Está en la página 1de 198

Juanma

Romero
Esther Romero
Miriam Romero

Carisma y Empatía
Cómo dominar las claves del magnetismo
personal. No es lo que cuentas sino cómo lo
cuentas



















Carisma y Empatía. Cómo dominar las claves del magnetismo
personal. No es lo que cuentas sino cómo lo cuentas
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romero
Editado por:
PUNTO ROJO LIBROS, S.L.
Cuesta del Rosario, 8
Sevilla 41004
España
902.918.997
info@puntorojolibros.com
Impreso en España
ISBN: 978-84-17237-28-8
Maquetación, diseño y producción: Punto Rojo Libros
© 2018 Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romero
© 2018 Punto Rojo Libros, de esta edición
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del
copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción par- cial o total
de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el
tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante
alquiler o préstamos públicos.


ÍNDICE
PRÓLOG O 9
Silvia Leal
CAPÍTULO UN O 13
Comunicación
- Verbal
- No verbal
- Paraverbal

CAPÍTULO DO S 17
La primera impresión
- Iniciar y mantener una conversación
- Apretón de manos
- El nombre
CAPÍTULO TRE S 25
Carisma
- Presencia
- Poder
- Humanidad
- Sentido común
CAPÍTULO CUATRO 31
Emociones
- Bienestar, autoestima y malestar
- Críticas y discrepancias
- Malas noticias
- Envidias
- Gente tóxica
- Cumplidos y agradecimientos
CAPÍTULO CINC O 45
El cuerpo, posturas corporales
- Postura del espejo
- Espacio personal
La cara, la sonrisa, los ojos y la mentira

CAPÍTULO SEI S 57
Hablar en público
- Llegar a tu audiencia
- Miedo escénico
- Cuando todo sale mal, ¡maldita sea!
- El día de la charla no te emociones

CAPÍTULO SIET E 73
Relación con los medios de comunicación

CAPÍTULO OCH O 83
Relacionarse con
otros Hacer los
deberes
Win win , algunos solo quieren su win y se olvidan del tuyo

CAPÍTULO NUEV E 89
Meteduras de pata

EPÍLOG O 95
Este soy yo, de principio a fin








Carisma y Empatía
Cómo dominar las claves del magnetismo
personal. No es lo que cuentas sino cómo lo
cuentas






PRÓLOGO
Silvia
Leal Experta en
liderazgo




La marca es lo que queda cuando tú no estás, el poso o la
huella, y no debemos dejar de cuidarla porque es lo que
establecerá que aquella persona con la que interactuaste una
vez quiera volver a repetir (o no), y podríamos estar
hablando de un nuevo amigo, un posible jefe o un aspirante
a pareja.
Su onda expansiva llega tan lejos que también determina el
tipo de personas con las que algún día podrías llegar a
interactuar, “vidas” con las que aún no te has cruzado y,
créeme, como dice el refranero popular, “tan solo son dos días”.
Por todo ello, mejor asegurarte de que con lo que haces (y con
lo que no) provocas que se acerquen personas (y
encuentros, experiencias, proyec- tos,…) que realmente
merezcan la pena.
En este momento debo aclarar que, como bien muestra
Carisma y empatía, estamos frente a un concepto que lo
abarca todo, lo tradicional ( offline ) y, por supuesto, lo
digital, como marcan los nuevos tiempos. Por esa razón,
debemos ser coherentes y conscientes de que no podemos
aspirar a tener una marca en las redes sobre lo que no
somos “en la realidad”. En el largo plazo, simplemente, no
se mantiene, por lo que, si sueñas con ser algo en lo virtual,
mejor empieza por cambiar tu mundo “de verdad”.
Carisma y Empatí a

Y dicho todo esto, vayamos a por las preguntas: ¿por qué
es im- prescindible este libro? ¿En dónde te enganchará?
¿Por qué lo debes leer? ¿Y qué te llevas al terminar?
Si algo me gusta del enfoque de Carisma y empatía es que
se trata de un libro sencillo y muy ameno, cargado de
explicaciones que aportan claridad, pero también de
anécdotas y experiencias que permiten experimentar. Lo
confieso, antes de empezar a leerlo no me podía imaginar
que algo tan sencillo como un apretón de manos pudiera
tener su propia técnica y, desde luego, que se pu- diera (y
debiera) perfeccionar.
También me ha encantado que se ha atrevido a recordar lo
evi- dente, aquello de lo que nos llevan avisando toda la
vida, pero que seguimos haciendo mal. Sabes ya a lo que
me refiero, ¿ver- dad? Cosas como la escucha o la mirada,
la importancia de re- cordar un nombre y, por supuesto, el
valor de la empatía y la humanidad. Cada vez que nos lo
recuerdan nos ponemos las pi- las, pero pasan los días y las
semanas y, pronto, nos volvemos a olvidar…
Llegamos así a las razones para leerlo. Carisma y empatía entra
en temas, conceptos, costumbres y maneras que, aunque
nos cueste creerlo, impactaron, impactan e impactarán sobre
nuestro em- pleo. Entramos en una era en la que todo se
reinventa, el famoso tsunami, y hacen falta personas con
empatía, carisma, magnetis- mo y fuerza, capaces de
movilizar a los demás y de sacar todo su talento interno.
¿Cómo? Con su presencia, sentido común, por supuesto,
humanidad, etc.
Y retomemos por unos momentos la palabra humanidad. ¿Real-
mente importa a estas alturas de “la película”? Vivimos en la era de
la inteligencia artificial y la robótica, ¿por qué dedicar nuestro
valioso tiempo a profundizar sobre un tema tan etéreo? La respues-
ta es compleja pero también muy simple. Debemos hacerlo
porque cuanto más humanos seamos, más difíciles seremos de
sustituir por la tecnología, y si hay algo que marca la humanidad es
la compleji- dad emocional, por lo que pongámonos manos a la
obra.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Dicho todo esto, es el momento de aclarar que se trata de un libro
con tantas lecciones, sobre un tema tan complejo (frente a
lo que piensa la sabiduría popular) que, al final, cada uno se
lleva una lección distinta y yo me he llevado “las sonrisas”. A mí
me gusta sonreír y me gusta que me sonrían. No obstante, se ha
convertido en algo tan “aprendido” que al final ha ido
perdiendo parte de su valor cuando, en realidad, es lo que te
cambia el día. Por todo ello, sonríe y, como advierte Carisma
y empatía, hazlo de verdad que lo contrario se nota, y mucho.
En un tema así, por supuesto, hay que dedicar unas cuantas
lí- neas al arte de hablar en público. ¿Lo dominas? Todos,
antes o después, nos tenemos que enfrentar al miedo hacia
un público, al pánico escénico, a la posibilidad de que todo
salga mal, y no pasa nada. Es normal. Por ello, cuanto antes te
empieces a prepa- rar mucho mejor, porque estas cosas no
avisan, y te podría tocar mañana.
Y para terminar, por supuesto, quiero recordar la
importancia de aprender a relacionarte con los medios de
comunicación, las redes y los periodistas. Carisma y empatía
da las claves para en- tender cómo se deben hacer las cosas y
pone de nuevo conciencia sobre aquello de que el que no sale
en los medios (no solo en las redes) para muchos no
existe… No es un tema trivial.
¿Tienes claro ya por qué no debes esperar un minuto más
para empezar a leerlo? Pues bien, por si aún tuvieras dudas te
adelan- taré que en Carisma y empatía encontrarás las
claves para fomen- tar una buena relación con los demás,
pero también para salir airoso de una buena metedura de
pata y, ¿quién no la ha tenido alguna vez? Y las que nos
quedan…
Es un trabajo de tres autores, Juanma, Esther y Miriam
Romero, que hablan generalmente en primera persona.
Felicidades a los autores porque no tengo ninguna duda de que
el libro que tienes entre manos será el principio de un nuevo
viaje, una experiencia vital, más rica, más plena y más
emocionante. Y no olvides que la empatía, el carisma y el
magnetismo personal tienen mucho que ver con lo que cuentas,
porque no es lo que dices, sino cómo lo dices.






CAPÍTULO UNO
Comunicación
- Verbal
- No verbal
- Paraverbal



Todos nos comunicamos de una u otra forma. Da igual que
sea- mos ciegos o sordos, o que no lo seamos. Todos tenemos
nuestros códigos y reglas. Evidentemente cuanta más
capacidad de comu- nicación tengamos, mayor será nuestro
éxito tanto en lo profesio- nal como en lo personal.
Imagina a una persona que tiene miedo de hablar en
público y que, habitualmente, tiene que formar a otras personas.
Lo tendrá muy difícil. Será complicado que triunfe en su
trabajo, aunque tampoco se puede descartar. Pero el nivel de
estrés que le pro- vocará esta situación, cada vez que tenga
que enfrentarse a ella, será tremendo.
Podríamos distinguir tres formas de comunicación:
- Verbal . Es lo que decimos. Ni más ni menos.
- No verbal . Es la forma en que nos expresamos con
los gestos, que pueden ser hechos a propósito o sin
darnos cuenta. Veremos este tipo de comunicación más
adelante, desde diferentes puntos de vista.
- Paraverbal . Es la forma en que utilizamos la voz, si
ha- cemos pausas o si hablamos deprisa, si
entonamos de una forma o de otra diferente. El tono
de voz es esencial,
Carisma y Empatí a

prueba de ello es el exhaustivo proceso de selección
en algunas empresas de las personas que atienden el
teléfo- no cuando llaman los clientes. A todas ellas
se les enseña a sonreír mientras hablan y otras
técnicas que deben ir acompañadas, también, de un
tono de voz adecuado y una buena vocalización.
Nos encontramos con ejemplos cotidianos de la
impor- tancia de transmitir tranquilidad y seguridad a
través del tono de voz, con un ritmo pausado para no
crear ansie- dad ni problemas de comprensión a
nuestro interlocutor. Eso lo comprobamos, por
ejemplo, con los médicos que utilizan un tono de voz
acompasado, en muchas ocasio- nes paternalista, para
informar al enfermo o ponerle un tratamiento. Algo
parecido ocurre con un profesor en cla- se o con un juez
que está dictando una sentencia.
Para que la comunicación paraverbal llegue al
receptor de la manera más adecuada es necesario
vocalizar bien el final de las frases. Muchas veces se
pierde información porque no somos capaces de
entender las últimas pala- bras de esa frase. Esto lo
sufrimos cada día con los pre- sentadores de televisión,
no tanto con los locutores de ra- dio, que terminan las
frases con un tono demasiado bajo y a veces no se
sabe si han dicho una cosa o la contraria.
Aunque muchos creen que lo importante es lo que
decimos, lo cierto es que lo realmente significativo es cómo
lo decimos. El mensaje no es solo la frase que
pronunciamos. Es más, aunque pudiera parecer lo contrario, no
es, ni mucho menos, la parte que más influye en el receptor. Lo
principal es la comunicación no verbal. Si estamos
mintiendo descaradamente probablemente se nos notará por
la forma en que actuamos, los gestos que hace- mos, las
posturas que adoptamos con nuestro cuerpo o nuestra
mirada esquiva.
Si estamos diciendo la verdad, lo normal es transmitir que
eso que decimos es cierto, porque lo acompañamos con
gestos que transmiten el mismo mensaje que nuestras
palabras.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Los que gustan de las matemáticas y la estadística dicen
que la comunicación no verbal viene a ser el ochenta por ciento de
total del mensaje, la verbal entre el diez y el quince por
ciento y la pa- raverbal entre el cinco y el diez por ciento.
Con estos mimbres podremos empezar a hacer nuestro
cesto, para que cuando comuniquemos lo hagamos de la
forma más adecuada y efectiva posible.






CAPÍTULO DOS
La primera impresión
- Iniciar y mantener una conversación
- Apretón de manos
- El nombre



La primera impresión es la que nos hace decidir si una
persona nos gusta o no. Hay estudios e investigaciones que
muestran que en unos segundos nos hacemos una idea de
cómo es una per- sona, si es agradable, trabajadora y de fiar,
o todo lo contrario. Puedes fallar, pero la idea te la haces. Se
trata de conseguir que esa primera impresión sea positiva.
Dicen los antropólogos que este análisis tan rápido viene
del hombre de las cavernas, cuando en unos segundos, al
encontrar- se con otra persona o animal, tenía que decidir si
era amigo o enemigo. Le iba la vida en ello y no podía fallar al
optar por huir del lugar, permanecer tranquilamente allí o
luchar por su vida. En la actualidad esa primera impresión es
fundamental, porque lue- go será muy difícil cambiar nuestra
percepción. El ser humano odia equivocarse y, sobre todo, odia
reconocer que ha cometido un error. Por eso, si pensamos que
alguien es una buena persona, o inteligen- te y honesta, será difícil
cambiar esa primera percepción. Lo mismo ocurre si nos da mala
espina y nos cae mal, conseguir caernos bien le va a costar a esa
persona sudor y lágrimas. Esa primera impresión puede durar días,
semanas, años o, incluso, toda la vida.
Carisma y Empatí a

Por eso hay que trabajar con temas como la mirada, la
escucha activa, el apretón inicial de manos, la forma de
despedirnos de una persona a la que acabamos de conocer o
la manera de hacer feliz a esa persona con un pequeño
detalle sin importancia que a nosotros no nos cuesta nada
pero que para ella significa mucho.

Iniciar y mantener una conversación
Y entre ese primer apretón de manos y la despedida está la
con- versación , con sus tres fases: inicio, desarrollo y
finalización. En ocasiones esa conversación la iniciamos
porque nos presenta una tercera persona y otras veces porque
nos presentamos nosotros mismos a nuestro interlocutor.
A veces hemos tenido interés en hablar con alguien y no
nos he- mos atrevido a dirigirnos a esa persona. En parte es por
culpa del miedo y la vergüenza, pero sobre todo se trata de falta de
técnica para comenzar a hablar con otros.
Lo primero que hay que hacer es pensar que si no das ese primer
paso que tanto te interesa, no serás capaz de mantener conversa-
ciones con otros. Viene a ser algo parecido a lo que les
ocurre a los quinceañeros cuando les gusta una chica, o un chico.
Ellos no hablan porque les da corte y el resultado no es otro
que se que- dan sin la chica, o sin el chico, porque hay otro
quinceañero más avispado que sí inicia la conversación.
En el mundo de las relaciones sociales y los negocios los
adul- tos, en ocasiones, sufrimos una situación similar. Nos
da reparo acercarnos a hablar con esa persona. No es ni
más ni menos que miedo escénico, el mismo que atenaza a
muchas personas cuan- do tienen que hablar en público
ante un puñado o decenas de personas.
Si finalmente te decides a iniciar esa conversación y
utilizas la técnica adecuada, tendrás el camino medio
hecho. Cuando co- miences a hablar intenta hacerlo con algo
positivo. No le pregun- tes por su reciente y doloroso divorcio ni
por los diez millones de euros que ha perdido su banco en una
operación fallida.
Tampoco seas acaparador si se trata de una persona
conocida con la que quiere charlar más gente, ya que
puedes llegar a re-
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

sultar cargante. No esperes demasiado para finalizar la
charla, porque es mejor que el otro o los otros se queden
con ganas de escucharte más en vez de pensar “a ver
cuándo acaba este pesa- do” o “a ver si acabamos ya”.
Asegúrate de que en tu conversación aparezca más la
palabra “tú” o “vosotros” que la palabra “yo” o “nosotros”,
a no ser que ese “nosotros” le incluya tanto a él como a ti.
La conversación no debe ser un discurso ni mucho menos
centrarse en uno mismo. No te conviertas en un pedante,
egocéntrico o un enterado ni interrumpas a otro cuando
esté contando una historia o una anécdota, por muy
informado que estés o por muy identificado que te sientas
con el tema.
Cuando interrumpes a otra persona le provocas una sensación de in-
comodidad y malestar. Solo debes hacerlo o terminar la
conversación de forma más o menos abrupta si el otro es un pesado,
engreído o no hay quien le aguante, que los hay. Eso sí, termina esa
conversación con educación y elegancia. Y cuando le interrumpas,
intenta que sea en un momento en el que haya terminado una frase,
para que no ten- ga la sensación de que le dejas con la palabra en la
boca.
Por supuesto, esto no sirve para los debates de radio ni de
tele- visión, ni tampoco para los tertulianos, que suelen
tener la fea costumbre de interrumpir a los otros, aunque
apenas haga diez segundos que terminaron su turno de
palabra. Pero eso es el espectáculo y lo que les gusta a
muchos espectadores de esos programas. Seguro que si se
diesen de puñetazos tendrían aún mucha más audiencia.
Piensa que a la gente le gusta más hablar que escuchar. Sé
listo y deja que hablen los otros. Si tocas un punto de
interés para él o para ellos ya casi no hará falta que
intervengas tú. Por muy lo- cuaz que seas y por mucho que
te interese el tema y lo conozcas, intenta ceder el
protagonismo a los demás, algo que no solo te aportará
nuevos conocimientos, sino que te abrirá muchas más
puertas.
Ten en cuenta que quien domina una conversación no es
quien está hablando, sino quien está escuchando. Escuchar
te permi te conseguir una gran cantidad de información que
no lograrás mientras hablas. Por ejemplo, podrás conocer los
gustos de tu
Carisma y Empatí a

interlocutor y sus posibles debilidades y fortalezas.
Luego te resultará mucho más fácil negociar con esa
persona porque tú dispondrás de una información de la que
él carece; desventajas de hablar por los codos. Hay una
regla de oro: no intentes ser más listo e inteligente que él o
ella, deja que él o ella se sienta mucho más inteligente que
tú. Es decir, no intentes im- presionar a esa persona, mejor
deja que ella te impresione a ti.
Si eres un buen escuchador no solo no interrumpirás, sino
que sabrás permitir a los otros interrumpirte. No creas que es
fácil, ni mucho menos. Es todo un arte y, como tal, sometido
a los vaive- nes del momento. Esto no es una ciencia exacta, sino
que hay que saber adaptarse a cada situación.
No siempre se acierta. Yo suelo hacer muchas preguntas
cuando conozco a alguien. En ocasiones me abren su
corazón de par en par y me cuentan ciertas cosas que por su
crudeza no se podrían repetir en público. Generalmente esto
ocurre la primera vez que hablo con esa persona. Aunque no
siempre funciona. En una oca- sión le pregunté a un tipo que
quería participar en el programa de televisión en el que
trabajo si tenía hijos y su respuesta fue: “¿qué pasa, es esto
un interrogatorio?”. No lo dijo en broma sino con muy mala
leche, así que no volví a interesarme por él. No nos hemos
vuelto a ver. Fue algo bastante extraño porque, habi-
tualmente, cuando le preguntas a alguien por sus hijos te
cuen- tan lo maravillosos que son, abren su corazón y tú consigues
que ellos logren impresionarte, que es de lo que se trata,
¿no? Y si te hablan de sus nietos, no te quiero ni contar.
Me suelen contar de todo, desde que tienen problemas familiares
o de pareja hasta que no logran quedarse embarazadas o que
tienen miedo de perder su trabajo. Todo ello, en ocasiones,
ocu- rre nada más conocer a esa persona, no porque yo sea
más listo que otros a la hora de mantener una conversación y
obtener in- formación, sino simplemente porque pregunto y
muestro interés por los sentimientos de las personas con las
que hablo. Me estoy refiriendo a la empatía.
Por cierto, la empatía no es un arte, es un don, el don de la
hu- manidad. Ser humano y comportarte como tal te hace
empático.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Puede que alguna vez no funcione, como cuando le
pregunté a ese tipo por sus hijos y me respondió que si era un
interrogatorio, pero generalmente sí funciona. Claro que
para ello tienes que mostrar verdadero interés en esa
persona, ponerte a su altura y no ser hipócrita intentando
demostrar que empatizas con una situación que te trae sin
cuidado.
Para lograrlo intenta mantener el contacto visual, muestra
inte- rés y empatía con tu tono de voz, evita el impulso
incontrolado de contestar antes de que tu interlocutor haya
finalizado su inter- vención. Tampoco está de más asentir con
la cabeza mostrando que estás atento a lo que te dicen,
presta atención, controla tus emociones si estás en
desacuerdo, sé flexible y trata de adaptarte a la personalidad de
quien tienes delante. No olvides que nos estamos refiriendo
a encuentros cordiales, no a debates a cara de perro.
La escucha activa no es ni más ni menos que mostrar el suficiente
interés como para intentar entender el punto de vista de la
otra persona, lo que no significa que lo compartas. A esto añádele
que es necesario observar su lenguaje corporal y controlar
el tuyo. Y piensa que si es el otro el que más habla, será
más difícil que cometas un error. Es preferible ser discreto
que arrepentirse de haber hablado más de la cuenta.

Apretón de manos
Antes de todo esto seguramente nos habremos saludado
estre- chando nuestras manos . Es un momento
importante, no vale cualquier forma de hacerlo. Hay que
ofrecer la mano al otro de forma horizontal, la palma no
debe mirar hacia arriba ni hacia abajo. Se trata de buscar el
punto de equilibrio. Esto tiene una traducción muy sencilla
en el lenguaje no verbal. Si ofreces tu mano
horizontalmente estarás tratando a la otra persona de igual a
igual. Si la palma mira hacia arriba te pondrás en una
posición de desventaja, es como si estuvieses pidiendo o
men digando algo. Si la palma mira hacia abajo estarás
intentando dar muestras de poder y, probablemente, de
prepotencia, porque intentarás situarte por encima de la otra
persona. Esto es algo
Carisma y Empatí a

que vemos diariamente en televisión en los viajes de los
jefes de Estado o primeros ministros a otros países, cuando estos
se estre- chan la mano en presencia de los periodistas.
A esto le añadimos que al estrechar la mano del otro nunca apre-
taremos demasiado, no se trata de rompérsela sino,
simplemen- te, de un gesto de cortesía y acercamiento.
Tampoco dejaremos la mano suelta como si fuese un
pescado muerto, porque transmitiremos una desagradable
sensación de debilidad y dejadez, lo que provocará una
nefasta impresión en nuestro interlocutor. El punto
intermedio es lo ideal.
Además, mientras estamos sujetando la mano del otro le mirare-
mos a la cara, no más de tres segundos. Si miramos hacia otro lado
mientras estrechamos su mano es como si le ninguneásemos, trans-
mitiremos una muy mala sensación y adiós a esa buena primera
impresión. Le miramos fijamente, hablamos y sonreímos a la vez
y retiramos la mirada. Recuerda, tres segundos, no más porque
más tiempo dará la impresión de que estás retando a esa persona o
es- crudiñando para encontrar sus puntos débiles. Y ten en cuenta
que en algunas culturas mirar directamente a los ojos está mal
visto, pero no en nuestra cultura occidental, sino todo lo
contrario.
Cuando el saludo se produce entre un hombre y una mujer o dos
mujeres, en ocasiones se cambia el apretón de manos por
dos besos. Si se trata de dos mujeres no hay problema, pero
cuando la interacción es entre sexos diferentes, la mujer se
puede sentir incómoda con su espacio personal invadido.
En esos casos de- beríamos intentar intuir cómo va a actuar
la mujer para actuar como mejor le haga sentir a ella. Si vemos
que adelanta su mano, nada de besos. Si se acerca a darnos un
beso, le responderemos de igual manera. Lo cierto es que no es
nada fácil acertar, es todo un arte que nunca se llega a dominar.
Puede parecer una banali- dad, pero es parte de esa primera
impresión que provocamos en el otro y tenemos que lograr
que sea positiva.
En una ocasión presencié una curiosa escena. Una chica de
veinte años saludaba a dos personas. Al primero, Luis, le fue a
dar dos besos y él le dio la mano a ella. Al segundo, José, que
estaba jun- to al primero, en vista de lo que había pasado, le fue
estrechar la mano, pero él se adelantó y le dio dos besos. ¡Qué
difícil es acertar!
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

El nombre
Si quieres hacer un buen negocio con alguien tu primera tarea es
aprenderte bien su nombre y no equivocarte. Repítelo de
vez en cuando durante la conversación hasta que te lo hayas
aprendido. Si por alguna razón se te olvida, vuelve a
preguntarle cómo se llama. Es mejor preguntar que
cambiarle el nombre.
Ten mucho cuidado porque si se llama José Antonio y le
llamas Juan Alberto, su enfado puede ser mayúsculo. Sin
haberlo que- rido habrás levantado un muro casi
infranqueable entre ambos. Si es un cliente que te has
currado desde hace tiempo podrás perder ese negocio.
Imagina que te van a hacer una entrevista en radio o en
televi- sión. Un buen método es apuntar el nombre de la
persona que te va a entrevistar y la emisora en la que estás.
A veces los nervios pueden provocar que confundamos la
emisora. Imagina que para referirte a Juan de Radio Nacional le
dices Pedro y citas a la Cadena SER. El error es dramático, habrás
enfadado innecesaria- mente al periodista, y todo porque no
has tenido la precaución de apuntar su nombre y la emisora en
la que te encuentras. Sí, ya sé que es difícil confundir una
emisora con otra, pero no serías ni el primero ni el último en
hacerlo; los nervios son muy traicio- neros.
Si en vez de una entrevista es una mesa redonda o un
debate, es recomendable que apuntes no solo el nombre del
moderador y de la emisora sino también el de todos los que
participan. Así po- drás citar a alguno de ellos en tus
respuestas. Dará la sensación de que estás muy pendiente y
la audiencia tendrá la impresión de que eres una persona seria
y fiable. Ya ves, ¡qué cosa más sim- ple! Y solo por decir el
nombre de cada uno correctamente.
Existen estudios que demuestran que cuando alguien nos
llama por nuestro nombre, una parte de nosotros se siente
reconocida y hace que nuestras defensas se caigan y
estemos más abiertos. Lo cierto es que hay pocas cosas que
el ser humano ame tanto como escuchar su propio nombre.
Y hay pocas cosas que odie tanto como ver que le confundan
el nombre.






