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ESTANDARIZACIÓN

La mayor parte de este libro ha tratado sobre las variedades sub-estándares


del español, puesto que es en éstas donde se observa la mayoría de los casos de
variación y cambio. Sin embargo, también se deben tener en cuenta las variedades
estándar, que quizás podríamos considerar mejor como formas excepcionales de la
lengua, en el sentido de que son poco frecuentes (todos los seres humanos usamos la
lengua, pero sólo una minoría emplea la lengua estándar) y recientes (surgieron solo
en los últimos mil años de la historia multimilenaria del lenguaje humano). La razón
por la que el proceso de estandarización desempeña un papel importante en cualquier
tratamiento de la variación lingüística y el cambio, en español y en otras lenguas, está
en que un aspecto esencial de este proceso consiste en la reducción de la variación
dentro de determinadas variedades de alto prestigio (véase el apartado 7.2). Sin
embargo, de manera paradójica, no debemos pasar por alto el hecho de que para los
hablantes de variedades de bajo prestigio, el establecimiento de un estándar puede
implicar un aumento en el grado de variación disponible, ya que las variantes propias
del estándar pueden introducirse en el habla de los grupos no elitistas, y añadirse a la
competencia entre variantes preexistentes (véase el apartado 7.3).
Aunque hemos visto (apartado 1.1-2) que la variación es inherente a la lengua,
el proceso de estandarización puede, en principio, reducir completamente la variación
en la variedad que está sujeta a él. Esta eliminación de variantes, en efecto, se aplica a
los casos de variación que se deben al resultado normal de cambios que se están
difundiendo por la sociedad (apartado 3.4), al igual que a los casos de variación que
son más estables y existen desde hace mucho tiempo1.

1 Siguiendo a Weinreich, Labov y Herzog (1968), se ha convertido en máxima de la sociolingüística


que no puede tener lugar ningún cambio si no es a través de los mecanismos de variación, aunque un
caso de variación no implica necesariamente que un cambio esté en marcha. Sin embargo, es probable
que los casos de variación aparentemente estables sean ejemplos donde el cambio se ha detenido por
alguna razón, tanto en su expansión a través de un territorio, como en su avance hablante a hablante en
la misma localidad, o incluso en su expansión a través lexicón.

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La estandarización es un proceso que tiene lugar dentro de la lengua escrita, y
que es, de hecho, inconcebible en ausencia de escritura. Sin embargo, las variantes
seleccionadas para usarse en la escritura pueden luego desplazar a sus competidoras
de aquellas variedades de la lengua hablada que tienen mucho en común con la lengua
escrita (las que están basadas en la lengua escrita y se emplean en ocasiones sociales
formales), y pueden seguir seleccionándose igualmente en otras variedades, debido al
prestigio asociado con las formas escritas de la lengua. Pero como la estandarización
pertenece esencialmente a la lengua escrita, no puede, en principio, afectar
directamente a los niveles fonético y fonológico de la lengua. Es decir, que aquellos
que usan un estándar dado pueden actuar así en la escritura, pero diferir unos de
otros en la pronunciación. No obstante, es probable que el habla de los que son
responsables del desarrollo del estándar lingüístico (generalmente, los miembros de
grupos urbanos poderosos) sea investida del prestigio que deriva de su asociación con
(incluyendo el control de) la lengua escrita, de modo que los rasgos de pronunciación
propios de estos grupos pueden llegar a constituirse eficazmente en un estándar
fonético, y con el tiempo es probable que haya una reducción de la variación fonética y
fonológica en la sociedad en cuestión.
No debemos pasar por alto el hecho de que el sistema ortográfico que se usa
para escribir una lengua puede afectar a la fonología de las variedades habladas.
Aunque los sistemas ortográficos, cuando se aplican por primera vez a la lengua,
siguen generalmente la estructura fonológica de (alguna variedad con alto prestigio
de) esa lengua, esta relación recíproca entre letra y fonema puede alterarse (mediante
el cambio fonológico, ideas etimológicas preconcebidas, etc.), de modo que se
producen discordancias. Dado el prestigio que se asocia con la escritura, los hablantes
de la lengua pueden llegar a creer que las distinciones que se hacen en la escritura
deberían reflejarse en las distinciones fonológicas, y pueden, por tanto, realizar
cambios en la pronunciación. Así, pudo haber existido una conciencia ortográfica (en
este caso la escritura latina de CRUDUS, NIDUS, NUDUS, VADUM) que resolvió la
variación en primitivo español medieval entre crudo, nido, desnudo, vado, etc. y crúo,
nío, desnúo, vao, etc., a favor de las formas con /d/ (véase el apartado 1.2). De igual
modo, la (re)solución de la variación entre parejas del tipo escrebir ~ escribir, recebir

