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Coalición por el Evangelio1

¿Por qué Dios no elige a todo el mundo?

Pocos temas de la Biblia cuestan tanto entenderlos como la doctrina de la elección y predestinación.
Pero quizás los obstáculos a los que nos enfrentamos tienen más que ver con nuestra incomprensión de
algunos conceptos que con lo difícil del tema. Por tal razón, mi intención con este escrito es delinear
claramente estos conceptos de acuerdo a la enseñanza de las Escrituras.

La corrupción es total

La Biblia es clara cuando afirma que todos los hombres están en un estado radical de corrupción.
Romanos 3:10 nos dice que “no hay justo, ni aun uno”. Esto no significa que nadie tiene la capacidad de
hacer alguna cosa con consecuencias buenas. Más bien indica que incluso esas cosas buenas no tienen
mérito alguno. En la Biblia, lo que es realmente bueno es aquello hecho en fe para la gloria de Dios
(Rom. 14:23; 1Cor. 10:31).

Debido al pecado del hombre, nadie puede obrar así. Tan grave es esta situación que las Escrituras
describen la condición del hombre como la de uno muerto en sus delitos y pecados (Ef. 2:1). Así como un
muerto físicamente no puede hacer lo que corresponde a la vida física, el muerto espiritual no puede
hacer nada que corresponda a la vida espiritual. Esta corrupción radical por el pecado condena al ser
humano a la ira de Dios por la eternidad.

El hombre es inhábil

La segunda parte de Romanos 3:10 afirma que “no hay quien busque a Dios”. El hombre está en un
estado de condenación y muerte espiritual. Afortunadamente, la Biblia continúa. Nos revela un glorioso
evangelio donde Dios salva a los más viles y despreciables pecadores, y los hace parte de su reino. Jesús
se encarnó, vivió, murió, resucitó, y ascendió al cielo para salvar pecadores y convertirlos en adoradores.
Cristo ha hecho todo lo necesario para que el pecado sea borrado y su justicia sea acreditada a los que
creen en Él (2 Cor. 5:21).
Aquí nos encontramos con otro obstáculo. El famoso versículo en Juan 3:16 afirma que los que obtienen
vida eterna son aquellos que “creen en Él”. Así, el creer es una condición que el hombre debe cumplir a
fin de beneficiarse de lo que Cristo ya ha hecho para su salvación. Pero el estado de corrupción es tal que
no solo no podemos salvarnos a nosotros mismos, sino que incluso cuando alguien más ha hecho todo
para salvarnos, no podemos ni siquiera cumplir con la sencilla condición impuesta —el creer— pues, ¡no
hay quien busque a Dios!

Dios es misericordioso

Si el hombre no busca a Dios, no hay posibilidad de que ni un solo pecador crea el evangelio y se salve.
¿Será que Cristo murió en vano, entonces? No. Las Escrituras nos revelan que Dios ha hecho lo necesario
para que busquemos a Dios y creamos el evangelio. Él mismo es el que se encarga de acercarnos a Él.
Por medio de la proclamación del evangelio Dios abre corazones (como lo hizo con Lidia; Hch. 16:14),
concede arrepentimiento (2 Ti. 2:25), y asimismo concede fe para creer.

De esta manera, Dios otorga lo necesario para cumplir con el requisito de creer el evangelio y recibir los
beneficios de la obra redentora de Jesús. Si Dios no realiza esta obra, nadie creería el evangelio jamás.
Por eso Jesús dijo: “Nadie puede venir a Mí si no lo trae el Padre que Me envió” (Jn. 6:44). ¿Cómo sucede
esto? La Biblia afirma que sucede al recibir vida: “Aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos,
nos dio vida juntamente con Cristo” (Ef. 2:5).

¿Por qué solo algunos?

Eso nos lleva a la pregunta: ¿por qué Dios concede a algunas personas esta nueva vida, mientras que a
otros no? ¿No es eso injusto? Observemos la respuesta de Pablo:

¿Qué diremos entonces? ¿Que hay injusticia en Dios? ¡De ningún modo! Porque Él dice a Moisés: Tendré
misericordia del que yo tenga misericordia, y tendré compasión del que yo tenga compasión. Así que no
depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia (Romanos 9:14-16).

