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EL CORAZÓN DE NUESTRA FE

1a Corintios 15:55-57. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?

El pasado 4 de diciembre, el Papa Francisco expresó a los miembros de la comunidad


académica pontificia su “deseo de que la belleza de la eternidad y de la resurrección ocupen
un lugar central en la evangelización, tanto a nivel teológico como a nivel del anuncio, de
catequesis y de formación cristiana, que se renueve el interés y la reflexión sobre la
eternidad, sin la cual la dimensión del presente queda privada de un sentido último, de la
capacidad de renovación, de la esperanza en el futuro. Proponer eficazmente y
apasionadamente, el corazón de nuestra fe, la esperanza que nos anima y que da fuerza al
testimonio cristiano en el mundo: la belleza de la eternidad.

Jesús resucitado se manifiesta a todos los que lo invocan y lo aman. En Él también nosotros
estamos resucitados, pasando de la muerte a la vida, de la esclavitud del pecado a la
libertad del amor. Por lo anterior y dándole muchísimo valor a la disertación que realizo el
hermano Jairo sobre la Resurrección de Cristo, hoy continuamos con el tema de la
resurrección de los muertos. Para hablar y entender la resurrección es obligatorio tocar un
par de temas que a la actual vida cristiana se han convertido en verdaderos Tabús, parece
que nadie quiere tocar estos temas que son la MUERTE Y EL PECADO

MUIERTE : Se conoce como el fenómeno universal que marca la terminación de la vida,


generalmente muy lamentado. En el orden de la naturaleza lo experimentan tanto las
plantas como los animales. Los primeros seres humanos Adán y Eva, no fueron creados
para morir, sino con una capacidad que no tenían las plantas ni los animales: ellos debían
escoger entre la inmortalidad y la muerte, todo dependía de su obediencia a Dios. (Gen2:17)
Adán y Eva desobedecieron y murieron (Gen3:6). La muerte humana fue sin embargo
distinta Adán no dejo de existir del todo, su muerte tenía dimensiones físicas, morales y
espirituales y por causa de su desobediencia la misma clase de muerte pasó a todos sus
descendientes, y a toda la raza humana incluyéndonos a nosotros (Ro 5:12).
Dios siempre da la vida. Te da la de acá y te da la del más allá. Es el Dios de la vida no de
la muerte. En nuestra disertación teológica del mal, está la escena del pecado. El mal entró
al mundo por la astucia del demonio. Que se puso envidioso porque Dios hizo al hombre
como el ser más perfecto. Por eso el demonio entró en el mundo. En nuestra fe. La muerte
es una consecuencia de la libertad humana. Fuimos nosotros, por nuestros pecados,
quienes optamos por la muerte, que entró en el mundo porque le dimos cabida a la
desobediencia del plan de dios. Entró el pecado y con él la muerte. La muerte humana no
implica dejar de existir más bien consiste básicamente en una separación.

1. La M. Física es la separación entre lo físico y lo inmaterial ósea entre el cuerpo y el


alma. Esta es el resultado del pecado original, pero Adán no perdió la vida el día
que comió sino vivió 930 años (Gen 5 :5). Su muerte consistió en dejar de ser
inmortal, si no hubiera desobedecido a Dios hubiera sido inmortal tanto física como
espiritualmente, Adán comenzó a envejecer desde aquel momento y la m. le fue
inevitable.
2. La M. espiritual es la separación del ser humano de su Dios. Con toda la m. física es
poca cosa comparada con la m. espiritual, o sea la separación del hombre de Dios y
la consecuente incapacidad moral. Adán y Eva representaban al género humano en
la prueba de obediencia y como resultado de su pecado original, todos los hombres
vivimos desde entonces en un estado de m. espiritual (Col 2:13).

El evangelio anuncia la manera de pasar de m. a vida (Jn 5:24) y como obtener la vida eterna
(Jn 3:16). La fe salvadora en Jesús vence la m. espiritual y quita el temor a la m. Pablo
considera a la m. física como una victoria nefasta del mal y para el creyente Cristo ha
anulado esta victoria mediante su propia muerte (Heb. 2:14). Por medio de la resurrección
ha vencido a este postrer enemigo es decir a la muerte (1 Cor. 15:25,26).

Hermanos la resurrección no inicia con la muerte, ni es un acto pos-muerte, la resurrección


inicia antes de la muerte. Porque solamente durante nuestra vida sobre la tierra nosotros
tenemos la libertad de poner nuestra fe, la fe cristiana y por ende la fe católica en Jesús
resucitado y ser librado de la m. espiritual. En Él también nosotros estamos resucitados,
pasando de la muerte a la vida, de la esclavitud del pecado a la libertad del amor. La muerte
física pone fin a esta oportunidad. Si en esta vida nosotros no participamos por la fe en la
victoria de Cristo sobre la muerte solo nos espera la aquella separación eterna con nuestro
creador.

