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) LA HISTORIA DE RUSIA

El Dominado (siglos III y IV).


También ha sido llamado Bajo Imperio. En esta fase los emperadores se transforman en
monarcas absolutos, toda ficción de república desaparece. El Senado mantuvo un carácter de
institución asesora; los emperadores llegaron al extremo de hacerse adorar como dioses. Los
principales emperadores fueron Septimio Severo, Caracalla, Alejandro
Severo, Aureliano, Diocleciano, Constantino (el primer emperador
cristiano), Juliano y Teodosio.
Marco Aurelio fue sucedido por su hijo Cómodo, el cual gobernó en forma excéntrica y con
despreocupación por la administración y la política exterior. Su derrocamiento y asesinato (192
d.C) marcó un punto de dislocación del Imperio, pues a partir de ahí comenzó la intervención
del ejército en la elección de los emperadores. En la guerra civil que siguió a la muerte de
Cómodo, el ejército apoyó Septimio Severo, quien empeñó las fuerzas de Roma en la guerra
contra el Imperio Parto, al cual venció, saqueando su capital Ctesifonte; Severo tuvo una
actitud hostil hacia el Senado, al que persiguió duramente; así mismo, comienza la política de
favorecer económicamente al ejército como un medio de conservar el trono. Severo fue
sucedido por Caracalla (211), quien mandó matar a su hermano Geta y realizó ejecuciones
masivas entre los partidarios de éste; pero también reconoció, como consecuencia de una
lógica evolución social, la cualidad de ciudadano romano a todos los hombres libres del
imperio. Alejandro Severo, que sucedió un tiempo después a Caracalla, tuvo que hacer frente
a la agresión del renacido Imperio Sasánida de los persas, el que había reemplazado al Parto
en Irán; fue el primer emperador romano que tuvo cierta tolerancia hacia el cristianismo, y
representó los últimos restos de autoridad civil sobre el ejército. A partir de su asesinato (235),
la Monarquía cae en manos de los generales y Roma se precipita en un confuso período que
duró unos sesenta años y que ha sido denominado la "Crisis del siglo III". La mayoría de los
emperadores tuvieron el carácter de "emperadores-soldados" y su reinado fue efímero, siendo
en la mayoría de los casos, derrocados y asesinados por su sucesor o los soldados.
Durante la crisis del siglo destaca la figura de Aureliano (asesinado en 275), el cual puso coto
a las incursiones germánicas en territorio romano y logró la unidad del Estado al reintegrar al
dominio imperial las provincias de la Galia, la cual se manejaba en forma autónoma a
consecuencia de los desórdenes generados.
La crisis será superada por Diocleciano, el cual intentó dar al Imperio una administración más
ágil, creando el sistema de la Tetrarquía imperial. Mediante este sistema se dividió al Estado
en cuatro partes, a cargo de "césares" y "augustos" que tenían el deber de ayudarse y
sucederse mutuamente. Pero el sistema fracasó debido al desarrollo del principio dinástico. A
la muerte de Diocleciano su sistema naufragó en medio de la guerra civil, guerra de la cual
salió vencedor Constantino el Grande.
A Diocleciano se lo recuerda, también, por haber desencadenado la mayor de las
persecuciones en contra de los cristianos, persecución que fracasaría y haría comprender a
Roma la necesidad de transigir con el nuevo poder que representaba la religión de Cristo.
La romanización de Occidente[editar]
En los dos siglos que siguieron a la muerte de Augusto el Imperio realizó una intensa labor
civilizadora, especialmente sobre las provincias occidentales (Galia, Britania, Hispania).
La cultura romana ya no quedó limitada a Roma e Italia, sino que se extendió hasta las más
lejanas provincias fronterizas. La fundación de ciudades y campamentos militares fueron la
base de la romanización. Roma impuso su idioma -el latín-, y sus leyes a los pueblos
conquistados. Una red de caminos y carreteras unía a las provincias con Roma. Las
provincias se llenaron con templos, acueductos, termas, basílicas y otras notables obras de
ingeniería y arquitectura que se caracterizan por su utilidad, su solidez y su grandiosidad.
La evolución social durante el imperio[editar]
La sociedad romana siguió evolucionando durante la época imperial. La antigua aristocracia
senatorial fundadora de la República es reemplazada por una nueva aristocracia formada por
romanos provenientes de las provincias y nombrados por los emperadores. Fue una nobleza
imperial y cortesana. El campesinado siguió inundando como una plaga las ciudades
romanas; éste tuvo que ser sostenido por las arcas imperiales mediante la distribución gratuita
de alimentos y entretenida por medio de juegos que se realizaban en los anfiteatros, siendo
los más característicos los sangrientos combates de gladiadores y fieras. Estas costumbres
sólo declinaron con la influencia del cristianismo.
Las innumerables ciudades del imperio, fuese las conquistadas o las fundadas por Roma,
fueron el semillero de una activa burguesía (los caballeros u orden ecuestre) y cuyos
dirigentes solían obtener la ciudadanía romana; los más importantes entraban al Senado. El
orden ecuestre siguió aumentando en número e importancia hasta, a finales del Bajo Imperio,
hacerse prácticamente indistinguible de la aristocracia.
La esclavitud también constituía una verdadera plaga y sólo fue decayendo en la medida que
terminaron las guerras de conquista y por influencia del cristianismo.
La crisis del siglo III[editar]
Artículo principal: Crisis del siglo III

Durante el siglo III Roma sufrió una larga crisis. En lo político el trono imperial se desestabiliza,
pues la mayoría de los emperadores fueron asesinados o muertos en revoluciones y guerras
externas.
Por otro lado, el imperio debió hacer frente a fuertes presiones militares de parte de las hordas
germánicas que atravesaban las fronteras del Rin y el Danubio y saqueaban las Galias y los
Balcanes. Y por el Este el Imperio tuvo que luchar con el imperio persa de los Sasánidas, una
verdadera resurrección del antiguo imperio de Ciro y Darío y que reclamaba los territorios
arrebatados por Alejandro Magno y que ahora le pertenecían a Roma. La crisis tuvo un
carácter económico y urbano: hubo una fuerte inflación, la moneda perdió completamente su
valor y el Estado tuvo que cobrar impuestos en especies y servicios. Producto de las
invasiones y las epidemias las ciudades se despueblan y se contraen, fortificándose. Las
clases altas emigran al campo y prefieren vivir en villas fortificadas.
Debido a las dificultades del Estado para cobrar los impuestos y, como casi toda la población
rehuía ciertas profesiones (cobrador de impuestos, ediles municipales, etc), el gobierno se vio
en la necesidad de declararlas hereditarias, lo que contribuyó a hacer más rígida la estructura
social. Esta medida tuvo profundo impacto sobre los campesinos y colonos agrarios de
Occidente, los cuales fueron declarados adcritos a sus tierras, transformándose lentamente, a
partir del siglo IV, en los futuros siervos de la gleba europeos.4
Sin embargo, la Iglesia cristiana logró sobrevivir a las persecuciones de parte de las
autoridades imperiales y pronto obtendrá el reconocimiento (libertad de culto). La religión y
filosofía paganas darán sus últimos frutos, como fue la obra del filósofo Plotino
La decadencia y división del Imperio Romano[editar]
Artículo principal: Decadencia del Imperio romano

Durante el siglo IV el Imperio Romano pareció renacer. Constantino el Grande reordenó el


