese momento a la zona; una grande de la que se apearon también
varios enfermeros portando maletines de plástico rojo. Yo estaba acojonado y, por lo visto, mis
dos nuevos compañeros también. 1
—¿Qué carallo pasa? —Moreno se había pegado a la pequeña ventana para tratar de mirar lo
que ocurría, pero el ángulo no era el adecuado. 6

—¿Pues? ¿Ha habido un accidente? —Daniel estaba aún más pálido de lo normal.

Los policías de la cabina de nuestro bus abrieron la puerta de verja que nos separaba del
conductor y se nos acercaron; uno con el fusil preparado y el otro con las llaves para soltar las
esposas de los tobillos.

—Poneos en fila, que os vais.

—¿A dónde? ¿Qué ha pasado? —pregunté yo realmente alterado.

—¿Hemos llegado a la cárcel? —inquirió el rubio.

—Menos preguntas y más moverse. ¡Vamos! ¡Al helicóptero! —Y nos movimos hacia el nuevo
transporte apuntados por las armas, sintiéndonos algo indignados pero, sobre todo, confundidos
y muy acongojados. 6

Aunque aquello era un bosque bajo, el transporte aéreo había encontrado un claro perfecto
entre árboles, como si ya lo tuvieran localizado de antemano.

Ya dentro, las compuertas se cerraron dejándonos a los tres presos con otros dos policías en el
compartimento de carga de pasajeros justo antes de empezar a elevarnos. Uno de los guardias
se desplazó al estrecho pasillo que comunicaba nuestra cabina con la de piloto, y el otro se sentó
en una esquina, la mano siempre sobre su fusil y los ojos pendientes de nosotros. 3

Desde lo alto pudimos ver cómo los enfermeros sacaban unas camillas de la ambulancia, pero
poco más pudimos percibir debido a las copas de los árboles. Al poco, un humo negro bastante
denso empezó a emerger de allí donde antes había estado el bus. 8

—¿Qué ha pasado? —pregunté de nuevo sin poder reprimirme.


—¡Decídnoslo, carallo! —exigió Fran.

—Por favor —colaboró Dani con una expresión de ruego irresistible.

El policía (o guardia, o vigilante, o lo que fuera) que nos acompañaba terminó dirigiéndole media
sonrisa al rubito.

—Parece que hay una epidemia contagiosa en Navalcarnero y están trasladando a los reclusos a
nuevos destinos —informó—. Vosotros, que aún no habéis ingresado, tenéis billete "vip" para el
viaje.

—¿Y ese fuego? ¿Y la ambulancia? —anotó el gallego.

—¿Y yo que sé? Será para evitar que se propague la epidemia. ¿Me ves pinta de médico? ¡A
callar! —ordenó el policía con cara de fastidio. 1

¿Para evitar que se propague una epidemia que no había tocado para nada el autobús? ¿O
puede que este autobús hubiera servido para trasladar al preso que había originado la
pandemia? Esperando que no fuera ese el caso, me obligué a tragar el nudo que se me había
creado en la garganta y me espolsé nerviosamente el pectoral del uniforme. 14

—Pues mi abogado tiene que saber esto, ¿vale? —hice constar tras los segundos que necesité
para calmarme—. Tiene que conocer este traslado, y... y mi familia —añadí al final, pues aún
tenía la esperanza de que mi hermanastro viniera alguna vez a visitarme. Asi, quizá Berto les
comentase a mis amigos sobre el nuevo lugar al que nos llevaban.

rada"

—Aquellos que deban saber dónde estáis, lo sabrán a través del juzgado de instrucción.

—¿Y dónde estaremos, señor? —preguntó Dani mordisqueándose el labio inferior con inocente
indolencia, y una vez más el feeling que parecía tener con el guardia dio frutos. 2
—Barroteferro. Es un centro penitenciario en la costa; uno bueno. Os ha tocado la lotería, así
que no os quejéis. 5

Crucé una mirada entre esperanzada e incrédula con Fran.

—Esto no parece muy usual —murmuré. Aunque tampoco era usual este enorme helicóptero.
Incluso esta cabina era curiosa, pues estaba casi completamente insonorizada y no
necesitábamos gritar para escucharnos ni llevar protector de oídos.

Moreno subió los pies sobre los asientos de enfrente y bostezó. 4

—Yo apenas he dormido esta noche, así que, si los señores me permiten, tanto me da... —cerró
los ojos y dejó caer su flequillo sobre los ojos. Daniel pareció interiorizar por fin que estábamos
volando y examinó asombrado todo lo que pudo. También era mi primera vez en un trasto de
estos, pues siempre he volado en la zona business de los aviones. 1

—¿Hay aseo aquí, o llegaremos pronto? —pregunté sintiendo una urgente necesidad. 1

—Por aquí —me llamó el del pasillo, donde pude entrar a un pequeño cubículo que contenía un
simple sanitario y un pequeñísimo lavamanos. Arranqué un par de trozos de papel higiénico y
traté de limpiar el asiento tanto como pude antes de usarlo. Fue muy incómodo, pero cumplió su
función. ¡Un helicóptero con váter! ¿Quién lo hubiera dicho? 1

Al cabo de un rato de observar el paisaje, me acerqué a Dani

—¿Qué estudiabas tú en la uni? —le pregunté en voz baja.

—Bellas Artes. 2
—¡Ah...! Muy útil —comenté cínicamente sin poder reprimirme. Él no debió percibir mi tono, ya
que simplemente sonrió. Sabiendo que el rubio había perdido a su madre, intenté seguir
interesándome por su vida. —La distancia va a ser un problema. O sea, creo que a mí no me
visitará nadie. ¿Tu padre te visitará?

—Mi padre nos abandonó cuando yo tenía siete años. No recuerdo ni su cara.

Su tristeza me llevó a ponerle la mano sobre el antebrazo y susurrar que lo sentía por haber
preguntado. Dani aceptó el contacto, suspiró y apoyó su cabeza sobre mi hombro. Me quedé
extrañado por su familiaridad conmigo, pero igualmente acepté ese gesto y le permití seguir así
mientras se dormía, intentando no moverme para no molestarle. 6

El radar me decía que quizá este navarro (había dicho que era de Navarra, ¿verdad?) fuera gay.
Cualquier otro chico hétero trataría de aparentar ser más duro, más independiente, menos
inocente y adorable; y desde luego que no se apoyaría en el hombro de otro muchacho al que
acabase de conocer. Sería genial que nos pusieran en la misma celda a los dos solitos durante
esta condena. Compartir ratos de cama con él haría mucho más agradable el encierro.

Me atraganté ligeramente al recordar que Dani tenía un trastorno mental y que precisamente
estaba aquí por matar a alguien en un acceso de ira. Pero había dicho que se estaba medicando,
¿verdad? Supuse que en la cárcel estarían al tanto y seguirían facilitándole la medicación. Ahora
mismo, el chico parecía hecho de indefensa ternura, indolente belleza y buenas intenciones a
partes iguales.

Observé de reojo a Francisco Moreno (supuse que Moreno era apellido además de apodo) y no
pude menos que aceptar que tampoco sería desagradable tenerle de compañero. Cierto que era
menos locuaz, menos culto, menos simpático y más asalvajado... pero también era más viril,
chulito y tenía (por lo que podía intuirse con este uniforme de presidiario) un buen cuerpo ahí
debajo. Eso sin menospreciar que era también muy atractivo, incluso guapo, pero de un modo
distinto a Dani, claro. 3

Desperté más tarde cuando escuché hablar a Daniel. No sabía el tiempo que me había pasado
dormido, aunque el sol ya descendía poco a poco.
—¿Podría darme algo de agua?

Pero este policía era el otro, el del pasillo que se debía haber turnado en algún momento con el
primero y reaccionó distinto después de mirarle de arriba abajo con descaro. No puedo describir
bien su expresión por el casco que llevaba, pero pude distinguir la lujuria en aquellos ojos.

—Esta es mi agua, no tengo por qué darte.

—De verdad que tengo mucha sed. Hace horas que no bebo nada. ¿Por favor? —pidió el rubio
con gesto lastimero, lamiéndose los labios secos.

—¡Eh! Esa es una buena expresión. Eres buen actor y eso quizá te ayude donde vas. En este
helicóptero, si quieres algo mío, tendrás que ganártelo. —Mi ceja se elevó unos milímetros y
comprobé que Moreno (que también se había despertado) estaba atento a lo que sucedía. El
guardia se agarró el paquete y se lo recolocó. Pensé que sería más sutil, pero aquel agente fue
directo al grano. —Hazme una mamada y te doy mi agua. 8

Miré al otro guardia esperando alguna reacción de horror o condena, pero parecía divertirle la
situación. Querría haberles espetado a estos hombres que esa clase de requerimiento era
prácticamente un chantaje, una violación, y que no darle de beber a mi compañero iba en contra
de los derechos humanos... pero, en mi condición de preso, me sentía a su merced. Además, mi
desconocimiento de las nuevas normas o costumbres en esta situación de privación de libertad
junto a mi miedo, me impidieron protestar. Mi plan durante esta condena era hacerme notar lo
menos posible para evitar cualquier problema. 2

Un ruborizado Dani me miró a mí, miró a Moreno, ojeó el pasillo del helicóptero donde el otro
policía nos observaba sin disimulo y el chico terminó retirándose hacia atrás, pegándose a mi
costado como pidiendo mi protección. 1

—No, no... déjelo. No tengo tanta sed.

—Se nota que te van las pollas. Seguro que ya has catado unas cuantas. ¿Te niegas porque te da
vergüenza que te vean haciéndolo? —se carcajeó el guardia y bebió otro trago de su botella.
—No seas rabudo* [cabezón, en su acepción del gallego], Daniel. —Mi sorpresa fue mayúscula
ante la siguiente frase de Fran. —Hay que hacer lo que sea por sobrevivir. —Tras ese anuncio, se
arrodilló como pudo entre las piernas del agente y abrió la boca. 13

El guardia, que quizá no se lo esperaba, tardó unos segundos en reaccionar y Moreno le lamió
lenta y ampliamente la bragueta del uniforme para demostrar que iba en serio. La sonrisilla del
guardia fue extendiéndose poco a poco y finalmente se abrió el pantalón y dejó emerger un
miembro morcillón que iba endureciéndose con cada segundo. 4

No llegué a verle el pene en todo su esplendor porque el cabello de Fran era largo y le tapó la
cara mientras se afanaba en su labor; eso sí, por el ritmo trepidante y la energía que imprimía,
no parecía andarse con chiquitas pese a que todo el trabajo recaía en su boca debido a que tenía
las manos esposadas. Debía ser un maestro en el arte oral, porque en pocos minutos el receptor
de sus atenciones gimió mientras agarraba la melenita de mi compañero para presionarle hacia
abajo e impedir que se apartase. 2

Finalmente, el policía retiró la cabeza de Fran hacia atrás y se lo quedó mirando a la cara. Al
gallego le brillaba la frente, con los labios abiertos manchados de saliva y semen, se limpió la
boca con la tela que cubría su brazo antes de sentarse de nuevo en su sitio.

—Así se hace —anunció Moreno con algo de ronquera, mirando a Dani a los ojos como para
inculcarle una lección. Luego le espetó al policía (que se estaba adecentando el pantalón): —Y
ahora, dame mi agua.

—Este sí sabrá desenvolverse allá donde vais. —Sin dudar, el guardia le tiró el botellín.

Moreno se enjuagó la boca y tiró el líquido al suelo antes de beber de nuevo un buen trago;
luego le pasó la botella aún con algo de agua a Dani. +

—Me debes una, riquiño.

V
Por fin pude empezar a respirar de nuevo, y es que me había empalmado como nunca ante
aquella escenita. Esperaba que no se me notase al cruzar las piernas y apoyar los brazos sobre
mi hinchada bragueta. 4

—¿No decías que tenías novia? —le pregunté a Fran intentando hablar en voz lo suficientemente
baja como para que el murmullo del motor impidiera que el guardia me oyera.

—Tenía —se volvió lentamente hacia mí.

—O sea, eres bisexual —enuncié.

—No.

—¿Hola? ¿Eres gay y estabas en el armario? —insistí en busca de una explicación. 3

—No, carallo. 2

—¿Entonces...? —¡Tenía que aclarármelo! Y Dani (en medio de ambos) miraba de un lado a otro
como si estuviera en un partido de tenis. 1

Miré insistentemente el paquete de Moreno pues, si estaba tan duro como yo, es que el
trabajito no le había disgustado. Lamentablemente, se lo había cobijado bien con el faldón de la
camisa. 2

—¿Qué más te da, pipiolo? —espetó con hastío. Sin embargo, no quiso dejarlo así y continuó
hablando en una entonación más neutra. —Repito: hay que hacer lo que sea por sobrevivir en el
trullo, y más os vale haceros pronto a la idea o lo pasaréis muy mal. 5

Daniel no parecía haberse dado cuenta del alargado cetro que se marcaba en su propio pantalón
y que me permitió corroborar que, al menos, a este también le gustaban los tíos en general o
hacer de voyeur en particular. Sintiéndose claramente turbado, el navarro se llevó la botella de
agua a la boca y bebió rápidamente antes de susurrar un simple "eskerrik"* [gracias en vasco],
con la cabeza gacha. 9

—¿Eso es vasco?

—Emmm... sí. ¿Por? —Preguntó algo desconcertado, después de lo que acabábamos de


presenciar.

—¿En navarra no se habla otra cosa? O sea, no sé, navarrés o algo así. 1

Se rió tímidamente.

—No hay "navarrés"; se habla castellano. Pero hay muchas ikastolas... emmm escuelas que son
bilingües de vasco, y yo estudié en una. Mucha gente en mi tierra cree que Navarra debería ser
parte de las Vasconias.

Todo ese tema de politiquéo regional me daba bastante igual, así que resoplé y volví a pensar en
mis cosas, lo mismo que él. 2

Entonces, ¿los tres éramos gays? O al menos parecía que ninguno tendríamos graves problemas
en aceptar sexo homosexual en situación de privación de libertad, ¿no? Tres de tres era mucha
casualidad. 4

Semanas atrás, cuando supe que quizá podría acabar en prisión, busqué información en internet
sobre la vida en la cárcel y vi algunas películas de esa temática. Lo cierto es que saqué muy poco
en claro, pero sí percibí un ambiente diferente entre las penitenciarías americanas y las europeas
reflejadas en los filmes que me llamó la atención: en los USA parecía socialmente aceptado que
los presos practicasen sexo entre ellos, incluso a veces por medio de la violación o como
intercambio de favores, mientras que en el viejo continente era impensable algo así; aquí, ese
tema era tabú. 10

Y, sin embargo, desde que me condenaron en firme había ido recibiendo algunas insinuaciones
por parte de unos u otros advirtiéndome que allí dentro tendría que follar, quisiera o no. Y, por si
fuera poco, ahora mismo acababa de ser testigo de cómo los favores sexuales podían abrir
ciertas puertas.

Yo había creído que los "hétero" españoles eran demasiado machotes como para hacer estas
cosas, pero Moreno (quien aseguraba no ser ni gay ni bi, y que había tenido novia hasta hace
escasas horas) acababa de bajarse al pilón como todo un experimentado campeón por tan sólo
medio botellín de agua que encima había compartido con Daniel. ¡Una mamada por un poco de
agua babeada! ¿Hola? ¿Se había vuelto loco todo el mundo? Pero bueno, quizá este chaval era
un caso atípico con esa filosofía suya de "cualquier cosa por sobrevivir", ¿no? 13

Me moría de ganas de confirmar con Dani mi sensación de que también era de mi gremio, pero
le veía tan azorado y confundido que lo dejé para más adelante. Si él estaba la mitad de afectado
por lo ocurrido que yo, le hacía falta un poco de tranquilidad. Yo venía de una relación cerrada.
Desde hacía más de un año había estado fuera del mercado, y de repente me parecía entender
que, además de "poder" enrollarme con otros, estaba obligado a hacerlo.

—Aquí tenéis algo de comida, que debéis estar desfallecidos —propuso el otro guardia
acercándose desde el pasillo al entregarnos unas barritas energéticas que devoramos con
bastante fruición, más por el hambre que porque estuvieran buenas. Además, con una expresión
de infinita sorna nos dio una nueva botella de agua a cada uno. Así que el trabajito de Moreno
había sido optativo, por así decirlo. 2

—Ni una palabra —espetó el gallego con cara de pocos amigos. Dani y yo cruzamos una mirada
de cómplice diversión. 2

Lo cierto es que, desde que nos despertásemos, la escenita nos había robado toda la atención y
a ninguno se nos había ocurrido mirar por la ventana. Ahora lo hice buscando tranquilizarme y
me di cuenta de que volábamos a través de altamar, en medio de la noche. Si el motor del
helicóptero fallaba ahora, sería difícil salvarse.

—Perdone —me atreví a preguntar—, el otro guardia nos dijo antes que Barroteferro estaba en
la costa, pero la hemos dejado atrás. ¿Es que vamos a alguna isla? ¿Quizá a las Baleares o algo
así? 2
—Eres muy perspicaz —comentó el policía, pero no respondió a mi pregunta. Se volvió entonces
hacia el oscuro horizonte, revisó su reloj y terminó de explicar —Media hora más y llegaremos a
vuestro nuevo hogar.

¿Media hora más? No conocía la velocidad media a la que viajaba uno de estos aparatos, pero
en ese tiempo un avión podría recorrer media España, y ya llevábamos unas cuantas horas a
bordo.

En silencio, juntos, pero en la soledad de nuestras cavilaciones individuales, el tiempo se nos


pasó rápido y finalmente notamos que comenzaba el descenso. Me asomé y traté como pude de
mirar hacia abajo por la ventana.

Efectivamente era la costa de algún sitio, aunque la oscuridad de la noche me impidió definirla
como una isla, una península o la costa de un cabo o un golfo. Aquí se había construido una
cárcel de arquitectura bastante atípica. Para empezar, tenía su propio puerto dentro de unas
murallas marítimas, y en su interior había una playa de arena blanca con sombrillas y tumbonas.
El muro exterior que impedía escapar a los reclusos le otorgaba la forma de un gran triángulo, y
los edificios construidos en su interior convergían en un punto intermedio dando lugar a tres
patios; en uno de ellos había pistas deportivas (quizá de tenis, paddle o fútbol, no lo vi bien), en
otro pude ver una piscina bastante grande, y el tercero estaba semi techado. 12

Todo parecía nuevo con esta luz, sin desperfecto alguno. Y si no fuera por las dobles alambradas
de espino y las torres de vigilancia en cada arista del triángulo, podría parecer un instituto
incluso más lujoso que aquel en que pasé mi adolescencia. 2

Tal y como había dicho el policía, este sería mi nuevo hogar para los próximos años. Llegaba el
momento en que comprobaría si mi estancia en Barroteferro sería un simple trámite aburrido, o
una pesadilla que olvidar.

VI

Aterrizamos en una de las plazas de un triple helipuerto situado sobre el edificio rectangular que
se levantaba delante del complejo y pegado a las vallas. Tras correr escoltados por los guardias
bajo la enorme corriente de aire que producía la hélice giratoria del helicóptero, nos
introdujimos escaleras abajo desde la azotea hacia el piso más alto.

Allí había más guardias armados para guiarnos, pero los anteriores se despidieron de manera
muy poco profesional, pues uno de ellos guiñó el ojo y le envió un beso algo burlón a Daniel.

—Buenos labios, por cierto —llamó la atención de Moreno aquel que había intercambiado agua
por favores.

—Lo sé —aseguró Fran, muy lejos de avergonzarse. 3

Tras un rato de andar escaleras abajo, luego de torcer por un pasillo a la derecha y más adelante
a la izquierda, llegamos a lo que podría considerarse la recepción de la prisión. Ahora percibía
que la temperatura estaba muy alta. Dani estaba también enrojecido y con la frente sudorosa,
así que no era sólo cosa mía, este pasillo tenía la calefacción tan fuerte como un hospital. Por
cierto, todos estos agentes eran fornidos, como recién sacados de un anuncio de proteínas para
gimnasio. 3

Tras el cristal blindado que nos separaba de la oficina, un guardia de curiosa apariencia debido a
lo musculoso de su torso en contraste con unas gafitas diminutas, hojeaba anotaciones y
observaba el monitor de su ordenador con interés. Durante la espera, me fijé en los alrededores
y constaté que había aparatos redondos instalados en todas las esquinas del techo de la
habitación del tamaño de un huevo de gallina, y supuse que serían detectores de movimiento
para seguridad; o quizá cámaras.

—¿Alejandrro Sanchis? —demandó con acento ruso tras un par de tensos minutos escuchando
el clic de su ratón, y asentí por respuesta.

—¿Daniel Marrti?

—¡Yo! —respondió raudo el susodicho, levantando la mano como si estuvieran pasando lista en
un aula. 1

—¿Franchessco Morreno?
—Francisco. Fran—cis—co; o... simplemente Moreno. Sí, mejor —le corrigió este, y yo me temí
que recibiera alguna clase de castigo o advertencia por su desparpajo. Al contrario, fue
recompensado con la lenta sonrisa severa que se fue dibujando en el impertérrito rostro del
ruso. 1

—You are in Barroteferro now —anunció lo evidente, y se volvió hacia los guardias que nos
escoltaban—. Go to the uniform meassurement and the take pictures for the entrance profile —
anunció en lo que podría traducirse desde este burdo inglés como "Estáis en Barroteferro ahora.
Ir a mediros para los uniformes y tomadles las fotos para el perfil de entrada". 6

—¿Qué ha dicho este? —me preguntó Fran en voz baja conforme nos desplazábamos hacia
donde nos lideraban los guardias. Se lo traduje y él protestó —¿Y por qué carallo lo ha dicho en
inglés?

—Ni idea. Será un guardia de intercambio —bromeé, pero ni siquiera yo me reí. 2

Entramos en una habitación amplia con un mostrador tras el que se situaban largas estanterías;
sobre ellas se apilaba pulcramente la ropa bajo numerosos indicadores de talla. En la otra parte
de la sala se erguía una cámara de fotos sobre un trípode ante la típica pared blanca marcada
con rayas negras y medidas. Eso me extrañó un poco pues en la comisaría ya nos hicieron las
fotos pertinentes. Aun así, reconozco que desconocía el funcionamiento interno de una prisión y
me dejé llevar sin preguntar, intentando no destacar. 3

—Get nude, please —pidió uno de los nuevos guardias acercándosenos con una cinta métrica.
Su acento no era puramente inglés, pero tampoco ruso; quizá sería holandés.

—¿Qué ha dicho? —volvió a preguntar el gallego.

—Que nos desnudemos —tradujo ahora el navarro. 1

—¿Otro guiri? ¿Es que no contratan polis españoles aquí? Joder... ¿Y para qué va a medirnos? Ya
traemos todos uniforme de preso. 1

Lo cierto es que el suyo era diferente del mío y del de Dani, probablemente porque cada uno
tenía su origen en una comisaría distinta de una provincia distinta del país.

Nos desnudamos y, pese a la situación, no pude evitar observar a mis compañeros tan
disimuladamente como pude. 2

Daniel tenía un cuerpo precioso. No era demasiado musculoso ni marcado, pero estaba bien
formado y de piel blanca como la nieve. En absoluto estaba grueso. Contrariamente a lo que su
carita aniñada podría hacer suponer, tenía un miembro que (pese a estar en reposo) ya prometía
unas generosas medidas bajo una recortada y escasa mata de vello rubio oscuro. 19

A Moreno le crecía algo de pelusilla morbosa en el medio del pecho, y este gallego marcaba
extremadamente los musculitos como si careciera de grasa corporal. Estaba duro y fibroso, pero
no tenía demasiado volumen. Su rabo (bajo el frondoso vello negro del bajo vientre) parecía de
tamaño normal, morenito como su apellido (que no como su piel, pues en el norte no hace
mucho sol) y sin circuncidar, y me atrajo como una flor a las abejas. Lo más llamativo del cuerpo
de este chaval eran los numerosos tatuajes de sus brazos: repletos a más no poder de lobos,
calaveras, lunas y pájaros en una escena que inundaba ambos miembros desde el hombro hasta
las muñecas, como una segunda manga de camisa. Eran super detallados y muy artísticos. ¡Qué
malote! 7

Notando que me había quedado atrás, me apresuré a quitarme el resto de la ropa que traíamos
y nos acercamos al mostrador, yo un poco detrás para poder observar el redondeado trasero del
lampiño y las fibrosas nalgas del otro.

Uno de los celadores tomó a Dani del hombro y lo fue guiando hacia el "photocall" ante la
cámara.

—¿Lo qué? Pero oiga, que aún no me han dado la ropa. ¡The clothes! The... ¡the uniform! —
ruborizado como un tomate, se tapó como pudo el paquete.

El guardia hizo caso omiso de él y le ordenó (en inglés) que apartase las manos de su
entrepierna. Como no le hizo caso, repitió las palabras con una entonación algo más tajante y el
rubio obedeció por inercia, viéndose retratado de frente y, tras una indicación, de perfil.

Dani volvió hacia nosotros con los ojos llorosos y otro de los agentes se puso a medirle hombros
y piernas mientras que Moreno, sin que nadie se lo pidiera, se colocó él solito ante la cámara de
fotos con una mirada desafiante a la vez que jactanciosa. ¿Es posible que tuviera la verga mayor
que antes? ¿Acaso le ponía cachondo que nos estuvieran tomando fotos en bolas sin darnos
ninguna explicación? Lo cierto es que su pene se elevó ligeramente y no me quedaron dudas de
que debía tener algún gusto por exhibirse. 1

Cuando él acabó, supe que yo tampoco podría evitarlo y accedí a tomar mi turno ante la lente,
suspirando audiblemente como toda protesta. Yo había sido bastante valiente toda mi vida, pero
en este lugar y en estas condiciones me encontraba fuera de mi elemento, sin saber a qué
atenerme. Esperaba que ninguna de esas fotos se filtrase a internet, ya que (pese a toda la moda
de selfies y demás gusto por mostrar intimidades de hoy en día), hasta ahora yo había
conseguido salvaguardar las mías; ni siquiera a Benito le permití tomarnos en vídeo cuando
sugirió en su día que sería algo divertido para recordar. Me alegraba muchísimo de no haber
cedido a aquella petición de mi exnovio, pues ahora no podía estar tranquilo sabiendo que ese
frío, calculador y egoísta energúmeno que me había dejado tirado en el último momento no
tenía en su poder algo mío tan privadamente personal. 2

Aunque yo no me tenía por exhibicionista en absoluto, cuando me di cuenta de que Daniel


estaba haciéndome un escáner completo no pude menos que posar disimuladamente y elevar
una ceja como preguntándole si le gustaba lo que veía. Él respondió ruborizándose (incluso el
pecho se le enrojeció) al saberse pillado. Eso sí, durante el rato que tuve que permanecer quieto,
pude desviar la vista hacia las oscuras esquinas superiores y comprobé que allí también había
más de esos detectores de movimiento con cámara como los de antes. Probablemente, cada
habitación o pasillo tendría aparatitos de estos para extremar las precauciones y evitar fugas. 2

—¿Qué significa ese tatuaje que llevas sobre el pecho? —preguntó el rubio cuando volví a su
lado.

Me costó unos segundos entender a qué se refería. Ya casi ni me acordaba de él pese a vérmelo
a diario en el espejo. Sonreí al recordar los motivos que me impulsaron a hacérmelo.

—Es una cabeza de león. Me la tatué a los quince años para fastidiar a mi padre; para
demostrarle que haría con mi vida y con mi cuerpo lo que me viniera en gana. Se supone que
significa valentía, fuerza, ferocidad... O sea, por eso lo hice casi sobre el corazón, para que me
diera energía, ¿sabes? 4

—¡Menos hablar, cotorras! —ordenó uno de los celadores en inglés. 5

—Pues me gusta tu león. Te sienta bien —me susurró Dani cuando me acerqué hasta colocarme
a su lado, lo que me dejó sonriendo durante un rato. Precisamente, me lo tatué para que me
diera valor, no porque yo ya fuera valiente. El valor es algo que admiro mucho en una persona.
—Los de Fran también están geniales —interrumpió mis pensamientos—, pero no se lo digas, o
se lo tendrá aún más creído. 1

Contrariamente a lo que pensaba, tras las mediciones no nos entregaron la ropa, sino que nos
guiaron como vinimos al mundo hasta una habitación contigua de baldosines blancos y con
rejillas en el suelo.

—Manos apoyadas en la pared —pidió uno de los guardias. Unos tipos vestidos con uniformes
blancos entraron, agarraron mangueras del muro opuesto y nos apuntaron.

—Tranquilo, niño. Obedece y todo irá bien —le aconsejé a Dani, que había dado un paso atrás
con expresión aterrada.

Por suerte no se trataba de chorros de agua fría a presión como la de los antidisturbios en las
manifestaciones, sino de un tibio caudal que nos lanzaron por encima en una amable elipse. 9

Ya mojados, chorreando indignamente, se nos acercaron aquellos funcionarios de la prisión


sosteniendo una esponja y una botella de gel cada uno; nos pidieron (igualmente en inglés,
siempre en inglés) que levantásemos los brazos. Mi extrañeza ya había llegado a un punto en
que lo miraba todo desde la distancia, como si estuviera en una realidad que no comprendía,
pero a la que tampoco me podía oponer. Había demasiadas cosas que no me cuadraban y
necesitaba coger algo de perspectiva.

Lenta y amablemente para lo que pensaba que era el trato usual de los empleados de una cárcel,
estos hombres restregaron sus espumosas y suaves esponjas por nuestros pechos, axilas,
espaldas, e incluso por la raja del trasero. Cuando ya pensaba que acabarían, empezaron a
lavarnos el sexo con mimo y cuidado, tanto que acabamos empalmados los tres; yo, por ser gay y
que otro hombre me estuviera tratando así; Dani por lo mismo y porque nos miraba a mí y a
Francisco al recibir estas atenciones del personal; y Moreno... porque le encantaba lucir su
desnudez completa, probablemente. 2

Confirmé que el rubio estaba casi demasiado bien dotado para esa carita de infante que tenía;
parecía la perfección hecha pene. Y si ya me había parecía morbosa antes la polla de Fran, en
completa erección era aún mejor, ostentando un precioso glande en forma de fresón que me
hacía salivar y decorado con unas gruesas venas súper incitantes. Me sentí cohibido al
plantearme lo que los trabajadores que nos lavaban podían estar pensando de estos tres sujetos
que tan fácilmente se habían excitado, pero ninguno de ellos mostró la menor extrañeza ni tuvo
reparos en continuar frotando por todas partes. Casi podría asegurar que el técnico que se
ocupaba de mí se estaba esmerando demasiado en la limpieza 3

Tras otro remojón de agua tibia, nos secaron concienzudamente por todos los recovecos con
suaves toallas blancas y nos hicieron pasar a otra sala para que nos vistiésemos con la ropa que
finalmente se nos entregó.

La súbita expresión de mal humor del gallego me llamó la atención.

—¿Estás bien, Fran?

—Acabo de caer en que... ahora debe ser cuando nos van a rapar el pelo. —Los sedosos
mechones negros de su larga cabellera relucían húmedos dando a entender que se había estado
cuidando mucho el cabello.

Dani no se inmutó. Su rubio cabello estaba tan corto que no creo que nadie quisiera tocárselo. El
mío tampoco era largo, si acaso un poco por el flequillo para poder hacerme un tupé a la moda
que podía dejar caer pícaramente sobre la frente cuando me convenía. Ojalá me permitieran
mantenerlo a mi gusto. Pero Moreno sí le meterían bien la tijera en esas melenas si pretendían
alguna clase de disciplina capilar.

—Creo que se les ha olvidado entregarnos alguna prenda, ¿verdad? —sugirió el navarro.
Con estas camisetas y los pantalones blancos, ambos cortos y de algodón, parecía que nos
dirigiéramos a una fiesta ibicenca. La ropa interior era también blanca, tanto los slips como los
calcetines cortos. Y las zapatillas de deporte sin cordones parecían de golf, súper traspirables y
muy elásticas. 5

Por un momento, al mirarnos me dio la impresión de que estaba de nuevo en el instituto,


preparado para jugar un partido de tenis con mis compañeros de clase; pero en vez del símbolo
católico-eclesiástico del centro de enseñanza, teníamos las siglas "BF" sobre el pectoral con tres
barras rojas cruzando las letras de forma vertical.

Suponiendo que Dani podía tener razón, sugerí a uno de los guardias (en inglés, ya que pensé
que no me entenderían en español): —¿Hola? ¿No nos falta alguna prenda más?

—¿Es que tienes frío? —preguntó seriamente, a lo que me apresuré a responder negando con la
cabeza pues verdaderamente hacía mucho calor en estas instalaciones. —Arreglado entonces.

Hagamos un recuento. Por ahora había presenciado una mamada a cambio de agua, me habían
hecho una serie de fotos desnudo, había recibido una ducha erótico sensual y ahora me vestían
con algo parecido al uniforme de verano de un centro privado de enseñanza para gente
pudiente. No creí que nada más pudiera sorprenderme en Barroteferro. +

¡Qué equivocado estaba!

VII

El guardia nos preguntó si teníamos hambre y nos apresuramos a decir que sí, ya que el pequeño
ágape del helicóptero se había consumido de nuestros estómagos hacía ya tiempo. 1

Caminando por un pasillo, pudimos entrever tras un cristal unas cuantas mesas en una oscura
sala con pinta de comedor. Era más pequeño de lo que creía, pero a la luz que recién se encendió
admití que tenía una pinta limpia y salubre. Mis compañeros se introdujeron allí, pero antes de
que yo pudiera seguirles, se me acercó otro agente con pinta de mandar más; no llevaba la
reglamentaria gorra, lucía un irreverente bigotito que por poco no parecía el de Hitler y tenía
más colorines en la solapa del bolsillo del pecho.
—¿Alejandro Sanchiz? —Asentí, y él continuó en el idioma bretón: —Hemos monitorizado tu
andar desde que llegaste —señaló casi sin pretenderlo hacia uno de los aparatitos del techo que
a partir de ahora podía confirmar como cámaras—, y hemos decidido que hay algo sospechoso
en tu forma de moverte. 3

—Co... ¿Cómo?

—Tus movimientos indican que podrías esconder algún tipo de contrabando en tus intestinos,
así que vamos a realizarte un tacto rectal. 5

—¿¡Qué? ¡Ohmaigad! ¿Mis movimientos? Pero... ¡No! ¡No tengo nada dentro! —espeté tan
sorprendido como alarmado. 3

—Mejor para ti que no encontremos estupefacientes u otros objetos no autorizados —aseveró


haciendo una seña, con lo que uno de los dos guardias que nos escoltaban se aferró a mi
hombro. —Aquí no tratamos bien a las mulas.

—¿Mula? ¿Yo? Eso es para pobres que necesitan dinero. ¡Le aseguro que no hay nada! —
exclamé asustado, soltándome de aquella mano de un empellón.

—Señor Sanchiz, le he informado del motivo por pura cortesía, pero no le estoy pidiendo
permiso; si se resiste, habrá consecuencias para usted y para su condena.

La mirada que le lancé a mis compañeros contenía vergüenza y una muda petición de ayuda,
pero sabía que no podían hacer nada. Con la boca seca y rostro pálido, fui trasladado a un
despacho doble. La primera habitación tenía toda la apariencia de una oficina común, pero la
segunda, tras cruzar una puerta interna, era nuestro destino final. Esta sala contenía algunos
armarios, una mesa con un par de sillas, una pila de lavarse las manos y poco más.

—Quítese los pantalones y los calzoncillos y déjelos sobre esa silla.


Los dientes me dolían de tanto apretarlos, pero no se me ocurría cómo negarme a esto sin
causarme un mayor perjuicio, así que intenté convencerme de que se trataba de un
procedimiento común e indoloro. Todo pasaría en pocos minutos, cuando comprobasen con uno
o dos deditos que no trasportaba nada dentro. 4

Antes de darme cuenta me habían tumbado apoyando el torso sobre la mesa de plástico y, tras
extender hacia los laterales mis brazos y mis piernas, me vi con las muñecas y tobillos esposados
a las patas del mueble. No podía ver lo que ocurría a mis espaldas, pero me vinieron a la mente
imágenes de películas de comedia en las que el policía de turno de alguna aduana se ponía el
guante de látex con cara de pervertido cuando iba a realizar esta práctica.

A cada uno de mis lados tenía a un celador. Uno de ellos mostraba un gesto desdeñoso, pero el
otro me pareció incluso guapete. No podía ver al jefecillo del bigote que había ordenado todo
esto, pero le escuchaba detrás de mi haciendo ruidos. ¿Iba a hacerlo él personalmente?

Me tensé sin poder evitarlo cuando noté un denso gel fresquito restregándose por los
alrededores de mi ano y luego algo cilíndrico empezando a empujar cual ariete que debilitase las
defensas del portón que conservaba la dignidad de mi castillo.

Intenté aguantar el tipo, de verdad, pero aquella herramienta, fuera lo que fuese, no tenía el
tamaño de un dedito. Cuando mi esfínter cedió y empezó a ser invadido, me noté intensamente
penetrado como por algo de la talla de una polla, aunque obviamente no se trataba de eso.
Finalmente, al notar que el cilindro empezaba a moverse un par de centímetros adelante y atrás,
como si me estuvieran efectivamente follando con el instrumento, tuve que protestar a la vez
que daba tirones con las piernas y tensaba los glúteos. 2

—Por... por favor, paren. ¿Eso qué es? No... ¡Oh!

—Cálmate. Relájate o te hará daño —me susurró en español el guardia que me había parecido
guapete, agachado sobre mí. Ahora que lo tenía cerca, constaté sin pretenderlo que tenía esa
forma de ojos que siempre me ha parecido simpática, junto a una nariz grande y algo picuda
que, lejos de afearle, resaltaba su virilidad.

—Pero ¿qué me está metiendo? ¡Ohmaigad, Ohmaigad, Ohmaigad! —exclamé, y me mordí el


labio inferior tan fuerte que creo que me hice una pequeña herida. 3

—Relájate—. El otro celador sonreía con malignidad mientras miraba hacia mi trasero, pero este
que hablaba mi lengua me miraba a los ojos al repetir: —Tú relájate; no puedes hacer nada.

—¡Por favor! —le pedí susurrando con urgencia. No sé bien lo que pretendía, ¿qué
desobedeciera órdenes de un superior? ¿Qué les apalease a los otros y me ayudase a fugarme?

—Lo siento —me respondió tan flojito que me costó de oír.

Por fin, aquel cilindro salió y no volvió a entrar, y yo comencé a jadear como si hubiera corrido
una maratón, con los ojos vidriosos. Estaba asustado, alarmado y confuso, pero aún no me hacía
a la idea de lo que me estaba ocurriendo. Sólo podía reaccionar instintivamente conforme todo
esto me estaba sucediendo.

Una música como de opera empezó a resonar desde algún dispositivo móvil cercano y yo apenas
pude respirar dos veces con tranquilidad antes de notar que algo más entraba en mí. ¿Dedos?
Primero uno, luego dos, tres... iban repartiendo más de ese lubricante, abriéndose dentro de mí
para dilatarme. Me masajeaban por dentro para quebrar cualquier resistencia que aún me
quedase. Al poco, abrí los ojos como platos al notar que entraba un cuarto dedo. ¿De verdad era
necesario tanto para buscar si llevaba dentro algún alijo de droga? 5

Noté horrorizado cómo aquel energúmeno jugueteaba con mi próstata, acariciándola y


apretándola levemente, lo cual consiguió que empezase a empalmarme pese a la situación.

"¡Qué vergüenza! Hijo de puta, ¡para ya!" demandé, pero sólo con mi mente.

Me centré en el gotelé de la pared intentando distraerme con las formas abstractas, forzándome
a buscar parecidos como quien busca siluetas en las nubes; pero aquel masaje no cesaba y
deduje por las risitas que se habían dado cuenta de que mi erección había llegado a su máximo.
Quizá pasó un minuto o diez, porque sin reloj no podía tener una verdadera noción del tiempo.
—Parece que le gusta. ¡Recórcholis! Mira, está goteando —comentó el jefe de atrás provocando
el jolgorio del agente más sieso, y seguidamente noté como entraba otro dedo más.

¿Recórcholis? ¿De qué siglo había salido este hombre? Pero eso me daba igual ahora, ¿cuántos
dedos llevaba metidos? Realmente había perdido la cuenta, pero noté que se introducía más y
más adentro hasta que mi esfínter rodeó la muñeca de aquel brazo. 3

—¡Me voy a romper! —exclamé aterrado, con las piernas temblando, sintiéndome más hinchado
e invadido que jamás en mi vida. Y aquel miembro invasor, fuera lo que fuese, no se estaba
quieto, pues entraba y salía como si fuera el enorme cimbel de un caballo el que me estuviera
follando. De repente lo vi claro: nada de aquello tenía que ver con un registro de cavidades al
uso. 3

—Tranquilo, tengo mucha experiencia —aseguró el de detrás.

Lo cierto es que, por increíble que parezca, ya no me dolía casi nada ni notaba el esfínter
realmente tirante, como si aquel lubricante fuera anestésico en parte o ayudase a dilatar. Y la
musiquita de ópera continuaba marcando los ritmos tanto de su gozo como de mi angustia.

—Tú céntrate en disfrutar, terrorista español maricón; regálanos un buen espectáculo. 3

—¿Terroris...? Yo... Yo no... —intenté protestar, tan ultrajado en mi mente como en mi cuerpo,
pero el guardia de mi derecha se agachó un poco y, por debajo, me agarró de la base del pene,
apretándolo y masturbándome muy lentamente. —Oiga... ¡Oiga! —y no pude decir más porque
su otra mano se me acercó a la cara y metió un par de dedos previamente mojados en mi boca,
aunque yo no sabía que era mi propio líquido preseminal lo que paladeaba. Estaba jugueteando
con mi lengua forzándome a salivar en exceso, entrando y saliendo entre mis labios como si me
estuviera follando la boca. Sabía que podía morderle, defenderme arrancándole un par de
dedos, pero las consecuencias serían terribles y muy variadas.

Ahora tenía un brazo metido por detrás y una mano violándome la lengua, y se me escaparon las
lágrimas debido al insoportable sentimiento de estar perdiendo por completo mi dignidad junto
a mi libertad, y eso me llenó de rabia porque no recordaba haber llorado desde mi niñez, con la
salvedad del día anterior en la celda de la comisaría.
Pero mi vergüenza no impedía que siguiera sintiendo el roce de aquel tremebundo mete—saca o
el placer de mi sexo y mi punto "g" masajeados al unísono; de manera que mis testículos se
contrajeron en un inequívoco aviso de que mi semilla estaba recorriéndome ya por dentro,
preparándose para salir disparada en potentes trallazos que harían las delicias de mis captores. 3

—¡Por favor, por favor, por favor...! —rogué vocalizando como pude con aquellos dedos entre
mis labios, pero ni mi ruego ni las lágrimas que recorrían mis mejillas sirvieron de nada.

—Atentos, ya llega —advirtió el jefazo ese de detrás—. Tres, dos, uno... —Debía haber notado
las contracciones en mi recto porque, efectivamente, calculó a la perfección el momento en que
mi orgasmo terminó de sumirme en un mundo de abandonado placer y descontrol, con los ojos
en blanco, el vello erizado y las babas escapándoseme hasta la mesa.

Intenté protestar en medio de gemidos y quejas, pero no sé ni lo que dije durante mi deshonrosa
eyaculación.

—¡Recórcholis! ¡Buenos chorros!

Poco a poco, aquella mano fue saliendo hasta dejarme literalmente vacío por dentro, y luego me
limpiaron tanto por delante como por detrás con algún tipo de gasa antes de vestirme con los
slips y los pantalones de nuevo, para soltarme de mis ataduras. 3

Y ahí estaba yo, de pie frente a todos, como si nada hubiera pasado; tan confundido como para
no poder hablar ni moverme más allá de los temblores que embargaban, aunque no tengo claro
si por el orgasmo, por la vergüenza o por el miedo.

Al cabo de un minuto comenzaron a escocerme los tobillos y las muñecas donde me había
despellejado la piel al estirar de las esposas, así que me froté los brazos fuertemente mientras
observaba cómo los dos agentes allí presentes recogían los enseres dispersos y el jefazo se
lavaba las manos en una pila de la esquina al ritmo de la música, aquella canción de ópera que
ya nunca dejé de odiar. 1

Agitado, me apoyé en la pared mientras esperaba a que me dijeran lo que esperaban ahora de
mí. Pude observar el cilindro con el que iniciaron la prospección. Parecía a todas luces un
consolador liso y simple, y el frasco con lubricante tenía las letras en un idioma que no pude
reconocer. Por otra parte, no vi ningún guante de látex usado o sin usar por los alrededores o
papelera alguna donde pudieran haberlo tirado. ¿Me había metido la mano sin guante?

Lo que más me chocó fue ver que, antes de correrme, habían colocado algo parecido a una
bandeja metálica debajo de mi miembro de manera que mi semen había caído todo en su
interior. Ahora, el funcionario de prisiones más antipático estaba obteniendo todo lo que podía
de mi semilla absorbiéndola en el interior de una jeringuilla sin aguja. 2

—¿Qué van a hacer con eso? —intenté protestar, pero me sentía tan bloqueado y amedrentado
por lo que acababa de suceder que apenas lo murmuré y nadie me hizo caso.

—¡Buenas noticias!— Tras secarse las manos, el jefazo del odioso bigotito nazi se volvió hacia mí
desde la pila y se me acercó elevando los brazos para palmearme en los hombros como si fuera
un viejo amigo suyo. —No hemos encontrado nada de contrabando. 2

¿Hola? ¿Aún pretendía hacer pasar este abuso por un registro de cavidades? ¡Ni de coña! Pero
¿a quién podía yo denunciar este abuso? ¿Ante quién podía quejarme? ¿Alguien me creería?

—Ya se lo dije yo que no llevaba nada dentro —contesté con voz cansada.

Aún sin apartar sus manos de mi hombro, me sonrió y me peinó paternalmente el cabello, lo que
me hizo sentir gran repulsión ante la cercana visión de su mostachín.

—Venga, chico —adujo—; no te hagas dramas, que tu expediente sexual dice que no eres
precisamente virgen.

—¿Expediente sexual? ¿Hola? ¿Tengo yo un expediente sexual? —Y por cierto, ¿qué más le daba
a él si yo era o no virgen, o si era o no gay? O sea, ¿acaso había perdido yo algún derecho más
por estas razones?

—Llévale con los otros y que coma algo. Se lo ha ganado —ordenó el jefe al subalterno de ojos
simpáticos, que me guio hacia la puerta y de allí hacia el comedor.
VIII

—¿Estás bien? —preguntó el guarda de nariz viril.

Escuchar su interés por mi persona en mi propio idioma me hizo sentir muy lejos de mis amigos
y familia, muy lejos de mi ex novio, completamente solo y necesitado de cariño. Tuve que
apoyarme en la pared y respirar pesadamente unos segundos antes de asentir.

—Has de ser fuerte. —Al abrir los ojos, él me estaba dedicando una fiera mirada de
determinación. —Resiste. Acabas de llegar y aún te queda mucho que pasar y descubrir aquí.

—¿A qué te refieres?

—Emmm... —negó con la cabeza y lanzó una mirada de soslayo hacia la cámara que nos vigilaba
desde arriba. —Tú mantén el ojo avizor y adáptate. ¿Vale? —Asentí y, justo antes de entrar, me
atreví a preguntarle por su nombre. Me caía bien y creía que podía beneficiarme tener a alguien
que me apoyase entre las autoridades. —Lucas. 11

Accedimos a la sala donde me esperaban mis compañeros, aquellos con los que había ingresado
en este centro penitenciario y que parecían haber terminado de comer hace rato. Me habían
estado esperando delante de sus bandejas vacías bajo la distraída mirada de un celador
uniformado. No había ningún otro recluso, por lo que deduje que el resto habían cenado mucho
antes.

—¡Kaixo*! ["Hola" en euskera]

Al verme entrar, Moreno me preguntó qué tal todo y qué había sucedido, pero Dani debió de ver
en mi expresión que acababa de pasar por algún suceso traumático y le dio un ligero codazo
para que me dejase en paz. 2

Lucas me llevó hasta la puerta de una cocina cercana, me entregó una bandeja y puso en ella un
sándwich vegetal, un par de lonchas de pavo, un vaso con zumo de piña y un plátano; luego, me
dejó acompañado de los otros dos reclusos para que comiera. Comí, pero despacio y sin gana
porque notaba el estómago cerrado. 2
—Pipiolo, ¿qué ha pasado? —insistió el gallego.

Dudé si comentarles lo que me había sucedido. Quizá a Daniel a solas sí se lo hubiera dicho, pero
no tenía la seguridad de poder considerar amigo a Francisco, así que rebajé la gravedad de la
experiencia al contar.

—Creían que llevaba algo de droga y me han hecho un registro de cavidades. No ha sido
agradable.

Efectivamente, Fran soltó una risotada jocosa e hizo un gesto con las manos simulando
precisamente un "fist-fucking". Tuve que contener una arcada. 1

—Moreno, por favor... —protestó Daniel rogando tiernamente.

—Es que es gracioso; el camello soy yo, pero los dedos se los han metido a este pobre pipioliño.

Solicité ir al aseo un momento y me indicaron la dirección. Una vez dentro, no perdí ni un


segundo en bajarme los pantalones y revisar mi trasero mediante el tacto. No dolía demasiado,
casi nada, a decir verdad. Aunque ya se había cerrado de nuevo, lo notaba debilitado como una
goma elástica que se ha dado de sí. Metí sin ningún esfuerzo hasta tres dedos y lo noté tan
dilatado que tuve que sentarme en la taza para no caerme del susto. 16

—¡Ohmaigad! —susurré levantando la mano para observar el temblor en mis dedos, esperando
con todo el corazón que mi cuerpo se recuperase y a mi ano retornase pronto su habitual
fortaleza. 2

Toda mi vida había sido reticente a admitir siquiera que me gustaba la idea y la sensación de ser
penetrado, que probablemente era incluso más pasivo que activo. Y ahora, sin que a nadie le
importasen mis dudas o mi confusión interna, había sido intensa, profunda y excesivamente
invadido por un puño nada más llegar a esta prisión. ¡Menuda terapia de choque!

¿Y para qué querían mi semen? 3

Necesité un par de minutos para serenarme antes de salir.


Lucas se había ido cuando volví al comedor, pero el guardia restante nos ordenó seguirle.

—Vamos de turismo.

A través de pasillos interiores, pasamos desde aquel primer edificio cuadrangular a uno de los
que formaban los vértices del triángulo, directamente a la cúspide, al tercer piso. Aquí todavía
hacía mucho calor, así que agradecí la ligereza de nuestra ropa. Supongo que era por eso que los
guardias también vestían un fino uniforme de manga corta y pantalón corto, pareciendo a veces
los conserjes de un colegio de verano.

Este lugar por el que ahora caminábamos... ¡era asombroso! La decoración, la finura del acabado
y el detalle en la construcción, con parqué en el suelo, paredes lisas decoradas con grabados
antiguos como griegos, luces cálidas, me hacían olvidar que me encontraba en una prisión, pues
tenía todo el aspecto de ser el pasillo de un elegante hotel de lujo simulando un templo heleno.
Las exclamaciones ahogadas de mis compañeros me demostraron que estaban igual de
sorprendidos que yo. 2

—Bienvenidos al Olimpo —anunció el celador. 2

Aquellas puertas parecían las de un piso caro, con madera lacada pulida, una mirilla para ver
desde dentro hacia afuera e incluso un timbre al lado. Al avanzar, comprobé que cada una estaba
marcada con un símbolo distinto: un tridente, una balanza, un relámpago...

Una de esas puertas tenía la hoja abierta y venía identificada con un símbolo que representaba
un palo con dos serpientes enrolladas, coronado por dos alas. El muchacho apoyado en la pared
del pasillo a su vera nos pareció... un dios. Cabello largo hasta casi los hombros, ondulado y
rubio clarísimo; ojos azules como el cielo, labios generosos en medio de un rostro casi angelical
pero ligeramente anguloso, enmarcado por una sombra de barba recortada tan perfecta como él
lo era; y su espigado cuerpo de casi un metro noventa estaba muy bien formado, marcadito y sin
grasas (algo que puedo garantizar gracias a que iba vestido únicamente con unos apretados
boxers de Calvin Klein y una camisa blanca corta desabotonada).

Una vez más, me pasó como con Daniel: si no fuera porque era obligatoria la mayoría de edad
para entrar en prisión, a este le hubiera echado diecisiete años muy bien aprovechados.
Probablemente era holandés u originario de algún otro país del norte de Europa.

Lamentablemente, cuando cruzó sus ojos con nosotros y nos miró desde arriba como quien
observa distraídamente a un insecto, me dije que era indudablemente un creído insufrible
bueno para pegarle un polvazo y mandarlo a casa a dar la murga a otros. Había muchos con ese
tipo de actitud en el internado donde pasé mi adolescencia, así que los tenía calados. Aunque
quise detestarle por esa condescendiente expresión de superioridad, lo cierto es que más me
hubiera valido intentar odiar a un ángel, porque cuando aquellos ojazos mantuvieron los míos
medio segundo bajo sus párpados entrecerrados de rubias pestañas, me sentí derretir, y la
comisura izquierda de su boca casi (sólo casi) mostró una sonrisilla orgullosa. 1

—Vamos, no os paréis —ordenó el guarda, y al pasar por delante de la puerta abierta del chico
rubio pudimos echar una fugaz ojeada de su interior. Era una gran habitación con una cama tipo
"King size" bajo un enorme ventanal sin rejas, con sus cortinajes a juego, en el que no faltaba un
cómodo sillón, una mesa con una gran pantalla de plasma y una consola alrededor de la cual
anidaban multitud de videojuegos y revistas. Más allá, cerca de otra puerta interna que debía
dar entrada a un aseo privado, aguardaban su turno un juego de mancuernas, un banco de
abdominales y algún otro aparato para ejercitarse.

Ante la cama, un hombre con cara de felicidad de unos sesenta años se terminaba de vestir con
un traje gris y corbata, manteniendo la mirada fija en el perfil de este chico que ahora le
ignoraba, pero al que indudablemente acababa de follarse. 4

—No sabía que existían muchachos tan guapos —anunció Moreno con una sonrisilla estúpida,
aún volviéndose para observar al joven dios.

—¿Lo qué? ¿No eras hétero? —preguntó Dani con la misma curiosidad que yo sentía. 1

—¡Pero riquiño! ¿Tú le has visto? ¿Qué más dará si soy hétero o lo que sea? Cualquiera querría
rellenar de nata todos los agujeros de ese zagaliño. ¡Puf! 9

En eso estaba de acuerdo, pero yo sí reconocía mi homosexualidad.

—Ese chaval no es normal. Es el más guapo que me he encontrado frente a frente —comenté, y
eso que mis dos compañeros estaban muy, muy bien (y yo mismo me tenía por bastante bien
criado).

—Pues la habitación tampoco estaba nada mal —hizo notar Dani, ahora que comenzábamos a
descender por unas escaleras al piso justamente inferior—; mucho mejor que la mía de mi casa.
¡Y además individual!

—Creo que me va a gustar vivir aquí —apoyó Moreno. 1

—Pues yo preferiría haberme quedado en mi piso —añadí suspirando—. Mejor esto que otro
cuchitril, pero mi piso alquilado, pagado por mi padre, estaba decorado ya a mi gusto, ¿sabéis?
—Además, ninguno de mis dos compañeros había pasado por lo que a mí me había ocurrido
hace meros minutos, y esa incursión a mis entrañas me había dejado muy tocado y me había
colocado en mi sitio. Yo no era nadie en Barroteferro; no tenía derechos y cualquiera con un
poco de autoridad podía hacerme lo que le viniera en gana sin que yo pudiera protestar. —O sea,
quiero salir de aquí.

—Mejor cambia esa mentalidad, pipiolo, o se te van a comer vivo —me aconsejó Fran poniendo
su mano sobre mi hombro. —Esto es lo que hay, y uno se adapta o muere en el intento.

—Me llamo Alex, no pipiolo.

Nada más poner un pie en el piso de abajo, nos miramos entre nosotros con cara de no
comprender. Aquí todo parecía mucho más normal; con losas en vez de parqué, lámparas en lo
alto sin la calidez de antes, sin cuadros ni grabados en los muros, y las puertas de las celdas
estaban formadas por barrotes de manera que podía mirarse en el interior desde el pasillo.

—A este lo llaman Tártaro, no sé por qué —informó el celador. 3

En cada una de ellas había dos camas de cuerpo y medio, un par de sillas y una mesa con
algunos papeles y libros; al fondo, una puerta debía conducir a un aseo particular. La mayor
parte de las celdas estaban ocupadas por dos personas dedicadas a uno u otro menester,
aunque solían volverse y mirarnos al pasar, como analizando a los nuevos vecinos. En tres de las
diez habitaciones que cruzamos, los residentes estaban follando sin ningún pudor, unos en la
pose del perrito, otros en la del misionero, y un tercero estaba arrodillado ante otro comiéndole
el rabo lentamente, como sin prisa. ¡Parecía un cine porno gay, con múltiples salas! Tragué como
pude el nudo que la preocupación había creado en mi garganta porque, ciertamente, este
asunto del sexo entre prisioneros estaba mucho más extendido de lo que esperaba para una
cárcel española.
Aunque claro, el asunto de que todos los guardias salvo Lucas parecieran extranjeros, me hizo
dudar cómo de lejos nos había llevado el helicóptero. ¿Seguro que estábamos en las baleares?
¿Acaso contrataban al personal de fuera por alguna razón fiscal? 5

—¿Qué es eso de Tártaro? —preguntó Fran por lo bajo, frunciendo los labios con disgusto.

—En la mitología clásica griega era como una mazmorra para titanes y... —empezó a responder
el rubio para mi sorpresa; le debía gustar la historia clásica. Sin embargo, al ver la cara del
moreno, trató de simplificar sus palabras. —Digamos que era como el purgatorio. 3

—¿Y qué carallo es el purgatorio? 1

Dani resopló con incredulidad.

—Imagina un punto intermedio entre el cielo y el infierno; pues allí esperan las almas para poder
ascender hacia el paraíso.

—¿Puedo preguntarle cuantas personas hay en esta prisión? —tenté a la suerte con el guardia
con la entonación más inocente y educada que pude sacar.

—Puedes.

—Pues... eso, ¿cuántos, por favor? —insistí.

—Unos ciento setenta y dos —contestó tras unos segundos de plantearse si debía o no
compartir dicha información. Luego se volvió, nos miró elevando una ceja y corrigió —Más bien
ciento setenta y cinco, y subiendo.

—¿No son pocos para una prisión? —le pregunté a Moreno tras traducirle lo anterior. —Tengo
entendido que las demás cárceles tienen de mil a tres mil.

—Pues sí, son pocos.

—Quizá es por ese asunto de la epidemia que ha cerrado Navalcarnero, ¿no? —argumentó
Daniel—. Esta puede ser una "cárcel comodín"; puede que la tengan como reserva para
emergencias y tal.

—Sí, quizá —murmuré no demasiado convencido.

—¿Os habéis fijado que no hay gente fea? O sea, ni siquiera hay gente "normalucha", por así
decirlo —les hice notar conforme descendíamos hacia un nuevo piso a través de unas escaleras.
Aunque la belleza extrema de algunos rebajaba la de otros, todos los presos absolutamente
tenían algo especial; algo que me llevaría a lanzarles una segunda y tercera mirada a cualquiera
de ellos si me los cruzase por la calle. Los mayores o los más jovencitos, musculosos o delgaditos,
velludos o lampiños... todos tenían su punto.

La conversación cesó al terminar de bajar el siguiente tramo de escaleras y encontrarnos en el


piso inferior, donde era evidente que la calidad de lo que veíamos nada tenía que ver con la de
los superiores. Aquí el suelo era de viejas losetas (muchas agrietadas), las paredes no tenían
cobertura por encima de los ladrillos adheridos con argamasa y las luces provenían de altos
tubos de fría luz blanca envueltos en rejilla de metal para evitar sabotajes o roturas. Casi parecía
una mazmorra de la edad media; y quizá lo fue en su momento debido a su vejez y a su mal
estado.

—Y aquí, el Hades. 3

—El infierno —tradujo el rubio, adelantándose a la pregunta de Moreno.

Tuve que contener la respiración por la sorpresa ante la visión de estas celdas separadas entre
ellas por rejas de barrotes, permitiendo a los presos de las contiguas verse entre sí e incluso
tocarse o jugar a las cartas. Y es que no eran pocos los que vivían aquí; aquellas celdas eran
todavía más pequeñas que las del piso de arriba, pero tenían muchos reclusos hacinados en su
interior; hasta diez conté en una, con varias literas dobles e incluso alguna triple.
En general no había sillas o mesas, ni tampoco un cuarto aparte para los aseos; la taza del váter
estaba instalada en un rincón a la vista de todos y de las cámaras que, como en pisos superiores,
decoraban lo alto de los pasillos cada pocos metros.

—Ohmaigad... —murmuré con desencanto. —¡¿Qué es este asco?! 1

Puede parecer un lugar insalubre por esta descripción, pero los camastros y literas tenían pinta
de ser sólidos y se cubrían con sábanas limpias; la ropa que todos vestían estaba en buen estado
y las instalaciones eran funcionales y seguras, sin basura o manchas. Eso sí, tras el lujo, el espacio
y la pulcritud de los pisos superiores, esto daba la impresión de ser precisamente un infierno. +

Y este era nuestro destino.

IX

—Aquí se queda el rubito —anunció el guardia deteniéndose y agarrando a Daniel del hombro
mientras abría la cerradura.

La mirada de indefensión que el chico de navarra nos dirigió fue tan tierna que por poco no lo
abrazo y me lo llevo corriendo, pero me contuve y asentí con la cabeza para demostrarle que no
podía hacer más que obedecer.

—Todo irá bien, ya verás.

—Mañana nos vemos para el desayuno, riquiño —aseguró Moreno observando cómo el niño se
metía con reticencia en aquella jaula abarrotada por otros siete reclusos, cuyas serias miradas lo
siguieron hasta que se quedó parado en medio del espacio libre.

—Kaixo, soy Dani —fue lo último que oímos pues el guardia nos dio un empellón para continuar.

—Creía que los recién llegados permaneceríamos juntos —comenté en inglés, esperando que el
agente se diera por aludido.
—No, señor Sanchiz —respondió con entonación condescendiente al detenerse ante la puerta
de dos celdas después—; la idea es que os relacionéis con los que ya llevan un tiempo aquí para
integraros rápidamente. Aquí se queda tu otro amigo. 2

—Entiendo —y le traduje lo que acababa de decir el guardia. —Hasta mañana, Moreno.

—Recuerda lo que te he dicho, pipiolo; haz lo que debas para sobrevivir —susurró raudo Fran al
arrimárseme, tras lo que se metió junto a aquellos cinco hombres que dejaron de lado sus
conversaciones y revistas para centrarse en revisar la nueva mercancía. ¿Le producía alguna
clase de buena sensación presionarme para que me "abriera" a experiencias sexuales aquí, o es
que se preocupaba verdaderamente por mí? 1

Al contrario de lo que esperaba, mi celda al otro lado del pasillo estaba ocupada por sólo tres
personas, aunque había unas cuantas literas extra esperando dueño. Antes me pareció ridículo
el saludo del navarro nada más llegar, pero en este momento no encontré nada mejor que decir.

—Hola, soy Alex —saludé, y el ruido de la puerta de metal cerrándose detrás de mí sonó en mi
mente como una nueva sentencia judicial; no tenía escapatoria

Antes de contestarme, los tres hombres de la sala (dos de los cuales jugaban a las cartas con
otros de la celda vecina a través de los huecos de los barrotes, así como el restante que leía
alguna clase de revista satírica que yo no conocía) se me quedaron mirando de arriba abajo, lo
cual me permitió examinar el que sería mi hogar durante los próximos meses, o años. Diez
metros cuadrados, seis camas en tres literas, todas las paredes formadas por verjas de hierro
menos una en la que se apoyaba un inodoro, una pila para lavarse y dos dispensadores
probablemente de jabón. ¡Oh! Pues no, en uno de ellos había una etiqueta anunciando lube, es
decir, lubricante. ¿Lubricante en las celdas? El estómago se me encogió. 15

—Bonne nuit* ["Buenas noches" en francés], soy Ayax —respondió uno, y los otros se
presentaron también como Brave y Faust. Además de atractivos, parecían majos; al menos no
hubo amenazas ni malas caras. Me dirigí hacia una de las camas vacías y me senté despacito
pensando que el día llegaba ya a su fin y que podría dormir para olvidarme de todo durante un
rato.
Ayax, de cabello castaño medio largo y liso, algunas pecas en la cara y ojos azules (un bombón
que aparentaba unos jovencísimos veintitrés) se me acercó y tomó asiento a mi lado mientras
los otros dos retomaban su partida.

—¿Has sangrado? —Su inglés con acento de Francia me agradó, pero su pregunta me extrañó. +

—¿Hola? ¿Qué?

—Te han buscado droga... por detrás. ¿Has sangrado? ¿Te han herido?

—No, creo que no. O sea... ¿cómo sabes tú lo que me han hecho?

—Hombre, eso se nota —explicó con una risilla divertida—; caminas con las piernas abiertas
como si hubieras montado a caballo y te has sentado con cuidado. Espero que no doliera
demasiado. —Negué con la cabeza al pensar que, para ser el primer "fisting" que me hacían, lo
peor había sido el dolor psicológico de saberme forzado y sin posibilidad de resistirme. —
Félicitations entonces. 1

—¿Hola? ¿Por qué "felicidades"? —El francés no era lo mío, pero se parece un poco al español y
podía entender las palabrejas que a veces soltaba.

—Oh la lá! Porque has sido elegido por el jefe del turno de la noche. Mister Commander, como
le gusta que le llamen, escoge a uno de cada muchos nada más llegar y le hace lo que a ti. Te
tendrá vigilado, serás uno de sus favoritos y tendrás su favor. Eso está muy très bien* ["muy
bien" en francés], ya lo verás.

—Ohmaigad, que suerte la mía —musité con desgana. —¿Eso significa que querrá... buscarme
más drogas cada poco? 1

—Eso sólo lo hace el primer día, para estrenar y conocer profundamente a su nuevo elegido;
luego se conformará con otras cosas más ligeras. Tranquilo, Alexcito.

Resoplé aliviado, aunque continuar teniendo "cosas ligeras" con el jefazo nocturno no me
tranquilizaba demasiado. ¡Para nada!
Ummm... ¿Me había llamado Alexcito?

Paseando la vista por los alrededores, me fijé en que uno de la celda izquierda contigua no me
quitaba ojo de encima. Era delgadísimo y super fibrado, con unos labios finos, los ojos de un
verde profundo que parecían esmeraldas y un mechón platino en la frente que le crecía de
manera natural entre sedoso cabello negro. Aunque no era feo, lo cierto es que esa sonrisilla
cabrona en la comisura derecha de sus labios y la fijeza de su examen me incomodó tanto que
sentí un escalofrío en la espalda, por lo que decidí ignorarle. 10

—Entonces, ¿se lo ha hecho a más gente ese Commander?

—Simon, ahí delante, también tuvo el honor. —El francesito señaló primero a uno de la celda de
enfrente y luego a otro tres jaulas más lejos, a la derecha. —Aquel es Gardener y... no se los ve
desde aquí, pero a Limón y a Judas también, según recuerdo. 3

Este chico que se había sentado a mi lado se me acercaba un centímetro cada pocos segundos y
empecé a notar que invadía mi espacio vital. Por suerte no me resultaba repulsivo, incluso olía
bien, así que me recosté hacia atrás acomodándome. La perilla recortada en conjunto con sus
pecas le quedaba muy graciosa y trataba de darle un aire más viril a su aniñado rostro. 3

—¿Cinco registros entre todos? ¿Y me ha tocado a mí?

—Hombre, habrán sido muchos más a lo largo de los años, pero no los conozco. Al cabo de un
tiempo dejas de darle importancia; si no es eso, será otra cosa, pero todos pasamos por el aro.
—Eso sí me agradó. Que se corriera la voz de que me habían metido un puño por el culo me
preocupaba mucho, pues no quería acabar siendo la putita de la cárcel o algo así; pero si esto ya
se veía tan normal que ni se le prestaba importancia, mejor. ¡O peor! Porque tampoco me
agradaba pensar que cosas así eran "lo normal" en Barroteferro.

—Ayax... —murmuré paladeando la palabra. —Simon, Gardener, Limón y Judas... O sea, ¿no son
nombres un tanto extraños?

—Es que no son nombres, évident* ["obviamente" en francés] —respondió revolviéndome el


cabello con una familiaridad que me resultó curiosa—. Así es cómo los llamamos. Unos apodos
los decidieron ellos y otros se los pusimos los demás. —Se inclinó sobre mí y me señaló el
vientre susurrando un "¿puedo?" que no supe interpretar. ¿Quería recostarse sobre mí? Pues sí
que era cariñoso. Bueno, tampoco me iba a sentar mal por lo que asentí con curiosidad. Pero él
cogió el elástico de mi pantalón y de mis slips y los estiró hacia arriba repentinamente, con lo
que pudo ojear durante varios segundos mi sexo. Se mordió el labio inferior con glotonería. 3

—¡Eh! —exclamé alejándome un poco y apartando su mano.

—El apodo de Simon es porque le gusta mucho mandar —continuó él hablando como si nada—;
ya sabes, como lo de "Simon dice...". A Gardener le encanta cuidar las plantas del patio C y se ha
hecho colega del personal de jardinería. Limón es chino, uno de los primeros que llegó y no
fuimos muy originales con él. Judas se la jugó a un compañero; pero ya pagó por eso, no te
preocupes. 1

—¿Y "Ayax"?

—¡Tuve suerte! —Me puso la mano sobre el pecho y uno de sus dedos empezó a hacer círculos
alrededor del lugar donde se marcaba mi pezón, poniéndomelo duro. —Me gusta dibujar y el
primer día conseguí un carboncillo y un folio, así que dibujé un dragón que salía en un comic que
conozco. Cuando me preguntaron quién era, les dije que su nombre era ese, Ayax. Me lo
pusieron a mí.

—Entonces... ¿yo no seré Alex?

Negó con la cabeza sin dejar de sonreír y se dedicó a ponerme duro el otro pezón. Por mucho
que me pareciera guapo y simpático, tanta cercanía nada más llegar empezaba a agobiarme y lo
notó, sonrojándose ligeramente al poner un poco más de espacio entre ambos.

—Perdona Alexcito morbosito, es que aquí dentro uno pierde un poco el sentido de la intimidad
y el espacio vital se desdibuja; ya lo comprobarás cuando te toque usar la taza del váter delante
de los demás. —Eso no me lo había planteado, ¡qué mal! Creo que pensarlo hizo que mi
abusado esfínter se terminase de cerrar de nuevo. —Y no, no creo que acepten llamarte por tu
nombre. A ver si tienes suerte también y te toca algo guay.
En ese momento un berrido me llegó desde unas cuantas celdas más allá:

—¡¿Pipiolo?! ¡Alex! ¡¡Pipioooooolo!! 2

—Por los cojones sudados de Yisucraist... —susurré mosqueándome ante la llamada de Moreno.
Me erguí y conseguí verle de pie en medio de una celda allá lejos, mirando en mi dirección. 2

—¡Pipiolo! —Me saludó feliz al localizarme—. ¡¿Cómo se dice en guiri "soy español y no te
entiendo ni un carallo"? —La mayor parte de voces y comentarios habían cesado y los que
podían vernos nos miraban alternativamente al gallego y a mí. Sabiendo que no podía
escaparme de esta, se lo traduje en un grito y me respondió al instante —¡Gracias, pipiolo!

Me volví lentamente hacia mis compañeros de cuarto, que asentían con la cabeza y reían.

—¿Pipiolo? —preguntó uno, y el otro confirmó: —Pipiolo.

—Acabas de ser bautizado — me confirmó Ayax agarrándome la mano y sacudiéndomela. 2

—Qué bien, qué alegría y qué emoción... —ironicé sentándome de nuevo con un suspiro.
Hubiera preferido lo de "Alexcito".

Ahora caí en la cuenta de que este francés podía ser un asesino o cualquier otra cosa peligrosa,
por lo que me atreví a preguntarle por el motivo de su condena. Aceptó contarme que llevaba
aquí casi un año y que su delito fue hacer de testaferro para que el jefe de la empresa de
decoración en la que trabajaba, así este pudo defraudar una cantidad enorme, con lo que Ayax
terminó siendo el "cabeza de turco" cuando les pillaron.

—No todo el mundo se toma muy bien esa clase de preguntas —me hizo notar tras su confesión.
—Hay de todo aquí dentro; asalto, violación, robo, estafa, homicidio... Es mejor que no
preguntes. Te irás enterando de por qué está aquí uno u otro a su tiempo, pero no te intereses
demasiado, Pipiolo.

Ohmaigad... Tendría que acostumbrarme pronto a ese mote.

El francesito estaba muy cerca y no podía negar que estaba para echarle un polvazo, así que di
gracias por estar en pleno periodo refractario porque si no quizá me hubiera empalmado y se me
habría notado; aunque claro, con la forma en que él se estaba comportando conmigo, Ayax me
estaba dejando bastante claro que era homosexual. Decidí salir de dudas.

—¿Eres gay?

—Bien sûr* ["Claro que sí" en francés].

—Pero no es posible que... O sea, todos no podemos ser gays aquí, ¿verdad? —indagué.

—No, claro que no. 1

Eso me hizo sentir aliviado en gran medida, ya que había empezado a temer alguna clase de
complot o maquinación para juntar a jóvenes gays de buen ver en la misma cárcel por algún
motivo oscuro que aún no había descubierto. Iba a dar voz a la siguiente cuestión que rondaba
mi mente cuando me di cuenta de que no había hecho nada más que preguntar desde que
llegué.

—¿Te molestan mis preguntas?

—Para nada, Alexcito novatito; acabas de llegar y es normal. A partir de mañana, ya lo irás
viendo todo por ti mismo.

—Pues... —entonces, la iluminación parpadeó tres veces y sonó un "pip pip" desde algún altavoz
que todavía no había localizado. —¿Qué es eso?
—Las luces se apagarán durante el resto de la noche en menos de un minuto. Es mejor que la
oscuridad te pille en la cama para no romperte algún dedo del pie al chocar con algo.

Observé cómo la gente de esta y las demás celdas se apresuraba a introducirse en los camastros
y subirse a las literas como niños buenos, así que yo hice lo propio y me encaramé a lo alto de
una de las que estaban libres. Desde aquí arriba me sentiría como un águila en su nido sobre la
montaña; a salvo, con el control de la situación. 1

A propósito que las vistas desde aquí eran excelentes; tenía enfilado al llamado Brave (de
abundante cabello pelirrojo rizado con algo de barba, como si fuera un típico jovencito escocés
algo hipster) con los brazos tras la cabeza, una pierna estirada y la otra doblada, por lo que podía
entrever sus cojonzuelos por el extremo de una tradicional faldita a cuadros que llevaba. ¿Por
qué él llevaba ropa distinta? Sea como sea, eran gruesas gónadas y se me antojó darles un
lametón.

"Vaaaaleeee... Eso no está nada mal".

Con esa imagen en la retina se fue la luz y debí quedarme dormido al instante, porque no
recuerdo haber tenido tiempo para pensar más o planear el mañana. Y tampoco puedo saber
cuánto tiempo estuve dormido, soñando con que volvían a esposarme y a introducirme distintos
aparatos por detrás, hasta que me desperté al notar un cálido cuerpo tumbarse detrás de mí y
abrazarme en "modo cucharita". En esa posición, noté que se aparcaba una suave pero
voluminosa protuberancia sexual entre mis glúteos tras bajarme el pantalón por detrás hasta los
muslos. 2

¡Ohmaigad!

Si bien es cierto que aquella persona no intentó desnudarme o follarme de inmediato, sí que
metió una de sus manos bajo mi camisa y acarició mi pecho a la vez que la otra se metía bajo mis
calzoncillos y me agarraba el paquete. Se detuvo ahí, bien aferrado a mí, y noté cómo su
respiración se relajaba contra mi nuca.

Mi pene empezó a despertar instintivamente y me mordí los labios intentando que el dolor
detuviera mi incipiente erección, algo que no funcionó en absoluto; en realidad produjo un
efecto contrario a lo deseado. Notando mi excitación (mi estúpida e involuntaria excitación)
entre sus dedos, apretó más mi rabo y comenzó a mover la mano lentamente arriba y abajo,
pajeándome.

¿Y qué debía hacer yo ahora? Si me dejaba ¿sería la putita del lugar? Si no me dejaba ¿me
crearía algún enemigo? ¿Y quién era este que se propasaba escudado por la noche? Parecía más
musculoso que Ayax (según notaba en el grosor de sus brazos), pero no había tenido tiempo de
fijarme en los otros de la celda con detalle. ¿Sería el pelirrojo? ¿O quizá ese otro al que llamaban
Faust?

