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Análisis intertransferencial función alfa y

grupo contenedor (René Kaës)

Révue Evolution Psychiatrique XLI, 2, París


Me propongo examinar en este artículo algunos problemas que surgen en la situación en la
cual una pluralidad de interpretantes, funcionando en equipo, trio o par de analistas, efectúa
un trabajo psicoanalítico de formación, estando los participantes reunidos en un grupo
único o en varios tipos de agrupación (ya sea en pequeños grupos o amplios, por
ejemplo). La situación principal a la cual referiré mi reflexión será la de grupos amplios en
el marco de los seminarios de formación personal organizados según la perspectiva de un
trabajo psicoanalítico. Hemos propuesto definir las características de tales seminarios y
resaltar los principios de trabajo en una obra colectiva (D. Anzieu, A. Béjarano, R. Kaës, A.
Missenard, J.B. Pontalis, 1972). Por mi parte he intentado precisar algunos problemas de
técnica y de teoría psicoanalítica de los grupos con los que uno se encuentra en este tipo de
trabajo, en conexión con los elementos que componen el conjunto seminario de formación,
es decir a la unión del equipo interpretante ( trío o par), del grupo de los participantes y del
marco común que contiene a la vez esos elementos y los articula según una referencia
doble: una de estas referencias es de naturaleza psicosocial, y la he designado como el
sistema oferta-demanda de formación, la otra es psicoanalítica y la he descrito como el
sistema regla operatoria para el trabajo de análisis. El primer sistema define la institución y
la situación social del seminario (o del grupo de formación); el segundo engendra el
dispositivo y la situación analítica (“setting”).

Lo que se articula en el marco común son principalmente los procesos mayores que definen
toda situación analítica: la emergencia, la puesta en práctica y la elaboración de la
transferencia (de sus modalidades específicas en la situación grupal) y de la contra-
transferencia (de sus modalidades específicas en situación de equipo interpretante, ya sea
trío o par). Por transferencia y contra-transferencia entiendo aproximadamente lo que D.
Meltzer designa como vínculo entre la estructura del psiquismo y la naturaleza del proceso
analítico: las funciones inconscientes e infantiles de los psiquismos de los participantes y de
los analistas. En un estudio reciente (1976), expuse y discutí el tipo de trabajo específico
que incumbe principalmente al equipo interpretante; a este trabajo lo llamé análisis inter-
transferencial. Así designo la elaboración de los procesos transferenciales y contra-
transferenciales múltiples que se articulan en la situación global, a través de la
actualización del sistema oferta-demanda y por el intermediario operatorio del sistema de la
regla. Procesos múltiples puesto que conciernen a la elaboración de la transferencia de los
participantes y de los analistas en tanto participantes de su propio tipo de agrupación, la
elaboración de la contra-transferencia de cada interpretante y de aquel que puede, en
determinadas ocasiones, expresarse en la reacción global del grupo de los interpretantes a la
situación analítica de Seminario.

Me parece que la razón de ser del análisis inter-transferencial es el establecimiento y la


continuación del proceso analítico. Me acerco a lo que dice D.Meltzer cuando escribe
(1971, p. 37) respecto de la cura individual, que “el trabajo esencial (del analista) es
la creación de la “situación analítica” (“setting”) en el seno de la cual los procesos
transferenciales del psiquismo del paciente pueden descubrirse y expresarse. La palabra
“creación” pone el acento en la naturaleza de este aspecto técnico del trabajo, puesto que es
cierto que un proceso constante de descubrimiento de parte del analista es indispensable, en
vías de, por una parte, modular la angustia y, por otra, reducir al mínimo las interferencias
(externas)”.

La cuestión que aquí sostendrá mi atención concierne al tipo de funciones y de posiciones


que sería recomendable que el equipo interpretante alcanzara cuando los participantes se
ven en la imposibilidad de elaborar sus tensiones dolorosas internas y sus mociones
agresivas respecto de los analistas, siendo estos últimos objeto de una intensa idealización.
¿Qué tipos de procesos están entonces en juego en los participantes y en los interpretantes?
¿Qué tipo de trabajo psicoanalítico hay que establecer de parte de estos, y según qué
modalidades la creación de la “situación analítica” puede ser mantenida y desarrollada?

