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Una

Vida, Una Historia, Una Ficción



Emilio Arturo


Escenario 1

Tal parece que ese día nací. Lo digo, porque lo percibo como referente. Mi

memoria, se desplaza hacia atrás. Por esa vía configuro mi propio momento
inaugural. Sombrío. Como si, desde ahí, estuviera atado a un recorrido un

tanto previsible. Por lo que, en ese día, empecé a sentir el desasosiego propio

de los que somos proyectados hacia adelante; al garete. Es una forma de

expresar el sentido que ha tenido mi recorrido. Incierto, desde ahí. Desde ese

primer momento. Enfrentado al mundo con cierto vacío en mí proyecto. Lo

digo, porque empecé disociando las ideas. A contracorriente. Porque, casi

todos y todas, han empezado a vivir, asociando hechos, ideas, momentos,

ilusiones.
Lo mío, pues, fue otra cosa. Como si asumir la vida, hubiese tenido un

grado de dificultad mayor. Porque fue un instante de profunda conmoción. Así

lo viví. Instante soportado en las vivencias de mi madre; o de mi padre. Nunca


he descifrado esa disyuntiva. Un acompañamiento conmigo mismo. Como si

hubiese sido necesario crear la duplicidad del yo. En el entendido de que debía
ser así. Porque, de otra manera, no sería posible acceder al mínimo necesario
para no claudicar allí mismo; sin haber iniciado el vuelo.

Creo que fue un viernes. Digo esto, a pesar de no haber intentado nunca el
juego elemental aritmético de retrotraer el calendario. Tal vez, por miedo a

encontrarme con un número que no satisficiese mi propia versión. Así somos,


a veces, quienes ejercemos una actitud ante lo irreversible, guiados por el
patrón metodológico de contar la historia de lo que somos y hemos sido, muy
parecido al de circunscribir sus vidas a sucesiones de hechos. Como si, cada

uno de esos hechos, ya estuvieran codificados. Es una figura paliativa que nos
induce a seguir adelante, viviendo. Pero, a decir verdad, en el caso mío; sin

haber podido saldar la deuda con la historia. Esa que no puede ser recorrida, ni

entendida, por la vía de negarse a participar de una interpretación más allá de

la simple sociología del recuerdo.


En ese entonces, la ciudad estaba ahí. Expectante. Venía en crecimiento. No

sé si identificarlo como suma de hombres y mujeres. No sé si identificarlo

como sucesión de acontecimientos vinculados con el tránsito complejo. De

ideas y de circunstancias. De simples reflejos de los acontecimientos. De la

guerra de principios de siglo. De la decantación de las normas, asociadas al

dominio construido a partir de un perfil ortodoxo. Perfil, al mismo tiempo

religioso y político. Perfil sin matices distintos a esos que ya estaban y que

habían permanecido desde 1810. Lo sentía como tósigo que ya había sentido.
No sé si en los sucesivos sueños que tuve desde el primer día. Y que, aún

ahora, se mantienen. Con modificaciones mínimas. Como eso de verme

inmerso en un territorio inmenso. Sin poder asir ninguna ruta. O, a veces lo


creo así, sin querer hacerlo.

Ya ahí, en esa casa situada en el barrio Chagualo. Barrio hospedante. Típico


de ese tiempo. Calles como simples trazos, sin ninguna convocatoria lúdica.
Entorno pétreo; sin las ilusiones que después encontraría. Pero que, allí en ese

día y en los que le sucedieron, no alcancé a apropiarlo. A hacerlo mío,


trascendiendo la actitud de infante sin reconocimiento de las cosas y de los

hechos, al interior de una casa. En esta, los hermanos y las hermanas, no eran
otra cosa que figuras que percibía como sobrantes expresiones no
identificadas. Desde ahí. Desde ese momento, me percibí como sujeto

enfermizo. En ese tipo de tendencia compleja que compromete la lucidez; por


cuanto la ubica en una categoría conceptual alejada de los roles que cada quien

puede o quiere asumir.


No podría precisar lo que sentí el mismo día en que accedí al espectro

invariado de la casa. Si de esa en que nací. Escuchaba las voces. De aquí y de


allá. A decir verdad, no tengo claro, ahora, a distancia, si me identifiqué con

esas voces. Si eran para mí, asociadas a mi condición de recién llegado. O si

fueron voces vertidas al garete. Para quien pudiera asirlas y entenderlas. Tengo

la sensación de haber escuchado, como ráfagas, los cantos. Desde la aldeana,

hasta la pastora. Pero, al mismo tiempo, tengo la sensación de haber

escuchado las versiones libres que se hacían de las historias de las Mil y una

Noches. Pero, también, esas leyendas que me hacían temblar. El Fantasma.

Ese que se sentaba en el tejado de las casas; una figura larguirucha. A la espera

de poder entrar a las casas, para excitar la risa en la víctima elegida.


Cosquilleo que no cesaba hasta que se producía la muerte, entre los espasmos

ocasionados por la imposibilidad para retomar la respiración normal. O el


Sombrerón. Sujeto regordete, con sombrero alón y que transitaba por las calles

a la espera de alguien a quien engañar, por la vía de la palabra y desaparecer


con él o con ella. O la Patasola. Una expresión sin características físicas fijas,

identificables. O la Llorona. Mujer en búsqueda perenne del hijo que perdió. O


las sucesivas y variadas versiones de brujas. Habitantes de la noche. En la
calle, pendientes de cualquiera que se atreviese a desafiar la soledad y la

oscuridad. Siendo, esta última, su acompañante permanente, su mundo; su


fortaleza. Recuerdo, para este caso, inclusive, que mi padre decía tener el
antídoto o, al menos, la clave para evitar que entraran a los cuartos. Se trataba

de esparcir arroz en la sala de la casa. De tal manera que ellas, precisamente


por su tendencia a antojarse de cualquier objeto, se detendrían a contarlos;

hasta que las sorprendía la luz del sol y se ocultarían de manera inmediata. Su

refugio, durante el día, era desconocido.

Escenario 2

O el exterior. El mundo callejero. En la ciudad existían lugares que se

exhibían como referentes. Que la Plaza de Cisneros. Una especie de central de

abastos al menudeo. O el Hipódromo San Fernando. Inclusive, este último,

coincidía con el estadio; antes de la construcción y puesta en funcionamiento

del Atanasio Girardot. O la carrilera; o la Estación del Ferrocarril. O El

Pedrero, sitio adyacente a la plaza de mercado. Sitio para el rebusque de

promociones de tomates, plátanos, cebolla, papas, legumbres, etc. O La

Bayadera; territorio conocido como lugar de aviesas costumbres. O el Barrio


Antioquia; identificado como otro sitio no recomendable. O El Bosque de la

Independencia. Sitio convocante. Allí estaban los mangos; las pomas; el lago;

el carrusel; la rueda de Chicago; el trencito con su túnel. O, ahí cerca, La

Curva del Bosque. Sitio al cual arribaban los bandidos: Pistocho y Pacho

Troneras; después de haber asaltado un banco. Allí bebían ellos e invitaban a


quien pasara. Todo hasta gastar hasta el último centavo. O El Fundungo,
Lovaina, Las Camelias. Reconocidos como sitios, en veces, o como barrios,

otras veces. De todas maneras, zonas en las cuales se podían encontrar lo que
se conocía como “casas de citas”. Y se llamaban así, porque allí llegaban los

hombres, adultos y muchachos, buscando mujeres. Y allí esperaban estas para


ofrecer su cuerpo. Y allí estaban las barraganas que administraban. O los

dueños que atendían, sin ninguna intermediación, las solicitudes y designaban


a las muchachas; por riguroso turno.

O el Puente del Mico. Referente un tanto extraño. Nunca se supo porque


esa denominación. Solo, que por ahí atravesaban los rieles del ferrocarril,
sobre el río. O Moravia. Otra zona-barrio en donde se encontraban bares y

casas de citas. O el manicomio. Sitio destinado a recepcionar y servir de


reclusorio a los locos y las locas. El concepto de enfermedades mentales, solo

lo manejaban los médicos. Para todos y todas las demás, eran simplemente

eso: locos o locas. Ubicado en “cuatrobocas”; barrio Aranjuez.

Pero, asimismo, barrios originarios. El Camellón; La Toma; Loreto; San


Diego; en la parte sur-oriental. Desde muy pequeño supe que allí nació y

creció mi madre. Su madre Sara y su padre Arturo. Hogar que fue creciendo

en residentes. Que la tía Nana; que la tía Fabiola; que los tíos Carlos, Israel y

Conrado. Que el trabajito del abuelo Arturo, cuidador de fincas en lo que era

la periferia: que la parte alta del barrio El Poblado; que la parte aledaña a la

carretera que conducía a Envigado. Con el correr del tiempo, tengo memoria

de ello, lo visitábamos allá. Le llevábamos el almuerzo o la comida, o el

desayuno. Allí tumbábamos los mangos. Biches, preferiblemente. Allí


escuchábamos su rogativa para que no dañáramos lo que el denominaba las

bellotas. Arturo Gómez. Hombre nacido a finales del siglo XIX. Tal vez

conoció de cerca algunos eventos. Que la Guerra de los Mil Días. Que a
Salvita ascendiendo en el globo inflado con helio. Y la tragedia de Salvita; que

murió en ese intento. Arturo Gómez, tal vez, conoció de la construcción del
túnel de la quiebra. Y, tal vez, conoció de la presencia del ingeniero Francisco
Cisneros; de origen cubano. Que dirigió la construcción de ese túnel y también

la construcción del puente colgante conocido como “Puente de Occidente”;


sobre el Río Cauca; entre Sopetrán y Santafé de Antioquia.

Pero estaban, también, los barrios Manrique, Aranjuez, Campo Valdés; San
Cayetano; Prado (situados al centro y nororiente. O Laureles, Belén (con sus
diferentes secciones); San Javier, Calasanz; Robledo.

Escenario 3

Y seguí creciendo. Y seguí viviendo. Y, ahora, recuerdo otras cosas. La

ciudad seguía expandiéndose. Con las limitaciones asociadas a su


particularidad geográfica. Pendientes que hacen del tránsito central un surco.

Por allí, por ese surco, fue delineándose la ciudad-centro. Mientras las

pendientes iban siendo saturadas de viviendas. Un bien construidas. Otras,

simplemente, pautadas por los requerimientos de quienes llegaban del campo.

Como ahora, en ese tiempo, había desplazados. Porque la violencia se

ensañaba con quienes habitaban las zonas rurales. No solo en el Departamento

de Antioquia. Era todo el país. Porque los impulsores del desarraigo eran, al

mismo tiempo, los que azuzaban la violencia. Eran (…y siguen siendo), al
mismo tiempo, beneficiarios de la guerra. Por su condición usufructuarios de

los sucesivos regímenes. Tenían el control desde hacía mucho tiempo. Casi

desde el mismo inmediato posterior a 1819.


Y, ese crecimiento de la ciudad, nos fue convocando a vivirla. Ya por la vía

de apropiarnos de las calles para auspiciar la lúdica. O, y combinado con esto,


para conocer y asumir ese territorio. Y, entonces, creció la expectación por el
desarrollo de los cantos y los juegos primarios. Por lo mismo, en

consecuencia, crecimos los ejecutores. Que brincar el lazo; que las


escondidas; que la lleva; que la guerra libertaria; que los trompos; y las bolas

de cristal y, “las vistas” (recortes de las cintas o las películas), con sus
acepciones “cuadros” (para designar a aquellas en las cuales aparecían los
protagonistas o los denominados “el muchacho” y la “muchacha”); o el
ejercicio de elevar las cometas (con sus variantes de capar hilo); o lanzar los

globos de papel, llenos del calor y el humo producidos por el mechón


encendido con gasolina o petróleo y el cebo o la esperma como combustibles.

O el ejercicio de lanzar piedras con caucheras y las hondas (dos cuerdas que

tenían en el centro un receptáculo hecho de cuero y en el cual se colocaba la

piedra a lanzar). O el intercambio de revistas (folletos con las aventuras de


Tarzán, el Llanero Solitario, Batman y Robin; El Pájaro Loco; el Conejo de la

Suerte; El Pato Donald; etc.). O las funciones matinales (películas) en los

teatros (salas de cine) de los barrios. Recuerdo los más importantes: Manrique;

Rialto; Olimpia; Aranjuez; Belén. O la trenza humana (formaciones entre dos

grupos. Uno al frente de otro; cogido de la mano. Hombres y mujeres); a partir

de la cual se cantaba matarile lire lo. O la trenza en rueda que permitía o

impedía salir al ratón, designado o designada por quien quedaba libre por

fuera de la rueda. O la ronda que cantaba y preguntaba al lobo del bosque si


estaba listo ya. O el juego de la perinola; o el de catapis (Jaz); o el juego de la

carga montón (se escogía la víctima que tenía que aceptar que todos y todas

cayeran encima de él o de ella). O el juego con el lazo en los dedos,


construyendo figuras diversas (la escalera, la flor de iraca). O la recolección de

cajetillas de cigarrillos a las cuales se les asignaba un valor y así se jugaban.


Como si fueran billetes. (Pielroja 1, Dandy 25; Kool, Lucky; L & M,
Chesterfield; Mapleton, valían 100 y, así, sucesivamente). O la preparación y

realización de novenario en la época de diciembre; incluido el ejercicio


alrededor del pesebre. O el juego a la gallina ciega. Y, no podía faltar, el

fútbol. La pelota en la calle. Con desafíos entre cuadras y barrios. Siempre en


la calle. Calle para el juego. Calle libre. Inclusive con el vigía, encargado de
avisarnos cuando llegaba la tomba (policía municipal); la bola (vehículo

policial). Esto suponía suspender, provisionalmente, el juego. Porque estaba


prohibido tomarse la calle para ello. Porque, siempre, ha existido la posición

de quien o quienes, siendo habitantes del barrio, odian la expresión lúdica.

Ahora bien, la confrontación entre grupos interbarriales, era hecho común.

Inclusive, llegando a expresiones vandálicas, violentas. Con piedras (lanzadas


con caucheras y hondas), palos, etc. Forzando un paralelo, algo parecido con

lo que hoy aparece como enfrentamiento entre bandas en los barrios y/o en los

colegios

Y, entonces, esa apropiación de los espacios, corrió paralela a las jornadas

escolares. Maestros y maestras. Muchos y muchas, autoritarios y autoritarias.

Tanto que contribuyeron a la deserción escolar. Porque infringían castigos

físicos. Otros, accesibles, tolerantes, amigos (as). Que la sopa escolar (una

figura reducida del restaurante), a la cual accedían los niños y niñas cuyas
familias eran mucho más pobres que el promedio. Que el pan y la leche que se

entregaba en los recreos y que era posible, en razón al convenio con Caritas

Arquiodecesana (organización religiosa-católica) y las entidades que regían la


academia. O, en ese mismo horizonte, a partir de convenios internacionales

con países europeos o con EE.UU.


O, llegado octubre, lo que se denominaba la “semana del niño”. Aquí cabía
todo: los disfraces; las caminatas; el sancocho elaborado a partir de recursos

propios recogidos en las escuelas. O a partir de los aportes de las familias.


Queda claro, de paso, que las escuelas no eran mixtas. Además, que, las

jornadas, eran completas. Desde las 8:00 a.m., hasta las 11:30 a.m. y desde la
1:30 p.m., hasta las 4:30 p.m., de lunes a viernes. Los sábados de 8:00 a.m.;
hasta la1:00 p.m.

Escenario 4

Y entré en el terreno de los enamoramientos. Desde ahí, desde la escuela.

El recuerdo no es vago. Tanto así que tengo claro el momento del primero.
Corría el año en que empecé a ver el mundo con los ojos de quien entra a

considerar otro camino. No ese que venía siendo protagónico. Es decir, ese

que me amarraba a los condicionamientos establecidos en esa casita.

Condicionamientos acrecentados cada día. A partir de un entorno áspero. Con

ella, mi madre, sin otro horizonte que el centrado en nosotros y nosotras. El

padre que deviene en un rol cercano al autoritarismo perverso. Pero ahí; sin

descuidar las exigencias derivadas de su posición como cohesionador forzado

del grupo. Grupo sin sentido de pertenencia. Porque, entendido como colateral
a referentes plenamente definidos, en nuestro caso no tenía por qué existir.

Éramos un conglomerado de individualidades vinculadas a un espacio, nada

más.
Siendo, como en realidad era, Norela una niña aproximada a los siete años.

Tengo, ahora, la sensación de haberla visto antes de conocerla. No sé por qué,


me viene a la memoria un cuadro de desazón. Como si, mirando atrás, tuviera
la certeza de haber sido protagonista de algunos hechos poco edificantes. En

consecuencia, una zozobra constante. Un sueño tras otro, sin término. Como si
no atinara a establecer con claridad mi estancia allí. En ese mundo hilvanado a

partir de secuencias enrarecidas. Veía, por ejemplo, a mi hermano mayor en un


rol de sujeto vociferante. Yo estaba en la cuna. Él en el tejado de la casita. No
recuerdo bien si era en el Fundungo; en Chagualo. De todas maneras, sea
donde fuere, él estaba ahí. En el tejado. Yo, ¡pero que hacía yo ahí; si estaba en

la cuna? ¿Una ubicuidad no deseada? Lo único cierto, me sigo diciendo a mí


mismo, es que él estaba ahí Y yo con la escalera, tratando de auxiliarlo para

que bajara del tejado. Por el patio. Estando el padre, también vociferando. En

la misma casita. Los mismos insultos. Iban y venían. Uno y otro. ¿Pero qué

hacía yo ahí, entre los dos?


Los Oquendo, familia tanto o más numerosa que la nuestra. Otoniel

Oquendo, obrero de la textilera Coltejer. Y el televisor allí. En la sala de la

casa de los Oquendo. De Norela. Y yo en la ventana, tratando de adivinar lo

que hablaban los personajes. Desde afuera, por la ventana, la pantalla se veía

borrosa. Luego, por lo mismo, borrosos los actuantes. Y Norela me miraba, a

través de la cortina. Ella fue quien la enrolló para permitirme el espacio para

visualizar. Y Norela con el plato en la mano. Y Enriqueta, la madre, tratando

de forzarla. Para que dejara la ventana.


Y es que corría el año 1954. Coincidieron hechos. El militar ya estaba ahí.

Venía de rapar el poder. Siendo el cuadro político antecedente una heredad

vinculada con el genocidio auspiciado desde ahí. Desde ese centro-poder


conservador. Ya casi olvidadas las reformas de López Pumarejo y su

Revolución en Marcha. Todavía cercana, en el tiempo, la muerte de Jorge


Eliécer Gaitán. El sargento (¿…o cuál era su grado?), ya jugaba a ser prócer. A
ser libertador. A ser guerrero guiando a un pueblo famélico y agarrotado.

Nuestra familia era una de tantos miles sin horizontes gratificantes.


La heredad, provenía de dos íconos perversos. Mariano Ospina Pérez y

Laureano Gómez; “el divino Laureano”. El perdulario que encendía el


Congreso, a viva voz. Voz transmisora de ideas achatadas. Con una sola
perspectiva: justificar la matanza. A viva voz. Voz de pigmeo intelectual.

Hacedora de fetiches. Voz, mirada, cuerpo, de aprendiz de ideólogo. Ese que


pretendía pasar a la historia como héroe. En una Colombia desagarrada por él,

y por Ospina Pérez, y por Marco Fidel Suárez y por los azuzadores perennes.

Un fascismo inveterado. Héroe de la miseria que auspiciaron él y ellos. De la

tragedia de un pueblo inerme.