Estado e hizo frente como mejor pudo a las presiones externas. Constantino es recordado por
su famoso Edicto de Milán (313), por el cual decretó la libertad de culto. Roma dejó, a partir de
ese momento, de perseguir a los cristianos. Constantino y sus sucesores comprendieron la
importancia política del cristianismo y trataron de comunicar nuevas fuerzas al Estado
apoyándose en él. La religión hizo progresos decisivos durante el siglo IV, pese a los intentos
postreros del emperador Juliano el Apóstata de reflotar el culto pagano y las perturbaciones
ocasionadas entre los fieles por la difusión de la herejía del arrianismo. La fe cristiana fue
confirmada en el Concilio de Nicea (325 d. C.), y la Iglesia y el Papado, sus expresiones
institucionales características, se enraizaron en tal forma en la cultura y en la sociedad de la
época, que proyectarían a Roma más allá del propio estado que había creado y que ya se
encontraba en proceso de decadencia. Roma sobrevivirá a la desintegración de su imperio
gracias al cristianismo.
También Constantino generó un cambio geopolítico trascendental, al tomar la decisión de
trasladar la capital del Imperio: de Roma a Constantinopla. Constantinopla, la
antigua Bizancio griega, era una ciudad mejor defendida y ubicada estratégicamente, más
cercana a las ricas provincias orientales. Constantino sentaba las bases del futuro Imperio
Bizantino, continuador del romano en el Este de Europa y en el Cercano Oriente.
Durante el siglo IV, el Imperio Romano se puso a la defensiva en relación a los pueblos
germánicos que empezaban a desbordar las fronteras del Rin y del Danubio. Los germanos
habían entrado en contacto con Roma a finales del siglo II a. C. cuando Mario aniquiló a
los cimbrios y teutones que incursionaban en el norte de Italia y en Provenza; más adelante,
César realizó expediciones de castigo en la Germania; no obstante, nunca pudieron ser
domeñados plenamente por los romanos. La alta natalidad, la necesidad de nuevas tierras y
de botín, así como la atracción que ejercía la civilización romana, impulsaba a emigrar
periódicamente a los germanos hacia el suroeste. En el Bajo Imperio Roma optó, como medio
de absorción pacífica, por enrolarlos paulatinamente en sus ejércitos y usarlos como colonos
de las tierras baldías. Esta decisión conllevó un cambio sustancial en la composición del
ejército: durante los siglos IV y V —en la medida en que crecían la dificultades del Estado en
la conscripción militar— los elementos germánicos auxiliares fueron aumentando lentamente
hasta llegar a superar en número al contingente propiamente romano.
En el siglo IV, nuevos pueblos germánicos aparecían —
godos, vándalos, francos, burgundios, alanos, etc.— y avanzaban hacia el Oeste. La amenaza
de los hunos, provenientes del interior del Asia, empujó a los germanos en contra de las
fronteras de Roma. El primero que se asentó de manera definitiva en sus tierras fue el pueblo
de los visigodos, al aniquilar al ejército del emperador Valente en la decisiva batalla
de Adrianópolis (378). Comenzará el declive militar de Roma; el Estado ya no tuvo fuerzas
para expulsarlos de su territorio. A partir de ese momento, los bárbaros germánicos serán una
constante en la política interna de Roma.
Teodosio logró reunir por última vez a todo el Imperio Romano tras vencer a sus
competidores, pero luego comprendió la necesidad de dividir al Imperio con objeto de dar una
respuesta más ágil a las diferentes amenazas que pesaban sobre él. A su muerte (395), el
Imperio se dividió en dos partes, con soberanos y administración propia: nacían así el Imperio
Romano de Occidentey el Imperio Romano de Oriente.
Teodosio también es importante por haber declarado al cristianismo como la religión oficial del
Imperio. Roma se convirtió, de un imperio pagano, en un imperio cristiano.
A principio del siglo V, las tribus germánicas, empujadas hacia el Oeste por la presión de los
hunos, penetraron en el Imperio Romano de Occidente. Las fronteras cedieron por falta de
soldados que las defendiesen y el ejército, constituido en su mayoría por bárbaros, no pudo
impedir que Roma fuese saqueada por los visigodos de Alarico I (410) y por los vándalos
de Genserico (455). Estos saqueos provocaron gran conmoción en el mundo cristiano y
civilizado, y si bien los daños en la ciudad fueron escasos, el prestigio de Roma fue
gravemente afectado. Cada uno de los pueblos germánicos se instaló en una región del
imperio, donde fundaron reinos independientes: los reinos germano-romanos. Los ostrogodos
en Italia, los francos y burgundios en la Galia, los anglos y sajones en Britania, los visigodos
en España y los vándalos en el Norte de África. Uno de los más importantes fue el de los
francos, la base de las modernas nacionalidades de Francia y Alemania, y del cual derivaría a
la postre el Sacro Imperio Romano Germánico. El largo reinado de Valentiniano III (424-455)
presenció la irreversible desintegración del Imperio de Occidente, pese a los esfuerzos
políticos y militares del general Aecio, quien opuso a unos bárbaros contra otros y comandó el
combinado de fuerzas romano-germánicas que derrotó a Atila, rey de los hunos, en la batalla
de los Campos Cataláunicos (451).
El emperador, que ni siquiera tenía su sede en Roma, sino en Rávena, dejó de controlar los
restos del Imperio; fue así que en el año 476, un jefe bárbaro, Odoacro, destituyó a Rómulo
Augústulo, un niño de apenas 10 años, el cual fue el último emperador Romano de Occidente,
y envió las insignias imperiales a Zenón, emperador Romano de Oriente.
Pero el dominio de Odoacro, rey de los hérulos, no duró mucho sobre Roma e Italia, pues el
emperador de Oriente, Zenón, autorizó, bajo una teórica soberanía, a un nuevo jefe
bárbaro, Teodorico, rey de los ostrogodos, a pasar con su pueblo a la península a obtener
nuevas tierras. Pronto Teodorico se adueñó del poder al asesinar personalmente a Odoacro
en un banquete. Teodorico ejerció como "rey de Italia", y, como tal, fue reconocido por el
emperador de Oriente, Anastasio; fijó su capital en Rávena.
Teodorico gobernó sobre ostrogodos y romanos y restauró buena parte de la anterior
estructura imperial, conservando la tradición clásica. Mediante una inestable alianza con la
aristocracia senatorial romana de Italia y con una entente con la poderosa Iglesia católica,
Teodorico desarrolló su reino rodeándose de cortesanos romanos entre los que destacaron el
ilustre filósofo Boecio y el escritor Casiodoro. A la postre, el proyecto político de Teodorico
fracasaría debido a la desconfianza de la nobleza romana, las intrigas de la corte bizantina
que aspiraba a la reconquista de Italia, y el mutuo rechazo entre la población católica y los
ostrogodos arrianos que detentaban el poder militar. El reinado de Teodorico terminaría en
medio de violencias que ocasionaron la muerte de importantes ciudadanos romanos, como fue
el caso del asesinato de Boecio.
El final del Imperio Romano de Occidente y el papel de la Iglesia[editar]
Como se ha dicho, en el año 476 el último emperador de Occidente fue destronado por los
bárbaros y sus insignias imperiales enviadas a Constantinopla. Con este acto el Imperio de
Occidente dejó formalmente de existir. Posteriormente, se intentó su resurrección gracias a la
obra de Justiniano, Carlomagno y Otón I, pero estos intentos no fueron, a la larga,
verdaderamente exitosos, y sólo recogieron los títulos.
En la crisis general de las instituciones políticas y civiles de Roma las únicas que
sobrevivieron sólidamente fueron la Iglesia y el Papado. De hecho, los papas de Roma, los
obispos y el clero en general tuvieron que asumir, en muchos casos, funciones políticas,
generalmente en defensa de la labor de la Iglesia y de las poblaciones romanas en contra del
abuso de los bárbaros (p. ej., es legendaria la manera en que el papa León I logró detener
a Atila, quien se encaminaba hacia una Roma inerme, al frente de sus ejércitos hunos). De
esta forma la Iglesia logró salvar una buena parte de la tradición romana, la que se
incorporaría posteriormente a la Civilización Occidental nacida en Europa hacia el siglo IX.
El Imperio Romano de Oriente sobrevivió a las invasiones germánicas y existirá mil años más,
jugando un importante papel en la Edad Media al civilizar a los pueblos de Europa Oriental y
ser un verdadero escudo que defendió a Europa Occidental de las invasiones asiáticas.
¿Qué fue del pueblo romano? Unos pocos siglos después de la caída del Imperio de
Occidente -y hasta el día de hoy- sólo se consideraba “romanos” a los habitantes de Roma y
sus alrededores. Después de las invasiones, la gran masa de los romanos provinciales (italo-
romanos, hispano-romanos, galo-romanos, etc.) terminó mezclándose con sus vencedores
germánicos, lo que daría origen a las modernas naciones de Europa Occidental. La ciudad de
Roma y sus habitantes, bajo la protección de la Iglesia y el Papado, sobrevivieron y jugaron un
importante papel en la Edad Media y en los inicios de la Edad Moderna (el Renacimiento).
Roma seguirá siendo un centro religioso, político y cultural del mundo cristiano occidental.

