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Rene Descartes
Rene Descartes
Lo que se articula en el marco común son principalmente los procesos mayores que definen
toda situación analítica: la emergencia, la puesta en práctica y la elaboración de la
transferencia (de sus modalidades específicas en la situación grupal) y de la contra-
transferencia (de sus modalidades específicas en situación de equipo interpretante, ya sea
trío o par). Por transferencia y contra-transferencia entiendo aproximadamente lo que D.
Meltzer designa como vínculo entre la estructura del psiquismo y la naturaleza del proceso
analítico: las funciones inconscientes e infantiles de los psiquismos de los participantes y de
los analistas. En un estudio reciente (1976), expuse y discutí el tipo de trabajo específico
que incumbe principalmente al equipo interpretante; a este trabajo lo llamé análisis inter-
transferencial. Así designo la elaboración de los procesos transferenciales y contra-
transferenciales múltiples que se articulan en la situación global, a través de la
actualización del sistema oferta-demanda y por el intermediario operatorio del sistema de la
regla. Procesos múltiples puesto que conciernen a la elaboración de la transferencia de los
participantes y de los analistas en tanto participantes de su propio tipo de agrupación, la
elaboración de la contra-transferencia de cada interpretante y de aquel que puede, en
determinadas ocasiones, expresarse en la reacción global del grupo de los interpretantes a la
situación analítica de Seminario.
Los hechos clínicos que suscitan estas preguntas se presentan más o menos así: en grupo
amplio, los participantes no logran organizar sus intercambios en una
continuidad temática; las pocas palabras pronunciadas por algunos son más bien
humoradas o palabras frase que aparentemente no encuentran ninguna resonancia en los
otros, salvo en momentos excepcionales en que funciona, independientemente del
contenido, un fuego artificial en el que llamean buenas palabras, retruécanos, testimoniando
más una manifestación furiosa de existencia con tonalidad maníaca que un encadenamiento
relativamente continuo de las ideas.
Del mismo modo, todo intento de formar un vínculo interpersonal es atacado de inmediato,
es tachado y remplazado por otras manifestaciones anárquicas y caóticas: todas ellas
destinadas a mantener lo que Springmann(1974) denominó defensa por fragmentación. La
capacidad para fantasmatizar y formar ideas parece estar gravemente afectada; esto va a la
par con frecuentes sensaciones de malestar corporal. Todo ello puede relacionarse con el
hecho que, metafóricamente, los participantes no logran formar un “cuerpo grupal”; al
contrario, ellos atacan sus vínculos. Toda su actividad está movilizada por la defensa
contra la formación de un conjunto coordinado que, si llegara a constituirse, representaría
una grave amenaza, puesto que multiplicaría, tal como Springmann lo observó
pertinentemente, la capacidad de ataque de los participantes y les haría insoportable el
miedo a ser atacados de vuelta y el temor a romper el vínculo de amor que los liga en la
transferencia con los analistas. Puesto que se trata tanto de preservar como de atacar el
objeto de amor, y, más específicamente, el objeto narcisista idealizado que en el trabajo lo
constituye el equipo interpretante. La parálisis que resulta de este movimiento
contradictorio se expresa en la sensación de marasmo que comparten casi todos los
miembros del grupo. Tal sensación continúa, muy a menudo, hacia un estado de
exaltación maníaca respecto de ese ideal narcisista que, para los participantes, encarna la
figura “grandiosa” de un monitor, quien es aislado del resto del equipo: el marasmo
continúa igualmente en un ataque larvado o directo contra otro monitor, sobre el que se
proyecta la vivencia persecutoria de la situación. Aquí no se trata más que de un intento de
clivaje; no logra su fin, puesto que una situación tal representaría un peligro que
precisamente hay que evitar: clivar sería, en efecto, sellar las bases de una unificación del
grupo: es justamente esta unificación la que, por la omnipotencia narcisista y destructora
que procuraría, es irrealizable; tendría como efecto imaginario la destrucción del equipo
interpretante y de cada uno de los participantes en una conflagración general. Es como si
cada uno sobreestimara la estatura grandiosa de su yo y su fuerza de destrucción, se
instauraría un equilibrio de guerra fría, a pesar de los fracasos significativos de numerosos
pasos al acto.
