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Historia, Memoria y Patrimonio

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NUESTRO SUR
Historia, Memoria y Patrimonio
Ministerio del Poder Popular para la Cultura
Fundación Centro Nacional de Historia

Coordinador Editorial
Simón Andrés Sánchez

Consejo Editorial
Luis Felipe Pellicer
Pedro Calzadilla
Simón Andrés Sánchez
Alexander Torres Iriarte
Mireya Dávila
Jonathan Montilla
Eileen Bolívar
Karin Pestano
Alejandro López
Carlos Franco
Lorena González
Rosanna Álvarez

Corrección
César Russian

Diagramación y Diseño de portada


Audra Ramones

Fotografía de portada
Colección Archivo Audiovisual de la Biblioteca Nacional

Impresión
Fundación Imprenta de la Cultura
Nuestro Sur
Año 2. Número 3. Julio-Diciembre 2011
Fundación Centro Nacional de Historia
Final Av. Panteón, Foro Libertador, edif. Archivo General de la Nación, PB,
Caracas, Venezuela
centronacionaldehistoria@gmail.com
nuestrosur@cnh.gob.ve

Depósito legal: pp201002DC3516


ISSN 2244-7091

Impreso en la República Bolivariana de Venezuela

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SUMARIO

PRESENTACIÓN 5

EN EL BICENTENARIO: CONSIDERACIONES EN TORNO


AL PARADIGMA DE FRANÇOIS-XAVIER GUERRA
SOBRE LAS “REVOLUCIONES HISPÁNICAS” 7
Medófilo Medina (Colombia)

EL DILEMA DE LA INDEPENDENCIA
LATINOAMERICANA 43
Sergio Guerra Vilaboy (Cuba)

LA REVOLUCIÓN CONTINENTAL DEL SIGLO XIX 61


Horacio López (Argentina)

LOS NIÑOS TAMBIÉN CUENTAN…


LA INFANCIA EN TIEMPOS DE LA GUERRA
DE INDEPENDENCIA EN VENEZUELA 85
Yasmín Mora

CANTANDO LA REVUELTA: LA TRADICIÓN ORAL


EN LA ORGANIZACIÓN DE LA REBELIÓN
DE LOS NEGROS DE LA SERRANÍA DE CORO EN 1795 109
Andrés Eloy Burgos

LA MASONERÍA Y LA INDEPENDENCIA
DE VENEZUELA 125
Eloy Reverón

LA EMERGENCIA POR CONOCER DE OTRA FORMA.


CRÍTICA DE ALGUNAS TRADICIONES
EPISTEMOLÓGICAS EN LAS CIENCIAS SOCIALES 155
Leonardo Bracamonte

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BAJO LA VIGILIA DEL ÁGUILA: ACCIONAR
IMPERIALISTA DE LOS ESTADOS UNIDOS
EN CUBA, 1898-1965 173
Carlos Franco

RESEÑAS 197

COLABORADORES 205

NORMAS PARA LA PRESENTACIÓN DE ORIGINALES 209


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PRESENTACIÓN

Nuestro Sur. Historia, Memoria y Patrimonio llega a su tercer número no sin


ofrecer una grata satisfacción. Gracias al respaldo indeclinable de propios y
extraños, esta publicación se viene erigiendo a paso firme como un espacio
idóneo para el debate plural, crítico y desprejuiciado de nuestra historia y
cultura latinoamericanas y caribeñas.
En esta tercera edición, siempre bajo el auspicio de la Fundación Centro
Nacional de Historia, hemos querido privilegiar por razones obvias la polé-
mica en torno a la independencia. Son seis los ensayos que conforman esta
sección especial, justo en este ciclo bicentenario; acercamientos por demás
interesantes desde la multiplicidad y la riqueza metodológica sobre este asun-
to tan trascendental para Nuestramérica.
El historiador colombiano Medófilo Medina nos presenta en su trabajo titu-
lado “En el Bicentenario: consideraciones en torno al paradigma de François-
Xavier Guerra sobre las ‘revoluciones hispánicas’”, la refutación sistemática
y contundente de la tesis del historiador francés, famoso por anular no solo
el carácter de nuestro rompimiento con el nexo colonial, sino también con la
profunda crisis que condujo a la guerra de emancipación continental, plantea-
mientos que aún se siguen sosteniendo.
La independencia, si bien se caracterizó por sus conceptos anticolonia-
listas, tuvo su signo distintivo en la contradicción que se produjo entre los
que estaban ganados para cambios políticos contra la monarquía española
y aquellos que pugnaban por una profunda revolución socioeconómica que
transformase el formato colonial tradicional imperante. A esta reflexión nos in-
vita el trabajo “El dilema de la independencia latinoamericana” que nos ofrece
el historiador cubano Sergio Guerra Vilaboy.
Las ideas centrales tanto de Medina y como de Guerra forman parte de la
misma premisa que el historiador argentino Horacio López completa con su
artículo “La revolución continental del siglo XIX”. En efecto, esta revolución an-
ticolonialista de repercusión mundial, nos aclara López, no fue una “caricatu-
ra” de la revolución liberal burguesa en España, sin dejar de restarle influencia
a la situación política de la península a partir de 1808, tuvo sus características
y ritmos sui generis.
Cierran este bloque especial acerca de la independencia tres historiadores 5
venezolanos, haciendo gala de una relectura atractiva respecto a sus enfo-
ques metodológicos. En primer lugar, Yasmín Mora nos presenta “Los niños
también cuentan… La infancia en tiempos de la guerra de independencia en
Venezuela”, donde reivindica y sensibiliza el papel de los infantes en aquel

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período de nuestra historia, prácticamente desconocido hasta ahora. Desde
Presentación

un ejercicio etnohistórico, Andrés Eloy Burgos nos exhorta a observar en la


oralidad un reservorio insoslayable para la organización de la lucha por la
libertad de los negros en su trabajo “Cantando la revuelta: la tradición oral en
la organización de la rebelión de los negros de la serranía de Coro en 1795”.
Cierra el grupo el ensayo de Eloy Reverón titulado “La Masonería y la inde-
pendencia de Venezuela”, donde se evalúa el carácter protagónico de estas
sociedades secretas en las horas decisivas de nuestra emancipación a prin-
cipios del siglo XIX y la vigencia que aún tienen en la revolución bolivariana.
Ya surcando otras aguas de interés temático, Leonardo Bracamonte y Carlos
Franco nos invitan a auscultar tanto los presupuestos teóricos de las disciplinas
que cultivamos, el primero, como la injerencia característica de la bota norteña,
el segundo. En “La emergencia por conocer de otra forma. Crítica de algunas
tradiciones epistemológicas en las ciencias sociales”, Bracamonte nos llama la
atención —tomando prestado el modelo de Immanuel Wallerstein— sobre la re-
novación integral de la ciencia social. Por su parte Franco, en “Bajo la vigilia del
águila: accionar imperialista de los Estados Unidos en Cuba, 1898-1965”, nos
da pistas para entender la relación EE UU-Cuba desde el punto de vista de la
dependencia neocolonial y el Estado clientelar de la isla caribeña en el contexto
de la arremetida imperialista septentrional en el siglo XX.
En fin, agradecemos a todos los colaboradores que número tras número
se suman a esta publicación semestral y arbitrada. Nuestro Sur. Historia, Me-
moria y Patrimonio no se cansará de apostar por la participación y promoción
de un debate crítico y responsable. Este seguirá siendo su lema existencial:
abonar el terreno de la liberación de la memoria histórica venezolana.

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Nuestro Sur. Caracas - Venezuela
Año 2 / Número 3 / Julio-Diciembre 2011 / pp. 7-41

EN EL BICENTENARIO: CONSIDERACIONES EN TORNO


AL PARADIGMA DE FRANÇOIS-XAVIER GUERRA
SOBRE LAS “REVOLUCIONES HISPÁNICAS” *

Medófilo Medina (Colombia)


Fecha de entrega: 18 de mayo de 2011
Fecha de aceptación: 15 de julio de 2011

Resumen
El autor ofrece una aproximación de conjunto sobre el paradigma interpretati-
vo de las revoluciones hispánicas construido por el profesor francés François-
Xavier Guerra sobre la crisis de la monarquía española a comienzos del siglo
XIX y las “independencias” hispanoamericanas. La visión de Guerra se abor-
da, por un lado, en relación con las investigaciones que desde la perspectiva
del concepto de las “revoluciones atlánticas” se adelantaron desde finales del
decenio de 1940 en Francia y los Estados Unidos y, por el otro, con la obra y
acción política del historiador François Furet sobre la revolución francesa. El
sentido crítico de estas “consideraciones” se origina no tanto en las carac-
terísticas de un ensayo historiográfico sino en las necesidades de atender
demandas de interpretación sobre la independencia hispanoamericana.
Palabras clave: François-Xavier Guerra, revoluciones hispánicas, indepen-
dencia, paradigma interpretativo, historiografía.

Abstract
The author approaches the interpretative paradigm of the Hispanic Revolu-
tions built by Professor François-Xavier Guerra with regard to the crisis of
the Spanish monarchy at the beginning of the 19th Century, and the Hispa-
nic American “Independencies”. Guerra’s interpretation is studied, on the one
hand, with relation to the investigations which were developed, based upon
the concept of “Atlantic Revolutions”, since the end of the 1940 in France, and
the United States; and, on the other hand, taking into consideration the aca-
demic work and the political action of the historian François Furet with regard
to the French Revolution. The critical sense of these “considerations” comes,
not so much from the characteristics of a historiographical essay, but from
7

7
* Este texto fue publicado en el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, vol.
37, nº 1, enero-junio 2010. Universidad Nacional de Colombia. Debido a la importancia de
su contenido y a la necesidad de generar el debate crítico, Nuestro Sur cuenta con la auto- 7
rización del autor para incorporar en este número los valiosos aportes del referido artículo.

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En el Bicentenario: consideraciones en torno al paradigma de
François-Xavier Guerra sobre las “revoluciones hispánicas”

the need to consider the new demands of interpretation about the Hispanic
American Independence.
Key words: François-Xavier Guerra, hispanic revolutions, independence, in-
terpretative paradigm, politics, historiography.

Introducción

Al observar el panorama latinoamericano actual resulta fácil advertir que, de


igual manera que en el Centenario hace 100 años, la independencia hispano-
americana como evento de la memoria pública sigue asumiéndose a partir del
prisma de observación de cada país con exclusión de otras perspectivas po-
sibles de conmemoración. Se han conformado comités nacionales del Bicen-
tenario y aunque se han concertado mecanismos de coordinación entre ellos,
no se han puesto en escena eventos de alcance internacional que corres-
pondan a la escala continental que alcanzó el proceso de la independencia.
Cabría esperar que el cumplimiento de los 200 años, que tiene lugar cuando
en el mundo los procesos de globalización han avanzado de manera muy no-
table, hubiera sido ocasión privilegiada para asumir la independencia en una
disposición de sensibilidad latinoamericana y de exaltación de las metas de la
integración. En verdad, en la duración culminada en el Bicentenario, América
Latina se ha configurado, en términos de Pedro Cunill Grau, como “conjunto
histórico cultural” que “ha logrado mantener, hasta el presente, una signifi-
cativa superficie de magnitud planetaria, a pesar de notorias contracciones
territoriales por avances fronterizos logrados por Angloamérica” (Cunill Grau,
1999: 14). Hoy las diversas regiones del mundo pugnan por proyectarse en
la escena planetaria. América Latina muestra al respecto un notable rezago.
Los historiadores latinoamericanos, con escasas excepciones, han en-
marcado la investigación sobre el período de la independencia en moldes
nacionales como lo ha hecho en general la opinión pública. Las biografías de
Miranda, San Martín y Bolívar, también la de Morazán, escapan al enjaula-
miento nacional en la medida en que las parábolas vitales de los personajes
concernidos nos lo permiten. Muy temprano, luego de la independencia y aún
en su transcurso, se inició la construcción de los grandes modelos historiográ-
ficos en cada país. Los autores concibieron la narrativa sobre la gesta heroica
8 como relato fundador. El historiador Germán Colmenares sometió a compre-
hensivo análisis la historiografía del siglo XIX en Hispanoamérica. Destacó
Colmenares los aspectos programáticos de la obra de los grandes historiado-
res decimonónicos tales como José Manuel Restrepo para Colombia, Barto-
lomé Mitre para Argentina, José María Baralt para Venezuela, Mariano Felipe

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Medófilo Medina
de Paz Soldán para Perú, Miguel Luis Amunátegui para Chile y Gabriel René
Moreno para Bolivia. Señala Colmenares: “Sólo a partir de la revolución, un
acontecimiento originario en todo sentido, podía reconstruirse la totalidad de
la historia, hacia atrás y hacia delante” (Colmenares, 1997: 32)1. La configu-
ración de un paradigma interpretativo la asumieron los historiadores como
su contribución a la construcción de la identidad y del Estado-nación. De ahí
la prolongada influencia que tal paradigma ha tenido y sigue ejerciendo en
las historiografías nacionales y en primer lugar en la visiones sobre la inde-
pendencia. Pero hace falta reconocer que bajo los términos de “historiografía
nacionalista tradicional”, “historia oficial”, “historia romántica” y “patriótica” se
engloban diversas corrientes que no responden a un único patrón interpretati-
vo, sino que se las unifica en los balances historiográficos para poner en jue-
go un contraste con la “nueva historia” que en algunos países como Ecuador
o Colombia hizo su aparición en el decenio de 1970, y con la historia política
y cultural que alcanzó notoriedad desde comienzos de la última década del
siglo XX (cf. Mejía, 2007a).

Modelos no nacionales de interpretación

Cierta diferencia con las visiones nacionalmente compartimentadas es mar-


cada en las construcciones historiográficas sobre la independencia expuestas
en las obras dedicadas a la historia general de América. En la dirigida por
Guillermo Morón, en el tomo correspondiente (Morón, 1991), se configuran
tres ciclos asociados a grandes espacios de la independencia: el de la “Plata
y de los Andes”, que tiene como referencia heroica a José de San Martín; el
ciclo “del Atlántico al Pacífico”, que se asocia a la acción bolivariana, y “el ciclo
de México y de la América Central”, vinculado a la acción de Hidalgo, More-
los, Iturbide y Morazán. La denominación de ciclos resulta desorientadora
por cuanto remite a un orden de sucesión que en la historia no se registró,
los acontecimientos tendieron a darse bajo cierta simultaneidad. No se trata
simplemente de una imprecisión semántica sino que el uso del término tiene
implicación en el análisis.
En la Historia de América Latina de Cambridge se combinan en el
tomo dedicado a la independencia los análisis transversales (el papel de
la Iglesia Católica, las relaciones internacionales) con los dedicados a los
grandes conjuntos territoriales que conformó el movimiento emancipador: 9
México y América Central, América del Sur española, Haití y Santo Domin-
go (Bethell, 1991).

1 Para una visión más monográfica y actual sobre el mismo tema cf. Sergio Mejía (2007b).

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En el Bicentenario: consideraciones en torno al paradigma de
François-Xavier Guerra sobre las “revoluciones hispánicas”

La crisis estructural de las sociedades implantadas es el título del quinto


tomo de la Historia general de la América Latina de la Unesco, que corres-
ponde a la independencia. Se abordan tanto grandes temas que de manera
general cubren a Hispanoamérica así como las crisis en España y Portugal.
Se abordan también los “casos” que toman como objeto las grandes unidades
en las que se desarrolló la emancipación hispanoamericana: la revolución hai-
tiana, Colombia, el Virreinato del Río de la Plata, Nueva España y la Capitanía
General de Guatemala, Perú y Charcas (Carrera Damas, 2003a).
El tomo cuarto de la Historia de América andina (Carrera Damas, 2003b)
está dedicado al proceso de la independencia en el mundo andino. Si bien el
objeto es una región, los análisis evitan la fragmentación nacional. Se com-
binan las visiones regionales (Gran Colombia, Perú) con la investigación de
temas transversales (la Iglesia en la independencia, la guerra, la ideología) y
la aproximación a los subperíodos de la independencia.
Se han producido otras alternativas a las construcciones “nacionales” de
la independencia. El historiador argentino José Chiaramonte subraya: “El en-
foque más defendido en la historiografía supone la existencia en 1810, de una
nación argentina de la que los provincianos habrían sido integrantes. Pero
lo cierto es que los pueblos de la época se definían por su calidad de ame-
ricanos, no por la aún inexistente de argentinos” (Chiaramonte, 1997: 143).
Una mirada a los acontecimientos correspondientes a la primera etapa de
la independencia respalda la citada afirmación de Chiaramonte. En efecto,
el horizonte de las juntas que se constituyeron en las diversas unidades ad-
ministrativas del Imperio español en América entre 1809 y 1811 fue el co-
rrespondiente a la expresión colonial —un tanto enigmática— “los pueblos”,
es decir el ámbito de las ciudades y sus comarcas rurales. Si alguna escala
histórica institucional pudiera servir de referencia para este período sería la
de la ciudad-Estado.
Luego de este primer período ya acotado, se pueden distinguir dos perío-
dos siguientes: el segundo, comprendido entre finales de 1811 y 1824, y el
tercero, que se inicia en 1824 y se cierra con la formalización de los Estados-
nacionales. Con excepción del Virreinato de Nueva España, las referencias
territoriales de los proyectos institucionales fueron diversas y fluidas y dieron
lugar a tensiones. Estas frecuentemente se desarrollaron en la contraposi-
ción centralismo-federalismo. Si bien el primer período y el tercero ofrecen
las representaciones más fuertes sobre la independencia, el segundo perío-
10 do, 1811-1824, ha sido apenas abordado en visiones de conjunto, aunque
sobre el mismo han abundado los estudios nacionales e incluso locales. Este
segmento temporal es el que aporta un mayor número de elementos para
la construcción de una explicación de la independencia como proceso con-
tinental. Es justamente desde este campo de reflexión desde el cual quiero

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Medófilo Medina
presentar algunos elementos polémicos con respecto a la visión que sobre
las “revoluciones hispánicas” construyó el historiador francés François-Xa-
vier Guerra y que constituye el núcleo del presente análisis. Antes, en plan
sumario, consigno algunas notas sobre el modelo de revoluciones atlánticas
propuesto por los historiadores Jacques Godechot, francés, y el estadouni-
dense Robert R. Palmer.
En la obra de ambos autores ocupan un lugar central la investigación y
la argumentación sobre las revoluciones y otros eventos de cambios políti-
cos que se desarrollaron en los cuatro últimos decenios del siglo XVIII y los
primeros del XIX. Si bien la revolución en Hispanoamérica no es objeto de
la preocupación principal de estos historiadores, sí está incorporada en el
modelo, así sea de manera sintética. El vínculo de la visión sobre las indepen-
dencias hispánicas de F-X. Guerra con el modelo de las revoluciones atlánti-
cas no es directo. Incluso puede advertirse un cierto contraste crítico implícito
en relación con momentos del modelo atlántico de explicación. Este se trae
aquí a cuento solo en la medida en que corresponde a un tipo de explicación
elaborado a partir de escenarios supranacionales.
En 1947, Godechot publicó el libro Histoire de l’Atlantique (1947), en el
que en escala de larga duración aborda al océano Atlántico como sujeto y
escenario de acontecimientos y procesos históricos. En otra escala temporal
Godechot aborda, en Les Révolutions (1770-1799), la revolución asociada
a una época y a dos espacios geosociales: Europa y los Estados Unidos
(Godechot, 19632. En la misma perspectiva este autor extiende su análisis al
período comprendido entre 1800 y 1815: L’Europe et l’Amérique à l’époque
napoléonienne (1800-1815) (1967)3.
El historiador norteamericano Robert Roswell Palmer, en su obra The Age
of Democratic Revolution (1959-1964)4, concibe la revolución norteamericana
y la revolución francesa como movimientos pertenecientes a la misma serie
de eventos históricos, de la cual serían momentos culminantes pero no úni-
cos. En verdad, Palmer construye un panorama del desarrollo de lo que con

2 Hay traducción al castellano: Las revoluciones (1770-1799) (1981). Un poco antes, este
autor había publicado un extenso análisis sobre la difusión de la revolución francesa en
Occidente, La grande nation: l’expansion révolutionnaire de France dans le monde de 1789
à 1799 (1956, 2 vols.).
3 Hay traducción al castellano: Europa y América en la época napoleónica (1800-1815) 11
(1969).
4 Antes de este libro, Palmer había publicado un artículo en el que hablaba por vez primera
de la “revolución democrática de Occidente” (“The world revolution of the west: 1763-1801”,
1954). Para un comentario sobre el paradigma interpretativo de Palmer cf. Edoardo Tortaro-
lo (2008).