El legado cultural de la Roma Antigua[editar]


Véase también: Cultura de la Antigua Roma

Los legados de la Roma Antigua fueron múltiples. Se pueden mencionar los siguientes:
a) El Derecho Romano: Quizás el aporte más importante de la Roma Antigua a la cultura fue
el derecho romano. El derecho romano es el conjunto de leyes escritas creadas por Roma y
que arranca a partir de la Ley de las doce tablas(450 a. C.), primer monumento de su
legislación; esta legislación evolucionó y se perfeccionó durante el transcurso de la República
y el Imperio de acuerdo con las decisiones de los Comicios y del Senado, los edictos de los
pretores y de los emperadores y el trabajo de los jurisconsultos.5 Fue codificado en su forma
final por el emperador Justiniano en el siglo VI. Este Derecho estaba dividido en Derecho Civil
(regulaba las relaciones entre los romanos) y el Derecho de gentes (regulaba las relaciones
de Roma con los pueblos no romanos). Los principios fundamentales del Derecho Romano
poseen valor universal y se han incorporado a la legislación de todos los pueblos civilizados.
Entre estos se pueden destacar los siguientes: 1. Las leyes deben ser públicas y escritas. 2.
La ley debe proteger a la persona y sus bienes. 3. Las leyes deben considerar los derechos de
las mujeres. 4. Una persona acusada debe ser considerada inocente mientras no sea probada
su culpabilidad. 5. Personas de distinta posición económica y social pueden contraer legítimo
matrimonio. 6. Todos los ciudadanos que forman el estado son iguales ante la ley. Importantes
códigos civiles occidentales están basados en el Derecho Romano, tal como el Código Civil de
Napoleón, el cual fue adaptado por otras naciones occidentales.5 Gracias al Derecho Romano
se conservó en Occidente la idea de "estado", es decir, una entidad jurídica e institucional
sobre una base territorial y poblacional distinta al patrimonio de los príncipes y reyes, y que no
es divisible por herencia entre los herederos. La idea de estado sobrevivirá el período
medieval y será reflotado en Occidente gracias a la acción de los reyes de las monarquías
nacionales de la Baja Edad Media en su lucha contra el feudalismo.
b) El idioma romano (el latín): el latín ha dado origen a las modernas lenguas neolatinas:
castellano, francés, italiano, portugués, rumano, etc. Además, el latín sirve para la
nomenclatura científica, pues es el medio que sirve para la denominación de los seres vivos.
c) El alfabeto romano. El alfabeto romano, de carácter fonético, está en uso en la mayor
parte del mundo, especialmente en el Occidental.
d) La idea del “imperio”, es decir, un conjunto de pueblos unidos bajo un mismo gobierno. El
imperio ha sido la idea fuerza que ha llevado a lo largo de la historia a varias naciones y
personajes a imitar a Roma creando sus propios imperios: el imperio de Carlomagno, el Sacro
Imperio Romano Germánico de Otón I, el imperio napoleónico, el estado fascista de Benito
Mussolini, los imperios español, inglés, francés, alemán, ruso, los EE. UU., etc.
e) Arquitectura e ingeniería romana. Los romanos construyeron monumentos y
edificaciones hechas para durar, funcionales y de gran tamaño: acueductos, puentes,
carreteras, palacios, anfiteatros, basílicas (catedrales), fortalezas, etc. Tales construcciones
han sido imitadas en numerosas naciones del mundo. Por ejemplo, en el siglo XVIII el
arquitecto romano Joaquín Toesca, a instancias de la Corona española y financiamiento
particular, fue contratado para trabajar en Chile, construyendo el Palacio de la Moneda,
edificio neoclásico puro, en que funciona la Presidencia de la República y el Poder Ejecutivo
en la ciudad de Santiago; así mismo, construyó la actual Catedral de Santiago en la Plaza de
Armas.
f) Roma como centro del cristianismo católico. Por espacio de 2000 años Roma ha sido el
centro de la cristiandad católica, pues en ella se encuentra la Santa Sede, importante
institución religiosa y política que ha desarrollado una gran labor cultural. La Iglesia tomó del
Imperio estructuras administrativas (por ejemplo, las diócesis), tradiciones (por ejemplo, uso
del latín, vestuario sacerdotal), un concepto de gobierno jerárquico centrado en la Ciudad del
Vaticano, y otras tradiciones de origen romano.

Antigüedad Tardía[editar]
Artículo principal: Antigüedad tardía

En este período Roma deja de ser una gran capital mediterránea y se convierte en la presa
que se disputan los ostrogodos y los bizantinos primero, y los lombardos y los mismos
bizantinos después, lo que ocasionó un gran deterioro urbano y una acelerada despoblación
(en el siglo II la urbe había alcanzado 1 500 000 habitantes, que se redujeron a unos 650 000
en el momento de la división del Imperio y a unos 100 000 en el año 500). No obstante la
decadencia, en el interior de sus muros se gesta el poder que se hará cargo de su destino
hasta el siglo XIX: el Papado.

Guerra Gótica (535-554)[editar]


Artículo principal: Guerra Gótica (535–554)

El exilio y asesinato de la reina ostrogoda Amalasunta, de religión católica, en 535, por


órdenes del rey Teodato, fue aprovechado por el emperador Justiniano I como excusa para
reconquistar Italia. Conocemos muy bien los acontecimientos gracias a la obra Historia de las
guerras de Procopio de Cesarea. Las tropas imperiales, a las órdenes de Belisario,
desembarcan en el sur de la península en julio de 536 y entran en Roma el 10 de diciembre
del mismo año. A comienzos del siglo VI la población de la ciudad se había reducido a unos
100 000 habitantes.
En 537, Belisario es asediado en la ciudad durante un año por el rey godo Vitiges, quien
ordena cortar catorce acueductos que le suministran agua, mientras que Belisario manda que
se tapien sus entradas para evitar que los godos puedan infiltrarse por ellos. No serán
reparados hasta el siglo XVI. El corte del acueducto de Trajano (Acqua Traiana) afecta los
molinos de trigo instalados en las laderas del Janículo, en la orilla derecha del Tíber. Al final,
Belisario manda expulsar las "bocas inútiles", los hambrientos que piden la rendición o una
tregua, quienes no volverán jamás. Este primer asedio godo fracasa.
Desde el verano de 545 hasta finales de 546, Roma vuelve a ser asediada, esta vez por el rey
godo Totila, quien entra en la ciudad el 17 de diciembre de 546.
Las fuerzas imperiales vuelven a tomar la ciudad a comienzos 547, aprovechando que estaba
custodiada por una guarnición goda muy reducida. En la primavera de 547 el ejército godo
intenta recuperarla.
En preparación para un nuevo asedio el comandante de la guarnición imperial manda sembrar
trigo en todas las zonas no edificadas, pero cuando los godos vuelven a atacar en 549 logran
apoderarse rápidamente de la ciudad.
En el año 552 las fuerzas imperiales la vuelven a recuperar, esta vez de forma definitiva. Era
la quinta vez que la ciudad era tomada.
Las guerras góticas fueron un duro golpe para Roma: el suministro de agua fue severamente
dañado debido a la destrucción de los acueductos; sus aguas se derramaron sin control en la
campiña aledaña, lo que contribuyó a la insalubridad de la comarca; la despoblación de la
ciudad se aceleró; la tradicional institución del Senado, que había representado a Roma
durante más de mil años, fue suprimida por Justiniano, lo que significó la desaparición de los
últimos restos de la tradición cívica de la urbe. La desaparición del Senado occidental significó
también la desconexión de la ciudad con lo que quedaba de la antigua nobleza latina
esparcida por los nuevos reinos germano-romanos; la pertenencia de sus principales
miembros a la antigua institución le otorgaba prestigio e influencia política, social y jurídica; la
devenida aristocracia senatorial no tuvo más remedio que fundirse con la aristocracia militar
germánica para poder sobrevivir. Roma perdió su rango de gran ciudad mediterránea
occidental, iniciando su vida medieval a expensas del Imperio Bizantino, primero, y del poder
pontificio y de la Iglesia después.

Roma bizantina (554-727)[editar]