En realidad, no importaba si yo tenía o no ganas de continuar con esta morbosa situación


(¡maldita sea que sí las tenía! pese a la bienvenida con fisting incluido) ya que empecé a
sentirme como un mero pedazo de carne al que nadie respetaba.

-Para ya, ¿vale? -susurré sin aguantar más.

-¿De qué? -respondió igualmente en susurros ingleses aquel que me asaltaba en la noche.

-De meterme mano, obvio.

-Esta es mi cama. Si vuelvo para dormir y me estás esperando en ella, es que te estás ofreciendo,
¿no? Por cierto, ¿quién eres? No reconozco a "esta" -y es que en ningún momento había dejado
de masajeármela incrementando mi dureza a la del hierro, y ahora empezaba a sobarme
también los huevos.

-Soy Pipiol... ¡Alex! ¿Quién eres tú? ¿Ayax?


-No, Pipiolalex; soy Knight, y obviamente tú debes ser nuevo para no saber que aquí duermo yo.

-No es pipolal... -me salió un gallo por el placer que arrancaba su mano en mi verga.
-Simplemente Alex. Y sí, acabo de llegar hace un rato; no sabía que faltaba alguien por entrar en
la celda.

-Pues encantado, simplementealex -respondió dándome un besito en la nuca y zarandeando mi


rabo como si me estuviera dando la mano.

-Yo... ¿vas a parar? ¿Por favor? O sea, sólo quiero dormir. Me... me iré a otra cama si esta es la
tuya.

Su sexo, y parecía bastante grande, estaba ya duro y apalancado contra la raja de mi trasero,
moviéndose adelante y atrás mientras seguía manoseándome el pecho y acariciándome la polla
con una lentitud y sensibilidad tan magistral que temí correrme en breve.

-No tienes porqué irte si no quieres. No me molestas... hoy.

-Ya, pero... pero... Sí, me voy.

-¿Estás seguro? -Su mano apretó un poco más y aceleró el ritmo.

-S... yo... sí... me voy.

-Vale -aceptó besándome tras la oreja, sin dejar de pajearme; podía notar el flujo de su
excitación lubricando la raja de mi culo, provocando que el resbalar de su glande me elevase al
cielo con cada empujón. -Pues vete.

-Me... me voy, ¿eh? Me voy.


-Vete -repitió jadeante, y yo noté como la punta de su rabo se metía apenas un tímido
centímetro en mi recto, cuyas reticencias ya habían sido vencidas y destruidas hace rato. -Venga,
vete.

-Ohmaigad... -Y, como un gilipollas, me vine; es decir, me corrí temblando y tapándome la boca
con las dos manos para evitar que mis gemidos resonasen por el lugar.

Me quedé quieto unos segundos recuperándome del orgasmo sin saber bien cómo reaccionar,
así que el autodenominado Knight liberó por fin mi miembro y retiró su mano.

-Eres libre de abandonar mi cama, niñato.

Algo reticentemente, pues la verdad es que estaba muy a gusto acurrucado en aquel pectoral,
me fui apartando y maniobré como pude para descolgarme aún temblando de placer de la litera.
Antes de alejarme del todo, el muchacho acercó su cara a la mía y susurró: -La litera de abajo
debería estar libre. Así no te perderás y estaremos cerca, por si me vuelves a necesitar.

-Pues... gracias.

-Gracias a ti y buenas noches, niñato -deseó, y se debió de adelantar en la oscuridad porque


sentí sus labios contra los míos, y yo le permití besarme imaginando que era precisamente un
beso de buenas noches un poco más subido de tono. ¿Era mi semen aquel sabor el que noté en
su lengua? ¿Él lo había probado?

Quizá duró dos o tres segundos aquel contacto entre nuestras bocas, pero se me erizó todo el
vello de los brazos y desee con todas mis fuerzas no haber sido tan tonto como para alejarme de
este muchacho, fuera quien fuese. Pero lo había sido; me había ido y no había vuelta atrás.

Lo cierto es que el tal Knight podía haberme violado o penetrado a la fuerza, y más aún con mi
debilitado esfínter incapaz de defenderme esta noche, pero finalmente me había dejado escapar
pese a su evidente excitación. Y no se había propasado realmente más de lo que yo le había
permitido. Si me había corrido, había sido debido a mis propias ganas, aunque también gracias a
su cuidadoso masaje y a lo placentero de aquella anónima proximidad que me recordaba a
alguno de los paseos que realicé por los oscuros dormitorios del instituto.

Si hubiera tenido mi teléfono móvil, sin duda habría encendido el modo "linterna" para verle
mejor, pero no creí tener acceso a uno de estos smartphones durante mucho, mucho tiempo.

Efectivamente, aquel camastro que me había indicado estaba vacío, así que me introduje entre
las sábanas y me hice un ovillo comenzando a dormirme con una curiosa sonrisa en los labios. Ya
no soñé con violaciones ni tuve malas sensaciones; en mi mente continué con aquel beso
durante el resto de la noche, conjeturando sin cesar sobre cómo sería este asaltante nocturno
tan caballeroso aunque desvergonzadamente insistente. 1

Desperté con la sensación de tener que ir a alguna clase tempranera del instituto debido a que
aún no parecía haber amanecido del todo y ya sonaba el despertador; pero no era tal, sino un
pitido intermitente desde algún altavoz que puso en pie a los presos. Yo me di un sonoro golpe
en la frente contra la litera de arriba, y me costaría dos o tres trompazos más antes de
acostumbrarme en los siguientes días.

Las puertas se abrieron, las luces se encendieron y mis compañeros de celda (así como los de las
demás) salieron al pasillo y se colocaron en fila, rectísimos. Yo no me esperaba esta manera de
comenzar el día, pero allá donde fueres haz lo que vieres; aunque me costó un poco ponerme
recto debido al dolor de espalda, pues echaba de menos mi colchón de visco-grafeno adaptativo.

Alguno intentaba contener un bostezo o inoportuno calambre por haberse levantado tan rápido,
pero en general todos mantenían la compostura. Pronto me di cuenta de que muchos de ellos
debían haber dormido completamente desnudos y ahora se exhibían sin pudor alguno a
conjunto con sus erecciones matutinas, como presentando armas. Obviamente intenté ojear sus
cuerpos, sus herramientas, pero un grupo de celadores se acercaba desde el fondo y todos mis
compañeros miraban al frente.

Por cierto, que yo también soy de trempar mañaneramente (al menos hasta la primera vez que
voy al aseo) y mis slips (como el de muchos otros) aparecían extremadamente hinchados,
marcando mis atributos todo lo marcable.
Aquel que se aproximaba por el pasillo escoltado por otros dos debía ser el jefe de guardia de la
mañana, y era... ¡un enano! Es decir, una persona pequeña o como quiera que les guste ser
llamados ahora. Pelirrojo también (aunque con un tono anaranjado más chillón que Brave), lucía
una barba densa, larga y muy aseada. Caminando con porte militar, embutido en su uniforme
engalanado con algún símbolo adicional que marcaba su rango, la visera de su uniforme impedía
que pudiera verle los ojos que estaban justo a la altura de la entrepierna de la mayoría de
muchachos presentes. A mí me pareció algo así como un pequeño payasete, un niño vistiéndose
de mayor, pero obviamente reprimí tales pensamientos. 6

Con sorpresa, me di cuenta de que en su avanzar llevaba los dos brazos ligeramente levantados e
iba palpando las decenas y decenas de los paquetes de todos y cada uno de los presos del pasillo
como en una caricia que indicaba "sois míos", a veces sopesando los testículos de aquel o
jugueteando con la piel del prepucio de este. 1

Llegó frente a mí y, cuando su mano se acercó hasta rozar a la tela que cubría mi sexo, retrocedí
un centímetro de forma involuntaria, con lo que detuvo su caminar y me miró directamente.

-¡Ah! ¡Otro nuevo! -exclamó con alegría y sorpresa, como quien encuentra una nueva flor en
aquel jardín que lleva cuidando durante años. -¿Quién eres, recluso novato?

-Soy Alejandro Sanchiz, se... señor -respondí igualmente en el idioma bretón.

-¡Es Pipiolo, señor! -intervino alguien haciendo que mi boca se crispase.

-Gracias, Faust. Bienvenido a Barroteferro, Pipiolo. Yo soy el Master, la máxima autoridad por
debajo del alcaide durante las horas diurnas.

-Ehh... O sea... Encantado, señor. -Anda que... ¡un enano llamándose Master! Debía tener alguna
clase de complejo de inferioridad.

-Y ahora, veamos qué sorpresa tienes para mí, chiqui -comentó asiendo el elástico de mis slips y
bajándolos, descubriendo mi polla morcillona ante los guardias y compañeros cuyos ojos se
dirigieron sin excepción hacia ella.
Aunque mi primer instinto fue apartarme una vez más, cubrirme de nuevo con la ropa interior e
increparle por esta acción, no me sentí con fuerzas. La atmósfera reinante, el estar rodeado de
muchachos desnudos en su mayor parte y saber que mi lugar era (como el de cualquier otro
aquí) de completa sumisión ante la autoridad, me llevó a descartar mis remilgos.

El enano se dedicó a manipular mi entrepierna como quiso; sopesándola, pajeándola un poco,


revisando mis huevos y observando mi glande por todas partes. Huelga decir que, mal que me
pese, mi excitación mañanera mezclada con todo esto me estaba llevando a una completa
erección, y el autodenominado Master empezó a asentir mientras sonreía con orgullo.

-Buen ejemplar para la colección. -Me miró entonces a los ojos y, sin dejar de masajearme lenta
y placenteramente, anunció -Creo que nos llevaremos muy bien tú y yo, chiquitín, siempre que
seas un buen chico -tras lo que soltó por fin su presa, se olfateó sus propios dedos y prosiguió
con su ronda, permitiéndome recuperar la respiración y volver a subirme los calzoncillos.
¡Pequeño pervertido desvergonzado!

¿Y por qué me llamaba chiquitín? No la tenía tan pequeña, ¿no? 17

-Has aguantado bien. -Ayax, que había estado de pie a mi lado sin perderse ni un detalle, resopló
con evidente excitación y se mordió los labios elevando una ceja como anunciando que le había
encantado el espectáculo. -Que te haya hablado directamente y te haya sobeteado así ante
todos, deja claro que tienes su favor. ¡Tienes a los dos jefecillos del personal de seguridad
comiendo de tu mano!

-¿Eso no es normal?

-¡Qué va! -Se me arrimó para hablarme un poco más privadamente en aquel pasillo, ahora que la
gente se iba metiendo de vuelta a sus celdas. -Hace años que Master y Commander no coinciden
en decantarse por un mismo recluso.

-¡Por todos los Papas pederastas del Vaticano! ¿Y qué me va a pasar? 2

-Eso sólo lo saben ellos, pero probablement quieran verte en privado alguna que otra vez. Ya
sabes... -me informó, ignorando en la medida de los posible mi irreverente exclamación.

-¡Ohmaigad! Y ¿por qué les gusto a ambos?

-Se rumorea que a Master le van los chavales más pijos.

-¿Pijo? ¿Yo? Parfavar... si ni siquiera llevo ropa de marca.

-Estás en la cárcel, es normal que no lleves ropa cara.

-¿Y por qué también le gusto al jefe de la guardia nocturna?

-Dicen... -bajó la voz y me susurró al oído -que a Commander le van los peligrosos.

-¿Hola? ¿Peligroso yo? ¡Si jamás me he pegado con nadie! O sea, no sería capaz de hacerle daño
a una mosca.

-Eso no lo sabe él -se encogió de hombros-, pero en tu expediente seguro que pone en letras
rojas y mayúsculas lo de "terrorista".

-¡Bah! Pero eso es como muy general; o sea, no soy de los que ponen bombas ni... ¡Eh! ¿Y cómo
sabes tú eso?

-Parece que llamas la atención. Se ha corrido la voz sobre tu condena.

-Viryinmari violada por una paloma del Señor... ¿Cómo que llamo la atención? ¡Si eso es lo que
menos quiero! 1

-Je ne sais pas* ["Yo no lo sé" en francés]. Tienes un yo que sé, que qué sé yo...
Y ahora llegó el momento más temido para mí, el de orinar con todos los demás presentes.

Por turnos y sin prisa, mis compañeros fueron entrando y vaciando sus vejigas en la taza del
váter, tras lo que se arrimaban a la pila de lavarse las manos y, algo que me sorprendió, además
se daban un agua en el rabo.

-¿Y eso? ¿Os la laváis? -pregunté al francesito de las pecas cuando se me arrimó.

-¡Claro! Aquí nadie sabe en qué momento se te va a amorrar alguien ahí abajo. Te aconsejo
observar esta costumbre y hacer lo propio. Es mejor para ti, para cuando vayas a comerte una, y
es mejor para el que te la vaya a trabajar a ti.

-Pero no es mi intención hacer esas cosas ni dejar que me las hagan, ¿vale?

-Eso dices ahora, pero aquí a veces sucede sin más, lo tengas previsto o no. -Y lo cierto es que
tenía razón, por lo menos en mi caso desde que ayer llegase aquí. Había visto una mamada por
media botella de agua, me habían hecho fotos en bolas, me habían frotado con mucho ahínco
durante una ducha comunal, me habían metido una mano en el trasero mientras me pajeaban, y
durante la noche me había masturbado alguien desconocido. Eso sin hablar de la intensiva
revisión del Master enanil o la indiscreta revisión de Ayax nada más presentarse a mí.

Sea como sea, cuando me tocó el turno de orinar noté que me daba mucha menos vergüenza de
lo que había esperado. ¿Para qué avergonzarse cuando ya me la habían visto tanto relajada
como empalmada? Además, ninguno prestó atención al asunto excepto Faust, cuya expresión de
vicioso al ver mi chorrito dorado emerger casi me arrancó una carcajada, por lo que le saqué la
lengua y me devolvió el socarrón gesto con complicidad; casi le perdoné por haber informado a
Master de mi indeseado alias. Era un muchacho rubio platino con raya en el lado, piel
extremadamente pálida y ojos grises. Tenía toda la apariencia de ser ruso, o de Europa del este,
algo que pude comprobar más adelante cuando escuché su acento al hablar. Además, las gafitas
redondas que llevaba a lo Harry Potter le daban un aire entre intelectual y nerd. Muy morboso,
ciertamente. 2
Ellos empezaron a vestirse y por fin me di cuenta de que uno de mis compañeros debía ser el
llamado Knight y que no lo había buscado aún con todo el jaleo, así que repasé a mis
compañeros de celda. El pelirrojo Brave, el ruso Faust, por supuesto ese de ahí era Ayax y... sí, al
mirar hacia lo alto, sentado en la litera justo a mi espalda vi al único del lugar cuyo rostro aún no
conocía.

Tenía el pelo tan negro como Fran, pero corto por los lados y graciosamente despeinado por
arriba, con unos ojos azules preciosos y unos pómulos faciales que denotaban una estructura
ósea extraordinaria; casi podría decirse que tenía unos rasgos ligeramente exóticos en la forma
de ojos y la fortaleza de su mandíbula. Su cuerpo (aún estaba sin camisa) era pura fibra,
musculitos tan marcados como si se pasase el día entrenando, aunque tenía una antigua cicatriz
de unos tres centímetros al lado del pezón derecho.

Estaba tan falto de grasa que se le marcaban las venas tanto de los brazos como un par que
descendían por el abdomen adornado de morboso vello oscuro, hasta la entrepierna oculta por
sus boxers de marca ".ES". Pese a lo fibrado, no era de esos cuerpos que dan grima de ver, sino
que daba una sensación de sana perfección.

¡Eh, tenía boxers de marca! ¿Por qué no me habían dado a mí boxers de marca? Y menudo bulto
que lucía en ellos... ¡Ohmaigad!

Al mirarle de nuevo arriba comprobé que se había dado cuenta de mi repaso visual, lo que me
llevó a ruborizarme cual quinceañera ante su risita. Su sonrisa ¿podía ser más perfecta? Dientes,
labios, ese hoyuelo en la mejilla izquierda... ¡puf! 4

-Soy Knight, o así me dicen. Encantado de conocerte a plena luz, niñato. -Bajó de un salto hasta
quedarse a mi lado y me tendió la mano.

¿Por qué me sonaba tan pornográfico el adjetivo "niñato" dicho por él? Se la sacudí (la mano) y
me di cuenta de que me costaba un verdadero esfuerzo dejar de estudiar sus rasgos faciales tan
masculinos como extraordinarios.

-Lo mismo digo.

Sin dejar de sonreír picaronamente, elevó mis dedos hasta su boca y me besó en el dorso de la
mano antes de guiñarme el ojo.
-¡A desayunar, princesos! -anunció Brave al pasar por detrás de mí palmeándome en el trasero.

-Era militar, y por lo visto les decía así a sus compañeros de barracón. No le hagas caso.

Knight me soltó y comenzó a vestirse, y yo hice lo propio intentando calmar mi respiración. +

Hasta ahora, nunca había creído que existiera el amor a simple vista.

XI

Tras caminar bastante rato siguiendo la marabunta de muchachos que charlaban cuidándose de
no hacer demasiado ruido, llegamos hasta un pasillo que unía este edificio con el colindante, y
allí nos introdujimos en una sala enorme llena de sillas de plástico y mesas atornilladas al piso,
con muchos mostradores en el fondo. No era el mismo comedor de ayer, sino otro más
multitudinario. Casi me había acostumbrado al mal estado del edificio en la parte donde
pernoctábamos, pero la calidad y pulcritud de esta parte de la instalación me hizo desear no
volver nunca a aquella celda.

Creía que tardaríamos una eternidad en obtener la comida, pero había mucho personal tras las
barras y en pocos minutos sostenía una bandeja conteniendo un desayuno que yo mismo había
seleccionado entre los disponibles, como si fuera un buffet libre continental; la mayor parte de lo
que se ofrecía tenía muy buen aspecto. Había menú para veganos, vegetarianos, celiacos, sin
gluten, dietas sin hidratos o grasas, y desde luego que bastante variedad para los omnívoros de
toda la vida. 3

Ya con un croissant integral de queso y jamón york recién tostado, fruta, un gran vaso de zumo
de naranja y unos cereales de fibra (que supuse que me harían falta para relajar las tripas) me
quedé ahí plantado, mirando el amplio comedor en busca de un sitio para sentarme; y no es que
no hubiera sillas libres, es que el sitio que uno escoge para sentarse en el primer día puede
marcarle para el resto del "curso", como si esto fuera el instituto. 1
Allí estaba Ayax junto a Brave; a Knight no lo localice. Ya iba a acercarme cuando el sol reflejando
en lo dorado del corto cabello de Dani me llamó la atención y me di cuenta de que se había
sentado junto a Moreno. Estos eran los que más conocía y... ¿Hola? No había pensado en ellos
desde que nos separamos anoche. ¿Cómo habrían estado?

—¡Hola, compis! —daba gusto poder hablar castellano de nuevo con alguien, exactamente igual
que cuando me encontraba algún alumno español durante aquel año que cursé por intercambio
en un instituto bretón.

—¡Epa, Kaixo! —saludó feliz el navarro con grata sorpresa, y Fran hizo una seña para que tomase
asiento en frente. Había gente cerca, pero entre nuestro idioma común y los asientos que nos
separaban de los demás, nos sentíamos como si estuviéramos aislados. Cierto que en España
había muchos dialectos y lenguas como el euskera que introducía intermitentemente Dani, o las
típicas frases y palabras de Galicia que usaba el Fran, pero eran expresiones tan conocidas en el
país que yo casi siempre las entendía sin problemas.

El gallego se había pedido huevos revueltos, tomate frito, pan, algo de fruta adicional y un café,
mientras que Dani tenía un par de tostadas con lonchas de pavo y queso tierno, además de un
gran tazón de leche con cacao. 1

—¿Qué tal estáis? O sea, ¿cómo ha ido la primera noche? —pregunté precavidamente,
preparándome para algún relato traumático.

—A mí me fue bien; mis compañeros son muy majos. Formaron hace tiempo un club de rol y
estaban jugando ayer, así que me permitieron unirme y estuvimos roleando unos minutos hasta
que las luces se apagaron. Me han hecho una ficha; soy un elfo clérigo que reite tú* ["ríete tú"
con deje navarro]. ¡Tengo ganas de seguir jugando, a ver qué tal! 7

—¿Qué carallo es el rol, riquiño? —preguntó Moreno frunciendo el ceño.

—Pues... ya sabes. Uno de los participantes va narrando una historia y los demás tienen cada
uno un personaje propio y van actuando y diciendo cómo reaccionan a lo que sucede. Por
ejemplo, un personaje puede lanzar un conjuro, pegar un espadazo, intentar convencer a alguien
de algo... Es como una historia cooperativa con los amigos.

—¡Ah! Ya. Es como un videojuego. ¿¡Tenéis videojueguiños!? —clamó con los ojos muy abiertos.
2

—No hombre, es todo con la imaginación. Es todo invención, y unas tiradas de dados indican si
se puede o no realizar con éxito la...

—¡Bah! Tanto me da —le interrumpió de nuevo. —Imaginación. ¡Qué chorrada! ¿Y te han puesto
nombre?

—Mi elfo se llama Larin...

—¡No! El puto elfo no; a ti, riquiño —le interrumpió—. Digo que si te han puesto un apodo.

—Me dicen Noob —anunció sonriente el rubito—. Sé que es "novato" en inglés, pero no me
disgusta.

—¿Y a ti? —inquirió señalándome con el tenedor, sin mirarme.

—Todos me llaman "Pipiolo". Por cierto, gracias. —Creo que no captó mi tono irónico. 1

—De nada; sabía que te gustaría. 4

—¿Y qué tal tú, Moreno? —pregunté con sorna. —¿Has podido entenderte con alguien?

—Al principio no, era un coñazo. Pero cuando me oyeron gritarte en español, uno de mi celda
resultó ser un argentino que condenaron cuando ya estaba empadronado en España, y gracias a
él me pude comunicar.
—Qué suerte la tuya.

—Me llaman Dark porque Chévere, que es como llaman al chico este, tradujo mi apellido y así
me quedé. No está mal, ¿no? 2

—Está guay. Y oye, tendrás que darle las gracias al Chévere este, o te habrías quedado aislado,
¿sabes? —comenté tratando de hacerle notar que debería mejorar pronto su inglés.

—Ya se lo agradecí. Me metí en su cama y me lo follé nada más se fueron las luces. Quiero
tenerle contento porque le necesitaré de traductor cuando no estéis vosotros cerca. Me quedé a
dormir con él, pero se me abrazó y me agobié, así que me fui a otra. ¡Malo será si se cuelga de
mí el sudaca este, hostia! —exclamó con una risotada. 3

—Además, hace mucho calor en esta cárcel como para dormir junto alguien, ¿no? —aportó Dani
mirando a Moreno con media sonrisilla, probablemente imaginándoselo al tirarse a otro tío; una
imagen mental bastante sugerente, por cierto.

—A mí se me metió uno en la mía —quise contribuir con mi experiencia—, porque en realidad


era su cama y yo no lo sabía. Me hizo una paja... y porque no quise más.

—¿Te obligó? —indagó el moreno burlón.

—No. No sé... O sea, no tenía previsto hacer nada y me podría haber ido en cualquier momento.
Y si hubiera querido más, también habría tenido más.

—Pero, después del registro de cavidades ya tenías bastante, ¿verdad, Pipiolo? —no le respondí
y se dirigió a Dani. —¿Y tú, riquiño? ¿Has dormido sin problemas?
—¿Lo qué? —Se ruborizó un tanto. —Sí, este viaje* ["Esta vez" en una típica expresión navarra]
ha ido bien. Al principio tiraron dados para ver quién sacaba la puntuación más alta para
compartir cama conmigo, pero me negué... y no me obligaron. Creo que sólo querían probar
suerte a ver si cedía, pero no se lo tomaron a mal. 1

—¿Eran feos?

—No, qué va —contestó con firmeza. —Diría que son monos, o guapos, o atractivos... cada uno a
su manera.

—¡Esa es otra! —exclamé yo elevando un dedo y tragando un bocado de mi croissant gracias a


un tiento de mi zumo —¿Todos guapos? O sea, suelo ser modesto, pero aceptaré que no estoy
mal. Y es que aquí... ¡no está mal nadie!

—Cierto, todos tienen su puntito —admitió Moreno. —Ya nos fijamos ayer en eso.

—Tampoco hay ninguno viejo —hizo notar Dani. —Me he dado de cuenta* ["dado cuenta", con
deje navarro] que el mayor quizá tendrá treinta y pocos. ¿No hay presos de cincuenta, sesenta,
setenta...? Siempre creí que había gente así en las cárceles; gente con condenas muy largas.

—Tanto tío bueno... ¿Hola? O sea, esto no me parece normal.

—No nos vamos a aburrir —susurró el gallego con una entonación bastante pervertida —
¿verdad, riquiño? En algún momento tendrás que dejarte llevar.

—Ya, bueno... No tengo prisa. Alguno caerá, pero tampoco soy tan fácil.

—Pero tú eres gay, ¿no? — le pregunté al rubio en un discreto susurro. Primero se encogió de
hombros y torció el gesto, pero terminó asintiendo tras un suspiro de resignación. —O sea,
¿todos somos gays en Barroteferro?
—Vaiche boa* ["Ya te gustaría" en gallego]. No creo que todos lo sean; tanto me da, pero yo no
lo soy —intervino Moreno. 1

—Ya... —Eso del "vaiche no sé qué" no lo había entendido.

—Yo creo que aquí todo el mundo es práctico —prosiguió—. ¡Son listos! No hay mujeres ni las va
a haber durante toda la condena. ¿Te vas a matar a pajas, o es mejor dejar que unos labios
hagan el trabajo de vez en cuando? O un culo. Y si has de devolver el favor alguna vez, pues
todos salimos ganando. 2

Yo tenía una opinión completamente distinta: Soy gay, y si esta fuera una cárcel de mujeres y yo
estuviera encerrado con ellas, preferiría masturbarme en solitario cuando fuera necesario antes
que aceptar su cercanía sexual. Al fin y al cabo, y sin que signifique que las odie o las
menosprecie, no me atraen sexualmente las mujeres y no se me levantaría con ellas excepto
esforzando mucho mi imaginación. 4

—No sé yo si eso es así con los hétero.

—¡Que sí, Pipiolo rabudo! El mismo Chévere me lo dijo que aquí es así desde siempre: si quieres
vivir mejor, tener comodidades, lujos, caprichos y demás, tendrás que ser más abierto de mente.
Es la moneda del lugar, y no se admiten ni euros, ni dólares, ni cigarrillos ni nada más. 1

—¡Como sea! Aquí todo el mundo es gay (o acepta el sexo entre tíos), todo el mundo es joven,
todo el mundo es guapo... O sea, ¿no lo veis? ¿No os parece raro? 2

—Más bien una suerte —volvió a insistir Fran, y yo puse los ojos el blanco al murmurar "Por las
bragas de MeriCapqueik, qué cabezón..."

—No lo entiendo —comentó el navarro, que se había quedado pensativo desde hacía unos
segundos—. Si tienes sexo con otro preso, ¿cómo vas a conseguir más comodidades? ¿Cómo te
las va a dar, si él tampoco las tiene?

—A eso voy, Chévere me lo ha contado. —El gallego miró hacia los lados y se agachó
ligeramente, por lo que nos acercamos para poder escucharle. —Tienes sexo con otros internos,
y te deben un favor. Te prestan cosas, te apoyan, se hacen tus amigos, te devuelven la mamada o
lo que sea. Si tienes sexo con un guardia y consigues su favor, malo será si no te dan algo de ropa
mejor, o una revistiña, o cigarrillos para quien fume, o dados para jugar a la mierda esa del rol, o
¡postres extra! Así funciona aquí desde siempre: comes polla y mejora tu estatus.

—¿Y no os parece raro? —insistí sintiéndome angustiado. —¿Realmente es así en todas las
cárceles? Nunca lo hubiera dicho.

—Yo tampoco —apoyó el navarro.

Tras reflexionar unos instantes y acabarse el café, Moreno se encogió de hombros.

—He conocido antes a peña que ha estado en la trena y no me contaron nada parecido, pero
podría ser que nadie lo cuente al salir por vergüenza. Además, ¿quién no ha oído rumores sobre
las cosas que pasan en la cárcel? Que si el jabón de la ducha, que si ser la putita del lugar, que si
calentarte en invierno "durmiendo" con otros...

—Creía que eso sólo pasaba en los Estados Unidos, que, en Europa, el sexo entre reclusos era
más tabú.

—Eso será —se mostró de acuerdo Fran—, tabú. Se hace, pero no se dice. Pero lo que quiero
averiguar es cómo subir a los otros pisos. Si hay maneras de vivir mejor, yo voy a usarlas.

—Dani, oye... —Al ver al navarro con la expresión algo ausente, se me ocurrió pensar en su
salud. —¿Te han dado tus pastillas?

—Sí —asintió con la mirada algo perdida—. Nada más llegar al comedor, y luego me vigilaron
hasta que me la tragué y revisaron mi boca para asegurarse que no la tenía bajo la lengua. —Eso
me dejó más tranquilo Por una parte se ocupaban de nuestro bienestar y nos tenían en cuenta
con nuestras necesidades individuales, y por otra no tendría que preocuparme de un compañero
psíquicamente inestable. Dani continuó con los ojos nublados —Ahora estoy un poco atontado,
así que no me tengáis en cuenta si digo burradas. Durante un rato, siempre me dejan medio
anestesiado.

—Tranquilo.

—Lo que me pone nervioso de verdad son las cámaras. —continuó diciendo el rubio, tras
enfocar de nuevo la visión y suspirar—. Siento que me están mirando todo el rato. ¡Zarruto*
["Mierda" en euskera]! A veces me muevo y creo ver que me sigue algo dentro de ese plástico
opaco. 3

—¡Ja! Pues espero que no tengan visión nocturna, porque habrán captado mi agradecimiento
especial al argentino. Hacía demasiado calor para taparse con la sábana.

«"Claro que tienen visión nocturna", me dije. "Están ahí para vigilar. Para asegurarse que todo
vaya bien de noche y de día así que, ¿cómo no van a ver lo que ocurre en la oscuridad?" » Y
puesto que hacía tanto calor aquí y la mayor parte dormía en bolas, sin tapar con la ropa de
cama, tendrían buenas vistas de todos. Es más, a mi entender había excesivas cámaras, no sólo
una delante de cada celda, sino un par dentro de cada celda y cada esquina de cada habitación o
pasillo. ¿Hola? Esto era ya como muy desproporcionado.

Me cubrí la cara con las manos al saber que el vigilante de seguridad se habría puesto las botas
viendo cómo Knight me pajeaba... ¡o cómo me hacían un fist-fucking en aquel cuarto!

—Por los cojones colganderos de Yisus... 1

Hacía un rato que habíamos terminado de comer cuando volvieron a sonar esos pitiditos a los
que terminaría acostumbrándome y que marcaban un cambio; casi al momento, los allí
presentes se levantaron y empezaron a salir a tropel del comedor, dispersándose por los pasillos
como un tsunami por las calles de una ciudad.

Alarmados y sin querer ser los últimos, nos metimos entre la muchedumbre y nos dejamos
llevar, aunque cada uno acabó yéndose en una dirección. +

—¡Luego nos vemos! —exclamé sin saber si me habían escuchado.


XII

Al poco me estaba bañando en la cálida luz de un sol mañanero que contrastaba con la fresca
brisa típica de enero. El gentío que me arrastraba había acabado saliendo a un patio de forma
triangular que se formaba en el hueco entre dos de los edificios y la muralla con verja que nos
separaba del exterior. Por cierto, que desde aquí no podía ver el horizonte debido al muro, pero
el olor de la brisa marina era inconfundible.

Este recinto al aire libre se extendía ampliamente y, tras pasearme, pude comprobar que
constaba de dos medias canchas de baloncesto, una pequeña de futbito, una de balonmano y
dos de paddle. Alrededor de todas ellas se había situado una pista para correr en donde podían
levantarse vallas y obstáculos variados. En uno de los rincones más soleados se habían colocado
varias mesas de madera con sus bancos bajo unas techumbres de madera cual merenderos
planeados para comer con la familia en una agradable excursión dominguera, y el piso entre las
pistas estaba formado por frondoso césped recién cortado. Al fondo, en un reservado habían
construido varias duchas que esperaban a los usuarios ofreciendo toallas lavadas, plegadas y
preparadas en unos estantes. ¡Esto tenía toda la pinta de un club de campo privado! ¡Me
encantaba!

Fui paseándome sin ninguna prisa siempre bajo el sol, ya que la zona en sombras aún estaba
demasiado fría a estas horas de la mañana, observando mucho todo. La mayor parte de
muchachos empezó a estirarse o calentar los músculos, tras lo que se distribuyeron entre una u
otra actividad sin apenas discusiones, ya que habían colgadas una serie de hojas ante cada pista
con nombres escritos que establecían turnos.

Algunos me saludaban con la vista, elevando la mano o mediante un "¡Eh, Pipiolo!" que yo
todavía odiaba, y me forcé a responder al menos con un gesto a cada uno de ellos. No tenía ni
idea de quién podía ser peligroso, tener influencia o causarme problemas. Además, eran un
regalo para la vista que todavía podía apreciar, pues, por aquel entonces, aún no me había
acostumbrado a tanto tío bueno junto.

Comenzaron los partidos, los juegos, las competiciones y, sin que pareciera importarles el
frescor, aquellos los jóvenes cuerpos empezaron a sudar llenando el lugar de imprecaciones,
gritos jocosos o de júbilo. Pese a que me mantengo en forma, el deporte competitivo no es lo
mío, principalmente porque no me gusta perder ni esforzarme más allá de lo que es ir a mi
propio ritmo; aun así, tengo que admitir que era un placer observar a estos chavales quemando
grasa y exudando testosterona por cada poro.

Y hablando de competición, un grupo de cuatro iba a correr por la pista en donde habían
preparado ya algunos de los obstáculos; entre ellos estaba Knight, sin camisa. El cuerpo perfecto
de este chaval me robaba la respiración, y me derretí cuando cruzó los ojos conmigo elevando
una ceja a modo de saludo. No podía apartar la vista de él conforme corrían y pronto fue
quedando claro que era el mejor de todos ellos, sacándoles una mayor ventaja con cada
segundo que pasaba. Al acabar como vencedor, se abrazó a otro de los corredores que estaba
también bastante buenorro, felices al comprobar sus marcas en uno de los cronómetros que
otro sujetaba. ¡Ohmaigad! Ojalá estuviera yo así entre sus brazos. ¡Qué celillos más tontos!

—Está muy bien, ¿verdad?

Colorado como un tomate, me volví raudo y me encontré con el celador de ayer plantado a mi
vera; el simpático, Lucas.

—Emmm... Sí. O sea, es impresionante; se nota que es un gran atleta.

—Ya, eso también; pero me refiero a que está muy bueno —puntualizó.

—¿Y quién no lo está en Barroteferro? —Este guarda me había visto en situaciones muy
comprometidas, incluyendo un empalme con orgasmo incluido ante una "revisión anal", por lo
que no tenía mucho sentido disimular mi orientación sexual. Por otra parte, que él me dijera en
buen tono algo así indicaba que también a él podían gustarle los muchachos. —Pero sí; sé lo que
quieres decir. Knight es... genial.

—Lleva cuidado con él, ¿vale? —Parecía preocupado. 5

—¿Hola? ¿Por qué dices eso?


—He tenido acceso a la mayor parte de historiales de los presos, y este es de los violentos. Ha
dado palizas a la gente, en varias ocasiones. A la tercera vez que dejó a un grupo de chavales con
huesos rotos, lo enviaron a la cárcel. 3

—Tendré... —Tragué como pude el nudo que se me había creado en la garganta. —Vale, o sea,
tendré cuidado.

—¿Caminamos un poco? Te constiparás si te quedas quieto estando en manga corta. —Acepté y,


tras un minuto de seguir su paso bajo la atenta mirada de los demás, Lucas sacó de nuevo algo
de conversación. —¿Ha ido bien tu primera noche? ¿Algún problema?

Después de lo que me acababa de comentar, no iba a contarle sobre mis contactos


calenturientos con el corredor.

—No, todos se comportaron con normalidad. La cama era cómoda y... bueno, me han puesto
mote.

—Pipiolo, lo sé.

—¡Por el himen invencible de la Meri Inmaculeited! ¡Cómo vuelan las noticias! —exclamé con
falsa indignación, y me gustó ver cómo se reía. Yo le gustaba, y me gustaba gustarle porque él
me gustaba a mí. Después de este trabalenguas, explicaré que Lucas no era los más guapos del
lugar (teniendo en cuenta que la media de atractivo entre los presos era la de un casting de
modelos), pero había múltiples razones para que este chico me agradase. 4

Lo primero es que yo nunca he sido de ir a por los chicos más guapos. A ver, que el guapo es
guapo y para uno o varios polvos lo acepto, pero yo miro más allá de las apariencias, al interior;
y, los que gozan de un aspecto más bonito de buenas a primeras, se esfuerzan menos por ser
generosos, amables, simpáticos o románticos. Por ahora, Lucas había demostrado preocuparse
por mi bienestar más allá de lo necesario. Mi exnovio Benito tampoco era guapo, pero era
divertido y morboso, y también creí que era leal y sincero. Lo creí. 4

También hay que tener en cuenta que, mal que me pese, los uniformes (sobre todo los que
representan cierta autoridad sobre mí) me ponen muy cachondo, lo cual debe provenir de
alguna clase de trauma de mi instituto.
Además, que a Lucas no podía llamársele feo realmente; tenía la nariz algo grande y aguileña, y
su cara era un poco larga de más para entrar dentro de la estética imperante, pero, por alguna
razón, eso me parecía atrayente y viril. Además, sus ojos eran especiales; grandes, simpáticos y
expresivos. 5

—Si no vas a participar, ¿para qué te has pasado por el patio B?

—Sinceramente —admití—, no tenía ni idea de a dónde iba. El grupo me ha ido empujando


hasta aquí y me dejé llevar. ¿Hay algo más que se pueda hacer en Barroteferro a estas horas,
además de deporte competitivo? No sé, ¿algo "cool"?

—Está el patio A, donde puedes nadar o hacer pesas, correr en cinta o por pista, spinning,
escalada por cuerda o pared. Allí puedes competir o simplemente hacerlo por ejercitarte.

—¡Eso me gusta más! ¿Pero no hay nada más... intelectual? O sea, más tranquilo.

—En el patio C hay actividades de esas; está el coro, clases de música con instrumentos, el
teatro, y también un par de sitios habilitados para el club de lucha grecorromana y el de esgrima
con armas de espuma. —Eso último me hizo reír; debía ser parecido a ver unos críos haciendo el
tonto. —Bueno, y luego hay unas cuantas salas adaptadas para grupos, como los religiosos, los
de juegos de mesa, pintura...

—Me refería a algo como una biblioteca o así, ¿sabes?

—Hay una justo sobre el comedor. No te esperes libros actuales, pero creo que tienen muchas
novelas históricas. Casi todo está en inglés, aunque tú te defiendes muy bien. —Le sonreí como
agradecimiento por la observación.

—Oye, ¿cómo puedo hacer para continuar mis estudios de informática? O sea, debe haber
alguna manera de... no sé, "Formación Profesional a distancia" o algo.

—Ni idea. No sé cómo puedes darte de alta en cosas así, pero en la misma biblioteca hay unos
cuantos ordenadores. —Los dedos casi me ardieron de las ganas que tenía de mandar emails a
mis amigos y contarles lo que me pasaba aquí dentro; quizá incluso anunciar las irregularidades
en el sistema penitenciario y el modo tan extraño de traernos a Barroteferro. Mis esperanzas se
fueron al traste con su siguiente frase —Obviamente están capados y sin acceso a internet, pero
el bibliotecario tiene instrucciones de facilitar ayuda con asuntos que le parezcan apropiados.

El sordo murmullo de las aspas de un helicóptero nos hizo enmudecer y elevé la vista hacia lo
alto. El helicóptero llegaba y se dirigía hacia el helipuerto de lo alto del edificio cuadrangular.

—¿Se había ido? ¿Ha hecho una ronda o algo así?

—Nopes. El helicóptero en el que llegaste ayer sigue arriba. Ese es otro.

—¿Hola? —ladeé la cabeza intentando entenderlo. —¿Tienen varios helicópteros? Pero.. ¿para
qué? ¿No paran de traer reclusos?

—No, eso no pasa a menudo —admitió. —Traen... bueno, a otra gente. Prefiero no hablar de eso
ahora, ya lo averiguarás. 4

—Oye, Lucas —empecé tras encogerme de hombros, aceptando postergar este asunto—,
¿puedo llamarte así? —Él asintió. —¿Cómo es que la mayor parte de reclusos y de guardias son
de fuera? O sea, creía que Barroteferro era una cárcel española.

—¿Y quién te ha dicho eso? —Me quedé helado por dentro al entender que no era así.

—Pues... a decir verdad nadie, pero es obvio que sólo podrían habernos trasladado legalmente a
una cárcel nacional.

—Bueno... —Miró hacia los lados aparentando calma, pero su respiración estaba agitada. Se me
acercó y, murmurando sin apenas mover los labios, comentó: —No estamos en España, eso sí es
obvio. 12
—Pero, o sea...

—¡Escucha! —su tono de voz alarmado contrastaba con su expresión neutra—. Es muy peligroso
hacerse el listo aquí, protestar, indagar, descubrir... pero has de hacerlo. Noto que eres curioso y
avispado; tú eres capaz de llegar al fondo y entenderlo todo. Creo que tú podrás salvarte antes
de que sea tarde, pero ¡por Dios! Lleva cuidado, y no alarmes a los demás o... 4

—¿O qué?— pregunté dejándome llevar por el miedo, pero él no me amenazaba; me estaba
avisando.

Su siguiente sonrisa mientras vigilaba los alrededores fue falsa y su voz carecía de humor y de
entonación pues apenas movía los labios al hablar.

—Casi todo el mundo tiene algunas piezas del puzle; pero los que juntan demasiadas... No tengo
ni idea de dónde se han ido. Romeo, Ice, Pichichi... cada temporada, alguno se pasa de listo y
desaparece. Dicen que les han trasladado o que sus abogados han logrado alguna triquiñuela
para permitirles salir, pero yo no lo cr... 7

—¡Pipiolo! —nos llegó la llamada de Francisco acercándose desde la puerta que daba al patio.
Mantuve fija la mirada en Lucas hasta que cruzó sus ojos conmigo y asentí casi
imperceptiblemente, haciéndole entender que le había entendido y que lo tendría en cuenta. Se
fue cruzándose con el gallego, que lo miró de arriba abajo antes de llegar a mí. —¿Te has ligado a
ese guardia? ¡Madre mía con el Pipiolín! ¡Chegar e encher* ["Llegar y besar el santo" en gallego]!
¡Parecía tonto! Desde ayer que no paras de escalar posiciones. El Commander, el Master, y hasta
los polis rasos como este, que por cierto está muy follable. 4

—Hola a ti también, Moreno. ¿Todo bien?

—Hay un grupo de hispanos, ¿sabes? —me informó con cara de felicidad—. La mayor parte son
sudacas, pero también hay otros tres de España. 1
—¿Y te han admitido? ¡Bien por ti! O sea, ya no estarás tan incomunicado.

—Nos han admitido en el grupo. Les he hablado de ti y del riquiño, aunque ya os conocían de
haberos visto por los pasillos y tal. Dicen que les vendría bien un pijiño como tú. Por lo visto, esta
cárcel es como un patio de marujas; los rumores se propagan como ladillas en una orgía. 3

Yo no tenía claro si quería unirme a un grupo hispano en Barroteferro; primero porque no sabía
lo que significaba "unirse" a un grupo (con sus posibles compromisos u obligaciones), y segundo,
porque dominaba bastante bien el inglés y podía unirme a quien me diera la gana.

—Hay grupos de todo, Moreno. Ya veré yo si... Oye, ¿tú también crees que soy pijo? 2

—Tanto me da, pero sí. ¿No te oyes falar* ["hablar" en gallego]? Metes los "o seas" con calzador
en las frases, y tus tonitos burlones al decir "¿hola?" cuando algo no te gusta, como si fueras
superior, y...

—¡Eh! ¡Que eso no es culpa mía! —le interrumpí ofendido—. O sea... quiero decir, ejem... que es
así como se hablaba en el internado en que crecí y se termina pegando el tono y las coletillas,
¿vale? Era como muy común allí hablar así. ¡Pero no soy pijo! 4

Él comenzó a reírse de mí, pero me olvidé de ello al mirar a mi lado y ver a Dani plantado ahí, en
silencio, mirando al suelo y con gruesos lagrimones recorriendo sus mejillas hasta la barbilla.
¡Casi me da un ataque! +

—¡Niño! ¿Qué te ha pasado?

XIII

Daniel intentó hablar, pero se atragantó con su propia saliva. Como vi que se tambaleaba, le
ayudé a andar hasta llegar hasta una de las mesas de la esquina. Allí, sentado bajo el sol y a la
sombra de las vigas de madera que formaban la techumbre, fue recobrándose poco a poco pero
aún no podía dejar de sollozar.

—Ha sido horrible. 3


—Tómate tu tiempo. Cálmate y luego nos cuentas.

—¿Qué te han hecho? —Pese a mi sugerencia, Moreno tenía los puños apretados contra la
mesa. —¿Quién carallo ha sido? Sólo señálamelo y lo corro a hostias. 7

Eso me hizo ver a Fran de otra manera. ¿De verdad le importaba el chico navarro? ¿Puede que
fuera debido a que era uno de los pocos españoles del lugar? ¿Quizá por haber sido al primer
compañero que conoció? Podía entenderlo porque Dani tenía un aire de inocente dulzura
necesitada de protección.

—Es que... es que a uno le han... No sé... no sé por dónde empezar. ¡Zarruto!

Al ver que no era a Dani a quien habían hecho daño concretamente, Fran se calmó un poco y
cruzó los brazos tras la cabeza, recostando su espalda contra la mesa.

—Sin prisa.

—Empieza desde que nos hemos separado hace un rato, tras el desayuno.

—Vale. —Daniel asintió y tomó aliento para soltarlo todo de golpe. —Había un grupo de gente
que iba muy rápido, casi corriendo hacia la derecha, y me he dejado llevar por ellos para ver a
dónde iban mientras buscaba a mis compañeros de celda para preguntarles. Quizá seríamos
treinta. Hemos llegado hasta las puertas de unas escaleras y allí dentro han empezado a
aglomerarse. Algo estaba pasando. Charlaban y se reían, pero había tanta algarabía que no he
podido entenderles bien; no sé tanto inglés como tú. Al poco, todos han ido bajando a los
escalones y miraban a un punto intermedio, como a mitad de descender al piso inferior, donde
estaba pasando algo. Lo rodeaban. He intentado acercarme, pero no he podido por toda la peña
reunida y me he subido unos escalones arriba para ver mejor.

—¿Qué pasaba? ¿Qué hacían? —indagué curioso.

—Estaban follando. 1

—¡Bah! —protestó Moreno—. Mira que eres crío, carallo. ¿No has visto nunca follar a nadie? Y,
por cierto, ¿a qué tanta expectación? En la celda de al lado, nada más llegar ayer a la mía, había
dos follando a plena vista y los demás apenas los miraban. Yo sí miré... pero es que aún no estoy
acostumbrado, y menos al sexo entre tíos.

—Lo han mantenido agarrado —continuó Daniel con la mirada perdida, recordando—. Le habían
desnudado completamente y le tenían inmovilizado de manos y pies con harapos de sus propias
ropas mientras otros le tapaban la boca y los ojos. El que le agarraba era un jicho* ["individuo,
tío, tipo..." en el uso habitual de Navarra] grandísimo, muy musculoso. Uno delgado le ha metido
dedos ensalivados en el culo y seguidamente ha empezado a follárselo ahí, con todos mirando.

—Tanto me daaaa... —volvió a intervenir el gallego—. Se llama bondage, dominación... y eso de


tapar los ojos es privación de los sentidos. Añade el exhibicionismo y tenemos una mezcla
perfecta de folleteo en grupo. Se supone que a muchos les da morbiño hacer cosas así. —Tuve
que contener una sonrisa al pensar que Fran sabía mucho de todas esas prácticas y filias
sexuales típicamente gays para ser tan hétero como presumía, y lo de que él era un
exhibicionista y al menos bisexual lo tenía casi confirmado. 2

—La gente aplaudía y gritaba "¡Folladle!" "¡Llenadle de leche!" y cosas así. El chico se ha
retorcido, no sé si por el dolor o queriendo irse, pero entonces otro jicho con los ojos pequeños,
muy azules, y un mechón blanco sobre la cabeza, ha empezado a susurrarle algo al oído y el
aprisionado se ha quedado quieto, dejándose hacer. El que le follaba ha continuado dándole un
rato y, por las convulsiones finales, diría que se le ha corrido dentro. Luego otro ha tomado su
lugar y ha empezado a bombear también. Los de cerca han empezado a pajearse.

—¡Carallo! Ahora se pone aún más interesante. ¿¡Un gang bang!? Tenía que haber estado ahí;
me hubiera encantado verlo, o coger turno... Y encima dices que le han estado diciendo
guarradiñas al oído. ¡Qué morbazo! 3

La seriedad en la expresión del rubio me sorprendió casi tanto como la protuberante vena que
se marcó en su sien, así que traté de calmarle poniéndole una mano en la espalda. El navarro se
la sacudió, pero al mirarme y ver mi preocupación, consiguió tranquilizarse.

—Yo también pensaba eso, Fran. No soy tonto, arraio* ["joder" en euskera]; sé lo que son esas
prácticas y he visto bastante del ambiente que se respira en esta cárcel como para no haber
supuesto que esto podía ser sexo en grupo mañanero para empezar bien el día. —El camello
asintió feliz, dando su aprobación al pensamiento. —Por eso, cuando los de mi alrededor han
comenzado a pajearse también en aquellas escaleras oscuras, yo me he puesto muy cachondo
ante esa escena, rodeado de aquel... sinfín de pollas a mi alrededor. Uno de mi grupo de rol al
que llaman Mouse, muy bajito, delgado, cara infantil y con los dientes algo grandes, me ha
metido la mano dentro de la ropa interior y ha comenzado a masturbarme. "Disfrútalo, Noob"
me ha dicho, y yo me... me he dejado.

—A ver, riquiño, que no es nada malo. ¿Te has corrido? Pues es tu primer orgasmo de la prisión,
sin más.

—Me la ha sacado de la ropa y me ha pajeado delante de todos. También me ha agarrado la


mano y me la ha colocado en la suya, y yo se la he meneado a él.

—¿Te ha hecho daño o algo así? —pregunté yo extrañado, pues aún no entendía su malestar.

—No, no; ha estado bien. Ha sido muy morboso porque nos la mirábamos unos a otros, pero los
protagonistas principales han sido los de abajo, los del corrillo follándose al chaval. 2

He de reconocer que sentí ciertos celos por esto que nos contaba. Yo se la había visto a Daniel
medio empalmada tras la ducha con enjabonamiento minucioso de ayer, pero me moría de
ganas de observarla con más calma y tiento, bien dura, porque prometía ser tremenda. Aduje: —
Normal. O sea, habrá sido como ver una peli porno en vivo.

—Me he acobardado al ver que había cámaras en cada tramo de la escalera, porque seguro que
alguien estaba viéndonos y que algún guardia iba a venir para detener este sexo en masa; pero
nadie les daba importancia y he terminado dejándome llevar.

—Nadie va a parar un polvo —alegó Moreno—. Aquí follan todos. Los vigilantes de las cámaras
deben estar acostumbrados a ver sexo entre tíos las veinticuatro horas del día.

—Es que... —Los ojos del más joven se humedecieron de nuevo. —Se lo han follado sin parar
mientras lo sujetaban. Han hecho una fila, y todos se la metían; diez, quince... no sé cuántos. Y
los de alrededor se le iban corriendo encima también.
—¡Bukakke! —exclamó Fran con una risotada.

—Conforme terminaban, han ido dejando espacio a los demás para se acercaran y le fueran
echando lo suyo. Me han empujado los de al lado y detrás, así que al poco estaba ahí delante,
pajeando al Mouse este que me pajeaba a mí, y nos hemos corrido a la vez sobre el tío que lo
estaba recibiendo todo. "Bien hecho y ¡buena polla! Noob", me ha felicitado justo antes de irse.
Finalmente han dejado al chico ahí, solo, y yo me he quedado un poco más para asegurarme de
que todo estaba bien porque su expresión no me parecía feliz. Quizá no había sido voluntario. 7

—Que sí, riquiño.

—¡Que no! —exclamó Dani cabreado—. ¡Me cago en sos! Ese chico, con el semen de treinta tíos
cubriéndole por entero y tan relleno de leche que se le salía a chorro del culo, ha retrocedido
gimoteando hasta que su espalda ha golpeado la pared del fondo y ahí ha comenzado a
balancearse adelante y atrás arrancándose los harapos de ropa que le habían aprisionado en
muñecas y brazos.

—O sea, que no ha sido voluntario. —Sentí mi estómago retorcerse al confirmar mi sospecha.

—Para nada. Y se habían ido todos; sólo quedaba yo allí. He pensado que debía llevarlo a la
enfermería o algo, así que me he acercado a él y le he dicho que quería ayudarle. Él ha
empezado a gritarme. No sé qué idioma era, pero me ha insultado con tanta rabia que yo... he
salido corriendo.

Su última palabra se rompió en un nuevo sollozo y le abracé con fuerza permitiéndole mojar mi
hombro.

—Ohmaigad...

Moreno, que finalmente había comprendido y aceptado lo sucedido, se mantuvo extrañamente


callado durante un rato.
—No lo sabías; no es culpa tuya —expuso finalmente.

—No lo entiendes, Fran. Ese chico... me he corrido encima de él como todos los demás. Soy tan
culpable como ellos. Soy un violador. Soy una mierda.

—¡No! —le espeté cogiéndole la cara obligándole a mirarme a los ojos. —Eres un chico bueno y
no te has merecido esos insultos. Moreno tiene razón. O sea, ¿tú qué sabías? Y quizá haya sido
un error participar aún sin saberlo, pero de los errores se aprende, ¿vale? Ahora sabes lo que
sucede y estarás alerta. ¿Lo entiendes?

—Además, riquiño, si fueras un malvado violador no te sentirías así de mal al entender lo que ha
sucedido —apoyó el gallego, por fin diciendo algo constructivo.

—Pobre chaval. —Suspiré al pensar en aquel que había sido forzado. —Esto es como muy fuerte,
¿no? ¿Dónde estará ahora?

—Ese del que habláis es "Santo" —Dichas palabras en castellano nos llegaron desde el banco
situado en el lado contrario de la mesa. Como había estado tumbado, ni lo habíamos visto, pero
fue en ese momento que conocimos a Apolo.

XIV

Aileen Vryzas se llamaba este griego, pero tanto daba porque aquí era conocido como Apolo y
sabía suficientes idiomas como para poder pasar por cualquier nacionalidad de Europa. De piel
morena y cabello castaño claro con mechones casi rubios, como si todo él formase parte de un
atardecer de verano, este muchacho tenía unos ojos almendrados verdes claros y brillantes que
parecían verlo todo, entenderlo todo, mirar dentro de tu alma y descubrir tus más oscuros
secretos e inconfesables anhelos; pero sin duda era su perfecto rostro, alargado y ovalado cual
elfo de fantasiosas edades pasadas, lo que te llevaba a pensar que te enfrentabas con un ser
ultraterreno. Desde el primer momento despertó en mí un tonto deseo de escribir poesías y
hablar en verso; todo como muy poético, ¿verdad? 8
—¡Carallo! ¡Otro español!

—En realidad soy griego.

—Pues no se te nota en el acento —replicó Moreno algo confuso, sin poder apartar la vista de su
descamisado y bien formado pecho imberbe.

—Apolo, ¿cómo el dios? —preguntó Dani, a lo que aquel asintió. —Por eso vives en una celda
del tercer piso, como el otro muchacho que llaman Hermes. 4

—Y por eso llaman Olimpo al tercer piso —colaboré.

—Hermes... —Fran asintió con media sonrisa lasciva al recordar. —¿Es ese chico que
encontramos en el pasillo superior tras echar un polvo con un abuelete en su habitación de lujo?
1

—No me lo recuerdes —pidió Apolo poniendo los ojos en blanco, como si su vecino le causase
un especial disgusto. —Prefiero que no hablemos de ese danés en concreto.

—Danés, ¿eh? ¿A quién se estaba tirando Hermes cuando llegamos? —insistí, pues era un señor
más viejo y con una silueta demasiado amplia si lo comparábamos con el resto de reclusos.

—La identidad de ese amante carece de importancia ahora. 3

—¿Y cómo se hace para... vivir ahí arriba, con vosotros? —interrogó Moreno con mucho interés.

—Tienes que convertirte en dios —respondió enigmáticamente el muchacho—. Cuando todos te


deseen, cuando seas verdaderamente rentable para este lugar, podrás ser uno de Los Doce. 4
—¿Rentable? ¿Para Barroteferro? —pregunté con incredulidad, pero él asintió. —¿En qué
sentido?

—Eso es cultura básica de este lugar. Cualquiera te lo podría responder, Pipiolo. —Parece que se
las daba de sabiondo y que no le gustaba hablar de cosas supuestamente obvias.

—¿Y ese Santo al que han agredido? ¿Qué sabes de él? O sea, ¿por qué se lo han hecho? —Si
bien la aparición de este muchacho angelical me desconcertaba y desconcentraba por igual, el
hecho de saber que un chaval había sido masivamente violado en el edificio de al lado y que
nadie había hecho ni haría nada al respecto, me tenía descolocado, entristecido y enrabietado;
todos los presentes nos sentíamos así. Y no era ya que temiera por mi propia seguridad o la de
mis amigos (que también) si a alguno de esos desaprensivos se les ocurría fijarnos como
objetivo, sino porque una injusticia y bestialidad semejante me revolvía las tripas.

—Saint en realidad; lo he traducido porque Dark no parece saber inglés —aclaró sentándose en
el banco y extendiendo los brazos sobre la mesa que nos separaba de él, como quien se muestra
abierto a conversar. —Saint es uno de "los dignos". Cuando un condenado llega aquí y ve cómo
está la situación en Barroteferro al respecto del sexo, del sexo con otros hombres me refiero,
suele adaptarse y mimetizarse con el resto de gente. Es... como un instinto de supervivencia: allí
donde fueres haz lo que vieres, dice un refrán de vuestro país, ¿no? —Dani asintió, mirándolo
con el ceño ligeramente fruncido como quien sospecha de algo—. Pero siempre hay gente que
se escandaliza o que se cree superior, o que piensa que no le merece la pena rebajarse a actuar
como los demás para conseguir mayores comodidades, el apoyo de ciertas autoridades o la
protección de un grupo. Esos terminan siendo parias aquí, marginados que suelen pasarlo mal.

—¿Y los violan? —inquirí algo más secamente de lo que pretendía.

—No, usualmente sólo se los aísla. Pero si esos "dignos" además se creen superiores al resto por
no venderse y por no ceder, y/o incluso llegan a menospreciar a los demás por hacerlo,
haciéndoles sentir como putas... ahí es cuando mucha gente se les empieza a poner en contra.

—O sea, ahí sí se les violan, ¿no? —insistí.

—Yo no, y la mayor parte de gente tampoco hace eso; pero esto es una cárcel y hay gente con
los principios morales erróneos. Hay violadores, asesinos, gente que abusa sin ningún
remordimiento... Aquí hay personas muy peligrosas.

—¡Hostia! Pues habla bien el español, ¿verdad? Mejor que yo —murmuró Moreno
acercándosele como el lobo que rodea a su presa, aunque una sola mirada del muchacho lo
detuvo en seco—. Has dicho Apolo, ¿no?

El chico asintió lentamente y le hizo una señal para que se sentase a su lado. Francisco se
apresuró a obedecer.

—Y de entre todas las personas peligrosas, Fear es el peor, con sus queridos lacayos Hulk, Raptor
y Bond.

—¿Cómo James Bond? —interrumpió el gallego.

—Más bien es Bond como "bondage" —concretó el griego acariciando el cabello negro de mi
amigo como si fuera un perrito, algo que a Moreno no parecía molestar en absoluto—. A ese le
encanta atar a la gente. Hulk es todo músculo sin cerebro y Raptor es un violento capaz de
sacarte las tripas antes de que te des cuenta. Pero Fear es de lejos el peor, porque es especialista
en aprender qué es lo que le importa a cada uno y chantajearle con ello. Ese es el del mechón
blanco que decíais. —Me atraganté al reconocer por fin de qué me sonaba ese asunto del
mechón blanco: ¡era el tipo que tenía en la celda de al lado! ¡Ohmaigad! —Llevad cuidado con
ellos. Mueven masas debido al miedo que inspiran y porque nadie se les opone sin convertirse
en su objetivo.

¿Por qué nos estaba contando todo esto? ¿Por qué este dios griego (nunca mejor dicho) nos
advertía y aconsejaba? ¿Era verdaderamente así de amigable, o tenía objetivos ocultos para
nosotros? Casi me pareció que los pensamientos de Daniel seguían esos mismos derroteros.

—¿Y qué quieres tú de nosotros? —demandó el navarro en un tono neutro.

—Dime una cosa —pidió fijando su vista directamente en mí—, ¿es cierto lo que he escuchado
de que has llamado la atención de Master y de Commander?
Mis dos amigos me miraron con extrañeza, pues no entendían muy bien a qué se refería.

—Eso parece —acepté con resignación.

Apolo sonrió feliz, y por fin respondió a la pregunta del niño.

—Quiero que seamos amigos. Necesito amigos de verdad en quien confiar; eso es difícil de
conseguir aquí, aunque no os lo parezca a primera vista. Aquellos que llevan un tiempo en
Barroteferro son asimilados por sus costumbres, ahogados en su desidia y derrotados por la
resignación. 3

—Traducción, que follan como si no hubiera un mañana —simplificó Moreno.

—¿Y qué pasa con las ETS? —preguntó Dani cambiando completamente de tema, como si la
respuesta a algo así fuera lo suficientemente importante como para ayudarle a decidir si él
confiaría en el griego o no. —VIH, hepatitis, sífilis... 3

—¿Qué pasa con ellas?

—No hay condones —anunció lo obvio, algo en lo que yo había pensado de refilón pero que no
había dado por seguro. —Hay lubricante en las celdas, hay sexo por todas partes, pero nadie usa
condón. Ayer por la noche le pregunté a un compañero de celda y dijo que me olvidase de eso,
que "todo estaba bien". Más de diez tíos han violado a ese chaval, ¡a pelo!

—Yo le he pedido gomas al guardia antes de venir —anunció Moreno como para sí mismo— por
señas; y creo que me ha entendido, porque me ha dicho que no había. Pero pensaba que se
refería que se habían acabado y que llegarían más esta tarde o algo así. Ayer yo... me dejé llevar
y, sin pensarlo, le endiñé un pollazo en el culo a Chévere, y ahora estoy un poco cagado de
pensar en enfermedades. Pero ¿dices que no hay? ¿Que todo está bien?

El chico que era el verano personificado mantenía una expresión calmada, pero hizo un gesto
algo ambiguo que parecía indicar que nos sentásemos en el banco justo en frente de él. Al
hacerlo, su voz bajó tanto que nos costó de escuchar incluso estando tan cerca; por su cara,
cualquiera que mirase y no escuchase podría pensar que hablaba del tiempo.

—Estáis sanos. Sí, no hace falta que me lo digáis, lo sé; todos lo estamos. Puede haber alergias,
intolerancias alimenticias, trastornos mentales... cualquier cosa menos enfermedades de
transmisión sexual. Todos los que venimos a Barroteferro podemos follar sin condón sin
problemas, y lo mismo se aplica a los guardias. Cada semana se nos hacen análisis a todos por si
hubiera algo que se hubiera pasado. Pronto lo veréis. 5

—¡Que alivio! —celebró Moreno.

—No lo entiendo —admití intentando dar luz a uno de mis mayores interrogantes, por si él podía
aclararlo. —O sea, eres terriblemente guapo, pero es que aquí nadie es feo. Todos jovencitos, en
buena forma, sanos... y la mayor parte son gays o están abiertos a este tipo de experiencias. ¿Por
qué nos han traído? ¿Para qué estamos aquí? ¿Es esto realmente... legal?

—Son preguntas interesantes, pero no son la pregunta principal —contestó él. —Piensa. ¿Qué
quieres preguntarme realmente? ¿Cuál las engloba a todas?

—¿Qué es Barroteferro? —me vino sola a la mente.

Asintió como aprobando mi cuestión, pero su sonrisa se esfumó casi al instante.

—Por desgracia, es muy peligroso hablar de ello, y menos al aire libre y a la vista de todos. La
respuesta no es nada fácil de digerir y aún no confiáis lo suficiente en mí. —Se levantó y agarró
su camiseta del banco. —Pronto volveremos a hablar.

—¡Yo sí confío, rapaciño! —aseguró Moreno con la voz entrecortada.

—Apolo —lo llamé al ver cómo se alejaba marcando en el pantalón un culito tan prieto y
musculoso que se podrían partir nueces en él—, ¿qué está ocurriendo aquí?
—Pronto —aseguró.

XV

Tras la partida del griego, pasé un buen rato reflexionando tumbado en uno de aquellos bancos
y, de paso, tomé algo de sol quitándome la camiseta porque estaba tan blanco que hacía daño a
la vista y desentonaba con casi todos los demás internos. Mis dos compatriotas terminaron
aburriéndose de estar allí y se fueron a buscar algo que hacer, y yo casi lo agradecí pues tenía
mucho que pensar.

Aunque Apolo estaba para mojar pan, para mí que su físico y su carisma habían quedado
eclipsados por todo lo que nos había revelado. Al menos había sacado en claro que me caía bien,
y que, por alguna extraña razón, confiaba en lo que nos había dicho.

Todo estaba resultando extremadamente raro en Barroteferro, distinto por completo de lo que
esperaba; mucho más gay y oscuro a la par que incitante y morboso. No me cuadraba en
absoluto. Lo peor era la siniestra sensación que quedaba en mí como poso de cada pizca de
nueva información que averiguaba. —Por el misterio del santísimo trío divino en plena orgía...
¿qué pasa aquí?

Quizá tardé una hora en aburrirme yo también del calor del sol, y entonces me dirigí a la ducha a
darme un agua fresquita. Al ir a sacar el brazo para alcanzar una de las toallas, Ayax apareció en
la puerta y me la acercó muy solícito aprovechando para revisarme sin pudor alguno.

—Es un buen tatuaje, Alexcito mojadito —opinó picoteando mi león con el índice mientras yo
me cubría la entrepierna con la tela. Aún me quedaba algo de pudor si me pillaban de repente,
aunque supongo que mis años en el internado ayudaban a no ser excesivamente mojigato.

Al volver ya vestido al patio de deportes, el francés con nombre de dragón de cómic me


preguntó si necesitaba su ayuda como guía por el lugar, y me pareció buena idea.

—¿Me llevas a la biblioteca?


De camino hacia allí, aproveché para sacar mi ametralladora metafórica de preguntas, pues me
sentía ávido de información.

—¿Tenemos libertad para movernos por dónde queramos? —y lo cierto es que, pese a la
vigilancia de cámaras o la mirada de algún guardia de patrulla, nadie se interpuso en nuestro
camino.

—Oui* ["sí" en francés]. Bueno, la playa está clausurada hasta mitad de abril; sería tontería ir
porque hace demasiado frío para bañarse ahora. Sólo se puede entrar a los comedores durante
la hora de la comida y en ciertas partes de las instalaciones únicamente puedes acceder si vas
con alguien que tenga permiso para estar allí, como los dormitorios de los guardias, su gimnasio,
su comedor, el despacho del alcaide, los sótanos... Pero no te preocupes por eso; si vas a entrar
en algún sitio que no debas, encontrarás una puerta cerrada o a alguien del personal de la
prisión impidiéndote el paso.

—Bueno es saberlo. Pensaba que todo estaría más restringido aquí; que la falta de libertad sería
más estricta y con horarios cronometrados al milímetro que agobiarían hasta lo indecible, pero
me siento como si siguiera en el instituto interno. ¡Y sin tener que ir a clase!

—Más o menos —se mostró de acuerdo con una risita.

—Oye, y... eso del lubricante en las celdas. ¿Es normal? Es decir, ¿quieren facilitar el folleteo
entre presos o qué?

—Oui. —Me hizo un gesto como si hubiera dado en el clavo. —Parece que, hace tiempo, los
primeros inquilinos de Barroteferro empezaron esta tradición de tener sexo tan
desaforadamente como hoy se hace en esta prisión, y los culos rotos, fisuras, hemorragias y
demás síntomas de penetraciones duras y repetidas obligaron a los jefazos a tomar medidas.
Cuando yo llegué aquí, ya estaban instalados esos dispensadores.

—Y ¿cuándo llegaste aquí, Ayax?


—Hace seis meses. Y antes de que me lo preguntes, me quedan dos años más si nada se tuerce.

—Menos que a mí —murmuré antes de suspirar. —¿Lleva abierta mucho tiempo esta prisión? +

—No te dan una lección de historia cuando llegas, pero la construcción del Hades parece tener
décadas.

—¿Por qué le llaman Hades?

—Observa esta ruina —Elevó los brazos como señalando las penurias a su alrededor, pues
precisamente por aquí pasábamos en nuestro trayecto, y compuso una expresión que indicaba
que la respuesta era obvia. —Y por lo que he oído, los sótanos son incluso anteriores, quizá de
hace varios siglos.

Resoplé asombrado. Daba la impresión de que habían reconstruido un viejo edificio de gran
tamaño agregándole pisos y nuevas instalaciones. En mi opinión, Barroteferro debía estar
funcionando hace tan pocos años como los pisos superiores. Quizá esta cárcel llevase abierta dos
o tres años, en ningún modo podían ser diez; aunque era posible que las partes más viejas
sirviesen como prisión para los primeros piratas que recorrían ese mar cuya brisa fresca y salada
nos llegaba al respirar. ¿Qué mar sería este? Suponía que era el Mediterráneo, pero ¿cómo estar
seguro?

—¿Y dónde estamos?

—¡Ja! —Su risotada me sobresaltó. —Eso querríamos saber todos.

—¿No lo sabéis? O sea, ¿nadie lo sabe?

—Ellos lo saben, évident —señaló disimuladamente hacia uno de los guardias que ahora nos
cruzábamos por el pasillo y que se nos quedó mirando de reojo—, pero nadie suelta prenda. De
los presos... unos han venido por mar, otros por aire, pero nadie por tierra; así que la teoría es
que no estamos en el continente, ni siquiera en una península, sino en una isla. ¿En cuál? Ni
idea. Eso sí, teniendo en cuenta el clima y la distribución geográfica de los presos, que vienen de
casi cualquier país de l'europe* ["Europa" en francés] así como del norte de África (con
excepciones contadas como el chino Limón), diría que estamos en el medio del Mediterráneo. —
Eso había pensado yo. —La teoría general es que debemos estar cerca del sur de Italia, puede
que en Sicilia o algún pequeño islote cercano. —Tomé bastante aire para repreguntarle al
respecto de esto, pero se me adelantó: —Sé lo que vas a decirme, pero no puedo responderte
algo que je ne sais pas. ¿Pourquoi Barroteferro reúne presos de tantos países distintos?
¿Pourquoi estamos aquí? Se especula que es una prisión internacional privada que acepta
presos de cualquier nación cercana, siempre que el país de turno pague un canon a los socios o
accionistas por su manutención y los servicios. —Noté un tono irónico en su voz.

—Pero tú no lo crees.

—Bueno... —Su respuesta empezó a bajar en volumen y su mirada se tornó nerviosa—, me


parece raro que la mayor parte de los que estamos aquí hayamos venido con la excusa de algún
brote epidemiológico en la cárcel a la que nos dirigíamos; un brote ocurrido justo cuando nos
trasladaban a ella. Añade a eso que todos somos... en fin, que no somos gente fea o demasiado
mayor, y las casualidades empiezan a ser demasiadas. Por otra parte, en el tema legal y penal,
cada país es muy suyo y me cuesta creer que exista una cárcel que los contente a todos. —Ya me
costaba escuchar el susurro en el que hablaba. ¿Otro que tenía miedo a que las cámaras
alertasen a algún vigilante de conversaciones que no debíamos tener? Tendría que empezar a
tomar yo también esa clase de precauciones.

—¿Qué estás insinuando? —le pregunté, pero hizo como que no me escuchaba. Ya habíamos
llegado al comedor y comenzamos a ascender por unas solitarias escaleras cercanas muy poco
iluminadas. —O sea, has hablado de accionistas, de socios... 1

—Oui. Bueno, je ne sais pas; son todo elucubraciones.

—Pero ¿quiénes son esos que...?

Ayax se detuvo, se volvió hacia mí y me dio puso un dedo sobre los labios.

—Me gustas —confesó haciéndome enmudecer. —Me estoy arriesgando por ti al contarte cosas
que no se suelen compartir con los nuevos, Alexcito curiosito; al hablarte de asuntos peligrosos.

—Y... y yo te lo agradezco —conseguí balbucear pese a la presión de su dedo contra mi boca. Su


otra mano se me agarró entonces del paquete y comenzó a masajear. Asustado, yo miré arriba y
abajo por aquella oscura escalera, pero nadie se acercaba.

—Espero que entiendas que aquí todo tiene un precio.

Yo le había agarrado de la muñeca para alejar su mano de mi entrepierna, pero esa frase me lo
dejó muy claro: si quería saber más, debía pagar. Mis dudas apenas duraron tres segundos ¿Me
merecía la pena "pagar" por conseguir información? ¡Joder, sí! Soy un tío muy curioso y conocer
la verdad de este lugar podía ser un factor clave en mi supervivencia. Además, Ayax no estaba
nada mal; podía permitir que se acercase más, a ver qué hacía.

Solté su muñeca y él, con una sonrisa picarona, se arrodillo ante mí sin dejar de mirarme a los
ojos; sacó mi miembro bastante erecto al exterior y, muy poco a poco, sabiendo que tenía la
sartén por el mango (nunca mejor dicho), se lo fue metiendo en la boca. 2

—Ohmaigad... 3

Reconozco que entrar en aquella abertura carnosa, húmeda y cálida fue un verdadero placer, y
nada más fue necesario para lograr una férrea dureza en mí que el pecoso francés aprovechó
como le dio la gana durante una duración que soy incapaz de concretar. Se deleitó en su trabajo,
limpiándome el sable con verdadero mimo y eficiencia, tanto el tronco como su cúspide, tanto
los testículos como el perineo levantándolos con sumo cuidado y casi llegándome con la lengua
al agujero de atrás; y, cuando notó que podía venirme el orgasmo, rebajó una y otra vez el ritmo
para calmarme y hacerme durar más.

En algún momento, un chaval cuya cara no pude ver bien por las penumbras reinantes entró en
estas escaleras poco iluminadas y bajó hacia el piso inferior cruzándose con nosotros.

—Que viene alguien. ¡Que vienen! —advertí a mi mamoncete particular esperando que tuviera
el decoro de apartarse y tratar de disimular lo que ya era claramente indisimulable. Pero el
francesito me agarró por los glúteos para que no me apartase y se la metió más allá de la laringe,
como diciendo "Esta es para mí y no la suelto ni loco". Ni siquiera cuando traté de retroceder me
soltó. 2

Efectivamente, el chaval se percató de todo lo que sucedía allí, ya que acarició la testa del
arrodillado al pasar y le deseó con entonación jocosa "Buen provecho, Ayax", antes de alejarse y
desaparecer por la puerta inferior. 2

No sé si fue por haber sido pillados o por un nuevo ramalazo exhibicionista que me parecía estar
descubriendo en mí, pero lo cierto es que apenas necesité un par más de embestidas entre los
labios de mi compañero de celda para vaciarme en su boca. Como castigo por su temeridad, ni
siquiera se lo advertí y empecé a regar su lengua con mi esencia esperando atragantarle,
asquearle y que se levantase para recriminarme; pero nada más lejos de ello: se lo tragó todo y
yo tuve que apoyarme en sus hombros para no caerme por el placer.

He de comentar algo que me sucede durante aquellos de mis orgasmos que son más largos y
abundantes: pese al gustirrinín, lo cierto es que a media corrida suele llegarme un cierto
momento en que mi mente parece despejarse y comienzo a pensar con mucha claridad y
rapidez, llegando a curiosas conclusiones en décimas de segundo.