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~ recibir, vevir ~ vivir (ocurrida en el siglo XVI a favor de las formas escritas con (i) y
pronunciadas como /i/ átona, a pesar de la fuerte presión disimilatoria que condujo a
la preferencia por decir, sentir, etc., a partir de los antiguos dezir ~ dizir, sentir ~
sintir, etc.) puede deberse a la influencia de la escritura latina de SCRIBERE,
RECIPERE, VIVERE (Penny 2002: 188). A su vez, aunque sin éxito a la larga, los
maestros de escuela, especialmente en Hispanoamérica, intentaron a menudo
introducir la labiodental /v/ en las palabras que se escribían con (v) (p. ej., vivir), a fin
de crear una oposición con (b) (p. ej. beber); esto, a pesar del hecho de que ha habido
un solo fonema bilabial sonoro no nasal en español desde el siglo XVI (véase el
apartado 3.1.3.3).
En el caso de la estandarización del español, casi todos los procesos en cuestión
ocurrieron en España, con resultados normativos que se extendieron al resto del
mundo hispanohablante. Únicamente desde mediados del siglo XX se ha tenido en
cuenta al español americano en gramáticas normativas y diccionarios de la lengua,
cambio de visión que se ha acompañado de una preocupación creciente acerca de la
unidad de la lengua y que quizás haya sido motivada por la amenaza (en opinión de
algunos) de su fragmentación en variedades mutuamente incomprensibles2.
A la hora de tratar la estandarización es útil distinguir entre dos aspectos del
proceso opuestos pero entrelazados. Por un lado, están los aspectos más puramente
sociales, estrictamente extralingüísticos; se refieren a la manera en que la sociedad
selecciona una variedad que sirva de base para el estándar, la codifica y la promueve,
y busca su aceptación. Estos aspectos se resumen a veces bajo el término
normalización3. Por otro lado, están los aspectos intralingüísticos del proceso,
relacionados con qué variantes se seleccionan y cuáles se abandonan, y con otros
asuntos como las fuentes de elaboración de la sintaxis y el vocabulario. Aunque estos
aspectos de la estandarización a menudo son menos conscientes, puede intervenir

2 Hasta mediados del siglo xx se han hecho continuas comparaciones entre fragmentación del latín en
las lenguas romances y la potencial fragmentación del español. Esta preocupación parece haberse
desvanecido, en un mundo hispanohablante en el cual es fácil viajar, y en el que la comunicación y el
intercambio de los mass media son constantes.
3 Debe distinguirse la normalización de la especificación de una lengua como oficial en un territorio

dado. El estatus oficial es concedido por los legisladores, no por los gramáticos, y afecta a los derechos y
deberes de los ciudadanos a usar la lengua especificada de esta manera en dominios particulares. Para
el estudio del estatus oficial del español, véanse Stewart (1999), Mar-Molinero (2000).

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aquí un elemento de la planificación, y se aplica a veces la etiqueta codificación a esta
parte del proceso4. Consideraremos por turno la normalización (7.1) y la codificación
(7.2).

7.1. NORMALIZACIÓN

Los procesos en que consiste la normalización (selección, codificación,


elaboración de funciones y aceptación; véanse Haugen 1972 y Hudson 1996: 32-4)
reflejan los diferentes grados de poder ejercidos y por los distintos grupos sociales.
Las variedades habladas por grupos política y económicamente poderosos son las
únicas con probabilidades de ser seleccionadas como base de una lengua estándar.
Asimismo, sólo tales grupos (o individuos) son capaces de imponer codificaciones
particulares de la lengua y de asegurar que serán usadas en un número creciente de
ámbitos. Del mismo modo, sólo los poderosos pueden promover la aceptación de la
norma emergente, ya que únicamente ellos gozan de suficiente prestigio social como
para provocar que otros grupos sigan sus preferencias lingüísticas.

