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El poder del miedo.

¿Dónde guardamos nuestros temores


cotidianos?

Jorge L. Tizón
ISBN: 978-84-9743-460-7
368 páginas
noviembre 2011
Rústica con solapas
15 x 24 cm
Nº Colección: 11

El miedo se ha convertido en uno de los sentimientos dominantes en la sociedad actual. Tanto


el temor que nace de las circunstancias colectivas (calamidades climatológicas, guerras o crisis
económicas galopantes) como el que surge de nuestro interior, especialmente del cerebro
(fobia, ansiedad, terror, angustia, pánico, incertidumbre). Además, la creciente influencia de los
medios de comunicación de masas sobre nuestra conducta provoca que los temores queden
multiplicados y nos aparezcan más terribles de lo que en realidad son. El profesor Tizón aborda
en el presente libro, de manera rigurosa pero comprensible para cualquier lector, la naturaleza
y el poder del miedo. Intenta situar cada uno de los temores en su contexto justo, para mostrar
dónde guardamos nuestros miedos y tratar de explicarnos cómo gestionarlos en nuestra vida
cotidiana. Una vez identificados, pueden perder fuerza y, sobre todo, pueden quedar atenuados
o neutralizados por terapias y enfoques basados en la inteligencia emocional. Con bisturí
preciso, el doctor Tizón describe y pone las bases para que cada persona pueda vivir sin
miedo.

Jorge L. Tizón. Doctor en Medicina por la Universidad de Barcelona, es psiquiatra en atención


primaria, psicoanalista y neurólogo. Dirige equipos de investigación y ha sido distinguido con el
Premio de Excelencia en calidad en Psiquiatría y Salud Mental (2009), la Mención Honorífica
de reconocimiento de méritos “como pionero en el trabajo y la investigación sobre mental y
migraciones” (2010) y el Premio a la Excelencia profesional del Colegio de Médicos de
Barcelona (2010). Entre sus publicaciones, destacan los títulos: Protocolos y programas
elementales para la atención primaria a la salud mental (Herder, 1997), El humor en la relación
asistencial (Herder, 2006) y Psicoanálisis, procesos de duelo y psicosis (Herder, 2007).

En su librero o en www.edmilenio.com
(Sigue una selección de las primeras páginas….)

 
ÍNDICE

Introducción ............................................................................................................... 11
Temores campestres............................................................................................ 11
Temor en la ciudad.............................................................................................. 14
Miedo y terror en el mundo actual............................................................. 18

C apítulo 1. Sobre la emoción y el poder de la emoción


en la vida cotidiana de los humanos actuales........................................ 27
Unas ideas básicas sobre las emociones y los senti-
mientos...................................................................................................................... 27
¿Cuántas emociones hay?................................................................................. 34
Las emociones básicas: ¿resultados de la genética o
resultados de la cultura? ..............................................................................40
Las emociones y los sentimientos en nuestra vida co-
tidiana........................................................................................................................ 43
¿Las emociones nos desarrollan?: sobre el lugar de la
emoción en la psicología y la psicopatología del desa-
rrollo humano 49

Capítulo 2. Un gran perseguidor: el miedo........................................................ 61


¿Qué es el miedo? Fenomenología del miedo....................................... 61
Introducción a la psicología y la fisiología del miedo........................... 69
¿Cómo se produce el miedo?......................................................................... 77
La psicología de la génesis del miedo........................................... 77
Neurobiología del miedo...................................................................... 86

C apítulo 3. Pero el miedo no es solo un perseguidor. El


valor (adaptativo y psicológico) del miedo.............................................. 101
¿Para qué vale el miedo? Una emoción necesaria................................ 101
¿Pensamos en el miedo? La inteligencia emocional
del miedo ............................................................................................................... 105
Miedo y teoría del apego................................................................................. 115

7
Neurobiología y etología del apego, de la identidad
y de su relación con los miedos................................................................... 123
Nuestros miedos de cada día. Cómo influye el mie-
do en nuestra vida cotidiana.......................................................................... 136

Capítulo 4. Psicodinamia del miedo....................................................................... 145


¿Qué nos pasa cuando sentimos miedo?.................................................. 147
Miedo y capacidades adaptativas y personales...................................... 148
Miedo, mecanismos de defensa y procesos elabora-
tivos
.......................................................................................................................... 150
Miedo, yo e identidad (sentido de sujeto)................................................ 158
Miedo, mundo interno, objetos internos................................................... 163
Psicodinamia del miedo e historia personal............................................. 163
Claustrofilia y claustrofobia, continente y contenido........................... 167