Este orgasmo fue uno de ellos, y mi epifanía del momento me indicó que no se trataba
simplemente de una faceta exhibicionista lo que estaba descubriendo en mí, sino de algo
distinto. Si yo ahora me sacase la verga en medio del patio para que todos la vieran porque me
apeteciera y así lo decidiera yo, no me pondría especialmente cachondo; probablemente incluso
lo pasaría mal por la vergüenza. En cambio, si alguien me obligase de algún modo a hacerlo, al
sentirme presionado y forzado a ello me excitaría sin remedio. 2

¡Era eso! ¡Me gustaba que me obligasen! 4

Por ello me puse cachondo en el examen de cavidades de Commander, o en el pasillo ante


Master cuando tuve que dejarle sobetear mi sexo frente a todos; o cuando Knight se metió en mi
cama (bueno, yo estaba en la suya) y me manoseó entero mientras yo debía contener gemidos y
protestas para que no se enterasen los demás a la par que le rogaba que parase. Por ello mismo
me había enardecido la insistencia de Ayax para dejarme chupar la polla si realmente quería sus
respuestas, y más aún cuando yo había intentado detener la felación debido a que alguien se
acercaba y él me había obligado a continuar con su agarre de hierro en mi trasero. ¿Era posible
que, a mis diecinueve años, acabase de descubrir en mí una faceta sexual que no conocía? 4

Mi compañero de celda se levantó relamiéndose y me dio un beso corto pero intenso en los
labios, dejándome probar el sabor de mi propio sexo.

—¡Ha sido genial! Te corres un montón, Alexcito aspersorcito. 3


Jadeando y probablemente ruborizado y sudando, recompuse mi exigua ropa como pude y
continuamos el camino hasta la luminosidad del Tártaro, el piso superior, donde pude comprobar
a plena luz lo excitado que se había quedado este chico debido a la tienda de campaña que
hinchaba su bragueta y que reacomodó como pudo. Ahora me quedé yo con las ganas de ver lo
que guardaba bajo la ropa y me sentí un poco egoísta: debía haberle correspondido con las
mismas atenciones; pero bueno, ya habría tiempo.

Elevé una ceja sorprendido de mí mismo, pues parece que me estaba adaptando a esta situación
mucho mejor de lo que esperaba. ¡Moreno estaría orgulloso! 1

Ahora me respondería a mis preguntas y descubriría si el precio por esa delicada información
había merecido la pena.

XVI

Allí donde ayer me decepcionó el segundo piso debido a que recién bajábamos desde el llamado
Olimpo, este Tártaro ahora me parecía un lugar genial, cómodo y muy digno en comparación con
el Hades que nos servía de hogar a la mayor parte de prisioneros de esta prisión. Según mi
amigo guía, en este piso debían habitar unos cuarenta hombres en celdas menos abarrotadas de
gente (usualmente dos compañeros, máximo tres), con un cuarto de aseo privado y cerrado, así
como alguna que otra comodidad adicional.

De camino hacia donde me llevaba, le advertí que creía merecerme sus respuestas a mis
preguntas previas. Al comprobar mi insistencia, Ayax puso los ojos en blanco durante un
segundo y me llevó hacia una de las esquinas del pasillo dejando atrás a un par de chavales que
iban caminando y charlando de sus cosas; allí me arrinconó y se acercó como para besarme.

—¿Hola? ¿Más pago? —pregunté empezando a mosquearme. Pensar en enrollarme con él no


me disgustaba tanto, pero lo cierto es que únicamente había besado en serio a Benito hasta
anteayer porque era mi pareja y le quería, y desde que llegué aquí ya me había morreado con
dos. Bueno, me había morreado con Knight y este francés me había dado un buen pico en las
escaleras.
Mi compañero de celda acercó sus labios a los míos, pero, en vez de culminar el contacto,
susurró:

—Es por las cámaras. Desde este ángulo parece que te beso, pero no creo que puedan leernos
los labios ni escucharnos si hablamos bajito; tu me comprends* ["me entiendes" en francés]?

Pues sí, tenía que interiorizar que estábamos siendo espiados en todo momento, y no sólo por
medio de imágenes sino también con micros. ¿A qué tanto vigilar? El francés me abrazó y vi
cómo movía lenta y paulatinamente la cabeza, como si me estuviera repasando hasta la garganta
con su lengua pese a tener la boca cerrada y estar a dos centímetros de mí. Entendí que tenía
que colaborar así que cerré los ojos e hice como que yo también le besaba, aunque en realidad
charlábamos lo más privadamente que podíamos.

—Vale. Cuéntame de esos socios y accionistas, ¿vale? —En algún instante, nuestros labios se
rozaban igualmente.

—Te voy a hacer un curso rápido de lo que he aprendido de Barroteferro, y algo así no lo he
hecho por nadie aún. Se supone que tienes que ir descubriéndolo todo poco a poco,
adaptándote e ir aceptando cómo funcionan aquí las cosas al enfrentarte a situaciones y
enterarte las cosas; pero tú no paras de preguntar y eso te pone en peligro. Y no quiero que
estés en peligro, así que escucha.

—En... ¿en peligro? Cuéntame, te escucho —le aseguré.

—Esta es una prisión privada. Je ne sais rien* ["yo no se nada" en francés] sobre su
funcionamiento interno ni qué clase de subvenciones recibirán, pero está claro que actúa como
una empresa, buscando el beneficio de sus dueños o accionistas. —Mientras hablaba, sus manos
me iban acariciando el pecho por debajo de la camisa, simulando un rollo conmigo en toda regla
para cualquiera que estuviera mirando a través de las cámaras más cercanas. A mí me costaba
horrores centrarme en lo que me contaba porque, exceptuando con mi "ex", hacía años que no
tenía contactos como los que estos días me estaban sucediendo; y Ayax era un muchacho
guapísimo, con un cuerpo muy bonito y que olía como a vainilla. —En otras cárceles, los
cigarrillos actúan como moneda de cambio en trueques y favores, pero la tradición de aquí
dictaba que es el sexo lo que importa; además, será raro, pero casi no hay fumadores. Así que, si
quieres información o unirte a un grupo, protección, alguna posesión de otra persona o lo que
sea que otro preso tenga, tendrás que pagárselo con sexo. Si quieres el favor de un empleado de
la prisión, de un vigilante o incluso uno de los jefes de personal, tendrás que prestarles tu
cuerpo. ¿Entiendes lo que te digo?

Su mano izquierda me masajeaba uno de los pezones mientras que la otra se había introducido
bajo mi ropa interior, magreando aquello que había degustado hacía meros minutos sin ninguna
vergüenza. Todo esto era absolutamente innecesario, pero no me resistí; no podía porque me
excitaba demasiado notarme forzado a ceder para que él siguiera hablando. ¡Ohmaigad! Sin
duda podía confirmar que yo tenía alguna clase de filia al respecto de sentirme presionado
sexualmente; no supe si eso tenía nombre. 2

—S... Sí. Por... pero... ¿Por qué? O sea... Puff... —me estaba dando piquitos en la comisura de los
labios. —¿Tan salida está la gente aquí? ¿Tanta necesidad de sexo tienen?

Y es que no le veía sentido. ¿Por qué nadie empezaba con otros tipos de trueque? ¿Tan ansiosos
estaban todos por conseguir colarse en el pantalón de los demás? ¿Es que le ponían a la comida
algún químico desinhibidor o afrodisíaco? Y si así era, ¿por qué hacían eso los dueños o socios de
la prisión? Vale que estaban todos muy buenos y eran guapetones, pero de ahí a haber
convertido a Barroteferro en una especie de sauna gay, iba un buen trecho. 1

—Ese es el quid de la cuestión, Alexcito leoncito, y es lo más importante que te voy a contar hoy
—susurró en mi oído casi arañando mi tatuaje y mordisqueándome ahora el lóbulo de la oreja—,
los dueños de este lugar han ideado una manera creativa de obtener dinero: nos usan. Hacen
propaganda entre gente muy pudiente y poderosa del exterior, como si fuéramos un harén de
chavales que realizarán cualquiera de sus fantasías eróticas; y no tienen límite porque nosotros
estamos privados de libertad. Dependemos por completo de ellos y nuestra "voluntaria
cooperación" será directamente proporcional al bienestar que consigamos, la comodidad que
nos concedan, o el buen comportamiento que acorte nuestra estancia aquí. 5

—Pero yo no he visto a nadie aquí follándose a los presos... bueno, quizá a uno —admití
recordando al señor mayor en la habitación de Hermes—, pero eso no es suficiente.

—Oh la la! No pensarás que pagan el pastizal que pagan para follar frente a todo el mundo,
¿verdad? Hay habitaciones privadas para eso, preparadas según lo que quieran gastarse y las
prácticas sexuales que encarguen.
—¿Y con trabajo? En vez de pagar con sexo, ¿no se puede barrer, ayudar en la lavandería, en la
cocina...? He oído que, en otras cárceles, los pesos reciben beneficios por ello —pregunté con un
hilo de voz, intentando agarrarme a cualquier posibilidad que alejase de mí esta realidad que se
me echaba encima.

—No nos dejan —susurró el francés en mi oído, mordisqueándome el lóbulo de la oreja—. Ni te


lo ofrecen, ni lo exigen, ni te lo permiten. Para obtener cualquier cosa más allá de lo básico,
aquí... sólo... puedes... follar.

Si antes me había excitado en extremo ante su cercanía y tocamientos, me noté enfriar por
completo al comprenderlo.

—Somos sus putas.

Creo que me notó temblar y se fijó en mi palidez. Dejó de magrearme para simplemente
abrazarme fuerte y murmurar palabras tranquilizantes.

—Cálmate, Alexcito inocentito. Todo va a ir bien; ánimo. No pasa nada.

La verdad es que me calmaba bastante la palma de su mano contra mi esternón, por lo que
conseguí reacompasar la respiración en menos de medio minuto.

—No lo entiendo. No lo entiendo... O sea, ¿cómo pueden ganar dinero así? ¿Esa gente paga por
acostarse con nosotros? ¿Pero por qué? El mundo está lleno de tíos buenos, ¿sabes? Por la calle
te los cruzas y... también hay muchos chaperos guapos. ¿Cómo nos conocen ahí fuera? ¿Has
dicho que hacen propaganda de nosotros?

—Parece que follarse a un delincuente malote tiene más morbo que a un chico de la calle;
además, los putos de fuera pueden tener cualquier ETS y aquí se han asegurado de que estemos
sanos. Pueden realizar cualquier clase de acto sexual con nosotros, pedir lo que quieran y, si no
queremos jodernos la condena, casi nunca podemos negarnos. Incluso hay héteros abiertos de
mente y "bi" para los que prefieren tirarse a uno de esos. Nadie puede negarse y terminan
aceptándolo más pronto que tarde.
—¿¡Por qué no pueden negarse!? —exclamé exaltado, y su ceño fruncido me indicó que me
calmase o nuestra actuación se iría al garete. —Si unos pocos empiezan a negarse y a actuar con
normalidad, pronto todos lo harían.

Resopló y luego pude ver resignación en su cara a la vez que comenzaba a narrarme algo que me
sonó a una pequeña fábula.

—Escuché una vez de un experimento hecho con chimpancés. Unos científicos encerraron a
cinco de ellos en una sala con una escalerilla y, cada vez que uno se subía arriba, les soltaban
automáticamente una ducha de agua fría; así durante días. Al final, los monos dejaron de
intentarlo para evitar la desagradable sensación.

—¿De qué hablas? ¿Hola?

—Calla y escucha. Luego, los científicos metieron un macaco nuevo y, cuando este intentó subir
a la escalera, los otros cinco le golpearon duramente porque sabían lo que ocurriría si llegaba a
lo alto, y así hasta que el nuevo dejó de intentarlo. Fueron sustituyendo los primeros monos uno
a uno durante días, y los demás seguían con el mismo comportamiento: una paliza al que
intentaba subir; incluso los nuevos, pues percibían tal comportamiento de grupo como el
adecuado para evitar alguna clase de mal mayor. Así, las palizas a aquel que quisiera subir se
convirtieron en una costumbre adquirida para evitar un castigo. Al final ya no quedaban
chimpancés de los primeros, sólo nuevos, y ninguno de ellos había llegado a subir a la escalera ni
había experimentado la desagradable ducha helada; pero todos sabían que debían pegar a quien
intentase subir; y todos evitaban la escalera.

—Al final, ni siquiera sabían el motivo —cooperé con mi conclusión y repetí lo que él había dicho
—, pero todos lo hacían igual.

—Ya no importaba la razón o el origen de esa costumbre, pero todos la habían adoptado. Eso es
lo que pienso que ocurre aquí. Tu me comprends? 2

—Así que nadie sabe qué causó que los primeros presos comenzasen a actuar así, pero todos los
demás adoptan este modo de actuar o... o les pasan cosas malas; como a Saint.

Parece que ese tema había quedado resuelto, porque cambió completamente de tercio tras
elevar los dedos que habían estado acariciando mi glande hasta su boca y lamerlos. —En cuanto
a tu pregunta sobre cómo nos conocen los que vienen desde el exterior para follar con
nosotros... no sé qué clase de publicidad harán los dueños de Barroteferro y cómo llegarán a
esos puteros, pero existen ciertos rumores de que están usando la Deepnet; ya sabes, como el
internet habitual, pero oculta. Quizá les mandan catálogos con las fotos que nos hicieron nada
más entrar, o un resumen de los datos relevantes de cada uno llamado "historial sexual". 7

—¡Por el taparrabos sudado de Yisus! —exclamé airado con una de mis típicas imprecaciones
ateas al pensar en mis intimidades aireadas por ahí, distribuyéndose entre pervertidos y salidos
con conocimiento y poder suficiente como para acceder a la internet profunda; una red tan
exclusiva como peligrosa donde se refugian los más sórdidos asuntos de la humanidad. Al decirlo
en castellano, Ayax no me entendió y me miró extrañado. Le aparté poco a poco de mí. —Creo...
que necesito asimilar todo esto. Dame un poco de espacio, por favor. 4

Me lo dio y seguimos caminando lentamente, sin tocarnos. Noté que me miraba de reojo
preocupado por cómo me lo iba a tomar, y su inquietud por mí me hizo sentir menos solo.

—Esto es como una gran putada. O sea, una putada ilegal que va contra de... no sé, los derechos
humanos. No puede consentirse; hay que hacer algo, ¿vale?

—Es una mierda —aceptó antes de girar la esquina y pararse ante una enorme habitación llena
de gente. —Pero tú has de decidir si eres de los macacos que evitan la escalerilla, o de los que
reciben palizas.

—Yo... no seré un mono de ninguna clase—aseguré volviéndome hacia esa sala. Además de un
vigilante sentado con cara de aburrimiento, allí había mesas, sillas y presos sentados realizando
diferentes actividades. Algunos leían, otros dibujaban, otros escribían; algunos jugaban a las
cartas o a distintos juegos de mesa (tan antiguos como "La Oca" o más modernos, como el
"Risk"), y finalmente en los sillones del fondo pude diferenciar a dos grupos más.

El primero estaba formado por una docena o así de tíos se preguntaban entre sí y se acusaban
de algo; luego aprendí que estaban actuando en un juego para investigar y descubrir a cuál de
ellos le había tocado hacer de "hombre lobo" mientras culpaban y "ahorcaban" (figuradamente)
a los sospechosos, esperando acabar con el que personificaba monstruo oculto antes de que
este acabase con ellos. Durante cada ronda del juego, el lobo iba matando gente. Todo se hacía
mediante cartas y notitas, decidiéndose si el bando del lobo o el de los aldeanos terminaría
ganando. Un juego de socialización barato y divertido. 4
El otro grupo tenía hojas, dados, lápices.

—Entonces... Pues... —alcancé a escuchar la voz de Dani entre ellos, todo excitado, clamando en
inglés. —¡Pues uso mi habilidad de canalizar energía divina para expulsar muertos vivientes!

—Tienes que rolearlo —le recriminó alguien. 1

—Vale. —El rubio se levantó mostrando dos lápices para formar una cruz y exclamó —¡Por el
Dios de la Luz, yo os expulso! ¡Volved al infierno del que nunca debisteis salir! —seguidamente,
los dados rodaron ante los atentos ojos de los seis chicos que rodeaban aquella mesa tomando
ciertas notas entre una atmosfera de alborozo y alivio general; parece que el rubio había salvado
la situación. 1

Debían ser los del grupo de rol que el navarro me comentó durante el desayuno, y me encantó
ver que su malestar de esta mañana se le había pasado y que parecía divertirse a la par que
hacía amigos. Mis prejuicios sobre los jugadores de esta actividad se tambalearon al comprobar
que esa gente no era del tipo "friki" en que los tenía catalogados, puesto que apenas dos
llevaban gafas y todos eran tan guapos y estaban tan buenos como el preso medio de
Barroteferro. Busqué a uno que coincidiera con la descripción que el niño nos había hecho de su
amigo Mouse, y me decidí por uno de ellos, más bajito y enjuto, pero de rostro pícaro y
simpático. Parecía un chaval majo (casi un niño de forma literal, por su aspecto) pero con un aire
de vicioso incontenible.

—¿Esto es la biblioteca?

—¡No! Es la sala de juegos, pero sabía que aquí estaría tu coleguita Noob.

—Te estaba buscando, Simplementealex —saludó alguien que recién se nos había acercado por
detrás.

—Yo no me llam... —Me volví dispuesto a rebatir esa forma de llamarme antes de recordar que
el único que me había nombrado así hasta ahora había sido Knight y, en efecto, se trataba de él;
su expresión era de broma. Adelantó la mano hacia mí sosteniendo una tablet nuevecita con su
cable cargador.

—Me he enterado de que estudias informática. He conseguido esto y no le voy a dar uso. Quizá
te sea de utilidad a ti.

Noté mis dedos temblar de ganas de coger aquel instrumento electrónico para probar lo que
podía hacer con él; sentí mis labios curvarse felices para devolverle la sonrisa, así como mis ojos
luchar por no desviarse hacia su marcado pectoral en esa camiseta blanca de tirantes que casi
me causaba un infarto.

—Yo... —Pero finalmente me aparté un paso y, con una seriedad cortante que no admitió
réplica, le contesté: —No lo necesito. Gracias y hasta luego —metiéndome tan digno como pude
en la sala de juegos. 4

No vi su contrariado rostro lleno de decepción, pero casi pude escuchar el quejido de su corazón
al verse despreciado.

XVII

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Ayax siguiéndome con cara alarmada hacia el interior. Al mirarle
de reojo, constaté que Knight se había ido ya y suspiré aliviado (y bastante jodido también).

—¿El qué? —me apoyé en la ventana intentando calmar mi respiración. ¿Por qué ese matón
violento tenía que ser tan guapo? ¿Por qué tenía que estar interesado en mí? ¿Por qué sus ojos
habían mostrado tantísimo dolor ante mi respuesta, si él podía tener casi a quien quisiera en
esta prisión? ¿Y por qué me importaba tanto que le importase, pese a saber lo mala gente que
era? 2

—No disimules, Pipiolo —me pidió el francés con un tono mitad sorprendido y mitad enfadado;
y me sorprendió que me llamase por el apodo popular en vez de su típico "Alexcito". —Ese
chico, nuestro compañero de celda, ese al que tanto le cuesta dar su confianza y mostrar afecto,
se ha acercado a ti para darte un regalo; uno de los regalos más alucinantes que nadie podría
darte aquí dentro y... ¿le has mandado a paseo? ¿Qué te pasa con él? 2

Yo miraba a través de la ventana hacia un patio con un bonito césped decorado con flores bien
cuidadas, así como a un cuadrilátero en donde dos chavales (uno con un slip rojo y otro con un
slip azul) se agarraban, placaban e inmovilizaban sudando bajo el sol y refrescados por la brisa
marina, animados e increpados alternativamente por muchos otros presos. La gente de esta sala
de juegos no nos miraba ni escuchaba de tan concentrados como estaban en sus actividades.

—No necesito esa Surface Pro 4 de última generación, con pantalla pixelsense y sólo setecientos
sesenta y seis gramos de peso; casi un portátil en sí misma —mentí mordiéndome la lengua,
pues ya tenía echado el ojo a ese aparato desde hace tiempo. 1

—Ya —manifestó claramente su incredulidad.

—Y no me cae bien ese tío. O sea, no me gusta, ¿vale? —mentí de nuevo.

—¿No te gusta Knight? Pues no lo pareció ayer noche, cuando él se encontró contigo entre sus
sábanas y tú te quedaste un buen rato a su lado.

—¡Ohmaigad! —Me puse rojo como un tomate. —¿Os ha contado lo que hicimos?

—¿Knight? ¡Qué va! Es demasiado educado y discreto como para hacer algo así; demasiado...
caballeroso.

—Entonces, ¿cómo lo sabes?

—¿Recuerdas que duermo en la cama de al lado? Todos vimos que te subiste a la suya para
dormir, pero no te advertimos que esa litera ya tenía dueño para reírnos un poco. Esperábamos
que salieras al instante en cuanto él llegase de su "asunto nocturno", pero no fue así. ¡Ah! Y creo
que te oí gemir un par de veces.

—Sois unos cabrones. —Mi rubor no hacía sino aumentar.


—Si quieres, considéralo una novatada, pero tampoco fue para tanto. Aun así, sigues sin
contestarme. ¿Qué te pasa con él?

—¿Y cómo ha sabido él que yo estudiaba informática?

—Alguien le habrá comido la polla a un guardia para que cantase algunas cosas de ti; estudios,
familia, origen y todo eso.

—¿Knight ha hecho eso para averiguar cosas sobre mí?

—No tiene por qué haber sido él. Cuando llega un nuevo a Barroteferro suele despertar la
curiosidad de muchos; más aún si ha resultado ser del agrado de autoridades como Master y
Commander. En un caso así, alguien se habrá encargado de averiguar lo que haya podido; luego
esos datos se habrán filtrado a cambio de otros favores.

Me resultó extraña la mezcla de temor y halago que sentí al saber que había despertado el
interés de mucha gente. ¡Yo pretendía haber pasado desapercibido!

—¿Y qué es ese "asunto nocturno" que dices que Knight se fue a hacer? Llegó a la celda incluso
después de la hora en que se apagaron las luces.

—Ya te he explicado cómo funcionan aquí las cosas. Alguien de fuera pidió a Knight, y Knight fue.
Hace tiempo que él aceptó que tenía que pasar aro, como todos lo hemos hecho, hacemos y
haremos; tú incluido. Pronto te llegará tu primera petición de cliente, ya verás. 3

No me tranquilizaba mucho con esas palabras. Una cosa es que me gustase sentirme presionado,
ligeramente forzado u obligado en el sexo, y otra desear que eso sucediera con alguien que no
conocía y que podía ser un viejo, gordo pervertido y más feo que una nevera por detrás. 4

—Por los piercings de los pies de Yisus. ¿Por qué me van a pedir nada de mí? Si acabo de llegar.
—¡Oh! Los novatos tienen mucho morbo; son inocentes, están casi por estrenar...

—Ohmaigad...

—Aún no me has respondido. ¿Qué te pasa con Knight? Si me vas a decir que te violó o algo así,
no me lo creo; no de él.

—No, no; eso no —admití, y me senté en uno de los sofás que estaban libres. El francés tomó
asiento a mi lado sin dejar de mirarme fijamente, como si se estuviera planteando el cabrearse
conmigo o no según cuales fueran mis motivos para haber tratado así a Knight. —Le caigo bien a
un guardia llamado Lucas. Ese guardia me pidió que llevase cuidado con Knight, ya que fue
condenado por causar graves lesiones a otros chavales; reiteradamente. Parece que este chaval
es alguien como muy violento; quizá un sádico o un matón, ¿sabes?

—Toda esa historia es verdad —admitió rompiendo mis esperanzas de que Lucas se hubiera
confundido—, pero es una verdad sesgada y parcial que insinúa algo que no es cierto.

—¿Cómo qué?

A Ayax le costó un buen rato tomar la decisión de contármelo.

—Knight es muy discreto, como ya te he dicho; y bastante desconfiado también. Necesitó varias
semanas de conocerme hasta que me ofreció su versión. Contarte esto me hace sentir mal,
como si faltase a su confianza... pero veo que le gustas y creo que puedo ayudarle si te pongo en
antecedentes. Así que, aquí va.

—¿Pero el qué?

—Knight es gay. Creció en New Jersey y practicaba Kick boxing para defenderse pourquoi, por lo
visto, allí había bastante homofobia cuando él era pequeño; me parece que sufrió acoso escolar.
—Creía que habías dicho que todos veníamos de Europa o alrededor del Mediterráneo —le
interrumpí entendiendo ahora por qué el acento de Knight era distinto.

—Espera un poco, Alexcito impaciencito. Cometió un error siendo adolescente al pelearse con
alguien que le insultó por ser gay; al otro le salió caro. Él lo admite, se pasó de la raya. Ya con
dieciocho defendió a dos chicos que fueron asaltados violentamente en la calle cuando iban
cogidos de la mano, provocando en los asaltantes algunas lesiones, fisuras e incluso rotura de
dedos. Sabe que no debió hacerlo, pero no pudo contenerse y dejar que apaleasen a otros gays
sin intervenir. El juez le impuso servicios a la comunidad y el asunto constó en su expediente
policial; le advirtieron que ahora tenía antecedentes y que, si se repetía, iría a prisión.

—Ohmaigad...

—Se hizo novio y pensó en proponerle matrimonio en lo alto de la torre Eiffel, en París, durante
el orgullo gay. Viajaron y, antes de pedírselo, los atracaron con navajas en algún callejón de la
llamada Ciudad del Amor. Esos ladrones amenazaron con agredir a su novio. No pudo contenerse
y lo defendió con el resultado de una mandíbula rota, una muñeca dislocada y varias costillas
fisuradas para esos atracadores. 3

—¡Pues sí que sabe pegar bien!

—Acabó en comisaría denunciando lo sucedido, pero los ladrones le denunciaron a él y él no


tenía pruebas de la agresión de los rateros y del atraco inicial, por lo que tuvo que pagarles una
indemnización a los heridos y además acabó ingresando en la cárcel, ya que tenía antecedentes
y se negó a admitir ninguna clase de arrepentimiento por su comportamiento.

—¿No deberían haberlo deportado a los Estados Unidos para juzgarle?

—Aunque su padre es estadounidense, su madre es francesa y lo tuvo aquí antes de viajar a los
USA, por lo que tiene doble nacionalidad. No sé bien qué implica eso, pero ha acabado aquí y su
petición de extradición no ha tenido éxito.
—Pobre.

—¿Qué te parece ahora? —me interrogó Ayax.

—Sigo creyendo que es violento, que lo que me habían contado es verdad —hice notar.

—Quoi* ["qué" en francés]!? ¿No me has escuchado cuando...?

—Pero también creo que es un defensor de los débiles y del colectivo gay —le interrumpí—. Es
fuerte y valiente, y cuando ha luchado ha sido para defenderse a sí mismo, a su pareja o se ha
enfrentado a la homofobia. Algunos podrían decir que es un héroe.

—Podrían —asintió repetidamente con una sonrisa satisfecha, y entonces se fijó en mi


cariacontecida expresión —. ¿Y qué te pasa ahora?

—Tiene novio, o sea, ese al que le iba a pedir matrimonio.

El francés soltó una carcajada que atrajo la mirada algunos jugadores cercanos durante unos
segundos.

—En realidad no; eso se acabó.

—Qué pena... —Me sentí sinceramente aliviado por esa noticia. —Parece que es regla común
que tu novio te abandone cuando vas a entrar en prisión —hice notar acordándome de Beni. —
La gente es como muy cabrona.

—No, no me he explicado; fue Knight quien dejó a su novio cuando le condenaron. No quería
hacerle sufrir ni que tuviera que esperarle. —Eso me sorprendió con un sentimiento ligeramente
agridulce.
—Qué considerado. —Yo no pude hacer algo así ni quise perder a Benito; fue él quien dio el
paso de alejarse de mí. ¿Era yo un egoísta por no haber pensado en hacer lo mismo que Knight
desde el principio?

—¿Qué vas a hacer? —me interrogó con la mirada fija y un fondo de ilusión en los ojillos. 2

—¿Hola? ¿Con qué?

—¡Con Knight!

—¡Nada! —Me puse muy nervioso. —¿Qué tendría que hacer? Simplemente, ya comprendo un
poco más de qué va y no me da tanto miedo.

—Le gustas. —Me puso la mano en el hombro como intentando hacerme entrar en razón. —Eres
el primero en el que se fija de esa manera; eres el primero a quien se acerca en ese sentido
desde que vinimos juntos en aquel barco. Podrías darle una oportunidad.

—Quizá —admití haciéndome el duro, pero por dentro estaba ilusionándome de nuevo.
Entonces caí en la cuenta —Oye, ¿no me has dicho antes que yo te gustaba a ti? O sea, ¿por qué
haces esto? Parece que quieras que él y yo acabemos juntos.

—¡Ja! —volvió a reírse algo estruendosamente de más. —A mí me gusta mucha gente, pero
tengo pocos amigos. Knight se merece a alguien majo, y diría que tú lo eres.

—¡Qué generoso!

—Además —continuó—, ya te he dicho que es muy elusivo, muy suyo. No se ha abierto a nadie
desde que llegó excepto conmigo, y sólo en sentido de amistad. Me había hecho ilusión pensar
que quizá su corazón estaba sanando y que tú podrías ayudarle.
—¡Bah! No creo que él quiera que yo... —comencé, pero los ojillos esperanzados de Ayax me
hicieron abandonar mi falsa modestia. —O sea, ¿en serio crees que eso podría pasar? +

—Sí. Pero cuidado; los que se enamoran en Barroteferro, suelen pasarlo muy mal.

XVIII

En aquel momento ni siquiera pensé en la última frase de Ayax, pues estaba demasiado
emocionado. Me sobrepasaba que Knight me prestase especial atención a mí, tan especial como
para haberme hecho un regalo así de caro y exclusivo, y más aún dentro de prisión. Por cierto,
¿cómo habría conseguido una tablet este chaval? ¿Se la habría regalado alguno de los "clientes"
de la prisión que habían pedido follárselo? Una garra de celos me atenazó de las entrañas al
pensar en él follando con otros, pero conseguí desterrarlos debido a que casi todo el mundo
pasaba por el aro en esta prisión, tal y como decía Ayax.

Repito que yo no me consideraba feo ni creía tener un "cuerpo-escombro" (aparentemente, no


estaría en Barroteferro si así fuera), pero el nivel en el que se encontraba este muchacho era
claramente superior al mío. Su intensa y críptica mirada te dejaba clavado en el sitio, la forma en
que se le marcaban los músculos cuando aplicaba la menor de las fuerzas era tan deliciosa que
empezabas a salivar sin remedio, y su sonrisa (el punto débil en la apariencia de mucha gente
guapa) podía ser descrita como un espectáculo de luces y alegría que inspiraba a cuantos la
veían. Para colmo, era un atleta con conocimientos extremos de alguna clase de artes marciales
que usaba para defender a los indefensos e inocentes. Podría haber sido modelo de alto
standing si lo hubiera deseado o hubiera tenido algo más de suerte en la vida; pero estaba
encerrado aquí, conmigo, y se había fijado en mí. 4

Y yo le había rechazado.

¿Había posibilidad de arreglarlo? ¿Podría recuperar de nuevo su interés? 1


Por un momento odié a Lucas por haberme hecho esa advertencia al respecto de Knight, pero
sabía que el celador español me había informado con la mejor de las intenciones, por lo que no
fui capaz de culparle demasiado tiempo. 3

—Esta es la biblioteca —anunció Ayax deteniéndose al lado de unas puertas dobles—, y aquí te
dejo. Tengo una petición para dentro de un cuarto de hora y tengo que lavarme... los dientes.

Me dejó con la boca abierta. ¿Se iba ahora a follar con alguien que le había "solicitado"? ¿Y lo
decía sin asomo de vergüenza o discreción? ¡Qué tío tan desinhibido! No pude menos que
reírme por su desparpajo y le di un abrazo.

—Gracias por todo, dragoncito.

—Ha sido divertido conocer a tu pequeño Alexcito... o no tan pequeño. —Noté un par de sus
dedos acariciando suavemente la zona donde mi pantalón ocultaba mi glande, y me aparté con
una risa nerviosa.

—Una pregunta más —le detuve cuando ya se había dado la vuelta.

—Bien sûr*! ["Por supuesto" en francés] —Puso los ojos en blanco, pero parecía más divertido
que molesto. —Dime.

—¿Qué consigues tú con eso? Es decir, ¿en qué te beneficia concretamente este polvo que vas a
echar con un desconocido? ¿Te va a regalar algo, o qué?

Se me quedó mirando con cara de que yo me merecía más el alias de "Noob" que Dani.

—Dejando de lado el hecho de que echar un polvo matutino es muy saludable, mi beneficio
reside en que espero trasladar mi hogar desde el Hades hasta el Tártaro cuando llegue a cierta
cantidad de "servicios"; esa es mi verdadera meta. Aun así, este polvo en concreto
probablemente me otorgará unos buenos puntos acumulados en mi historial que luego podré
intercambiar por ciertos regalos, libertades o servicios de la prisión.
—¿Puntos? ¿Esto va por puntos? ¿Y qué cosas se pueden conseguir con ellos? 2

—¡Hay cientos de posibilidades! Puedes ahorrarlos para que te los cambien por dinero en el día
que salgas de la cárcel o usarlos para vivir mejor aquí dentro; por ejemplo, se cambian por ropa
extra y distinta, unas sábanas mejores, quizá una hora reservada en la pista de tenis... Quizá yo
me tiña el pelo de rubio platino en la peluquería. ¿Qué opinas, me sentaría bien?

Negué con la cabeza sin dejar de sonreír, pues ese castaño claro le sentaba genial en conjunción
con sus pecas, y ya me introduje en la biblioteca pensando en que había visto a internos con el
cabello tintado o algún corte moderno, así como a otros con ropa que a mí no me habían dado.
Parece que rapar la cabeza no era una norma general en Barroteferro y que, gastándose algunos
de esos puntos obtenidos haciendo de putoncete, podías tener incluso más libertades. ¡Debía
conseguir pronto algo de ropa de marca! 4

Se me cortó la respiración al darme cuenta de que fue así como Knight debió conseguir la tablet.
Quizá había estado ahorrando puntos para disponer de un buen dinero al salir, pero había
terminado canjeándolos... por mí, por algo que supuso que yo valoraría mucho. ¿A cuántos se
habría tenido que follar para conseguirla? 3

Empezando a sentir una sensación como de tristeza vertiginosa, cerré los ojos con fuerza para
postergar tales pensamientos y me centré en observar este lugar. Parecía la biblioteca de mi
instituto, aunque el mobiliario ya debía estar en activo desde hacía varias décadas.
Probablemente habían comprado a alguna escuela antigua aquellas recias sillas y mesas junto a
algunos sofás desgastados de segunda mano.

Algunos de los presentes leían o escribían juntos o por separado, y al fondo se levantaba una
pared de cristal blindado que separaba esta sala de una habitación con al menos diez
ordenadores; uno de ellos estaba ocupado por mi compi de celda Faust. Los dedos se me
tensaron por las ganas de comprobar si podría acceder a mi correo o a mis redes sociales. La
altura de la estancia era mayor que las demás, y las estanterías que ofrecían viejos libros de
forma tentadora recubrían sus amplias paredes distribuyéndose en un entramado que formaba
un laberinto intelectual con sus hileras.

Justo en el medio de todo aquello, el bibliotecario dominaba la situación con cara de pocos
amigos. Casi parecía uno de aquellos mayordomos vintage de Inglaterra que todos nos podemos
imaginar: estirado, digno, vestido de traje elegante, algo mayor y con la mirada irradiando una
condescendiente superioridad que parecía juzgarte y advertirte que recibirías un castigo si
causabas el más mínimo alboroto en su biblioteca. Lo mismo podía ofrecerte un ejemplar de "El
Quijote", que servirte un té con pastitas o darte un sopapo para hacerte callar.

Me acerqué despacio tratando de no parecer fuera de lugar y me dirigí hacia él con una
expresión amistosa en la cara.

—Buenos días. Estoy interesado en continuar un módulo de FP que he tenido que abandonar a
mitad de curso por causas ajenas a mi voluntad. ¿Cree que sería posible terminarlo a distancia o
acceder al material formativo? —Usualmente caigo bien a primera vista y, siempre que le pido
algo a alguien tras un mostrador, suelen devolverme la simpatía y el buen trato; mis amigos lo
llaman "el encanto Sanchiz".

Esta vez no funcionó.

—Sea más específico —demandó tan secamente que casi di un paso atrás. Su voz había sido
apenas un susurro que me hizo darme cuenta de que yo había hablado demasiado alto.

—El nombre es Técnico Superior en Desarrollo de Aplicaciones Multiplataforma; es... o sea, es un


curso ofrecido en España —traté de traducir al inglés el rimbombante título de mis estudios,
pero a partir de ahora en voz baja. 3

—No tenemos. —Se me quedó mirando por si le estaba tomando el pelo y elevó una ceja con
desdén antes de responder. —Tenemos novelas; novelas históricas.

Miré a la sala de ordenadores de reojo y volví a la carga.

—¿Y cree que sería posible dejarme acceder a los ordenadores, a ver si encuentro por internet
una manera de continuar?

—No.
—¿No? ¿Sin más? —Me dejó helado.

—No le serviría para nada. Las comunicaciones con el exterior están prohibidas, joven
muchacho. Esas computadoras carecen de acceso a internet. Quizá no se ha dado cuenta de que
esto es una cárcel y que las libertades están restringidas; las de comunicación y publicación
entre ellas.

Eso sí me chocó. ¿De verdad que no podía contactar con el exterior cuando quisiera?

—No quiero relacionarme con nadie de fuera ni publicar nada, pero necesito encontrar una
manera de continuar mis estudios. —Su inamovilidad me hizo pensar que podía estar
pensándoselo e insistí. —Le aseguro que no pienso comunicarme con nadie del exterior. —En
realidad eso era una gran mentira pues, de tener posibilidad, sí usaría mis redes sociales para
comentar, publicar y comunicarme con mis amigos.

—No. —Me lo quedé mirando hasta que conseguí que se sintiera presionado a dar más detalles.
—Si le dejo entrar a internet sin mi supervisión, podría usted saltarse las normas.

—¿Y si me supervisa usted? —Casi conseguí sacarle un amago de sonrisa.

—Las obligaciones de mi contrato me impiden ausentarme de mi puesto para dedicarme en


exclusiva a vigilar a un único recluso. —Mi expresión alicaída debió de mostrarle cuánto me
importaba este asunto. —Le voy a proponer algo, señor Sanchiz. —¡Ohmaigad! ¡Me conocía!—
Yo comienzo a buscarle ese material o acceso al curso online, y mañana usted me retribuye por
mi labor.

—¿Una re... retribución? —Mi alegría inicial se fue evaporando ante la mención de tener que
darle algo a cambio. —¿Puede ser usted más específico?

—Claro. —Y vaya si lo fue: —Un anal como pago inicial, en el sling del almacén; más un oral por
cada semana en que quiera usted acceder al curso.

Los músculos de mi espalda se tensaron al sentirme ofendido y terriblemente sucio siquiera de


imaginar un intercambio de mi cuerpo para poder continuar mis estudios... y más aún con este
hombre. Era viril, era limpio y tenía estilo, pero era mucho mayor que yo. Y, sobre todo, no me
caía nada bien.

—No tengo tanto interés, lo siento —me disculpé antes de salir por patas de aquel lugar. Creo
que vislumbré sorpresa en su expresión, como si no estuviera acostumbrado a enfrentarse a
presos que no se vendieran tan fácil.

Apenas un cuarto de hora después me encontraba a solas en otra de las escaleras, con las manos
apoyadas en la cabeza y las lágrimas recorriéndome las mejillas. ¿Dónde me había metido? ¿Qué
cosa tan terrible había hecho para merecer esto?

Durante un momento, bajo el sobeteo del delicioso Ayax y aspirando su olor como a vainilla, no
me había parecido tan descabellado el otorgar algo de sexo a cambio de comodidades,
libertades o privilegios; pero ahora me sentía como si un puño me agarrase el estómago y lo
apretase sin cesar. No me sentí mejor hasta un par de horas después, cuando aproveché para
acudir al comedor bajo el mandato del pitido horario. 2

Mi ánimo mejoró ligeramente ante el gran hallazgo del día que encontré por el camino,
consistente en unos aseos que tenían instaladas 10 letrinas (con sus puertas y todo) y varios
lavamanos. ¡No tenía por qué orinar o hacer de vientre delante de los demás! A lo largo del día
podía acudir a este (o a otros que seguramente estarían abiertos en diversas localizaciones de la
prisión) para evacuar en una tranquila intimidad, dejando el retrete de la celda para alguna
emergencia durante las nocturnas horas de encierro. ¡Podían habérmelo advertido mis
compañeros!

Ya en el comedor, observé que la gente se disponía en las mesas según le apetecía, en grupos
por afinidad, por amistad o cualquier otro motivo, y yo tuve la necesidad de juntarme de nuevo
con aquellos que consideraba mis mejores amigos de la prisión: Dani y Fran; aunque Ayax
comenzaba a acercarse al mismo nivel.

Necesitaba animarme. Me aterraba sucumbir a una depresión estando aquí dentro, porque una
vez me deprimí durante el curso interno del instituto y no fue nada agradable; así, cuando mis
dos compatriotas comenzaron a charlar animadamente de sus descubrimientos y experiencias
de la mañana, me dediqué a escuchar evadiéndome de la situación en que me encontraba
dando buena cuenta de la comida que había escogido y que ahora poblaba mi bandeja. Por la
forma en que hablaban, parecía que se encontrasen en un excitante campamento de verano
lleno de posibilidades. ¡Necesitaba ese optimismo!

Conseguí sonreír ante la aventura de rol que Dani nos contaba, en donde su personaje elfo y su
grupo de amigos se metieron en una abadía abandonada investigando la aparición de unos
zombis que asolaban una aldea cercana cada noche, y así descubrieron que era la guarida de un
necromante al que tuvieron que vencer para traer de nuevo la paz a la comarca. Efectivamente,
había salvado a sus colegas mediante su fe en el Dios de la Luz al expulsar a los muertos vivientes
en el momento preciso, y sanando con sus oraciones divinas al personaje guerrero de otro que
así pudo defenderlos hasta el final.

Lo más curioso fue que "el niño" (aunque Dani tenía mi misma edad, se me había quedado esa
forma de llamarlo) aseguró que uno de sus nuevos amigos en aquel grupo (concretamente el
que llevaba al pícaro mediano) lo había arrinconado cuando entró en un aseo y, tras una charla
intrascendente, quiso agradecerle su actuación en la aventura mediante un trabajito oral... y
Dani se había dejado.

—No me digas más; el que lleva a ese pícaro era Mouse, ¿a que sí?

Se puso adorablemente colorado al asentir, pero, por la forma en que nos miraba de reojo, intuí
que buscaba ponernos cachondos; algo que logró completamente conmigo al resaltar ciertos
detalles de aquella felación). También creo que intentaba lograr la aprobación de Fran por
estarse adaptando a la cárcel. Para mí que, bajo esa fachada inocente, Dani tenía oculto un
puntito picarón muy caliente. 2

¡Ay! Ojalá hubiera entrado yo en ese aseo en vez de ese estúpido Mouse, y así podría haber
disfrutado del badajo de este chavalín cuya aparente timidez me ponía tanto.

Pero entonces... ¿ninguno de los tres que llegamos ayer nos habíamos privado de algo de sexo
gay desde que llegásemos a Barroteferro?

Notándome desinhibido y en confianza, quise compartir algo especial con ellos y les conté lo que
me había sucedido con Ayax en las escaleras, además de mi nuevo descubrimiento personal
acerca de esa excitación por notarme ligeramente obligado o presionado a tener sexo.

—¡Toma ya, el Pipiolo! ¡Así que te va el bondage! Un día de estos te cojo, te ato y te lo dejo
como la entrada del metro. 6
Reí ante la ocurrente tontería de Moreno, pero Dani intervino.

—No creo que sea únicamente bondage a lo que se refiere. El bondage va de atar e inmovilizar,
pero Alex habla de sentirse forzado, y eso se puede hacer con chantajes, con una autoridad
sobre él, con una situación en que tenga que permanecer quieto y callado para que no se
enteren los demás mientras le tocan... Algo como lo que Knight le hizo anoche, según nos contó
esta mañana. Y por supuesto también funcionaría si le atan o le inmovilizan. Se trata de
dominación, ¿es así, Alex? 3

—¡Me estoy asustando a mí mismo! —asentí paladeando por dentro las sensaciones que me
causaba el imaginar esas situaciones. —Yo que pensaba que era un tío normal y resulta que me
van cosas raras.

—No es raro, hombre; está genial que te guste vivir situaciones especiales y divertidas. Si todos
fuéramos iguales, sería aburridísimo —colaboró el gallego, y me hizo sentir bien con ello pese a
su mirada burlona. —Por otra parte, me han contado algo los del grupo hispano. —Ahora
parecía ilusionado, excitado, con los ojillos brillantes tras esas densas pestañas negras. —Les
pregunté por el método para subir al piso de arriba y, ¿adivináis? ¡Se hace follando! 2

—No sé por qué, pero no me extraña —intervine con algo de hastío, recordando que Ayax había
dicho algo de eso también. Me había conseguido olvidar un poco de que en esta cárcel todo
funcionaba mediante la compraventa de sexo, pero esto me devolvía a la realidad. —A ver, ¿con
quién hay que montárselo para subir? ¿Con el alcaide?

—No, que yo sepa, pero tanto me da; ¡lo haría si sirviera de algo! Lo que me han dicho es que
tienes que tener y cumplir suficientes pedidos; entonces, subes.

—¿Qué es eso de pedidos? —preguntó el rubio terminando ya su postre: un yogur de crema de


chocolate light. Se había manchado ligeramente la mejilla y me entraron ganas de lamérsela,
pero Moreno se me adelantó y se la limpió con una servilleta sin siquiera darse cuenta de lo que
hacía, como si fuera su hermano pequeño o su hijo. Dani sí se dio cuenta y elevó una ceja con
extrañeza, pero al momento aceptó el mimoso contacto y se dejó hacer con una sonrisa. Si el
rubio fuera un gatito, estaría ronroneando.
—Parece que hay gente de fuera que sabe de nosotros, no sé cómo. Carallo, casi seguro que les
han pasado un informe y fotos nuestras o algo. ¿No os jode? A mí sí, pero bueno, ese es otro
tema. Bueno, pues esos tíos eligen a algún interno y "piden" follárselo; supongo que los
mandamases de Barroteferro deciden si aceptan o no. 3

Yo ya había averiguado gran parte de lo que Moreno comentaba, así que me mantuve callado
mientras observaba cómo se lo tomaban.

—¿Lo qué? No lo entiendo —admitió el navarro—. ¿Para qué iban a permitir los jefes de este
lugar que gente de fuera entrase a tener sexo con los reclusos? 2

—No sé qué saca esta cárcel con esto, quizá dinero, pero... cuando esa petición llega al preso,
este puede aceptarla y cumplir como un hombre. Es voluntario, lo cual es genial porque si
quieres no lo haces.

—Y ese jicho que te manda el pedido... ¿te dejan verlo antes de aceptar?

—No. No sabes quién quiere follar contigo hasta que lo tienes delante; aunque creo que a veces
te pueden adelantar algo de información.

—¡Arraio! —Dani continuó con el interrogatorio; parecía interesado: —Si te "piden" y aceptas un
viaje de esos con alguien... ¿subes al piso dos?

—Sí, pero catorce veces —concretó Moreno—. Has cumplir unos catorce pedidos en una misma
semana; y luego mantener el ritmo o bajarás de nuevo desde el Tártaro al Hades. 3

—¡Por la menstruación sagrada de Saintmari! ¡Eso es muchísimo follar por una celda algo mejor!
—exclamé indignado. 3

—Tranqui, Pipiolo; no es para tanto. Catorce a la semana son tan sólo dos al día, y yo tengo
huevos para eso y para el doble.
—¿Y si en vez de catorce en una semana, follas más? No sé, treinta veces; ¿te dejan subir al
tercer piso, al Olimpo? —indagué.

—Y ser uno de esos "dioses", como Apolo o Hermes —murmuró Dani.

De alguna manera, no me imaginaba a alguien tan sereno, sabio y delicioso como el griego
dorado que habíamos conocido follando sin descanso como una puta barata; aunque
obviamente, los dioses del Olimpo tampoco se libraban de follar ya que, ayer, nada más llegar,
vimos a Hermes en una situación que dejaba muy claro que un señor algo mayor y no muy
agraciado se lo acababa de beneficiar.

—No; esto que os cuento únicamente sirve para el Tártaro. Aún no sé cómo subir al tercer piso.
Todo se andará, pero no creo que tenga que ver con la cantidad de polvos. Sea como sea, por
ahora me centro en subir un nivel en el escalafón. Malo será si no salgo cuanto antes del
estercolero en el que nos han metido. ¡Me follo a cualquier toxo* ["feo, borde o arisco..." en
gallego] con tal de salir del Hades!

—Moreno —le puse una mano en el hombro para que me prestase atención—, supongo que
entiendes que, si empiezas a aceptar esos pedidos, no siempre será para follarte tú a alguien,
dejar que te la chupen o comer pollas; alguien terminará pidiendo tu culo.

—Emmm... —Ahí le vi dudar, pero se sobrepuso rápido. —Tanto me da. —Poco le habían durado
los remilgos por hacer de pasivo. 1

—Y estarás haciendo que los dueños de Barroteferro ganen dinero con tu cuerpo. O sea, tú
estarás dejándote follar a tope por gente que no te gusta y que no has elegido, sin saber qué
cosas te pedirán hacer.

No sé si fue a causa del último trozo de fruta que se había metido a la boca mientras yo hablaba,
pero le vi tragar saliva y quizá palidecer un tanto. ¿Rabia? ¿Algo de miedo?

—Eso mosquea un poco, carallo —admitió. Entonces me colocó el brazo los hombros como un
colega de toda la vida y comentó como si estuviera en posesión de la verdad—, pero Pipiolo,
esto una prisión; en las prisiones violan gente, matan gente, se suicida la gente. ¡Yo voy a
sobrevivir! Y si tengo que poner el culo en pompa o gemir como una putita mientras me trago la
leche de unos desconocidos para vivir más seguro y mejor, lo haré. —¡Pues sí que parecía
dispuesto a todo! 6

—Yo no puedo —le hice saber agachando la mirada. Dani no decía nada, pero la expresión de su
cara indicaba que estaba de acuerdo conmigo. —Creo que me va a ir muy mal aquí.

XIX

Me pasé gran parte de la tarde buscando a Knight. No sabía bien qué decirle o lo qué haría
cuando le encontrase, pero mi opinión sobre él había cambiado por completo tras escuchar la
versión de su historia de boca de Ayax y necesitaba cruzar algunas palabras con el
norteamericano para intentar arreglarlo. Al fin y al cabo, yo dormía en su celda, justo bajo de su
cama, y podía ser muy incómodo si de repente nos llevábamos mal. Por otra parte, no quería
llevarme mal con él; de hecho, quería llevarme muy, muy bien. 1

Además, reconozco que me había llegado muy dentro sin apenas rozarnos; y no se trataba de su
esplendoroso físico (que también), de su exótico rostro lleno de luz (que desde luego también), o
de esa cálida barra de carne de grandes proporciones que se restregó entre mis nalgas en medio
de la oscuridad de la noche (que por supuestísimo también), sino de su amabilidad, de su
gentileza, de sus aventuras como defensor de los inocentes, de esa sonrisa (hoyuelo incluido)
que me había alegrado el día, y... reconozco que nunca un tío así de bueno había venido detrás
de mí interesado en algo más que un simple polvo. Y quería creer que Knight no quería
simplemente follar, sino que sentía igualmente cosas por mí, aunque el sexo estuviese incluido
en el pack. 8

¿Me estaba tomando demasiadas molestias por un tío con el que apenas había compartido una
mirada, un beso y una pajilla nocturna? Probablemente sí; pero me sentía como si me hubieran
puesto la miel en los labios y ahora necesitaba más. Quería saber hasta dónde podía llegar al
lado de este atleta.

Ni siquiera Ayax, que estaba nadando y jugando placenteramente en la piscina de uno de los
patios, supo decirme dónde estaba el estadounidense, pero el devenir por la prisión me permitió
empezar a conocerla mejor y a orientarme sobre la localización de los patios, las celdas,
escaleras, aseos, comedor y demás habitaciones habilitadas para reclusos. Localicé y memoricé
cómo llegar a la biblioteca que ayer visité, a la sala de juegos y a otras como un salón de coros y
canto, otra de pintura, un pequeño teatro que podía ser usado como cine, así como la
peluquería, la enfermería y demás. Aún me perdería unas cuantas veces y tendría que pedir
orientación otras tantas, pero, en resumen, mi sentido de la orientación demostró que seguía
siendo muy útil en esta enorme construcción.

Y por cierto que me extrañó el asunto de que tuvieran una piscina en Barroteferro, y pistas de
paddle, y lucha grecorromana, y un solárium para ponerse morenos... ¡incluso podían pedir
bebidas a los empleados presentes a cambio de algunos de los puntos que debían haber
obtenido al aceptar pedidos! Cerveza, Mojitos, Margaritas, vino, ron-colas... aquel patio que
ahora cruzaba empezó a parecer una fiesta de disco-pub; más aún cuando pusieron música y
encendieron farolillos con la caída del sol. Este lugar no habría desentonado nada en alguna cala
ibicenca, en donde unos y otros se besaban, se metían mano o (con algo de discreción en alguna
esquina oscura) incluso culminaban algún encuentro carnal completo.

A estas alturas yo empezaba a acostumbrarme que esta cárcel era como un harén de jóvenes
delincuentes con buena apariencia y buena salud que podían pasar su condena viviendo muy
bien si cooperaban siendo abiertos de mente... y de cuerpo. Pero, aunque me acostumbrase, no
podía aceptarlo con gusto.

A mi entender, Barroteferro parecía un delicioso pastel de bizcocho y chocolate... relleno de pura


mierda. Por más que tuviera posibilidad de ver y follar con tíos buenos, de saber que no sería
juzgado aquí por ser gay, de disfrutar de deporte, instalaciones y descanso en este tiempo
privado de libertad... me sentía como en una pesadilla. 10

Y eso que a mí me agradaba tener sexo, ¡me entusiasmaba! Y si sumamos a ello este recién
descubierto gusto por sentirme ligeramente forzado a realizarlo podía convertir esta experiencia
en algo realmente excitante. Pero una cosa es que mi cuerpo y mi rabo reaccionen ante esas
sensaciones y estímulos, y otra que mis prejuicios, mi moral y mi dignidad protestasen
horrorizados ante la perspectiva.

Yo era Alejandro Sanchiz Nogüeroles, y valía mucho más que para ser un putito del que abusar o
de quien aprovecharse, ya fuera en Barroteferro o en mi barrio de Madrid.
Sin duda, en aquel día ya hubiera preferido irme a una cárcel normal de haber podido elegir; y
eso que aún no había visto ni una ínfima parte de las miserias de este lugar. 9

Puesto que anochecía y la luz artificial no era suficiente para poder capturar los matices
correctos, yo me encontraba a solas en la habitación de dibujo y arte rodeado de lienzos a medio
terminar sobre sus caballetes, con el olfato algo saturado por las pinturas y químicos y algo
obnubilado por el destello de los últimos rayos del sol poniente sobre el mar. Los aspirantes a
pintores habían decidido postergar hasta mañana su arte, así que esta sala me servía
perfectamente para meditar un rato. Así, cuando la puerta se abrió y dijeron "¡A ti te buscaba
yo!" me dio un vuelco el corazón.

Por suerte era Lucas, el vigilante de seguridad español que se me acercó con una simpática
sonrisa.

—Te veo preocupado.

—¿Tanto se me nota? —Él asintió con una mueca de circunstancia, y le expliqué —He seguido
tus consejos y el resultado ha sido como muy pésimo, ¿vale? —Se sentó en uno de los taburetes
y arrimó otro para que yo tomase asiento, así que posé mi trasero ante un cuadro
bochornosamente malo que trataba de imitar a La Mona Lisa y le conté: —Knight se ha
interesado por mí. O sea, ha sido muy simpático, respetuoso y... educado; pero como me dijiste
que era un tío violento, he pasado de él.

—Has hecho bien.

—Quizá se equivocó la primera vez que se metió en una pelea, cuando era un adolescente y
recibía insultos por ser gay —sugerí negando con la cabeza—; pero las dos siguientes en que
agredió a gente fue en defensa propia o para defender a los débiles. —Tras unos segundos para
que lo asimilase, terminé mi exposición. —Es fuerte, es capaz de defenderse y atacar, pero sólo
es violento cuando ha de ayudar al indefenso o defender a quien quiere de una agresión. Puede
que los informes policiales no cuenten esa versión, pero es lo que sucedió.

—Puede que yo le haya juzgado mal... yo, y el jurado que lo condenó. Quizá sus motivos eran
buenos o quizá esa sea su versión para excusarse ante sí mismo y ante los demás; eso yo ya no lo
sé. Si te dije lo que sabía, fue para protegerte.
—Lo sé, tranquilo; no te echo la culpa. —Le puse la mano en el hombro y me sorprendí por lo
duro, pero el contacto apenas duró un segundo. —Ahora ya no sé si él y yo podremos... en fin. Ni
siquiera puedo encontrarle para pedirle perdón.

—¡Es una cárcel! No irá muy lejos. Seguro que lo verás esta noche en tu celda.

—Vale, pero me ha quedado una mala sensación que quiero borrar cuanto antes.

—En diez minutos empieza la cena —me informó mirando su reloj—. Seguro que irá allí; es
obligatorio.

—Lo intentaré entonces.

Tras un silencio de unos diez segundos, volvió a la carga: —¿Es sólo eso lo que te tiene
preocupado?

—Bueno... —Miré alrededor y susurré tratando de no mover mucho los labios. —He estado con
los ojos abiertos, averiguando cómo funciona Barroteferro.

—¿Y bien?

—No me gusta —sentencié—. O sea, no parece legal. No parece justo. Es como... asqueroso.
Roba la dignidad de los presos al obligarles a prostituirse para cualquier necesidad por encima
de la mera supervivencia.

—Bueno, recuerda que ningún empleado de la cárcel te dirá que es obligatorio hacer nada de
eso. Con sobrevivir y salir de nuevo al mundo, muchos estarían contentos. Sí; lo estarían... —La
gravedad en su expresión me sorprendió, aunque la pasé por alto. 7
—Pero no hablo de follar a cambio de cigarrillos, de chucherías u otros lujos; hablo de hacerlo
para casi cualquier cosa: desde reservar una pista para poder hacer deporte en condiciones, a
cortarme el pelo sin que me lo dejen rapado o pedir una barra de cacao para los labios si se me
están resecando... ¡Que yo soy muy de resecarme! Aquí todo tiene un precio, y ese precio se
mide en prostituirse aceptando esos pedidos para que la prisión se lucre a mi costa; o en
dejarme usar por el personal del lugar. 3

—¿Por el personal?

—Sí. Hace un rato he ido a la biblioteca buscando la manera de continuar con mis estudios; pero
si quiero que el bibliotecario me busque el módulo, tengo que dejar que se aproveche de mí.

—¡Vaya con el viejo Frederic!

—Esto es... como la trata de blancas. O sea, que me siento secuestrado y prostituido.

—Estoy de acuerdo, es una mierda. Aun así, es conveniente que no se te vea como un mojigato
puritano para no despertar reticencias entre tus compañeros.

—No, si mojigato y puritano no me verán; entre pajillas por aquí, mamadas por allá y rolletes por
sorpresa no he parado ¡y llevo sólo un día! Pero esas veces han sido queriendo y por placer, con
otros internos. Sin tener en cuenta los toqueteos de Master delante de todos, y... bueno, ni
hablemos del examen rectal de Commander nada más llegar.

—Es cierto; por ahora has cumplido el cupo de sobra y nadie te mirará mal si quieres calmarte,
centrarte y no hacer nada con nadie durante unos días. Así que, si no te apetece aceptar pedidos
y no te importa que te rapen cuando necesites un corte de pelo, no tienes por qué hacer nada.
Durante un tiempo, todo estará bien.

—¿Durante un tiempo? ¿De verdad que no soy dueño de mi cuerpo para decidir, si así quisiera,
no tener sexo con otro hombre en esta prisión durante el resto de mi condena? ¿Y si no quiero
aceptar pedidos de esos nunca?
—Alejandro, has de ser fuerte. —Me puso la mano en el hombro y fijó sus ojos serios y algo
tristes en mí. —Eres listo, perceptivo, y ya sabes cómo van las cosas aquí. No quiero que tengas
problemas.

—Llevo sólo un día aquí y apenas puedo dejar de llorar.

Al instante en que noté mis ojos humedecerse, me di cuenta de que Lucas me tenía abrazado.
Sintiéndome protegido, todo lo que llevaba dentro se desbordó y comencé a mojar su hombro
mientras él acariciaba mi espalda.

—Tranquilo. Pasará. Pronto todo eso carecerá de importancia.

—¡No lo entiendes! No quiero que carezca de importancia. Quiero que me importe y que me
duela, porque si no... si no, seré un simple trozo de carne para que me devoren. 3

—No me refiero a eso —susurró en mi oído consiguiendo que me calmase por la curiosidad—.
Todo eso que has dicho es verdad, pero hay mucho, mucho más. —De repente, su tono había
cambiado por completo. De preocuparse por mí y consolarme normalizando esta situación, pasó
a ponerme en guardia y aconsejarme lo contrario. ¿Hablaba así ahora porque suponía que nadie
nos escuchaba con sus labios pegados a mi oreja? —No estás seguro aquí, ninguno lo estáis.
Ojalá no tuvieras que hacerlo, pero... si tienes que follar, folla. Adáptate cuanto puedas porque
no estamos hablando simplemente de tu dignidad o de la exclusividad que quieras darle a tu
cuerpo, sino de tu vida. 7

—¿Qué? ¡Ohmaigad! ¿De qué hab...?

—¡Chssss! —me chistó y me abrazó más fuerte recordándome que esta conversación pretendía
ser secreta. —¿Cómo crees que reaccionaría la sociedad, cualquier sociedad occidental, si
supieran de las prácticas que se dan esta cárcel? —Iba a contestarle que el uso como chaperos
de lujo de unos reclusos especialmente seleccionados caería como una bomba en el mundo
civilizado. —¿Crees que nadie ha terminado aún su condena? ¿Que ninguno de los que ha salido,
ha tenido intención de contarlo a la prensa? Pero, mientras estabas fuera, ¿has escuchado algo
de esto en algún medio de comunicación?
—N... no. ¿Qué insinúas? ¿Tienen comprados a los medios? —negó con la cabeza. —Entonces
dices que... ¿no podemos sal...?

—Este abrazo ya dura mucho, es sospechoso —me interrumpió—. Cambiemos de tema y ya te


contaré más. —Se apartó, me despeinó el cabello como quien acaricia a un chucho juguetón y
me sonrió algo forzado. —Eso es, cálmate. Todo va bien. Precisamente, te traía esto... por si
quisieras considerarlo.

—¿El qué? —Me entregó seis papeles del tamaño de un post-it. —¿Qué son? —tenían escrito
una serie de números entre los que pude identificar una fecha y una hora, así como una casilla
con un "no" y otra con un "sí".

—Peticiones. Las que decidas hacer, las marcas como que sí, las firmas y las llevas a recepción.

—¿Qué? O sea... ¡¿Qué?!

—Parece que empiezas a gustar mucho. Y estas no son todas; hay unas quince más esperando,
pero seis es el máximo que podemos entregar al día. 12

—¡Si apenas llevo aquí desde ayer!

—Tú piénsatelo. —Pese a su forzada sonrisa cómplice, pude ver en el fondo de sus ojos que le
dolía horrores pedírmelo; este era su trabajo y tenía que disimular lo que habíamos hablado.

¡Esto era un lío! Me decía que había más mierda de la que parecía y que mantuviera los ojos
abiertos, pero a la vez me pedía que no me metiera en líos y disimulase para no resaltar. Me
decía que no era obligatorio follar, pero me había dicho que, si tenía que follar para sobrevivir,
que lo hiciera, a la vez me daba estos pedidos. Y pese a todo, creía entender que no le hacía
gracia que yo lo hiciera. ¡No le entendía bien! 1

Si ya me imponía saber que había alguien vigilándonos desde las cámaras en todo momento,
ahora empecé a odiar esas esferas blancas que parecían ojos robóticos y que estaban
saboteando mi comunicación con este guardia.
—Si te desinhibes, puede ser divertido —me recomendó—; incluso una experiencia que te
ayude a entender mejor tu cuerpo, tus gustos e incluso a aprender a follar mejor.

—No creo que pueda, ¿vale?

—Mira, no lo hagas si no quieres; depende de ti. —Se levantó y, antes de irse, me guiñó un ojo.
—Trataré de buscar algo de pomada labial para tus labios.

Se me escapó una carcajada que vino acompañada por una sensación de calidez por dentro;
quizá contaba con otro amigo aquí dentro.

Aunque todo lo que me había insinuado en secreto me provocaba una sensación de inseguridad
enorme. Y ahora, estos seis papelitos quemaban entre mis dedos como brasas de una hoguera.

XX

Por unos momentos, la desazón que me embargaba ante las veladas advertencias de Lucas me
permitió olvidarme de mi más reciente problema sentimental. Era cierto que ninguno de los que
habían cumplido condena aquí había informado a las autoridades o a la prensa de lo que ocurría
en estas instalaciones. ¿Era quizá falta de interés informativo? ¿Puede que a nadie de fuera le
preocupasen las vejaciones, violaciones de derechos y la prostitución (claramente lo era) de
unos delincuentes condenados? ¿O acaso Lucas había insinuado algo aún peor? Que nadie había
podido salir de este lugar con libertad para denunciarles. 6

Pero en cuanto el neoyorkino se me cruzó por la mente, cogió el timón de mis pensamientos y
mi objetivo cambió por completo hacia él. 2

Buscando a Knight en medio de la algarabía de la cena comunal, pude comprobar algunos de los
privilegios que ciertos presos ostentaban en cabello, ropa y objetos varios. Además, a la cola de
la comida se podía acceder desde dos puntos y, una de ellas, la más pequeña y rápida, repartía
un catering con mucha mejor pinta que la otra. Únicamente los internos que figuraban en cierta
lista podían usar esa cola.

Estaba seguro de que todos esos detalles, y cientos más que en estos momentos no había
detectado, habían sido pagados con el intercambio de esos puntos ganados mediante el folleteo
por encargo, pues esa era moneda de cambio y el modo de vida de esta prisión.

No tenía muy claro cuántos puntos se ganaba por polvo ni cuantos pedidos era lo normal para
un interno medio, pero yo tenía seis de esas peticiones en mi poder y unas cuantas más que
podía obtener en cuanto estas caducasen o cumpliera con las actuales. Pese a eso, no tenía
ninguna gana de obtener las supuestas ventajas que obtendría por follarme a desconocidos para
beneficio de Barroteferro; ni subir al segundo piso, ni ropa, ni mejor comida... ni siquiera mis
estudios. Eso sí, no quería que me rapasen el cabello; estaba muy contento con mi tupé, gracias.

A punto de encararme con el que repartía la comida, conseguí localizar a Knight allá lejos,
sentado junto a Ayax y a otros chavales que eran claramente deportistas. Por las expresiones
faciales y las miradas que me dirigían cada poco, diría que mis dos compañeros de celda estaban
hablando de mí, y eso me puso muy nervioso. Había planeado encontrarme con el americano
tan pronto pudiera, pero ahora ya no lo tenía tan claro; quizá sería mejor dejar que el pecoso
francés hablase antes con él para comunicarle mi cambio de opinión al respecto de su persona. 2

Quizá se le había ocurrido comentarle que nos habíamos enrollado esta tarde y que incluso yo
había aceptado que me hiciera una mamada a cambio de información... ¡Más le valía que no!
Ayax quería que Knight y yo tuviéramos algo, ¿verdad? Seguro que no le contaría eso.

Moreno me salvó de seguir torturándome con esas posibilidades al ponerme un brazo sobre los
hombros por sorpresa para tirar de mí hacia una mesa en donde nos esperaba Dani comiendo
con ganas.

—¡Kaixo!

Tras unos saludos, comenzamos a cenar juntos los tres.

—¡Ey! Tengo algo que proponeros.


—Dime, Moreno.

—Voy a subir al Tártaro.

—¿Vas a aceptar esos catorce pedidos? —preguntó Dani, que ya daba cuenta de una manzana
troceada con un poco de miel por encima.

—¡Claro! —El gallego asintió con cara de "desafío aceptado". —Entonces, ¿lo hacemos todos?
¿Aceptamos los tres todo lo que podamos y nos pillamos una habitación para nosotros?
Podríamos estar genial juntos.

—¿Quieres que seamos compañeros de celda? +

—¡Pues claro! Somos colegas los tres, ¿o no? —nos interrogó Fran.

—¡Sí! Yo me apunto —exclamó el navarro, encantado ante dicho plan, y a mí me sorprendió no


verle escandalizado ante la perspectiva de fornicar tanto con esa carita que parecía la inocencia
personificada. Quizá yo era el único con remilgos aquí, o puede que me costase más adaptarme.
1

—Tengo dos pedidos aquí, el primero para después de cenar —nos informó el gallego sacando
un par de papelitos de su bolsillo. —Si sigo así, no tendré problemas en cumplir. ¿Y a vosotros?
¿Os ha llegado alguno?

—Yo ninguno. —El rubio suspiró apesadumbrado. —Me sería difícil llegar a catorce si no mejora.

—Yo tengo seis. —Se me quedaron mirando en silencio. —Los repartiría con vosotros, pero creo
que son intransferibles.
—¡Carallo con el pijo! ¡Has causado sensación!

—Parece que había hasta muchos más esperándome, pero sólo pueden darme seis por día por
alguna norma. —Me encogí de hombros. —Y por cierto, que no soy pijo, ya te expliqué que es
una forma de hablar que se me ha pegado del instituto, ¿vale?

—¿Y los vas a hacer? ¿Todos? —preguntó el navarro con una alarmada admiración en los ojos.

—No... no sé. O sea, todos no, claro. Ni siquiera sé si aceptaré alguno. Ganas... no tengo
ninguna.

—¿Y por qué tienes tantos? ¿Eso es normal?

—He escuchado que los nuevos tenemos mucho tirón. Estamos poco usados y esas cosas.

—Pero yo también soy nuevo y no me han llegado tantos. ¿Por qué te desean así? Chegar e
encher, ¿no? —Moreno me miró de arriba abajo. —Estás muy bien, pero ¡yo estoy genial! ¿Se
han perdido por el camino mis otros pedidos, o qué? —Se me escapó una carcajada ante su
orgullo herido. —Bueno, a este no le ha llegado ni uno —se mofó señalando al niño sonriendo
con condescendencia. —Pobriño...

—¿Daniel Martí? —Un celador interrumpió nuestra conversación al acercarse directo a nosotros.
El rubio asintió amedrentado. —Te llevo buscando toda la tarde. ¿Dónde has estado? Eres el
último de la lista que me faltaba por encontrar.

—Jugando al rol.

—¡Mira qué bien! —El guardia resopló burlón mientras negaba con la cabeza y sacaba unos
papeles de su bolsillo. —Toma esto. Rellénalos y los entregas en recepción.
Cuando el celador se alejó, Daniel contó en voz alta hasta cuatro.

—¡La hostia! —protestó el gallego. —¿Cómo lo hacéis? El riquiño y el pijiño causan sensación.
¿Por qué os adoran? 2

—Yo no he hecho nada —contesté con sinceridad. —Y no soy pijiñ... pijo, ¿vale?

—Sí has hecho algo —murmuró el navarro con los ojos entrecerrados. —Dijiste que acababas de
descubrir que te iba la sumisión... que te dominasen y tal.

—No, no, no... no es someterme, es que me obliguen de alguna manera a someterme, pero no
ha de ser voluntario —interrumpí colorado como una amapola campestre.

—Tanto da —aseguró Moreno.

—Eso te hace especial. Un chico bien, nuevo, con ganas de que le dominen o como quieras
llamarlo... Supongo que alguna de esas cámaras —señaló a lo alto— lo captó, y los tíos que les
gusta eso de presionar y obligar al sexo están deseando probar contigo.

—¡Santos huevos peludos de Yisus! —Noté mi rostro arder por la vergüenza.

—Vale, al pipiolo le mola que le obliguen. ¿Y tú? ¿qué te hace especial?

—Igual es por su escenita con Santo —sugerí. —Parecía tan afectado y tan inocentemente
adorable que debe haber llamado mucho la atención.

—¿Lo qué? ¿Te parecí adorable? —murmuró Dani azorado, pero con una sonrisilla tímidamente
complacida. —A una mala, me puede venir bien.

—Vale, soy guapo y estoy bueno; pero todos lo están aquí. —Casi pude ver cómo daban vueltas
las ruedecillas de la maquinaria que conformaba el cerebro de Moreno. —Tengo que resaltar en
algo. Tengo que ser especial; tengo que distinguirme. ¿Cuál es mi punto fuerte?
—Eres un chuleta descarado —hice notar.

—Y un engreído, orgulloso de serlo —aportó Dani elevando el dedo índice.

—Y un desvergonzado exhibicionista que no tiene problemas en follarse todo agujero que se te


cruce por delante. 3

—¡Bien! —nos interrumpió moreno—. Tenemos algo ahí; haré de eso mi bandera. Iré por ahí
siendo aún más chulo, orgulloso y desvergonzado. Le mostraré al mundo cuánto molo y me
lloverán los pedidos de los tíos que quieran ser follados por una joya como yo.

El rubio y yo cruzamos una mirada y nos sonreímos con complicidad, pero asentimos hacia el
gallego y le felicitamos por su decisión. Quizá le iría bien así.

Yo aún no estaba seguro de querer pasarme a catorce desconocidos por la piedra cada semana
para comenzar a vivir en el piso superior y tener una calidad de vida superior durante mi
estancia privada de libertad; es más, ni siquiera estaba seguro de aceptar ni uno solo de esos
pedidos.

Por una parte, tenía todo a favor de hacerlo: era gay, me gustaba el sexo en general y me ponía
mucho el sexo con desconocidos, tenía pedidos de gente que quería probar esa faceta mía de
ser sumiso o dominado durante el sexo, y obtendría muchos beneficios accediendo de forma
voluntaria a este tipo de relaciones.

Pero, por otra parte, mi moralidad, mi dignidad, mi reputación y mi autoestima se verían


realmente afectadas si me rebajaba a lo que, a todos los efectos, era ser un chapero.

Cuando Dani se fue a por una jarra de agua mientras dábamos cuenta del postre, Moreno
demostró que casi había leído mis pensamientos al sacarme con un codazo de mi alienada
concentración.
—Oye, pipiolo; no seas un estrecho. Piensa que, al final, todo el mundo tiene sexo a cambio de
algo: dinero, afecto, regalos, una cena, diversión, lealtad, compañía... Se hace con ciertas
personas, a causa de ciertas situaciones, por distintos objetivos. Esto es más de lo mismo: sexo
para conseguir algo que quieres. Es algo humano.

—Me encantaría ser tan práctico como tú.

—Puedes serlo —aseguró. —Querer es poder, así que no seas rabudo.

—No sé si podré. —Resoplé ante su filosofía barata.

—Recuerda a Santo, carallo —me hizo notar. —No queremos acabar como él, ¿verdad?

—No, claro. O sea, lo intentaré.

—¿De verdad? —quiso presionarme acercándoseme hasta que su cara quedó a pocos
centímetros de la mía; tan cerca que pude notar el calor de su cuerpo.

—De... de verdad —me comprometí subyugado por la intensidad de esa misteriosa mirada
oscura.

—¡Ese es mi pipiolo! —exclamó dándome una fuerte palmada en la espalda a la vez que su
mano derecha me agarraba todo el paquete bajo la mesa, masajeándolo con cuidado. —Tú pon
a esta a trabajar y todo irá bien, ¡hostia ya!

Por suerte, me soltó al momento; no era un contacto sexual, sino amistoso, y lo agradecí. Era
importante para mí tener amigos aquí dentro más allá de que me atrajeran o no. Y ese mismo
pensamiento me sorprendió, porque en menos de un día había pasado de tener fantasías con él
y con el niño a verlos más como a amigos o hermanos. 2
El pitido de "fin de cena" resonó y me apresuré a dar cuenta de las últimas cucharadas de mi
pastel de queso light, antes de levantarme y mirar atrás, allá donde Knight y Ayax habían estado
hablando. El hueco vacío de aquella mesa me puso muy nervioso pues ahora debería
enfrentarme al norteamericano en nuestra celda.

XXI

No quise ni pensar en las consecuencias de la abrupta ausencia de mis compañeros de celda en


el comedor, así que mis amigos y yo nos fuimos a pasear charlando de temas un poco menos
tensos durante un buen rato, pues aún faltaba un rato para la retirada hasta las camas. +

Me enteré de que Dani había tenido un único novio en Navarra; aquel le dejó al cabo de varios
meses de relación cuando nuestro niño le habló de su enfermedad mental y de su dependencia
a esas pastillitas que domeñaban sus accesos de ira. Aparte de él, había disfrutado de unos
cuantos amantes, casi siempre más mayores que él, que se le habían acercado en algún
momento con ganas de catar el pastelito que era este rubio. 3

Fran no se abrió mucho, la verdad; dijo haber estado con tantas mujeres (incluso mientras
estaba ennoviado con la última) que había perdido la cuenta. Cuando empezó a divagar acerca
de los quinientos mil euros que tenía guardados para la salida (la cifra había aumentado
considerablemente desde la última vez que nos contó de ella en el bus), el navarro y yo
empezamos a entender que era un fantasma, un embustero y... un misterio. Sea como sea, le
abucheamos las mentiras entre risas y él fingió haberse indignado apenas unos segundos antes
de unirse a nuestras carcajadas.