RESURRECCION DE LOS MUERTOS

Las palabras del Credo niceno-constantinopolitano, “espero la resurrección de los muertos


y la vida del mundo futuro”, y “creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna”,
reflejan la esperanza cristiana en un futuro glorioso, de una salvación eterna. Estas
palabras, esa esperanza en la eternidad, en la resurrección, son “el núcleo esencial de la fe
cristiana, de una realidad estrechamente conectada con la profesión de fe en Cristo muerto
y resucitado.

La r. de los muertos trata de algún modo de la “extensión” de la Resurrección de Jesucristo,


es la r. de todos los hombres, vivos y muertos, justos y pecadores, que tendrá lugar cuando
Él venga al final de los tiempos. Con la muerte el alma se separa del cuerpo; con la
resurrección, cuerpo y alma se unen de nuevo entre sí, para siempre (cfr. Catecismo, 997).
El dogma de la resurrección de los muertos, al mismo tiempo que habla de la plenitud de
inmortalidad a la que está destinado el hombre, es un vivo recuerdo de su dignidad,
especialmente en su vertiente corporal. La vida eterna es lo que da sentido a la vida
humana, al empeño ético, a la entrega generosa, al servicio abnegado, al esfuerzo por
comunicar la doctrina y el amor de Cristo a todas las almas. La esperanza cristiana en el
cielo no es individualista, sino referida a todos. Con base en esta promesa el cristiano puede
estar firmemente convencido de que “vale la pena” vivir la vida cristiana en plenitud. «El
cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el
estado supremo y definitivo de dicha» (Catecismo , 1024); así lo ha expresado san Agustín
en las Confesiones: «Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta
que descanse en ti» La vida eterna, en efecto, es el objeto principal de la esperanza cristiana.
Según los evangelios el Maestro afirma la resurrección y la fundamenta en el poder y la
voluntad de Dios (Mt. 22:31). Las resurrecciones que Jesús mismo realiza no son la
resurrección definitiva, sino una señal de la presencia del reino de Dios en la persona de
Jesucristo; manifiestan su poder sobre todas las fuerzas enemigas, incluso la muerte. En el
cuarto evangelio se destaca que el que cree en Jesucristo ya tiene una vida nueva. La
resurrección del Señor es la manifestación del triunfo sobre la muerte (1 Co. 15:55). Con ella
comienza una nueva era y el creyente que por la fe se incorpora a Cristo, participa del poder
de esa nueva vida, el poder de la resurrección y por tanto comparte la vida del resucitado
y su triunfo sobre la muerte.

EL MAYOR DE TODOS LOS PELIGROS


1ª de Corinto capitulo 15

¿Por qué creer en la vida después de la muerte?

Algunas personas de la iglesia cuestionaban la creencia cristiana en la vida después de la


muerte. La muerte, decían ellas es el fin. Mucha gente ha cuestionado la vida después de
la muerte. En los días de Jesús, una secta judía los saduceos, negaban la resurrección de los
muertos. Todavía hay quienes dudan ―entre ellos, mucho de los musulmanes negros,
(secta estadunidense), los budistas, los marxistas y la mayor parte de los ateos― pero Pablo
consideró el tema de la vida después de la muerte como el asunto más explosivo de la
iglesia de Corinto. Si no hay vida futura trino Pablo, todo el mensaje cristiano sería una
mentira (1 Cor 15:13-14). El no tendría razón alguna para continuar su ministerio: la muerte
de Jesús habría significado sangre derramada inútilmente; y los cristianos seriamos los más
dignos de lastima de todos los tiempos.

Cristo resucitó con su propio cuerpo, pero El no volvió a una vida terrenal. Del mismo
modo, en El todos resucitarán con su propio cuerpo, el que tienen ahora, pero este cuerpo
será transfigurado en cuerpo de gloria, en cuerpo espiritual (1ª Cor 15, 44) (Catecismo de
la Iglesia Católica #999). Ve ¡cuán importante es la resurrección! Esta no es una doctrina
alterna, para ser creída si a alguien le gusta. Si no crees que Jesucristo resucitó de los
muertos en un cuerpo de resurrección de la forma que dice la Biblia que Él lo hizo, no tienes
ningún derecho de llamarte cristiano. Esta es una de las doctrinas esenciales de la fe
cristiana.
i. La divinidad de Jesús se basa en la resurrección de Jesús (Romanos 1:4).
ii. La soberanía de Jesús se basa en la resurrección de Jesús (Romanos 14:9).
iii. Nuestra justificación se basa en la resurrección de Jesús (Romanos 4:25).
iv. Nuestra regeneración se basa en la resurrección de Jesús (1 Pedro 1:3).
v. Nuestra resurrección final descansa en la resurrección de Jesús (Romanos 8:11).