Pero, asimismo, heredad de los Lleras y de Eduardo Santos, y de Olaya

Herrera y…del mismo Alfonso López, que se arredró ante la infamia.

…Y yo en la ventana, mirando las imágenes distorsionadas en el televisor.

Y con el frío de las nueve de la noche. Inclusive fui hasta la casa por un saco y

volví. Y ahí estaba ella; enrollando la cortina para que yo mirara. Y Enriqueta

al acecho. Y llegaban las diez de la noche. Fin de la emisión. Y Norela

desenrollaba la cortina. Y, con la mirada, hasta mañana.

Y, al otro día, a la escuela. Y la veía con su pertrecho para bordar; en la


escuelita eucarística. Y es que las niñas recibían solo eso. Una fugaz pincelada

de la aritmética y del castellano y de la geografía y de la historia y,

fundamentalmente, del catecismo escrito por el padre Astete. Y, lo demás,


enseñanza para aprender a ser mujeres. Del hogar. Es decir, casi esclavas como

mi madre. Y que se repita el ciclo.



Escenario 5

…Y corrió la voz de que algo estaba sucediendo. Venía desde muy atrás. El

método había sido perfeccionado. Desde Núñez, el trasgresor. El sujeto


cambiante; según las circunstancias. Método aplicado. Con ese mismo se

justificó la Guerra de comienzos del siglo XX. Método soportado en el manejo

solapado de las verdades. O, a decir verdad, las casi verdades. En recintos

cerrados, a prueba de filtraciones plenas. Solo el gota a gota. Para potenciar las

repercusiones. Se dice y se desdice, al mismo tiempo. Entonces, se embauca y

se extiende la sensación de que algo está pasando. Aquí y allá.

Y, en verdad, algo estaba pasando. El militar todavía estaba ahí. Pero,

quienes lo adularon y lo felicitaron por su desprendido amor a la patria; ya


tejían otra red. Otra, porque, a pesar de ser la misma; era otro tiempo.

Estábamos en 1956. Y, ya, el ceremonial estaba en curso. Ya estaban los

contactos. Que si en España, en Benidorm. Que si en Londres o en


Washington. Que más daba. Siendo lo único cierto, el programa. Primero se

auspiciaría la presencia de una Junta Militar politizada. Que si el General


París. Que si ahora. Que si el plan incluiría allanar el camino para que
volvieran los de siempre. Liberales y Conservadores, sus cúpulas. Las mismas

que sembraban el odio entre los de la periferia. Y que, una vez empezaba la
barbarie, en cualquiera de sus versiones periódicas, convocaban al buen

sentido. Al entendimiento. A la paz. No importaba si por fuera de ella quedaba


los más afectados. Los desarraigados y las desarraigadas. Los y las
caminantes, en travesía. Buscando refugio. Aquí y allá. Y, en ninguna parte
donde pasar la noche y ver amanecer el otro día.

Y se reunieron. Y acordaron. Usted y yo. Yo y usted. Primero usted,


después yo. Amarremos el pacto a doce o más años. Qué más da. Primero

usted, luego yo. Y todo volverá a empezar. Hagamos borrón y abramos nueva

cuenta. No importa lo de atrás. El perdón suyo, lo avalo yo. El perdón mío, lo

avala usted. Y así, saldamos cuentas, por ahora.


Eso sí, quienes no regresen. Quienes no acepten lo que usted y yo hacemos;

están al margen de la ley. Y serán perseguidos y serán matados y serán

olvidados. Queda claro, entre nosotros, que hemos sacrificado nuestro tiempo

por este país. Y, por lo mismo merecemos ser recompensados. Y qué mejor

recompensa que primero usted y después yo. Y después usted y luego yo.

Y, ahora lo entiendo, era eso lo que se estaba urdiendo. Era eso. Y los

periféricos, los sin nada, ahí; sin saber qué hacer ni para dónde coger. Y se

extendía la penuria. Y ya se había agotado el modelo de sustitución de


importaciones. Modelo económico restringido. En el cual la variable más

dinámica era crecer, sin crecer. Quedar flotando entre los imperios; entre sus

intereses y los nuestros (¿…nuestros?). Y, entonces se acumuló capital. Para


los terratenientes, para los comerciantes, para la naciente burguesía bastarda.

Sí; esa que conoció de las libertades democráticas y de las reformas y de los
derechos y los deberes; como quien aprende a tocar piano por
correspondencia.

Ya, a esta altura de mi recorrido, estaba inmerso en ese ir y venir que no se


detiene. Hasta cierto punto ya mis giros y mis vivencias eran cansinos. Como

si, cada año repitiera lo del año anterior. Sólo había momentos en los cuales
escapaba a la realidad. Esos en los cuales le daba al balón, en la calle. O,
cuando coleccionaba láminas y las pegaba en el folleto. El primero: héroes de

la lucha libre. Luego, la vuelta a Colombia. Y, a reclamar el folleto para anotar


a los ganadores de cada etapa. O, cuando salía, en familia a verlos entrar por lo

que denominábamos la autopista sur. Al lado del puente monumental (llamado

así, porque fue el primer puente en concreto, elevado; por debajo del cual

pasaban, a la vez, el río y la autopista). Al lado del puente Guayaquil


(construido con ladrillos y con una amalgama que incluía sangre. Al menos

eso decía la historia). Y, pegando el oído a la amplificación que hacían algunas

emisoras; avizorarlos a distancia. Cuando subían a minas, después de haber

pasado por Versalles y por Santa Bárbara. Y, sentirlos más cerca aún, cuando

ya estaba en Caldas, en las “goteras” de Medellín.

Pero había más, sin saber cómo y porqué, accedí a la impudicia religiosa.

Ferviente adorador de imágenes. Sujeto que se laceraba, pretendiendo asimilar

las enseñanzas, por la vía más dolorosa posible. Sanando el alma, se alcanza la
virtud y se acumulan gracias para poder llegar a dios. Y yo allí. Asumiendo el

dicho: el que quiere llegar al cielo, debe purgar sus miserias y nada mejor que

vivir los dolores; tratando de simular los que sufrió y vivió Jesús.
Pretendiendo ser ungido.

Ya, a esta altura del recorrido, Norela estaba en el pasado. No la vi más;


desde que, en la peregrinación a que estábamos sometidos y sometidas; por no
tener casa propia y por atrasos en el pago del arrendamiento; nos trasladamos

a otro barrio; para volver a empezar. La cuarenta y seis entre la setenta y nueve
y la ochenta, sector de Manrique Central. Allí

Escenario 5

…Y corrió la voz de que algo estaba sucediendo. Venía desde muy atrás. El

método había sido perfeccionado. Desde Núñez, el trasgresor. El sujeto


cambiante; según las circunstancias. Método aplicado. Con ese mismo se

justificó la Guerra de comienzos del siglo XX. Método soportado en el manejo

solapado de las verdades. O, a decir verdad, las casi verdades. En recintos

cerrados, a prueba de filtraciones plenas. Solo el gota a gota. Para potenciar las

repercusiones. Se dice y se desdice, al mismo tiempo. Entonces, se embauca y

se extiende la sensación de que algo está pasando. Aquí y allá.

Y, en verdad, algo estaba pasando. El militar todavía estaba ahí. Pero,

quienes lo adularon y lo felicitaron por su desprendido amor a la patria; ya


tejían otra red. Otra, porque, a pesar de ser la misma; era otro tiempo.

Estábamos en 1956. Y, ya, el ceremonial estaba en curso. Ya estaban los

contactos. Que si en España, en Benidorm. Que si en Londres o en


Washington. Que más daba. Siendo lo único cierto, el programa. Primero se

auspiciaría la presencia de una Junta Militar politizada. Que si el General


París. Que si ahora. Que si el plan incluiría allanar el camino para que
volvieran los de siempre. Liberales y Conservadores, sus cúpulas. Las mismas

que sembraban el odio entre los de la periferia. Y que, una vez empezaba la
barbarie, en cualquiera de sus versiones periódicas, convocaban al buen

sentido. Al entendimiento. A la paz. No importaba si por fuera de ella quedaba


los más afectados. Los desarraigados y las desarraigadas. Los y las
caminantes, en travesía. Buscando refugio. Aquí y allá. Y, en ninguna parte
donde pasar la noche y ver amanecer el otro día.

Y se reunieron. Y acordaron. Usted y yo. Yo y usted. Primero usted,


después yo. Amarremos el pacto a doce o más años. Qué más da. Primero

usted, luego yo. Y todo volverá a empezar. Hagamos borrón y abramos nueva

cuenta. No importa lo de atrás. El perdón suyo, lo avalo yo. El perdón mío, lo

avala usted. Y así, saldamos cuentas, por ahora.


Eso sí, quienes no regresen. Quienes no acepten lo que usted y yo hacemos;

están al margen de la ley. Y serán perseguidos y serán matados y serán

olvidados. Queda claro, entre nosotros, que hemos sacrificado nuestro tiempo

por este país. Y, por lo mismo merecemos ser recompensados. Y qué mejor

recompensa que primero usted y después yo. Y después usted y luego yo.

Y, ahora lo entiendo, era eso lo que se estaba urdiendo. Era eso. Y los

periféricos, los sin nada, ahí; sin saber qué hacer ni para dónde coger. Y se

extendía la penuria. Y ya se había agotado el modelo de sustitución de


importaciones. Modelo económico restringido. En el cual la variable más

dinámica era crecer, sin crecer. Quedar flotando entre los imperios; entre sus

intereses y los nuestros (¿…nuestros?). Y, entonces se acumuló capital. Para


los terratenientes, para los comerciantes, para la naciente burguesía bastarda.

Sí; esa que conoció de las libertades democráticas y de las reformas y de los
derechos y los deberes; como quien aprende a tocar piano por
correspondencia.

Ya, a esta altura de mi recorrido, estaba inmerso en ese ir y venir que no se


detiene. Hasta cierto punto ya mis giros y mis vivencias eran cansinos. Como

si, cada año repitiera lo del año anterior. Sólo había momentos en los cuales
escapaba a la realidad. Esos en los cuales le daba al balón, en la calle. O,
cuando coleccionaba láminas y las pegaba en el folleto. El primero: héroes de

la lucha libre. Luego, la vuelta a Colombia. Y, a reclamar el folleto para anotar


a los ganadores de cada etapa. O, cuando salía, en familia a verlos entrar por lo

que denominábamos la autopista sur. Al lado del puente monumental (llamado

así, porque fue el primer puente en concreto, elevado; por debajo del cual

pasaban, a la vez, el río y la autopista). Al lado del puente Guayaquil


(construido con ladrillos y con una amalgama que incluía sangre. Al menos

eso decía la historia). Y, pegando el oído a la amplificación que hacían algunas

emisoras; avizorarlos a distancia. Cuando subían a minas, después de haber

pasado por Versalles y por Santa Bárbara. Y, sentirlos más cerca aún, cuando

ya estaba en Caldas, en las “goteras” de Medellín.

Pero había más, sin saber cómo y porqué, accedí a la impudicia religiosa.

Ferviente adorador de imágenes. Sujeto que se laceraba, pretendiendo asimilar

las enseñanzas, por la vía más dolorosa posible. Sanando el alma, se alcanza la
virtud y se acumulan gracias para poder llegar a dios. Y yo allí. Asumiendo el

dicho: el que quiere llegar al cielo, debe purgar sus miserias y nada mejor que

vivir los dolores; tratando de simular los que sufrió y vivió Jesús.
Pretendiendo ser ungido.

Ya, a esta altura del recorrido, Norela estaba en el pasado. No la vi más;


desde que, en la peregrinación a que estábamos sometidos y sometidas; por no
tener casa propia y por atrasos en el pago del arrendamiento; nos trasladamos

a otro barrio; para volver a empezar. La cuarenta y seis entre la setenta y nueve
y la ochenta, sector de Manrique Central. Allí

Escenario 6

Y ya, sin Norela. Y todavía sin que surtieran los efectos esperados, las

laceraciones. Lo entendí así, porque no levitaba. Porque no adquiría cara de


ángel. Porque seguía siendo el mismo sujeto niño; sin perspectiva. Signado

por la cruz y por las afugias. Sujeto niño que desertó de la escuela y que fue

vejado por ello. Sujeto niño que entró en la etapa de los sin horizontes. Al

menos de esos que siempre escuché hablar a los adultos y adultas que

hablaban por las emisoras y que escribían en las primeras páginas de El

Colombiano y El Correo. Yo leía: Horizonte: sinónimo de futuro o de lejanas

aspiraciones.

Entré, pues, en la dinámica soportada en el vacío de la desescolarización.


Con extravíos. Con los imperativos y las imprecaciones, ahí. En la casa. A

pesar de que el grupo seguía cosido con hilos endebles; sin ese cruce de

caminos que recrea algunos entornos familiares. Con una solidaridad formal
entre nosotros y nosotras. Ellas, la hermanas, ahí. Una ensimismada en sus

procesos internos. Las otras dos, ansiando ser matrimoniadas, lo más pronto
posible. Para ausentarse de ese territorio inhóspito, auspiciado por el padre y
por el hermano mayor. Una de ellas, desertando, hacia otro territorio de

familia. Por la vía de la abuela y la tía paternas. Abuela ya reducida a la silla


de ruedas, casi sin ruedas. Más como silla estática.

Ya aparecía un punto de comparación. O, mejor sería decir: un sujeto de


comparación. Porque el otro hermano mantuvo su escolarización y avanzaba.
Terminó primaria y enfrentó el reto del bachillerato. Y yo, ahí. Sin darme por
entendido. Pretendiendo una tangente asociada a las angustias que me

erosionaban. Que viajaban conmigo a todas partes. Hijo menor que ya, desde
ese entonces, alucinaba. Creando espacios y personajes enfermizos. Ese yo

ahí. Aparentemente un holgazán niño. Un sujeto en la quietud que suponían

quienes me veían deambular; por la casa. O por el barrio. O por la ciudad.

Porque ya empezaba a acceder a ella. Ya viajaba solo a lo que denominábamos


el centro de la ciudad. A la Plaza Cisneros; a la feria de ganados; al lado del

padre. Sujeto niño holgazán. Que viajaba al occidente, al lado del padre. A

Sopetrán, San Jerónimo, Santafé de Antioquia; Liborina. Pero, también a

Rionegro y a Fredonia. Siempre al lado del padre.

Ya estaba, desde entonces, con una predisposición a ser marcado, de por

vida, por hechos y situaciones que fueran adversas. De una u otra manera. Por

ejemplo, como cuando ansiaba la soledad, pero huía de ella. O como, cuando

sufría el azote de los sueños en los cuales era víctima o victimario. O como,
cuando escuchaba el estruendo de los truenos en una tormenta eléctrica. Pero,

más aún, por no hallar explicación ninguna. O porque me enseñaron a

asociarlos con el exterminio a que seríamos sometidos los pecadores. Y allí, en


esta categoría, estaba situado yo. Por no ir a la escuela; por andar la calle. En

fin, por todo o por casi todo. Porque, a decir verdad, me sentía bueno para
nada. Y no es que, ahora, esté exagerando esa angustia. Simplemente, los
hechos, están ahí. Estuvieron ahí. Los viví y sufrí yo. Siendo niño, entre

perverso y santo. Solo que la santidad me abandonó, en proporción directa a


mi incapacidad para ascender, para levitar; para volar al lado de dios.

Y pasaban los días. Ya estaba el primer sujeto del compromiso, en el poder.


Ya empezaba la feria de las mudanzas. De los intercambios. Aquí y allá.
Empezaba a concretarse el pacto ignominioso. Pacto construido a partir de la

sangre derramada por los súbditos martirizados. Pacto suscrito, vulnerando la


existencia de otras opciones; asfixiándolas. No podían nacer; ni crecer; ni

mucho menos expresarse.

Tal vez ya lo había dicho. Pero sentí la necesidad de volverlo a expresar.

Aquí; ahora. Estando en ese tránsito; sintiendo flotar en el ambiente la


perversidad. Porque el Pacto se impuso. Ellos lo impusieron. Los jerarcas de

los Partidos Liberal y Conservador. Ellos que auspiciaron, y lo siguen

haciendo aún hoy, la muerte de toda esperanza; como quiera que esperanza es

vivir; y caminar; y trabajar en la ciudad; y arar la tierra; y reír; y soñar. Ellos

que promovieron las muertes físicas masivas. Y que promovieron la

extirpación de las ilusiones. Y que, por esto mismo, han lobotomizado los

espíritus. Al menos, han cortado el vuelo. Por lo tanto, convocan al olvido. A

creer que no pasó nada. Que los muertos y las muertas son solo invenciones de
los enemigos de la patria.

Entonces yo seguía el tránsito. Tratando de entender el modelo impuesto.

El problema era que no tenía ni medios; ni conocimientos; ni donde hallarlos.


Porque mi vida era eso: una predisposición a seguir ahí. Mientras tanto el

grupo familiar se desintegraba. Mejor sería decir que venía fragmentado desde
el primer día en que se hizo cuerpo visible. Ese grupo familiar vigente desde
antes de mi nacimiento. Pero que adquirió, para mí, presencia con el correr de

los años; de mis años. Ya, entonces, Chagualo y Fundungo fueron mi entorno.
Pero yo no accedía a él. Simplemente, ahí en la casita o en las casitas. Ya la

madre era esclava. Se hizo así, a partir de mis miradas y del proceso
construido en este país envuelto en miserias. Miserias intelectuales. Miserias
políticas. Pero, a la vez, país de violentos y de violentados. De violentos que

conducían con rumbo definido por ellos. Violentos que agredían aquí y allá.
Violentos que protagonizaban ejercicios aparentemente diferenciados; pero

que eran lo mismo.

Y ya, aquí en esta dimensión. En este rol protagónico de mí mismo; seguía

el curso, mi curso. Ya en la calle. Ya en la casita. O ya en los sueños en los


cuales me mimetizaba, para impedir ser visto desde afuera; tratando de

impedir el cuestionamiento y la comparación. Sujeto niño sin posibilidad de

acceder a cualquier cosa. Seguía siendo el desertor de la escolaridad. Desertor,

más no herético. Porque el origen de esa deserción, la motivación de la misma,

no estaban anclados en una opción de vida diferente. Y no tenía por qué serlo.

Porque no tenía opciones alternativas. Simplemente ahí. Donde la abuela

materna, los domingos. Si donde Sara y donde Arturo Gómez. Una vida al

garete. Incluso con tendencias y manifestaciones perversas; vistas con una


óptica moralista. Sujeto niño ahí; sin nada entre las manos.

Y, entre tanto, la ciudad crecía y el país también. Ya la ciudad no era la

misma que conocí o que imaginé. Ya los barrios en las pendientes estaban en
pleno desarrollo. Ya apareció Castilla Y Pedregal y Alfonso López. Ya, hacia

el sur, se extendían híbridos. Ya con fastuosas viviendas ya con casitas en las


cuales habitaban los habitantes originarios de El Poblado. Ya Bello y
Copacabana, al norte, se integraban; en un concepto de territorio mucho más

vasto. No sé si, desde ese primero momento, se asumían los conceptos de


zonas metropolitanas. Pero también, al sur, se acercaba Itagui y, aunque de

manera más lenta, Envigado.


