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Joaquín Leva – 25.

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Relación entre patrística y filosofía pagana

El nacimiento de Cristo fue un hecho que trastocó todo el mundo en ese entonces conocido y la
filosofía, desarrollada por diversas escuelas hasta ese momento, no se vio ajena a los cambios que
trajo consigo tal acontecimiento. En este sentido, se intentará ver la peculiar relación que se
estableció entre los primeros intelectuales conversos al cristianismo y toda la tradición filosófica
precedente, a la que denominaron pagana. Estos intelectuales, cabe aclarar, recibieron el nombre de
‘Padres’, por el hecho de la proximidad con el origen. Allí radicaba su autoridad y potestad, pues
tenían el dato más fiel, eran los más antiguos, habían tenido contacto directo con la fuente.

Sin embargo, estos primeros padres convivían en un ambiente cultural e intelectual muy adverso,
pues no solo debían contrarrestar los embates de los paganos, sino también de los judíos y de las
mismas herejías internas (gnosticismo). Con todo, el conflicto mayor lo suponía la relación con los
paganos, que los consideraban ateos, por no profesar el culto el oficial. Es por ello que, ya en el siglo
II y III, comienzan los padres a hacer filosofía, a fin de defender su conversión y demostrar que no
era absurdo ni contradictorio aquello a lo cual se habían convertido. En virtud de esta defensa son
denominados padres apologetas.

De entre una cuantiosa cantidad de cuestiones que se plantean los padres apologetas, una de las
que reviste mayor importancia es la relación entre la filosofía cristiana desarrollada por ellos
(patrística) y la filosofía pagana. En otras palabras, se pone en cuestión qué postura ha de adoptarse
con respecto a esta última, si pueden rescatarse algunos aspectos o si existe entre ambas una
imposibilidad de conciliación.

Frente a esto, Justino, en su Diálogo con Trifón, se pregunta por qué existen distintas doctrinas y
escuelas filosóficas. En primer lugar, el autor señala que la filosofía es el mayor de los bienes aunque
saber qué es en definitiva la filosofía, es cosa que se escapa al vulgo (pág. 5, 3). Es decir, es cosa
difícil, pero además, Justino establece una distinción sustancial y propia de la filosofía clásica para
una mejor comprensión del tema. Tal distinción es la existente entre fundador y seguidor. La
filosofía de suyo tiene pretensión, totalmente válida, de totalidad, por lo tanto, todo sistema filosófico
posee esta pretensión. Sin embargo, es necesario saber que todo sistema, pese a ser elaborado por
amor a la sabiduría, lo es al modo humano, esto es, racionalmente; en consecuencia, puede contener
muchos aciertos pero también errores, no absolutos, sino parciales. Ahora bien, es posible que el
fundador yerre, sin embargo, en la mayoría de los casos, son los seguidores quienes más se desvían
pues, al aferrarse al constructo doctrinal de su maestro, desconocen que este esquema puede fallar e,
inclusive, pueden acrecentar las consecuencias de los primarios yerros.
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Por lo tanto, ante la presencia de tantas escuelas filosóficas tan diversas entre sí, se vuelve
menester para los padres apologetas servirse de un filtro que permita distinguir lo verdadero de lo
erróneo de tales escuelas. Y el primer criterio que no solo oficiará de criba sino que además
constituirá el punto de partida necesario de todo filosofar para los apologetas será la Fe y las
Sagradas Escrituras, reveladas por Dios a través de los profetas y apóstoles y en las cuales se ha de
creer. Por eso, Justino, al final de su Diálogo (pág. 13, 17), sentencia:

“Sus escritos [de los profetas] se conservan todavía y quien los lea y les preste fe, puede sacar el más
grande provecho en las cuestiones de los principios y fin de las cosas y, en general, sobre aquello que un
filósofo debe saber. Porque no compusieron jamás sus discursos con demostración, como quiera que ellos
sean testigos fidedignos de la verdad por encima de toda demostración.”

Aquí, no solo vemos el tema de la fe como inicio sino la importancia del argumento de
autoridad, dada por su proximidad con el origen.

Ahora bien, ¿es la Fe el único criterio para discernir lo erróneo de lo verdadero en las diversas
escuelas filosóficas? Este criterio es defendido nuevamente por Justino en su I Apología (46) cuando
indica:

“Nosotros hemos aprendido que Cristo es el primogénito de Dios, el cual, como ya hemos indicado, es el
Lógos del cual todo el género humano ha participado. Y así, todos los que han vivido conforme al Lógos son
cristianos […] De esta suerte, los que en épocas anteriores vivieron sin razón, fueron malvados y enemigos de
Cristo […] Por el contrario, los que han vivido y siguen viviendo según la razón son cristianos”.