7.1.1. SELECCIÓN

Toda lengua estándar se origina en alguna variedad o variedades habladas, que


compiten con un número mucho mayor de otras variedades, que no se seleccionan.
Puesto que no puede conseguirse la creación de un estándar sin que se le dediquen
grandes recursos (que se requieren para la escritura, realizar y copiar libros, etc.), se
sigue que las variedades que sustentan el estándar son siempre aquellas que son
habladas por los grupos más ricos y más poderosos. La evolución del español estándar
no constituye una excepción a esta regla.
Podemos ver que varios rasgos que más tarde permitirán caracterizar el
español estándar ocupan áreas que, en los siglos X y XI, se solapaban en una pequeña

4 Normalización y codificación traducen aquí a los términos ingleses status planning y corpus planning
respectivamente.

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parcela del continuum septentrional peninsular (apartado 4.1.2), una zona que
comprende la ciudad de Burgos y varias ciudades vecinas en el norte de Castilla la
Vieja (Menéndez Pidal 1964: 485-486).
…………………………………………………………
Puesto que, en ese momento, no existía en España ningún sistema ortográfico
que fuera capaz de reflejar la fonología de ese período (a diferencia del sistema de
escritura tradicional denominado generalmente 'latín'; véase Wright 1982), no había
posibilidad de desarrollo de una lengua estándar basada en el habla de Burgos. Sin
embargo, muchos de los rasgos del habla de Burgos se extendieron desde su núcleo de
origen, desde el siglo xi en adelante. Esto ocurrió en parte como resultado del
asentamiento de gentes de Burgos en otras áreas, siguiendo las conquistas militares
de Castilla durante los inicios de la Reconquista (apartado 4.1.7), y en parte como
resultado de procesos de acomodación (apartado 3.1.1) que conducían a los hablantes
en un área cada vez más grande a imitar el habla de la ciudad de Burgos, política y
culturalmente prestigiosa. Fue decisivo que los grupos de hablantes que empleaban
variedades que se habían desarrollado en el área de Burgos lograran poder social y
político en Toledo, siguiendo a su conquista en 1085. Asimismo, en la mezcla dialectal
que surgió consecuentemente en la nueva capital castellana, se favorecieron con más
frecuencia los rasgos del habla de Burgos que los de las variedades regionales
toledanas (apartado 4.1.1) o los traídos por otros inmigrantes (véase el apartado 3.1).
Por consiguiente, cuando el habla de la clase superior toledana se eligió como base del
estándar castellano, estaba caracterizada por un número significativo de rasgos
importados de Burgos.
La elección del habla de Toledo como fundamento del estándar se siguió de la
importancia política y religiosa de la ciudad (fue la sede de la Iglesia castellana y el
asiento más habitual de la corte), y de su prestigio cultural (fue allí donde se
emprendieron las mayores empresas científicas y literarias de los siglos XII y XIII).
Cuando se introdujeron desde Francia nuevos sistemas de escritura romance
(aplicados esporádicamente desde finales del siglo XI, y con mayor regularidad desde
principios del XIII; véase Wright 1982), se usaron para escribir textos literarios y no
literarios empleando variedades del romance propias de un amplio conjunto de