Los hechos clínicos que suscitan estas preguntas se presentan más o menos así: en grupo
amplio, los participantes no logran organizar sus intercambios en una
continuidad temática; las pocas palabras pronunciadas por algunos son más bien
humoradas o palabras frase que aparentemente no encuentran ninguna resonancia en los
otros, salvo en momentos excepcionales en que funciona, independientemente del
contenido, un fuego artificial en el que llamean buenas palabras, retruécanos, testimoniando
más una manifestación furiosa de existencia con tonalidad maníaca que un encadenamiento
relativamente continuo de las ideas.
Del mismo modo, todo intento de formar un vínculo interpersonal es atacado de inmediato,
es tachado y remplazado por otras manifestaciones anárquicas y caóticas: todas ellas
destinadas a mantener lo que Springmann(1974) denominó defensa por fragmentación. La
capacidad para fantasmatizar y formar ideas parece estar gravemente afectada; esto va a la
par con frecuentes sensaciones de malestar corporal. Todo ello puede relacionarse con el
hecho que, metafóricamente, los participantes no logran formar un “cuerpo grupal”; al
contrario, ellos atacan sus vínculos. Toda su actividad está movilizada por la defensa
contra la formación de un conjunto coordinado que, si llegara a constituirse, representaría
una grave amenaza, puesto que multiplicaría, tal como Springmann lo observó
pertinentemente, la capacidad de ataque de los participantes y les haría insoportable el
miedo a ser atacados de vuelta y el temor a romper el vínculo de amor que los liga en la
transferencia con los analistas. Puesto que se trata tanto de preservar como de atacar el
objeto de amor, y, más específicamente, el objeto narcisista idealizado que en el trabajo lo
constituye el equipo interpretante. La parálisis que resulta de este movimiento
contradictorio se expresa en la sensación de marasmo que comparten casi todos los
miembros del grupo. Tal sensación continúa, muy a menudo, hacia un estado de
exaltación maníaca respecto de ese ideal narcisista que, para los participantes, encarna la
figura “grandiosa” de un monitor, quien es aislado del resto del equipo: el marasmo
continúa igualmente en un ataque larvado o directo contra otro monitor, sobre el que se
proyecta la vivencia persecutoria de la situación. Aquí no se trata más que de un intento de
clivaje; no logra su fin, puesto que una situación tal representaría un peligro que
precisamente hay que evitar: clivar sería, en efecto, sellar las bases de una unificación del
grupo: es justamente esta unificación la que, por la omnipotencia narcisista y destructora
que procuraría, es irrealizable; tendría como efecto imaginario la destrucción del equipo
interpretante y de cada uno de los participantes en una conflagración general. Es como si
cada uno sobreestimara la estatura grandiosa de su yo y su fuerza de destrucción, se
instauraría un equilibrio de guerra fría, a pesar de los fracasos significativos de numerosos
pasos al acto.

El proceso principal que prevalece en una situación tal es el que describe Bion; el ataque
contra el vínculo (attacks on linking), y el sentimiento correlativo de este proceso es el
temor de que el equipo interpretante “deje caer” el vínculo y el objeto destruidos: los
participantes y el seminario. Este sentimiento –a veces-no es más que la inversión
proyectiva del deseo de que el equipo interpretante destruya o rompa en efecto un vínculo
que se ha vuelto demasiado peligroso para los participantes. Se trata entonces,
contradictoriamente para los participantes, de mantener al equipo interpretante como
soporte de la transferencia narcisista idealizada (y por lo tanto, de fracasar en mantener su
triunfo), de suscitar de parte del equipo, el castigo que exige el sentimiento de envidia
destructora hacia él, y de no equilibrar las fuerzas narcisistas destructoras que permitirían
dotar al grupo amplio del mismo poder de aquello que le es atribuido al equipo
interpretante.

Cuando los participantes tienen la posibilidad de vivir una situación de grupo pequeño
alternativamente con la de grupo amplio, sus experiencias y sus elaboraciones son muy
diferentes. Los grupos pequeños son investidos positivamente y de manera a-conflictiva;
los vínculos son establecidos y personalizados muy intensamente, la idealización del
interpretante es menos intensa, de hecho, la elaboración de los afectos en un pensamiento y
una cultura propios del grupo parece posible y fecunda.

¿Cómo experimenta esta situación el equipo interpretante y qué se elabora en esas


reuniones? De una manera general, y mientras se desarrollan reacciones contra-
transferenciales a la situación global, el equipo interpretante reacciona de un modo
simétrico u opuesto al de los participantes. Todo cambia cuando el análisis inter-
transferencial restablece el campo de trabajo analítico en el equipo mismo y mantiene la
situación analítica.