Lo que contaba, para mí, era la sensación de estar inmerso en un proceso no
pensado; no entendido. Pero estaba ahí. Como proceso envolvente. Porque, la

perspectiva de ciudad moderna, actuaba independientemente de mi


participación. O de la participación de los otros y las otras. No sé, en fin, de

cuentas, si ya estaba presente, en ese crecimiento urbano, una opción como la

planteada por Manuel Castells. No sé, si en el caso de los y las ciudadanas en

mi ciudad y en las otras ciudades. No sé si la presión, a partir de los


desplazamientos masivos, sobre la ciudad y, por lo mismo, en la exigencia d

vivienda y de servicios básicos; ya tenían o no expresión en términos de

exigencias organizadas. Volviendo a lo de Castells, no sé si alguien, en nuestro

país tuviera, en ese entonces, posiciones como: “…Cuando se habla de

problemas urbanos nos referimos más bien, tanto en las ciencias sociales como

en el lenguaje común a toda una serie de actos y de situaciones de la vida

cotidiana cuyo desarrollo y características dependen estrechamente de la

organización social general. Efectivamente, a un primer nivel se trata de las


condiciones de vivienda de la población, el acceso a las guarderías, jardines,

zonas deportivas, centros culturales, etc.; en una gama de problemas que van

desde las condiciones de seguridad en los edificios (en los que se producen,
cada vez con mayor frecuencia accidentes mortales colectivos) hasta el

contenido de las actividades culturales de los centros de jóvenes reproductores


1
de la ideología dominante…”
En verdad dudo que se hubiera desarrollado una opción de vida urbana, así

en esas condiciones. Lo que este sujeto niño perverso entendía, no iba más allá
del discernimiento de quien no tenía ni siquiera, a su disposición las

posibilidades que otorga la escuela. Más aún, reconociendo que, cuando hablo
de escuela, estoy hablando de lo básico. En una estructura escolar-académica
en donde el lugar para la profundización no existía. No iba más allá, como lo

expresé arriba de aglutinar una serie de saberes, cruzados por la textura


tradicional religiosa, particularmente la católica.

Estaba, pues, situado en un reconocimiento del entorno inmediato y

mediato. Reconocimiento que no iba más allá de encontrar espacios para una

lúdica restringida. Porque, ¿qué lúdica podría haber, en mi escenario de niño


condicionado por mis propias actitudes y que originaron y mantuvieron una

posición hostil de los otros integrantes del grupo familiar; particularmente de

la madre y el padre. Porque, a la vez, crecían las posibilidades y justificaciones

para profundizar en torno al cuadro comparativo con mi hermano, el

escolarizado, que seguía avanzando.

Entonces, una noción de ciudad y de país y de mí mismo y de los demás;

que comprometía las fijaciones que había venido construyendo. Ya lo dije,

visiones enfermizas; sueños acechantes. Expresiones en las cuales las


imágenes recorrían mis espacios. Imágenes que recorrían mi cuerpo y que

ocasionaban estigmas más lacerantes que las posturas religiosas asumidas por

mí antes. Imágenes que vertían opciones y que me convocaban a asumirlas.


Opciones como latigazos. Opciones que conminaban a no existir más.

Opciones que me proponían huir de la casita y abordar el camino del


transeúnte sin referentes. Como si me propusieran jugarme la vida en el
amplio espectro que permite la inmensidad de la ciudad. Ir ahí, a cualquier

sitio sin ningún nexo con los hermanos, las hermanas, el padre, la madre, las
abuelas… En fín imágenes que se erigían como mandantes sombríos y que me

colocaban en posiciones de profunda angustia. En extravíos que yo no estaba


en capacidad de asumir. Porque lo mío era una angustia sobre otra. La mía
propia y la heredada de esos sueños absolutamente onerosos.

Y era el año que marcaba el inicio de otra década. Quien lo hubiera creído,
ya había vivido casi dieciséis años. No era sujeto hábil para realizar

inventarios de vida. Sin embargo, estaba ahí en la posición de niño-

adolescente que había accedido, otra vez, a la escolaridad en nombre de la

necesidad de reconciliación. Más, nunca, en términos de avanzar en el


conocimiento. Vale la pena aclarar, ahora, que había innovado en lo que

respecta a la justificación para desertar. Una figura, parecida a las imágenes

que me atormentan en mis sueños, exhibiendo una postura y una voz que me

reta. Algo así como entender la posición como cuestionamiento a la autoridad.

¿Pero sería cierto eso? ¿De cuándo acá había adquirido algún criterio

elaborado? Aún ahora no me lo creo. Yo no era, en ese tiempo sujeto de

elaboraciones. Era, por el contrario, un bandido que se azuzaba así mismo;

vertiendo palabras. Sin poder construir una o dos frases con sentido. Solo, en
esos sueños tormentosos, venían a mí interpretaciones de lo cotidiano; de esa

exterioridad que no percibía sino en la vigilia del día a día.

Así fue, por ejemplo, como accedí a entender todo lo relacionado con la
continuación del exterminio. Veía, a ráfagas, lo sucedido con quienes no

accedieron al pacto bochornoso. A ese pacto entre los mismos. Pacto que
avasallaba a la democracia. Convertía en delito el solo hecho de aspirar a una
alternativa diferente. Y, sin saberlo, iba profundizando, todas las noches. Veía

a los campesinos y campesinas. Niños y niñas. En las travesías. Solo ahora,


después de haber leído al maestro Alfredo Molano, en su trilogía “Siguiendo

el corte”, “Aguas arriba” y “Selva adentro”, he podido descifrar esos mensajes


de mis sueños. He podido dilucidar el significado de esas imágenes. Los sin
tierra; los desarrapados; tratando de arrancarle aliento a la vida. Como si esta

estuviera flotando ahí. Y ellos y ellas, tratando de asirla. Mientras tanto los
aviones y la tropa de los jerarcas. Apuntándoles. Matándolos. Y los gritos de

rabia y las lágrimas y la ternura invitando a resistir. Y los jerarcas riendo en las

ciudades. Invitándonos a reconocerlos como voceros válidos. Como

convocantes ciertos a la paz. Y, nosotros, en las ciudades sin arriesgar nada.


Solo consumiendo los discursos ampulosos. Y llegó el segundo de la lista. El

hijo del poeta. El mismo de la sagrada ciudad blanca. Impoluto. Hijo de poeta

que no sabe nada de la vida de los y las demás. Que mantuvo la línea de

acción. Con los chafarotes a la ofensiva. Limpiando el campo. Siendo, esa

limpieza, un concepto asociado a la matanza. Generalizada y selectiva. E

inundaban los campos de panfletos. Convocando a la rendición. Expresando

que los bandidos eran quienes reclamaban justicia. Bandidos eran quienes no

se dejaban acribillar y respondían a los vejámenes, con la fuerza de la dignidad


y, porque no, con las armas que habían logrado salvar. Y los niños ahí. Y las

niñas también. Muriendo ellos y ellas. Y sus madres. Y sus padres…y todos y

todas.
Y llegó otra vez el enamoramiento. Ahora estaban allí Rosita y Gudiela.

Dos niñas. Y les hablaba. Una a una. Como macho subrepticio. Pero,
profundamente, apegado a esos íconos. Me disipaban las angustias y los
tormentos. Las esperaba a la salida de la escuela. Yo corría raudo, al salir de

mi jornada. Y el Bosque de la Independencia lo atravesaba como flecha veloz.


Y llegaba y Rosita ahí y Gudiela también. Un día con una y al otro día con la

otra. Y ellas accedían. No sé por qué. Tal vez porque era adolescente
alucinado. Con toda la carga emocional de los sueños. Me fui volviendo
taciturno; de mirada profunda y triste. Tal vez por eso Rosita, la más cercana,

la más tierna y la más conmovida; me acogió. También me acogió su madre. Y


Miguel, su hermano. Con él profundicé en amistad.

Y Rosita me acompañaba. Aún en mis sueños. Porque la veía, al lado de las

imágenes tormentosas. Porque con ella hablaba. Y ella decía “no sufras tanto

patico”. Y, esa expresión me transportaba al universo en el que he pensado.


Lejos, muy lejos. Yo no sabía nada acerca de los años luz, como ahora. Pero si

imaginaba una distancia absoluta. Allí quería estar solo. Pero tenía miedo a la

soledad. Por eso, le conté a Rosita. Y, con ella, si quería viajar.

Y Gudiela ahí. Tal vez más bella que Rosita. Pero más distante. Más fría.

Me daba miedo esa actitud. Hablar con ella no suponía, como con Rosita,

disipar la tristeza y la angustia. Pero me hacía falta hablarle. Algo, en mí,

decía que ella me entendía. Que estaba conmigo. Pero no lo expresaba. Al

contrario de la madre de Rosita, la madre de Gudiela nunca me aceptó. Me


consideraba demasiado feo para su niña, tan linda; tan perseguida. “Y ella, con

ese personaje tan feo”. Esto me lo contaba Gudiela. Y lloraba al decirlo. Me

amaba, pero sufría con las expresiones de su madre.


Y así estuve mucho tiempo. Con ellas. Hasta que, un día cualquiera, se fue

Gudiela. Su familia se trasladó hacia Envigado. Y yo quedé ahí. Me dejó una


nota con Miguel, el hermano de Rosita. Notica que conservé mucho tiempo.
La llevaba siempre conmigo: “Patico, me tengo que ir. Sé que no volveré a

verte. Mi familia no te quiere; pero yo sí. No puedo hacer nada, porque no soy
libre. Adiós”.

Y, en verdad, no la volví a ver. Seguí ahí, con Rosita. Con mi Rosita.


Crecíamos los dos. Éramos cómplices en todo. Caminar, desde la escuela,
hasta el barrio fue una experiencia inolvidable. Ella y yo, de la mano. Conocí

que sus amigas, también se burlaban de mi feura. Pero ella, incólume.


Conmigo, en contravía de su entorno, de sus amigas.

Y se repetían los sueños. Y ella, mi Rosita estaba ahí. Al lado de las

imágenes que me atormentaban. “No sufras patico”, me decía. En sueños y en

el día. Y nos veíamos los fines de semana; como si no hubiéramos hablado


todos los días, al salir de la escuela.

Escenario 7

Y la década corría veloz. Mi escolaridad seguía en veremos. Muy

intermitente, casi nula. Y, Rosita, se volvió recuerdo. Como con Norela, no la


volví a ver, después de que se produjo otra etapa del peregrinar. Y fuimos a dar

a la carrera 46, entre las calles 77 y 78. Y fue creciendo, otra vez, mi deseo de

ser un asceta. Fui recibido en la parroquia El Calvario, entre Prado, Campo

Valdés. Volví a mis andanzas; a mis ayunos y a mis excoriaciones producidas

por mí mismo. Y el grupo familiar se había ido desmantelando. Ya no estaba el

hermano mayor. Tampoco dos de las hermanas. Se habían matrimoniado,

huyendo de la casita inhóspita

Y, estando en esas; de las excoriaciones provocadas y en los ayunos, conocí


al padre Daniel. Exégeta, pero demócrata. Había logrado construir y

posicionar grupos de acción, dentro de los jóvenes cercanos al ideario católico.

A través de él llegamos, muchos, a la J.O.C (Juventud Obrera Católica). Y


conocimos, desde allí, las huelgas y a quienes las promovían, no como proceso

continuo y/o programático y político; sino como respuesta a los atropellos de


los patronos. Yo, en ese entonces, ya trabaja. Alternaba mi actividad laboral,
periódica e intermitente, con la escolaridad. Y caminábamos las calles

solicitando ayuda para los huelguistas. Recaudábamos alimentos y algún


dinero. Participábamos en las reuniones con ellos, con los trabajadores.

Cuando no había huelgas, nos reuníamos todos los sábados, en la sala de


reuniones de la casa cural. Y leíamos los evangelios. Y los comentábamos. Y
trazábamos tareas. Íbamos a los hospitales, a visitar a los enfermos y las
enfermas sin familia. E intercambiábamos textos. Por esa vía conocí a Ortega

Y Gasset; y a Alberto Moravia; y a Sartre; y a Camus; y a Kant; y A Hegel; y a


Hobbes; y a Rousseau; y a Homero; y a Sócrates. Fuimos tejiendo la red de los

rebeldes. De los que aprendimos, en las huelgas, el sufrimiento profundo en

las ciudades. Y fuimos relacionando esto con la tragedia de nuestro país,

tragedia de los nómadas forzados; los de las travesías; los bombardeados; los
fusilados y decapitados. De los niños y las niñas muertas y muertos, al lado de

sus madres y de sus padres.

Y, allí, en esos ejercicios bravíos; heréticos, se empezó a desenvolver la

actuación como proceso. Como continuidad. Porque accedí a otros y a otras.

Porque ya me arriesgué a ir a la universidad, sin matrícula. Solo por ver y

palpar el conocimiento. Y lo social fue mi alternativa. Y decanté lo hablado, lo

escuchado, lo leído. Y, por esa vía, conocí de Camilo Torres Restrepo. Todo

porque el sacerdote Vicente Mejía, comprometido en una lucha acompañando


a los desarrapados del basurero. Hoy los llaman recicladores. Y Vicente

convocó a Camilo, un día cualquiera de octubre. Y estuvimos con él. Y, al

poco tiempo, ya estaba yo en la perspectiva de equilibrar mi religiosidad con


la acción de riesgo. Con la propagación del ideario desprendido de la lucha de

clases. Empecé a reconocer, en todos los entornos, los objetivos fundamentales


por los cuales luchar. Y se hizo gigante y hermosa la espiritualidad; esa
tendencia que había estado ahí y que fue resortada y voló a todos los lugares.

Empecé a vivir, ya no en sueños, la realidad y a asumirla. Profundamente triste


y conmocionado. Y volví a alucinar. Me veía en el universo absoluto

cabalgando en las nubes y en el polvo cósmico. Iba y regresaba. De aquí hasta


allá
Estos cantos me estremecen. Porque grafican lo acontecido conmigo.

Porque, en el día a día, sentía morir por todos y por todas. Suplantar a quien
estuviera sufriendo. Para sufrir yo, en su reemplazo. Empezó el delirio, el

frenesí. Esa ambición de terminar ya con la dominación impuesta a sangre y

fuego. Terminar con el hijo del poeta y con quien lo siguió; el otro Lleras.

Porque el pacto entre los perdularios seguía vivo. Como viva seguía la
acechanza a los trasgresores y trasgresoras del orden establecido. Ya habían

aniquilado a cientos de miles. Fue la década de la infamia. La muerte de

Camilo; la muerte de Ernesto Guevara; las muertes de todos y todas.

Soñadores y soñadoras; intérpretes de la lucha diaria. Aquí, en esta ciudad que

seguía creciendo. Ya estaba Andalucía y los barrios Popular 1 y 2. Y había

crecido Aranjuez. Ya estaba el barrio obrero, Campoamor; y había crecido San

José la Cima; y Santo Domingo y apareció Guadalupe y Loreto se extendió

hacia el oriente; y Villa Hermosa se fragmentó. Y sus aristas crecieron. Y se


construyó la ciudad universitaria, para agrupar las facultades que estaban

diseminadas. Y se hizo visible, otra vez, el movimiento estudiantil Ya había

demostrado su poder en los enfrentamientos en Estudios Generales, sección de


la Universidad de Antioquia. Y creció la lucha por vivienda digna y por un

servicio de transporte eficiente y masivo. Es decir, ahora si se estaba dando lo


que preconizaba Castells. Era otra ciudad, sin lugar a dudas. Éramos otros y
otras.

Y, cualquier día, recordé a Rosita. Porque la vi, allá. En una batalla


callejera, izando la bandera de la esperanza. La vi y me vio. Con ella estaba

Jesús, conocido dirigente estudiantil. Ella era de él. Y, por esto, volví a
alucinar. Volví a la tristeza que rondaba por ahí; como manifestación latente.
Como figura dispuesta a aparecer al menor descuido.

Y volvieron los sueños tormentosos. Y veía a Rosita llamándome ¡ven


patico ¡. Y me negué a seguir viviendo. Y desperté. Y navegué, deambulé por

todos los espacios conocidos. Y no estaba en condiciones de ir al tropel.

Porque ella, mi Rosita, me hizo acordar de lo tanto que he transitado. Porque

ella, sin mí; sin su patico, construyó futuro; arriesgando tanto o más que yo. Y
volví a la religiosidad enfermiza. Volvieron los ayunos y las laceraciones.

Escenario 8

Por fin terminó la crisis. Volví a realizar acciones. En veces, en los barrios.

Otras en las huelgas y en las fábricas. Había retomado el proceso. Ya


estábamos en 1968. Y supe del Mayo Francés. Y supe de Daniel el Rojo, en

Alemania. Y supe de la masacre en la Plaza Tlatelolco, en ciudad Méjico, en

plena realización de los Juegos Olímpicos. E interpreté el proyecto político de

la tercera cuota del Pacto. Y analicé su propuesta de modernizar el Estado, a

partir de un concepto de eficiencia coherente con el concepto de desarrollo

capitalista periférico. Y conocí de su propuesta de Pacto Andino; esbozo de

mercado común regional. Y recorrí mil caminos, en esa ciudad que seguía

creciendo. Y se fue borrando el recuerdo de Rosita. Y recordé que no había


sido tocado, en su momento, por la Revolución Cubana. Y, en ejercicio

retrovisor, volví a 1959; cuando era lo que ya conté que era. Pero, intentando

descifrar una imagen en uno de mis sueños. Imagen de contrastes. Porque, a


veces, veía seres jubilosos, posicionados de un territorio que no supe ni pude

identificar. Pero, al mismo tiempo, seres en travesía; sufriendo los rigores de


los bombardeos. Este último territorio si me era familiar; pues lo había visto
desde siempre. Que Tolima, Huila, Sumapaz; Territorios Nacionales;

Y, así, fui desenvolviendo el ovillo, similar al nudo de Ariadna. Y reconocí,


en esos contextos enunciados, la posición alusiva al desarrollo capitalista

tardío. Como el nuestro. Ya no era, simplemente, el modelo de sustitución de


importaciones. Ya era, todo un modelo de amplio espectro. Pero no autónomo.
Simplemente vinculado a las condiciones que imponía el Imperio. Fue,
entonces, cuando conocí las propuestas puntuales de Joaquín Vallejo Arbeláez,

a la sazón ministro en el gobierno de la tercera cuota del pacto (Carlos Lleras


Restrepo). Y leí, ávidamente, todo el texto sustentatorio de El Pacto Andino. Y

lo cotejé con las propuestas de la CEPAL (Comisión económica para América

Latina). Y encontré las coincidencias. Algo así como un proyecto en el cual

cabían las opciones políticas y económicas, por la vía de entender una forma
de la división del trabajo. Obviamente a países como el nuestro, como

Venezuela, como Ecuador, como Argentina, Brasil, etc., nos correspondía la

parte de lo accesorio. No podíamos acceder a la tecnología necesaria para

implementar un proyecto de industria pesada. Solo lo periférico; y eso sí, con

limitaciones.

Y, a partir de ahí fue que conocí la teoría del desarrollo desigual y

combinado; lo cual no es otra cosa que la implementación de los modelos

precarios, súbditos. Y, por esa misma vía, conocí la teoría de Celso Furtado,
expresando la opción clásica del desarrollismo económico. Y conocí, además,

las teorías de Samir Amín (en la misma perspectiva del modelo de desarrollo

desigual y combinado). Y, de manera apenas obvia, profundicé los textos


económicos de Marx, y de Rosa Luxemburgo. Y leí el texto económico de

Lenin “El desarrollo del capitalismo en Rusia”. Y conocí las teorías de partido
de Lenin, en lucha en contra de las postulaciones socialdemócratas en Rusia
(Los Mencheviques) y en Alemania (Rosa Luxemburgo). Y, muy

posteriormente, conocí la teoría del Programa de Transición de León Trotski.


Y entendí que yo no había tenido el libreto completo; pero esto fue culpa mía

y solo mía. Cuando leí las obras de Mao y su descripción de la Gran Marcha,
antecedente de la Revolución China, me embelesé con su visión de Frente
Patriótico.

