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LA ECONOMÍA PARA EL BIEN COMÚN1

LOS HECHOS CRUDOS

EN NUESTRA época, son los hechos mismos los que resultan más que un poco salvajes
y constituyen un ataque contra los dogmas económicos insensatos. Necesitamos escasa
ayuda de la retórica desbocada. Los hechos crudos se resumen con palabras tranquilas
en los diversos informes de State of the World publicados por el World Watch Institute, y
especialmente en el primer ensayo del volumen de 1987, escrito por Lester Brown y Sandra
Postel con el título de “Thresholds of Change”. Algunos de ésos son los siguientes:

1) Hay un hoyo en la capa de ozono protectora de la Tierra. Ahora llega a la Tierra una
cantidad mayor de radiación ultravioleta, y puede pronosticarse que aumentará el
cáncer de la piel, se retardará el crecimiento de las cosechas y se deteriorá el sistema
inmunitario humano. En una respuesta inusitadamente sensata, los representantes de
treinta y una naciones han aceptado un límite cuantitativo a la producción de
clorofluorocarburos, la causa probable de la disminución del ozono.

2) Hay pruebas de que el efecto de invernadero inducido por el CO2 ha provocado ya un


calentamiento del globo. Todavía en 1983 no se esperaba ningún cambio perceptible
durante los siguientes cincuenta años. Ahora, expertos cautelosos asocian el
calentamiento con la sequía padecida en el Medio Oeste de los Estados Unidos en
1988.

3) La biodiversidad está declinando a medida que se incrementan las tasas de extinción


de las especies debido a la mutación del hábitat, sobre todo en los bosques de lluvias
tropicales que albergan a la mitad de las especies del mundo en sólo 7 por ciento de su
área terrestre (Goodland 1987).

Además, la lluvia ácida mata los bosques de la zona templada y eleva la acidez de los
lagos más allá de los límites de tolerancia de muchas especies. Por efecto de los
accidentes industriales, los habitantes de Chernóbyl, Goiania (Brasil) y Bhopal están
muriendo por la contaminación del aire, la contaminación de las aguas superficiales con
desechos tóxicos, y el envenenamiento por la radiación.

Creemos que todos los hechos se relacionan de un modo u otro con un suceso
fundamental: ha aumentado en demasía la actividad humana en relación con la biosfera.
En sólo 36 años (1950-1986) se duplicó población (de 2.500 a 5.000 millones). Durante el
mismo período, el producto bruto y el consumo de combustibles fósiles del mundo casi se
han cuadruplicado. Es muy probable que la continuación del crecimiento más allá de la
escala actual incrementa los costos con mayor rapidez que los beneficios. Iniciándose así
una nueva era de “crecimiento antieconómico” que empobrece en lugar de enriquecer.
Éste es el hecho crudo fundamental que ha encontrado expresión en palabras
suficientemente feroces para atacar con éxito el estupor civil ante el discurso económico.
En efecto, lo que dijera Keynes, parece ser que la crudeza de las palabras o de los hechos
se toma ahora como una prueba clara de la falsedad. La preocupación moral es
“anticientífica”. La afirmación del hecho es “alarmista”.

En An Inquiry into the Human Prospect (1974), el economista Robert Heilbroner


reflexionaba acerca del significado de esta presión de la economía humana sobre la

1 Este artículo forma parte del libro: Daly, Herman E. y Cobb, John B., Para el bien común: Reorientando la
economía hacia la comunidad, el ambiente y un futuro sostenible, México, Fondo de Cultura Económica,
1993, págs: 9-27.
biosfera. Consideraba especialmente los traumas políticos que afrontarán cuando ya no
sea posible el crecimiento económico. En una revisión de su Inquiry de 1980, proyectaba
Heilbroner una economía en crecimiento (pero gradualmente declinante) hasta mediados
del primer decenio del siglo siguiente. Cuando eso termine, Heilbroner prevé (como en la
edición interior de 1974) la necesidad de gobiernos muy autoritarios para controlar la
transición hacia la declinación económica (Heilbroner 1980, pp. 167ss.).

Apreciamos la rara disposición de Heilbroner, como economista, para conectar la economía


en crecimiento con los límites físicos de la ecósfera. Esto se encuentra también en la base
de nuestro proyecto. Pero creemos que la reflexión, la provisión y la imaginación podrán
conducir a una transición mucho menos desgarradora. Mientras que Heilbroner supone
que no hay alternativas realistas al capitalismo y el socialismo (ambos economías del
crecimiento), nosotros no estamos de acuerdo. Este libro trata de bosquejar precisamente
tal alternativa realista. La concepción de una economía tan radicalmente diferente nos
obliga a pensar en la disciplina de la economía y más allá, en la biología, la historia, la
filosofía, la física y la teología. El ataque a los hechos crudos se erige en parte contra las
mismas fronteras disciplinarias por las que se organiza (produce, empaca e intercambia)
el conocimiento en la universidad moderna.

LA AMBIGUEDAD DE LA REALIZACIÓN ECONÓMICA

Los hechos duros de hoy, y su conflicto con la teoría económica convencional, tienen una
historia bien conocida. Durante los dos últimos siglos la economía ha transformado el
carácter del planeta y en particular el de la vida humana. Lo ha hecho principalmente
mediante la industrialización. La industria ha incrementado en sumo grado la productividad
de los trabajadores; tanto que a pesar de los grandes incrementos de la población de las
naciones industrializadas, los bienes y servicios a disposición de cada individuo han
aumentado más aún. El nivel de vida ha pasado de la mera subsistencia a la abundancia
para la mayoría de los habitantes de las naciones del Atlántico Norte y de Japón. Singapur,
Hong Kong, Taiwán y Corea del Sur comparten dicha prosperidad. Éstas son realizaciones
inmensas.