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localidades. Pero, dentro de Castilla (y León tras la unión definitiva de las coronas en
1230), fueron los rasgos del español culto toledano los que pronto se volvieron
preeminentes en la escritura. A causa del empleo abrumador de esta variedad en la
producción literaria, legal y científica del scriptorium de Alfonso X el Sabio (1252-
1284), se convirtió en el modelo para todo tipo de escritura, incluida la de los
documentos de la Cancillería, en todo el reino.
Esta situación continuó hasta mediados del siglo xvi, a pesar de la competencia
de Sevilla, gran centro cultural y mercantil (apartado 4.1.7.2). Juan de Valdés, el gran
árbitro del buen gusto lingüístico, al escribir su Diálogo de la lengua hacia 1535,
fundamenta su autoasignada autoridad lingüística en el hecho de que él es un 'hombre
criado en el reino de Toledo y en la corte de España. Es evidente que otros compartían
su percepción del prestigio del uso de la corte toledana, ya que las formas que él
recomendaba eran las que más frecuentes (aunque no en la totalidad de los casos)
llegaron a preferirse en el estándar escrito. Sus objeciones a menudo poco razonables
contra los postulados de Antonio de Nebrija (véase el apartado 7.1.2) se basaban el
hecho de que Nebrija era andaluz.
La situación cambió sólo en 1561, con la creación de Madrid como capital de
España (véase el apartado 3.1.3.1-3). La nueva mezcla dialectal que produjo este
hecho, mediante la afluencia de los hablantes de Castilla la Vieja, dio lugar a la
selección de rasgos que diferían en alguna medida de los empleados en Toledo. De allí
en adelante, independientemente de lo que se pudiera reivindicar desde otros centros,
como Valladolid, fueron las variedades cultas del español madrileño las que se
reflejaron mayoritariamente en el estándar escrito.
Lo que sucedía en Castilla era análogo a las selecciones hechas en otras partes
de la Península. En el oeste, la antigua importancia de Santiago de Compostela como
centro cultural y religioso implicaba que, cuando surgió la escritura típicamente
romance en el noroeste, ésta se basara en el habla de esa ciudad. La escritura gallega
de este tipo continuó hasta que fue reemplazada por el estándar castellano a
principios del período moderno. Sin embargo, aunque los rasgos del habla
noroccidental, extendida hacia el sur durante la Reconquista (apartado 4.1.7.1),
contribuyeron sustancialmente a la mezcla dialectal que se dio en las principales

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ciudades portuguesas (independientes de Castilla-León desde 1143), el estándar
portugués que surgió después, basado en el habla primero de Coimbra y luego de
Lisboa, difería en cierto modo de la norma aplicada en Santiago (que continuó siendo
parte de Castilla-León).
Algunos textos escritos a principios del siglo XII en el reino de Castilla-León
muestran determinados rasgos característicos del habla de regiones distintas de
Toledo. Así, aparecen varios rasgos leoneses en una versión del Libro de Alexandre,
son visibles rasgos castellanos septentrionales en la Disputa del alma y el cuerpo, la
poesía de Gonzalo de Berceo contiene algunos rasgos característicos de La Rioja, y se
ha relacionado la lengua del Poema de Mío Cid con el este de Castilla la Vieja (Lapesa
1980: 203-205). De igual manera, la lengua del Auto de los reyes magos, objeto de
muchas controversias, refleja muy probablemente variedades del habla de Toledo
distantes de las clases más cultas, que mantenían determinados rasgos de origen
mozárabe.
Aragón continuó siendo un reino aparte hasta su unión con Castilla-León en
1474, y fue un territorio donde surgieron dos variedades estándar. El catalán estándar
se basaba en el habla de las principales ciudades del noreste, especialmente la de
Barcelona, a causa de su importancia política y mercantil, pero llegó a utilizarse en
toda Cataluña, Valencia y las Islas Baleares, como resultado de la Reconquista de estas
áreas, durante los siglos XIII y XIV. Desde comienzos del siglo XVI, el estándar
castellano se convirtió en el vehículo habitual de escritura, y la escritura en catalán
retrocedió a los documentos de importancia puramente local, hasta la nueva creación
del catalán estándar en el siglo XIX, que continúa usándose al lado del castellano.
En las regiones interiores de la corona de Aragón, fue la ciudad de Zaragoza la
que desempeñó el papel lingüístico más importante. Floreciente centro del comercio y
de la cultura islámica, fue conquistada en 1118 por el entonces pequeño reino de
Aragón y rápidamente se convirtió en la nueva capital, manteniendo este estatus
después de la unión de Aragón con Cataluña en 1137. Parece que aquí el desarrollo de
la escritura nunca se basó simplemente en el habla de la ciudad, que, en el siglo
siguiente a su reconquista, consistía sin duda en una mezcla dialectal que comprendía
variedades llevadas allí desde los valles pirenaicos centrales (el territorio origen del