El proceso principal que prevalece en una situación tal es el que describe Bion; el ataque
contra el vínculo (attacks on linking), y el sentimiento correlativo de este proceso es el
temor de que el equipo interpretante “deje caer” el vínculo y el objeto destruidos: los
participantes y el seminario. Este sentimiento –a veces-no es más que la inversión
proyectiva del deseo de que el equipo interpretante destruya o rompa en efecto un vínculo
que se ha vuelto demasiado peligroso para los participantes. Se trata entonces,
contradictoriamente para los participantes, de mantener al equipo interpretante como
soporte de la transferencia narcisista idealizada (y por lo tanto, de fracasar en mantener su
triunfo), de suscitar de parte del equipo, el castigo que exige el sentimiento de envidia
destructora hacia él, y de no equilibrar las fuerzas narcisistas destructoras que permitirían
dotar al grupo amplio del mismo poder de aquello que le es atribuido al equipo
interpretante.
Cuando los participantes tienen la posibilidad de vivir una situación de grupo pequeño
alternativamente con la de grupo amplio, sus experiencias y sus elaboraciones son muy
diferentes. Los grupos pequeños son investidos positivamente y de manera a-conflictiva;
los vínculos son establecidos y personalizados muy intensamente, la idealización del
interpretante es menos intensa, de hecho, la elaboración de los afectos en un pensamiento y
una cultura propios del grupo parece posible y fecunda.
–la fragmentación de la comprensión del proceso grupal: en lugar de analizar por medio de
la asociación libre el proceso de evolución de las diferentes situaciones del grupo (amplio,
reducido), los interpretantes hacen el relato paralelo de sus experiencias. Este relato
permanece factual. Por último, nada se dice o se intercambia que toque personalmente a
cada uno. El modo de luchar contra la fragmentación es también el modo de mantenerla:
síntesis minuciosas apuntan a memorizar y a acumular toda pérdida de información, sobre
la cual podrá hacerse un trabajo a-posteriori, cuando la sesión haya terminado. Se
recuperará de este modo, en una totalidad imaginaria, enfriada y desafectada, la unidad
amenazante de la situación insoportable del aquí y ahora. La vivencia correlativa de esta
situación es la depresión y el marasmo;
– la unificación de las posiciones por medio del pensamiento ideológico: es el miedo al
derrumbe y a la pérdida de lugares identificatorios, es el miedo al vacío creado por los
ataques de los participantes contra el narcisismo del equipo lo que provoca esta reacción
frecuente. Bajo la égida de uno o varios miembros del equipo interpretante, se efectúa un
trabajo que apunta a manejar objetos abstractos, neutralizados y extemporáneos. El
pensamiento ideológico tiene por objeto restaurar la omnipotencia narcisista, la
reconstitución de la defensa contra las ansiedades esquizo-paranoides y depresivas, la
constitución de un sistema hegemónico de saberes destinados a canalizar el flujo, sentido
como disgregante, del proceso primario. De hecho, se trata de obligar a éste, bajo el disfraz
del proceso secundario, gracias a las racionalizaciones e intelectualizaciones, a reducir las
contradicciones (por reducción del sentido). El equipo interpretante reacciona entonces
dando pie y crédito a la transferencia narcisista idealizada de los participantes. Lucha al
mismo tiempo – y de manera inadecuada- contra la fragmentación de la comprensión del
proceso grupal. Con todo, bajo la apariencia de un pensamiento cuyas ligazones lógicas
son sobre afirmadas – y con qué fuerza – se trata una vez más de una modalidad de ataque
contra los vínculos: entre el proceso primario y el proceso secundario, entre los
participantes y el equipo interpretante;
– la agresión contra un “enemigo”: he aquí un fin activista frecuente.
El ataque es realizado sin peligro si es llevado hacia un objeto exterior al equipo. De hecho,
las dos modalidades precedentes (fragmentación de la comprensión, unificación ideológica)
son también modalidades agresivas en contra del grupo, por cierto, en el primer caso, pero
también contra el equipo mismo, en el segundo caso. Cuando la carga agresiva se desvía
hacia un “enemigo” exterior es interesante para la preservación del narcisismo del equipo,
para la reducción de la angustia y para el mantenimiento del objeto en el cual se apuntala:
el grupo de los participantes. En el caso en que la carga agresiva no se desvía más que
parcialmente al exterior, la intrincación entre el narcisismo y la destructividad aparece
mejor, aun cuando la situación vivida aparezca mucho más inextricable. Generalmente se
presentan dos tipos de figuras: son la agresión del grupo por el equipo (interpretación
salvaje, obligación ideológica), y la agresión que el equipo dirige a su héroe narcisista, a su
ideal de perfección. El equipo ataca a éste tal como los participantes desearían hacerlo, en
la medida en que este ideal no puede ser más que decepcionante: se trata entonces de
preservarse de la decepción. Pero, por medio de este ataque, en el mejor de los casos, o
bien maneja- en la depresión consecutiva a esto- una vía de elaboración hacia modos de
pensamiento menos ideológicos, o bien, más a menudo, aquel no logra metabolizar sus
proyecciones dolorosas: lo que luego se le devuelve introyectivamente se acrecienta de
esas proyecciones. La situación de ese héroe narcisista atacado de esa forma es, en estas
condiciones, muy precaria, puesto que este no logra afrontar por sí mismo y metabolizar
solo tal ataque, en la medida en que el equipo mismo funciona como los participantes, es
decir, no encuentra el medio de proveer o de constituir un contenedor activo de esas
proyecciones dolorosas.
