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"ANÓNIMO"
por el Élder Thomas S. Monson
del Quórum de los Doce Apóstoles
Marley llegan a mi alma cuando lamenta: "Yo no sabía que el que da amor cristiano
en su esfera de acción, sea esta cual sea, hallará muy breve su vida mortal para poder
utilizar todos los medios que tiene a su alcance para servir a sus semejantes. Yo no
sabía que todos los lamentos del mundo no pueden devolver ni siquiera una
oportunidad perdida. Yo . . . no lo sabía." ("A Christmas Carol", The Best Short Stories
of Charles Dickens [New York: Charles Scribner's Sons, 1947], pág. 435; traducción
libre.)
Tras una angustiante noche-en la que a Scrooge se le mostró por medio de los
espectros de las navidades pasadas, presentes y futuras el verdadero significado de la
vida, del amor y de la abnegación- despertó habiendo descubierto la frescura de la
vida, el poder del amor y el espíritu de la verdadera dádiva. Recordó cuán cruel había
sido con Bob Cratchit, uno de sus empleados, y la situación difícil de su familia, por lo
que compró un enorme pavo y se lo envió de obsequio. Entonces, con enorme dicha
el nuevo señor Scrooge exclamó para sí mismo: "Ni siquiera se enterará de quién se
lo envió." Otro ejemplo del anonimato.
Las horas se deslizan por el reloj de arena, el paso de la historia no detiene su
marcha, mas la verdad divina prevalece irrefutable, inmutable e invariable.
Cuando el soberbio buque de pasajeros Lusitania se hundió en las aguas del
Atlántico, llevó consigo muchas vidas. Numerosos y poco sabidos son muchos de los
actos de valor puestos de manifiesto por aquellos que perecieron. Una de tales
heroicas personas se ahogó en las profundidades del océano al dar su salvavidas a
una mujer, aun cuando él mismo no sabía nadar. Ninguna importancia tenía el hecho
de que fuera Alfred Vanderbilt, el famoso multimillonario estadounidense. No se
trataba de la entrega de un tesoro mundano, sino de ofrecer su propia vida. Fue
Emerson quien dijo:
"El oro y los diamantes no son obsequios sino substitutos. El verdadero obsequio
es una parte de uno mismo".
Hace poco más de un año, un moderno avión jet de pasajeros se precipitó, pocos
minutos después de levantar vuelo, en las congeladas aguas del río Potomac, en
Washington. También en ese caso se vieron actos de valentía y heroísmo, del más
dramático de los cuales fue testigo el piloto de uno de los helicópteros de rescate.
Desde la máquina fue lanzada una soga de salvamento a uno de los sobrevivientes
que se debatía en las aguas. En vez de asirse a ella, el hombre la cedió a otra de las
víctimas. La soga le fue arrojada una segunda vez, y también en esa ocasión la cedió a
otra persona. Cinco fueron los sobrevivientes rescatados de las congeladas aguas,
mas entre ellos no se encontraba el héroe anónimo. Aun cuando no se le conocía por
nombre, dejó ese acto de braveza firmado con su honor.
Pero no es únicamente con la muerte que uno puede entregar lo mejor de sí
mismo. Nuestra vida diaria nos ofrece múltiples oportunidades de demostrar nuestra
adhesión a la lección enseñada por el Maestro. Permitidme mencionar brevemente
tres ejemplos:
Conferencia General Abril 1983
(1) En una mañana de invierno, un padre despertó silenciosamente a sus dos hijos
y les dijo: "Muchachos, anoche nevó. Vestíos e iremos a apalear nieve de la vereda de
la casa de nuestros vecinos antes de que amanezca."
Entonces los tres bien abrigados, y bajo el manto de la noche, quitaron la nieve
que obstruía el paso al frente de varias casas. El padre les dio a los jóvenes una sola
indicación: "No hagáis ruido, y nadie se enterará de quién lo hizo." Una vez más, la
presencia de lo anónimo.
(2) En un hogar de ancianos en Salt Lake City, dos jóvenes estaban preparando la
Santa Cena para los residentes del lugar. Mientras lo hacían, una de las ancianas en
una silla de ruedas manifestó en voz alta: "Tengo frío". Sin la más mínima vacilación,
uno de los jóvenes se acercó hasta ella, se quitó el abrigo, lo puso sobre los hombros
de la anciana con un gesto de afecto, y regresó a la mesa de la Santa Cena. Entonces
se bendijo el sacramento y se repartió entre los presentes.
Después de terminada la reunión, me acerqué al joven y le dije: "Jamás olvidaré
el gesto que tuviste hacia esa hermana".
A lo cual me contestó: "Estaba un poco preocupado de que sin mi chaqueta no
fuera a estar debidamente vestido para bendecir la Santa Cena". ' Entonces le
respondí: "Jamás vi a nadie que estuviera mejor vestido que tú para tal ocasión".
Ni siquiera sé su nombre. Permanece anónimo.
(3) En un lejano país de Europa, detrás de la cortina de hierro y de un muro
llamado "de Berlín", tuve oportunidad de reunirme con un puñado de miembros en
un pequeño cementerio. Fue en una noche obscura, en el marco de una fría llovizna
que había estado cayendo durante todo el día.
Estábamos allí reunidos ante el sepulcro de un misionero que muchos años atrás
había muerto mientras cumplía una misión para el Señor. La ocasión se vio
engalanada por el más respetuoso silencio. Gracias a la luz de una linterna que
iluminaba la lápida, pude leer la siguiente inscripción: Joseph A. Ott 12 de diciembre
de 1870-Virgin, Utah 10 de enero de 1896 - Dresden, Alemania
Entonces me di cuenta de que este sepulcro era diferente a los demás del
cementerio. La lápida de mármol había sido pulida, la maleza como la que cubría
otros sepulcros había sido cuidadosamente quitada, y en su lugar había césped,
cuyos bordes habían sido inmaculadamente cortados, y también flores que hablaban
a las claras de un cuidado muy especial. Pregunté quién había arreglado el lugar, mas
lo único que obtuve como respuesta fue un pronunciado silencio.
Por último un diácono de doce años indicó que había querido hacer tal obra sin
que se lo pidieran ni sus padres ni sus líderes. Dijo que sólo quería hacer algo por un
misionero que dio su vida mientras estaba en el servicio del Señor. Lo agradecí, y
luego pedí a todos los que estaban presentes que salvaguardaran ese secreto, para
que su dádiva pudiera permanecer anónima.
Tal vez nadie haya reflejado esta enseñanza del Maestro en forma tan
memorable ni tan hermosa como lo hizo Henry Van Dyke en su inmortal obra "La
Conferencia General Abril 1983