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reino), junto con variedades mozárabes habladas por la población existente, y otras
formas de habla de inmigrantes de otras áreas peninsulares y transpirenaicas. Incluso
las más primitivas muestras de escritura romance producidas en Aragón muestran un
predominio de rasgos castellanos, y lo mismo seguirá ocurriendo incluso durante el
desarrollo de la escritura aragonesa del siglo XIV promovida por Juan Fernández de
Heredia. Aunque este estándar aragonés se desarrolló en un estado que era
políticamente independiente de Castilla, no fue independiente del estándar lingüístico
castellano, que había surgido en Toledo en el siglo XIII, y apenas sobrevivió a la unión
de las coronas en 1474.

7.1.2. CODIFICACIÓN

Tras la selección de una variedad con el propósito de que sirva de base a la


escritura, otra etapa importante en el proceso conducente a la estandarización es la
codificación de esta variedad. El objetivo de este mecanismo (totalmente inalcanzable
en el caso de la lengua hablada) es la 'variación mínima de la forma' (Haugen 1972:
107)-En el caso de la lengua escrita, consiste en postular un conjunto de reglas
invariables ortográficas, gramaticales, léxicas y otras, al que los escritores deben
conformarse si desean que su escritura alcance e mayor prestigio.
Aunque la codificación explícita del castellano no comenzó has a finales del
siglo xv, las preocupaciones lingüísticas manifestadas por Alfonso X en los trabajos
que patrocinó (apartado 7.1.1) tuvieron t efecto de producir un modelo lingüístico que
podía ser y era imita por otros escritores. Mientras que en los comienzos de su
reinado, a mediados del siglo XIII, existía mucha variación entre la lengua de un texto
y la de otros (véase el apartado 7.1.1), sólo medio siglo después esta variación se
había reducido significativamente. Hacia finales del siglo XIII, como resultado directo
de los esfuerzos lingüísticos encaminados a la producción de la vasta obra literaria y
científica alfonsí, ya no era posible reconocer los orígenes regionales de los escritores,
y otros tipos de variación habían descendido en gran medida.
Otro tipo, más efectivo incluso, de codificación informal del español fue el que
llevaron a cabo los primeros impresores. Ray Harris-Northall (1996-7), mediante la

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comparación de los manuscritos de la Gran conquista de ultramar y la versión impresa
de principios del siglo xvi de esta obra, muestra cómo se redujo radicalmente la
variación de un amplio conjunto de rasgos lingüísticos, y cómo el texto fue revisado
exhaustivamente a fin de proyectar las normas favorecidas por una élite política.
Centrándonos en la codificación explícita, podemos ver que el español fue la
primera lengua posclásica que se sometió a este proceso. Desde mediados del siglo xv
surgió una serie de empresas lexicográficas a pequeña escala (Lapesa 1980: 286-287),
seguidas por el monumental Universal vocabulario (1490) de Alonso de Falencia.
Aunque éste era un diccionario de latín, su componente español revela una
discriminación sutil entre las palabras del léxico bajomedieval. Sin embargo, el trabajo
temprano más importante de codificación del español, y la primera gramática que
apareció de una lengua moderna (en 1492), fue la Gramática de la lengua castellana de
Antonio de Nebrija (Nebrija 1980)5. Nacido en Andalucía, y profesor sucesivamente de
las universidades de Salamanca y Alcalá de Henares, también publicó en 1492 su
diccionario latín-español (Nebrija 1973). Su tratado de 1517 sobre la ortografía
española (Nebrija 1977) ampliaba la ortografía que trataba en la Gramática.
La única clarificación de Nebrija sobre el tipo de español refleja-do en sus
libros es su comentario sobre la base del sistema ortográfico ('escribo como hablo'), la
misma fórmula adoptada por Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua. Con estas
palabras, estos autores reivindicaban el evitar la etimología como guía de la ortografía
y (si interpretamos sus postulados de manera moderna) igualar sus sistemas gráficos
con el sistema de fonemas que empleaban (y es de suponer que era también el sistema
empleado por aquellos que hablaban variedades similares). Que ellos no consiguieran
esto totalmente no es nada sorprendente, dado que, al igual que otros estudiosos
anteriores y posteriores a su época no supieron desenmarañar completamente el
problema sobre la relación entre sonidos y letras. Respecto de otros aspectos de la
lengua, sólo podemos suponer que Nebrija, al igual que Valdés, buscó codificar la
variedad de lengua escrita por los hombres cultos de Castilla.