Todo lo anterior, en paralelo a mi militancia partidista. Asumiendo


opciones de riesgo. Ya, en mí, no contaban tanto las realizaciones inconexas

en la ciudad. Ya yo estaba del lado de un proceso y de una posición

programática para acceder al poder, por la vía armada. Y, aún hoy, no me

arrepiento de ello. Y, seguí en los barrios; difundiendo la doctrina. Y seguí en


las huelgas, haciendo lo mismo. Todo, en una perspectiva no de filantropía.

Fue el tiempo en que conocí la Declaración de la Habana. El nuevo curso de

las revoluciones en América Latina, propuesto por el Partido Comunista en

Cuba. Texto de inmenso contenido teórico y práctico.

Y, en los barrios, hice mi carrera política fundamental. Estuve trabajando de

manera grupal. Con amigos y amigas coincidentes conmigo. Pero también con

personas que no compartían mis opciones. Pero, ahí, estuve con ellos y ellas. E

hice alfabetización de niños, niñas y adultos (as); teniendo como guía los
escritos pedagógicos de José Martí (fundamentalmente “El Siglo de oro”);

pero también trabajé con la teoría de Paulo Freyre. Y conocí, derivado de allí,

el modelo de investigación-acción. Instrumento metodológico básico, para


realizar todo un trabajo de interpretación sociológica del desarrollo urbano y

rural. Y, lo que es fundamental, de las tendencias políticas, económicas y


culturales; de tal manera que se pudieran construir opciones de intervención
revolucionarias. Y, en ese contexto, investigamos acerca de la vivienda urbana

y acerca del modelo gubernamental a través del ICT. Y conocí de cerca, a


partir de ese modelo de investigación, el significado del desplazamiento

campo ciudad. Y, arriesgué mi propia teoría, en el sentido de entender como


migraciones ese proceso de desplazamiento y, además, hablé acerca de
identificar la diversidad cultural que se estaba asentando en las ciudades,

particularmente en la que vivía. Y, por esta vía, propuse la realización de


eventos globales, que convocaran, a nivel local y nacional, a quienes, desde

diferentes perspectivas y opciones, trabajaban como nosotros y nosotras, en

los barrios. Y lo hicimos. Primero en mi ciudad. Y surgió el COBAPO

(Comité de barrios populares). Y movilizamos miles de miles de personas,


alrededor de problemas como los asociados a los servicios público; la

vivienda; el transporte; la cultura; los hogares infantiles.

Pero, también, propuse una interpretación acerca del nexo del barrio con las

luchas obreras. Particularmente en torno a las familias de los huelguistas. Y

fue por esa expresión que se concretó uno de los eventos de masas más plenos,

en términos de la relación lucha obrera-lucha barrial. Fue en el Barrio

Campoamor, cerca de Guayabal, en el camino hacia Itagui.

Escenario 8

Pero había un gran vacío en mí. Por más amplia y apasionada que fuera mí

actividad; seguía en esa soledad interna. Los sueños me seguían atormentado.


Identifiqué mi esquizofrenia. Estaba partido. De un lado, una individualidad y

una internalidad, profundamente afectadas. Sin sosiego. Aquí y allá, busca

salidas, sin encontrarlas. De otro lado mi profundo convencimiento de la

necesidad de revolucionarizar la vida política, económica y cultural del país. Y

eso tenía que hacerse efectivo con el combate directo, armado. Por eso yo

definí la teoría que habla de lograr en la ciudad un apoyo absoluto; para

articularlo con la lucha armada en el campo. Inclusive alcancé a plantear una

figura de guerrilla urbana, como la propuesta y realizada por Carlos


Mariguella en Brasil. Y es que ya había leído algunos escritos de José Carlos

Mariátegui, el esplendoroso líder y teórico ecuatoriano. Y es que ya había

leído a los nihilistas rusos y había conocido la teoría de Bakunin en Rusia.


Empecé a navegar entre la opción guerra de guerrillas y la teoría de la

insurrección, tan cerca al trotskismo.


Y vuelvo, entonces, al momento en que descifré mi esquizofrenia. Y ahí
estaba yo, partido. Mi interioridad seguía deteriorándose. Esos eternos sueños

conmigo. Y empecé a buscar alternativas para alcanzar el equilibrio necesario;


sin lograrlo. Me acerqué a la tesis freudiana del malestar espiritual, individual;

por la vía de leer “El malestar en la cultura”. Pero, también leí, en esa
perspectiva, las interpretaciones de sociedad y desasosiego, de Hebert
Marcuse (en “Eros y Civilización” y en “El hombre unidimensional”). Y
empecé a asociar mi fragmentada interioridad, con el condicionamiento

ideológico que está en la base de la dominación capitalista. Y, por esto mismo,


leí a Lukács, tratando de descifrar el contenido de los códigos ideológicos.

Pero, simultáneamente, estaba leyendo a Kafka, sobre todo, sus obras “El

Proceso” y “La metamorfosis”. Y me iba perdiendo, cada vez más. Llegando

casi al delirio. Y, esos sueños ahí. Y seguía viendo a Rosita. Y trataba de


dilucidar esos sueños con la madre azotada por el padre. Y, en ese momento,

reconocía que nunca había tenido en cuenta los asuntos relacionados con la

inequidad de género. Ni en el Partido; ni en nuestros trabajos y acciones

cotidianos, valorábamos, de manera acertada, la participación de nuestras

compañeras mujeres.

Y, eso, me atormentaba. Y volví a analizar al grupo familiar. Seguía ahí,

cada vez más reducido. No solo en número; sino también en su vertebración

fraternal. Una figura parecida a esos conglomerados que están, pero que
ninguno o ninguna de sus integrantes se reconocen el. Estar con alguien, pero

estar solo. Así lo sentía y así lo vivía.

Y es que mi individualidad no tenía referentes. Como cuando se siente que


no te encuentras contigo mismo. Cuando, por ejemplo, la imaginación se

desenvuelve en un territorio enfermizo; lleno de imágenes que no logras


identificar. Como cuando no percibes ninguna ilusión. Y es que, estando así,
no logras asir nada diferente a tu propia angustia. Es una laceración mucho

más profunda y dolorosa que los azotes que yo mismo me infringía; cuando
aspiraba a la santidad. Cuando pretendía evadir la realidad, por la vía de

inventarme un universo que tenía como centro la divinidad. Esa que deviene
de una concepción de dios y de sus efectos colaterales. Pues si que esos
sueños; en los cuales cabalgaba en un ser deforme. Parecido al caballo alado,

pero con los ojos desorbitados y con las orejas de conejo y con unos dientes
afilados, acezando. Buscándome; y yo encima de él. Vertiendo un líquido rojo,

alusivo a la sangre que derramaban miles de seres que estaban a lado y lado

del camino. Y, despertaba sudoroso, llamando al Sol y a Júpiter; y a la luna.

Totalmente perdido. Y, volvía a empezar el sueño. Y, ahí estaban Rosita,


Norela y Gudiela; envejecidas; con enormes cadenas al cuello. Y me llamaban.

Y me decían “patico, vuelve por nosotras. No nos dejes al garete, por favor “.

Y yo gritando y anhelando despertar pronto. Pero me pesaban los párpados.

Como paralizado todo. Sin mover ningún músculo. Y, entonces, veía al hijo de

poeta, llamándome. Mostrándome sus manos, ensangrentados. Y veía al divino

Laureano, como poseído, blandiendo un hacha; similar a la que se utilizó para

dar muerte a Rafael Uribe Uribe. Y, también, veía al primero de la lista

elaborada para el Gran Pacto. Y me mostraba un inmenso lienzo blanco. Allí


estaban dibujadas las manos de todos los súbditos muertos. Allí estaban

graficados todos los caminos de la Travesía. Y veía a las abuelas y a los

abuelos, con sus miradas perdidas, absortos y absortas. Y, los niños y las niñas,
estaban también ahí dibujados y dibujadas, con inmensos ojos tristes. Y,

también estaban las mujeres detrás de los hombres de la Travesía. Y, el padre y


la madre, cuando niños. Oteaban todos los territorios. Y la casita estaba
dibujada, sin nada adentro. Y, yo estaba dibujado, con la mirada al cielo; y con

una aureola inmensa. Y me flagelaba y quemaba mis dedos. Y estaba las


piedras en los zapatos y corría como enajenado.

Y veía a María Cano y a Torres Giraldo. Este último gritaba. Y María Cano
obedecía. Y la vi trajinando mil caminos. Y la escuchaba en sus discursos. Sus
manos izadas y repetía lo de la masacre las bananeras. Y me decía que eso iba

a volver a ocurrir; aquí y allá. Y me decía que, como en Iquique, habría


muertos y muertas. Que los obreros y las obreras. Que los campesinos y

campesinas. Que los niños y las niñas. Y me decía que leyera los poemas de

Gabriela Mistral y que recordara siempre a Picasso y su Guernica. Y que

volviera a leer el Canto General de Neruda. Y que, leyera las Venas Abiertas
de América Latina y que entendiera el mensaje de Galeano.

Casi siempre, al despertar, sentía un inmenso cansancio. Como de no querer

levantarme. Y volvía a dormir. Y veía los hospitales. Y yo estaba ahí,

amarrado y gritaba, alucinando. Y no reconocía a nadie; como perdido; con la

mirada en vacío; sin nada en ella. Creo que así debe ser la locura profunda.

Creo que así fue la locura de Van Gogh y la Nietzsche y la de Kafka. Y, ahí,

estaba Giordano Bruno, en la hoguera; sacrificado por buscar opciones

diferentes, conceptos diferentes, vidas diferentes. Y me trepé a los semáforos


de cada esquina. Con una mano me asía para no caer y con la otra le daba

fuerza a mis palabras. Y me bajan de allí, los gendarmes. Y, otra vez, el

hospital y sus cadenas. Y estaba atado a la cama. Y me inyectaban un líquido


que me enmudecía. Y, así, no podía gritar ni defenderme.

Escenario 9

Y comencé otra década. La anterior había sido, un tránsito de profundos

cambios en mí y en mi entorno cercano. La ciudad seguía creciendo, casi hasta


la saturación total. Y el país también crecía. Y ya se había posesionado el

último de la lista del Gran Pacto. Conocí y actué ante el grosero fraude en las

elecciones de ese abril. Y estuve agitando y convocando. No tanto por el

General; sino mostrando y denunciando el comportamiento de los

beneficiarios del Frente Nacional; de ese Pacto entre reyezuelos. Ese que

conminó a la democracia, para que dejara de existir. Y estuve en los barrios y

en sus calles. Con la bandera de la dignidad. Y llamé a todas las puertas. Y les

dije a todos y a todas que ahí estaba la opción. La Guerra total en contra de los
mandarines perversos y su ejército. Y hablé de la necesidad de la lucha

armada; en el campo y en la ciudad.

Y llegó el momento de la partida. Había aceptado el reto. Me iría al campo.


Pero no a cualquier campo. Me iría a esos inmensos territorios de

colonización. Era una decisión mía, la aceptación de la propuesta. Y me


preparé para esto. Y la madre y el padre y las hermanas y los hermanos, no me
importaban. Me iría, con la misma convicción y con la misma fuerza y con la

misma pasión de siempre. Y volvían los sueños. Y ahí estaba el hospital. Y ahí
los hombres de blanco, aplicándome otra vez la dosis que paraliza. Y, yo

haciendo un esfuerzo inmenso por fugarme. Y ellos detrás, persiguiendo a su


presa. Y me volvía a subir a los semáforos y a los buses. Y gritaba vivas a la
lucha armada y a la guerra total contra los impúdicos auspiciadores de la
amnesia individual y colectiva. Y me bajaban, otra vez. Y despertaba y volvía

a dormir. Y, otra vez, la rutina.


Partí un día cualquiera del séptimo mes, del primer año de la década. Me

despedí del padre y de la madre. A nadie más dije nada. Tampoco hubo

mensajes. Para qué; si ya los había enviado todos. Si ya había dicho lo que

tenía que decir. Ya no me acompañaba el recuerdo de Rosita. Como si hubiera


mimetizado, del todo, el vacío inmenso que me causó su distanciamiento. Ya,

en mí, aparecía una especie de coraza. Endeble, pero coraza al fin. Las

acciones preparatorias se limitaron a estudiar la geografía de la zona. A

conocer su historia lejana y reciente. Y, por esa vía, supe de su existencia

como campo de experimentación y como olvido absoluto. Y, entonces, Volvía

a leer “La Vorágine” de José Eustasio Rivera. Y volví a leer “Doña Bárbara”,

de Rómulo Gallegos. E indague acerca de la historia de sucesivas vejaciones,

por la vía del caucho y la siringa. Y profundicé en el conocimiento del


significado que tenía El Pato; Guayabero; el Unilla; La Uribe. Y estudié acerca

de la Macarena y de su condición de hospedante de la biodiversidad y de su

riqueza en flora y fauna. Y estudié acerca de las sucesivas migraciones de


mucha gente de nuestro pueblo, buscando paliar la miseria. Y conocí la

historia de la guerra con el Perú y de la manipulación que se hizo, por parte de


los jerarcas de la historia oficial.
Y, entonces, conocí de los procesos de colonización; incluido el último, a

partir de 1966. Ya Vaupés, Arauca, Guanía, Putumayo, Amazonas, Vichada; se


convirtieron en referentes políticos, económicos y geográficos. Con pleno

conocimiento. Y, desde ahí, preparé mi intervención. Dándole, a futuro, un


profundo significado. No solo en lo que respecta a mi intervención inmediata;
sino, y fundamentalmente, a la perspectiva que se abría.

Y llegué en plena época de lluvias. Había pasado por el Meta. Y, desde allí,
volé a San José de Guaviare; entonces vinculado geográficamente, a la

Comisaría del Vaupés. Desde allí, por inmensos lodazales, unas veces a pie y,

en otras, en tractor, me desplacé hasta El Retorno, también conocido como

Caño Grande. Llegué un sábado, todavía corría el mes de julio. Y, ya allí,


comencé el recorrido, en términos de postular una intervención política,

asociada al programa partidista. Ya, allí, empecé a trabajar en esa línea. Me

vincule, laboralmente, a la Cooperativa Integral de Caño Grande, como

contador y como asistente de la administración. Todos los fines de semana,

además de las labores de entre semana, colaboraba en la atención a los

usuarios; en razón que, sobre todo el domingo, el día de mercado. Y llegaban

los colonos; después de haber recorrido inmensas distancias. La remesa era

repetida. La panela, las papas, las lentejas, el fríjol. Eventualmente se incluían


las herramientas de trabajo: machetes, rulas, azadones, palas. Extremadamente

limitados muchos de ellos y ellas. Porque dependía de algún préstamo del

Incora, o de la Cooperativa, en su condición de socios y socias. Una vida


áspera; en donde el aliciente básico estaba del lado de las mejoras que se

pudieran alcanzar. Las siembras: maíz, arroz; ejercían como proyectos


cíclicos. La rozada tal mes, la quema en tal otro. Siguiendo el mismo ciclo
relacionado con las lluvias y el verano.

Y comencé a ejercer mi labor como conductor político. Empecé a


establecer relaciones más allá de la simple atención en la Cooperativa. Y

empecé a exponer mi posición política. Y establecí puntos de apoyo básicos.


Aprovechando el día libre a que tenía derecho, semanalmente, visité los
fundos de aquellos y aquellas que iba considerando como potenciales cuadros

políticos y de acción. Y no me importaba ningún riesgo. Como, en los sueños,


hablaba abiertamente de la necesidad de la lucha armada. Trabajé con

avezados y avezadas hombres y mujeres. Que venían de lejos. Que habían

realizado sus luchas; como habitantes de ciudad y como habitantes en el

campo. Luchas por sus reivindicaciones mínimas. Y llegaron allá, en el


contexto de un proceso y de un programa propuesto desde algunas instancias

gubernamentales. Lucha por la sobrevivencia. Y lo entendí así. Ya conocía

muchas de esas historias de vida. Desde cuando estuve participando en

aquellos procesos ya expuestos, en términos de la investigación-acción. Y que

los había profundizado, a partir de aplicar el método pedagógico de Paulo

Freyre. Pero, asimismo, porque muchas de las experiencias similares en

Ecuador, Perú, Chile y Bolivia; las había conocido en el contexto de mi

actuación. Y, además, porque había leído acerca de experiencias en Polonia y


Rusia. Pero, también, porque había conocido historias de vida de África y

Asia. En este último, ante todo, las experiencias en China y Vietnam.

Y, casi sin advertirlo, llegó el cuarto enamoramiento. Otro simultáneo.


Nelly y Leticia. Dos mujeres, otra vez, absolutamente diferentes. Nelly, más

inexpresiva. Con un rol a cuestas, parecido al de muchas mujeres que han


soportado mil batallas. Supe de cuando se produjo su llegada, con sus hijas y
con Leonidas. Supe de su primera hazaña; cuando, por si sola, impidió el

despegue de un avión, en el aeropuerto de San José. Estaban ella y muchas


mujeres más y muchos hombres más y muchos niños y niñas más. Recién

habían llegado y reclamaban el cumplimiento de lo que les habían prometido.


Mujer sin mucha predisposición a la ternura. Más bien fría en sus
expresiones. Curtida por el tiempo y por las vivencias en el. Pero me supo

amar, casi desde mi llegada. Como aquellas expresiones que se concretan de


manera instantánea. El supe amar. Siempre he creído que lo más distintivo de

mi vida, ha sido el apasionamiento. En todos los momentos y ante todas las

cosas que asumo. Y, en lo afectivo, no es la excepción. Con ella, Nelly, fue así

también. La amé tanto que se convirtió, para mí, en algo parecido a la


constante vivencia, en profundidad, sin límites. Lo cierto, entonces, es que su

imagen me impregnaba. La llevaba conmigo siempre.

Y, volvieron los sueños. Veía a Nelly navegando en un velero. Un mar

agitado y adportas de zozobrar. Un viento tibio, borrascoso. Que la envolvía a

ella y al velero. Sola, sin sus hijas. Y me hablaba, a gritos: otras veces la veía,

allá, cerca de Guayabero; o en Miraflores; o en Calamar. O en su natal

Pensilvania, Caldas. Pero, siempre, en actitud convocante. Nelly, la mujer un

tanto sombría, se me acercaba y me susurraba algo acerca de su infancia;


cuando en su hogar primaban los valores de la tradicionalidad mojigata. O me

contaba de su adolescencia. La vivió de manera intensa. O me contaba cuando

conoció a Leonidas, o cuando nació su primera hija. Me contaba acerca del


origen de esa mirada inmensa; en veces taciturna; en veces expresando una

profunda soledad. O me contaba como se había iniciado en el arte de predecir


acontecimientos. Como el de ese día, en que soñó que efectuaba un largo
viaje, sin mucho convencimiento y que, en la noche siguiente, Leonidas le dijo

que se vendrían a fundar, al Vaupés. O cuando entrevió la figura de un


gigantesco alud que se tragó a muchas personas y que se tragó dos tractores y

dos volquetas. Y, justo al día siguiente, supo que, En Quebrada Blanca, no


lejos de Villavicencio, una riada y un alud, sepultaron buses, personas…
Pues bien, así era mi Nelly. “Ojitos verdes” la empecé a llamar. Yo que era

tan reacio a expresiones formales. Pero, en ella, veía a una mujer plena. Nunca
me arrepentí de haberla llamado así; ni de haberle hablado del cielo y de la

tierra. De lo que había sido y de lo que era en ese momento. De mis soledades

y de mis sueños. Solo ella conoció el soporte de mi peregrinar por la vida,

tratando de encontrarme. Me dijo un día: “Patico, vos sos un ejemplar


inimitable; sos único. Por eso te amo.”