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En el Bicentenario: consideraciones en torno al paradigma de
François-Xavier Guerra sobre las “revoluciones hispánicas”

su correspondiente acento político-ideológico se ha denominado la civiliza-


ción liberal de Occidente.
Aunque Godechot y Palmer se interesaron por las revoluciones modernas y
realizaron sus primeros avances en este campo de la investigación de manera
independiente, la concepción sobre las revoluciones atlánticas se suele pre-
sentar como aporte originado en su cooperación intelectual. El acercamiento
entre los dos investigadores se produjo en 1954 por iniciativa de Palmer, quien
le propuso al historiador francés llevar una ponencia conjunta al congreso de
historiadores que tendría lugar en Roma en el año siguiente. “Le problème
de l’Atlantique du XVIIIème au XXème siécle” fue el título de la comunicación
presentada por los dos en aquel congreso. La visión Godechot-Palmer fue
recibida con reserva en la historiografía europea debido a la asociación que
algunos historiadores establecieron entre ella y la búsqueda de legitimación
histórica del sistema de seguridad de la OTAN5. El tratado había sido firmado
el 4 de abril de 1949 y entró en vigencia en agosto del mismo año.
Si bien a los dos historiadores se les puede identificar con los elementos
fundamentales del paradigma de las revoluciones atlánticas, cada uno de
ellos ofrece matices que los diferencian. Si en Godechot puede advertirse
la huella del difusionismo que ve los efectos de la revolución francesa en
términos de impacto, influencia, consecuencias, en Palmer es atendible su
insistencia en ver en cada revolución los elementos genuinos, endógenos.
Godechot abunda en las narrativas de las diversas formas de organización,
métodos de comunicación y propaganda, clubes y asociaciones. Palmer en-
fatiza en la ausencia tanto de una estrategia de influencia como de un centro
de orientación de la onda revolucionaria. De acuerdo con sus investigaciones,
lo visible era la existencia de una disposición cosmopolita de simpatía a la
revolución francesa, en la medida en que en otros países se vivían situacio-
nes que en Francia habían alcanzado peculiar agudeza. A ellas pertenecían
problemas como las confrontaciones de clase, la cuestión de las relaciones
Iglesia-Estado y el poder de “los cuerpos constituidos”. Palmer no desconoce
la incidencia de redes y se detiene en la significación de las logias masónicas,
que ve superadas en influencia por los clubes de lectura, cuyo número creció
de manera muy notable en las ciudades europeas después de 1770.
El espacio que en los trabajos de Godechot y de Palmer ocupa la indepen-
dencia de Hispanoamérica es muy reducido y en la lógica de la exposición
tiene una significación secundaria. No obstante, me he permitido glosarlos
12 porque la independencia de las colonias españolas fue incorporada como

5 Sobre el intercambio intelectual Godechot-Palmer cf. “American historians remember Jac-


ques Godechot”, en French Historical Studies, 16.4, 1990, pp. 879-892.

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Medófilo Medina
componente orgánico de la concepción sobre las revoluciones atlánticas, lo
cual tuvo consecuencias en las interpretaciones posteriores.
Una escuela que enfocó el estudio de la independencia hispanoamericana
también desde una perspectiva supranacional corresponde a los historiado-
res de la Facultad de Historia de la Universidad de Leipzig en el decenio de
1980 en los marcos académicos de la RDA. Manfred Kossok, la figura des-
collante de ese medio académico, resumió la idea de la ubicación histórica
en los siguientes términos: “Las guerras y la revolución de Independencia for-
maron parte integral de la época de transformaciones político-institucionales
y económico-sociales, iniciadas e impregnadas por la Revolución Francesa
de 1789 y la revolución industrial, obrando desde Inglaterra (fenómeno de la
‘doble revolución’)” (Kossok, 1990: 13). Kossok explora la relación, la dialéc-
tica, la denomina, entre la revolución metropolitana (España y Portugal) y la
revolución colonial en las regiones trasatlánticas, pero no las asume como un
único fenómeno sino como procesos distintos aunque estrechamente relacio-
nados. Resulta interesante leer la investigación minuciosa que llevó a cabo
Kossok de la política llevada a cabo por la Santa Alianza con respecto a la
independencia de la América española.
En general buscaban los socios de la Alianza (Austria, Rusia, Prusia, In-
glaterra, también Francia después de 1818) evitar que una nueva ola revolu-
cionaria se precipitara sobre Europa. Había que ahogar en su cuna cualquier
nuevo brote revolucionario. La restauración de las monarquías se veía como
un hecho que debería cobrar una dirección irreversible para el largo plazo.
La Santa Alianza adoptó el llamado “principio de legitimidad”. Al tenor de ese
postulado no se otorgaría reconocimiento a los regímenes políticos “no or-
gánicamente surgidos”, es decir a los originados en eventos revolucionarios.
Los miembros de la Santa Alianza se abrogaron el derecho de intervención
en otros países. En ese contexto la “cuestión suramericana” estuvo entre las
preocupaciones centrales de la Alianza y formó parte de la agenda de sus
congresos desde el de Viena (1814-1815) hasta el de Verona en 1822. Esto
era obvio por cuanto mientras en Europa se impuso la restauración de las mo-
narquías y el absolutismo, en la América española la orientación generalizada
tuvo como horizonte el republicanismo. Sobre el telón de fondo de un análisis
de sucesión de épocas históricas Kossok, siguiendo a Marx, desarrolla el
concepto de la transformación de la historia humana en historia universal
en virtud de la confluencia en una sola corriente de los cambios sociales y
políticos asociados a la revolución francesa con las transformaciones eco- 13
nómicas y técnicas de la revolución industrial. Es en la etapa inicial de esos
cambios de época en los que se inscribe la revolución de independencia
en Hispanoamérica.

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En el Bicentenario: consideraciones en torno al paradigma de
François-Xavier Guerra sobre las “revoluciones hispánicas”

El amplio eco, señala Manfred Kossok, que la Independencia despertó en la opi-


nión pública europea así como en la política de las potencias es expresión de la in-
divisibilidad de la moderna historia mundial. Latinoamérica recibió claros impulsos
de los grandes cambios en la vieja Europa sobre la cual repercutieron a su vez la
revolución y emancipación latinoamericana. Finalmente se trató nada menos que
del colapso del tradicional sistema colonial, cuyas raíces hunden en el siglo XVI
(Kossok,1987: 6).

Si bien la visión elaborada por François-Xavier Guerra se puede asociar


en términos generales con el sistema de relaciones geohistóricas correspon-
diente al paradigma de las revoluciones atlánticas, plasma una composición
triangular específica de relaciones: España peninsular-América española-In-
vasión napoleónica. En ese sentido, la de Guerra constituye una propuesta
conceptual coincidente y a la vez diferenciada de la representada por las
revoluciones atlánticas. Sin embargo, la discriminación de referencias cro-
nológicas no debilita la unidad de la concepción de Guerra. Tal unidad está
dada por la posición que es su punto de partida: la de asumir los eventos
ocurridos entre 1808 y 1824-1825 como un proceso único entendido como
la crisis de la monarquía hispánica que condujo a una transformación en
sus dos pilares: la Península y América.

François Furet y las revoluciones hispánicas de F.-X. Guerra

Una relación más estrecha que la descrita hasta ahora es la que se produjo
entre la obra sobre la revolución francesa de François Furet y la visión que
construiría Guerra sobre las revoluciones hispánicas. El orden de las afinida-
des Furet-Guerra no se limita al encuentro entre discursos historiográficos,
sino también a la similitud de perfiles intelectuales y propósitos políticos alre-
dedor de la disciplina de la historia.
François Furet fue el historiador francés que con mayor energía buscó
construir un paradigma nuevo sobre la revolución francesa en el período an-
terior al año del bicentenario de la misma. Furet se interesó por tiempos y
temas históricos diversos. Desde mediados del decenio de 1960 se concentró
en la investigación de la revolución, como lo confirmó la publicación junto con
Denis Richet del libro La Révolution Française en 1965 (1965-1966). Luego
14 le subiría las tintas polémicas a su posición en un artículo sobre Albert So-
boul, Claude Mazauric y las interpretaciones de los marxistas franceses sobre
la revolución (Furet, 1971). En 1978 vio la luz el libro Penser la Révolution

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Medófilo Medina
Française (1978)6. En vísperas del cumplimiento de los 200 años, en 1988,
Furet junto con Mona Ozouf puso en circulación el Dictionnaire critique sur la
Révolution Française7 y publicó el libro: La Révolution: de Turgot a Jules Ferry
(1770-1880) (1988). Aquí se presentarán los principales elementos constituti-
vos de la concepción de Furet sobre la revolución francesa a partir principal-
mente de Penser la Révolution Française8.
Como se trata de una visión revisionista, denominada así por el historiador
Eric Hobsbawm (1992), conviene destacar aquello que no es, según Furet, la
revolución francesa. No fue un evento de confrontación de clases, no se asoció
con la articulación de un frente antifeudal. No es legítimo ver la revolución como
el acontecimiento que habría colocado a la burguesía en el poder. En conse-
cuencia, la revolución francesa no fue una revolución burguesa. Incluso Furet
le dio a su visión centrada en la historia francesa un alcance general inspirador
de enunciados prescriptivos: “Ni el capitalismo ni la burguesía, han necesitado
revoluciones para aparecer y dominar en la historia de los principales países
europeos del siglo XIX” (Furet, 1980: 38). La revolución francesa no puede aso-
ciarse a un orden de causalidad, al menos en términos socioeconómicos, pues
ella “desacredita un análisis causal en términos de contradicciones económicas
y sociales” (Furet, 1980: 37). Furet redunda en punto de las continuidades histó-
ricas a las que asocia la revolución. Pero no sin incurrir en cierta contradicción,
admite que la revolución implicó un cambio importante. Adopta una fórmula, un
tanto enigmática, que busca atenuar la dicotomía continuidad-ruptura: “Lejos de
constituir una ruptura, la Revolución solo puede ser comprendida en y gracias a
la continuidad histórica. Esta continuidad se hace evidente en los hechos, mien-
tras que la ruptura aparece en las conciencias” (Furet, 1980: 27). El cambio se
produce en la esfera de la ideología y de la política. Se erosionan las imágenes
de respeto hacia las jerarquías inherentes a una sociedad organizada en órde-
nes. Se afianza un imaginario moderno del cual son componentes centrales
las nociones de soberanía popular y de nación, al tiempo que en la disposición
de los ciudadanos se fortalecen los principios de legitimidad a ellos asociados.
Un dispositivo que juega un rol central en el modelo de interpretación
de la revolución francesa de François Furet es el de las sociabilidades. En
este aspecto Furet se apoya en el concepto y las narrativas sobre el tema
ampliamente desarrollados por la sociología y la historiografía francesas. En

15

6 Hay traducción al castellano: Pensar la Revolución Francesa (1980).


7 Hay traducción al castellano: Diccionario de la Revolución Francesa (1989).
8 Para una exposición sintética de esta obra cf. Donald Sutherland (1990) y Claude Langlois
y Timothy Tacket (1990).

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En el Bicentenario: consideraciones en torno al paradigma de
François-Xavier Guerra sobre las “revoluciones hispánicas”

particular, es perceptible la huella de la obra de Augustin Cochin9. Para Furet


la sociabilidad política representa “un modo de organizar tanto las relaciones
entre los ciudadanos (o los súbditos) y el poder como entre los mismos ciuda-
danos (o los súbditos) a propósito del poder” (Furet, 1980: 54). La monarquía
absoluta supone e implica un tipo de sociabilidad política vinculada a una so-
ciedad jerárquica. Las sociabilidades asociadas a esas referencias históricas
se ven crecientemente debilitadas en el transcurso del siglo XVIII. La socie-
dad reconstruyó su propio mundo de sociabilidades políticas fundamentadas
—es esta una de las tesis fuertes de Furet— sobre el individuo emancipado
de los imaginarios correspondientes a los estamentos y corporaciones. Es la
presencia de modelos mentales nuevos alimentados en centros, logias, cafés,
en una sociedad “emancipada del poder que recrea por sí misma la trama
social y política a partir de lo individual” (Furet, 1980: 55). En tales escenarios
se crea y recrea el poder de la opinión que empieza a erigirse como una ins-
tancia moral independiente del Estado.
En varios pasajes Furet entrega fórmulas en las que condensa su mirada
de conjunto sobre la revolución francesa: “La Revolución es un imaginario
colectivo del poder que no rompe la continuidad y que deriva solo en la de-
mocracia pura para asumir mejor, en otro nivel, la tradición absolutista”. En
parecida escala de análisis Furet consigna en un artículo de 1990: “La Re-
volución Francesa fue sobre todo un laboratorio de la política moderna. Ella
suministró materiales políticos de excepcional riqueza y complejidad y puso
al frente a numerosos participantes inteligentes y observadores profundos”
(Furet, 1990: 797).
Como ha anotado el historiador británico Perry Anderson, François Furet
no fue un historiador cuyo impacto se circunscribiera a la corriente de influen-
cias ejercidas por los libros y artículos en formato académico, ni siquiera al
conjunto de su obra escrita. Fue un intelectual público no solo por sus argu-
mentos sino por la fuerza de su carisma intelectual, así como por su enorme
talento organizativo plasmado en la conformación de redes, en el estableci-
miento de alianzas entre directores de publicaciones periódicas, en la concer-
tación de acuerdos entre intelectuales, de un lado, y empresarios y figuras del
mundo financiero, de otro.
Anderson construyó un cuadro admirable por su concisión y perspicacia
sobre la evolución ideológica, filosófica y política de la intelectualidad francesa
entre la segunda posguerra y los comienzos del siglo XXI. Desde mediados
16

9 Cf. de este autor L’esprit du jacobinisme. (1979), Les sociétés de pensée et la démocratie
moderne (1921) y La Révolution et la libre-pensée (1924). Guerra también rescató los
aportes de Cochin, especialmente su conceptualización de la “República de las letras”
y los grupos de librepensamiento en vísperas de la revolución. Cf. por ejemplo François-
Xavier Guerra (1994: 208).

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Medófilo Medina
del decenio de 1970 arrancó con fuerza incontrastable un viraje que culmina-
ría unos 15 años después con la derrota de un republicanismo radical y de
unos modelos de pensamiento asociados a la influencia política e intelectual
del marxismo. Según Perry Anderson, en la articulación del “eje antitotalitario”
jugaron un papel decisivo algunas publicaciones periódicas. La primera de
ellas fue la revista Commentaire, fundada en 1977 por Raymond Aron y cuyo
primer número entró en circulación al año siguiente. En 1980, Pierre Nora
puso en circulación Le Débat, con la misma inspiración liberal y con el mismo
espíritu de agiornamento a las condiciones del mercado. Al tiempo, la publica-
ción católica Esprit se deslizó de su tono crítico y su espíritu anticolonialista
hacia el cultivo de las convenciones del pensamiento único.
En esta labor de demolición-construcción, los historiadores François Fu-
ret y Pierre Nora —como lo señala Anderson— cumplieron una labor funda-
mental, tanto por el talante personal e intelectual como por el hecho objetivo
de que su labor historiográfica revisionista resultaba absolutamente necesa-
ria para la empresa general de construcción de una nueva hegemonía polí-
tico intelectual para Francia, en la medida en que en las representaciones e
imaginarios de la nación, la historia y en particular de la revolución, eran un
componente central: “Despachar el erróneo pasado, y recuperar el correcto,
era parte de la tardía llegada del país al puerto seguro de una democracia
moderna” (Anderson, 2008: 203). Penser la Révolution Française de Furet,
Les lieux de mémoire, obra colectiva dirigida por Pierre Nora, cuyo primer
volumen de siete apareció en 1984, Dictionnaire critique de la Révolution
Française de Furet y Mona Ozouf, fueron las obras de historia muy influyen-
tes en el viraje ideológico y político del establecimiento y de la intelectualidad
francesa. En el corto plazo esas obras aportaron los protocolos culturales de
la conmemoración de la revolución francesa. Lo anterior no se comprende
bien por fuera de la evolución política de Francia, en la dirección en que
avanzó bajo el liderazgo del presidente François Miterrand en sus adminis-
traciones. De tales desarrollos se ocupa Perry Anderson en el trabajo citado.
El seguirlos apartaría de sus objetivos a la presente exposición.
En diversos comentarios a la obra de Guerra sobre la independencia de
Hispanoamérica se reitera el reconocimiento del papel cumplido por él en la
introducción de los avances de la historiografía francesa a la historia hispa-
noamericana. Habría que precisar que se trató de un puente entre la histo-
riografía latinoamericana y española con el modelo de interpretación de la
revolución francesa representado por Furet y los historiadores a él asociados 17
en el frente revisionista, y también con aquella corriente de la historiografía
francesa por ellos recogida. En una ponencia en la cual presentó Guerra por
vez primera el conjunto de sus ideas sobre las revoluciones hispánicas y que
se comentará enseguida, estimó pertinente señalar desde el comienzo su

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En el Bicentenario: consideraciones en torno al paradigma de
François-Xavier Guerra sobre las “revoluciones hispánicas”

deuda con Furet: “El libro de F. Furet, Penser la Révolution Française (…)
fue para nosotros y para muchos otros uno de los jalones esenciales en este
cambio de óptica” (Guerra, 1989: 134). La visión de Guerra se acuñó también
al impulso de los estímulos ofrecidos por las conmemoraciones históricas
emblemáticas: el Bicentenario de la Revolución Francesa y el Quinto Cente-
nario del Descubrimiento de América. Desde el punto de vista de la sociología
del conocimiento tiene importancia señalar que los años durante los cuales
trabajó Guerra en la construcción de su modelo de interpretación de la crisis
de la monarquía española y de “las independencias” coinciden en parte con
el tiempo del derrumbe del “socialismo real” en la Unión Soviética y en Europa
Oriental, al cual alude en diversos lugares de sus trabajos bajo el código de la
crisis del imperio soviético.