Definamos tres términos cruciales para comprender las palabras de Pablo:

Justicia es darle a alguien lo que merecen sus actos (sea bueno o sea malo).

Injusticia es dar algo malo a alguien que no lo merece.


Misericordia es darle a alguien algo bueno que no merece.

Algo más acerca de la misericordia: quien la ejerce no está obligado a hacerlo en ningún momento ni
sobre todas las personas; la misericordia se otorga libremente. Estas definiciones ya deberían de
comenzar a aclarar nuestra comprensión de Romanos 9:14-16.

La razón por la que algunos reciben nueva vida y la capacidad de creer en el evangelio es porque Dios
tiene misericordia de ellos. No reciben justicia, pues la justicia demandaría que recibieran juicio por sus
malas acciones (pues toda la humanidad se encuentra en un estado de corrupción radical). Más bien
reciben el bien que no merecen, y que Dios de su buena voluntad ha decidido libremente otorgarles. A
quienes Dios no les concede nueva vida, reciben justicia. Ellos son pecadores que aman el pecado, por lo
tanto reciben juicio por ello. Reciben justo lo que merecen: castigo por sus pecados.

De esta manera, unos reciben misericordia y otros justicia. Pero nadie es tratado con injusticia, porque
no hay escenario alguno en el que un pecador haga lo bueno delante de Dios y aun así Dios le niegue el
creer.

Dios no está obligado a otorgarle fe a todas las personas porque todas las personas viven en rebelión
contra Él. Lo sorprendente no es que Dios no salve a todos, sino que elija salvar a algunos.

La elección es de Dios

Si Dios es quien decide tener misericordia de algunos para que crean, entonces Él elige quién se salva, y
no al revés. Desde la eternidad pasada Dios vio a la humanidad entera y lo que encontró fue rechazo. Por
lo anterior, Dios quiso tener misericordia de algunos, y los escogió para ser suyos. Dios es quien
soberanamente predestina a los que serán creyentes.

Hay un par de falsas nociones que debemos evitar cuando afirmamos la predestinación. La primera es
decir que es injusta. Eso ya ha sido contestado: la misericordia y la injusticia son cosas muy distintas.
Dios no le está negando la entrada al cielo a nadie, más bien hay una humanidad entera que huye de
Dios y está en rebelión contra Él, de entre los cuales Él rescata a algunos y los traslada a su reino.

La segunda falsa noción es que la predestinación convierte a los elegidos en robots. Esa es una reducción
simplista de algo mucho más complejo. Pero por ahora podemos decir esto: el hombre sí tiene una
voluntad, y sí ejerce una decisión para creer en Cristo. El punto es que, si Dios nos deja la decisión, todos
elegiríamos rechazarlo. Cuando Dios elige a alguien se asegura que reciba la capacidad de tomar la
decisión correcta: la decisión de creer en el evangelio. ¿Cómo lo logra? Liberando su voluntad para que
libremente venga a Él.

¡Qué gran misericordia!

En conclusión, la elección soberana de Dios no es un acto de injusticia sino de gran misericordia. Esta
verdad bíblica no debe llevarnos a la arrogancia, sino a la humildad. Ningún cristiano es mejor que su
vecino no creyente. Dios ha sido misericordioso con nosotros y tiene el poder para serlo con quien Él
quiera.

La doctrina de la elección nos recuerda que la salvación depende de Dios en su totalidad. Él lo hizo
absolutamente todo, incluso nos concedió la fe, a fin de que seamos salvos y vivamos para su gloria. El
mérito es suyo y a Él le pertenece toda gratitud y gloria. Es por esto que Pablo dice que Dios “nos escogió
en [Cristo] antes de la fundación del mundo… para alabanza de la gloria de su gracia que gratuitamente
ha impartido sobre nosotros en el Amado” (Ef. 1:4, 6).

Él lo ha hecho todo. Solo a Él la gloria.

Imagen: Lightstock.

Categories: Biblia & Teología

Tags: biblia y teología, justicia de dios, predestinación

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