Durante el mismo período, el estudio de la economía ha madurado, acercándose al nivel


de una ciencia. Entre las disciplinas sociales, sólo la economía recibe ese título por parte
de los científicos naturales. Se otorga un premio Nobel en economía, al igual que en física
y en biología. Otros estudiosos de la sociedad humana envidian y emulan a los
economistas con frecuencia, así como los economistas imitan a los físicos.

La política pública se ha visto profundamente afectada por las ideas y las propuestas de
los economistas. Si no contara con esta ayuda, la economía no podría haber crecido ni
remotamente como lo ha hecho. Los economistas tienen razón para creer que si los
políticos y los burócratas prestaran mayor atención a sus argumentos, podrían realizarse
con mayor eficiencia los propósitos del Gobierno. Una y otra vez, los economistas pueden
mostrar el desperdicio de los recursos que generan las medidas reguladoras que olvidan
los principios del mercado. Hasta los economistas de Europa oriental están aconsejando
ahora una mayor confianza en el mercado, por razones similares a las expresadas por sus
colegas de Occidente.

Pero la economía industrial tiene ciertas consecuencias para la economía más amplia de la vida.
Los psicólogos se han visto perturbados por lo que ha venido ocurriendo con los individuos. En
1937, Karen Horney señalaba las presiones creadas para los norteamericanos por su sociedad
industrial, competitiva, materialista. Observaba Horney que habían surgido tres conflictos
valorativos básicos:
la agresividad ha crecido tanto que ya no puede reconciliarse con la hermandad
cristiana; el deseo de los bienes materiales se ha estimulado tan vigorosamente
que jamás puede satisfacerse, y las expectativas de la libertad irrestricta se han
elevado tanto que ya no pueden volverse compatibles con la multitud de retricciones
y responsabilidades que nos afecta a todos [citada en Henderson 1978, p. 251.

Más recientemente, Walter Weisskopf (1971) ha realizado un extenso estudio de lo que le


ha hecho la economía a los seres humanos en lo moral y lo existencial. Cree Weisskopf
que la economía ha operado contra los juicios de valor objetivos y ha alentado el relativismo
moral. También ha destacado unos cuantos aspectos de la existencia humana a expensas
de otros, y así ha causado la enajenación.

Otros críticos han señalado los efectos sociales negativos del progreso económico. En
palabras conmovedoras, Karl Polanyi, un gran historiador económico, describió los
desarrollos sociales asociados al ascenso del mercado como la "Fábrica Satánica”. La
primera oración de su obra de 1944 dice: “En la base de la Revolución Industrial del siglo
dieciocho había un mejoramiento casi milagroso de las herramientas de la producción, lo
que se logró mediante una dislocación catastrófica de las vidas de la gente común” (Polanyi
[1944 1957, p. 33). Joseph Schumpeter estaba igualmente preocupado. Considera
Schumpeter al pensamiento económico como una parte de la filosofía utilitaria que
dominaba el siglo diecinueve.

Este sistema de ideas, desarrollado en el siglo dieciocho, no reconoce más


principio regulador que el del egoísmo individual... El hecho esencial es que, ya sea como
causa o como consecuencia, esta filosofía expresa muy bien el espíritu de
irresponsabilidad social que caracterizaba el sentimiento general y el Estado secular, o
mejor dicho secularizado, en el siglo diecinueve. Y en medio de la confusión moral, el
éxito económico sólo sirve para agravar la situación social y política que es el resultado
natural de un siglo de liberalismo económico [Schumpeter 1975.

Recientemente, han sido en particular los ecologistas, y las personas motivadas por ellos,
quienes han señalado a la economía como el gran villano. Ellos observan que el
crecimiento de la economía ha significado el incremento exponencial de los insumos de
materias primas tomados del ambiente y de los desechos que van a parar a éste, y señalan
que los economistas han prestado escasa atención al agotamiento de los recursos o a la
contaminación. Se quejan de que los economistas no sólo han ignorado la fuente de los
insumos y la eliminación de los desechos, sino que también han alentado la maximización
de ambos, mientras que la vida ligera en el mundo requiere que el producto se mantenga
al mínimo suficiente para la satisfacción de las necesidades humanas.

La mayoría de los economistas han pasado por alto estas críticas. Están convencidos de
que la gran mayoría de la gente está mucho más interesada en los bienes económicos
cuya producción han alentado los economistas que en cualesquiera pérdidas psicológicas
o ambientales. Sospechan que exageran quienes hablan del sufrimiento que acompaña a
la industrialización. Muestran que las naciones que se industrializaron vieron aumentar
rápidamente su riqueza, una riqueza compartida por la mayoría, aunque de manera
desigual. Y están convencidos de que quienes se preocupan por el futuro del ambiente
subestiman la capacidad de una economía próspera para resolver esto también. Allí donde
hay capital e ingenio habrá avances tecnológicos. Ahora que el ambiente es una
preocupación, el genio inventivo se dirigirá hacia la solución de estos nuevos desafíos.

