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LUIS TEJADA Pequeno Filosofo de Lo Cotid
LUIS TEJADA Pequeno Filosofo de Lo Cotid
Luis Tejada vivió apenas algo más de veintiséis años; nació el 7 de febrero de 1898 en
el municipio de Barbosa (Antioquia) y murió en Girardot (Cundinamarca) el 17 de
septiembre de 1924. Publicó sus escritos desde el 4 de abril de 1917 hasta poco antes de
morir y sólo escribió crónicas, artículos, editoriales, algunas entrevistas y uno que otro
poema para los periódicos y revistas de la época. Es decir, murió muy joven, escribió
poco, en un medio efímero y en géneros de escritura más bien ligeros; por todo eso,
Tejada debería haber estado condenado al rápido olvido. Sin embargo, no sucedió así; al
contrario, terminó convertido en un extraño caso de escritor clásico, evocado con
frecuencia, leído, releído y comentado. Logró imponerse como autor que pudo plasmar
con alguna coherencia su concepción del mundo.
Por lo menos tres factores debieron incidir poderosamente en el hecho de que este
escritor y su obra perduraran. Sin que el orden de esos factores altere el producto,
digamos que, primero, hubo unos determinantes de la época que contribuyeron a
delinear un tipo de intelectual del cual Tejada fue una figura muy representativa; fue
una época de trastorno de valores, de mezcla de elementos viejos y nuevos, de
abandono de credos y asunción de otros. Tejada y los compañeros de su generación
vivieron atrapados en esa época e intentaron descifrarla, intentaron orientarse y orientar
en medio de la incertidumbre de esos tiempos de transición. Segundo, se trató de una
generación de individuos que no vivieron nada cómodos ni tranquilos con las
concepciones del mundo predominantes, de modo que tuvieron la propensión a generar
2
huella de sus escritos en la prensa del Gran Caldas, hacia 1921; publicó en
Renacimiento de Manizales y Bien Social de Pereira. En 1922 regresó a El Espectador
en Bogotá y allí terminó su carrera escribiendo, además, para revistas como Buen
humor, El Gráfico y Cromos. Fundó El Sol, a fines de 1922, un efímero periódico que
sostuvo con su amigo José Vicente Combariza –mejor conocido como José Mar-
cuando algunos jóvenes liberales esperaban que se organizara una conspiración contra
el gobierno conservador.
Tejada provenía de una familia de liberales radicales de Antioquia; por tanto, procedía
de una tradición política y cultural disidente con respecto al dogma religioso católico.
En su familia hubo institutores que contribuyeron a la recepción de novedades
pedagógicas, como sucedió con su tía María Rojas Tejada, pionera del establecimiento
en esa región de jardines infantiles; fue ella quien asumió por algún tiempo la educación
de su sobrino. También hay antecedentes familiares de vínculos con el espiritismo, por
el lado de otra de sus tías, María Cano, quien iba a ser una de las primeras mujeres
dirigentes del socialismo en Colombia. El espiritismo fue una de las expresiones más
genuinas del desafío a la institucionalidad católica que debía, en principio, ostentar el
monopolio de la relación con lo divino; las prácticas espiritistas fueron una manera de
democratizar lo religioso y de difundir un positivismo científico popular que colocaba
los asuntos inasibles del “más allá” en el otro “más allá” de las elucubraciones seudo-
científicas sobre la supuesta comunicación de los vivientes con los “espíritus” de
personas fallecidas. Habría que agregar la importancia de la biblioteca de su padre, un
institutor muy cercano a las actividades políticas de uno de los últimos jefes del
liberalismo radical, Rafael Uribe Uribe; en las bibliotecas de su padre, Benjamín
Tejada, y de su abuelo, Rodolfo Cano, Tejada tuvo contacto con lecturas que luego iban
5
ciudad estaba repleta de motivos dignos de ser recreados en la prensa diaria, bastaba saber
penetrar en ellos, y parecía haber descubierto el método de indagación adecuado: “La
ciudad tiene también hondos encantos y lazos sutiles con que aprisiona el corazón, siempre
que sepáis vivir en ella sin someteros al estiramiento martirizante del frac y del cuello alto
y al tedio superficial de los salones, sino pasando inadvertido como una partícula perdida
entre la muchedumbre, pero con los ojos muy inquisidores y el alma abierta a pequeñas y
grandes emociones”.2
Para el cronista no era difícil cumplir con aquellos preceptos. La costumbre de deambular
por la calle le proporcionaba detalles cotidianos para sus escritos. El itinerario comenzaba
cada atardecer asomándose al balcón, en la misma redacción del periódico. Desde allí se
extasiaba contemplando los tumultos y el bullicio de las gentes que invadían la carrera
séptima. Al divisar la caótica muchedumbre, exclamaba: "no podemos concebir nunca que,
por un cauce tan estrecho, puedan deslizarse en distintas direcciones tantas gentes
apremiadas, febriles, gesticulantes."3 Para Tejada, ese reducido escenario le ofrecía un
espectáculo igualador y pintoresco, porque permitía aleatorias aproximaciones entre