El cielo que veíamos desde las ventanas estaba ya completamente negro cuando los pitidos
sonaron en una cadencia singular que aún no reconocí, pero cuyo significado pude deducir
cuando la gente que nos cruzábamos empezó a encaminarse despacio, pero sin pausa, hacia las
celdas. Por inercia, miré mi muñeca a la altura de donde debiera llevar el reloj, pero tan sólo una
mancha algo más blanca en la piel delataba su antigua posición; me lo requisaron tan pronto
ingresé en aquella comisaría de Madrid.

Eso era raro, pensé; que no hubiera ningún reloj o calendario en ninguna parte de esta cárcel.
Era como si quisieran que perdiéramos el sentido del tiempo y que olvidásemos qué día era, o
siquiera en qué hora del día nos encontrábamos.

Apreté el paso hacia el Hades espoleado por mis ganas de aclarar mi situación con Knight, pero
mi impulso se extinguió tan pronto pusimos un pie en aquel piso. Mis piernas temblaban. "Por el
hirsuto coño de Viryinmeri ... ¡Pues sí que me importa ese estadounidense!". Al llegar a la celda
donde debíamos separarnos del rubio, empecé a sacar un tema de conversación tras otro (pese
a que ni siquiera podía centrarme en sus respuestas) hasta que se dieron cuenta de que me
pasaba algo.

—Pipiolo, ¿estás bien?

—Sí, claro.

—Pues, hasta mañana —se despidió el navarro dándonos un rápido abrazo en trío que nos cogió
por sorpresa, antes de meterse con sus compañeros entre muy viriles saludos tipo: "¡Eeeeh!" y
"¡Jelo, Noob!".

Acompañé a Moreno hasta la suya en completo silencio, hasta que él me detuvo agarrándome
del brazo.

—Estás muy pálido. ¿Seguro que estás bien? ¿Te quieren pegar o violar los de tu celda? Si
quieres voy y les pego dos gritos bien pegáos, hostia ya, para que no me toquen a mi pipiolo.

—Estoy bien. —A mi pesar, consiguió sacarme una risa.

—¿Tienes morriña* ["nostalgia, pena..." en gallego]? 3

—No, no... —Lo cierto es que no tenía un sitio a donde volver; ni el internado, ni mi piso de
alquiler que ahora se había quedado mi ex, ni la casa de mi padre... no me quedaba nada ahí
fuera que echar de menos. —Es que tengo una conversación pendiente con alguien y me da
miedo cagarla.
Su seriedad me descolocó durante unos segundos.

—¡Pues échale huevos! —soltó de repente—. ¡Carallo! No me seas panoli y coge al toro por los
cuernos. Y, ¡a ver si empiezas a aceptar pedidos de esos! Que te quiero con nosotros en nuestra
suite del Tártaro.

Anduve despacio hacia mi celda pensando que ese era otro tema; no tenía en mente ni siquiera
mirar esas solicitudes de folleteo por puntos. ¡Y menos ahora, que podía empezar una relación
con Knight!

Además, durante un tiempo no pasaría nada si me alejaba del sexo con otros; había dejado claro
que no era virgen, que podía tener sexo homo y que no menospreciaba a los demás por alquilar
sus cuerpos a cambio de algunas comodidades. Aun así, en algún momento, los demás reclusos
podían empezar a mosquearse si trataba de mantenerme "puro". Tendría que pedir ayuda y
consejo a gente más experimentada para que me recomendasen cómo actuar.

Desde luego que no quería ser el próximo "Santo" de la cárcel. Aunque ser violado en masa por
una manada de estos tíos buenos en celo, podía tener un puntito... 2

Negando con la cabeza ante mi estupidez por haberme medio empalmado ante esa idea
fantasiosa (y que más me valía que permaneciera como una simple fantasía), entré en mi celda y
saludé al pelirrojo, al ruso, al francés y... 1

—¿Dónde está Knight?

Brave se encogió de hombros y Faust compuso una expresión de ignorancia indolente tras sus
gafitas, pero Ayax... Ayax miraba al suelo evitando cruzar los ojos conmigo. 1

—Buena pregunta. ¿Dónde está tu querido Knight, Pipiolín? —me llegó la voz de uno de los
presos de la celda de al lado; ese moreno con el mechón rubio platino en la frente y la mirada
más afilada que hubiera visto hasta ahora. —¿Es que no te hace caso ya? Pobrecita ovejita recién
llegada al rebaño.
—Métete en tus asuntos —le espeté malhumorado volviéndome hacia el francés, quien me
cogió de la muñeca y me obligó a sentarme rápidamente a su lado mientras me chistaba.

—¿Cómo se te ocurre decirle eso a Fear? —me riñó en voz baja, con las mejillas pálidas y una
alarmada expresión en los ojos. —¿Quieres ser el próximo nombre de su lista negra?

—¿Tiene una lista negra? Pues qué subidito lo tiene.

—No seas idiota; es uno de los más peligrosos de Barroteferro. ¿Nadie te ha advertido?

—¡Ahm! —Ahora fui yo quien sintió la sangre huyendo de la cara. ¡Era este! Es cierto, Apolo me
advirtió contra él y su grupo, y yo había sospechado que se trataba del presidiario de la celda
contigua. —Que sí, lo siento; llevaré más cuidado. —Sacudí la cabeza y traté de cambiar de
tema. —¿Dónde está Knight? No le habrás contado nada de lo de... de lo de la mamada,
¿verdad?

—¿Qué? ¡No! Claro que no, no es asunto suyo. Él está en un pedido ahora mismo —me informó
directamente, sin adornarlo ni endulzarlo, esbozando una amplia sonrisa que a todas luces se
me antojó forzada.

—¿Qué?

—Lo que has oído. Le han pedido y necesita los puntos; se ha quedado a cero tras conseguirte
esa tablet.

—No, si eso lo entiendo; pero... —mi respiración se aceleró y noté que estaba apretando los
dientes demasiado. —Por el esfínter impoluto de Yisus... —mascullé agarrando la sábana y
aplastándola entre mis dedos. ¡Me sentía insultado!
—¿Qué?

—Pero... ¿por qué lo ha hecho? O sea, justo ahora; justo hoy que íbamos a... Has hablado con él,
¿no? Le has contado el malentendido, cómo he cambiado de opinión respecto a él, y que quería
pedirle disculpas y que quizá podríamos... quizá... ¿¡y se va a follar por ahí!?

Hice mención de levantarme, pero Ayax me retuvo con la mano en mi hombro.

—Calme* ["calma" en francés]! Alexcito nerviosito; esto de los pedidos no es tan fácil de evitar, y
menos aun cuando ya se han aceptado hace días. Hay consecuencias por confirmar un pedido si
luego pasas del cliente cuando se ha desplazado hasta el lugar. Son castigos... poco agradables y
bastante crueles. 2

—¡Bah! Castigos... —escupí la palabra sin poder quitarme la imagen mental de mi querido
neoyorkino follándose fuertemente a algún pedazo de mierda putero que había pagado por él,
sonriéndole y dedicándole ese delicioso hoyuelo de su mejilla izquierda que yo deseaba que
fuera sólo para mí. —¡Pues que le den bien dado a Knight!

Ahora sí me escapé de su lado y me dirigí hacia la puerta de barrotes de la celda que se había
cerrado automáticamente hacía pocos segundos. Empecé a buscar hacia los laterales esperando
ver a uno de los celadores que paseaban por allí en ruta.

—¿Qué haces? ¡Ven! —me llamó el francés. —Deja que te lo explique, que parece que no lo
entiendes.

—No necesito que tú me des sus explicaciones, ¿vale? Además, lo entiendo muy bien: aquí nadie
puede dejar los pedidos de lado, todos pasan por el aro, ¿no? —Por fin localicé a uno de los
guardias allá y lo llamé con voces y aspavientos hasta que me localizó y se encaminó hacia mí,
para comprobar lo que quería. —Pues yo no seré menos.

—¡Espera, loco! —me pidió Ayax acercándose hasta mí, alarmado al ver los seis papelitos en
forma de post-it que había sacado de mi bolsillo. —Alexcito... ¡Alex!
—¿Qué ocurre? —preguntó el celador, muy cerca ya de nosotros.

—Le ruego tome estos pedidos que acepto, y los entregue de mi parte en recep... —expliqué
extendiendo mi mano hacia él con las pequeñas cartulinas; pero Ayax empezó a forcejear
conmigo y también metió sus brazos entre los barrotes para robármelos.

—¡Vas a hacer una tontería!

Empecé resistiéndome cuanto pude, manteniéndolos alejados de él, pero el francesito de las
pecas me susurró "cosquillassss" en tono socarrón y me picoteó en el lateral del abdomen de
forma inesperada provocando que me encogiera instintivamente con un gemido. Me arrebató
varios papeles, pero el guardia llegó por fin y consiguió tomar los dos que aún conservaba entre
mis dedos.

Él celador se nos quedó mirando con cara de pocos amigos, a mí casi de rodillas en el suelo y a
mi compañero aparentando inocencia dos pasos atrás, escondiendo cuatro de mis pedidos tras
su espalda.

—¿Todo bien, o necesitáis que entre para comprobarlo? —El tono del funcionario de prisiones
parecía más bien una advertencia.

—Todo bien, agente... emmm... guardia Agassiz —respondí leyendo la placa de su pectoral; ¿qué
estúpido nombre era ese? —¿Podría hacerme el favor de llevar esos pedidos a recepción? Es mi
primer día y se me ha hecho como tarde para entregarlos ¿sabe?

Tras unos momentos de meditarlo, Agassiz asintió lentamente mientras abría la celda.

—Porque es tu primer día, Pipiolo, pero a partir de mañana te buscas un momento en tu tiempo
libre para llevarlos antes de la clausura nocturna. ¡Venga, ve!

—¿Voy yo? —Eso me cogió por sorpresa. —O sea, salgo... ¿Salgo de la celda?

—¡A recepción! Izvekov te espera allí.


Cerró la puerta tras de mí y me acompañó hasta el acceso de las escaleras hacia los pisos
superiores, donde me entregó de vuelta las pequeñas cartulinas para que las llevase yo. Aún
alcancé a ver allá lejos la compungida mirada de Ayax acompañando el gesto que me hizo con un
pulgar hacia arriba, como si quisiera darme ánimos.

Aún no entendía por qué me había quitado varios de mis pedidos, puesto que él no podía
usarlos; estaban a mi nombre y me habían pedido específicamente a mí. Fuera como fuese,
ahora tenía mi oportunidad para devolverle a Knight el desprecio de haberse largado a follar
justo cuando podíamos estar empezando algo. +

«Si él pasa de mí, ¡que le jodan! Yo pasaré de él doblemente».

XXII

Caminaba con paso firme hacia donde recordaba que estaba situada la recepción.

Subí al Tártaro y lo recorrí tan rápido como pude, aunque un chico que lucía sus grandes
músculos sin camisa apoyado en la puerta de barrotes que daba al pasillo, me increpó:

—¿Dónde vas tan rápido y tan solito, caperucita? Si te has perdido, puedes dormir conmigo. 2

Aún cabreado por la grandísima afrenta que sentía haber recibido por parte de mi compañero de
celda, ni me molesté en responder a este mastodonte cuyos rasgos faciales insinuaban que se
había ciclado demasiado en el gimnasio; simplemente elevé mi mano izquierda mostrando los
dos pedidos.

—¡Chicos, el Pipiolo va a estrenarse!

Intenté ignorar como pude el clamor burlesco como de monos en celo que se levantó entre los
habitantes de este nivel (cuyas celdas más amplias, menos pobladas, más cómodas y más
íntimas que las nuestras me llenaban de envidia), y subí por las escaleras del lado contrario hacia
el Olimpo.
Ayax me había animado esa misma tarde a adaptarme, a ceder, a aceptar algunos de esos
pedidos y a no tomarme tan a la tremenda el asunto de que el sexo fuera la moneda de cambio
en Barroteferro. ¿Por qué ahora consideraba una tontería que fuera a aceptarlos? Una tontería
tan grande como para robarme cuatro de ellos.

Por un momento volví a acordarme del sexo oral que había tenido con nuestro compañero
francés y me dije si no estaría yo exagerando mi reacción al saber que Knight había acudido a
realizar uno de esos pedidos; al fin y al cabo, aún no habíamos hablado y no éramos novios ni
nada así. 2

Al momento decidí que no estaba exagerando, ¡para nada! Cuando Ayax y yo lo hicimos, aún no
me había regalado la tablet, aún no sabía yo nada de que le gustaba especialmente ni que tenía
posibilidades reales de tener algo con él. Pero en este momento, Knight sabía que yo le
correspondía, que podíamos comenzar... y había preferido "cumplir" con la prisión. ¡Se estaba
follando a otro ahora mismo! 1

Aún podía recordar las sensaciones que su gran rabo húmedo de su propio jugo deslizándose por
entre el viaducto que se formaba entre mis nalgas. Ayer me calentó como a un perro en celo,
pero... ¡ni siquiera habíamos tenido sexo en condiciones!

¿Eso fue ayer? Negué con la cabeza mientras resoplaba. Me parecía que habían pasado semanas
desde que llegué debido a todo lo que me había ocurrido, como si hubiera sido arrastrado por
un carrusel de emociones que giraba y giraba... hasta que ahora me había encallado entre celos,
rabia y sed de venganza. 1

Subiendo los escalones de dos en dos, hojeé las pequeñas cartulinas como post-its y se me
ocurrió darle la vuelta a una de ellas.

—Somnophilia... ¿eso qué es? —Si tuviera acceso a internet, ya habría googleado este término
para ver que significaba, pero sólo pude elucubrar que debía tener algo que ver con el sueñ, que
en latín se debía decir precisamente "somno". ¿Qué hacía esta palabra justo detrás de esta
cartulina de pedido? Si la hubiera visto antes, hubiera preguntado. 1

Me detuve justo a punto de entrar en el Olimpo al entender que, con toda probabilidad, era una
descripción de lo que dicho cliente pretendía realizar en el pedido que me había mandado.
Somnofilia... ¿quería follar como en un sueño? ¿Quizá con luz tenue, música agradable y muchas
caricias? ¿Quizá quería hacerlo tras colocarse con un porro? Bueno, no sonaba tan mal si se
trataba de eso. Aunque quizá era alguien que se hacía pajas mientras otro tío le contaba lo que
había soñado esa noche, ¿quién sabe? 5

Aquel pasillo era mucho más tranquilo que el de abajo, puesto que las puertas no eran de
barrotes sino hojas macizas de madera lacada de calidad. Ahí dentro, los Dioses del Olimpo
debían reposar sus gloriosos cuerpos... o quizá estar atendiendo más de esos pedidos. No tenía
muy claro cómo funcionaba el asunto de los Dioses, pero algo debían hacer por la prisión para
mantener su estatus; no debía ser suficiente con ser extremadamente guapo.

Con lo rabioso que estaba, se me ocurrió que si echase un polvo con una de estas "divinidades"
podría poner muy celoso a Knight; pero luego pensé que quizá yo no era lo suficientemente
bueno para que uno de estos quisiera bendecirme con su favor sexual. Y no sólo eso, quizá ni
siquiera tenían permitido follarse a los mindundis del Hades. Y yo era uno de esos mindundis.

Acaricié la puerta cuyo símbolo en forma de un arpa dentro de un sol dorado la marcaba como
propiedad de Apolo, y me dije que ahora mismo me encantaría poder contarle mi situación y
obtener un poco de su sapiencia. Pero no me sentí con ánimos de importunarle. Él apareció ante
nosotros cuando quiso, y me daba la impresión de que el griego volvería a contactar conmigo
cuando él creyera que yo estaba preparado para saber más de toda esa información que había
insinuado poseer.

Suspirando, continué adelante mientras daba la vuelta a la otra cartulina por si también ponía
algo, y... efectivamente: Dark Crowd. Según mis conocimientos del idioma sajón, esto significaba
algo así como "multitud oscura". 9

—¿Hola? O sea... Podrían ser más claros. 2

¿De qué serían los otros pedidos que Ayax se había quedado? Quizá debía habérmelo tomado
con más calma; haberlos leído, haber preguntado por estas palabras que ponían detrás y haber
elegido los que más podía tolerar.
¡Ah! Ahora lo entendía. El francés había pretendido que hiciera eso precisamente; que no dejase
al azar la práctica sexual que iba a realizar, sino que escogiera por mí mismo según mis gustos y
mis límites.

Empezando a sudar por el largo recorrido y por mi situación anímica, casi ni me percaté de que
había llegado a mi destino hasta que el pasillo se iluminó potentemente y una persiana de metal
se abrió en la pared para permitirme ver a Izvekov allá dentro, tras un cristal blindado que había
permanecido oculto hasta ahora.

—¡Ah! Hola. Digo... Hello.

—Alejandrro Sanchiss... —paladeó mi nombre leyendo algo en el ordenador con ese acento ruso
que ya conocía. —Me han informado por radio que trae usted algo para mí.

—Eh... sí. —Alargué lentamente mi mano hacia la pequeña ventanilla con cajón de metal por el
que podía entregársele objetos al vigilante de la recepción, dudando de repente si estaba
haciendo lo correcto. ¿Acaso no iba a iniciarme como sucedáneo de chapero con el único
objetivo de fastidiar a un tío que, en realidad, no era nada mío?

—¡Venga! No tengo toda la noche —me espetó con un tono muy duro, y el sobresalto me llevó a
dejarlos en aquel cajón que, inmediatamente, se desplazó hacia dentro permitiendo que Izvekov
los tomase y los leyera. Al momento, empezó a teclear en el ordenador. 2

—Bueno, pues... yo ya me voy. Ya me avisarán uno de estos días, cuando los clientes vengan. —
Esperaba tener tiempo suficiente para informarme de lo de la "somnofilia" y el "dark crowd"
antes del momento, y quizá incluso enterarme de cómo retirar mi aceptación del pedido si dicha
práctica no me convencía. Si el cliente aún no había empezado su viaje, no podían enfadarse
conmigo por retractarme, ¿no? 2

—Usualmente es necesaria la firma del recluso cuando acepta el pedido y entrega estos papeles
a un guardia; pero, puesto que me los ha traído usted en persona, no será necesario. —Imprimió
un par de etiquetas y me las pasó por el cajoncito. Las tomé y fruncí el ceño al leer la primera de
ellas: P0P5 23:45h. —Vaya usted a prepararse —me aconsejó con seriedad, metiendo las
cartulinas en un destructor de papeles pues ya había metido los datos en la computadora.
—¿Cómo que a...? ¿Qué vaya a prepararme? Se refiere a que vuelva a mi celda para dormir, ¿no?
4

—No. —La seriedad de su mirada se enfocó en mí. – Me refiero a que vaya usted a prepararse
para su primer pedido. Los aseos más cercanos están siete puertas a tu derecha. Dúchese, lávese
bien los bajos y hágase una lavativa también. Si no sabe cómo hacérsela, hay un manual al lado
de la ducha. Tiene usted media hora —informó señalando el primer reloj que veía en
Barroteferro desde que llegase, uno digital situado en la pared del fondo a su espalda. Marcaba
las 23:13 h.

—¿Cómo? Pero... no entiendo. Si acabo de darle los pedidos, ¿cómo van a estar ya aquí los
clientes? ¿Y qué es eso de P0P5?

—Eso significa Planta 0, puerta 5. La planta cero está un nivel por debajo de donde tiene usted
su celda, señor Sanchiss. En cuanto a su pregunta sobre los clientes, eso es política interna de las
instalaciones y no tengo que por qué darle explicaciones. —No fue adrede, pero creo que mi
expresión se llenó de una confusa aflicción tan intensa que le ablandé un tanto al ruso. Resopló
negando con la cabeza mientras farfullaba algo así como "novato", y luego me informó: —Las
personas que han realizado dichos pedidos, son clientes habituales de Barroteferro. Llevan aquí
desde hace unos días y aún permanecerán aquí otros tantos; es como... si este fuera su destino
de vacaciones. Ha tenido usted suerte, Sanchiss; quería estrenarse esta noche, y así será.

—Sí, mucha suerte.

—Mis más sinceras felicitaciones. Ha tomado usted la decisión correcta al empezar a adaptarse
al modus operandi de esta institución. Y ahora, no pierda más tiempo.

Iba a responderle cuando cayó abruptamente la persiana con el panel que ocultaba la recepción
disimulándola con el resto del pasillo, y me quedé allí a solas, con mis tickets en la mano y los
testículos encogidos por un miedo que me empezaba a asaltar. Definitivamente, había hecho el
tonto al aceptar acudir a estas sesiones tan impetuosamente. 2

—Tenía que haberte escuchado, Ayax.


Como si las piernas me pesasen cien kilos, caminé lentamente hasta el aseo que Izvekov me
había indicado y comencé a prepararme con dificultad, pues las manos empezaban a temblarme.

—Ahora mismo podría estar durmiendo plácidamente en mi cama —mascullé—. ¡Por el


maloliente taparrabos de Yisus! Si es que soy tonto... 9

Al salir de la ducha, me encontré con que había un tipo del personal de la prisión esperándome
con bata blanca de plástico, mascarilla que le cubría nariz y boca, guantes de plástico y gorrito
blanco.

—¿Hola? ¿Qué pasa?

—Servicio de limpieza. Me aseguraré de que todo está correcto. Acérquese y arrodíllese aquí.

Me quedé pasmado, pero obedecí permitiéndole que examinase mi cavidad bucal, que me
echase desodorante, que se cerciorase de la completa pulcritud de mis partes nobles (tanto por
delante como por detrás), y luego me peinó y me espolvoreó un chorrito de agua perfumada por
el pecho y la espalda.

—Gra... ¿cias?— Él tan sólo asintió con un cabeceo antes de coger ese maletín que contenía sus
"herramientas de preparación de presos para pedido" y salir de allí. Me sentí como una
habitación de hotel que acaba de ser esterilizada y desinfectada para un nuevo huésped.

Al cabo de un tiempo indefinido mirándome al espejo y tratando de centrarme, me di cuenta


justamente de que no tenía medio de saber cuánto faltaba para la hora de la "cita" con el
misterioso cliente. Quizá me castigarían si llegaba tarde o quizá me quitasen los puntos que
hubiera ganado al hacerlo.

—O sea, encima de puta, gratis... —renegué vistiéndome a toda prisa y saliendo hacia mi
destino.

Cinco minutos después, tras haberme perdido dos veces y haber requerido de la guía de un
celador, llegué frente a la puerta 5 de la planta 0. Agarrado al picaporte, noté que estaba
hiperventilando, pues interiormente batallaban mi miedo a lo que iba a suceder con mi
prudencia a no enfadar a las autoridades de Barroteferro. Ayax había dicho que los castigos por
dejar tirado a un cliente eran crueles... y no me gustaba la crueldad. Aún menos me gustaba si
esta recaía sobre mí.

Tras tragar el nudo que se me había formado en la garganta, abrí aquella puerta y deseé que, al
menos, me hubieran puesto al cliente de la sueñofilia antes, pues así comenzaría por lo suave.
Debía ser alguien cariñoso y simpático. Sí, seguro que lo era.

XXIII

Lo que ocurrió a continuación no calmó mi confusión en absoluto.

Había entrado en una sala pequeñísima con las paredes de color negro cuya única particularidad
es que tenía dos salidas en forma de estrechos corredores, uno hacia la izquierda y otro hacia la
derecha.

Me acerqué a uno de ellos y comprobé que el pasillo continuaba hasta bastante lejos, aunque
nuevos corredores salían de él cada poco. Se me vino a la mente la descripción que algún amigo
había hecho de uno de esos "laberintos" situados en los cuartos oscuros de algunos pubs gay, o
en las saunas. Debido a mi relación con Beni, yo no había tenido oportunidad de probar nada de
esto, aunque siempre había tenido curiosidad por comprobar cómo eran las profundidades del
"mundo gay" que tan morbosas se me antojaban desde afuera.

Justo entonces, las luces se apagaron por completo dejando encendidos unos diminutos leds
naranjas cada varios metros; su fulgor era extraño pues apenas iluminaban nada, pero
deslumbraban lo suficiente si los mirabas como para que los ojos nunca terminasen de
acostumbrarse a la oscuridad. Supuse que estas serían las luces de emergencia.

Asustado al pensar que los plomos de la cárcel habían saltado al quedarse el complejo sin
electricidad, retrocedí hasta la puerta para salir al pasillo y así esperar hasta que la situación se
solventase; pero, sorpresa, esta se había cerrado. Mi primera impresión de que la cerradura
electrónica debía haberse atascado dio paso poco a poco a una conclusión más lógica.

—Esto debe ser parte del pedido —murmuré sorprendido. Parece que iba a probar lo que era un
"laberinto gay" después de todo. 1

Nervioso a más no poder, solté una risita histérica y elegí el pequeño pasillo de la izquierda
valiéndome del tacto mediante mis dedos en las paredes mucho más que de mis inútiles ojos.
Cuanto antes acabase con este asunto, antes podría irme a la cama y olvidarlo.

Supuse que esto era lo de "dark crowd", porque más "dark" que esto era imposible; pero ¿dónde
estaba la "crowd"? La finalidad de un laberinto era encontrar la salida, o su centro, ¿verdad? Así
que intuí que allí encontraría al cliente, con quien debía tener algo de sexo. Me resultaba muy
extraña la afición que alguien pudiera tener con este tipo de sitios. ¿De verdad alguien se
excitaba por hacer que su amante cruzase un laberinto antes de tener sexo?

Izquierda, derecha, recto, izquierda... pretendía avanzar en una misma dirección, pero a los dos
minutos había sobrepasado los límites de mi sentido de la orientación y ya no tenía ni idea de
dónde estaba. Además, lo que me terminó de alterar fue una mano anónima salida de la nada
que de repente se agarró a mi paquete con sensual fervor. ¿Era este mi cliente? ¿Había llegado al
lugar correcto por pura suerte?

Entre el manoseo, la extraña situación y que, recordemos, me estaba sintiendo bastante forzado
a pasar por esta experiencia, mi sexo se endureció rápidamente y aquellos dedos recorrieron con
maestría el mango de mi rabo desde la base hasta la cúspide, apretándome el glande
intermitentemente a través de la tela de mi ropa. Otra mano se metió por la parte de atrás del
camal de mis pantalones, asaltando mi ropa interior en busca de mi más íntima hendidura.

Resoplando, me apoyé en la pared y me quedé muy quieto, dejándome hacer con las mejillas
ardiendo, ya que pensaba que esa era mi obligación en esta tarea que me había autoimpuesto
sin pretenderlo. Sin cesar en sus indecentes caricias, su boca se acercó a mi oído para susurrar
algo.

—Debes continuar avanzando, Pipiolo. Debes llegar al centro... o te haremos de todo aquí, y ni
siquiera recibirás tus puntos por el pedido. 7

Tardé unos segundos más en comprender lo que me había dicho (lapso de tiempo que el
misterioso sujeto aprovechó para introducirme parte de un ensalivado dedo en el recto), y
entonces me aparté de él de un impulso y seguí avanzando. ¿Acaso no era ese mi cliente? ¿Quizá
lo era, pero la condición para que me dieran la recompensa pasaba por encontrar el buen
camino?

Seguí avanzando a trompicones, pero podía escuchar claramente que mi misterioso asaltante me
seguía de cerca y, en cuanto dudaba unos segundos ante una encrucijada, sus manos me
agarraban de las nalgas.

—¡Por el coño piojoso de viry...! —maldije por lo bajo zafándome de su agarre, pero a los pocos
segundos me choqué de frente con un cálido cuerpo musculoso por delante. ¿Me había
adelantado el cliente y ahora estaba justo delante, taponando el paso en esta dirección? Al
momento, las manos de antes me agarraron el culo de nuevo por detrás, pero el de delante
seguía ahí, con lo que deduje acertadamente que al menos había dos tíos conmigo en este
laberinto. ¡Ohmaigad! 5

Intentando ignorar el manoseo cada vez más lujurioso y atrevido de mi persecutor, quise
encontrar un hueco por el que pasar y, paseé mis manos por el torso del hombre que me
bloqueaba el paso; lo noté fuerte, velludo y desnudo. Bajé sus manos por su trabajado vientre,
llegué hasta el vello púbico y allí noté la dureza de un buen miembro en erección que recorrí con
los dedos a la vez que empezaba a salivar. ¡Esto me estaba poniendo!

—Es... ¿es aquí el centro del laberinto? —pregunté a la oscuridad, rogando que este fuera mi
cliente, ya que el de atrás me había agarrado de la nuca y me presionaba suave pero firmemente
para que me arrodillase y empezase a mamar lo que se me ofrecía.

—No.

Aquella escueta respuesta me devolvió a la realidad y supe que, si cedía a mi excitación y me


quedaba allí a disfrutar sumiso de estos dos, no habría cumplido con mi cometido. Palpé las
paredes a mi lado (mientras yo era palpado sin piedad por estos muchachos sin rostro) y
encontré un corredor a mi diestra que no había descubierto hasta ahora. Con algo de esfuerzo
conseguí soltar aquellas ansiosas manos de mi cuerpo y traté de alejarme de ellos tan rápido
como pude avanzar con seguridad a través de aquellas penumbras.

Tuve que esquivar a otros dos hombres que me crucé allí en un pasillo pagando el peaje de un
beso de tornillo robado y varios lametones en los huevos que consiguieron extraerme los
mismísimos de los cortos pantaloncitos por la parte baja de la pernera. Empecé a entender lo de
"multitud oscura"; ¿cuánta gente había aquí dentro? ¿Todos eran clientes? ¿Eran celadores,
otros presos o gente invitada por mi verdadero cliente? A base de tirones y agarres, ya me
habían arrancado la camiseta y llevaba los pantalones desabotonados colgando por las rodillas.

Llegué hasta un tramo del pasillo negro en que ya no salían más pasadizos en ninguna dirección,
pero esta calleja iba doblándose en espiral sobre sí misma y empecé a albergar esperanzas de
que mi destino estuviera cerca. Apreté el paso para alejarme de aquellos abusadores anónimos
que me perseguían mientras intentaba sujetar los restos de mi ropa como podía, pero también
tenía que esquivar a algún otro que todavía me asaltaban desde delante. Consiguieron
retenerme lo suficiente como para terminar de arrancarme cualquier cobertura que aún me
quedase, a excepción de mis zapatillas y mis calcetines (dejándome completamente expuesto y
con una erección más dura que el acero).

¡Eran demasiados! Había manos intentando sujetarme de las muñecas, de la cintura, del cuello,
e incluso agarradas a mi miembro; querían impedir mi avance y que me rindiera a ellos y a mi
excitación; pero yo quise creer que ya estaba cerca de mi objetivo y me forcé a avanzar en medio
de jadeos y descargas de placer, intentando sacar aquellos dedos que violaban mi esfínter y
apartar aquellos labios que ya degustaban mi glande. 2

Tras un último esfuerzo, por fin me solté y llegué hasta... ¡un callejón sin salida! ¿Todo este
esfuerzo para llegar a un punto en donde sólo podía retroceder y desandar mis propios pasos,
exponiéndome de nuevo a aquella legión de cuerpos, manos, bocas y penes que querían rozarse
conmigo? Se me escapó una nueva risita nerviosa, pues dudaba poder escapar de nuevo de toda
aquella gente sin que llevasen al orgasmo a mi pulsante miembro pleno de escandalosas
fantasías que hasta ahora no conocía.

No se me acercaban aquí, así que supuse que sabían que tenía que retroceder forzosamente y
me estaban esperando; mi cliente también me estaría esperando en algún punto del laberinto,
así que suspiré y... me lancé de nuevo entre aquellas sombras ardientes de apetito voraz.

El sobeteo comenzó de inmediato, pero podía ir avanzando unos pocos centímetros cada
segundo mientras notaba toda clase de estímulos anónimos sobre mi cuerpo: masajes, caricias,
chupeteos, lametones... Intentaban apresarme, aunque no apretaban tan fuerte como para que
no pudiera ir soltándome si me esforzaba un poco.

Pero la atmósfera pareció cambiar de repente. Las presas en mis muñecas, brazos y tobillos se
hicieron férreas, y los cuerpos sudorosos de aquellos muchachos se habían acumulado de tal
manera que me fue imposible moverme ni un milímetro más por mucho que empujé, ni para
adelante ni para atrás.

—Dejad... ¡Dejadme pasar! El cliente me espera en alguna parte de este puto laberinto y...
¡Ahhh...! ¡No! O sea, venga, tíos, un poco de pied... ¡Deja eso! ¡Oye...! ¡Oh! ¡OooOoOhhhh...!

No me hacían caso, no me respondían, no me soltaban... pero bien que me estaban comiendo la


polla, chupando los huevos, lamiendo mi ojete, acariciándome por todas partes, e incluso uno
de ellos metió dos dedos en mi boca y empezó a follármela jugueteando con mi lengua. Me sentí
completamente humillado, a merced de todos esos hombres anónimos que hacían conmigo lo
que querían; quizá el infierno fuera algo así... o el cielo, ya no sabía qué pensar. 2

Ambos agarres en mis piernas hicieron fuerza hacia el exterior a la vez provocando que me
abriera bastante; al momento, algo que sólo podía ser el extremo de un suave, lubricado y
pétreo miembro viril se posicionó contra mi esfínter, empezando a empujar cada vez con más
fuerza en mis debilitadas defensas traseras.

—¡No! —Sacudí la cabeza para sacar aquellos dedos de mi boca y conseguí protestar: —Tengo...
¡tengo un cliente esperando! —la intensidad del trabajo oral que alguna boca me estaba
regalando, se intensificó. —¡AAaaahhh! —Era muy curioso que todo estuviera en silencio a mi
alrededor excepto por mis propios gemidos y el constante rozar de pieles sudorosas y húmedas
bocas exploradoras.

Nunca había pensado que yo pudiera sentir una excitación tan grande como para que anulase mi
voluntad y me convirtiera en un simple muñeco abandonado a lo que quisieran hacer conmigo,
pero eso mismo me estaba sucediendo ahora. Dejó de importarme Knight, el cliente, mi
dignidad o siquiera mi propia seguridad. Además, saber que, con toda probabilidad, ese
miembro que me invadía no llevaba condón, me robaba el aliento por el morbo.

—Pequeño maricón en celo, te voy a preñar —me susurró alguien al oído a la vez que aquella
mano volvía a humillar mi boca—. No sabes cómo me pones, y voy a tener la suerte de ser el
primero de todos. Ni siquiera sabes quién te está follando, pero ya te da igual, ¿verdad? Has
nacido para recibir pollas en tu culo, putito; para tragarte el semen de desconocidos, para que te
dominen y te coloquen en tu sitio: sumiso y con las piernas abiertas. Te lo voy a reventar. 3

Al tener la mente bastante confundida y dispersa debido a las múltiples sensaciones que recibía,
apenas entendí menos de la mitad de aquellas frases en inglés que me dedicaba ese alguien
situado a mi espalda, pero intuí que tenían un tono insultante destinado a vejarme y ¡me gustó!
Me odié a mí mismo, pero me encantaba toda esta situación en donde mi cerebro ya no regía y
mis actos no pertenecían a esta personalidad mía que, en el sexo, suele ser tan apocada,
conservadora y temerosa. Había perdido el control por completo.

En algún momento me asaltó la idea de que este que ahora actuaba como si fuera mi dueño,
quizá ni siquiera fuera mi cliente... pero ya daba igual, pues no podría escapar ni queriendo. Al
menos, más adelante supe que, efectivamente, había cumplido con mi obligación en este
pedido, por lo que debía haber permitido el acceso a mi interior a la persona adecuada.

Obviamente, me es imposible calcular el tiempo que estuve prisionero de aquella marabunta de


machos que me apresaban e inmovilizaban, a merced de, según pude comprobar, una única
persona que se ocupó de follarme bien follado en varias posiciones. Era como si todos aquellos
muchachos estuvieran allí únicamente para facilitarle su tarea.

Desde aquel agarrón final, sólo él me penetró, sólo su semen me recorrió las entrañas y fue su
boca la que me extrajo el "jugo de Alex" para tragárselo como si fuera agua pura de manantial.

—¡Ohmaigad! ¡Ohmaigad! ¡Ohmaigad! ¡Ohhhmmm...!

Mareado, confuso y agotado, me encontré como flotando en una nube de sensaciones de placer,
vergüenza y lúbrica suciedad pringosa. Apenas noté cómo algunos de esos anónimos muchachos
me fueron guiando por el laberinto durante unos minutos hasta llegar a la sala negra por la que
accediera a este lugar. Allí me abandonaron y la puerta se abrió automáticamente a la vez que se
encendían las luces, permitiéndome ver que, en un rincón, me esperaba una bolsa de plástico
conteniendo un uniforme de Barroteferro completamente nuevo; sobre ella habían colocado el
ticket del último pedido que me faltaba por cumplir.

Casi sin pensar, seguí mis impulsos cogiendo aquella bolsa y dirigiéndome al primer aseo que
encontré para evacuar lo que me habían inyectado, ducharme y vestirme.

Estaba tan cansado que quizá no hubiera podido adecentarme correctamente, pero otro de esos
del "personal de limpieza preparatoria" de la cárcel me esperaba para cerciorarse de que
estuviera perfecto hasta el último detalle, Con toda probabilidad, el precio que el "cliente" había
pagado por este próximo encuentro conmigo incluía que el producto (yo) le llegase en perfectas
condiciones, limpio, ordenado y desinfectado.

Mientras hacía su trabajo conmigo, yo tuve algo de tiempo para pensar.

Querría decir que me sentí triste, sucio por dentro, derrotado y corrompido por haberme visto
envuelto en el asalto del laberinto, pero no fue así. En realidad, me sentía encantado por haber
tenido esta experiencia, y desprecié a mi exnovio por haberme privado de disfrutar de prácticas
como esta con aquella relación sin futuro.

Miré de reojo al techo, a la cámara que me apuntada en lo alto, y supe que no quería que nadie,
ni siquiera los guardias, supiera lo mucho que había disfrutado, así que compuse un gesto de
falsa contrición y suspiré como entristecido.

—¡Oh! Qué mal todo. ¡Oh, no...!

No supe si había sido convincente, pero mantendría mi disgusto ante cualquiera que pudiera
insinuar que había gozado siendo tan profundamente usado, humillado y controlado. Como dice
un dicho de mi país: "Puta en la cama, pero Señora en la calle", ¿vale?

Al ver mi reflejo en un espejo cercano, empecé a entrever una verdadera tristeza extraña en lo
profundo de mis ojos que aún no había procesado; tuve que apartar la mirada y respirar con
calma durante unos segundos para no derrumbarme. Ojalá que, al día siguiente, todo esto no
terminase afectándome más de lo que pudiera soportar.

Y el segundo ticket me citaba según lo siguiente: "P0P16 – 02:45". Tuve que preguntar al
"técnico de mantenimiento de presos" (o fuera cual fuera su rango) para entender que me
quedaba menos de un cuarto de hora hasta presentarme ante mi siguiente y último cliente de
hoy. También le pregunté si era obligatorio o podía postergarlo a mañana; me confirmó que la
cita no era opcional, una vez aceptado el pedido. 2

"Chúpate esa Knight, que tu habrás follado con uno, pero yo he estado en una mega orgía"
pensé con una sonrisa malévola, apartando a puntapiés los tristes gritos de protesta con que mi
conciencia trataba de arruinarme la noche.

XXIV

Por muy ilustrativo que hubiera sido el pedido previo al respecto de mis gustos e impulsos, si
acudí a esta segunda sesión fue tan sólo por miedo a las consecuencias de plantar al siguiente
cliente; y es que mi cuerpo y mi mente me pedían unas vacaciones después del tremendo
esfuerzo que había tenido que realizar huyendo, tratando de escapar de aquellas manos como
tenazas de hierro y finalmente sucumbiendo ante las lúbricas atenciones de aquella gente.

¡Demasiadas emociones para mi primer día en Barroteferro! Aunque técnicamente, ya era mi


segundo día por la nocturna hora en que debía acudir a la P0P16.

—Ahora... el de la "somnophilia".

Acudí ante aquella puerta pensando en distintos sueños que pudiera recordar de estas últimas
semanas para poder contárselos al sueñófilo este, por si era el modo en que funcionaba dicha
práctica. También me conciencié a pasar un rato entre vapores, con aromas de incienso, caricias,
mimos y cualquier otro tipo de interacción que pudiera llevar a tener sexo "como en un sueño";
incluso acepté que el tipo quizá querría que nos emporrásemos fumando marihuana o algo así.
Ojalá hubiera estudiado más a fondo las filias existentes antes de ingresar en esta institución
penitencia, porque me iba a enfrentar a algo que no me esperaba para nada. 1
La hoja de metal se abrió automáticamente permitiéndome el acceso a una pequeña habitación
de dos por dos metros, con una cómoda silla en una esquina flanqueada por una mesita.

Dicha mesa sostenía un vaso y una botella con refresco de cola light, además de un letrerito que
ordenaba: Drink me ["Bébeme"]. La sed en conjunción con mi necesidad de algo de cafeína que
me mantuviera despierto me llevó a obedecer sin la más mínima duda. Supuse que esta era una
sala de espera a donde vendrían a buscarme cuando el cliente estuviera preparado. 1

Me senté, destapé la botella (¡estaba fresquita!), me serví un buen vaso y me lo bebí del tirón,
regocijándome en el sabor, el frescor y las cosquillitas del gas. Puede que llevase muy poco
tiempo en esta cárcel, pero no había visto este tipo de refrescos en el comedor y ya lo echaba de
menos como si hiciera años desde que me tomase la última.

Me acomodé en la silla con una atontada sonrisa feliz y... lo último que recuerdo es el sonido del
vaso al golpear el suelo. Sabía que me estaba durmiendo, pero me daba igual. Cuando el cliente
estuviera listo, que me avisase. 3

***

Desperté igual de feliz que me dormí, igual de atontado e igual de cansado (o así me sentí); pero
estaba muy cómodo tumbado en esa cama, con la cabeza apoyada en aquel poderoso brazo. Me
sentía protegido por aquella mano que sujetaba mis caderas y por el cálido contacto con aquel
duro y fibroso cuerpo viril a mi espalda. Incluso podía notar un miembro morcillón apalancado
entre mis nalgas que alentaba la matutina erección de mi propia desnudez.

¿Esto era una cama? ¿Estaba durmiendo junto a alguien?

Durante unos instantes me olvidé de todo lo que me había ocurrido y creí que Benito me
abrazaba mientras dormíamos en nuestra cama del piso compartido en Madrid; pero dicha
ilusión se desvaneció rápidamente tan pronto fui observando todos los detalles.

Beni no tenía brazos así de fibrosos y duros, y ese masivo nabo de carne que se abrigaba entre
mis glúteos era ciertamente mayor que el de mi novio... mi ex novio. ¡Ah! Cierto, habíamos
cortado.

Por fin recordé todo lo de mi condena por supuesto terrorismo (algo que, a día de hoy, todavía
me parece ridículo en grado máximo) y de mi ingreso en prisión.

Esta cama... ¿Estaba yo en el Hades? ¿En mi catre? Al levantar la vista, pude notar las lejanas
luces de led que iluminaban mínimamente los pasillos para que los guardias pudieran realizar
sus nocturnas y sigilosas guardias, vislumbrando las siluetas de algunos barrotes y literas aquí y
allá. Efectivamente estaba en mi celda.

¿Con quién dormía? Ni tres segundos desde que me lo planteé fueron necesarios para identificar
al muchacho que, justo la noche anterior, ya me había abrazado de la misma manera. Estaba con
Knight... ¡Desnudos! 3

Debí despertarle con mi respingo, porque la mano de su cadera se desplazó hasta mi pecho y me
acarició mientras notaba sus atontados besitos distribuyéndose por mi nuca.

—¿Pipiolalex? ¿Has despertado? —susurró tan bajito y tan pegado a mi oído que nadie debió
escucharnos.

—Es Pipiolo. O sea, es Alex; simplemente Alex —le recordé de forma igualmente discreta.

—Claro, niñato.

Sacudí la cabeza para intentar alejar la lujuria que me inspiraba esa palabra de su boca, esos
labios en mi cuello, ese abrazo íntimo y protector sobre todo mi cuerpo, e hice un esfuerzo por
alejarme unos centímetros de él. Mi cama debería estar justo abajo y necesitaba pensar.

—¿A qué tanta prisa? —El estadounidense reforzó su abrazo tan pronto quise distanciarme y
volvió a pegarse a mí.

—Es que, verás... —Suspiré lentamente, intentando obviar el rabo cada vez más duro que
empezaba a restregarse contra mi entrada; mi dolorida entrada. ¿Por qué me dolía tanto?
Sabiendo que nunca podría hablar seriamente con él de esta manera, rodé ligeramente hasta
colocarme cara a cara sin haberme soltado de su abrazo en ningún momento. 2

La situación no se había solventado precisamente, pues ahora su miembro se había encajado


entre mis testículos y el mío resbalaba entre sus abdominales empezando a lubricarse de su
propia excitación. ¡No podía evitarlo! Estaba en pelotas abrazado en medio de la oscuridad con
el hombre que más me atraía de todos los que había visto en mi puñetera vida, y su aroma como
a almendras tostadas quemaba placenteramente en los pulmones. Para rematar, su mano me
acarició la mandíbula y noté sus labios cerrarse sobre los míos lentamente, besándome con una
tierna fortaleza que nunca antes había experimentado y que casi me arrancó una lágrima por
cómo me hacía sentir. 6

Sin embargo, fue precisamente eso lo que me permitió recuperar el control de mí mismo: mis
sentimientos por él; lo que había sentido cuando él se fue a follar con otros hace unas pocas
horas.

—Necesito hablar contigo. —Puse mis manos en sus pectorales y conseguí alejarle unos
centímetros para recobrar el aliento y la calma. —Si haces eso... —me refería a su mano
acariciándome aquí y allá —no podré concentrarme; y si no me concentro, no podremos
solucionarlo. —Se detuvo tan pronto escuchó esas palabras, posó la mano en mi cadera y allí la
dejó.

—Adelante, Alex; soy todo oídos.

—Bueno... —Antes de nada, necesitaba aclararme sobre mi situación. —¿Cuándo he vuelto a la


celda? 2

—Hace unas horas. No puedo ser más preciso, espero que lo entiendas.

—Sí. —Percibí un movimiento en una de las camas vecinas y reduje aún más el tono de mi voz.
—¿Quién me trajo?

—Dos de los guardias. Estabas durmiendo y te dejaron en la cama. Estabas... —la pausa que hizo
antes de la siguiente palabra incrementó su gravedad —drogado. Pregunté, y me dijeron que
despertarías a la mañana, sano y salvo. ¿Te sientes bien?

—Sí, sí... —comencé, aunque al instante supe que no me sentía ni tan sano ni tan salvo. Me dolía
mucho el trasero y sentía un agrio sabor en la garganta. ¿Qué me habían dado a beber en aquel
refresco de cola? 4

—¿Seguro?

—¡Oh! —Así que la somnofilia trataba de eso, de follarse a alguien que se había quedado
dormido o inconsciente. —Ohmaigad... ¿Qué me han hecho? No recuerdo nada. Esto es una
mierda.

—¿Lo elegiste a propósito? El pedido de la somnofilia, me refiero.

Negué con la cabeza notando que los ojos se humedecían; debió notar mis temblores porque me
abrazó de nuevo hasta que me calmé. ¿Por qué lloraba ahora? Lo cierto es que me excitaba la
idea de saber que alguien se había aprovechado de mí así, pero... querría poder recordarlo;
querría poder conocer qué es lo que me hizo y haber podido imponer mis límites. Si el cliente
me lo hubiera pedido, habría simulado estar dormido para que hiciera "sus cosas" e incluso
habría disfrutado en el proceso, vigilando lo que ocurría.

—No... no pasa nada —conseguí decir tras tragar saliva. —¿Y qué hago contigo? En la cama,
desnudos... ¿Me has hecho algo?

Aunque no podía verle la cara, pues el Hades no tiene siquiera ventanucos al exterior y las
ínfimas luces no clarifican la vista en absoluto, pude sentir casi físicamente la fría seriedad que le
había embargado.

—No te he hecho nada. Nunca te haría nada sin entender que así lo deseas.

—Lo sé, lo sé; perdona por preguntar. —Le creía; no por nada llamaban "Caballero" a este
chaval; discreto, educado, honorable... como un paladín bondadoso. Que estuviéramos en
medio de un abrazo erótico festivo no minoraba dicha opinión sobre él. Noté que sus músculos
se relajaban al aceptar mis disculpas.

—Los ruidos de los guardias al traerte nos despertaron y, cuando se fueron y te dejaron en el
colchón, los compañeros empezaban a discutir para meterse en tu cama. No creo que Ayax se
hubiera propasado contigo... o no demasiado, pero Faust y Brave te tienen bastantes ganas, y no
me fiaba. Me impuse y lo aceptaron.

Knight... ¿me había protegido durante el sueño? Noté cómo la comisura izquierda de mi boca
intentaba curvarse de felicidad, pero la obligué a permanecer quieta con gran esfuerzo.

—¿Te dijo Ayax por qué rechacé tu tablet? ¿Te dijo que luego cambié de opinión sobre ti, cuando
me explicó el motivo de aquellas peleas por las que has acabado en la cárcel?

—Aún conservo esa tablet. Es tuya, un regalo... sin importar si me quieres cerca o no. 1

Ahora sí sonreí sin poder evitarlo. Si me la hubiera ofrecido a cambio de algo, habría sido como
comprarme; pero así, era un obsequio inocente.

—¿Yo te gusto, Knight?

—¿Tú qué crees? —Su dedo índice se desplazó lentamente por mi esternón, de abajo arriba,
poniéndome la piel de gallina. —Claro que sí. ¿Y yo a ti?

—Me vuelves loco, ¿vale? —tuve que confesar lo evidente. Volvió a intentar besarme, pero
interpuse mi mano entre nuestras bocas. —¡Espera! No es tan simple. O sea, ayer ya sabías todo
esto... y te fuiste a follar con otros.

—Tú también —me la devolvió.

—¡Tú primero! —le recordé—. Y si me dio ese impulso loco de aceptarlos, fue precisamente por
saber que no te importaba lo que... en fin, lo que podíamos tener.
—¿Te ha contado Ayax de los castigos por incumplir un pedido aceptado?

—Sí, pero eso da igual. A veces hay que aceptar las consecuencias si algo merece la pena —le
expliqué lo que para mí era una verdad irrefutable.

—Uno de los castigos es la extirpación de un testículo —me informó con entonación neutral.
Noté cómo se me helaba la sangre. 14

Pero ¿¡qué diablos era este lugar!?

XXIV

Hasta el momento, la mentalidad de los empleados y dirigentes de Barroteferro me había


parecido desviada, aprovechada, ilegal y exagerada en cuanto al tema del sexo (debido a mi
primer "registro de cavidades" y al sistema de "puntos por polvos" que tenían montado aquí);
pero, muy importante, los tenía como personas razonables que cuidaban de los internos a su
cargo: la comida era buena y sana, las instalaciones salubres y funcionales, los hábitos
deportivos y creativos eran alentados, las enfermedades o dolencias eran tenidas en cuenta y
tratadas en la medida de lo posible... +

Y, sin embargo, ahora me daba cuenta de lo despiadados que eran cuando alguien perjudicaba
este sistema que tenían montado o simplemente intentaba mantenerse al margen. En un único
día había tenido noticia de la masiva violación de uno de los internos que había decidido no
participar en este ciclo de prostitución encubierta, y me acababan de llegar rumores sobre la
increíble gravedad que podían tener los castigos ejercidos sobre aquellos que deteriorasen el
ritmo de dicha actividad lucrativa. 3

—¿Estás bien? —me llegó el murmullo de mi compañero de cama. Debía haber notado que me
había quedado en shock.

—Yo... —negué con la cabeza, asqueado por lo que acababa de saber. Entonces se me ocurrió
que quizá Knight ya había sido castigado en el pasado y mi mano se dirigió por sí sola hasta sus
huevos palpando con cuidado. "Dios de todos los santos, las vírgenes y los sacrificios humanos
de los circos romanos..." empecé irreverentemente mi oración con lo primero que se me vino a
la cabeza; es lo que tiene no tener práctica en rezar. "...no permitas que le falte uno. Que tenga
los dos bien puestos, por favor. Concédeme este deseo, ¿vale? Tú concedes deseos a quien te
reza, ¿no? O sea, dicen que funciona así." 2

—¡Pfffff! —Al notar lo que estaba haciendo, el estadounidense apretó los labios en un intento de
contener la risa. —Tranquilo, niñato; lo tengo todo en su sitio, por ahora. Y me gustaría que
siguiera donde está, por eso no quise arriesgarme.

Suspiré aliviado, aunque no aparté la mano de su cálida entrepierna y proseguí lentamente con
el masaje.

—Lo entiendo, creo.

—Gracias —sus dedos me acariciaron la mejilla y noté cómo la piel de mi espalda se erizaba de
placer.

—Yo... Knight, no necesito regalos. No necesito cortes de pelo de moda, copas del bar o subir a
vivir al Tártaro. Podríamos... ¿no hacer nada con nadie más? ¿Podríamos pasar de todo eso?
¿Puedes tú?

—No es eso. Yo...

Las luces se encendieron y su intensidad creció gradualmente mientras sonaban los pitidos del
odioso despertador desde los altavoces.

—Hola, tortolitos. —Al momento, unos despeinados cabellos pardos emergieron del lateral de la
cama junto a los pícaros ojillos azules de su pecoso propietario. —¿Habéis pasado buena noche?
—preguntó Ayax con una gran sonrisa burlona. Knight le dio un empujón apoyando dos dedos en
su frente.

—Oye, gabacho, ¿puedes llevarle a ver a Pixie y a Dixie?


—Si claro. ¿Por? ¿Qué ha pasado?

El movimiento generalizado de presos en las celdas colindantes nos indicó que algo ocurría.

—Es el Master; hoy también pasa revisión. ¡Vamos!

Antes de salir al pasillo para ser sobeteados por el enano vicioso, el neoyorkino me indicó: —Ve
con Ayax después del desayuno; luego, nos vemos en la playa. —Tras lo que formamos una fila
presentando armas. 2

—¿Dónde? ¿Playa? —Pero no hubo tiempo para más, pues las ávidas manos del jefe de
seguridad diurna ya revisaban minuciosa y cariñosamente los capullos en flor de su jardín.

No me puse nervioso al perder de vista a Knight entre la horda de muchachos en formación


hacia el comedor, ya que tenía una cita con él más tarde. ¿Si yo acudía, significaría que le había
perdonado? ¿Podía deducir de mi aceptación a un encuentro con él, que entendía y aceptaba
sus razones para haberse ido a copular con clientes ayer noche, cuando teníamos pendiente
comprobar si podíamos comenzar algo juntos?

Efectivamente, que existiera un posible castigo de extirpación genital si no cumplía con un


acuerdo de pedido previamente acertado era una poderosa razón. Gracias daba por no haber
incumplido yo mismo con mi segundo pedido, estando tan cansado como había quedado tras el
primero, y haberme arriesgado a algo así.

En la cola para recibir el desayuno, se me acercó uno de los celadores y me preguntó si quería
gastarme un punto en saltármela, o tres si deseaba pasar por la zona VIP para tener acceso a
alimentos exclusivos gourmet.

—Te estoy informando porque sabemos que eres novato y que acabas de conseguir tus primeros
puntos; pero si acudes a la biblioteca, puedes consultar un folleto con todos los servicios y
ventajas disponibles para el canjeo.
—¿Puedo saber cuántos puntos tengo? —El guardia sacó un aparatito de su cinturón y tecleó
algo antes de responder.

—Diez.

Me sentí ligeramente decepcionado, pues había esperado tener cien o quizá mil después del
gran esfuerzo del día anterior, pero también era verdad que el precio que me había pedido no
era excesivo. Suponía que, con lo que tenía, podría comer de maravilla durante el día de hoy, y
quizá pedirme algo de fijador para mi tupé (que ya me caía sobre la frente en rebelde actitud,
haciéndome parecer más aniñado y quizá un poco emo). A lo mejor podría pedir una almohada
algo más dura, de viscolástica y con cobertura de algodón egipcio, puesto que las usuales me
provocaban un poco de dolor de cuello y la tela básica me raspaba el cutis. 22

Al ver a Dani allá delante, unas cuarenta personas por delante de mí y ya llegando al lugar de las
bandejas, acepté gastarme ese punto y ahorrarme el casi cuarto de hora que seguro me habría
costado llegar hasta ellos. El celador tecleó en su aparatito y me escoltó hasta donde estaba mi
amigo navarro.

Mientras caminaba, me di cuenta de que, hasta hace meros instantes, me había dado igual vivir
sin ningún tipo de privilegio o comodidad adicional a las básicas, pero ahora que podía tener
acceso a ellas, me sentía... poderoso; como si hubiera recibido la primera paga semanal que
unos dadivosos padres otorgan a su hijo recién llegado a la pubescencia y a este le quemase el
dinero en las manos por las ganas de gastarlo y disfrutar del mundo.

—¡Alex! Kaixo. Te... ¿Te ha colado este guardia?

—He pagado un punto para ahorrarme un buen rato de cola, y así podemos desayunar a la vez.
¿Qué tal?

—Bien. Ha sido una buena noche, sin novedad, y... —se quedó quieto a mitad de coger un
sándwich vegetal y se volvió hacia mí con el ceño fruncido en modo sospecha. —¿Cómo que has
pagado un punto? ¿Qué punto? —Abrió mucho esos grandes ojazos que tenía al comprender. —
¿Has follado? Es decir... ¿Has aceptado un pedido? ¿Cuándo? Pero si ayer nos despedimos para ir
a dormir y parecías muy canso* ["cansado" en una usual forma de hablar navarra]...
—Pues se ve que he dormido menos que tú. —Continuamos con la cola y fuimos cogiendo
zumos, cubiertos, leche, café, cereales... hasta que tuvimos la bandeja llena y nos dirigimos a la
esquina de una mesa. —¿No está Moreno?

—Le vi antes, en el pasillo. Me guiñó un ojo y levantó el pulgar, como diciendo que todo iba bien;
pero se fue tras un guardia y no ha entrado aún.

—Habrá ido a hacer uno de los dos pedidos que tenía ayer —supuse tomando asiento—. ¿Tú no
tienes?

—En una hora o así. —Enrojeció ligeramente. —Un guardia me dijo que me vendría a buscar
media hora antes para que no se me hiciera tarde; habló de una limpieza previa o no sé qué. —
Su rubor se intensificó aún más. —El mío es de "Daddy & Son", o eso ponía por detrás. No estoy
seguro de qué será, pero no suena asqueroso ni doloroso, ¿no? Debe ser... no sé, que quiere que
me vista como un niño o algo así.

Así que mi rubio compañero sí se había percatado de las descripciones de los pedidos para
poder elegirlos a sabiendas; yo debía haber sido el único idiota que aceptó varios sin darse
cuenta. Tras un suspiro, me encogí de hombros.

—Puede que sea eso, o quizá que el tío es como muy mayor.

—¿Un anciano? —Ahora palideció y agitó la cabeza demostrando algo de aprensión. —Arraio,
qué mal...

—Bueno, no lo sabemos; luego me cuentas.

—Igual no voy; no me gustan los abuelos.

—Normal. —Intenté contener unas risas malévolas. —Aun así, no se te ocurra pasar de un
pedido que ya has aceptado; hay castigos muy, muy bestias. He escuchado que podrías incluso
perder un huevo.
—¡Zarruto! —Le costó tragar el trozo de sándwich que estaba mascando. —¿De verdad?

Asentí y le hablé en voz muy baja, tapándome la boca con la servilleta para que no pudieran
leerme los labios.

—Este lugar es más peligroso de lo que pensábamos, Dani. Hay que andar con pies de plomo,
¿vale?

Tardamos un rato más en continuar la conversación, dando cuenta de los alimentos en mitad de
nuestros pensamientos.

—¿Y tus pedidos? —me preguntó finalmente—. ¿Qué te tocó hacer?

Sólo con pensar en el primero, me subió la adrenalina y se me puso instantáneamente


morcillona.

—Había un laberinto oscuro casi sin luz, y yo tenía que escapar de todos los que querían
meterme mano. Si les hubiera dejado, me hubieran follado en masa ahí mismo. Pero mi misión
era llegar al centro, hasta el cliente, y tener sexo allí con él.

—¿Lo lograste? —Había dejado de comer y me miraba como un zagal al que le cuentan una
historia de suspense.

—¡Claro! Allí... —ahora fui yo quien se ruborizó. —Allí me sujetaron entre varios, y el cliente
me... me folló bien follado.

—Uaaaahhh... —exclamó con los ojillos brillando. —Siendo como eres, te habrá encantado. —
¡Mira cómo me conocía ya este rubito! 5

—Pues... la verdad que sí. ¿Hola? ¿Siendo como soy? Que yo no soy sólo pasivo, ¿vale? A decir
verdad, apenas lo había sido unas pocas veces antes.
—Vale —se encogió de hombros. —Yo me refería a lo de que te gusta que te... fuercen y tal.

—Ah... Sí. Eso —acepté reticente. Carraspeé y luego cambié de tema: —Luego acepté otro que
iba de somnofilia.

—¿Sexo con gente dormida? —¿Él sabía lo que era eso? Al final, debían tener razón quienes
pensaban que yo era un pardillo.

—Pues sí; y el dormido fui yo porque me dieron un refresco con algún somnífero. No recuerdo...
no sé qué ocurrió luego, pero he despertado en mi celda con dolor de culo.

—¡Ja! —soltó una carcajada antes de taparse la boca con ambas manos—. ¿Y cómo aceptas eso?
1

—¡No sabía lo que era la somnofilia! —confesé fastidiado. —O sea, ni siquiera miré la
descripción tras los pedidos; no sabía que ahí te daban una pista, ¿vale? —Se quedó asintiendo
con cara de pasmado, pero sin decir nada; y yo agradecí que no se burlase.

—¿Te han dado puntos?

—Diez. Me ha costado uno saltarme la cola, y dicen que me habría costado tres el acceso al
mostrador de comidas gourmet. En la biblio dicen que te informan de los otros usos que les
puedes dar.

—Me refería a puntos en el culo. 2

Ahora rompimos los dos a reír, aunque parte del jolgorio no era más que una manifestación de
nuestros nervios.

—No, eso no. Duele, pero no me han roto nada.

—Diez puntos... —repitió pensativo ahora—, por dos pedidos; no sé si eso es mucho o poco.
¿Sabes si todos los pedidos se pagan igual, o hay algunas "labores" mejor premiadas que otras?
Porque lo de acostarse con un abuelo debería valer mucho más de lo normal. 2

—Ni idea —admití aún con media sonrisa ante su disgusto por lo que le podía deparar su
primera sesión—. Y, por cierto, no os lo he dicho aún, pero hay un chaval que me gusta. Y yo le
gusto a él.

Le hablé de Knight durante el rato que restaba hasta que sonaron los pitidos señalando el fin de
la hora del desayuno.

—Me voy a la playa —le informé—; he quedado allí con él.

—Pues tendrás que presentármelo, sobre todo si llegáis a ser novios o algo así.

—Trato hecho, niño. Oye y... suerte con lo del abuelo.

—Vale —su sonrisa se esfumó—. Ya nos vemos luego. ¡Musu* ["beso" en euskera]! —exclamó
acercándose de súbito y robándome uno en la mejilla. ¿Cómo podía ser tan adorable? 3

Al caminar hacia los patios me di cuenta de que ayer hubiera tenido celos y rabia de imaginar a
mi amigo del norte con otros, pero ahora simplemente sentía pena por lo que le había tocado
hacer y deseaba que no fuera tan desagradable como él mismo se imaginaba. ¿Qué había
cambiado? Probablemente, tenía todas mis ilusiones enfocadas hacia otra persona que me
esperaba a la orilla del mar. +

¿Realmente podíamos los presos ir a una playa privada? En verdad, Barroteferro era un cúmulo
de sorpresas.

XXV
Salí del desayuno con la imagen de Knight fija en la mente y en la entrepierna; no mentiré si
confirmo que, además de conocerle mucho más y asentar la base de lo que podíamos tener,
quería explorar ese glorioso cuerpo que tenía y perderme en su boca ahora que parecía que
llegaríamos a alguna clase de entendimiento. Aunque su personalidad me encantaba, soy
humano y también me tenía hechizado ese envidiable físico.

Sin embargo, Ayax me pescó del brazo y me arrastró hacia el lado contrario de donde yo creía
que debía ir.

—¡Eh, que tengo que ir a la playa! Me lo ha pedido Knight.

—Y a mí me ha pedido que te enseñe una cosa antes; calla y vente.

Algo malhumorado, acepté dándome cuenta de que el francés tampoco parecía muy feliz con
todo esto.

—¿Estás cabreado conmigo?

—Quoi? Non! Contigo no.

—¿Entonces?

—Me huelo el motivo por el que quiere que te lo enseñe. —Frunció los labios en un pícaro
mohín.

—¿Enseñarme... el qué?

—Pixie y Dixie.
—¡Ah! —Cierto, dijo algo de eso antes, en la celda. —¿Qué es eso de Pixie y Dixie? O sea, ¿no
eran unos dibujos animados de hace décadas? No sé qué de un gato y dos ratones...

—Ahí. —Habíamos cruzado gran parte de la instalación y aparecimos en una especie de


puentecillo al aire libre entre dos de los edificios. Allí, Ayax señaló hacia un par de pequeños
ramos de flores algo resecos dispuestos con mucho cariño. —Te presento a Pixie y a Dixie. 3

Efectivamente, las notas entrelazadas entre las ramitas rezaban dichos nombres.

—¿Hola? No entiendo. —Recordé que había visto en mi país algunos ramos de flores colocados
en lugares donde alguien había fallecido, quizá por accidente. —Eran presos y... ¿murieron? 1

—Eran dos chavales guapos y muy simpáticos; bromistas, alegres, adorables, pillos... —Resopló
lentamente para intentar disimular alguna clase de aflicción. —Se enamoraron entre sí y dejaron
de tener relaciones con otros internos, con el personal de la prisión y con aquellos que enviaban
pedidos. Este es un recuerdo de su paso por aquí. Todos les apreciábamos y, cada poco, alguno
se acuerda de ellos y paga unos puntos para que se coloque esto aquí, ya que era aquí donde
solían pasar la mayor parte del tiempo, mirando al horizonte y soñando con un futuro juntos. 1

—Ellos... —Supongo que la piel de mi cara palideció bastante. —¿Los demás presos los
asaltaron, como a Santo?

—¿Has escuchado lo de Santo? Una pena, pobre chico... —Ayax se apoyó en la barandilla
chulescamente y se quedó mirando a alguna de las ventanas del edificio colindante mientras
hablaba. —Parece que al final se ha suicidado o algo, no lo encuentran. 3

—¡¿Qué?! ¡Por el vello del culo de Yisus! —me quedé en shock durante un rato. Había tenido
suerte de no haber conocido en persona al chaval, o ahora me podía quedar muy depre. Decidí
que no le diría nada a Dani, que parecía muy sensible con el tema. Mis ojos se desviaron de
nuevo hacia aquellas notas. —Entonces, ¿a estos también los violaron y todo eso? 8
—Non. Si es por amor y ya has demostrado que no eres un panoli virginal que se cree mejor que
los demás, ningún compañero te hace nada. Es cosa tuya si pretendes vivir sin ganar puntos.

—Entonces, ¿qué les pasó?

—En realidad no se sabe. Un día fueron llamados por el alcaide y... no volvieron. —Sacó un
paquete de chicles de su bolsillo y me ofreció antes de meterse uno en la boca. —La versión
oficial dice que se los llevaron a una cárcel lejos de aquí por petición de sus familias; a una más
cercana a su país.

—Y la versión no oficial, ¿qué dice? —Me apoyé en la baranda a su lado.

—Oh la la! ¡Cómo me orino! —exclamó en voz alta con una mirada tan rara que supe que no era
verdad. —Ven, acompáñame al aseo.

Seguidamente me guió hasta un mingitorio cercano y cada uno nos metimos en uno de los
cubículos con váteres. Al instante y como esperaba, él se asomó por debajo del pequeño muro
de madera para que hablásemos en susurraos.

—Algunos creen que les pasó algo malo. Parece ser que, si dejas de ser rentable a ojos de la
junta, desapareces; sólo hace falta sumar dos más dos para intuir por qué ya no están aquí. Esos
ramos son tumbas para no olvidarlos y, sobre todo, para advertirnos del precio de dejar de
aceptar pedidos durante demasiado tiempo. 3

—O sea —le respondí en el mismo tono, en cuclillas para acercarme a él—, ¿estás insinuando
que el personal de la prisión acabó con ellos de alguna manera?

—Je ne sais pas. Por puntos o a cambio de favores al personal de la prisión, puedes comprar
cierta información del exterior; resultados de deportes, estrenos de películas, videojuegos que
han salido, quién ha ganado ciertas elecciones...

—Pero no quisieron dar más detalles sobre Pixie y Dixie, ¿verdad? —me adelanté exponiendo
mis sospechas ante su grave expresión.
—Igual sí se fueron a otra prisión, como dicen; pero quizá están aislados en alguna celda del
sótano, o puede que los peces se dieran un festín con sus restos. Todo son elucubraciones, pero
la realidad es esa: ya no están aquí y nadie ha sabido nada más de ellos. Y tenían muy buenos
amigos, porque eran buenos tíos; si estuvieran bien, habrían escrito o algo. 2

—O sea, que lo de aceptar pedidos no es tan voluntario como dicen.

—Es voluntario escoger cuales quieres hacer o la cantidad que aceptas. Incluso puedes escoger
no hacer ninguno, como Pixie y Dixie —Ayax taconeó con el pie nervioso—; pero cada uno de
esos caminos tiene sus ventajas... o sus consecuencias.

—Ya veo.

—¡Vamos! —Se levantó y abrió la puerta de su aseo, así que le imité y le seguí hasta el pasillo.
Señaló en una dirección. —La playa está para allá, Alexcito palidito; cuidado no te quemes al sol.
Sigue la verja hasta una puerta hecha con antorchas hawaianas y pide permiso al guardia de la
puerta.

El francés no parecía de humor para continuar hablando, así que le dejé marchar sin una palabra
más. La verdad es que yo tampoco me había quedado tranquilo con esta información.

Camino hacia mi cita con Knight, todavía tuve tiempo de asombrarme al encontrar a dos
chavales con los pantalones bajados follando al estilo perro en un rincón discreto, pero a plena
vista de cualquiera que pasase por allí. Había otro más apoyado en la pared de enfrente,
mirándolos con todo descaro y pajeándose con total abandono; y no era para menos, puesto
que estos dos fornicadores eran guapos y tenían bonitos cuerpos, como todos. ¡Era como una
película porno en vivo! Con el paso de los siguientes días y semanas, terminé acostumbrándome
a encontrarme con situaciones similares.

En aquel momento, ni siquiera me detuve a mirarles porque tenía la mente atribulada con
pensamientos complejos: Ayer mismo había decidido que no aceptaría encargos y que no sería
uno más de esos macacos que imitan el comportamiento de los demás por miedo a una ducha
fría (refiriéndome a la anécdota que el francés me relató), pero en unas pocas horas había
terminado haciendo todo lo contrario. Por lo menos, en mi defensa tenía que no lo hice por
puntos, por comodidades o por miedo, sino por vengarme de la supuesta ofensa causada por el
chico que me gustaba.

El celador Lucas me aconsejó que cediera y me adaptase a estos métodos por simple
supervivencia, pero también me dijo que había algo sorprendente que descubriría si "subía a esa
escalera"; tanto él como Apolo habían insinuado que yo tenía capacidad y posibilidades de
descubrirlo. Vale, pero... ¿hola? ¿Alguna pista más, por favor? Ni siquiera sabía qué debía
descubrir; si era que Barroteferro actuaba como un prostíbulo de lujo usando a los más
deliciosos convictos como chaperos involuntarios para obtener beneficio económico, eso era
evidente. Debían referirse a algo más; a algo aún más oscuro y peligroso. 1

"Porque esto parece más un secuestro legal para la trata de blancas que una prisión, y hay
muchos secretos que descubrir".

Decidí que, aunque me sabía ya corrompido por el sistema que alentaba intercambio de sexo por
puntos, no perdería de vista esa metafórica escalera, y que la subiría con disimulo y seguridad
tan pronto pudiera. Debía averiguar qué ocurría realmente aquí, pero sin correr riesgos
innecesarios.

Lo siguiente que descubrí cuando llegué a la puerta de aquella empalizada de alambre es que
cruzar la puerta hacia la playa costaba cinco puntos. ¡Cinco! ¿La mitad de toda mi labor de ayer
gastada en visitar ese pequeño trozo de arena blanca? Estaba llena de tumbonas apiladas y
sombrillas plegadas, y su orilla se veía intermitentemente acariciada por las trasparentes olas de
aquel escueto mar tan prisionero como nosotros por los muros marineros que constreñían el
puerto privado al que pertenecía.

Era bonita, tranquila, paradisiaca y muy íntima (algo que no me extrañaba, pues el precio para
acceder a ella se me antojó excesivo), pero yo nunca he sido de playa. Jamás habría aceptado
gastarme ni un solo punto en acceder a ella... si no fuera por el tío bueno que allá se pochaba a
fuego lento bajo el clemente sol de finales de enero, esperándome. 6

—Más vale que salga algo bueno de este encuentro.

Accedí a que el guardia anotase mi pago en su aparatito y me entregó un escaso bañador tipo
slip que me cubriría menos de lo que hubiera deseado, marcando más de lo que hubiera
querido. Al menos, la enorme toalla que lo acompañaba era esponjosa y suave.

—No te aconsejo bañarte. El agua está tan fría que podrías perder algún dedo. No llego a
entender qué tenéis que hacer en ese lugar, en invierno. Chicos locos...

Con la valentía del optimista, me deshice de mi ropa y la dejé sobre la primera tumbona que me
crucé, vistiéndome rápidamente con mi nueva ropa de baño para avanzar hacia el chico de mis
sueños con el corazón desbocado y la pálida piel expuesta a la intemperie. ¡Hacía frío! Pero a esa
hora de la mañana y en estas latitudes (estuvieran donde estuvieren) podía soportarse durante
un rato gracias al pálido sol. ¿No podíamos haber quedado en un sitio menos expuesto, y más
barato? 6

Después de nuestros nocturnos abrazos, manoseos y besos, venía con la intención de subirme
encima suyo y comerme metafóricamente varias partes de su anatomía... pero ¡me entró la
vergüenza! A plena luz, mirándonos a los ojos, lo más que habíamos hecho era cruzar unas pocas
palabras; me desinflé completamente al llegar a su lado y contemplar la magnitud de aquella
perfección hecha hombre. Se bajó un par de centímetros las gafas de sol para poder mirarme
directamente y yo me derretí ante aquellos grandes ojos llenos de ilusión y chulería a partes
iguales.

—Hola, niñato. He juntado estas dos para nosotros. Por favor, túmbate a mi lado.

—Vale —obedecí, no sin resistirme a preguntar: —¿Por qué aquí? ¿No es mejor dejar la playa
para el verano?

—¿Tienes frío? Ven —se sentó a mi lado y me rodeó en un abrazo muy, muy cálido y
extremadamente excitante, tras lo que nos tumbamos pegados. Unimos las toallas de ambos y
las extendimos sobre los dos, permitiéndome recuperar de nuevo algo de calor.

Era como en nuestras noches en la celda, con él a mi espalda, rodeado por sus brazos y con mi
espalda apoyada en su pecho (sin olvidar que su abultada entrepierna se había encajado
inevitablemente en mi trasero. Me encantaba, ¡a mí, que había clamado siempre ser activo!).
—¿Mejor?

Asentí algo cohibido, pero disfruté inmensamente de su aliento acariciándome la nuca y de sus
fuertes manos masajeando con picardía mi vientre y mi pectoral.

—Mucho mejor.

—Ahora vamos a dejar claro el motivo por el que no podemos tener nada serio.

XXVI

—No hace falta que digas nada. Sé a lo que te refieres; Ayax me lo ha explicado bien.

—Entonces, estamos de acuerdo —susurró Knight resignadamente.

—He dicho que entiendo el punto, pero no que esté de acuerdo. —Ante el desconcierto que
sugería su silencio, quise asegurarme de una sospecha. —Aunque estoy muy a gusto aquí en
este momento, creo que hay otros lugares más cómodos en Barroteferro para encontrarnos, y
gratis. ¿Por qué querías venir a esta playa? O sea, aquí no hay nadie, porque no es tiempo para
venir.

—Tú lo has dicho, aquí no hay nadie más. Nadie tiene motivo alguno para venir aquí hasta al
menos finales de marzo, por lo que no hay empleado socorrista, no hay curiosos mirando o
escuchando y... sobre todo, no han reparado aún el sistema de vigilancia por cámaras que se
rompió a finales del otoño pasado.