CAPÍTULO TRES
Carisma
- Presencia
- Poder
- Humanidad
- Sentido común



Todos queremos ser carismáticos, y todos podemos serlo.
Solo hay que proponérselo y trabajar en ello. Claro que si
lo que pre- tendemos es serlo en todo momento para todo el
mundo, el tema se complica mucho. Podríamos definir el
carisma o magnetismo personal como la capacidad de ser
amado, seguido, admirado y defendido por otros. Que
nuestras opiniones y propuestas sean apoyadas por terceros.
Para lograrlo hay que prepararse y adaptar ciertas
costumbres a nuestra vida diaria. Una vez logrado, lo
habremos asimilado y no tendremos que estar pendientes
de crear ese carisma, que no es otra cosa que saber
comunicarnos.
Tú puedes generar carisma en ciertas circunstancias. Imagina
que eres un jugador de fútbol muy reconocido, serás carismático
para las personas que te siguen, para tus admiradores. Si
juegas en el Barça probablemente todos los aficionados
azulgranas te van a admirar, van a querer estar junto a ti y
van a defenderte a toda costa. Muchos de ellos llevarán la
camiseta con tu dorsal. Resulta que para ellos eres muy
carismático, lo que tú digas tendrá un valor especial.
Carisma y Empatí a

Ahora imagina qué ocurriría si cambiases ese equipo por el
Real Madrid. Tu carisma se iría a pique. Al menos con los
barcelonis- tas. Habrías pasado de ser admirado y querido a
ser odiado y vilipendiado. La camiseta con el dorsal del
Barça iría a la basura o a la lumbre. Ya no serías carismático
para ellos, pero probable- mente sí lo serías para los
aficionados de tu nuevo equipo.
El carisma tiene cuatro patas sobre las que se asienta. Y tú tienes que
ser capaz de combinarlas de tal forma que en cada momento pue-
das resultar carismático independientemente de las
circunstancias. Se basa en la presencia, el poder, la humanidad y el
sentido común. Se trata de conseguir diferenciarnos del resto de
las personas que tenemos a nuestro alrededor, dejar buena
impresión sobre noso- tros y conseguir que esa primera
impresión sea positiva, porque ya sabes que si es negativa luego
costará mucho cambiarla, en caso de que se logre.

Presencia
La presencia nos permite hacer ver a la persona con la que
inte- ractuamos que para nosotros es lo más importante del
mundo en ese momento. Lo logramos prestando atención a lo
que dice, con una escucha activa que demuestra que estamos
pendientes de sus palabras o sus gestos y evitando a toda
costa distraernos con otras actividades. Si no estás al cien por
cien con esa persona, ella lo notará y le transmitirás una mala
sensación.
Esto no ocurre solo cuando estás con alguien en la misma habitación.
También cuando hablamos por teléfono. En ocasiones, sin darnos
cuenta, mientras mantenemos una conversación estamos
navegando por Internet o revisando, e incluso respondiendo, el
email. Y tu inter- locutor lo notará. Recuerda que tienes que estar al
cien por cien con esa persona. Ya tendrás tiempo más tarde de
responder tus emails.
El gran enemigo de esta escucha activa es el teléfono móvil y los
mensajes que nos llegan constantemente. Si quieres demostrar a
alguien lo importante que es para ti, habrá que silenciar ese apara-
to. Y si cuando empiezas la conversación le dices que vas a apagar
el teléfono para estar pendiente solamente de esa persona,
habrás creado una magnífica sensación sobre ti en tu
interlocutor. No po- drías haber empezado con mejor pie.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Sin embargo, mirar el reloj mientras nos habla, echar un
vistazo por encima de su hombro, como si esperásemos
que aparezca otra persona más importante, entretenernos
mirando a cualquier individuo que pase a nuestro alrededor,
bostezar o cambiar de posición constantemente también son
enemigos de esa escucha activa. Si lo hacemos le
estaremos demostrando lo poco que nos importa. Igual que
si no le miramos a la cara mientras nos habla. Ser un buen
escuchador significa que casi nunca deberías inte- rrumpir a
la otra persona. Hay excepciones, claro. Todos ama- mos
hablar y que nos escuchen. Sé listo y estate atento a lo que
dice el otro, porque se sentirá escuchado, le harás feliz y te tendrá
en buena estima. Asentir con la cabeza mientras escuchas,
tomar notas, sonreír, mover el cuerpo hacia adelante o
sentarte en el borde de la silla te ayudarán a que el otro se
sienta atendido.

Poder
El poder lo utilizamos en ocasiones cuando queremos que
se obedezca nuestra autoridad, que puede venir en función
de un cargo, de un uniforme o de nuestra capacidad
personal para el liderazgo. Es de dos tipos, ejecutivo y de
influencia. El poder ejecutivo lo puede ejercer un jefe,
militar, superior o cualquier persona que tenga capacidad
de darnos órdenes y obligarnos a cumplirlas. El poder de
influencia es mucho más sutil.
La diferencia entre uno y otro se puede explicar con el
siguien- te ejemplo. El presidente del Gobierno de España,
o de Estados Unidos, tiene poder ejecutivo porque nos
puede obligar a hacer algo, aunque no queramos hacerlo,
como pagar más impuestos, bajarnos el sueldo, y cualquier
cosa que se le ocurra. Con firmar un decreto le basta. Sin
embargo, el principal asesor del presi- dente no tiene esa
capacidad de obligarnos a hacer algo, pero tie- ne la suficiente
influencia como para convencer a su jefe de que lo haga él,
que apruebe una ley, decida una restricción o adopte
cualquier otra decisión.
En el segundo caso, mandar no manda nada, pero influir influye,
y mucho. Y eso también es tener poder.
Carisma y Empatí a

Un general no solo emana autoridad y poder por su cargo,
o por su forma de hablar y moverse, sino también por cómo
va ves- tido, su uniforme. Y ese es uno de los máximos
exponentes del poder, un general delante del cual desfilan
sus tropas t ransmite seguridad por todo su cuerpo y
consigue que sus soldados le sigan sin rechistar.
Toda persona que lleva uniforme genera cierta autoridad,
poder o temor, según el caso. Un médico en vaqueros no
suscita, ha- bitualmente, la misma confianza que uno que
va vestido para una operación a punto de entrar al quirófano,
por ejemplo. Un guardia urbano de una pequeña ciudad sin
uniforme es uno más, pero con uniforme es “la autoridad”,
es a quien hay que obedecer y es la persona que puede
alegrarte o amargarte el día. Hay otras formas de mostrar
poder; por ejemplo, el presidente de Estados Unidos emana
poder, simplemente porque es el hom bre más poderoso del
mundo. O al menos eso es lo que él cree.

Humanidad
La tercera pata es la humanidad y la humildad . Yo casi
prefiero la humildad, aunque ambos conceptos deberían ir
juntos. Ser humilde significa que eres capaz de ponerte en
la piel de otra persona e intentar saber qué siente en un
momento dado. Ser humilde es pensar lo que estará
sintiendo un pobre que está pi- diendo limosna en la calle,
independientemente de que le des o no le des dinero.
Intentar meterte en los zapatos de un mantero, aunque sepas
que está vendiendo material ilegal y no le compres nada. No te
estás fijando en lo que hace, sino en lo que siente.
Ser humilde no significa ser sumiso ni humillarse ante otros. Hay
que ser humilde, pero sabiendo estar en nuestro sitio. Que
yo sepa mucho de un tema no significa que tenga que tratar
a mis interlocutores como si no tuviesen la más remota idea
de esas cuestiones, aunque puede que no la tengan. Hay
que tratar al otro con respeto, decir las cosas como son, sin
esconder nuestras virtudes, que para eso las tenemos, pero
pensando que también tenemos un buen puñado de
defectos.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

A lo largo de mi vida profesional he tenido mucha suerte
con esto de la humildad. En el día a día no he tenido que
sufrir a ningún compañero o jefe ególatra de esos que
tienen la absoluta certeza de que el mundo gira y tiene que girar
alrededor de ellos. Casi siempre he trabajado con gente
humilde, sensata y normal. Unos sabían mucho más que yo y
otros algo menos. Pero mante- niendo una relación de igual a
igual, de respeto mutuo aunque uno sea jefe y otro
subordinado, todo ha ido bien.
Al final se trata de transmitir humanidad. Te voy a poner un
ejemplo. Imagina que estás asistiendo a un curso de
formación y un ciego, a causa de sus evidentes
limitaciones, retrasa su de- sarrollo. En vez de acabar en
dos horas vais a necesitar tres. Está claro que no es culpa
tuya y que la organización debería haberlo hecho de otra
manera para que tú no te sintieses perjudicado por esa
discapacidad. Bastante tienes ya con los problemas cotidia-
nos. En ese momento tienes dos opciones, estar cabreado o
feliz, tanto durante el desarrollo del curso como al finalizar
el mismo. Te cabreas, con toda la razón del mundo porque,
aunque es una pena que esa persona sea ciega, no es culpa
tuya. ¡Faltaría más! Te está retrasando y deberían haberle
enviado a un curso exclu- sivamente para ciegos, y si no hay
cursos para ellos, que los in- venten. Para más inri, resulta
que se juega la final de la Copa de Europa y tu equipo
favorito tiene todas las de ganar. Es el parti- do del año, tú
eres un seguidor incondicional de ese equipo, y te lo vas a
perder por el ciego.
Pero también tienes la otra opción. Está claro que te quedas
sin partido, pero estás feliz. Feliz porque eres consciente de la
suerte que tienes comparado con esa persona invidente. Tú
no verás ese partido, pero él no va a ver ninguno. Es más, tú
podrás salir a la calle a pasear y disfrutar de un bonito
atardecer, o conducir tu coche sin problema. El ciego no
puede hacerlo. Tú sí y él no, y en ese momento eres consciente:
“mira que tengo suerte, cuando llegue a casa podré ver a mis
hijos y disfrutar mirando sus cari- tas, mientras que mi
compañero de pupitre no puede ver ni hoy ni probablemente
lo hará nunca”. Al partido que le den morcilla.
Carisma y Empatí a

Sentido común
Y el sentido común , la última pata del carisma, creo que no hace
falta explicarlo. Solo hay que tenerlo, y utilizarlo. Nos
servirá para combinar adecuadamente la ración de
presencia, poder y humildad que ejercemos en cada
momento. Al final se trata de que dejes de ser una persona y
te conviertas en una persona- lidad. Pero recuerda que solo
podrás ser una personalidad en ciertos momentos,
circunstancias y ámbitos. No puedes ser ad- mirado,
querido y seguido por todo el mundo todo el tiempo.
Y no olvides que, desgraciadamente, el carisma puede ser bueno o
malo, para hacer el bien o el mal. Los Papas de la Iglesia católica son
carismáticos y un ejemplo de lo que se podría considerar un caris-
ma positivo para la humanidad, igual que Gandhi y las personas
que luchan por mejorar la vida temporal y espiritual de otras. Pero
también hay un mal carisma. Carismáticos eran Hitler y Stalin.
Eran unos asesinos. Pero eran amados por buena parte de su
pueblo, su- pieron convencer a sus ciudadanos de lo
“maravilloso” que era su mensaje, por culpa del cual murieron
millones de personas.
Otro ejemplo de personas carismáticas son Jesucristo,
Mahoma, los Reyes Católicos, Francisco Franco, Nicolás
Maduro, Fidel Castro, Benito Mussolini, Rafael Videla,
Mao Zedong, Augusto Pinochet o Pol Pot. Tú decides su
tipo de carisma.





CAPÍTULO CUATRO
Emociones
- Bienestar, autoestima y malestar
- Críticas y discrepancias
- Malas noticias
- Envidias
- Gente tóxica
- Cumplidos y agradecimientos



Las emociones o sentimientos son una parte esencial de
nuestra vida y nos proporcionan la energía necesaria para
solucionar un conflicto o acometer una nueva actividad. La
emoción viene a ser el resorte que nos estimula para actuar
y conseguir lo que deseamos, lo que nos permitirá
satisfacer nuestras necesidades. Las emociones provocan,
de forma innata, ciertas reacciones fi- siológicas. Otras
veces esas reacciones pueden ser aprendidas.
No está de más que de vez en cuando te muestres
vulnerable. No se trata de que reconozcas que has robado
diez millones de euros de la empresa, porque si lo has hecho
acabarás en la cárcel. Pero suele ser útil compartir algunos
secretillos, pequeños vicios y debilidades. “Yo, por la noche
cuando mi mujer no me ve, me voy a la nevera y cojo un
trozo de queso. No puedo evitarlo. Espero que no se entere
mi mujer porque me tiene a régimen seve ro”. Cosas así,
intrascendentes pero que compartes con otros. Es como un
pequeño secreto y al contárselo a otra persona le estás
demostrando una confianza inesperada.
Carisma y Empatí a

Bienestar, autoestima y malestar
El bienestar y la autoestima son dos factores importantes
a la hora de triunfar. Te ayudarán a generar una buena
primera im- presión, porque serás capaz de ‘vender’ tu imagen de
forma ade- cuada. Se trata de proyectar un perfil positivo de ti
mismo, lo que mostrará a tu interlocutor que eres una
persona que confía en sí misma y esto es el primer paso para
que el otro también lo haga. En caso contrario, si no te
sientes bien contigo mismo, cómo van a apreciarte los
demás, cómo van a confiar en ti y cómo van a apoyarte en
tus propuestas. Es imposible.
Pero tampoco te pases, porque tienes que tener en cuenta a
las otras personas que te rodean y su nivel de autoestima. De tal
for- ma que, si lo que buscas es el apoyo de alguien con baja
autoesti- ma, no te puedes mostrar dominante ni excesivamente
seguro de ti mismo. A no ser que lo que busques sea dominar a esa
persona, porque en ese caso sí tendrás que demostrarle un
alto grado de confianza en ti mismo.
A nivel general, una alta autoestima significa que los otros
te ve- rán positivamente, con seguridad, lo que les dará
ciertas garan- tías sobre tu personalidad. Si, por el contrario,
comprueban que tu autoestima es baja pensarán que eres un
perdedor. Y si creen eso, no confiarán en ti.
Si tú te gustas a ti mismo es más fácil gustar a los otros, pero sin pa-
sarse, que una cosa es agradarse y otra muy diferente el
narcisismo y el egocentrismo. Si te ves a ti mismo de forma
positiva, transmi- tirás confianza. Si te ves negativamente, con
malestar , lo único que transmitirás a los que te rodean es
desconfianza. ¡Tú decides!

Cr í ticas y discrepancias
En muchas ocasiones tenemos que hacer críticas que no le gustan
nada a los afectados. A nadie nos gusta que nos digan que
nos hemos equivocado y que tenemos que rectificar, pero
hay que aceptar que las críticas son parte de las relaciones
humanas. Otra cuestión es cómo se hace esa crítica.
Volvemos a recuperar la empatía, porque es esencial en este caso.
Si tienes que hacer la crítica no dejes de hacerla, hazla. Eso sí, que
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

sea honesta porque, aunque sea un mal necesario, no tenemos que
hacerlo más duro sin necesidad. Ponte en la piel del criticado y
háblale con el corazón y la cabeza. Es difícil porque a las personas
no nos gusta hacer críticas, sobre todo si el criticado está
delante de nosotros. Nos resulta difícil y muchas veces nos
callamos preci- samente por no decir abiertamente lo que
pensamos.
Esa empatía te permitirá ser comprensivo y no autoritario,
utili- zando un lenguaje adecuado (verbal, no verbal y
paraverbal) y huyendo en todo momento de la prepotencia.
Esto es muy im- portante si la persona criticada es un
subordinado. Evita genera- lizar y elige con mucha
precisión los puntos que quieres tratar, escríbelo para que no
se te olvide ninguno. Elige el momento y lugar adecuado
para la crítica y procura no hacerla nunca delan- te de
terceras personas, porque el criticado se sentirá aún peor,
probablemente insultado. No hagas la crítica tres meses
después de haberse producido la situación, sino lo antes
posible. Luego las cosas se olvidan, la percepción de las
personas varía y el afectado puede considerar que se trata
de un ataque directo a su persona en vez de una situación
específica. No olvides que estás juzgando una situación, no
a una persona.
Intenta llevar ese análisis a tu terreno. No es lo mismo
decirle a una persona que estás harto de que llegue tarde
todos los días al trabajo que decirle que cuando llega tarde
te sientes fatal porque no podéis empezar, y luego no da tiempo a
hacer todo lo previsto para ese día. En el primer caso estás
criticando a la persona, en el segundo estás intentando que
empatice contigo y se dé cuen ta e imagine lo mal que te
sientes cada vez que se produce esa situación.
Una cuestión diferente es cuando te critica un desconocido
en las redes sociales, de esto hay mucho hoy en día. También
tene- mos que saber aceptarlas, aunque no tengan
fundamento. Segu- ramente si te han juzgado así, algún
motivo habrá. Sé humilde. Estamos acostumbrados a decir
que hay que aceptar las críticas que nos hacen otros con
deportividad, asumiendo que no somos perfectos. Pero cada
vez que alguien nos lo hace a nosotros nos entran los siete
males.
Carisma y Empatí a

En mis charlas me suelo llenar la boca con expresiones
como empatía y humildad. La humildad es esencial para
triunfar, al menos en el campo al que yo me dedico. Porque
si te catalogan como un ególatra engreído estás perdido.
Por eso hay que saber aceptar esas críticas, por muy poco
que nos gusten, que a nadie le agrada que le digan que algo
no lo ha hecho bien.
Te pongo un ejemplo que he experimentado en mis propias
car- nes. Tiempo atrás impartí una charla en Salamanca
sobre cómo lograr visibilidad en los medios de comunicación.
Las críticas del público asistente fueron abrumadoramente
buenas y salí muy satisfecho. Sin embargo, a una señora que
asistía al evento no pareció gustarle demasiado lo que dije.
Se fue a Twitter, que es lo que hacemos ahora cuando
queremos poner a parir a alguien o simplemente comentar
lo que nos ven- ga en gana, y dijo que durante toda mi charla me
había dedicado a contar generalidades. El tuit venía a decir algo
así como que me había pasado la media hora hablando de lo
divino y lo humano, sin entrar en materia.
Bueno, lo cierto es que en media hora no se puede entrar
mucho en materia, pero había que aceptar esa opinión y no
esconderla. Decidí predicar con el ejemplo y no solo
aceptar ese punto de vista, sino difundirlo yo mismo. Ni
corto ni perezoso retuiteé lo que se decía de mí en un tuit.
Además, luego busqué el perfil de la autora y retuiteé otros de
sus tuits que nada tenían que ver con- migo. Fue como una
liberación. Habían dicho algo de mí que no me gustaba nada,
aunque tampoco era tan grave ni para morirse, porque no le
puedes gustar a todo el mundo. Decidí permitirme el lujo
de ser yo mismo quien difundiese esa crítica.
En realidad, me vino bien. Una pequeña cura de humildad siem-
pre se agradece. Si hubiese salido de allí solo con las
opiniones positivas, que eran la inmensa mayoría, podría
haber sido perjudicial para mí. Todas las personas tenemos la
tendencia de creer nos lo buenos y maravillosos que somos
y no aceptar las opiniones cuando que son contrarias a
nosotros. Y eso es un grave error que nos impide aprender
y mejorar. Tan importante es que me digan que lo he hecho muy
bien como que me digan que podía haberlo hecho mejor. Es
más, la segunda crítica me está
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

haciendo un favor, y es más útil para mí que la primera, porque a
poco que sea capaz de aceptarla y asumirla, me ayudará a
mejo- rar. Evitará que me crea lo bueno que soy, que no lo soy.
Porque ser un creído, ególatra o como prefieras llamarlo, es
el primer paso para llegar a la estupidez. Y, ¿a quién le gusta
tratar con estúpidos o que le consideren un estúpido?
La estupidez es la antítesis de esa humildad que puede hacernos
triunfar en nuestra profesión. O en la vida.
Cuando te critican debes plantearte si discrepar de ese
juicio, porque todo dependerá de la situación y de tu
interlocutor. Si tu jefe, que tiene mucho poder sobre ti, tiene
un enfado monu- mental es mejor esperar a mejor ocasión, o
buscar una persona intermedia que pueda lograr que ofrezcas tu
punto de vista. Esto de discrepar también tiene su miga.
Parece sensato pensar que si tenemos la convicción de que
es- tamos en lo cierto debemos defender nuestra idea a toda
costa, pero eso no significa que tengamos que faltar al
respeto al otro o ningunearle. Ni pelearnos, verbalmente o
a puñetazos. Nunca debes percibir estas situaciones como
una afrenta contra ti.
Se supone que somos personas educadas e intelectualmente
pre- paradas para enfrentarnos a ideas distintas a las nuestras. Es
cier- to que unas veces ganaremos y otras no, pero así es la vida.
Igual que no se puede gustar a todo el mundo durante todo
el tiempo, tampoco se puede ganar siempre y dejar nuestro
pensamiento por encima del de los otros. Eso solo pasa en
las dictaduras.
Si no tenemos la humildad de reconocer que no siempre
vamos a ganar, cada vez que no ganemos vamos a sufrir un
tremendo disgusto. Tenemos que intentar defender nuestro
punto de vis- ta, pero con respeto hacia el otro, dejando
claro que aceptamos opiniones diferentes. Para discrepar con
otra persona podríamos utilizar expresiones como: “pienso
que…”; “otro punto de vista podría ser...”; “quizá se podría
puntualizar…”; “si te parece, yo añadiría…”, etc.
Expresiones que sirvan de puente entre su pos- tura y la
tuya, para que tú puedas defender tu punto de vista.
Carisma y Empatí a

Piensa que no ganar no significa perder, ni mucho menos.
Cuan- do se negocia ambas partes tienen que ceder, y si
llegan a un acuerdo satisfactorio ninguna de ellas habrá
ganado todo, pero tampoco habrá perdido todo. En realidad,
ambas salen ganando porque han salvado los muebles y
han logrado parte de lo que pretendían.
Piensa que hay muchas causas por las que puedes
discrepar, desde diferencias en la percepción de la realidad
hasta el estado de ánimo pasando por puntos de vista
limitados, experiencia o formación diversas, diferente
escala de valores y poca predispo- sición para escuchar al
otro.
Si cuando discrepas quieres llevarte el gato al agua tienes
que manejar bien el lenguaje. Evita en todo momento
hablar como los políticos o los periodistas, que tienen su propia
jerga que solo entienden ellos y algún despistado. Habla con
naturalidad, sabo- reando las palabras y con la sonrisa en la
cara. No te empecines en quitar la razón al otro, intenta que el
otro comprenda tu punto de vista, aunque no esté de acuerdo
con él. Y tú también intenta comprender al otro. Es una
relación de ida y vuelta y todos tene- mos que poner algo de
nuestra aparte.

Malas noticias
Imagina que tienes que dar una mala noticia. Un miembro
de tu equipo ha hecho algo mal y tienes que decírselo lo
antes posible. Mejor ahora que luego. Intentas localizarle y no lo
logras, así que decides dejarle un mensaje en el móvil.
El mensaje dice así: “Hola, Ceferino. Quiero hablar
urgentemen- te contigo sobre ese informe que has hecho y
que no nos sirve para nada. La verdad es que he tenido que
tirarlo a la basura. Hemos comentado el dichoso informito
en el comité de dirección y hemos llegado a la conclusión de
que esto es impresentable. Te lo quería decir en persona pero
no he podido localizarte. Lláma- me en cuanto oigas este
mensaje”.
Lo primero que has hecho es crear una mala sensación y le
has angustiado. Tu mensaje no ha podido ser más
desagradable de
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

principio a fin. Además, con o sin pretenderlo, has provocado tal
sensación de malestar que Ceferino ahora mismo está en un
sin- vivir, sin saber si mañana continuará manteniendo su
trabajo o será despedido. Ha escuchado el mensaje a las
dos de la madru- gada y para no empeorar la situación ha
preferido no llamarte no sea que estuvieses durmiendo.
Desde luego tú, que le has enviado el mensaje, no eres un decha-
do de buen tacto; todo lo contrario. Habría que darte el
premio al patoso del año y al bocazas del barrio. Si mañana
le vas a ver en la oficina, por qué narices tienes que
amargarle la noche, de- jándole en vela sin dormir y sin
que él te haya podido dar su versión. Porque resulta que,
quizá, ese informe tan mal hecho se lo hayas encargado a
media mañana y le hayas exigido que estu- viese terminado a
media tarde. Y tú eres consciente de que este tipo de
informes no se hacen en menos de cuatro días.
Tú no sabes que el pobre Ceferino se ha quedado sin comer
para terminar tu maldito informe. Lo ha terminado a
tiempo, pero no ha quedado contento. No obstante, no le
quedaba más remedio que terminarlo en el plazo
establecido. ¡Cualquiera te dice a ti, que eres el jefe, que no va
a poder hacerlo! ¡Con la mala leche que tienes cuando se te
lleva la contraria!
Que Ceferino ni siquiera haya podido comer para terminar el tra-
bajo no es problema tuyo. Es más, casi se orina encima porque no
ha tenido ni tiempo de levantarse para para ir al baño. Eso tú no lo
sabes, y si lo supieses te daría igual. ¡Pero qué difícil es lidiar con esa
caterva de ineptos que tienes por debajo de ti! ¡Menudos inútiles!
Y ahora mismo nuestro protagonista, Ceferino, se estará pregun-
tando por qué ha sido tan imbécil de quedarse sin comer. Y
se acuerda de tu santa madre, claro.
Está en un sinvivir, sin saber si mañana continuará teniendo su pues-
to de trabajo o irá a engrosar las cifras del paro. Aunque no lo pre-
tendieses, lo que has conseguido es crear una sensación de malestar,
miedo e inseguridad en Ceferino, que se ha sentido insultado. A par-
tir de ahora, cada vez que tenga que relacionarse contigo,
recordará esa situación y tu presencia le producirá una mala
sensación.
Carisma y Empatí a

Además, como el mensaje que le has dejado es muy vago porque
le hemos dicho que lo ha hecho mal, pero no qué parte de
ese trabajo ha hecho mal, Ceferino se pone en el peor de
los escena- rios. Desde luego no se te ha ocurrido pensar
cómo ha pasado él el día. Porque estos mensajes tan
negativos no tienen la misma repercusión si el destinatario
ha tenido un buen o un mal día. Como él ha tenido un mal
día, el mensaje será aún más demole- dor.
Podrías haber pensado un poquito en él, ¿no? Que todos
somos humanos y tenemos nuestros problemas. No es culpa
suya que tú hayas discutido con tu pareja, no tiene por qué pagarlo
él. Y si realmente el informe es tan malo y no te has dado
cuenta de que no ha tenido tiempo suficiente para hacerlo
adecuadamente, en ese caso el despedido deberías ser tú.
Un mensaje de voz no es la mejor manera ni el mejor lugar,
ni probablemente momento, para este tipo de
comunicaciones. An- tes de coger el teléfono intenta
imaginarte cómo se sentirá esa persona y si puedes evitarle
una mala situación. Nunca olvides que todos somos
humanos, tú también. Hazte cargo de las con- secuencias
directas e indirectas de estas malas noticias, y si está
pasando un mal momento asegúrate de que no lo empeoras
por bocazas.
Igual que tú le has montado esta bronca a Ceferino,
mañana tu jefe te lo podría hacer a ti. Eso ya no te hace
tanta gracia, ¿ver- dad?