Capítulo 5. Miedos patológicos. Temores y fobias........................................... 171


Miedo y ansiedad normales, miedo y ansiedad pato-
lógicos........................................................................................................................ 171
Los trastornos mentales dominados por el miedo:
crisis de angustia, fobias, “ataques de pánico”, soma-
tizaciones, hipocondría, fobia social, delirio paranoi-
de, esquizoidia ............................................................................................. 173
Las fobias ....................................................................................................... 176
Fobias “delimitadas” o “específicas”................................................... 176
La agorafobia: el “miedo a tener miedo”....................................... 180
Una introducción psico(pato)lógica....................................... 180
Definición y caracterización de los miedos pato-
lógicos según la psicopatología “basada en la
da en la relación”........................................................................... 183
Una idea sintética sobre el origen psicológico de la
relación fóbico-evitativa ........................................................................... 203

C apítulo 6. Nuestros nuevos miedos: los temores en una


sociedad líquida..................................................................................................... 209
Los miedos como construcciones socioculturales.................................. 209
Miedos modernos y “cultura del miedo”.................................................... 218
El miedo a la muerte.............................................................................. 218
Guerras, terrorismo, miedo................................................................... 227

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La catástrofe imper fecta, la inseguridad produ-
cida por la cultura del miedo y el miedo a la in-
seguridad
............................................................................................. 235
Una versión terrorista de la globalización.................................... 245
El miedo a la verdad............................................................................... 253
El miedo crónico en las situaciones sociales:
acoso escolar, acoso en el trabajo, violencia de
género............................................................................................................ 257
El miedo a la enfermedad y su consecuencia “mo-
derna”: la medicalización de la vida cotidiana............................ 261
El miedo a la privacidad/intimidad y el miedo
a perderlas................................................................................................... 269
El miedo a la relación humana directa.......................................... 273
El miedo al extraño y el chauvinismo............................................ 276
El miedo al más allá y a los seres del más allá.............................. 279
El miedo a la pérdida de control y a la locura............................. 280
Temerosos del mundo, uníos.............................................................. 286

Capítulo 7. ¿Qué hacer con “nuestros miedos de cada día”?......................... 295


Valentía y cobardía............................................................................................... 295
Cuidados corporales, somáticos..................................................................... 299
Cuidados psicológicos......................................................................................... 302
Medios relacionales para afrontar nuestros miedos............................. 305
Atacando al miedo: sistemas de afrontamiento o “ataque”................. 307
Técnicas personales idiosincráticas para combatir los
propios miedos ............................................................................................. 309
Prevención “primaria”. ¿Se puede prevenir el desarro-
llo de los miedos primitivos o la aparición de nuevos
miedos?..................................................................................................................... 310
Prevención terciaria. ¿Qué hacer en el día a día con
las fobias, con los miedos patológicos ya instalados?......................... 313

Capítulo 8. ¿Qué hacer con nuestros miedos “patológicos”?...................... 317


El peligro de la profesionalización abusiva del cui-
dado de las fobias o miedos patológicos................................................. 317
Terapias psicológicas de los miedos patológicos y
fobias
.................................................................................................................. 319

9
Terapias psicodinámicas o psicoanalíticas..................................... 322
Terapias conductuales o conductistas............................................. 324
Terapias cognitivo-conductuales........................................................ 326
Terapias biológicas de los miedos patológicos y de las
fobias
.................................................................................................................. 331
Problemas técnicos en estos tratamientos................................................ 336
Principios para el tratamiento integral de los pacien-
tes con fobias y miedos patológicos........................................................... 341
Un protocolo o guía clínica para el tratamiento inte-
gral de los miedos patológicos o fobias.................................................... 348

Epílogo .......................................................................................................................... 355


Bibliografía y otras fuentes ........................................................................... 361
Páginas web ........................................................................................................ 361
Bibliografía básica utilizada.............................................................................. 363
Otra bibliografía utilizada ................................................................................ 364

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Introducción

El viajero que camina en la oscuridad,


rompe a cantar para ahuyentar sus temores,
mas no por ello ve más claro.
Sigmund Freud1