HACIA UN CAMBIO DE PARADIGMA EN LA ECONOMÍA2

2 El término “Paradigma” resulta difícil de definir, y ha sido cuestionada su aplicabilidad en las ciencias sociales.
Véase a Richard J. Bernstein, The Restructuring of Economic and political Theory (1976, pp. 84-106).
Cuando una disciplina es tan exitosa y tan severamente criticada, podemos concluir que
sus supuestos y métodos se aplican bien en algunas esferas y mal en otras. En este caso,
los supuestos fundamentales tienen que ver con el Homo economicus, es decir, el
entendimiento de la naturaleza del ser humano. La teoría económica se basa en la
propensión de los individuos a actuar de modo que se optimicen sus propios intereses, una
propensión que opera claramente en las transacciones del mercado y en muchas otras
áreas de la vida. Típicamente, los economistas identifican la búsqueda inteligente del lucro
personal con la racionalidad, implicando así que otros modos de comportamiento no son
racionales. Esos modos incluyen el comportamiento que toma en cuenta el bienestar de
otras personas y las acciones dirigidas hacia el bien público.

El supuesto de que la racionalidad excluye en gran medida el comportamiento que toma en cuenta
el bienestar de los demás tiene raíces profundas, aunque encontradas, en el entendimiento teológico
occidental de la naturaleza humana. Los teólogos han sostenido que la acción altruista es un ideal
ético, pero muchos observadores -sobre todo después de San Agustín- han considerado el
comportamiento egoísta como dominante en el estado real “de pecado” del hombre. Esta condición
de pecado fue fuertemente destacada por los Reformadores y sus seguidores, lo que estimulaba la
sospecha general hacia las demandas de aptitudes de sincera generosidad en las culturas
protestantes. No es así sorprendente que el filántropo Robert Owen, quien vivía en tal cultura,
rechazara el cristianismo por su individualismo (Polanyi 1944 1957, p. 128). La teología católica
siguió a Santo Tomás al otorgar mayor crédito a los aspectos de la actividad humana que se
preocupan por la sociedad, por la construcción de la comunidad.

En el calvinismo, el escepticismo acerca de la virtud humana estaba vinculado a la


desconfianza hacia la autoridad terrena en la Iglesia y el Estado. La relación con Dios se
concebía como inmediata y decisiva. Esto hizo que se destacara la autonomía personal
en los asuntos seculares y religiosos, así como las restricciones a la interferencia
gubernamental. En las culturas católicas, el énfasis en la comunidad tenía que ver con la
organización jerárquica en la Iglesia y la sociedad.

La teoría económica moderna se originó y desarroIIó en el contexto del calvinismo. Ambos han
sido afirmaciones de la libertad personal frente a la interferencia de la autoridad terrenal. Basaban
sus posturas en la convicción de que las motivaciones del interés personal son absolutamente
dominantes más allá de una esfera muy estrecha. La teoría económica difería del calvinismo sólo
por cuanto que consideraba racional lo que los calvinistas creían pecaminoso.

El calvinismo alienta el comportamiento altruista como algo auténticamente cristiano,


aunque previene que no debe creerse demasiado fácilmente en su realidad. El catolicismo
alienta el comportamiento altruista como una virtud natural. Cuando el cristianismo era
dominante, estas fuerzas restringían la actividad flagrantemente egoísta, aunque
ciertamente no la eliminaban. Pero los economistas nos han enseñado a pensar que los
frenos al egoísmo son innecesarios y nocivos. Es a través del comportamiento racional, lo
que significaba un comportamiento egoísta, que todos se benefician al máximo. Los
esfuerzos bien intencionados del Gobierno para eliminar o frenar tal comportamiento hacen
en efecto más daño que bien. A medida que esta creencia desplaza al pensamiento
cristiano tradicional y a medida que el mercado en el que se aplican estos principios asume
un papel cada vez mayor en la sociedad, se agudizan los problemas psicológicos,
sociológicos y ecológicos señalados por los críticos de los economistas.

La economía contribuyó a liberar a los individuos de la autoridad jerárquica, y a proveer


bienes y servicios más abundantes. Estos logros han sido tan importantes que la mayoría

Creemos que el término puede ser útil en relación con la economía, pero lo usamos desde luego en sentido
amplio.
de las personas de buena voluntad han considerado conveniente tratar como secundarios
los efectos negativos, como un precio necesario para un avance decisivo. Durante largo
tiempo, ésa pudo ser una postura apropiada. Pero con cada año que pasa, los logros
positivos de la economía se han vuelto menos evidentes y las consecuencias destructivas
han cobrado mayor importancia. Crece la conciencia de que ha llegado el momento de
cambiar. El cambio podría asumir la forma de una sustitución de paradigmas. El
reconocimiento de la importancia de los cambios de paradigmas en la física, generado por
la obra de Thomas Kuhn, ha abierto la puerta a la consideración de los cambios de
paradigmas también en las ciencias sociales.

Shlomo Maital (1982) reporta una encuesta de profesores de economía de cincuenta


grandes universidades. Una de las preguntas era ésta: “¿Hay un sentimiento de amarras
perdidas en la economía?” Dos tercios de los respondientes contestaron afirmativamente
(p. 17). Maital cree que la disciplina se encuentra en crisis. “Siguen acumulándose pruebas
que contradicen los principios convencionales de la economía.” “A medida que crecen las
pruebas disonantes y atacan las tesis predilectas de una disciplina, la acrobacia virtuosa
de los creyentes de esa disciplina endereza de nuevo las cosas” (p. 262). Para Maital, todo
esto indica que está en marcha un cambio de paradigmas.