Envidias
El éxito es un arma de doble filo que hay que manejar con mucho
cuidado para que no te cortes. Porque enseguida aparecen
las envidias y los resentimientos que te lo pueden poner muy
difícil. Por eso, para reducir o aniquilar esas envidias, lo
mejor es com- partir tu triunfo con los otros. Haz que ese
reconocimiento pase de largo de ti y sea para ellos.
Una persona de éxito debe saber cuándo esconder parte o
todo ese triunfo para que no le perjudique. Por ejemplo,
con la sufi-
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

ciente empatía y sentido común como para compartir los
pre- mios y alabanzas. ¡Este premio es de todos los
compañeros que han hecho posible nuestro logro! Así los
otros se sienten repre- sentados, al menos en una pequeña parte.
“Sin la ayuda de Juan, Maite y Hermenegilda esto no lo
habríamos logrado”.
No intentes ser el más listo, ni el más guapo, ni el más
compe- tente en tu trabajo, y si lo eres no lo demuestres.
Que lo vean los otros y se encarguen de reconocértelo.
Nunca te adjudiques los méritos, porque se volverán contra
ti. Recuerda, sé humilde.
Te pongo un ejemplo. El programa Emprende , que emite
RTVE, ha recibido treinta premios, nacionales e
internacionales, en menos de tres años. La gran mayoría de
ellos no se los han dado al programa sino al director y
presentador. En este caso, cuando ha sido posible, se ha
pedido a las instituciones que daban el galar- dón que en vez
de citar a Juanma Romero citasen al programa. Se trata de que el
programa vaya a más. Si eres listo, si el programa mejora,
tú, como parte del mismo, también mejoras. Por eso la
mayoría de las notas de prensa que hemos elaborado cuando nos
han dado un premio han destacado que Emprende ha sido
pre- miado, en vez de decir que lo ha sido Juanma Romero.
No hay que ser egoísta, repartiendo el mérito del premio
ganamos todos. Si me lo quedo para mí solo no gana nadie.
Yo tampoco.
En otras ocasiones, para evitar envidias y mejorar el ambiente de
trabajo, es bueno conocer mejor a los que te rodean, a tu
equipo. Pasa tiempo con ellos, tanto dentro como fuera del
trabajo. No se trata de que los fines de semana estéis todo
el tiempo juntos, pero salir a tomar algo después del trabajo en
alguna ocasión, no está nada mal.
Preocúpate por su situación, intenta ayudarles y cuando triunfes,
que será gracias a tu equipo, eso no lo dudes, ellos no dirán: “lo ha
conseguido gracias a nosotros porque no sabe hacer nada solo. Es un
inútil.”. Por el contrario, expresarán su satisfacción: “es un jefe
excep- cional, no me extraña que haya recibido el premio. Se lo
merece”.
Preocúpate de generar confianza, de agradecer su esfuerzo
y de lograr que se sientan satisfechos en el trabajo. Ese
triunfo tam- bién será tuyo, y todos ellos te lo agradecerán.
Carisma y Empatí a

Gente tóxica
Quien diga que nunca se ha encontrado con gente difícil en
su entorno laboral, social y personal es que no se entera.
Difíciles somos todos, aunque esto, como el resto de las
situaciones que nos rodean en esta vida, va en grados. Hay
un dicho popular para expresar esta situación: “cada uno
es de su padre y de su madre”.
Hay gente que es difícil de tratar en un momento dado ante
si- tuaciones especiales y otra que es insufrible en cada
segundo del día. De los últimos lo ideal sería poder huir, pero
eso no es más que una utopía. Si nos toca alguien difícil al
lado en el trabajo tendremos que tratar con esas personas,
nos guste o no, e inten- tar que nuestra vida y nuestra
presión sanguínea sufran lo me- nos posible.
Eso en el caso de que la relación sea de igual a igual,
donde ac- tuaremos de una forma determinada. Pero como
sea nuestro jefe tendremos que ser mucho más cuidadosos,
tolerantes y avispa- dos. Habrá que conseguir llevarle a
nuestro terreno, que poda- mos hacer lo que consideremos
oportuno y que a él o a ella le parezca bien. Para ello
puedes utilizar algunas de las técnicas que estamos viendo
en estas páginas y otras de las que veremos más adelante.
En cada situación tienes que elegir una forma de actuar
diferente, eso solo depende de ti.
Igual que las sustancias tóxicas, las personas tóxicas tienen
que ser manejadas con extremo cuidado. Se trata de gente
que se quiere salir siempre con la suya, a toda costa, sin
importarles los demás. A veces la situación se produce por
el elevado ego del individuo y en otras ocasiones por otros
problemas personales, la baja autoestima incluida. Esa
constante hostilidad que ejerce contra ti y el resto de tus
compañeros, independientemente de que sea tu jefe, tu
igual o tu subalterno, no es más que la mues- tra de sus
problemas internos. Tú no tienes la culpa, pero te está
afectando.
En estas situaciones lo peor que puedes hacer es enfadarte,
por- que te afecta a ti, que es lo que el otro quiere. Piensa
que cuando
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

te enojas es como si te estuvieses tomando una dosis de
veneno, y si ese enojo es diario, te lo estarás suministrando
de forma constante, cada día. Esta situación eleva tu
presión en la sangre y puede provocar daños arteriales. Y
mientras tú lo sufres, él tan contento. ¡No le des ese gusto!
No te queda más remedio que aprender a manejar esas
situaciones y sentimientos hostiles que te provocan
desazón, porque te va la salud en ello.
Claro que si en vez de tratarse de un solo individuo
estamos ha- blando de un grupo tóxico, el tema se complica
mucho. Tienes que trabajar con todo el grupo, pero de forma
separada. La máxi- ma de ‘divide y vencerás’ tiene aquí
plena vigencia.
Por ejemplo, si se trata de un proyecto que quieres sacar adelante
en tu empresa, lo mejor es que te reúnas con ellos por
separado, de uno en uno, y vayas ganándotelos. En el caso
de que estén en tu contra, en grupo será prácticamente
imposible que les conven- zas porque unos se apoyarán en otros y
en cuanto uno se muestre contrario a ti el resto se sumará a esa
postura.
Si cuando negocias por separado con todos ellos alguno se mues-
tra contrario a tu postura, no te preocupes, sigue con los otros. Se
trata de ir sumando adeptos. Lógicamente, con cada uno deberás
utilizar una técnica diferente, además de explicarles tu
proyec- to. A unos deberás tratarles como si fuesen
superiores tuyos, a otros como iguales, a otros adularles, y así
sucesivamente. A cada uno le darás donde más le duela.
Debes manejar correctamente su ego, que es lo que te va a
permitir sacar adelante tu proyecto. Piensa que los seres
humanos nos movemos por impulsos y cora- zonadas. Lo de la
razón queda para unos pocos, para los que se piensan las
cosas dos veces. Aprovecha esa oportunidad, porque a algunos
les convencerás con razonamientos, a otros utilizando tu
poder y a otros muchos mostrándote tan humano que seas
capaz de llegar a lo más profundo de su corazón.
También le puedes pedir un favor, algo que a esa persona no
le cueste nada hacer pero que tú le transmitas que es muy
impor- tante para ti. Al hacerte ese pequeño favor estarás
cambiando su percepción sobre ti, porque si te hace el favor
es porque te tiene
Carisma y Empatí a

en cierta consideración. Luego asegúrate de agradecerle
conve- nientemente el favor que te ha hecho, para rematar
la faena.
O en vez de un favor, pide una opinión. Cuando tú le pides
su opinión a otra persona consigues que se sienta alguien
impor- tante. No desaproveches la ocasión. Piensa que las
opiniones son libres y luego puedes utilizarla o desecharla
sin que el otro o la otra se entere de lo que has hecho. Pero
le habrás consultado, y eso le hace sentirse especial porque
percibe que lo que piensa se tiene muy en cuenta. Eso sí,
diferencia muy claramente entre opi- nión y consejo que ni
son lo mismo ni implican el mismo grado de obligación. La
opinión no cuesta nada, pero el consejo sí. La primera
consiste en decir lo que piensas, el segundo en decir lo que
el otro debería hacer.

Cumplidos y agradecimientos
No te cortes a la hora de hacer cumplidos a la gente que se
lo merece. Te lo agradecerán. Si alguien ha hecho un buen
trabajo y tú se lo reconoces en privado se mostrará feliz.
Pero si se lo reconoces en público te lo agradecerá. En
realidad, estás consi- guiendo dos cosas: que esa persona se
sienta bien y que te esté agradecida. Y todo por hacer algo tan
sano como decirle a otro lo bien que ha hecho algo.
“¡Me parece excelente el libro que has escrito! Lo he leído
de un tirón. Sobre todo me ha resultado muy útil la parte en
la que ha- blas de la negociación con terceros. Ya he empezado a
ponerla en práctica. ¿Crees que podrías dedicármelo?”.
Después de mues- tras de admiración como esta, ¿cuál crees
que va a ser la percep- ción de esa persona sobre ti? Piensa
que le estás diciendo que te gusta mucho su trabajo, que es
útil y que ha escrito algo valioso. Sin comentarios.
También es importante mostrar agradecimiento. Cuando le
agra- deces algo a alguien le estás mostrando el respeto que
merece, y todos merecemos respeto, independientemente
de lo alto o bajo que estemos en el escalafón social o profesional.
En ocasiones esa persona puede que ni siquiera sepa que te
ha ayudado y en tu mano está hacérselo saber. Por ejemplo,
enviando un email a un
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

compañero diciéndole cuánto te ha ayudado el informe que
hizo semanas atrás y en el que te has basado en parte para
preparar la estrategia de los próximos meses. Si en vez de
decírselo por email o teléfono vas a verle y se lo dices en
persona, el efecto positivo será mucho mayor.
Ya sabes que es de bien nacidos ser agradecidos. Mostrar agrade-
cimiento no solo hace sentirse bien a la persona reconocida, tam-
bién a ti. Cuando le damos las gracias a una persona por algo que ha
hecho por nosotros, consciente o inconscientemente,
estamos sintiéndonos felices. ¿Y no es la felicidad lo que
todos buscamos en la vida?
Por cierto, ¡muchas gracias por leer este libro!






CAPÍTULO CINCO
El cuerpo, posturas corporales
- Postura del espejo
- Espacio personal
La cara, la sonrisa, los ojos y la mentira



El cuerpo y las posturas corporales
Cuando estamos hablando con otras personas en ocasiones
se nos olvida que no solo es importante lo que nos dicen y decimos,
sino lo que transmitimos y nos transmiten a través de
nuestro cuerpo. Con él puedes generar reacciones positivas
y negativas, y la clave está en saber cuándo produces unas
y otras y cómo evitar las segundas.
Saber en qué momento cortar una conversación, porque la
otra persona está deseando irse, es fundamental si no queremos
dejar una mala imagen de nosotros. A veces nos
empeñamos en man- tener la conversación con un
interlocutor que nos está dando infinidad de muestras no
verbales de que quiere acabar y mar- charse. Está
pensando: “a ver cómo me quito de en medio a este pesado,
que no hay quien le aguante”.
Evidentemente si queremos venderle algo, lo tenemos
difícil. La imagen que habremos dejado será muy mala y la
venta será mu- cho más complicada que si al escuchar nuestro
nombre le viniese una imagen agradable de nosotros a la mente.
Hay personas que piensan que no es posible influir en la
mente de otras personas para lograr dejar una buena
imagen de nosotros mismos, y esto
Carisma y Empatí a

es falso. Por supuesto que se puede influir y hay técnicas que nos
ayudan.
Te voy a recordar dos que ya hemos visto anteriormente,
pero que son esenciales si queremos triunfar. No solo tienes que
cono- cerlas, sino ponerlas en práctica. Y son tan simples
que puedes incorporarlas a tu vida diaria para mejorar tu
comunicación y los resultados de tus interacciones. Pero
tienes que ponerlas en práctica, en caso contrario no servirán
para nada.
Por ejemplo, nos encontramos con expresiones positivas de
nuestro cuerpo, que logran transmitir empatía, liderazgo,
mag- netismo personal y buenas sensaciones a la otra parte.
Te estoy hablando de algo tan simple como exhibir las palmas de
nuestras manos cuando estamos hablando. Al mostrar las
palmas estamos dando a entender que no escondemos nada,
que somos sinceros y leales. Este gesto se asocia
involuntariamente con la verdad. Pregunta a los políticos,
que lo usan bastante a menudo.
Lo hemos visto en muchas películas, cuando un testigo al
decla- rar ante un tribunal de justicia coloca la mano
izquierda sobre la biblia y levanta la palma de su mano
derecha.
No olvides que otras reacciones positivas son asentir con la
ca- beza, tomar notas de ciertos temas que salen en la
conversación, sonreír, apagar el móvil o ponerlo en silencio
delante de nuestro interlocutor para que vea que en ese
momento él es lo más im- portante para nosotros, mover el
cuerpo hacia delante, discul- parse gestualmente por posibles
interrupciones o sentarse al bor- de de una silla. Todas estas
posturas y gestos te pueden ayudar a lograr la confianza de
tu interlocutor y probablemente la venta que estás buscando.
Ten en cuenta que hay posturas que te pueden llevar a
provocar su desconfianza. Por ejemplo, no mirar a la cara a la
persona con la que estás hablando, mirar el reloj como si
tuvieses prisa y te resultase desagradable o tedioso hablar
con esa persona, boste- zar de forma controlada, cambiar
de posición constantemente o interrumpir continuamente
con gestos cuando la otra parte está hablando.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Además de lo que tú haces directamente, hay otras
situaciones que pueden influir positiva o negativamente en
la conversación. Imagina que le pones sentado con su
espalda hacia un espacio abierto, sobre todo si la gente se
mueve por detrás de él y hace ruido; se sentirá muy
incómodo. Y probablemente lo que quieres es que esté
relajado. Claro que si lo que pretendes es generarle
incomodidad, entonces hazlo, se pondrá nervioso y eso
afectará a la percepción que tenga sobre ti.
Y si quieres saber si tu interlocutor quiere terminar
rápidamen- te ese encuentro, observa sus posturas
corporales. Dos apuntes. Primero, si su pie no está mirando
de frente significa que quiere marcharse. Si su pie derecho está
mirando hacia la derecha quie- re irse, si es zurdo lo normal
es que sea su pie izquierdo el que mire hacia la izquierda,
como intentando huir de ti. Deberías ir pensando en dejarle
marcharse. Y si a esta postura del pie se une que te coge el brazo con
su mano, te estará reiterando que quiere marcharse. No seas
pesado y déjale ir.
Al hablar del cuerpo y las posturas corporales no se puede
olvi- dar el ritmo corporal, que es otro termómetro con el
que contro- lamos a nuestros interlocutores o a las personas
que nos rodean. Hay que tener muy presente la forma en
que realizamos esos movimientos y la rapidez o lentitud de los
mismos. Generalmen- te lo ideal es buscar un punto de
equilibrio entre lo rápido y lo lento.
Ir deprisa de un sitio hacia otro o sin rumbo fijo transmite
sensa- ción de inseguridad y, sobre todo, baja cualificación
profesional. En las grandes empresas solo van deprisa
habitualmente los que desarrollan trabajos poco cualificados
como repartidores de co- rreo y pedidos o el que lleva los
encargos de un despacho a otro. El gerente, generalmente,
va despacio, como tomando posición y observando a los
trabajadores a cada paso, mostrando quién manda allí. Esa
es una diferencia sustancial.
Además, si quieres transmitir fuerza y confianza en ti
mismo, bajo ninguna circunstancia puedes ir cabizbajo y
con el cuerpo encogido, como dando pena. Lo adecuado es
una postura abier- ta, parecida a la que llevan los militares cuando
desfilan. Cuando
Carisma y Empatí a

asumes una postura expansiva con tu cuerpo tú mismo
estarás experimentando un cambio psicológico que te hace
sentir más confiado y poderoso, y eso lo transmites a tu
alrededor.

Postura del espejo
A todos nos gusta sentirnos admirados e imitados. No
podemos evitar que nuestro ego crezca de manera
exponencial cuando sa- bemos que esta situación se está
produciendo. Sin embargo no solemos darnos cuenta de ello,
porque es algo que solo llega a nuestro subconsciente. Así
que si me imitas como si fueses un es- pejo es muy posible que me
convenzas de todo lo que tú quieras. Al utilizar esta técnica
lograrás hacer crecer la autoestima de tu in- terlocutor. Vamos a ver
cómo lograr que la otra persona se sienta feliz porque estás
copiando sus movimientos; eso sí, teniendo cierta precaución, no
se trata de imitarle tal cual sino con inteligencia; que sea un
movimiento elegante, no una mueca que pueda ofenderle.
Numerosos estudios han demostrado que si tienes algo que vender,
y lo tienes difícil, debes dejar de centrarte en la venta y concentrarte
en la persona que tienes enfrente, que es la que va a decidir si com-
pra tu producto, si te contrata o si invierte en tu empresa.
¿Cómo conseguir dominar esta técnica? Bueno, no es difícil,
aun- que hay que ensayar, porque es todo un arte. Piensa que
la imi- tación del lenguaje no verbal de otra persona es una
forma de lograr su confianza y conseguir que sienta que
ambos os com- penetráis. Con esa imitación bien ejecutada
lograrás que el otro confíe y se abra más a ti.
Te pongo un ejemplo: imagina que vas a ver a un cliente
que es un hueso duro de roer. Lo tienes difícil, casi
imposible, no hay forma de colocarle ese pedido. Si te empecinas
en venderle lo que le estás ofertando no vas a lograr nada.
Tienes que centrarte en lograr que el otro se sienta a gusto
contigo y eso puedes lograrlo si imitas sus movimientos. Si
él cruza las piernas, tú también; si él se cruza de brazos, tú
igual; si se toca la mejilla, tú lo mismo. Pero con precaución,
no se trata de que en el momento que él lo hace tú lo
repitas automáticamente, sino que debes esperar unos
segundos, dos o tres, para hacer ese mismo movimiento.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Intenta ensayarlo con algún familiar o amigo sin decírselo,
pero ensaya. Como todo en la vida hay que aprender a
hacerlo (nadie nace enseñado), y se aprende trabajando,
ensayando y fallando. Y no puedes fallar delante de él, sino
antes para corregir tus erro- res. Cuando vas a imitar el
movimiento no le mires a la pierna que ha cruzado y la cruces tú
o a los brazos que está gesticulando y hagas tú lo mismo,
porque si le miras es muy probable que se dé cuenta y no le
va a gustar nada.
Cuando tu cliente se sienta cómodo contigo será el
momento de intentar venderle el producto que quieres
colocarle, pero no an- tes. A esto puedes añadirle que si le
dejas hablar será más fácil que se lo vendas. Recuerda que
a todos nos encanta hablar, que nos escuchen, que nos
muestren respeto y admiración. Es decir, no olvides que lo
importante no es que tú intentes demostrar al cliente lo
inteligente que eres, lo que has de hacer es dejarle que te
demuestre lo inteligente que es él. Deja que te impresione y
la venta estará casi hecha.
Todos somos humanos y por muy racionales que
pretendamos ser en nuestro comportamiento, al final nos
movemos por senti- mientos, y un sentimiento de simpatía
hacia alguien que quiere vendernos algo puede llegar a ser
mucho más efectivo que todos los números y proyecciones de
resultados que puedas presentar- le a esa persona.
No olvides ensayarlo. En los talleres que impartimos,
cuando hablamos de la técnica del espejo, lo primero que
hacemos es poner a nuestros alumnos a ensayar, que
imiten al otro descara- damente, que luego vayan,
gradualmente, imitándole con más cuidado y elegancia, y
al final que aprendan a hacerlo de forma casi automática;
esto significa que logramos que nuestro cerebro no esté
pensando en cómo imitar al otro sino en cómo venderle lo
que queremos venderle.
Cuando tú imitas de manera discreta a alguien te estás
haciendo más atractivo a sus ojos. Es lo que se denomina la
técnica del espejo, por lo que, si estáis uno frente al otro, si
el otro mueve su mano derecha, tú tienes que mover la
izquierda.
Carisma y Empatí a

La técnica del espejo puede ayudarte a superar una primera
mala impresión. Pero si el lenguaje corporal de tu
interlocutor es negativo debes tener mucho cuidado a la hora de
imitarlo, puede ser contraproducente. También piensa en el
lenguaje de género, porque hay posturas de los hombres
que nunca adoptaría una mujer y viceversa.

Espacio personal
Uno de los caminos más rápidos para lograr dejar una mala
im- presión es no respetar el espacio personal de tu
interlocutor. Es muy incómodo sentir cómo te invaden, es
como si te atacasen. Bueno, en realidad es un ataque en
toda regla.
El nivel de estrés puede llegar a ser tremendo, hasta el
punto de que te veas obligado a apartar a esa persona con tus
propias ma- nos. Piensa que la medida del espacio personal
varía según las culturas y las situaciones, es cuestión de sentido
común. Aun así, se aceptan excepciones en algunas
situaciones como el metro, el autobús o un ascensor
abarrotados.
Recuerda que lo que buscamos es comunicarnos
adecuadamen- te, destacar sobre los demás, pero para bien.
Y eso se consigue respetando unas normas básicas de
buenas maneras. Una perso- na carismática es aquella que
logra que los otros se sientan bien cuando están a su
alrededor, y un elemento esencial es, precisa- mente, el
respeto del espacio personal del otro, que viene a ser como
su intimidad.
Esto, como todo en la vida, se aprende. Nadie nace
enseñado. Debes ser capaz de respetar el espacio personal
del otro y, sobre todo, de detectar cuándo le estás
incomodando. Si ves que alguien con quien hablas se
separa ligeramente de ti es porque necesita más distancia
contigo, necesita respirar y tú se lo estás impidiendo.
Ni se te ocurra volver a arrimarte a esa persona si has detectado que
se está separando; sé respetuoso con ella a no ser que quieras crear
una situación incómoda y que puede provocar su huida. Si no puede
huir porque has cometido la intolerable imprudencia o falta de
respeto de poner tu brazo sobre la pared impidiéndole la salida,
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

lo que lograrás es cabrearle y que se ponga de mal humor; por su-
puesto, lo pagará contigo y tú te lo habrás ganado a pulso. No tienes
ningún derecho a provocar ansiedad ni estrés en esa persona.
Claro que esto no sirve para todas las situaciones. Solo
para aquellas en las que cuando estás invadiendo el espacio
del otro lo haces inconscientemente y sin mala intención.
Porque también se dan otros supuestos, como que alguien
inva- da tu espacio personal para molestarte y generarte
malas sensa- ciones, que de todo hay en la viña del Señor. En
ese caso estará intentando provocar tu reacción, que puede ser
de lucha o de su- misión. Si es tu jefe puede que intente
intimidarte. Intenta apar- tarle lentamente, con delicadeza,
y si vuelve a intentar invadir tu espacio pídele
amablemente que se separe un poco de ti; si lo haces
amablemente tienes más posibilidades de lograrlo que si lo haces
enfadado, porque si estás enfadado el otro, probablemen-
te, habrá logrado lo que quería.
Para que compruebes lo que te digo te propongo un ejercicio muy
sencillo. Siéntate enfrente de otra persona, a metro y medio de dis-
tancia. Ponte en una postura de 90 grados, que es una de las
pos- turas en las que nos sentimos más confortables. Este es un
ejercicio que puedes hacer con tus colegas de trabajo o amigos
cuando dis- pongas de media hora. Empieza la conversación
sentándote junto al otro. Tras unos minutos siéntate a su lado, en
vez de enfrente. Podrás comprobar la diferencia, porque ahora se
siente algo o bas- tante incómodo. Después de unos minutos
vuelve a la posición inicial. Presta atención y saca tus propias
conclusiones.