Temores campestres
Estamos en el campo, en un paisaje de vacaciones o, sim-
plemente, en un paisaje de fin de semana. Ya al atardecer, de
vuelta de una agradable merienda campestre, uno de los niños
se cae y se hace una rozadura, en apariencia leve... Pero entre
el tiempo dedicado a consolarle, curarle y volverle a animar para
que camine, se nos ha pasado más de una hora... Los otros,
nuestros acompañantes, han “tirado para adelante”, tal como les
hemos dicho y, probablemente, ya estarán de vuelta al albergue...
Pero nos hemos entretenido demasiado y empieza a hacerse obs-
curo... Comprobamos con temor que ya no se ve nada dentro
del bosque, aunque el camino, ancho y terroso, sigue teniendo
perfecta visibilidad... Tras el aviso de una pequeña opresión en
el pecho, animamos al niño a que camine más deprisa, “para
que no se nos haga de noche”. De entrada, no parece asustarse
de la situación.
Pero el albergue está más lejos de lo que creíamos, de lo
que habíamos pensado. Ya deberíamos estar viendo sus luces
y no aparecen... En vez de ello, ahora ya los árboles proyectan
sobre el camino sombras que cada vez parecen más largas y
obscuras... Y si vemos alguna luz, en realidad lo que hace es
deslumbrarnos e impedirnos ver el camino durante interminables
segundos, que nos parecen minutos... Volvemos a caminar más
deprisa al tiempo que observamos que el niño tiene el rostro
tenso. Debe estar asustado, lo cual no hace sino aumentar

1.  Freud, S. Inhibición, síntoma y angustia. En Obras Completas de Sigmund Freud,


volumen 11. Barcelona: Biblioteca Nueva (traducción de Luis López-Ballesteros), 1980.

11
nuestros temores: ¿Y si ahora se pone a llorar desconsolado, o
es presa del pánico, o no quiere caminar más?...
Intentamos apretar un poco más el paso, pero ni nosotros ni
el niño podemos hacerlo... Ahora comenzamos a notar nuestra
propia respiración, al tiempo que la tensión ya no se ve en el
rostro del niño, sino que la notamos en nuestra nuca. Comien-
za a faltarnos el aire para el ritmo al que queremos caminar...
Sentimos que no podemos respirar bien, que “nuestros pulmones
no dan para más”, que se nos entrecorta en ocasiones la respi-
ración... El niño comienza a hipar y a gemir de vez en cuando,
al tiempo que intenta seguir nuestro ritmo de marcha, lo que,
evidentemente, no puede. En algún momento, nos damos cuenta
con horror que hemos tirado de su mano demasiado fuertemente,
con rigidez. Podemos estar haciéndole daño o asustando... Noto
que el corazón comienza a latirme más y más deprisa. Intento
oír la carretera, los automóviles pasando por la carretera, que
sé que está abajo, y lo único que oigo, incluso con un terrible
eco, es el sonido de nuestros propios pasos y mil sonidos del
bosque que hasta entonces no había notado. Eso, si nos estamos
quietos; pero no podemos. Cada vez estamos más asustados:
noto una sensación de vacío en el estómago, como de hambre y
enseguida volvemos a caminar. Nuevamente, el sonido de nues-
tros pasos retumba en mis oídos y en mi cabeza. Pienso que es
un camino de tierra, alfombrado por las hojas secas además, e
intento reírme de mi propia percepción, de mí mismo... Pero no
puedo, no tengo humor para ello. La ansiedad y el temor me
dominan y no me dejan ni reírme de mí mismo, un sistema
que utilizo en ocasiones cuando tengo que pasar algún tipo de
peligro visible pero no evitable...
Ahora el camino a veces no se percibe y, desde luego, no
se ven sus baches y recovecos... Es verdad que es de noche,
pero siento como si mi visión hubiera empeorado rápidamente,
como si viera peor de lo habitual a estas horas. Por ejemplo, la
obscuridad se hace más y más invasora y en algún momento
no logro ni leer la esfera fosforescente de mi reloj. Tropezamos
en más de una ocasión. El niño, al que ahora llevamos de
la mano, gimotea... Querríamos ir más deprisa y no debemos
hacerlo, lo cual aumenta nuestra sensación de tensión interna.
Al estar muscularmente en tensión, notamos menos la rapidez
de nuestra marcha, pero estamos un poco menos ágiles, más