individuos con orígenes y propósitos diversos: “Yo he visto ya, juntos y fraternalmente
unidos por un dulce lazo de arte, al rico, al pobre, al laureado y al principiante, al poeta y al
periodista, al hombre maduro y al adolescente”. 4 El cronista admitió que estaba eligiendo
de este modo una perspectiva narrativa, este interés por las cosas pequeñas y sencillas de la
vida “influirá profundamente –decía él- en el modo de pensar y en la manera de escribir”.5
atacó de manera sistemática porque consideraba que su uso era una manera “de disculpar
siempre la poca profundidad del argumento”.6 Tejada fue rápidamente consciente de la
elección de un método de examen de la sociedad de su tiempo, la del paseante callejero, y
de un recurso argumentativo que le ayudó a cimentar su crítica a la cultura: la paradoja.
Dotado de esos dos elementos que lo distinguieron durante buena parte de su producción
escrita, el cronista muy pronto hizo esta autodefinición de su oficio luego de meditar
acerca de las contingencias de la cotidianidad urbana: "Así hablaba esta mañana, aquí en la
redacción, un pequeño filósofo, que cree de buena fe, dar a cada paso con un sentido
recóndito y nuevo de las cosas, pero que sólo desentierra muchas viejas mentiras."7
En 1918, Luis Tejada enunció por primera vez un examen de su generación intelectual.
Tejada despreciaba el ambiente político que había heredado, le parecía demasiado
apaciguado y paralizante. Prefería nítidas diferencias ideológicas entre los partidos
políticos en vez de la calma que en 1909 había preparado el consenso de la Unión
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Tejada sentía el asedio de un escepticismo infecundo y tenía ante sí, como otros
intelectuales de su generación, dos alternativas: refugiarse en la seguridad de las
"ciudadelas del pasado"; por ejemplo, había constatado que la juventud francesa de estirpe
liberal y jacobina retornaba a un "catolicismo viejo y decrépito". La otra, alimentar esa
voluntad de creer en un mito acorde con el espíritu moderno de la época. La breve
existencia de Tejada alcanzó a insinuar la búsqueda de un proyecto utópico plasmado en la
novedad política de la adhesión a las causas de la naciente clase obrera y la militancia
comunista.
Crítico de la cultura.
Tejada conquistó rápidamente una merecida fama de polemista temible; eso lo percibió,
con algo de sorpresa, mientras escribía en Barranquilla, en 1919. Al año siguiente se le
encomendó, en Medellín, la sección editorial de El Espectador; entonces se dedicó casi
todo ese año a escribir dos columnas –Mesa de Redacción y Gotas de Tinta- que
plasmaron desde el registro escueto de cualquier hecho hasta el comentario político más
ardiente; desde la poética reflexión sobre los detalles cotidianos hasta el cuestionamiento
de un orden moral; escribió crítica de arte y al mismo tiempo fue artista creando una
escritura mezcla de prosa y poesía. Todo contenía fervor, discusión, réplica. La época
parecía no admitir actitud distinta: “No se nos están permitidos hoy -decía- las actitudes
pasivas, no se nos está permitido el silencio cómplice o resignado, porque es el minuto de
la profunda reevaluación. Todas las sociedades se están amoldando ya a conceptos nuevos
de la vida, de la ciencia, de la metafísica; todos los valores éticos, políticos, filosóficos se
están mudando en forma inusitada y radical”.10
En las primeras décadas del veinte se difundió una concepción y una simbología del
cinismo (hay dibujos explícitos del caricaturista Ricardo Rendón al respecto) que
contribuyeron a forjar posturas críticas y creativas. El cinismo fue algo así como un
método de subversión de los valores predominantes, una manera de demostrar lo falsos
o superfluos que eran los patrones estéticos y éticos de las generaciones anteriores. El
cinismo permitió que estos artistas desafiaran el unanimismo moral y que se situaran en
las márgenes de la sociedad. Situándose al margen, el artista cínico pudo burlarse de
“las intonsas gentes dando siempre opiniones”, como diría en unos versos el poeta León
de Greiff. El artista cínico es un paseante callejero, sube a la montaña para contemplar
el poblacho, y mira desde arriba para reírse de las convenciones culturales en que todos
estamos atrapados acá abajo. El cinismo como crítica de la cultura no fue arma exclusiva
de Tejada. Además de las huellas en las obras del caricaturista Ricardo Rendón y del poeta
León de Greiff, habría que mencionar al escritor Enrique Restrepo, quien en 1918 explicó
en un ensayo de la revista Voces la influencia de Nietzsche en la joven intelectualidad
antioqueña y más tarde, en 1925, publicó El tonel de Diógenes (manual del cínico
perfecto) donde sostenía que el cinismo era “una reacción violenta contra los valores
entendidos (sic) que la opinión adhiere a ciertas cosas, escepticismo con respecto a cuanto
se considera honorífico, a cuanto convencionalmente se poetiza y se embellece" (E.