La cara, la sonrisa, los ojos y la mentira
La cara sigue siendo el espejo del alma y parte esencial de
nues- tra comunicación. A ella se dirigen casi siempre las
primeras mi- radas de nuestros interlocutores, generalmente
buscando nues- tros ojos. Aunque también los labios en
particular y la boca en general. La forma de coordinar todos
esos elementos y sus movi- mientos dirá mucho de nosotros.
Normalmente no caemos en la cuenta de que la persona
que nos está mirando nos escruta sin que ella sea
consciente de que nos
Carisma y Empatí a

está sometiendo a ese exhaustivo examen. En unos pocos
segun- dos se habrá hecho una primera idea de nosotros.
Debes prestar mucha atención a las expresiones faciales de
la persona con la que estás hablando. Piensa que la mayoría
de es- tas expresiones son universales y valen en casi todos
los lugares del mundo, independientemente de la cultura,
posición social o creencias religiosas. La gente muestra sus
sentimientos del mis- mo modo en España que en Italia o
Canadá.
En el mundo de los negocios, muchos de nosotros hemos
sido entrenados para poner ‘cara de póquer’, con el fin de
no mos trar nuestras posiciones y límites reales en una
negociación. Sin embargo, nadie puede controlar totalmente
esos pequeños mús- culos que rodean los ojos, los agujeros de la
nariz, la boca, la bar- billa y las mejillas. Un experto en leer
estos movimientos llevará mucha ventaja sobre el resto en
cualquier negociación.
Y en la cara hay algo que siempre nos llama la atención, la
son- risa. Sonreír es un arma para lograr captar la atención,
gustar y encandilar a la persona que tenemos enfrente. Una
buena sonrisa hace milagros y nunca está de más. Incluso en un
funeral es bue- no sonreír siempre que no confundamos la
sonrisa con la risa.
Cuando sonreímos es como si estuviésemos mostrando
nuestra alma y dejando que todo el mundo perciba que es
un alma lim- pia. Cuando tenemos cara de pocos amigos
estamos haciendo justo lo contrario. Nos estamos
poniendo, inconscientemente, a la gente en contra nuestra.
Con la sonrisa transmitimos cercanía y tranquilidad, y
resulta mucho más fácil ganarse a la gente con ella que sin
ella. Cuando hablas en público o te diriges a alguien tienes
que intentar sonreír.
Aprovecha las armas que la sonrisa pone a tu alcance, para
in- fluir positivamente en el ánimo de tu interlocutor,
siempre que esa sonrisa acompañe a las circunstancias en las
que nos encon- tramos. Porque por mucho que un atracador
te sonría, no va a conseguir caerte bien. Es más, puede que
pienses que se está burlando de ti. Aunque también es cierto
que probablemente te transmita menos temor si te está
sonriendo mientras te pone la navaja en el cuello que si tiene
cara de asesino despiadado.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

¡Quién sabe!
En cualquier caso, recuerda que si sonríes será más fácil
conse- guir lo que buscas que si tienes cara de pocos
amigos.
Pero no todo son sonrisas, porque es imposible controlar
todos tus movimientos faciales, sobre todo en ciertas
circunstancias. Imagina que estás hablando ante un grupo
de personas o ante una sola, y acabas de decir una tremenda
tontería; inmediata- mente te das cuenta y rectificas
verbalmente o intentas arreglar- lo. Pero lo que no has
podido controlar es la cara de tonto que se te ha puesto nada
más darte cuenta de tu error. No has podido controlarte ni
evitar que las personas que te estaban mirando y
escuchando se hayan dado cuenta de ello. En ese caso es
mejor reconocer el error con humildad, rectificarlo y seguir
adelante. No intentes engañar a los otros, porque en esas
circunstancias es imposible y se darán cuenta de que
mientes.
Los seres humanos somos tan incompetentes que, en
muchas ocasiones, a pesar de conocer el poder de nuestras
habilidades, no lo aprovechamos adecuadamente para tomar
ventaja sobre otros. Desconocer el poder que puede tener
nuestra mirada es un disparate que no deberíamos permitirnos,
aunque en algunas ocasiones no utilizamos ese poder
adecuadamente por descono- cimiento, otras veces por
desidia y en la mayoría de los casos porque es más cómodo
no hacerlo. Y eso a pesar de que resulta sencillo aprovechar
estas habilidades, pero hay que ponerse a ello.
No hay más que ver quiénes triunfan en el mundo de los negocios, la
farándula o la política. No son los más diestros en su sector sino los
más espabilados en el trato con las personas. Son aquellos que
saben utilizar sus habilidades de forma adecuada en cada momento.
Y la mirada es, sin duda, parte esencial de esas habilidades.
Hay que ensayar y practicar, y buscar las técnicas para que
se con- vierta en nuestra aliada y no en otra dificultad más
a la que nos enfrentamos y que quizá no podamos superar.
Hay algunas normas básicas para triunfar o, al menos, para
no fracasar. Una de las principales es no mirar nunca por encima
de
Carisma y Empatí a

tu interlocutor esperando que algo o alguien más importante que
él aparezca. Los ojos que vagabundean dan sensación de
estar en otro sitio, y en realidad lo están. Y esa sensación,
consciente o inconscientemente, se la transmitimos a quien
está con nosotros en ese momento.
El contacto visual es importante si quieres lograr un
poderoso impacto en la gente. Puedes comunicar empatía y
dar la impre- sión de consideración, sabiduría o
inteligencia. O puedes trans- mitir justo lo contrario, si andas
con esos ojos perdidos buscando no sé qué cosa. Tú decides,
porque piensa que esa mirada hui- diza hará que, aunque tú
no lo quieras, la huella que dejes en la otra persona sea
negativa.
Debes mirar fijamente a los ojos del otro, pero sin pasarte.
A ve- ces una mirada penetrante puede resultar invasora e
incómoda. Nunca mires profundamente durante mucho
tiempo, al menos en situaciones sociales o profesionales. Si
estás con tu pareja eso ya es otro cantar, queda a tu criterio.
Además, en algunas cultu- ras mirar profundamente se
considera incluso grosero.
Tienes que buscar el punto de equilibrio, porque sin el
contacto visual no podrás ejercer tu magnetismo personal sobre
quien está frente a ti. Ese contacto debe ser el mejor camino para
demostrar a la otra persona que para ti, en ese momento, es
la persona más importante del mundo, o al menos de la sala
donde te encuen- tres. Si quieres causarle buena impresión
no te queda más reme- dio que dejarle claro que no hay
nada ni nadie más importante para ti en ese momento. Y
eso lo lograrás estando pendiente de lo que te dice en todo
momento, y con tu mirada.
Por eso, cuando te hagan una pregunta, o una reflexión,
inten ta mantener la mayor parte del tiempo el contacto
visual con la persona que te está hablando y procura ser
muy expresivo con las cejas.
Estos conocimientos y otros te servirán, por ejemplo, para
detectar la mentira. A los mentirosos se les nota porque
balbucean, miran hacia otro lado sin mantener la mirada fija en
su interlocutor, se cruzan de brazos en actitud defensiva, sudan o
se contradicen.
Vamos a centrarnos en la mirada, pero piensa que esto no es
una regla matemática que funciona al cien por cien. Se trata más
bien
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

de ir uniendo diferentes aspectos que tienen que ver con la
inte- racción que estás manteniendo. Por regla general cuando
alguien miente, si está frente a ti, mirará hacia arriba y a tu
izquierda, y si dice la verdad hacia arriba y a tu derecha. Esto se
produce según esa persona intente acceder a la parte del
cerebro que le permite imaginar o inventar o a aquella otra
donde aloja sus recuerdos. No olvides que esto se produce
por regla general, pero eso no quiere decir que si la persona con
la que hablas mira hacia arriba y a la izquierda esté mintiendo
sí o sí.
Observar esto ayudará, aunque la situación puede cambiar
se- gún las diferentes personas. Por este motivo no puedes
fijarte solamente en el tema de la vista, sino que has de
tener en cuenta las otras cuestiones que hemos citado.
Uniéndolas todas podrás decir con mayor fiabilidad si una
persona te miente o no. Tam- bién resulta útil saber si
estamos tratando con alguien que no suele mentir o con un
mentiroso compulsivo.
De todas formas, todos mentimos. Prueba de ello son la
infini- dad de estudios que se han publicado sobre esta
materia en las últimas décadas. La fluctuación en las
mentiras diarias del ser humano es bastante elevada. Se
suele mentir entre diez y dos- cientas veces al día, un
margen muy amplio.
Mentimos más a los extraños que a nuestros conocidos, y
sole- mos decir una media de tres mentiras durante los diez
primeros minutos de conversación con una persona a la que
acabamos de conocer. Los extrovertidos mienten mucho más
que los introver- tidos, probablemente porque hablan mucho
más.
Si diferenciamos entre hombres y mujeres se podría decir
que el hombre miente ocho veces más acerca de sí mismo
que sobre otras personas, mientras que la mujer miente para
proteger a los demás. En los matrimonios también se
miente, y mucho, porque una de cada diez interacciones
conlleva una mentira.






CAPÍTULO SEIS
Hablar en público
- Llegar a tu audiencia
- Miedo escénico
- Cuando todo sale mal, ¡maldita sea!
- El día de la charla no te emociones



Lo de hablar en público sí que es todo un arte. Hay que
dominar diferentes técnicas y saber reaccionar a tiempo.
Siempre puede salir algo mal y no queda más remedio que
solucionarlo sobre la marcha. Se trata de captar el interés de
la audiencia y mantener ese interés durante todo el acto.
Hay diferentes tipos de actos a los que podríamos
referirnos con la expresión hablar en público, pero vamos a
centrarnos en el tradicional, una presentación en un escenario o
atril con público. Sin embargo, antes haremos un inciso para
referirnos a los pre- sentadores de eventos.
Estos actos suelen contar con un presentador que lleva un
guion que ha elaborado la organización o él mismo. Su
principal obli- gación es terminar a la hora prevista. La gente
ya cuenta con ha- cer otras cosas y si finalizas más tarde de
lo previsto se van a molestar, y puede que no acudan al siguiente.
Retrasar la hora de finalización produce la sensación de
desorganización y provoca un importante enfado en el
público.
Pero no nos olvidemos del resto de los ingredientes del
pastel, como ser ameno, divertido, serio y entretener a la
audiencia y
Carisma y Empatí a

ofrecer un contenido interesante, todo dependerá del tipo de
acto al que nos refiramos. Y estar al quite por si pasa algo:
si hay un problema con un ordenador el presentador no puede
quedarse atrás esperando que se solucione, tiene que salir
al escenario a decir algo, a entretener a la gente mientras se
solventa la situa- ción. Esa es también una de sus principales
obligaciones. Se trata de lograr que la organización deje una
buena impresión en el auditorio, y eso solo puede conseguirlo el
presentador. A su vez, hay que lograr que la gente no se
percate de que ha habido un fallo y que ese animador está
entreteniéndoles.
Además, deberá controlar a los que intervienen, para que
no se pasen del tiempo previamente establecido. Si todos
tienen pre- vistos quince minutos y cada uno se pasa cinco,
la hora de fina- lización se alargará. Controlarlo es la
obligación del presentador. Hay que ser especialmente duro
con el primero para que los de- más sepan lo que les espera
si se pasan de ese tiempo previsto, aunque antes del acto
habrá que reunirse con todos y decirles que el tiempo es
limitado. Yo suelo informarles con cara muy seria de que sus
veinte minutos ha habido que reducirlos a die cisiete por
cuestiones organizativas. No les gusta nada, pero suelen
adaptarse, y así me garantizo que acaben a la hora y es más
fácil seguir el horario previsto.
Cuando se pasan de su horario se les da un toque nada más
ter- minar su tiempo. Si no hacen caso, otro toque un minuto
después y si siguen sin hacer caso el presentador sube al escenario
y retira al ponente con educación, pero con firmeza. Para no
transmitir una imagen de inflexibilidad, el presentador
habrá acordado previamente con la persona que controla el
volumen de los mi- crófonos que baje el micrófono del
invitado y mantenga el suyo alto, para que su voz destaque
sobre la del otro. Lo mejor es no tener que llegar a estas
situaciones, pero en ocasiones el que está hablando no se da
cuenta de que tiene que terminar o le importa un bledo el
resto de los ponentes.
Pero no seas cándido. Esto no puedes hacerlo con todo el mundo.
El que paga manda y el patrocinador se puede pasar el
tiempo que quiera. Lógicamente tú habrás hablando antes con él
y le
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

habrás explicado la importancia de que termine a su hora para el
buen desarrollo del evento. Lo normal es que se adapte
porque lo que quiere es que salga todo bien, que para eso
ha soltado el dinero, aunque su ego, en ocasiones, nos juega
malas pasadas. Si se pasa de su tiempo, que tampoco es raro que
ocurra, no tendrás más remedio que ir recortando las
intervenciones de los otros.
Eso en cuanto a la presentación de eventos, pero si nos referimos a
lo que comúnmente se conoce como hablar en público, si
tú eres el ponente, tu primera obligación es entretener a la
audiencia, que no se aburra. Como se aburra te puedes despedir,
porque no vas a conseguir lo otro que te propones, que es
convencerles para que hagan algo. Cuando ya están
entretenidos puedes man dar tu mensaje ya sea para que
compren un producto o servicio, voten a un partido político o
sigan a una confesión religiosa. Pero eso solo lo conseguirás si
previamente has logrado entretener al auditorio.

Llegar a tu audiencia
No es fácil llegar a tu audiencia, pero tampoco resulta tan difícil.
Dicen que para hablar en público y comunicar
adecuadamente hay que saber mucho; bueno, es posible.
También dicen que hay que prepararse muy bien el tema;
cierto. Y otros aseguran que hay que lograr captar la atención
del público; evidente, si no despiertas interés el público se
aburrirá y se dedicará a jugar con el móvil, que para eso se han
inventado estos aparatitos. Otros afirman que lo único que
hay que hacer es echarle mucho morro al asunto. De todo
hay en la viña del Señor. Yo soy de los que opinan que lo que
mejor funciona es el trabajo duro.
Pero no olvides que lo más importante es llegar a los
corazones. No te olvides de un tal San Agustín que,
además de ser un bala perdida en sus primeros tiempos con
hijo extramatrimonial in- cluido, fue un excelente
intelectual de la Iglesia. Este santo, con los pies bien
puestos en el suelo, decía algo tan sencillo como que si ves
que tus feligreses están moviendo sus traseros en los
asientos es que tú no estás removiendo sus corazones. Tú
eres quien tiene que remover esos corazones, me da igual
que sea
Carisma y Empatí a

en una iglesia que en una reunión de vendedores de coches.
Y para remover esos corazones nos remontamos a 2.500
años atrás, cuando un tal Pericles dijo algo así como que “si
tienes buenas ideas y no sabes cómo expresarlas, es como si
no las tuvieses”. Parte esencial de todo esto es el
denominado “storytelling”, con- tar historias durante
nuestra presentación. Nos ayudan a llegar al corazón de la
audiencia y a mantener su interés. Atraen y con- vencen
porque consiguen explotar las emociones del oyente. Re-
ducen la resistencia natural al cambio, dejan una impresión
más duradera en la memoria y consiguen que el público se
relaje y esté más dispuesto a recibir nuestra información.
No es preciso razonar o comprender conceptos abstractos,
solo hace falta rela- jarse y seguir la historia.
Hay que tener muy en cuenta al público, porque no es lo
mismo contársela a estudiantes que a banqueros
encorbatados o a un grupo de enfermeras. Y deben ser
breves, porque si somos ca- paces de atrapar a la audiencia,
esta estará luego más receptiva para escuchar otra historia más
larga y con muchos más detalles. Muchas historias siguen el
mismo patrón, que es el denominado viaje del héroe:
- El héroe se siente desafiado a romper con la rutina diaria.
- Decide ir a buscar el “tesoro”.
- Pasa por muchas turbulencias.
- Recibe alguna ayuda inesperada.
- Encuentra el “tesoro”.
- Vuelve a casa para compartirlo con otros.
Independientemente del método que utilicemos para
comuni- carnos, no solo es necesario saber del tema del
que hablamos, prepararse para esa conferencia y captar la
atención del públi- co. Para triunfar hace falta algo más, el
factor humano, la hu- mildad. Una persona humilde que
habla a quienes tiene delan- te, de tú a tú, sin mirar por
encima de sus hombros, es alguien que tiene buena parte
del camino recorrido. En una conferencia tenemos que
ponernos a la altura de nuestro público y trans- mitirle
nuestros conocimientos, pero estando a su lado, no por
encima de él.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Nuestra obligación es conseguir que esas personas que nos están
escuchando se identifiquen con nosotros, y solo lo
lograremos si somos capaces de identificarnos con ellos.
No somos más que ellos, pero tampoco somos menos; somos
iguales. Todos tenemos problemas y alegrías, y todos vamos a
acabar al final en el mismo sitio, sin llevarnos nada al otro
barrio; al menos, nada material. Somos gente normal que
habla a gente normal. Si nos converti- mos en gente
excepcional que hablamos a gente normal, habre- mos
fracasado porque nuestro mensaje no llegará a su destino de la
forma en que queremos que llegue.
Sé humilde, piensa que hoy eres el ministro de tal o cual
materia y mañana el presidente del Gobierno te puede
poner de patitas en la calle. Piensa que puedes ser el director
de un gran periódi- co y cuando menos te lo esperes el
consejo de administración te puede cesar. Piensa que puedes
ser el director y presentador del programa de máxima
audiencia de la televisión en España y al día siguiente perder
el favor de la audiencia, y acabar en el paro.

Miedo escénico, tu primera presentación
Las personas que no han hablado en público ante un
auditorio suelen tener miedo de lo que pueda pasar. Ese
miedo escénico, quizá injustificado, suele desaparecer una
vez que hemos tenido esa primera experiencia, si todo ha
salido bien.
Esta situación no solo se produce en el común de los
mortales, también en los artistas mundialmente conocidos.
Muchos acto- res no son capaces de hacer teatro por miedo,
algunos han tenido que abandonar sus carreras porque tras
años de triunfos encima de los escenarios son incapaces de
ponerse delante del público. Otros se han planteado dejar el
trabajo de actor. Algunos artistas famosos que han confesado
sufrir esta situación son Scarlett Johansson, Adele o Hugh
Grant.
Hay ciertos síntomas que nos permiten identificar esta situación.
Es el caso del sudor, sequedad de boca, palpitaciones,
respira- ción acelerada, tensión corporal, urgencia urinaria,
malestar es- tomacal, dolor de cabeza, rubor facial,
escalofríos y náuseas. Las personas que lo han sufrido
después de años en los escenarios son, afortunadamente, la
excepción que confirma la regla.
Carisma y Empatí a

Piensa que lo normal es que solo tú sepas que tienes miedo
escé- nico. Es difícil que lo detecte el público, porque nadie puede
ver- lo ni olerlo a no ser que exteriorices signos físicos tan
evidentes como los temblores, sudoración o tartamudeo.
Debes aprender a convivir con ese miedo y piensa que en
realidad es un simple mecanismo de defensa. Si eres fuerte y
no das señales de miedo, nadie lo notará.
No obstante, es cierto que nuestro miedo nos condiciona
para sentir, actuar y tomar decisiones. Si nos referimos a
hablar en público uno de los principales temores de los oradores
poco ave- zados es la posibilidad de quedarse en blanco.
Que se les olvide todo lo que tienen previsto contar. Para
ello hay técnicas como llevarlo todo escrito, aunque no es
recomendable.
Para evitar quedarte en blanco lo mejor es llevar una
pequeña chuleta que te permita ir de un sitio a otro de tu
disertación y no quedarte en blanco. Aunque siempre
puedes ser humilde, reco- nocer ante el auditorio que te has
quedado en blanco, consultar tus apuntes y retomar el
tema. Todos somos humanos, muchos pensarán que menos
mal que te ha ocurrido a ti y no a ellos.
Es un proceso de ansiedad que experimenta la persona cuando tie-
ne que ponerse en pie para hablar ante un auditorio, o sentada. Este
miedo escénico se puede activar por fallos de la memoria y en la
concentración, pesimismo del protagonista y confusión de ideas,
y temor al rechazo, el error, el fracaso y, finalmente, el ridículo.
Quizá todo ello pueda venir provocado por una baja autoestima.
Pero siempre tiene que haber una primera vez. Imagina que
te llama tu jefe y para darte una alegría te dice que la
semana si- guiente hay una convención de la empresa y tú
serás el encarga- do de presentar el acto. Vendrán directivos de
alto y medio rango de toda la compañía. Más de cien
personas observándote en un escenario. Doscientos ojos
escrutando lo que haces y otros tantos oídos escuchando cada
una de tus palabras.
Lo primero que sientes es cómo se te cae el cielo encima. Te aca-
ban de hundir en la más absoluta de las miserias. Como no te
ves capaz de tamaño esfuerzo, solo comparable a los trabajos
de Hér-
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

cules, intentas explicarle a tu jefe que no puedes hacerlo porque
nunca lo has hecho, y no tienes ni idea de cómo hacerlo. Tu jefe te
mira con mucho cariño y afecto, te da una palmada en la espalda y
cuando piensas que ya le has convencido te dice que lo importante
es “repartir juego”, que él no quiere copar la atención de todos y
que pretende que sus empleados más fieles y competentes (des-
graciadamente ese parece ser tu caso) sean los protagonistas de
este tipo de actos. Te vuelve a hundir más en la miseria, si cabe.
Ante este argumento no tienes nada que responder, excepto
dar- le las gracias por la confianza. Aunque en el fondo, y no tan en
el fondo, tú tienes muy claro que lo que querrías es darle una pata-
da donde más le duela o una somanta de leches, porque lo
que tu jefe ha hecho es, simplemente, quitarse el marrón de
encima. Y te lo ha colocado a ti, “pringao”.
El asunto no tiene remedio. Vas a tener que hacer de maestro
de ceremonias. No solo tendrás que contar las bondades de
la em- presa, lo bien que van los números porque habéis
logrado salir de la crisis, sino que, además, tendrás que
introducir a otras per- sonas que van a hablar durante unos
minutos.
En un alarde de ingenio imaginativo lo primero que haces es ir a
“san Google” y preguntarle “cómo se presenta un evento de empre-
sa”. Bueno, eso es lo que has hecho tú y lo que hace todo el mundo. Y
“san Google”, que es tan eficiente como tu jefe espera que lo seas
tú, te da unos 37.700.000 resultados en 0,38 segundos.
Demasiados,
¿verdad? Vuelves a intentarlo con una pregunta un poco más se-
lectiva: “cómo se presenta un evento de empresa sin tener ni idea”.
Ahora los resultados se reducen considerablemente; solo
1.400.000 en 0,46 segundos. ¡Pero mira que eficiente es este
Google!
El problema es que el buscador te ofrece tantas
posibilidades y tan variopintas que no sabes qué hacer. El
primero de ellos es: “¿Qué tengo que hacer para empezar
un negocio desde cero?”. No te sirve. Empezamos mal y
seguimos peor.
Decides cambiar de táctica y te vas a YouTube, a ver si
encuen- tras algún vídeo que te aporte alguna idea o
conocimiento. Solo
276.000 resultados en menos de un segundo. Aunque tampoco
Carisma y Empatí a

te va a servir de mucho porque el primer resultado te
enseña a hacer el elevator pitch , pero no a presentar un
acto. El tercero te resulta gracioso, viene de México:
“Stripper se presenta en un evento de mujeres del PAN”.
¡Esto no funciona!
Habrá que seguir buscando. Y sigues buscando, pero no encuentras
nada que colme tus expectativas. Así que te decides a preguntar a
un profesional que se dedica a enseñar a la gente a hablar en públi-
co, presentar eventos y zarandajas similares. Es amigo de un amigo
de un amigo y te va a hacer el favor de explicarte cómo se hace.
Quedáis a tomar un café y le explicas tu problema. El tío,
que no sabes si es un “cachondo mental” o un hijo de mala
madre con muy mala leche, se empieza a partir de risa y
cuanto más an- gustiado te ve más se cachondea. Tú, ya un
poco mosqueado, le preguntas qué pasa. Y él con cara de cariño,
comprensión y pena te dice que te estás preocupando en
exceso.
Nadie va a buscar tus puntos flojos, ni va a dedicarse a criticarte.
Lo que tienes que hacer es elaborar un guion, con letras grandes,
Arial tipo 22, por ejemplo (es lo que siempre hago para no
tener que ponerme las gafas). En el guion introduces
alguna anécdota en la que se puedan sentir reflejados tus
compañeros; si es algo gracioso mejor, pero procura
asegurarte de que si afecta a algún compañero nadie pueda
identificarle.
Una vez hecho ese guion lo repasas, te coges un rotulador y mar-
cas las partes importantes, palabras o conceptos que te
pueden servir si te pierdes en la lectura. Lo ideal es que no
leas, sino que con esas partes destacadas vayas hablando con
naturalidad, aun- que si estás muy asustado y ves que te vas
a perder es mejor que leas, pero despacio.
Si te equivocas al pronunciar una palabra, no pasa nada.
Vuelve a decirla y punto. Se supone que estás contando algo
y cuando cuentas algo a veces te comes unas letras y lo
repites para que quede claro. Recuerda que no eres un
presentador profesional y tienes derecho a rectificar. Los
que presentamos eventos de for- ma profesional también
tenemos ese derecho, porque todos so- mos humanos. Ya
sabes, errar es humano y rectificar es de sabios.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Te lees el guion varias veces, se lo enseñas a tu jefe por si
quiere añadir algo y con el visto bueno definitivo te lo intentas
aprender de memoria. No para que lo leas sino para que tengas
control so- bre todo el evento que vas a presentar. Se trata de
aprenderlo de memoria, no de repetirlo de memoria,
porque como lo intentes hacer así y se te olvide una sola
palabra perderás todo el hilo y la fastidiarás.
Una vez hecho esto, el amigo del amigo de tu amigo te
cuenta qué es lo más importante de todo. No te preocupes si
cometes un error o varios porque nadie lo va a recordar al día
siguiente, a no ser que se te caigan los pantalones y te quedes
en calzoncillos, algo que no parece probable que suceda.
El amigo del amigo de tu amigo te da el consejo final. No te pon-
gas nervioso porque todos los que te estarán escuchando
seguro que están pensando que menos mal que no les ha
tocado a ellos hacer la presentación, porque no habrían sido
capaces. Menudo marrón les habría caído si se lo hubiesen
encargado a ellos. Sin comerlo ni beberlo te los has puesto
a todos de tu lado y lo nor- mal es que al final del acto todos
comenten lo bien que lo has hecho, aunque no lo hayas hecho
tan bien. Pero ellos tendrán esa percepción simplemente
porque eres tú el que se ha comido el marrón.
Inconscientemente se sienten aliviados.
Tus compañeros no están mirando a ver en qué te equivocas, sino
pensando en el final de acto, cuando vienen los canapés y la char-
la con aquel compañero al que no ven desde hace meses
porque está en otra provincia. O quizá se hayan pasado
todo el acto ju- gando con su móvil.
No ven tus errores, si es que los tienes, solo ven que no son
ellos los que se han comido ese marrón. Solo por eso, si no
se te caen los pantalones, habrás salido con éxito de la
prueba. Y tu jefe estará encantado, tan encantado que,
probablemente, la próxi- ma vez también te comas otro
marrón. Para ser la primera vez ha estado bien, pero ahora
sí tienes que prepararte y aprender a hablar en público.
Porque no se trata solo de salir del trance, sino de gustar, remover
sus corazones y sus sentimientos. Ganártelos. No ha sido
difícil, ¿verdad?
Carisma y Empatí a

Cuando todo sale mal, ¡maldita sea!
Imagina que tienes que hacer la presentación de tu vida, en
tu empresa. Te juegas mucho en el envite. No te queda más
remedio que hacerlo bien; mejor dicho, muy bien. Tienes que
impresionar. Y te empiezas a poner nervioso pensando en
todo lo que te jue- gas al día siguiente.
Lo cierto es que no deberías estar excesivamente
preocupado, si acaso algo tenso por la responsabilidad,
pero nada más.
Ya has elegido hasta la ropa que vas a llevar. Si eres chico un traje
tradicional, con corbata roja, para que tu comunicación no verbal
transmita fuerza, coraje y potencia. Si eres chica también te
po- nes algo rojo, evitas el vestido y usas pantalón. Aunque
esto de los colores va en gustos.
Está todo listo, nada puede salir mal. Te has preparado a conciencia
esa presentación. La has ensayado más de cincuenta veces.
Algunos de tus colegas se han reído de lo lindo a tu costa y en tu cara
porque piensan que te has pasado con tanto ensayo. Tú, sin
embargo, no has hecho caso y has seguido a lo tuyo, que la ocasión
lo merece.
Llega el día de la presentación. Es a primera hora de la mañana, a
eso de las diez. Tardas quince minutos en llegar al lugar desde casa
y, como quieres estar allí con tiempo suficiente, sales una hora antes.
Te despides de los niños que están desayunando, y te comen a besos
y abrazos porque saben que es un día muy importante para ti.
Coges tu maletín y sales corriendo. Llegas con tiempo más
que suficiente. Estáis tú y el apuntador, es decir, el
informático que prepara todo para que puedas hacer tu
presentación.
Decides dar una vuelta por el escenario para ver cómo está,
por- que a ti te gusta moverte. Una presentación en una silla
y detrás de una mesa quita mucha fuerza y tú lo sabes.
Mientras paseas por el escenario… ¡maldita sea! Te das
cuenta de que tienes la chaqueta manchada. Tus hijos con
tanto cariño y tanto abrazo te han dejado los restos de sus
besos y del desayuno en la ropa.
¡Menudo disgusto! ¡Y ahora qué hago!
Tranquilízate, te quitas la chaqueta y como llevas una camisa que
no está manchada, haces tu trabajo como si nada. En el
caso de las chicas es más sencillo, pero si se trata de un
chico, hacer una
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

presentación con traje y corbata sin chaqueta puede quedar
algo raro. Así que decides pedir una chaqueta prestada a un
compa- ñero, porque seguro que en la sala hay alguno que
usa tu misma talla.
El informático te pide que le pases el pen drive con la presentación
para cargarla. Buscas y rebuscas en tu maletín y no la encuentras.
De nuevo, ¡maldita sea! ¿Dónde la habré dejado?
Recuerdas que ayer estuviste haciendo un cambio de última
hora y dejaste el pen drive en el portátil. Era la última
versión. Y por si fuera poco tampoco tienes los papeles
impresos con la presentación para se- guir el guion.
La cosa se empieza a poner fea, ¿eh? Ya solo te falta que,
como eres chica y llevas tacones, se te rompa un tacón. Y
se te rompe,
¡maldita sea! ¿Y ahora qué?
No puedes andar por el escenario con un tacón sí y un
tacón no, sin chaqueta y sin presentación. “Creo que lo
mejor será que si- mule un desmayo y que me lleven al hospital y
así paso el trance para que no se den cuenta de que he metido
la pata hasta el fon- do”. Vale, es una solución, pero no es tu
solución.
Con los tacones puedes hacer dos cosas, romper el otro para igua-
larlo –lo que no sé si será muy práctico– o ir al coche, que
está a medio minuto de la sala y coger esas zapatillas que
siempre lle- vas para conducir. ¡Pero cómo voy a dar una charla en
zapatillas! Bueno, porque lo primero es dar esa charla y
luego lo otro. Y, además, no creo que nadie se percate. Piensa que
estás encima de un escenario y en lo último que se va a fijar la gente
es en tus pies. “¡Sí, vale, pero sigo sin tener la presentación ni
los papeles para seguir el guion!”. Sí, eso es cierto, creo que
deberías pegarte un tiro. O quizá recordar las risas y burlas
de tus compañeros por- que te pasabas el día preparando
esa exposición. ¡Más de cin- cuenta ensayos para esto! Vamos,
que te la sabes de memoria. No te hace falta guion ni nada.
Y tú, que no eres cobarde, decides seguir adelante. Cuando
lle- ga la hora, simplemente explicas que no hay
PowerPoint porque lo importante es lo que vas a transmitir
y lo que el auditorio te va a transmitir a ti. Así, de una
debilidad has hecho virtud. El
Carisma y Empatí a

auditorio pensará: “qué maja es esta chica, o qué majo es
este chico, que en vez de poner tediosas diapositivas piensa
en los que escuchan”.
Claro que en la presentación había gráficos y tú tienes que hablar
sobre el tema. No importa, habla sobre ello y cuando
tengas que referirte a un gráfico hazlo de forma genérica y diles
que podrías haberles traído veinte gráficos para ponérselos
pero que no has querido hacerlo por respeto a ellos. Con esto te
los vas a meter en el bolsillo; nadie tiene por qué enterarse de
que nada de lo que tenías preparado te ha salido bien.
Durante tu charla cuentas algunas anécdotas, cosas que
ocurren cotidianamente en la empresa y que a todos les
interesa porque han vivido situaciones similares o
relacionadas con lo que estás contando. Sin comerlo ni
beberlo, has logrado llegar a su cora- zón.
No olvides que la ley de Murphy existe, que si algo puede
salir bien saldrá mal, y que si algo puede salir mal saldrá
peor. Claro, que saldrá peor si tú no haces nada frente a los
contratiempos, si te acobardas porque no tienes la
presentación ni los papeles.
Si decides que sin ese apoyo no puedes salir adelante
fracasarás, pero si por el contrario haces frente a la
situación tienes muchas papeletas para salir triunfante,
seguro. Y solo por dos razones, porque eres valiente y
porque te lo has preparado a conciencia. Porque, por muy
mal que se pongan las cosas, si te lo has traba- jado todo
saldrá bien. Es una de las leyes de oro para hablar en
público: ensayar, ensayar y ensayar. Y cuando hayas
terminado de ensayar, continúa ensayando. Y al tal Murphy
ese… a freír espárragos.