Y recorríamos todos los lugares; a escondidas. Y se nos perdía la cuenta en

cuanto a horas o minutos, o cualquier unidad de tiempo. Porque éramos así.

Sin más limitaciones y sin más aliciente que el de vernos. Nos mirábamos, en

la Cooperativa. Yo la miraba; ella, lo mismo. Sin importar nada más; ella y yo.

Y, en el entretanto, volvían los sueños. Y se iban después. Y sentía la

persecución constante de las imágenes de todos los sueños. Y me acechaban

también allá; como en la ciudad donde nací. Como en todos los momentos
vividos antes de estar aquí; antes de conocer a Nelly. Pero, ahora no es como

antes. Ahora está ella. Y ella me convocaba a trabajar por dilucidar el lenguaje

cifrado que me ha acompañado. Porque, para ella, el problema había que


resolverlo así; descifrando esos códigos. Y me decía que no podía seguir

aferrado a las posibilidades de ser tangente; de no cruzar esa barrera entre


realidad y ficción enfermiza. Que ya era hora de dejar de lado esa imaginación
cansina y enrevesada. Imaginación achatada y condicionada por las imágenes

de esos sueños. Había que volver sobre los legados fundamentales de la


humanidad y asirlos para siempre; en un proceso en el cual, como sujeto,

pudiera avanzar en términos de consolidar la individualidad, sin escapar de la


realidad. Hacer coherente el ser y el hacer.
Nelly se volvió indispensable para mí. Cuando no estaba con ella me sentía

perdido. Otra vez sin referentes. Volvía sobre mí mismo, sobre mis soledades
y mis miserias. Y la buscaba a todo momento y en todos los sitios. Necesitaba

de sus palabras y de sus ojos.

Pero, en algunos momentos, me sentía sujeto utilitarista. Porque la veía,

siempre, en el rol de mujer acompañante de mis tristezas. Otras veces, era


como si quisiera fugarme con ella, hacia cualquier lugar; con la sola condición

de que estuviera en la lejanía absoluta. Sin nadie en derredor. Solo ella y yo.

Lo mío, en esos instantes de reflexión tendenciosa, se podría haber asimilado a

ese tipo de comportamiento que deja de lado el regocijo y lo trascendente y

bello que tiene la opción de amar. Estando así, me sentía perverso. Y, en

verdad, al retrotraer mí tiempo vivido, me escindía. Porque, esa percepción de

haber sido guerrero consecuente, se desdibujaba, al recordar vacilaciones y

debilidades. Ante todo, en lo que tiene que ver con el entendido de humanidad
y su concreción en hechos efectivos; y no tanto en simples expresiones,

simplemente viscerales. Ese tipo de reflexiones me condicionaba. Ahí, en ese

momento, cuando Nelly era mi horizonte, parecía sucumbir y, en


consecuencia, volver a esa soledad y a esa tristeza y a esa condición de

individuo partido; sin referentes; sin soportes humanos válidos.



Escenario 10

El trabajo con los niños y las niñas, particularmente en lo que respecta a

cierta expresión lúdica, comenzó al poco tiempo de haber llegado. Niños y


niñas que habían vivido con sus padres y madres y que estaban aquí; por eso

de que no podían ser libres en términos de decidir y reivindicar la autonomía.

Esto me hizo volver a la reflexión, en el sentido de auscultar el significado que

tiene la vida, para ellos y para ellas. Lo cierto es que aquí estaban. Otros y

otras habían nacido en este tiempo, aquí en este sitio hospedante, un tanto

inhóspito; por lo menos en el sentido de las condiciones de absoluta dificultad.

Y, entonces, conocí a Edison. Con quien compartí ese tipo de trabajo con

los niños y las niñas. Fue, algo así, como mi cómplice. Y no solo en ese
trabajo; también en el rescate que hicimos de un periódico que había dejado de

ser editado. También, en realizaciones vinculadas con amplificar algunas

voces, en lo que dimos por llamar “La Voz de la Selva”. Desde ahí, en los
fines de semana, convocábamos a los y las habitantes. Expresábamos palabras

en las cuales había un profundo contenido humano. Al menos eso creíamos.


Con Edison, también realicé actividades pedagógicas para adultos; en el
mismo sentido propuesto por Paulo Freyre. Con el objeto de precisar algunos

aspectos del proceso de colonización en este territorio, trascribo dos


documentos que coadyuvan a que esa precisión sea mucho más cierta, más

original.
Y Leticia ya estaba en mí. Nuestra realización corrió en paralelo con mi
relación con Nelly. Las dos lo sabían. Lo aceptaban, tal vez, por la posición
que ellas habían construido, a puro pulso, con respecto a la condición de

amantes y amadas.
Mujer, Leticia, práctica; vivencial. No tenía posiciones soportadas en

alguna complejidad teórica.

Eso la hacía más convocante. Desde la simpleza de una mirada, casi de

niña. Con palabras llanas, directas; utilizadas como una opción de


comunicación íntima; siempre en posición de tenerme cerca. Yo, a veces creía

que estaba ante el tipo de mujer que siempre había anhelado. Pero, decirlo y

sentirlo así, podría aparecer como deslealtad ante todo lo vivido en el pasado

y, en el presente, con Nelly. En fin, que Leticia me hacía posicionar como

sujeto de absoluta decisión de amarla y de sentirla y de reconocer, en ella,

unos valores originales y bellos; por su simpleza y por su sinceridad.

La llamaba “La negra”. Y con ella viví y sentí. No tengo, ahora, la fuerza y

la decisión para contarme a mí mismo acerca de su entorno familiar. Por lo


tanto, reitero que no siempre somos lo que queremos ser. Esto, en mi caso,

tiene la connotación de entender que algunas de mis realizaciones y algunos de

mis conceptos, no son tan firmes y tan transparentes como hubiese querido. O
como quiero, entendiendo este presente como extensión de todos esos

momentos de vida por los cuales he pasado.


Con La negra, conversaba acerca de todo. Me contó muchas cosas, muchas
vivencias; en el proceso relacionado con la migración hacia El Retorno. Nunca

hablamos de su origen, ni de su familia, ni de su opción afectiva. Era como un


compromiso tácito. Como aceptar que debíamos vivir el presente; con sus

afugias y limitaciones. Lo extraño, en mí, era esa predisposición a conciliar


con la propuesta de vida que hacía Leticia. Porque, hasta donde recuerdo,
siempre había sido tajante, en lo que hace referencia con la relación pasado-

presente y la cobertura lógica que deben tener las acciones. Una racionalidad
ortodoxa. Sin embargo, con ella no fue así. Me comportaba a la altura de sus

simplezas, de su absoluta sinceridad y de su convocación a ser amada, sin más.

Ahora, en la distancia, pasado tanto tiempo; no sé porque tengo la

sensación de haber dejado en ella, una huella imborrable. Huella que, por su
significado, me hace ver a mi mismo como sujeto inconsecuente con sus

valores y principios. Una especie de bandido que no supo ni quiso indagar por

ella. De, al menos, haber intentado precisar por la hondura de esa huella.

Quedará para la historia esa latencia que me ha acompañado desde ese tiempo.

Quedará así, sin respuesta y sin verificación.


Esto que escribo ahora, tal parece que lo he escrito siempre. Una vez pasan

los acontecimientos, siento que estoy en deuda. Porque, en un día cual quiera,

estando con ella, volvieron los sueños. Volvieron con la misma carga de

siempre. Con esas imágenes que me laceran y que castigan mi modo de ser.
Otra vez, sujeto de perdición. La realidad se desvaneces y, en su lugar, se

entronizan esas expresiones, en veces borrosas; en veces nítidas. Pero que,


bien sea lo uno o lo otro, no son más que convocantes al delirio y a la noción

de ser un perdulario. No de otra forma se explica el hecho de sentir que he


vivido, en función de nada y que nada soy. Y es que, esos sueños míos, son mi

constante alusión a le necesidad que tengo d redefinir mi rol; de decidir, de


una vez por todas, acerca de la validez de mi existencia. Esas laceraciones, me
invitan a reconocer (como tanto lo he dicho) que siempre he pretendido evadir

la realidad y que, siempre, he vivido en un foso pútrido al que llamo “sueños


tormentosos”. Creo, en verdad, que eso de estar soñando lo que sueño, es la
peor expresión de la herencia humana. Herencia que nunca he sabido

administrar, precisar y ubicar como referente válido.



Escenario 12

Ya ha pasado mucho tiempo. Estoy en la ciudad en donde nací. Corría otro

año más de la década. Me despedí de Nelly, casi en las mismas condiciones en


que la conocí. Cierto día, le dije que no iba más. Que debía abandonar ese

territorio tan querido por mí. En donde había conocido tanta gente generosa.

En donde había confrontado la minoría que, con sus actuaciones, erosionaban

el espíritu. Que debía partir dos días después. Que, allí, en El Retorno había

vivido corto tiempo; pero de una manera tan intensa que podrían sumar cien

años. Lo nuestro, le dije, está ahí. Que sea lo que tu quieras; al menos en

términos de extenderlo o de terminarlo. Y me dijo, yo me quedo. Mi vida es

esto. Mi amor por ti es inmenso; pero debes entender que me debo a mis hijas
y a la lucha que recién comienza. O que, al menos para mí, comienza cada día

y que será así hasta que ya no pueda mirar la salida y la puesta del Sol. Y así

fue.
Con Leticia, la despedida tuvo visos de acción ejemplar. Porque así era ella.

Sin mirarme, con esa mirada inmensa como siempre lo hacía, me dijo “que
Dios te proteja”. Y no más. Sentí, otra vez, ese vacío que había sentido antes,
cuando no vi más a Gudiela.

La reunión con Edison y con los y las demás, estuvo marcada por ese tipo
de discusiones en donde predomina la racionalidad y el ejercicio propio de la

lógica formal. Mucho ir y venir circunstancial. Cierto de tipo de crítica que


podría asimilarse al discurso político, lleno de lugares comunes. Ya había
hecho crisis la interpretación de la situación vigente y, por lo mismo, las
alternativas de actuación política. Pero no había lugar para lamentaciones.

Simplemente, la vida, es así. En veces, hay que estar de acuerdo con esa
opción coloquial: “o lo toma, o lo deja”. Una cruda simpleza; pero opción al

fin. Y, yo, dije “lo dejo”. No hay espacio para mi intervención, en la

perspectiva en que siempre la he propuesto. Era una figura parecida a “ni un

paso atrás”. Figura que, en mí, dejaba de ser protocolaria o, simplemente,


nominativa; para convertirse en el hilo conductor. Esto, independientemente

de cualquier otra consideración política o filosófica.

Porque, lo sucedido hasta ahí; había sobrepasado los límites de la táctica o,

mejor sería decirlo, de la reflexión en términos del quehacer inmediato. Yo

había rebasado esos topes; por cuanto ya había incursionado en posiciones y

territorios que no estaban prefigurados inicialmente. Los riesgos habían sido

muchos. Casi, hasta la irresponsabilidad. Se decía que, yo, había puesto en

riesgo no solo la estrategia de la intervención; sino y fundamentalmente a las


personas que trabajaban conmigo. Y, en ese tono envalentonado que, en veces,

me caracteriza, respondí que “lo hecho, hecho está”. Vaya respuesta. Porque

había dejado de ser coherente y emblemático. Había perdido la capacidad para


orientar. Porque, un orientador, piensa primero en las consecuencias de

determinada acción y, luego, asume determinado tipo de decisiones que sean


coherentes con esto. En mí, por el contrario, había primado mi convicción
unilateral.

Y es que, lo mío, aparecía como al garete. Como si no identificara y


reconociese ningún tipo de disciplina. Me desbordó lo bakuninista que

siempre ha habido en mí. Fui exégeta de lo rápido y lo práctico; sin muchas


consideraciones teóricas. Raro, en mí, que siempre había preconizado la
necesidad de actuar de manera contextualizada; y con los matices propios de la

intervención en territorios complejos. Raro, en mí que, por ejemplo, a nivel


urbano había sostenido que era necesario preparar, desde los barrios, una

ofensiva que confluyera en algo parecido a la insurrección. Nihilista, eso fui

yo, en ese tiempo. Ya, tal parece, que no quedaba nada de la racionalidad y la

contextualización. Todo lo leído y lo discutido como que era historia


refundida, allá en donde uno no vuelve más.

La ruptura, entonces, fue absoluta. No reconocí ningún tipo de disciplina.

Y, en política, quien piense así se constituye en sujeto que no merece ser

reconocido como sujeto de confianza. Más bien, pareciera un sujeto de

absoluta desconfianza. Porque sus actuaciones son un riesgo de concluir en

derrota, irreversible.

Llegué a mi ciudad, cualquier día 1972. El grupo familiar seguía en lo

mismo. La ciudad, también. Yo, de inmediato, me reintegré al trabajo político


en los barrios. A pesar de la distancia y el tiempo; casi nada había cambiado.

De nuevo estaba en condiciones de arengar y de promover acciones masivas e

individuales. La postura anti-capitalista, seguía firme. Y, yo, lo mismo. A los


treinta días de haber regresado, estuve dirigiendo la lucha puntual en contra

del alza en los servicios públicos. Estuve en el barrio Caicedo, en el barrio Las
Américas y en Buenos Aires y en Doce de Octubre y en El Pedregal y en el
barrio Castilla. En fin, volvía a la febril actividad que me había caracterizado

de tiempo atrás.

Escenario 13

Y volvió el enamoramiento. Esta vez fue Fabiola. Mujer inmensa, militante

conmigo en el Partido. Como siempre, en mi, no se cuando empezamos. Como


ráfaga; esta ha sido una constante. Así ha sido siempre. Lo único cierto es que

empezamos. De mi parte, una pasión tan grande como las otras veces. Y es

que, ese tipo de posiciones, han estado ahí, conmigo. Reitero en mi convicción

en el sentido del significado que ha tenido el apasionamiento. Si no fuera por

esto, mi tránsito hubiera sido inocuo. Porque, en fin de cuentas, eso es lo que

cuenta. La fuerza que se le impregne a lo que se hace. Lo demás es pura

formalidad militante. Expresiones formales sin horizonte didáctico y herético.

Y no tuve tiempo de realizar algunas acciones previsoras, como directriz.


Nació Paula. Un orgullo, para mí. Primera hija (es obvio el profundo respeto

por algo que expresé arriba). Ya estaba inmerso en ella. Nunca me había

imaginado esa experiencia y esa sensación de felicidad. Tal vez, nunca antes,
había sentido esa sensación. Como saber que existe una réplica, creativa de tu

vida. De tu posición como reivindicación humana perenne.


Y, casi de manera simultánea, la actividad sindical organizada. Hasta aquí,
en ese tipo de actividades, lo mío había sido apenas tangencial. Como

auxiliador y agitador en las huelgas. En eso me inicié, casi desde que tenía
memoria.

Los Sindicatos han sido, al menos para mí, una opción más vinculada con
la teoría del leninismo que con una convicción efectiva, real. La teoría de la
Dictadura del Proletariado, no era más que un referente un tanto formal. Lo
que si era cierto es mi entendido de proletariado. Fundamentalmente obreros,

vinculados a las fábricas. Los otros trabajadores no eran otra cosa que
instrumento accesorio. Sujetos que aprendían de la lucha; por lo mismo de

que, todas las reivindicaciones se pueden validar. Pero no es lo mismo. Los

trabajadores al servicio del Estado, constituyen y han constituido siempre,

simples usufructuarios o beneficiarios plusválicos. Porque, en mí, ya estaba


claro que la noción de plusvalía defina por Marx, estaba asociada a la

producción de riqueza; al agregado, por la vía de la mano de obra, que

contribuye a la reproducción del capital. Y es que esta, la plusvalía, es el

soporte de lo demás. Lo otro no es otra cosa que consumo de la misma. Los

trabajadores de las empresas de bienes y servicios, incluidas la actividad

financiera; consumen plusvalía originada en la industria. Y esta interpretación

mía no es caprichosa. Es el resultado de un estudio juicioso y crítico del

proceso de acumulación del capital. Por lo mismo, mi lectura de la obra de


Rosa Luxemburgo, no fue al azar. Ese texto es tan expresivo y tan riguroso en

el cuestionamiento de la ortodoxia marxista; que, en muchas ocasiones ha sido

presentado como posición herética, por la vía socialdemócrata.


Esta posición teórica, derivó en el sentido que le dí a mi intervención

sindical. Trabajando en una entidad pública, cuyos trabajadores somos,


simplemente beneficiarios plusválicos. Esa fue mi hoja d ruta desde un primer
comienzo. Por lo tanto, y me quedó claro, también desde el comienzo, que

encontraría posiciones contrarias. Al menos, entre aquellos y aquellas que


exhibían una posición de mera interpretación formal. Como si el solo hecho de

la intervención sindical, diera lugar a una posición marxista. Esto para no


hablar de los y las militantes del Partido, quienes asumían que ortodoxia
marxista-leninista, era lo mismo que la desviación teórica de creer que los

trabajadores y las trabajadoras de bienes y servicios, hacíamos parte de la


Vanguardia Proletaria. Términos, preciso, acuñado por Lenin y que, aún hoy, a

pesar de la acción de los y las personas que han renegado de su pasado; sigue

siendo un principio insoslayable.

Y es que, todavía, tenía memoria para recordar el hermoso fragmento de


Eduard Dolleans, en su “Historia del Movimiento Obrero”.:

“A lo largo de los cuarenta años que van desde 1830 hasta 1970 se oye una

queja. Los mismos murmullos, los mismos llamados no escuchados. A veces

el murmullo se transforma en clamor; las voluntades se anudan en una acción

más clara y el fracaso provoca de repente el motín. De tanto en tanto, una

insurrección cuya represión reduce al silencio, durante algunos años, la voz de

las clases laboriosas. En vano, como dice Sismondi, se hará crecer el trigo para

los que tienen hambre, o se fabricarán vestidos para los que andan desnudos, si
no están en condiciones de pagar.

Este grito que brota de la miseria es irreprimible. Por eso, la voz reanuda su

queja monótona. Poco a poco, esta voz se afirma: al grito del sufrimiento se
mezcla un grito de esperanza.

La atmósfera de estos cuarenta años de luchas obreras, estuvo cargada


como un cielo gris cubierto de nubes, siempre encapotado, atravesado a veces
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por relámpagos…”

Era y es una expresión portentosa. Cargada de un significado profundo.


Que define el sentido del quehacer obrero. Arriesgándolo todo. Con su

esperanza puesta en el triunfo. Un triunfo que puede ser obstaculizado por la


fuerza patronal y por la fuerza del Estado. Productores directos. Que nacen y
mueren vinculados a la industria; a la naciente industria. Al capitalismo

salvaje que crece a costa de la muerte de los obreros.


Entonces, visto así, lo nuestro era y es un mero ensayo, ni siquiera ensayo

general de las posibilidades revolucionarias del proletariado. Nosotros y

nosotras éramos y somos, aún ahora, meros replicadores de las consignas

centrales del movimiento obrero: Por el poder, hasta nuestra vida damos. Por
la dignidad, siempre estaremos en pie de lucha.

Y tuve que luchar en contra de esas opciones de interpretación. Entre

populistas y malvadas. Voces y consignas vinculadas con la posibilidad de

aparecer como representantes del proletariado. Cuando, solo éramos y somos

simples reproductores de la ideología dominante; en razón a que ejercemos

como usufructuarios; en lo que Gramsci llamó la superestructura y que tiene

que ver con la ideología. Y que, Lukács, propone como diferenciación

fundamental y básico. Este último, siempre luchó por dejar de lado ese tipo de
ilusiones que, independientemente de la connotación un tanto peyorativa que

se le ha dado, la pequeña burguesía asalariada, le ha dado a su participación.