Su mano señaló hacia un poste de madera cercano y me di cuenta de que, en su extremo


superior, había varias de esas cámaras apuntando a distintos puntos; sin embargo, la que se
dirigía hacia nosotros tenía los cables pelados y oxidados. Sin duda, estaba muerta.

—Así que, ¿nadie nos oirá hablar aquí? ¿Es por eso?
—Ni nos oirán, ni nos verán... —subrayó extendiendo el elástico de mi bañador y metiendo la
mano en mis intimidades, agarrando la totalidad de mi sexo con suave firmeza. En menos de tres
segundos, toda la sangre disponible había emprendido un excitado viaje hacia mi segunda
cabeza pensante, dejando a la primera aturdida, con la visión borrosa y sin más capacidad de
respuesta que jadear y desear precisamente lo que a continuación sucedió. 2

Llevábamos demasiados encuentros calentando motores, insinuando, poniendo la miel en los


labios, y deseábamos beber del cuenco sin limitaciones. —Me permites si... 1

—¡Dámelo todo ya, cabrón! —le ordené—. ¡Ejem! O sea, quiero decir... Te lo permito. 14

En mutuo arranque pasional, nos deshicimos de la ropa de baño, nos manosearnos por todas
partes y bebimos el uno al otro, boca con boca, pecho con pecho, rabo con recto, durante la
siguiente hora que a mí me se antojó mucho más corta de lo que hubiera deseado.

Admito que el morbo inherente a mi recientemente descubierta afición por sentirme forzado,
controlado y presionado a tener sexo no estuvo presente en esta ocasión, pues yo tenía tantas o
más ganas que él de que esto sucediera; y, sin embargo, que fuera sexo totalmente consentido y
entregado no minoró en lo más mínimo mi disfrute, pues estaba justo con la persona que quería
estar, haciendo justo lo que deseaba hacer.

La banda de música conformada por la sudoración de mi piel, el tamborilear de mi corazón, el


salivar de mi boca y el fluir de mis bajos instintos escapándoseme gota a gota, conformaron una
sinfonía de emociones y sensaciones que nunca antes escuché en mi mente excepto a su lado, ni
dentro ni fuera de Barroteferro. 9

Por fin, media hora después de degustarnos, bombear y agotar nuestros impulsos más animales
de cópula, acabamos bajo las toallas como al principio: abrazados, aunque sucios de arena,
sudor y otros fluidos corporales.

—Eh... ¡Eh! ¿Estás bien, chico? ¿Por qué lloras?


Ni me había dado cuenta del reguero de lágrimas que mojaban el fuerte brazo sobre el que
apoyaba mi cabeza, y es que mis pensamientos me habían alienado al sumergirme en un pozo
de amargura. ¡Menudo llorón! Llevaba años sin siquiera emocionarme, y estos últimos dos días
parecía una delicada princesita.

—Es que eres justo la persona que habría querido tener a mi lado —conseguí confesar tras los
largos segundos necesarios para calmarme—... o sea, a mi lado, pero fuera de aquí. Y la mejor
historia que podría haber tenido en mi vida puede irse al traste por estar presos.

Me giró hasta encararse conmigo y me regaló esa sonrisa irresistible llena de cariño que
guardaba únicamente para mí, y que sacó una similar en mis labios.

—No tiene porqué irse al traste.

—Acabas de decir... —pregunté confundido. —Pero llevas desde ayer intentando hacerme
comprender que nadie puede enamorarse en Barroteferro sin correr grandes riesgos.

—Enamor... ¿Enamorarse? —Creí que se burlaría de mí, que me tacharía de loco e inocente,
pero el brillo de sus ojos destelló con la ilusión de saberse correspondido; yo asentí lentamente
para confirmar lo dicho y él me devolvió el cabeceo apoyando su frente en la mía. Estaba dicho;
ambos nos habíamos embarcado en este barco maravilloso que debería navegar por las
peligrosas aguas que esta prisión abría ante nuestra proa. Su positividad pareció ensombrecerse
al pensar precisamente en ello. —Quería que entendieras que, al meternos en esto que nos
estamos metiendo, tendremos riesgos por delante; pero no es imposible. 6

—Pero... —Creí intuir lo que sugería. —Te refieres a que seamos pareja abierta, ¿no?

—No. Sí... Emmm... Es complicado. Me refiero a que tú seas mío y yo tuyo; compañeros, novios,
pareja, llámalo como quieras. Sin embargo, no podemos dejar de cumplir con Barroteferro si no
queremos meternos en problemas.

Odiaba lo que me estaba pidiendo. Cuando se puede luchar contra algo, cuando es factible
rebelarse contra el sistema soy el primero en presentar batalla; pero también soy un tío muy
pragmático y tiendo a adaptarme a las circunstancias que considero inamovibles. Mi estancia en
estas instalaciones estaba fuera de mi control, y sentía fuera de lugar luchar los límites y los
cauces que me imponían aquellos en una posición de poder.

Me distraje unos segundos con el chirrido de la apertura del puerto, con aquella enorme reja
formando un portón que se deslizaba lateralmente para permitir la entrada de una gran lancha
motora. Al poco, en el puerto, pude vislumbrar cómo empezaban a sacar cajas de ella. Debían
traer los víveres así desde lejos, quizá desde el continente. 2

—Lo entiendo —retorné al tema—. Tendremos que cumplir y aceptar pedidos.

—Pero sólo eso —advirtió con los labios fruncidos, manifestando una tensión interna que pujaba
por escapar—; te ruego que aceptemos una norma adicional: nada de sexo voluntario con otros
internos o guardias a cambio de favores.

—No podemos evitar a esos mal nacidos que vierten sus perversiones sobre los prisioneros de
esta cárcel sin arriesgarnos a desaparecer como Pixie y Dixie —di voz a nuestros miedos—, pero
impondremos nuestros propios límites para todo lo que no sea obligatorio. Si podemos elegir...

—...te elegiré siempre a ti —terminó mi frase, conmoviéndome en lo más profundo. ¡Por el


culico pesicola de Yisucraist! No soy un tío ñoño que se deje llevar por lo acaramelado, pero
Knight sacaba lo moñas que hay en mí; y es que me es imposible describir esta sensación que
nunca antes había tenido con nadie al saber que él me protegería, que pelearía por mí, que
podía confiar en él... en conjunción con la máxima atracción sexual que mi bestia interna sentía
ante su carne, sus músculos, su calor y su aroma.

Desde la sutil curva de sus marcados pómulos hasta la forma en que crecía el vello púbico que
escalaba descarado hasta su ombligo, oasis en un mar de olas formada por sus férreos
abdominales... Todo en él erizaba mi piel, aceleraba mi pulso y me animaba a dejarme poseer
por su virilidad; a desear que me preñase con su esencia y me hiciera suyo para siempre. ¡Estaba
perdido! Y me encantaba. 5

—¿Crees que podrás con ello, Alex? ¿Crees que podrás soportar la tortura de saber que a veces
tendré que estar con esos cabrones, y seguir queriéndome? ¿Crees que podrás estar tú con
ellos, sabiendo que no te lo echaré en cara, que lo comprendo, y que te estaré esperando al final
con los brazos abiertos? 6

Me había llamado por mi nombre; ni niñato, ni Pipiolo, ni siquiera "Simplementealex".

—Dime como te llamas tú, Knight.


—Christopher Saer —contestó después de unos tensos segundos. 4

—¿Saer?

—Es galés, como uno de mis abuelos. Significa "carpintero".

¿Galés? Pues yo le había visto una pinta entre latino, hawaiano e italiano; alguna clase de
mestizo entre razas que llevaba el exotismo hasta un punto inusitado de morbo y singularidad;
pero claro, tenía tres abuelos más que podían haber creado esta maravilla de mezcla.

—Chris. Mi Chris... Podré con ello —me comprometí.

Dejamos que la mañana transcurriera pacífica en la tranquilidad de aquella solitaria playa tan
cautiva entre los muros del puerto como nosotros en la prisión, mecidos por el baile de las olas
al romper en la arena y acariciados por el frío viento que nada podía ante el ardor de nuestros
cuerpos. Dos veces más unimos nuestra carne antes de la hora de la comida y, entre uno y otro,
compartimos algunos pensamientos más. 3

—Cuando me pediste que viniera a la playa, ¿querías aprovechar esta intimidad para hablar, o
para follar?

—¿Te enfadarías si te digo que fue por ambas? —Su carcajada feliz se expandió sobre las dunas.

Supuse que mi respuesta en forma de morreo lascivo le había dejado claro que no estaba
molesto.

—Aun así —continué —, sale muy caro venir aquí. ¡Casi me he quedado sin puntos ya! Y te
aseguro que fue muy duro conseguirlos.
—No lo dudo, niñato. Es caro venir a la playa porque no es la época adecuada para ello. Es
política habitual de Barroteferro el subir los precios de aquello que no les interesa que hagamos
o que consigamos. Pero quería empezar con buen pie contigo; poder ser claros el uno con el otro
y darnos sin vergüenzas, eliminando barreras y evitando a los mirones.

Me noté que empezaba a temblar involuntariamente.

—Ayer... me drogaron —confesé—, y me apresaron fuertemente entre muchos. No creo poder


aguantar un ritmo así a diario; ni siquiera cada pocos días. ¿Cómo lo haces tú? ¿Cómo has
conseguido ahorrar?

El crispamiento de su entrecejo me indicó que, pese a nuestro trato, no le gustaba demasiado


imaginarme en situaciones como esas; y yo podía entenderlo, porque a mí tampoco me haría
bien saber los detalles de lo que hizo ayer. Lo mejor sería que redujéramos al mínimo la
información mutua que nos dábamos sobre lo que sucedía en cada sesión con clientes.

—Tienes que ir a ver a Faust, a la Biblioteca.

—¿Y eso?

— El folleto orientativo que te dan en la biblioteca es... apenas orientativo. En cambio, el ruso
es... un buen investigador. Lleva estudiando el sistema de puntos y costes desde que entró en
Barroteferro. Él te dirá qué pedidos escoger y cuáles no, según están pagados por la palabra
descriptiva de detrás. Además, te aconsejará los servicios en que puedes gastar tus puntos más
valorados según la utilidad, por orden de su precio. Así sabrás cómo administrarte más
eficientemente, que gastos evitar y cómo obtener más de forma más sencilla. 4

—¡Ohmaigad, ahora lo entiendo! ¿Así es cómo conseguiste ahorrar para mi tablet? —Asintió
feliz. —¡Sí que quiero una de esas clases! Pero... ¿no me pedirá algo a cambio de su ayuda?

—¡Es Faust! Lo hará, le pones mucho. Sin embargo, cuéntale que ahora estamos juntos y
ofrécele un traspaso directo de puntos por sus consejos. Insistirá en que le pagues con carne,
pero tú mantente firme y terminará aceptando. —¿Se podían intercambiar puntos con otros
presos? ¡Primera noticia! ¿Por qué no usaban ese método en vez de hacerse favores a cambio de
sexo? ¡Oh! Claro, para obtener esos puntos igualmente tenían que aceptar pedidos o
terminarían gastándose los conseguidos sin generar nuevos. 2

Cambiando de tercio, en otro momento le pregunté:

—¿Realmente hay alguien en Barroteferro que haya sido mutilado como castigo por no cumplir
con un cliente? Es que me suena a una leyenda urbana sin demasiado fundamento; o sea, sería
algo como muy ilegal. ¡Va en contra de los derechos humanos!

—No es una leyenda. Si la pifias en un pedido o simplemente si no acudes, te llevan con el jefe
de seguridad de turno y hacen girar la "rueda de la vergüenza". 1

—¿Algo así como una ruleta de la fortuna, pero con castigos en vez de premios? —Asintió ante
mi símil.

—Puede ser tan leve como raparte el cabello, quitarte algún privilegio, borrarte los puntos,
manchar tu expediente con malas actitudes que incrementen tu condena o aislarte un tiempo en
una celda sin ver a nadie. Es el azar quien decide, pero, entre muchas otras posibilidades, puede
caerte esa de la extirpación de testículo. Conocí a un chaval que perdió uno, aunque ya terminó
su condena hace dos meses y salió.

—¿Y no ha denunciado la castración para que las autoridades pertinentes actúen contra esa
práctica? O sea, yo lo haría.

—Si lo ha hecho, no ha tenido repercusión ninguna. Probablemente se haya acobardado y haya


preferido dejar atrás toda esta época de su vida.

—¿Y los abogados? —sugerí mientras él jugueteaba con el cabello de mi nuca—. Todos tenemos
abogados; todos podemos llamarles o escribirles para contarles sobre esos castigos.

—Muchos ya lo han intentado, sin resultado.


—¿Cómo que sin resultado? —me indigné.

—Parece que los juristas de Barroteferro han conseguido alguna argucia legal por la que tienen
potestad y soberanía absoluta sobre los internos de estas instalaciones. No llego a entenderlo
porque no entiendo mucho de eso, pero parece que por ese lado no se puede rascar demasiado.

—Me parece muy raro, porque la mutilación es algo que va en contra de los derechos humanos,
y eso se aplica de forma internacio... ¡Espera! —pedí al darme cuenta de algo—. ¿Has dicho que
puede caerte un castigo de esos por pifiarla en un pedido? ¿Te refieres a... si lo abandonas a
mitad?

—Más bien a si un cliente te pone la peor nota, como que no has colaborado para un "buen
desenlace" del encuentro. —Me quedé con la boca abierta unos segundos. 8

—Entonces, si uno de esos gilipollas no se corre, ¿te puede joder la vida? ¿Y si le caigo mal a
alguno? ¿Y si tienen un gatillazo o no soy lo que esperaban?

—No, no, no... Tranquilo. —Supongo que me notó desesperar ante esa perspectiva. —Algunos
sólo querrán acariciarte, besarte, conversar contigo o hacerte una mamada a ti. Se trata de que
se vayan satisfechos, con su objetivo cumplido que no siempre consiste en llegar al orgasmo.
Pero, aun así, las sesiones son monitorizadas por el circuito cerrado y, si hay quejas por parte del
cliente, se revisan las grabaciones para comprobar si verdaderamente has tenido alguna culpa.
Por lo que se sabe, hubo falsas acusaciones en el pasado y se tomó esa determinación para
protegernos; al fin y al cabo, somos las vacas que ordeñan, y sin nosotros, se acaba la leche.

—Buen símil —admití con media sonrisa, aliviado al saber que no estábamos tan desprotegidos;
pero era muy triste saber a lo que me había visto reducido tras ser condenado a la cárcel: ¡una
vaca para ordeñar! ¿Habría más prisiones como esta, o Barroteferro tenía la exclusividad como
prostíbulo de lujo con delincuentes seleccionados? 1

—Tú asegúrate de escoger los pedidos correctos para que no te sobrepase lo que te pidan. No
vuelvas a dejarte llevar por un impulso como el de ayer, por favor; me temí lo peor. ¡Te podían
haber pedido cualquier cosa! Y hay cosas peores a que te follen mientras duermes drogado.
Cuando sonaron los lejanos altavoces con los pitidos para acudir al comedor, nos pusimos en
marcha con perezosa reticencia. Hubiera querido quedarme allí para siempre, bañado en él,
pero tocaba hacer acto de presencia. Y de paso, comer y beber, que después de tanto ejercicio al
aire libre, me sentía famélico.

Aunque había estado muy a gusto apretado contra la calidez de su cuerpo bajo aquellas tupidas
toallas, fue un verdadero descanso el poder vestirme de nuevo con mi ropa y encaminarnos
hacia el cálido interior.

A punto de cruzar la valla que nos separaba del patio, me detuvo cogiéndome de la cintura y
abrazándome por detrás para susurrarme como si fuera un secreto.

—Esto que vamos a hacer, lo de los pedidos que aceptemos, no lo veas como cuernos, por favor;
ni siquiera como pareja abierta.

—Podemos verlo como un trabajo; cumplir sin más, sin sentimientos.

—Por mera supervivencia —apuntó—. Y acordaremos entre los dos cuales pedidos escoger, para
sentir que lo hacemos con permiso del otro. ¿Te parece? —Asentí apretando los dientes,
sabiendo que sería realmente duro acostumbrarse a algo así. Christopher debió notar la tensión
en ms músculos. —Querría darte la relación que mereces y ser un novio perfecto para ti, pero no
hay perfección aquí, no hay pureza. Habría postergado esto que empezamos hasta salir de
Barroteferro, pero eres superior a mi voluntad. Me lo has pedido y te lo he dado; ya no puedo
dejarte escapar. 2

—Cuando... cuando salgamos, cuando nos encontremos fuera, lo haremos bien, ¿vale? O sea,
seremos novios tradicionales; sin tríos, pedidos, sesiones, parejas abiertas ni nada de nada. Yo
tuyo, tu mío y ya. 2

—Tenemos trato, mi niñato. —Me cogió de la mano y me la sacudió con energía. Y así, sin
soltarnos las manos, nos dirigimos hacia el comedor mirándonos con cómplice lujuria e ilusión,
pues estábamos a punto de hacer público que ahora estábamos juntos. +
No intuíamos siquiera que teníamos una espada afilada pendiendo sobre nuestras cabezas.

XXVIII

Y así es como comenzó y continuó durante un tiempo mi estancia en la extraordinariamente


irregular Barroteferro; con amigos de España y nuevas amistades de celda, con novio y relación
abierta en ciertos sentidos, con pedidos aceptados previamente pactados con Knight, polvos con
desconocidos y, gracias a las lecciones de Faust, un ahorro de puntos cada vez más eficiente. +

Quizá fue por la novedad de nuestra reciente llegada, pero tanto Moreno como Dani tuvieron
pedidos de sobra para cumplir los catorce semanales y pronto subieron al Tártaro. Allí estuvieron
a gusto durante casi un mes mientras me conminaban a hacer lo propio para subir con ellos. Yo,
entre que no quería separarme de Knight y que aceptar ese sexo con desconocidos era más por
cumplir que por adquirir puntos, rechacé amablemente dicho plan. Apenas aceptaba un pedido
cada varios días. 3

Aun así, a ellos tampoco les duró mucho aquel idilio en la clase media de la cárcel: a Dani le
sobrevino algo así como una depresión por tanto sexo autoimpuesto con esos puteros que
venían de fuera y dejó de acatar su compromiso de tantas sesiones semanales. Explicó que se
sentía mancillado, como si hubiera perdido la inocencia, lo que me causó una profunda
melancolía. 1

A la semana siguiente lo trasladaron de nuevo al Hades y otro preso ocupó su lugar en el piso
superior. Moreno se aburrió de aquellas comodidades sin poder compartirla con sus amigos y
decidió aceptar los pedidos a su ritmo y sin presiones, por lo que se unió de nuevo al club de los
que no pretendíamos "ascender". El Hades, cual monstruo imbatible le dio la bienvenida de
vuelta. No nos costó mucho darnos cuenta de que, casi todos los reclusos habían conseguido
llegar al Tártaro en algún momento inicial de su condena, pero eran muy pocos los que podían o
querían mantener el ritmo de trabajo con tal de permanecer allí. 5

Con mucho cariño y ánimo, al rubio se le terminó pasando la tristeza y volvió a ser el niño alegre
y adorable de siempre; aunque fue obvio que su cándida inocencia ya no era la misma, pues
pocas veces nos contó aquello que se veía obligado a realizar en los pedidos que aceptaba.
Al principio, a Fran le cayó muy mal mi Knight, ya que lo vio como culpable causante de que yo
no hubiera cumplido lo suficiente para subirme con ellos al Tártaro; por suerte, terminó dando
su brazo a torcer al darse cuenta de cuánto nos queríamos y del bien que me hacía. Puede que el
gallego fuera un chulito impulsivo, pero nos había admitido a mí y al navarro en su círculo de
confianza y quería protegernos y cuidarnos como si estuviéramos bajo su cuidado. Si Knight era
bueno para mí, entonces haría su mejor esfuerzo por llevarse bien con él.

Dani permaneció neutral con mi novio durante un tiempo, hasta que el rubio manifestó interés
por hacer ejercicio y le dio por empezar a practicar natación pese a que apenas sabía nadar
"estilo perro"; así que, cuando Knight se ofreció a darle clases gratis por ser Dani mi amigo, el
rubio aceptó y empezaron a hacerse más amigos con cada lección que le regalaba. Tan amigos se
hicieron que incluso yo sentí la fría caricia de los celos en ciertos momentos; nada que no
pudiera solventar follando salvajemente con mi "caballero blanco" en cuanto volvía de la piscina.
10

He de admitir que, pese a la enorme atracción, la química y los intensísimos sentimientos que
prodigábamos el uno en el otro, no fue nada fácil lidiar con la situación de saber dónde estaba
Knight cuando a veces desaparecía. Para él tampoco fue fácil sobreponerse en esos momentos
en que yo acepté alguna sesión. Elegirlos juntos y darnos permiso mutuo era un alivio, un
bálsamo que calmaba la irritación al percibirlos como si estuvieran bajo nuestro control y se
realizasen porque así lo permitíamos.

Pero ese alivio por decidir juntos cuales aceptábamos no era la panacea tampoco; hubo
discusiones, celos, tristeza y rabia tanto en el uno como en el otro, pero doy gracias porque
pudimos sobrellevarlo, en parte gracias a la inestimable mediación de un empático Ayax, que se
preocupaba mucho de que esta relación siguiera viva. El francesito mediaba, razonaba y nos
colocaba en nuestro sitio cuando nos salíamos de madre, así que siempre le estaré agradecido.
Cualquier enfrentamiento entre Christopher y yo siempre acabó con ambos abrazados, sabiendo
que el uno era el único refugio seguro en la inexplicable tormenta que representaba esta ilógica
situación a todas luces ilegal.

Knight y yo, así como aquellos que no dilapidaban sus puntos en frivolidades o en los servicios
más caros, podíamos vivir muy bien; vestíamos cómodamente, dormíamos en sábanas de
algodón del bueno, teníamos acceso a deliciosa y sana comida "fit", y disponíamos de una barata
sala privada para nosotros cuando queríamos tener sexo en la intimidad. Aun así, la mayor parte
de puntos que obteníamos eran para ahorrar. Era vital para nosotros tener un futuro juntos
cuando saliéramos de aquí, y sabíamos que los puntos eran intercambiables por dinero al
finalizar la condena. A decir verdad, ese dinero prometido para cuando saliéramos, si nos
quedaban puntos ahorrados, era extremadamente generoso. 12

Según nuestras cuentas, con el tiempo que teníamos que pasar en la cárcel y el ritmo de ahorro
que llevábamos, nada más recuperar la libertad podríamos adquirir juntos una casa en
propiedad, un par de coches de gama baja y aún nos quedaría dinero para sobrevivir los
primeros meses hasta encontrar trabajo; uno que no tuviera nada que ver con la prostitución o
con intercambios sexuales de ningún tipo.

La primera gran crisis de pareja que tuvimos surgió cuando, en una conversación casual, el
insinuó que le quedaban poco más de ocho meses para acabar su condena. Me quedé desolado
pues a mí aún me quedarían otros cuatro años aquí dentro, si no sucedía un milagro. No es que
me fuera a faltar sexo precisamente, pero había encontrado a quien quería tener a mi lado y que
despertaba en mí sentimientos y sensaciones que nunca había disfrutado antes.

Mi primer impulso fue enfadarme con él. ¿Por qué no me lo había dicho desde el principio,
permitiendo que me enamorase hasta las trancas de él? ¿Por qué tenía que irse cuando había
creado en mí una necesidad tan grande de su persona? ¡Me había vuelto "Knight-dependiente"!
1

Por suerte, fui lo suficientemente inteligente como para entender que no era su culpa que su
pena acabase antes que la mía. Además, me di cuenta de que ni siquiera yo le había comentado
a cuánto tiempo me habían sentenciado. No me quedó más remedio que aceptar que el asunto
de su condena tenía que salir a la luz en algún momento, y este había sido ese momento.

¿Y él? ¿Qué pasaría con él ahí fuera? ¿Me esperaría? ¿Se enamoraría de otro? ¿Acaso, esto que
estábamos comenzando era para él un simple pasatiempo para calentarse el corazoncito
mientras estábamos encerrados?

Recordé que él mismo abandonó a su antiguo novio cuando tuvo que ingresar en prisión, para
dejarle libre y no obligarle a una dolorosa espera. ¿Debía hacer yo lo mismo? ¿Debía pedirle que,
cuando le soltasen, hiciera su vida como si yo no existiera? Lo lamenté mucho, pero yo no era
tan considerado como él. ¡Ni de coña! No le liberaría de nuestro compromiso voluntariamente. 1
Por suerte, Chris me lo aclaró al suponer cuales eran los derroteros de mis reflexiones.

—Te voy a esperar. No necesito más sexo ni experiencias con otros, mi niñato; ya he tenido
bastante. Y me las ingeniaré para encontrar la manera de llamarte, de escribirte, y para que
acepten mis visitas. Siendo yo un antiguo recluso, no les importará si paso un rato y te...
mantengo el jardín regado, ¿no? 3

Aunque era un enorme alivio saber que tendría a alguien esperándome fuera cuando saliera, me
me sentí mal por él. Seguro que iba a ser muy jodido para él también el saberme aquí dentro,
forzado a aceptar alguna que otra sesión. Pero él conocía sus propias fuerzas y, si decía que
podía aguantarlo, así sería. Al menos, eso esperaba yo, ya que tenía a este chico como alguien
completamente sincero y leal.

A propósito de eso, el mismo primer día en que volvimos a aceptar pedidos tuve que solicitar
información al cúmulo de sabiduría que era nuestro amigo francés. ¿Cuál era el motivo por el
que los clientes no utilizaban condones con nosotros tampoco? Vale que a los presos nos habían
hecho análisis de todo tipo antes de entrar, y parece que Barroteferro sólo admitía a reclusos
sanos, jóvenes y guapos, pero ¿y los que nos follaban venidos de fuera? 1

Según me informó Ayax, hace años que algún compañero sonsacó a uno de los guardias que a
los clientes también se les hacían los análisis pertinentes antes de acceder a nosotros para
descartar las ETS más frecuentes (sífilis, gonorrea, hepatitis, herpes genitales, infecciones
variadas... ¡incluso les revisaban los bajos para evitar una epidemia de ladillas en Barroteferro!);
pero además de eso, la sorpresa fue saber que a los presos nos estaban dando diluida en la
propia comida gran cantidad de la llamada "Prep", siendo esta droga o medicina un tipo de
protección diaria por medio de pastillas para evitar que, aquellos que se van a exponer a algún
tipo de prácticas de riesgo, pudieran contraer el VIH. 12

Literalmente, todo esto significaba que quedaba totalmente eliminado el peligro de contraer una
enfermedad de transmisión sexual, ya fuera por análisis previos de los clientes o por protección
preventiva de los presos. Y, efectivamente, por más que pregunté, nadie sabía de ningún preso
que hubiera sido contagiado de nada más grave que un constipado. ¡Qué bien planificado lo
tenían los directores de este lugar! Sexo a pelo con cualquiera de entre una enorme variedad de
atractivos jovencitos con un físico envidiable; los cuales no podían negarse a realizar los deseos
más perversos de los clientes si querían vivir medianamente bien. Y es que, claro, la reputación
del lugar dependía de que los clientes estuvieran a salvo con nosotros, y por eso nosotros
debíamos estar siempre saludables.
Es vergonzoso admitir que el sexo sin condón, usualmente llamado "raw" o "bareback", empezó
siendo algo realmente excitante para mí, como si fuera algo prohibido o indebido que no hacía
sino incrementar el morbo de cada intercambio sexual que tenía. Sin embargo, cuanto más se
asentaba mi relación con Knight (que se asentó muy rápido en todos los sentidos) más
remordimientos me daban al sentir los fluidos de otro hombre alojados en mis entrañas; y eso,
era algo que ocurría en casi cada pedido que aceptaba con la excepción de los que pedían que
yo les penetrase a ellos. Por ello, en cuanto acababa una sesión, acudía tan rápido como podía
hasta el váter más cercano para evacuar la indeseada sustancia de mi interior. Y, pese a todo,
saber que no "debía", no hacía sino ponerme mucho más cerdo y hacerme sentir más culpable.
¿Que por qué mi "cerdedad" iba a la par con mi culpabilidad? No lo sé, y prefiero no pensarlo. 6

También me enteré de que, aquellos pedidos que nadie aceptaba por la razón que fuera, iban
aumentando su recompensa en puntos (mientras el cliente así lo decidiera, obviamente pagando
más) hasta que algún preso se dejase tentar por dicho premio. Huelga decir que ni yo ni Knight
llegamos a aceptar nunca ninguno de esos, pues pesaban más las razones de la gente para no
aceptarlo (como que eran asquerosos o extremos...) que cualquier dinero que pudiéramos ganar.
3

Obviamente, cuando Knight y yo nos reuníamos para hacer una criba de los seis pedidos diarios
máximos que nos entregaban, los primeros que desestimábamos eran esos cuya somera
descripción en la parte de atrás de la tarjeta nos repelía; scat, lluvia dorada, masoquismo,
sadismo... todo lo que tuviera que ver con secreciones corporales más allá del semen.
Obviamente, tampoco aceptábamos aquellos que estuvieran asociados con heridas y dolor sin
importar los muchos puntos que pudieran ganarse con ellos. He de confesar que muchas veces
me sentí personalmente ofendido al pensar que había gente ahí fuera que quería realizar alguna
de esas prácticas concretamente conmigo. ¿¡Qué se habían pensado de mí!? Asquerosos
pervertidos... Ojalá pudiera tener acceso a ese historial sexual mío que habían confeccionado y
al que seguro habían añadido las fotos que me hicieron nada más entrar en Barroteferro, para
enterarme de la manera en que me describían.

De aquellos pedidos que restaban, seleccionábamos aquellos que se premiaban generalmente


con más puntos, según las enseñanzas de Faust; y finalmente, de esos, tan sólo escogíamos unos
pocos para realizar lo suficientemente regular como para no despertar recelos en las altas
esferas; aquellos que nos atrajeran más y que mejor pudiera tolerar el otro.

La somera descripción de la labor a realizar en cada pedido que venía escrita tras su
correspondiente tarjeta no siempre era identificada. Quizá se trataba de una práctica nueva, o
puede que hubieran variado el nombre a propósito para confundir, no sé si por maldad o por
despiste. Sea como fuere, mi curiosidad innata me podía de vez en cuando y, si tenía que elegir
entre algo desconocido que me sonaba bien, u otra actividad conocida que no me apetecía
realizar, solía insistirle a Knight para que accediera a dejarme escoger la nueva.

Ejemplo de ello fue el día en que me llegó un pedido con el título "friendly fuck". Me sonó muy
inocente, agradable e incluso divertido. ¿Alguien quería follar amistosamente conmigo? Knight
no podía negarme nada cuando componía un mohín tristón y pude aceptarlo. O sea, soy como
muy adorable cuando quiero, ¿vale? 3

Pero "friendly fuck" no tenía que ver con lo que yo había previsto exactamente. Al entrar en la
sala donde me habían citado, pude vislumbrar en una oscura esquina aun hombre, pero
sentados en una cama bien iluminada encontré a Francisco y a Dani hablando de forma áspera
entre ellos. 9

—Te esperábamos, Pipiolo.

—¿Hola? ¿Qué hacéis aquí? —pregunté con una confundida sonrisa, acercándome hasta mis
amigos. —O sea, ¿qué está pasando?

—Kaixo. No lo sabemos, Alex; aunque Fran tiene una teoría.

—Empezad desnudándoos. Ya —nos interrumpió el hombre en tono autoritario antes de que el


gallego volviera a hablar.

Nos miramos los tres alternativamente y todos pensamos lo mismo: habíamos aceptado un
pedido sin saber de qué iba sólo porque sonaba bien, y ahora no podíamos echarnos atrás sin
arriesgarnos a un castigo. Ya nos habíamos visto alguna que otra vez en pelotas, así que no fue
demasiado traumático el deshacernos del uniforme ante los otros dos; eso sí, fue bastante
incómodo porque ahora éramos aún más amigos que en aquel primer día en que nos duchamos
juntos y nos hicieron las fotos. Y a sus amigos, uno no suele querer verlos de forma sexual. 5

Lo cierto es que, como ya comenté, desde hace semanas yo ya no tenía ni el más mínimo
pensamiento obsceno dedicado a ellos; como si fueran mis hermanos.
Y, sin embargo, la siguiente instrucción del cliente dejó muy claro lo que pretendía.

—Quiero que os pajeéis los unos a los otros, hasta poneros bien duros. 1

—Zarruto —murmuró el rubio ruborizado como un tomate, aunque se notaba que estaba
acostumbrado a obedecer órdenes, porque me agarró la base del pene al momento y empezó a
masajeármelo.

Aun flipándolo, le imité tomando la de Moreno, que hizo lo propio con la del niño.

—Tíos, este toxo va a querer que follemos entre nosotros.

—¡Ja! —exclamé con incredulidad—. No podemos hacerlo. O sea, ¿qué?

—No creo que yo pueda. Con vosotros no... —susurró Dani asustado. —¡Sois mis amigos! No
quiero. No se me levantará yo...

—¡Panda de cobardes! —nos insultó Francisco en voz baja con cara de estar realmente cabreado
—. Esto es una mierda, pero ¡carallo! Malo será si pierdo un huevo por hacerme el exquisito. —
Se volvió hacia mí. —Tú, Pipiolo, dame un bico.

—¿Un qué?

—Un... beso —tradujo del gallego. —Venga riquiños, ¡a trabajar! —Y, sin esperar mi respuesta,
me agarró de la nuca y encajó su boca con la mía, mordisqueando mi labio superior, repasando
con su lengua el inferior y atrayéndome de la cintura para que no escapase. 4

Eso intenté durante unos segundos, pero al comprobar que no cedería, decidí colaborar a ver si
el cliente se quedaba satisfecho con ello, se hacía una paja y se iba. De reojo pude entrever que
Moreno había agarrado al niño del cuello y lo forzaba a arrodillarse entre nosotros. Al poco, tras
escuchar un audible suspiro acompañado de "A una mala...*" ["Si no hay más remedio", en el
uso habitual de Navarra], empezó a trabajarnos los bajos con lentitud y mucha saliva; tenía una
capacidad oral más amplia de lo que creí, pues le llegaron a caber las dos en la boca a la vez,
aunque parecía un hámster con los mofletes rellenos de pipas. 6

La practicidad y bravura de Moreno nos arrastró a donde debíamos estar, haciendo lo que
debíamos hacer. Cuando el gallego nos empujó a los dos a la cama y empezó a degustar
igualmente nuestras herramientas, un clic sonó en mi cabeza (y aparentemente también en la de
Dani) que nos permitió abandonarnos tranquilamente en esta tarea. Podían ser como mis
amigos e incluso mis hermanos en este lugar, pero un hombre es un hombre, una polla es una
polla, e íbamos a cumplir y a salir sanos y salvos de este brete.

Por fin pude contemplar y saborear aquello que me había sido vetado hasta ahora y,
efectivamente, el rabo del niño tenía unas dimensiones esplendorosas, de hermosa silueta y
suave dureza; el de Moreno era claramente una extensión de su fibroso y nervudo cuerpo,
siempre cargado, preparado para cualquier asalto. Y nos asaltó, vaya si nos asaltó. Viéndonos tan
tímidos a la hora de emprender cualquier avance en esta embarazosa situación, se encargó él de
embarazarnos a nosotros: nos colocó a cuatro patas, uno sobre el otro, y fue alternando las
embestidas al trémulo trasero del rubio con el bombeo a mi confuso acceso anal.

Debíamos estar dando un buen espectáculo, pues el gimiente realmente se masturbaba con
furia, jadeando y confirmando repetidamente en animosos exabruptos que íbamos por el buen
camino.

—¡Sí! Sí, sí... ¡así! Dales lo suyo a tus colegas. Tus amigos, han de recibir tu amistosa leche.
¡Fóllatelos! Y vosotros, ¡besaros, cojones! ¡Que parecéis dos monjas! Eso es, ¡con lengua! 3

Perdí el sentido del tiempo entre los labios del niño, siendo repetida y alternativamente
penetrado por Moreno hasta que su semilla ardiente se diseminó sobre nuestras nalgas y luego
fue usada como lubricante natural para seguir estimulándonos por detrás mientras masajeaba
nuestras vergas. Sin dejar de comernos la boca y acariciarnos por todas partes, conseguimos
elevarnos a la cima del placer el uno al otro, regando nuestros mutuos vientres manchando
nuestros respectivos abdómenes. El cliente aprovechó para erguirse a nuestro lado y bañarnos
en algunas gotas de su propio placer.

—¡Así se hace! ¡Los amigos también pueden follar! —casi gritó, y entonces se fue a una esquina
y se puso a llorar. 4

Extrañadísimos, pero habiendo cumplido, nos salimos de allí en silencio.

—¡Carallo! A este hombre lo han debido de dejar mucho tiempo en la "friendzone" y tiene
trauma. ¿Qué no?

XXIX

Aun goteando flujos propios y ajenos, les abracé a ambos por detrás y noté que se me
agarrotaban los brazos de tanta fuerza que hacía para que no se escapasen hacia las duchas más
cercanas.

—¡Esperad! Esperad...

—¿Qué te pasa, Pipiolo?

—Os quiero, a los dos. —Me mordí los labios unos segundos mientras intentaba dar forma a mis
sensaciones. —Sois lo más parecido que tengo a una familia aquí. —Dani me dedicó una tierna
sonrisa y asintió, como indicando que pensaba igual que yo. —Y eso que hemos hecho...

—Es una putada —definió el gallego sin asomo de humor o ironía—, pero había que hacerlo. Ha
sido trabajo, nada más. No teníamos otra opción. ¡Carallo! No sabía lo que era eso de "friendly
fuck" cuando acepté el pedido hace una semana.

—Ni yo, cuando acepté ayer —convino el rubio —, pero sonaba bien.

—Yo he aceptado esta mañana. Se ve que, hasta que no aceptásemos los tres, no se podía llevar
a cabo —supuse—. Pero ha sido como... raro. O sea, ¿estamos bien? ¿Podemos hacer como que
no ha pasado?
—Pero ha pasado, y no ha sido tan terrible. —Ahora sí compuso una libidinosa sonrisa el
Moreno, revisando nuestros sudorosos cuerpos y los agotados miembros que reposaban de su
ardua labor.

—Que sí, que ha molado —suspiré poniendo los ojos en blanco—, pero no me refiero a eso.
¿Nos afectará en algo? ¿Podemos seguir como antes, sin problemas?

—Para mí ha sido sólo trabajo, ya os lo había dicho —aseguró el gallego, apartándose y


dirigiéndose hacia el aseo.

—Todo bien por aquí —aseguró Dani; aunque, antes de alejarse de mí, me dio un pico en los
labios mientras me sopesaba los testículos soltando una risita lujuriosa. —¡Espera, Moreno!

Después de adecentarme, me dirigí hacia la biblioteca para mi hora diaria de estudio del curso
de FP que estaba avanzando. No lo he contado aún, pero había ganado acceso a los ordenadores
con internet capada, eso sí; pero con el curso buscado, descargado y a mi disposición. Logré
pasar por encima de la autoridad del bibliotecario gracias a mi nueva influencia. Ni siquiera sabía
que yo tuviera ninguna prerrogativa hasta que Lucas me lo sugirió, pero era obvio que tanto
Master como Commander me debían algunos favores.

Y es que, al menos una vez a la semana, el jefecillo de los guardias diurnos y el de la noche me
llamaban para disfrutar de mí, a veces juntos y a veces separados. Al principio temía estos
encuentros, pues creía que Commander tenía alguna filia recurrente con el "Fisting", pero se
contentaba con introducirme diversos objetos fálicos mientras me tenía amarrado y, por suerte,
ninguno llegaba al diámetro de una mano. Eso sí, la puñetera pieza de ópera cuyo título nunca
descubrí, se me metía en el cerebro como una odiosa taladradora que terminó siendo la banda
sonora de algunas pesadillas nocturnas.

El pequeño Master era más de tumbarse en el suelo y que yo y otros tres o cuatro invitados de
su gusto nos pajeásemos mutuamente hasta corrernos encima suyo. Bukkake para el enano. Yo
no ganaba puntos con esos encuentros, pero, puesto que no podía negarme tampoco, al menos
obtenía otras ventajas.

Como ya he comentado, me sabía superior a la media; pero no me consideraba de la misma


manera en Barroteferro, donde todo el mundo era atractivo. Así que tuve que preguntarlo y,
entre unos y otros, conseguí entender por qué gustaba tanto al jefecillo de la mañana como al
nocturno. Algo así me comentó Ayax en cierta ocasión, pero como no terminaba de creérmelo,
indagué para asegurarme:

Parece que a Commander le iban los niños bien, los pijos, los adinerados; le placía humillarlos,
someterlos y dominarlos. Yo no me tenía por pijo, de verdad que no, y el dinero era de mi padre,
no mío; pero no sería yo quien le aclararía estas cosas, pues al final era bueno estar bien
considerado por los mandamases.

En cuanto al enano, le encantaba ser ahogado en semen de aquellos que habían cometidos los
delitos más graves; y el terrorismo, fíjate tú, estaba considerado incluso peor que el asesinato en
muchos ámbitos. En fin, otro que tal; el terrorismo que me había metido aquí era tan falso como
una colonia de "Hugko Boksh", pero no sacaría ese punto a relucir delante de él. 1

Además de acceder a los pc's sin tener que realizar el pertinente pago en carne, observé más
manga ancha en la guardia conmigo, como si supieran que su superior me tenía en especial
aprecio: me reservaban hora en las pistas sin previo aviso, me regalaban copas en el chiringuito,
me permitían saltarme ciertas colas, me pusieron champú, acondicionador y mejores toallas
cuando iba a ducharme... todo gratis. Y estaba seguro de que, si se me ocurría pedir algo
concreto fuera de lo común, harían lo posible por agasajarme. No hice uso de ese privilegio,
pues acumulaba todo ese favor que me debían por si alguna vez necesitaba algo realmente
importante.

Y, por cierto, que esto es lo que Knight llevaba peor; porque no eran ya unos puteros anónimos y
aceptados con los que debía irme al catre en unas actividades previamente pactadas, sino de dos
pervertidos con autoridad sobre los reclusos que yo no podía rechazar. Además, ambos parecían
saber que yo y mi Chris éramos novios y, tanto el uno como el otro se dedicaban a echarle
miradas de superioridad y burla a mi nene cuando se cruzaban con él tras cada encuentro
conmigo, sobre todo el enano. Por suerte, Christopher podía contenerse y llevaba la procesión
por dentro, aparentando que no le importaba para que se fueran cansando del jueguecito;
luego, acudía al gimnasio a desahogarse pegando tremendos puñetazos al saco de arena.

Algo más tarde bajé al comedor y nos encontramos los cinco sentados a la mesa; yo iba con
Knight, a quien ya había contado lo sucedido entre mis amigos y yo, y con Ayax. Llevaba días
intentando unirlos a todos pues, aunque el francés tenía sus propios amigos, me daba cuenta de
que Knight y yo éramos sus colegas más allegados. Mis dos compatriotas lo recibieron bastante
bien desde el principio; Dani y él hablaban mucho de comics y de manga, y Moreno... Moreno se
lo comía con los ojos. Eso no parecía molestar al de las pecas, quien le dedicaba igualmente
algunas miradas bastante calientes.

Recé porque nadie tocase el tema de nuestro último cliente debido a que a Christopher no le
había hecho ninguna gracia, hasta el punto de anotar una nueva norma en nuestra relación: no
más "friendly fucks". Tuve suerte y nadie quiso sacar el incómodo tema.

En cualquier caso, no había sido el único en traer a un conocido. Daniel quiso presentarnos a
Mouse y nos encontramos con ese chaval realmente bajito, de cabello rubio oscuro en un
gracioso flequillo por el lado izquierdo, con unos ojos negros muy grandes, muy simpáticos y
muy expresivos.

Como todos aquí, Mouse era guapo, aunque sus grandes paletas frontales estaban siempre a la
vista debido a su perenne sonrisilla. Nervioso como una ratilla, curioso como un gato, lo que más
llamaba la atención en él era un continuo cecear del que él no parecía ni darse cuenta. Dijo
haber estudiado "actuación" en su Rumanía natal y, ante la pregunta de Knight sobre su éxito
como actor, descubrimos por primera vez su manía de repetir algunas frases dos y hasta tres
veces para asentarla como verdad absoluta: —No ze puede. No ze puede, ¡no ze puede! Antez te
muerez de hambre que conseguir trabajo de ezo allí. Terminé trabajando para la mafia local que
extorzionaba a mercaderez a cambio de protección. Yo era cobrador, zolo cobraba, pero me
trincó la poli. Fue inevitable, inevitable, ¡inevitable!

No lo he concretado, pero este chico tenía alguna clase de dolencia o malformación cuyo
nombre desconozco pero que le otorgaba una apariencia eternamente joven. No es que fuera un
vampiro inmortal, pero tenía veinticuatro años y, en realidad, su rostro no aparentaba más de
doce. Entre eso y su escasa altura, ¡era como un niño! Aunque sólo en apariencia, claro. Aquellos
que pidieran un servicio con él debían tener un serio problema de pederastia; y lo cierto es que
no le faltaban clientes.

Lo más relevante que nos ocurrió con este muchacho, al que consideramos un agradable y
divertido conocido pero que inicialmente no llegó a cuajar en el grupito de amigos tanto como
los demás, fue que le pillamos olfateando y toqueteando nuestra ropa interior tras volver a las
duchas al terminar de jugar un partido de paddle. Dijo que estaba estudiando los modelos y
marcas para ver cual encargaba para él, pero nada de eso; era un pequeño pervertido. Aun así,
no le juzgamos duramente; en Barroteferro nadie estaba libre de filias y morbos.
Pero todo esto ocurrió después; ahora, en esta comida que compartíamos mis amigos y yo, se
me alteró profundamente la paz mental que había logrado en mi pequeño mundo de felicidad
multicolor junto a mi nuevo novio, debido a que, a la hora del postre, traté de iniciar una
conversación casual con Francisco: 1

—Moreno, ¿estás bien? O sea, te veo como... apagado. —Al momento me arrepentí,
precisamente por si resultaba que le había terminado afectando el haber tenido sexo con Dani y
conmigo.

—Está preocupado —colaboró el navarro tras tragar un pedazo de su hojaldre al horno en trenza
de manzana.

—No he podido hablar con mi tío —comentó tras dejar en el plato el trozo de piña que había
pinchado con desgana, frunciendo los labios con cara de aprensión.

—¡Ah! ¿Le echas de menos? —pregunté asombrado, pues Fran había demostrado en muy pocas
ocasiones algún sentimiento más allá del cachondeo o el enfado. —¿Cómo decís en tu tierra?
Tienes morriña, ¿verdad?

—Estoy hablando de mi tío. ¡Mi tío! ¿Cómo voy a echar de menos a ese idiota? —Su seriedad al
hablar volvió a sorprenderme. —Él me crio tras la muerte de mis padres, pero... Te dije que me
pillaron intentando estafar algunos gramos de la droga que tenía que pasar a los clientes, ¿no?
Pues ese, mi tío querido, es el único que lo sabía. Seguro que pensó que podía chivarse a la
pasma y quedarse para él todo el lote que junté. Pero lo escondí bien. Traicionó a su familia para
nada. Cuando salga, si le veo, yo le enseñaré cómo jode Moreno a quien le jode. ¡Carallo!

—¿Qué dice? —preguntó Knight. Podía entender un poco de español, pero no si hablaban
demasiado rápido y con acento gallego. Le traduje un corto resumen por lo bajo y noté que Ayax
también pegaba la oreja.

—¿Y para qué querías hablar con él?


—¿Qué más da, riquiño? Pues para cagarme en él un rato y desahogarme, hostia.

Aunque me resultó agradable conocer un poco más del misterioso pasado de nuestro amigo
gallego, no quería perder el punto más interesante de todo esto:

—¿Y por qué no has podido hablar con él? ¿No te ha cogido la llamada?

—Es que no me han dejado hablar por teléfono —el dedo de Moreno golpeteó en la mesa
indignado—. Tenía entendido que en las cárceles podía llamarse de vez en cuando, pero hasta
ahora no había querido hacerlo; además de que no los he visto instalados en ninguna parte.
¿Vosotros habéis llamado?

—No tengo a quién —confesó Dani con una mirada tristona.

—Ni yo —admití igualmente. ¿A quién hubiera podido llamar? Como máximo, a mi hermanastro,
pero tampoco tenía muchas ganas de confirmarle todo lo que me había tocado hacer aquí. —O
sea, ¿te han dicho que los presos no podemos usar teléfono? Es increíble.

—Nadie llama por teléfono, nunca. —intervino ahora Knight en su idioma natal, pese a que solía
mantenerse algo aparte cuando hablaba con mis amigos por darle vergüenza hablar en su
castellano de nivel bajo—. No nos dejan. La excepción es cuando quieres hablar con tu abogado;
entonces, ellos le llaman directamente y te lo pasan. Pero tampoco sirve de nada; todos los
abogados parecen volverse idiotas cuando su cliente entra en Barroteferro. Apenas han ayudado
a nadie.

—¿Y nadie contacta con su familia desde aquí? —le pregunté con incredulidad. —Nuestra
situación de aislamiento, sin amigos, familia o gente que nos espere fuera —hice un gesto con la
mano para abarcar a los presentes— debe ser atípica. O sea, debe haber muchos compañeros
que sí tengan a alguien esperando noticias. 3

—Algunos contactan, pero por carta. Escriben, se lo dan a recepción, y el guardia de turno lo
hace llegar al destinatario. A veces contestan, pero igualmente les entregan las cartas impresas
desde el ordenador; muy impersonal todo. —Christopher miró alrededor con sospecha para
asegurarse de que no hubiera celadores cerca y continuó bajando el tono y poniéndose la mano
sobre la boca, como si temiera que leyeran sus labios. —Mi madre me ha escrito algunas veces;
siempre trata de tranquilizarme y me pide que me porte bien aquí para salir cuanto antes; me
pide que colabore en lo que pueda. Ella responde a mis preguntas y me dice frases cariñosas,
pero... no sé, no la noto hablar de forma natural; y sé que no soy el único que tiene esa
sensación al leer las cartas que nos llegan. De vez en cuando hace alusiones a alguna situación o
vivencia del pasado, pero son datos que cualquiera podría haber sacado de sus redes sociales, o
de las mías. 6

Noté un escalofrío recorrer mi espalda ante la súbita sensación de que estábamos


completamente aislados, y que ni siquiera podíamos recibir correspondencia directa, sino que
esta era filtrada y, quizá, censurada por el personal de Barroteferro.

—Yo voy a probar.

Cuando solicité al guardia hablar con mi abogado, no mostró ninguna reticencia o contrariedad;
tecleó en el aparatito electrónico de su cadera y me informó de que tenía cita en recepción para
aquella misma tarde, en unas tres horas.

Aliviado, tenté un poco más la suerte y le pedí de llamar por teléfono a mi hermano. Ahí sí se
puso más serio.

—No se puede; las líneas están mal.

—¿Hola? Pero si me ha dicho que sí podía hablar con mi abogado.

—Eso es distinto. Tenemos comunicación directa con ciertos números vía satélite, entre los que
se encuentran los representantes legales de los internos. Además, Pipiolo, no tengo por qué
darte explicaciones; ¿quieres o no hablar con el tuyo? 3

—Quiero, quiero.
Tras un largo rato de esperar a que me llamase Izvekov desde recepción (este hombre parecía
estar allí noche y día; ¿es que no tenía vida?), me permitieron pasar a un pequeño cuarto con el
teléfono más morroñoso que hubiera podido imaginar. Era como... de pobres, pero de pobres de
hace cuarenta años. Ni siquiera tuve que marcar (y menos mal, porque no me sabía su número),
puesto que, al ponérmelo a la oreja, él ya estaba en el otro lado.

—¿Alex?

—¡Garrido! —me invadió una alegría que no me esperaba. Estaba hablando con alguien de
fuera, y fue como si un soplo de aire fresco me permitiera respirar mejor.

—¿Todo bien? ¿Qué tal por tu nuevo hogar? —iba a contestarle, pero prosiguió hablando. —Una
suerte lo de la epidemia en Navalcarnero, ¿verdad?

—¿Hola? ¿Suerte?

—¡Uy! Es cierto; qué poco correcto he sido. Pobres contagiados, ¿no? Una epidemia siempre es
una horrible noticia.

—No me refiero a eso. —Mi ceja izquierda se elevó por la incredulidad. —O sea, es que... ¿Sabes
cómo es esto? ¿Cómo nos tratan?

—Claro; soy tu abogado, me he estado informando —anunció jactancioso—. Tenéis toda clase
de instalaciones deportivas, grupos, clases y entretenimiento. Es... como si fuera una prisión
para gente importante, ¿no?

—Sí, en ese aspecto sí; pero...

—La comida, las actividades, ¡incluso tenéis playa para los veranos! ¡Es un sueño hecho realidad!
—No es tan bueno, de verdad. O sea, es que aquí... —intenté intervenir.

—No hay gente obesa, no se permiten drogas ni tabaco de forma descontrolada, aunque os
dejan beber copas en el bar del patio, ¿eh, pillín? Y como no hay ninguna ETS, puedes pasarte el
día follando; eso te viene genial a ti, que eres gay.

¿Y cómo sabía este lo de las enfermedades de transmisión sexual? ¿Y por qué me mentaba ahora
el sexo? No parecía una conversación usual entre abogado y cliente; pero claro, Garrido se había
convertido en algo así como un confidente y casi un amigo durante los meses en que me
defendió. No podía trazar bien la línea de lo correcto y lo incorrecto entre nosotros.

—Eso es verdad —admití—. Garrido, aquí se folla, y mucho. Se folla para conseguir esas cosas.

—¿Se folla por drogas? —pareció escandalizarse.

—No. O sea, sí; por cualquier cosa: comida mejor, ropa mejor, masajes, cortes de pelo, una celda
mejor...

—Bueno, es normal —opinó tras unos segundos de meditarlo—. He tenido otros clientes en
otras prisiones que me contaban que habían realizado sexo oral por un simple paquete de
tabaco. ¿Te lo puedes creer? Si quieres un cigarro, comes polla. ¡Ja! Pobrecitos. Así que, ya ves,
así funcionan las cárceles; pasa en todas partes. —Las venas se me marcaron en los brazos por la
rabia contenida.

—No, así no. Aquí... aquí te tienes que dejar follar por clientes puteros que vienen de fuera, a
cambio de puntos para comprar cosas. Son los guardias y las autoridades los que alientan este
comportamiento. E incluso, si te niegas y no aceptas, he escuchado que puede haber represalias
por no cooperar. —Me llegó un extraño sonido desde el otro lado del teléfono, como cuando
una televisión no se sintoniza bien. —¿Garrido?

De forma entrecortada, conseguí entender que no me estaba escuchando bien, que la línea
debía estar fallando.

—Tú coopera en lo que puedas y verás que te acortan la condena por buen comportamiento. Y si
no, cinco años tampoco son tantos. ¡Ya hablaremos, que esto se escucha fatal! ¡Disfruta de
Barroteferro!

Y me colgó.

—Este hombre es tonto —murmuré con cabreo. O tonto, o ciego, o sordo, pero no me había
servido de nada contactar con él. ¿Y por qué había empezado a fallar la comunicación de
pronto? Me quedé un rato sentado En el cuarto, meditando sobre si realmente sería algo común
esta situación en otras prisiones cuando Izvekov me pidió que saliera, pues se había acabado mi
tiempo.

Aun así, antes de alejarme le pedí de hablar con mi padre y nuevamente recibí una negativa
aduciendo la baja calidad de las líneas con otros teléfonos particulares.

—Pero puede escribirle una nota, señor Sanchiz, y se la haremos llegar.

No perdí tiempo y escribí en una hoja que me facilitaron: "Papá, no estoy bien. Me han metido
en una nueva cárcel llamada Barroteferro y creo que está fuera de España. Aquí todo es muy
extraño. Llámame o pide venir a verme, por favor." Sólo cuando la entregué, me di cuenta de
que le había llamado "papá" por primera vez desde hace años. ¡El señor Alberto iba a flipar! 4

No fue hasta varios días después que me entregaron un pequeño sobre con una contestación
impresa desde algún ordenador. "Hijo mío, siento mucho que lo estés pasando mal. Me he
informado sobre Barroteferro y creo que es el mejor lugar al que te podían enviar, aunque, al
estar tan lejos, no creo que podamos ir a verte. Escríbenos y te responderemos. Se fuerte,
pórtate bien y sal pronto. Te queremos."

No salía en mí de mi asombro. O mi padre había cambiado de forma de ser en estas semanas, o


me lo habían cambiado. No sólo no había dado muestras de extrañeza por llamarle "papá", sino
que me decía "hijo mío" por primera vez desde que era pequeño. Y... ¿"te queremos"? Jamás, ni
siquiera cuando mamá vivía, me había dicho algo así.
—¿Todo bien, recluso Pipiolo? —El celador aún me miraba de reojo, así que me apresuré a
asentir sonriendo. +

—Sí, sí; claro. ¿Qué podría ir mal?

XXX

La sensación de incertidumbre me estaba matando, así que, cuando vi allá lejos a Apolo en uno
de los patios al día siguiente, me dirigí raudo hacia él olvidándome de amigos, cámaras, o
guardias. Tenía que aprovechar la oportunidad, pues el chico apenas salía de su celda deluxe.

Le hice señas desde lejos para ver si se me acercaba y podíamos hablar en privado, pero me
ignoró y continuó charlando con otros cuatro reclusos, dos de ellos hermosura claramente
especial.

—Apolo, bue... —comencé tras acercarme hasta ellos.

—¡Pipiolo! —exclamó con sorpresa y una sonrisa preciosa, aunque se me antojó algo fingida. —
¡Que bueno verte! Ven, te presento. Estos son Dionisio, Poseidón y... —su ceño se frunció
deliciosamente bajo aquel flequillo rubio como el oro viejo —otros nuevos amigos. 2

—Yo soy Limón —se autopresentó el de rasgos orientales con una sonrisa ansiosa, sin aparente
molestia porque el Dios del Olimpo no recordase sus nombres—, y este es Hung. —Por un
momento pensé que era otro nombre oriental, pero recordé que en inglés esa palabra era algo
así como "paquete"; obviamente, los ojos se me fueron a su ídem para comprobar si hacía honor
a dicho alias, pero lo noté bastante normal. 3

Los cuatro rompieron a reír y el llamado Dionisio (que verdaderamente tenía la nariz algo
enrojecida y tenía un melocotón a medio comer en la mano) exclamó jocoso:

—¡Os lo dije! Cuando alguien le conoce por primera vez y escucha su apodo, le mira la
entrepierna sin poder evitarlo. ¡Vas a tener que meterte unos calcetines para no desmerecer tu
nombre! 1
—No lo desmerece —anunció el apodado Neptuno solemnemente; a este debían llamarle así
por el morboso tridente que llevaba tatuado en el esternón, desde el ombligo hasta la clavícula
—, te lo digo yo, que le he visto "presentando armas". —Ruborizado, Hung puso los ojos en
blanco y quedó mudo mientras continuaban con la broma. —Por cierto, encantado, Pipiolo. Tu
fama te precede.

—Mi fama... O sea, ¿qué fama?

—De lo mono que eres —intervino raudo el griego—. Es un placer verte, por cierto. ¿Y
querías...?

Miré a los otros, todos con los ojos clavados en mí, y quise suponer que eran de confianza ya que
Apolo los trataba como amigos suyos.

—He intentado llamar a mi abogado, pero no...

—¡Pero qué tarde se ha hecho! —No me dejó continuar. —¿No habíamos quedado con Eros para
la partida?

—Ya debe estar esperando. —admitió Dionisio (con los mofletes hinchados por la fruta a medio
masticar), aunque nadie sabía la hora a ciencia cierta en aquel lugar. —¡Vamos! Me ha gustado
conocerte, Pipiolo monín. —Y con ello, los dioses se encaminaron hacia la entrada del edificio
dejándonos a los meros mortales con la mirada fija en su divina figura.

Eso sí, antes de volverse, Apolo me dirigió una extraña expresión facial (labios apretados, barbilla
adelantada, ceño fruncido, parpados entrecerrados...) que se me antojó como de advertencia y
una petición de que me callase.

—¿No son increíbles? —murmuró Hung reposicionándose el paquete; y lo cierto es que estos
residentes del Olimpo estaban tan por encima del resto de reclusos, como nosotros de la media
tiobuenil fuera de Barroteferro.
—¡Nos hemos codeado con los Dioses! ¡Vamos a ser super populares en los pedidos!

Me alejé lentamente mientras meditaba. ¿Me lo parecía a mí o Apolo se había comportado


cortante conmigo, como si le fastidiase que me dirigiera a él para preguntarle algo? Yo sabía que
había gente paranoica que tenía sus secretos y desconfiaba de que las cámaras nos estuvieran
espiando, pero sólo iba a preguntarle por las comunicaciones telefónicas. ¿De verdad era tan
necesario ser así de precavido? Me dio la impresión de que él tenía muchos secretos que
esconder y que, si quería tener un encuentro con él, debería ser mucho más discreto.

Los asuntos divinos no acabaron aquí, puesto que dos días después, mientras sesteaba en una
sala con sillones, alfombras y cojines que se usaba habitualmente en reuniones de uno u otro
tipo y que ahora estaba libre, volví a la consciencia para encontrarme con que Hermes me
observaba con una superioridad que desbordaba sexualidad, sentado desde el reposabrazos de
mi sofá. Sí, el dios con que coincidimos nada más llegar a la prisión me observaba dormir
regalándome con una dulce sonrisa.

—Hola Pipiolo, querido. ¿Qué tal te trata Barroteferro? —Vestido de una elegancia impoluta (con
una camisa corta sin cuello y unos entallados pantalones grises, todo de Gucci), el danés me
guiñó un ojo.

La conversación consiguiente fue casi surrealista, puesto que yo recién despierto no rijo bien, y
él simplemente manifestaba un súbito interés por mi persona y mi bienestar. Lo que sí recuerdo
es que, antes de que me diera cuenta, le tenía sentado a mi lado, con uno de sus brazos
alrededor de mis hombros y su mano diestra sobre mi muslo. Tragué saliva amedrentado, y no
sólo porque sus intenciones sexuales por mí eran cada vez más evidentes y yo tenía un novio a
quien ser fiel (excepto que me diera permiso explícito para realizar algún pedido), sino porque
no me veía capaz de resistirme.

He de explicar que Hermes, al igual que las demás supuestas divinidades que había visto hasta
ahora, no era simplemente guapo en extremo y con un cuerpo bonito, sino que tenían ese algo
especial que podía hacer derretirse a cualquiera en quien enfocasen su sex-appeal. Era como si
les rodease un aura ultraterrena que te hechizaba y te dominaba. ¡Hijos de puta! O sea, odio a
esta gente; no debería existir alguien que puede hacer contigo lo que le venga en gana. Pero
existían, y este había decidido cazarme por alguna razón. Y yo dudaba tener fuerzas para
escapar. Nadie osaría rechazar esos perfectos labios masculinos, esos ojos que quemaban como
ascuas o ese cuerpo enjuto y tonificado de piel suave y cinturita de avispa. 7

Casi tuve un orgasmo en el momento en que comenzó a besarme pese al último sabor a tabaco
de su lengua, mientras sus elegantes dedos de pianista se iban introduciendo bajo mi ropa
interior para acariciarme la verga sutilmente.

"Knight. Piensa en Knight. Chris es lo único que importa. Resístete, por él, por los dos..." me
decía mi conciencia. Pero mi rabo (duro como una viga de acero) había robado el control de mi
voluntad y apuntaba en un único rumbo: poseer a este jugoso doncel, encajando todo lo mío
dentro de lo suyo. "Bueno... pues sólo unos besitos, ¿vale? O sea, un rollete de toda la vida sin
pasar a mayores".

—¿Eres muy amigo de Apolo, verdad? —preguntó en un momento dado, entre lametón y
mordisco de mis labios.

—Sí —admití entre jadeos, sin siquiera darme cuenta, y le recosté en el sofá, colocándome
encima suyo y manoseando tembloroso aquel abdomen prohibido.

El danés se había desabotonado el cierre del pantalón y se había bajado el susodicho por la
parte de atrás, dejando a la intemperie la raja de su trasero y encajando entre ambas nalgas mi
pene chorreante de excitación. Comenzó a retorcerse lentamente arriba y abajo, restregando mi
autolubricado glande contra su entrada y haciéndome subir al cielo. "No puedes follarle. No
debes. Si lo haces, será una traición al amor que sientes por..." Pero en un movimiento maestro,
encajó mi cima en su volcán y noté que se abría como una flor primorosa, tragándose el primer
centímetro de mi masculinidad. ¡Ahhh....! 4

—Me alegro de que seáis amigos —murmuró el dios en mi oído, tras mordisquearme el lóbulo
de la oreja—. Yo también soy su amigo, querido; me lo cuenta todo. ¿Te ha contado a ti lo de su
plan? ¿Qué sabes? 5

Estaba a punto de venirme sin siquiera haber introducido del todo la punta, luchando contra mi
excitación por recuperar el control de mi ser.

—No sé... O sea, ¿qué plan?

Su expresión de excitada lascivia desapareció como un billete de cien euros revoloteando por la
calle de un barrio pobre, siendo sustituido por una helada seriedad que me asustó como un
trueno a una ardilla. Simplemente, me apartó de él empujando en mi pecho y se levantó del
sofá, sacando un pañuelo de su bolsillo y pasándolo por la hendidura de su culo, manchada de
mi anticipación sexual. Tiró la tela al suelo mirándola con asco y dirigió esa expresión de
repugnancia hacia mí.

—Si no lo sabes, entonces no eres su amigo; apenas llegas a ser un peón en esta partida.

—¿Hola? ¿Peón? —pregunté entrecortadamente, con mi sangre aun regando el cerebro


incorrecto.

Ya al lado de la puerta de la sala, se volvió hacia mí.

—Dale este mensaje: se arrepentirá por haberme excluido. Yo también puedo encontrar otros
aliados para que me hagan el trabajo sucio, y todos lo pagaréis. 2

Cuando la puerta se cerró y me quedé solo, fue que me di cuenta de la patética estampa que
debía tener con mi irreverente erección apuntando al techo y mis mojados labios abiertos como
si fuera un retrasado.

—Se... ¿se ha ido? O sea, ¿me ha dejado así? 4

Me dejé caer en el sofá y apenas tuve que masturbarme diez segundos antes de inundar mi
vientre de mi blanca ambrosía.

Respirando dificultosamente, por fin mis neuronas retornaron a la cabeza superior y pude
analizar lo ocurrido.

—¿Hola? ¿Qué acaba de pasar?

Decidí lo primero que esto no contaba como cuernos; no había tenido la más mínima posibilidad
de resistirme a Hermes (¡nadie habría podido!), y ni siquiera había habido una penetración real y
mucho menos un orgasmo. Bueno, orgasmo había habido, pero ya a solas. 5

Y ¿qué había estado diciendo este cabronazo calientapresos? ¿Apolo tenía un plan? ¿Yo era un
peón? ¿Quería hacernos pagar... a todos? ¿Quiénes éramos esos "todos"?

La respuesta la obtuve esa misma noche, cuando Faust no acudió a cenar y tan sólo lo vimos de
nuevo a la hora de dormir, ya que un par de celadores lo trajeron a la celda ayudándole a
caminar. El rusito había perdido sus gafas, tenía un ojo morado, cojeaba y se agarraba las
costillas como si le dolieran mucho.

—¿Qué te ha pasado? —Le recibimos alarmados, ayudándole a llegar a su litera y tumbándole.

—¿Quién ha sido?

—¿Estás bien?

Su labio superior también estaba hinchado, y llevaba una tirita porque debía haberle sangrado.

—Hulk... y Bond... —consiguió farfullar.

Me sonaban de algo esos nombres, pero no supe de qué hasta que Christopher se volvió hacia el
calabozo colindante y golpeó los barrotes con ambas manos, produciendo un sonoro "gong" que
atrajo la mirada de varias celdas a la redonda.

—Fear... ¡¿por qué cojones has enviado a tus matones a por Faust?!

Allá lejos, desde su litera, el muchacho de fiera belleza afilada se apartó de los ojos ese flequillo
en parte plateado y compuso una expresión inocencia claramente fingida.

—¿Yo? No sé de qué me hablas, ovejita. Algo habrá hecho ese Faust tuyo si se ha llevado unos
buenos sopapos.

—Me las vas a pagar – advirtió el estadounidense, ignorando el hecho de que le había llamado
"ovejita".

—¡Chris! —Corrí hasta mi novio y le agarré del brazo, asustado por el cariz que estaba tomando
todo esto. —Por favor, no —rogué en un susurro.

Fear puso cara de miedo para luego empezar a reírse.

—Claro que sí, ovejita; hazme pagar. Pero no te preocupes, que en el rebaño hay algunas reses
más que tienen que pagar, y tus amigos han comprado todos los boletos del sorteo para una
visita al matadero —adujo mirándome a mí de reojo, con una sonrisa; luego, me lanzó un beso
coqueto que me provocó un escalofrío antes de tumbarse de nuevo en su catre.

Las luces se apagaron y, en medio del silencio provocado por el reciente enfrentamiento, resonó
el rabioso rugido de Knight, como si de un león enjaulado se tratase.

Este fue el comienzo de la guerra contra la banda de ese energúmeno; una guerra que no
podíamos ganar.

XXXI

Esa noche no hubo sexo. Me la pasé en gran parte intentando aplacar a Christopher para que se
calmase y dejase pasar el asunto. Me costó, pero Ayax se nos unió y me apoyó. Él tenía muy
claro cuán peligrosos eran Fear y su grupo y que, si con unos golpes al pobre de Faust se
quedaban tranquilos, era un mal menor. O sea, Faust no lo vería igual de menor, pero ya no
había vuelta atrás.

Hay que entender que, pese a que la rabia me corroía por dentro, tenía mucho más miedo de
que mi nene se enfrentase directamente a ellos y acabase malherido o peor. Y ya no se trataba
sólo de cobardía, sino de practicidad; íbamos a estar aquí mucho tiempo (yo casi cinco años, si
no me rebajaban la condena), por lo que más nos valía llevarnos tan bien como fuera posible con
los demás. 8

¿Qué otro camino teníamos? Si empezábamos alguna clase de reyerta oficial, las autoridades de
Barroteferro podían intervenir y castigarnos. Y si lo hacíamos de manera más clandestina, con
peleas y enfrentamientos aislados, ¿Cuándo acabaría? ¿Cuándo alguno muriera? ¿Cuándo todo
el otro grupo hubiera caído? Había que llegar a alguna clase de trato o de entendimiento para
que las aguas volvieran a su cauce.

Aunque no le conté al norteamericano las altas temperaturas que alcanzó mi encuentro con
Hermes en nuestra última "charla", sí le conté que dicho dios del Olimpo me había intentado
sonsacar sobre Apolo y alguna clase de plan que este había comenzado; y que mi negativa por
desconocimiento, sobre todo, había conllevado una amenaza bastante clara por parte de aquel
delicioso chaval. "Todos pagaréis" dijo. Así, le aseguré a Knight que yo buscaría a ese chico al día
siguiente y le exigiría que instruyera a sus lacayos para que nos dejasen en paz; porque este
suceso con nuestro compañero de celda tenía que estar relacionado sí o sí.

Y, sin embargo, no fui lo suficientemente rápido; no llegué a ver la enorme gravedad de lo que se
nos venía encima, tomándomelo con más calma de la debida. Tras el desayuno, acudí a la
biblioteca para escribir en mi tablet algunas preguntas y conceptos que quería tratar con
Hermes; sobre todo quería prepararme mentalmente para enfrentarme a su presencia, ya que
no quería actuar de nuevo como el imbécil babeante que debí parecer ayer. ¡No me dejaría
seducir de nuevo! 4

Y digo que me lo tomé con demasiada calma porque, al salir de allí media hora después,
escuchando música con los cascos, fui asaltado en las escaleras que me llevaban hacia el Olimpo.
En una de las curvas, donde las cámaras debían tener un peor ángulo, me crucé con el que luego
supe que era apodado Hulk y que había partido la cara (y otros huesos del cuerpo) de mucha
gente, tanto fuera como dentro de Barroteferro.

¡Era gigantesco! Cabello corto negro, músculos enormes recorridos por marcadas venas, ceño
permanentemente fruncido y una mirada algo ausente, pero con un brillo de lejana malicia
hundido en sus pupilas. No era feo, pero definitivamente no era mi tipo; o sea, ¿un culturista?
¡Por favor! Las musculocas no son para mí. Sin embargo, no pasó de largo; se detuvo justo ante
mí extendiendo sus amplios hombros casi de pared a pared en este pasillo, impidiéndome
claramente el paso. Tragué saliva de forma involuntaria. 1

Tuve suerte de que este energúmeno no tuviera en mente aplastarme como a una mosca en ese
momento, ya que le habían dado otras órdenes. Se apropió de mi tablet de un tirón y, tras
dirigirme una burlona sonrisa, la dejó caer al suelo y la pisó partiendo en mil pedazos la pantalla
junto a muchos de los chips y conexiones internas, saltándome de las orejas los cascos que
conectaban con ella. Obviamente, el aparato electrónico ya no volvería a funcionar. 2
Me quedé sin habla. O sea, ¡era el regalo de mi nene! Aquel con el que me anunció su amor por
mí, en el que se gastó tantísimos puntos de los que tenía ahorrados, con el que yo escuchaba
música, donde tenía descargado mi curso de FP y muchos otros libros, donde tenía los apuntes y
anotaciones sobre los pedidos más rentables y los servicios más útiles y baratos a usar con los
puntos. Era... lo único que me hacía sentir que aún conservaba una parte de mí mismo intacta.

Por suerte, el asombrado pasmo que me embargó impidió que dijera palabra alguna al matón
mientras se alejaba, pues podía haber sido mucho peor.

Estaba demasiado furioso para ir a ver a Hermes en este momento, así que me dirigí hacia el
patio con intención de correr unas vueltas al circuito o golpear el saco durante un rato imitando
a mi novio; cualquier cosa con tal de descargar la rabia y la frustración que me hervían en las
entrañas.

Pese a todo, mi malestar quedó aparcado cuando percibí en la parte más lejana del merendero,
aislado, sentado y apoyado en el muro, a un espigado muchacho nuevo; o eso pensé al principio,
porque en realidad no había reconocido a Moreno debido a que había perdido sus melenas.

—¡Ohmaigad, Fran! Esto no me lo esperaba. O sea, ¿tan corto? Si estabas muy orgulloso de tu
cabello. —La mirada que me dirigió, entre asustada y ausente, detuvo ese curso de
pensamientos y lo entendí; más aún al observar, ya de cerca, los trasquilones y mechones
desiguales que le habían dejado. —Eso no te lo han hecho en la peluquería. 2

—No. Han sido... —empezó a contarme, pero el desánimo y alguna clase de shock post
traumático no le permitieron continuar y cerró poco a poco la boca que se le había quedado
entreabierta. Algo se me rompió por dentro al ver tan decaído y afectado a este muchacho que
siempre había estado tan lleno de chulería gallega.

—Han sido del grupo de Fear, ¿verdad? —Me senté a su lado. —A mí me acaban de romper la
tablet. —Aún no podía hablar, así que continué. —No me han pedido nada, no me han
amenazado ni insultado; ni siquiera me han pegado. Ha llegado, me la ha quitado, la ha roto y se
ha ido tan feliz. Ese que llaman Hulk; el grande.
—Ha sido el propio Fear —por fin admitió—. Y yo le dejé hacerlo.

—¿Hola? ¿Por qué?

—Dijo que, o le permitía raparme, u os haría daño a ti y al riquiño. Dijo que ya tenía a gente
cerca de vosotros y que sólo tenía que dar la orden.

Fear. El del mechón blanco. El que, según Apolo, se había especializado en aprender qué le
importaba a cada uno para poder extorsionarle amenazándole con lo peor. ¿Qué no nos hicieran
daño a mí o al niño era lo que más le importaba a Moreno?

Enternecido, inicié la operación "abrazo friends forever" agachándome a su lado, pero Ayax se
nos acercó por sorpresa y se dejó caer a mi otro lado, apoyados los tres en el muro.

—Me han jodido de lo lindo.

—¿Qué te pasa?

—¿Qué le pasa? —preguntó Moreno al no entender el inglés con acento francés de mi


compañero de celda, y yo le fui traduciendo.

—Me han robado. Primero, la ropa que guardaba en la caja al lado de mi cama; la especial, ya
sabes, la que me compré con lo que saqué de los pedidos. ¡No me han dejado ni un calcetín! Y
luego, al hablar con un guardia para pedirle más, me ha informado de que no me quedaba ni un
punto en la cuenta. Estaba ahorrando, ¿sabéis? Ya tenía para un pisito en las afueras de mi
pueblo. —Sus ojos se le pusieron brillantes. —Me iba a llevar conmigo a mi hermana, para
sacarla de casa de nuestro padrastro.
—¿Hola? O sea, ¿eso se puede hacer? ¿Cómo te van a robar los puntos de tu cuenta personal?
Es como muy... una putada, vamos.