Las reacciones contra-transferenciales simétricas u opuestas revelan formas variables. Daré


algunos ejemplos de ellas:

–la fragmentación de la comprensión del proceso grupal: en lugar de analizar por medio de
la asociación libre el proceso de evolución de las diferentes situaciones del grupo (amplio,
reducido), los interpretantes hacen el relato paralelo de sus experiencias. Este relato
permanece factual. Por último, nada se dice o se intercambia que toque personalmente a
cada uno. El modo de luchar contra la fragmentación es también el modo de mantenerla:
síntesis minuciosas apuntan a memorizar y a acumular toda pérdida de información, sobre
la cual podrá hacerse un trabajo a-posteriori, cuando la sesión haya terminado. Se
recuperará de este modo, en una totalidad imaginaria, enfriada y desafectada, la unidad
amenazante de la situación insoportable del aquí y ahora. La vivencia correlativa de esta
situación es la depresión y el marasmo;
– la unificación de las posiciones por medio del pensamiento ideológico: es el miedo al
derrumbe y a la pérdida de lugares identificatorios, es el miedo al vacío creado por los
ataques de los participantes contra el narcisismo del equipo lo que provoca esta reacción
frecuente. Bajo la égida de uno o varios miembros del equipo interpretante, se efectúa un
trabajo que apunta a manejar objetos abstractos, neutralizados y extemporáneos. El
pensamiento ideológico tiene por objeto restaurar la omnipotencia narcisista, la
reconstitución de la defensa contra las ansiedades esquizo-paranoides y depresivas, la
constitución de un sistema hegemónico de saberes destinados a canalizar el flujo, sentido
como disgregante, del proceso primario. De hecho, se trata de obligar a éste, bajo el disfraz
del proceso secundario, gracias a las racionalizaciones e intelectualizaciones, a reducir las
contradicciones (por reducción del sentido). El equipo interpretante reacciona entonces
dando pie y crédito a la transferencia narcisista idealizada de los participantes. Lucha al
mismo tiempo – y de manera inadecuada- contra la fragmentación de la comprensión del
proceso grupal. Con todo, bajo la apariencia de un pensamiento cuyas ligazones lógicas
son sobre afirmadas – y con qué fuerza – se trata una vez más de una modalidad de ataque
contra los vínculos: entre el proceso primario y el proceso secundario, entre los
participantes y el equipo interpretante;
– la agresión contra un “enemigo”: he aquí un fin activista frecuente.

El ataque es realizado sin peligro si es llevado hacia un objeto exterior al equipo. De hecho,
las dos modalidades precedentes (fragmentación de la comprensión, unificación ideológica)
son también modalidades agresivas en contra del grupo, por cierto, en el primer caso, pero
también contra el equipo mismo, en el segundo caso. Cuando la carga agresiva se desvía
hacia un “enemigo” exterior es interesante para la preservación del narcisismo del equipo,
para la reducción de la angustia y para el mantenimiento del objeto en el cual se apuntala:
el grupo de los participantes. En el caso en que la carga agresiva no se desvía más que
parcialmente al exterior, la intrincación entre el narcisismo y la destructividad aparece
mejor, aun cuando la situación vivida aparezca mucho más inextricable. Generalmente se
presentan dos tipos de figuras: son la agresión del grupo por el equipo (interpretación
salvaje, obligación ideológica), y la agresión que el equipo dirige a su héroe narcisista, a su
ideal de perfección. El equipo ataca a éste tal como los participantes desearían hacerlo, en
la medida en que este ideal no puede ser más que decepcionante: se trata entonces de
preservarse de la decepción. Pero, por medio de este ataque, en el mejor de los casos, o
bien maneja- en la depresión consecutiva a esto- una vía de elaboración hacia modos de
pensamiento menos ideológicos, o bien, más a menudo, aquel no logra metabolizar sus
proyecciones dolorosas: lo que luego se le devuelve introyectivamente se acrecienta de
esas proyecciones. La situación de ese héroe narcisista atacado de esa forma es, en estas
condiciones, muy precaria, puesto que este no logra afrontar por sí mismo y metabolizar
solo tal ataque, en la medida en que el equipo mismo funciona como los participantes, es
decir, no encuentra el medio de proveer o de constituir un contenedor activo de esas
proyecciones dolorosas.