Las revoluciones hispánicas de F.-X. Guerra

François-Xavier Guerra nació en Vigo (España) en 1942. Cursó estudios en


geología. Muy joven emigró a Francia y reorientó sus intereses académicos
hacia la historia, disciplina en la cual obtuvo su diploma profesional. En 1962
recibió la ciudadanía francesa. Se dedicó a la investigación de la historia de
México con particular concentración sobre el siglo XIX e inicios del XX. En
1983 defendió la tesis doctoral “Le Mexique de L’Ancien Régime a la Révolu-
tion”, que había elaborado bajo la dirección del eminente historiador de México,
François Chevalier. El trabajo dio lugar a la publicación de un libro en dos volú-
menes, en París en 1985, y a la correspondiente versión en español en 1988
en México (Guerra, 1988). En la segunda mitad del decenio de 1980, Guerra
trasladó el centro de su interés investigativo al campo de la revolución en Es-
paña e Hispanoamérica. Católico militante, fue miembro numerario del Opus
Dei y murió en 2002. La obra de Guerra ha ejercido una enorme influencia en
el mundo latino de Europa y América. La gran energía intelectual de Guerra,
su labor docente y de dirección científica en cursos y seminarios le asegura-
ron numerosos discípulos tanto franceses como latinoamericanos y españo-
les. Como en el caso de su maestro Furet, desarrolló una gran capacidad de
gestión y de organización de relaciones académicas e institucionales. Desde
1985 hasta su muerte ejerció como profesor de Historia Contemporánea del
Mundo Ibérico y de América Latina en la Universidad de París I. Fue director
18 del Centre de Recherches d’ Histoire d’ Amérique Latine et du Monde Ibérique,
director de investigación en el Institut des Hautes Etudes de L’Amérique Latine
y miembro del Centre d’Etudes Mexicanes et Centro-Américaines10.

10 Para un breve bosquejo biográfico cf. Cristián Gazmuri (2003).

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Medófilo Medina
En 1987, Guerra presentó una ponencia en el Coloquio Democracia, Tota-
litarismo y Socialismo organizado por L’École des Hautes Etudes en Sciences
Sociales, el Centro Raymond Aron y Clacso en París. Las intervenciones co-
rrespondientes a ese evento fueron publicadas en el mismo año en francés11.
Aquella exposición se puede tomar como la primera presentación del modelo
de interpretación de Guerra sobre las “independencias hispánicas” y como el
lugar que marca la transición del autor entre dos etapas de su itinerario in-
vestigativo. Para 1987, Guerra venía de su ardua y prolongada labor intelec-
tual dedicada a la historia política de México entre finales del siglo XVIII y la
revolución mexicana. Una parte del artículo está dedicada al siglo XIX, pero
la mayor parte se ocupa del período de la crisis de la monarquía española
y la independencia hispanoamericana. Los contenidos pueden agruparse
bajo la siguiente distribución:

1. Los temas. Los imaginarios políticos, las sociabilidades como espacios


de debate y redes, los instrumentos de la comunicación política (el papel
estratégico de los impresos), el entrelazamiento de registros modernos y
tradicionales en la formación de las naciones hispánicas, la conformación
de una minoría liberal, el análisis de la evolución de las categorías pueblo
y nación ocupan un lugar importante como lo anuncia el título de la po-
nencia. De la categoría pueblo destaca su uso polisémico, pero a la vez
la evolución que le abre paso al concepto moderno de soberanía popular.
En un sentido similar se produce una mutación con el concepto de nación,
que culminará en la fórmula de la Constitución de Cádiz: “La soberanía
reside esencialmente en la Nación”. Sin embargo, Guerra admite una zona
de ambigüedad en la comprensión y uso de estas nociones que siguen
incorporando sedimentos arcaicos.
2. La referencia político-espacial. Está constituida por la monarquía espa-
ñola, integrada por la España peninsular y los reinos de América. La varia-
ble estratégica de interpretación la constituye el análisis de los hechos que
tienen lugar y las ideas que se articulan en la Península. En el penúltimo
apartado el autor estima necesaria una explicación que resulta sintomáti-
ca: “hasta ahora hemos hablado muy poco de América. Ello se debe a que
las bases teóricas del pensamiento político americano a fines del Antiguo
Régimen no son sino una modalidad de las de España, y también a que
España constituye el centro motor más importante de la revolución, es
decir, el difusor de las nuevas ideas” (Guerra, 1989: 149).
3. La referencia cronológica. Está constituida por el bienio 1808-1809, que
es valorado como clave por Guerra en la construcción general sobre “las 19
independencias”, por el engarce de acontecimientos cruciales: la invasión

11 Hay traducción al castellano, Fernando Calderón (comp.). Socialismo… Cf. la intervención


de Guerra ya citada, “El pueblo soberano…” (1989).

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napoleónica en marzo de 1808, las abdicaciones de la familia real, el le-
En el Bicentenario: consideraciones en torno al paradigma de
François-Xavier Guerra sobre las “revoluciones hispánicas”

vantamiento del pueblo de Madrid el 2 de mayo de 1808, la conformación


de la Junta Central Gubernativa del Reino el 25 de septiembre de 1808.

4. La orientación polémica de la propuesta interpretativa. Se expresa con


respecto a diversos temas y constituye quizá el elemento que asegura el
mayor dinamismo a la propuesta de Guerra. En esta aproximación que aquí
se está presentando, el núcleo del reclamo a la historiografía anterior sobre
la independencia es el de haber ignorado o diluido la perspectiva política
en el análisis y valoración de “las independencias”. Desde esa óptica crí-
tica se trata también el asunto de la cronología, que no es una cuestión
de preferencia por duraciones sino que va mucho más allá: “De ahí que
notables historiadores adoptarán cortes cronológicos que hacen a un lado
el aspecto político: 1750-1850, por ejemplo” (Guerra, 1989: 134). La alu-
sión, en concreto, se formula a la visión que según Guerra sería la de Tulio
Halperin Donghi. Se pregunta: “¿Es posible interpretar todo el período de
la revolución española y de las revoluciones independentistas americanas
como una oscilación de superficie de un movimiento profundo más vasto y
esencial: producciones, inversiones, intercambios, etc.? El aspecto político
no aparece en los relatos o queda relegado a un rango secundario en una
estructura interpretativa fundamentalmente distinta” (Guerra, 1989: 134). En
verdad la tensión polémica envolverá, en la interpretación de Guerra, casi
todos los aspectos que aquí se han señalado tomados del ensayo inicial.

No obstante que la ponencia sea un primer ensayo de Guerra sobre las


revoluciones hispánicas, llama la atención que ya la estructura de su modelo
interpretativo se encuentre debidamente conformada y lo que es más intri-
gante aún, que no sufra sustanciales modificaciones en las numerosas expo-
siciones posteriores. A la temprana madurez de la propuesta contribuyeron
tanto el vasto conocimiento de Guerra sobre la historia de México como la
fidelidad y decisión con la que acogió la orientación que emanaba de la visión
de François Furet sobre la revolución francesa.
No intentaré continuar en el rastreo de cada una de las ponencias y artícu-
los de Guerra sobre las revoluciones hispánicas. Fueron muy numerosos. En
verdad Guerra fue infatigable participante en eventos científicos organizados
sobre “las independencias” o sobre problemas relacionados con este campo,
realizados tanto en Europa como en diversos países latinoamericanos12. De
20 tales reuniones salieron de manera invariable publicaciones que recogían las
diversas intervenciones de los participantes. En tales casos Guerra presenta-
ba con mayor detalle uno u otro de los componentes del paradigma, a la vez

12 Para una bibliografía completa de Guerra cf. Brian F. Connaughton (2003).

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Medófilo Medina
que incorporaba alguna novedad secundaria, pero la argumentación funda-
mental no se vio sustancialmente afectada por tales variaciones. La presenta-
ción a la vez más incluyente y detallada está representada por los 10 capítulos
y la introducción que integran el libro Modernidad e independencias. Ensayos
sobre las revoluciones hispánicas, publicado en 1992 por la editorial Mapfre
en Madrid. Si de manera ininterrumpida se leen tanto este libro como los de-
más trabajos en formato de artículos o las contribuciones en libros de autor
colectivo, se torna inevitable cierta sensación de reiteración de argumentos
que a veces toma la forma de redundancia cuando se advierte la repetición
literal de frases y párrafos.
Quiero entonces referirme a momentos centrales en el modelo interpretati-
vo de las revoluciones hispánicas. Si bien busco rehuir una selección arbitra-
ria, no pretendo dar cuenta exhaustiva de todos los elementos que componen
el paradigma interpretativo. Ante todo me interesa mantener la fidelidad a su
sentido en la visión de Guerra para formular algunos comentarios críticos que
prefiguren dimensiones nuevas de investigación sobre el proceso de la inde-
pendencia hispanoamericana. Esos elementos centrales pueden identificarse
en los títulos que tendrán los siguientes apartados. Resulta inevitable que
vuelvan a tomarse los aspectos que ya se introdujeron a propósito del ensayo
inicial ya reseñado.

La política como campo de inteligibilidad de la crisis


de la monarquía hispánica y de “las independencias”

La propuesta interpretativa de Guerra no puede entenderse como un retorno


de la historia política. Aunque el historiador Guillermo Bustos usa la expresión
para señalar, en relación con Ecuador, cierto contraste de la historiografía
que se puso en marcha en los años noventa con la de la llamada nueva his-
toria, correspondiente a los dos decenios anteriores en el tratamiento de la
independencia, su análisis pone en evidencia que la política estuvo siempre
presente (Bustos, 2004). La historia tradicional que hunde sus raíces en el
siglo XIX trató la independencia como acontecimiento político, ora vinculado
al rol de las personalidades o de las instituciones políticas, ora al tema militar
entendido en términos muy estrechos. La nueva historia, que se asocia a di-
versas corrientes metodológicas, vinculó lo político con la acción de “actores
colectivos” o de “clases sociales”, cuando de historiadores marxistas se trata. 21
Por su parte, Coralia Gutiérrez Álvarez muestra también el papel central que
la historiografía llamada por ella “criolla”, “liberal”, “nacionalista”, le concedió a
lo político en la elaboración de modelos de explicación de la independencia
en Centroamérica. “En efecto, los primeros historiadores profesionales que

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En el Bicentenario: consideraciones en torno al paradigma de
François-Xavier Guerra sobre las “revoluciones hispánicas”

se ocuparon de estudiar la Independencia, entre 1940 y 1970, la mayoría lo


hicieron con ese enfoque positivista predominantemente político, enfatizando
el papel de las instituciones, el gobierno y las élites” (Gutiérrez Álvarez, 2009).
Incluso las corrientes historiográficas que reaccionaron en contra de los ante-
riores modelos no renunciaron al análisis político. Las anteriores anotaciones
buscan no la disminución de la originalidad de Guerra, sino precisar los con-
tenidos y el alcance de su aporte interpretativo.
La novedad de Guerra, entonces, no radica en la incorporación de la po-
lítica al estudio de “las independencias”, sino en la asociación de lo político a
los fenómenos de la cultura, del discurso y de los procesos mentales. Es esta
ciertamente una novedad importante. Discutible resulta, en Guerra, la asimi-
lación de la pertinencia de lo político e incluso su reclamo plausible de tomar
esa dimensión como factor clave de comprensión de “las independencias”,
con la tendencia a convertir “lo político” en un campo hermético garantiza-
do contra toda posible contaminación de lo económico, militar o social. Es
preciso señalar que en cierto lugar de su análisis se menciona lo social en
un contrapunto interesante: “Este contraste entre la modernidad de las refe-
rencias teóricas de las élites y del Estado y el arcaísmo social marca durante
un largo período toda la historia contemporánea hispanoamericana” (Guerra,
1992: 52). Esa marca se habría fraguado en el curso de “las independen-
cias”. Ese arcaísmo, sin embargo, está referido no, como cabría esperar, a las
estructuras sociales sino a manifestaciones exclusivamente culturales. Los
procesos económicos son definitivamente descartados en las exposiciones
de Guerra porque debilitarían la naturaleza inmanente en la que es pensada
la dimensión política. Si con razón se ha criticado el determinismo económico
en las explicaciones de los procesos o fenómenos históricos, no se advierten
mejores recomendaciones para la adopción de otros determinismos, como
los políticos o lingüísticos, por ejemplo.
Las novedades así como las limitaciones de la visión político-cultural de
Guerra se comprenderán mejor al estudiar los nudos del análisis de tal visión
que se expondrán a continuación.

La revolución hispánica: similitudes y diferencias


con la revolución francesa

22 De manera inequívoca, Guerra asume que el conjunto de los acontecimientos


que se sucedieron en España y que tienen dos grandes momentos de refe-
rencia para el análisis en la crisis de la monarquía y en las independencias
hispanoamericanas constituyó una revolución que define en los siguientes tér-
minos: “La revolución es una mutación cultural: en las ideas, en el imaginario,

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Medófilo Medina
en los valores, en los comportamientos, en las prácticas políticas, pero tam-
bién en los lenguajes que los expresan: en el discurso universalista de la ra-
zón, en la retórica política, en la simbólica, en la iconografía y en los rituales,
e incluso en la estética y en la moda” (Guerra, 1992: 31). La fórmula anterior
resulta al tiempo tan amplia y novedosa por lo que incluye, como estrecha y
unilateral por lo que descarta. Con respecto a lo primero resulta comprehen-
siva la asunción conceptual de lo político así como recursivo el tratamiento de
la dimensión cultural. Con respecto a lo segundo, impacta la exclusión de lo
social-racial así como de las dimensiones económica, militar y demográfica13.
En el tema de la revolución, Guerra pone en juego la comparación entre
la revolución francesa y las revoluciones hispánicas. Todo modelo de com-
paración se construye sobre el contraste de similitudes y diferencias. En la
exposición de Guerra, estas últimas son numerosas, puntuales, resultan con-
vincentes y presentan una simetría cronológica: significación diferenciada del
factor religioso, fuerte radicalismo social en el caso francés y ausencia en el
español de una lucha previa antinobiliaria, escasa presencia en España de
una plebe urbana numerosa como la de París, que hubiera fungido como por-
tadora de pautas de una cultura moderna, etc. En el ejercicio de comparación,
Guerra parte de la afirmación del estrecho parentesco entre las revoluciones
francesa e hispánicas, pero al momento de encontrar las similitudes la com-
paración se evapora y remite de manera vaga y atemporal a “Las semejanzas
que provienen de un patrimonio romano y germánico semejante y que se ha
alimentado siempre de intercambios humanos muy intensos, se manifiestan
en instituciones parecidas, en un universo cultural análogo y en una evolu-
ción política similar, aunque desfasada en el tiempo” (Guerra, 1992: 33). El
contenido de la cita anterior, más allá del exitoso hallazgo de sinónimos a la
palabra semejanza, no logra esclarecer la evidente similitud que se proponía
sustentar. Al buscar una fórmula que después del asimétrico cotejo defina la

13 Sobre la relación entre demografía e independencia, y sobre los impactos de esta para el
desarrollo de los países que surgieron en el siglo XIX, es imprescindible el estudio de los
resultados de las investigaciones que desde comienzos del decenio de 1980 llevó a cabo el
historiador y geógrafo chileno-venezolano Pedro Cunill Grau a propósito de Venezuela (cf.
Cunill Grau, 1987). Me parece muy pertinente el llamado de atención que se hace en inves-
tigación reciente sobre la importancia que tienen la incorporación de los temas raciales para
el proceso de la independencia en sociedades marcadas por las diferencias de estamentos,
castas y culturas en las cuales el pigmento es un indicador crucial de diferenciación, cf. por
ejemplo, John Charles Chasteen (2008). Con respecto a la historia militar, tanto en la guerra 23
en suelo español contra la invasión napoleónica como en la guerra por la independencia en
Hispanoamérica, son muchísimos los libros y artículos publicados antes y después de 1992
que resultaría ocioso intentar reproducir aquí una bibliografía. Cabe, sí, reconocer que entre
las investigaciones que se inspiran en el paradigma de Guerra, alguna analiza de manera
competente el proceso militar para la mayor parte de Colombia, en términos de esta deno-
minación entre 1819 y 1830 (cf. Thibaut, 2003).