Y, en consecuencia, ese camino ejerció para mí, como norte. Se produjo un


enfrentamiento desde un comienzo. Porque nunca acepté que la dirección del

Partido fuera ejercida por intelectuales alejados de la producción y, por lo


mismo desconocedores y desconocedoras de la miseria de los obreros y las
obreras. Dirección pequeñoburguesa que prostituyó la lucha obrera. Que la

convirtió en un simple lugar común. Con una supuesta ortodoxia marxista


leninista que no era otra cosa que (parodiando a un autor que no recuerdo) una

caricatura de revolución.
Y es que, en nuestro país, se había enquistado, entre los grupos
revolucionarios, una manera de ver la lucha anti-capitalista, como simple

expresión de vocinglería. Una figura parecida a esas expresiones que todo lo


reducen a posiciones preestablecidas, sin nexo con los hacedores de la riqueza

con la cual se alimenta y se reproduce la burguesía. Era y es una perorata de

nunca acabar. Inclusive, con posturas ante el Imperio, supuestamente

radicales. Pero que, en fin, de cuentas no eran y son otra cosa que discursos
inocuos; sin sentido. Una especie de radicalidad y de discurso revolucionario,

para los días de fiesta.

Ya, desde ese entonces, yo participaba de una caracterización del sentido en

que se movía la burguesía. Arriesgué, desde ese entonces, una expresión

teórica, originada en Gramsci y en Lukács, que deriva en un entendido de lo

que se denomina bloque de clases o de fracciones de clase en el poder.

Produje, en ese sentido, un escrito en el cual le daba forma a este tipo de

caracterización. Hablaba, a manera de ejemplo, de lo siguiente: Y es que la


burguesía a diversificado su dominio y sus fuentes de enriquecimiento. Ya no

es el capital industrial, como arquetipo de la burguesía. Ahora, confluyen la

burguesía, industrial, la burguesía comercial agraria y la burguesía financiera.


En una relación en la cual, esta última, ejerce como centro. Y, entonces, el

Estado, ha modificado su textura y su manifestación. Un Estado que es


conducido, por lo mismo, en esa proporción. Somos, en consecuencia, un país
en el cual los gregarios del Imperio, tienen múltiples manifestaciones. Lo que

traduce que el movimiento sindical y las direcciones políticas


revo9lucionarias, no pueden caer en la trampa de proponer una ortodoxia

engañosa al momento de confrontar al capital.


Y el problema, entonces, es que posicionamos una dirigencia sindical que,
lo primero que hizo, fue prostituir el significado, por ejemplo, de los permisos

sindicales. Los convirtieron en escape y justificación para alejarse de la


producción y/o de la intervención directa como obreros o como trabajadores.

Por esta vía se convirtieron en burócratas. En líderes que ensayan discursos y

proponen alternativas, desde posiciones cómodas, sin las afugias del obrero o

de los y las trabajadoras de base. Y, esto, es fundamental al momento de


redireccionar el quehacer sindical.

Porque deviene en un universo de conceptos en donde, a manera de

ejemplo, a cualquier trabajador se le dice obrero y a cualquier dirigente

sindical se le dice dirigente obrero. Un movimiento obrero que hizo crisis

desde el primer momento de haber surgido. Porque, si bien la semilla de María

Cano y las experiencias de los trabajadores de las bananeras, habían colocado

puntos altos en el proceso de la lucha anti-capitalista. No es menos cierto que

las expresiones en la CTC y en la UTC, no fueron otra cosa que satélites de los
Partidos Liberal y Conservador. Casi podría afirmarse que en Colombia nunca

ha existido un movimiento sindical de la categoría que requiere una

confrontación directa con el capital. Y no es así por el hecho simple de que


nuestro país haya accedido a la generalización de la producción industrial y

comercial, por la vía de la sustitución de importaciones, en 1930, como


respuesta a la crisis capitalista mundial. Ha sido y es así, porque, insisto en
esto, ha sido entendida la lucha como simples expresiones contestatarias y con

la conducción de un marxismo distorsionado. Esto, para no hablar de que el


concepto de partido obrero; no ha sido otra cosa que un lugar común y que

pretendió ser impuesto desde la opción retardataria del Partido Comunista de


Colombia.
Y lo expreso con conocimiento de causa y con autoridad moral. Porque he

sido partícipe de alternativas diferentes, en el tiempo, en el proceso de


confrontación al capital y sus colaterales. He sido participé de la confrontación

profunda, desde el punto de vista teórico, al momento de entender la dinámica

que debe adquirir el movimiento obrero y sindical.

Mi posición devino en sucesivas herejías. Por las cuales fui confrontado y


sancionado, en los términos que esto tiene, cuando se habla de disciplina de

Partido. Peo, justo es reconocerlo, cometí profundos errores en ese proceso.

Tal vez, el fundamental, tiene que ver con la manera con la cual abordé las

contradicciones. Y con las intermitencias en mis acciones. De un

apasionamiento absoluto, pasaba a una posición de profundo escepticismo.

Como veleta al viento, al garete. Y, tengo que reconocerlo, hacía parte de mi

cuadro patológico. En veces caía en el profundo abismo de la locura o, por lo

menos de algo similar. Volvían los sueños; las imágenes. Me cabalgaban. Me


inducían a posiciones enfermizas cada vez más profundas. Y volvían las

reclusiones. Aquí y allá. Sujeto que era depositario de mil unos experimentos

en términos de la siquiatría. Y perdía la lucidez. Y la volvía a encontrar. Pero,


indudablemente, a costa de un deterioro progresivo de mi capacidad física que

conllevaba, incluso, a expresiones que desdibujaban los términos de mi


intervención. Una reclusión tras otra. Y así se fue consolidando en mí, la
esquizofrenia. Unas veces no vinculante e inhabilitante. Otras veces,

conduciéndome a la absoluta inacción, como efecto colateral de los


medicamentos y de esos tratamientos infames a que fui sometido en la

caracterización que se hizo de mis padecimientos como padecimientos


mentales, incapacitantes.
Pero, a pesar de todos esos padecimientos, mis momentos de lucidez, me

daban los ímpetus y la claridad requeridos, seguí postulando posiciones


teóricas, acompañadas de intervenciones directas. Ya en la entidad en la cual

laboraba; ya en los barrios. Porque seguía siendo multifacético. Todo, a pesar

de esa soledad inmensa que sentía y la cual me convocaba a tratar de

erradicarlas, por la vía de búsquedas afectivas. Aún con pleno conocimiento


en el sentido de que estaba con Fabiola.

Y nació Juan Camilo. Mi réplica. Con ese acumulado de bondad y de

desprendimiento. Pero, también, con ese acumulado de vacíos y de

indecisiones. Un hijo, en el contexto ya descrito. Y me apasioné por él. Como,

antes, me había apasionado por Paula. Y, en paralelo, seguía mi confrontación.

Aquí y allá. Arriesgándolo todo y en todo momento.

Y volvían la crisis y la consecuente reclusión. Y me reiteré, otra vez, como

sujeto complejo. Enfermizo; pero actuante. Propositivo, en términos de la


identificación de los roles básicos y fundamentales de los trabajadores y del

movimiento sindical. Con todas las precisiones hechas. Con todos los

elementos puntuales y generales ya expresados y que constituyeron los puntos


de mayor confrontación.

Y seguía la intervención barrial. Con una perspectiva plena, absoluta. Con


el acumulado de conocimientos y de propuestas reivindicativas. Y, allí, en ese
ejercicio y en esa época (ya entrada otra década), conocí al que,

posteriormente, fuera (como lo es, efectivamente) el Emperador Pigmeo. No


vale la pena nombrarlo por su nombre. Esto, aunque siempre he sido muy

respetuoso de cada persona. Pero es que, en este caso, (confirmado hoy) se


trata de un personaje que induce a un odio visceral hacia él. Una figura que es
nada; habida cuenta de que ni siquiera ha tenido claro el significado que tiene

la democracia, aún en el contexto de la dominación burguesa. Por lo menos,


aún a riesgo de desvertebrar mi línea conceptual de respeto, lo dejo ahí.

El contexto, tuvo que ver con nuestras organizaciones y nuestras luchas,

reivindicando derechos como la vivienda digna, el buen servicio de transporte,

el derecho a la recreación y la construcción de un concepto de cultura, abierta,


plena heterogénea y respetuosa. Y, confrontamos al futuro Emperador Pigmeo.

Y, como era previsible, no cumplió con ninguno de los compromisos.

Y estuve en procesos de reivindicación lúdica. Y promoví el concepto de

tomarnos las calles para la recreación. Y, desde su esbozo, confronté el

proyecto del Metro. Y confronté, en los términos que ya he descrito.

Y, no sé por qué, vino a mi recuerdo, lo siguiente:

“…La mayor parte de vosotros vais a ser puestos en libertad; todos sin

embargo no estáis exentos de reproches; pero los motivos de indulgencia para


los culpables fueron, en a duda, motivos de absolución para vosotros…Todas

las autoridades formulan votos sinceros por el mejoramiento de vuestro

destino; la voz de la humanidad no tardará en hacerse comprender; los ricos


propietarios de las minas no pueden ser vuestros tiranos, no, no pueden serlo,

les está reservado un título más digno; no dejarán a otros el mérito de volverse
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bienhechores…”.
Ya estaba posicionado en mis convicciones. Mis valores los defendía, con

absoluta pasión. Confrontando aquí y allá. A aquellos y aquellas que


pretendían limitar mi intervención. A aquellos y aquellas que, supuestamente,

asumían posiciones de verticalidad y de ortodoxia revolucionaria.


Y lo intenté de nuevo. Estuve en la zona bananera en Antioquia. Se trataba
de reforzar el frente de guerra. Ya habíamos caracterizado el tipo de ofensiva

del gobierno, a través de su sección militar. La denominábamos “campaña de


cerco y aniquilamiento”. En esta se prefiguraba mucho de lo que,

posteriormente, se dio. En principio y, fundamentalmente, civiles informantes

entraban en la zona y detectaban a dirigentes políticos y sindicales

revolucionarios afines a la lucha armada, por la vía de lo que denominábamos


Frente Patriótico de Liberación. Esta expresión no era otra cosa que una copia

de lo que hizo el Partido Comunista Chino, en todo el proceso de la Gran

Marcha y que derivó en el triunfo del Ejército Rojo Chino sobre los

Kuomintang de Chiang Kai Check. En términos teóricos, simples, se trataba

de la construcción de zonas liberadas con un gobierno revolucionario de

Frente Patriótico, vinculado al Partido, pero diferente a él. Algo así como que

los y las dirigentes de Frente Patriótico no tenían que ser militantes del

Partido. Ellos y ellas, eran militantes del Frente Patriótico. Ahora bien, en
aplicación del concepto de gobierno revolucionario popular; el Ejército

Popular de Liberación, garantizaba la seguridad en esas zonas liberadas.

Entonces, al entrar los informantes vinculados al ejército, detectaban a los y


las dirigentes de Frente; luego ese ejército entraba y mataba a quienes habían

sido identificados e identificadas previamente.


Entonces, otros compañeros y otras compañeras y yo, entramos a reforzar
la zona de Frente Patriótico de Liberación, una penetración lenta; habida

cuenta de los riesgos. En principio, por lo menos yo, me vinculé como


trabajador a una de las empresas bananeras. Y, a partir de ahí empecé mi labor.

Sin embargo, ya se estaba profundizando una crisis de amplio espectro, al


interior del Partido. Un tipo de confrontación en donde predominaban dos
opciones. Una de ellas, la de la ortodoxia marxista leninista, con la influencia

del Partido Comunista Chino y la otra una posición de apertura hacia


expresiones menos ortodoxas. Inclusive, en la perspectiva de postular

opciones de largo aliento y vinculadas con un ejercicio un tanto parecido al del

MIR Chileno. Esto es, un tipo de organización político-militar; pero con

énfasis en un estilo de trabajo de militantes, sin la mediación del concepto de


Frente Patriótico. Una tendencia hacia posicionar de manera efectiva la noción

de Partido Obrero, con las consecuencias inherentes. Porque trascendía lo

asumido y lo vivido hasta ese momento. Una especie de opción trotskista, por

la vía de recomponer las realizaciones. Con una perspectiva que incluyera la

posibilidad de participar de manera abierta en la la actividad política de amplio

espectro, incluida la electoral.

En consecuencia, la lucha armada, pasaba a ser cuestionada. No en los

términos de hablar, de manera filistea de opciones de paz. Más bien en el


contexto de un replanteamiento que incluyera la posibilidad de la insurrección.

Obviamente, esto, suponía la construcción de un Partido Obrero fuerte; en el

cual se enfatizará en una noción de Programa de Transición, en una


perspectiva socialista; retomando los postulados básicos de la Tercera

Internacional.
Obviamente que se trataba de un cuestionamiento a lo hecho hasta ahora.
Con lo complejidad que esto conlleva, Porque suponía la erradicación, en lo

posible consensuada, de esas expresiones partidistas construidas desde


posiciones pequeñoburgueses. No en una posición peyorativa. Más bien en lo

que esta acotación tiene de opciones que, como, por ejemplo, validar la lucha
armada, desde una interpretación de guerra campesina; pero con una dirección
de partido, comprometida más con una interpretación del marxismo y del

leninismo, asimilada por la vía de posturas intelectuales. Lo del idealismo, era


un calificativo benévolo. Porque, ojalá hubiese sido solo eso. Se trataba de una

interpretación impuesta, por la vía de impedir posiciones diferentes al interior

del Partido; como corresponde a una plena aplicación del ejercicio dialéctico y

de una estructura de partido que, inclusive, había sido avalado por Lenin, a
partir de la intervención de León Trotsky, en todo el proceso de confrontación

a la posición estalinista.

Entonces, en el entendido de mi decisión por esa opción de

cuestionamiento y de reconstrucción del ideario socialista; empecé a tener

contradicciones que concluyeron a la evasión. Abandoné la zona, sin

consultarlo con nadie. En una actitud de irresponsabilidad inmensa. Porque,

una cosa era estar en desacuerdo con determinado tipo de orientaciones y otra,

bien distinta, era arriesgarme y arriesgar toda una estructura organizativa.


Queda claro, sin embargo, que no fue una postura en perspectiva de renegar de

lo actuado, ni de los compromisos asumidos, con todas sus repercusiones. Por

el contrario, fue una decisión tomada y, en paralelo, la disposición de enfrentar


cualquier tipo de confrontación. Y, en efecto fue así. Fui sancionado

políticamente, después de un proceso en el cual asumí mi defensa como


corresponde a un militante decidido a defender sus puntos de vista y la calidad
de su compromiso.

Regresé. Ya había expresado antes el tipo de modelo sindical vigente. Mi


actividad tenía dos frentes de acción. De un lado mi ejercicio como

sindicalista. De otra parte, el trabajo barrial. Había avanzado en la


caracterización de los problemas urbanos.
Fundamentalmente en lo que concierne al entendido del nexo entre las

acciones revolucionarias urbanas y la perspectiva de construcción de una


opción socialista. Es, a manera de ejemplo, el compromiso por posicionar a los

y las habitantes de las ciudades en el contexto de le necesidad de la

transformación revolucionaria; por la vía de la ruptura con el frente burgués.

Esto no supone plantear una posición que reivindique a los pobladores como
vanguardia, así en abstractos. Es y ha sido, más bien, entender que los obreros

y las obreras; que los y las trabajadores de bienes y servicios, viven en la

ciudad, en sus barrios y que, por consiguiente, desde allí se produce el

acercamiento a ellos y a ellas. Diseccionando el quehacer revolucionario en un

proceso de cobertura que implica los diferentes niveles de acción y de

reivindicación.

Entonces, en ese horizonte, la cultura, los servicios públicos, el transporte,

la recreación. Los servicios de salud; el problema de la vivienda; constituyen


referentes que es posible retomar para avanzar en la confrontación.

La noción de Frente Burgués, supone entender lo que yo he denominado el

bloque de fracciones de clase en el poder. En una interpretación que supera la


homogeneidad que habla de la burguesía como clase dominante sin fisuras. Y,

en la posición de una ortodoxia mal entendida, con la concreción de la


burguesía industrial como opción única. Lo que señalo es otra cosa. Es un
conglomerado de secciones, cada una con intereses particulares precisos y

referidos a instancias muy precisas del poder económico y de su


desenvolvimiento en diferentes áreas. Por esto mismo, en una aproximación a

Lukács, cuando se habla de hegemonía de clase y/o de los aparatos


ideológicos de Estado; se tiene que hablar de ese conglomerado que, en
periodos diferenciados, en el tiempo, tiene como centro una u otra sección.

Últimamente, y así lo he sostenido en diferentes instancias de intervención, el


centro-poder está en manos de la Burguesía Financiera. Y, por esto mismo, las

otras secciones o fracciones, están plegadas a la misma. Pero esto no,

necesariamente, implica que estén diluidas. Están ahí, conviven ahí; haciendo

énfasis en modificaciones puntuales de las formas de gobierno y del Estado.


En consecuencia, la intervención de los partidos obreros, tiene que ver con

identificar esas modificaciones gubernamentales y, en veces, las fisuras que se

reflejan en el Estado; para lanzar una ofensiva. Ya no tanto, por la vía simple

del ejercicio huelguístico, sino por la coordinación de una serie de acciones de

confrontación que lesionen ese centro-poder. Con una opción de unidad de

acción con diferentes sectores de la población. Pero no a la manera populista,

como identificó Gramsci, cuando caracterizó los periodos de ascenso de los

movimientos con tendencias al fascismo. Más bien, por la vía de saber


coordinar esas acciones; pero con la claridad de que el centro de la

reivindicación fundamental, sigue siendo el poder político. Y para esto, en vez

de la postura asimilada a la figura de guerra de guerrillas campesina clásica; se


debe trabajar por hacer de esa articulación la posibilidad de proponer y

desarrollar formas de insurrección.


Es ahí en donde encaja mi intervención. Por esto mismo, mi doble acción;
sindical-barrial; no era otra cosa que actuar en consecuencia con esa opción de

revolución. Revolución Socialista, con la conducción de un partido obrero;


pero con la articulación de diferentes reivindicaciones que devengan en

movilizaciones urbanas cada vez más amplias y radicales. Inclusive,


accediendo a posiciones de control político; en el cual se crearán milicias de
confrontación. Porque, era y sigue siendo claro, que la burguesía entendida

como clase única dominante; ni el Frente Burgués que articula a las fracciones
de clase van a entregar el poder de manera pacífica. La violencia

revolucionaria era y sigue siendo una opción. Pero no a la manera de “la

combinación de todas las formas de lucha”; como lo han planteado de manera

formal los estalinistas y, de una u otra manera, los guevaristas. Es la


construcción de una opción en la cual, cada fase de la lucha revolucionaria,

hace parte de un proceso dirigido por el partido obrero y; por esa vía, es la

posibilidad de aglutinar a los diferentes sectores de la población; en torno a

reivindicaciones generales y específicas; con la mira puesta en la toma del

poder.