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La Inglaterra de la baja Edad Media conoció la producción de guías simples de uso del francés,
destinadas a una aristocracia inglesa cada vez más anglizada; sin embargo estas guías no merecen el
apelativo de gramáticas.

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A causa de los cambios fonológicos que tuvieron lugar a finales de la Edad
Media y principios del período moderno (véase, por ejemplo, el apartado 3.1.3.1-3), el
sistema ortográfico establecido en los textos alfonsíes (y adoptado con pequeños
cambios por Nebrija) se fue distanciando progresivamente de la fonología del
castellano. El interés por la reforma de la ortografía del español fue constante durante
el Siglo de Oro, y encontró su expresión en obras como la Ortografía castellana de
Mateo Alemán, publicada póstumamente en 1609 (Alemán 1950), y la radical (aunque
no tenida en cuenta) Ortografía Kastellana, publicada en 1630 por Gonzalo de Correas
(Correas 1971). Sin embargo, la reforma y codificación de la ortografía castellana sólo
tuvo éxito con el establecimiento de la Real Academia Española en 1713. Inspirada en
el papel de la Académie Francaise, uno de los elementos principales de la consigna de
la academia española ('limpia, fija y da esplendor') era la codificación de la lengua, y
los académicos emprendieron explícitamente esta labor en su Ortographía (1741).
Esta y las siguientes ortografías realizadas por 1ª Academia (desde finales del siglo xx
publicadas tras consultar con las Academias Asociadas de todos los países
hispanohablantes, incluidos los Estados Unidos) eran acogidas rápida y fielmente por
impresores y editores, de modo que la ortografía del español actual, al menos en los
textos impresos, es muy uniforme en todo el mundo.
La codificación de la morfología y la sintaxis fue un proceso más lento. Tras la
Gramática de Nebrija (véase más arriba), se publicaron innumerables gramáticas del
español en España, Flandes y América, durante los siglos XVI y XVII, incluida, en 1625,
la notable Arte de la lengua española castellana, de Gonzalo de Correas (Correas 1954).
En 1771 se alcanzó un hito con la publicación de la primera Gramática de la Real
Academia Española, actualizada repetidamente hasta hoy. El resultado de éstas y de
centenares de otras publicaciones gramaticales es que la morfología del español
escrito es casi enteramente uniforme en todo el mundo, mientras que su sintaxis varía
en pequeño grado (véanse, por ejemplo, los apartados 4.1.7.2.7, 5.1.2.5, 5.1.3.2).
La codificación del vocabulario está sujeta a progresos más lentos y no puede
conseguirse completamente, a causa de la naturaleza abierta del lexicón. Alonso de
Falencia y Nebrija hicieron grandes progresos a finales del siglo XV, y fueron seguidos
de manera notable por Sebastián de Covarrubias, cuyo Tesoro de la lengua castellana

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o española de 1611 continúa dándole primacía al vocabulario empleado en su Toledo
nativo. De nuevo, fue la actividad de la Real Academia Española, realizada
públicamente en 1726-1739 en su Diccionario de autoridades con tres volúmenes, la
que proporcionó la codificación léxica más autorizada del español. Las ediciones más
recientes del diccionario de la Academia reflejan no sólo el uso escrito peninsular sino
que, con la colaboración de las Academias americanas, aspira a incluir elementos de
todo el mundo hispanohablante pertenecientes a distintos registros.