Tras la reconquista bizantina de Italia por Justiniano I durante la prolongada y devastadora
Guerra Gótica de 535-554, Roma es una ciudad del Imperio Bizantino, pero no su capital, ya
que la sede de la autoridad imperial, representada por el exarca, es Rávena (de la misma
forma que fue capital del Imperio de Occidente desde el año 402).
Al acabar la Guerra Gótica (554) la población de la ciudad no sobrepasaba los 40 000
habitantes, cuando hacia el año 400 era de 650 000. Esta considerable disminución en los
siglos V y VI lleva aparejada una profunda modificación del reparto de la población intramuros.
Los barrios altos (Quirinal, Esquilino, Viminal) quedan sin agua tras el corte de los acueductos
en 537 y son poco a poco abandonados. La población va concentrándose en el Campo de
Marte y en la orilla derecha del Tíber (el Trastevere, o «ultratíber») en torno a la basílica de
San Pedro.
El resto de la ciudad queda prácticamente desocupado o en ruinas, con la excepción de las
iglesias y los monasterios, separados de hecho de las zonas habitadas. Se abandona el
cuidado de los monumentos públicos y los templos de la Antigüedad, que sirven de cantera.
Ya la emperatriz Eudoxia, esposa de Valentiniano III (424-455), empleó veinte
columnas dóricas de mármol procedentes de un templo pagano para la iglesia de San
Pedro ad Vincula que ella misma había mandado a construir y que se consagró en el año 439.
La Pragmática Sanción de 554, mediante la cual Italia era reintegrada al Imperio romano,
ratificaba una situación que ocurría de facto: otorgaba a los obispos el control de diversos
aspectos de la vida civil (como la actividad de los jueces civiles) y la administración de las
ciudades, poniéndolos a cargo del aprovisionamiento, la anona y los trabajos públicos, al
tiempo que quedaban exentos de la autoridad de los funcionarios imperiales. Así, muchas
ciudades romanas deben su continuada existencia a ser lugar de residencia de los obispos.
Durante el periodo en que Roma fue parte del Imperio bizantino se aceleró la transformación
de los antiguos edificios paganos en edificios para el culto cristiano, tal como fue el caso del
Panteón, el cual, en la primera mitad del siglo VII, junto a la Sala de sesiones del Senado, se
transforman en iglesias cristianas dedicada a la Virgen María en su advocación de Reina de
los Mártires y a san Adriano.6
Roma y su región adyacente fue convertida en un ducado gobernada por un dux dependiente
del exarca de Rávena. El duque y los oficiales bizantinos se alojaban en lo que quedaba de
los antiguos palacios imperiales; por su parte, el Foro Romano conservó el papel de centro de
la ciudad. De la presencia bizantina quedaron algunos rastros, tales como la columna en
homenaje al emperador Focas, y algunas iglesias que rodeaban el Palatino (S. Giorgio, S.
Anastasia y S. María). Más perdurable fue la influencia en el arte decorativo (pinturas,
mosaicos), influencia que se proyectaría hasta la Baja Edad Media.
Debido a la invasión de los lombardos sobre Italia las comunicaciones entre Roma y Rávena
quedaron seriamente amenazadas. Por su parte, los emperadores de Bizancio trataron al
ducado de Roma como una remota provincia de su imperio, preocupados de otras amenazas
más urgentes provenientes del norte (los búlgaros) y del Oriente (los persas y los árabes).
El poder político ejercido por Bizancio fue discontinuo y en forma creciente fue asumido por el
papa, el cual fue progresivamente ejerciendo la dirección civil y administrativa de la ciudad.
Uno de los casos más destacados fue el de san Gregorio Magno, quien ejercía como Obispo y
como delegado civil de Bizancio (finales del siglo VI). Esta tendencia se profundizó en la
medida que declinaba la presencia bizantina en Italia, amagada por los lombardos. No
obstante, los emperadores intentaron en ocasiones revertir la situación, deponiendo,
encarcelando e incluso asesinando a alguno de los papas, cada vez que la primacía del
Obispo de Roma entraba en conflicto con las pretensiones religiosas de los propios
emperadores y de los patriarcas de Constantinopla.
En 663, como parte de su intento de reconquistar Italia a los lombardos, el
emperador Constante II visitó Roma durante doce días, visita que conllevó la expoliación de
obras de arte enviadas a Bizancio. Fue la última vez que un emperador romano legítimo
visitaría Roma.
Hacia finales del siglo VII los suministros de trigo que alimentaban a Roma se cortaron debido
a la caída de Cartago en manos de los árabes. Fue entonces que empezó de parte de los
papas la solicitud de ayuda a los países germánicos más que al emperador de Constantinopla.
A comienzos del siglo VIII el poder de Bizancio sobre Roma estaba casi liquidado. El punto de
quiebre ocurrió a raíz de la querella iconoclasta desarrollada en Constantinopla y que tuvo
impacto en Italia: Roma cortaría su dependencia política en forma definitiva con el Imperio de
Oriente. Los lombardos, que se habían convertido al catolicismo, apoyaron la política del
papado, la cual se oponía a los iconoclastas de Constantinopla, e invadieron las posesiones
bizantinas en Italia. El ducado fue extinguido y toda la autoridad política pasó a manos del
papa Gregorio II(727), quien logró el reconocimiento de parte del rey de los
lombardos, Liutprando, de su dominio sobre Roma. De este modo la ciudad finalizó su
tradicional relación política y jurídica con el Imperio del cual fue la base fundacional en la
Antigüedad, e inició un nuevo camino como base territorial, humana, política y religiosa de
Papado y de la Iglesia católica.7

Lombardos (568-774)[editar]
Los lombardos invadieron Italia en el año 568 y pronto ocuparon la mayor parte del Norte y
el Apenino central en torno a Espoleto y Benevento. El Imperio bizantino conservó el dominio
de Génova, Rávena, Roma, el Lacio, Nápoles y el sur de la península.
Los lombardos era un pueblo auténticamente bárbaro, en el sentido clásico de la palabra, de
religión arriana o pagana, y que no había estado sometido a la influencia civilizadora de Roma
en el período preitálico de su migración. La invasión lombarda fue decisiva en la historia de
Italia, pues a partir de ella la península perdió la unidad política tan trabajosamente lograda
por Roma en los siglos anteriores. Los lombardos constituirán una permanente amenaza para
Roma y sus autoridades civiles y religiosas.
En el año 592 Roma es atacada por el rey lombardo Agilulfo. En vano se espera la ayuda
imperial; ni siquiera los soldados griegos de la guarnición reciben su paga. Es el
papa Gregorio Magnoquien debe negociar con los lombardos, logrando que levanten el asedio
a cambio de un tributo anual de 500 libras de oro (probablemente entregadas por la Iglesia de
Roma). Así, negocia una tregua y luego un acuerdo para delimitar la Tuscia Romana (la parte
del ducado romano situada al norte del Tíber) y la Tuscia propiamente dicha (la
futura Toscana), que a partir de ahora será lombarda. Este acuerdo es ratificado en 593 por
el exarca de Rávena, representante del Imperio en Italia.
Los lombardos no cejarán en su empeño de apoderarse de Roma. En el siglo VIII los reyes
lombardos Liutprando y Desiderio prácticamente la subyugaron. Liutprando terminó con la
presencia bizantina en Roma al clausurar el ducado imperial, aunque reconoció la autoridad
del pontífice en la ciudad. Más adelante, el rey Desiderio logró, brevemente, lo que tanto
anhelaban los lombardos: apoderarse físicamente de Roma (772).
La amenaza lombarda obligó a los papas a desligarse de la ayuda bizantina y orientar su
mirada en demanda de la ayuda que pudiesen prestar otros príncipes germánicos. Los
elegidos fueron los príncipes francos, quienes en el transcurso de lo que quedaba del siglo VIII
expulsaron a los lombardos de Roma, los dominaron políticamente, y se transformaron en los
defensores naturales del Papado.

Alta Edad Media[editar]


Roma se sumerge en la Alta Edad Media desligada definitivamente del Imperio Bizantino (el
ducado se suprimió en 727) y bajo un control relativo de los papas en los aspectos políticos,
civiles, administrativos y económicos (la ciudad estaba bajo la presión constante de los
lombardos, los cuales nunca renunciaron a conquistarla). Roma será, en adelante, la base
del Pontificado Romano y jugará un importante rol político y religioso en las etapas sucesivas.
En un continuo proceso de ruina económica, material y poblacional, la ciudad logró, sin
embargo, conservar el prestigio ganado en la Antigüedad; su pobreza material no se condecía
con su importancia política y religiosa.

Roma Pontificia (desde el 727)[editar]