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En el Bicentenario: consideraciones en torno al paradigma de
François-Xavier Guerra sobre las “revoluciones hispánicas”

peculiaridad de los procesos de España e Hispanoamérica, Guerra encontró


la siguiente: “Es, sin duda aquí, en la ausencia de una movilización popular
moderna y de fenómenos de tipo jacobino, donde reside la especificidad ma-
yor de las Revoluciones Hispánicas” (Guerra, 1992: 36).
Quizá lo señalado con acierto por Guerra en la anterior afirmación no sea
una especificidad, sino más bien un tipo de acontecimiento o proceso dife-
rente al de la revolución francesa. Puede parecer sorprendente —dadas las
afinidades Furet-Guerra— que haya unos puntos de vista ligeramente coinci-
dentes entre las visiones de Guerra y Marx a propósito de los mismos aconte-
cimientos. Había escrito el segundo a propósito del levantamiento del pueblo
español contra Napoleón:

Considerado a grandes rasgos, el movimiento parece más bien dirigido contra la


revolución que a favor de ella: nacional por la proclamación de la Independencia
de España respecto de Francia, el movimiento es sin embargo al mismo tiempo di-
nástico, oponiendo a José Bonaparte el “deseado” Fernando VII; es reaccionario al
oponer a las viejas instituciones, costumbres y leyes a las racionales innovaciones
de Napoleón y supersticioso y fanático en su defensa de la “Santa Religión” contra
lo que se llamaba el ateísmo francés o la destrucción de los espacios privilegiados
de la Iglesia romana (Marx y Engels, 1970: 80; cursivas en el original).

Coincidencias parciales, ciertamente, pero radical contraposición en la


evaluación histórica, en la medida en que las dos visiones provienen de posi-
ciones metodológicas y políticas diametralmente opuestas.

La conceptualización de un período clave (1808-1809) y sus alcances:


sorpresa y anticipación

Con cierta obsesión, en diversos lugares Guerra reitera la idea de un período


definitivo para las revoluciones hispánicas: el correspondiente a “los años cru-
ciales de 1808-1809”. Guerra ha señalado con alguna razón que las historias
“nacionales” habían ignorado el período que él convierte en la zona clave de
su análisis. Hay cierta exageración, por cuanto siempre fue notable en la his-
toria tradicional una corriente conservadora que destacó y exageró el papel
jugado por el pensamiento de la neoescolástica española en los modelos
24 ideológicos que habrían orientado a los patriotas criollos. Por supuesto, el
enfoque de Guerra al respecto es más complejo, no se asocia al tradicional
tratamiento de historia de las ideas, pero en lo tocante a este punto su con-
troversia no responde a pautas rigurosas. En el modelo de la corriente revi-
sionista sobre la independencia de Hispanoamérica que se desarrolló en la

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Medófilo Medina
década de 1960 se destaca una de sus novedades: la presentación diferente
de España y de su papel en el proceso de la emancipación americana14.
Para Guerra, el bienio clave está imaginado como la tempestad que se
desprende de un cielo sereno. No le preocupa buscar antecedentes. No los
niega, simplemente no los lee. Todo se inicia con la invasión napoleónica que
precipita acontecimientos irreversibles. Guerra rechaza, por su orientación
teleológica, la concepción según la cual las naciones latinoamericanas ha-
brían existido antes de 181015. Tal crítica, absolutamente pertinente, lo lleva
al otro extremo: la conversión de la crisis de la monarquía en sorpresa pura y
ruptura total. Todo lo que anteriores visiones sobre la independencia habían
elaborado alrededor de manifestaciones de descontento y de elaboración
de una corriente de pensamiento crítico a las formas de la dependencia, al
menos en los medios criollos, no entra en el campo de análisis16. Tampo-
co caben consideraciones sobre el impacto que debieron tener de mane-
ra inevitable en los imaginarios de los distintos grupos sociales en América
acontecimientos que coincidieron en el tiempo y que tuvieron una proyección
continental, como fue el caso de la ola de agitación social y armada de ma-
sas indígenas de campesinos y pulperos mestizos que puso en jaque al
poder entre 1780 y 1782, en vastas zonas de los dominios españoles. ¿Esa
formidable movilización humana no dejó fisuras en la sólida arquitectura de
la monarquía hispánica?
Pero además, para Guerra todo está resuelto en 1810. Desde ese punto
de vista resulta comprensible que no se interese por estudiar las guerras de
independencia, ni la librada en la península mediante la alianza de lo que
había quedado del ejército peninsular con las fuerzas militares de la Gran
Bretaña, ni las libradas en el continente americano. Esto último resulta sor-
prendente por cuanto la guerra empezó muy temprano, ya en 1810. En la
segunda mitad de ese año la Junta de Buenos Aires enviaba verdaderos ejér-
citos hacia el Alto Perú para protegerse de las tropas realistas de Perú. Las
tropas rioplatenses al mando de Castelli y Balcarse alcanzaban victorias en
noviembre sobre el ejército realista en la Audiencia Charcas17. En el norte, en
la Capitanía General de Venezuela, donde se había proclamado una Junta

14 A manera de ilustración se puede ver el caso de la Nueva Granada, tratado desde posicio-
nes revisionistas en las obras de varios historiadores colombianos como Indalecio Liévano
Aguirre, Rafael Gómez Hoyos y Arturo Abella. Ver al respecto: Medófilo Medina (1969).
15 En esta anotación Guerra reproduce idéntico reclamo de Furet con respecto a las visiones 25
sobre la revolución francesa anteriores a la suya.
16 Se podrían citar al respecto diversos estudios, tales como David Brading (1995), Enrique
Krauze (2005) y Hans-Joaquim König (1994).
17 Para una presentación sintética de estos movimientos militares ver Boris A. Caballero (2008:
40-43).

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En el Bicentenario: consideraciones en torno al paradigma de
François-Xavier Guerra sobre las “revoluciones hispánicas”

Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII el 19 de abril de


1810, como se hizo en otras ciudades de América, los “leales vasallos” envia-
ron misiones diplomáticas al exterior: una a Londres, otra a Washington y una
tercera a Bogotá para recabar reconocimiento y apoyo. Es decir, los miembros
de la “conservadora” actuaban con reflejos de entidad soberana. La invasión
napoleónica exacerbó el patriotismo hispánico en todos los dominios de la
monarquía y desplazó a un segundo plano otros sentimientos que volvieron a
irrumpir a la superficie ante nuevos estímulos, como el que significó la diso-
lución de la Junta Central tras la ocupación por el invasor de Andalucía y la
conformación de la Regencia en enero de 1810. Si se atisba por un momento
hacia un horizonte que vaya más allá del limitado que provee la coyuntura, se
encontrará que no resultan tan abruptas las mudanzas del ánimo como las
asume Guerra: “América sigue la evolución ideológica de la Península y pasa
al mismo tiempo en menos de dos años de un patriotismo hispánico y exalta-
do a una explosión de agravios hacia los peninsulares que son causa de una
ruptura que es ya casi irreversible (sic)” (Guerra,1992: 115).

El centro de gravedad revolucionaria en España


y sus derivaciones en América

Los procesos de las independencias hispánicas deben estudiarse desde la


perspectiva global y con la atención puesta en su unicidad. Una y otra exigen
en el paradigma de Guerra colocar el centro en España: “…se trata de hecho
de un mismo y vasto acontecer revolucionario, con dos caras complementarias
que afectan del mismo modo a uno y a otro continente: una el paso brusco y
radical a la Modernidad, otra, la fragmentación de ese conjunto típico original
que era la Monarquía hispánica en una multiplicidad de Estados independien-
tes” (Guerra,1995a: 9). Los acontecimientos que se escenifican en América
son la reacción a aquellos verdaderamente importantes: los que transcurren
en la Península. No pocas veces Guerra se deja llevar por la hipérbole cuan-
do se trata de mostrar la importancia decisiva de los acontecimientos de la
Península para determinar los movimientos en América. Es el caso de los co-
mentarios sobre el impacto de la convocatoria del 22 de enero de 1809 a los
ayuntamientos de las ciudades de América para que elijan diputados a la Junta
Central, que no lo serían por ciudades sino por reinos. El hecho de la restric-
26 ción del número de diputados americanos, el control por parte de los ayunta-
mientos de las elecciones y otras restricciones del proceso no le impresionan a
Guerra, que imperturbable hilvana toda suerte de calificativos exaltantes: “Por
sus múltiples implicaciones se trata sin duda de uno de los acontecimientos
claves de todo el proceso revolucionario…” (Guerra, 1992: 285). En la misma

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vena, adelante anota Guerra: “…se ponía también en marcha un proceso elec-
toral que iba a movilizar a todas las regiones y a todos los actores políticos
de América, del norte de México a Chile y al Río de la Plata. De la primavera
de 1809 al invierno de 1810, toda América va a vivir al ritmo de esta primera
experiencia de elecciones generales” (Guerra, 1992: 190; cursivas nuestras).
Cabe preguntarse: ¿cuáles eran para Guerra los referentes de términos como
“toda América” y “todos los actores políticos de América? Cuando era claro que
el proceso electoral era del resorte de los ayuntamientos.
La idea de la unicidad de la crisis de la monarquía española y del proceso
de la independencia resulta convincente hasta finales de 1810. Igualmente re-
sulta aceptable hasta la misma fecha la centralidad de España en el curso que
tuvieron los acontecimientos en el seno del Imperio español a uno y otro lado
del Océano Atlántico. Pero Guerra saca conclusiones y proyecta su modelo
para explicar el proceso de la revoluciones hispánicas en su conjunto hasta
el surgimiento de las naciones. Desde finales de 1810 los caminos van a ser
divergentes. Y la diferencia la marcan las guerras. La que transcurre en la Pe-
nínsula se libra contra Napoleón y la llevan los ejércitos españoles e ingleses.
En América la guerra es contra España y la realizan los americanos. Los ejérci-
tos de Manuel Belgrano, San Martín, O’Higgins, Artigas, Bolívar o las partidas
de los caudillos, así como los indígenas que en el Alto Perú conformaron una
fuerza notable que algunos llamaron el ejército cochabambino, no luchaban
contra Napoleón. Todas estas fuerzas estaban enfrentadas con tropas españo-
las o americanas que luchaban a favor de Fernando VII. Por supuesto, Nueva
España, el Virreinato del Perú, la Capitanía General de Guatemala mantenían
sus lealtades hacia España y obviamente allí las instituciones monárquicas
mantenían su vigencia. Pero en el mediano plazo van a ser alcanzadas por
la dinámica de la guerra o las guerras que se libraban en el resto de Hispa-
noamérica. En el sur, San Martín sabe que mientras Perú sea un Virreinato
nada será irreversible. Es la misma preocupación de Bolívar. Eso origina el
movimiento de pinzas del Ejército de los Andes y el de la Gran Colombia.
Con respecto a México habría que decir que si bien la culminación de la
independencia no fue el producto de una confrontación bélica, el hecho mi-
litar jugó un papel definitivo: “El Imperio encabezado por Agustín de Iturbide
como presidente de la Regencia y como emperador fue el primer gobierno
independiente que los mexicanos lograron establecer. Los anteriores intentos
fueron efímeros y, al desaparecer, sus promotores vieron como se restablecía
el dominio español” (Ávila, 2008: 29). La independencia está asociada a la 27
conformación del Ejército Trigarante que hizo su entrada triunfal a la capital
en septiembre de 1821. La realidad de esa formidable fuerza disuasiva ha-
cía ilusoria cualquier tentativa peninsular por organizar una expedición militar
cuando se escenificaban sucesivas derrotas en el vasto escenario bélico de

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François-Xavier Guerra sobre las “revoluciones hispánicas”

América del Sur. Por ello, prolongar para la época posterior a 1810 la idea de
la unicidad de los procesos hispánicos no crea posibilidades de interpretacio-
nes convincentes. Se torna mucho más apropiada una visión que asuma la
crisis de la monarquía española y la independencia de Hispanoamérica como
procesos interdependientes con dinámicas propias.

La modernidad y sus caminos: sociabilidades e imaginarios

El paradigma de las revoluciones hispánicas de F.-X. Guerra está integrado


por tres grandes momentos: crisis de la monarquía, irrupción de la moder-
nidad y surgimiento de múltiples Estados soberanos. Esos tres cuerpos del
análisis están estrechamente interrelacionados, se tornan indisociables en su
articulación lógica aunque no con la misma fuerza en su concatenación his-
tórica. La presentación y tratamiento de la modernidad es el campo en el que
se alberga la mayor novedad del paradigma. Se pueden identificar diversos
planos. En primer lugar el correspondiente a los principios que son asumidos
no en el formato tradicional de las ideas sino en el orden de las representacio-
nes, los imaginarios, los discursos. Se trata de las novedades, como en algún
pasaje las denomina el autor, de la soberanía del pueblo como fundamento
de legitimidad, de las Constituciones escritas, de las elecciones como meca-
nismo de transferencia de la soberanía del pueblo, de la comprensión de la
nación como asociación voluntaria de los individuos.
En segundo lugar Guerra estudia las formas sociales y los lugares de in-
corporación y difusión de los valores modernos y de las pautas del compor-
tamiento a los cuales ellos dan lugar. Se trata de las sociabilidades modernas
y de las redes y modalidades de agregación de individuos en las que se re-
troalimentan y mediante las cuales se difunden: las tertulias, por un lado, y
las sociedades patrióticas, la sociedades económicas de amigos del país, las
logias masónicas, por el otro.
En tercer lugar Guerra erige la asimilación del individuo como el indicador
esencial de “Esta marcha general del mundo hispánico hacia las nuevas for-
mas de modernidad”. Refiriéndose a los cambios múltiples que se engloban
bajo la denominación de la Ilustración, escribe: “No podemos tratar aquí de
su extraordinaria complejidad; solamente insistiremos en lo que puede ser
considerado como centro del nuevo sistema de referencias: la victoria del in-
28 dividuo, considerado como valor supremo y criterio de referencia con el que
deben medirse tanto las instituciones como los comportamientos” (Guerra,
1992: 23). Más adelante, con apoyo en Dumont, señala con todo el énfasis:
“La Modernidad es ante todo la ‘invención’ del individuo, ‘agente empírico,

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presente en toda la sociedad’ va a convertirse ahora en ‘sujeto normativo de
las institituciones’ y de los valores” (Guerra, 1992: 85).
Si la novedad y la imaginación de la visión de la modernidad en Guerra
se imponen su tratamiento no deja de suscitar reservas. La fuerza con la
que se asume la significación del individuo conduce a la exclusión de otros
elementos del movimiento de la Ilustración y de la definición de modernidad
tales como las ideas de la capacidad, la igualdad, la diferenciación, la secula-
rización. En la discusión del proceso histórico de “las Independencias” no se
puede aislar el tema del individuo de aquellos problemas y conflictos históri-
cos asociados a las formas concretas que alcanzó el colapso de una sociedad
estamental. Si en diversos lugares de la América hispana los indígenas no
acudieron entusiastas a los llamados de los patriotas a luchar contra los ejérci-
tos realistas no puede explicarse exclusivamente por el imperio en las mentes y
los espíritus de un imaginario de antiguo régimen sino por preocupaciones muy
directas sobre la suerte que correrían las tierras de propiedad comunal o por
motivos de la defensa de la comunidad entendida como referente cultural18. En
esas condiciones no podía esperarse que los indígenas encontraran en la pro-
clamación de ciertos principios modernos la promesa de un mejoramiento de
sus condiciones de vida. Por supuesto aquí se descarta la afirmación sobre
una oposición generalizada de las masas indígenas en América al movimien-
to independentista. Las actitudes indígenas fueron variadas y al paso que
no se pudieron marginar de la lógica de la guerra incorporaron motivaciones
específicas, así lucharan del lado patriota o en favor de la corona española.
Llama la atención en la exposición la fuerte presencia de las sociedades
patrióticas y de las sociedades de amigos del país en la Península y su escasa
significación cuantitativa en América. Contrasta la importancia que se le atribu-
ye a esos lugares e instrumentos de formación de las sociabilidades modernas
con su número reducido y su limitado campo de acción. El corto número de
esas organizaciones pone en duda la amplia influencia que Guerra les atribu-
ye particularmente en América. El análisis de los impresos, periódicos y otros
escritos tiene gran interés. Sin embargo, si bien la cobertura de estas fuentes
y los indicios sobre características sociales de los lectores en relación con
América resulta muy adecuada para México es muy pobre en relación con los
restantes dominios de España en América.

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18 Una investigación en la que pueden seguirse las complejas relaciones entre el levantamiento
de la población rural en Nueva España y el desarrollo del movimiento de la independencia de
México se expone en Van Young (2006). Una presentación muy sintética de las tendencias
de la historiografía sobre los indígenas y la independencia se encuentra en Bonilla (2005).

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François-Xavier Guerra sobre las “revoluciones hispánicas”

La Constitución de Cádiz y el constitucionalismo hispanoamericano

Guerra describe con detalle el proceso de las cortes de Cádiz desde su con-
formación el 27 de enero de 1810 hasta su disolución en marzo de 1814 como
pieza de la restauración absolutista encabezada por Fernando VII. Distingue
las grandes corrientes que alcanzan influencia en la corporación y más allá
de ella, reproduce los aspectos medulares de los principales debates que
tuvieron lugar en las cortes, analiza la posición de los diputados americanos.
En resumen logra Guerra construir un cuadro vivo del proceso gaditano y del
liberalismo que como término adquiere su definitiva carta de ciudadanía en
ese entorno y en esa coyuntura histórica.
En el anterior ejercicio es perceptible un cierto juego de la hipérbole. Entre
las grandes consecuencias de las revoluciones hispánicas, Guerra apunta a
una de ellas en los siguientes términos: “La segunda consecuencia atañe al
modelo político moderno, muy específico que vio entonces la luz en el mundo
hispánico: el liberalismo. Este, en su expresión gaditana —la de la Constitu-
ción de 1812— resultó ser la matriz y el modelo de casi todos los regímenes
políticos del mundo latino del primer tercio del siglo XXI” (Guerra, 1995b: 9).
No escatima Guerra los calificativos exaltantes para Cádiz que llama “foro de
las nuevas ideas”, “foco de donde irradian las reformas”. En sentido opuesto se
refiere al mismo objeto Marie-Laure Rieu Millan en su pormenorizado estudio
sobre las cortes de Cádiz:

…la Constitución de Cádiz no fue pensada para América. Aprobada por una mayo-
ría de diputados europeos, estaba bien adaptada a la España peninsular; pero no
recogía los problemas específicos de los indígenas, ni de las castas (excepto para
excluirlas de los derechos ciudadanos), ni de los esclavos; la provincia adminis-
trativa concebida por la Constitución era la provincia española y no la “provincia”
americana mal definida (Rieu Millán, 1990: 403).