FUNCION ALFA Y GRUPO CONTENEDOR


Podríamos decir del equipo interpretante que, en esta ocasión, se comporta como una mala
madre amenazada y amenazadora. La intolerancia de los analistas a las proyecciones
destructivas de los participantes conlleva su incapacidad para elaborar esas proyecciones, es
decir asegurar una función análoga a lo que Bion (1962) designa como la capacidad
alfa[1] de la madre en su relación con el niño. La reintroyección de las partes buenas
primitivamente depositadas por cada participante en el equipo de los monitores está
destinada al fracaso, o a volver bajo la forma de un enquistado idealizado-narcisista. Pero
sobre todo, la proyección sobre el equipo de los componentes destructivos no logra
transformarse por defecto de la capacidad alfa de los analistas; cada uno encuentra en sí
mismo la carga de la tensión destructora y la angustia que le es asociada, a las cuales se
agregan las de los otros participantes y las de los analistas: la fragmentación descrita por
Springmann se inscribe en esta perspectiva como defensa contra la carga destructiva
acumulada, si el grupo amplio llegara a unificarse. Observé en una obra reciente, dedicada
al análisis del proceso de construcción del grupo (R. Kaës, 1976), que la incapacidad que de
allí resulta es la de construir un núcleo imaginario de un aparato psíquico grupal, y que,
como consecuencia, esta incapacidad significa el fracaso del proceso de construcción de las
relaciones de grupo mismo. La elaboración de una posición ideológica haría posible y
relativamente eficaz por cierto, la proyección de los objetos…. (elementos beta de Bion); es
lo que sucede cuando, en el equipo interpretante predomina una posición tal; también es lo
que pasa cuando se resalta el enemigo exterior común sobre el cual se descargan las
mociones destructivas. Pero en estos tipos de solución, no se trata de la restauración de la
capacidad alfa, ni en los analistas ni-consecuentemente- en los participantes. Aquí no
puedo sino expresar mi acuerdo con el análisis teórico de Springmann, y mi desacuerdo
respecto de él cuando sugiere las soluciones prácticas a enfrentar para prevenir la
fragmentación: “se puede prevenir fácilmente la fragmentación –escribe- y obtener la
cohesión mediante la afirmación activa del monitor, por ejemplo, un acto tan simple como
remplazar a uno de los sujetos y proponerlo a la discusión grupal. Se puede obtener el
mismo efecto por medio de la identificación de un adversario legítimo. Estos dos actos, la
afirmación del rol del monitor y la identificación de un adversario externo, parecen eliminar
el peligro ligado a la unificación del grupo. El uno, disminuyendo la cólera común, el otro,
desviándola del monitor. Ambos hechos tienden a sostener la teoría aquí presentada, a
saber, que la fragmentación es una defensa activa del grupo sobre la cual el monitor deberá
actuar cuando la ansiedad depresiva se vuelve excesiva”.

Estoy de acuerdo con que el monitor deba ser activo: ¿Pero, acaso debe serlo a la manera de
un líder de grupo, de un jefe de partido, de un responsable de la institución o de un
pedagogo?

El marco institucional de los grupos amplios compuesto por enfermos y por cuidadores en
un hospital psiquiátrico difiere, es verdad, bastante más que el de un Seminario de
formación. Pero sucede que la vía elegida o sugerida por Springmann me parece que deja
intocada la cuestión de la creación, del mantenimiento y de la elaboración de la situación
analítica por el equipo interpretante. Ahora bien, es de ésta de lo que se trata de manera
primordial. Concuerdo con Springmann (y con Bion , Gear y Liendo) cuando escribe que la
manera mediante la cual un grupo amplio lleva a cabo su exceso de ansiedad depresiva se
parece estrechamente a la manera mediante la cual es resuelto el problema por el individuo
en el curso de su desarrollo: cuando, privado de la asistencia de la madre buena, se ve
confrontado a una ansiedad depresiva excesiva, el individuo tiende a no salir de la posición
esquizo-paranoide, o bien, tiende a volver a ella. Esta semejanza se acrecienta, observa
Springmann, cuando un adversario externo sobre el cual la fracción negativa de la
ambivalencia puede ser desviada, produce una acción unificadora en el grupo amplio.
Concuerdo con ello por haberlo verificado numerosas veces en grupos reales. Es la
estrategia de todo buen líder. ¿Pero acaso, es la de un analista?