Lester Thurow (1983) concluye Dangerous Currents en forma similar:

La economía no puede prescindir de los supuestos simplificadores, pero el


problema consiste en emplear los supuestos correctos en el momento correcto. Y
el juicio debe provenir del análisis empírico (incluido el que utilizan los historiadores,
los psicólogos, los sociólogos y los politólogos) de la forma como el mundo es, no
de la forma como nuestros libros de texto de economía nos dicen que debiera ser
p. 237.

En otra parte del libro, observa Thurow:

La psicología, la sociología y la politología tienen teorías que podrían producir un


conjunto de expectativas muy diferentes de las que se atribuyen al Homo
economicus. Los patrones de la socialización, la historia cultural y étnica, las
instituciones políticas y la anticuada fuerza de voluntad humana afectan nuestras
expectativas [p. 226.

Thurow señala hacia un nuevo paradigma cuando dice que

las sociedades no son meros agregados estadísticos de individuos que realizan


intercambios voluntarios sino algo mucho más sutil y complicado No puede entenderse a un grupo
o a una comunidad si la unidad del análisis es el individuo tomado por sí mismo. Una sociedad es
claramente algo mayor que la suma de sus partes [pp. 222-223.

Siguiendo a Stephen Marglin, distingue Thurow entre las “preferencias personales


privadas” y las “preferencias individuales-sociales” (p. 224), y censura a los economistas
que tratan de trabajar sólo con las primeras.

Los seres humanos son extremadamente complejos y pueden estudiarse desde


numerosos puntos de vista. Cada punto de vista abstrae de la realidad concreta y se
concentra en ciertos aspectos particulares del comportamiento humano. El Homo
religiosus es el ser humano considerado como religioso; el Homo politicus, como político;
el Homo economicus, como económico. Nuestro libro se concentra en el Homo
economicus pero trata de no olvidar que los seres humanos pueden contemplarse también,
entre otras cosas, como seres religiosos y políticos. Trata de seguir el consejo de Thurow
de no ver al Homo economicus sólo en términos de las preferencias privadas-personales.
En consecuencia, en lugar del Homo economicus visto como un ser puramente individual,
proponemos al Homo economicus como una persona en comunidad3. Esto está más de
acuerdo con las otras ciencias sociales y con las informaciones que los propios
economistas están revelando. No niega que las acciones de la persona en comunidad se
aproximan en el mercado a las acciones imputadas al Homo economicus en la teoría que
goza de aceptación. Pero no debieran extraerse de este hecho, por sí solo, conclusiones
normativas acerca de la meta de la vida económica. Polanyi señala que en la sociedad
capitalista, “en lugar de que la economía esté incorporada en las relaciones sociales, éstas
están incorporadas en el sistema económico” ([1944 1957, p. 57). Es esta inversión la
que no puede tolerar una economía para la comunidad.

No podemos pretender que nuestro modelo satisfaga plenamente los requerimientos de


Maital para un nuevo paradigma. Escribe Maital: “Ninguna ciencia aceptará desechar sus
axiomas probados y exactos, aunque se vuelvan impugnables e inciertos, mientras no se
disponga de un nuevo y más poderoso conjunto de axiomas” (1982, p. 262). No estamos
ofreciendo aquí un nuevo conjunto de axiomas. De hecho, en el Capítulo II sugeriremos
que esta concepción de la economía como un sistema de deducciones a partir de axiomas
forma parte del problema. Pero creemos que la economía puede revisar sus teorías desde
el punto de vista de la persona en comunidad, sin dejar de incluir la verdad y la penetración
que ha ganado al pensar en términos individualistas. No tiene que "desechar" sus axiomas.
Muchos de ellos podrán seguir funcionando, sólo que con un mayor reconocimiento de sus
límites. El cambio involucrará una corrección y expansión, una actitud más empírica e
histórica, una pretensión menor de ser una “ciencia”, y la disposición de subordinar el
mercado a propósitos que no puede determinar. Esto es una parte de lo que queremos
demostrar.

EL NUEVO PARADIGMA Y LAS VIEJAS OPCIONES

Lo primero que se preguntan muchas personas cuando tienen que examinar una propuesta
económica es cómo la ubicarán en una escala de izquierda a derecha. Dudley Seers ofrece
un diagrama -reproducido aquí en la Gráfica I. 1 -que expresa lo que muchas personas
tienen en mente, así sea vagamente (Seers 1983, pp. 46-48).

GRÁFICA I. 1
demócratas sociales
Socialistas Marxistas

Conservadores
Anarquistas

Fabianos,

Fascistas
Liberales

3 No hay nada original en este término. Según observa Max L. Stackhouse (1985), los sociólogos cristianos”
respondieron a la Revolución industrial en los Estados Unidos “en consonancia con las mejores teorías
sociales a su disposición... e igualmente comprometidos a fondo con el testimonio bíblico como la fuente y la
norma de sus esfuerzos”, y “articularon una doctrina de 'la persona en comunidad' que trataba de establecer
límites decisivos para el pensamiento cristiano acerca de la vida económica” (p. 132). Por lo que toca a los
esfuerzos que se hacen ahora en el contexto protestante para encontrar una tercera vía, véase Ulrich
Duchrow, global Economy: A Confessional Issue for the Churches? (1987, pp. 158-162): “Es falso que no
haya alternativas. Hay nuevos enfoques económicos que hacen de la satisfacción de las necesidades
básicas de seres humanos concretos y de la capacidad de sostenimiento de la ecología el punto de partida
del sistema económico”. Duchrow encuentra apoyo para esta dirección en la obra de los economistas
institucionales, en particular de Christian Leipert y R. Steppacher.
Igualitarios Antiigualitarios

Dejando fuera los extremos del anarquismo y el fascismo, a lo largo de esta línea se
debaten cuestiones importantes. Pero Seers tiene razón cuando sostiene que las
cuestiones más amplias están mejor representadas cuando se introduce otro eje. Él lo
hace en términos del nacionalismo y el antinacionalismo (Véase la Gráfica I. 2).