12
Restrepo, 1925: 47). El cinismo en la escritura o en la actitud hacia la vida pareció ser la
reacción más común de aquellos intelectuales que, en Colombia, pugnaban contra las
concepciones, costumbres e instituciones que protegían el sobrio y puritano desarrollo
capitalista del país.
Gilbert Keith Chesterton, uno de los más evidentes inspiradores de la prosa artística de
Tejada, dijo alguna vez que "siempre debe haber un rico terreno moral para cualquier gran
producción estética" (G.K. Chesterton, 1950: 450). Pues bien, nuestro cronista contó con el
terreno propicio para crear una escritura que condensó el desafío a un modelo de vida cuyo
lema rector proclamaba que "el tiempo es oro". Mientras la prensa se saturaba de cálculos
y negocios, del optimismo positivista del burgués, Tejada disfrutaba con la exaltación de
los pequeños detalles cotidianos, recurría a la paradoja para fundamentar su espíritu
contradictor y "perdía el tiempo" en meditaciones extravagantes iluminadas por el juego, el
humor y el capricho. El método del vagabundeo filosófico, semejante al flâneur de Los
pequeños poemas en prosa de Charles Baudelaire, le ayudó a elegir la perspectiva
adecuada para narrar las sutilezas y pequeñeces de la vida urbana. Semejante a los
vanguardistas europeos, sintió el afán de poetizar la existencia y al mismo tiempo desafiar
al mundo burgués carente de poesía. Entonces encontró belleza en las novedades del
progreso tecnológico y escribió odas al aeroplano, al automóvil, a la locomotora. Con su
procedimiento de paseante callejero pudo establecer nuevas categorías de lo bello, de lo
digno, de lo poético. En 1920 continuó sugiriendo que el periodista debía estar
acompañado de un ánimo fisgoneador. Así nos dejó la imagen del pensador vagabundo
que siente placer indefinible al estar en la calle:
Para procurarse una "visión amplia del mundo", el cronista creía necesario observar la
ciudad desde el privilegio de la altura: "Yo subo a menudo a esa pequeña meseta solitaria,
13
¿Qué buscaba en el tumulto de las pequeñas cosas? Tal parece que lo singular, lo
irrepetible, lo distinto. Examinó la ciudad a la manera de un sociólogo, exaltó tipos
humanos humildes y hasta delictuosos, como lo prueban algunas de sus crónicas: “El
pescador”, “La maestra”, “Los cajeros”, “El falsificador”, “La mal vestida”, “Elogio del
carpintero”. Al vagabundo le brindó este elogio: "Entre la turba de burdos mercaderes y de
políticos gordos, vosotros sois las solas almas exquisitas. ¡Oh, admirables vagabundos de
los parques!"17 Se extasiaba con aquello que escapaba de la masa de lo uniforme y
monótono, como en el caso del modo de vestir femenino:
No hay nada que entre tan de lleno en lo absurdo, como un sombrero de
mujer... En los sombreros de los hombres hay una tendencia a ser todos
iguales; los sombreros de las mujeres, al contrario, quieren ser todos
desiguales. Es la apoteosis deliciosa del capricho y del disparate sobre esa
otra cosa deliciosa, caprichosa y disparatada que es la cabeza de una
mujer.18
Muchas supuestas pequeñeces merecieron su reflexión: “La nariz”, “Los cordones”, “Las
uñas”, “El cabello”, “La espada”. Le cantó a la proverbial pobreza de los estudiantes, se las
ingenió para entrevistar a una vaca, para hacer hablar a una rana. Se detuvo en el análisis
de los comportamientos colectivos: “En el tren”, “Los que lloran en el teatro”, “La
emoción del pueblo”, “De toros”. En todo ello encontraba detalles en apariencia
insignificantes que eran indicios de un fenómeno colectivo que merecía alguna
explicación, según el pequeño filósofo.