En verdad la influencia de la Constitución de 1812 alcanzó a México que se


rigió por ella. La otra zona lealista, la del Virreinato del Perú, no fue buen es-
cenario para el ejercicio de aplicación respetuosa, por esos años, de la Cons-
titución de Cádiz pero tampoco de ninguna otra. Las autoridades estaban
demasiado obsedidas por las amenazas militares que provenían tanto del sur
como del norte como para asegurar que la Carta gaditana tuviera aplicación.
30 El constitucionalismo en Suramérica hunde sus raíces en hechos tales
como el intento de insurrección de Picornell en la Capitanía General de Ve-
nezuela en 1797 o en el proceso a don Antonio Nariño en el Nuevo Reino de
Granada en 1793. Ambos eventos se asocian a la publicación del texto de los
Derechos del Hombre. Pero para la coyuntura de la cual se ocupa Guerra es

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preciso referirse a los documentos que explícitamente se elaboraron y adop-
taron bajo el concepto de Constitución. En este sentido el paisaje constitu-
cional se presenta abigarrado y rico. Algunos hitos de esa etapa temprana
del constitucionalismo son la Constitución del Estado Libre e Independiente
del Socorro, proclamada el 11 de noviembre de 1811; la Constitución de
Cundinamarca del 30 de marzo de 1811: la Constitución de Mérida en los
Andes venezolanos, primera Constitución republicana de Hispanoamérica,
proclamada el 31 de julio de 1811; la Constitución de Tunja del 9 de diciembre
de 1811 que “…puede ser tomada como la matriz constitucional de la familia
constitucional del republicanismo hispanoamericano” (Marquart, 2008: 66)19.
No se mencionan otras constituciones que se elaboraron y que tuvieron como
objetivo institucionalizar bajo un modelo federal a diversas ciudades y sus
entornos tanto en Venezuela como en la Nueva Granada en 1811. Mención
especial merece la Constitución federal venezolana adoptada el 31 de diciem-
bre de 1811 y que abordó temas centrales y desarrolló de manera original los
problemas del reconocimiento de los derechos de los pardos, el fuero ecle-
siástico y la organización federal del país. Esa Constitución tuvo un alcance
general en la medida en que su proyección correspondió a buena parte de la
que sería la referencia geográfica de Venezuela después de 1830.
En ese proceso constitucional fueron diversas las inspiraciones, desde la
Constitución francesa de 1895, el constitucionalismo norteamericano y bri-
tánico y grandes pensadores como Rousseau y Montesquieu. Para la evolu-
ción del constitucionalismo posterior a 1812 no parece evidente la influencia
de la Constitución gaditana, al menos en los ejemplos de las constituciones
de Angostura en 1819 y de Cúcuta en 1821. Si hay algo que demanda de-
tenido estudio al menos en relación con el Discurso y la Constitución de
Angostura y con la Constitución Boliviana de 1826, es la crucial resistencia
de Bolivar frente a un modelo y su conciencia de la necesidad de pensar las
constituciones en función de las peculiaridades de América. De allí nace de
un lado el eclecticismo del Libertador frente al tema y de otro la originalidad
de sus propuestas en este campo20. Por su parte, San Martín se referirá a la
Constitución de 1812 con abierta hostilidad:

La revolución en España es de la misma naturaleza que la nuestra, ambas tie-


nen la libertad por objeto y la opresión por causa (…) Pero la América no puede

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19 Este libro ofrece una síntesis bien lograda del proceso constitucional entre 1810 y 1812
(ver capítulo 3, pp. 59-73). Esa síntesis evita las referencias a una literatura de historia
constitucional muy abundante y en general de buena calidad que ha sido elaborada en
América Latina.
20 Al respecto vale la pena leer Urueña Cervera (2004).

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François-Xavier Guerra sobre las “revoluciones hispánicas”

contemplar la constitución española sino como un medio fraudulento de mantener


en ella el sistema colonial (…) Ningún beneficio podemos esperar de un código
formado a dos mil leguas de distancia, sin la intervención de nuestros represen-
tantes (Galasso, 2007: 99).

Un aspecto que Guerra no tiene en cuenta es el atinente a las condiciones


políticas reinantes en la ciudad de Cádiz. Desde el comienzo el Consulado de
los comerciantes de Cádiz se hizo sentir sobre la Regencia y luego también
sobre las cortes. Las discusiones en el seno de estas podían parecer muy
avanzadas pero las decisiones resultaban unilateralmente favorables a los
intereses peninsulares como estos eran entendidos por los comerciantes. Las
propuestas de los diputados americanos sobre el reconocimiento de un esta-
tus para los americanos similar al de los peninsulares tropezaban contra una
férrea resistencia. Si Guerra advierte los haces de luz que se desprenden de
Cádiz hacia América, Rebecca A. Earle distingue también otros envíos más
tangibles que producirían inevitables efectos:

…los anuncios en el sentido de que las Américas constituían una parte integral de
España, acompañados por el despacho de miles de efectivos, podrían convencer
a muy pocos de que España no miraba a América como su colonia. Así, tanto en
1809 con la apertura de las Cortes como en 1812 con la publicación de la Constitu-
ción de 1812 fue proclamada la igualdad entre peninsulares y criollos, sin embargo
entre 1811 y 1813 cerca de 16.000 efectivos fueron enviados a la América Españo-
la para aplastar la sedición (Earle, 2000: 32).

Por ello no puede superarse el escepticismo ante las insistencias de una


alianza entre el liberalismo español y los liberales hispanoamericanos. Por
supuesto existieron momentos de entendimiento y coincidencias en temas y
enfoques. Sin embargo las miradas compartidas no atenuaron la fractura histó-
rica abierta en las visiones contrapuestas sobre el futuro de Hispanoamérica.

A manera de epílogo

No quiero reiterar en formato de enunciados sintéticos las diversas considera-


ciones de acuerdo y de reserva frente al modelo de las revoluciones hispánicas
32 que se formularon en las páginas precedentes. Incluyo algunas consideracio-
nes adicionales de orden historiográfico general, como otras relacionadas con
la recepción del pensamiento de François-Xavier Guerra sobre las revoluciones
hispánicas en América Latina. Introduzco anotaciones breves sobre un modelo
alternativo de interpretación de la independencia hispanoamericana.

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La dialéctica que se engendra en la insoslayable relación entre presente y
pasado, entre la actualidad y la historia es fuente inagotable de curiosidad e
interés para el oficio de los historiadores, pero también para un público mucho
más amplio. A este orden de inquietudes respondieron los breves comenta-
rios que formulé sobre la relación entre la obra historiográfica de François
Furet, sus lealtades políticas y el Bicentenario de la revolución francesa y la
influencia que de todo esto puede leerse en la obra historiográfica y en el perfil
intelectual de Guerra. En este caso es notoria la tensión política y emocional
que le produjeron los acontecimientos que sacudieron a Europa Oriental entre
1989 y 1992, a juzgar por las anotaciones en las que convoca a sus lectores
a desarrollar un juego de paralelismos entre la caída del Imperio soviético a
finales del siglo XX y la crisis de la monarquía hispánica en el primer decenio
del siglo XIX. Es cierto que en sus exposiciones Guerra no fue más allá de
los enunciados generales sobre la caída de los imperios multicomunitarios.
Seguidores suyos encuentran atractiva esa senda especulativa21. Valdría la
pena al respecto recabar que para la disciplina de la historia es necesario el
ejercicio del control cognitivo y emocional que no lleve a homologar por leal-
tades ideológicas situaciones y fenómenos históricos que más allá de simi-
litudes aparentes son cualitativamente distintos por encuadrarse en épocas
históricas diferentes.
Otro enlace que se impone en el tipo de análisis como el aquí presentado es
el que implica la relación entre paradigmas. El desarrollo del conocimiento his-
tórico no transcurre frecuentemente como la sustitución de un corpus teórico-
empírico por otro, o menos aun, como la operación demolición-construcción.
Tiene más que ver con el juego complejo y frecuentemente sutil que se teje
entre continuidad y ruptura. En las exposiciones de Guerra es notable la gene-
ralización con la que se cubren las anteriores visiones sobre la independencia.
La clave “nacional” desde la cual partieron no invalida de manera inevitable los
diversos aspectos y fases que esos paradigmas involucraron. Antes de la des-
calificación se impone la cuidadosa elaboración de estados del arte.
Ciertamente me encontré con el reto que representa la recepción del pa-
radigma de Guerra sobre las revoluciones hispánicas que se ha dado como
celebración casi unánime y que en tal condición se ha mantenido por cerca

21 Parece ser este el caso de la historiadora Federica Morelli que se refiere a la caída de
los imperios Hispánico, Otomano, Austro-húngaro y “del imperio soviético en nuestros días”
como pertenecientes a la misma serie de fenómenos de disolución de “conjuntos políticos 33
multicomunitarios”. No se trata de descartar la investigación a la que esa presentación
remitiría sino más bien corresponde al señalamiento de que la historia comparada como se
ha practicado desde un ensayo pionero de Marc Bloch, hasta las obras de Barrington Moore
jr., Immanuel Wallerstein, Theda Skocpol, Jürgen Kocka, James Mahoney, para nombrar
solo a unos pocos de los historiadores comparativistas, tiene sus protocolos y exigencias
metodológicas que aseguran la práctica de la comparación con sentido (cf. Morelli, 2001: 40).

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François-Xavier Guerra sobre las “revoluciones hispánicas”

de un cuarto de siglo. Es cierto que con respecto a la visión de Guerra sobre


el siglo XIX mexicano, como esta se plasmó en el libro arriba citado —México:
del Antiguo Régimen…— sí se perfilo tempranamente un debate inducido por
la reseña del historiador Alan Knight a la que contestó Guerra de manera un
tanto híspida. En la respuesta Guerra usó el término22 descredito para referir-
se al ejercicio de crítica académica cumplido por Knight. Discípulos agradeci-
dos a Guerra a partir de tal señalamiento acudirán al adjetivo detractor para
referirse al profesor Knight en su relación con Guerra23.
El historiador Frank Safford formuló algunas críticas al paradigma de Gue-
rra del cual aquí nos hemos ocupado en una reseña al libro, De los imperios
a las naciones: Iberoamérica, publicado en 1994. Safford se concentró en el
artículo de Guerra en ese libro, por considerar que el historiador había provis-
to la concepción y la fuerza directiva de la obra. Su visión es muy balanceada
y equilibra los reconocimientos a la novedad del artículo con observaciones
sobre las que a su juicio son insuficiencias notables (Safford, 1996). En tono
de acuerdo Elías Palti formuló comentarios sobre la obra de Guerra desde la
perspectiva que especialmente le interesa: la del discurso político. Estima los
aportes de Guerra en la identificación de los cambios que se operan en el
discurso político asociados a la configuración de nuevos espacios de sociabi-
lidad y no a las ideas en el sentido en que frecuentemente se han abordado
desde la tradicional historia de la ideas. Formula Palti una crítica al “teleolo-
gismo historicista” que atribuye a Guerra y luego lanza otra que parece la más
convincente: el debilitamiento en el análisis de las contingencias del proceso
histórico que es desplazado por determinaciones apriorísticas (Palti, 2007).
En un artículo encaminado a recuperar el papel del liberalismo doceañista
en la construcción del Estado-nación mexicano, Manuel Chust y José An-
tonio Serrano formulan anotaciones críticas a las concepciones de Guerra
sobre la independencia. En particular llaman la atención sobre la hostilidad
hacia la historia social y sus implicaciones en la interpretación de Guerra
sobre la independencia y sobre el liberalismo. No se trata ciertamente de
críticas muy perceptivas (Chust y Serrano, 2007).
Se concluye este artículo por donde empezó: a 200 años de la inde-
pendencia de Hispanoamérica es tiempo adecuado para promover deba-
tes sobre aquella coyuntura comprendida entre 1808 y 1830 durante la cual

34 22 Los momentos de esa controversia pueden estudiarse en The Hispanic American Historical
Review, 68.1, feb. 1988, pp. 139-143; HAHR, 69.2, may. 1989, pp. 381-388.
23 Cristián Gazmuri (2003), al celebrar la general acogida a la obra de Guerra, señala a Alan
Knight como detractor. En la popular enciclopedia Wikipedia el artículo sobre Guerra se re-
fiere a Knight como el detractor de Guerra. Opera entonces una curiosa ecuación mediante
la cual denigrar y criticar se vuelven términos equivalentes.

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Hispanoamérica se proyectó en la escena planetaria en virtud del movimiento
histórico de sus habitantes como sujeto geosocial y geopolítico. Esta mirada
sobre aquel proceso está siendo hoy planteada y reclamada de manera nue-
va por los desarrollos que alcanza la globalización. Un campo entonces en
el que cabe diseñar programas de investigación es el de la independencia
como proceso continental que remite a una referencia histórico-espacial
distinta a la mantenida por las historias nacionales de la independencia en
sus diversas variantes y también difiere de la tomada por las corrientes de
las revoluciones atlánticas o de las revoluciones hispánicas. Es apenas uno
de los campos posibles para generar investigaciones y debates, pero exis-
ten muy variadas zonas de interés y preferencia. Se trata del uso de un
prisma de observación que destaca problemas nuevos de análisis o descubre
facetas inéditas en las temáticas consagradas. En modo alguno parece acon-
sejable sacrificar alternativas anteriores de análisis en el altar de las nuevas
concepciones y menos aún desechar el conocimiento histórico acumulado.
Entre las varias novedades que ha planteado el constitucionalismo latino-
americano contemporáneo que se inició en el decenio de 1990 se destacan
las elaboraciones normativas y políticas sobre los países latinoamericanos
como entidades multiétnicas, multirregionales y pluriculturales. El contenido
racial de la lucha por la libertad e independencia, la particular tensión vivida
en el movimiento anticolonial por las sociedades aborígenes y afrodescen-
dientes en esa coyuntura histórica en la que despegó la República criollo-
mestiza hegemónica, sugieren nuevos programas de investigación que al
tiempo puedan conducir a la ampliación del corpus empírico y al afinamiento
del corpus teórico.

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Nuestro Sur. Caracas - Venezuela
Año 2 / Número 3 / Julio-Diciembre 2011 / pp. 43-60

EL DILEMA DE LA INDEPENDENCIA LATINOAMERICANA

Sergio Guerra Vilaboy (Cuba)


Fecha de entrega: 27 de junio de 2011
Fecha de aceptación: 15 de agosto de 2011

Resumen
Durante todo el complejo proceso emancipador latinoamericano, extendido
de 1790 a 1830, fue una constante la lucha interna entre los partidarios de
una revolución limitada a cambios en la esfera política, y los que se propo-
nían realizar, en forma paralela, profundas transformaciones socioeconómi-
cas. Este fue, en última instancia, el verdadero dilema de la independencia
latinoamericana. Las independencias no fueron sucesos unívocos o libres
de conflictos en su base social. Todo lo contrario, albergaron un conjunto de
contradicciones que influyeron decisivamente en el desarrollo último de los
acontecimientos. Se observa que en cada ocasión que se intentó dar una so-
lución radical a algunos de los problemas heredados de la sociedad colonial,
fueron amenazados los intereses de los sectores privilegiados, quienes ce-
rraron filas para defender el viejo orden socioeconómico. Por esto, en muchos
lugares de Hispanoamérica el sector conservador de la aristocracia criolla,
temiendo por sus privilegios y propiedades, se alió a los realistas españoles
en la defensa del status quo. Pero en todo el aluvión de la guerra, los secto-
res populares harían su parte para la realización definitiva de una verdadera
revolución social.
Palabras clave: independencia, dilema, revolución social, insurgencia, pro-
ceso emancipador.

Abstract
Throughout the complex process of emancipation in Latin America, extending
from 1790 to 1830, was a constant internal struggle between supporters of
a revolution, limited to changes in the political sphere and that they intended
to perform, in parallel, profound socio-economic. This was, ultimately, the real
dilemma of Latin American independence. The independence, were not unam-
biguous events or free of conflict in their social base. On the contrary, hosted a
series of contradictions that influenced importantly in the ultimate development
of events. It is observed that each time I attempted to give a radical solution to 43
some of the problems inherited from the colonial society were threatened the
interests of the privileged, who closed ranks to defend the old socio-economic
development. So many places in Latin America, the conservative sector of
the Creole aristocracy, fearing for their privileges and property, he joined the

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El dilema de la independencia latinoamericana

Spanish royalists in defending the status quo. But throughout the barrage of the
war, the popular sectors would turn to the final realization of a true social revolution.
Keywords: independence, dilemma, social revolution, insurgency, the eman-
cipation process.

En rigor, la lucha por la independencia de América Latina no solo estuvo di-


rigida a la emancipación de las metrópolis europeas —hecho por sí solo de
extraordinaria relevancia histórica—, sino que también abrió alternativas para
un cambio radical de la sociedad, lo que se manifestó de diferentes formas de
un extremo al otro del continente. Durante todo el complejo proceso emanci-
pador latinoamericano, extendido de 1790 a 1830, fue una constante la lucha
interna entre los partidarios de una revolución limitada a cambios en la esfera
política, y aquellos que se proponían realizar, en forma paralela, profundas
transformaciones socioeconómicas. Este fue, en última instancia, el verda-
dero dilema de la independencia latinoamericana. La disyuntiva histórica a
que se refería José Martí en su ensayo Nuestra América1, donde señaló que
el problema de la separación de las metrópolis europeas no era el cambio de
formas, sino el cambio de espíritu.
La independencia latinoamericana comenzó como una revolución social
radical con los violentos acontecimientos que estremecieron a la colonia fran-
cesa de Saint Domingue. La revolución haitiana, iniciada con los levantamien-
tos armados de los mulatos en 1790 y la masiva sublevación de esclavos
al año siguiente, culminó con la creación, el 1 de enero de 1804, del primer
Estado independiente de América Latina. La república negra, sin paralelo en
el mundo, se irguió tras la derrota sucesiva de las principales potencias de la
época: España, Inglaterra y Francia.
Desde entonces, el imaginario de la revolución haitiana soliviantó las dota-
ciones, aceleró la intranquilidad en las plantaciones y actuó como catalizador
del proceso revolucionario en muchas partes de Hispanoamérica. En este
sentido, Haití ejerció una extraordinaria influencia sobre los acontecimientos
de las colonias españolas, en particular las del Caribe, aunque se trató de
una influencia contradictoria. Por un lado, fue promotora de la revolución y la
independencia entre los estratos más bajos de la sociedad y, por el otro, su
retranca, pues atemorizó a los grandes plantadores y esclavistas, alejándo-
44 los del proyecto independentista. Ese efecto doble se puso de relieve en las
dos primeras repúblicas de Venezuela (1811-1814), donde fue la esperanza

1 Publicado en El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Tomado de sus Obras


completas, t. II, p. 109.