GRÁFICA I.2

(Antinacionalistas)

Socialistas marxistas Liberales neoclásicos


(igualitarios) (antiigualitarios)

Teóricos de la Dependencia Conservadores tradicionales


PopuIistas
Neomarxistas
(Nacionalistas)

Seers no examina sólo la economía de Estados Unidos sino también la Comunidad


Económica Europea. Es por ello que su título, “La economía política del nacionalismo”,
resulta un poco equívoco, puesto que daría la impresión de que las ideas de Seers
estuviesen más vinculadas a la larga tradición del nacionalismo económico del siglo
diecinueve, lo que contrasta con su nuevo examen de la situación. Nosotros quisiéramos
llevar mucho más allá su valoración del nacionalismo tradicional. Las naciones constituyen
sólo uno de los niveles en los que ha de apreciarse y servirse a la comunidad. En el
Capítulo IX discutiremos con cierta extensión estos diversos niveles. Nuestro diagrama
sustituiría los títulos de “nacionalista” y "antinacionalista" por palabras tales como
“comunitario” y “anticomunitario”. Sin embargo, las naciones constituyen una forma
deseable de la comunidad y ahora son, en muchos casos, la única forma que tiene la fuerza
necesaria para sostenerse eficazmente contra las fuerzas anticomunitarias. Por lo tanto,
las alternativas planteadas por Seers son importantes para propósitos prácticos y
desempeñarán un papel considerable en nuestros análisis y propuestas. Con estas
salvedades, aceptamos la formulación de Seers. Nos concentraremos, al igual que él, en
el eje vertical.

Contemplando las cosas desde esta perspectiva, Seers escribe extensamente acerca de
las grandes semejanzas existentes entre el marxismo y la economía occidental
convencional en un capítulo que lleva el sorprendente título de “El marxismo y otras
economías neoclásicas”. Entre otros rasgos comunes, ambos sistemas se oponen al
nacionalismo en particular y, por lo menos implícitamente, a que se preste atención a la
comunidad en general. Dado que nosotros creemos que la medida en que una economía
apoye o destruya a las comunidades saludables es más importante que su ubicación a la
izquierda o a la derecha, al igual que Seers nos negaríamos a colocar nuestras propuestas
en algún punto de la línea horizontal de su diagrama4. El mayor de los obstáculos para

4 Benjamin R. Barber ha iniciado una polémica similar en contra de la posición que considera al capitalismo y
el socialismo como las únicas alternativas en “Against Economics: Capitalism, Socialism, but Whatever
que propuestas como la de Seers y la nuestra sean tomadas en cuenta, es el supuesto
generalizado y permanente de que todas las posiciones deben ubicarse en la línea que va
de la izquierda a la derecha. Es esa una idea fija en el sentido de que toda economía debe
ser socialista, capitalista, o alguna mezcla de ambas. El lector no podrá entender este libro
si no desecha ese supuesto. A fin de facilitarle este último paso, ofrecemos nuestra
interpretación tanto del proceso que condujo a ese supuesto como de las opciones
limitadas que quedan cuando se da por hecho que esos parámetros lo abarcan todo.

Toda esta manera de pensar surgió de los problemas y las promesas de la era industrial.
Es para una sociedad industrial que el capitalismo y el socialismo se suponen las únicas
opciones, y es su participación común en los métodos y las estructuras del industrialismo
lo que determina las extensas semejanzas existentes entre los dos sistemas5. Algunos
aspectos del industrialismo son necesarios en toda sociedad en la que la manufactura
desempeñe un gran papel. Otros aspectos no son necesarios. Puesto que intentamos
ofrecer una alternativa para ambas formas del industrialismo, necesitamos explicar cómo
entendemos sus características básicas.

Entre las características bien conocidas del industrialismo se encuentran el uso de nuevas
fuentes de energéticos: primero el carbón, seguido del petróleo y el gas natural; el uso de
nuevos materiales: hierro y acero; nuevos inventos: la máquina de vapor, la máquina
hiladora; los adelantos de la transportación y la comunicación: el buque de vapor, la
locomotora, el telégrafo y la radio; nuevas técnicas: el sistema de producción fabril; y la
creciente aplicación de la ciencia a la tecnología. En Inglaterra, este proceso se unió al
cercamiento de las tierras comunales que “liberó” la fuerza de trabajo rural para las fábricas
industriales urbanas. Luego vino la creciente mecanización de la agricultura.