14
Buena parte de sus crónicas fue una respuesta ética y estética en un momento de pugnas
morales, no sólo en el campo de las costumbres cotidianas, sino también en el de las
literarias. En este último, a medida que avanzaba el nuevo siglo, se hacía más explícito el
forcejeo con la tradición de los gramáticos conservadores que, desde el siglo XIX, unían a
su poder sobre el mundo de las letras la facilidad con que ascendían en el poder político.
Los gramáticos se volvían fácilmente presidentes del país y erigían sus dictados de
correcta escritura en emblemas de la hegemonía cultural y política que lograron ejercer
hasta 1930, cuando por fin pudo interrumpirse la cadena de sucesivos gobiernos
conservadores. La originalidad literaria para letrados como Miguel Antonio Caro, Marco
Fidel Suárez o José Vicente Concha era un desvío de la norma, un irrespeto a las leyes
gramaticales. Y si a la imposición de esas leyes contribuía la educación controlada por la
Iglesia católica, era corto el camino para conducir a los socavones de la herejía y el pecado
la más tímida inclinación hacia las escrituras de vanguardia, cada vez más familiares para
los jóvenes intelectuales colombianos. Tejada promovió el desafío a las fórmulas de la
correcta escritura; para él era claro que los cambios ostensibles en la sociedad debían tener
repercusiones en la literatura: “Los hombres cuando tienen numerosos pensamientos
inéditos, necesitan, para expresarlos, combinaciones inéditas de palabras, que naturalmente
no están catalogadas en los textos ni estereotipadas en el lenguaje tradicional”19.
La paradoja.
En la obra de Luis Tejada hay una relación estrecha entre comportamiento cínico, crítica
sistemática de la vida pública (aunque nos inclinamos por usar la cómoda palabra cultura)
y escritura sustentada en el recurso de la paradoja. La paradoja, dicen los que saben, hizo
parte del arsenal retórico de los humanistas del Renacimiento y desde entonces tiene un
peso argumentativo incuestionable, porque contribuyó a la reflexión jocoseria de un
Erasmo, por ejemplo; porque ha sido prueba de virtuosidad verbal de quienes la utilizaron
y porque ha contribuido a decir lo contrario de lo que la opinión general espera (paradoja
viene de para: al lado o afuera; doxa: opinión). Es quizás en este significado primigenio
que la argumentación paradójica de Tejada cobró sentido en su tiempo. El pequeño filósofo
se preocupó con frecuencia por afirmar aquello que desafiaba las nociones predominantes;
es decir, se preocupó por darle fundamento a juicios que resultaban imprevistos, a primera
vista arbitrarios y extravagantes, que contrariaban la opinión prevaleciente.