Desde los comienzos de la cristiandad, los obispos de Roma, es decir, los papas, hicieron
valer su autoridad religiosa sobre las demás iglesias repartidas por el Imperio, actitud basada
en la tradición católica que asignaba a Simón Pedro el ser la "Piedra" dejada por Cristo para
sostén de su Iglesia una vez que él ascendiera a los cielos. Como Pedro terminó radicado en
Roma, lugar en donde fue martirizado, se identificó a la ciudad como su sede definitiva, es
decir, el Patriarcado u Obispado de Pedro, el primer papa. Así lo entendieron sus sucesores
en el obispado. Ya San Clemente Romano, a fines del siglo I .d. C. hacía valer su autoridad
llamando al orden a las iglesias de Oriente. El Papado fue, poco a poco, reforzando su
autoridad religiosa, política y civil, no sin la resistencia de los patriarcados del Oriente, en
especial el de Constantinopla, y sobrevivió a las persecuciones de los emperadores romanos,
a las disputas teológicas con los arrianos en el siglo IV, a la caída del Imperio de Occidente, al
dominio de los ostrogodos, a las guerras góticas y al dominio postrero de los bizantinos. Con
la ayuda circunstancial de los lombardos el Papado logró sacudirse la tutela imperial y buscó
afianzar su dominio político definitivo sobre Roma y sus regiones anexas, las cuales fueron la
base de los "Estados Pontificios". Los Papas intervendrán en lo sucesivo como príncipes
políticos independientes, a la cabeza de Roma y su población, no sin resistencia de poderes
extranjeros (príncipes, reyes y emperadores germánicos, invasiones árabes, normandas) y de
los poderes locales (pretensiones de las facciones nobiliarias de Roma).
El Pontificado fue acrecentando sus dominios en Italia gracias a sucesivas donaciones. Ya en
la época de Constantino éste había hecho entrega a la Iglesia de bienes inmuebles en Roma y
en Italia, lo que sirvió de base a la famosa “Donación de Constantino”, una falsificación
medieval que suponía la cesión de la ciudad e Italia al papa por parte de dicho emperador.
El rey lombardo Liutprando restituyó al Papado, mediante una donación, una serie de
territorios que serían la base jurídica de los Estados Pontificios, lo que se formalizó con las
donaciones territoriales (Exarcado de Rávena, la Pentápolis, etc.) del rey franco Pipino el
Breve (754); esto aseguró al Papado su independencia política frente a los lombardos y los
bizantinos. De esta forma, Roma se convirtió, nuevamente, en capital política; esta vez, de los
Estados Pontificios, los que se fueron acrecentando con el tiempo mediante sucesivas
donaciones y conquistas, y que se mantuvieron como tales hasta el año 1870, en que el Reino
de Italia ocupó por la fuerza Roma, declarándola capital de la Italia unida.
Los papas se convirtieron definitivamente en príncipes temporales con el derecho a cobrar
impuestos, sostener ejércitos y dictar leyes en sus territorios. El dominio del Papado nunca fue
total y continuo, pues su autoridad estuvo amagada por las facciones nobiliarias de tipo feudal,
por las ingerencias de los reyes y emperadores germánicos, y por los invasores normandos.
Sólo posterior al año 1000 el Papado pudo consolidar su autoridad en los Estados Pontificios,
no sin oposición de las fuerzas señaladas, a las que habría que agregar el renacimiento de los
movimientos comunales populares, los que buscaron independizar a Roma del Pontificado y la
nobleza.
Hay que decir que la elección de los pontífices correspondió durante la Alta Edad Media al
pueblo romano, al clero y los obispos vecinos, aunque durante el período interfirieron, en
mayor o menor medida las autoridades bizantinas, las facciones nobiliarias de Roma y los
reyes francos y alemanes después. Esta forma de elegir al papa cambió a partir del siglo XI,
cuando Nicolás IIreformó el sistema de elección, asignando este acto a un colegio de
cardenales. El pueblo romano quedó limitado a su aprobación y proclamación.

Imperio Carolingio (774-843)[editar]


La relación de Roma y los pontífices con la dinastía de los Carolingios comenzó hacia
mediados del siglo VIII cuando Pipino el Breve solicitó del papa Esteban II la aprobación del
derrocamiento de la dinastía anterior, los Merovingios. En 754 el Papa Esteban fue a Galia y
consagró rey a Pipino mediante la unción del óleo santo. A su vez, Pipino respaldó al Papado
cuando el Pontífice pidió ayuda en contra de la ominosa presión de los lombardos contra
Roma. Por dos veces los reyes francos, Pipino y Carlomagno, pasaron a Italia al frente de sus
ejércitos a liberar a Roma de su asedio. Carlomagno, finalmente, respondiendo a la petición
de ayuda del papa Adriano I, los derrotó completamente, anulando su influencia al declararse
“Rey de los lombardos”.
Roma y el Papado se zafaron de la presión lombarda, pero cayeron en la órbita franca. Los
reyes francos se consideraron, en adelante, defensores naturales de los pontífices, pero a la
vez comenzó el cesaropapismo medieval, por el cual las máximas autoridades temporales,
reyes y emperadores, se atribuyeron el derecho de influir en las cuestiones de Roma, el
Papado y la Iglesia. Como contrapartida, los papas se fueron atribuyendo en forma casi
imperceptible el derecho de coronar a los reyes y emperadores, lo que fue el fundamento de la
futura doctrina de la "teocracia pontificia", por la cual el poder religioso del pontífice estaba por
encima de los poderes temporales, con el derecho de gobernarlos; esta doctrina alcanzaría su
pleno desarrollo con Inocencio III en la Baja Edad Media.
En el año 800 llegó el momento culmen de la relación de Roma y los reyes francos, cuando el
papa León III, en premio por el apoyo prestado por Carlomagno en su conflicto con la nobleza
romana, lo coronó por “sorpresa” “Emperador de los romanos” en la catedral de San Pedro, en
medio de la aclamación del pueblo. Renacía así, de acuerdo a la tradición jurídica romana, a
los deseos de la iglesia y los del pueblo, el Imperio Romano Cristiano en su versión
Occidental, título que no sería admitido por Bizancio hasta más de una década después.
Demás está decir que este nuevo “Imperio Romano Occidental”, si bien era cristiano, distaba
mucho del extinguido en el año 476. Roma no era la capital, sino Aquisgrán, el pueblo romano
no era su base nacional, sino la nación franca, las leyes romanas no eran la base jurídica del
Imperio, sino las leyes consuetudinarias germánicas, la estructura administrativa era muy
distinta a la creada por Roma en la Antigüedad, pues carecía de su burocracia, los ejércitos
imperiales estaban constituidos a la usanza germánica y no por las antiguas legiones; ni
siquiera sus dirigentes habían asimilado la idea romana de “estado”, sino que seguían
apegados a sus tradiciones germánicas de considerar al reino como propiedad personal de los
reyes. En síntesis, este nuevo Imperio Romano Occidental era “romano” de título más que de
esencia, jugando Roma más un papel simbólico que efectivo.
A pesar de la protección brindada por el Imperio carolingio, la seguridad de Roma no era
completa. Los árabes, y, posteriormente los normandos, realizarían incursiones por las costas
del Mediterráneo Occidental. En 846 una flota musulmana remontó el Tíber hasta Roma,
saqueando la basílica de San Pedro, que se halla fuera de la muralla Aureliana.

La nobleza feudal romana y el "Siglo de Hierro del Pontificado"


(siglo X)[editar]
La protección que brindaba el Imperio carolingio a Roma y al Papado se eclipsó a partir
del Tratado de Verdún (843), tratado que consagró la división del reino franco en tres partes:
las actuales Francia y Alemania, más una franja intermedia llamada Lotaringia, reinos a cargo
de soberanos propios, descendientes de Carlomagno. La división se consagró como definitiva
a partir de la muerte de Carlos III el Gordo (888), el cual había reunido por última vez, en
forma efímera, casi todos los territorios del imperio.
Alejados de Roma sus protectores carolingios, la ciudad se vio envuelta, desde fines del siglo
IX y durante casi todo el siglo X, en enconados conflictos internos, ya fuese entre las
principales familias de la nobleza urbana o rural, y entre éstas y el Papado. La nobleza feudal
romana estuvo representada por los condes de Túsculo, los Crescencios, los duques de
Spoleto; más adelante serán los Colonna y los Orsini; familias que dominaron la política
romana durante siglos. Libres de la tutela de los emperadores y reyes carolingios, la nobleza
local encontró las mejores condiciones para su desarrollo. La institución del Papado terminó
cayendo inexorablemente en sus manos, y de las filas de esas familias salieron numerosos
papas y antipapas (unos cuarenta) de escasa personalidad y poco dignos la mayoría de ellos
(hubo papas que apenas alcanzaban los dieciocho años de edad al momento de ser electos).
Muchos tuvieron un corto pontificado, fueron habitualmente depuestos por las facciones
rivales, y otros se expusieron a la vejación y a una muerte violenta. Al siglo X se le ha llamado
la “Edad de Hierro del Pontificado”. Célebres fueron el noble Teofilacto I, su esposa Teodora y
su hija Marozia, los cuales influyeron en forma nociva y durante largo tiempo en la elección y
duración de los papas de su época (primera mitad del siglo X). Los intereses de la Silla de San
Pedro fueron primordialmente mundanos más que religiosos. La jefatura de la Iglesia se
convirtió en un verdadero trofeo de la nobleza. Como consecuencia de todo, el Papado entró
en un estado de gran postración y degradación moral; sólo fue salvado por la fe de los fieles y
el desarrollo de una eficiente Cancillería que logró mantener el prestigio de la institución,
aunque los titulares fuesen poco dignos.
Pronto hará entrada en escena el Sacro Imperio Romano Germánico; el Papado cambiará su
servidumbre desde los poderes locales al poder del emperador de Alemania.