—En teoría son seguras —el francés se encogió de hombros—, pero en la práctica, si alguien del
personal de la prisión con influencias te debe un gran favor, podría manipularlas. Se ve que
alguien me ha considerado merecedor de gastarse uno de esos favores en mí; y no lo entiendo,
porque yo soy majísimo con todo el mundo.

No pude evitar sonreír ante su modestia, pero me apenaba ver truncados sus planes de futuro,
ya que en muy pocas ocasiones había visto desanimado a Ayax. ¿Cómo era posible que, en una
sola mañana, dos amigos míos siempre enérgicos y alegres, sufrieran una desgracia semejante?

Moreno, que se había quedado callado mirando a la lejanía, frunció su entrecejo antes de
preguntar:

—Pipiolo, aquel que está siguiendo a tu novio hacia las duchas del patio... ¿no es uno de los
matones de Fear?

Tuve que afinar la vista por la distancia, pero, efectivamente, el que andaba tras mi nene era ese
al que llamaban Raptor. Le reconocí por su elástica forma de caminar como un gato al acecho, así
como por el perfil de su nariz aguileña. Se suponía que fue condenado por varios asesinatos por
arma blanca, y en esta misma prisión ya había acuchillado a tres personas, aunque ninguna llegó
a morir.

El color huyó de mi rostro ante la impresión que me causó un oportuno destello del sol
rebotando en algo corto y metálico que llevaba casi oculto en la mano izquierda. 2

—Chris... —intenté gritar, pero el nudo de la garganta me lo impidió. Salí corriendo hacia allí
mientras carraspeaba y por fin conseguí chillar, justo antes de que mi chico se metiera en las
duchas: —¡Knight! ¡Espera!

A varios metros de distancia, Raptor se detuvo con cara de fastidio al verme pasar por su lado.
Llegué hasta mi novio y le abracé, besándole seguidamente; sabía que la estruendosa carrera, en
la que me había tropezados con dos personas y derribado una silla, había atraído la mirada de
muchas personas cercanas.

—Te... ¿te vas a duchar? —pregunté en voz alta, con una tensa sonrisa.

—Sí, ¿por qué lo d...? —empezó él, pero debió darse cuenta de que yo no estaba normal y su
mirada se desvió hacia mi espalda, donde Raptor permanecía inmóvil, guardando algo en su
bolsillo. Debió de entenderlo todo, porque me puso a su espalda y se encaró con él. —¿Y a ti que
te pasa? ¿Quieres algo?

El asesino resopló burlón, se nos acercó (poniéndonos en guardia) y susurró lo suficientemente


alto como para que le escuchásemos los dos, pero lo suficientemente bajo para que ninguno
más de los presentes que nos miraban lo entendiera:

—Muy listo, Pipiolo, pero sólo retrasas lo inevitable. Si no es hoy, será cualquier otro día. —Y con
ello, se giró alejándose hacia la entrada del edificio.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Knight tras intentar calmarnos durante unos segundos
en donde la gente volvió a ocuparse de sus asuntos. Francisco nos alcanzó entonces y continuó,
ahora en español: —¿Morreno, qué ha pasar a pelo tuyo? 5

—Servicio de peluquería gratuita por cortesía del grupito de Fear —espetó Fran con los labios
apretados por la rabia y la barbilla adelantada.

—A mí me han roto la tablet; o sea, ¡nuestra tablet! —exclamé indignado, con la voz casi rota.

—Y a mí me han vaciado la cuenta. Me han dejado sin ahorros.

—Pero... —nos miró alternativamente— ¿nos han intentado agredir a los cuatro a la vez?
—Hermes lo dijo; tenemos que pagar. Todo nuestro grupo de colegas. Después de la paliza a
Faust, aún faltan Brave, Mouse y...

—¡El riquiño! —exclamó Moreno con los ojos muy abiertos, dando voz al pensamiento que me
había asaltado al mismo tiempo. —Los hijos de puta me dijeron que no os harían nada, pero
nadie se ha librado. ¿Alguien ha visto a Dani?

—¿Dónde está Noob?

—Hace una hora o así que me dijo que iba a nadar al otro patio —nos informó Knight.

Sin necesidad de decir más, salimos corriendo hacia allí los cuatro. No es que no apreciásemos
también a Brave o a Mouse, pero el escocés era más un compañero de celda que un amigo de
verdad, y Mouse no pasaba tanto tiempo con nosotros, por lo que le creímos fuera de peligro.

Efectivamente, más adelante supimos que a ninguno de estos dos les había ocurrido nada;
probablemente, los de Fear habían entendido que no eran tan amigos nuestro como Faust. Pero,
en cuanto a Daniel, este no salió impune del asalto múltiple. A decir verdad, fue el peor parado.
3

Ya habíamos registrado la piscina (tanto por su superficie como en el fondo), así como las
cercanas áreas dedicadas a otras actividades cuando decidimos ir al vestuario. Nos cruzamos en
la puerta, saliendo él, a un muchacho de fuerte musculatura con el rostro ligeramente
ruborizado que llevaba varias pulseras en cada brazo (que en realidad eran bridas de plástico
negro), y que jugueteaba impulsivamente con una goma de plástico que rotaba y estiraba entre
sus dedos formando extrañas figuras geométricas. Su mirada de superioridad socarrona nos
extrañó mucho.

—Ese es Bond, del grupo de Fear —nos informó Ayax.

Temiéndome lo peor, entré al vestuario a la voz de «¡Niño!», y allí estaba él, desnudo, de pie en
medio del vestuario, secándose el cabello con una toalla. Tenía algunas líneas enrojecidas
marcadas en muñecas y tobillos, pero parecía sano y salvo. Me pareció raro que, al entrar todos
en tropel en la estancia, no se tapase la entrepierna al instante con su habitual vergüenza.

—Ah, hola Alex. Hola chicos.

Su voz me sonó pastosa, abotargada, con esa entonación medio borracha que le duraba un buen
rato tras tomarse su pastilla de la mañana. ¿Aún le duraba el efecto?

—¿Estás bien, Dani? ¿Qué ha pasado?

—Un tío me ha violado —anunció secándose las axilas ahora. —Luego se ha quedado para ver
cómo me duchaba. Se acaba de ir. 4

Tanto Moreno como yo nos acercamos a él y chequeamos su cuerpo con un objetivo que nada
tenía que ver con la lujuria. Queríamos comprobar si tenía lesiones, heridas o cualquier otra
consecuencia del trauma que acababa de sufrir.

—Eeeh... ¿qué hacéis? —preguntó pesadamente el navarro, dejándose manejar y palpar.

Además del maltrato en brazos y piernas fruto de haber estado amarrado, no tenía heridas; pero
de su ano escapaba un pequeño flujo blanquecino resultado del abusivo asalto cárnico al que
seguramente había sido sometido.

—¿Qué te ha hecho? ¡Ohmaigad! ¿Te duele algo?

—Nah... —Negó fervientemente con la cabeza. —Ya sabéis que, recién empastillado por la
mañana, estoy como soñando. Apenas he sentido nada. Estoy bien, de verdad.

Pero no estaba bien y, cuando se le pasó el efecto adormecedor, sufrió una crisis nerviosa que
acabó con sus nudillos sangrantes al golpear un muro, y sus angustiados lloros en mi hombro,
pues conseguí agarrarle antes de que se hiciera más daño. Desde ese día nos comprometimos a
que, uno u otro del grupo, vigilase y cuidase al niño cada mañana hasta que se le pasase ese
primer efecto atontador de su medicación.

Al rato me encontré a Moreno en una esquina, mirando a la lejanía y secándose con rabia las
lágrimas que se le escapaban cada poco.

—¡Fran! ¿Qué te ocurre?

—Nada.

—No seas así, dímelo.

Miró a nuestro alrededor para asegurarse de que estábamos solos, y confesó:

—Es culpa mía. Fear me aseguró que nos os harían nada si me dejaba rapar el pelo. Si, en ese
momento, le hubiera partido la boca y hubiera buscado a Daniel, podría haber evitado que... —
se le rompió la voz. —Es culpa mía. ¡Carallo! 3

—No lo es, de verdad que no —le aseguré abrazándole con miedo a ser rechazado; pero él
necesitaba ese abrazo tanto como yo y se me aferró con fuerza.

En este momento la moral de todo nuestro grupo estaba por los suelos. Todos habíamos sido
atacados de una u otra manera demostrándonos lo vulnerables y débiles que podíamos ser.
¡Incluso habían intentado herir gravemente o matar a Christopher! Yo me había sentido
relativamente seguro en Barroteferro hasta ahora pues nunca había sido realmente agredido a
malas, pero ya no. Ahora, todos pasábamos el tiempo vigilando nuestras espaldas y
limitándonos en nuestras libertades para conseguir estar un poco más a salvo.

Y tuvimos nuestra primera deserción: Faust pareció interiorizar que la paliza que recibiera
ocurrió a causa nuestra, por ser él amigo nuestro y ayudarnos con lo de los puntos; así que, sin
anunciarlo, fue poniendo distancia con nuestro grupo y dejándose ver más con los de Brave. No
es que no nos dirigiera la palabra o que fuera mal compañero, pero se alejó de nosotros tanto
como pudo. Y no le culpo, ojo, porque fue su instinto de supervivencia el que le guió por ese
camino.

—¡Puto Hermes! ¡Así se le sequen todos sus perfumes de Chanel! —exclamé realmente rabioso,
pues nunca había deseado algo así excepto para mis peores enemigos. Luego, me calmé un poco
y pude pensar con más claridad. —Todo esto ha sucedido por culpa de Apolo. O sea, él nos
metió en sus movidas que no nos han beneficiado en nada, pero bien que nos han jodido. ¡Y ni
siquiera sabemos qué se trae entre manos!

—Tienes que hablar con él ya, carallo.

—¿Hola? —Miré a Moreno extrañado. —¿Por qué yo?

—Al niño no le cae bien, y creo que es mutuo. A Ayax y a Knight no los ha tratado aún, no creo
que les reciba. Y yo... me quedo atontado cuando le veo; me gusta demasiado. Has de ser tú.
Échale huevos.

—¡Vale! Pues voy para allá. No se diga que Alejandro Sanchiz no le echa huevos.

XXXII

Nada más terminar de comer, vigilamos desde lejos que el grupo de Fear se ausentaba en
conjunto hacia el patio C, por lo que este fue el momento elegido para encaminarme voluntaria
y afablemente hacia el Olimpo.

—¡Que sí! ¡Que ya voy! ¡Dejad de empujarme! —Hay que entender que, recién ocurridas las
agresiones, yo estaba lleno de miedo por estar sólo y temía incluso por mi vida si me encontraba
a solas con alguno de esos brutos. Christopher había querido acompañarme, pero todos sabían
cuán elusivos solían ser los dioses griegos del tercer piso y creyeron que tendría muchas más
oportunidades de ser recibido si iba a solas.

Pasé de un salto silencioso ante la puerta de Hermes, pues sólo faltaba que ese cabronazo
supiera que estaba allí y planificase algo contra mí; aunque reconozco que no creía que pudiera
hacer nada peor que lo que ya me había hecho. Y no me refiero a que me dejase a punto de
caramelo, con los huevos violetas a punto de estallar, sino al hecho de que me abrió los ojos a
una verdad que un enamorado nunca quiere reconocer: yo seguía siendo humano y, por mucho
que amase a mi Knight, podía ser tentado y traicionarle si ciertas circunstancias se daban. Eso no
significaba que quisiera menos a mi Chris, pero rebajaba mis sentimientos a un nivel mucho más
mundano y ordinario de lo que me hubiera gustado creer, y manchaba de alguna manera eso tan
puro que mi chico y yo habíamos comenzado. 6

—Apolo —llamé bajito tras golpear quedamente con la aldaba. ¡Tenía aldaba! Ese adorno tan de
siglos pasados, cuando había electricidad para instalar timbres que anunciasen una visita en la
puerta de tu casa. Tenía forma de dos alas de cobre sujetando entre las dos una bola en la punta.
—Apolooo... —volví a llamar y a golpetear, un poco más fuerte. No quería que Hermes me oyera
y me sentía fuera de lugar en este piso (como un pordiosero en un restaurante de lujo donde
todo el mundo va con esmoquin), pero necesitaba que este chico me abriera para poder cantarle
las cuarenta, exigirle información y rogarle porque arreglase con Hermes su asunto sin
inmiscuirnos a nosotros, tristes mortales que debían retozar en la vulgaridad de una condena en
el Hades, sin lujos, comodidades o intimidad. 2

Permanecí allí un rato más, llamando de vez en cuando, pero nada. Escuchaba ruidos en otras
habitaciones cerradas, pero no en esta. Además de a estos dos dioses enfrentados, yo había
conocido a Eros y a Dionisio, pero había muchas más puertas cuyo propietario no me había
cruzado en este tiempo. ¿Tendrían instalaciones propias, más exclusivas, en donde evitar a la
plebe? ¿Acaso no salían de su piso para no contagiarse de la chabacanería insulsa que éramos la
gente menos divina? ¿Existiría un Zeus, creador de todos los dioses y deidad suprema, cuya
simple visión podría dejarme ciego y llegar a un orgasmo sin fin?

Fastidiado por todas estas dudas, pero sobre todo, por no haber conseguido mi objetivo, me
escabullí rápidamente fuera del Olimpo. Murmurando rabioso, casi me choqué de bruces con un
guardia en su ronda.

—¡Alex! ¿Qué tal?


—Sí que hacía tiempo que no nos veíamos, Lucas. —Sonreí feliz por la casualidad.

Tras un intercambio de formalidades y un abrazo, le conté lo que nos había ocurrido con el grupo
de Fear y se ofreció a acompañarme de vuelta a donde esperaban mis amigos, aunque
caminábamos despacio para que durase más nuestra conversación.

—¿No podéis hacer algo los celadores? O sea, unos presos violentos han asaltado, agredido,
violado, e incluso han tratado de herir o matar a uno de nosotros. ¡Eso tiene que tener un
castigo!

—Ojalá. —Suspiró desencantado. —No hay pruebas. Ningún compañero lo ha presenciado y, por
lo que me cuentas, todo eso se ha realizado en lugares donde no lo han captado las cámaras.
Sería vuestra palabra contra la de ellos, no prosperaría; y encima, si lo intentáis, ellos os tacharán
de chivatos y podrían poner a la gente en vuestra contra.

—¿Hola? Esto es increíble. ¿Qué podemos hacer? ¿Dejar que nos maten?

—Tendréis que ser más listos, menos orgullosos y usar la mano izquierda con ellos. Es mejor
hacer un amigo de tu enemigo que comenzar una guerra.

—Suena fácil cuando tú lo dices.

Caminamos en silencio hasta un dispensador de agua con vasitos de cartón y me detuvo.

—Tómate un agua conmigo.

—Vale. —Me sirvió un vaso y bebí un poco mientras le miraba de reojo. Le notaba preocupado,
como que quería decirme algo pero no se animaba. —¿Te preocupa que te vean hablando
conmigo? Van a pensar que me tienes alguna clase de favoritismo.
—¡Ja! —se carcajeó—. Es que tengo algo de favoritismo contigo, pero no pasa nada; ellos creen
que es porque eres español, ya que no tengo compañeros de trabajo con los que poder hablar
en mi idioma.

—Pero hay más presos españoles.

—Pero no son tan guapos como tú. —Creo que me ruboricé como un tomate.

—¿Hola? O sea, vaya... es decir, gracias. No lo veo así —disentí al pensar en los inocentes rasgos
del navarro o en la fiereza chuleta del gallego—, pero gracias. —Le miré de reojo unos segundos
y confirmé por la forma en que se mordía el labio inferior con la mirada algo ausente que quería
contarme algo, tratar algún tema delicado, pero no se decidía.

Decidí pasar a algo más personal, que le diera confianza. Le hablé de mi ex novio y cómo me
dejó antes de entrar, y de mi fallida relación con mi padre, a quien no aguantaba. Luego le
pregunté a él por su vida y admitió que no tenía a nadie que le calentase la cama en su casa, ni
hombre ni mujer. Aseguró ser bisexual, pero que sólo recientemente había aceptado que los
hombres le gustaban igualmente; apenas hacía un año y medio.

—¿Y cómo es que acabaste aquí, como guardia en Barroteferro? ¿Aprobaste unas oposiciones
públicas? ¿Te presentaste a una entrevista de trabajo?

—Fue hace casi un año. —Su mirada se ensombreció y tardó un rato en responder, apoyado el
codo sobre la máquina de agua, y lo hizo en voz muy baja. —Acababa de aceptar que me
gustaban los tíos también hace unos días y fui a un local de ambiente de mi ciudad. Allí me
quedé casi automáticamente enganchado de un muchacho que me devolvía la atención; de
cabello negro, ojos azules y claramente adinerado. —En ese momento yo pensé que la
descripción de dicho chaval podría aplicárseme a mí también y me sonreí. —Era muy joven,
luego supe que apenas tenía quince, pero ¿cómo iba a saberlo? No debería haber podido ni
entrar al local. 3

—A saber. Bueno, sí, que te gustan muy jovencitos y con cara de nene. ¿Y qué pasó?

—Bueno... —Algo ruborizado, continuó: —Más que jóvenes, me gustan bajitos, pero bueno. Le
invité a copas, como si fuera una mujer a la que hay que adular para llevártela a la cama, pues
todo mi entrenamiento de seducción había sido realizado con chicas. Hice un poco el ridículo, lo
reconozco, pero él aceptaba mis halagos y me devolvió unos cuantos, y yo pensé que por fin me
estrenaría con otro tío. ¡Me iba a follar mi primer culo! Y encima, con alguien que me gustaba
muchísimo. Estaba muy ilusionado.

—¡Bien por ti! O sea, el primer culo siempre es importante.

—Pero la cagué mucho cuando salimos de allí y nos montamos en mi coche. Es decir... no sé si
fue porque le confesé que era virgen, que me gustaba mucho o porque me vio nervioso, pero
pareció pensárselo mejor y me dijo que estaba muy cansado, que le acercase por favor a su casa;
que, si eso, ya otro día.

—¡Que cortada de rollo! Muy, muy mal.

—Así es. —Lucas asintió despacio y palideció bastante. —Le presioné, le rogué incluso.

—Pues qué mal. Estás realmente bueno y, si él no quería estrenarte, cualquier otro querría.

Se encogió de hombros dedicándome una pequeña sonrisa que desapareció rápido. —Gracias,
pero en aquel momento yo no toleraba muy bien las frustraciones; su negativa atacó mi
masculinidad, mi seguridad, y temí, como hétero recién convertido, que iría a contárselo a sus
amigos y a reírse de mí. Le agarré fuertemente del brazo y le besé intentando seducirle, pero él
apartó mi mano clavándome las uñas, me insultó y salió del coche corriendo calle abajo.

—Ohmaigad...

—Estábamos en las afueras, donde las casas se juntan con el campo, y él pareció cogerme miedo
porque esprintó por en medio de la oscuridad, entre árboles y matorrales, saltando vallas bajas y
tropezando en tierra arada. Yo le vi alejarse gracias a la luz de la luna.

—Qué exagerado el niño ese. 1


—Puesto que le estaba mirando, vi allá lejos cómo desapareció de repente. Parecía que la tierra
se lo hubiera tragado. Me quedé un rato más mirando a ver si volvía o se levantaba, pero nada.
Así que salí del coche y le seguí, despacio y con cuidado. Al rato le encontré justo donde creí que
se había caído, sólo que era peor de lo que me temía; había una acequia profunda construida
con cemento y había caído dentro; por suerte no había agua. Parecía haber quedado
inconsciente, así que bajé y traté de ayudarle a subir, estirando de él e incluso cargándomelo
sobre los hombros.

—Si es que eres buena gente, ¿sabes?

—Ojalá no lo fuera —deseó—, porque, sólo cuando lo subí, me di cuenta de que no respiraba. Si
se hubiera roto una mano, dislocado algo o sufrido una conmoción, todo hubiera ido genial, pero
se había partido el cuello. 3

—¡Ohmaigad!

—Me puse muy nervioso. ¿Se acordarían los del pub que el chaval había salido conmigo de allí?
¿Me habría visto alguien perseguirle al bancal? ¿Encontrarían mi ADN bajo sus uñas?
¿Encontrarían sus huellas en mi coche? ¿Decidirían que era culpa mía? Pensé que se me había
jodido la vida.

—¡Que mal! ¿Y qué hiciste?

—Llamé a mi tío que trabaja de celador aquí en Barroteferro y que estaba de vacaciones en casa
de mi abuelo, en el pueblo. Él me aprecia mucho desde siempre y me ayudó a esconder el
cadáver y a borrar cualquier prueba que pudiera incriminarme, con la condición de que
trabajase en esta empresa.

—¿Cómo? ¿Trabajar... aquí?


—Sí. —Enrojeció avergonzado. —Eran los comienzos de la crisis y no había empleo; o al menos,
yo no lo encontraba. Llevaba meses sin curro y sin estudiar, y tampoco me esforzaba mucho por
solucionarlo. Mi padre y mi tío hablaban mucho de mí; estaban preocupados, así que mi tío
quiso mi compromiso de que me esforzaría en el trabajo que él me ofertase. Dijo que estaba
muy bien pagado y que no necesitaba estudios especiales; apenas unas pruebas físicas, que él se
responsabilizase de mis actos y que yo me comprometiera con las normas del lugar.

—¿Aceptaste porque creíste que, si no obedecías, tu tío amenazaría con contar lo ocurrido con
aquel chico?

Esa era una posibilidad que no puedo negar —su expresión facial no fue concluyente—, pero
ahora creo que no me hubiera delatado. Sea como sea, mi familia quería verme trabajando y
encarrilado, y todo se alineó para que yo quisiera alejarme de esa ciudad un tiempo, llevarme
bien con mi tío y, de paso, empezar a trabajar. El empleo estaba disponible precisamente porque
mi tío se jubilaba, así que yo ocupé su lugar.

—Por las liendres benditas de los huevos de Yisus... ¿Y ahora, estás bien aquí? ¿Te gusta este
trabajo?

—A ratos. —Se deshinchó con un suspiro. —No me siento integrado. Los otros guardias me
tratan con frialdad, distantes, como si no pudieran confiar en mí. Mi tío me pide paciencia; dice
que al principio son así con todos, pero ¡joder! ¡Que llevo casi un año paseándome por estos
pasillos!

—¡Un momento! —le interrumpí sin escuchar verdaderamente su queja, al pensar en otro tema.
—Eso quiere decir que... ¿eres virgen aún con los hombres?

Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no echarse a reír, y me riñó con un "¿es eso lo que
has sacado en claro de mi historia?", y yo me encogí de hombros.

—No soy virgen. ¿Cómo voy a serlo en estas instalaciones? Parece que gusto a bastantes
reclusos, y muchos quieren llevarse bien conmigo o que les haga algún favor, así que... mamada
por allí, anal por allá... Me he entrenado bastante.
—¡Felicidades! —Le palmeé el hombro en modo colega y noté en su sonrisa que se sentía más
tranquilo conmigo, como si nuestra amistad hubiera subido de nivel. Mi mirada se clavó en sus
ojos y mi sonrisa, sin perderse del todo, se tornó algo más grave. —Ahora, creo que podrías
contarme eso que tienes en la punta de la lengua, ¿vale?

Se puso verdaderamente nervioso ante mi petición, pero sólo yo, que lo tenía delante, pude
notarlo en la expresión de sus ojos. De repente, se me acercó y me besó apasionadamente; me
quedé helado de la impresión. ¿Era esto lo que le ocurría, que yo le gustaba y quería tener sexo
conmigo? Me sentí decepcionado porque, aunque Lucas me gustaba, valoraba mucho esta
amistad que teníamos y no quería que se tornase en algo simplemente sexual; y mucho menos
ahora que yo tenía novio. 1

Hice fuerza para apartarme de él, poco a poco y de forma amable, puesto que no quería que se
cabrease conmigo, pero él me agarró con fuerza y volvió al ataque. ¡Ohmaigad! ¿Se estaba
repitiendo lo que le ocurrió con aquel muchacho? Lo que me faltaba, ¡acabar con el cuello roto
en una acequia! Verdaderamente me asusté por si realmente este celador era alguien violento
que no toleraba bien las negativas, pero él sacó un segundo su lengua de mi boca y susurró en
mi oído: 1

—Sígueme el juego; tenemos que hablar en privado. 1

Su lengua volvió a acariciar la mía y yo, realmente curioso, me dejé hacer mientras él me iba
empujando poco a poco hacia un rincón tras una columna pegada a la pared. Me sentí algo
cohibido por el modo en que me sobaba la entrepierna y el pecho, pero supuse que quería hacer
convincente este supuesto rollete, así que yo también le magreé a gusto para colaborar,
sorprendiéndome de las buenas dimensiones que marcaba la porra bajo su uniforme.

—Me estoy poniendo en riesgo con esto —me habló rápidamente dejando por fin de meterme
mano, ya casi ocultos por completo tras aquel pilar—, pero Apolo me ha pedido que te diera
algo de su parte, algo que yo he conseguido ilegalmente. ¡Que nadie te lo pille!

—¿Qué es?
Sacó del bolsillo interior de su chaqueta algo que me pareció una barrita energética envuelta en
plástico y me la metió en mi propio bolsillo de los pantalones. Hice por cogerla, pero detuvo mis
manos.

—Luego, luego; cuando estés a solas y nadie te vea. —Se asomó por la esquina de la columna y
volvió a ocultarse conmigo. —Están posicionando la cámara y va a enfocarme la espalda; el
micrófono podría incluso capar los susurros si nos apunta directamente. No nos queda más
remedio que seguir enrollándonos durante unos minutos para disimular. Sácatela y te la chupo,
que quedará más real.

—O puedo hacer otra cosa —sugerí con una mirada pícara, esforzándome por actuar
convincentemente y no sonar demasiado forzado. Le empujé hacia atrás, alejándole más de un
metro de mí, y clamé como si recitase a Shakespeare: —¡Oh! ¡Oh, Lucas! Yo no puedo hacer
esto. Tengo novio, soy fiel, y si no me da permiso para estar con otro, no podré entregarte mi
virilidad.

—¿Pero qué...? ¿Tu virilidad?

—¡Oh! ¡Oh, Lucas! Lo siento, pero mi flor tiene dueño —clamé cerrando los párpados con pena,
mirando de reojillo a la cámara. Él se palmeó la cara y resopló antes de hacerme un gesto que
indicaba claramente que mejor me callase. 2

—Emmm... vale, tranquilo; no pasa nada. Me voy con mi desilusión a otra parte. Que seas muy
feliz con tu novio. —Y se alejó con un enérgico caminar que me hizo suponer que no estaba muy
contento. Bueno, sería porque se había hecho ilusiones con lo de mamarme la polla. ¡Esta tiene
dueño, chaval! O sea, no se cata sin permiso de mi Knight.

Al rato, ya a solas en uno de los aseos, saqué la misteriosa barrita energética y abrí el envoltorio
esperando encontrar algo importante. Pero, precisamente, era una barrita energética sin más;
un conglomerado de miel, avena, trigo y chocolate.

—¿Hola? ¿Tanta tontería para pasarme un tentempié? —¿Era una broma, una burla o un
mensaje? Porque si era un mensaje, o yo era muy tonto, o era una clave demasiado complicada
para mí. 1

Tras desear que se le abrieran las puntas del pelo a Apolo, noté un poco de hambre y di un
mordisco a mi barrita. ¡Al menos que me sirviera de algo! 1

—¡Aaaaggg! ¡Santo patrón de caries, ortodoncias y dolores de muelas! —exclamé lo primero


que se me vino a la mente conforme abría la mandíbula de nuevo y me pasaba la lengua por una
de las paletas de adelante que ahora se movía ligeramente. El terror a verme mellado me
sobrepasó durante unos instantes en que verdaderamente le pedí al Señor que mi encía
aguantase y el anclaje de mi diente recuperase su firmeza en un par de días. Por suerte, así fue.

¿Cómo estaba tan dura esta insulsa barrita? Obviamente que contenía algo, pero podía
habérmelo advertido alguien antes de darme algo que podía intentar comerme.

Partí la amalgama de cereales con la mano y, efectivamente, había una llave rectangular de
singular diseño y una nota manchada donde pude leer con dificultad: F2, D10 — 02:45 h.

XXXIII

—... y además de eso, hay dibujado un sol con un ojo dentro —hizo notar Daniel al dar la vuelta
a la nota arrugada. —¿Qué significa?

—El símbolo de Apolo es un sol con un arpa dentro —compartió Moreno—, pero lo del ojo no lo
sé. —Le miramos sorprendidos, pues él no era de conocer mucho sobre mitologías ni atesoraba
en su cerebro más cultura que la básica. —¿Qué pasa? —Le sonreía porque aún no me
acostumbraba a verle con el cabello tan corto; lo cierto es que estaba muy sexy ahora que le
habían arreglado los trasquilones en la peluquería.

—El ojo obviamente significa que ha de observar algo allí —colaboró Ayax. —Apolo te pide que
vayas a mirar algo; a descubrir algo. ¡Alexcito detectivito! 4
Enmudecimos todos durante un minuto mientras un par de reclusos bajaban las escaleras en
cuyo oscuro recodo nos habíamos refugiado buscando algo de privacidad.

—Hola.

—Hasta luego —se alejaron mirándonos de reojo con curiosidad.

—Lo de los números debe ser una localización y hora —anotó Knight señalándolos—. El piso
[Floor], puerta [Door], y la hora. Pero... ¿piso "menos dos"? ¿Acaso hay un segundo sótano por
debajo del primero? Nunca estuve allí.

—La ezcalera eztá al fondo del pazillo del primer zótano. Ningún encuentro por pedido ha tenido
lugar allá abajo, por ezo no va nadie nunca, pero la he vizto —informó Mouse, que había acudido
junto al navarro a nuestra reunión grupal secreta. Parece que el chico con cuerpo y rasgos de
infante era ahora parte de la banda, apadrinado por Noob. —Ezto es muy raro, raro, raro. 1

—Cierto, la recuerdo —rememoró Dani. —Pasé cerca, pero había un guardia allí, todo el tiempo.

—No todo —se opuso el francés. —No sé qué hora era, pero una noche en que tuve un pedido
en ese primer sótano, observé que el celador no estaba; sería su cambio de hora o algo. Así que,
abrí aquella puerta y vi las escaleras; las bajé hasta el subsótano y daban a un pasillo
completamente blanco con muchas puertas negras.

—¿Y qué había dentro? —preguntó Daniel sobrecogido.

—¡Ja! Je ne sais pas! —El de las pecas colocó el brazo sobre los hombros del navarro a modo de
colegas. —Cada puerta tenía uno o varios tipos de seguridad; teclados, cerraduras, ranuras para
tarjetas... Nadie montaba guardia, pero era imposible acceder a ningún lado. Además, había una
sensación rara en el aire, como de un peligro permanente que me asustó. Yo no debía estar allí,
lo sabía, lo notaba, así que me subí de nuevo a mi celda y olvidé todo aquello. 2
—Un segundo sótano vedado a los reclusos... —musité pensativo. —Podrían ser instalaciones
para el personal de la cárcel, ¿no? O sea, es normal que tengan habitaciones, aseos, comedor
propio y eso, ¿verdad?

—Para eso está todo el edificio norte —hizo notar mi chico—. Allí viven y tienen sus dormitorios,
su gimnasio, su vestuario, sus salas de juego, su almacén y sus cocinas. No, eso de ahí abajo
debe ser otra cosa.

—Habrá que acudir a la hora indicada para echar un vistaciño —sentenció el gallego
sorprendiéndome, pues poco a poco iba entendiendo más el inglés, aunque se negaba a hablarlo
porque decía que le daba vergüenza su propio acento. 1

—Pero laz doz y cuarenta y cinco de la mañana ez baztante tarde. ¿Cómo podríaz eztar fuera de
tu celda a esas horas?

—Los únicos que salen son...

—Los que aceptan pedidos nocturnos —terminé la frase. —Lo sé, ¿vale? Tendré que aceptar un
pedido de esos, y ya sabéis los de la noche piden cosas más pervertidas. —Puesto que yo tenía
mi mano sobre el brazo de Knight (cuya musculada dureza no podía dejar de sobetear siempre
que se me presentaba la ocasión), noté cómo se tensaba al instante. —Chris, hace casi una
semana que no hemos aceptado ninguno, y tengo bastantes acumulados que caducarán pronto.

Y es que, hace poco descubrí que los pedidos caducaban; algo lógico por otra parte, ya que no
podían tener pendiente a un cliente para siempre de si el recluso aceptaría o no su petición.

—Me da igual. Qué caduquen.

—A mí tampoco me importa —acepté—, pero es la oportunidad de averiguar de qué va todo


esto. ¿No tienes curiosidad? 1

—¿Seguro que esto es tan importante? —El gesto del norteamericano se torció durante un
segundo. Le dolía cada vez que yo aceptaba un pedido, pero ambos sabíamos que no podíamos
escapar de este destino eternamente mientras Barroteferro nos acogiera en sus entrañas. —Si
Apolo quiere contarnos algo, que venga y nos lo diga. Y si quiere que nos arriesguemos para
averiguar algo, ¡que lo haga él mismo! No somos sus peones aunque Hermes así lo crea, no
tenemos nada que ganar y nos puede caer una buena si nos pillan husmeando donde no
debemos. 3

—¡Estoy de acuerdo! —apoyó Daniel; y es que, desde el primer día, nuestro niño había sido muy
reticente a entregar su confianza al Dios de la música y la sabiduría. —No deberíamos tomarnos
esto tan en serio. No conocemos a Apolo, no de verdad. Por ahora, sólo nos ha metido en líos.

—Hemoz de hacerlo —disentió Mouse mirándole con un ruego en los ojos, aprovechando que
los demás reflexionaban sobre lo dicho. Si había alguien todavía más curioso que yo, ese era él.
—En ezte momento estamoz en peligro por culpa de ezoz matonez y hay alguna ezpecie de plan
importante que Apolo ha iniciado. Hermez quiere averiguarlo y noz tiene amenazadoz por ello,
pero Apolo noz ha dado la oportunidad de zer útilez y unirnos.

—¿Nos ha dado? Pequeñín, tú acabas de entrar en el grupo; ni te han amenazado a ti, ni tienes
por qué averiguar nada, carallo —le recriminó Moreno.

—Puez prezizamente por ezo; me eztoy arriesgando por estar con vozotroz. ¿Qué menoz que
saber el motivo? Ezto ha de zer importante; pero importante, importante, importante.

—No tiene por qué ser importante para nosotros —intervino mi novio de nuevo.

—¿Hola? A ver, esto es como muy sencillo, ¿vale? ¿No entendéis que es lo único que podemos
hacer? —quise hacerles razonar, apoyando a Mouse. —O intentamos esto y nos enteramos de lo
que ocurre, o seguimos en el punto de mira de Fear y sus matones sin hacer nada... esperando al
día en que realmente se carguen a uno de nosotros.

—Eso tiene mucho sentido —me apoyó Ayax meneando afirmativamente la cabeza.

—La verdad es que yo quiero vengarme de esos cabrones —hizo notar Moreno, acariciándose de
forma inconsciente su testa. —Si esto es lo único que podemos hacer para ir un paso por
delante, lo apoyo. ¡Hostia ya!

—Esto no es una votación —anunció Knight con el ceño fruncido—, pero parece que Alex ya ha
decidido. Así que, de acuerdo, yo aceptaré ese pedido y averiguaré lo que hay tras esa puerta. —
Se me encaró y clavó esos ojazos en los míos. —No tienes por qué arriesgarte tú, niñato. 3

—O puedo ir yo —se ofreció Ayax. —Me conozco los pasillos inferiores mejor que nadie de aquí.
De hecho, soy el único que los ha visto; oui?

—¡Carallo! Nadie tiene más cojones que yo en este grupito, así que iré yo.

—¡Pero yo quiero verlo! No podeiz dejarme fuera. Voy yo, zi o zi.

—Pues yo no voy —disintió el rubio—, esto me parece alguna clase de trampa, y muy arriesgada.
Si pillan husmeando al que lo intente...

—¿Hola? No tenéis por qué protegerme como a una princesita, que puedo valerme
perfectamente, ¿vale? —traté de atajarles a todos—. Además, el único que tiene el favor de
ambos jefes de seguridad soy yo. Si me pillan haciendo algo indebido, creo que podría
convencerles para hacer la vista gorda; al menos una vez.

La discusión continuó un rato más en aquellas escaleras, casi siempre a base de susurros, pero
finalmente se decidió lo más lógico: yo iría, pues era el único que podía escaparse de un castigo
ejemplar en caso de que saliera mal. Mouse insinuó que, quizá, ese era el motivo por el que
Apolo me había escogido precisamente a mí para esta "misión". 1

—¿Qué hacemos con Faust? —quise aclarar antes de separarnos—. O sea, ¿le decimos algo de
esto?
—Ya no es lo mismo desde que le agredieron por ser nuestro colega. Creo que él se siente más
seguro sin tener mucho contacto con nosotros, y me parece normal.

—Además, por lo que sé, le queda muy poco para que acabe su condena —aportó Christopher
para mostrar su apoyo al francés—. Casi mejor no meterle en más problemas y dejar que se vaya
tranquilo.

Así, aquella misma noche salí de mi celda después de dormir un par de horas, camino del pedido
que había podido encontrar más cercano en distancia y tiempo con mi objetivo; en el primer
sótano.

Por una vez no acabé drogado y violado en mi inconsciencia, ni participando en una anónima
bacanal involuntaria en un laberinto repleto de hombres desnudos o deslomándome en una
variación de lucha libre en donde se ganaba a base de humillación y dominación sexual, siendo
el perdedor forzado a cuatro patas ante media docena de guardias que jaleaban y se burlaban de
mí. Esto último me ocurrió hace unas semanas y Knight montó en cólera, decidiendo que ya no
haríamos más pedidos nocturnos... hasta hoy. ¿Es que, por la noche, nadie quería una simple
mamada o un polvo tradicional sencillito? Se quejó.

En esta ocasión, "Roleplaying: submitted schoolboy" [Rol: alumno suspendido] el cliente quería
que me hiciera pasar por un joven estudiante (pero muy joven, de los de pantaloncito corto en el
uniforme) que había suspendido matemáticas y necesitaba aprobar como fuera para evitar el
castigo ejemplar que sus padres le prodigarían si se enteraban.

Así, debía yo ir a visitar al profesor de esa asignatura (mi cliente, que verdaderamente tenía pinta
de profesor, exactamente igual a mi profe de mates del insti) para rogarle que me subiera el
puntito que me faltaba. Aduciendo a su profesionalidad, el maestro se negaba inicialmente; pero
luego, mis insistentes ruegos y lloros le ablandaban el corazón y aceptaba aprobarme... a cambio
de que me callase, me bajase los pantalones y me pusiera a su disposición. Él arriesgaba su
empleo por mí, así que lo menos que yo podía hacer era compensarle.

Durante el acto, yo debía mostrarme reticente y lloroso, pero permisivo. Él quería tener la
sensación de que me forzaba a hacerlo, sin poder negarme yo por miedo a las represalias de mis
padres; y yo... yo lo disfruté como un enano, porque me metí en el papel. Aaunque este señor no
me ponía nada de nada, este tipo de situaciones eran las que me enardecían como a un jabalí en
celo. 1

"No, maestro... ¡Aaaaaah...! Por favor, esto es indecente. ¡Ay! Yo.... ¡Uuuuuh...! Yo soy un chico
católico, buen hijo, buen alumno, buen chico... ¡Ay! Recién me confesé ayer y...
¡AAaaaaAAaaahhh...!"

Y él: "Todos sois iguales. Primero suspendéis y luego no podéis tolerar la frustración. Pero bien
que disfrutas de mi pollón dentro, ¿verdad? No lo niegues, ¡cacho puta! Te voy a aprobar, pero
primero te relleno con todo lo mío, y luego recibirás las felicitaciones de tu papaíto. ¡Toma polla,
alumno putón! ¡Putón, putón! ¡Zorra! ¡AaaaAaAAaaaaaaaah...!" Él se explayaba soltando sus
traumas, inmerso en esta fantasía, dándome cachetes con una regla en la nalga, penetrándome
mientras yo apoyaba mi pecho en su escritorio, tirando al suelo exámenes, calculadoras y toda
clase de material escolar allí acumulado para dar veracidad a la escena. 6

Creo que me corrí dos veces y, al día siguiente, el "profe de mates" me hizo llegar una buena
propina en forma de puntos extra.

¡Ejem! Pero corramos un tupido velo sobre este encuentro, que no es lo que ahora nos atañe, y
pasemos a mayores.

Tras mis "clases extra" con el profe de mates, tenía yo el tiempo justo para realizar mi labor antes
de que los guardias se extrañasen de que no retornase a mi celda. Usualmente disponía de un
rato para lavarme y asearme, pero esta vez debía postergarlo y cumplir con el verdadero
cometido de todo esto.

Por cierto, que antes de despedirme de este hombre, le pregunté por la hora y me confirmó que
faltaban apenas cinco minutos para la que Apolo me estipuló en su tarjeta. ¡Debía darme prisa!

Efectivamente, allí donde Ayax me indicó, había una puerta sin vigilar que llevaba a unas
escaleras (con montacargas y todo) para descender un nivel más; y dicho nivel era tal y como el
francés lo describió: de colores fríos, decorado de forma minimalista, repleto de puertas negras
de un material parecido a plástico endurecido, con distintas medidas de seguridad de última
gama repartidas cerca de sus marcos. 3
—Puerta diez, puerta diez, puerta diez... —iba murmurando nervioso, tan alterado que noté que
comenzaba a temblar pues, en cualquier momento, alguien podía salir de una de esas puertas y
pillarme donde no debía estar.

Al fondo del todo encontré el susodicho acceso marcado por una plaquita en lo alto, y comprobé
con alivio que tan sólo tenía una pequeña hendedura lateral del tamaño apropiado para la llave
que me fue entregada dentro de la barrita energética. Tras rebuscar en los bolsillos internos de
mis slips, la saqué y la probé durante los larguísimos segundos en que la introduje erróneamente
tres veces. Finalmente, se abrió.

Preparado para cualquier cosa, la tensión se había acumulado en mis piernas y casi salí
corriendo al esperar encontrarme a algún guardia allí dentro; pero la amplia habitación se
encontraba en las penumbras generadas por unas luces de emergencia que me permitieron
comprobar (al rato, cuando pasé y cerré la puerta para poder acostumbrarme a la falta de luz) lo
que me esperaba en su interior.

La pared del fondo de esta sala estaba repleta de servidores en columnas, con sus cables de
conexión bien ordenados y completamente asegurados tras puertas de cristal blindado (o eso
me pareció). ¿Para qué tanto material informático? Algo así podría usarse para dar soporte a
algún videojuego masivo online, con miles y muchos miles de personas accediendo a la vez.

En la pared lateral había un enorme escritorio con dos sillas de aspecto cómodo y una decena de
grandes monitores ante cada uno. ¿Qué era este sitio? ¿El paraíso de algún "gamer" obseso?
Fuera como fuese, se me hizo la boca agua. Hacía tanto que no tenía acceso a internet que casi
ni me di cuenta de que estaba acariciando una de las torres de las computadoras. Estaba
encendida, aunque los monitores tenían oculta la imagen por un fondo de pantalla con el
símbolo de Barroteferro.

El movimiento de mi mano agitando el ratón para desbloquear el modo ahorro fue instintivo, y la
luz de las pantallas iluminó la sala tenuemente.

Casi se me desencajó la mandíbula por lo que allí encontré.


XXXIV

Acababa de explicarles el motivo por el que nos habíamos reunido en esta esquina del patio B, y
aún no acababan de creérselo.

—¿Estás completamente seguro de eso, Pipiolo? Si nos escuchan hablando sin cuidado, se nos
puede caer el pelo. —El gallego señaló hacia el poste justo ante el que nos encontrábamos. —
Porque cámaras, haberlas haylas, y muy cerca.

—Está rota, de verdad. O sea, no transmite ni imágenes ni sonido, ¿vale? Me aseguré. Podemos
decir lo que queramos, que estamos a salvo.

El más agitado era Ayax, pues había palidecido y abría y cerraba intermitentemente los dedos de
las manos formando puños.

—¿Nos graban todo el rato... y luego lo suben a internet? —resumió lo que les había contado a
todos en medio de murmullos y susurros nada más despertarnos con los pitidos del altavoz. 3

—A internet no, a la "deepweb" —aclaró Dani con las cejas fruncidas con preocupación. Al darse
cuenta de la expresión de Moreno, explicó: —Es como internet, pero mucho más exclusivo.
Suele usarse para asuntos turbios, ilegales o directamente criminales. Está cifrada. 4

—Entonces cualquiera podría vernos. ¡Mi madre podría verme follando con cientos de tíos!
¡Joder! —Pues sí que le había dado fuerte al francés.

—A ver, tranquilo Ayax; ya te ha dicho el niño que es una web muy exclusiva. O sea, a no ser que
tu madre sea una hacker profesional, tenga contactos en las altas esferas del crimen o se pasee
por la internet profunda como Pedro por su casa, no creo que se vaya a encontrar grabaciones
de su retoño retozando sin pudor.
—¿Y por qué harían algo así? —inquirió mi novio cruzándose de brazos y apoyándose en el muro
de cemento—. ¿Qué ganan ellos con esto? ¿Quieren avergonzarnos? ¿Es para dejarnos sin
credibilidad u honor, para que nadie nos crea cuando salgamos de Barroteferro? ¿Así es como
consiguen que nadie denuncie lo que está ocurriendo aquí dentro? 5

—¿Honor? ¿Credibilidad? ¡Ja! —se carcajeó el gallego—. Tanto les da el honor a la mayor parte
de los internos; la reputación es otra cosa. Si los amigos o los enemigos se enteran de que aquí
te has abierto de patas, eso sí que jode. Y si no has salido del armario y se lo enseñan a la
familia... ¡Puf! A las malas, la gente podría pensarse que yo soy gay. 6

Tuve que mirarle de reojo elevando una ceja con incredulidad. ¿En serio, aún mantenía que no
era gay después de todo este tiempo? ¿Ni siquiera bisexual? ¡Anda ya! 1

—¿Hablaz de chantaje? —intervino el rumano.

—¿No lo veis? ¡Es justo eso! —respondió el francés mesándose los cabellos pardos con tanta
fuerza que por poco no se los arrancaba—. Cuando salgamos de aquí, nos amenazarán con
mostrar esas grabaciones a la gente que nos importa, rompiendo parejas, alejando a la familia,
¡incluso dejándonos sin trabajo! Oh la la! ¡Seremos suyos de por vida!

—Incluso podrían zeguir exigiéndonos que tuviéramoz zexo con quienez elloz quizieran una vez
noz zoltazen.

—No es tanto así —hice notar para calmarles a todos—. A ver. Gracias a una cuenta de ingresos
que tenían en un directorio del escritorio he comprobado que sí chantajean a gente; pero no a
los reclusos sino a gente influyente. Se centran en algunos de los clientes que vienen aquí. Sabéis
que hemos estado con artistas, empresarios, políticos, magnates del petróleo... 3

—¡Y la realeza! —nos recordó Dani, aludiendo al príncipe más guapo de toda Europa que, un día
cualquiera, apareció paseando por el Hades rodeado de guardias. Iba escogiendo reclusos con
un simple gesto de su índice como quien selecciona pescado entre el género de un tenderete de
barrio. Los elegidos fueron tras él en una fila ordenada y tuvieron una gran orgía con el principito
como protagonista central. Eso nos dejó extrañados a muchos porque, ¿no era un riesgo para él
confirmarnos a nosotros su, hasta ahora, desconocida orientación sexual? Había rumores, pero
nada había sido contrastado o probado. ¿Y si alguno de los que le vimos, nos íbamos de la lengua
al salir de la cárcel?

—Pues eso —continué con mi explicación. —Y, aunque se les asegura a todos los clientes que
tendrán intimidad cuando follan con nosotros, que no se les grabará... ¡claro que se les graba! Y
no sólo eso; aunque parezca mentira, los mayores beneficios provienen de cobrar una carísima
subscripción a los invitados que quieren tener acceso las veinticuatro horas a estas cámaras y a
los vídeos editados de los mejores momentos. A esa web, la llaman "Barroteferro, la Cárcel del
Placer". 3

—¡Lo sabía! —exclamó Moreno con un gruñido de rabia. —Es como un concurso de convivencia
de esos de la tele; pero aquí, los concursantes no tienen premio, no han dado permiso y ni
siquiera saben que todo lo que hacen está siendo emitido para que unos señores ricos, gordos y
sudorosos se toquen la picha mirándolos...mirándonos.

En voz algo más baja, traté de tranquilizar al francés, que parecía aterrorizado y paralizado.

—Como ves, dragoncito, no hay manera de que tu madre te haya visto en todo este tiempo. Te
aseguro que no tenéis dinero suficiente como para pagar siquiera un mes de subscripción. Esto
debe estar destinado sólo a gente super famosa o super rica; jeques árabes, artistas, nobleza,
empresarios de empresas internacionales...

—Y todo esto... ¿es por dinero? ¿Tanto les importa? —la incredulidad se plasmaba en los
vidriosos ojos de nuestro rubito navarro.

—¿Sólo dinero? —Moreno le lanzó una mirada despectiva. —¡El dinero es lo que mueve el
mundo, riquiño! Por supuesto que importa. Pero, más aún, creo que les importan los "favores"
que pueden conseguir de esa gente.

Asentí mostrándome de acuerdo, pues al lado de la cuenta de ingresos por conceptos variados,
había otra que no se medía en euros, sino en unidades. Yo no había entendido qué es lo que
contaba, pero ahora sabía que enumeraba los favores a obtener de este o aquel sujeto. No
puedo saber el modo en que medían dichos favores, pero era un claro indicador de cuán cogido
de las pelotas tenían a ese sujeto.
—¿Qué es lo que quiere un hombre con dinero y poder? Más dinero y más poder —hice notar.
—Si logran que gente poderosa acceda a hacer lo que deseen los dueños de esta cárcel, serán
capaces de todo.

—Entoncez, ¿emiten todoz loz polvoz de la prizión, excepto loz de la gente importante, que ze
loz guardan para luego reclamar favores?

—A saber. Igual a los clientes les sale más barato si permiten la emisión de las grabaciones,
subiéndoles el precio si les pixelan la cara o si se niegan a salir en internet. Eso ya no lo sabemos.

—Moreno tenía razón. —Suspiré y me dejé caer al césped con pesadumbre. —Esto es como un
"Gran Hermano" gay y porno de convictos tíos buenos, sólo para ricos y poderosos. Hay
numerosos ingresos por subscripciones mensuales para poder vernos haciendo de todo. Había
foros enteros dedicados a nosotros; a tal preso, a tal relación, a tal polvo... ¡Barroteferro es muy
rentable! 1

—¿Alguien entiende por qué complicarse tanto con esta prisión y tantas cosas ilegales? Podrían
haber invertido en bolsa o haberse dedicado a cualquier otro negocio rentable, ¿no? —insistió el
navarro.

—Era una oportunidad de negocio —hizo notar mi Chris, que había estudiado un par de años de
Empresariales o algo parecido en los USA—. Cuando hay un sector sin explotar, surgirán
empresas de forma natural hasta obtener el beneficio que aún no se ha reclamado. El resto de
sectores están ya copados, pero el área de "delincuentes porno gay televisados que ni siquiera
saben que están siendo explotados" parece que no, y les está dando buenos ingresos. Sean
quienes sean los dueños de Barroteferro, si no lo hubieran montado ellos, quizá lo hubieran
hecho otros. 3

—No voy a poder volver a follar aquí; no me voy a empalmar —anunció Ayax con la frente
brillante por el sudor. —¿Cómo voy a hacerlo, sabiendo que me están viendo miles de personas
todo alrededor del mundo?
—Tranquilízate, gabacho —intentó tranquilizarle Moreno con una sonrisa ladeada, poniéndole
una mano en la nuca y recordándole: —Llevas muchos meses haciéndolo, así que tanto da si te
ven una vez más ese culito tan respingón que tienes. —Eso nos hizo ruborizar a casi todos, pues
cada uno se imaginó este o aquel morboso polvo o denigrante actividad sexual en la que había
participado y que debía haber sido observada por ricos depravados, con cada expresión, gemido
u orgasmo comentado intensamente en esas oscuras redes de la DeepWeb.

—¿Qué otros sitios hay donde podamos hablar con seguridad?

Saqué una hojita del bolsillo donde me las había apuntado y les hablé de aquellos recodos,
esquinas y lugares que las cámaras no llegaban a registrar, o donde estaban rotas en la
actualidad. Todos se esforzaron en memorizarlas.

—Espera... —alarmado, Knight apretó fuertemente mi hombro derecho —¿No te habrán tomado
las cámaras al colarte en aquella sala de grabación, verdad? Si se dan cuenta de que has
averiguado lo que hacen, podrían tomar medidas disciplinarias durísimas contra ti.

—Tranquilo, no soy tan tonto. O sea, borré los últimos minutos de grabación de las cuatro
cámaras en las que aparecía yo accediendo hasta allí, y retrasé su puesta en marcha unos
cuantos minutos; lo suficiente como para recorrer el pasillo del segundo sótano y subir las
escaleras de vuelta. 2

—Entonces, ¿es eso lo que quería que viéramos Apolo? ¿Quería que supiéramos que nos graban
y que distribuyen online la vida diaria de Barroteferro para enriquecerse a nuestra costa?

—Encontré otra carpeta en el escritorio con un icono en forma de Sol. El dibujito de la tarjeta
que el griego nos envió debía referirse a lo que vi ahí dentro.

—¿Y qué viste?

—No estoy seguro —confesé con un encogimiento de hombros. —Era un listado desde hace
meses hasta el año que viene de algo así como reuniones, con su hora y fecha. Cada una tenía un
par de palabras claves al lado. La más próxima, para la semana que viene, tenía escrito "Flor" y
"Faust". Sería mucha casualidad que se refiriera a nuestro compañero, no sé. Es como alguna
especie de código, ¿verdad? ¿O alguien tiene alguna idea de lo que significa? 2
—Sí se refiere a Faust, a nuestro Faust. Ambos son presos —contestó al instante el francés y,
como si se le hubiera ocurrido algo, estrechó los ojos con sospecha. —¿Recuerdas alguno de
fechas anteriores?

—Sí. Ummm... recuerdo haber visto a "Macarroni", a "Mermaid" y a "Goku", aunque había
muchísimos más. ¿Te suenan de algo?

—Todos son presos —apoyó mi novio.

—Pero más aún, son presos que ya han cumplido condena y que han salido —concretó Ayax—.
Flor y Faust se van el miércoles que viene.

—¿Y ezo qué zignifica? ¿Hacen una reunión de la directiva cada vez que un prezo zale a la calle?

—No he dicho que se reúna la directiva —hice notar—. O sea, no sé quién se reúne, pero, por lo
que decís, está claro que hacen algo cuando un interno ha cumplido su condena.

—Quizá tienen que reservar un helicóptero de vuelta para que lo devuelva a la civilización —
sugirió Francisco acariciándose compulsivamente el cuero cabelludo rapado.

—O se reúnen con ellos en privado para comerles la cabeza y que, cuando salgan, no cuenten lo
que pasa aquí dentro. Bien sûr!

Las teorías florecieron durante un rato hasta que Dani, que se había mantenido en silencio,
aprovechó un hueco para golpear el suelo fuertemente atrayendo nuestra atención debido a lo
inusual en su comportamiento.

—Sabíamos que nos estaban usando en Barroteferro, pero la explotación a la que realmente nos
someten es... no tiene nombre. No podemos hacer nada al respecto, ¿o sí? —la forma en que le
temblaba el puño apretado me llamó la atención.
—¿Y si hablamos con los abogados? —sugirió Ayax.

—No tenemos pruebas —le recordé—. No sé cómo podrían encontrar ese material en la
DeepWeb; al menos no me imagino a mi orondo abogado navegando por esos sitios de tan difícil
acceso. O sea, no creo que la directiva les facilite esos vídeos voluntariamente ni que admita
nada.

—Bueno, pues ahora sabemos los motivos por el que todos somos jóvenes y bastante agraciados
—comentó Moreno con una sonrisilla afectada, pues él no tenía problemas de autoestima; pero
dicha mueca chistosa se evaporó casi al momento sustituida por un cabreo monumental. Puede
que Fran fuera un exhibicionista nato y que no le desagradase la idea de saberse observado
diariamente en plena acción por pervertidos todo alrededor del mundo, pero le gustaba decidir
por sí mismo cuando y quién tenía el privilegio de verle.

—Esto es injusto. —El resoplido desanimado de Knight anunció lo que todos nos temíamos: no
podíamos hacer nada. 2

—Y, si no podemos evitarlo, ¿para qué nos ha guiado Apolo hacia esta información? ¿Quiere
hundir nuestra moral durante lo que nos queda de condena? —hizo notar el exaltado navarro
con el ceño fruncido.

—Hombre, sus motivos tendrá —le defendió Moreno.

—Yo, por mi parte, prefiero zaberlo; ziempre es mejor una verdad doloroza antez que vivir una
mentira —sentenció Mouse, y el norteamericano se mostró de acuerdo con él.

—La verdad es que no sé sus motivos, niño —admití—. Tiene un plan (o eso se supone), y que
averiguásemos esto era una parte de él.

—Pues yo propongo ir a buscarle y patearle la boca hasta que empiece a cantar todos esos
secretos que se guarda y que tanto nos están afectando. —Al rubito se le marcaba la mandíbula
de lo apretados que tenía los dientes, con los ojos muy abiertos y las pupilas dilatadas. Recordé
que este muchacho tenía problemas para controlar su ira, pero se supone que la medicación
funcionaba, ¿o no? ¿Acaso las pastillas estaban perdiendo potencia?

—¿Hola? Un poquito de calma, por favor. Yo ya he intentado hablar con él, pero no consigo
encontrarle —les informé—. Pero sé que Lucas, el guardia, tiene contacto con él y le he contado
lo que hemos averiguado. Me ha dicho que intentará contactar con el griego. Espero que nos
mande algún mensaje de su parte en cuanto sepa algo, ¿vale? O sea, que nada de patear bocas
por ahora, niño.

—¿Pour quoi nos ayuda ese celador, Lucas? —Ayax me observaba con los ojos entrecerrados. —
¿Podemos confiar en él? Es un guardia novato. Incluso el resto de guardias le hacen el vacío; lo
he notado.

—No sé por qué lo hace —admití—. Igual le gusto yo —conseguí contener una sonrisa al
comprobar que mi Chris se crispaba—, o puede que le guste Apolo, o quizá se huele que algo
oscuro está ocurriendo en este lugar y no le gusta. Me lleva insinuando algo así desde que
llegué. Todo esto es como muy raro; vosotros lo sabéis.

La desaparición de Pixie y Dixie, el extraño modo en que nos habían traído a todos los internos a
este lugar con claras excusas de epidemias o catástrofes en otras cárceles, la misteriosa
localización desconocida de esta isla, los problemas de comunicación con el exterior (incluso con
los abogados), el silencio de los reclusos que terminaban su condena y que no denunciaban esta
situación...

Había algo terriblemente oscuro aquí; mucho más que el sexo homosexual que se había
estandarizado como moneda de cambio; más incluso que los originales métodos de financiación
que la directiva había ideado al usar a sus prisioneros como carne para alquilar, exhibir u obtener
favores. Y esa oscuridad estaba descendiendo sobre nosotros rápidamente.

¡Por las tetas caídas de Viryinmeri! El vello de mi brazo estaba erizado como si me enfrentase a
un peligro mortal. Si no encontrábamos pronto una luz que nos guiase, nos perderíamos para
siempre. 1

—O sea, muy, muy mal, ¿vale?


XXXV

Cinco días después de mi incursión al segundo sótano, y tras infructuosos esfuerzos de obtener
alguna respuesta por parte del dios griego, esta llegó por fin en forma de un inesperado
encuentro con Lucas dentro de uno de los aseos.

—Toma, de su parte —me informó entregándome una pequeña cajita cuadrada.

—¿Qué es?

—Una madalena de esas modernas. ¿Por qué te regala una de esas?

Efectivamente, contenía un cupcake de los jugosos y especiales, de los que podías comprar en el
comedor con un punto porque sólo eran catalogados como "Deluxe". 2

Ni siquiera me plantee morderla, pues estaba seguro de que... ¡efectivamente! Contenía un


premio: una tarjeta con una banda magnética (como las llaves de habitación de hotel), junto con
un post-it pegado con otra localización y otra fecha. Mañana a las 02:45 h. Segundo sótano. Otra
puerta distinta. ¿Por qué siempre esa hora? ¿Era el cambio de guardia, o quizá se ausentaban
tomar un tentempié a mitad de la noche? 1

—¿Y no te lo comes? —se extrañó Lucas, al ver que dejaba caer las migajas al suelo.

—¿Azucares? ¿Yo? O sea, ¿por quién me tomas? Tengo un novio a quien mantener encandilado
con mis abdominales —le informé guiñándole un ojo, medio en broma y medio en serio. Me lo
quedé mirando con el ceño fruncido, pues no quería meterle en más problemas de los que ya
podía meterse por mi causa, pero tuve que intentarlo y le enseñé el post-it. —¿Sabes lo que hay
tras esa puerta?
—No; ya te dije que yo tendré permiso para bajar a ese sub sótano al menos hasta el año que
viene, cuando me renueven el contrato. Soy como... un celador de segunda categoría.

Ya me alejaba hacia la salida del aseo cuando me di la vuelta para una última pregunta.

—¡Ah! Mañana terminan su condena Faust y un tal Flor. ¿Sabes si se ha solicitado un


helicóptero?

—No. Van y vienen los tres que posee la institución, pero no sé de ninguna reserva especial.

—Qué mal. Pero bueno, no tenías por qué saberlo —razoné.

—No, si digo que sí lo sé, pero que no se ha pedido ningún transporte de forma específica.

Realmente extrañado, me fui a ver a mis compañeros y les informé de todo.

—Teniendo tres, no creo que haya problemas para devolverlos a la civilización mañana, ¿no?

—Además hay un puerto —le recordó Moreno al niño—, así que probablemente se los lleven en
lancha. Supongo que les saldrá más barato. 4

—Será eso, pero es como muy cutre —apoyé la teoría.

Aquella noche, mal que pesase a mi Christopher, tenía aceptado otro pedido nocturno que me
facilitaría el acceso al lugar apropiado en el momento indicado. "Más le vale a Apolo que esto
sea verdaderamente interesante, o empezaré a pasar de él como de una mala imitación de Hugo
Bosch comprada en el chino."
Me voy a ahorrar el recordar los detalles del tórrido encuentro que me facilitaron desde
recepción, titulado "meat on the boy", y consistente en un grupo de varios clientes sentados a
una mesa para cenar, en donde todos los platos eran servidos sobre mi cuerpo. Los tocamientos,
primero disimulados y sensuales, pasaron pronto a manoseos descarados, y de ahí, repleto ya de
miel y nata junto a varios tipos de dulces y golosinas, a una masiva masturbación completa cuyo
fruto rebañaron de mi piel junto a las demás salsas. 4

La ducha era más que necesaria, pues me notaba pegajoso por todas partes y me rodeaba un
perfume entre dulzón y picante que, o te daba ganas de comerme, o te daba ganas de tirarme a
la basura. Sin embargo, mi tiempo para poder realizar esta misión sin despertar las suspicacias
en el personal de la prisión era limitado y muy concreto, por lo que, con todo el asco del mundo,
me dediqué a ello.

Dejé mi ropa en el aseo donde debiere haberme aseado y, vestido tan sólo con mis calcetines y
mis zapatillas, descendí por aquella solitaria escalera ahora que se estaba produciendo el
supuesto cambio de guardia, y recorrí el profundo pasillo del segundo sótano en busca de la
puerta de marras. Este sótano no estaba tan caldeado como el resto del edificio, por lo que
llevaba el vello erizado debido al fresquito que acariciaba mis testículos al avanzar. 3

Antes de deslizar la tarjeta por la ranura, miré de nuevo el post it que había encontrado junto a
ella dentro del cupcake. Además de la hora, el piso y la puerta, había más dibujitos: el símbolo
de un euro (es decir "€"), un ojo tachado, y un ala. ¡Por los pezones revenidos de MaryMuffin!
¿Qué tenía en mente este chico? ¿Debía intuir algún mensaje en ellos? Algo como que... ¿Me
darían dinero si vigilaba? ¿Podría volar si no veía algo? ¡Puf! 7

Esperando que no hubiera nadie dentro de aquella puerta, pero temiéndome lo peor, me abrí
paso hasta la misteriosa habitación.

***

Pese a lo afectado que estaba, lo primero que hice al despertarme la siguiente mañana fue
acudir al vestuario más cercano para darme una buena ducha. Pretendía que fuera rápida, pero,
durante la noche había hecho "costra" y tuve que frotarme con una esponja hasta dejarme la
piel como un tomate. 1
Christopher me preguntó qué había descubierto nada más volver a la celda, presionándome
además para dormir con él, pero yo estaba demasiado confundido por lo que había presenciado
y preferí olvidarme de todo en medio de la inconsciencia. Ojo, que siempre me hace mucho bien
sentirme protegido y acunado por mi chico, pero hubiera sido asqueroso con tanta suciedad, y
me hubiera estado acosando a preguntas hasta que le contase todo de mi encargo nocturno y
del resultado de mi misión.

Aunque se había mosqueado conmigo por mi aparente desapego, al verme llegar y observar la
gravedad de mi expresión, se le pasó al instante. Se adelantó a los demás, que ya me esperaban
en nuestro habitual lugar de reunión, puesto que la hora del desayuno se me había pasado
mientras me duchaba, y me hizo entrega de un plato de plástico con un melocotón y unas fresas
que me había reservado. Agradecí tanto el gesto como su afectada sonrisa silenciosa y me senté
en el corrillo junto a los demás.

Todos me miraban con la preocupación grabada en el rostro, y no era para menos.

—Nos subastan —lo dejé caer ahí, sin lubricante ni nada. 13

—¿Qué?

—Cuando termina nuestra condena, simulan que nos dejan volver a la sociedad... pero no. Nos
bajan a escondidas a un gran salón y llaman a un montón de ricos depravados de esos. Unos
vienen físicamente, supongo que los más interesados, y otros observan y pujan desde una
conferencia online, a través de unos monitores.

En medio de murmullos, Dani le susurró a Moreno un par de conceptos que no había entendido
de mi inglés, puesto que yo hablaba en el idioma más comprendido por todos.

—Je ne comprends pas* ["No entiendo nada" en francés] —admitió Ayax—. ¿Qué es lo que
subastan de nosotros? ¿Un último polvo de despedida?
—¡Nos subastan enteros! —exclamé airadamente, a lo que me rodeó un coro chistándome para
que bajase la voz. Que no nos escuchasen justo aquí, no implicaba que no pudieran oírme desde
lejos. —O sea, como esclavos sexuales, ¿vale? Mostrando sus rabos, sus cojones, sus dientes, su
cabello... e iban dirigiendo a los asistentes hacia distintos epígrafes de alguna clase de historial
que habían distribuido. También les sugerían que revisasen ciertos vídeos de sus mejores polvos
y momentos en la página de Barroteferro de la Deepweb. ¡Como caballos!

Necesitaron unos segundos para empezar a digerirlo lo suficiente como para intervenir.

—Pero... no es voluntario, ¿verdad? —preguntó con inocencia el más rubio de todos—. No creo
que les hayan ofrecido algún trato y que hayan aceptado. ¿O sí?

—Claro que no, Nooby —aseguró Christopher usando ese diminutivo cariñoso que siempre me
ponía celoso al salir de su boca—. ¿Quién aceptaría un trato así? ¿Qué podrían ofrecerle a
alguien para que renunciase a su libertad, y se convirtiera en el muñequito de alguien? Te
convertirías en una propiedad sin derechos. 1

—¿Estaba Faust allí? Se lo llevaron al principio de la noche para preparar su salida, dijeron.

—Sí —admití mirando al francés con tristeza, pues sabía que ellos sí tenían una buena amistad
—. Y temblaba, y le rogaba al guardia que le sostenía esposado y desnudo ante todos aquellos
lobos. O sea que no, Dani, no estaban allí voluntariamente.

—Los vendieron. Los han vendido. Nos venderán a todos... —el rostro del navarro se estaba
poniendo claramente colorado, y no por vergüenza sino por una rabia que marcó claramente
algunas venas en su cuello y en la sien.

—No a todos. Al menos, ayer no salió comprador para el otro chico de la subasta.

—Entonces, ¿Flor quedó libre? Si no pujan por ti, ¿te sueltan?


Ayax estaba buscando algún rayo de esperanza, y podía entender por qué: de los presentes, él
era el que estaba más cerca de quedar libre. Quizá en seis meses, si todo iba bien, habría salido a
la calle.

—No lo sé —admití encogiéndome de hombros—; se lo llevaron hacia una puerta cercana y él


pareció feliz. Pero me parecería raro que fueran a soltarlo sin más.

—¿Cómo van a soltarlo, si acaba de presenciar una subasta de seres humanos? —subrayé—. O
sea, entre eso y lo que sabe de Barroteferro, podría acabar con esta cárcel en pocas horas nada
más pusiera un pie fuera.

—Por eso nadie dice nada cuando acaba su condena; porque nadie se libera —murmuró Dani
con los ojos perdidos en el horizonte y su pie derecho golpeteando nervioso el suelo.

—Quizá chantajeen a loz que van a zoltar zi nadie ha pujado por ellos —apuntó Mouse—. Zi les
amenazan con azezinar a algún zer querido o algo azí, ze callarán como las putillaz en que loz
han convertido durante todo ezte tiempo.

—Más nos vale planificar algo para evitar que nos suceda a nosotros —aconsejó Moreno.

—¿A nosotros? —se escandalizó Knight—. ¿Y qué pasa con Faust? ¿No vamos a salvarle?

Me había olvidado de que el norteamericano había sido muy amigo del resto de sus compañeros
de celda, incluyendo a Faust, y que su vena justiciera "caballeresca" podía exigirle actuar de
alguna manera. ¡Si es que era un sol!

—Nene, que... O sea, que Faust ya no está. Se lo han llevado —tuve que subrayar la mala noticia.

—¿¡Qué!? Pero... ¿cuándo? ¿A dónde?


—En cuanto lo vendieron, les informaron de que su mercancía salía de inmediato hacia su
residencia y lo sacaron de aquella sala. No sé cómo lo trasladan, pero probablemente usen algún
helicóptero como el que nos trajo. Total, tienen tres...

—Oh! Mon dieu ["Dios mío" en francés]! —se lamentó el pecoso soltando un repentino sollozo,
y Christopher lo refugió entre sus brazos.

—Han de pagar. —Sus ojos casi brillaban con furia interna, y Moreno demostró su conformidad
haciendo crujir sus nudillos.

—Por lo pronto, yo voy a buscar a Lucas para contárselo y que le lleve el mensaje a Apolo, ¿Vale?
—anuncié—. Espero que ese chaval ya tenga un plan y que se digne por fin a contárnoslo. Sin él,
lo tenemos como muy difícil.

Cabizbajos, nos dispersamos tratando de disimular ante el resto de compañeros y ante las
cámaras, pero, el que no sentía rabia, tenía los ojos vidriosos. Nuestro compañero de celda, el
que tanto nos había ayudado al grupo permitiéndonos maximizar los puntos conseguidos y
minimizar los gastos, el que recibió una paliza por nosotros... ahora era el juguete sexual de
algún ricachón inmoral; quizá lo sería de por vida. 5

Y detrás, íbamos nosotros.

XXXVI

Creía que, al menos, dispondría de una semana más antes de que este asunto avanzase en algún
sentido, pero esa misma tarde me asaltó Lucas hablándome de tonterías y me di cuenta de que
pretendía que nos apartásemos hacia algún sitio más privado.

Como siempre que él quería disimular y yo empezaba a actuar para alejarnos juntos, él se
lanzaba a besarme y a meterme mano; yo me ponía muy nervioso cuando él se sobrepasaba así,
con lo que actuaba peor; y conforme mi disimulo empeoraba, él era más intenso con sus
libidinosas atenciones para intentar cubrirme.

La verdad, no creo que yo sea tan, tan malo actuando, ¿no? Pero él creía que era peor dejarme
improvisar a mi manera y, de paso, me repasaba a placer hasta que nos escondíamos. A ojos del
público de la Deepweb, Lucas debía ser algo así como un amante con el que yo engañaba a
Knight.

Ya jadeando y empalmado inevitablemente, por fin llegamos hasta el lateral de la caseta de


jardinería del patio B donde se acumulaban semillas, abono y otros utensilios que no podían ser
utilizados como arma en una posible reyerta entre reclusos.

Aún lanzó la mano para agarrarme del manubrio, pero le esquivé como pude. —Ya, ¡ya! Hemos
llegado. ¿Qué pasa? ¿No has encontrado a Apolo?

—Sí, claro que sí. —Metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta de su uniforme y la
extendió para ofrecerme lo que parecía el cadáver maltratado de un croissant. —Me dio esto
para ti. 3

—Qué manía ha pillado con los dulces este chico —susurré cogiéndolo con dos dedos y
despedazándolo para obtener mi premio. Efectivamente, allí encontré una nueva tarjeta
magnética con otra nota pegada. Además de la consecuente fecha, hora y puerta, el mensajito
constaba de una calavera, un ojo tachado y seis números "723016". —¿Qué es esto? 6

—¿Yo que sé? A dicho que era el último.

—¿Y por qué tan rápido? Se acaba su condena, ¿verdad? Está asustado y necesita poner en
marcha su plan.

—¿Qué? ¿Hay un plan? —Verdaderamente Lucas no tenía ni idea de lo que aquí se cocía. —
Déjalo, no me digas nada. A menos sepa, menos tendré que mentir. 4

—¡Qué asco, por favor! Otro día más cogiendo encargos nocturnos; Chris me va a matar. —Sin
embargo, no podía evitar desear que esta aventura continuase, pues lo que averigüé la noche
anterior me tenía en un estado de permanente desasosiego. Necesitaba encontrar pronto alguna
esperanza de que no acabaríamos como... como Faust.

Mientras pensaba en lo que podía significar el jeroglífico del croissant, Lucas se me había
quedado observando con seriedad.

—Alex, me acojona cuando me explicas todo eso que estáis averiguando —admitió cuando crucé
mis ojos con los suyos—, así que a vosotros os debe aterrorizar. Sabes que te estás metiendo en
un terreno realmente peligroso, ¿verdad? Si te pillan, puede que las consecuencias sean muy
jodidas.

—Claro que sé que es peligroso, pero más peligroso será si no hacemos algo para defendernos,
¿no? O sea, si nos quedamos quietos, terminaremos como esclavos sexuales cuando se nos
acabe la pena de cárcel. Por más que quiera olvidarme de todo y hacer como que no pasa nada,
ya no hay vuelta atrás.

—Sólo te pido que tengas cuidado —rogó, verdaderamente preocupado por mí. La dulzura en
sus ojos me hizo pensar que, quizá, en otras circunstancias, habría podido tener algo muy bonito
con este chico. Pero no era ya posible; sobre todo porque mi corazón y mi entrepierna latían por
un caballero norteamericano que me volvía loco y que sentía lo mismo por mí.

—Lo tendré —me comprometí—. Dile a Apolo que lo haré. Esta noche averiguaré esto que me
pide, y... más le vale tener un as en la manga que nos saque de esta.

Asintió y ya se alejaba, pero se me acercó de nuevo y me abrazó por sorpresa.

—Sabes que, si pudiera, iría yo mismo a una comisaría para alertar de todo esto, pero sé que me
vigilan cuando salgo de permiso. Sé que acabaría muerto en un callejón antes de poder terminar
la denuncia. Y creo que tienen mucha gente comprada en la policía, en el sistema judicial y en el
político.

—No te preocupes, Lucas; eres buena gente y te mereces algo mejor que caer por toda esta
mierda. —Se estaba tan a gustito apretado a ese cálido pecho... —Pero creo que es mejor que
vayas pensando en dejar este empleo y encarrilar tu vida hacia algo más legal. Ahora que sabes
todo esto, no creo que aguantes mucho la presión y puedes terminar haciendo alguna tontería.
¿Lo harás? Me refiero a cambiar de empleo.

Asintiendo despacio, como si le hubiera hecho reflexionar, me tiró algo que sacó del bolsillo y se
alejó con una sonrisa afectada en los labios. Yo me quedé con un agrio sabor en el paladar por lo
que recién me había informado este celador: sobornos y chantajes mediante, los directivos de
este lugar podían manipular o torcer las decisiones de las instancias más altas.