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Sergio Guerra Vilaboy
redentora que alteró la tranquilidad de los barracones de esclavos y el fantas-
ma que paralizó las ansias emancipadoras de los mantuanos.
El miedo a la revolución social, protagonizada por esclavos negros o la
peonada indígena, castró también en otras colonias las potencialidades de
liberación y propició la incondicional fidelidad a la corona por parte de la elite
criolla, como pudo comprobarse en la Capitanía General de Guatemala y en
el Virreinato de Nueva España, desde que estalló la insurrección popular de
Miguel Hidalgo. Esto fue también lo que sucedió en Perú y Cuba, donde to-
davía estaban frescas las conmociones provocadas por la rebelión de Túpac
Amaru (1780) y la revolución haitiana (1790-1804), respectivamente.
En cada ocasión que se intentó dar una solución radical a algunos de los
problemas heredados de la sociedad colonial, fueron amenazados los intere-
ses de los sectores privilegiados, quienes cerraron filas para defender el viejo
orden socioeconómico. Por esto, en muchos lugares de Hispanoamérica, el
sector conservador de la aristocracia criolla, temiendo por sus privilegios y
propiedades, se alió a los realistas españoles en la defensa del status quo.
Incluso lograron durante cierto tiempo manipular a capas y clases populares
—artesanos, peones, esclavos y pueblos indígenas— para situarlos contra
la independencia valiéndose de las tradiciones paternalistas de la monar-
quía peninsular y el fanatismo religioso. En el caso específico de los pueblos
originarios, en ese comportamiento influyó su apego raigal a las tierras co-
munales, resguardadas por la legislación de Indias desde el siglo XVI, y su
permanente lucha en defensa de su cultura y costumbres, cuyo destino veían
incierto con la desaparición del viejo orden2.
Este fenómeno se manifestó no solo en las dos primeras repúblicas vene-
zolanas con los esclavos y llaneros, sino también con los pueblos originarios
del sur de Chile, de la sierra andina peruana y de Santa Marta, Popayán y
las provincias suroccidentales de Nueva Granada. En estas últimas regiones
neogranadinas, por ejemplo, el gobernador español Miguel Tacón logró in-
corporar a las fuerzas realistas a indígenas de Pasto y esclavos negros del
Patía y Barbacoas, ofreciéndoles concretos beneficios sociales —entrega de
tierras, suspensión del pago de tributos, manumisión de la esclavitud— para
aplastar al Estado independiente de Quito en 1812 (Núñez Sánchez, 2009:
155). Lo mismo pasó en Venezuela ese año, cuando los esclavos de Curiepe
y Barlovento se levantaron, al grito de ¡Viva Fernando VII!, soliviantados por
el desesperado llamado de ayuda del arzobispo de Caracas, Narciso Coll y
Prat, dado a conocer en los “lugares donde viven muchos esclavos” (Thibaud, 45
2003: 109). Para Simón Bolívar, quien todavía no había roto con los intereses
de su clase mantuana, la Primera República quedó entonces atrapada entre

2 Véase el connotado caso de Pasto en Jairo Gutiérrez Ramos (2007).

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El dilema de la independencia latinoamericana

dos fuegos: “…amenazada Caracas al Este por los negros excitados de los
españoles europeos, ya en el pueblo de Guarenas, ocho leguas distante de
la ciudad, y al Oeste por Monteverde, animado con los sucesos de Puerto
Cabello” (Bolívar, s/f: 574)3.
Estos trágicos episodios de la historia de la independencia latinoamericana
han servido a algunos historiadores para catalogar a la emancipación de “gue-
rra civil”, siguiendo la vieja tesis del intelectual venezolano Laureano Vallenilla
Lanz, enarbolada en 19114. Esa sesgada evaluación de aquel trascendental
acontecimiento pasa por alto toda la connotación del objetivo independentista
perseguido por la causa patriota, que le otorga a la contienda, aun teniendo en
contra a una parte de los estratos populares, su carácter de guerra de libera-
ción nacional y no de “guerra civil” (Vallenilla Lanz, 1994: 39-45)5.
En la independencia de América Latina, solo el levantamiento mexicano
de 1810 tuvo una perspectiva revolucionaria comparable a la de Haití, aunque
nutrida de otros componentes sociales. Las demandas populares, recogidas
por Hidalgo, incluían la devolución de tierras comunales, supresión de gravá-
menes y estancos, eliminación del tributo indígena, abolición del sistema de
castas, de la trata y la esclavitud. La enorme base de masas de la insurgencia
mexicana era resultado del programa radical de Hidalgo, quien había decre-
tado, en su condición de Capitán General y Generalísimo de América, “Que
todos los dueños de esclavos deberán darles la libertad, dentro del término de
diez días, so pena de muerte” (La independencia de México, textos de su histo-
ria, 1985: 119)6. Amenaza que por cierto cumplió al pie de la letra.
La insurgencia novohispana fue una violenta revolución social de base
popular. El propio obispo de Valladolid (Morelia) Manuel Abad y Queipo, im-
placable enemigo de Hidalgo, reconoció que “...esta gran sedición comenzó
en Dolores con doscientos hombres y pasaba de veinte mil cuando llegó a
Guanajuato. Se engrosaba de pueblo en pueblo, y de ciudad en ciudad, como
las olas del mar con la violencia del viento” (Tavira Urióstegui y Herrera Peña,

3 Ya en los inicios de la revolución haitiana los españoles se habían atraído a su lado a mu-
chos esclavos, incorporados a las tropas auxiliares para enfrentar a los representantes de
la Francia revolucionaria.
4 El planteo inicial de Vallenilla Lanz apareció en una conferencia suya en 1911 titulada “Ce-
sarismo democrático”, la que amplió después en un libro homónimo publicado por primera
46 vez en 1919.
5 Por este camino hasta la conquista española puede llegar a calificarse de “guerra civil”, pues
los españoles se valieron del enfrentamiento de poblaciones indígenas para establecer su
dominación en el continente. La historia demuestra que, en determinadas circunstancias
—la Alemania nazi lo confirma—, las masas populares pueden defender causas injustas.
6 Disposición del 6 de diciembre de 1810.

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Sergio Guerra Vilaboy
2003: 51)7. El movimiento revolucionario mexicano, que respondía a concep-
ciones muy avanzadas para su época, fue continuado después de muerto
Hidalgo por su alumno y también sacerdote José María Morelos, quien procla-
mó la independencia junto a un acabado programa de transformaciones so-
ciales y económicas. En sus Sentimientos de la nación, histórico documento
presentado por Morelos ante el Supremo Congreso de América, reunido en
Chilpancingo (1813), el líder insurgente profundizó las medidas de Hidalgo,
al abogar por la abolición de la esclavitud y el sistema de castas, la liquida-
ción de todos los gravámenes feudales y la desigual distribución de la rique-
za, considerando como enemigos “a todos los ricos, nobles y empleados de
primer orden, criollos o gachupines”8.
Pero en la mayoría de los territorios de la América Hispana, la lucha in-
dependentista se inició de una manera más moderada, sin un programa so-
cial y con escasa participación popular, derivado de la dirección de la elite
criolla que pretendía liquidar la dominación española sin afectar la tradicio-
nal estructura socioeconómica. En varias colonias el proceso comenzó con
muchas indefiniciones, pues no solo se establecieron gobiernos autónomos
que seguían reconociendo la soberanía de Fernando VII, sino que también
evitaban cualquier reivindicación popular. Desde esta perspectiva, algunas de
las juntas de 1810 no eran revolucionarias, pues no deseaban alterar el orden
socioeconómico, aun cuando ciertos valores igualitarios comenzaron a ser
establecidos de manera teórica.
Para el sector aristocrático criollo, situado a la cabeza de la lucha, la inde-
pendencia era concebida en dos direcciones: “hacia arriba”, contra la metró-
poli, y “hacia abajo”, para impedir las reivindicaciones populares y cualquier
alteración social. Esta contradicción fue la base del dilema latente a todo lo
largo del ciclo emancipador latinoamericano: romper el orden colonial con o
sin transformaciones revolucionarias9. Las reivindicaciones sociales de esta
época no eran solo la supresión del diezmo, los obsoletos monopolios comer-
ciales y los viejos tributos y gravámenes, sino, sobre todo, la eliminación de la
servidumbre indígena y la abolición de la esclavitud.
En realidad, el problema de la esclavitud era la piedra de toque de la
independencia, y lo que definía entonces el sentido revolucionario o con-
servador de la contienda anticolonialista; disyuntiva que sacudió todo el
movimiento emancipador latinoamericano. En forma descarnada lo formuló
Miranda en 1798, quien ya había escrito sobre la necesidad de seguir “las
47

7 Carta pastoral del 12 de septiembre de 1812, citada por Tavira Urióstegui y Herrera Peña
(2003).
8 En “Medidas políticas” (1812), en La Independencia de México, loc. cit., t. I, p. 323.
9 Véase el desarrollo de esta tesis en Sergio Guerra Vilaboy (2000).

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El dilema de la independencia latinoamericana

huellas de nuestros hermanos los americanos del norte” (citado en Bohór-


quez, 2002: 199):

Reconozco que a pesar de todo lo que pueda desear la libertad y la independencia


del Nuevo Mundo temo más a la anarquía y al sistema revolucionario. Dios quiera
que esos hermosos países, so capa de establecer la libertad, no vayan a sufrir
el destino de Santo Domingo [se refiere a Haití] escenario de crímenes y hechos
sangrientos; antes que eso mejor sería que permanecieran todavía un siglo más
bajo la bárbara y dañina explotación de España (Dávila, 1938: 207)10.

Tal era el pensamiento de Miranda, una de las figuras emblemáticas de la in-


dependencia. La emancipación a que aspiraba la elite hispanoamericana era
al estilo norteamericano, como confesó sin ambages el propio Miranda a su
compatriota Manuel Gual: “Amigo mío, la verdadera gloria de todos los ame-
ricanos consiste en la consecución de la libertad (…) Dos grandes ejemplos
tenemos delante de los ojos: la Revolución americana y la francesa. Imitemos
discretamente la primera: evitemos con sumo cuidado la segunda” (Grases,
1981: 269)11.
Está claro que para Miranda, Estados Unidos era el modelo y no la revolu-
ción haitiana o la revolución francesa que provocaron más temores que adhe-
siones en la elite hispanoamericana, asustada ante las grandes convulsiones
sociales desatadas por estos procesos. Los ricos propietarios criollos de las co-
lonias abogaban por una independencia sin cambios de envergadura; una se-
paración de las respectivas metrópolis europeas que mantuviera la esclavitud
y todo el viejo orden de la sociedad, como había ocurrido en Estados Unidos.
Pese a los cortos horizontes impuestos a la independencia por las cla-
ses dominantes criollas, desde el comienzo del proceso emancipador se
esbozaron por casi todas partes de Hispanoamérica genuinos movimientos
populares, como ocurrió, además de México, en ciertas zonas del Virreinato
del Río de la Plata, en particular en la Banda Oriental, en el Paraguay y el
Alto Perú. En ellos se vertebraron novedosas y avanzadas concepciones del
Estado y la sociedad —quizás en forma menos definida en el Alto Perú—
que durante un tiempo lograron sobrepasar y poner en crisis el restringido
marco político, institucional y social trazado para la independencia por los
representantes de la aristocracia criolla. En estos territorios la guerra eman-
cipadora se distinguió por la lucha permanente del pueblo, y sus dirigentes
48

10 Carta al inglés John Turnbull fechada el 12 de enero de 1798.


11 Carta del 31 de diciembre de 1799.

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Sergio Guerra Vilaboy
más consecuentes, por enlazar las tareas de la liberación nacional con cam-
bios sociales profundos.
En el Virreinato del Río de la Plata, la gesta independentista se nutrió
desde muy temprano de las demandas sociales y estuvo acompañada de
una vigorosa y creciente participación de masas, estimulada por los primeros
decretos sociales de la Junta de Mayo de Buenos Aires (1810). Esas dispo-
siciones fueron inspiradas por el grupo jacobino encabezado por Mariano
Moreno —al que pertenecían figuras avanzadas como Bernardo Monteagudo,
Juan José Castelli y Manuel Belgrano—, aunque nunca llegaron a alcanzar al
radicalismo insurgente novohispano.
La estructuración más acabada del pensamiento de estos revolucionarios
rioplatenses puede encontrarse en el discutido Plan de Operaciones, que
algunos historiadores atribuyen al propio secretario de la Junta de Mayo, Ma-
riano Moreno. Su principal concreción práctica fueron los decretos sociales
de Castelli en la región andina, que despertaron en la población aborigen del
Alto Perú un fervoroso apoyo a los libertadores que avanzaban desde el sur.
El propio Castelli se refirió al espontáneo respaldo de los pueblos originarios
en oficio remitido a la Junta de Buenos Aires, a fines de 1810, que contenía
el parte de la exitosa batalla de Suipacha, cerca de Potosí: “Sin que nadie los
mandase los indios de todos los pueblos con sus caciques y alcaldes han
salido a encontrarme, y acompañarme; haciendo sus primeros cumplidos del
modo más expresivo, y complaciente hasta el extremo de hincarse de rodillas,
juntar las manos y elevar los ojos, como en acción de bendecir al cielo” (Arze
Aguirre, 1979: 141)12.
El entusiasta apoyo a la independencia aumentó todavía más entre el pue-
blo aborigen de la antigua presidencia de Charcas, cuando Castelli declaró a
“los indios iguales a todas las demás clases”13 y dio a conocer, en lengua que-
chua y aymara, una serie de disposiciones revolucionarias que eliminaban el
tributo y el servicio personal indígena y repartían tierras y ganado confiscados
a los realistas. Las fuerzas virreinales tuvieron que luchar desde entonces
en medio de la manifiesta hostilidad de los pueblos originarios pues, como
constató el propio general español Joaquín de la Pezuela al atravesar la sierra
andina, los canales de aprovisionamiento del ejército realista se cerraban y
tenían que ser abiertos a punta de bayoneta, pues sus habitantes eran “tan
montaraces como sus llamas” (citado en Hamnett, 1978: 290).
También en la Banda Oriental, bajo la conducción de José Artigas, la lucha
por la independencia tuvo desde sus inicios, a principios de 1811, una base de 49

12 Carta del 10 de noviembre de 1810.


13 “Proclama de Tiahuanaco”, 25 de mayo de 1811 (en Arze Aguirre, 1979: 163).

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El dilema de la independencia latinoamericana

masas y un programa social avanzado. En este territorio, de tardía coloniza-


ción y pocos habitantes, el levantamiento tenía su base social en los gauchos,
peones y agregados mestizos de las haciendas ganaderas e incluso sacer-
dotes del bajo clero, así como algunos esclavos negros e indios charrúas
y chanaes. La amplia participación popular en la lucha emancipadora en la
tierra oriental fue favorecida por la poca estratificación social y la ausencia de
jerarquías y mayorazgos.

Movilizados tras objetivos muy generales (planteados muchas veces como el reco-
nocimiento de derechos consuetudinarios, la aspiración a un mundo más justo o el
retorno a una igualdad primigenia) —explica la historiadora uruguaya Ana Frega—
estos grupos sociales —ocupantes de tierras sin título, peones, esclavos fugados,
entre otros— encontraron en el bando artiguista una posibilidad para la concreción
de sus aspiraciones (2007: 267).

Una de las expresiones más definidas del pensamiento revolucionario de


Artigas fue el Reglamento Provisorio de 1815, contentivo de un avanzado
programa agrario y social, dirigido a la recuperación económica, que preveía
repartos de tierra entre los desposeídos y sus soldados. Entre los objetivos de
este decreto artiguista, en cuya elaboración se veía la mano radical del cura
José Monterroso —que compartió con Castelli la campaña del Alto Perú—,
estaba el poblamiento de los campos y la reconstrucción económica de la
Banda Oriental, para ampliar la base popular del federalismo y conseguir,
como proclama el propio Reglamento Provisorio, “que los más infelices sean
los más privilegiados” (ibídem: 285). Acorde a la justa valoración del historia-
dor argentino Norberto Galasso:

En el litoral, Artigas resulta en 1815 la expresión de la Revolución a la cual ha


incorporado a las masas populares y ha dotado de un ideario contundente que
combina distribución de tierras, protección a la producción local, dignificación y
democracia para negros, indios y gauchos, con una clara posición contra el abso-
lutismo, contra la burguesía comercial porteña y contra los ingleses (2000: 142).

