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FACULTAD DE HUMANIDADES
LICENCIATURA EN FILOSOFÍA
A través de las venas incandescentes del texto encuentro una ruta nueva de la crítica del capitalismo
con la espada del clásico pensamiento crítico de Marx. Es, pues, importante que situemos la vida de
este pequeño artículo hecho por Žižek. Aunque se autodenomina dentro de la temporalidad porque
no remite a prolongaciones de tiempo remotas lejanas para describir su contexto: hablamos de un
capitalismo global y bien evolucionado que ha permeado como el ácido corrosivo las más férreas
defensas de la vida en su estado más humano. Estamos hablando de una era que avanzó a pasos
agigantados sobre el vertiginoso fango de los relatos post-capitalistas y los intentos de una revolución
sólida. Yo, como un joven de diecinueve años, no puedo más que observar con detenimiento las
coplas y epopeyas de todo pasado para imaginarme cuánto ha significado la evolución histórica del
humano en la tierra. Llevar esto a niveles estrambóticos, pero de injerencia social. Por tanto, la era
del desarrollo en la cúpula o el cenit divino me es tan similar como las células en mi piel y, como
consecuencia, poco o nada de raro hay en que encuentre la vida tal como se me ha mostrado. Por eso
me compete tanto las narrativas filosóficas, en este caso, las de Slavoj Žižek, porque con mucho
detenimiento describe la locución actual del capitalismo global, que no es otra sino una evolución
asida en el correr de los años.
De este modo aquello del fetichismo de la mercancía parece un espectro que sustituye los
modos de vida. Qué ejemplo más claro que el de mi propia generación, que incapaz de reconocer el
valor de la crítica y apuntar a un pensamiento bien estudiado, genera nuevas narrativas no en torno a
un ecosistema de ideas fundamentadas en lo real y la razón, sólo es un esbozo débil de rebelión que,
a fin de cuentas, sólo es absorbido por la vida del capital y su constante modulación. Aquello que
Marx sugería como el final del capitalismo provocado por él mismo fue un desatino porque en cada
crisis el capitalismo fue reforzado.
La vida como un individual es subestimada en tanto que el poder del capital refuerza entre
ecos la omnipresencia del dinero, dejando con un poder más grato al estado, el cual no llega a
disolverse, sino que se amplía de manera considerable. Se trata de una forma de dominación que no
es en sí abstracta, realmente converge alrededor de una deuda real, algo que demostrable y que
compete directamente a la vida del individuo. Por ejemplo, su educación se vuelve una deuda que
esperará ser saldada en el momento en el que aquel estudiante consiga un empleo que le permita pagar
su educación. Este respecto, he entendido que la vida que nos es mostrada se fecunda dentro de una
aceptación sin más, seguida del miedo a perder o sentirse incómodo dentro de la crítica a los bienes
materiales y lo que podría suponer una vuelta (esta vez no de trescientos sesenta grados) definitiva a
nuestro modo de vida. Por otro lado, resulta irónico que, dado que todos estemos permeados por el
flujo del capital, también los que tan vagamente atacan a Marx (sin haber estudiado su obra, claro
está) se vean igualmente afectados en un sistema así. Hasta entonces, la vida del capitalismo ha
evolucionado en un monstro más sutil, con sus propios espectros, mientras que allí, dentro de esa
maquinaria, la vida fluye como una tuerca pesada que vuelve siempre al mismo lugar.
Precisamente a esto llega Slavoj Žižek, criticando las constantes explicaciones del
capitalismo de ser más «justo», pues no se trata de que en realidad se plantee una realidad post-
capitalista, sino que este capitalismo llegue a una justificación más sutil. No desaparecen, pues, las
mercancías y su fetichismo, la plusvalía, el trabajo abstracto, etcétera, más bien recorren senderos
más engañosos de la privatización, en donde el sujeto está parado frente a un mundo que le promete
que su existencia será hornada sólo dentro de un sistema así, y que será tan «exitoso» como se arroje
sin regañadientes a prestarse como mercancía (porque las personas son cosas tanco como las cosas
que supuestamente no pueden ser como nosotros), y es tan «igual» como cualquiera de lo que le
rodean. Qué engañifa tan más seductora, que como individuos nacidos dentro de la bestia no podemos
verla, a no ser por el pensamiento que nos es gratuito. Por todo lo demás, ese es el valor de la vigencia
de leer el manifiesto comunista (claro, sin estancarse en él, pues la parte más interesante la constituye
el constante trabajo escrito de Marx), el de develar la treta mágica del dinero y qué constituye el
capitalismo. Para que así, las exigencias sin razonar de personas indignadas no resulten en un símil
de epitafios dentro de un cementerio oscuro.