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rígidos y torpes, y tropezamos con cierta frecuencia. Pero es que,
además, estamos pensado en qué sentirán los que nos esperan,
su preocupación, su propia tensión, su temor a que nos haya
pasado algo, a que le haya pasado algo al niño... Al tiempo, lo
que me horroriza, es una sensación de dificultad de pensar, de
cierto grado de “torpeza mental”, que me está invadiendo. Temo
pues que nos perdamos, y lo temo más, mucho más, porque yo
soy el supuesto “guía” de la caminata diurna que se ha conver-
tido en nocturna.
Un nuevo tropezón y casi tengo que ahogar el grito en la
garganta. Un grito que primero es de miedo, claramente, pero que
luego se convierte en rabia. El corazón me late tan fuerte que
“parece que se me va a salir del pecho”... Me doy cuenta de que
estoy respirando mucho más rápido de lo habitual, con la boca
abierta, que mi garganta está seca y que, cuando intento decir
algo, las primeras palabras me vienen secas y entrecortadas a la
boca, como si la lengua no me obedeciera... Mis acompañantes
parece que se asustan aún más al notarlo. Con lo cual, intento
disimular, ponerme más erguido, aparentar seguridad y firmeza,
mientras noto que tengo la camiseta empapada por el sudor...
En más de un momento me culpo por mi torpeza, por
haberme distraído y habernos entretenido demasiado. En otros
momentos, siento enfado contra el niño, que nos ha puesto en
esta situación (¡y ahora se queja!), y en otros, ira, casi rabia
contra los compañeros, que bien podían habernos esperado en
alguna de las revueltas del camino, ahora tan tenebrosas...
De repente, justo en una de las revueltas tenebrosas, vis-
lumbramos al fondo la luz del albergue. Sacudimos la mano
del niño demasiado bruscamente al decírselo, con la carga de
tensión acumulada. De entrada, el niño se sorprende. Pero luego
volvemos a ver las luces del albergue, amplias y deslumbrantes
como faros. Un poco más allá, el camino se amplía, se ensan-
cha, y aparecen al fondo los álamos que dan entrada al paseo,
junto con las hermosas farolas modernistas de la entrada. Aho-
ra sentimos que respiramos ya más lentamente, aunque muy
profundo, tal vez con algún suspiro. El niño también suspira e
hipa, mientras nos mira con preocupación, como si a quien le
fuera a pasar algo fuera a nosotros, a los adultos...
Al entrar en el albergue, rompemos a sudar copiosamente, a
pesar de que ya es de noche y no hace tanto calor... Nos sen-

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timos enormemente cansadas, de forma desproporcionada para
el ejercicio realizado. También notamos un cierto malhumor,
una cierta ira que se nos engancha allá dentro, en la boca del
estómago y en los intestinos... Dejamos al niño con su madre
y, de bastantes malas maneras, decimos a los amigos que an-
tes de cenar tenemos que ducharnos, con la esperanza de que
la ducha alivie la tensión que aún notamos en nuestro cuello,
en nuestras piernas, en nuestra respiración, en nuestra mente...

Temor en la ciudad
Estamos de viaje en una ciudad del sur. Hoy queremos visitar
uno de sus monumentos más apreciados, una verdadera joya
de la cultura, declarado patrimonio de la humanidad. O sea,
que, como estamos en primavera avanzada y esperamos calor,
nos hemos levantado temprano y, caminando, hemos ido hacia
allá. Al aproximarnos, vemos que, para llegar a los edificios
principales, hay que subir una cuesta bordeada por frondosos
árboles que hace una curva como a trescientos metros de donde
estamos para ganar altura progresivamente... Algunos turistas y
taxis están empezando a subir ya, a pesar de lo temprano de
la mañana. Sin embargo, todavía hay períodos de tiempo largos
en los cuales no sube nadie, ni en automóvil ni en autobús.
Desde luego, nadie pasa caminando, pero hemos venido para
subir caminando. El paisaje es hermosísimo, la sombra de los
plátanos y acacias, espesa y fresca, la mañana brillante...
Sin dudarlo, comenzamos a subir... Hablamos distraídamen-
te mientras aspiramos los variados perfumes de los árboles y
arbustos del sur...
Sin embargo, en un determinado momento, me parece ver a
dos personas justo entre los árboles de la curva, unos doscientos
metros más allá... Algo me ha llamado la atención en ellos y,
enseguida, me doy cuenta que ha sido sus furtivos y rápidos
movimientos, como para ocultarse tras los troncos... Sin decir
nada, me pongo alerta, mirando hacia allá por el rabillo del ojo,
como descuidadamente (cuando, en realidad, estoy comenzando
a sentir cuidado, preocupación). En un determinado momento,
veo sus rostros y parte de su torso entre los troncos, mirando
hacia nosotros... Al volver abiertamente la cabeza hacia allá,
ellos vuelven a esconderse rápidamente.