También en Paraguay la independencia estuvo asociada a transformacio-


nes sociales radicales. Su artífice fue el doctor José Gaspar Rodríguez de
Francia, un abogado con inquietudes sociales que consiguió el respaldo de la
50 mayoría de los diputados al Congreso reunido en Asunción en septiembre de
1813, gracias a que, según el testimonio del comerciante inglés John Parish
14
Robertson, “las tres cuartas partes de ellos eran pobres” (1920: 192) . Con el

14 Un análisis más amplio en Sergio Guerra Vilaboy (1991).

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Sergio Guerra Vilaboy
ferviente apoyo de los campesinos (chacreros) y peones sin tierra, Francia se
las ingenió no solo para proclamar la independencia en 1813, sino también
para desalojar del poder a los comerciantes, terratenientes y estancieros e
impulsar la revolución popular.
Pero en la capital del Virreinato del Río de la Plata, la tendencia radical
fue momentáneamente derrotada a fines de 1810, lo que le permitió afirmar
al presidente de la junta bonaerense, el moderado Cornelio Saavedra —que
llegó a calificar a Moreno de Demonio del Infierno—: “El sistema robespierria-
no que se quería adoptar en ésta, la imitación de la revolución francesa, que
intentaba tener por modelo, gracias a Dios que han desaparecido…” (El pen-
samiento de los hombres de Mayo, 2009: 194)15. A pesar de esta adversidad,
la victoria conservadora fue pírrica, pues los radicales reaparecieron en 1812.
Prueba de ello fue la Asamblea del Año XIII, que dotó al proceso emancipador
en el Río de la Plata de su propio programa de transformaciones sociales.
Gracias a la presión de las tropas de Manuel Belgrano y José de San Martín,
este Congreso no solo desconoció la soberanía de Fernando VII y aprobó
la bandera e himno nacional de las ahora denominadas, con evidentes pre-
tensiones integracionistas, Provincias Unidas en Sud América; sino también
adoptó una serie de disposiciones revolucionarias y democráticas que pocos
años después permitirían al Ejército de los Andes de San Martín nutrirse de
campesinos humildes y ex esclavos para emprender, entre 1817 y 1821, la
liberación de Chile y Perú.
Inspiradas por la Sociedad Patriótica y la Logia Caballeros Racionales,
fundadas ambas en 1812 en Buenos Aires, los diputados de la Asamblea del
Año XIII aprobaron una ley de de vientres libres y la libertad de los esclavos
que se incorporaran a los ejércitos patriotas, la abolición de la trata y los títu-
los nobiliarios, además de la supresión de mitas, encomiendas, mayorazgos
y los servicios personales de la población aborigen. De esta manera, en be-
neficio de los pueblos originarios se dispuso:

…la extinción del tributo, y además derogada la mita, las encomiendas, el yanaco-
nazgo y el servicio personal de los indios bajo todo respecto y sin exceptuar aun
el que prestan a las iglesias y sus párrocos (…) y tenga a los mencionados indios
de todas las Provincias unidas por hombres perfectamente libres, y en igualdad de
derechos a todos los demás ciudadanos que las pueblan, debiendo imprimirse y pu-
blicarse este Soberano decreto en todos los pueblos de las mencionadas provincias,
traduciéndose al efecto fielmente en los idiomas guaraní, quechua y aymará, para la 51
común inteligencia (ibídem: 220).

15 Carta a Feliciano Chiclana del 15 de enero de 1811.

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El dilema de la independencia latinoamericana

También en Chile, en especial entre los partidarios de José Miguel Carre-


ra, surgió un sector radical entre cuyos exponentes estuvo el jefe guerrille-
ro Manuel Rodríguez, dispuesto no solo a conseguir la independencia, sino
también a imponer avanzadas concepciones sociales. Expresión de esta ten-
dencia, que a la larga no logró consolidarse, fue la propuesta del Batallón
de Granaderos en 1811 para expropiar bienes de la aristocracia, así como
la proclama jacobina del año siguiente formulada por el franciscano Antonio
Orihuela, líder carrerista de Concepción, quien llamó al pueblo de Chile a
combatir contra “el dilatado rango de nobles, empleados i títulos que sostie-
nen el lujo con vuestro sudor i se alimentan de vuestra sangre…” y a reclamar
“vuestros derechos usurpados” para levantar “sobre sus ruinas un monumen-
to eterno a la igualdad” (Vitale, 1969: 26-27).
De igual manera, en el Virreinato de Nueva Granada, en el período que
la historiografía tradicional denominó la Patria Boba (1810-1816), cobraron
gran fuerza los promotores de cambios sustanciales de la sociedad, como
ocurrió en Cartagena. Aquí la vigorosa actuación de los hermanos Gutiérrez
de Piñeres, apoyados por los mulatos y negros libres del barrio de Getsemaní,
encabezados por el herrero mulato cubano Pedro Romero, le imprimieron al
proceso emancipador un carácter antiespañol y antiaristocrático. A principios
de 1811, las fuerzas populares de la costa neogranadina aplastaron el intento
sedicioso de los comerciantes españoles aliados al regimiento Fijo de Carta-
gena. Según el relato de un teniente del batallón de pardos, el pueblo humilde
detuvo de manera espontánea a los conspiradores europeos, con “una furia
de más de 400 hombres con lanzas, sables, machetes, hachas, etc.”; por lo
que “toda la noche fue de revolución: más de tres mil almas estaban patrullan-
do y andando por las calles” (Múnera, 1998: 184).
Nueve meses después, los mulatos y negros libres armados, sin duda
influidos por la República de Haití con la que estaban en contacto directo,
impusieron a la moderada junta aristocrática criolla de Cartagena el Acta de
Independencia y en 1812 una Constitución igualitarista —prohibía la trata y
creaba un fondo para la manumisión de los esclavos—, aprobada por un con-
greso popular donde “todos se hallan mezclados los blancos con los pardos,
para alucinar con esta medida de igualdad, una parte del pueblo”, según es-
cribiera desconsolado al rey, desde su refugio en La Habana, el arzobispo de
Cartagena fray Custodio Díaz (ibídem: 202). Al año siguiente, el propio cón-
clave dispuso la confiscación y reparto de todos “los bienes que correspon-
52 dieran a los enemigos de la libertad americana” (Restrepo, 1942: 69). Para el
historiador conservador colombiano José Manuel Restrepo, contemporáneo
de estos líderes populares del litoral caribeño de Nueva Granada, ellos eran
“semejantes a los Jacobinos que agitaron a París y a la Francia entera duran-
te la República” (ibídem, 193).

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Sergio Guerra Vilaboy
En Venezuela, la contienda por la independencia devino desde 1816 tam-
bién en una causa popular. La masiva incorporación del pueblo —en par-
ticular llaneros y esclavos—, y su ascenso social en las líneas de mando
—José Antonio Páez fue el prototipo—, produjo una mutación radical en los
miembros de los ejércitos libertadores que permitió la derrota final de Es-
paña. En la generosa patria de Louverture, donde Bolívar debió radicarse
tras la reconquista española de 1815, el Libertador quedó impactado por la
espontánea solidaridad haitiana, por aquella sociedad de hombres libres —la
única en todo el continente— que determinó un cambio profundo en su pen-
samiento y convicciones revolucionarias. A tal extremo que todavía 11 años
después de su estancia en este territorio caribeño, en 1826, al dirigirse a los
diputados al Congreso Constituyente de Bolivia, puso a Haití como modelo
de nación, a la que calificó “de la República más democrática del mundo”
16
(Bolívar, s/f, t. III: 765) .
De los antiguos esclavos, y en particular del presidente Pétion, Bolívar
recibió recursos materiales imprescindibles para reemprender la lucha por
la independencia. Desde su desembarco en suelo venezolano, a principios
de 1816, con dos centenares de hombres, el Libertador quedó ligado a las
demandas populares y al principio de la igualdad. Convencido de la imperiosa
necesidad de hacer coincidir la aspiración independentista con la abolición de
la esclavitud, Bolívar escribió a Francisco de Paula Santander en los prime-
ros meses de 1816: “Me parece una locura que en una revolución de libertad
17
se pretenda mantener la esclavitud” (ibídem, t. I: 435) . En consecuencia, lo
primero que hizo el Libertador cuando pisó tierra venezolana en Ocumare, el
6 de julio de 1816, fue dar a conocer un decreto abolicionista editado en la
pequeña imprenta obsequiada por los haitianos, donde señalaba: “La desgra-
ciada porción de nuestros hermanos que ha gemido hasta ahora bajo el yugo
de la servidumbre ya es libre. La naturaleza, la justicia, y la política, exigen la
emancipación de los esclavos. En lo futuro no habrá en Venezuela más que
una clase de hombres: todos serán ciudadanos” (ibídem, t. III: 665).
La movilización de los esclavos fue una de las claves del éxito de los re-
publicanos a partir de 1816. Otra fue el claro sentido igualitarista dado desde
entonces a la contienda contra España por Bolívar y otras figuras carismáti-
cas de la independencia, expresado no solo de palabra, sino en hechos con-
cretos como el ascenso a la oficialidad por méritos y no por la condición étnica
y social, así como la confraternidad establecida entre jefes y soldados. Eso
explica que el propio Bolívar pudiera escribir a principios de 1817: “La opinión 53

16 “Discurso del Libertador al Congreso Constituyente de Bolivia”, 25 de mayo de 1826.


17 Carta del 10 de mayo de 1816.

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El dilema de la independencia latinoamericana

cambiada absolutamente en nuestro favor vale aún más que los ejércitos”
18
(ibídem, t. I: 227) .
En Angostura, convertida en capital provisional de la restablecida Repú-
blica de Venezuela, Bolívar lanzó otro decreto trascendente que establecía
el reparto de bienes y tierras entre los miembros del ejército libertador, en
premio a sus méritos de guerra. Esta ley de 1817, dirigida en última instan-
cia a democratizar la propiedad rural, junto con la abolición incondicional de
la esclavitud, contribuyó de manera decisiva a consolidar el respaldo de las
amplias masas y a consagrar su autoridad personal. De ahí que el Libertador
escribiera varios años después al recién electo vicepresidente de Venezuela
Francisco Antonio Zea:

Los españoles temen, no solamente al ejército sino al pueblo, que se manifiesta ex-
tremadamente afecto a la causa de la libertad. Muchos pueblos distantes del centro
de mis operaciones han venido a ofrecer cuanto poseen para el servicio del ejército
y aquellos que encontramos en nuestro tránsito nos reciben con mil demostraciones
de júbilo, todos arden por vernos triunfar y prestan generosamente cuanto puede
19
contribuir a darnos la victoria (ibídem, t. I: 391) .

La obsesión antiesclavista de Bolívar hizo temer a los norteamericanos


que pudiera afectar a los propios Estados Unidos, donde la oprobiosa insti-
tución estaba en pleno apogeo como base de la expansión de la economía
algodonera de sus estados sureños. El cónsul de Estados Unidos en Lima,
William Tudor, en insistentes mensajes a Washington consideraba al Liberta-
dor un “peligroso enemigo futuro” y, en un informe del 24 de agosto de 1826,
fundamentaba sus criterios contra Bolívar, en que “su principal seguridad
para conciliar el partido liberal en todo el mundo se funda en la emancipa-
ción de los esclavos, es sobre este punto que secretamente puede atacarnos”
(Vargas Martínez, 1991: 113).
También Bolívar se preocupó del problema indígena, como demostró en
1820, en su condición de presidente de Colombia, cuando dispuso “corregir
los abusos introducidos en Cundinamarca en la mayor parte de los pueblos de
naturales (…) por haber sido la más vejada, oprimida y degradada durante el
despotismo español (…) [por lo que] se devolverá a los naturales, como pro-
pietarios legítimos, todas las tierras…” (Cacciatore y Scocozza, 2008: 231)20.

54
18 Carta del 5 de enero de 1817.
19 Carta del 13 de julio de 1819.
20 Decreto de El Rosario de Cúcuta, 20 de mayo de 1820.

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Sergio Guerra Vilaboy
La misma política siguió después en Perú y el Alto Perú. En su marcha triunfal
hacia el cerro de Potosí, después de la aplastante victoria de Ayacucho, el
Libertador complementó sus reformas en favor del indio con la abolición de la
servidumbre, el tributo y de todo tipo de trabajo forzado (Cusco, 4 de julio de
1825), que incluía la devolución a los indígenas de las tierras confiscadas por
los españoles en represalia por la sublevación de Pumacahua en 1814. A con-
tinuación eliminó el tributo (22 de diciembre), sustituido por una contribución
igualitaria para todos los habitantes, y estableció el derecho de los aboríge-
nes a sus tierras, pues como él mismo comunicara a Santander: “Los pobres
indígenas se hallan en un estado de abatimiento verdaderamente lamentable.
Yo pienso hacerles todo el bien posible: primero por el bien de la humanidad
y segundo porque tiene derecho a ello… (Bolívar, s/f, t. II: 159)21.
Sin duda, Bolívar fue el mejor exponente del genio militar y político de
la etapa final de la independencia, avalado por sus ideales de integración y
brillantes victorias de armas. Además sintetizó, desde 1816, lo más avanzado
del pensamiento criollo al enarbolar un programa social radical. Así lo resumió
el propio Libertador en la instalación del Congreso de Angostura, el 15 de
febrero de 1819:

Un Gobierno Republicano ha sido, es, y debe ser el de Venezuela; sus bases deben
ser la Soberanía del Pueblo: la división de los Poderes, la Libertad civil, la proscrip-
ción de la Esclavitud, la abolición de la monarquía, y de los privilegios. Necesitamos
de la igualdad para refundir, digámoslo así, en un todo, la especie de los hombres,
las opiniones políticas, y las costumbres públicas (ibídem, t. III: 683).

El ejército bolivariano —la única institución fuerte y organizada en el


campo patriota— se hizo portador desde 1816 de la iniciativa revolucionaria:
abolición de la esclavitud y de la servidumbre, eliminación de privilegios y
gravámenes feudales, repartos agrarios, régimen republicano de gobierno,
etc. Con este programa de amplias transformaciones sociales y económicas
se logró en forma temporal compensar tanto la extrema debilidad del compo-
nente burgués de la revolución como la derrota o neutralización de los repre-
sentantes más radicales del movimiento popular.
Nos referimos, en particular, a Hidalgo y Morelos en México, Moreno y
Artigas en el Río de la Plata y, en menor medida, Manuel Rodríguez en Chile.
Esto vale también para el caso del doctor Francia, aislado en Paraguay, aun-
que el único de esos dirigentes revolucionarios de la independencia que no 55
pudo ser vencido. Los reveses y fracasos del movimiento popular fueron, sin
embargo, las premisas que permitieron concretar un virtual bloque de clases

21 Carta del 28 de junio de 1825.

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El dilema de la independencia latinoamericana

anticolonial que en varios lugares —de manera paradigmática en los territo-


rios liberados por el ejército bolivariano— amplió la base social de la lucha
independentista tras objetivos más acordes a las posibilidades históricas.
A la formación de este amplio frente policlasista también contribuyó el te-
rror contrarrevolucionario desatado por los realistas en las áreas reconquista-
das, lo que afectó sin distinción de clases o raza a los diferentes estratos de
la sociedad hispanoamericana. La brutal e indiscriminada represión colonial
creó poco a poco las condiciones para una mayor participación de las masas
populares en la lucha independentista, al mismo tiempo que compulsó la radi-
calización de muchos dirigentes, como ocurrió con el propio Bolívar.
En estas nuevas circunstancias las guerrillas, que gozaban de un auténti-
co respaldo popular, devinieron en importante auxiliar de los ejércitos liberta-
dores. Así ocurrió con las republiquetas altoperuanas de Juana de Azurduy,
Ignacio Warnes, José Miguel Lanza y otros caudillos, las montoneras del Pa-
dre de los Pobres, Martín Güemes, en Salta, los insurgentes de Vicente Gue-
rrero en México, las guerrillas chilenas de Manuel Rodríguez o las peruanas
de Isidoro Villar y José Félix Aldao.
De este modo, la perspectiva social de la independencia estuvo presente
en el programa del proceso independentista latinoamericano a través de las
aspiraciones de las clases oprimidas y del ideario de Bolívar, Moreno, Hidal-
go, Morelos, Artigas, Francia, Pétion y demás representantes de la corriente
criolla más avanzada. Ellos aportaron el indispensable componente social a
la emancipación, pues no solo lucharon por la liberación política, sino también
por una amplia redistribución agraria y la liquidación del régimen de explota-
ción basado en la esclavitud y la servidumbre.
Además, la guerra independentista terminó con un profundo desquicia-
miento de la sociedad, que alteró la correlación de fuerzas de clase, cambió
la ideología dominante, las mentalidades, la vida cotidiana y, en general, toda
la supraestructura forjada durante varios siglos de coloniaje. En síntesis, la
magnitud de la lucha popular convirtió a la independencia en un movimien-
to social de profunda envergadura histórica. En este sentido, hay también
que registrar el impulso dado al complejo proceso de formación nacional, la
eliminación definitiva de las formas más retrógradas de explotación —como
la mita—, el establecimiento del sistema de gobierno republicano —con ex-
cepción de Brasil— y el principio de la igualdad legal, así como la abolición
de viejos tributos feudales, monopolios comerciales, títulos nobiliarios y el
56 vejaminoso régimen de castas.
Aunque la emancipación desató incontenibles ansias de justicia social, al
final no dio lugar a un cambio sustancial de las viejas estructuras económicas
y sociales. La posibilidad histórica de realizar la independencia de España,
junto con una profunda transformación socioeconómica de América Latina,

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Sergio Guerra Vilaboy
fue cortada por la aristocracia criolla que preparó las condiciones para revertir
las conquistas sociales inmediatamente después de conseguida la emanci-
pación. Tras el programa social impuesto a la lucha emancipadora por las
clases explotadas y algunos dirigentes de la talla de Bolívar se produjo, una
vez conseguida la derrota de España, el retroceso, pues para la aristocracia
criolla —que ocupaba el lugar que correspondía a una inexistente burguesía
nacional— la revolución de independencia había ido demasiado lejos.
En realidad, los principales logros democráticos de la independencia co-
menzaron a revertirse desde 1826, o incluso en algunos lugares desde an-
tes, cuando los grupos conservadores de la elite criolla, aliados a la iglesia,
aprovecharon la debilidad de los elementos más radicales para imponer un
brusco giro a la derecha y echar por tierra las principales conquistas popula-
res. Como parte de ese proceso, la mayoría de los libertadores fueron apar-
tados en forma violenta del poder por la aristocracia criolla, como ocurrió con
Artigas en 1820, San Martín en 1822, O’Higgins en 1823, Sucre en 1828 y
Vicente Guerrero en 1830 —ambos asesinados poco después—, así como el
propio Bolívar en este último año.
Pero la frustración del programa revolucionario de la independencia y su
incapacidad para imponer un nuevo tipo de sociedad en América Latina no
pueden opacar las trascendentales conquistas históricas de aquel aconteci-
miento, que ni el auge ulterior de la reacción clerical terrateniente de signo
conservador pudo liquidar en forma completa. Por esto, el retorno registrado
en los alcances de la independencia debe ser entendido solo en forma rela-
tiva, pues en modo alguno significó un regreso al mismo punto de partida, ya
que la sociedad nunca volvería a ser la misma de antes, como sucedió, por
ejemplo, en el convulso escenario de las zonas mineras de Nueva Granada o
en las plantaciones venezolanas.
En estos lugares, aunque la esclavitud persistió jurídicamente, en la prác-
tica el viejo régimen había quedado desarticulado para siempre y sería impo-
sible reestablecerlo a plenitud. Todavía en 1845, un hacendado neogranadino
se quejaba de que cuando recuperó su hacienda, tras la independencia, solo
encontró “unas pocas herramientas en muy mal estado, igualmente recibí
muy pocos negros inválidos, por cuya razón existían, porque los mozos y
alentados, unos se los había llevado el general Bolívar, y otros se hallaban
prófugos en el monte” (García, 2004: 350).
Aunque los resultados de la independencia de América Latina —logró
sus objetivos políticos nacionales, pero quedó muy por debajo en sus aspi- 57
raciones económicas y sociales— no dieran respuesta a todas las expecta-
tivas, constituyó sin duda alguna un importante paso de avance histórico. A
pesar de sus incuestionables limitaciones, la independencia, conseguida a
costa de dramáticos sacrificios humanos y de acontecimientos heroicos que

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El dilema de la independencia latinoamericana

no pueden olvidarse, fue un punto de inflexión en la historia del continente


que dio inicio a la vida republicana de los países latinoamericanos, abriendo
espacio a un amplio espectro de procesos sociales y revolucionarios que
de otra manera no hubieran sido posibles o se habrían postergado durante
mucho más tiempo.
Así lo comprendió el propio Bolívar cuando, acosado en todas partes por
sus implacables enemigos, declaró, el 20 de enero de 1830, en mensaje al
Congreso de Bogotá para renunciar al poder supremo: “¡Conciudadanos! Me
ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a
costa de los demás. Pero ella nos abre la puerta para reconquistarlos bajo
vuestros soberanos auspicios, con todo el esplendor de la gloria y la libertad”
(Cacciatore y Scocozza, 2008: 399).