La paradoja en Tejada parece tener deuda inmensa con Gilbert Keith Chesterton, “el
penetrante ideólogo inglés", como alguna vez lo caracterizó; del autor de las Enormes
minucias, tan semejantes en motivos a la prosa de nuestro cronista, Tejada asimiló las
argumentaciones imprevisibles, siempre queriendo demostrar que el mundo podía ser visto
de otra manera. De Chesterton seguramente aprendió lo placentero que era meditar y
escribir echado en la cama y sobre todo debió adquirir la pasión por la polémica. La
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paradoja, según el ensayista inglés, ofrecía "otra cara" de la realidad, la posibilidad de ver
las cosas "desde ese otro lado" (G.K. Chesterton, 1950: 447). Y desde ese otro lado, Tejada
sostuvo que lo misterioso no era la muerte, sino la vida. Que el hombre no era resultado de
la evolución del mono, sino al contrario, una "etapa de la degeneración del mono".24 La
inteligencia no la veía como todos, como una cualidad, sino como "una curiosa
enfermedad". Y así escribió "paradojas geométricas"; meditó ante una butaca, el objeto
que simbolizó su condición de poeta soñador. Si en la vigilancia puritana de las
costumbres se sugería que lo natural es que la noche debía emplearse para dormir, el
pequeño filósofo sostenía que "la noche es, no sólo para no dormir, sino para gozar de
ella".25 Si se fomentaba la lucha por el enriquecimiento material, Tejada reivindicaba la
pobreza por haberse "convertido al fin en una cualidad rara y difícil".26 Igual que en la
concepción del polígrafo inglés, la escritura paradójica era la ansiosa penetración en
sentidos recónditos en un mundo que lo regía la lógica y el orden científicos. Era el afán de
volver maravilloso e inesperado todo lo que permanecía atrapado por lo puramente
racional. Chesterton hablaba del retorno a "la visión espiritual de las cosas", de la
"independencia de nuestras normas intelectuales", del "sentido de la perdurable infancia
del mundo" (GK. Chesterton, 1950: 451).Tejada lo tradujo en la concreción de un
verdadero sentido común, el de la visión simple y primitiva de las cosas y que, según él,
marchaba en consonancia con la aparición y ascenso de la clase obrera en el mundo:
En un tiempo en que se pedía que cualquier acto estuviera animado por algún propósito
utilitario, Tejada gozaba inventando paradojas y reflexiones aparentemente desprovistas de
trascendencia. Sostenía polémicas juguetonas con sus colegas para reivindicar, por
ejemplo, el placer de leer para olvidar y no para el fin utilitario de aprender.28 Se divertía
con meditaciones que él calificaba de extravagantes, inspiradas por las situaciones más
17
ociosas. Con todo desenfado introducía así sus reflexiones: "En una de estas mañanas
lluviosas que invitan a la pereza suave de las sábanas, parece propicio intentar el elogio del
gato".29 Y en el mismo texto remataba diciendo que el gato con su hedonismo era "la
concreción del ideal del tipo humano del porvenir". Para burlarse del trascendentalismo
intelectual, se le ocurría afirmar que "esta mañana, mientras me ponía el pantalón, he
decidido firmemente creer en el Diablo".30
Esta escritura poética de Tejada fue quizás para el goce restringido de los intelectuales
que comprendían la sutileza y belleza de esas "raras miniaturas filosóficas". Según
testimonio de un contertulio, el joven Germán Arciniegas, las paradojas de Oscar Wilde
circulaban fácilmente en “el mercado de la literatura” de la época y, en el caso de los
escritos de Tejada, le pareció que “la paradoja es el único sistema eficaz de hacer crítica
de la vida.”31En fin, el poético cronista logró con la paradoja un sello de distinción
como crítico de la cultura y dotó a la crónica de un sentido superior al del superfluo
comentario cotidiano que sólo servía para ampliar o embellecer alguna noticia. Hacia
1922, sus contemporáneos admitían que Tejada se había convertido en el principal
cronista del país. En efecto, los intelectuales barranquilleros reunidos en la revista
Caminos, que antes habían hecho parte de la famosa revista Voces, proclamaron a Luis
Tejada como Príncipe de los Cronistas colombianos. Según la proclama, en Tejada se
hallaba “un estilo, un agudo don de observación, un espíritu inquieto que penetra en las
cosas, un desprecio total al chiste, al retruécano y a la anécdota”.32 La apreciación nos
parece acertada.
Según las teorías sobre las vanguardias artísticas de comienzos del siglo XX, el ataque a
las generaciones intelectuales precedentes hace parte de la consolidación de una
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“Es agradable sentir con intensidad el movimiento de la vida universal, en todas sus
manifestaciones y especialmente en su manifestación política”, dijo en una de sus crónicas
de 1924.36 El paso afirmativo en materia literaria lo completó con su cada vez más
ostensible adhesión a la utopía socialista. Se dice que Jorge Eliécer Gaitán, entonces un
joven estudiante de Derecho, frecuentaba la casa de Tejada para compartir los avances en
la redacción de su tesis de grado Las ideas socialista en Colombia; más evidente aún,
Tejada le pidió a Gaitán adherirse al socialismo y abandonar al Partido Liberal, a lo que el
futuro caudillo le respondió en carta ya famosa del 8 de junio de 1923 en la que el futuro
gran político saluda el paso de la intelectualidad liberal a posturas socialistas pero rechaza
la necesidad de fundar un partido político aparte del Partido Liberal. Pero quizás la mejor
prueba de esa adhesión fue su sistemática escritura de 1923 y 1924; refugiado de nuevo en
la página editorial de El Espectador, luego del fracaso de El Sol, el cronista se dedicó a
comentar y a divulgar la necesidad de reformas a favor de la naciente clase obrera
colombiana; además de eso, comenzó a estimular la formación de un neto partido de la
clase obrera, completamente diferenciado de los dos principales partidos políticos
colombianos.
