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VOCAL

Autores: Alfonso Herrera – Santiago Jordán – Franco Muñoz – Ariel Varas

Nada hacía presagiar la tragedia que ocurriría ese día, tragedia que, hasta el día de hoy, no se sabe
cómo ni por qué ocurrió.

Edgardo, un niño cualquiera de dieciséis años, era triste, estaba pálido, casi todos se alejaban de su
persona. Edgardo ya no se sentía mal, estaba casi sumergido en esa tristeza, y no sabía qué hacer
con eso.

Lunes 30

Me gusta mucho una niña de mi curso, se llama Josefa. Ella, aunque suene raro, me alegra solo con
verla, pero al mismo tiempo me entristece totalmente el saber que jamás pasará nada entre
nosotros. Ella es, como un amanecer después de la lluvia, y la verdad me gustaría mucho conocerla
bien, me haría sentir.

Iba por la plaza caminando, intentando hundir mis tristes pensamientos, cuando la vi. Estaba con
sus amigas del curso y otras que no conocía, estaban hablando sobre quién le gustaba a ella. Entre
risa y risa, ella dijo: “me gusta alguien que su nombre empieza con E”. Cuando dijo eso mis ojos se
abrieron como dos soles gigantes ¿acaso podría ser yo?

Me fui corriendo a la casa, estaba demasiado emocionado, feliz, en un completo estado de éxtasis y
no sabía muy bien por qué.

Edgardo llegó a su casa, una casa que no era como cualquier otra. Era lúgubre, oscura, se podría
decir que hasta fea. Estaba mal cuidada y el pasto había crecido tanto que se había vuelto una selva,
sumando que además había un árbol salvaje que pareció haber crecido tan desmesuradamente
como su tristeza, tapando toda la ventana de su pieza, aislando cualquier rayo de Sol.

Martes 31

Llegué a mi casa y me tiré en mi cama. Estaba confundido, por una parte, estaba feliz por lo que
había oído, pero por otro lado algo me decía que era mentira, que no podría creer eso, que ella era
la perfección, que era belleza, luz y tantas cosas y yo, era un don nadie. Mientras intento tragarme
la hallulla con mantequilla que me dejaron de once, las migas de pan se van aislando en el plato, tan
individuales y solas como este amor imposible, que, aunque es improbable me da un poco de luz en
esta oscuridad.
Jueves 2

Ayer no pude escribir. No tenía ganas. Llegó mi mamá a la casa y rato después me dijo que vaya a
comprar, yo le dije que sí, ella estaba cansada y era lo menos que podía hacer. Fui a comprar y en el
trayecto de la casa había algo raro, me sentía sofocado, me faltaba la respiración. Sentía como toda
la gente me miraba juzgándome; ahora que lo escribo, creo que al cabo de un rato me sentía tan
ahogado que terminé corriendo con demasiada ansiedad, sin idea alguna de dónde ir.

Corrí largo rato sin rumbo hasta llegar a la playa. El día estaba gris y la vaguada costera parecía no
ceder. Me senté en la arena a mirar el mar con la pena como una cruz en el pecho. Mientras me
perdía en la espuma de las olas, vi a la Josefa con un niño, el niño era Esteban, por eso la “E”. la
angustia invadió mi alma, me sentía morir, mis ilusiones se derrumbaron.

Preferí pasar inadvertido, por lo que me fui sin que me vieran. Era tarde, tomé colectivo y me fui para
la casa. No podía más con cómo me sentía, la sola imagen del beso que se dieron me devastaba,
haciéndome más daño.

Edgardo llegó a la lúgubre casa de siempre y nada era igual, se sentía muerto por dentro, necesitaba
con quien hablar, alguien a quien pedir consejo, pero Edgardo no tenía ni amigos.

Jueves 6

Hace rato que no puedo escribir. Estoy como atragantado. Me levanté, es domingo temprano, no
puede ser peor. Tengo los ojos rojos, parezco un conejo de tanto llorar. La casa parece más gris que
de costumbre, y el silencio solo es quebrado por los leves maullidos de mi gato. Mis movimientos son
torpes, me cuesta escribir y tomar el lápiz, incluso me cuesta pensar en lo que quiero poner acá. He
tomado decisiones. Me iré a la playa, a la piedra gigante que da la vista a todo el puerto de
Valparaíso.

Llegué a la Piedra Feliz. No sé por qué tiene ese nombre tan irracional. Acá nada huele a felicidad,
excepto las gaviotas que aletean, quién sabe si están felices. No me importa. Me senté un rato,
escribo un poco, intento digerir lo que sé que pasará después, por algo estoy aquí; pero, aunque
suene ilógico, quiero disfrutar el momento. Quiero disfrutar algo, aunque sea por única vez. Me he
levantado, dejaré el cuaderno abierto en la piedra, y me lanzaré al vacío sintiendo el viento en mi
rostro.

Mientras caía, ya no estaba triste, tampoco feliz, era como si, ya no estuviera ahí. Un tipo que barría
el mirador cercano a la piedra lo vio lanzarse al vacío, pero guardó un secreto silencio en la mirada,
nunca sabremos si por impresión, por cobardía, o simplemente por un gesto de aceptar la escena.
Había unos perros ladrando, rasgando los restos de un tiesto con comida. Luego de eso, el silencio
volvió a apropiarse del escenario.

Tiempo después, luego de muchos días de angustia y agotamiento, buscando el cuerpo de Edgardo,
un agente de la PDI encuentra el diario de vida, el que aún permanecía milagrosamente tirado entre
las rocas, como si el viento jamás hubiese querido llevárselo.

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