¿Cómo y cuándo será nuestra resurrección?

"Ciertamente el ‘cómo’, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica, “sobrepasa nuestra


imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe”. (#1000). La
resurrección tendrá lugar en un instante. “Yo quiero enseñarles este misterio: aunque no
todos muramos, todos tendremos que ser transformados, en un instante, cuando toque la
trompeta (Ustedes han oído de la Trompeta que anuncia el Fin). Entonces, en un abrir y
cerrar de ojos, los muertos se levantarán, y serán incorruptibles” (1ª Cor 15, 51-52).

Este dogma central de nuestra fe cristiana no sólo nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia
Católica, sino que la esperanza de nuestra resurrección y futura inmortalidad se encuentran
en textos bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

El “cuándo” lo responde así el Catecismo de la Iglesia Católica: Sin duda en el “último día”
(Jn 6, 54 y 11, 25); “al fin del mundo” (LG 48). En efecto, la resurrección de los muertos está
íntimamente ligada a la Parusía o Segunda Venida de Cristo: “Cuando se dé la señal por la
voz del Arcángel, el propio Señor bajará del Cielo, al son de la trompeta divina. Los que
murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1ª Tes 4, 16) (Catecismo de la Iglesia
Católica #1001). Y continúa San Pablo: “Después nosotros, los vivos, los que todavía
estemos, nos reuniremos con ellos llevados en las nubes al encuentro del Señor, allá arriba.
Y para siempre estaremos en el Señor” (1ª Tes 4, 17). San Pablo nos habla de los que han
muerto y han sido salvados. También nos habla de los que estén vivos para el momento de
la Segunda Venida de Cristo. Pero es San Juan quien completa lo que sucederá con los que
no han muerto en Cristo: “No se asombren de esto: llega la hora en que todos los que están
en los sepulcros oirán mi voz. Los que hicieron el bien saldrán y resucitarán para la vida;
pero los que obraron el mal resucitarán para la condenación” (Jn. 5, 28-29). Esta
diferenciación en los resucitados la había anunciado ya el Profeta Daniel: “Muchos de los
que duermen en el polvo despertarán: unos para la vida eterna, otros para el eterno castigo”
(Dn 12, 2). ¿Quiénes resucitarán? Todos los hombres que han muerto (Catecismo de la
Iglesia Católica #998). Unos para la condenación y otros para la salvación. Es decir, todos
resucitaremos: salvados y condenados. Unos para una resurrección de gloria y de felicidad
eternas. Otros para una resurrección de condenación e infelicidad eternas.
ORACION FINAL

Buen Padre y Dios ¡Qué bonito es pensar que el cristianismo, esencialmente, es esto! No es
tanto nuestra búsqueda respecto a Dios —una búsqueda, en verdad, tan titubeante—, sino
más bien la búsqueda de Dios respecto a nosotros. Gracias Señor Jesús que nos has tomado,
nos has agarrado, nos has conquistado para no dejarnos más. En esta noche agradecemos
que hemos aprendido que el cristianismo es gracia, es sorpresa, y por este motivo
presupone un corazón capaz de estupor. Hoy gracias a tu palabra entendemos que un
corazón racionalista es incapaz del estupor, y no puede entender qué es el cristianismo.
Esta noche los hermanos Emaús podemos hacer como esas personas de las cuales habla el
Evangelio: ir al sepulcro de Cristo, ver la gran piedra volcada y pensar que Dios está
realizando para todos nosotros, un futuro inesperado. Gracias, amado Padre podemos ir a
nuestro sepulcro y ver cómo Dios es capaz de resurgir de ahí. Aquí hay felicidad, aquí hay
alegría, vida, donde todos pensaban que hubiera solo tristeza, derrota y tinieblas. Dios hace
crecer a sus flores más bonitas en medio de las piedras más áridas. Gracias Señor
entendemos que ser cristianos significa no partir de la muerte, sino del amor de Dios por
nosotros, que ha derrotado a nuestra acérrima enemiga y cuando llegue el momento Gran
Jesús podremos decir «¿Dónde está oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está oh muerte, tu
aguijón?» llevamos este grito en el corazón. Y si nos preguntan el porqué de nuestra sonrisa
donada y de nuestro paciente compartir, entonces podremos responder que Jesús está
todavía aquí, que sigue estando vivo entre nosotros, que Jesús está aquí, con nosotros: vivo
y resucitado.

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