Ahora bien, siendo como era y como es actualmente, la fracción financiera

quien hace centro en eses bloque o frente burgués; los trabajadores y las

trabajadoras bancarias, de las corporaciones de ahorro y crédito y de otras


empresas otorgadoras de crédito financiero; pueden (al menos esa era mi

visión) realizar acciones puntuales que influyan en la posibilidad de inducir a

una crisis generalizada de ese sector. Pero sin que esto implique la pérdida del
control obrero a lo clásico; es decir por la vía de su partido. Era y es, inducir

una crisis que repercuta en el Frente Burgués. Crisis que, sin caer en el
oportunismo propio de la lógica formal, pueda derivar en una crisis política en
ese Frente Burgués. Fisuras que pueden, a su vez, permitan la concreción de la

ofensiva obrera y popular.


En ese mismo contexto, los trabajadores al servicio del Estado, así como lo

esbocé arriba, no somos otra cosa que consumidores plusválicos. No en


condición de beneficiarios fundamentales; más bien como sector de
trabajadores que no tenemos ni el control, ni tenemos porque tenerlo, del

centro de confrontación con el Frente Burgués. Lo nuestro se puede asimilar a


esa condición en la cual los y las trabajadores y trabajadoras; ejercemos la

confrontación; sin que esto implique la destrucción de ese Frente y de su

control político. Por muy fuertes que sean las contradicciones. Inclusive, por

muy fuertes que sea nuestro movimiento en momentos precisos de la


confrontación; no podemos tener el referente de que somos la conducción. Por

lo tanto, entonces, no podemos obnubilar nuestra razón de ser.

Es, con estos elementos políticos de claridad, como plantee mi

intervención. Inclusive, señalando con certeza, la desviación que se estaba

produciendo; cuando se avaló al movimiento de trabajadores de la educación

(maestros y maestras); como punto de lanza en la confrontación al Frente

Burgués. Así mismo cuando se hizo lo propio, en general, con los trabajadores

y las trabajadoras al servicio del Estado. Porque, de por sí, esto constituyó una
desvertebración en lo que hace al reconocimiento del eje de intervención. Con

absoluta entereza lo planteo, aún ahora: La gran debilidad estructura de la

CUT, tuvo y tiene que ver con el hecho de entronizar a los y las dirigentes de
estas organizaciones sindicales estatales, como hilo conductor. Esto traduce

que, no fue tanto el hecho de la debilidad de los obreros industriales (incluso


señalo que, por esto, fue tan endeble la promoción de los movimientos
sindicales obreros industriales) en el proceso, porque sí. Fue, insisto en ello,

por el error en la ubicación de ese hilo conductor, que el movimiento obrero se


fue debilitando. No comparto la opción teórica que sostiene que la responsable

es la burguesía por instaurar, por la vía de sucesivas reformas laborales, la


precarización del empleo industrial. Fundamentalmente es responsabilidad de
la dirigencia de la CUT y, de las otras Centrales Sindicales.

Es, repito, en ese esquema de confrontación, en el cual mi intervención


trató de ser consecuente en la crisis política que me correspondió enfrentar. Es

decir, independientemente de la repercusión que tuvieron mis errores, lo cierto

es que mi actuación fue absolutamente conciente y nunca me he arrepentido ni

me arrepentiré de lo que fue mi pasado revolucionario. No reniego, ni siquiera


del periodo en que impulsé y participé de la opción revolucionaria

emparentada con la lucha armada por la vía de la guerra de guerrillas, a la

manera maoísta y guevarista. Con el propósito de ilustrar el contexto en el cual

efectuaba mis reflexiones y mis actividades, transcribo el siguiente trabajo

realizado en esa época.

Escenario 14

Y llegó la ruptura. No pude asumir el rol propuesto, sin quererlo, por parte

de Fabiola. Como en el caso de Leticia, no voy a entrar en precisiones que


podrían aparecer como posiciones de deslealtad. Porque, siempre he asumido

que los arrepentimientos en torno a las definiciones afectivas, son posiciones

de bandidos absolutos. Y eso no era, ni es lo mismo que asumir las

contradicciones relativas y/o absolutas que se pueden presentar en diferentes

momentos de una relación. Lo cierto es que, en esa perspectiva, asumí las

contradicciones con ella y esto, de por sí, propició la ruptura con ella.

Y, entonces, llegó Estela. Creo que, siempre, la había esperado. Mujer de

talante. Cómplice mía en lo que corresponde a la confrontación de posturas


moralistas. Un enamoramiento pleno. A puro pulso. En el contexto de esa

búsqueda que me había acompañado durante tanto tiempo. Cada quien en lo

suyo. Para mí, Estela, llegó así. De un momento a otro. Pero produjo, en mí,
una conmoción absoluta, profunda. Y, por esto mismo, tuve que asumir

posiciones de absoluta lealtad a ella y de defensa de nuestras convicciones.


Porque, para ella, suponía enfrentar a su familia y a las posiciones mojigatas.
Para mí, significaba separarme de Fabiola, de Paula y de Camilo. Una decisión

difícil. Pero que supe asumir con la entereza de quien ama y de quien no se
arrepiente nunca de ese tipo de decisiones.

Porque, en esto de lo afectivo, nada está ni estará escrito. Mucho menos


está regido por axiomas y/o por verdades absolutas. Cada quien, hombre o
mujer, define sus conceptos y sus realizaciones, por la vía de entender la
dinámica que adquiere el enamoramiento. Particularmente, yo nunca he creído

en eso de que, fijarse en alguien y/o enamorarse de alguien esté cruzado por el
hecho de compartir opciones ideológicas y/ políticas. El asunto (el

enamoramiento), pasa por diferentes aspectos que intervienen en su

concreción. Algo así como entender que el enamoramiento heterosexual u

homosexual es una opción de vida compartida. Puede o no puede ser


permanente. En este sentido, entonces, no cuenta los términos de duración.

Mucho menos el hecho de que la unión sea refrendada ante alguna autoridad

religiosa o civil. Es una integralidad compleja.

En el caso mío, insisto en ello, ha habido una posición que vincula la vida

afectiva (enamoramiento) con la compartición de valores como agregados

derivados de la sexualidad y la unidad de acción espiritual. Un tipo de nexo

complejo. Un tipo de relación que puede y debe potenciar el quehacer de la

pareja; sin compromisos absolutos.


Ya, en algunos escritos, he hecho referencia a un concepto de los asuntos de

género. De tal manera que no se puede argüir que lo mío sea una

improvisación. Para mayor claridad transcribo apartes de uno de esos escritos,


veamos:

De lo conceptual: Abordar una reflexión, en términos de indagar-investigar,


acerca de asuntos relacionados con género; supone la asunción de referentes

que permitan establecer un hilo conductor pertinente. Algo así como precisar
las condiciones y características que adquiere, en el contexto de un proceso
determinado.

Digamos que reconocerse, implica una primera identificación del


significado básico como sujeto; en lo que este tiene de vigencia como
expresión de lo humano que se concreta. Aquí, entonces, lo femenino y lo

masculino, supone una interacción originada en el “descubrimiento” de la


diferencia que, a su vez, está asociado al desarrollo de las percepciones

primarias que, por esto mismo, permiten agregados hacia la construcción de

acciones y realizaciones complejas. En otras palabras, se trata de logros

individuales y colectivos denominados (...en una sumatoria lógica, mas no de


lineal) cultura.

La desagregación de roles, en escenarios de intervención y presencia de los

sujetos (hombres y mujeres), trascienden a la sola posición adjudicada por la

diferenciación biológica, natural. Se entiende como elaboraciones en nexo con

ese reconocimiento de sí; como esa expresión que trasciende a lo primario y se

convierte en pauta, en códigos instaurados como necesarios, que requieren ser

acatados, sin que necesariamente, implique a la identificación o, inclusive, así

supongan una posición en contravía de la autonomía y la libertad para el


desarrollo de la individualidad.

Entonces, cada construcción cultural; pasa por la imposición de un

determinado modelo, de una determinada guía o procedimiento para


consolidar el reconocimiento que invoca cada individuo (a); en un contexto

que reclama y requiere ordenar y pautar la vida; como soporte para articular,
para justificar el “equilibrio” entre quienes conviven en un espacio territorial y
han heredado procedimientos, costumbres y visiones de lo natural. Por lo

tanto, se entienden comunes. Se asume, en consecuencia, que “se ha estado


ahí” ..., “y se está ahora”; con los condicionantes y las imposiciones que han

sido previamente desarrolladas y acumuladas, como agregados que


comprometen.
Visto así, la noción de lo social, se erige como colateral de los acumulados

y agregados culturales compartidos (...Impuestos) y que ejercen como


condicionantes; para hombres y mujeres en escenarios territoriales y

geográficos determinados. Inclusive, la misma noción de geografía, territorio y

espacio, está relacionada con las identificaciones previamente establecidas y

transmitidas.
Ahora bien, en el entendido moderno, se habla de civilización, cuando se

quiere referenciar al desarrollo de los seres humanos, precisamente con esas

identificaciones, esos códigos, esas herencias, como modelos y como pautas.

Esto explica, entre otras razones, la existencia de disciplinas y profesiones que

investigan y analizan los momentos y periodos que ha precedido al presente y,

a partir de ahí, localizan bien sea estereotipos y/o expresiones valoradas como

“prueba”, cuando se trata de identificar aspectos específicos o líneas de

comportamiento.
Para el caso que nos ocupa, hablar de género, como condicionante; como

insumo que permite entender la diferenciación biológica y que, al mismo

tiempo, permite efectuar el seguimiento y análisis de las elaboraciones


culturales, las pautas y los códigos construidos, a partir del desarrollo y

agregados culturales. No es algo diferente a introducir esa variable subjetiva


que nos permitan entender las implicaciones; como quiera que (...ya lo dijimos
arriba) las restricciones a que conlleva cualquier modelo impuesto como

válido y necesario para permitir los “equilibrios” entre la individualidad y un


colectivo (...o sociedad); están dadas por la inherente pérdida de la libertad, de

la autonomía absoluta de cada sujeto(a).


Podría decirse, entonces, que el género (como variable que se precisa y se
hace visible en el desarrollo cultural), convoca a entender dinámicas y lógicas

adicionales, como expresiones diferenciadas que permiten reconocerse e


identificarse a los (as) sujetos (a), como portadores (as), bien sea de

restricciones adicionales o de derechos conferidos por las normativas y los

códigos culturales asumidos como válidos.

Así las cosas, nuestro punto de comienzo, supone la preexistencia de


valores (...Como concreciones de lo cultural) que permiten e inhiben. Es lo

siguiente: asumimos como vigentes (...sin que implique aceptarlos) referentes

que permiten una línea de interpretación primaria, en cuanto a la

diferenciación biológica entre hombres y mujeres, en la cual se erige como

insumo condicionante la “necesaria” coacción, la necesaria implementación de

códigos que establecen un nexo lógico, explicable, justo; entre esa

diferenciación biológica-natural y las restricciones hacia las mujeres; como

una figura que, simplemente, expresa una interpretación de algo


preestablecido. Una figura que invoca la división de roles, en donde los (as)

sujetos (as) deben reconocerse en relación con la jerarquización de los mismos

y, en donde, lo masculino emerge y se impone en condición de superioridad.


Este punto de comienzo supone, asimismo, entender la dinámica histórica;

como elaboración que conlleva a precisar, analizar y validar momentos y


períodos; en un contexto en el cual el significante subjetivo puede o no ser
cuestionado. Pero, de todas maneras, debe ser interpretado como inherente a

ese momento, a ese período determinado. Es como la asunción de una lectura


y una didáctica en donde se puede “explicar” lo cotidiano del pasado, con

arreglo a los acumulados culturales...o, lo que es lo mismo, al estado de


desarrollo de la civilización en su momento. Inclusive, a manera de ejemplo,
pueden aparecer con posterioridad, expresiones en las cuales se presentan

“excusas” a nombre de los beneficiarios de determinados acumulados


culturales(..como los religiosos) por el hecho de haber permitido, desde l

misma lógica inherente a esos agregados, exterminios de aquellos y aquellas

que ejercieron como contradictores, al margen del grado de ruptura propuesto

y desarrollado por estos (as). El caso patético de las Cruzadas Cristianas y de


los Tribunales de Inquisición. Y el “arrepentimiento” de la Jerarquía Católica,

con el liderazgo de Juan Pablo II; simplemente es una muestra de ello.

En esta línea de interpretación, el análisis del rol de las mujeres en la

construcción y desarrollo del periodismo en Colombia, particularmente a

finales del Siglo XVIII y en el Siglo XIX, supone precisar un contexto en lo

que podríamos llamar “La sociedad del Nuevo Reino de Granada, en nexo con

las imposiciones culturales de España.”

Queda claro, en aplicación de la caracterización propuesta arriba, que las


condiciones vigentes en el período que comprende el análisis, estaban

cruzadas por los insumos conceptuales y los valores que ejercían como

códigos, como yuntas originadas en el ideario de quienes ejercían como


invasores y detentadores del poder. A su vez, esos valores y conceptos de los

españoles, tenían un nexo, no circunstancial, con los conceptos y valores


predominantes en Europa. Es una interacción de doble vía, en veces con
rasgos contradictorios (...e incluso antagónicos, como en caso de la opción

derivada de la Revolución Francesa en 1789 y su colateral la Declaración de


Los Derechos Universales del Hombre, con respecto a la opción mantenido

por la monarquía española, particularmente en cuanto al control autoritario


ejercido en el “Nuevo Reino de Granada”.
Para el caso específico del escenario político y social en el periodo objeto

de análisis, se expresaba con todo rigor ese principio básico que reivindicamos
como válido: la imposición de valores construidos a partir de los paradigmas

tejidos, en un proceso que involucró a todo el quehacer, que fue agregando

interpretaciones y decisiones; con unos determinados referentes. Una sucesión

de construcciones, en las cuales predominaban aquellos conceptos y


aplicaciones que convocaban a los sujetos (hombres y mujeres) a reconocerse

en ellos; a identificarse con esos proyectos y con todo el proceso. Es obvio, en

esa perspectiva, que “lo conciente” (...así como ahora), no era otra que la

obligación a asumir como propias las imágenes y las “instituciones”,

fundamentalmente ancladas en la visión del mundo coincidente con la

Religión predominante., entendida e impuesta como la única posible.

Que decir, entonces, de los “habitantes originarios” del nuevo territorio,

conquistado, avasallado, esquilmado. Fue una labor (...así lo expresa con


lucidez Eduardo Galeano, en su texto “Las Venas Abiertas de América

Latina.). Una oscurana absoluta en términos del conocimiento. Una

imposición que reclama la obligación de asumir la “única verdad posible”(...la


del Rey, de sus delegatarios.., de la Iglesia Católica). No hay lugar para

escisiones, fundamentalmente en lo que hace a la interpretación del mundo


físico, como expresión inmanente, en todo tiempo y lugar, de la divinidad, de
su sentir; que no era otra cosa que la reivindicación del poder terreno, como

simple extensión de se poder divino.


En lo anterior, la ignorancia, “ese reconocerse” como sujeto perdido, sin

libertad, sin elementos para el discernimiento y para la apropiación adecuada


del conocimiento; tenía una cobertura total. Eran vasallos los sujetos hombres
y los sujetos mujeres. ..Pero, estas, sufrían (...casi como ahora) el doble rigor,

la doble expoliación espiritual. No podía ser de otra manera; porque el


Imperio (España), no era otra cosa que el horizonte cultural en el cual se

acuñaba como cierta y necesaria la coincidencia entre la diferenciación


4
biológica y la diferenciación (discriminación) efectiva, práctica, cultural...”

Visto así, entonces, cada hombre y cada mujer, en el caso de las relaciones
heterosexuales y/o cualquiera sea la opción afectiva; define su posición, en la

perspectiva de un crecimiento espiritual; además del placer que otorga esa

relación.

Por lo mismo, en consecuencia, mi relación con Estela se inició y sigue

soportada en este entendido de vida afectiva.

Y, al lado de esta relación, se fue tejiendo una opción de vida. Corría, en

paralelo, con mi actividad sindical. Yo, seguía exhibiendo una opción sindical

y de trabajo en los barrios; soportadas en las posiciones que ya he descrito


antes.

Sucede que la intervención relacionada con las opciones propuestas, a

manera de marco referente, supone la realización de acciones en las cuales los


intervinientes, se asumen sujetos plenos de identidad; de tal manera que su

participación se efectúe con pleno conocimiento de causa. Por lo mismo,


entonces, son acciones dirigidas a establecer escenarios permanentes en los
cuales van apareciendo expresiones que podrían ser asimiladas al poder.

Como, por ejemplo, cuando en una determinada ciudad, los pobladores ejercen
su poder con respecto a determinado tipo de reivindicaciones. Y, siendo así, se

va construyendo su presencia por la vía de organizaciones sólidas y autónomas


en su confrontación con el Estado.
Llegado este punto, conviene efectuar esta acotación: Los trabajos hasta

aquí trascritos hacen parte de un acervo teórico que, aunque algunos son
posteriores al momento narrado, expresan el tipo de contexto político que ha

dirigido mi actuación.

Entonces, mi relación con Estela, supuso, desde un comienzo una lucha

tenaz conmigo mismo. Como cuando uno siente que aquello del respeto por la
autonomía de su pareja; se convierte en un reto que convoca a ser enfrentado

por la vía de intentar la no claudicación. Porque, insisto en esto, todo camino

recorrido es una historia de vida, buena o mala. Con equivocaciones o sin

ellas. Pero, todo camino por andar exige la identificación plena de los

referentes. Cuando estos no se ubican, se corre el riesgo de asumir posiciones

de oportunidad y/o de simple imitación con respecto a los objetivos.

Escenario 15

Hacía mucho tiempo que mi horizonte se venía desdibujando. Lo digo,

porque sentía de manera plena la soledad en mi intervención. Tal vez es el


precio que corresponde pagar por asumir posiciones no coincidentes con las de

la mayoría. Se presentaba, otra vez, la constante que he narrado desde mi

nacimiento: la contracorriente. Se va desgastando el espíritu, de tanto forzar a

la vida. Había dejado atrás, si alguna vez la tuve, la certeza facilista. Aquella

que, simplemente, invita a dejar de lado el apasionamiento y el rigor que

requiere la actuación de fondo; desafiando íconos y proponiendo alternativas

en consecuencia con los soportes teóricos y de humanidad.

Sobra decir, por lo escrito hasta aquí, que cada paso, cada día, cada opción,
las fui asumiendo en la verticalidad que siempre me ha acompañado. Pero que,

ahora, se hacía mucho más exigente y, por lo mismo, más desafiante. Ha sido

lo que podría llamarse “un estilo de vida”. Estilo que me ubica, de manera
constante, en un sujeto herético. Es apenas obvio suponer el esfuerzo que esto

reclama. Porque, ahí en esa manera de vivir la vida; se pone en juego la misma
existencia. No tanto porque pueda darse la muerte física, por tristeza y por
soledad; sino porque el sentido de vida debe tener siempre una posibilidad que

le es inherente. Es decir, aquellas expresiones y aquellos énfasis que, a veces,


son esquivos.

En consecuencia, fui delineando una intervención a solas; aun estando con


otros y con otras. Porque, la soledad no es otra cosa que estar inmerso en
determinada acción sin compañía. Soledad es cuando se siente que el universo
de opciones que están circundantes, son ajenas. Que lo mío es otra cosa. Que

el compromiso me va cautivando y me sitúa en posición de no regreso. Algo


así como entender, a cada momento, que la suerte está echada. Y que no existe

nada diferente a un laberinto, en veces, inhóspito. Otras veces, simplemente,

lleno de vulneraciones.

Y no es que haya existido o exista una propuesta que ubica a los otros y a
las otras como responsables de mi soledad, o de mis visiones enfermizas; o de

las situaciones de profundo malestar espiritual. No es eso. Lo que pasa es que

no puedo hacer alusión a mí mismo y a mis laceraciones, sin contextualizar;

sin exhibir ese soporte de las acciones únicas, sean o no aceptadas por los y las

demás.

