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EROS

Se trata del amor erótico, el vínculo que se crea cuando hay atracción sexual . Es una forma idealizada de
amar. Surge al principio de una relación y es un sentimiento intenso y enajenante, pero efímero. Emoción
básica, conectada con la biología y el instinto de procreación. La sexualidad, la sensualidad, el placer…
todo ello se convierte en una necesidad de vivir la parte lúdica de la vida.

PHILIA
Amor por la humanidad y por los seres vivos que pueblan la tierra. Es un tipo de amor elevado, que parte de
la razón y la emoción. Se acentúa cuando se trata de la amistad, la familia, o grupos de personas cuyos lazos
se sustentan en un ideal común. Es el que se crea cuando la comunidad va en un mismo sentido, hacia un
objetivo único. Se trata de un amor que trasciende al egoísmo del tipo Eros y lo convierte en lealtad hacia el
prójimo.

ÁGAPE
Es un amor desinteresado, el que se da por el simple hecho de amar. Se busca el bienestar del otro, su
felicidad. Es empatía, generosidad, amabilidad. Se trata al otro con la calidez y humanidad con la que le
gustaría ser tratado uno mismo.

En uno de los pasajes más memorables en la historia de la filosofía, Sócrates discute con Fedro sobre si
aquellos que no aman son superiores a aquellos que aman. Fedro lee el discurso de Lisias, quien
defiende a los que no aman, pues practican la mesura y viven una templada amistad, libre de pasiones y
arrebatos. Sócrates primero, de manera un poco desconcertante, hace un discurso que parece refrendar
lo dicho por Lisias, pero inmediatamente después nota que lo que ha dicho es una blasfemia. Bajo un
amplio plátano, donde corre una fresca fuente de agua y cantan las hipnóticas cigarras, el filósofo busca
reparar la ofensa que le ha hecho a Eros y se deja invadir por las ninfas, pronunciando un metadiscurso,
pues habla sobre la posesión divina, cuando él mismo habla poseído por un dios: "por miedo al mismo
Amor, deseo enjuagar, con palabras potables, el amargor de lo oído". Sócrates ahora recurre a la locura
-a la locuacidad divina- para que cure su afrenta, como haciendo alarde de la máxima apolínea: O
trosas iásetai, "aquel que ha herido curará".

En contra de Lisias, quien había argumentado que había que preferir al que no ama, pues éste persiste
en su cordura, mientas que el que ama entra en un estado de demencia, Sócrates defiende la locura, la
manía, la misma palabra que nombra a las ciencias oraculares (mantíké):

Porque si fuera algo tan simple afirmar que la demencia es un mal, tal afirmación estaría bien.
Pero resulta que, a través de esa demencia, que por cierto es un don que los dioses otorgan, nos
llegan grandes bienes.

El filósofo agrega que, de hecho, la mayorías de las cosas bellas que han sucedido en la Hélade han
ocurrido a través de personas que no "estaban en su sano juicio". Son el fruto del delirio de las
profetisas y las sacerdotisas, y, debemos añadir, de los filósofos y poetas que también han llegado a sus
más altas notas en estado maniáticos. Actualmente esto nos puede parecer extraño y muchos lo verán
con cierto cinismo e incredulidad, pero para los griegos la inspiración divina era una realidad cotidiana,
e incluso una ciencia psicofísica a la cual eran iniciados y por la cual se realizaban purificaciones y
libaciones.
Después de esto Sócrates se dispone a probar, y aquí yace el quid de su argumento, "que tal 'manía' nos
es dada por los dioses para nuestra mayor fortuna". Se trata de un discernimiento de espíritus. Sócrates
entonces explica la famosa estructura tripartita del alma, formada por el auriga y los dos caballos, uno
de los cuales es una bestia bruta controlada por la concupiscencia, la cual dificulta el vuelo del alma
hacia la región celeste. El alma humana va así como dividida, entre jaloneos pasionales y refrenos
racionales, en un mundo que por momentos le brinda imágenes que la elevan a los dichosos recuerdos
de su paso por la dimensión celeste en el cortejo de su divinidad tutelar.

Es el amor, esa manía que la posee al contemplar la belleza de su amado, lo que hace, en buena medida,
que el alma despegue y se propulse en su dimensión vertical. Pues el rostro del amado la transporta al
recuerdo de una belleza eterna que la llama desde lo alto. Y la misma belleza opera como una especie
de alquimia que derrite las estructuras anquilosadas y entumecidas del cuerpo, permitiendo que las alas
se lubriquen y emplumen otra vez, liberando un río ambrosíaco, un vino divino como el que Zeus
derrama sobre su amante Ganimedes (Acuario, el que sostiene la copa de ambrosía en el cielo). Como
dice Sócrates, es "gracias al amor" que obtendrán sus "alas, cuando les llegue el tiempo de tenerlas". Lo
cual comprueba que el amor es realmente un regalo de los dioses, pues es la sustancia misma de la
divinidad, la energía que eleva de regreso hacia la fuente celestial: ho Theos agape estin.

Finalmente, Sócrates expone su famosa clasificación cuaternaria de la locura divina, si bien antes aclara
que existen dos tipos de locura en general, aquella debida a enfermedades humanas y otra "que tiene
lugar por un cambio que hace la divinidad en los usos establecidos". Esta última se divide en cuatro:

1. Mántica o profética, asignada a Apolo

2. Teléstica o mística, asignada a Dioniso

3. Poética, asignada a las musas

4. Erótica, la más excelsa, asignada a Afrodita y a Eros

El filósofo neoplatónico Hermias, en su Comentario al Fedro, ordenó estas manías divinas dentro de
un esquema de iniciación progresiva, según sus efectos en el alma del discípulo. El orden quedaría
entonces: 1) Poética, 2) Teléstica, 3) Mántica y 4) Erótica. Antes de abrirse a la posesión divina, sin
embargo, era indispensable atravesar un proceso de purificación que consistía en eliminar todo lo que
es ajeno al alma par así hacer el "vehículo" responsivo al influjo divino o para hacer la morada
agradable para el ágape de los dioses.

Como una quinta manía divina quizá podríamos agregar, con Calasso, "la locura que viene de las
ninfas". La ninfolepsia, de la cual el mismo Sócrates era presa al dar su divino discurso. Aunque podría
ser ubicada dentro de la manía poética, por su parentesco con las musas, también es cierto que las
ninfas están asociadas con Apolo y, por supuesto, también a un cierto furor erótico. Es esta la manía de
la cual la modernidad hasta cierto punto sigue siendo presa, y que vemos resurgir, por ejemplo, en la
ardorosa infatuación de Nabokov por su nymphet Lolita.

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