Estoy de acuerdo con que el monitor deba ser activo: ¿Pero, acaso debe serlo a la manera de
un líder de grupo, de un jefe de partido, de un responsable de la institución o de un
pedagogo?
El marco institucional de los grupos amplios compuesto por enfermos y por cuidadores en
un hospital psiquiátrico difiere, es verdad, bastante más que el de un Seminario de
formación. Pero sucede que la vía elegida o sugerida por Springmann me parece que deja
intocada la cuestión de la creación, del mantenimiento y de la elaboración de la situación
analítica por el equipo interpretante. Ahora bien, es de ésta de lo que se trata de manera
primordial. Concuerdo con Springmann (y con Bion , Gear y Liendo) cuando escribe que la
manera mediante la cual un grupo amplio lleva a cabo su exceso de ansiedad depresiva se
parece estrechamente a la manera mediante la cual es resuelto el problema por el individuo
en el curso de su desarrollo: cuando, privado de la asistencia de la madre buena, se ve
confrontado a una ansiedad depresiva excesiva, el individuo tiende a no salir de la posición
esquizo-paranoide, o bien, tiende a volver a ella. Esta semejanza se acrecienta, observa
Springmann, cuando un adversario externo sobre el cual la fracción negativa de la
ambivalencia puede ser desviada, produce una acción unificadora en el grupo amplio.
Concuerdo con ello por haberlo verificado numerosas veces en grupos reales. Es la
estrategia de todo buen líder. ¿Pero acaso, es la de un analista?
Me parece que es posible otra vía, deseable y portadora de efectos de liberación más
profundos, tanto para los participantes como para los analistas: diría que la liberación de los
analistas precede y hace posible la de los participantes. Esta vía no consiste en actuar
directa o indirectamente la agresividad, desplazándola al exterior sobre el héroe narcisista o
elaborándola en la posición ideológica. Sino que consiste en mantener la situación analítica
en el equipo interpretante (y más generalmente en los analistas) por medio de la elaboración
de la contra-transferencia y la transferencia de equipo: el análisis inter-transferencial apunta
a restaurar la capacidad alfa de los analistas manteniendo la situación analítica en cada uno
de los intérpretes; para lograrlo no hay otra vía que la que asegura la fluidez y el
intercambio de los pensamientos y de los afectos en cada uno de los analistas entre sí. Lo
que aquí importa para el equipo interpretante es existir personalmente y en equipo. Me
parece que se requiere otra condición, y sobre este punto coincido, de muy buenas ganas,
con Springmann: es la construcción de un marco de referencia teórica sólido, pero abierto a
la interpretación o a la reevaluación de esta teoría en función de todo hecho que vendría a
contradecirla, o a marcar su incompletud, o a señalar la inexactitud de la misma. En
oposición a la posición ideológica, que yo caracterizo como una reducción defensiva del
sentido y como la construcción de un objeto narcisista-perverso, designo a esta posición
requerida (adquirida por el análisis inter-transferencial) mito-poiética: ella es un código
abierto y generador de códigos, así como una manera de existir a pesar (y no negando) de la
teoría.
Me parece que en estas condiciones, la capacidad alfa de los analistas (capacidad del soñar
y del pensar) hace posible la metabolización de las proyecciones destructivas dolorosas de
los participantes, ella constituye el equivalente del contenedor de sus proyecciones y hace
salir al equipo de la alternativa en la cual la encierran (de acuerdo con ellos) los
participantes; o bien la afirmación (y el mantenimiento de la creencia) narcisista
omnipotente, o bien la destrucción y la decepción depresiva.
BIBLIOGRAFIA