7.1.3. ELABORACIÓN DE FUNCIONES

El propósito de este aspecto de la estandarización es el de 'máxima variación


en la función' (Haugen 1972: 107), esto es, la introducción de la lengua en cuestión en
el mayor número de ámbitos. En el caso del español, y otras lenguas románicas, este
proceso sólo pudo comenzar una vez establecida la conciencia de la lengua como
código distinto del latín. Roger Wright (1982) ha mostrado con acierto que esta
conciencia sólo surge como resultado de la introducción de un sistema ortográfico que
pretende especificar los fonemas de la variedad que es escrita, un proceso que se
aplicó al español desde finales del siglo XI (Lloyd 1991). Al principio, el uso de la
nueva ortografía era escaso e inconsistente, como se observa en las glosas escritas en
los monasterios de San Millán de la Cogolla y Santo Domingo de Silos, pero el nuevo
sistema se empleó con creciente sofisticación en algunos documentos de este período,
especialmente a principios del siglo XIII, y culminó en el sistema casi completamente
coherente adoptado por la escuela de Alfonso X desde mediados del siglo XIII.
Una vez establecida la conciencia completa del español como un código distinto
del latín, podía competir con el latín en un número creciente de ámbitos. La poesía
narrativa fue el primer ámbito prestigioso en el que el español escrito impuso su
independencia (junto con el del drama religioso, del que tenemos el ejemplo aislado
del Auto de los reyes magos), a principios del siglo XIII, aunque hemos visto (apartado
7.1.1) que en esta etapa el español escrito revelaba todavía algo de variación
geográfica. Fue, de nuevo, la empresa científica y literaria de Alfonso X el Sabio la que
amplió radicalmente los ámbitos en los que el español podía usarse. Llegó a ser en

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esta época e vehículo de la prosa narrativa, la historiografía, la ciencia (astronomía,
astrología, mineralogía, etc.), y la jurisprudencia, ámbitos de los que desplazó
rápidamente al latín, y a los que pronto se sumaron la poesía lírica e incluso algunos
modelos de escritura religiosa, las abundantes traducciones de la Biblia de los siglos
XIII y XIV. Desde entonces, ningún ámbito quedó al margen del español, a pesar del
regreso parcial al latín para el discurso erudito durante el Renacimiento, y la
persistencia del latín como la lengua de la iglesia católica hasta la segunda mitad del
siglo XX.
Esta elaboración de las funciones del español, ocurrida en la época medieval y a
principios de la edad moderna, no sólo condujo a la codificación informal del español
(apartado 7.1.2), sino también a la enorme expansión de los recursos léxicos y
sintácticos. La necesidad de expresar en español ideas hasta entonces no expresadas
requirió de un vasto aumento del su vocabulario, necesidad que se apoyó
principalmente en los préstamos (del árabe, el latín, el francés, el occitano, etc.), pero
también en la derivación frecuente, principalmente mediante sufijos (Lapesa 1980:
243-244, Penny 1987-8). Asimismo, aunque la sintaxis del primer español escrito era
relativamente simple, cualidad especialmente evidente en la parquedad de la
subordinación y en la frecuencia con la que las oraciones se enlazaban mediante la
sofisticación lingüística que se requería para expresar las complejas relaciones lógicas
de las ideas históricas y científicas la proporcionó la creciente elaboración sintáctica,
de modo que hacia finales del período alfonsí el español era capaz de expresar con
elegancia cualquier relación de ideas en cualquier ámbito.

7.1.4. ACEPTACIÓN

La aceptación de un código determinado como símbolo de una nación dada es


un proceso que, en su sentido completo, pertenece propiamente a siglos recientes. Sin
embargo, debe recordarse que el nombre de todas las lenguas tiene un origen político,
ya que comienza mediante la referencia al habla de una determinada porción del
territorio cuyas fronteras están delimitadas por el control que ejerce alguna entidad
política. Así, el término castellano es una abreviación de romance castellano, más o