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“El corazón me da un vuelco”. Noto la tensión de mis bra-
zos y mi cuello... Interpreto que nos están esperando allá para,
en la soledad del paseo a esas horas, asaltarnos y robarnos. Me
preocupo por mi pareja y por mí, pero sobre todo por ella. Ahora
no se les ve, a pesar de que aguzo la vista, mientras una serie
de alocadas imágenes de asaltos y apuñalamientos me viene de
repente a la mente...
Intento calmarme, darme a mí mismo explicaciones tranqui-
lizadoras, y, mientras lo hago, aprovecho para mirar alrededor,
buscando una vía de salida... A la izquierda sale un sendero,
que se adentra entre los árboles, subiendo más directamente a
la explanada de los edificios... Por un momento, pienso si pode-
mos aprovechar nuestra forma física para subir (¿o trepar?) por
él... En seguida, desestimo la idea, pues nos llevaría a lugares
todavía más desconocidos, tal vez recónditos y solitarios... Me
viene a la cabeza una imagen de una serie de televisión, con los
despojos de dos personas hallados entre el bosque... Seguimos
acercándonos, ahora ya más lentamente: veo que mi pareja, sin
decir yo nada, se ha puesto en guardia. También camina más
lentamente, en actitud expectante y tensión... Para no aumentar
la ansiedad en un momento difícil, le digo lo que he visto y que
me estoy planteando qué hacer. Imagino entonces una lucha “a
brazo partido”, cuerpo a cuerpo, con los dos individuos, con la
clara sensación de que no tengo nada que hacer y que “moriré
en el intento”.
Vuelvo a ver fugazmente las dos cabezas, a hora a unos
ciento cincuenta metros... Por un momento, además de sentir
ruidos procedentes de mi intestino, me encuentro algo aturdido,
con dificultad para pensar. El rostro de mi pareja me angustia
aún más, y noto claramente los latidos de mi corazón, y casi, los
del suyo... “El corazón parece que se me va a salir del pecho”.
A ella la oigo respirar más rápidamente, con claras muestras
de aprensión. Sólo de verla, se me pone “carne de gallina”, me
contraigo de forma infinita. Siento frío y me doy cuenta de que,
a pesar del fresco matutino, me he puesto a sudar copiosamente.
Cuando ya parece que el corazón o la cabeza me vayan a
estallar, oigo unas voces por detrás, que me parecen muy cerca-
nas. Después del primer sobresalto, que noto en todo el cuerpo,
incluso en la garganta, con una especie de agarrotamiento se-
guido de náuseas repentinas y breves, veo que, en realidad, es