El día de la charla no te emociones
Hace unos meses participé como ponente en un congreso
de psi- quiatría. Como podrás imaginarte, no me contrataron
por mis amplios conocimientos de la mente humana, sino
más bien por lo que he aprendido a lo largo de los años de lo
que ocurre en la calle, de lo que adultos y niños y jóvenes
hacemos con la tecnolo- gía, cómo la utilizamos y sus ventajas,
inconvenientes y peligros.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Se trataba de una ponencia de veinte minutos, algo que en
prin- cipio no debería plantearme grandes problemas. Yo era el
tercero en actuar, justo inmediatamente antes del descanso
del café.
La primera ponencia estuvo en su sitio, correcta. Pero la
segun- da… eso es harina de otro costal.
Al principio estuve observando al público sin prestar
excesiva atención a lo que decía la ponente. Al fin y al cabo, son
temas muy concretos de los que no entiendo. Pero en un
momento dado, ella empezó a contar una historia que nos
enganchó a todos, suscitó nuestro más profundo interés, el
de todos. Estábamos ávidos de conocer más datos de la
historia. Y ella, la ponente, los fue des- granando durante
unos minutos.
Yo, que me dedico profesionalmente a enseñar a la gente a hablar
en público, lo pasé fatal. Me di cuenta de que lo tenía muy difícil,
no ya para superar esa ponencia, sino para llegar a su
altura. La historia era de lo más interesante y la oradora disponía
de veinte minutos para contar lo que ella quería contar.
Se me estaban llevando los demonios, aquello no había
quien lo igualase. Ella había logrado llegar al corazón de la
audiencia, que es de lo que se trata en estos casos. No es que yo no
fuese a triun- far, que era mi primera intención, sino que muy
probablemente iba a quedar a la altura del betún comparado
con ella.
Terminó su historia casi a la vez que consumía los veinte minutos
y yo no sabía dónde esconderme. Imposible igualar, y mucho
menos superar, aquello.
Pero cometió un error. No calculó bien el tiempo. Cuando
había pasado todo el que tenía adjudicado todavía le
quedaba la mitad de lo que quería contar. Y ella estaba
decidida a contarlo todo, pasase lo que pasase. Cinco
minutos después de consumir su tiempo, el moderador le
avisó de que tenía que terminar; ella dijo que terminaba
enseguida, pero siguió mostrando gráficos, datos y
estadísticas que ya no le interesaban a nadie, porque todos
estaban pendientes de que se acercaba la hora del café.
Aún estuvo diez minutos más. Total, el doble del tiempo
adjudi- cado. A mí esto me vino muy bien porque lo que se
había con- vertido en una presentación magistral de veinte
minutos acabó
Carisma y Empatí a

transformándose en una tediosa sucesión de datos
estadísticos que aburrieron a todo el auditorio.
Estaba salvado. Pero había otro problema. Ella había
malgastado su tiempo y el mío. Yo tenía adjudicados veinte
minutos y deci- dí hacer mi exposición en poco más de diez.
Además, como la gente ya estaba un poco cabreada porque
se habían sobrepasado los tiempos previstos, me vi obligado
a cambiar mi discurso. En un principio tenía pensado
contar lo que les ocurre en la calle con la tecnología y ser
bastante serio, aunque con algún toque de humor. Pero al
comprobar el aburrimiento y cabreo del personal, decidí
cambiar y centrarme en la vena humorística (tengo que
reconocer que yo, gracioso, gracioso, lo que se dice
gracioso, soy más bien poco).
Estaba algo intranquilo y decidí probar a ver qué pasaba.
Solté un par de gracias y funcionó, el público reaccionó y se
reía, así que continúe por ese camino. Todavía no sé cómo,
pero logré que durante mi disertación, que duró menos de doce
minutos, se riesen al menos diez veces. No estaba mal.
Había logrado salvar los muebles, y no porque yo lo
hubiese he- cho muy bien, sino porque quien me antecedía
lo había hecho rematadamente mal al empecinarse en
contar todo lo que había preparado.
Cuando imparto algún curso o taller para hablar en público,
ex- plico a mis alumnos que para una charla de media hora
tienen que llevar preparado material para más de una hora
y prever que es posible que tengan que acortar su
disertación y dejarla en veinte minutos. Es la flexibilidad
que se nos exige, sobre todo si no queremos quedar como
unos pesados ante la audiencia.
El público que asiste a un acto espera, cuanto menos, que seamos
puntuales, no solo al empezar sino también al terminar. Es
la di- ferencia entre dejar un buen y un mal sabor de boca.
Personalmente, cada vez que tengo que hablar en público y
voy precedido de otras personas calculo que voy a tener
que reducir mi presentación en, al menos, un veinte por
ciento. Si hace falta se reduce, y si no es necesario se
cuenta tal y como está previsto. Algunos alumnos me dicen
que si ellos llevan preparados trein- ta minutos no pueden
cortar, porque el público se daría cuenta.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Mentira. El público no se percata, porque no sabe la
cantidad de material que has preparado. Tú terminas cuando
veas conve- niente, siempre que no hayas anunciado que vas
a hablar de un tema, porque si lo anuncias tienes que hablar
de él.
Si llevas diapositivas hay un pequeño truco para que no se
note que has cortado tu presentación. Piensa que toda
presentación tiene su principio y su final, su primera y su
última diapositiva. Si tienes que acabar por las bravas solo
hace falta que pulses la tecla “fin” de tu ordenador y te
llevará a la última diapositiva, a la despedida. Sencillo,
¿verdad?
Asegúrate siempre de que nunca te digan: “Ha estado bien, aun-
que un poco larga”.
Otra cuestión es la lectura de los discursos. Hace un tiempo asistí
a una ceremonia de graduación de bachillerato, donde
hablaron varias personas. El primero fue el director, que estuvo
comentan- do la necesidad de que los chavales que se
estaban graduando fuesen “buena gente” en el futuro. Y
habló de las virtudes de la educación en ese centro escolar,
concertado. Como se trata de un colegio católico, la
celebración religiosa no podía faltar. Y aquí la primera en la
frente. Nada más empezar a hablar el cura, se aco- pló el
micrófono, durante dos o tres segundos, no más.
El pobre hombre, que le dio más importancia al tema de la
que realmente tenía, se disculpó diciendo que esto no
pasaba antes cuando en ese centro se impartía más
formación técnica. Fue la primera en la frente porque,
aunque no era su intención, ni mu- cho menos, dejó por los
suelos el discurso del director, que aca- baba de hablar
sobre las bondades de la educación en ese centro escolar.
También hablaron algunos de los estudiantes que subieron
al es- trado a pronunciar unas palabras, previamente
pactadas, claro. Da pena comprobar la diferencia entre los
nuestros y los estu- diantes estadounidenses, que es abismal.
Los nuestros no saben hablar en público porque el sistema
educativo no se preocupa de formarles en este aspecto. En
Estados Unidos, sin embargo, a los ocho años ya están
haciendo exposiciones ante sus compañeros. Luego nos
quejamos de que tengan más éxito que nosotros.
Carisma y Empatí a

Una de las chicas que habló, muy mona ella, parecía más
preo- cupada por lo guapa que iba, que lo iba, que por lo
que estaba contando y, sobre todo, cómo lo estaba contando.
En realidad, contar lo que se dice contar, no contaba nada
porque lo estaba leyendo. Y se notaba que lo leía. Por
supuesto que la gente se da cuenta cuando otro está leyendo
un discurso si no es un experto, y esto le quita fuerza a nuestras
palabras, que suenan vacías. Eso le ocurrió tanto a esta chica
como al resto de los estudiantes que intervinieron. Se
centraron en el papel, limitándose a leer lo es- crito. No se
dieron cuenta de lo difícil que es leer un papel al aire libre cuando
corre un poco de viento, porque encima estábamos en el
exterior y había algo de viento.
Difícil porque la hoja se mueve mucho y nos confundimos
de renglón, y eso se nota. Y también, porque al moverse el
papel, si es un poco grande, un folio, por ejemplo, da la
impresión de que estamos nerviosos. Si finalmente
decidimos utilizar el papel y tenemos que sujetarlo con las
manos, lo mejor es doblarlo por la mitad, dejarlo en tamaño
cuartilla para que no demos la sen- sación de nerviosismo
porque nos tiemblan las manos. Cuanto mayor sea el papel
mayor será el tembleque de nuestras manos.





CAPÍTULO SIETE
Relación con los medios de comunicación



En la sociedad actual tienes que relacionarte con los
medios de comunicación. Da igual que estés en la capital
del país que en una pequeña población, porque es poco
habitual encontrar un lugar, por muy pequeño que sea,
donde no haya emisora de ra- dio, televisión o periódicos,
ya sean de papel o digitales.
Vamos a centrarnos, en primer lugar, en la rentabilidad a la
hora de hacernos visibles según en qué medios. Porque tener
repercu- sión mediática puede ser positivo o negativo para
nuestros inte- reses, depende de la situación.
A veces pensamos que es mejor que nos conozcan, aunque
sea para mal. Pues hay que valorar si esa es la impresión
que que- remos tener. Que sepan que la empresa X ha
cometido un error para algunos puede parecer que es algo
beneficioso: la gente se queda con el nombre de la empresa,
y luego ya se arreglará la situación para que acaben con una
buena impresión. Pero por su- puesto hay que valorarlo: ¿nos
interesa que nos conozcan, pero para mal? Esto dependerá
de cada uno.
Por eso el primer paso tiene que ser decidir si nos conviene
el medio, en qué condiciones y en qué momento. Y valorar
si el esfuerzo de toda la gestión que implica “salir en los
papeles” merece la pena.
En ocasiones nos obcecamos en aparecer en un gran periódico de
tirada nacional a pesar de que nuestro público, nuestros clientes,
Carisma y Empatí a

no son sus lectores. Quizá sea mejor esforzarse en aparecer
en el periódico de nuestra región o provincia, porque es el
que leen nuestros clientes. Será mucho más rentable y nos
ayudará a ha- cer caja, que es de lo que se trata.
Nos interesará estar presentes en todos aquellos que traten
con profesionalidad nuestra actividad, independientemente de
que en un momento dado puedan tener puntos de vista
diferentes a los nuestros. Si tienen visiones distintas sobre lo que
queremos dar a conocer, tendremos que aceptarlo como parte
del juego.
No debemos intentar imponer a un periodista nuestra
visión del tema, aunque sí tratar de convencerle de que
nuestro punto de vista es el adecuado. Otra cuestión será
cómo “vendemos” nues- tra presencia en esos medios.
¡Yo no quiero salir en The New York Times ! Curioso, ¿verdad? O al
menos llamativo. No me imagino a alguien que no quiera salir en
ese periódico, que probablemente es el más conocido de
todo el mundo. Un medio de comunicación con un montón
de páginas que los domingos se convierte en una magnífica
enciclopedia, por lo voluminoso del mismo.
Si salimos en The New York Times tenemos que ser capaces
de rentabilizarlo. ¿Para qué nos sirve que nos citen allí si
luego no obtenemos provecho? Imaginemos que
aparecemos en la página 36 del periódico. Página, por
cierto, par y, por tanto, peor que las impares a la hora de que
nos vean. ¿Para qué nos va a servir? Puede que no para
mucho.
Evidentemente, puedo ir contando que he salido en ese
magní- fico periódico, ¿y qué? No me sirve de mucho
contarlo, pueden creerme o no creerme. Lo que tengo que
hacer es demostrar que he estado allí. Y ahí vamos a la parte
práctica del negocio. Nece- sito escanear el periódico y
subirlo a mi web o conseguir el PDF de la parte donde
salgo, para colgarlo. O tener un enlace que poner en mi web
para que pueda verse. Porque lo importante no es salir en ese o
en otro medio de comunicación. Lo importante es poder
demostrarlo.
La visibilidad no es solo salir en los medios, sino poder
mostrar que has salido. Si nuestros clientes potenciales no
leen The New
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

York Times , algo bastante probable, la única forma que
tenemos de que sepan que hemos logrado presencia en ese
gran y mun- dialmente reconocido medio de comunicación,
o en el Heraldo de Aragón , que para el caso que nos ocupa es lo
mismo, es hacer que puedan verlo. Y solo podrán verlo si nos
preocupamos de colgar- lo en nuestra web, redes sociales y
demás plataformas.
Para seguir hablando de comunicacion en los medios
deberíamos diferenciar entre visibilidad y presencia, que no son
lo mismo. La presencia es todo lo que tenemos, lo que
hacemos con nuestra web, con nuestras redes sociales o
cualquier otra acción que nos permita estar presentes en la
sociedad. La visibilidad consiste en que seamos capaces de
hacer que esa presencia, que puede pasar desapercibida, sea
conocida por el público. Preferentemente esa clientela que
nos interesa a nosotros, y que son los que luego van a comprar
nuestro producto o servicio.
Para ser visibles tenemos que aprovechar las ocasiones que
se nos presentan. Por ejemplo, imagina que estás en un
foro en el que hay varios periodistas. Algunos de ellos son
lo suficiente- mente importantes como para que tú intentes
que os presenten. Ahora, imagina que te van a dar un
premio en unos días y te han presentado a ese periodista.
Tienes tus dudas y no sabes si “atacar” y decirle que te van
dar el premio, no por el premio en cuestión, sino para que
publique algo en su periódico.
Ante la duda, decides que es mejor no ser “un jeta”, no sea
que vaya a pensar que tienes un morro que te lo pisas. Así
que os presentan y después de unas breves frases de cortesía
decides retirarte, para no incordiar. La verdad es que has hecho
muy bien en no molestar a ese señor, o señora. Seguro que no
se lleva una mala impresión tuya, y eso es importante. Si lo
que pretendías era pasar desapercibido, ¡enhorabuena, lo has
conseguido! ¡Qué buen chico eres! Ahora, si lo que
pretendías era que publicase algo sobre tu premio, ¡la has
fastidiado!
Ahora vamos a ver el otro camino. Imagina que os acaban de pre-
sentar y que después de unas breves frases de cortesía le
comen- tas que te van a dar un premio, que si no le parece
mal le envías
Carisma y Empatí a

una nota de prensa que has elaborado por si considera
oportuno publicar algo sobre el tema en su medio. Tras esto
él te pregunta que si te van a hacer alguna foto. Tú le
respondes que sí. Enton- ces él te dice que cuando tengas la foto
se la envíes para publicar- la porque tendrá más relevancia
que “un breve” en el periódico. Te da su email y le envías la foto
en cuanto dispones de ella. A los tres días ya tienes tu linda
carita reflejada en el citado periódico. Qué, ¿piensas que
estas cosas no pasan? Pues sí, pasan. Pero para ello tienes que
mojarte. Tampoco es tan difícil, ni te van a comer; que los
periodistas no se comen a nadie. Pero, como dicen los
coaches , tienes que salir de tu zona de confort y pedir. La negativa
la tienes de antemano, ahora tienes que ir a por el sí.
La relación con el periodista es fundamental cuando
queremos conseguir presencia en los medios. Hay varias
posibilidades: email, contacto telefónico o el cara a cara,
principalmente. Lo mejor es utilizar las tres y por este
orden.
Independientemente de que conozcamos o no
personalmente al “plumilla” en cuestión, lo primero es
enviar un correo electróni- co con una nota de prensa. En
esa nota le ofreceremos informa- ción y algo más: la
posibilidad de descargarse imágenes en foto, vídeo o
cualquier otra opción que nos permita darle un valor
añadido a nuestra información. Cuanto más, mejor.
Una vez enviada la nota de prensa nos pondremos en
contacto con los diferentes medios de comunicación. En
ese momento ya deberemos tener clara toda la estrategia
que vamos a seguir, tan- to en lo que se refiere al contacto directo
con los periodistas como a las notas de prensa que
enviaremos.
Hemos de ser muy selectivos y elegir a los periodistas que
más nos interesen, porque es imposible hablar con todos. O
a los que tengamos más capacidad de llegar, a través de un
contacto pre- vio, un familiar, amigo o compañero de
trabajo.
Piensa que los más importantes para nosotros no tienen por
qué ser los que trabajan en los medios con mayor difusión,
sino los que mejor van a servir a nuestros intereses. Son aquellos
que con sus informaciones nos van a ayudar a hacernos visibles y
au-
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

mentar las ventas (porque estamos hablando de vender, de hacer
caja; no somos hermanitas de la caridad).
Imaginemos que somos emprendedores al estilo de Juan
Palo- mo: yo me lo guiso, yo me lo como. Es decir, lo
hacemos todo nosotros solitos. Eso significa que si
dedicamos mucho esfuerzo a un tema no lo dedicaremos a
otro, y tenemos que lograr un equilibrio que nos permita
sacar nuestra empresa adelante. No se pueden gastar diez
horas para intentar salir en los medios y dos minutos para
buscar clientes.
Una vez que hemos contactado con el periodista por email,
le llamaremos por teléfono para mantener una breve charla,
dar- nos a conocer y ver si hay posibilidades de que nos
tomemos un café. Esta es la parte más difícil. Algunos
periodistas somos gente normal y hemos tomado consciencia
de nuestra condición de insignificantes seres humanos
como los demás con los mis mos problemas: discutimos en
casa, no llegamos a fin de mes, los niños suspenden,... en fin,
para qué seguir. Otros, sin embargo, piensan que son Dios y no
hay quien se acerque a ellos (hasta que su empresa hace un
ERE y vuelven a la Tierra). Bueno, cuando detectemos a
uno de estos últimos lo mejor es plantearnos buscar otras vías
para salir en ese medio.
La otra parte de la estrategia es el café. Quedar para
conocernos personalmente cerca de su oficina o donde le venga
bien, para no causarle trastornos. Ahí le contaremos lo que
hacemos, veremos posibilidades de colaboración y le
ofreceremos nuestra ayuda por si necesita algún tipo de
información sobre nuestro sector en cualquier momento.
Crearemos una relación basada en el respe- to mutuo: yo
necesito al periodista para que cuente mi historia, pero él
me necesita a mí (o a otro como yo) para contar historias.
No obstante, lograr esta reunión no es fácil. Él no suele tener
tiempo ni interés en mantener este tipo de encuentros, a no ser
que el tema le resulte muy interesante, algo que habitualmen-
te no ocurre, o que tengamos una relación buena y asentada con
él, o vayamos recomendados por alguien con mucha in-
fluencia sobre él, que es la mejor estrategia. Es cuestión de ir
probando.
Carisma y Empatí a

A veces nos empeñamos en invitar a comer al periodista.
Es rara la semana que un periodista no recibe una o dos
invitaciones para comer en buenos restaurantes. En alguno
de ellos el cubierto cuesta cerca de los cien euros, o más. A un
periodista le invitan a estos saraos porque el que paga la cuenta
tiene interés en lograr visibilidad mediática, y piensa que así
será más fácil.
Lo que muchas veces desconoce el que pretende tirar de cheque-
ra es que a muchos no nos gusta comer fuera de casa o de nuestro
entorno habitual. En mi caso soy reacio a almorzar o cenar
fuera de mi casa y solo lo hago de forma excepcional, muy
excepcio- nal. Lo cierto es que lo tengo bastante fácil para
evitar esas co- midas. Como me sobra algún kilo (bueno,
alguno no, bastantes), digo que estoy a dieta y no puedo
comer fuera de casa, que lo cambiamos por un café. Y nos
tomamos ese café y me pueden contar su historia.
Algunos meses puedes llegar a rechazar hasta diez o más
invita- ciones para comer. Cierto es que quien invita, por
regla general, no suele hacerlo con mala voluntad.
Probablemente piensa que si a un periodista le invitan a un
buen almuerzo o cena va a ser más fácil que salgan en su
medio. Pero hay un problema, porque por muy ricos que estén
esos manjares, lo que realmente tiene que ser bueno es tu
historia.
A un periodista en vez de invitarle a comer es mejor ofrecerle un
buen tema para que pueda “sacarlo” en su medio. No le
interesa otra cosa. Lo que quiere es hacer bien su trabajo, y
solo lo hará bien si cuenta cosas interesantes. Si está en un
medio impreso, véndele una historia que devoren sus
lectores. Si está en una ra- dio o televisión, haz lo mismo.
Dale algo interesante para que quien esté oyendo o viendo
ese programa no cambie de cadena. Hay quien piensa que con
invitar a un comunicador a comer, ha- cerle un regalo o algo
parecido ya tiene garantizada su presencia en ese medio. No
digo que no haya gente que lo haga, que en todas las
profesiones hay de todo, pero no es lo habitual. En todo caso,
será la excepción que confirme la regla.
Un periodista quiere hacer bien su labor y mantener su
puesto de trabajo, y más en estos tiempos de crisis que
corren. Y no se
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

va a jugar su empleo por sacar historias que no interesan a nadie.
Solo sacará lo que considere que es atractivo para el
público que le sigue. Ya sea en prensa escrita, radio,
televisión o cualquier otro formato. Por eso, por favor, no
me invites a comer, mejor cuéntame una buena historia.
Y háblale clarito. Hay personas que utilizan jerga técnica que pa-
rece que les hace más importantes. Imagina que estás
escuchan- do un programa de radio o televisión. De repente
entrevistador y entrevistado se ponen a hablar utilizando
unas palabras que desconoces. Lo normal es que te despistes
o que cambies de ca- dena o emisora.
Algo parecido ocurre cuando alguien te manda un texto
que quiere que le publiques y te encuentras con que hay
muchos términos que la persona que lo va a leer o escuchar
desconoce. Incluso a ti te cuesta trabajo entenderlo a la
primera. Mi opinión es que en esos casos lo mejor es
devolverles el email y que lo re- dacten para que lo
entienda todo el mundo.
Te pongo un par de ejemplos. Ejemplo uno: “solución integral de
marketing multicanal, marketing digital y business
intelligence para…”. Esta lindeza te llega en un email.
Ejemplo dos: en un párrafo de cien palabras te incluyen
térmi- nos como “equity-crowdfunding, incubaceleradora,
coworking, mentoring, startups, website design, marketing
& sales, web content, entre preneurship, brand strategy,
business blogging, site launches”, entre otras perlas
literarias. ¡Ya hay que tener mala leche para usar estas
palabrejas, con lo fácil que es decirlo en castellano para que
lo entendamos todos!
¿Y qué hacemos si nos ocurre esto? La solución es sencilla.
Le mandas un email a la persona en cuestión que diga algo
así como: “Hola Pepe, necesito, por favor, que me traduzcas este
tex to al castellano, que lo entienda mi padre que tiene
ochenta años y a los ocho estaba arando y no sabe hacer la
“o” con un canuto, sin anglicismos”. Te garantizo que te
devolverá el texto correc- tamente escrito.
Y ahora, diez recomendaciones finales para ayudarte a
lograr vi- sibilidad en los medios de comunicación:
Carisma y Empatí a