El Sacro Imperio Romano Germánico y el cesaropapismo


medieval (desde la segunda mitad del siglo X)[editar]
El Sacro Imperio Romano Germánico fue creado por el rey alemán Otón I y constituyó el tercer
intento de restauración imperial, y, tal como el de Carlomagno, fue patrocinado por el Papado.
El papa Juan XII, que apenas alcanzaba los dieciocho años de edad, debido a su conflicto con
la nobleza romana, llamó en su auxilio al rey de Alemania Otón I, el cual marchó a Italia con
sus ejércitos, poniendo orden en la península y en Roma. En premio, el papa coronó a Otón
emperador de Occidente (962). Nacía de esta forma el Sacro Imperio Romano Germánico, el
cual duraría en teoría hasta 1806, en que se disolvió debido a la acción de Napoleón. Este
imperio, más cercano a la idea romana del estado, difería bastante del carolingio, pues era
más pequeño y estaba circunscrito a Alemania e Italia; su base nacional seguía siendo
germánica. Jugó un rol importante en la Baja Edad Media al expandir la Civilización Occidental
por el Norte, Este y Centro de Europa.
Otón impuso su pleno dominio en Italia y los Estados Pontificios y obligó a los romanos a
prestarle juramento de fidelidad en el sentido de que no elegirían a ningún papa sin su
consentimiento. Comenzaba el cesaropapismo medieval.
Los papas, a partir de Otón I, tuvieron que prestar juramento de fidelidad a los emperadores
de Alemania, transformándose la institución en un verdadero feudo de los soberanos
germánicos. Esto trajo graves consecuencias para el Papado y la Iglesia, cuyos líderes fueron
hechura de los emperadores que los designaban; no obstante que los emperadores
designaron papas más dignos que los del "Siglo de Hierro", la moral eclesiástica en Italia,
Alemania y otros lugares decayó notablemente al contaminarse la Iglesia con el espíritu
feudal.
La situación de servidumbre de Roma y el Papado a la voluntad de los emperadores del Sacro
Imperio duraría hasta los albores de la Baja Edad Media, cuando el monje
cluniacence Hildebrando se transformase en Papa con el nombre de Gregorio VII. Gregorio
terminará con el dominio alemán en Roma y en Italia, invirtiendo la relación y declarando la
superioridad de los papas sobre los emperadores. Comenzará la lucha entre el Papado y el
Imperio.

Baja Edad Media[editar]


La Baja Edad Media sorprenderá a Roma bajo la servidumbre de los emperadores
germánicos; por su parte, el Papado se encuentra sometido a la voluntad feudal de los
monarcas alemanes y acosado por la permanente interferencia de la aristocracia semibandida
romana. En el intento del Papa Gregorio VII de sacudirse la tutela imperial, la ciudad sufre un
duro golpe material al ser saqueada y quemada por las tropas normandas del
aventurero Roberto Guiscardo en 1084. La mayor parte de las edificaciones antiguas
sobrevivientes son afectadas por los incendios, así como parte de las construcciones
religiosas medievales. El casco más antiguo de Roma adquiere ya el aspecto tradicional: un
montón de ruinas que denotan el esplendoroso pasado antiguo de la ciudad. El saqueo es
acompañado por su cortejo de vejaciones sobre la población urbana remanente. 8

Gregorio VII e Inocencio III: la teocracia pontificia


universal[editar]
El dominio del Imperio germánico sobre Roma durará hasta la enérgica reacción del papa
Gregorio VII, el cual, en la segunda mitad del siglo XI siguió un elaborado programa político-
religioso consistente en recuperar el control sobre la Iglesia Occidental, desligar al pueblo y la
nobleza de la elección de los pontífices y someter a los emperadores germánicos a la
obediencia a la Silla papal. Tal programa llevará a Gregorio a enfrentarse directamente con el
poderoso emperador Enrique IV. Papado e Imperio se colocarán frente a frente. En la lucha
secular entre ambas instituciones, prevalecerá el Papado.
La reforma eclesiástica de Gregorio consistió en reforzar el poder pontificio mediante legados
que enviaba a todos los países con objeto de someter a obediencia a las iglesias locales;
luego, sustrajo al poder imperial la atribución de investir a los obispos y abades en sus
territorios. Se inició la "querella de las investiduras", conflicto ganado por el Papado. El
emperador reaccionó, y, echando mano a todos los medios a su alcance-fuerza armada,
instigación a la nobleza romana local, etc-trató de deponer a Gregorio; por su parte, el Papa
respondió con medios semejantes, agregándole los espirituales-excomunión, desligación de la
obediencia de los súbditos hacia el emperador. En el proceso, Roma quedó hecha cenizas
(1084) debido al "apoyo" que brindaron los normandos al bando papal. Enrique tuvo que
someterse de mala gana al poder de Gregorio. Pronto desaparecieron ambos actores-
Gregorio murió execrado por el pueblo romano que lo acusó de permitir el saqueo, y Enrique
fracasado y en la miseria.
Los pontífices que sucedieron a Gregorio retomaron el control de Roma y continuaron el
conflicto con los sucesores de Enrique. En 1122, bajo el pontificado de Calixto II se firmó
el Concordato de Worns por el cual el emperador Enrique V reconoció el derecho del papa a
investir obispos y abades. Paralelo a esto, el Papado consolidó su influencia en Alemania e
Italia, ayudado por los señores feudales alemanes y las renacidas comunas del Norte de Italia.
En la batalla de Legnano las fuerzas papales y comunales italianas derrotaron sin apelación al
ejército de Federico Barbarroja (1176). El Imperio debió someterse al Papado.
Como una prueba de la tremenda influencia de la institución romana en Europa, el
Papa Urbano II convocó a los príncipes y señores feudales del continente a participar en
las cruzadas (1095) con el fin de "rescatar" los Santos Lugares de manos de los turcos. Por
más de 200 años los europeos se batirán con los reinos islámicos del Medio Oriente gracias al
influjo del Papado y la Iglesia.
Con Inocencio III (1198) el poder papal alcanzó su apogeo. Este papa ejerció como un
verdadero emperador feudal y casi todos los reinos y príncipes de Europa Occidental, Central
y del Norte se reconocieron sus vasallos. Inocencio ejerció en plenitud el poder espiritual y el
temporal.
El postrer intento de la autoridad imperial germánica de restaurar el cesaropapismo, acabó en
el fracaso total, cuando Conradino de Suabia, el último emperador de la
dinastía Hohenstaufen, fue decapitado en Italia (1268).
Cuando el Papado intente someter a los reyes de Francia fracasará en toda la regla,
precipitando a Roma y a la institución en una nueva crisis (comienzos del siglo XIV).

Los movimientos comunales populares de la Baja Edad Media:


la Comuna Romana[editar]
Si bien el Papado había derrotado al Imperio en su lucha por el control temporal, en la propia
Roma surgieron en la Baja Edad Media movimientos comunales de tipo popular que intentaron
restaurar la independencia de la ciudad, tanto de los nobles como del Papado. Este
movimiento comunal no era ajeno al que inspiraba a las ciudades del Norte de Italia
(Milán, Florencia, etc) que pugnaban por afirmar su independencia frente al Imperio alemán.
En 1143, el pueblo romano, cansado del autoritarismo papal, protagonizará una rebelión
acaudillada por Arnaud de Brescia. Se restaura la institución del Senado y se proclama una
nueva República Romana. La nueva Comuna exigió al Papa Lucio II que renunciara a la
autoridad temporal, a lo que por supuesto éste se negó. Lucio asaltó con sus tropas la ciudad,
pero fue muerto de una pedrada. La existencia de la República fue precaria debido a la
hostilidad de los nobles, del Papado y del propio Imperio. El Papa Adriano IV solicita el auxilio
de Federico Barbarroja. Las tropas imperiales entran en Roma y derriban la República. Arnaud
es ejecutado en la hoguera y Adriano IV es restablecido en la Sede Pontificia.
A pesar de este fracaso, a fines del siglo XII el Papado reconoce al movimiento comunal y se
crea el cargo de senador único. Gracias a las gestiones del flamante Senador Benedetto
Carushomo, “senador del summus”, Roma contó con su primer Estatuto municipal. Aunque la
ciudad volvió a depender políticamente de los papas, el pueblo romano logró ganarse cierta
autonomía civil a despecho de los nobles y de los pontífices.

Roma, centro de peregrinación medieval[editar]


Artículo principal: Vías romeas

La Roma medieval debe su sobrevivencia como entidad urbana no sólo al Papado, si no


también a la religiosidad de los fieles de Europa, los cuales a lo largo del período realizaron
largas y difíciles peregrinaciones a la Ciudad Eterna, la que albergaba las tumbas de san
Pedro, san Pablo y otros santos y mártires. Multitudes acudieron durante siglos a recibir la
bendición papal y a expiar sus pecados. A comienzos del siglo XIV el papa Bonifacio
VIII proclamó el año jubilar, concediendo indulgencias plenarias a los peregrinos que visitasen
la ciudad por motivos religiosos. Roma siguió siendo el centro de la cristiandad occidental, a
despecho de las periódicas crisis del Papado, el cual se justificaba en parte con esta afluencia
de fieles. La continua visita de los peregrinos dejaba buenas ganancias a los romanos, en
especial a las familias nobles.