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un grupo de tres turistas que vienen unos cien metros detrás de
nosotros, hablando en voz muy alta, por lo que me ha parecido
que estuvieran aquí mismo.
Súbitamente recobro mi entereza y mi capacidad de pensar.
Si ellos están subiendo, podremos subir juntos. Le digo pues a
mi pareja que pare, hasta que el grupo de tres nos alcance. Les
saludamos brevemente entonces y vamos subiendo junto con ellos.
Al cabo de unos metros, salen de detrás de los plátanos de
la curva dos hombres jóvenes, que miran hacia nosotros de for-
ma provocadora y displicente. Ellos bajan, nosotros subimos.
Los latidos de mi corazón aumentan su frecuencia y violencia...
Otra vez esa sensación de que “el corazón se me va a salir por
la garganta”... Lentamente, los dos grupos nos acercamos uno
al otro... Los otros turistas también han percibido la tensión
y se han puesto en guardia. Cruzamos una mirada de alerta
mutua y nos juntamos algo más los cinco... Noto la tensión
en mis brazos y aprieto mis puños. Pienso que, a pesar de
la diferencia de número, pueden atacarnos. O pueden coger a
una de las mujeres como rehén para chantajearnos a los otros.
Instintivamente, aprieto más los puños y noto que estoy apre-
tando los dientes... justo lo mismo que veo que está haciendo el
hombre de mediana edad que camina a mi diestra, uno de los
tres turistas añadidos... Nos miramos nuevamente y nos distan-
ciamos oblicuamente del grupo, dejando en el medio a las dos
mujeres y al chico más joven, que parece no haber percibido la
situación o, al menos, no estar tan angustiado y temeroso como
nosotros. Me doy cuenta de que ha sido un gesto instintivo
(¡nunca mejor dicho!), pero adecuado, porque, en ese momento,
los dos “potenciales asaltantes” se han separado también como
para pasar uno por cada lado del grupo. Intercepto una mirada
entre ellos como de malhumor y displicencia y siento, al tiem-
po, la punzada del miedo y una punta de euforia, de sensación
de triunfo, de alegría... Creo que el peligro, o, mejor dicho, el
supuesto peligro, ha pasado. Al pasar cerca de mí, uno de los
dos hombres me lanza una mirada de ira, de rabia incluso...
Automáticamente, me inclino hacia el centro del grupo, como
si me fuera a golpear. Nada de eso sucede. El otro supuesto
asaltante ha empezado a silbar.
Volvemos a cruzar la mirada con el hombre mayor y ambos
sonreímos, como aliviados. Estamos ya llegando a la curva... Al

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fondo, se ven más turistas y algún autocar... De repente, me en-
cuentro cansado, muy cansado, noto mis piernas fláccidas, como
si no “pudieran tirar de mí” y otra oleada de sudor... Respiro
hondo y lanzo un soplido... El hombre mayor me mira, sonríe
de nuevo y ayuda a la señora a sentarse en uno de los bancos,
hoy totalmente solitarios... La explanada ya está claramente a la
vista, a menos de cincuenta metros... Les saludo otra vez, como
si no lo hubiera hecho, de forma casi automática, y lentamente,
cansinamente, seguimos subiendo hacia el sol y el grupo.

He querido comenzar este capítulo con esas descripcio-


nes reales de situaciones reales en las que sentimos miedo o
temor... Las he escogido porque creo que aparecen en ellas
todos los componentes de esa emoción que llamamos miedo
o temor, y la forma como lo sentimos habitualmente. Vemos
que esa emoción o ese sentimiento incluye un conjunto de
sensaciones físicas, en nuestro cuerpo, y de representaciones
mentales (percepciones, imágenes y fantasías, pensamientos,
procesos mentales defensivos...). Es lo que, de una forma u otra,
con una u otra intensidad, vivimos cada vez que nos domina
esa emoción a la que llamamos miedo o temor. Y podemos
sentirlo con una intensidad mínima o baja (preocupación,
incertidumbre, aprensión...) o con los extremos máximos de
tal emoción (horror, terror, pavor...). Sabemos, además, que la
preocupación, la incertidumbre, la aprensión son sentimientos,
y, en general, hablamos de la preocupación por..., la aprensión
por... o el temor de..., porque sabemos de qué provienen o
de dónde provienen. Sabemos cuál es su objeto al igual que
solemos saberlo en el caso del horror y el pavor, máximas ex-
presiones del miedo... Sin embargo, en ocasiones no sabemos
de dónde viene el miedo (“Me invadió una vaga sensación de
miedo o temor”...).
Esa es una de las características del temor o miedo, en
tanto que emoción básica: que, en ocasiones, no sabemos
qué es lo que lo causa. Como en el caso de otras emociones
primitivas, pero de forma más marcada. En segundo lugar,
hay graduaciones en la intensidad con la cual esa emoción se
apodera de nosotros, tanto de nuestra mente como de nuestro
cuerpo. A los niveles más bajos los llamamos preocupación,
incertidumbre, aprensión, temor, sentimiento de miedo... A los