Y volvió el aturdimiento. Mi estadía en Leticia, se expresó de la manera en

que se tenía que expresar. Porque, venía un acumulado de afugias inherentes a

la constante huida de los acechos. Las premoniciones volvieron a ser lugar


común. Premoniciones que provocaron otra crisis. Esta vez, de tanta

profundidad, que se produjo el extravío casi absoluto.

Ya no era, solamente, eso que va y viene y que me situaba en condiciones


de debilidad simple. Ahora se manifestaba la debilidad compleja. En unas

sumatorias que incluían esos acumulados; pero que además incluían una
sinrazón que me iba invadiendo. Un alejar de lo real, por la vía más
angustiante. Por la vía de no reconocerme como sujeto válido, conciente. Y, a

pesar de que solo se produjo una reclusión transitoria, los agregados de


malestar espiritual, fueron mucho más asfixiantes. Simplemente, estuvo en

juego lo que era y lo que eran mis hijos y mi hija; y lo que era Estela, como
mujer cercana y que amaba y amo.
De regreso a Bogotá, se reiteró la actitud solidaria de los amigos más

cercanos en ese momento. Jorge Luis Villada, Moisés Almanza; Víctor Daza;
Alfredo Peña; María Teresa. Sin ellos y ellas no hubiera sido posible sortear de

manera digna esa crisis. Y, es oportuno y válido decirlo, con el

acompañamiento del médico que me atendió. Con él, a través de sus

orientaciones, pude identificar muchos aspectos de mi patología espiritual.


Porque había perdido toda noción de buen trato conmigo mismo. Una

autoestima que se presentaba vinculada a esa sucesión de premoniciones, en

sueños y en realidad. De tal manera que el desequilibrio se había

profundizado. La esquizofrenia me estaba matando. Aunque, aún ahora está

conmigo, la he logrado aislar; pero sigue ahí latente; al acecho; dispuesta a

manifestarse en cualquier momento y/o en cualquier acción. Menciono,

además, aunque de manera un tanto tardía, la ayudantía fraternal y

desinteresada de Edison y su compañera; a quienes les debo la solidaridad.


Y, el regreso a mi actividad laboral, se produjo, una vez superadas estas

inmensas dificultades. Otros compañeros y otras compañeras. Un desafío:

demostrar mi entereza y dedicación al trabajo. Lo fui logrando. En esto


influyeron quienes estuvieron conmigo en esa ya lejana época.

Y también se produjo el regreso a la actividad sindical y al compromiso de


vida con todos y con todas que lo requirieron. Volví a asumir esa posición que
siempre me ha identificado. Es decir, ofrecer alternativas de solución y el

acompañamiento en cualquier tipo de situación, por azarosa o difícil que


pudiera ser. Y no es una expresión ególatra. Es, simplemente vaciar en blanco

y negro mi actuación; sin que cuente en ningún momento la preocupación por


lo que puedan decir o cuestionar mis contradictores y contradictoras.
Simplemente, es la notificación de haber estado ahí, al servicio de quien o

quienes lo necesiten.
Mi actividad por ese entonces, estoy hablando de la década noventa, se

desenvolvía de manera no contestataria; a pesar de que me correspondió

enfrentar a personas que llegaron a la Universidad Nacional de Colombia,

creyendo que nuestra alma Mater nació cuando ellos y ellas llegaron. Era la
época del modelo de apertura económica como parte del programa de

gobierno del señor presidente César Gaviria. A propósito, de neoliberalismo,

me permito transcribir un documento que produje recientemente; pero que

define mi interpretación en ese entonces.

Como se desprende del documento transcrito, mi desenvolvimiento estaba

motivado y soportado en una visión universal de los insumos proporcionados

por lo que se ha dado en denominar la modernización de los estados y la

pretensión de ejercer, por parte de los países centro-poder, una dominación


cada vez más profunda. Ubicándonos en posiciones de indefensión; con el

beneplácito y la complicidad de sucesivos gobiernos.

Esta era el caso, al comienzo de la década noventa, de Colombia. El


presidente César Gaviria Trujillo, presentó su programa de gobierno, anclada

en el contexto de esa modernización. Por lo tanto, se implementaron una serie


de normas que tenía como soporte el rol de Colombia, como país que avalaba
los procedimientos y lineamientos teóricos de la denominada Escuela de

Chicago. Uno de los aspectos más relevantes tenía que ver con la privatización
de las entidades y empresas públicas. El argumento central, estaba del lado de

la supuesta ineficiencia e ineficacia.


Es apenas obvio que ha habido y hay, una tendencia que reclama la
necesidad de trascender el modelo monopolista de Estado que guiaba el

quehacer de muchas entidades públicas y/o empresas de economía mixta que


atendía, o atienden la prestación de servicios públicos y el control sobre

determinadas áreas del mercado de bienes.

Pero el problema no se podía enfrentar por la vía de privatizarlas. Más aún,

cuando esos procesos de privatización estaban (y están ahora) soportados en


expresiones de ese modelo económico. Porque, el neo-liberalismo es una

posición de regreso a las expresiones que le confían a los mecanismos de

mercado abierto, la posibilidad del desarrollo económico y político. Una

manera nueva de validar las opciones propias del capitalismo que no reconoce

límites a la hora de profundizar el dominio. Para ese modelo y para sus

ejecutores, aspectos como los relacionados con la teoría del Estado social de

derecho y, colateralmente, con los elementos mínimos de la solidaridad y de la

atención a las necesidades básicas de los habitantes no beneficiarios de la


economía y de sus expresiones de ganancia plusválica

La contradicción fundamental, en ese entonces (y aún ahora), tenía y tiene

que ver con el hecho de la aprobación de la Reforma Constitucional de 1991;


en la cual aparece como premisa la categorización del Estado como garante en

el cumplimiento de la razón de ser de su intervención; en términos de la


noción de derecho y de sociedad.
Lo anterior explica la ofensiva que se ha desatado en contra de los

beneficios derivados de la Constitución Política.


Ahora bien, en el caso de nuestra Universidad Nacional de Colombia, el

grupo de dirección administrativa que accedió al poder comenzó la


implementación de ese modelo económico. Aquí se expresaron, en
consecuencia, las mismas opciones que se impusieron en las diferentes

entidades públicas y en las empresas industriales y comerciales del Estado.


Paralelo a ese proceso de implementación, se discutía alrededor de la

reglamentación de la Ley 30 de 1992, que derivó en la aprobación del Decreto

especial reglamentario, conocido como el 1210 de 1992. Asimismo, se

discutía el proyecto de ley que derivó en la expedición de la Ley 100 de 1993.


Había que enfrentar esos hechos. Y yo lo hice; en contravía de muchos y de

muchas dirigentes sindicales en la Universidad Nacional de Colombia. Uno de

los primeros eventos, en esa perspectiva, tuvo que ver con el Congreso

Universitario para la discusión de los proyectos existentes hasta ese momento.

Es importante resaltar que se convocaron a diferentes personas, entre ellas al

rector en ese entonces (profesor Antanas Mockus) y uno de los ex – rectores.

A más de activistas y dirigentes sindicales. Vale la pena resaltar que el evento

fue boicoteado por parte de algunos de los asistentes. Concretamente,


directivos del sindicato en la Sede de Medellín; con el argumento de que

estábamos validando la gestión del rector y de administraciones anteriores.

También impulsé, en mi condición de representante de los empleados ante


el Consejo de Sede de lo que era en ese entonces Caja de Previsión Social, un

evento al cual fueron convocados y convocadas a diferentes activistas,


ponentes, defensores (as) y contradictores (as) del proyecto de ley de reforma
a la seguridad social. Y que, insisto en ello, derivó en lo que sería la Ley 100

de 1993. Todo esto, en la intención de promover el conocimiento de causa y


fortalecer, por esa vía, la confrontación respetuosa, pero enérgica; y no con la

simple retórica insultante y de analfabetismo político y social.



Escenario 15

Hacía mucho tiempo que mi horizonte se venía desdibujando. Lo digo,

porque sentía de manera plena la soledad en mi intervención. Tal vez es el


precio que corresponde pagar por asumir posiciones no coincidentes con las de

la mayoría. Se presentaba, otra vez, la constante que he narrado desde mi

nacimiento: la contracorriente. Se va desgastando el espíritu, de tanto forzar a

la vida. Había dejado atrás, si alguna vez la tuve, la certeza facilista. Aquella

que, simplemente, invita a dejar de lado el apasionamiento y el rigor que

requiere la actuación de fondo; desafiando íconos y proponiendo alternativas

en consecuencia con los soportes teóricos y de humanidad.

Sobra decir, por lo escrito hasta aquí, que cada paso, cada día, cada opción,
las fui asumiendo en la verticalidad que siempre me ha acompañado. Pero que,

ahora, se hacía mucho más exigente y, por lo mismo, más desafiante. Ha sido

lo que podría llamarse “un estilo de vida”. Estilo que me ubica, de manera
constante, en un sujeto herético. Es apenas obvio suponer el esfuerzo que esto

reclama. Porque, ahí en esa manera de vivir la vida; se pone en juego la misma
existencia. No tanto porque pueda darse la muerte física, por tristeza y por
soledad; sino porque el sentido de vida debe tener siempre una posibilidad que

le es inherente. Es decir, aquellas expresiones y aquellos énfasis que, a veces,


son esquivos.

En consecuencia, fui delineando una intervención a solas; aun estando con


otros y con otras. Porque, la soledad no es otra cosa que estar inmerso en
determinada acción sin compañía. Soledad es cuando se siente que el universo
de opciones que están circundantes, son ajenas. Que lo mío es otra cosa. Que

el compromiso me va cautivando y me sitúa en posición de no regreso. Algo


así como entender, a cada momento, que la suerte está echada. Y que no existe

nada diferente a un laberinto, en veces, inhóspito. Otras veces, simplemente,

lleno de vulneraciones.

Y no es que haya existido o exista una propuesta que ubica a los otros y a
las otras como responsables de mi soledad, o de mis visiones enfermizas; o de

las situaciones de profundo malestar espiritual. No es eso. Lo que pasa es que

no puedo hacer alusión a mí mismo y a mis laceraciones, sin contextualizar;

sin exhibir ese soporte de las acciones únicas, sean o no aceptadas por los y las

demás.

Y volvió el aturdimiento. Mi estadía en Leticia, se expresó de la manera en

que se tenía que expresar. Porque, venía un acumulado de afugias inherentes a

la constante huida de los acechos. Las premoniciones volvieron a ser lugar


común. Premoniciones que provocaron otra crisis. Esta vez, de tanta

profundidad, que se produjo el extravío casi absoluto.

Ya no era, solamente, eso que va y viene y que me situaba en condiciones


de debilidad simple. Ahora se manifestaba la debilidad compleja. En unas

sumatorias que incluían esos acumulados; pero que además incluían una
sinrazón que me iba invadiendo. Un alejar de lo real, por la vía más
angustiante. Por la vía de no reconocerme como sujeto válido, conciente. Y, a

pesar de que solo se produjo una reclusión transitoria, los agregados de


malestar espiritual, fueron mucho más asfixiantes. Simplemente, estuvo en

juego lo que era y lo que eran mis hijos y mi hija; y lo que era Estela, como
mujer cercana y que amaba y amo.
De regreso a Bogotá, se reiteró la actitud solidaria de los amigos más

cercanos en ese momento. Jorge Luis Villada, Moisés Almanza; Víctor Daza;
Alfredo Peña; María Teresa. Sin ellos y ellas no hubiera sido posible sortear de

manera digna esa crisis. Y, es oportuno y válido decirlo, con el

acompañamiento del médico que me atendió. Con él, a través de sus

orientaciones, pude identificar muchos aspectos de mi patología espiritual.


Porque había perdido toda noción de buen trato conmigo mismo. Una

autoestima que se presentaba vinculada a esa sucesión de premoniciones, en

sueños y en realidad. De tal manera que el desequilibrio se había

profundizado. La esquizofrenia me estaba matando. Aunque, aún ahora está

conmigo, la he logrado aislar; pero sigue ahí latente; al acecho; dispuesta a

manifestarse en cualquier momento y/o en cualquier acción. Menciono,

además, aunque de manera un tanto tardía, la ayudantía fraternal y

desinteresada de Edison y su compañera; a quienes les debo la solidaridad.


Y, el regreso a mi actividad laboral, se produjo, una vez superadas estas

inmensas dificultades. Otros compañeros y otras compañeras. Un desafío:

demostrar mi entereza y dedicación al trabajo. Lo fui logrando. En esto


influyeron quienes estuvieron conmigo en esa ya lejana época.

Y también se produjo el regreso a la actividad sindical y al compromiso de


vida con todos y con todas que lo requirieron. Volví a asumir esa posición que
siempre me ha identificado. Es decir, ofrecer alternativas de solución y el

acompañamiento en cualquier tipo de situación, por azarosa o difícil que


pudiera ser. Y no es una expresión ególatra. Es, simplemente vaciar en blanco

y negro mi actuación; sin que cuente en ningún momento la preocupación por


lo que puedan decir o cuestionar mis contradictores y contradictoras.
Simplemente, es la notificación de haber estado ahí, al servicio de quien o

quienes lo necesiten.
Mi actividad por ese entonces, estoy hablando de la década noventa, se

desenvolvía de manera no contestataria; a pesar de que me correspondió

enfrentar a personas que llegaron a la Universidad Nacional de Colombia,

creyendo que nuestra alma Mater nació cuando ellos y ellas llegaron. Era la
época del modelo de apertura económica como parte del programa de

gobierno del señor presidente César Gaviria. A propósito, de neoliberalismo,

me permito transcribir un documento que produje recientemente; pero que

define mi interpretación en ese entonces.

Escenario 15

Hacía mucho tiempo que mi horizonte se venía desdibujando. Lo digo,

porque sentía de manera plena la soledad en mi intervención. Tal vez es el


precio que corresponde pagar por asumir posiciones no coincidentes con las de

la mayoría. Se presentaba, otra vez, la constante que he narrado desde mi

nacimiento: la contracorriente. Se va desgastando el espíritu, de tanto forzar a

la vida. Había dejado atrás, si alguna vez la tuve, la certeza facilista. Aquella

que, simplemente, invita a dejar de lado el apasionamiento y el rigor que

requiere la actuación de fondo; desafiando íconos y proponiendo alternativas

en consecuencia con los soportes teóricos y de humanidad.

Sobra decir, por lo escrito hasta aquí, que cada paso, cada día, cada opción,
las fui asumiendo en la verticalidad que siempre me ha acompañado. Pero que,

ahora, se hacía mucho más exigente y, por lo mismo, más desafiante. Ha sido

lo que podría llamarse “un estilo de vida”. Estilo que me ubica, de manera
constante, en un sujeto herético. Es apenas obvio suponer el esfuerzo que esto

reclama. Porque, ahí en esa manera de vivir la vida; se pone en juego la misma
existencia. No tanto porque pueda darse la muerte física, por tristeza y por
soledad; sino porque el sentido de vida debe tener siempre una posibilidad que

le es inherente. Es decir, aquellas expresiones y aquellos énfasis que, a veces,


son esquivos.

En consecuencia, fui delineando una intervención a solas; aun estando con


otros y con otras. Porque, la soledad no es otra cosa que estar inmerso en
determinada acción sin compañía. Soledad es cuando se siente que el universo
de opciones que están circundantes, son ajenas. Que lo mío es otra cosa. Que

el compromiso me va cautivando y me sitúa en posición de no regreso. Algo


así como entender, a cada momento, que la suerte está echada. Y que no existe

nada diferente a un laberinto, en veces, inhóspito. Otras veces, simplemente,

lleno de vulneraciones.

Y no es que haya existido o exista una propuesta que ubica a los otros y a
las otras como responsables de mi soledad, o de mis visiones enfermizas; o de

las situaciones de profundo malestar espiritual. No es eso. Lo que pasa es que

no puedo hacer alusión a mí mismo y a mis laceraciones, sin contextualizar;

sin exhibir ese soporte de las acciones únicas, sean o no aceptadas por los y las

demás.

Y volvió el aturdimiento. Mi estadía en Leticia, se expresó de la manera en

que se tenía que expresar. Porque, venía un acumulado de afugias inherentes a

la constante huida de los acechos. Las premoniciones volvieron a ser lugar


común. Premoniciones que provocaron otra crisis. Esta vez, de tanta

profundidad, que se produjo el extravío casi absoluto.

Ya no era, solamente, eso que va y viene y que me situaba en condiciones


de debilidad simple. Ahora se manifestaba la debilidad compleja. En unas

sumatorias que incluían esos acumulados; pero que además incluían una
sinrazón que me iba invadiendo. Un alejar de lo real, por la vía más
angustiante. Por la vía de no reconocerme como sujeto válido, conciente. Y, a

pesar de que solo se produjo una reclusión transitoria, los agregados de


malestar espiritual, fueron mucho más asfixiantes. Simplemente, estuvo en

juego lo que era y lo que eran mis hijos y mi hija; y lo que era Estela, como
mujer cercana y que amaba y amo.
De regreso a Bogotá, se reiteró la actitud solidaria de los amigos más

cercanos en ese momento. Jorge Luis Villada, Moisés Almanza; Víctor Daza;
Alfredo Peña; María Teresa. Sin ellos y ellas no hubiera sido posible sortear de

manera digna esa crisis. Y, es oportuno y válido decirlo, con el

acompañamiento del médico que me atendió. Con él, a través de sus

orientaciones, pude identificar muchos aspectos de mi patología espiritual.


Porque había perdido toda noción de buen trato conmigo mismo. Una

autoestima que se presentaba vinculada a esa sucesión de premoniciones, en

sueños y en realidad. De tal manera que el desequilibrio se había

profundizado. La esquizofrenia me estaba matando. Aunque, aún ahora está

conmigo, la he logrado aislar; pero sigue ahí latente; al acecho; dispuesta a

manifestarse en cualquier momento y/o en cualquier acción. Menciono,

además, aunque de manera un tanto tardía, la ayudantía fraternal y

desinteresada de Edison y su compañera; a quienes les debo la solidaridad.


Y, el regreso a mi actividad laboral, se produjo, una vez superadas estas

inmensas dificultades. Otros compañeros y otras compañeras. Un desafío:

demostrar mi entereza y dedicación al trabajo. Lo fui logrando. En esto


influyeron quienes estuvieron conmigo en esa ya lejana época.

Y también se produjo el regreso a la actividad sindical y al compromiso de


vida con todos y con todas que lo requirieron. Volví a asumir esa posición que
siempre me ha identificado. Es decir, ofrecer alternativas de solución y el

acompañamiento en cualquier tipo de situación, por azarosa o difícil que


pudiera ser. Y no es una expresión ególatra. Es, simplemente vaciar en blanco

y negro mi actuación; sin que cuente en ningún momento la preocupación por


lo que puedan decir o cuestionar mis contradictores y contradictoras.
Simplemente, es la notificación de haber estado ahí, al servicio de quien o

quienes lo necesiten.


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Notes
[←1]
Castells, Manuel; “Movimientos sociales urbanos”. Siglo XXI Editores, segunda edición en
español, 1976, página 5
[←2]
Dolleans, Eduard. “Historia del movimiento obrero, primer tomo; sexta edición, 1957.
[←3]
Palabras del presidente del Tribunal de Valenciennes. Citado en la obra citada de Eduard Dolleans,
página 71.
[←4]
“Las mujeres y el periodismo en Colombia”, investigación compartida.

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