enunciaba las más indispensables conquistas de la nueva clase social. Dos tareas
parecieron las más apremiantes en sus reflexiones y en la actuación política apasionada
que caracterizó sus últimos días: de un lado, promover la necesidad de erigir una
legislación que morigerara la situación de la nueva clase en las relaciones de trabajo; del
otro, la enunciación del deseo de crear una organización política de nuevo tipo que sirviera
de intermediario, de representante de los intereses de una clase en ascenso. Estas
preocupaciones le obligaron a ir más allá de la juguetona exaltación del ocio; esta vez se
trataba de argumentar de manera sobria y precisa acerca de la creación de una Oficina
General del Trabajo, de una Inspección Médica del Trabajo, de instaurar una jornada
laboral de ocho horas, de conquistar el derecho a la sindicalización, de impedir la sobre-
explotación de la mano de obra femenina. Tejada era consciente de la asunción de un
conflicto social debido al ascenso del capitalismo, a la instalación del sistema de fábrica;
por tanto era indispensable crear organismos de protección o, al menos de vigilancia, de las
condiciones de trabajo. A esa preocupación le añadió el interés por las conquistas del
movimiento obrero en otros países, especialmente se detuvo en el triunfo electoral de los
obreros ingleses y en las conquistas laborales del movimiento obrero en Uruguay.
Desde mediados de 1922, el pequeño filósofo estaba entregado a la militancia en una célula
pionera de la organización comunista en Colombia. Con otros jóvenes que de manera
episódica se estaban separando del Partido Liberal, recorrieron los lugares de sociabilidad
de los artesanos y de los pocos obreros que podían existir entonces en Bogotá. Inspirados
por la exótica presencia de un ruso que llegó a Colombia más por extravío que por
intenciones políticas, Luis Tejada, Luis Vidales, Moisés Prieto, José Mar, entre otros, se
propusieron fundar un Partido Comunista que intentó superar la organización socialista
que tenía conexión con la cultura política artesanal de la segunda mitad del siglo XIX. El
llamado Grupo Comunista fue, más bien, una veleidad que chocó por su dogmatismo
hirsuto con viejos dirigentes socialistas e, incluso, con dirigentes políticos, como Francisco
de Heredia, que tenían una formación intelectual más cosmopolita y que, al parecer,
poseían un acervo de lecturas más consistente de la literatura marxista. En el Congreso
Obrero y en el Congreso Socialista que tuvieron lugar en Bogotá, de manera casi
simultánea, fue inevitable el enfrentamiento entre los “viejos” y los “nuevos” socialistas.
Tejada cometió quizás el error de trasladar a la formación de un partido político socialista
el debate generacional y, eludiendo matices y sincretismos propios de la cultura política
popular en Colombia, quiso proclamar una rápida y poco meditada adhesión de un nuevo
partido a la Tercera Internacional, es decir, al proyecto de la naciente Unión Soviética de
crear partidos comunistas en el mundo. Aunque Tejada alcanzó a percibir la desconfianza
obrera ante las posturas de los jóvenes intelectuales, no logró entender que en la formación
de la clase obrera colombiana no podía haber un desprendimiento inmediato de las
costumbres y tradiciones que el “viejo socialismo”, cercano al abigarrado mundo artesanal,
representaba. Testimonio de la superficialidad ideológica del Grupo Comunista fue el
programa comunista que hicieron circular en el Congreso Socialista de 1924, un
documento que era la transcripción de la obra vulgarizadora de Nicolás Bujarin, El ABC
22
del comunismo. Los jóvenes comunistas colombianos tenían todavía mucho que leer y
reflexionar para darle consistencia a un nuevo partido político, representativo de los
sectores sociales que emergían en Colombia con la modernización capitalista.
Epílogo.