Al mirar lo que me había tirado y que yo había sujetado entre mis manos por instinto, comprobé
que era tarrito de cacao labial con sabor vainilla. No sé por qué me emocioné. 3

Aquella noche, tras una discusión con Knight ante sus protestas por saber que volvería a estar a
merced de otro cliente, tuve una nueva cita nocturna. Quizá puedo parecer muy egoísta, pero,
aunque odiaba hacerle sufrir, prefería pasar yo por el trance de saberme invadido por otro
putero que quedarme yo en la celda para que él fuera disfrutado por otro.

Y es que, tengo que reconocerlo, el trato de ser novios pero seguir aceptando algún pedido de
vez en cuando estaba empezando a fallar, al menos para mí. Aunque fuera una vez cada semana
o cada diez días, me superaba saber que Chris estaba regalando su hombría a alguien que no era
yo. Pero ¿qué otra alterativa teníamos mientras siguiéramos en la despiadada Barroteferro?

Fuera como fuese, finalmente acabó la tortura debido a mi inevitable participación de hora y
media de aquel bukake nocturno en cuyo epicentro había yacido yo, atado cual Andrómeda
frente al monstruo Ceto del mar, con mi boca y mi entrada trasera siendo usada sin descanso
durante los turnos alternativos que decidían mis clientes, rotando alrededor mío. ¡Se me había
hecho tarde! 2

Decidido a cumplir con mi cometido pese al pringue que me cubría, al dolor que agarrotaba mis
labios resecos y a la urgente necesidad de ducharme demandada por mi "asco interior", sufrí
una inesperada sorpresa al encontrarme con un grupito de gente murmurando y susurrando
entre ellos en el hueco de aquella escalera que yo debía tomar para descender al sótano inferior.
Rápidamente, me tapé las vergüenzas con los gallumbos.
—¡Pipiolo! Vamos. ¡Vamos, ven!

—¡Epa! Ya pensábamos que no venías, jicho.

—Zolo faltaz tú. ¡Opz! ¿Necezitaz una toalla o algo?

—¡Mon dieu! Alexcito enlechadito, da un poco de asquito. 1

Fran, Dani, Mouse y Ayax me hablaban conforme me acercaba, haciéndome señas para que me
moviera con garbo, pero Christopher me observaba con una tensa sonrisa.

—Hola, niñato. ¿Estás bien? —me preguntó cuando llegué hasta allí y me ofreció una toalla para
que me limpiase la cara, los hombros y el pecho. Yo también le sonreí, pero por dentro me sentí
fatal al comprobar que por poco no se le escapaba una lágrima de rabia al enfrentarse al
resultado del "pedido" que había realizado.

—No mucho. O sea, ha sido más largo de lo que pensaba —admití con la voz aún ronca debido a
haber realizado forzadamente una "garganta profunda" durante tanto tiempo. —¿Qué hacéis
aquí? 1

—Esto no es sólo cosa tuya. —aseguró Dani, que tenía pintura en la cara como si le hubieran
caricaturizado de gatito en un cumpleaños del Mac Donald's. Me entró curiosidad por saber en
qué habría consistido su pedido. —Estábamos cansados de esperar a que tú nos hicieras el
trabajo mientras te sacrificabas por todos. 1

—Si el Pipiolo pringa, nunca mejor dicho que esta noche, pringamos todos. 2

—Pero... si nos pillasen, os iría como mucho peor que a mí —les recordé, pues todos sabíamos
que mi enchufe con los dos jefazos de la guardia podía suavizar un poco cualquier castigo.
—Mon ami, después de lo que ya sabemos, ninguno podíamos quedarnos de brazos cruzados sin
saber lo que encontrarías hoy donde Apolo te envía. Todos hemos aceptado encargos nocturnos
a esta hora. 2

—Pero...

—No hay tiempo —nos recordó Knight, agarrándome con cariño de la nuca y acariciándome el
cuero cabelludo con la yema de sus dedos. —No sabemos cuánto queda hasta que termine ese
supuesto cambio de guardia, pero ya vamos retrasados. ¿Tienes la tarjeta?

Palpé en el fardo de ropa que llevaba enrollada y confirmé con un cabeceo, así que comenzamos
a descender hacia las profundidades como los condenados hacia un incierto infierno; pero
nuestro infierno, sería sólo la verdad que íbamos a descubrir.

—Lo... lo siento —me disculpé ante el estadounidense no sé muy bien por qué, al quedarnos
ambos los últimos. Notaba una enorme angustia ante su evidente sufrimiento, y tuve que
morderme la lengua para evitar derrumbarme ahora. No era culpa mía el que me hubiera tocado
actuar como el sumidero de la semilla de una manada de perversos sátiros, ni que él me
estuviera esperando justo a la salida, pillándome enlodado del orgánico deshecho del sexo. Aun
así, su mirada me había dolido casi físicamente como un pinchazo en el corazón. 2

Verdaderamente, Knight estaba sufriendo al saberme con otros hombres, sin importar nuestro
trato, su permiso, la inevitabilidad de las normas no escritas de Barroteferro o que él hiciera lo
mismo; y yo le entendía demasiado bien. Supe que, si esto seguía así, si debíamos continuar
semanas, meses o años con este modus operandi, no acabaría bien. Él, o yo, o ambos,
cometeríamos una locura y nos convertiríamos en los siguientes Pixie y Dixie. O puede que,
simplemente, cortásemos nuestra relación para que dejara de dolernos tanto. No podía siquiera
imaginarme el perderle ahora, pues la calidez que despertaba su amor en mi pecho era como la
luz del sol al amanecer. Le necesitaba para sentir que seguía vivo y que mi vida merecía la pena.
1

Él no dijo nada, sólo me besó intensamente, sin importarle nada lo que hubiera estado haciendo
hasta hacía meros instantes. Su mano, con los dedos entrelazados fuertemente con los míos, nos
unieron hasta que arribamos a la puerta a la que nos conducía la misteriosa sapiencia de nuestro
Dios Griego particular.
Código numérico y tarjeta magnética mediante, la puerta de pesado metal se deslizó
silenciosamente para permitirnos acceder a través de una cortina de plástico trasparente hasta
una sala con toda la apariencia de un quirófano. No había nadie del personal en su interior. 5

Dejando de lado las camillas junto a las mesitas que exponían todo tipo de material médico para
cirugía, nos llamó la atención la pared del fondo. Aquel muro estaba cubierto por tres hileras de
placas reflectantes casi cuadradas. Las manivelas al lado de cada una indicaban que podían
abrirse como puertas de congeladores, y los del grupito cruzamos incómodas miradas
interrogantes sin atrevernos a dar un sólo paso más. ¿Teníamos una segunda enfermería en
Barroteferro? ¿Una preparada para cirugía? Quizá aquellas neveras contenían plasma para
emergencias o medicinas que requirieran de una temperatura especial. 2

—¡Carallo! —Nuestras suposiciones terminaron abruptamente cuando Moreno, que estaba


situado al lado de una de las camillas sobre la que se acumulaba un montón de telas de plástico,
apartó uno de los bordes de aquella cobertura y dio un brinco hacia atrás al encontrarse con una
cabeza humana.

Efectivamente, se trataba de un muchacho con los ojos cerrados y pinta de estar como muy
muerto.

—Lo... Lo conozco —nos informó Ayax tartamudeando en medio de su palidez. —Es... era
Mermaid. De... Debería haber salido. —Efectivamente, en su hombro tenía tatuada la sirena que
dio lugar a su alias.

—¡Dioz! ¡Voy a vomitar!

—¿Y qué le pasó? ¿Enfermó y lo van a enterrar? —sugirió Dani.

Chris se acercó y, de un tirón, apartó todo aquel plástico dejando al descubierto el resto del
cadáver. Su torso y su abdomen estaban abiertos mostrando un inquietando vacío en la cavidad
interna. 2

Nos quedamos todos como si una brutal corriente helada hubiera atravesado nuestras
columnas; nadie se atrevía ni a respirar. Una cosa es estar asustados y otra el terror que nos
ahogó ante aquella visión y, sobretodo, lo que significaba.

XXXVII

Como si se me hubiera reseteado el disco duro, no conseguía pensar en nada más que en ese
curioso desconchón de la pared. Su forma era interesante; desde cierto ángulo era sólo un
deteriorado conjunto de grietas, pero desde otro, tenía claramente la forma de una batidora. 2

El regurgitar gutural de Ayax vomitando en el aseo consiguió por fin bajarme de las nubes y
recobré la lucidez que se me había negado para protegerme de lo que recién habíamos
descubierto.

—Santas poluciones nocturnas de Yisus... —me salió sin siquiera pensarlo. 1

A mi alrededor, mis amigos reaccionaban como bien podían para sobrellevar este asunto.
Moreno abrazaba fuertemente a un tembloroso Dani, casi como si quisiera contenerlo; lo había
traído casi arrastrando desde aquel laboratorio y ahora le susurraba palabras tranquilizadoras al
oído. El gallego se hacía el duro, pero tenía los ojos brillantes y se le arrugaba la nariz por la
rabia.

Noté que se incrementaba una presión que sentía sobre la mano y me di cuenta de que mi nene
debía haber estado agarrándome todo el tiempo. El norteamericano estaba blanco como la
nieve y tenía los labios apretados, como intentando contenerse para no comenzar a gritar
improperios.

Gracias a eso me calmé, pues supe que yo tenía que ser "el fuerte" de los dos; le acaricié el
rostro y el cabello, apoyé mi frente en la suya y le rodeé con mi brazo.

—Tranquilo.
—¿Cómo podría tranquilizarme, Alex? Con lo que acabamos de descubrir... ¿Cómo?

—Precisamente por eso —le hice notar—. O sea, eso estaba ocurriendo y habría seguido
ocurriendo lo supiéramos o no, pero ahora lo sabemos. Ahora podemos actuar sabiendo la
verdad.

—¿De qué noz zirve zaberlo? —clamó Mouse dejando de tararear una canción para dejarse
llevar por la desesperanza—. ¿De qué? ¡¿De qué?! No hay manera de ezcapar de eze final, O noz
convertimoz en esclavoz zexuales, o zeremoz ¡vendidoz en trozoz para...!

—¡Calla! —Me lancé hacia él pequeñín y le tapé la boca. Sabía que estábamos en un punto
limpio de escuchas y cámaras, pero si alzábamos demasiado la voz, quizá nos escuchase alguien
que caminase cerca del aseo en que nos escondíamos. —Chssss...

Ayax salió del aseo y se sentó junto a nosotros en los bancos que hacían de estos mingitorios un
intento de vestuario. Nos quedamos mirándonos en silencio. En realidad, no había mucho que
comentar porque todos habíamos estado presentes durante el terrible descubrimiento; todos
habíamos visto aquellos cadáveres casi congelados, abiertos en canal y con los órganos
almacenados aparte. Había multitud de hojas con listados de corazones, hígados, riñones,
pulmones... Incluso cuencas oculares, cuero cabelludo y trozos de epidermis. Se aprovechaba
todo; y cada trozo de casquería tenía al lado su grupo sanguíneo y la foto de la víctima a la que
se lo habían arrebatado. 13

El francés sólo mentó un nombre: Rómulo, antes de abrazarse a mi chico y comenzar a llorar en
su hombro. Ese era uno de los nombres que habíamos visto. Parece que fue un gran amigo de
nuestro compañero pecoso mientras compartieron condena; quizá fue incluso más que amigo.

Desde que acabó la condena de ese Rómulo, Ayax se hizo a la idea de que aquel estaba de vuelta
en su casa, allá en un pueblito de Italia junto a su padre y a su hermana; feliz, libre y sano. Quizá
incluso había planeado ir a verle al salir y probar si podían comenzar algo en serio, juntos, no sé.
Ahora él sabía que, sus restos, tras robarle todo lo de valor, eran grises cenizas cremadas
dispersas por el mar.

Barroteferro no era una cárcel; era literalmente un matadero. 2


Antes de entrar en estos aseos, habíamos entrado a tropel en la sala de vigilancia con la primera
llave que Apolo me envió. No podíamos escapar sin borrar antes la grabación de nuestras
pesquisas. Lo habíamos logrado, pero no por ello estábamos fuera de peligro. Con el vello de
punta, me erguí de un brinco y les llamé la atención:

—¡Hay que irse! Se nos ha ido de las manos y van empezar a sospechar si nos echan de menos
en las celdas. ¡Corred!

Efectivamente, al llegar al Hades vimos a dos de los celadores ante la puerta de nuestra celda
hablando entre ellos, y uno estaba consultando algo por radio.

—¡Hola! —saludé tan inocente como pude. —¡Oh! ¡Oh! ¡Qué buena noche se ha quedado!
¿Verdad, oh, queridos guardias? 4

Knight y Ayax me miraron descolocados ante mi entonación como a teatro rancio sobreactuado,
y Chris se lanzó a darme un morreo para hacerme callar.

—Pero ¿por qué dice tanto eso de "oh"? —susurró uno de ellos.

—¿Dónde estabais los cinco? —preguntó el guardia con el ceño fruncido.

—Nos hemos encontrado tras unos trabajitos y nos hemos dado una duchita... juntos —informó
el francés guiñándole el ojo con picardía, agarrándonos del paquete a mí y a mi novio. Atrás,
Moreno, Mouse y el navarro iban abrazados y acaramelados, como recién salidos de un buen
polvo compartido. 12

Los vigilantes cruzaron una mirada de suspicacia y luego, tras cerrar la puerta con nosotros
dentro, se alejaron acompañando al gallego, a la ratilla y a Dani hacia sus celdas, negando con la
cabeza y comentando algo de que éramos "putas, pero putas reputas".

Creo que ninguno de los cinco conseguimos dormir esa noche. Los unos, pensando en aquellos
compañeros que habían caído; los otros, pensando en nuestro propio futuro (o en la falta de él).
Al amanecer, y tras la habitual revista del diminuto Master magreando y acosando a sus
internos, pensé en gastarme a lo loco mis puntos. Después de todo, ahora tenía claro que no era
cierto eso de que te los cambiaban por dinero real una vez salieras de la cárcel. Nunca salías de
esta cárcel. 2

Lo primero que decidí fue comenzar por un enorme desayuno "deluxe". Sin embargo, ya con la
bandeja repleta de alimentos de alta cocina, supe que había hecho el tonto: sentía mi estómago
cerrado. Apenas pude dar cuenta del zumo de naranja de Valencia recién exprimido a mano y
colado para quitarle los grumos, y de una tostada de pan cristalizado de zanahoria con tomate
recién rayado y queso de cabra alpina coronado de cebollita caramelizada, bajo un toque de
plasma para que todo crujiera. 19

No cruzamos ni una sola palabra los que nos juntamos en aquella mesa durante el tiempo del
almuerzo, pero nos bastaba con la compañía y el apoyo de sabernos juntos en esto.

Tras el pitido que nos daba permiso para abandonar el lugar, paseamos alejándonos hacia el
patio "C" como quien no quiere la cosa. Había una esquina en aquel jardín florido cuya cámara
no funcionaba y les guie hasta aquellos bancos.

—Primero alquilan tu cuerpo, venden tu privacidad, denigran tu dignidad... —soltó el francés


nada más tomar asiento. —Te emputecen para destruir tu personalidad y tus valores y, luego,
venden los restos al mejor postor —resumió de forma bastante acertada. —Merde* ["Mierda",
en francés]!

—Deberíamos escapar —sugirió el rubio, agarrándose una mano con la otra. A mí me dolía verle
tan serio; daba la impresión de que toda la inocente ternura con que conocí a Dani se había
perdido, convirtiéndose en una carcasa llena de frustración y rencor. Aunque en aquel momento
no me lo pareció por el efecto atontador de las pastillas (según él dijo), el abuso sexual que
sufrió por parte de Bond debió de afectarle muchísimo.

—Imposible —advirtió mi hombre—. Antes, cuando pensaba que era lo normal, apenas me
extrañaba; pero ahora no dejo de percibir las armas de los guardias y sé que no tendríamos ni la
más remota posibilidad. Pistolas, rifles e incluso rifles de asalto, ¿no lo veis? Ellos saben lo que
está sucediendo aquí, y nos mantienen aquí encerrados esperando nuestro final. Son todos
cómplices, criminales...

—Todos no —les recordé—. O sea, Lucas es un buen tío. Él no tenía ni idea de lo que pasaba
hasta que yo se lo dije, porque los demás le hacen el vacío al ser un novato. —Precisamente,
había hablado con él justo antes del desayuno y su expresión angustiada me había dejado claro
que le horrorizaba tanto como a nosotros esta información. —Él es quien me ha permitido
mantener el contacto con Apolo y averiguar lo que sucede aquí, ¿vale?

—Hablando del rey de marras... —murmuró Moreno poniendo esos ojillos de cordero que ponía
cuando miraba al chico griego; y es que el susodicho se acercaba al grupo con las manos en los
bolsillos, disimulando con un aire despistado digno de un Oscar.

Todos nos pusimos nerviosos porque era la primera vez que lo veíamos y que íbamos a hablar
con él desde hacía largo tiempo. Acudía ahora a nosotros como un cuervo de tempestad; en un
momento terrible, después de habernos guiado hacia un conocimiento que ahora nos tenía
hundidos.

—Hola —saludó seriamente, ya sin asomo de la frivolidad con que se había acercado.

—¿Por qué no me lo contaste? —le espeté secamente nada más volverme hacia él.

—¿Acaso me hubieras creído? —Asentí sin dudarlo como respuesta. —Permíteme que disienta.
Ahora lo crees porque lo has visto, pero si te hubiera dicho algo así, sin pruebas, la cosa sería
muy distinta.

—Bueno, puez ya lo hemoz vizto —subrayó Mouse plantado de puntillas y con los brazos en
jarras—. ¡Lo hemoz vizto!

—Entonces, ahora todos deberíais creerme sin reservas. —Paseó su mirada por el grupo.

—¿Cómo has tenido acceso a esta información? —demandó Ayax con los brazos cruzados.
—No sois los únicos que he tomado como aliados en todo este tiempo. Tengo contactos. Hay
gente que me debe favores, gente que quiere salir de aquí con vida y que me ayuda en ciertas
labores, como conocer lo que necesito saber. He invertido mucho tiempo, energía e influencia
para tener bien estructurada la red que he tejido. Ha habido bajas, lamentables bajas, pero
necesarias. Sin el sacrificio de esa gente, hoy tendríamos los ojos vendados.

—¿Y por qué nos lo enseñas a nosotros? —demandó Dani con la vena marcada en la sien. —Nos
has desmoralizado. ¿Acaso quieres que pasemos sufriendo todo lo que nos queda de vivir en
este puñetero lugar?

—Dejadle hablar, tíos —pidió Moreno—. Alguna razón tendrá para querer que lo supiéramos.

—Mira, Fran —se le encaró el navarro—; que este chaval te la ponga dura, no me importa; pero
yo quiero saber por qué nos ha metido en este lío. Si no me convence, le partimos la cara entre
todos.

—Se me acaba la condena —anunció el chico de piel dorada sin amedrentarse ante la
animadversión del rubio; todos sabíamos lo que significaba verdaderamente la salida de
Barroteferro.

—A mí también —nos recordó Chris. Aún le quedaba como medio año, pero era una cuenta
atrás que no se detenía y que limitaba mucho el tiempo que teníamos hasta solventar esto de
alguna manera. Palidecí asustado al pensar en que mi novio se vería en breve en una situación
así.

—Así que tenemos sólo seis meses para arreglar esto hasta que nos toque a uno de nosotros —
hizo notar Ayax—; pero no olvidemos que, cada semana, algún compañero pasa por esa
situación. A más tardemos, más gente muere o es convertida en esclavo.

El grave silencio consecuente fue roto por el propio Apolo al anunciar:

—En realidad, tenemos una semana para lograrlo. De ser esta una cárcel común, yo habría
quedado libre el próximo jueves; pero ya sabéis lo que me espera.
—¿Tenemos? ¿Nosotros y qué ejército? —comenzamos a protestar tras unos segundos de
anonadado silencio.

—Impozible. Impozible. ¡Impozible!

—¡¿Cómo cojones vamos a...?!

—¿Qué más te da, griego? —intervino de nuevo Dani con una ceja levantada—. ¿Cómo va a
quedarse sin pujas un Dios del Olimpo? Tú tienes la seguridad de que te van a comprar, pero a
los demás quizá nos saquen las entrañas y las pongan en oferta.

—¿Y crees que es mejor ser sometido, humillado y abusado de por vida? —respondió el chico
dorado; yo pensé que "al menos así seguiría vivo", pero no dije nada. —Y esa vida, ¿crees que
sería larga? Se terminarían cansando de mí, ya sea por tedio o porque iré envejeciendo; y
moriría tan preso como viví, tan puta como me convirtieron y tan esclavo como ellos decidieron.
No podemos permitir que eso me pase a mí o a ningún otro. ¡Esto ha de acabar!

Su entonación parecía perfecta para un discurso motivador, pero tuve que romper la burbuja
que había creado bajándoles a la realidad:

—Es imposible planificar nada para una semana.

—Es posible, pero tendrá que ser para pasado mañana. De hecho, ya tengo el plan en marcha.
Todo está preparado a falta de un detalle. 1

—¿Pasado mañana? ¡Es una locura! ¿Lo tienes... preparado? —Ante su ferviente asentimiento,
mi Chris continuó. —¿Es un plan de escape? ¿Para ti... o para todos?

—Para mí y para unos pocos elegidos. —Ante nuestra mirada confusa, pues obviamente
esperábamos estar incluidos entre esos pocos debido a que nos estaba contando este asunto,
explicó: —Estamos en una isla en medio del Mediterráneo; es imposible sacar a todos los
compañeros de aquí si no disponemos de un Crucero. Sin embargo, podemos facilitar la toma de
control de la prisión por parte de nuestros amigos y, mientras, huir unos cuantos para planificar
la evacuación del resto. —¡Por fin algo de esperanza después de tanta mala noticia! Pude
comprobar en los ojos de los demás la misma ilusión que yo sentía. —Todos queremos escapar y
sobrevivir y, si nosotros lo logramos, terminará el horror en que se ha convertido esta horrenda
prisión ilegal. 2

—Tampoco hay tanta prisa —se opuso el rubio. —Podemos hacer esto sin ti, así que ¿por qué
adelantarlo todo para que tú no pases por la subasta? ¿Qué te hace tan especial y tan querido
por todos?

—No sé si querido —admitió el dios griego—, pero sí soy especial. Soy el único que sabe quién
está en el plan y quién no; soy el único que sabe qué debe hacer cada uno, en qué momento, y
cómo saldremos de aquí. Soy yo quien lo ha planeado todo, y sólo yo sé todos los detalles.
Querréis usar mis conocimientos en este asunto, o no tendréis éxito.

—Cabronazo oportunista y sabiondo... —murmuró el navarro tan bajito y entrecortado que sólo
yo debí escucharle, ya que estaba a su lado.

—¿Y por qué no querías que Hermes se enterase?

—¡Ja! —soltó una carcajada que no tenía nada de divertida—. Esa gente sólo piensa en sí misma,
pero, más aún, disfrutan de hacer daño a los demás. Su adición al plan no hubiera sido de
ninguna utilidad y nos hubiera puesto en peligro a todos. No pueden saber lo que planeamos
bajo ningún concepto. Los liberaremos junto a los demás, pero no meterán sus sucias manazas
en el proceso.

—Hay algo que no me cuadra —intervino nuestro amigo gallego por primera vez desde hace
rato. —¿Cómo hacen los de esta prisión para cubrir la desaparición de los reclusos que debían
salir? ¿Cómo justifican que ninguno vuelva a su casa?

—De hecho, ya estamos muertos —anunció Apolo lentamente para permitir que lo asimilásemos
—. ¿Recordáis cuando os recogieron el helicóptero para traeros? ¿Acaso no quemaron el
autobús en que viajabais? En ese momento, certificaron vuestra defunción, anunciando que
fuisteis consumidos en el fuego causado por un "fortuito accidente de tráfico". Todos en esta
prisión estamos muertos, a ojos de la sociedad. 7

—Mon Dieu! Ma mère* ["Dios mío! Mi madre" en francés]... —exclamó Ayax horrorizado— debe
estar destrozada.

—Mis padres... mi hermana... —musitó Knight al pensar en el sufrimiento que debían padecer
sus seres queridos.

—Mi tío debe estar super feliz al creer que se ha librado de mí. ¡Menuda sorpresiña voy a darle
cuando retorne de la muerte para devolverle la jugarreta! 2

Daniel, Mouse y yo cruzamos una mirada inexpresiva, pero los tres podíamos saber lo que los
otros dos pensaban: no teníamos a nadie esperando fuera. El primero nunca conoció a su padre
y luego mató a su madre en un acceso de ira descontrolada. El segundo, por lo que me contó,
quedó huérfano por un ajusto de cuentas con la mafia rumana. Y mi familia... esos no me
querían tanto como para dolerse por mi pérdida; es más, casi seguro que (en cierto sentido) se
sentirían aliviados de acabar con el dolor de cabeza que había sido yo para sus vidas llenas de
pijerío y honrosa supremacía elitista. 1

—Pero... pero si yo hablé con mi abogado —les recordé—, y él no se extrañó de que siguiera vivo
y... —Mi boca casi se desencajó. —¡Gordo hijo de puta! O sea, Garrido lo sabía todo. ¡Mi
abogado está en el ajo! 6

—Así es —me confirmó Apolo—. Los abogados de todos los de la prisión son cómplices de esta
organización a cambio de buenas sumas de dinero y... otras ventajas más físicas. Y no sólo ellos;
altos cargos, medios e inferiores de la policía, personal de transporte, funcionarios en muchos
sectores... Incluso jueces. El entramado creado por Barroteferro es mayor de lo que podríais
creer. —Eso confirmaba lo que Lucas me dijo.

—Entoncez, ¿de qué zerviría escapar? ¿Acazo podríamoz hacer vida normal una vez zaliéramoz
de aquí?

—No sé si será una vida normal, pero será una vida con libertad; eso, sí puedo asegurarlo.

—Un momento, un momento —interrumpió Knight con practicidad—; has dicho que había un
pequeño detalle que faltaba por solventar antes de que tu plan estuviera completo. Y nosotros...
no hemos hecho más que comprobar por nosotros mismos todo lo que querías que supiéramos,
pero no hemos colaborado en nada para ayudarte. ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué nos cuentas
que tienes un plan para escapar? ¿Qué quieres de nosotros?

—Tienes toda la razón —aceptó con una sonrisa afectada—. Si estoy aquí, no es por un cariño
desinteresado hacia vosotros, sino porque necesito algo que sólo uno de vosotros puede
conseguir; concretamente tú, Pipiolo.

—¿Qué? O sea, ¿yo?

—No va a serte fácil, no te va a gustar, pero eres el único que puede lograrlo. Todos dependemos
de ti.

XXXVIII

Recordaba perfectamente aquel despacho. Podía parecer una simple sala más para hacer
papeleo burocrático; con su escritorio, su silla ergonómica, su perchero sujetando chaquetas de
uniforme, sus archivos...

Este era el despacho rotativo del jefe de personal de turno, pero la que me preocupaba era la
puerta que daba a la habitación trasera. Allí atrás fue donde me practicaron mi primer (y único,
¡gracias demos!) registro de cavidades nada más llegar a esta prisión. También era allí a donde
me habían citado tanto el jefazo de la mañana como el jefazo de la noche cuando querían
"jugar" conmigo, ya fuera en solitario o cumpliendo alguna de sus alocadas fantasías en conjunto
a otros del personal de la institución.

¡Como odiaba ser uno de sus "elegidos" más solicitados!


Hace ya rato que yo había recibido una notificación y me habían ordenado esperar posteriores
instrucciones sentado aquí. Tenía una clara idea del motivo de su llamada, pero nada podía
liberarme de los nervios previos al encuentro; y no se trataba únicamente porque esto podía
desencadenar en un inevitable encuentro sexual no deseado, sino porque... ¿y si había otro
motivo para esta cita? ¿Y si me habían pillado haciendo algo que no debía hacer?

Ahora que sabía lo que les podía ocurrir a los que averiguaban algo que no debían, a los que
sospechaban de sus actividades ilegales o, simplemente, a los que comentaban con otros sobre
temas que no debían conocerse, vivía en un estado permanente de temor.

¿Funcionaría el plan de Apolo? ¿Saldrían bien los siguientes pasos?

Las tres cajas sobre la mesa y las dos chaquetas del perchero me indicaban que sí, pero cualquier
cosa podía fallar.

No tuve tiempo de comerme más la cabeza porque el acceso hacia la habitación del fondo se
abrió un palmo y el odioso bigotito rizado de Commander se asomó.

—¡Recórcholis! ¿Ya habías llegado? ¡Pasa, pasa! Coge un par de esas cajitas y entra. Tenemos
que hablar.

Acojonado por esa frase (que nunca he escuchado como prólogo de una buena noticia), cogí dos
de los paquetes (asegurándome de dejar el último bien a la vista en medio del escritorio) y me
introduje tras él en la habitación de atrás. Allí tomé asiento ante los dos energúmenos que
ejercían el control de personal al completo. El uno tan bajito y barbudo y el otro tan alto y
bigotudo, se me quedaron mirando con una sonrisa lasciva en la cara.

—¿Hola? ¿Esto es... por lo de mi pedido?

Sin mediar palabra, el enano me arrebató las dos cajas y las dejó sobre la mesa de metal,
mientras que el del mostacho empezaba a quitarme capas de ropa lentamente hasta dejarme
apenas con los slips. Se me puso la piel de gallina al escuchar cómo Commander empezaba a
tararear algo de esa horrenda ópera que le gustaba escuchar mientras abusaba de mí.
El jefe del turno diurno me explicó:

—Has hecho un pedido muy, muy caro, chiqui —este era el mote con el que el enano me
llamaba, y es algo curioso si tenemos en cuenta que él era el más "chiquitín" de toda la cárcel;
incluso más bajo que Mouse. —Ya sabes que los pedidos más costosos los entregamos en mano
yo o mi colega, porque no podemos fiarnos de que alguno de nuestros empleados se lo apropie
indebidamente.

—Emmm... sí —acepté encogiéndome y tapando disimuladamente mi entrepierna con las


manos; aún esperaba que, si no me veían receptivo, podría no apetecerles. Iluso de mí...

—Y, como pediste que te lo entregasen justo a esta hora —miró su enorme reloj de oro antes de
continuar—, da la casualidad de que nos has pillado cambiando el turno a Commander y a mí.
¡Qué suerte has tenido! ¿Verdad? ¡Nos tienes a los dos para ti!

—Ver... verdad.

—Bien, entonces... —comenzó Commander cogiendo una de las cajas y rompiendo el papel del
envoltorio. —¿Qué es esto que has pedido?

—¡Oh! ¡Oh! Yo pedí... —¡Mierda! Ya había empezado con mis malos hábitos interpretativos. Me
había pasado las últimas horas ensayando y recibiendo consejos del propio Apolo para decir
justo lo que tenía que decir, sin parecer falso. Carraspeé y me centré antes de continuar: —Es...
son unos moldes; moldes para pene.

—Y sirven para...

—Para hacer un consolador de látex de un pene, claro.

—¡Claro! —exclamó el enano, leyendo la parte de atrás de la caja, donde se veía a un muchacho
desnudo con una especie de cono en donde había introducido su miembro. —Y ¿para qué quiere
un chico como tú algo como esto? ¿Acaso no hay suficientes penes en nuestra instalación?
Porque pedidos, tienes muchos. Cada día podías probar los de muchos clientes distintos, si no te
vale con los de tus compañeros y los del personal de Barroteferro.

—Yo... emmm... —No pienses; sólo di la frase ensayada número dos. ¡No puedes fallar! ¿Vale? —
Mi novio se va. En unos meses, dejaremos de vernos hasta que yo cumpla con mi condena. Se
nos ha ocurrido, bueno... que él podía hacerse uno, para que yo pueda recordarle el tiempo que
estemos separados.

—Para recordarle. Ya... —murmuró jocoso el enano, dando un codazo a su compañero en el


muslo. El más alto se me acercó cogiendo una larga pluma de pavo real de un rincón y comenzó
a acariciarme la espalda y los hombros con ella al ritmo de su tarareo.

—¡Ay! Nuestro Knight, el chico luchador. ¿Sale pronto? Pobrecito. Le echaremos tanto de
menos...

—Pero ¿por qué pedir más de uno, entonces?

—Pues, ¡oh, oh! —¡Mierda, joder! Céntrate en la tercera frase memorizada. Recuerda el tono. Sé
natural. —Porque él tampoco me verá a mí cuando se vaya. Él quería uno mío, para... ¡Ja, ja, ja!
Para recordarme también. —¿Por qué no paraba de hacerme cosquillas con la plumita este
idiota bigotudo?

—Niños malos... —Cruzaron una mirada cómplice. Commander me obligó a apartar los brazos y
reclinarme hacia atrás para poder pasar su herramienta de tortura por mis pezones y mi
abdomen. —Vale, van dos; ¿y para qué quieres tres?

—Es... es... —comencé haciendo memoria, pues ahora venía ahora era la última frase que tenía
ensayada. —¡Ayax! Un compañero de celda cotilla, nos escuchó hablando de este tema y dijo
¡Ja, ja, ja! Dijo que... le hacía ilusión tener un consolador de su propio miembro. Nos pidió que,
en vez de dos, pidiéramos ¡Ja, ja!... tres, y luego me haría un traspaso de puntos por el coste. ¡Ja,
ja, ja!
—¿Ayax? Ese es...

—Sí, el francesito de las pecas.

—¡Ah! Sí, deliciosa amistad. —rememoró Commander. —Pues te has quedado sin puntos,
Pipiolo. Ya sabes que traer mercancía del exterior es mucho más caro que pedir mejoras en el
trato de la prisión hacia ti; mejor comida, mejor ropa, copichuelas en el chiringuito del patio...

—¿Tanto cuestan estos moldes? ¡Oh, Oh! ¡Ja, ja, ja! ¡Qué disgusto, pardiez! ¡No lo sabía! ¡Oh,
oh! —joder, cállate ya, me reñí. Ahora me daba cuenta de lo poco convincente que sonaba
cuando intentaba mentir. ¿Incluso había dicho "pardiez"? ¿Se puede ser más patético? —¡Ja, ja!
—Debía estar rojo de tanto reírme, pero es que siempre he tenido muchas cosquillas.

—Pues sí, pero ya no los puedes devolver, chiqui.

El del mostacho estrechó los ojos conforme un lujurioso pensamiento se iluminó en su mente. —
Master, amigo mío; este muchacho necesita hacerse un molde de pene para su novio. ¿Acaso no
vamos a ayudarle?

Dicho y hecho, en pocos segundos me tenían tendido sobre la mesa y espatarrado al máximo,
atado de pies y manos a las cuatro patas de la mesa y siendo estimulado duramente con sus
incansables lenguas y manos.

—No... no es necesario que me ayuden, ¡de verdad! O sea, yo y mi novio íbamos a hacerlo
cuand...

—¡Nada, nada! No es molestia —aseguró Commander introduciéndome un lubricado dedo en el


recto. —Todo sea por ayudar a la parejita más popular de nuestra institución.

—Mira, ¡mira como de empalmado está el terrorista pijo! Esto no se puede desperdiciar.
En mi posición tumbado no podía ver bien lo que hacían, pero escuché claramente cómo abrían
uno de los dos paquetes que me habían pedido que trajera desde el despacho.

—¡Ah! Pues es sencillo, mira. Ponemos esto aquí... —introdujeron mi barra de carne dura como
una piedra en un cilindro de plástico—, mezclamos un poco de ese polvo con agua caliente... sí
eso. Tráela y viértela en el tubo. —Pude notar un líquido denso y cálido resbalando alrededor de
mi miembro hasta cubrirlo por completo; la verdad es que era placentero y no pude evitar un
gemido de sorpresa.

—Ahora, nos toca mantener esa erección en su máximo esplendor durante unos minutos.

—Eso está hecho —aseguró el del bigote abriéndose la bragueta y acercándose a mi cabeza. Tras
ladearme la testa, empezó a usar mi boca a placer, llegándome a la garganta sin ninguna piedad.
Por su parte, allá abajo el enano se entretenía lamiéndome las pelotas y jugando con mi recto
sin ningún recato.

Dos veces estuve a punto de correrme, pero ellos lo notaban y minoraban la intensidad de su
quehacer, ya que el molde podría deformarse por el volumen que podría suponer una buena
cantidad de semen. 1

Al cabo de algún tiempo imposible para mí de concretar, acordaron retirar el tubo y volví a notar
el aire fresco en mi polla antes de que un paño mojado la acariciase con energía para limpiarla
de cualquier residuo. Por su parte, el pequeño Master anunciaba sus conclusiones al repasar
aquellas instrucciones de la caja:

—Se supone que ahora, metemos látex en el molde de su rabo y, tras un día de dejarlo secar, nos
quedará una fantástica reproducción para uso y disfrute de su novio.

—¿Para Knight? —preguntó burlón el que ahora estaba degustando mi entrepierna y


arrancándome forzosos jadeos. —No, no, no, no, no.... Ese me lo quedo yo. Él tiene dos más, y
yo quiero una polla suya para mí. ¡Será un trofeo!

—¡Pues yo también quiero uno! —exigió el enano allá lejos.


—Bueno, pues tenemos más... ¡Abre la otra caja!

—Pero, pero... —intenté intervenir—, uno era para mi chico, otro para mí y otro para Ayax. Los
he pagado, yo.

—¡Ah! ¿Te preocupan los puntos? Nada más fácil que retroceder el cobro de estos que nos
quedamos. El tercero, el de la caja que está en el despacho, te lo llevas luego para quien quieras.
Si luego necesitas más, vuelve a pedirlos.

Lloriqueando de impotencia, volví a pasar por el penoso proceso del tubito y el vertido de aquel
denso líquido que luego formaba el molde. Esta vez, ellos se turnaron para fornicarme el trasero
hasta que, ya cuando llegó el momento de retirar el cilindro, se habían venido en mi interior.

A los pocos minutos, ellos parecían más interesados en los moldes que contenían un consolador
de látex con mi forma que en mí mismo. Ya estaban planificando lo que harían con ellos al día
siguiente, cuando se hubieran secado, cuando conseguí hacerme oír: —¡Por favor! ¿Puedo irme
yo ya?

—¡Ah! El chiki aún está aquí. Sí, claro... vete, vete. Llévate el que queda para ti.

Me sacaron de aquella salita sosteniendo entre mis brazos mi ropa arrugada en una bola, aún
empalmado, completamente sudado y con un reguero de semen ajeno resbalando por mis
piernas.

En la soledad del despacho principal, me vestí despacio y me fijé que la caja del último molde
tenía el envoltorio ligeramente abierto. Tras asegurarme que no había cámaras ni vigilantes,
saqué el cilindro de dentro y comprobé que alguien había usado el mismo en este tiempo. Es
más, el molde ya estaba hecho, conteniendo aun lo que daría forma al consolador.

Con dos dedos y mucho cuidado de no dañar el molde, extraje dos grandes llaves de acero del
viscoso interior del tubo, las limpié como pude con mi camisa y las introduje cada una dentro del
bolsillo de una de las chaquetas.

Tan rápido como pude, guardé el tubo en la caja y salí de allí usando mis mejores artes de
disimulo; es decir, con una sonrisa estirada tan falsa que un guardia con el que me crucé me
preguntó si estaba enfermo. Por suerte, aceptó mi negativa y pude encontrarme a salvo con
Ayax, quien me esperaba oculto tras la esquina de las escaleras. 4

—¿Todo bien?

—Perfecto —le informé con los ojos vidriosos.

—¿Ha sido duro, Alexcito?

—Siempre es duro con ese par de mugrientos funcionarios —aseguré observando la caja que
transportaba entre mis manos. Este era el objeto más preciado y delicado de la prisión ahora
mismo, pues, según nuestro líder, sería el artífice de nuestra libertad. —No sé qué piensa hacer
Apolo con un par de llaves de látex, pero más le vale que esto haya servido de algo.

—Al menos, pude entrar sin problemas al despacho gracias al papelito que encajaste en la
cerradura.

—Así es. —Sonreí orgulloso de mí mismo al concederle también a él parte del mérito: —Y tú
pudiste encontrar esas dos llaves en sus chaquetas y meterlas en el tubo para hacer el molde. —
Miré de reojo la cantimplora que colgaba de su cinto, en donde había traído el agua caliente
necesaria para mezclar con los polvos. —Nos hemos coordinado perfectamente.

Íbamos a salir de allí, pero su mano se introdujo entre el borde de mis pantalones cortos y mi
piel, dirigiéndola hacia mi agujerito. Allí, metió dos dedos de golpe sin ningún miramiento.
—Lubricado, dilatado... pero no tanto como esperaba. ¡Eh! ¡Al menos no te han hecho fisting
esta vez!

—¡Saca...! ¿Pero qué...? —me retorcí para apartarme, pero no podía soltar la caja o dejar que
cayera por temor a que se dañase el molde que se estaba secando. —O sea... ¡Ahhh! Cabrito,
saca la mano de ahí; que no he descargado y me han dejado a mitad. ¡Uffff!

—No, si se nota. Esto te va a estallar —aseguró palpándome el paquete, duro y necesitado. El


sonido de mi bragueta al bajar me tiñó las mejillas de rojo. —No puedo dejar que vayas por ahí
así; soy tu amigo y voy a ayudarte. —Sus dedos rebuscaron en mi ropa interior y sacaron al aire
mi miembro.

—¡Ayax! ¡Ohmaigad! ¡No seas hijo de puta! —ahora eran los dedos de atrás quienes entraban y
salían de mi interior mientras su experta mano masajeaba lentamente mi virilidad. —¡Ayax! ¡Por
las poluciones nocturnas de Yisus! ¡Que tengo novio! ¡Que es tu amigo! ¡Que se me puede caer
la caj... la caj... aaAAaAAAAAAhhh!!

Varios disparos de mi esencia más privada se estrellaron contra la pared que nos ocultaba, y yo
traté de recuperar la respiración entre jadeos. 6

—Eeesso es, Alexcito aliviadito; ahora mucho mejor, ¿verdad?

—Pero... pero ¿cómo te atreves? O sea... Knight...

—Respira, tranquilo. Esto ha sido una pajilla entre colegas. ¿Quién no lo ha hecho alguna vez?
Además, ¿qué clase de amigo sería, si te dejase sufrir así? Tu chico lo entenderá, por supuesto;
más vale que te haya descargado un colega íntimo como yo a que lo haya hecho ese par de
sádicos. ¿O no? 1

—Pues... pues sí, pero no. O sea, esto está como que muy mal. Muy, muy mal. ¡No se te ocurra
decírselo a Christopher! —exigí más rojo que un tomate—. ¡Y no lo vuelvas a hacer!
—Bueno, bueno, tranquilito. —Acabó de guardar mi polla en la ropa interior y de subirme la
bragueta, para adecentarme un poco. —Vamos a darle esto a Apolo para que nos explique la
siguiente parte del plan.

XXXIX

Nerviosos, los chicos y yo esperábamos en el patio deambulando de acá para allá, disfrutando
del buen tiempo del día y de las vistas que los descamisados nos ofrecían. Tratábamos de no
juntarnos muchos ni durante demasiado tiempo, pues no queríamos despertar las sospechas en
este momento tan clave de nuestro plan. Yo ya no veía esto como "El plan de Apolo", sino como
"Nuestro plan"; al fin y al cabo, yo había propiciado que fuera posible. ¿O no?

—¿Por qué no empiezan ya? —preguntó mi nene al pasar por mi lado junto a Ayax.

—¿Habrá ocurrido algún problema? —elucubró el francés, aunque obviamente no pude disipar
sus dudas.

—¡Ay, no! No lo conzeguiremoz. Ez demaziado arriezgado. ¡Demaziado arriezgado! —anunció


pesimista el pequeño Mouse, que se acercó por detrás junto a Dani.

—Darse de cuenta* ["Darse cuenta de" en el uso habitual de Navarra] que hay demasiada gente
metida —se quejó Daniel mirando hacia los chavales que nos rodeaban aquí y allá, intentando
dilucidar sin éxito quienes podían saber y formar parte del plan.

—Tranquiiilos, ¿vale? Si todos hemos hecho bien nuestro papel, esto empezará pronto —quise
animarles. Y es que, yo mismo había tenido que realizar un esfuerzo final esta pasada noche,
cuando Lucas me trajo un nuevo recado de Apolo.

Sólo Christopher y Ayax lo sabían, pues estaban presentes cuando nuestro celador infiltrado me
conminó en nombre del griego a realizar un último encargo nocturno para el que debía acudir a
la sala de grabaciones una vez más a la hora del cambio de guardia. Suerte que aún conservaba
las llaves, claves y tarjetas que Apolo me hizo llegar.

Obviamente, a mi chico le supo fatal, pero no le quedó más remedio que claudicar al entender
que sería una última vez y que mi labor era vital para el éxito de nuestra misión.

El encuentro en sí fue bastante curioso. Parece que sí había cámaras en el cuarto trasero de los
jefes de la guardia y que "se filtró" en la página de Barroteferro de la internet profunda el asunto
de mi "interés" por los juguetes de látex. Un chino u otro tipo de oriental que no llegue a
distinguir, quizá jefe de una empresa de juguetes sexuales global, me ató de pies y manos y se
dedicó a probar toda clase de utensilios de ese tipo en mí: dildos, dilatadores, cockrings,
estimuladores de próstata y perineo, bocas y rectos de látex, arneses, aceites... Unos con, y otros
sin vibración. Y, entre artículo y artículo, mostraba el juguete recién usado a la cámara y decía
unas palabras inteligibles con una sonrisa enorme y voz comercial, como si estuviera
vendiéndolo. Luego me hacía mirar a la cámara y sonreír como si estuviera súper satisfecho. 7

—¡Oh, oh! ¡Cómo mola este consolador de 27 centímetros y 10 de diámetro, con vibración a tres
velocidades y tacto casi real como si fuera de piel humana! ¡Oh, oh! —intentaba cumplir yo,
sudado, inmovilizado por las cuerdas y con el rabo pulsante por las intensas sensaciones recién
recibidas. «¡Chino cabrón! ¡Así se te enganche uno de tus juguetitos y te tengan que operar el
culo!» 5

Lo que más me gustó fue una boca de látex con su lengua y campanilla esculpidas internamente,
cuya succión y sensación era la de estar siendo profundamente regalado con sexo oral en modo
garganta profunda. Al terminar precisamente dentro de aquella boca, el chino o lo que fuera me
dijo en un dubitativo inglés que le interesaba que yo fuera su imagen de marca, y que pronto iría
acudiendo a mí más veces para probar muchos más juguetes. Al día siguiente, aunque no
importase ya, recibí una muy generosa propina de puntos extra de parte del chino.

Yo supuse que eso de la imagen de marca sería sólo para la Deepweb; o quizá ciertas partes de
mi cuerpo podían usarse en fotos, pero él no querría sacar mi cara en una caja de esas, porque
se supone que yo estaba muerto fuera de Barroteferro. Si mi familia o algún conocido me veía en
esas fotos... pero bueno, él se las apañaría.

Fuera como fuese, sudado y con las marcas de las ataduras aún dibujadas en mis muñecas y mis
tobillos, pude realizar mi tarea: entrar de nuevo en aquella primera sala de grabación que no
estaba vigilada durante quince minutos y buscar un archivo concreto en cierto directorio para
memorizar una complicada palabra en medio del código. Esa era la primera parte de mi tarea.

La segunda fue usar el digitalizador de huellas dactilares y de retina para añadir las mías a la
base de datos con los usuarios autorizados. Debido a las prisas, no me dio tiempo a entender a
qué cosa me estaba autorizando a mí mismo.

—¿Sabemos ya para qué quería esas llaves de látex? O sea, no creo que pueda abrir ninguna
puerta con ellas. —Las palabras de Knight me devolvieron a la realidad, pues estábamos mi
nene, Ayax y yo parados en el patio como en un encuentro casual. 4

—Apolo las tiraría en cuanto Lucas se las llevó. Creo que lo que le interesaba era el molde, y con
él haría otras de otro material más duro —sugirió Moreno, que acababa de acercarse al grupo al
vernos juntos—. Seguro que alguno de sus colegas podía hacer algo así. Tiene sus recursos, el
dioseciño del Olimpo. 1

—Ha zido Noob. En zu grupo de arte y ezcultura ha podido crearlaz uzando... —empezó a
explicar Mouse, que se acercó corriendo al vernos hablar ya que no soportaba la idea de no
enterarse de algo.

—¡Por las ladillas comulgadas de Yisus! —Volviéndome hacia unos y hacia otros, palidecí. —
¿Qué hacemos todos juntos aquí? ¡Alejaros, dispersaros! —Me hicieron caso y cada uno salió
para un rincón del patio, menos Knight que se quedó a mi lado observándome con preocupación
debido a mis nervios. —Tú también, ¡dispérsate! 1

—Eres mi niñato —me recordó agarrándome del trasero y colocándose cara a cara conmigo—, y
es normal que pasemos rato juntos; nadie se extrañará. Ahora, bésame —ordenó, y obedecí
derritiéndome ante la fuerza de su petición. Su fortaleza me calmó al instante, aunque cierta
parte de mí comenzó a tensarse inexorablemente. 4

Sin embargo, a mitad del apasionado intercambio de cariño, el silencio nos rodeó como un
manto y tuvimos que abrir los ojos para observar a nuestro alrededor. La gente se había
detenido y miraban extrañados hacia el edificio colindante, cuyas ventanas mostraban una
oscuridad inusitada. La puerta principal que daba al pasillo de la primera planta también estaba
a oscuras, así como las luces de los focos sobre la muralla que siempre habían permanecido
encendidas, tanto de noche como de día.

—¿Qué cojones...?

—¿Qué ha pasado?

—¿Se ha ido la luz? —empezaron a preguntar los reclusos a nuestro alrededor. 1

Ignorando el ambiente de confusión generalizada, Chris tiró de mi mano arrastrándome hacia la


puerta.

—¡Ha empezado! ¡Vamos!


En menos de tres minutos, los colegas y yo nos encontrábamos en una sala vacía del primer piso,
encerrados y en silencio. Las sirenas de emergencia no sonaban, pero las voces de los internos
empezaban a elevarse al ir saliendo al patio desde los pasillos oscuros iluminados sólo por leds.
A través de la puerta que nos aislaba, escuchamos a algunos regodeándose por esta novedad
con sorna mientras que otros insultaban e imprecaban como niños alterados en una escuela de
primaria. Parece que los guardias los iban guiando hacia el exterior para tenerlos a todos juntos.
El ambiente se estaba tensando por momentos.

Al cabo de un minuto, el picaporte de la puerta se agitó una vez poniéndonos en alerta y nos
miramos los unos a los otros, escondidos entre muebles y esquinas. Si algún guardia nos
encontraba aquí, nos llevaría al patio con los demás y nuestro intento de fuga habría fracasado.

—Abrid ya, que soy yo, ¡cojones!

—Es Brave —anunció Ayax al reconocer la voz de nuestro compañero de celda.

—¿El escocés? ¿Y qué hacemos? ¿Le dejamos entrar? —no es que no nos cayera bien, pero no
había sido parte activa del grupo y ahora estábamos en uno de los momentos más delicados.

—También estoy con Apolo —explicó en un fiero susurro que se escuchó claramente incluso a
través de la puerta. —¡Venga, abrid! Ahora no hay nadie en el pasillo, pero se acercan.

Mentar a nuestro mecenas fue como si dijera la contraseña que le permitía acceder hasta
nosotros, pues Mouse le abrió sin esperar más y le dejó pasar con una gran sonrisa.

—¿Qué es eso de que estás con Apolo? O sea, ¿qué sabes? —le interrogué.

—Más que tú, eso seguro —se jactó elevando una ceja con chulería—. Mirad ahí, a las murallas.

Sobre los amplios y altísimos muros que rodeaban el patio colindante que podíamos observar
desde nuestra ventana, los guardias cuchicheaban y escuchaban avisos por radio mientras
desenfundaban sus rifles automáticos. Nerviosos, vigilaban el devenir de los reclusos allá abajo.
Se olían algo.
—Vale, pues deberíamos ir saliendo hacia... —comencé yo, pero los disparos detuvieron mis
palabras conforme todos buscábamos refugio. ¡Estaban disparando en el pasillo!

—¡Zarruto!

—¡Carallo! ¡¿Qué pasa?

—Ha zalido mal. ¡Ha zalido mal!

—¿Los guardias matan a los reclusos? Mon dieu!

—Cojones, ¡que no! —cortó Brave nuestra desesperada letanía—. Todo va perfecto. Les di
acceso al arsenal a los del equipo dos, y deben estar distribuyendo armas entre los voluntarios.
Se va a producir un buen motín armado. Preparaos, que en un minuto salimos a toda velocidad.
1

Por un momento me cabreó que este pelirrojo hubiera irrumpido en medio de nuestro grupo
asumiendo el mando, pero también era un alivio porque yo conocía muy poco de lo que ahora
debía ocurrir.

—¿Grupo "dos"? O sea, ¿cuántos grupos hay?

—A saber. Somos muchos metidos en esto; Apolo lo ha estado organizando casi desde el
principio. 2

—¿Y nozotroz zomoz el grupo "uno"?


—Sois el cinco y, en este momento, mi labor consiste en llevaros sanos y salvos al siguiente
punto de encuentro.

—¡Arraio! ¿El cinco?

—Preparados... ¡Ahora! —ordenó el pelirrojo haciendo un gesto seco con los brazos, como si
coordinase a las fuerzas especiales de un comando de élite, lo que me recordó que fue militar
antes de acabar en Barroteferro. Lo cierto es que nos inspiró y nos puso en guardia de manera
que, cuando abrió la puerta, salimos corriendo detrás de su falda escocesa como fuera cuestión
de vida o muerte.

Los disparos continuaban en el patio seguidos de gritos asustados o de dolor, pero nosotros
continuamos hasta las escaleras, subiendo hacia el Tártaro.

—Esto se está poniendo feo —advirtió mi novio, que me llevaba refugiado por su cuerpo delante
él, con su brazo sobre mi espalda.

—Es la idea —nos hizo notar el militar—, que distraigan a los celadores para permitirnos pasar.

Se estaban peleando con armas de fuego... ¿para que nosotros consiguiéramos salir y
enviásemos ayuda? Que mal, pero muy, muy mal. ¡Menuda responsabilidad!

—¿Tomarán el control de la prisión?

El pelirrojo, que se había detenido para observar el pasillo despejado del Tártaro antes de
continuar subiendo hacia el Olimpo, le contestó a Ayax:

—Esa es la idea.

—No quiero ni imaginar que los del grupo de Fear consigan armas —me susurró Knight al oído
—. Si vencen a los guardias, pueden provocar una masacre.

—¿Por qué no nos quedamos a luchar con ellos? Podríamos ayudar —sugirió Dani jadeando por
el esfuerzo.

—Aquí hay únicamente dos escenarios, Nobby —advirtió nuestro inesperado líder temporal—:
Uno, tomamos la prisión entre todos y los jefazos de Barroteferro envían un comando de élite
para sofocar la rebelión con un resultado de muchos muertos y ninguna fuga; o dos, lo mismo,
pero con un grupo de presos que logre fugarse para pedir ayuda al exterior. Esos somos
nosotros.

—¡Carallo! ¿Y los demás han aceptado? ¿No quieren salir? Podríamos irnos todos, ¿no?

—Como no vengan nadando... —nos llegó una sugerente voz desde el portal del Olimpo, a
donde ya casi llegábamos. Aunque yo me asusté pensando que nos habían pillado, era Apolo
quien nos esperaba allí, agazapado tras las columnas. Le observé fijamente cuando su mirada
nos recorrió, pero no dio signo de sorpresa al ver a Brave con nosotros. Efectivamente, el
escocés estaba dentro del plan. —Estamos en una isla muy lejos de cualquier costa y no hay
cruceros o grandes embarcaciones donde quepamos más que unos pocos. Todos saben cuál es
su papel y cuál es el nuestro. 3

—¿Todoz?

—Me refiero a todos los que están metidos en esto; el resto, sólo les seguirán.

Mientras cruzábamos el enorme pasillo del Olimpo casi de puntillas, me acerqué al chico griego.
—¿Y por qué vamos nosotros concretamente?

—Yo he creado el plan y nadie más conoce todas las partes. En cuanto a vosotros... —su mirada
se desvió durante una fracción de segundo hacia Moreno, aunque luego me habló directamente
a mí—, tú y tus amigos venís porque sé que no te irías sin ellos, y porque tú fuiste el que pudo
entrar anoche a la sala de grabaciones. 1

¿Se refería a esa palabra clave y a los escáneres que había usado para meter mi identidad?

No pude preguntar más, ya que una puerta aún más grande que las demás se abrió en el lado
derecho del pasillo y un chaval se plantó ante nosotros con los brazos cruzados. Se trataba de
Zeus, el más grande de los Dioses del Olimpo; alguien que yo aún no había conocido pues casi
nunca salía de sus habitaciones. 1

—¡Zayn! ¡Vuelve dentro! —ordenó Apolo evidentemente nervioso.

—¿Qué está pasando? ¿Hay problemas? —Yo no podía apartar la mirada de esos ojos azules
como el cielo, o de la forma en que su estilizada barbita recubría la perfección de su barbilla
cuadrada de macho alfa que...

¡Paf!

No me dio tiempo a fijarme más, pues Moreno se adelantó y le arreó tremendo derechazo en la
mejilla dejándolo inconsciente, como si no le importase un pimiento el tremendo carisma y sex
appeal que este Zayn desprendía. Mientras lo arrastraba hacia dentro de su propia habitación
para encerrarlo, murmuró:

—Si Apolo dice que te abras, te abres, ¡carallo! —Con lo que, el griego se lo quedó mirando con
unos ojos extraños, como si fuera la primera vez que veía al gallego. 4

—¡Arraio con el Moreno!

—Calla, riquiño, que hay prisa. 4

Seguimos avanzando hasta la entrada de la habitación de Apolo y este nos hizo pasar para cerrar
la puerta y asegurarla desde dentro. ¿Tenía pestillo interior? Pues sí, y una cama de matrimonio
con un colchón de espuma en el que dormías como en una nube, y un enorme sofá ante una tele
gigante con varias consolas y videojuegos, y una biblioteca privada con libros que había
acumulado, y... un sinfín de detalles que, si fuera de aquí ya serían lujosos, para un recluso de
Barroteferro era como el paraíso.

—¿Qué hacemos en tu habitación? —preguntó Christopher, resistiéndose a llamar "celda" a un


lugar así.

—Los refuerzos van a salir en un par de minutos. No podemos pasar antes de que el personal de
la azotea y del patio exterior abandonen sus puestos. Ahora, esperad en silencio.

Había bastante con lo que distraerse aquí, por lo que los muchachos se dispersaron por la sala
toqueteando esto y curioseando aquello. Mouse se acercó a un armario repleto de ropa interior
y, con una sonrisa desvergonzada, se llevó unos slips a la cara y aspiró sonoramente antes de
preguntar: 4

—¿Dónde guardaz la ropa sucia? 2

Nuestro anfitrión le ignoró, escuchando a través de la puerta. Molesto por alguna razón,
Francisco le arrebató el calzoncillo y lo dejó en su sitio.

—No seas guarro, Ratón.

—¿Por qué estás aquí? —le pregunté al griego dorado en voz baja, agachándome a su lado.

—Para escapar.

—No. O sea, no aquí, en tu habitación; me refiero a Barroteferro.

Pretendía que fuera una conversación privada entre ambos, pero el silencio a nuestro alrededor
permitió que todos nos escuchasen.

—Eres demasiado listo para que te pillasen haciendo algo —me apoyó Moreno. —No me cuadra.
Malo será si el grieguiño no se dejó pillar a propósito.
—Me pillaron porque quise que me pillasen —aceptó el interpelado. Mi cara de confusión debió
indicarle que necesitaba que continuase con la explicación. —Quería venir aquí. Me hice notar y
me dejé coger a propósito. 2

—Pourquoi?

-Por primera vez noté que Apolo dudaba, pero se sobrepuso y confesó:

—Por mi hermano. 2

La historia que nos contó a continuación parecía ser muy emotiva para él, muy personal, y
supuse que había aceptado compartirla con nosotros porque confiaba en este grupo y porque
no quería que nosotros desconfiásemos de él.

—Arion Vryzas se llamaba. Fue político afiliado a la izquierda, y batalló fieramente para
desenmascarar a los corruptos del gobierno de derechas que estaban sangrando nuestro país.
Ahora, Grecia ya ha desbancado a esos cabrones, pero mientras estuvieron en el poder, se
aseguraron de juzgarle y condenarle por sedición. 2

Murió en el traslado a la prisión, o eso me dijeron. Fue un desafortunado accidente de tráfico


cuyo incendio no dejó restos para identificar o comprobar. Como ya sabéis, aquello era un
engaño para encubrir el secuestro encubierto que realmente se había producido.

A mí no me cuadró e investigué con ahínco, descubriendo la verdad más superficial sobre esta
cárcel ilegal. Relacioné accidentes similares por toda Europa, con autobuses de traslado de
presos que producían las muertes de los condenados en un incendio.

Indagué en la Deepweb, por la que me movía hace ya tiempo, y encontré lugares inaccesibles
excepto por invitación y que me resultaron sospechosamente enlazados con estas noticias. Pese
a la seguridad, hackeé un servidor durante unos pocos segundos hasta que me rastrearon y me
echaron, pero lo descubrí: Barroteferro, la Cárcel del Placer. Unas instalaciones privadas y
aisladas que ofrecían grabaciones de reclusos teniendo sexo y servicios de encuentros con ellos.
Vi... a mi hermano en el "menú". ¡Estaba vivo! 3
Pero no tenía pruebas concluyentes ni podía presentar una denuncia sin señalar a los máximos
responsables o, al menos, indicar la localización de la misma. Mi única oportunidad era averiguar
todo esto desde dentro y, de paso, liberar a mi hermano.

Debido a que yo era menor de edad, no podía ser juzgado como adulto ni correría esa "suerte"
hasta al cabo de dos años más como mínimo, pero conseguí emanciparme y, por tanto, el
siguiente delito por el que me dejé capturar marcó mi destino. Ya se encargaron los abogados de
lograrlo con sus triquiñuelas legales.

"¡Así que era eso!" Pensé, pues Apolo siempre me había parecido demasiado joven para poder
estar en un lugar así. ¿Qué podía tener? ¿Diecisiete? ¿¡Dieciséis!?

El chico griego continuó con su exposición, siempre con la mirada ausente pues estaba
igualmente concentrado en escuchar los sonidos del pasillo.

—Busqué a Arion nada más ser trasladado aquí, pero ya no estaba. Yo apenas necesité unos
pocos meses para seguir sus pasos, pero mi hermano ya había desaparecido. Atando cabos,
conseguí adivinar que se había enamorado de otro muchacho y que, lo que sentían el uno por el
otro, les había llevado a pactar el no aceptar pedidos; eso no les había hecho gracia a los
mandamases del lugar. Un día cualquiera, Arion y su amante... desaparecieron.

—Hablaz de Pixie y de Dixie, ¿verdad? —intervino Mouse. 3

El griego asintió, dirigiendo su atención a la pregunta que ahora le dirigía Ayax:

—Pero ¿qué edad puedes tener tú?

—¿Erais los dos gays? —interrumpió Daniel con su propia pregunta. —O sea, ya es casualidad
que dos hermanos...

—En dos semanas cumplo diecisiete, y yo no soy gay, sino bisexual. —No sé por qué, Moreno
elevó una ceja y compuso una expresión lasciva. El griego retomó su relato: —Sí, hablo de Pixie y
de Dixie, quienes fueron abruptamente trasladados; o eso se les dijo a los demás reclusos. Pero
todos sabemos que sólo hay dos salidas de Barroteferro: como esclavo, o por partes. 6
—¿Y tu hermano... qué le pasó? ¿Esclavo, o...?

—No lo sé con seguridad —me confesó ruborizándose con los ojos brillantes.

Al instante, Moreno estaba a su lado apretándole el hombro para darle fuerzas. Pensaba que el
griego se apartaría, molesto, pero aceptó dicho contacto e incluso posó su mano sobre la del
gallego a modo de agradecimiento. 2

—Fue una subasta doble, y uno de los dos fue vendido a un comprador de Rusia. El otro... el otro
ya sabéis lo que debió pasarle. Pero Arion y yo tenemos los mismos genes, así que seguro que
alguien debió pujar por él —adujo sin asomo de orgullo o superioridad, sino porque era algo
evidente que su hermosura no era normal.

—¡Ohmaigad! Al menos uno se salvó, ¿no? Tendremos que suponer que fue tu hermano.

—Cuando salga de aquí, cuando destruya a esta organización y hunda en la mierda más absoluta
a sus directivos, iré y lo rescataré —aseguró.

—Pero ¿y si... —quiso intervenir el navarro, aparentemente conmovido por la historia. No tuvo
tiempo de terminar su pregunta, pues rápidos pasos aderezados de exabruptos y órdenes secas
nos llegaron desde el otro lado de la puerta y tuvimos que enmudecer ante la señal de silencio
de nuestro líder.

Cuando el silencio volvió a rodearnos, contó hasta diez con los dedos en alto, en una cuenta
atrás para coordinarnos a todos. A su señal, abrió la puerta y salimos corriendo. +

¡Era nuestro momento!

XL
Por fin el Olimpo había quedado atrás y a nuestra izquierda se elevaba el último tramo de
escalera hacia la terraza. Sin embargo, tuvimos que detenernos justo antes porque la disimulada
puerta de la "recepción" se abrió permitiendo el paso hasta nosotros al enorme rubio que era
Izvekov, portando una pistola con la que nos apuntaba.

—¿Dónde crreéis que vais? ¡Volved al patio ahorra mismo!

Ante su inesperada aparición, Ayax se tropezó empujando a Mouse, quien cayó justo arrodillado
ante el ruso y casi golpeó su entrepierna con la nariz y apoyó sus dos manos allí por instinto. 1

—¡Uy! Lo ziento. ¡Dizculpe, dizculpe!

Ello distrajo un poco al de la pistola permitiendo que Knight se adelantase en un silencioso


impulso y le desarmase de un golpe.

Más molesto que otra cosa, el gigantesco celador apartó a mi chico de un empujón contra la
pared para agacharse y recuperar su arma; pero Moreno también quiso probar suerte y le arreó
otro tremendo puñetazo en la mandíbula tal y como antes hiciera con Zeus.

Mas Izvekov era puro músculo y ni siquiera se inmutó por el golpe, aunque sí le dirigió una
mirada asesina al gallego que provocó que este reculase. 1

Pero igualmente no pudo alcanzar su pistola, puesto que Mouse hizo carambola con su cabeza
sobre las bolas rusas y Knight, apenas recuperado, descargó una certera patada en la boca del
estómago del recepcionista. 1

Ya de rodillas y jadeando, Brave le propinó tremendo culatazo con su propia arma en la nuca,
dejándolo inconsciente del todo. Fuimos necesarios cuatro de nosotros para arrastrarle hasta
dentro de la recepción.
—¿Estás bien, nene?

Knight avanzaba un poco encorvado, como si le doliera la espalda después del choque con el
muro, pero asintió con la frente perlada de sudor. —No te preocupes, niñato. Y, oye Moreno...
has sido muy valiente.

—¡Bah! No sirvió de nada. Ese toxo era demasiado para mí.

—La próxima, no golpees en hueso si no crees poder romperlo; ataca a las partes blandas, a
donde haya nervios y puntos sensibles; o a zonas vitales como el estómago, las sienes, la
garganta...

—Lo tendré en cuenta —aceptó, aunque al poco le escuché murmurar: —A mí me vas a enseñar
tú a pelear, carallo... —y Apolo sonrió divertido al escucharle. 12

—Vamos, ¡a la terraza! —nos indicó el escocés.

—¿No le coges las llaves? —hizo notar Ayax, aún temblando por la impresión de la reciente
lucha.

—Ya tengo. Dani me las duplicó con el molde que nos conseguisteis tú y Pipiolo. —Mi mirada
debió echar fuego contra el dios griego. —¡No podía saber que Izvekov saldría! Y yo no dejo
cabos sueltos.

"¿Me dejé usar por esos dos cabronazos sin necesidad? Así se te llene de poros negros esa
naricilla tan perfecta que tienes" maldije interiormente. 2

El candado que aseguraba la verja hacia la azotea se abrió para nosotros y, debido a la oscuridad
del pasillo, salimos a la luz de la mañana como si viéramos el sol por primera vez desde hace
meses. Allí, plantado sobre una de las tres grandes "H" del suelo se erguía uno de los
helicópteros de la prisión.

—Nuestro billete de vuelta a casa... —anunció Daniel con una gran sonrisa.

—Me temo que no —se opuso Apolo, con Brave al lado. —¿Sabes pilotarlo? —interrogó al
navarro, y luego se volvió hacia el resto. —¿Alguno sabéis? Admito que yo no sé, así que iremos
en la lancha del puerto. Si los datos están correctos, el puerto más cercano está situado en
Sicilia, al este, y desde allí seguiremos hasta Italia tras repostar.

Tanto tiempo preparando el plan, tanta gente involucrada, ¿y no había encontrado a nadie que
pudiera pilotar uno de estos cacharros? Pues muy mal; muy, muy mal, diosecito. 1

—No podemos irnos en barco, ¿Vale? O sea, nos perseguirán con este helicóptero y nos
encontrarán en seguida.

—¡Buen punto! —admitió—. ¿Alguien sabe de mecánica? ¿Moreno? Trabajabas en un taller,


¿verdad?

—Sí —admitió mi compatriota, visiblemente extrañado pero halagado de que el griego se


hubiera interesado por él.

—¿Podrías abrir la compuerta del motor y sacar algo que les impida volar? Alguna cosa difícil de
sustituir si no tienen recambios. No sé, las bujías, los manguitos o cualquier otra cosa de esas.

—Las bujías estará bien —aceptó acercándose al lateral del ingenio volador y revisando
rápidamente las piezas que quedaron expuestas al abrir la compuerta con la llave que Apolo le
dio. ¿Apolo tenía llave del motor del Helicóptero? ¿Era una de las que copiamos para él?

—Le obedece como un perrico con su amo... —me susurró Dani al oído, y rompimos a reír al
empezar a entender que nuestro amigo se había enganchado profundamente del adolescente. 4

—¡Arreglado! —anunció el gallego en menos de un minuto, con las manos llenas de grasa y una
bujía en cada una. Echó el brazo hacia atrás y tomó impulso para lanzarlas sobre la barandilla,
hasta el mar.
—Mejor no —le detuvo Brave cogiéndole de la muñeca—. Dámelas y vámonos —pidió, y el
antiguo mecánico se las dio con una mueca de indiferencia. ¿Para qué quería las bujías este
militar?

Me sentí muy triste al dejar atrás la más rápida y eficiente vía de escape en aquella terraza, pero
era inútil si no podíamos manejarlo; sería irónico estrellarnos en el mar al intentar fugarnos. 5

Así, descendimos por la escalera de incendios hasta la base del edificio exterior, aunque aún
estábamos dentro de la gran muralla que rodeaba la prisión. No había guardias rondando pues
debían estar todos reforzando a los que guardaban el patio, desde donde nos llegaban lejanos
disparos y detonaciones cada poco. Por entre aquellos caminos de tierra blanca entre verjas, nos
dirigimos hacia la puerta del puerto mientras Apolo rebuscaba y sacaba la llave que nos
permitiría acceder a aquella parcela. Una de las puertas llevaba a aquella playa en la que disfruté
de mi nene por vez primera, mientras que la otra nos llevaría al puerto.

—Llaves obtenidas por gentileza de Alexcito y su irresistible culito.

—¡Eehh! —me quejé sonrojándome.

—Ziempre ha tenido un culito interesante. 3

—Menos charlas. ¡Vamos! —nos interrumpió Brave con expresión seria, como si se oliera una
trampa.

Efectivamente, no habíamos avanzado ni diez metros de descenso hacia el puerto interior


cuando nos frenó una malévola voz siseante desde detrás de una acumulación de material de
construcción:

—¿A dónde vais tan rápido, pequeñas ovejitas?

Era Fear, seguido de su grupete de indeseables. 1


Eran sólo cuatro. Fear con su mechoncito blanco cayendo sobre sus ojos fríos y crueles se
presentaba como su líder natural, con los brazos cruzados ante el resto, encarado a nosotros. Le
seguía Raptor, con su cuerpo delgado, fibrado y lleno de tics, mostrando una afilada sonrisa
perversa. A su lado, Bond se relamía los labios mientras acariciaba compulsivamente sus propias
muñecas llenas de pulseras, como saboreando una tétrica fantasía por cumplir; tenía los ojos
fijos en Dani que gimió asustado allí detrás. Finalmente, Hulk los escoltaba desde la enormidad
de su increíble constitución musculosa, crujiéndose los dedos y soltando risitas bobaliconas. 3

Desvié los ojos hacia mis amigos y conté ocho. Aun así, quizá no fuera suficiente: Dani era el
chico menos violento del mundo gracias a la medicación, aún no había visto a Ayax agredir a
nadie, Ratón era cualquier cosa menos amenazador y yo mismo no tenía ni la más remota idea
de luchar. Una vez empujé a un compañero en el internado para que cayera en un charco y se
manchase sus Vuitton recién comprados (le tenía un asco...), pero no creí que eso contase. 3

Al menos teníamos a mi Chris como artista marcial consumado, al militar escoces que ya sacaba
su pistola del cinto, a valiente Moreno que a chulo no le ganaba nadie y... ¿a Apolo? Era guapo e
inteligente, pero no tenía claro si sabía defenderse o no.

—Míralos, que tiernos e indefensos —hizo notar Raptor con una risita aguda.

—Inocentes y bienintencionados... que desean ser domados —sentenció Bond. 3

—Estúpidas reses que acuden al matadero por su propio pie —masculló el del mechón blanco
con voz arrastrada, coreado por las carcajadas del enorme culturista.

Fuera como fuese, mis matemáticas mentales empezaron a tornarse pesimistas al comprobar
que nuestros enemigos declarados no estaban desarmados. Y no me refiero sólo a los dos
machetes de caza que Raptor sacó de sus altas botas militares, al inexplicable látigo de tres
puntas rematadas con abrojos que Bond desanudó de su cinto, a la gruesa tubería de acero roto
que Hulk tomó del suelo o al revolver semiautomático de Fear, sino a un rifle de asalto que
sujetaba el propio Hermes cuando salió por último detrás de sus matones. 2

Ya sabía que estos sujetos estaban compinchados con ese dios griego de origen danés, pero no
me esperaba verle aquí.
—¿Creías que no me enteraría de tus planes, Apolo, querido? —preguntó directamente a
nuestro líder, ignorándonos a los demás. ¿Creías que todos los que has ido reclutando te serían
fieles, inmunes a las amenazas, chantajes y a mis encantos? ¿Llegaste a creer que tendrías éxito
escapándote con estos lacayos que has elegido, dejándonos al resto detrás como el vil traidor
oportunista que eres? 2

—Mi plan nos sacará a todos de Barroteferro —se defendió el susodicho—, pero antes, alguien
ha de conseguir salir para dar la voz de alarma.

—Y ese serías tú, por supuesto.

—Soy el más capaz. Y estos, no son lacayos, son mis amigos que...

—¡Ja! —La carcajada del dios enemigo silenció al nuestro un instante para imponerse apuntando
que: —No me hagas reír. Tú tienes a tus peones para que te hagan el trabajo sucio y yo tengo a
los míos —señaló a los cuatro energúmenos ante él. —Y ahora, comprendes que no tienes
ninguna oportunidad, ¿verdad? Así que, dejémonos de juegos y dame las llaves del barco.

Apolo escondió tras de sí el llavero demostrando que no colaboraría, pero sorprendentemente,


Mouse le arrancó las llaves de entre los dedos y salió corriendo hacia Hermes agitándolas con
alegría. 4

—¡Laz tengo! ¡Laz tengo!

—Bien hecho, ratoncito querido. —Fear y sus secuaces se apartaron sin dudar para dejarle pasar,
y el danés tomó el regalo sin siquiera mirar a los ojos a su nuevo aliado. 18

—Tr... ¡Traître*! ["Traidor" en francés]

—Camanduleiro*, moinante*, raposeiro*... [Hipócrita, liante, malicioso, todo en gallego] 2


—¡Por los cojonazos de Judas! 1

—Lo sabía —anunció Apolo, aunque parecía estar ruborizado pese a su moreno natural. —Sabía
que teníamos un topo.

—Pero no sabías que era él, ¿no es verdad, querido? No sabías que me había estado informando
de todo, todo el tiempo. Quizá no seas el "más capaz" después de todo —respondió Hermes con
la mano sobre la cabeza del pequeño Mouse, quien no levantaba la mirada del suelo arenoso. —
Y, al igual que tú ibas a hacer, ahora seremos nosotros quienes nos larguemos de este pútrido
estercolero para no mirar atrás.

—Era mi amigo. —Dani me tomó de la mano y, al volverme hacia él, noté que su cara era un
poema de desconsuelo y disgusto. —Yo os lo presenté. Era mi amigo. 1

—Os vais a quedar quietecitos, agradeciéndonos con el corazón por no haberos pegado un tiro a
cada uno mientras nos veis alejarnos hacia el horizonte —anunció Fear apuntando con su
revolver a uno y a otro de nosotros.