La invención del sistema fabril destaca en esta lista como el único renglón que fue
auténticamente una invención económica antes que técnica. La fábrica no es una nueva
herramienta sino una organización de la producción que elimina los períodos de ociosidad
en el uso de herramientas, máquinas y hombres, característicos de la producción agraria y
artesanal. En el taller del artesano, el serrucho, el formón, la lima, etc., se encuentran
ociosos mientras se usa el martillo. En la fábrica, todas las herramientas están
simultáneamente en uso, en las manos de trabajadores especializados; la producción se
hace “en línea” antes que “en serie”. Pero la producción en línea requiere un gran volumen
de producción total para que resulte viable. La división del trabajo está limitada por la
extensión del mercado, como enseñó Adam Smith. Pero la transportación, la urbanización
y el comercio internacional abrieron un mercado de tamaño suficiente. En la agricultura,
por supuesto, el equipo de recolección permanece ocioso durante la época de siembra, al
igual que el equipo de siembra durante la cosecha. La estacionalidad de la producción
agrícola limita la aplicabilidad de la organización fabril en el agro. Para bien o para mal,
podemos estar seguros de que el impulso económico de la moderna ingeniería genética
reducirá la estacionalidad, diseñará plantas y animales capaces de adaptarse a un sistema
de producción fabril. Esto es ya evidente en las “granjas avícolas”, que son en realidad
fábricas de pollos.

Una característica de la Revolución industrial cuyas implicaciones no se aprecian


suficientemente es el cambio al uso de energéticos combustibles fósiles y de materiales

Happened to Democracy?” (1986). Aconseja Barber el control democrático de la economía, el que requeriría
el control comunitario. Parece tener en mente el nivel nacional de la comunidad.
5 Otros han señalado que el marxismo y el capitalismo son sólo dos formas de una sociedad industrial moderna,

la que es más determinante de las condiciones humanas que cualquiera diferencia existente entre tales
sistemas. Véase Robert Nisbett, The Sociological Imagination (1966). También Robert Heilbroner (1980)
escribe que las sociedades capitalistas y socialistas han organizado el trabajo, la vida y aun el pensamiento
“en formas que acomodan los hombres a las máquinas, en lugar de la recíproca, mucho más difícil” (p. 94).
minerales. Este es un cambio de la explotación de la superficie de la Tierra a la explotación
del subsuelo; o como dice Georgescu-Roegen (1971), es un cambio de la dependencia de
la energía proveniente a cada momento del Sol a la energía almacenada en la Tierra. Este
cambio es extremadamente importante porque estas dos fuentes finales del sostenimiento
de la vida difieren en los patrones de su escasez. La energía radiante del Sol es
prácticamente infinita en su cantidad total (acervo), pero está estrictamente limitada en su
tasa de flujo, es decir, en la cantidad que llega a la Tierra durante cada periodo. La energía
almacenada en los combustibles fósiles y los minerales está estrictamente limitada en su
cantidad total (acervo), pero es relativamente ilimitada en su tasa de flujo; es decir,
podemos usarla a una tasa que en gran medida determinamos nosotros mismos. No
podemos usar ahora la luz solar del mañana, pero en cierto sentido podemos usar ahora
el petróleo, el carbón, el hierro y el helio del mañana. La Revolución industrial ha cambiado
la dependencia, de una fuente relativamente abundante a otra relativamente escasa del
recurso final: la materia-energía de baja entropía.

La idea de que la materia-energía de baja entropía es el recurso natural final requiere cierta
explicación. Esto puede lograrse fácilmente mediante una breve exposición de las leyes
de la termodinámica en términos de una imagen adecuada que tomamos de Georgescu-
Roegen. Consideremos un reloj de arena. Es un sistema cerrado por cuanto no entra ni
sale arena. La cantidad de arena dentro del reloj es constante: no se crea ni se destruye
nada de arena dentro del reloj. Esto es análogo a la primera ley de la termodinámica: no
hay creación ni destrucción de materia-energía. Aunque la cantidad de arena que hay
dentro del reloj es constante, su distribución cualitativa está cambiando continuamente: la
cámara inferior se está llenando al tiempo que la cámara superior se vacía. La arena de la
cámara superior (entropía baja) puede realizar un trabajo cayendo, como ocurre con el
agua en la cima de una cascada. La arena de la cámara inferior (alta entropía) ha agotado
su capacidad de trabajo. Este reloj de arena no puede voltearse boca abajo: la energía
desperdiciada no puede reciclarse, excepto gastando más energía para hacer posible el
reciclaje que la que se ganaría con él. Como antes vimos, tenemos dos fuentes de este
recurso natural final: la solar y la terrestre, y nuestra dependencia ha pasado de la primera
a la segunda.

Este cambio no se hizo conscientemente, pero es seguro que no fue un accidente. Los
recursos terrestres recién descubiertos tenían ciertas propiedades ventajosas. El
combustible fósil es una fuente de energía más concentrada que la luz solar, o incluso que
la leña. El hierro y el acero tienen propiedades de fuerza y durabilidad que, a diferencia de
lo que ocurre con la madera y la piedra, permiten la construcción de máquinas y
calentadores capaces de aprovechar las fuentes de energía más intensa. La tecnología
explotó estas nuevas cualidades. Además, los nuevos materiales y energéticos provenían
del interior de la Tierra. Eso significaba que no tenían que competir por la superficie
terrestre capaz de captar la luz solar (hasta el advenimiento de la minería a cielo abierto).
A medida que crecían las poblaciones, la tierra antes destinada al cultivo de forrajes para
los animales de tiro se destinaba ahora al cultivo de más alimentos. Los nuevos bueyes
mecánicos eran alimentados con combustibles fósiles del subsuelo y de áreas remotas.
En el entusiasmo por el crecimiento económico y la fe ilimitada en la tecnología, se olvidó
que la obtención de los beneficios (el industrialismo tenía un precio; a saber, la creciente
dependencia de la fuente más escasa de recursos finales.