El periodista no es Dios. Piensa que el periodista es un
ser humano como tú, con problemas como tú y con
necesidades como tú. No es distinto a ti ni pretende
serlo. Si tienes algo interesante que ofrecerle, ofréceselo.
Pero no intentes vender- le motos ni humo. El periodista no es
tonto y lo que quiere es dar a su público informaciones
interesantes, ya sea en prensa, radio, televisión o cualquier
otro formato. Si lo que propones es interesante
probablemente lo publicará. Si es pura publici- dad, irá a la
basura.
No lances campañas indiscriminadas para toda
España. Céntrate en las autonomías. Si a los medios
regionales les ofreces contenidos relacionados con su
región es más fácil que lo publiquen. Si se trata de
contenidos de carácter nacio- nal es muy posible que no
lo saquen.
Preocúpate de hacer caja, no de hacer política .
Hablando de comunicación no se hace caja
consiguiendo dinero (eso vendrá después), sino logrando
visibilidad. Para ello piensa que si le vas a mandar una
información a un medio nacio- nalista de una autonomía
bilingüe, debes mandarlo en los dos idiomas. Si no lo
haces así y lo envías solo en castellano tu comunicado
irá a la papelera. Si es un medio que publica en
castellano y se lo envías en el otro idioma,
probablemente también vaya a la basura. Manda tus
informaciones en am- bos idiomas. Recuerda que tú no
estás ahí para hacer política sino para lograr visibilidad.
No olvides los imponderables. Por muy bien que hayas
preparado una campaña de comunicación, piensa que se
puede torcer. Imagina los días en los que se desató el
es- cándalo de una compañía en bolsa, cuando su
fundador reconoció que llevaba varios años falseando
los contratos. Si en esos días hubieses preparado una
campaña sobre tu empresa y esta estuviese en el
Mercado Alternativo Bursátil (MAB), lo mejor habría
sido no seguir con esa campaña. Sin duda te habría
perjudicado. En ese caso es preferible dejar que pase el
escándalo. Hay veces que no podemos controlar la
situación.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

El día de… Cuando vayas a lanzar una campaña de
comu- nicación intenta aprovecharte del “día de”,
siempre que sea posible. El día internacional de… sirve
de “percha” como método para lograr visibilidad. Los
medios de comunicación suelen ser muy receptivos a
este tipo de celebraciones para sacar informaciones
relacionadas con el tema.
Si tienes un amigo periodista aprovéchalo, pero no
seas aprovechado. Pídele ayuda, pero sin pasarte. Quizá
pueda sacarte en su medio o puede que él no toque esos temas,
pero seguro que tiene un compañero o amigo de la
profesión que sí se ocupa de esa temática. Puede
ponerte en contacto con ese otro periodista, pero no le
hagas quedar mal.
Aprovecha las redes sociales para lograr más
visibilidad. Cuando salgas en un medio de
comunicación no dejes pasar la ocasión de darlo a
conocer. Si sales en televisión consigue el vídeo, ponlo
en tu canal de YouTube y viralízalo con tus redes sociales.
Piensa que si sales en un medio, pero solo se enteran
unos pocos, no te servirá de mucho. Tienes que lo- grar
vender tu presencia. Recuerda que no queremos salir en
The New York Times , lo que realmente queremos es el
PDF de The New York Times para poder demostrar que
hemos salido en The New York Times .
Pónselo fácil al periodista. No le compliques la vida. Eres tú
quien quiere salir en su medio. Si le envías un
comunicado asegúrate de que va en un formato
adecuado que pueda leer todo el mundo. No se lo envíes
con la última versión de tu maravilloso programa
informático porque quizá no dispon- ga de ella, no lo pueda
leer y vaya a la papelera. Si va a nece- sitar imágenes
ofréceselas, luego ya decidirá él si las utiliza o las busca
por otros medios. Piensa que él recibe decenas de emails
todas las semanas con propuestas de temas; tienes que lograr
que te elija a ti.
“Antes de la entrevista quiero que me envíes las
pregun- tas”. Ni se te ocurra decirle a un periodista que
te envíe las preguntas de la entrevista. Su cabreo puede
ser monumental
Carisma y Empatí a

y el resultado será que no te haga la entrevista o que te
la haga con “mala leche”, por listo y quedes fatal. Hay
métodos más sutiles como decirle que si quiere que
comentéis antes algo sobre la entrevista tú estás a su
disposición. Si cuela, bien, y si no te aguantas. ¿Te
imaginas que en una entrevista para televisión a un
político, su gabinete de prensa pida las preguntas? Sería
un escándalo.
Ofrece al periodista temas de interés social ,
publicables, sin publicidad, interesantes, que despierten
interés del público, correctos, legibles, de actualidad,
sin exagerar (sigue ponien- do los calificativos que veas
conveniente).





CAPÍTULO OCHO
Relacionarse con
otros Hacer los
deberes
Win win , algunos solo quieren su win y se olvidan del tuyo



Para relacionarnos con otros hay veces en las que vamos
de lis- tos, otras de tontos y otras no sabemos muy bien de
qué vamos. Y el asunto es más simple que todo eso, se trata
de saber estar a la altura de las circunstancias en cada
momento, que cuando ha- blemos con alguien lleguemos
donde queremos llegar utilizando la simple técnica de saber
estar.
¿Qué significa esto? Pues que no es lo mismo hablar con
un mi- nistro que con un obrero de la construcción, por
ejemplo. A cada uno hay que tratarle de una forma diferente. A
todos con respeto, pero de manera distinta.
Por ejemplo, si queremos mantener una conversación o que
un ministro nos preste atención en una reunión de grupo, no
po- dremos parecer superiores a él. El ministro, por
definición, sea del partido que sea y del gobierno que sea,
suele ser engreído, se considera por encima del bien y del
mal y le molesta enorme- mente que otros estén a su altura
o sean superiores a él. Bueno, como siempre, hay alguna
excepción que confirma la regla. Que cada uno busque su
propia excepción.
Cuando tratamos con un ministro debemos situarnos un
poco por debajo de él, no mucho, pero sí lo suficiente para
que el po- bre se sienta superior a nosotros. He dicho que
se sienta, no que
Carisma y Empatí a

lo sea. ¡Pobrecillo! Él se lo cree. Con esto lograremos lo
que que- remos de él, que no es otra cosa que nos escuche
con atención en una conferencia, que admita un proyecto
para que legisle sobre él o que su ministerio nos firme un
contrato.
Repito, un ministro por definición, y salvo la honrosa
excepción que no voy a citar, es un ser engreído, que está
por encima del bien y del mal. Esto ha pasado siempre,
tanto ahora como con Franco como en la República. La
diferencia quizá sea que ahora, supuestamente, te llama el
presidente para cesarte y en tiempos de Franco te mandaba
un motorista.
Pero si en vez de estar tratando con un ministro lo estamos
ha- ciendo con un obrero de la construcción, un carpintero
o un ce- rrajero (que nadie se enfade por alusiones, que mi
padre ha sido cerrajero toda su vida y estoy muy orgulloso
de él), entonces la cosa cambia. Tenemos que situarnos un
poco por encima de su nivel, pero solo un poco. Lo
suficiente para que si nos está escu- chando en una
conferencia o estamos conversando con él sienta que nos
colocamos prácticamente a su mismo nivel. Y que nos
ponemos en su piel. Es lo que llaman empatizar. Así
lograremos crear un puente de confianza.
La diferencia entre el ministro y el obrero es que con el
obrero el puente de confianza es real y puede llegar a ser
duradero, mien- tras que con el ministro es ficticio, y
perdurará el tiempo que duren los intereses de él sobre
nosotros. Ni un minuto más. Y ahora que hemos visto al
ministro y al obrero, vamos al punto intermedio.
Imaginemos que estamos en una reunión de negocios
donde hay un director general, varios subdirectores y algunas
personas más. Nuestra referencia siempre deberá ser la
persona que de cida, generalmente el director general.
Debemos ponernos a su altura demostrando que tenemos
tanto o casi tanto poder como él, que somos iguales, que
ambos estamos por encima del resto de los presentes. Si no
lo logramos esa persona nos ninguneará y es muy posible
que no consigamos lo que queremos, que no es otra cosa
que firmar ese sustancioso contrato.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Por eso, lógicamente, para ir a esa reunión hay que
preparárse- la y hacer los deberes como veremos más
adelante. Y para esa preparación hay que tener en cuenta
otras circunstancias como su comunicación no verbal. Por
ejemplo, cómo va vestido ese di- rector general, para no
desentonar. Si es un director general con vaqueros nosotros
deberíamos desechar la corbata. Si es un di- rector general
con corbata, que es lo habitual, quizá deberíamos desechar
los vaqueros.

Hacer los deberes
Presentando un evento sobre financiación, me contactó un
em- prendedor que tenía una idea y quería ponerla en
marcha, pero no tenía dinero. Quedamos en vernos unos
días después y me pidió que le dijese en qué estaba
fallando porque el negocio no salía adelante. No era capaz
de conseguir financiación.
Me contó cuál era su modelo de negocio y vi que uno de
sus principales errores era que pretendía competir con
grandes mar- cas nacionales que ofrecen ese mismo servicio
de forma gratuita, como un complemento en otros de sus
productos. Él no había caído en la cuenta. No había hecho
los deberes, no había mirado otros productos de la
competencia.
En cualquier caso, como él quería financiación y no soy
quién para decidir si un producto o servicio va a ser un
buen negocio, saqué el móvil, tiré de agenda, y llamé a un
inversor para que le contase su iniciativa. A partir de aquí
ya no quise saber más del tema; si se ponen de acuerdo o
no es cosa de ellos.
Pero lo que sí le recordé fue la necesidad de que cada vez
que viese a un inversor hiciese antes los deberes. Es decir,
que se en- terase de qué tipo de inversor se trata, cuáles son
sus gustos, y que estudiase su perfil en LinkedIn y el resto
de sus redes socia- les. Todo ello para saber cómo dirigirse
a él, o ella. Que hiciese una búsqueda sobre él en Google.
Esto se hace para que podamos empatizar con nuestro
interlo- cutor. Si somos capaces de ponernos en su piel será
más fácil que lleguemos a un acuerdo. Cierta información
sobre su vida profesional y personal no viene mal. No se
trata de cotilleos sino
Carisma y Empatí a

de saber si tiene hijos, cuántos, de qué edades y otros temas
ge- néricos de los que podamos charlar con él antes de
entrar en materia.
Porque al final empatizamos con la gente gracias a las
emocio- nes: eres de mi mismo pueblo, de mi mismo
equipo, de mi mis- mo partido político, te gusta el mismo
deporte que a mí o tienes hijos de edades similares a los míos.
Practicas mi misma religión. Nunca se sabe a quién te vas a
encontrar por el camino y lo que podéis tener en común.
Me ocurrió una vez en un pueblo de Nueva York. Fui a una
tienda de vinos a comprar una botella para cocinar
solomillo. Entramos en la tienda y un dependiente muy
amable se acercó a nosotros a atendernos. Todo esto en
inglés, por supuesto.
Le dijimos que queríamos una botella de Jerez dulce, y nos
llevó a la sección de vinos españoles. Allí nos enseñó una
botella de Pedro Ximénez, y cuando lo pronunció pensé: “ya está,
este tiene que ser español”.
No recuerdo cómo fue que me preguntó que de dónde era.
Le dije que de Madrid, y me dijo:
-“¡Anda, yo también! ¿De qué parte?”.
-“De Moratalaz”.
-“¡No puede ser! Mi hermano vive en la calle Vinateros”.
Y claro, ahí empezó una conversación contándonos qué
hacía- mos por allí. Qué casualidad, dos personas del mismo
barrio que se encuentran en Nueva York. En este caso solo
quería la botella de vino para cocinar, pero si hubiera
necesitado algo más, estoy seguro de que el señor se habría
desvivido para ayudarme. Todo por la empatía de ser no solo
del mismo país o ciudad, sino del mismo barrio.
Por eso parece esencial que intentes saber lo máximo
posible de la persona a la que vamos a pedir dinero, trabajo
o a intentar vender algún producto o servicio. Si haces los
deberes es muy posible que tengas más de la mitad del
camino andado; si no los haces, allá tú.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Win win
¿Conoces la expresión win win ? Se trata de un anglicismo
que significa ganar ganar . Viene a decir que en una relación
profesio- nal todos tenemos que ganar, una vez ganas tú y la
siguiente yo. Es una relación equilibrada que nos permite a
ambos alcanzar nuestros objetivos. El problema surge cuando
solo una de las dos partes consigue su win.
Cuántas veces no me habré encontrado con gente que
quería aprovecharse de mí y ganar, y volver a ganar, así una y
otra vez. Lo cierto es que más de uno me ha engañado, me
ha pedido, y conseguido, algo con la promesa de que luego
yo tendría tam- bién mi recompensa. Pero luego esa recompensa
no ha aparecido por ningún lado.
En esta vida hay que ser humilde, ayudar a la gente e
intentar ser buena persona, pero no tonto. Hace ya mucho
tiempo que el tema del win win lo llevo a rajatabla. Si tú
tienes tu win y yo no tengo el mío, se acabó la relación. No vas a
conseguir un segundo win . Tú te lo has buscado.
Recuerdo que hace unos años conocí a una emprendedora
que organizaba cursos de emprendimiento, congeniamos y
empeza- mos a trabajar juntos. Ella ya estaba bien situada y
ganaba dine- ro, pero mi nombre le venía muy bien. Por
aquel entonces yo ya era bastante conocido en el sector.
La idea, según ella, era dar conferencias, la mayoría gratuitas, para ir
abriendo mercado. Di muchas, más de treinta en tres años y el dinero
que saqué no llegaba ni para cubrir el coste de una de esas charlas.
Mis amigos y mi mujer me decían que estaba haciendo el tonto, que
estaba perdiendo el tiempo y que me estaba engañando, pero yo no
lo quise ver. No me daba cuenta. Veía que era un magnífico negocio
porque conseguiría meter a cuarenta o cincuenta personas en una
sala, y que pagaran por ello. Así que lo hacíamos gratis para ayun-
tamientos e instituciones, para sembrar y luego recoger. Por fuerza,
antes o después tenían que salir conferencias y otros eventos de
pago. Desgraciadamente mi mujer estaba en lo cierto,
porque cuando el negocio estaba totalmente rodado esa
emprendedora, en vez de llamarme a mí para dar conferencias y
talleres, contrató a otra
Carisma y Empatí a

persona con la que tengo entendido que se asoció, y yo me quedé
compuesto y sin novia.
Es cierto que no había invertido mi dinero, pero sí mi
tiempo y mucho esfuerzo e ilusión, y viajes a más de veinte
kilómetros de mi ciudad. Me la jugó. No he vuelto a saber
de ella. Si vuelvo a verla la saludaré con mucho cariño, porque
nadie va a conseguir que suba mi presión arterial. Pero no
volveré a trabajar con ella, nunca, a no ser que pague lo que
yo le pida, que no creo que le resulte rentable, y con ciertas
condiciones leoninas para evitar que alguien pueda copiar
mis talleres y conferencias y luego uti- lizarlos como
propios.
De todo se aprende en esta vida. Recuerda que las
relaciones tie- nen que tener dos win , no solo el tuyo. Si solo
buscas tu beneficio a costa del beneficio de los otros te vas a
quedar solo, todos hui- rán de ti como de la peste.
De todo se aprende en la vida. No es la única ocasión en la
que me han engañado, ha habido más, que para eso el
hombre es el único animal que tropieza dos veces con la
misma piedra, o tres o cuatro. Hasta que decide quitar esa
piedra de su camino y no vuelve a tropezar.





CAPÍTULO NUEVE
Meteduras de pata



Que todos nos equivocamos nadie lo duda. Pero que seamos ca-
paces de aprender de esas equivocaciones es otro cantar. En oca-
siones estamos tan endiosados que no aceptamos la posibilidad de
haber hecho algo mal, y si no lo aceptamos no vamos a mejorar.
La vida es un camino para ir mejorando día a día, y para
ello hace falta esa humildad de la que hemos hablado en
diferentes ocasiones.
Para dar prueba de esa humildad, que considero imprescindible,
y de cómo reconocer nuestros errores, voy a poner algunos ejem-
plos. Los he sufrido en carne propia.
El primer ejemplo se produjo en un acto donde hablaban
dife- rentes ponentes sobre temas de comercio electrónico.
La cosa iba bien, las ponencias se iban sucediendo sin
demasiado retraso (algo de agradecer) y el presentador
daba paso a uno y otro de los ponentes, metiendo algún que
otro chascarrillo de vez en cuando para hacer más amena la
jornada.
Hablaron cinco o seis ponentes y luego se celebraba una
mesa redonda. Bueno más que mesa, unos taburetes redondos.
La ubi- cación del escenario, el número de los participantes
y público asistente no permitían mesas, no cabían todos. El
acto se desa- rrolló con total normalidad, alternando preguntas a
unos y otros. Alguno se enrollaba más de la cuenta, pero son cosas
que un mo- derador tiene que tener previsto para ir
ajustando los tiempos.
Carisma y Empatí a

Al finalizar, el moderador presentó al siguiente invitado.
Mien- tras este nuevo ponente empezaba a hablar, los
participantes en la mesa redonda previa ya estaban fuera de
la sala y el mode- rador salió para hablar un momento con
ellos. Nada más salir les dijo que lo sentía mucho pero que
había tenido que acortar la mesa redonda para hacerla más
entretenida, porque nuestra primera obligación cuando
hablamos en público es entretener.
Lo dijo en voz alta y clara. Afortunadamente no dijo ningún taco
ni nada inconveniente. En ese momento, cuando apenas
había pronunciado unas frases se abrió la puerta de la sala
y alguien le dijo que tenía el micrófono inalámbrico
conectado. Todo el mun- do le había escuchado.
Desde luego, parece mentira. Ya hay que ser lelo para
dejarse el micro abierto. Bueno le puede pasar a cualquiera,
pero hay que tener cuidado con esas cosas. Aunque de todo
se aprende, sobre todo de los errores. Mira que he dicho
cientos de veces en los talleres de formación que imparto
que hay que tener mucho cui- dado con los micrófonos: pues
nada, que el tío se lo dejó abierto. De pena, ¿verdad?
Bueno, ese moderador era yo. La situación no tiene mayor
importancia porque no dije nada inconveniente, pero si
hubiese soltado algún improperio lo habría escuchado toda
la sala. Imagina que hubiese dicho: “vaya coñazo de mesa
redonda, os habéis enrollado demasiado”. No quiero ni pensarlo.
Esto nos permite sacar dos lecciones. La primera es que
siempre hay que apagar el micrófono, hay que estar muy
pendiente de ello. La segunda es que por mucha
experiencia que acumules, nunca puedes evitar ciertos
imprevistos.
Y luego nos encontramos con casos como el de un conocido y re-
conocido conferenciante (tampoco te daré el nombre, hay que ser
respetuosos) que tenía previsto impartir varias charlas
sobre su experiencia en situaciones de riesgo. En el anuncio
que se hacía para invitar a la gente a asistir a la conferencia,
previo pago, se informaba del día, la hora, el tema, el
nombre del conferenciante y algo más. Algo muy negativo.
Se avisaba de que la conferencia se colgaría también en la
web. Y yo me pregunto, si el tema me interesa y no tengo
especial deseo de estrechar la mano del tipo
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

que va a hablar, ni de pagar por asistir en persona, por qué
de- monios voy a ir a verle si lo puedo hacer tumbado en el
sofá de mi casa. Me ahorro el viaje y el dinero.
Lo cierto es que no aprendemos. Nos tropezamos con la
misma piedra una, dos, tres y hasta diez veces y seguimos
igual. Mira que tengo dicho a diestro y siniestro que hay que
cuidar la forma en que vamos vestidos según a quien
queramos venderle una cosa u otra. Pues nada, que ni por
esas. El otro día sí que metí la pata hasta el fondo.
Fui a visitar a un ejecutivo y en cuanto entré en su oficina
me di cuenta de que lo había fastidiado. Él llevaba un traje
impoluto con la corbata bien colocada y ajustada, todo lo
contrario que yo. ¡Cómo le iba a vender comunicación a un
señor que me estaba dando una lección precisamente de
eso, de comunicación no verbal!
Prácticamente le tenía vendidos unos cursos de formación
de los que imparto y una asesoría para mejorar sus
habilidades de co- municación. Como después de verle a él
me iba a trabajar hasta las tres de la madrugada, y era pleno
verano, decidí llevar algo cómodo: pantalones vaqueros
bastante usados y zapatillas de tela sin calcetines.
Le conté mi actividad y las posibilidades de colaboración que te-
níamos y él muy atento me escuchó. Quedamos en que le enviaría
lo que habíamos hablado y las diferentes ofertas por email, lo que
hice al día siguiente a media mañana. No era cuestión de mandár-
selo nada más terminar la reunión para que no viese que yo tenía
mucho interés. Hay que dejar pasar un tiempo prudencial para no
parecer desesperado y que no intenten negociar a la baja.
Le envié el correo y hasta hoy. Estoy convencido de que no
me ha llamado por ir en vaqueros. Vaya tontería, ¿verdad?
Pues sí, la primera impresión que le causé no debió ser
buena y eso me fastidió el negocio. A ver si aprendo de una
vez.
Pero eso no es lo peor que me ha pasado, ni mucho menos.
Eso sí, cada vez que la he fastidiado he aprendido y no ha
vuelto a ocurrir. Además, es bueno para mis alumnos porque se lo
cuento y aprenden en carne ajena.
Carisma y Empatí a

Basta que lleves años haciendo algo y creas que lo dominas, para
que se produzca cualquier imprevisto y te des cuenta de
que eso del dominio de la situación era pura ilusión. Un
baño de humil- dad no viene nunca mal.
Tiempo atrás me invitaron a presentar una entrega de
premios. Era en el hotel Ritz de Madrid y allí estaba lo más florido
del em- presariado de la capital, además de banqueros,
emprendedores, periodistas y un ministro. Lo cierto es que
yo iba algo incómodo porque llevaba más de una semana
con gripe. La garganta la te- nía bastante mal.
Previamente por la mañana me acerqué a una tienda que
hay en el centro de la ciudad para comprar unos caramelos
de miel. Me recomendaron que, en vez de caramelos, mejor
utilizase un aero- sol que me vendieron en la misma tienda.
Así lo hice.
El dichoso aerosol no dejaba muy buen sabor de boca, pero lo im-
portante era que la garganta mejorarse. Me habían recomendado
que lo utilizase dos o tres veces a lo largo del día, pero yo,
en mi inmensa sabiduría, decidí usarlo en una veintena de
ocasiones en menos de ocho horas.
Llegué al acto con tiempo de sobra para ensayar y repasar
el guion. Todo estaba correcto. Era algo muy sencillo que
había he- cho decenas de veces. Solo había que leer el guion,
sin improvi- sar. A las ocho en punto llegó el ministro que presidía
el evento y empecé a leer el texto que tenía preparado.
No habían pasado ni veinte segundos cuando la lengua se
me pegó al paladar. Prácticamente no se me entendía a pesar
de los grandes esfuerzos que hice para despegármela
abriendo más la boca y Dios sabe cuántas cosas más
intenté. El texto era de unos dos minutos, que me resultaron
interminables. Todo un suplicio. En cuanto di paso a la primera
persona que tenía que intervenir me retiré y bebí agua, toda la que
pude ingerir. La situación mejoró sus- tancialmente, aunque
cuando terminé el acto no salí nada satisfecho. Mientras hablaba
la primera de las personas que tenían que in- tervenir
repasé lo que había ocurrido durante el día y le eché la
culpa al maldito aerosol. Aunque el culpable último era yo
por pasarme con la dosis.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Di paso al siguiente orador y, detrás del escenario, seguí
bebien- do agua y echando la culpa al maldito aerosol. Pero
resulta que el aerosol no tenía la culpa. Era toda mía.
A mediodía había comido con dos amigos. Magnífica
comida, y excelente filete regado de sal. Cuando caí en la
cuenta me daban ganas de darme de cabezazos contra la pared,
pero no era el mo- mento adecuado porque la sala estaba llena
de gente. ¡Cómo es posible que después de tantos años no
hubiese tenido la precau- ción de no tomar nada salado horas
antes de hablar en público! Muy sencillo, por exceso de
confianza. Un exceso de confianza que no se repetirá nunca, y
que puede hacer que pierdas precisa- mente eso, la confianza
en ti mismo.
Está claro que no volverá a ocurrir. Se acabó el filete con sal 24
horas antes de hablar en público. Esto me pasó por listo, por pen-
sar que lo tenía todo controlado y no caer en la cuenta de
q u e la sal es como un adhesivo que pega la lengua al
paladar y no hay quien los despegue. Está claro que esto no se va
repetir, pero pasó.
Como te puedes imaginar me disgusté un montón, y salí
cabrea- do del acto. ¿Sabes cuánto tiempo duró mi disgusto
y mi cabreo por lo que había ocurrido? Más o menos el
tiempo que tardé en salir del hotel Ritz y coger la moto, unos
quince segundos. Pensé que si no me volvían a llamar no
pasaría nada. Además, había aprendido una excelente
lección, y me había dado un buen baño de humildad.