—¡Cabemos todos! —hizo notar el griego, quizá como último intento de negociar. —En total
somos trece personas y esas lanchas están pensadas para transportar grandes cantidades de
suministros. No tiene por qué quedarse nadie aquí. Vosotros huis y nosotros trataremos de dar
la alarma para ayudar a los que se quedan. Todos salimos ganando.

—¡Ja, ja, ja, ja! —El ataque de risa que empezó a sufrir el dios enemigo fue cortado por una serie
de detonaciones dentro de la cárcel. El asunto empeoraba por momentos en el patio. —Quisiste
dejarme fuera de tu plan, con la chusma, ¿y ahora crees que te llevaré en mi barco? Ni lo sueñes,
querido.

—Hijo de puta...
—¡Oh! ¿Me insultas después de mi indulgencia? Pues ahora me vais a dar aquella pistolita que
sostiene el pelotomate.

—Pero es que es lo único que con que nos podemos defen...

—¡Ya!

Brave se resistía, agarrándola con fuerza y apretando los dientes.

—Si no me la dais de inmediato —le dio dos palmadas a su rifle de asalto—, esto os va a hacer
mucha pupa.

—Dásela —ordenó Apolo en voz baja. —Es inútil resistirse.

Pero el militar no se movía. Moreno se le acercó y, despacio, le puso una mano en el hombro
tatuado y la otra sobre la pistola. 1

—Dámela, Brave, y yo se la paso al del mechoncito blanco. Tenemos que sobrevivir, carallo.

Reticéntemente, el escocés terminó por soltarla y Fran la tomó por el cañón, ofreciéndola a
Hermes desde la distancia.

—Ve a por ella —le ordenó este a Bond, quien se acercó relamiéndose los labios y arrastrando su
látigo. Al pasar al lado del navarro dedicándole un beso, el rubio empezó a temblar
descontroladamente, pero el matón le ignoró sonriente y se plantó ante el gallego de cabello
rapado.

El aficionado del bondage sadomasoquista elevó su mano sonriendo con sorna y la posó sobre el
arma.

Moreno también sonrió. En un rápido movimiento experto, le dio la vuelta a la pistola, la elevó y
disparó dos veces.

Ahí fue cuando todo se descontroló.

XLI

Bond se percató de lo que ocurría medio segundo antes y se apartó, esquivando la bala que fue
a enterrarse en el cuello de Raptor, allá atrás. Los cuchillos del despiadado asesino golpetearon
el polvoriento camino en medio del silencio.

Al instante, como por instinto, Fear disparó su propia pistola acertando de lleno al gallego, que
cayó hacia atrás. En la caída, soltó su arma y esta salió despedida varios metros hacia el lateral. 9

Moreno. Mi amigo. El muchacho que se dejó rapar el cabello por mí. Imágenes de su cara en
distintas expresiones mezcladas con las emociones que me despertó en uno u otro momento
empezaron a brotar en mi cabeza en un doloroso torrente. ¿Hola? Y ¿ya estaba? ¿Fran se nos
había ido? 1

Mis músculos se tensaron preparados para impulsarme rodando por el suelo hacia la pistola; sin
embargo, la voz cargada de autoridad de Apolo me clavó en el sitio:

—¡Quietos todos! ¡Os daremos la pistola! ¡Que nadie luche!

Hermes parecía ocupado intentando quitar el seguro a su subfusil allá lejos, pero lo más
preocupante era que la gigantesca masa de músculos y venas que encarnaba Hulk se había
desatado y cargaba contra nosotros bramando algo que no llegué a entender. ¡Ohmaigad!

Al verme en guardia, Bond chasqueó su látigo hacia mí, pero Knight se adelantó recibiendo un
feo corte en el muslo, lo cual no le detuvo. Agarró ambas muñecas del sádico y se las retorció
girando sobre sí mismo, para luego regalarle un rodillazo en el estómago que le arrebató el aire.
Todo sucedía a cámara lenta ante mis ojos, o así me parecía a mí.

Detrás de mí, Brave había agarrado a un Ayax extremadamente pálido y lo estaba arrastrando
hacia unos escombros, buscando refugio; Dani se había lanzado sobre el cuerpo de Moreno
como si quisiera protegerlo con el suyo. Apolo parecía sobrepasado al saber que se le había
escapado el control de la situación, con los ojos recorriendo el campo de batalla rápidamente y
la mano aún levantada pidiendo calma. 1

Por su parte, en el lado contrario, Fear maldecía sonoramente ya que no podía seguir
disparándonos debido a que Bond y Hulk estaban en el camino. Hermes por fin consiguió
quitarle el seguro a su rifle, aunque la primera ráfaga la lanzó contra el suelo junto a sus propios
pies, donde apuntaba torpemente.

—¡No sabes disparar! —le recriminó Fear. —Deja eso o terminarás matándonos a todos. No
tenía que haberte permitido llevar el fusil.

—¿Permitido? ¿Tú a mí? No olvides quién está al mando.

Sin importarnos ni ser conscientes de la lucha de poderes o las posibles rivalidades en el otro
grupo, nosotros teníamos ya casi encima la amenaza mortal del furioso gigante gritón.

—A... ¿Ayuda? —requirió Christopher mirando de reojo hacia los demás, pues tenía claro que
esa criatura inhumana podría partirle el cuello con un par de dedos si conseguía apresarle. 2

Brave ya había dejado al francesito a buen recaudo y corrió hacia mi novio, pero Apolo le agarró
del antebrazo cuando pasó por su lado, deteniéndole con simple «No». 3

La inmensidad muscular apartó a Bond de un empellón estrellándole contra la verja de malla


metálica y empezó a lanzar puñetazos con sus brazos como troncos de árboles. Knight esquivó
como pudo aquellos terribles impactos e incluso consiguió golpearle a Hulk en el estómago y en
el cuello, pero el culturista extremo ni siquiera dio muestras de sentirlo. La expresión de atónita
derrota de mi chico me asustó mucho.

—Necesita ayuda... ¡ya! —les presioné a mis compañeros, pues si alguien tenía alguna
oportunidad era el militar de la falda. +

—No podemos. ¡No luchéis! Dejad que se lleven la pistola y que se vayan.

—No pararán tan fácil —les hice notar, aún incrédulo ante la negativa del griego secundaba por
Brave con su obediencia, pese a la rabia que inundaba claramente su rostro.

No me había dado cuenta, pero Bond se había recompuesto tras el empujón y ahora avanzaba
ladino por el lateral hacia el cuerpo de Moreno custodiado por Dani. Al darse cuenta de que se le
acercaba su violador, aquel que se aprovechó de él en modos que aún no había confesado a
nadie, el terror invadió sus enormes ojos de cachorro.

Había una tubería cerca; era fina, pero podría bastar. La agarré y traté de golpear al sádico con
un gruñido; pero este me vio venir, evitó mi golpe y disparó su látigo hacia mí enredándolo en mi
arma. Intentó tirar de su cinta de cuero cortante por sorpresa para arrebatármela, pero me
aferré fuerte a ella y la retuve con bastante dificultad.

Casi se me había soltado de las manos cuando Ayax pasó corriendo a mi lado y lanzó un par de
cascotes hacia Bond, provocando que soltase su látigo para esquivarlos.

—¿Necesitas ayuda, Alexcito luchadorcito? —Verle recuperado y valiente me dio ánimos.

Nuestro enemigo sacó entonces un par de puños americanos de cobre de los bolsillos de su
pantalón y se los colocó con una mirada perversa.

—Llegó la hora del "fisting", gusanitos.

A la vez, la pierna afectada por el corte de mi novio debió de fallar, porque no consiguió evitar
uno de los golpes de su enemigo y fue enviado tres metros atrás hasta los escombros,
golpeándose en la espalda tan dolorosamente que dejó escapar un quejido. Más tarde supe que
se había fracturado una costilla y fisurado tres más. 2

En medio de carcajadas estruendosas, Hulk se posicionó al lado de Bond y Ayax y yo nos


encogimos de miedo, tanto que solté sin pretenderlo la tubería con el látigo amarrado.

Christopher y Moreno estaban fuera de juego, Apolo retenía a Brave por alguna razón para que
no se nos uniera y Dani... ¿Dani acababa de avanzar hasta nosotros?

El inocente navarro tenía los ojos perdidos en el horizonte y su expresión era completamente
neutra, como si estuviera pensando en un recuerdo muy profundo y muy lejano. ¿Acaso estaba
en trance, o qué?

—Esto ha acabado —le dijo Fear a su colega con media sonrisa sardónica—. Están perdidos.
Escuchad: Bond, coge la otra pistola y...

—Espera. —Hermes le puso la mano en el hombro. —Acaban de cargarse a tu coleguita de los


cuchillos. ¿No te apetece que los machaquen un poco más?

Hace rato que nadie se acordaba del pequeño Mouse, que de repente apareció de entre las
sombras armado con un enorme ladrillo y lo estrelló... contra el pie de Hulk, reventándole dos o
tres dedos. 18

—¡Aaaaargh! —chilló la bestia humana revolviéndose con dolor.

Bond se volvió hacia la fuente del ataque y descargó uno de sus puños metálicos en pleno rostro
del ratoncito, que quedó inconsciente y con los labios partidos.

Aprovechando la distracción que a todos había sorprendido, y sin que nadie lo esperase, Dani
trepó por la espalda del gigante como un mono y, con seria expresión le mordió en una oreja
mientras le clavaba los pulgares en sendos ojos. En meros segundos, aquella oreja salió volando,
arrancada de cuajo, y los gritos del culturista empezaron a asemejarse a los de un perro
apaleado. Pero el perro distaba de estar vencido; agarró a Dani con una sola de sus manazas y lo
lanzó con fuerza por el aire hasta golpearse con un poste de madera que sujetaba unos cables de
la luz en alto. 4

Sin importarle lo más mínimo, el navarro se volvió a levantar y avanzó hacia nosotros cojeando.
Me quedé helado al ver que dos de los dedos de su mano derecha estaban claramente rotos,
doblados en una posición imposible de conseguir para una mano sana.

Supe, casi como si viera la escena que, si Dani se acercaba ahora al malherido culturista que
manoteaba el aire al azar, acabaría muerto; así que lo abracé cuando pasó por mi lado y le
retuve inmóvil con gran esfuerzo.

—Cálmate niño, por favor. —Él intentó seguir avanzando, y su fuerza sobrepasaba la mía en la
medida en que la vena de su sien se destacaba claramente, mostrando que estaba fuera de sí.
Pero, de algún modo, él sabía que yo era su amigo, que no me quería hacer daño, y conseguí
frenarle. 2

Aunque Hulk, ciego, cojo y con la cara llena de sangre a falta de una oreja, se alejaba
bamboleante, rugiente y golpeando el aire, Ayax demostró no poder aprovechar de esta ventaja
temporal porque realmente no tenía ni idea de pelear. Apenas resistió un par de segundos ante
Bond, que le golpeó una vez en el estómago y otra en la cara hasta derribarle y dejarle gimiendo
en el suelo.

El sádico se me encaró entonces y yo temí que Dani entrase de nuevo en furia berseker y, sin
preocuparse de su propia seguridad, terminase recibiendo heridas aún más graves.

—No seas grosero, Bond —pedí—. ¡Que no, tío! ¡Ohmaigad! ¡Déjanos en puto paz!

Por su expresión ladina mientras avanzaba lentamente hacia nosotros, supuse que no íbamos a
tener la suerte de que esto terminase aquí, pero un "¡no!" de Apolo precedió a la aparición de
Brave a mi lado, que esquivó el golpe del sádico mientras agarraba sus dos puños juntos y,
girando sobre sí mismo, le rompió ambos brazos como si fueran cañas secas. 1
Ante los gritos doloridos de sus amigos, Fear apretó los labios y le hizo un gesto al dios que le
acompañaba, quien (con sumo cuidado para no equivocarse de nuevo) soltó una ráfaga de
disparos al aire para que todo el mundo se quedase quieto.

Ante Hulk ciego y malherido, Bond con los brazos rotos y Raptor muerto de un balazo en el
cuello, el momento de jugar se había terminado; y ese subfusil automático le seguía dando toda
la ventaja pues Hermes podía matarnos a todos de una certera pasada.

—Esto se acaba aquí —anunció el danés—. Fear, coge la pistola de aquel rincón y ayuda a esos
dos a venir. Nos vamos.

El susodicho le hizo caso y, en menos de un minuto estaba hecho. Los doloridos y renqueantes
secuaces gimoteaban al lado, preparados para huir. Entonces, Fear se acercó a Hermes y susurró
algo que yo conseguí entender pese a la distancia:

—Mátalos.

—No hace falta matarles; nadie los va a rescatar —y esto lo dijo en alto, para que no quedasen
dudas de que quería que le escuchásemos—. Has dicho que conoces información sobre sus
vidas, ¿no? Sobre sus familias, donde vivían y demás. —Su cómplice asintió peinándose el
mechón blanco del cabello. —Pues imagínatelos aquí, sin posibilidad de escape, en las manos de
las autoridades de Barroteferro y sabiendo que la suerte de sus seres queridos depende de
nosotros. ¡Ja!

Yo, que había dejado a Dani en manos de Brave y estaba ayudando a mi nene a levantarse poco a
poco, palidecí ante dicha sentencia, y las exclamaciones de miedo y derrotada ira arreciaron
entre mis amigos.

—Y no creas que te has librado por tu traición, Mouse —advirtió Hermes señalando al
susodicho, que empezaba a levantarse sujetándose la barbilla manchada de sangre. —Me da
igual si has querido ayudarles por pena, si les has cogido cariño o si tenías planificado
traicionarme desde el principio, pero ahora eres mi enemigo también. Quédate con ellos, a los
que tanto quieres, y sufre su suerte.
Hermes y Fear, seguidos por sus dos compinches, emprendieron el camino cuesta abajo hacia el
muelle donde les esperaba una gran barca a motor. En todo momento nos vigilaban con las
armas de fuego en la mano.

—No podrán salir —anunció con una sonrisa feroz el francés—. ¿Veis el portón que cierra el
puerto y lo aísla del mar? No podrán abrirla; no podrán irse aunque enciendan la barca. Sin
ningún cómplice que les abra el paso desde la recep... —se volvió hacia Apolo—. Oye, ¿cómo
íbamos a salir nosotros?

La enorme verja de la que Ayax hablaba empezó a abrirse por sí misma allá abajo. —¿Qué?

—Tengo un cómplice en recepción —explicó Apolo—. Lucas era el encargado de abrirla usando
la energía del motor de emergencia en cuanto nos viera bajar hacia el puerto. Desde allá lejos,
debe creer que el grupo de Hermes somos nosotros.

—¡Por los churretones de grasa del pelo de Yisus! ¿Es que nos tiene que salir todo mal? ¿Van a
escaparse sin más? —Me volví hacia mis compañeros y me conmoví ante sus expresiones
desoladas.

Me quedé observando la ropa blanca de Moreno con una flor roja extendiéndose por un lateral.
Con las lágrimas recorriéndome las mejillas, no pude evitar pensar que esa mancha costaría
mucho de limpiar. 5

—Muy mal, súper mal. ¿Qué vamos a hacer ahora?

XLII

—Sucia rata traidora... —me llegaron las rencorosas palabras de mi chico haciendo fuerza para
acercarse hacia Mouse con mi ayuda, y yo le apoyé gustoso.
—¡Confiaba en ti! ¡Arraio! —exclamó el navarro, que parecía haber retornado a la cordura y
sujetaba su mano rota con una expresión de dolor incontenible.

—¿Cómo has podido? O sea, ¡ha estado súper feo! ¿Vale? —Entonces me di cuenta de que
Moreno no habría muerto si no fuera por su culpa, por haber informado al imbécil de Hermes de
nuestros planes. —¡Te vamos a dar tantas hostias que ni un traje a medida de Victorio &
Lucchino te harán ver guapo de nuevo! 2

—¡Quietos! —ordenó Apolo, y sólo su carisma sobrenatural nos detuvo. —Mouse ha hecho lo
que le ordené. Informó a Hermes de nuestros planes porque yo se lo pedí, espiándonos para
ellos para, así, poder hacer de contraespía para mí. 4

—No sé qué mierdas pretendías con esa gilipollez, pero —Dani desvió su mirada hacia Moreno,
quien era revisado por Brave en esos momentos—... ¡zarruto! ¡No te ha salido nada bien! 1

—Lo ziento. Lo ziento. Lo ziento... —repetía una y otra vez Mouse, con una de sus manos
aferrando la otra para contener los temblores y la mirada humillada.

—Fran... Fran... —musitó lastimeramente el navarro, dejándose caer de rodillas al lado de su


amigo y rompiendo a lloriquear.

Ahora me daba pena el pequeñín; había hecho sólo lo que su líder le había pedido. Seguro que
había sido el que más riesgo había corrido y el que más difícil lo había tenido. ¡Debía ser un actor
genial para haber engañado a Hermes! 2

—¿Qué haremoz ahora? Hemoz agredido a Zeuz y a Izvekov; zabrán que hemoz intentado
ezcapar. ¡No podemoz ezcondernoz para ziempre! —empezó a exponer el espía doble, ahora que
su reputación y situación había sido revelada. —¡Noz van a...!

—Sigue vivo —advirtió Brave elevando a Francisco hasta dejarlo de lado y presionando con
ambas manos en las heridas delantera y trasera de su hombro. Todos enmudecimos de asombro.
—La bala ha salido limpiamente por detrás, pero morirá si pierde más sangre. Necesito vendas,
¡ya! 9

—¡Moreno! —exclamé quitándome la camisa al instante para romperla en tiras y dárselas. ¡Bah!
Era un polo de algodón del malo, de marca blanca; ya me compraría uno de Ralph Lauren si
salíamos de aquí; y si no, tanto me daba. Mi futuro se me aparecía muy corto y muy oscuro
ahora mismo.

Agachado al lado del camello español, Apolo esbozó una sonrisa afectada mientras acariciaba su
rapada testa; le susurró algo en griego que, por supuesto, no entendí. 4

El gallego seguía inconsciente, pero el vendaje compresivo detuvo la hemorragia y le sacó del
peligro más inmediato. Brave se acercó a Dani y, pese a sus protestas («No es necesario de
verdad. No, ¡que no! ¡Arraio! que... ¡NoOooooarrghhh!») le colocó los dedos de forma más
normal tras un sonoro crujido y se los amarró a uno sano con otra venda; luego se acercó a
Knight y dictaminó el daño de sus costillas. 2

—Poco podemos hacer ahora por ti excepto llevar cuidado al andar y tratar de no doblar el
torso.

—Ya nos hemos calmado —dictaminó Apolo levantándose—, pero no hay más tiempo para
lamerse las heridas. Si queremos salir de Barroteferro, ha de ser ahora.

—¡Ah! Pero... ¿Aún podemos escapar?

—Os lo explico de camino —se comprometió con un asentimiento vehemente. Entonces nos
señaló a Ayax, a Brave y a mí. —Ayudadme a trasladar a Moreno con mucho cuidado, y volvamos
a la terraza.

Deshicimos nuestros pasos hacia la escalera de incendios y empezamos el ascenso hacia el


último piso del edificio administrativo aún escuchando disparos dispersos y algunos gritos desde
el patio más cercano. Desde el tercer piso pudimos ver claramente la barca que transportaba a
nuestros enemigos salir por el portón hacia la libertad del océano y yo sentí mi sangre hervir y la
envidia corroerme por dentro. Podíamos haber sido nosotros.

Al llegar a la azotea, a Lucas se le iluminó la cara al vernos y corrió para ayudarnos con el
traslado del desfallecido hacia el helicóptero.

—¡Pensé que ya no veníais! Estáis hechos un asco. ¿Qué ha pasado?

—Luego, ¡luego! —ordenó Apolo acercándose a Brave. —Dame las bujías.

—Pero si nadie sabe pilotarlo ¿recuerdas? O sea, ¿qué piensas que...? —les recordé, pero me
ignoraron.

—¡Ayúdame! —Tras abrirle el escocés la portezuela lateral, Apolo se acercó con las dos piezas y
cara de concentración: —Preferiría que Moreno lo hiciera para más seguridad, pero me fijé en
cómo las sacaba y ya no tenemos más opciones que confiar en que sepa revertir el proceso.

En menos de un minuto teníamos las bujías en el sitio adecuado y ya habíamos tumbado a


nuestro gallego preferido al suelo de la cabina interior. Brave y Apolo corrieron a la del piloto y
me llamaron con urgencia. Extrañado, les seguí y me señalaron un extraño aparato que
identifiqué a los pocos segundos.

—¡Un lector de retina con identificador de huella dactilar! —Sabiendo lo que tocaba, intenté
colocar mi ojo en el sitio con tanto ímpetu que casi me lo saco. 3

—¿Y la clave? La que introdujiste en el archivo.

—Esperanza —le dije en castellano, y él la anotó rápidamente en el teclado que tenía delante. 3

Cuando Brave manipuló ciertos botones, el sordo rumor de las aspas empezando a girar en lo
alto nos confirmó que se había puesto en marcha.

—¡Nos vamos! ¡Ohmaigad!


La sensación de alivio y alegría fue tan plena que, por segunda vez en menos de diez minutos,
estaba llorando de nuevo. La azotea se fue alejando, los edificios y las murallas formando aquella
instalación de forma triangular se fue empequeñeciendo.

—O sea, que tú sí sabías pilotar este cacharr... 3

Ruiditos como palomitas abriéndose en un microondas empezaron a escucharse y me quedé


muy extrañado, hasta que nuestro piloto escocés anunció con una torva mirada: 2

—Nos disparan.

—¿¡Qué!? ¡Ohmaigad, ohmaigad, ohmaigad! ¡Vamos a mor...!

—Tranquilo. —Sonriente, Apolo me agarró del antebrazo y me hizo sentar de nuevo. —Hemos
subido muy rápido antes de que reaccionasen. A esta distancia, es muy difícil que nos acierten; y,
aquellas pocas balas que lo hagan, llegarán casi sin fuerza. No nos dañarán. —Se asomó por la
ventanilla lateral e informó: —Estamos fuera de su alcance. ¡Hacia el norte!

Al cabo del minuto que necesité para que mi corazón desbocado recuperase un ritmo más
normal, me di cuenta de lo que había dicho el griego.

—¿Al norte? Dijiste que iríamos a Sicilia, en el este. Y que... —Me detuve con la boca abierta y él
permitió que yo mismo llegase a la conclusión. —Era mentira. Casi todo lo que dijiste era una
mentira para que Mouse se lo dijera a Hermes y que ¿así ellos fueran hacia el este? —Necesité
otro minuto para priorizar mis interrogantes. —Pero ¿por qué quisiste que ellos escapasen? ¿por
qué dijiste que Brave no sabía pilotar... —le miré de reojo, aferrado al jostick o como se llame el
volante de los helicópteros—, cuando evidentemente sí sabe? 3

—Hermes habría pasado a mayores si no hubiera empezado a obtener resultados en su


espionaje. Él quería saber cómo íbamos a escapar, y las torturas y agresiones más graves
hubieran comenzado con la ayuda de Fear y sus esbirros si no le hubiera mostrado una zanahoria
que pudiera perseguir. Ten en cuenta que yo sabía de la doble lealtad de Mouse y podía
controlarlo, ya que seguía mis órdenes, pero desconocía si Hermes había encandilado a alguno
más de entre todos los que han facilitado nuestra huida. Tenía que distribuir toda la información
y las labores en partes que no se interconectasen, mantener la identidad de todos los implicados
en secreto e, incluso, divulgar comedidamente datos falsos aquí y allá para confundir. 7

—Pero... ¿entonces hiciste dos planes de fuga? ¿Uno para nosotros, y otro para ellos? Supongo
que has escuchado cómo han amenazado a nuestras familias y...

Soltó una carcajada jocosa y explicó:

—No es tanto así. Nuestro plan funciona y en un par de horas llegaremos al sur de Francia,
puesto que en realidad no estamos al este de Sicilia sino entre Cerdeña y las Baleares. El de
ellos... no les saldrá bien.

—¿Se perderán en el mar?

—No tendrán oportunidad —aseguró—. Únicamente había un helicóptero en Barroteferro esta


mañana; pero averigüé hace mucho que hay tres barcos guardacostas vigilantes de Barroteferro
rodeando la prisión en todo momento, haciendo rondas, así que... ¡Mira allá abajo!

Seguí la dirección de su índice y pude ver una barca avanzando entre el oleaje tan rápidamente
que su estela de espuma se alargaba muchas decenas de metros por detrás. Pero no estaba sola;
otras dos barcas más pequeñas, pero equipadas con armas de fuego fijas en la proa, la
perseguían por detrás, y una adicional podía verse allá adelante, preparada para interceptarla.
Eran tres contra una. Sin duda, acabarían hundiéndola y matándoles si no se rendían.

Hermes era lo suficientemente inteligente como para saber eso, así que aquella barca que los
transportaba aminoró la velocidad hasta detenerse y sacaron un palo con una camisa blanca
hondeando. «¡De vuelta a Barroteferro! ¡Jodete, estúpido y petulante engreído!» 3

Mis carcajadas sonaron tan fuertes y durante tanto tiempo que se les contagiaron, y al poco
tenía a Lucas a mi lado preguntando por lo que pasaba. Cuando se lo conté, se fue feliz a
informar al resto de nuestros pasajeros de lo ocurrido.
—¿Cómo puedes ser tan listo, Apolo? Has planeado todo esto sólo, has averiguado tantas cosas
y logrado tanto que... O sea, ¿eres superdotado o algo de eso? 3

Se encogió de hombros con fingida modestia, sin querer meterse en materia. 1

—Te voy a pedir una cosa, Pipiolo: no vuelvas a llamarme Apolo. Tu alias lo escogieron tus
compañeros, así que es aceptable. Sin embargo, el mío fue escogido por los mandamases de
Barroteferro cuando me ascendieron a Dios del Olimpo. Quiero dejar todo eso atrás tan pronto
como pueda.

—Entendido. ¿Y cómo te llamo entonces? 2

—Aileen. Aileen Vryzas. 2

—Encantado Aileen —le aseguré y le abracé—. Gracias por confiar en mí, y por incluirme a mí y
a mis amigos en el plan de fuga.

—Sois geniales; pero entiendes por qué estáis aquí, ¿verdad? —mi desconcertada mirada le llevó
a explicar: —Cada persona que incluí en el plan de fuga tenía una labor. La mayor parte de ellos
se han quedado en Barroteferro, pero tú eras alguien muy solicitado por los pedidos que además
tenías los suficientes conocimientos informáticos como para realizar las labores que hiciste ayer.
Había otros informáticos, pero tú y tus amigos erais de fiar. Además, en este helicóptero
podíamos salir unos cuantos, así que... ¿por qué no llevarme conmigo directamente a los más
importantes de mi plan? A los que necesitaba conmigo hasta el último momento —me recordó
dando unas palmaditas en el aparato identificador de retina.

—¿También han sido de ayuda Ayax, Dani, Christopher y Moreno? No es que tenga nada en
contra de que vengan, ¡claro que no! Pero ¿han ayudado realmente? Además de en la pelea
contra los de Fear, claro.

—Ayax consiguió acceso a los horarios; me informó sobre los cambios de guardia y las horas y
días en que había un helicóptero, y sólo uno, disponible en la azotea. Daniel, en su grupo de arte
y modelaje, tenía acceso a ciertos materiales y procesos con los que pudo recrear las llaves del
molde que obtuviste. Christopher es el mejor luchador después de Brave, y necesitaba uno que
lo respaldase por si las cosas se ponían extremadamente feas, como hace un rato. Moreno... —
Se le puso una tonta sonrisilla durante unos segundos antes de continuar. —...Moreno ha sido
mecánico; él sabía cómo inutilizar y reparar este helicóptero para poder mantener la fachada de
que huiríamos en barca, y así engañar a Hermes si este tenía algún as en la manga para
enterarse de lo que no debía. 2

Algo me decía que la labor de Moreno no había sido tan necesaria y que cualquier otro podía
haber desatornillado algo o desconectado un par de cables con el mismo resultado. 1

Como si quisiera cambiar de tema, Aileen se acercó a un compartimento cercano y sacó una
camisa de manga corta negra, parte de un uniforme de piloto de reserva, que me lanzó a la cara.

—Anda, ponte esto; que me estás distrayendo a Brave y hace mucho que no pilota.

Tras ponérmela con una sonrisilla orgullosa al notar que estaba poniendo tontorrón al del kilt,
pregunté:

—Moreno estará bien, ¿verdad?

—Sí —confirmó Brave sin duda alguna. —En cuanto lleguemos le daremos antibióticos para
evitar que se le infecte.

—Pero habrá que curarle y ponerle puntos y todo eso, ¿no? O sea, iremos a un hospital, ¿vale? 5

— No vale —contestó Brave.

—¿Por qué no? ¡Hay que ir! —presioné al pelirrojo con una mirada reprobatoria.

—Iremos cuando todo esté asegurado —matizó el griego. —Entiende una cosa, Pipiolo;
Barroteferro no era cosa de unos pocos guardias y un alcaide; había mucha más gente metida: El
que la ideó, los directores y los accionistas son la cúpula y los mayores beneficiarios. Pero
además hay toda una red judicial y policial comprada que harán lo que estos les ordenen. Incluso
la mayor parte de grandes medios están de su parte. No podemos ir con un herido de bala a un
hospital o todo el mundo se nos echaría encima; y esa misma razón nos impide ir directamente a
la policía sin saber en quién podemos confiar.

—¿No podremos denunciarlo? ¿No podremos hacer justicia y sacar a los que han quedado
atrás?

—Podremos —me aseguró el del cabello dorado—, solo que a su debido tiempo y con todas las
garantías. Ahora tengo los medios para acceder a zonas de la infranet que antes no podía.
Descubriré los secretos de Barroteferro y confirmaré la identidad de todos los implicados. Será
muy pronto, te lo aseguro.

Asentí con gravedad, tomándolo como un compromiso por su parte.

Iba a irme hacia la parte trasera cuando se me ocurrió una última pregunta:

—¿Por qué no dejaste que Brave nos ayudase en la lucha de antes? Es militar, sabe luchar muy
bien, puede que mejor que Christopher. —Aquí el escocés resopló burlón y musitó algo como
"¿puede que mejor? Anda ya..." —Podría haber habido menos heridos si hubiera estado a
nuestro lado desde el principio. 3

Aileen (tenía que acostumbrarme a pensar en él con ese nombre) señaló lo que el chico de la
falda estaba haciendo en esos momentos: sujetaba el timón de vuelo con una mano y la otra
viajaba de botón en botón, de control en control, ajustando aquí, modificando allá...

—Pilotar un helicóptero como este es algo que requiere un increíble control y concentración,
además del conocimiento previo para ello. Si ahora estamos escapando todos, si tenemos una
oportunidad, es porque Brave está ileso. Imagina que le hubieran herido como a Moreno, o le
hubieran roto costillas como a tu novio, o una mano, como a Noob. ¿Cómo podríamos habernos
fugado? Refrenándole de pelear pretendía asegurarnos un camino hacia el exterior. Recuerda
que ya tenía planificado este método de fuga desde el principio. 2
—Pues podíamos habernos ahorrado la pelea contra los de Fear —le hice notar.

—No entraba en mis planes comenzar esa lucha —admitió tristemente—. Era una posibilidad,
pero pedí que nadie luchase claramente y... Moreno decidió hacerse el héroe. —Suspiró. —No se
lo puedo echar en cara porque no os conté a ninguno mi plan de engañar a Hermes con una falsa
huida en barca, pero, aunque confiase en todos los presentes, aún cabía la posibilidad de que
alguno estuviera con Hermes y le contase el plan. No pude dar por zanjadas mis sospechas sobre
un posible topo hasta que Hermes no se montó con sus matones en la barca y zarpó.

—Sabes por qué Francisco se ha hecho el héroe, ¿verdad? —le reté, y el sano color rojizo de sus
mejillas me indicó que lo había deducido. Aun así, lo dije: —Por impresionarte. —Asintió
aceptando este hecho. —Le tienes loquito. 9

—Lo sé.

—¿Y qué harás al respecto?

—Pues... —su rubor se intensificó—. A mí también me gusta. Cuando se recupere, no me cerraré


a nada que él pueda proponerme. 4

—¡Por los óvulos sagrados de Viryinmeri! No me seas pánfilo; sé que eres tan mono que siempre
te han dorado la píldora, pero, por una vez, da tú el paso. ¿Vale? O sea, el chico se lo merece,
que le han hecho un agujero por ti. 4

—Lo... lo tendré en cuenta.

XLIII

Desperté al cabo de un rato con mi espalda apoyada en la pared. Había estado acariciando el
cabello de mi Chris, que parecía sufrir menos por sus lesiones mientras estaba completamente
estirado e inmóvil en el suelo, con la cabeza acomodada sobre mi muslo.
Me estaba mirando, probablemente desde hacía rato. Una agradable ola de calor me recorrió
por dentro llenándome de ternura al mirar sus ojos. Hacía tiempo que no sentía tan
intensamente lo que ahora despertaba en mí; probablemente, los muros de Barroteferro
asfixiaban el afecto, el cariño y el amor hasta reducirlos a la mínima expresión. Ahora me sentía
libre de sentir de verdad lo que mi nene despertaba en mí.

Era perfecto. Esos exóticos rasgos irrepetibles llenos de morbo, esos ojazos brillantes, atractivos
a la par que simpáticos, ese cuerpazo fibroso y marcado que le dotaba de una silueta de
ensueño... 3

—¿Y por qué te gusto yo a ti? —le pregunté en voz lo suficientemente baja como para que no
nos escuchasen los otros que nos acompañaban en este compartimento que nos aislaba del
retumbo de las aspas. —¿Por qué me quieres?

—Eres la persona más especial que he conocido, porque eres bueno de verdad —empezó a
hablar lentamente—. Tienes un corazón inocente, una moral inquebrantable y una energía
asombrosa. En tu vida, has pasado por una familia que no te quería como merecías, por un
colegio y un instituto elitistas que no han conseguido doblegarte, por una injusta condena por
terrorismo que no se sostiene y con la que te castigaron por querer defender lo justo, y por una
terrible estancia en esa cárcel ilegal que te roba el alma, destruye tu dignidad, vende tu cuerpo y
destruye tu luz interna... Pero tú sigues brillando, impoluto como el primer día. 6

—Y yo que pensaba que ibas a decir que mis labios son bonitos o algo así... —murmuré más rojo
que un tomate. ¿Eso era yo para él? ¿Alguien "bueno" que no se había dejado pervertir por las
penurias que la vida había puesto ante mí? 2

—Eso sin hablar de tu culo, duro, prieto y turgente, siempre dispuesto a servir de refugio para
mis bajas pasiones. 4

—O sea, soy bueno y tengo un buen culo. —Tuve que taparme la boca para contener las
emocionadas risas de plena felicidad. —Vale.

—¿Y yo? —Su mano acarició mi mejilla y me lanzó una mirada que me derritió por dentro y me
endureció por fuera, si se me entiende. —¿Por qué te gusto yo a ti? ¿Por qué me quieres, mi
niñato? 1

Podía haberle hablado de mis anteriores pensamientos sobre su cuerpo, sobre sus rasgos, o
incluso haber bromeado con el férreo miembro que siempre me recibía brincando de emoción,
anticipando en húmedas perlas mi proximidad. Podía haber resaltado que le llamaban Knight
debido a su empeño en proteger a los débiles y enfrentarse a la maldad; o por ser educado,
respetuoso y permisivo conmigo. Podía haber aducido que me flipaba verle entrenar cuando
luchaba, nadaba o corría, que su aroma personal tras el esfuerzo del sexo o el deporte me
robaba la razón y que su sonrisa era todo lo que yo necesitaba para ser feliz.

—Dices que soy bueno, que no me han corrompido, que Barroteferro no me ha roto por dentro
como a tantos otros. Si eso es así, es porque tú has estado ahí para mí; has tenido fe en nosotros
y me has protegido tanto como has podido. Has sido mi refugio en medio de la tormenta, me
has dado calor, me has guiado y cuidado. Has sido y eres mi esperanza de que todo irá bien. Te
quiero... porque me quieres. Te quiero porque me has ayudado a perdurar siendo quien soy. —
Puse los ojos en blanco, cediendo a mis impulsos más carnales: —Y porque estás como muy
bueno, ¿vale? Pero sigues siendo absolutamente modesto. Me pones tan cerdo y tan necesitado
de ti que me pasaría la vida comiéndote y metiéndote dentro de mí, y metiéndome yo en ti las
pocas veces que me dejases.

Pensaba que se reiría ante mi último comentario, pero su mirada seguía siendo grave al rogarme:

—Dime que funcionará. Dime que todo irá bien.

—Todo irá bien —le aseguré.

—Me refiero entre nosotros.

—Todo irá bien, entre nosotros —aseguré de nuevo—. Voy a estar ahí para ti, y no voy a dejar
que nadie te aparte de mí. 4

La risilla del navarro me distrajo un tanto. Moreno se había despertado hace rato y parecía que
le dolía bastante, pero, cómo no, intentaba hacerse el machote y Dani le reía todas las gracias,
feliz de verle con vida. El rubio acunaba su mano herida con el otro brazo. ¡Tenía los dedos
hinchados como morcillas de Burgos!
Ayax y el ratón charlaban animadamente un poco más lejos, contándose todo lo que este último
se había callado en estos meses por explícito mandato de Apolo... ¡de Aileen!

—Entoncez, ¿no eztaz cabreado?

—Rien de rien* ["nada de nada" en francés], Mousito actorcito; si estamos aquí, es por todo lo
que hiciste para engañar al cabrón de Hermes. Y no olvido cómo le chafaste el pie a Hulk cuando
nos iba a destrozar.

—Graciaz —murmuró feliz con una amplia sonrisa.

—Oye —Daniel se acercó y abrazó al pequeño espía doble, revolviéndole el pelo con su mano
ilesa—, no creo que yo estuviera aquí sin ti.

—Puez lo tuyo zi tiene mérito. ¿Cómo te atrevizte a atacar azí a eze engendro muzculozo? ¡Le
arrancazte una oreja!

—Y le chafó los ojos —añadí. —¡Como en Juego de tronos! 3

—¿Eso hizo el riquiño? ¡Carallo con los navarros! ¡Qué huevazos! 2

—Bueno... —Cohibido, el rubio metió la mano en el bolsillo y sacó un montón de pastillas


amarillas. —Sabía que necesitaría sacar el genio en algún momento, así que aprendí a expulsar
la pastilla del tratamiento después de tragarla. Las he ido acumulando. 3

—Es... ¿estás sin medicar? ¡Ohmaigad! 2

—¡Eh! Qué no me las he tomado desde hace semanas y no he agredido a nadie. Soy el mismo de
ayer —eso decía, pero yo sí le había notado mucho más iracundo en los últimos tiempos.
—Riquiño, según dicen estos, fue buena idea porque les has salvado el culo; pero ahora ya no es
necesario. Tienes que medicarte porque... seguro que no quieres arrancar la oreja a ninguno si
te cabreas, ¿verdad? —Y le tendió una botella de agua a medio beber.

—No sé. Estoy bien, ya no creo que sea nece...

—Recuerda que hice una mamada a un guardia en este mismo helicóptero sólo para conseguirte
agua. Me debes una. Anda, no me seas rabudo.

Tras un nuevo suspiro, el niño aceptó el agua y se tragó una pastilla bajo la atenta mirada de
todos los presentes.

—Pero de verdad, ¿eh? No seas falso. 1

—Que síii...

—Un momento —En verdad yo estaba flipando—. Aquí hay costillas rotas, dedos rotos, hombros
agujereados por bala... ¿y nadie está gimiendo y lloriqueando de dolor? O sea, ¿qué está
pasando? ¿Qué me he perdido?

—Nada más subir, cuando os fuisteis a la cabina para despegar, busqué en el botiquín oculto
debajo de aquel asiento —me contestó el de las pecas—. Además de material de primeros
auxilios, había calmantes y tranquilizantes que los guardias usaban cuando algún recluso al que
trasladaban se ponía especialmente nervioso. Yo lo sabía porque, cuando me llevaron a
Barroteferro, uno de los chavales que venían conmigo empezó a desvariar y lo sedaron un poco.

Miré a Christopher y me di cuenta de que seguía con esa mirada atontada, centrada en mí. Él
siempre me había demostrado que me quería, pero nunca se había abierto ni había dicho cosas
tan ñoñas como las de antes. ¿Era por el efecto del calmante?
¡Bah! No me importaba. Me agaché y le besé lentamente en la boca, saboreando sus labios y
disfrutando de cada segundo en que mi piel se rozaba con la suya. Libres y juntos, ¿acaso había
algo mejor que esto?

Apolo «"¡Alileen, Aileen! ¡Acuérdate!" me reñí» entró en el camarote de popa con nosotros y
sonrió al vernos charlando, animados y risueños.

—¿Has descansado, Pipiolo?

—Un rato. Estoy más despejado.

—¿Puedes ir con Brave de copiloto un rato? Yo también necesito descansar.

—Vale —me encogí de hombros. Aunque todos teníamos algunas heridas menores y moratones,
los únicos que podíamos considerar ilesos éramos él, Ayax, Mouse y yo; e incluso Mouse tenía
un par de dientes partidos y dolor en el costado, y el ojo morado del francés impresionaba
bastante. 3

Desde la cabina de control pude observar el inmenso mar que nos rodeaba y que desde ese
momento significaría «Libertad» para mí.

—Aún no se ve la costa —hice notar ¿Tendremos suficiente combustible?

—Sí —confirmó el escocés. —De hecho, en pocos minutos podremos ver el sur de Francia. —
Tras un rato de observar el horizonte, comentó: —Ayax aún no sabe lo cerca que estará de su
casa. Se va a poner contento y muy impaciente por pasarse por su pueblo natal.

—¿Por su familia?

Asintió lentamente y matizó: —Y por su novio. —Eso me dejó muerto, y creo que lo notó porque
explicó: —Aquel chico le prometió que le esperaría durante el par de años de condena que le
cayeron.
—Pero... —intervine frunciendo el ceño —¿No se supone que, para la sociedad, todos los presos
de Barroteferro hemos muerto en un accidente durante el traslado?

—Por eso quiere verle cuanto antes. —Su expresión se tornó un tanto extraña, mezcla de
resignación y preocupación. ¡Uy! A este le gustaba Ayax. No se lo había dicho porque el
francesito de las pecas decía tener un compromiso previo, pero seguro que Brave estaría ahí
para consolarle si el novio perdido resultaba no estar disponible. 1

En cualquier caso, Brave se estaba abriendo a mí; algo que no había conseguido en estos meses
más que de forma efímera y superficial. Podía aprovechar esta intimidad y paz que nos rodeaba
para saber más de él.

—¿Todos los militares sabéis pilotar helicópteros?

—No. —Respiró pesadamente durante unos segundos antes de decidirse a contar más. —Es por
mi especialización. Yo era de rescate en campo de batalla, en helicóptero, en un batallón de la
ONU que acudía a zonas en conflicto para ayudar y poner paz.

—¿Eso es que evacuabas a soldados heridos y civiles en peligro?

—Sí.

—¿Puedo saber qué hiciste para acabar en la cárcel?

— Está bien. —Se encogió de hombros como si ya no le importase contarlo. —A veces, la lógica
se antepone a la piedad o a la amistad en conflictos bélicos. En un bombardeo, mi dos mejores
amigos volaban en un caza y fueron derribados; se salvaron al saltar a tiempo en paracaídas,
pero fueron rodeados por la milicia del lugar al aterrizar en una casa en ruinas. Aún conseguían
mantener alejados a los asaltantes con ráfagas espaciadas, pero pronto se quedarían sin
munición.
—Ohmaigad...

—Me preparé para ir a por ellos, pero mis superiores dijeron que el riesgo no merecía la pena
pues el enemigo no les dejaría escapar y abatirían mi helicóptero sin importar los claros logos
que lo señalaban como transporte de acción humanitaria. Si yo no iba, ellos morirían.

—O sea, que fuiste.

—Desobedecí mis órdenes, fui y les salvé. Ellos me deben la vida, pero un juicio militar me
condenó. 3

—Pero no fuiste a una cárcel militar —supuse acertadamente—. A mitad del traslado, un
helicóptero te trajo a Barroteferro. —No me hizo falta ver su asentimiento para confirmar que le
ocurrió lo mismo que al resto.

—No eran mis amigos —confesó de repente, tras un minuto de contemplar el mar—, eran mis
novios. 3

—¿Hola? —Mi ceja izquierda se elevó con curioso interés. —¿Los dos? O sea...

—Poliamor, sí. Yo y uno de ellos éramos novios antes, y conocimos al piloto de cazas en
maniobras de aquel portaviones. Les quería a los dos, y los dos a mí y entre ellos. Era perfecto. 4

—¡Por las indudables orgías de los doce apóstoles! —se me escapó asombrado. Había
escuchado de esto antes, pero nunca me había encontrado con alguien así. —Pero... ellos deben
pensar que has muerto. ¿No quieres contactar con ellos? 4

—Ya lo he hecho. —Me quedé muerto. —El portaviones de la ONU está precisamente en el
mediterráneo y he usado la vieja frecuencia que usábamos para hablar en código en medio de
las misiones.
—¡Ohmaigad! ¡Qué bonito! ¿Qué han dicho?

—Digamos que tenemos dos aliados ahí fuera y que nos van a echar un cable.

Eso echó por tierra mi teoría de que a Brave le gustaba Ayax y quería algo con él, ya que tenía a
otros dos esperándole a él. 3

—¡Ah! —exclamé al ver una línea más oscura resaltada en el horizonte—. ¡Tierra! ¡Ya llegamos!

Una voz enérgica resonó potente en la radio pese a tener el volumen bastante bajo:

—¡Balgair! Proyectil inminente acercándose a tu posición. Viraje de emergencia noventa grados


a estribor en tres, dos, uno...

—¡Agarraos fuerte! —gritó el pelirrojo cuando yo aún no había procesado lo que habían dicho.
Entonces, giró los mandos completamente a la derecha con el consecuente escorado extremo de
nuestro transporte.

Mis maldiciones se perdieron entre los insultos, quejidos y protestas de nuestros amigos allá
atrás, y me lamenté no haberme puesto el cinturón de seguridad cuando me senté en la silla del
copiloto a la que ahora me aferraba aterrado.

Por debajo de nosotros, justo donde habíamos estado un momento antes, nos adelantó nada
más y nada menos que un misil blanco en cuya cubierta reflejaba el sol y que siguió volando
hacia la lejanía dejando un rastro de humo gris. Finalmente se estrelló en el mar provocando una
gran bola de fuego .

—Nos dispar.... ¿¡Quién cojones...!?

Tras estabilizar de nuevo al helicóptero, Brave lo hizo virar 180 grados hasta encarar la que había
sido nuestra retaguardia y allí nos encontramos a menos de medio kilómetro de distancia con
otro helicóptero muy parecido al nuestro acercándose rápidamente. Lo único que le diferenciaba
del nuestro eran los tres misiles que le restaban por disparar y la ametralladora fija para blancos
situados en un nivel inferior de altura. 2

—Joder, ¡cojones! Este helicóptero debe tener algún tipo de rastreador. ¿Cómo no se nos
ocurrió? Nos han seguido para evitar que saquemos a la luz lo que ocurre en Barroteferro.

—Po... ¿podemos hacer algo? O sea, ¿tenemos alguna oportunidad?

—¿Sin armas? Voy a intentar volar hacia la costa evitando sus ataques, pero necesitaríamos un
milagro para... 3

Desde aquí pude ver al copiloto enemigo mirarnos con una expresión de extremo odio; estaba
apretando el botón que soltó el enganche del siguiente misil. Nos iba a impactar de lleno. +

Desde esta distancia, sería imposible que lo esquivásemos a tiempo

XLIV

Es lo más terrorífico que he podido observar nunca. Como a cámara lenta, identifico una a una
las etapas del proceso que llevará a ese misil hasta nosotros:

1) El enganche que lo sujetaba al helicóptero enemigo se suelta. 3

2) El misil desciende unos treinta centímetros debido a la gravedad. 3

3) Sus motores traseros se encienden y empiezan a despedir humo a propulsión. 4


4) El cohete bomba empieza a avanzar hacia nosotros de forma implacable. 3

Es como si mirase a la muerte cara a cara y supiera que, por mucho que me empeñe, no hay
nada en este mundo que yo pueda hacer para evitar la destrucción inminente de todo lo que me
rodea. "Ohmaigad..."

Aunque parezca mentira, mi primer pensamiento no es para mi seguridad personal o para la


inminente defunción agónica que me espera, sino por Knight. Y no por Christopher en sí mismo,
sino por lo que me une a él; por lo que podía haber sido y que ya no será. Estos hijos de puta de
Barroteferro no permitirán que nadie escape de su telaraña.

Dicen que, cuando miras a la muerte de frente recuerdas toda tu vida pasada. En mi caso no ha
sido enteramente así; como si todo lo demás careciera de importancia, mi mente se retrotrae
únicamente hasta aquel momento en que todo esto empezó, cuando fui condenado a la cárcel
de forma completamente inesperada:

"... y por medio de esta sentencia firme, se condena a Alejandro Sanchiz Nogüeroles a una pena
de cárcel de cinco años de privación de libertad en el "Centro Penitenciario Cuatro" de
Navalcarnero"

Todo lo sucedido desde entonces transcurre en un instante hasta este mismo momento, el
último de mi existencia.

"Viryinmari y Yisucraist, si me escucháis... que no duela mucho." 1

Sin embargo, ni un centímetro más llega a avanzar el arma deflagradora cuando el helicóptero de
la que procede... detona sin más ante nosotros, provocando la aparición de una intensa bola de
fuego, como un infierno flotante en el cielo. 1

La onda expansiva no sólo nos zarandea con peligrosas turbulencias, sino que provoca la
explosión del misil que estaba a punto de salir disparado hacia nosotros, incrementando la
violencia del embate.

Pero el experto Brave ajusta ciertos parámetros de la consola de mando y consigue mantener
firme la palanca de control impidiendo que salgamos despedidos y nos estrellemos contra el
mar.

—¿Qué ha..? ¿Han explotado ellos?

—Eso parece.

—¡Por la resurrección con lag de Yisus! 2

Aileen entra corriendo en la cabina con una expresión alarmada (no es para menos) y aún
consigue ver el fuego dispersándose por el aire. Los restos del helicóptero contrario aún están
cayendo al mar.

—¿Como lo has hecho? —le pregunta a Brave, con la mano en su hombro—. ¿Cómo los has
vencido?

—Yo no he sido —asegura este señalando por el cristal hacia un avión de combate que atraviesa
el cielo ante nosotros dejando una estela de propulsión ascendente en forma de sonrisa, como si
estuviera feliz de vernos.

—Bienvenido de vuelta a la vida, Balgair. Ya no estás sólo —resuena una joven voz en la radio —.
Cambio. 2

Apretando los labios para contener su evidente emoción, el pelirrojo coge el micro de la radio y
responde: 14

—Recibido, Excálibur. Gracias... gracias. Ahora volved a casa u os meteréis en un lío. Contactaré
con vosotros cuando sea seguro. Cambio y corto.

—OK, zorrito. Corto. 4


—¿Zorrito? ¿Balgair? ¿Qué es Balgair? ¿Quién era el del caza? ¿Qué me he perdido? —demanda
Aileen con las manos en puños sobre la cadera, poniendo una cara de fingido enfado que apenas
puede ocultar su sonrisa.

—Ese era uno de mis novios —explicó Brave tras dar la vuelta al helicóptero para corregir el
rumbo y encaminarnos una vez más hacia tierra—. Su nombre en clave es Excálibur. Contacté
con él antes por la frecuencia oculta que teníamos pactada, como te dije. Parece que nos han
estado monitorizando por radar y han comprobado que el otro helicóptero nos seguía, por lo
que han venido a ayudarnos y han llegado...

—¡Justo a tiempo! —apunto yo aún tembloroso, pero felizmente emocionado. —¿Y qué es eso
de "Balgair"?

—Balgair es como me llamo; es mi nombre de verdad —informó el de la falda—. En escocés,


significa "zorro", y me lo pusieron mis padres debido a la tonalidad de mi cabello. En el ejército,
mi alias era precisamente Zorro, aunque Excálibur siempre usaba el diminutivo. —Se sonroja
tanto que sus mejillas hacen conjunto con su pelo. Intentando cambiar de tema, pregunta: —He
dado un buen vuelco para evitar el ataque de antes; ¿están todos bien ahí detrás? 1

—Podía haber sido muy peligroso —admite el de cabellos dorados—, pero se han sujetado bien
entre ellos cuando has avisado. Excepto por algunos golpes y heridas leves, no ha habido mayor
problema.

—Oye... —Observando cómo aquel caza se pierde lejos en el horizonte hasta desaparecer,
comento sin pensar: —Tus novios ahí, sabiendo que tú estás aquí, pero han de irse. ¿No querrías
ir con ellos y... no sé, retomarlo todo? 1

El vello de sus brazos se eriza y entiendo que he metido la pata porque, eso es precisamente lo
que querría. Así, el escocés se venga al comentar cínicamente:

—Igual que tú estarás deseando hablar con tus amigos y familia, decirles que sigues vivo,
contarles lo que ha pasado y continuar con tu vida. Pero ni tú, ni yo, ni ninguno de los que
salgamos de Barroteferro podremos hacer eso durante un tiempo. Nos jodemos todos.
—¿Por qué dices eso? —En realidad, apenas siento ningún enlace de importancia con ningún
amigo o familiar; es mi nene el que más me importa. Aun así, elucubro: —Es por... ¿lo de que
tienen comprados a muchos policías y jueces y demás?

—Ciertamente —interviene Aileen.

—Entonces, lo de que salgan los que se han quedado en la cárcel, ¿aún puede pasar?

—¡Claro! —exclama el griego, dolido por si había empezado a dudar de su palabra—. Es verdad
que no sé bien cómo reaccionarán los mandamases de Barroteferro ante esta fuga, pero creo
que contarán con que no seamos capaces de sobrepasar su red de contactos y que terminemos
siendo tachados de mentirosos o lunáticos, relegados a un segundo o tercer plano en los medios
y acabando como parias mentirosos de la sociedad. Pero no cuentan con todo lo que yo ya he
averiguado y en los nuevos medios que ahora tengo para sacarlo todo a la luz. Así, los que han
quedado allí estarán a salvo por el momento aunque los guardias y celadores puedan llegar a
recobrar el control de las instalaciones; los seguirán usando y exprimiendo mientras puedan.

—Si querías cascarle a un mandamás, habérmelo dicho. —Lucas, que por lo visto había estado
escuchándonos desde la entrada de la cabina, interviene. —Yo podía conseguirte el acceso a la
oficina del alcaide. Podíamos habérnoslo traído en el helicóptero y haberle hecho pagar por todo
lo que os ha hecho.

—No tienes que ser tan corto de miras —aconsejó el griego—. El alcaide no es más que un
lacayo, un funcionario oficinista bien pagado con ínfulas de grandeza; poco más poderoso que
los jefes del personal de la guardia nocturna y diurna. Y no, no hay accionistas o gente de más
rango viviendo en la misma prisión; esa gente, los que lo idearon, los que se benefician, los que
dirigen de verdad ese lugar... a esos son los que quiero pillar de los huevos. 3

—¿Hola? ¿Ya sabes quiénes son?

—Claro. La mayor parte de ellos al menos; al igual que los jueces y altos cargos de la autoridad
civil más importantes. Una vez estos sean expuestos, degradados y enjuiciados, lo sacaré todo a
la luz y el negocio habrá terminado. Caerá gente muy importante; y los que no caigan de forma
pública, caerán de forma más... privada.

—¡Ohmaigad! O sea, ¿estás diciendo que tú te encargarás de que esa gente pague legalmente
o... que sean ajusticiados? ¡Qué fuerte, tío!

—No es tan fuerte, querido Pipiolo. Recuerda siempre lo que te han hecho, lo que te han
quitado, lo que te han obligado a hacer. Recuerda a todos los que han pasado por lo mismo que
tú, los que han sido vendidos o asesinados. Recuerda a todos los buenos hombres que han
sacrificado mucho para poder permitirnos estar hoy aquí, saboreando la libertad con la punta de
los dedos. Somos su esperanza de libertad, de justicia y (¿por qué no?) de venganza. 4

Este chico da miedo; menos mal que está de nuestra parte.

—Se van a arrepentir de todo —asegura Brave apretando los dientes.

—Contad conmigo —asegura Lucas, acercándose a mí y apretándome contra él en un abrazo


protector.

Por un momento me planteo realmente los motivos que puede tener este ex guardia de la
prisión para ayudarnos, pero al momento lo tengo claro: le obligaron a trabajar allí en silencio y
sin protestar, chantajeado con airear aquel accidente mortal que ocurrió con su primer ligue; le
forzaron a presenciar todas las atrocidades ilegales y amorales no consentidas que imponían
sobre los indefensos presos; le hicieron el vacío durante un año entero porque no era de fiar
precisamente por ser un novato; y, tras su colaboración con nosotros, ahora le tienen por traidor.
Sin duda, su destino está ligado al nuestro, y a él le importa nuestro éxito tanto como a nosotros.

***

Durante la última media hora he estado insistiendo en la necesidad de ingresar a los heridos en
un hospital, sobre todo porque Christopher se golpeó malamente durante la maniobra de
emergencia para evitar el misil enemigo y palabras como "hemorragia interna" o "perforación
pulmonar" revolotean por mi mente aterrorizándome.

—¿Qué tal te encuentras? —le había preguntado a Chris al principio.

—Bien... bueno, más o menos.

—¿Te duele?

—Cada vez que respiro —dijo él compungido. Yo me reí a carcajadas por su broma hasta que me
di cuenta de que lo decía de forma literal.

—¡Oh! ¿De verdad?

Nadie me apoya con lo del hospital, ni siquiera mi nene, que se hace el valiente y apoya la idea
de Ayax de pedir ayuda de forma más privada a un doctor que él conoce y que siempre ha sido
amigo de su familia.

El francesito conoce a ese doctor, en esta zona, porque precisamente estamos aterrizando ahora
en un discreto rincón de las afueras de Collobrierés, el pequeño pueblo de unos mil quinientos
habitantes en donde nació y se crió hasta que emigró a una ciudad costera más poblada.

Moreno, ayudado por Brave y Aileen, revisaba con el ceño fruncido el motor del helicóptero que
nos había traído hasta aquí. Según él, y debido a que ya lo había hecho múltiples veces en el
taller de su tío, era capaz de encontrar un localizador entre los engranajes. No nos convenía
dejarlo en el sitio porque podrían rastrearnos justo hasta donde pensábamos escondernos.

—¡Ahí está! —exclama feliz señalando una cajita con un led azul intermitente entre varios cables
de sus profundidades, a lo que nos afanamos en sacarlo. Bueno, se afanan Mouse y Dani, que yo
no me mancho las manos de grasa ni loco, si puedo evitarlo.

—¿Qué hacemos con eso?

—Pasa un tren por aquí cerca, ¿verdad? —pregunta el griego con una sonrisita socarrona—. Vi
las vías cuando sobrevolábamos la zona.

Dicho y hecho; yo, que soy el que menos cojea y el que menos señales de lucha o heridas
presenta, me doy un paseo de dos kilómetros hasta dicha estación y allí me adentro como quien
no quiere la cosa. La sensación de caminar por campo abierto, sin cámaras vigilando, celadores
controlando u otros presos en mi misma situación, me llena tanto de una alegría alborozada
como de una temerosa incertidumbre. He perdido la costumbre de no sentir muchos ojos fijos
en mí a cada movimiento. Apenas me contengo para no bailar, y estoy temiendo todo el rato que
llevo escrito en la cara: "prófugo". O peor aún, "terrorista muerto que en realidad fue
secuestrado y ahora se ha liberado".

Esa es otra. Si sale todo a la luz, si se descubre que no he muerto sino que mi historia ha sido
muy diferente... ¿me llevarán a Navalcarnero a terminar lo que me queda de condena? Casi
seguro que sí, ¿verdad? Porque nada de lo que me haya ocurrido implica que me vayan a
indultar la pena.

—Casi que mejor me creo una nueva identidad, ¿vale? —murmuro como para mí mismo, viendo
claro cuál es mi mejor opción. 1

Cuando el primer tren llega, subo a cualquiera de los vagones, coloco el rastreador entre dos
maletas y vuelvo a bajar como si me hubiera arrepentido. Ese localizador recorrerá toda la costa
de este a oeste durante las próximas horas.

—¡Ya está! —anuncio feliz al encontrármelos a todos en el parking, subidos a... ¿un coche? —
¿Qué habéis hecho? ¡Ohmaigad! ¿Lo habéis robado?

—Zí, y venimoz a recogerte. —Ante mi expresión irritada, Mouse concreta: —Ez zólo un
préztamo; loz heridoz no podían caminar demaziado en zu eztado. Ahora dezpuéz lo
devolveremoz al mizmo zitio de donde zalió.

Y, efectivamente, cuando nos apeamos frente a aquella casa de piedra con toda la pinta de poder
sobrevivir a riadas y tornados, Brave se marcha rápidamente para dejarlo allá donde lo habían
encontrado.

—¿Quién vive aquí? Hay ropa tendida en el patio de atrás y los cristales de las ventajas están
limpias. O sea, que no está deshabitada.

—Es la casa de la madre de mi novio. Et... avant!* ["Y... adelante!" ]. En este pueblucho hay
muchos cotillas; es mejor que no nos vean rondando la zona. 1

Mientras esperamos acurrucados junto a la caseta de un perro ausente, Ayax se le presenta a


solas a la señora para no asustarla con tanto chaval invadiendo su propiedad. Hablan en francés
y, al poco, nuestro colega llama a Mouse y a Dani (el más pequeño y por tanto el menos
amenazador, junto al de carita más inocente y dulce), que acuden y se presentan como pueden
sin conocer el idioma. Se introducen en la casa.

Los que nos quedamos afuera, nos miramos sin comprender bien, pero Aileen compara esto con
una escena de "El Hobbit" en que el mago Gandalf iba presentando a sus trece amigos enanos a
un señor llamado Beorn que los debía acoger en su hogar. Como Beorn no era muy amigo de los
enanos y se hubiera irritado de ver a tantos de golpe, Gandalf los fue llamando de dos en dos
para que no montara en cólera. Así consiguió que aceptase a tanto desconocido y les permitiera
pasar la noche en su casa. 1

Tal y como había sugerido, a los pocos minutos nos llama a mí y a Aileen; no sé por qué voy yo,
pero Aileen es el más joven y el más guapo sin duda alguna. Dejo a mi nene sentado junto a
Moreno y nos metemos componiendo una sonrisa apaciguadora.

Aquel salón está amueblado con trastos viejos, aunque muy bien conservados, y la chimenea
encendida mantiene la atmósfera calentita y hogareña.

El idioma francés siempre me ha gustado, me ha sonado como muy erótico, pero he de confesar
que no entiendo casi nada. Aquella mujer rolliza trata de ser amable, pero su tono y sus gestos
denotan que está muy nerviosa. Ayax nos señala y trata de explicarle las cosas, pero la otra le
interrumpe sin cesar y no parece quedarse satisfecha.

Al final llaman a Knight y a Moreno, que entran junto a Brave (quien ya ha vuelto en una
rapidísima carrera desde donde ha dejado el coche robado). El gallego rapado está pálido y lleva
el hombro manchado de sangre en la parte de su camisa; Knight camina con cara de dolor,
agarrándose las costillas y, en medio, un sudoroso Brave les sostiene a ambos por debajo de las
axilas para ayudarles a caminar.

—Hola, señora.

Sus sonrisas forzadas no consiguen aplacar la alarma de la propietaria y ella retoma un nervioso
parloteo que casi termina con todos nosotros de patitas en la calle. Al menos parece calmarse
cuando Aileen interviene con un tono de francés meloso y conciliador, haciendo uso de todo su
carisma.

—Nos ha ofrecido su buhardilla con mantas, comida y acceso al aseo del piso superior —informa
el griego con alivio—. He tenido que asegurarle que todos nuestros gastos serían abonados, y
que esta misma tarde ingresaríamos cinco mil euros en su cuenta por las molestias.

—Pues sí que nos sale caro este hostal rural, ¡carallo! 1

—No sólo pagamos por el alojamiento y los alimentos —nos recuerda—, sino por su discreción.
Además, nos dará algo de la vieja ropa de su hijo para que podamos quitarnos estos...
uniformes.

—No está —interviene el francesito de las pecas al acercársenos—; me refiero a su hijo; a


Mikael; a mi... mi novio —nos recuerda.

—¡Ah! Sí claro, claro. ¿Dónde está?


—En París. Recibió una oferta de trabajo antes del verano y allá que se marchó. Le he pedido a la
mujer que le llame y le informe de que estoy aquí, para que vuelva a hablar conmigo, pero... dice
que no. Dice que él ha rehecho su vida con otro hombre y que ha superado mi supuesta muerte.
Además del dinero, quiere que me comprometa a no volver a contactar con él como condición
para alojarnos. —Parece superado.

—Pues nada, a cumplir con esa condición... —digo alegremente, acercándome a él y colocándole
el brazo sobre los hombros. Ayax me mira con el ceño fruncido, pero le susurro: —... mientras
estemos en su casa. En cuanto podamos mudarnos a otro sitio, llamas a tu Micky y que él decida
si quiere verte o no, ¿vale?

—Vale. —Con los ojos vidriosos y los labios apretados en una tensa sonrisa, nuestro francés
agradeciendo consejo. —Estúpida suegra; y pensar que antes me caía bien. 5

Aquella buhardilla no está tan mal como podría pensarse; el calor del hogar sube hasta aquí
caldeando el lugar; las tres grandes camas que conseguimos montar eran antiguos muebles
desechados que, con algo de esfuerzo, pueden ser utilizados durante unos días, y las altas
ventanas mantienen todo bastante iluminado. Para Aileen, esto debe ser una situación muy
precaria, pero para los que hemos vivido en el Hades, esto es una gran mejora.

Después de la comida casera tan «alimenticia» que me pondré a hacer algunas sentadillas y
abdominales en cuanto termine de hacer mi digestión, Aileen baja a hablar con la señora de la
casa y al poco sube con su ordenador portátil prestado. Casi todos nos asomamos a ver lo que
teclea, pero al final sólo yo, que tengo algo de idea de informática, me quedo y medio entiendo
que ha accedido a la DeepWep y que está trasteando con ciertas cuentas. Sus dedos vuelan
sobre el teclado sin dudar ni una pulsación, el código que inserta se escapa de mis
conocimientos y, aunque sé lo que hace, no tengo ni idea de cómo lo está haciendo. 1

Al poco tenemos acceso a muchos miles de euros en una cuenta recién creada en un banco rural
local, le hemos pagado lo prometido a la señora y podemos hacer pedidos por internet. Un
portátil para Aileen nuevo («"¡Y otro para mí!", le insisto»), ropa para todos, un coche y un piso
alquilado son los primeros gastos cuyos beneficios iremos recibiendo y aceptando a lo largo de la
siguiente semana.
—No sé por qué me necesitabas a mí de informático; o sea, si tú eres cien veces mejor que yo.

—Yo era un puñetero Dios del Olimpo, querido Pipiolo —me recuerda—. No tenía manera de
salir a hacer esos pedidos que a vosotros os llegaban, ni de colarme en aquella sala de
grabaciones sin que los celadores se extrañasen por verme fuera de mi piso. Créeme si te digo
que has sido absolutamente indispensable para esta fuga.

Al día siguiente, llega a la casa un médico que (tres mil euros mediante) acepta la explicación de
que Moreno ha recibido un balazo en un accidente de caza, y que Christopher y Daniel se
cayeron por un terraplén cuando iban a ayudarle. Así, les ha tratado en casa de esta mujer (por
cierto, se llama Brigitte, aunque Moreno la llama «Brujitte») y anuncia que no son lesiones de
gravedad. Pese a ello, los pacientes deben estar medicados con antiinflamatorios, antibióticos,
disfrutar de reposo absoluto y, en el caso de Dani y de Chris, tener el torso o los dedos
enyesados e inmovilizados durante un tiempo. 5

No nos queda otra que obedecer las indicaciones del doctor, aunque lo del reposo absoluto es
imposible porque en medio de la noche, suponiendo a todos dormidos, me es imposible
contenerme y me subo sobre mi novio para cabalgarle tan silenciosa y lentamente como puedo y
así celebrar el comienzo de una vida juntos. 2

Los aplausos y silbidos de nuestros amigos justo al terminar apenas minoran nuestra cómplice
felicidad, y nos tapamos juntos bajo la colcha, besándonos en desnudo frenesí amoroso. 1

—Voyeurs desvergonzados... 1

Esta nueva etapa de nuestra vida comienza con alegría, aunque el miedo aún se mezcla con la
esperanza de conseguir superar todo lo que se nos viene encima.

EPILOGO

Ni una semana ha pasado hasta que estamos instalados en nuestro nuevo pisito situado en las
afueras de París, alquilado y compartido por todo el grupo de fugitivos de aquella cárcel oculta e
ilegal que nunca debió existir. El dinero sale a espuertas de Aileen y su facilidad para trastear por
lo más oscuro de la Deepweb, así que él se encarga de todos los gastos. 2

Como buen contable, Christopher le ha preguntado por el origen de aquel dinero, pero el griego
sólo nos informa que es mejor que no lo sepamos, pues se trata de desvíos ilegales del capital
ilegal que circulaba por la internet profunda ilegal. Sí, todo muy, muy ilegal. Mejor que no
conozcamos los detalles.

No pesa sobre nosotros orden de búsqueda alguna en las autoridades legales, pero seguro que
Barroteferro aún tiene destinados muchos de sus vastos recursos para rastrearnos y no parará
hasta encontrarnos, ayudado por todos aquellos sobornados dentro de los medios de
comunicación, las fuerzas del orden o cualquier otro entramado en donde hayan podido meter
mano. 3

Así, con un perfil bajo, comenzamos a vivir una nueva vida en modo "compis de piso", olvidando
durante un tiempo que fuimos raptados, esclavizados, prostituidos y borrados del mundo. Las
baguettes, croissanes y el foie grass con mermelada y champagne ayudan, pero todos sabemos
que esta es una ilusión volátil que pronto acabará. 6

Ayax, pese a los ruegos de Aileen para que no lo hiciera, ya ha contactado con su novio y han
quedado en verse aquí mismo en menos de dos días. No estoy seguro de lo que saldrá de ese
encuentro, pero de verdad que le deseo a nuestro francesito preferido la mejor de las suertes
con su amor perdido. 1

Me consta, por sus nocturnas fugas en silencio que tanto yo como Dani hemos detectado, que
Moreno está acudiendo a la habitación del griego cada noche y retornando a la nuestra con una
sonrisa enorme antes del amanecer. Espero que el del cabello dorado no lo esté usando a placer,
dándole esperanzas si no planea ir en serio con él, pues Fran está realmente enganchado del
chico superdotado. Ojalá le incluya en esos complejos planes que parece estar desarrollando. 4

Con Brave hay buenas y malas noticias; las malas son que, aunque ayer consiguió verse con sus
dos novios en una terracita para hablar, estos le dijeron que... le querían mucho, que se
alegraban mucho de su "no muerte", que siempre estarían en deuda con él y le ayudarían
cuanto pudieran, pero que no podían admitirle de nuevo como pareja. Se habían hecho a ser dos
de nuevo y no querían retornar al poliamor de antaño. 4
Las buenas noticias para Brave vienen en forma de un navarro rubio y bueno que, apiadado por
él y cachondo perdido por descubrir lo que hay debajo de su kilt, quiso consolarle de la manera
más cálida e inocentemente sensual que supo, y se dio tan por entero a esta tarea que yo le veo
enamoradito perdido del pelirrojo. El escocés aparentemente le corresponde, pues siempre le
tenía el ojo echado allá en la prisión, y sólo espero que no tome al niño como un novio parche o
un polvo por despecho y se dé cuenta de que pueden hacerse verdaderamente felices el uno al
otro. 9

Mouse parece fastidiado por el nuevo entendimiento de Dani con Brave, y es que le he
sonsacado que le gustaba Nooby y que le hubiera gustado tener algo con él. En su futuro no hay
nada, él mismo lo dice, puesto que su pasado quedó completamente roto y abandonado cuando
entró en Barroteferro. De hecho, a él le hubiera gustado que la ilusión de Barroteferro fuera
verdad, pues allí se lo pasaba en grande; si quiso ayudar a Aileen en sus planes de fuga fue
porque este le puso al tanto de lo que le ocurriría al terminar su condena si no escapaba antes. 1

En cuanto al susodicho, nuestro líder, con sus dieciséis hermosos años y su inteligencia sin par,
sigue en sus trece de buscar y darles su merecido a los altos mandos de Barroteferro antes de
pasar a mayores. Dice que había 12 socios y un presidente, como si fueran Yisucraist y sus
apóstoles, y que a nueve de ellos ya los tiene por las pelotas. 1

En cuanto acabe con los otros tres y su presidente, o se asegure de poder enchironarlos, tirará
de la manta con tanta fuerza y tan de sopetón que poco podrán hacer para defenderse aquellos
que les apoyaban. Eso sí, me consta que esa parte la hace por venganza y por justicia, pero su
meta principal y algo que no olvida es que tiene un hermano perdido, vendido a unos rusos
pervertidos, y sé que partirá en cuanto pueda para rescatarle. 1

A través de Brave, el griego ha contactado con ciertos sujetos del ejército que podrían ayudarle si
ha de asaltar alguna base o yo que sé. ¡A saber qué ruso se ha llevado a Aryon Vryzas! Sea como
sea, ojalá se lleve a Moreno con él porque el chico rapado es uno de mis mejores amigos y
necesito que sea feliz.

Lucas está siempre super contento. Desde que ha dejado ese trabajo forzado se siente liberado,
redimido de todas las malas acciones que ha tenido que realizar, y también está dispuesto a
seguir a Aileen donde sea y para lo que sea con tal de destruir de principio a fin a esa escoria. A
él si le gustaría poder recuperar su vida cuando todo ese proceso acabe. Por cierto, que le he
pillado ya dos veces espiando al ratoncito cuando se ducha y creo que le hace mucho tilín; creo
recordar que me dijo que le gustaban muy jovencitos y bajitos, y el rumano cumple de sobra con
esos requisitos. Creo que voy a ver si puedo interceder y logro que se beneficie al actor, a ver si
cuaja la cosa y terminan juntos. Siempre es raro ver a Mouse con una persona normal, porque
parece un niño de doce años y da una rara impresión, pero sólo hay que recordar que tiene doce
años en cada uno de sus huevos para entenderlo. 7

Christopher está deseando quitarse la escayola de las costillas para poder entrenar de nuevo, y
también para empotrarme bien empotrado, como es debido, según dice. Lo mejor es que, para
ser feliz, no parece necesitar nada más que mis besos y mis caricias. Su anhelo es vivir a mi lado,
con o sin venganza, con o sin justicia, recuperando su vieja identidad o continuando con las
nuevas que Aileen nos ha procurado. Mientras yo esté en su vida, eso es suficiente para él. 1

Y yo... estoy completamente de acuerdo con mi nene. No echo en falta nada mi antigua vida y sé
que puedo sentirme completo aquí en Francia; incluso Ayax dice que cada vez se me da mejor el
francés (el idioma, porque el otro tipo de francés creo que nunca se me dio demasiado mal).
Aunque no niego que, si en algún momento me entero de que los hijos de la gran puta que nos
hicieron todo esto se están pudriendo en la cárcel, sonreiré aún más feliz que antes. 1

***

—¡Ohmaigad... Mirad chicos, ¡esto es como muy, muy fuerte!

Rompemos en hurras, vítores y gritos de júbilo mientras escuchamos la noticia en la tele del
salón, tres meses después de nuestra liberación:

"...y así, esta corrupta sociedad ilegal que a tantos ámbitos había accedido, ha sido
desmantelada en una acción sorpresa conjunta internacional que ha terminado con la
imputación de más de doscientos altos cargos, el encarcelamiento de más de quinientas
personas y el rescate de varios cientos de jóvenes que fueron raptados en su día y obligados a..."
4

—Por vosotros. Por todos los que hemos salvado hoy y por todos los que desaparecieron antes
de que lo consiguiéramos. —El brindis consecuente es realmente solemne y sentido, pues nadie
mejor que nosotros puede entender el modo en que se les ha torcido la vida a tantísimos chicos,
los traumas irreversibles que les quedarán a los liberados, y cuántos muchachos perdieron la
vida antes de hoy. 7

Pero ni siquiera eso puede empañar nuestra alegría y, un poco después, chocamos una y otra vez
las copas de champagne en orgásmico son mientras cantamos más contentos que armonizados.
3

Así termina la historia de «Barroteferro, La Cárcel del Placer», en la que ingresé tan involuntaria
e inocentemente como se puede, y de la que he salido a una nueva vida, con el amor asido
fuertemente de la mano y un futuro de horizontes abiertos que pienso aprovechar. 4

~FIN~ 42

Ibrael © 2019

También podría gustarte