La Revolución industrial se está repitiendo todavía en las sociedades tradicionales de hoy


y es casi sinónimo del “desarrollo económico”. Ha evolucionado hacia una mayor escala y
mayor especialización, de modo que han aumentado la integración y la interdependencia,
así como la vulnerabilidad a la falla sistémica. AI mismo tiempo, la industrialización ha
dado un nivel de consumo más elevado a más personas que cualquiera otro modo de
producción, de modo que su predominio universal no es nada sorprendente.
Aunque el industrialismo se afianzó a través de la historia bajo las instituciones capitalistas,
ha resultado compatible también con las instituciones socialistas. El conflicto que se
plantea entre el capitalismo y el socialismo no estriba en la conveniencia o la posibilidad
del industrialismo. Eso se da por sentado por ambos bandos. El conflicto se refiere al
sistema económico que pueda producir mejor una cantidad creciente de bienes y servicios
y distribuir equitativamente los beneficios del modo de producción industrial.
Independientemente de sus diferencias ideológicas, ambos sistemas están plenamente
comprometidos con unidades de producción a gran escala, fabriles, intensivas en
requerimientos de energía y capital, especializadas, jerárquicamente administradas.
También dependen en gran medida de recursos no renovables y tienden a explotar los
recursos renovables y aprovechar las capacidades de absorción a tasas insostenibles.

El capitalismo consiste en la propiedad privada de los medios de producción junto con la


asignación y la distribución determinadas por el mercado. La maximización individual del
beneficio por parte de las empresas, y la maximización de la satisfacción (utilidad) por parte
de los consumidores, proveen la fuerza motivadora, mientras que la competencia, la
existencia de muchos compradores y vendedores en el mercado, provee la famosa mano
invisible que lleva al interés privado a servir al bienestar público. La acción colectiva a
través del Gobierno está limitada a: a) garantizar la condición básica de instituciones de los
derechos de propiedad que la ley hace respetar; b) administrar ciertos bienes públicos o
monopolios naturales y prohibir la formación de monopolios privados; c) mantener la
demanda agregada a un nivel que genere una combinación “aceptable” de inflación y
desempleo; d) proveer una red mínima de seguridad social para evitar que la gente pase
privaciones y e) intervenir para corregir las “exterioridades” (situaciones en las que el
intercambio voluntario entre dos individuos, aunque benéfico para ambos, tiene efectos
importantes para terceros).

Se define el socialismo por la propiedad gubernamental de los medios de producción con


la asignación y distribución mediante la planeación central, pero con cierta utilización del
mercado cuando la planeación central se ve rebasada. La fuerza motivadora proviene de
una combinación de incentivos morales y materiales. La utilización del mercado aparece
gradualmente, y el economista polaco Jan Drewnowski (1961) ha distinguido entre las
economías de mercado de primero, segundo y tercer grados. En una economía de
mercado de primer grado, los planeadores fijan las cantidades de los bienes de consumo,
pero las familias están en libertad para comprar o no. El conjunto planeado de los bienes
podría resultar racionado mediante las filas o los precios, pero el planeador no ajusta las
cantidades de acuerdo con esta información sobre las escaseces y los excedentes. En la
economía de mercado de segundo grado, el planeador ajusta las cantidades de los bienes
de consumo de acuerdo con las escaseces y excedentes observados, o de acuerdo con
los cambios del precio si eso se permite. Sin embargo, el planeador sólo reasigna los
recursos corrientes entre las plantas existentes. No hay ninguna nueva inversión del capital
a resultas de las señales de la demanda de los consumidores. En la economía de mercado
de tercer grado, el patrón de la nueva inversión responde también al patrón de la demanda
de consumo, pero el volumen total de la inversión, la decisión de cuanto consumir y cuanto
invertir, se toma todavía centralmente por los planeadores.

Cuando se permite que las decisiones de las familias acerca del ahorro o el consumo
determinen la inversión social agregada, tendremos una economía de mercado de “cuarto
grado”, la que requeriría instituciones capitalistas antes que socialistas, ya que las familias
deben ser propietarias de los medios de producción si han de invertir en ellos como
individuos. Pero las economías de primero, segundo y tercer grado son congruentes con
las instituciones socialistas. Así como en el mundo capitalista tenemos una variación
considerable en la influencia colectiva -la que se refleja en la planeación indicativa y en
amplios sectores de bienestar social de países como Francia o Suecia-, en los países
comunistas existe una gran diversidad de influencias del mercado, hasta llegar a las
economías relativamente descentralizadas de Hungría y Yugoslavia.

Los problemas plantados a lo largo del espectro de las opciones socialistas y capitalistas
son reales. Por lo tanto, una vez que hayamos puesto en claro que tales problemas son
para nosotros menos importantes que la cuestión de la comunidad, debemos ubicarnos
con respecto a ellos. Creemos que la planeación económica centralizada es ineficiente,
que la distribución se efectúa mejor en el mercado que mediante la planeación burocrática.
AI Gobierno le corresponde el establecimiento de condiciones adecuadas para la operación
del mercado. También es responsable de la determinación del tamaño global (la escala)
del mercado. El mercado no es el fin de la sociedad y no es el instrumento adecuado para
la fijación de los fines de la sociedad. Estamos a favor de la propiedad privada de los
medios de producción. Estamos a favor de la mayor participación posible en esa
propiedad, incluida la propiedad de las fábricas para los trabajadores, en lugar de su
concentración en pocas manos.