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menos 'aquellas formas de habla (descendientes del latín) empleadas en el territorio
llamado Castilla', donde Castilla es una entidad política, al principio no soberana,
cuyas fronteras la separaban de otras entidades políticas. La existencia de un nombre
de lengua por tanto implica, al menos para sus primeros hablantes, una conexión
entre ese nombre y alguna entidad política6.
La promoción de un nombre de lengua (junto con, o separadamente de, la
promoción de la lengua a la que se refiere) es por tanto un instrumento de la
construcción nacional. En el caso de Castilla, es verosímil (pero indemostrable, ya que
no dejó ningún manifiesto) que Alfonso X estuviera persiguiendo en parte la creación
de una nación cuando promovía el castellano escrito para propósitos tanto
administrativos como literarios y científicos. Las ventajas, a este respecto, del
castellano sobre sus competidores del momento fueron considerables. Cada una de
estas lenguas, latín, árabe y hebreo, estaba indisolublemente ligada a una de las tres
religiones presentes en Castilla, mientras que casi todos los habitantes del reino
hablaban castellano o alguna variedad de romance muy próxima.7 Los efectos
políticamente unificadores de promocionar el uso del castellano escrito en el siglo XIII
son, por tanto, evidentes.
La explotación nacionalista explícita de la lengua llega sólo a fines del siglo xv.
En su discurso dirigido a Isabel I de Castilla y Aragón, puesto al principio de su
Gramática de la lengua castellana de 1492, Antonio de Nebrija unió notoriamente
lengua y nación cuando estableció: 'siempre la lengua fue compañera del imperio; & de
tal manera lo siguió, que junta mente començaron, crecieron & florecieron, & después
junta fue la caída de entrambos' (Nebrija 1980: 97). Imperio no se refiere aquí a lo que
conocemos como Imperio español; los barcos de Colón estaban, en efecto, en camino
hacia América cuando Nebrija escribía, pero el imperio americano todavía no había
aparecido. Nebrija, sin duda, tenía en mente los territorios gobernados por los
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Los hablantes (p. ej., en Australia y África) que no sienten que pertenecen a ninguna unidad política
muy a menudo carecen de un nombre para su lengua, y se refieren a ella mediante expresiones que
significan '(nuestra) habla, conversación', etc. (Lloyd 1991). El nombre inglés probablemente no es
típico, ya que estuvo aparentemente en uso antes de que existiera una entidad política llamada
Inglaterra. Sin embargo, es probable que se refiriera a un grupo de entidades políticas percibidas como
un conjunto de grupos que tenían una historia común y una cultura similar.
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Las excepciones fueron las minorías que hablaban vasco o árabe. Ambas minorías deben de haber sido
pequeñas, aunque es imposible calcular sus proporciones reales.

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monarcas católicos (España, excluyendo aún Navarra, las Islas Baleares, la mayor
parte del centro y el sur de Italia, Sicilia y Cerdeña, las Islas Canarias) y otros
territorios que pudieran adquirir. Este era el imperio que, afirmó, compartía el mismo
destino que la lengua española, y cuyo éxito requería la promoción de su lengua.
Nebrija se refiere a la lengua cuyas formas prescribe como la lengua castellana,
de acuerdo con su más primitivo empleo, en el que el término castellano era la única
denominación disponible para este concepto. El término español (antiguamente
españón), y el nombre España del cual deriva, fueron raros en la Edad Media, cuando
se referían a la España islámica, o al concepto histórico de la España Romana, o al
concepto geográfico de la península española. Tras la unión de las coronas de Castilla
y Aragón en 1469, los términos España y español se comenzaron a aplicar a este reino
unificado, de lo cual se seguía que la principal lengua del estado, hasta entonces
llamada sólo castellano, podía llamarse también español. Desde ese momento los dos
términos han sido equivalentes, aunque se ha preferido uno u otro en diferentes
épocas y en diferentes lugares. Véase Alonso (1943) para una historia más detallada
de estos términos.
En América, las élites gobernantes de los estados poscoloniales, que surgieron
del Imperio español, eran todas hispanohablantes (aunque los hablantes de lenguas
amerindias eran sin duda mucho más numerosos en estos países de lo que lo son hoy).
La idea de la nacionalidad española estaba ligada consecuentemente al empleo del
español, algunas veces de manera explícita, como cuando las nuevas constituciones
convertían al español en la lengua oficial del estado, al igual que ocurrió también en la
constitución española post-franquista.
La aceptación política del español, implícita durante siglos, era ahora implícita
en casi todo el mundo hispanohablante.

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