Se puede ver, entonces, en la primera oración, la importancia y necesidad de la Fe. Sin ella, no
hay parámetro ni marco dentro del cual moverse y juzgar. No obstante, aparece otro elemento para
discernir correctamente que adoptará la patrística frente a la filosofía antigua. La confirmación en la
existencia, en la praxís de un sistema theórico como uno de los criterios por los cuales se puede
afirmar la adecuación a la Verdad de cualquier sistema. ¿Es dicho sistema vivible y, por tanto,
conduce a la felicidad o desemboca en yerros prácticos que ponen de manifiesto la fragilidad teórica
de dicho constructo? Una verdadera filosofía debe conllevar una coherencia, no solo lógica, sino
existencial.

Veremos que en El Apologético de Tertuliano también se encuentran dichos criterios. “Cualquier


obrero cristiano encuentra a Dios y lo muestra; y después demuestra con su vida todo lo que se puede
buscar en relación con Dios”. Es decir, por la fe, creo en el principio, que no se demuestra, sino que
lo demostrable es que ese principio es verdadero porque puede vivirse. Tertuliano hace mucho
hincapié en el argumento de la verificabilidad práctica y realiza una dura y exacerbada crítica,
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parecería ser, contra la filosofía pagana. Sin embargo, al leer el texto con mayor detenimiento se
observa que tales críticas no van dirigidas a la práctica filosófica en sí, sino a ciertos filósofos
paganos cuya vida concreta dejó mucho que desear. Y esta regla también rige para los cristianos,
pues, al tajante decir de Tertuliano (p. 171, 17): “dirá alguien que también algunos de los nuestros se
salen de la regla de la disciplina; para nosotros dejan de ser tenidos por cristianos”.

Un parecer similar nos puede ofrecer los Stromata de Clemente de Alejandría, quien, en clara
alusión a la filosofía pagana, al comienzo del capítulo undécimo consigna: “Nadie se vanaglorie de
sobresalir en inteligencia humana”. Sin embargo, de inmediato hallamos que esto no es así. El mismo
Clemente, hablando de la filosofía pagana, dice: “ahora, sin embargo, es provechosa para la religión,
y constituye una propedéutica para quienes pretenden conseguir la fe mediante demostración
racional” (Strom.cap. V, 28.1). Porque, una vez realizada la criba por medio de la Fe y de la
verificabilidad práctica, los padres apologetas afirman que se puede extraer lo verdadero que hay en
lo dicho por cada uno de los filósofos paganos.

Ahora bien, este hecho es posible por la participación de todo el género humano en el Lógos
divino, el cual, según Justino, se expande, pues el Bien es difusivo de sí, y crea, sin mediación
previa, colocando en cada singular las semina Verbi (semillas del Verbo). Es decir, que todo hombre
lleva dentro de sí esta semilla del Lógos y es, por tanto, él también, junto con las cosas, lógos. Por
ende, hay una connaturalidad entre el hombre y Dios y es así como los filósofos paganos pudieron
conocer una parte de la Verdad y ser coherentes con ella, mas no toda pues carecían de la revelación.
Dice Justino: “Y todos los escritores, por la semilla del Lógos inmersa en su naturaleza, pudieron ver
la realidad de las cosas, aunque de manera oscura”.

Habiendo hecho todo este recorrido, puede verse con mayor claridad cuál es la postura adoptada
por la patrística frente a la filosofía pagana. A esta se le concede el haber podido comunicar alguna
parte de la Verdad, la cual ahora debe ser rastreada a la luz de las Sagradas Escrituras y de la
coherencia práctica del sistema. Por consiguiente, en virtud de esta postura, la filosofía pagana no
solo es en modo alguno vituperable sino necesaria “para mantener la fe libre de acechanzas” (Strom.
Cap. IX, 43.4), ya que “tanto la filosofía bárbara como la griega constituyen un fragmento de la
verdad eterna […] la de la teología del eterno Verbo. Pero quien reúne de nuevo lo que se ha
diseminado y reconstruye la unidad podrá contemplar con seguridad al Verbo en su perfección, a la
Verdad” (Strom. Cap. XIII, 57.6).

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