El cautiverio de Aviñón y la aventura de Cola di Rienzo[editar]


A comienzos del siglo XIV el Papado entrará en conflicto con el rey de Francia Felipe el
Hermoso, a raíz de la defensa de sus respectivas prerrogativas. Felipe, que no sentía ningún
respeto por el Papado, atentó en las cercanías de Roma contra el propio Pontífice Bonifacio
VIII: tal fue el atentado de Anagni.
Pronto, el control del Pontificado cayó en manos de Felipe cuando fue elegido papa Clemente
V, de origen francés. A instancias de Felipe el papa cambió la sede pontificia a Aviñon. Entre
1309 y 1377 los papas se radicaron en Aviñón como vasallos de los reyes Capeto de Francia.
Roma prácticamente fue abandonada por el Papado, el que apenas ejerció un débil control;
con ello volvieron a florecer las luchas de poder entre las familias nobles —esta vez los Orsini
contra los Colonna— y también los movimientos populares que intentaban hacer de Roma un
estado independiente.
La inestabilidad en que cayó Roma debido al alejamiento del Papado fue aprovechado por un
aventurero llamado Cola di Rienzo; imbuido del ejemplo de la antigua Roma republicana,
acaudilló un movimiento popular y de la pequeña aristocracia urbana, opuesta en todo caso a
los grandes linajes señoriales. Fue declarada una nueva República Romana en la cual él se
hizo elegir como “tribuno” (1343). Rienzo persiguió a los nobles e intentó acabar con antiguos
males —vicios y corrupción—; pero su estilo autoritario pronto le enajenó las simpatías de los
grupos que lo apoyaron en un comienzo; también se indispuso con el papa Clemente VI, quien
no estaba dispuesto a deshacerse de Roma. Rienzo terminó por ser asesinado en 1354,
restableciéndose nuevamente el gobierno pontificio a través de sus legados.
Hay que decir que, mientras duró el autoexilio del Papado en Aviñón, Roma se deslizó por el
tobogán de la decadencia urbana: su despoblación, insalubridad e inseguridad aumentaron
más que nunca. Su población apenas alcanzaba los 17 000 habitantes a mediados del siglo
XIV, el punto demográfico más bajo de su historia medieval. Se debe recordar que, a
mediados del siglo, se dejó caer sobre Europa la peste negra, la cual se llevó a un tercio de su
población. Roma no pudo ser la excepción: en 1348 se abatió la peste sobre la ciudad,
llevándose otro tanto de su población urbana. Al año siguiente, un espantoso terremoto
provocó graves daños y terminó por arruinar los antiguos edificios que habían sobrevivido a la
invasión de los normandos (p. ej., el pórtico exterior del Coliseo, hacia el monte Palatino, se
desplomó y cubrió de escombros el suelo). La ciudad quedó reducida a aglomeraciones
aisladas comunicadas por senderos inseguros. Roma tocó fondo y sólo el regreso de los
papas pudo revertir su profunda decadencia como entidad urbana.
Vale recordar también, como hecho destacado, la fundación, en 1303, de la Universidad de
Roma, la que andando los siglos, entrado al XXI, se ha convertido en la mayor de Italia.

El retorno del papa a Roma y el Cisma de Occidente[editar]


En la segunda mitad del siglo XIV el pontífice máximo volverá a Roma, a instancias del pueblo
y algunos carismáticos santos (como Santa Catalina de Siena, que urgía a los papas a
retomar su abandonada grey romana). Roma se encontraba en el punto más bajo de su
decadencia medieval: abandonada, insegura, desabastecida e insalubre. El retorno de los
papas sacará a Roma de su marasmo y se transformará en una capital digna de la
Cristiandad, pero a la vez desencadenará una nueva crisis de autoridad en la Iglesia llamada
el Cisma de Occidente (segunda mitad del siglo XIV y comienzos del siglo XV).
En 1377 el “cautiverio de Aviñon” terminó cuando el papa Gregorio XI decidió trasladar
nuevamente la sede del Papado a Roma. El papa estaba cansado del semivasallaje en que
había caído la institución pontificia ante los reyes de Francia; también se hacía eco de los
deseos de los fieles, los cuales nunca quisieron validar a Aviñón como sede de la Cristiandad,
y por la constatación de las lamentables condiciones en que se encontraba Roma.
Previamente, el cardenal Gil de Albornoz había puesto orden en la ciudad, arrinconando al
movimiento comunal y apoyándose en la aristocracia. La autoridad del Papa estaba
restablecida.
En 1378 fue elegido Urbano VI, pero los cardenales franceses no reconocieron al nuevo Papa
y eligieron como antipapa a Clemente VII, el cual se volvió a radicar en Aviñón. La Cristiandad
se vio dividida ante dos lealtades: unos obedecían al pontífice de Roma —en general, los
príncipes e iglesias de Europa Central y del Norte— y otros al de Aviñon. Así comenzó el
Cisma de Occidente, cisma que hundió a la Iglesia en una nueva crisis de autoridad.
Los sucesivos papas pugnaron entre sí por hacerse obedecer, excomulgándose mutuamente.
Sólo gracias al Concilio de Constanza (1414) se terminó con el Cisma, restableciéndose en
forma definitiva la Sede Apostólica en Roma.
No obstante, la necesidad de convocar a sucesivos concilios para resolver la crisis de
autoridad, dio origen a las tesis conciliaristas, las cuales afirmaban que la Iglesia debía ser
gobernada mediante sucesivos concilios, y que el papa debía ser sólo un ejecutor de sus
resoluciones. Frente a estas ideas —sostenidas por grupos minoritarios, aunque influyentes—
reaccionaron los papas, los cuales sentían limitada su autoridad. Su actitud se reforzó con la
reintegración de la Iglesia Oriental a instancias de uno de los últimos emperadores
bizantinos, Juan VIII Paleólogo—más por interés político que por un genuino sentimiento
religioso— y por la validación del pueblo cristiano (grandes muchedumbres acudían a Roma
cada vez que el Papa declaraba año jubilar).
Del Cisma de Occidente Roma saldrá transformada en la sede definitiva de la Cristiandad
católica; el Papado restableció su dominio sobre la ciudad y ésta recomenzó un nuevo período
de expansión, tanto en lo demográfico como en lo urbanístico y artístico.
Firmemente asentado su control sobre Roma, los papas siguieron actuando como príncipes
temporales, estableciendo alianzas, favoreciendo a sus parientes para los puestos más altos
del gobierno de Roma, los Estados Pontificios y la Iglesia en general, desarrollando una activa
burocracia que administraba sus dominios, y extraía los recursos financieros necesarios para
su sostenimiento, ya fuese en la región o en el conjunto de las iglesias de Occidente.
A finalizar la Edad Media Roma se convertirá también, gracias al mecenazgo papal, en uno de
los principales centros del nuevo movimiento cultural y artístico que los historiadores han
denominado “Renacimiento”.

Época Moderna[editar]
Roma iniciará su tránsito por la Edad Moderna consolidada en la función de capital espiritual y
política del mundo católico, en una gradual expansión urbana (hacia 1500 su población
alcanzaba los 50 000 habitantes, y hacia 1600 unos 110 000) y convertida en sede artística.
Durante el siglo XVI la ciudad estará en el centro de la actividad política italiana, en medio de
la confrontación de los nuevos poderes emergentes, representados por las monarquías
nacionales y absolutistas de España, Francia, y por los estertores del Sacro Imperio Romano
Germánico, cuyos emperadores aún intentan imponer su autoridad en Alemania y ser actores
políticos en Italia. Junto a todo esto, el Papado se ve severamente cuestionado en su
autoridad religiosa y moral por la Reforma Protestante. Como reacción, Roma se convertirá en
bastión de la llamada “Contrarreforma”.
Roma, centro del Renacimiento artístico italiano[editar]
Artículo principal: Renacimiento italiano