Pero nuestra oposición al marxismo no es una oposición automática a todas las políticas y
propuestas provenientes de los pensadores socialistas. Seguimos siendo escépticos
cuando tales políticas y propuestas requieren de la planeación centralizada para su
ejecución. Sin embargo, confiamos en estar abiertos a ideas provenientes de todas las
fuentes, y cuando los pensadores están apasionadamente comprometidos con la justicia y
el alivio del sufrimiento, estamos dispuestos a escuchar con el mayor cuidado. Vemos
ahora que muchos de quienes provienen de la tradición socialista han desviado su atención
de la planeación centralizada, de modo que en efecto comparten nuestra desconfianza
respecto de la centralización y nuestra preocupación por la comunidad. Algunos de ellos
apoyan explícitamente -como lo hacemos nosotros- la descentralización del poder político
y económico, la propiedad de las fábricas para los trabajadores o la participación de éstos
en su administración, así como la subordinación de la economía a las metas sociales
democráticamente definidas. El socialismo de esta clase no es lo que hemos descrito
antes6. Es más bien un compañero en la búsqueda de nuevas posibilidades para la vida
humana en comunidad7.

6 Como un ejemplo del pensamiento social radical con una orientación similar, véase Samuel Bowles y Herbert
Gintis, Democracy and Capitalism: Property, Community, and the Contradictions of Modern Social Thought
(1986). El control democrático de la economía que aconsejan estos autores implica más bien la
descentralización que la planeación centralizada. La obra reciente de Michael Harrington casi no considera
al socialismo tal como lo hemos tratado aquí. Sus ideas acerca de una semana de trabajo más corta, la
concesión de poder a los ciudadanos y la participación de los trabajadores en las decisiones industriales son
muy afines a las nuestras. Véase Michael Harrington, The Next Left (1986). El propio Harrington comenta
las semejanzas existentes entre los programas de la derecha y la izquierda evolucionadas (p. 15). En opinión
de Harrington, su diferencia es que la derecha quiere avanzar de arriba hacia abajo, mientras que la izquierda
quiere hacerlo de abajo hacia arriba. De acuerdo con esta definición, estamos en la izquierda. Esto es muy
diferente de la planeación centralizada. Pero vemos que tanto la izquierda como la derecha carecen de una
apreciación de los límites ecológicos a la expansión económica.
7
Nuestra esperanza es que se avance hacia un nuevo tipo de economía, diferente del capitalismo y el
socialismo tal como se han entendido en el pasado. Pero para quienes tienen dificultades para concebir una
economía que no encaje en este abanico, sugerimos que consideren el feudalismo. Por supuesto, el
feudalismo no es capitalista ni socialista, pero permaneció en Europa durante más tiempo que el que
probablemente logrará cualquiera de estos sistemas. El feudalismo es el blanco de ataques de ambos
sistemas, y ello nos ayudará a entender cómo podemos oponernos a ambos. El sistema feudal era más
comunitario que el socialismo y el capitalismo, así en la teoría como en la práctica. Desde la Ilustración ha
sido muy vilipendiado por aquellos cuyo interés requería la eliminación de la constante prevalencia de la
comunidad sobre la vida humana. Aun en términos económicos, la sociedad medieval madura era más
exitosa y rica, así como más justa y humana, que lo reconocido por los observadores modernos. John Stuart
Mill señaló que la propiedad generalizada de fines de la Edad Media dio a Inglaterra un “conjunto de
hacendados que fue alabado como la gloria de Inglaterra mientras existió, y cuya desaparición ha sido tan
lamentada” (1973, p. 256). Por supuesto, fue la aplicación del capitalismo a la agricultura lo que destruyó
estos productos de la sociedad feudal. También Marshall escribe en favor de ciertas características de la
sociedad feudal: “En la Edad Media.... la gran mayoría de los habitantes tenía con frecuencia plenos derechos
de ciudadanos, que decidían por sí mismos la política externa e interna de la ciudad, al mismo tiempo que
trabajaban con sus propias manos y se enorgullecían de trabajar. Los habitantes se organizaban en
cofradías, fortaleciendo así su cohesión y educándose en el autogobierno” (1925, p. 735).
No recordamos estos hechos para sugerir un retorno al feudalismo. El feudalismo tenía muchas fallas y en todo caso no es
directamente aplicable a una sociedad industrial. Pero creemos que la exploración de un conjunto más amplio de sistemas económicos
podría abrirnos los ojos a nuevas posibilidades. Entre tales posibilidades, el feudalismo merece una consideración detenida.
Peter Laslet ha hecho la comparación más cuidadosa de la vida inglesa a fines de la época feudal con la vida moderna,
en The World We Have Lost (1965). Quienes se interesen por conocer un sólido argumento en favor de la superioridad
del sistema medieval debieran leer a Hilaire Belloc (1913). Belloc contrasta el sistema medieval de propiedad de los
medios de producción con el sistema capitalista y el sistema marxista. En el sistema medieval, los medios de producción
son propiedad de muchos; en el capitalismo, de pocos; en el marxismo, del Estado. Leopold Kohr (1957) sostiene que las
economías medievales maduras funcionaban mejor que las nuestras. Nicholas Georgescu-Roegen (1950) ha demostrado
que el feudalismo, bajo condiciones de sobrepoblación y baja productividad, permite vivir a más personas que las
instituciones capitalistas; en otras palabras, en los países pobres el feudalismo permite que mueran de inanición menos
personas que bajo el capitalismo. Nuestra propia esperanza es la recuperación de algunas de las ventajas comunales de
la edad premoderna en una forma posmoderna, es decir, sin sacrificar los avances de la libertad individual, los derechos
humanos y la igualdad política realizados en el periodo moderno (véase Gould 1978, cap. I).

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