Con la muerte de Luis Tejada comenzó a morir la generación intelectual de Los Nuevos
como expresión colectiva que dio su primer anuncio en 1915 con la revista Panida, en
Medellín. El cronista había sido punto de cohesión intelectual, su conversación y sus
reflexiones paradójicas entretenían y deslumbraban en la reunión del café, en la tertulia de
la sala de redacción. Pero no estaba destinado para las exigencias de la cotidiana
exposición en público, su “miedo invencible” a las multitudes lo separaba de las tan
necesarias virtudes oratorias entre el personal político de la primera mitad del siglo. La
lucidez para detectar el malestar de la época, para examinar las circunstancias políticas y
culturales de su tiempo, lo ubicaban más bien al nivel del ideólogo. Su obra está a mitad de
camino -al fin y al cabo fue un intelectual de un momento de tránsito- de las
preocupaciones que esbozó, por ejemplo, Carlos Arturo Torres en Idola fori hacia 1909 y
23
los estudios que proliferaron en los decenios 1920 y 1930 –en América y Europa- sobre la
multitud, la política de masas, la opinión pública. Preocupaciones que plasmaban, de uno u
otro modo, la necesidad de examinar el sentido de democracia en sociedades masivas
urbanas y que hallaron alguna respuesta en el populismo, en la modernización de los
medios de comunicación.
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25
Notas
1
. Luis Tejada, “La aldea”, El Espectador, Bogotá, junio 21 de 1918.
2
. Luis Tejada, “La ciudad”, El Espectador, Bogotá, mayo 15 de 1918.
3
. Luis Tejada, “La carrera séptima”, El Espectador, Bogotá, julio 15 de 1918.
4
. Luis Tejada, “La palabra sencilla”, El Espectador, Bogotá, junio 25 de 1918.
5
Ibidem.
6
“Luis Tejada, Suárez, el sofista”, Rigoletto, Barranquilla, abril 3 de 1919.
7
. Luis Tejada, “Las circunstancias”, diciembre 28 de 1918. Fue publicada por El Espectador de Bogotá, pero el
cronista la envió desde Barranquilla.
8
. Luis Tejada, “El Problema”, El Universal, Barranquilla, julio 8 de 1918.
9
. Luis Tejada, “Página de Luis Tejada”, revista Universidad, Bogotá, marzo 9 de 1922.
10
. Luis Tejada, “Asamblea de estudiantes”, El Espectador, Medellín , mayo 26 de 1920.
11
. Luis Tejada, “Elogio del espíritu de contradicción”, El Espectador, Medellín, septiembre 3 de 1920.
12
. Ibidem.
13
. “Luis Tejada, En la calle”, El Espectador, Medellín, agosto 20 de 1920.
14
. Luis Tejada, “Subir y bajar”, El Espectador, Medellín, agosto 12 de 1920.
15
. En el texto, ya citado, “En la calle”.
16
. Luis Tejada, “Meditaciones desde una ventana”, El Espectador, Bogotá, marzo 31 de 1921.
17
. Luis Tejada, “Gotas de tinta”, El Espectador, Medellín, junio 12 de 1920.
18
. Luis Tejada, “Los sombreros de mujer”, El Espectador, Medellín, junio 19 de 1920.
19
.“Luis Tejada, La Gramática y la revolución”, El Espectador, Bogotá, marzo 18 de 1923.
20
. Luis Tejada, “Reo de vida”, El Espectador, Medellín, septiembre 10 de 1920.
21
. Luis Tejada, “La catástrofe”, El Espectador, Bogotá, septiembre 6 de 1923.
22
. Luis Tejada, “Las máquinas”, El Espectador, Bogotá, septiembre 24 de 1923.
23
. Luis Tejada, “Mimetismo”, Cromos, Bogotá, junio 3 de 1922.
26
24
. Entre 1920 y 1922 escribió textos paradójicos como: “La cola”, “El instinto”, “Paradojas geométricas”, entre
otros.
28
. Con su colega Luis Bernal, seudónimo de José Rafael Muñoz, sostuvo en Medellín polémicas acerca del
amor, el juego y los libros.
. Germán Arciniegas, “En la muerte de Luis Tejada”, revista Cromos, Bogotá, septiembre 20 de 1924.
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. El Espectador, Medellín, septiembre 6 de 1922.
. Luis Tejada, “La generación del Centenario”, El Sol, Bogotá, diciembre 21 de 1922.
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. Luis Tejada, “Las ideas del Padre Fierro”, El Espectador, Bogotá, junio 18 de 1923.
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