Durante los siglos XV y XVI Roma jugará un importante papel, junto a otras ciudades italianas
—Milán, Florencia, Venecia— en el desarrollo del movimiento cultural y artístico
del Renacimiento.
Durante el siglo XV Roma se posiciona nuevamente como una ciudad importante en lo
urbanístico. Gracias al impulso de activos papas que actuaron como mecenas, tales
como Nicolás V, Pío II, Pablo II, Sixto IV, se promueve el urbanismo, la arquitectura, la
escultura y la pintura. Roma comienza a salir del estancamiento del siglo anterior. También, en
menor medida, la nobleza y la burguesía (banqueros) romana promoverán el desarrollo del
arte y la arquitectura civil. Durante los dos siglos en que se desarrolló el Renacimiento artístico
en Roma, se cultivó el estilo del Clasicismo; este estilo, inspirado en los modelos grecolatinos
antiguos, buscó expresar en sus obras arquitectónicas, escultóricas y pictóricas, el orden, la
simetría, la medida y la proporción. Las obras se distancian del estilo románico y gótico,
propios de la Edad Media. Los papas mencionados promovieron la renovación urbana de la
ciudad, construyendo importantes edificios, tanto religiosos como laicos (p.ej: el Palacio de la
Cancillería, el Palacio Venecia, la Iglesia de Santa María del Popolo). Se ensancharon calles y
se desecaron zonas húmedas.
Desde fines del siglo XV y durante todo el siglo XVI, bajo el pontificado de papas
como Alejandro VI, Julio II y León X, el desarrollo arquitectónico continuó (p. ej., se
construyeron la Basílica de San Pedro, la basílica de Santa María de los Ángeles, la iglesia de
San Luis de los Franceses, el Palacio de los Tribunales, etc). Se construyeron nuevas villas
habitacionales (p. ej., Villa Julia, Villa Médicis).
A Roma afluyeron notables arquitectos italianos: Bramante, Rafael, Sangallo, Miguel
Ángel. Donato Bramante se inspiró en los modelos clásicos y diseñó famosas obras como el
templete de San Pietro in Montorio (basados en los antiguos templos de Vesta) y la nueva
Basílica de San Pedro. Los trabajos arquitectónicos en esta basílica fueron continuados
por Rafael de Urbino (o de Sanzio) y Antonio de Sangallo el Joven; pero, por sobre todo,
por Miguel Ángel Buonarroti, el cual la concluirá en gran parte, diseñando su famosa cúpula
(la basílica sólo quedó terminada de manera definitiva en 1615). La actividad arquitectónica de
Miguel Ángel fue prodigiosa, continuando, diseñando y dirigiendo numerosos proyectos, tales
como la Tumba de Julio II, el Palacio Farnesio, la fortificación de las murallas, el diseño de la
Plaza del Capitolio.
A fines del siglo XVI trabajó Domenico Fontana, reordenando áreas urbanas al construir
amplias avenidas que unían diversos espacios y monumentos religiosos.
Durante el siglo XV trabajaron en Roma una serie de pintores y escultores venidos de fuera de
Roma, con excepción del pintor nativo Antoniazzo Romano; destacan entre
aquellos Pisanello y Piero della Francesca. La técnica del claroscuro, el uso del color, la
profundidad, la perspectiva, y la representación de la figura humana bajo motivos religiosos,
alcanzaron niveles clásicos. A fines del siglo XV se radicaron en Roma importantes artistas
como Botticelli, Signorelli, Pinturicchio, Perugino, Donatello. A comienzos del siglo XVI (el
Cinquecento) llegó Leonardo Da Vinci, Rafael, Miguel Ángel, Andrea y Iacopo
Sansovino, Peruzzi. Más adelante trabajaron Giorgio Vasari y Caravaggio. Entre todos ellos
destacan con fuerza Rafael y Miguel Ángel. Rafael fue célebre por sus “madonnas” y por la
decoración de las estancias en el Palacio Apostólico Vaticano. Por su parte, Miguel Ángel,
fuera de ser arquitecto, fue escultor y pintor. Notables expresiones escultóricas de Miguel
Ángel fueron su David y el Moisés; en la pintura destacó su grandiosa colección de frescos de
la Capilla Sixtina.
La renovación de Roma no fue detenida ni siquiera por su famoso “Saco” de 1527 que
significó la expoliación de parte de sus obras de arte. Su desarrollo artístico y arquitectónico
continuará durante todo el siglo XVI y se proyectará en el siglo XVII bajo la forma del Barroco.

Roma y la política del Renacimiento[editar]


Desde finales del siglo XV y durante parte del XVI Roma estará en la vorágine de la política
renacentista de Italia y Europa. En medio de las grandes potencias absolutistas que emergen
a comienzos de la Edad Moderna, Roma maniobrará como un estado más, gobernada por sus
"reyes-papas", ya sea tratando de fortalecer sus dominios, de unificar Italia o intentando influir
políticamente sobre las potencias de la época. Las incursiones del Papado en la política
italiana y europea tendrán una amarga retribución para la ciudad: el "Saco de Roma"
Si bien el Concilio de Florencia de 1439 confirmó, mediante dogma, que el pontífice romano
tenía el primado sobre todo el mundo y que era el verdadero encargado de guiar y apacentar
a la Iglesia, nunca hubo un período como el de fines del siglo XV y comienzos del XVI (con
excepción, tal vez, del siglo X o del XIII), en que los intereses de la máxima autoridad de
Roma y de la Iglesia fueran tan mundanos y alejados de los verdaderos objetivos de la
institución. Al margen de los intereses artísticos-que produjo hermosos frutos al embellecer
Roma-, el nepotismo y el deseo de enriquecimiento, a costa de la institución pontificia y de la
Iglesia, se practicaron desembozadamente; junto a esto, varios papas consecutivos estuvieron
inmersos en la política contingente italiana y europea, tratando de afirmar su dominio en Italia,
ya fuese en contra de los otros principados de la península o como reacción frente a la
intromisión de los grandes estados absolutistas europeos. Por ejemplo, los papas Sixto
IV, Inocencio VIII y Alejandro VI adquirieron la triste fama de ejercer el pontificado con el único
objetivo de beneficiar a sus familiares. En particular, Alejandro y su hijo César
Borgia ejercieron el poder absoluto en Roma, con su cortejo de excesos y crímenes. César
pasó a la historia como el epítome del príncipe violento y sin escrúpulos. A César le
dedica Nicolás Maquiavelo su obra cumbre: “El Príncipe”. Maquiavelo identificó a César como
el príncipe llamado a hacer la unidad de Italia en contra de los “bárbaros” que dominaban la
península-vale decir, franceses y españoles. César, jefe del ejército pontificio durante el
gobierno de su padre, desarrolló una activa política belicista tendiente a imponer su dominio
sobre el centro de Italia. Conquistó y unificó los pequeños principados de la región; pero el
intento de unificación fracasaría con la muerte del padre y su encarcelamiento inmediato por
orden de Julio II. César huiría y moriría luego en una batalla en España.
Junto con la necesidad de afianzar el control sobre el centro de Italia, los papas intervinieron
en la lucha entre la Francia de los Valois y la España de los Habsburgos, los cuales se
disputaban el control sobre el norte y el sur de la península, alegando derechos hereditarios.
Cualquiera que venciera impondría su hegemonía en Italia. La lucha entre ambas potencias
absolutistas tuvo variadas alternativas. El rey Carlos VIII invadió el reino de Nápoles en 1495,
pero fue derrotado por el rey Fernando el Católico al mando de una liga en que participó
Alejandro VI. Los españoles se asentarían firmemente en Nápoles. En 1498 Francia volvió a
invadir Italia: Luis XII se apoderó de Milán y su comarca. Frente a esta nueva intrusión
reaccionaría el papa Julio II.
En 1503 fue elegido papa Julian de la Rovere, más conocido como Julio II. Nunca hubo papa
tan dedicado a la actividad bélica y política como éste. Su principal objetivo fue expulsar a los
franceses de Italia, y en lo posible unificarla bajo su mando; para esto, con ayuda de diversos
estados italianos y de Austria, desarrolló una serie de campañas que absorbieron gran parte
de su reinado. Finalmente, Luis XII tuvo que ceder y abandonar el norte de Italia.
El sueño de unificar Italia bajo las riendas de Roma se frustró debido a la muerte de Julio.
Pero esto no impidió que el Papado siguiera inmerso en la gran política. A Luis XII lo
sucedió Francisco I, quien volvió a invadir el Norte de Italia (1518). El Papa León X tuvo que
aceptar, después de alguna diplomacia, los hechos consumados; Roma y los Estados
Pontificios quedaron en una situación inconfortable: los franceses al Norte y los españoles al
Sur. Más pronto los franceses serían desalojados por el soberano español Carlos V (desde
1519 elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico), el cual puso, prácticamente,
al Papado bajo dos fuegos.
En 1526 el papa Clemente VII, temeroso de que sus estados quedaran rodeados
completamente por el monarca español, cometió el error de ingresar a una amplia liga
europea en contra de éste. Como respuesta, el emperador envió un ejército de 45 000
hombres al mando de Carlos de Borbón, quien en mayo de 1527 sitió y tomó la ciudad de
Roma. Carlos murió en el ataque; la soldadesca, sin jefe, procedió a saquear y a destruir
durante una semana la Ciudad Eterna, con su correspondiente cortejo de vejámenes y
violaciones sobre la población civil. El Papa, defendido heroicamente por la guardia suiza, se
atrincheró en el castillo de Sant'Angelo, procediendo a rendirse una semana después. Algunos
meses después, el emperador Carlos liberó al papa, previo pago de un jugoso rescate, y lo
confirmó en su jefatura sobre los Estados Pontificios.

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