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El hombre callado

Aquella noche, los sentimientos de Ernesto se desbordaron en sus versos y a medida que
avanzaba, su mano se iba callando, se iba callando, se iba callando.

<<De lunes a domingo te esperaré, de lunes a domingo te escribiré, de lunes a domingo te


recibiré>> dijo el verso zollipando, se iba callando.

<<De lunes a sábado te esperaría, de lunes a domingo te escribiría, de lunes a sábado te recibiría>>
dijo el verso sollozando, se iba callando.

<<De lunes a viernes te esperaba, de lunes a viernes de escribía, de lunes a viernes te recibía>> dijo
el verso gimoteando, se iba callando.

<<De lunes a jueves te espero, de lunes a viernes te escribo, de lunes a viernes te recibo>> dijo el
verso llorando, se iba callando.

<<De lunes a miércoles te esperé, de lunes a miércoles de escribí. De lunes a viernes te recibí>> dijo
el verso lamentando, se iba callando.

<<De lunes a martes esperar, de lunes a martes escribir, de lunes a martes recibir>> dijo el verso
olvidando, se iba callando.

<<De lunes a … ¿qué lunes? ¿qué martes? ¿Qué miércoles? ¿qué jueves? ¿qué viernes? ¿qué
sábado? ¿qué domingo?>> dijo el verso… ¿qué verso? ¿Qué esperar? ¿qué escribir? ¿qué recibir?,
se calló.

Frustrado, Ernesto arrancó la hoja, la engurruñó y la tiro al cesto, pero para su sorpresa no entró,
pues, está ya estaba repleta de todas sus frustraciones anteriores y se durmió.

A la mañana siguiente se despertó con una vibración en su bolsillo, lo saco, y lo vio, una diminuta
ventana de su pequeño portátil se asomaba y lo bendecía con su: <<Hola, buenos días>> y
animado se levantó, se alistó y salió a la calle, archivando así, el mensaje para responderlo más
tarde.

Al caer la noche, Ernesto volvió a su hogar, entró a su cuarto y lo sintió, en su bolsillo unos
carnavales de sonidos salieron, desde chiflidos hasta vibraciones y timbres de puerta, el carnaval
se hacía presente ahí. Emocionado, preparó el teclado y al ritmo de un pianista tocó sus clásicos
“excelente, ¿y tú?” “muy bien” “¿Cómo te fue?” y culminando siempre la velada con sus “hasta
mañana” y “que descanses” él se dormía.

Una mañana mientras se alistaba y archivaba sus mensajes como siempre, Ernesto notó que le
hacía falta algo y se devolvió dejando la puerta abierta, al encontrar su artículo él salió, pero una
brisa fuerte sopló y le cerró la puerta con brusquedad, machucando así, los dedos que apenas se
podían reconocer de él.

Un grito fuerte, una sirena médica y una cirugía, era inevitable, las manos ruidosas de Ernesto, se
habían callado para siempre.
Al volver a casa, el carnaval de su bolsillo volvió a sonar, pero esta vez, la fiesta había acabado para
Ernesto, pues, incapacitado de por vida, con apenas tres pares de dedos por mano, con
movimientos pocos hábiles renunció a sus ruidosas conversaciones nocturnas.

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