Me parece que es posible otra vía, deseable y portadora de efectos de liberación más
profundos, tanto para los participantes como para los analistas: diría que la liberación de los
analistas precede y hace posible la de los participantes. Esta vía no consiste en actuar
directa o indirectamente la agresividad, desplazándola al exterior sobre el héroe narcisista o
elaborándola en la posición ideológica. Sino que consiste en mantener la situación analítica
en el equipo interpretante (y más generalmente en los analistas) por medio de la elaboración
de la contra-transferencia y la transferencia de equipo: el análisis inter-transferencial apunta
a restaurar la capacidad alfa de los analistas manteniendo la situación analítica en cada uno
de los intérpretes; para lograrlo no hay otra vía que la que asegura la fluidez y el
intercambio de los pensamientos y de los afectos en cada uno de los analistas entre sí. Lo
que aquí importa para el equipo interpretante es existir personalmente y en equipo. Me
parece que se requiere otra condición, y sobre este punto coincido, de muy buenas ganas,
con Springmann: es la construcción de un marco de referencia teórica sólido, pero abierto a
la interpretación o a la reevaluación de esta teoría en función de todo hecho que vendría a
contradecirla, o a marcar su incompletud, o a señalar la inexactitud de la misma. En
oposición a la posición ideológica, que yo caracterizo como una reducción defensiva del
sentido y como la construcción de un objeto narcisista-perverso, designo a esta posición
requerida (adquirida por el análisis inter-transferencial) mito-poiética: ella es un código
abierto y generador de códigos, así como una manera de existir a pesar (y no negando) de la
teoría.

Me parece que en estas condiciones, la capacidad alfa de los analistas (capacidad del soñar
y del pensar) hace posible la metabolización de las proyecciones destructivas dolorosas de
los participantes, ella constituye el equivalente del contenedor de sus proyecciones y hace
salir al equipo de la alternativa en la cual la encierran (de acuerdo con ellos) los
participantes; o bien la afirmación (y el mantenimiento de la creencia) narcisista
omnipotente, o bien la destrucción y la decepción depresiva.

Parafraseando la palabra de Charcot a un contradictor, se podría decir que, para el equipo


interpretante, importa que ni la seducción narcisista, ni las proyecciones destructivas, ni la
teoría impidan a cada analista existir, vivenciar, conocer y vivir.

BIBLIOGRAFIA

ANZIEU, D.; BEJARANO, A; KAËS, R.; MISSENARD, A.; PONTALIS, J.B. : Le


travail
psychanalitique dans les groupes. Paris. Dunod. 1972.
BION, W.R.. : Learning from experience. London. 1962. P. Heineman.
KAËS, R.: “L’analyse intertransferentielle”. In Kaés, R., Anzieu,D. et coll.
Désir de former et formation du savoir. Paris. Dunod. 1976.
KAËS, R. L’appareil psychique groupal: construction du groupe. Paris. Dunod. 1976.
MELTZER, D. Le processus psychanalytique. Paris. Payot. 1971
SPRINGMANN, R.R. La fragmentation en tant que défense dans les grands groupes.
Traduit dans le présent numéro de L’Evolution Psychiatrique.
[1] Según Bion, la función alfa es la función de un cierto número de factores, comprendido
en ellos la función del Yo, y que permite convertir los datos sensoriales en elementos
alfa. Estos comprenden imágenes visuales, esquemas auditivos y olfativos que se utilizan
en los pensamientos del sueño, el pensamiento de vigilia inconsciente, los sueños, la barrera
de contacto, los recuerdos. La función alfa dota a la psiquis el material de los pensamientos
del sueño, la capacidad de despertarse o de dormirse, de estar conciente o inconsciente. El
infans, incapaz por sí mismo de utilizar los datos sensoriales, debe evacuar los elementos en
la madre, contando con ella para hacer todo lo necesario para darle una forma apropiada
para ser utilizada como elementos alfa por el niño. El fracaso en el establecimiento, entre
el bebé y la madre, de una relación en la cual la identificación proyectiva normal sea
posible, impide el desarrollo de la función alfa, la adquisición de una capacidad de ser
conciente o inconsciente de sí mismo. En este sentido la función alfa es la función maternal
del Otro. La perturbación de esta función tiene como efecto que los elementos alfa no se
produzcan y que las impresiones sensoriales y las emociones permanecen inmutables. Son
los elementos beta usados en la identificación proyectiva, pero no en los pensamientos
oníricos; son hechos (“cosas en sí”) no digeridas, no posibles de conocer; que no están
disponibles para el pensamiento.

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