EPÍLOGO
Este soy yo, de principio a fin



¡Juanma! ¿Qué tal ha ido todo?
Mal. El cáncer es peor de lo esperado. Me vuelven a operar
el día 28.
¡No me jodas!
No, no puedo. Me han dicho que nada de sexo, jeje.
Esta es una conversación que tuve por WhatsApp entre mi
pri- mera y mi segunda operación de cáncer de vejiga, en
junio de 2017. Una amiga me preguntaba por mi estado de
salud y lo de más arriba es lo que yo le respondí.
Aunque no es gracioso el tema, lo cierto es que no hay que
des- aprovechar nunca la ocasión para sacar una sonrisa o
incluso una carcajada. Así es como yo he aceptado mi cáncer,
porque, me guste o no, como el carro de Manolo Escobar, es
mío.
Yo soy creyente y le digo al Señor que aceptaré lo que me mande,
pero que por favor me ayude a sobrellevarlo y a no hacer
difícil la vida de los que me rodean. También le digo que sea
su volun- tad, pero que si su voluntad coincide con la mía,
mucho mejor. Soy de los que van a trabajar con una sonrisa,
y cuanto más ad- verso sea el día mayor es la sonrisa. Me
considero un tipo normal que no tiene derecho a amargar la
vida de sus compañeros de trabajo. Ellos no tienen la culpa
de que yo tenga cáncer y no tie- nen por qué pagar las
consecuencias de mi enfermedad. Yo tam- poco tengo la culpa,
nadie la tiene. No estoy dispuesto a tolerar
Carisma y Empatí a

que se sientan incómodos en mi presencia, ni un solo
segundo por mi enfermedad.
Cuento un poco más de mi enfermedad y enseguida pasamos a otro
tema. Tranquilidad, que enseguida dejo de mirarme el ombligo.
Me lo detectaron en una revisión durante una ecografía. Un
par de meses antes había orinado sangre en dos ocasiones.
Se lo co- menté a Leonor, mi mujer, y ella inmediatamente me
mandó al médico. Si por mí hubiese sido, me habría
muerto porque no ha- bría ido al médico y no se habría
solucionado a tiempo.
En la ecografía, como soy un cachondo mental , hablando con el
en- fermero le pregunté que si la gente se había orinado
alguna vez, porque vamos con la vejiga llena y puede
resultar difícil aguan- tarse. Me miró e hizo como que se
apartaba, dando a entender que más de una vez se había
tenido que retirar para que no le pillase la orina de algún
enfermo. En ese momento nos reímos un montón. Volvió su
mirada a la pantalla y le cambió la cara. Noté que algo no
iba bien. Me dijo que tenía que esperar a la doctora para
hablar con ella. Pintaba negro.
Esperé a la doctora y me informó de que tenía varios
tumores y que no había más remedio que operar. Era un
jueves, me hice el preoperatorio el viernes y el miércoles de la
semana siguiente me operaron. La operación consistía en meter
una sonda y no sé qué más. Aunque con lo de la sonda suelo
recrearme cuando se lo cuento a algún amigo, porque me
encanta ver la cara que ponen y cómo se encojen pensando
en la situación.
Pensé que todo había ido bien así que esperé a los
resultados, quince días después. Los resultados fueron
malos. Me dijeron que era un cáncer maligno y no sabían si
estaba ramificado, por lo que tenían que operarme de
nuevo.
Una faena, porque tendría que contárselo a mis padres, Juan y
Manuela. De la primera operación les había dicho que me
habían sacado una piedra del riñón, y coló. Pero ahora ya no era
posi- ble seguir mintiendo. Veinte años atrás había muerto mi
hermana Merce, de cáncer de pulmón. Solo éramos dos hermanos,
así que a ver cómo les decía ahora a mis padres, al final de sus vidas,
que su único hijo también tenía cáncer.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

No lo asumieron mal del todo. Al menos eso creo. Su fe en
Dios les hizo sobrellevarlo medianamente bien. Además,
yo les dejé claro que si querían ayudarme lo que tenían que
hacer era son- reír y nada de ¡pobrecito hijo!, sino alegría. Les
garanticé que seré yo quien les entierre a ellos, y eso parece
que surtió algo de efec- to, aunque la procesión va por
dentro.
Había pasado lo peor, que era contárselo a ellos. En el
trabajo lo sabía casi todo el mundo y el cariño que me
mostraron algunos compañeros fue esencial para ayudarme
en mi intención de ven- cer al puñetero cáncer. Al fin y al
cabo, soy de Moratalaz, y a los de Moratalaz no nos tumba
un cáncer de chichinabo.
Cuando me dieron la noticia solo tenía dos opciones,
morirme de asco en la miseria de mi desesperación mirándome
el ombligo (porque que te digan que tienes un cáncer, digas
lo que digas, es un jugarreta ) o decidir que no iba a poder
conmigo. Opté por lo segundo, porque tengo demasiados
intereses como para dejarme vencer. Mis intereses y mis
prioridades en la vida son los siguien- tes y por este orden: mi
mujer, mis hijos, mis padres, mis amigos y familiares, el
resto de las personas, Dios y mi trabajo. Llevo muchos
años con estas prioridades y creo que es lo correcto; no
tengo previsto cambiarlas. Es posible que algún meapilas
diga que primero tiene que ser Dios, pero cómo narices vas a
querer a Dios si no quieres a los que te rodean.
Lo más duro era pensar cómo quedaría tras la operación,
cómo sería mi calidad de vida y, sobre todo, tener que
consolar a la gente. Les decía que “esto es la vida” y que
“así es la vida”, y cosas similares. Era como el mundo al
revés, el enfermo con- solando a los sanos. Así que a casi
todos les leía el mensaje de WhatsApp con el que he
empezado este capítulo para quitarle hierro al asunto.
Visto esto me hicieron la segunda operación y salió bien. Miriam,
mi doctora, nos recibió a mi mujer y a mí mostrando el
pulgar hacia arriba y con una sonrisa. Casi me echo a llorar. El
cáncer ya no estaba, aunque era de esos que no es difícil
que se reproduz- can. Hice el tratamiento que me prescribieron y
seguiré pendien- te de mi cáncer toda mi vida. No me importa. Lo
esencial para
Carisma y Empatí a

mí es no dejar colgada a mi mujer. Y eso es lo importante. Si
para lograrlo me tienen que hacer perrerías que me las
hagan, que se- rán muy bien recibidas. “Pero a ti no te voy a dejar
en la estacada, Leonor. Te lo prometo”.
Esta desgraciada situación me permitió poner en práctica algu-
nos de mis conocimientos sobre carisma y magnetismo personal y
toda la ciencia que rodea esta actitud ante la vida. Casi todo lo que
enseñaba en mis cursos y charlas podía ejercitarlo en primera per-
sona en todo momento. Y eso es lo que hice, o al menos lo intenté.
Era un reto que no me podía permitir dejar pasar de largo.
Ade- más, me haría llevar la enfermedad con mejor humor,
aunque desde que me lo detectaron nunca he estado de mal
humor. Preo- cupado sí, pero esa preocupación solo la han
visto mi mujer, mis hijos, mis padres, el resto de mi familia y
mis mejores amigos, que para eso están, para tragarse mis
malos momentos. La peor parte se la ha llevado, claro, mi
mujer. Ni ella ni yo nos lo podía- mos quitar de la cabeza un
solo segundo.
Cuando me dijeron lo de mi cáncer se lo comuniqué a los colabo-
radores de Emprende , porque me parecía oportuno lo
supiesen y les envié el siguiente email:
Aunque algunos ya lo sabéis, creo que debo comentaros
que el día 28 me operan de cáncer de vejiga. Es la segunda
operación en un mes por lo que puede que esté más despistado de
lo habitual. La cosa, en principio, no es mortal, aunque sí
complicada. Yo estoy bien de ánimo y ese puñetero cáncer no va
a poder conmigo.
Grabaremos Emprende hasta el 10 de julio y luego
repetiremos programas. Volveremos a grabar a partir de
septiembre.
Muchas
gracias.
Juanma
Las respuestas de mis colaboradores, no he puesto todas,
fueron las siguientes:
— Juanma, me quedo de piedra. No lo sabía.
Pero como bien dices, eres un tío duro, buenísima gente, y no van a
poder contigo.
— Te mando un abrazo gigante y espero verte pronto,
muchísi- mo ánimo.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

— No tenía ni idea de tu operación, menuda putada ... Tienes
una fuerza y una energía muy poderosa, sin duda este cáncer
no podrá contigo como bien dices. No sabe con quién se ha
metido... ;)
— Mucho ánimo cielo, y si puedo ayudarte de alguna manera no
dudes en contar conmigo, te lo digo de corazón.
— Si necesitas algo de mí, me comentas, en lo que pueda apoyar-
te me dices.
Solo uno parecía no saber qué es eso de la empatía. No diré quién
fue.
Juanma, ademas de reiterarte mis ÁNIMOS todo irá fenomenal
!! que pasa con mi grabación? se emite desde septiembre?
y no me haces Twitters hasta entonces ? Julio es un gran mes
!!
Cordiales Saludos,

Mi respuesta a él.
Mi querido XXXXXX. Debo decirte que tu email ha
provocado la hilaridad de mis compañeros. Lo he cogido
como ejemplo para mis charlas.
Debo agradecerte el buen rato que me has hecho pasar. Desde que
me anunciaron mi enfermedad no me había reído a carcajadas.
En cuanto al tema que te preocupa, debo decir que julio no es un
buen mes, porque no emitimos el programa, hacemos
reposiciones. Será a partir de septiembre si Dios me da vida.
Cordiales saludos.

El pobre no lo pilló.
Eso me alegra que mis cositas te hagan reir .. abrazo
extensible a tus compañeros tambien risueños. (Las faltas
de ortografía son de él).
La verdad es que sí podía haber metido su grabación en
julio, pero ante tal falta de humanidad, no me dio la gana.
No parecía tener demasiada idea de carisma aunque se
considere un exce- lente vendedor. No sé si le irá dando
patadas y tortas a los clien- tes para conseguir las ventas,
pero como vaya por la vida como conmigo…
Carisma y Empatí a

Mostró tan poca humanidad y sentido común como yo de peque-
ño, que era lo más anticarismático que te puedas echar a la
cara. No tenía don de gentes. Tenía tan poco éxito con mis
compañeros que cuando en el recreo jugábamos a algo y
había que decidir quién iba con cada equipo yo siempre me
quedaba el último, en los descartes; nadie me quería. Huían
de mí como de la peste.
Tampoco me preocupaba demasiado. En los recreos me iba
a un poyete que había en el patio y me pasaba todo el rato medio
tum- bado, tan tranquilo, mirando a los demás.
Tampoco ponía mucho de mi parte para ser querido. Era
casi invisible. En el fútbol, por ejemplo, no es que fuese
malo, es que era peor. Y lo cierto es que en esos años de la
vida para los cha- vales no había nada más importante que
jugar al fútbol. Era tan patético que en una ocasión metí un
gol parando el balón con la mano; paré el balón y disparé a
puerta. El portero ni se movió, claro. Era falta. Yo me
ilusioné con ese gol porque nunca antes había metido uno y
me puse a saltar. Mis compañeros dijeron: “Romero, eres
gilipollas ”. Eso fue lo más bonito que salió de sus bocas, el
resto es irreproducible. Y ahí quedó la cosa.
En aquellos años estudiaba en el colegio Virgen de Atocha, de los
padres dominicos. Que acabaron echándome por malas
notas. Bueno, por malas notas y por mal comportamiento.
No es que fuese especialmente conflictivo o violento, que no
lo era, pero a veces iba de gracioso y me pillaban. Era más tonto
que Abundio, que para tener más folios los fotocopiaba.
Recuerdo que en una ocasión nos pusieron a una profesora de
inglés que no sabía español. Te puedes imaginar, chavales de
catorce años diciéndole verdaderas burradas a la pobre
mujer. Hasta que un día la buena señora le preguntó a uno de los
curas: “padre Hernando, padre Hernando, ¿qué significa
puta ?”
Me imagino al pobre cura escandalizado, así que el padre
Her- nando decidió dar un escarmiento. Le dijo a la
profesora que hiciese un examen y marcase con una cruz a
los que decían ese tipo de palabras. Y claro, Romero tuvo
su cruz. Tres días ex- pulsado a casa. Y a ver cómo se lo
contaba a mis padres, por-
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

que mi padre daba ostias como panes. Así que no dije nada
y seguí yendo al colegio. Pidiéndole a Dios que no se
enterasen en casa. ¡Iluso de mí!
Pero en vez de entrar en clase, que no me dejaban, me iba a
los billares que había cerca. Fueron dos días magníficos
hasta que a mi tutor, el padre Berastegui, a quien recuerdo con
muchísimo cariño, no se le ocurrió otra cosa que hablar con
mis padres. Al entrar en casa ese día por la tarde, lo primero que
hizo mi madre fue quitarme las gafas, porque mi padre ya me
estaba esperando en el comedor. Me cayeron leches por todas
partes; menos en las gafas, claro, que para eso ya se había
ocupado mi madre de qui- tármelas nada más entrar. Y no
como ahora que si dices algo a tus hijos te amenazan con
denunciarte. Si antes le hubieses dicho a tu padre que le ibas
a denunciar te habría multiplicado por diez la ración de
tortas.
En aquella época yo no sabía estudiar, tardé muchos años
en aprender el valor del tiempo bien aprovechado. Me
pasaba las tardes pegado al libro pensando en las musarañas. Si
hubiese de- dicado solo una hora al día a estudiar de forma
eficiente habría sacado todos los cursos sin problema. Pero
en vez de eso miraba a la pared o leía cómics, a los que
estaba enganchado. Eso de los tebeos era un verdadero
vicio.
Al final me acabaron echando definitivamente del colegio
por malas notas. Y me fui a un instituto, el Rey Pastor, al
lado de mi casa.
Entré por enchufe, que era el método para entrar antes en
los sitios. Mi padre conocía a la persona que más mandaba,
que no era el director, ni mucho menos, qué más hubiera
querido él que mandar. El que controlaba todo el cotarro era
el conserje, Este- ban. Ahí aprendí una lección que me sirvió
para el futuro: hay que saber quién controla las situaciones,
que no tiene por qué ser el que más alto está en el escalafón
profesional. Si quieres saber quién puede solucionarte un
tema en una empresa no preguntes al jefe, pregunta al
conserje, porque conoce a todo el mundo.
Fui a nocturno porque mi padre me puso a trabajar de
cerrajero con él durante el día. Él no estaba dispuesto a
tolerar que su hijo
Carisma y Empatí a

fuese un vago o un inútil. Quería que fuese maestro, que
tenían muchas vacaciones y él pensaba que vivían bien, o
ministro. Lo cierto es que ni lo uno ni lo otro, pero ahora mismo mis
padres se sienten muy orgullosos de mi trabajo como
periodista. Y desde que su niño sale en la tele y le dan
tantos premios, no te quiero ni contar…
Cuando empecé a trabajar de cerrajero me ponía el mono
por la mañana y hacía los peores trabajos. Mi padre era el
dueño de la empresa y tenía dos empleados, Casto y
Agapito. Delante de mí les dijo que me tratasen como a uno
más, y me trataban muy bien, pero tengo la impresión de
que por detrás les dijo que los peores trabajos, los más
duros, fuesen para mí. Algo que nunca le agradeceré lo
suficiente.
Mi padre, Casto y Agapito colocaban ventanas, mamparas,
rejas, cerraduras, palomillas y lo que se terciase. Y yo,
generalmente, bajaba los escombros. Imagínate bajar
cuatro pisos sin ascensor cincuenta kilos de escombros
apoyados en la tripa y sujetos con tus brazos. Mal negocio.
Además, antes de bajar los escombros había que subir todas
las herramientas; y a ver si adivinas quién era el único que
hacía más de un viaje para subir esas herramien- tas y los sacos
de yeso. ¡Efectivamente, servidor!
Fueron pasando los años, dejé la cerrajería, por el momento, y es-
tudié la carrera de periodismo. Y allí aprendí lo que es el carisma y
la humildad, aunque no fui consciente de ello hasta años después.
Empecé a trabajar en segundo de carrera en Radio Estudio,
una emisora local, nueva, en Alcobendas. Había que hacer
de todo y no te pagaban. Fui yo quien llevó la mesa del
estudio en la baca de mi Seat 1500.
Empecé a trabajar y enseguida me hice con las riendas de
la in- formación local. Me autonombré director de Zona
Norte , el infor- mativo local que se emitía todas las noches y
que duraba hora y media. Llenar aquello era complicado;
una locura. Recurrimos a recortar los periódicos y leer las
noticias publicadas del día an- terior, porque no teníamos
teletipo. Al final lo rellenábamos con entrevistas a gente de
la zona, tanto de Alcobendas como de San Sebastián de los
Reyes. Eso de director se me subió un poco a la
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

cabeza. Enseguida me bajaron los humos los jefes, algo
que les agradezco. Y a los ocho meses viendo que aquello
no tenía futu- ro hablé con ellos y me marché. Quedé bien
con ellos, como un señor, y dejé buen recuerdo.
La mayoría de los compañeros que estaban allí abandonaron
el barco unos meses después de forma abrupta. Tuvieron una
reunión todos ellos un día por la noche y acordaron no
volver a trabajar allí. Avisaron por teléfono a los jefes de
que ya no trabajarían al día siguiente y… bueno, eso ya no
es cosa mía.
Todas las mañanas íbamos juntos a trabajar Víctor Molero y
yo, en mi coche. En esa época Torrespaña, más conocida
como el Pi- rulí, estaba en construcción. Día a día se veía
cómo iba creciendo esa construcción. Todos los días al pasar
decíamos: “algún día trabajaremos aquí”.
En la carrera, estudiar lo que se dice estudiar, estudié poco.
No iba a clase. Primero, porque trabajaba en Radio Estudio
y luego porque Víctor y yo presentamos un proyecto a TVE
y nos lo aceptaron. En realidad, presentamos más de treinta
proyectos y no nos aceptaron ninguno. Pero el director, Juan
Rodríguez, nos debió ver tan decididos que nos encargó uno
de su cosecha. Así empezamos a hacer un programa en el
regional de TVE, Las calles de Madrid . Eran reportajes
semanales.
Luego hicimos un programa en directo, cuyo nombre no
recuer- do, que trataba sobre la universidad y la
investigación. Ahí em- pecé a ser consciente de la
necesidad de llegar a acuerdos. Lle- gamos a un acuerdo
con la Universidad Autónoma de Madrid, nosotros
sacábamos algo de ellos de vez en cuando y ellos po- nían
publicidad del programa en sus publicaciones. Un acuerdo
que a los jefes les encantó.
Aquello se acabó. Me fui al paro y al poco me casé con Leonor, la
persona más importante de mi vida. Tenía que terminar la carrera,
porque me quedaba una asignatura. Me licencié al poco de casarnos.
Acabé la carrera con tan buena suerte que como estaba en el ban-
co de datos de TVE me llamaron para trabajar de corresponsal de
RNE en Toledo. El examen que me permitió entrar en ese
banco
Carisma y Empatí a

de datos fue el día de la boda de mi cuñado, José Luis. Evidente-
mente, me fui al examen y falté a la boda.
Firmé el contrato y me fui a Toledo con mi mujer. Alquilamos
un piso en Argés, un pueblo a menos de diez kilómetros de
la capital. Allí vivimos casi dos años. Luego nos volvimos a
Ma- drid y yo iba y volvía todos los días. Mientras vivimos en
Toledo nos escapábamos un par de veces al mes a Honrubia,
Cuenca, el pueblo de mi mujer. Allí estábamos con mi suegra,
que cocinaba las mejores patatas con conejo que he
probado nunca. Una mu- jer excelente que quedó viuda con
ocho hijos y a todos los sacó adelante.
Entonces RNE no tenía sede en Toledo, solo una
delegación. Era una habitación de tres metros cuadrados
con una mesa y los aparatos para hacer la conexión con
Cuenca, que era la emisora central de Castilla-La Mancha.
El edificio estaba alquilado por Radio Cadena Española,
que nos cedía ese espacio, y que años más tarde sería
absorbida por RNE.
Allí lo pasé bien. Casi todos los periodistas eran mujeres y
me trataban muy bien. Eran unas compañeras magníficas
que siem- pre me echaban una mano. Estuve casi tres años
en Toledo.
En ese tiempo detectaron un cáncer a mi madre. En aquella
épo- ca tener cáncer era casi una sentencia de muerte, lo
que afortu- nadamente no ocurre hoy en día. Antes de la operación
no dába- mos un duro por ella. Estaba hecha una pena, pero
fue entrar en el hospital, hacerle una transfusión de sangre y
parece como que resucitó. La operación era delicada, el
cáncer estaba muy exten- dido y era muy agresivo. A pesar de
que todo estaba en contra, la operación fue bien, tan bien que más
de veinticinco años después mi madre sigue con nosotros. A
ella le mentimos, porque siem- pre había tenido miedo a
padecer cáncer y siempre había dicho que si lo tenía no
quería saberlo. Muchos años después le dije la verdad, que
asumió sin problema. Mi hermana Merce ya había muerto
por culpa de esa maldita enfermedad, y del tabaco.
Para celebrar lo bien que había salido todo lo de mi madre,
mi padre nos regaló un viaje a Israel para todos: mis padres, mi her-
mana Merce, mi mujer y yo.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Estaba ilusionadísimo. Pero semanas antes del viaje, TVE
había convocado oposiciones y el primer examen era el
mismo día que salía el avión. Tenía que decidir qué hacer.
Decidí quedarme. Tuve suerte. Éramos varios miles de
candidatos. La cosa no fue mal porque enseguida me
coloqué entre los primeros en las di- ferentes pruebas
selectivas; no es porque fuese más listo que los otros, sino
porque tenía a medio Madrid rezando por mí.
Estaba entre los veinte primeros y solo quedaba una
prueba. Me veía en Sevilla donde había varias plazas. Al
final, en la última prueba, se conoce que la gente aceleró en
los rezos, quedé el nú- mero dos y saqué plaza en Madrid.
Al tomar posesión de mi plaza me presenté a mis nuevos
jefes y me dieron a elegir entre ir a hacer información
regional y el Te- lediario Matinal. El Matinal significaba
trabajar de noche. Había pasado tres años aguantando al
presidente de Castilla-La Man- cha, José Bono; estaba
harto de él, y no quería empezar ahora a sufrir al presidente
de la Comunidad de Madrid, Joaquín Legui- na. Así que
elegí el Matinal.
A las pocas semanas José Antonio Martín Mateos me
nombró coordinador de Información Nacional. Además de
seleccionar los temas importantes, también tenía que hacer
noticias.
En Toledo recuerdo que un día llegué a cubrir nueve ruedas
de prensa, en una sola mañana, y enviar las
correspondientes cró- nicas. Esa experiencia toledana fue
una escuela que me permitió ser rápido. Pero en Madrid
esto podía ser un problema, porque mis compañeros
tardaban una media de tres o cuatro horas en hacer una
noticia y yo apenas veinte minutos. Así que, como en
aquella época era fumador, me metía en la cabina de
visionado y me fumaba unos cuantos cigarros para hacer
tiempo. No era cuestión de ir de listo y hacer enemistades
nada más llegar.
Poco después me nombraron subdirector del Matinal y me
en- cargaba de revisar los reportajes que teníamos para
emitir cada día.
En aquella época ya empecé a tener hijos y había que
darles de comer. Lo de la tele no me llegaba. Así que cuando
terminaba de trabajar a las nueve de la mañana me iba a casa de
mis pa-
Carisma y Empatí a

dres, desayunaba y me ponía el mono de trabajo, para
pasarme la mañana con mi padre poniendo cerraduras, rejas
y lo que se terciase. Eso de trabajar tanto tenía una ventaja porque
nunca me aburría; cuando no tenía nada que hacer me
dormía, estuviese donde estuviese.
En el Matinal había que hacer de todo, incluso traducir
teletipos del inglés, algo que a mí se me daba bastante
regular, tirando a mal. Como muchos otros españoles, el
inglés es mi asignatu ra pendiente. La traducción era para
elaborar nuestras propias informaciones así que yo era el
único que sabía que tenía esas dificultades. Dos
compañeras mías, redactoras, denunciaron a TVE para pedir
el plus de idiomas y yo me apunté también a la denuncia. No
nos costaba nada porque el abogado iba a éxito; si
ganábamos cobraba y si perdíamos no había que pagar.
Denunciar a TVE es una práctica habitual de todos los trabajado-
res. Yo lo he hecho en varias ocasiones. Ningún jefe se
molesta por ello. Probablemente porque ellos también lo
han hecho an- tes. Y también he ido en diferentes
ocasiones a testificar a favor de compañeros que
denunciaban a TVE. En una empresa priva- da esto no se
podría haber hecho, nos habrían despedido o hecho la vida
imposible por testificar contra ellos.
En el juicio aprendí el valor del silencio. Yo tenía un plus de progra-
ma, por ser subdirector del informativo -algo así como un cargo di-
rectivo- y ellas un plus de disponibilidad, algo diferente, porque eran
redactoras de base, curritas . El abogado de TVE nos preguntó en el
acto de conciliación que si teníamos plus de programas. Mis com-
pañeras respondieron que no y yo me hice el sueco, así que aceptó
pagarnos el plus de idiomas. Cobré el plus varios años hasta que el
jefe de personal, Jesús, me llamó un día y me dijo que tenían que dar
ese plus a otro compañero que utilizaba el inglés constantemente. En
ese momento yo estaba en En otras palabras , un programa dirigido
por María José de Aristizábal, destinado al colectivo sordo, y no
tenía que usar ningún idioma extranjero. No me hizo gracia, pero
lo entendí perfectamente, era normal. No podía quejarme porque
había cobrado el plus durante varios años. Y todo por estar calladito
en el juzgado.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

En otras palabras me permitió viajar mucho por España y
demos- trar que si quieres puedes ser diferente, una de las
principales bases de la persona carismática, aunque
entonces yo no tenía mucha idea de esa conexión entre ser
diferente y el carisma. De- cidí dar un paso más que los
otros. Era un programa de televi- sión donde se emitían
reportajes y noticias en un triple formato: la noticia tal cual
como se presenta en cualquier telediario, un intérprete de
lengua de signos traduciendo a ese lenguaje el au- dio del
reportaje y los subtítulos. Tiré palante y empecé a hacer
reportajes con entradillas en lenguaje bimodal; es decir,
hablan- do y signándolo a la vez.
Era complicado porque de lengua de signos yo no tenía ni la más
remota idea. Así que cogía a una compañera intérprete, la
ponía delante de una cámara y le leía lo que yo quería decir
luego en lengua de signos. Grabábamos su interpretación,
se pasaba a ví- deo doméstico y luego, en casa, me la
aprendía de memoria. A alguna asociación de sordos no le hacía
mucha gracia mi intrusis- mo, pero yo estaba decidido a
hacerlo porque me parecía que le daba a mis reportajes un
valor añadido.
Fue en esa época cuando me enteré de que dos de mis hijos
eran sordos, en diferente grado. Hipoacúsicos, maldita
palabra. Juan- ma, el mayor de los varones, ya se ha
quedado completamente sordo y Jesús se quedará en poco
tiempo. Ese ha sido uno de los mayores disgustos de mi
vida. Si yo pudiese dar mi vida a cam- bio de que ellos oyesen
perfectamente lo haría sin dudarlo, ahora mismo. Pero como
no puede ser, hay que seguir adelante.
En esa época me di cuenta de que se abusaba bastante de los
ordenadores. Comprobé el uso que hacían mis hijos y me
preocupé. Empecé a investigar y terminé escribiendo un
libro, Uso y abuso de las tecnologías , que se presentó en la Feria
del Libro de Madrid de 2006. Conservo una foto que, por
supuesto, está en mi web. Porque yo siempre he dicho que si
haces algo y no sabes venderlo, no te sirve para mucho.
Sinceramente, y con toda la humildad del mundo, creo que no
soy mal vendedor.
Carisma y Empatí a