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niveles más altos, les llamamos miedo, terror, pavor, horror,
pánico, y no solemos hablar de ellos como sentimientos, sino
como emociones o afectos desbordantes.
Si volvemos la vista atrás o hacia dentro, es fácil que ob-
servemos que el miedo es una emoción frecuente en nuestra
vida cotidiana, pero, en la medida en que ocurre en situaciones
conocidas, reiteradas, es una emoción que tenemos dominada
y que nos sirve incluso para esa vida cotidiana. Un apunte
del miedo nos basta para mirar atrás cuando cruzamos una
calle por fuera del semáforo, confirmando que el sonido que
acabamos de oír procede de un autobús que, si no acelera-
mos nuestro paso, se nos echará encima... Sentimos miedo
ante las pruebas, los exámenes, los encuentros con personas
autoritarias o que nos pueden encontrar en falta, ante el qué
dirán, ante el fracaso en algún objetivo o meta laboral, ante
los jefes, ante los enfados de los compañeros o amigos, ante la
riña que nos puede echar nuestro cónyuge si llegamos tarde o
desperdiciamos nuestros bienes, nuestro dinero, nuestro suel-
do... De forma más amplia, sentimos miedo ante la soledad,
la vejez, la enfermedad, el dolor, el destino, ante el mundo,
por el futuro que se nos avecina con esta crisis o con otras...
También, nos producen incertidumbre o miedo numerosas de
las noticias difundidas por los llamados “medios de comunica-
ción” (prensa, radio, televisión, Internet...). Ahora bien: cuando
lo que intentan es difundir el miedo, habría que pensar si no
actúan, en realidad, como medios de incomunicación, medios
para aislar a unos humanos de otros, instrumentos para ma-
nipular a la población mediante esa emoción.

Miedo y terror en el mundo actual


Numerosos estudios y encuestas sociológicas aseguran que
el miedo al terrorismo es uno de los miedos más extendidos en el
mundo “civilizado” actual. El dato se halla, por supuesto, ro-
deado de obscuridades y contradicciones: por ejemplo, es un
resultado frecuente de los estudios sociales y de psicología
social en los EE.UU. cuando, en realidad, los daños produci-
dos por el terrorismo de las bandas armadas en los EE.UU. es
enormemente menor que los producidos por el uso de armas
de fuego en la vida cotidiana. Además, en último extremo, el
terrorismo mata con armas y ¿quién fabrica las armas? Entre

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15.000 y 25.000 mejicanos que mueren cada año en la gue-
rra civil no declarada que asola el país lo conocen en propia
carne (y sus familiares, que penan sin fin la continua muerte
de madres, hermanas, padres, hermanos, políticos, periodistas,
autoridades...). Las armas son de fabricación norteamericana,
en su mayor parte vendidas en grandes armerías de los esta-
dos sureños de los EE.UU. fronterizos con los Estados Unidos
Mexicanos.
El miedo generalizado que atenaza (pero no agosta) a la
sociedad mexicana o norteamericana actual no lo provocan
fuerzas naturales ni catástrofes inaprensibles, como las guerras,
sino que tiene sus “colaboradores necesarios”, a menudo anun-
ciados en las calles, como esas grandes armerías legales, que
deberían ser detenidos y castigados. Pero de ese otro terrorismo
cotidiano, que alienta el miedo generalizado, ¿qué sabemos?
Sí sabemos, por ejemplo, que los que se suben a una torre
de la universidad y disparan contra sus compañeros, los que
entran a sangre y fuego en su propio high school, asesinan-
do a compañeros y profesores, los asesinos en serie, los que
cargan con las acusaciones de los asesinatos políticos en los
EE.UU., son enseguida reconocidos como personas mentalmente
desequilibradas.2 Y, probablemente, lo son —lo cual no quita
otras obscuras complicidades en sus matanzas—. De ahí que
afirmemos que el “miedo al terrorismo” es un “metamiedo”
(un miedo al miedo) de los más perversamente manipulados
que se han dado en la historia de la humanidad. Si atendié-
ramos mejor a ese miedo desviado, a las energías e intereses
psicológicos que despierta, a mirarnos a nosotros mismos, a
buscar nuestros propios desequilibrios personales y sociales,
podríamos tal vez prevenir alguna de esas muertes: gran parte
de esos “terroristas”, las más de las veces meros “asesinos en
serie”, habían avisado en sus redes sociales informatizadas de
que iban a actuar... ¿Cuándo creerles y cuándo no? Pregunta
vana, porque nadie (¿nadie?) les creyó... Y, además, gracias a
los “negociantes del miedo” poseían en casa o en sus mochilas
de campaña amplios arsenales a su alcance, incluso de armas
de guerra.

2.  Curiosamente, no es el caso de los asesinos de políticos, periodistas o


autoridades en México. Otro tema para meditar.

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