Me di cuenta de que aquello de las adicciones era un
chollo. Me iba a forrar dando charlas. Me fui al Ministerio
del Interior y registré AINTIC (Asociación para el
Desarrollo de Internet y las Nuevas Tecnologías de la
Información y la Comunicación). También puse en marcha
una página web (adiccionesdigitales. es). Hice muchas
campañas de comunicación, cuya finalidad era que me
conociesen para que luego me contratasen. Me llegaron a
hacer más de mil entrevistas de radio de una en una, entre
los años 2011 y 2012. Mi récord está en veinte entrevistas en
un solo día; sí, es posible, te lo garantizo.
Empecé a dar conferencias, pero no me pagaban por ellas.
No importaba, estaba invirtiendo. Invertí mucho y saqué
poco. Mi mujer me decía que lo dejase, que eso no tenía futuro, que
la gen- te no estaba dispuesta a pagar para que le digas cómo
utilizar la tecnología de forma sensata. Yo seguí empeñado en
lograrlo. Al final me di cuenta de que aquello no funcionaba. En
una ocasión me llegaron a ofrecer cien euros por ir a dar
una charla de Ma- drid a Murcia pagándome yo los gastos.
Ahí tuve que reconocer, a mi pesar, que mi mujer, como
siempre, tenía razón. Dejé lo de las adicciones. Todavía me
siguen llamando de vez en cuando para entrevistarme sobre
el tema. Por supuesto, atiendo a mis compañeros y
respondo a la entrevista, pero no le dedico ni un segundo
más de lo necesario al tema.
Pero me reinventé, porque más de mil entrevistas de radio
en dos años no se las han hecho a nadie. Había cogido tal
dominio que podía responder a cualquier entrevista en
cualquier momen to sin meter la pata, y sin haberla
preparado previamente. Lo único que tenía que hacer era
utilizar el sentido común. Aprendí a saber qué decir en cada
momento y acertar, algo que no se puede decir de algunos de
los tertulianos de radio y televisión que vemos cada día en el
suelo patrio. En ocasiones sonaba el mó vil mientras
conducía mi moto, paraba y me decían que querían
hacerme una entrevista en ese momento, y yo la respondía,
por supuesto.
En una ocasión me llamó una pequeña emisora local del norte de
España, no recuerdo el lugar, para que al día siguiente habláse-
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

mos de un problema que había surgido con el mal uso que hacían
algunas personas de Facebook y que tenía un nombre
específico que no recuerdo, que nunca llegué a saber
pronunciar y del que nunca he vuelto a oír hablar. Les dije que
por supuesto, que al día siguiente respondería a sus
preguntas. Así que, tal como se había previsto, me llamaron
a la hora convenida para entrevis tarme sobre ese tema. Yo me
había olvidado completamente del asunto, y no tenía ni la
más remota idea del problema, cómo se producía ni cuáles
eran sus consecuencias. Pero no podía decírselo a ellos. Así
que me dispuse para salir del trance. La primera pregunta
fue sobre el tema previsto. No sabía qué decir y no era
cuestión de parecer un inepto indocumentado, así que opté
por lanzarme al vacío; con red, claro. Mi respuesta fue que
ese era “un problema muy grave con el que hay que ser muy
precavidos, pero que lo principal es utilizar la tecnología de
forma sensata, sabiendo lo que estamos haciendo en cada
momento…”. Estuve más de un minuto hablando de lo que me
dio la gana. Hice como el borrico, que coge la linde y ya no la suelta,
palante , palante y pa- lante . Cuando terminé mi discurso el
locutor ya no se acordaba de lo que me había preguntado y
empezó a hacer preguntas sobre temas generales
relacionados con las adicciones digitales que me permitieron
lucirme, o al menos salir del trance. Los de la emiso- ra quedaron
satisfechos y me volvieron a llamar.
En aquellos tiempos mi nombre era tan conocido en el tema de
las adicciones que cuando grandes organizaciones
dedicadas a la protección de menores como Protégeles
sacaban una nota de prensa, luego los periodistas me llamaban
a mí, en vez de a ellos, para comentar la información. Pero era
ruinoso, y lo dejé. No me costó dinero, pero sí mucho tiempo y
sacrificio.
Antes de dejarlo escribimos otro libro sobre el tema, En
patera y haciendo agua , una de esas ocurrencias mías que
no se atrevieron a publicar las editoriales. Se trataba de un
libro bilingüe en cas- tellano y lenguaje SMS. Mi hija
Esther y yo hicimos los textos en castellano y mi hijo
Juanma los traducía a SMS. Sí, suena raro, pero los
traducía. Cogía la página en Word y empezaba a quitar
acentos y las letras que no hacían falta para el SMS.
Aunque no
Carisma y Empatí a

publicamos en papel, sacamos una copia en PDF para
vender el libro en Internet. Vendimos dos o tres ejemplares.
Económi- camente fue patético, ruinoso, pero en cuanto a
imagen fue magnífico. La re- percusión mediática fue
tremenda. En el libro colaboramos todos los de la familia, mi
mujer y mis seis hijos en distinto grado.
Ante lo ruinoso del tema de las adicciones, decido impartir
for- mación sobre presencia y visibilidad en los medios.
Tenía tal au- toridad moral para hablar de visibilidad que
nadie podía toser- me. La cosa empezó a mejorar. Ya
empezaba a hacer caja, que es de lo que se trataba.
Me di cuenta de que había respondido a muchas entrevistas de ra-
dio, televisión y prensa. Así que, además de cursos de visibilidad,
empecé a impartir formación de portavoces. Luego eso derivó
en marca personal; cuando le digo a la gente que Juanma Romero
es una marca registrada con los mismos derechos y obligaciones
que Facebook y Google se quedan anonadados, aunque lo único
que hay que hacer es ir al registro y pagar la cuota, pero eso me lo
callo. Luego empecé a impartir otros cursos y al final todo
derivó en la joya de la corona que es el carisma y el
magnetismo personal. Tanto he trabajado el tema que parece
que algo he aprendido y esto sí me funcionó. Sé
perfectamente cómo ser carismático en cada momento,
aunque a veces meto la pata, que también soy humano, muy
humano, y muy metepatas. Quizá de ahí venga mi afición a no
pedir permiso, prefiero pedir perdón.
Durante este tiempo no solo he formado a emprendedores y
em- presas sobre visibilidad, sino que he seguido haciendo
campa- ñas, para diferentes compañías pequeñas y
medianas, o para mí mismo. Al poco de decidir olvidarme del
tema de las adicciones, Rajoy llega al Gobierno por primera
vez, LinkedIn abre su ofici- na en España y yo aprovecho la
situación a mi favor, siempre hay que andar mejorando la
imagen.
A los de LinkedIn no se les ocurrió otra cosa que hacer un
vídeo para anunciar que abrían oficina en Madrid. Me llega
un email de Alemania que me informa de que salgo en el
vídeo promo- cional de LinkedIn, de lo que yo no tenía la
menor idea. En ese vídeo aparece Mariano Rajoy como el
perfil más destacado del
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

momento y luego, no sé por qué, aparezco yo. Claro, la
ocasión la pintan calva.
Aquello había que rentabilizarlo, así que lancé una
campaña de comunicación. En aquel momento había tres
zonas de España (Madrid, Barcelona y Valencia) que
estaban a la cabeza del uso de LinkedIn en nuestro país; el
resto estaban a la cola. Con estos mimbres monté una de
mis mejores campañas de comunicación y cuyos efectos
todavía se pueden ver en Google buscando los términos
adecuados (“Juanma Romero” Rajoy LinkedIn).
Empecé la campaña sabiendo que la primera parte no
funciona- ría, pero había que intentarlo por si sonaba la
flauta. Lo bueno vendría después, en la segunda parte.
Lancé una campaña de comunicación para los medios de Madrid
informando: “Madrid a la cabeza del uso en España de LinkedIn,
la red profesional más importante del mundo. Juanma
Romero sale junto con Mariano Rajoy en el vídeo promocional de
la aper- tura de su oficina en España”. Fue un fracaso,
aunque esperado. No lo publicaron demasiados medios, no
tenía interés. Lo mismo ocurrió con Barcelona y Valencia. Ya
sabemos que, desgraciada- mente, una buena noticia no es
noticia para los medios.
Pero ahora venía la segunda parte, que iba a ser diferente.
Era la buena. Excepto las tres ciudades antes citadas, el resto de
España estaba a la cola. Sabiendo un poco de comunicación
eres capaz de llegar al corazoncito de los medios regionales
y locales. Y ahí es donde ataqué de manera inmisericorde.
“Andalucía a la cola del uso en España de LinkedIn, la red
pro- fesional más importante del mundo. Juanma Romero
sale junto con Mariano Rajoy en el vídeo promocional de la
apertura de su oficina en España”. Lo mismo hice con el
resto de las autono- mías, incluidas Ceuta y Melilla. En
todas ellas sentó fatal estar a la cola. Y lo publicaron casi
todos los medios a los que dirigí mi nota de prensa. Porque
ya sabemos que el ser humano, y los periodistas también
somos seres humanos, si un año más segui- mos siendo los
primeros del mundo en el trasplante de órganos no hacemos
el menor caso, pero si un año bajamos al segundo puesto
pedimos que rueden cabezas.
Carisma y Empatí a

Simplemente aproveché la información que tenía y no dije
que todas esas autonomías estaban a la cola. A cada
autonomía le dije que ella estaba a la cola, y eso dolía. Pura
estrategia. La ver dad es que creo que no soy mal estratega.
Me lo dice mucho Sil via Leal, “Juanma, tú eres un
estratega, lo tuyo es la estrategia pura”. Espero que tenga
razón, porque siempre estoy diseñando estrategias, muchas
de las cuales no funcionan, por supuesto. La prueba está en
que no tengo un euro.
En estos años yo ya sabía perfectamente que eso de “bueno
yo soy así y al que no le guste es su problema”, no sirve. Si
no le gustas a la gente huirá de ti, y no progresarás social ni
profesio- nalmente. Te aguantarán tu mujer y tus hijos
porque te quieren y porque no les queda más remedio, pero
los demás no estarán dispuestos a hacer ese esfuerzo.
Por eso es tan importante trabajar el carisma y el
magnetismo personal. Lograr que los otros quieran estar
contigo es un triunfo. Si quieren estar a tu lado te van a
seguir, y si te siguen consegui- rás que te apoyen en infinidad de
ocasiones en tus propuestas. Si por el contrario nadie quiere
relacionarse contigo, no te molestes en hacer propuestas,
porque será trabajo en balde.
En esa época que parecía que todo empezaba a ir bien
econó- micamente, se torcieron las cosas. Tenía un buen
trabajo, me iba bien en TVE, empezaba a dar charlas y
formación y, de repente, todo se torció. Empezaron a
aparecer gastos inesperados y nos empeñamos hasta las
cejas.
Prácticamente perdimos todo lo que teníamos, incluida
nuestra casa. A pesar de ello cuento con cierto humor que
yo sí tengo dónde caerme muerto, porque soy el propietario
de la sepultura que compramos con el dinero de mi hermana
cuando ella murió de cáncer hace veinte años. En esa época
dejé de mirar las cartas del banco, mejor no saberlo, porque
la situación era dramática. Cuando tuve que vender mi casa
estaba en los Desayunos de TVE . Me habían nombrado
director con la llegada del nuevo Gobierno y duré tres
meses. A los tres meses me llega el subdirector de In-
formativos y me dice que van a poner a otra persona de
director, por cuestiones de no sé qué narices me dijo. Pero
me informó de
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

que yo tenía que quedarme de adjunto del nuevo director
para ayudarle, porque no sabía cómo funcionábamos en
TVE. Yo le dije que en esas condiciones me marchaba a otro
sitio. Él me res- pondió que si me marchaba me quitaban el
plus y entonces yo le respondí: “pues me quedo”. No era
cuestión de perder un di- nero que nos hacía falta en casa por
una cuestión de orgullo mal entendido.
El nuevo director, Nacho, es una magnifica persona, que
llevaba dos años haciendo un programa similar en Telemadrid y
conocía todo el proceso, aunque no tenía ni idea de cómo
se funcionaba en TVE. Algo lógico, por otra parte. Pero no
olvidemos que me quitaron a mí para poner a un amigo del
director de informati- vos. Quitaron a uno de la Casa para
poner a uno de fuera. Na- die me habrá oído nunca decir una
mala palabra de Nacho. Al contrario, es muy buena gente, y
mantengo con él una relación excelente desde el primer
momento. Lo cortés no quita lo valien- te. Es más, algunas de
las innovaciones que hemos implantado en Emprende se han
puesto en marcha porque previamente le he consultado a él,
y me ha dado la idea.
El cese debería habérmelo comunicado el director de
informa- tivos en persona, pero no lo hizo porque estaba en
una cumbre iberoamericana en Cádiz. Sin embargo, me
llamó por teléfono por la tarde.
Previamente había comentado este tema con mi amiga
María, que es una mujer muy sensata y preparada para lo
inesperado. Ella me facilitó un par de criterios a seguir ante
esta situación, lo que me ayudó horas después. En vez de
montar una bronca con mi jefe, que es lo que me apetecía, le
llevé a mi terreno y conseguí lo que yo quería lograr.
Recuerdo que esa tarde yo estaba haciendo tiempo
mientras me hacían la revisión de la moto. Me llamó y me
dijo que habían te- nido que tomar la decisión por
necesidades del programa, pero que yo era un magnifico
periodista. Yo, que no soy tonto y ya había aprendido algo
de carisma, le dije que mi situación era precaria porque
quedaba como un mal periodista al que habían cesado a los
tres meses de nombrarle. Él me insistió en que yo era
Carisma y Empatí a

un excelente profesional y mientras él decía esto yo seguía
me- tiéndome en el barro, echándome literalmente porquería
encima, para que él viese en qué situación me había
dejado: “la gente se va a reír de mí, mira qué asco de
periodista, que lo cesan nada más nombrarle, menudo inútil,
qué habrá hecho para ser cesa- do”, y cosas así. Para ser justos
yo había metido la pata en un par de ocasiones en esos meses,
que todo hay que decirlo.
Cuando ya tenía a mi jefe bien agarrado por sus partes, -en
sen- tido figurado, claro- y la situación de culpabilidad que
le provo- qué era casi insostenible para él, le dije que el
lunes siguiente, cuando volviese de su viaje, me gustaría
verle un minuto para hacerle una propuesta. Quiso saber de
qué se trataba y le res- pondí que quería hacer un programa
sobre emprendimiento en Canal 24 Horas. Su respuesta fue
inmediata: “hecho, Juanma, cuenta con ello”.
Para asegurarme de que no se olvidaría del tema preparé parte de
la nota de prensa donde se iban a anunciar los cambios en Los
Desayunos de TVE , destacando que yo continuaría como
director adjunto y que además presentaría y dirigiría un programa
sobre emprendimiento en Canal 24 Horas. Le mandé el texto al
director de informativos diciéndole que si le parecía bien se
podría publi- car ese texto que había escrito yo. Imagino que la
sensación de culpa seguía latente, porque se publicó tal cual yo
lo había escrito. Tenía un nuevo proyecto y había que ponerlo en
marcha. Necesitaba un realizador. Hablé con dos y uno de ellos, Luis
Oliván, se incorporó al proyecto en el primer momento. Lo que se
logró con Emprende lo hicimos entre los dos, sin medios, a pesar de
las dificultades.
Porque al poco tiempo de dar a conocer que íbamos a hacer
el programa alguien se debió arrepentir. Alguien de la
dirección no estaba por la labor. No diré quién era, aunque lo
sé, porque a estas edades buscarse enemigos sin ton ni son
es de tontos. Alguien, no quería que se emitiese y pusieron
dificultades para evitar por todos los medios que Emprende
llegase a emitirse. No puedo demostrarlo pero lo sé, tengo
la certeza. Igual que la ma- yoría de mis compañeros de
televisión que vieron todo el proce- so como espectadores de
excepción.
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

Hicimos un programa piloto, algo habitual en TVE. Nos
dijeron que había que hacer un segundo piloto, lo que ya
no nos hizo tanta gracia. Cuando lo entregamos nos pidieron
un tercer pilo- to, algo que creo que nunca había pasado en
TVE. Y para remate nos dicen que el presidente de RTVE,
que no tenía ni idea de televisión porque lo suyo creo que
eran los hoteles, quería otro piloto, el cuarto. Estaba claro
que querían impedir que saliese el programa, pero Luis y yo
no nos íbamos a rendir.
Las dificultades que nos pusieron eran tales que, en una ocasión,
al poco de empezar con los pilotos, le comenté a alguien de
la dirección (omitiré el nombre) que necesitábamos un cámara
para grabar unas imágenes en la propia redacción de TVE.
Algo que no tiene coste y que se hace en tiempos muertos.
Su respues ta fue: “imposible, Juanma. Tu programa es de
coste cero”. Por supuesto, aprendí la lección y nunca más
volví a preguntar ni pedir nada. A partir de entonces, sin
encomendarme ni a Dios ni al diablo, hice lo que
consideraba oportuno en cada momento.
No íbamos a permitir que nos cerrasen el programa. Empezamos
muy modestamente, sin medios, pero con el apoyo de los compa-
ñeros. Yo les pedía reportajes y muchos de ellos respondían
a mi llamamiento. Otros no porque tenían que utilizar el
tiempo libre del que disponían en su horario de trabajo, y
que era mucho, criticando a la empresa y a la dirección y
tomando café tras café. Ya sabemos que no se puede estar en
misa y repicando, y ellos preferían repicar. Bueno, tiene que
haber de todo en la viña del Señor. Allá ellos.
El caso es que en enero de 2014 nos dan un premio. Nunca habría
soñado con recibir uno. Cuando veía que algún compañero había
sido premiado pensaba que yo no tendría uno nunca. En
menos de tres años hemos llegado a treinta premios,
nacionales e inter- nacionales. Ha sido el programa más
premiado de la historia de Canal 24 Horas. Cuando íbamos por
el cuarto o el quinto premio las cosas empezaron a cambiar.
Ahora nos miraban con mejores ojos algunos de esos jefes, que
no voy a citar, que meses atrás nos habían intentado hacer la
vida imposible.
Carisma y Empatí a

Habíamos dejado de ser unos apestados y alguno de esos
jefe- cillos tenía la desfachatez de adjudicarse el mérito de
los éxitos de Emprende , por el “gran apoyo” que nos habían
prestado para sacar adelante el programa.
Pero yo, perro viejo, que no soy tonto ni me busco
enemigos sin necesidad, les dejaba hablar y no les quitaba la
razón. Incluso les daba la razón. Claro que muchos de los que
escuchaban conocían la historia completa y se partían de
risa pensando que los que antes querían que fracasásemos
ahora se autocalificaban como los gestores del triunfo.
Un triunfo relativo, que no es gracias ni a Luis Oliván ni a
mí en exclusiva. Ni a Juan Lainez, nuestro productor, o
Antonio More- no, el primer productor de Emprende . Ha sido
gracias a todos esos compañeros que sin tener obligación de
hacerlo nos han elabora- do informaciones para emitir en el
programa. Y por no quitarme méritos, a mi visión de las cosas.
En Emprende todos los colabora- dores que tenemos son
mucho mejores que yo profesionalmente hablando. El
listón al que ellos han llegado es posible que yo nunca lo
alcance. Precisamente en mi debilidad está mi fortaleza. Si
fuesen peores que yo la única posibilidad de Emprende
sería ir hacia abajo, pero como todos son mejores, por muy
malo que yo pudiera ser, la única opción es ir hacia arriba. Sí,
lo sé, no soy tonto. Me rodeo de los mejores, porque son
mejores que yo. No tengo miedo de que mis colaboradores
me hagan sombra, lo que quiero es que me den sombra.
Hemos pasado a ser un programa “que mola” y algunos piensan
que ya no somos ese programa humilde al que nadie tenía
en cuenta.
Pero humilde sigue siéndolo, tanto el programa como el director.
Mucho premio, sí, pero sin perder el norte. Es una parte
muy pequeña de la vida. Ahora mismo cambiaría todos
esos premios por no haber tenido que escuchar: “Juanma, tienes
un cáncer ma- ligno de alto grado”. Pero no se puede hacer
el cambio, así que seguiremos adelante. Es la vida.
Lo que no han logrado los premios ni lo van a lograr es
evitar que siga considerándome un tío humilde al que le
gusta estar
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

con gente humilde, ya sea un rey o un albañil. Porque, al
fin y al cabo, todos somos seres humanos.
Huyo de los egos como de la peste. Yo no puedo tenerlo. Mi
pa- dre estaba arando en el campo a los ocho años, y no
sabe hacer la “o” con un canuto, mi madre estaba sirviendo
en Béjar con 14 años. Mi padre no ha leído un libro en su
vida y mi madre seguramente no habrá leído más de dos o tres.
Yo me siento muy orgulloso de ellos. Igual que de mi suegra,
Concha, que se quedó viuda de mi suegro, Eusebio, al que no
conocí, con ocho hijos a los treinta y pico años. Con este
ADN si yo fuese ególatra estaría traicionándoles a todos
ellos.
Pero eso no significa que no me guste que se reconozcan mis mé-
ritos, que alguno tendré. Y soy el primero que intenta
venderlos. Lo hago en mi web (juanmaresponde.com), que
me ha hecho y gestiona mi hijo Juanma. Ahí hay un
apartado para vender mis cursos, otro para mostrar los libros que
he escrito y publicado
–porque alguno he escrito que no me han querido publicar–
y otro con los premios. Están puestos como si de una nota
informa- tiva se tratase. Hay que venderlos, pero sin
pasarse.
Además del ego, cuando tienes cierto éxito también hay que
gestionar las envidias. Más de uno desearía apuñalarme por
la espalda por simple envidia. Soy plenamente consciente
de ello. Es la condición humana. Algunos no se dan cuenta
de que un triunfo de Emprende o de Juanma Romero es un triunfo
de RTVE. Cada vez que le dan un premio a un compañero me
alegro. Sería tonto si no lo hiciese, porque se está
beneficiando mi empresa, que es la que paga mi sueldo. Aun
así, hay impresentables; los hay en todas partes. Suelen ser
personas que solo se preocupan por sus cosas. Prefieren que
su pequeño programita vaya bien, aunque la empresa vaya
mal. En mi caso es todo lo contrario. Si tengo que elegir
entre que vaya mal Emprende o vaya mal RTVE, elijo que
vaya mal Emprende . Ya habrá otro sitio donde cobijarme.
Porque como vaya mal mi empresa, lo mismo la cierran.
Para evitar en cierta medida esas envidias, siempre dejo
claro que el premio es de todos los compañeros que nos ayudan a
sacar adelante Emprende . Y que el programa no es nuestro,
ni siquiera
Carisma y Empatí a

de TVE. Es de todos los españoles que pagan sus impuestos para
que podamos hacerlo. Lo digo y lo creo.
No solo me preocupo de repartir la gloria del premio con el
resto de los compañeros, sino también las cosas materiales.
En Navi- dad suelen llegarnos regalos, todos a mi nombre. Hay
dos opcio- nes: me los guardo y me los llevo a casa o los
reparto. Es mejor repartirlos. Las últimas navidades me
llegaron regalos de todo tipo. Uno de ellos era una caja con
botellas de aceite, de máxima calidad, de esas que valen un
dineral. El regalo era para Juanma Romero y lo que hice
fue abrir la caja, coger una botella para el realizador y otra
para el productor del programa y el resto se las di a los
conserjes, que me ayudan mucho y nadie se lo reconoce.
Alguien podría pensar que soy tonto por darles el aceite,
igual que he hecho con el vino y otras cosas que me
regalan. Yo, sim- plemente, pienso que me he quedado igual que
media hora antes de recibir el aceite o el vino, sigo teniendo
lo mismo. Pero mis compañeros lo disfrutan y se siente
agradecidos.
Cuando nos dan un premio, lo principal no es recibirlo, sino ven-
derlo . El proceso es el siguiente: me anuncian que nos han
conce- dido un premio, se lo digo a Comunicación de RTVE por
email y a mis jefes y miembros del Consejo de
Administración de RTVE, para que lo sepan. Aunque
alguno no hace el más mínimo caso. Preparo una nota de
prensa informando de la concesión del ga- lardón y se la paso a
los medios “amigos” para que la publiquen. Comunicación de
RTVE hace su trabajo y se la pasa a todos los medios y,
además, la publica en la intranet de la empresa.
Al recibir el premio es imprescindible que una cámara de
tele- visión esté allí para grabarlo. Si no hay cámara es
como si no nos diesen el premio. En esa segunda parte tengo
preparada una nota de prensa, hecha a los pocos días de
anunciarnos el pre mio. Pedimos la cámara de TVE para que vaya
a cubrir el evento. Además de la nota de prensa escribo una
información para que se emita en los informativos de Canal
24 Horas, junto con las imágenes que llegarán una vez
recibido el premio.
Me aseguro de que el editor de turno recibe las imágenes y
que tiene el texto. Muchas veces me tengo que ir corriendo
a TVE,
Juanma Romero, Esther Romero y Miriam Romer o

nada más recibir el galardón, para preparar yo toda la
informa- ción y que se emita, con el fin de asegurarme de
que, efectiva- mente, se emite. Eso significa que si hay
piscolabis me lo pierdo. Pero lo primero es lo primero.
Al día siguiente, una vez emitida la información, recupero
los archivos de la noticia. Los subo a mi canal de YouTube (tengo
seis canales, uno solo dedicado a los premios), y con el enlace
genera- do por YouTube lo viralizo en las redes. El gran valor
del premio está en poder viralizarlo. Además, hay que
conseguir buenas fo- tos para mandárselo a los periódicos
digitales y de papel. Y, por supuesto, para ponerlas en mi
web, que hay que venderse.
Cuando imparto formaciones sobre visibilidad en los
medios siempre digo que no quiero salir en The New York
Times , lo que yo quiero es el PDF de The New York Times
para poder demostrar que he salido en ese periódico. Ese
valor de las redes sociales lo aprovecho lo mejor que puedo.
Cuando mi amigo Juan, que siempre ha estado ahí
apoyándome y sintiéndose orgulloso de mis triunfos, se
entera de que me han dado un nuevo premio, me muestra su
satisfacción. La misma que siento yo cuando veo lo bien que
le va en la vida, con su fa- milia y su empresa. Siempre le
digo: “sí, Juan, muchos premios, muchos premios, pero no
tengo donde caerme muerto”. Él no está de acuerdo
conmigo.
Pero estos premios y triunfos profesionales no me van a
apar tar del verdadero objetivo de mi vida: ser feliz. Y lo
estoy consi- guiendo, gracias a mi mujer, mis hijos (Esther,
Juanma, Miriam, Jesús, Miguel y Elena), mis padres, mis
amigos y mi familia, Dios y mi trabajo. No he cambiado el
orden, ni pienso hacerlo.

Esto es lo más difícil que he hecho en toda mi vida profesional:
https://goo.gl/6FYRzW

También podría gustarte