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Nuestro Sur. Caracas - Venezuela
Año 2 / Número 3 / Julio-Diciembre 2011 / pp. 61-84

LA REVOLUCIÓN CONTINENTAL DEL SIGLO XIX

Horacio López (Argentina)

Fecha de entrega: 30 de mayo de 2011


Fecha de aceptación: 15 de julio de 2011

Resumen
El proceso que llevó a la independencia y a la posterior constitución de las
repúblicas en casi todo el territorio de lo que era llamado Hispanoamérica fue
un fenómeno unitario, continental, caracterizado por una guerra de liberación
llevada a cabo en las distintas regiones y por la implementación de similares
instituciones revolucionarias. Esa revolución anticolonialista de repercusión
mundial de ninguna manera fue parte o apéndice de la revolución liberal
burguesa en España y, si bien influyeron los acontecimientos ocurridos en
la Península Ibérica producto de la invasión napoleónica y la resistencia del
pueblo español, tuvo antecedentes, entidad y características propias que la
hicieron original.
Palabras clave: revolución, independencia, americanismo, anticolonialismo.

Abstract
The process leading to independence and the subsequent formation of the
republics in almost the whole of what was called Latin America, was a unitary
phenomenon, continental, characterized by a war of liberation conducted in
different regions and the implementation of similar revolutionary institutions.
Anti-colonial revolution impact the world was by no means part or appendage
of the bourgeois liberal revolution in Spain. and, although influenced events in
the Iberian Peninsula, the product of the Napoleonic invasion and the resis-
tance of the Spanish people had a history, organization, and characteristics
that made the original.
Key words: revolution, independence, americanism, anticolonialism.

La americaneidad de la revolución
61
Nuestra primera revolución por la emancipación fue parte del proceso de las
primeras guerras anticoloniales de la historia moderna. Así como “Después
del cristianismo, nada ha producido un cambio tan radical en el pensamien-
to europeo como la presencia de América” —refiriéndose al descubrimiento

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La revolución continental del siglo XIX

del Nuevo Mundo— (Arciniegas, 1975: 13), la guerra continental por la inde-
pendencia de lo que se llamó Hispanoamérica fue, al decir del chileno José
Victorino Lastarria, “el acontecimiento más grande de los siglos, después del
cristianismo”. A diferencia de otros imperios de Occidente en la antigüedad,
los colonizadores tuvieron que vérselas con una insurgencia generalizada;
fue continental, es decir tuvo como campos de batallas toda la geografía
americana; como ámbitos de debates, decisiones y constitución de los nue-
vos poderes, las principales ciudades hispanoamericanas, y como objetivo
en las mentes más lúcidas que la condujeron, el sueño de la unidad.
Marcos Domich Ruiz —con cierta inspiración poética— llama a esta ola
revolucionaria continental, “una especie de fuego santo común que inflama y
contagia a las huestes del continente”, y continúa: “La misma euforia, la mis-
ma esperanza e idéntica bravura despiertan las acciones revolucionarias de
Charcas, La Paz, Quito, Caracas, Buenos Aires, Santiago, Arequipa, Montevi-
deo o Cochabamba” (Domich Ruiz, 1997: 58).
Hay posiciones de algunos historiadores españoles y también de Nues-
tramérica, así como de instituciones del espacio íberoamericano —posicio-
nes que se han hecho oír más fuerte al calor de las conmemoraciones de
nuestro Bicentenario de la Independencia— que sustentan que la revolución
en Hispanoamérica fue un complemento o continuidad de la revolución li-
beral burguesa en España. El historiador español François-Xavier Guerra,
por ejemplo, “…plasma una composición triangular específica de relaciones:
España peninsular-América española-invasión napoleónica (…) su punto de
partida: la de asumir los eventos ocurridos entre 1808 y 1824-25 como un pro-
ceso único entendido como la crisis de la Monarquía hispánica que condujo
a una transformación en sus dos pilares: la Península y América” (Medina,
2010: 158). Si bien los acontecimientos producto de la invasión napoleónica
en España incidieron en América, no se puede negar la identidad del proceso
americano, su originalidad y su singularidad, sobre todo si nos atenemos a los
antecedentes revolucionarios preguerra de la independencia.
Al principio, durante 1810, el Consejo de Regencia en España creyó que
estaba frente a estallidos focalizados que no poseían ninguna relación ni
coordinación entre sí. Tampoco tenía tiempo para dedicar a América, preocu-
pado como estaba por la invasión napoleónica. Recién a comienzos de 1811
apareció un informe del Consejo de Indias en el que se daba cuenta de la
situación en los dominios de ultramar. Alertaba sobre la necesidad de tomar
62 medidas en las soliviantadas provincias de Caracas, Santa Fe, Lima, Qui-
to, Buenos Aires, Charcas y La Habana. Esto deja en claro dos cuestiones:
que los defensores de la monarquía habían perdido un tiempo precioso y ya
irrecuperable —tal como lo evidenciaron los sucesos posteriores— y que la

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revolución corría como reguero de pólvora transformándose en continental.
En efecto, algunas medidas fueron tardías, como lo señala Marx:

Siendo uno de los principales deseos el de conservar el dominio de las colonias


americanas, que habían empezado ya a sublevarse, las Cortes reconocieron la
plena igualdad política de los españoles de Europa y América, proclamaron una
amnistía general sin excepciones, tomaron medidas contra la opresión que pe-
saba sobre los indígenas de las colonias de América y Asia, cancelaron las mitas
y repartimientos, abolieron el monopolio del mercurio y se pusieron en cabeza
de Europa por lo que hace a la represión del tráfico de esclavos (Marx y Engels,
1969: 108).

Otras medidas tardías de la Regencia, como la de permitirle a Gran Breta-


ña que pudiera comerciar directamente con Hispanoamérica (sumando así un
socio al monopolio), lo que consiguieron incrementar fue la legalización de la
injerencia inglesa en el continente. Sigue diciendo Domich Ruiz:

Todos son patriotas americanos, antihispanos y antimonárquicos y su lucha es una


sola e infinita. Bolívar le escribía a San Martín: “La guerra en Colombia ha termina-
do y su ejército está pronto a marchar donde quiera que sus hermanos lo llamen,
muy particularmente a la patria de nuestros vecinos del sur”. Sucre, al ingresar al
territorio de la Audiencia de Charcas escribía a Bolívar, sin dejar lugar a dudas: “En
abril se habrá acabado esta fiesta y veré de qué nos ocupamos por la Patria. Tal
vez La Habana es un buen objetivo” (1997: 58).

Entre los deseos y objetivos de Bolívar y de San Martín se abarcaba, infatiga-


blemente, todo el continente de habla hispana.
Generales, oficiales y soldados de cada futura república estuvieron gue-
rreando no solo en sus propios territorios, sino también, en muchos casos, en
lejanos escenarios de Nuestramérica, lo que daba muestras de un verdadero
americanismo revolucionario. Tal el caso, en junio de 1817, de la ocupación de la
isla Amelia en la costa atlántica de los Estados Unidos por parte de 150 patriotas
venezolanos, quienes proclamaron allí la fundación de la República de Florida,
declarando a Fernandina —su puerto principal— capital del nuevo Estado.

El 30 de marzo, Clemente y Gual emitieron, junto con Martín Thompson —agente


de Buenos Aires— una comisión para que Gregorio Mac Gregor (escocés que 63
desde 1811 había cosechado innumerables triunfos en Venezuela hasta alcanzar
las charreteras de general), ocupara un puerto en la costa oriental de la península
de la Florida a fin de propender a la liquidación del poderío español en América,
ya que Cuba, desde ese mismo instante “no estaría en seguridad para España,

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La revolución continental del siglo XIX

porque esta se vería obligada a sacar de México sus fuerzas para proteger a Cuba
o abandonar a esta para proteger a México” (Pividal, 2006: 118).

Además de estas razones estratégicas continentales de la guerra, hay que


agregar que una fuerza patriota asentada en dicha isla podría intentar contro-
lar el tráfico de armas desde los Estados Unidos a las fuerzas realistas, hecho
que se amparaba en una mentirosa “neutralidad” del país del norte. Fueron
los EE UU los encargados de favorecer a España expulsando a los patriotas
de la isla.
En la batalla de Ayacucho, capítulo decisivo de las campañas militares
patriotas, combatieron militares de Perú, Argentina, Colombia, Ecuador, Pa-
namá, Bolivia, México y Chile.
El peruano Luis Alberto Sánchez nos recuerda a destacados americanos
que sobresalieron fuera de sus fronteras de origen:

Flores, que había nacido en Venezuela, gobernó Ecuador; La Mar, oriundo de


Cuenca, gobernó Perú, así como Santa Cruz, nativo de la actual Bolivia; Irisa-
rri, guatemalteco, y Bello, venezolano, fueron prohombres de Chile, y Rocafuerte,
ecuatoriano, lo fue de México (…) Los dos grandes libertadores ejercieron el man-
do, por corto o largo plazo, en varias repúblicas recién creadas, y uno de ellos no
dirigió su propio país de origen (Sánchez,1962: 17).

De manera que la contienda libertaria que llevó toda Nuestramérica, en


la que sus hijos valientes y lúcidos desempeñaron sus suertes y regaron sus
sangres sobre la Patria Grande, le dio a la esperanza un compromiso solidario
desde el vamos que no debemos dejar caer en el olvido ni en la charca de los
nacionalismos estrechos y ridículos.
No pudieron los españoles llevar a la práctica aquella recomendación que
el liberal Álvaro Flórez Estrada hiciera al Congreso General en Cádiz en agosto
de 1811, por la cual comparaba al continente americano con un niño cargado
de joyas, a quien no se le debía abandonar sin riesgo de ser robado (Heredia,
1974: 178). España no solo no pudo cuidar al niño y sus joyas, sino que tuvo
que vérselas pronto con un mozalbete fuerte que había decidido cuidarse solo
y no regalarle sus joyas ni a España ni a Inglaterra, de la cual, dicho sea de
paso, se prevenía Flórez Estrada.
Así de magnífica y de plural fue la cosa. Curas, generales y tenientillos
64 propios o españoles, vírgenes y bachilleres, indios y blancos acriollados, to-
dos fueron involucrados en el proceso, como nos cuenta Martí en “Nuestra
América”: “se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los
argentinos por el Sur” (Hidalgo, 1962: 117).

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Los argentinos por el sur llevaron las banderas de la revolución y sus sue-
ños con ellas, hacia Paraguay, el Alto Perú, y junto con los chilenos hacia el
otro lado de las montañas más altas de América, irradiando la luz de la nueva
época en los campos y ciudades de Chile, Perú y Ecuador. Los venezolanos
por el norte, portaron las suyas —que eran las mismas— desde el Caribe al
Pacífico y hasta el Altiplano peruano, trepando también, como sus hermanos
abajeños, las altas cumbres de la columna vertebral de piedra, para caerles a
los godos, liberando Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia.
El puertorriqueño Eugenio María de Hostos escribía en 1870, refiriéndose
a los máximos libertadores:

¿En qué pensaban los dos hombres más poderosos que creó la revolución? En
la revolución total de todos los pueblos colombianos y en la unión como efecto de
la lucha (…) Bolívar (…) vislumbraba los radiantes días en que, emancipadas del
yugo común por su común esfuerzo, todas las sociedades colombianas1, todos
sus gobiernos formarán una liga permanente (…) Cuando alboreaban para él los
días de triunfo, ¿por qué se sustrajo San Martín al triunfo, y dimitió el mando del
ejército argentino, y se retiró a Cuyo, y vivió en solitaria incubación de su ideal?
Porque (…) pensaba en América más que en sí, quería la dilatación de Buenos
Aires a Chile y al Perú, y comprendía, como Bolívar, que solo la independencia de
todos era seguridad para la independencia de cada uno de los pueblos, que solo
de la unión de todos ellos surgirían la estabilidad, la libertad y la paz (De Hostos,
1939: 89).

Así de inmensa fue la gesta. Así de sobrehumana la hazaña, concebida


por mentes enormes como aquellos picos nevados, y llevada en las mochilas
de los regimientos de llaneros y de gauchos, de indios, de mestizos, mulatos
y de negros, decididos, tercos y valientes.
En esas mochilas se llevaban también los símbolos que nos iban identifi-
cando. Un caso no muy conocido que abona esto es el de la difusión que al-
canzara el Himno Nacional, aprobado por la Asamblea del Año XIII en Buenos
Aires, según Henry Brackenridge, quien formó parte de una misión norteame-
ricana que nos visitó en 1817, este himno se cantaba no solo en las calles de
Buenos Aires, sino también en los campamentos de Artigas.

Mientras los estudiantes porteños —nos cuenta José Luis Lanuza— celebraban
la independencia de Chile, enarbolando en la plaza de la Victoria las banderas del 65
país hermano junto con las nuestras, en Santiago de Chile se cantaba nuestra

1 Nota del autor: como “colombianas” nombra a todas las sociedades del continente.

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canción después de la batalla de Chacabuco. El que lo rememora es Vicente Pé-


rez Rosales, un chileno trotamundos que nos ha dejado un original y entretenido
libro de memorias (Lanuza, 1964: 21).

Otro viajero inglés, Roberto Proctor, nos recuerda que dicha marcha, ade-
más de ser muy conocida en Argentina en 1823, lo era también en Chile y
Perú. El capitán escocés Basilio Hall, en su Diario de viaje relata que la can-
ción, adoptada en toda América, había ido subiendo por la costa del Pacífico
hasta llegar al istmo de Panamá, en donde una noche la escuchó cantar a un
grupo de esclavos (ídem).
Para mejor justificar nuestra tesis de revolución continental, vale también
analizar el fenómeno desde la reacción que el enemigo, desde su fortaleza
central, España, desarrolló en un vano intento por recuperar sus colonias. En
su documentado libro Planes españoles para reconquistar hispanoamérica.
1810-1818, Edmundo Heredia nos ofrece un cuadro con las expediciones es-
pañolas a América, desde 1811 hasta 1818, que reproducimos:

EXPEDICIONES A AMÉRICA. 1811


La Habana. 757 hombres, 4 buques.
Puerto Rico. 224 hombres, 2 buques.
Montevideo. 87 hombres, 1 buque.

EXPEDICIONES A AMÉRICA. 1812


Veracruz. 4.611 hombres, 18 buques.
Santa Marta. 308 hombres, 1 buque.
Maracaibo. 214 hombres, 1 buque.
Montevideo. 681 hombres, 2 buques.

EXPEDICIONES A AMÉRICA. 1813


Veracruz. 2.260 hombres, 8 buques.
Santa Marta. 214 hombres, 2 buques.
Caracas (A Costa Firme). 1.449 hombres, 7 buques.
Lima (A Costa Firme). 1.473 hombres, 4 buques.
Montevideo (los contingentes fueron completados en el transcurso del año 1814).
3.444 hombres, 10 buques.

66 EXPEDICIONES A AMÉRICA. 1814


Lima. 118 hombres, 1 buque.

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EXPEDICIONES A AMÉRICA. 1815
Portobelo. 3.098 hombres, 10 buques.
Caracas (A Costa Firme). 12.254 hombres, 79 buques.
Lima. 1.479 hombres, 4 buques.
Montevideo. 308 hombres, 3 buques.

EXPEDICIONES A AMÉRICA. 1816


Veracruz. 1.697 hombres, 11 buques.
La Habana. 1.924 hombres, 4 buques.
Portobelo. 723 hombres, 4 buques.

EXPEDICIONES A AMÉRICA. 1817


La Habana. 1.962 hombres, 7 buques.
Portobelo. 1.139 hombres, 4 buques.
La Guayra. 118 hombres, 1 buque.
Lima. 1.102 hombres, 6 buques.

EXPEDICIONES A AMÉRICA. 1818


Lima. 1.950 hombres, 11 buques.
(Heredia, 1974: 307).

Como podemos deducir, las expediciones militares punitivas fueron de enver-


gadura logística para la época, y dirigidas a casi todos los escenarios de la
guerra continental.
Obsérvese que la lista de las expediciones españolas a América llega
hasta el año 1818. Durante el año 1819 se había concentrado en los alre-
dedores de Cádiz un poderoso ejército expedicionario destinado a la recon-
quista de las colonias americanas. Pero este ejército no pudo cumplir con su
objetivo debido a la sublevación de Riego, un Bolívar español, según Salva-
dor de Madariaga.
La revolución española iba dirigida contra el absolutismo e impedía, indi-
rectamente, que Fernando pudiera ahogar la revolución americana.
Bolívar siguió estos acontecimientos convencido de la influencia de los
mismos sobre la suerte de América; en carta a Santander, el 7 de mayo de
1820, escribía al respecto:

Las noticias de España no pueden ser mejores. Ellas han decidido nuestra suer- 67
te, porque ya está decidido que no vengan más tropas a América, con lo cual se

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La revolución continental del siglo XIX

inclina la contienda a nuestro favor. Además, debemos esperar otro resultado más
favorable. Convencida la España de no poder mandar refuerzos contra nosotros,
se convencerá igualmente de no poder triunfar, y entonces tratará de hacer la paz
con nosotros para no sufrir inútilmente.

De todas maneras faltaba la ardua tarea de derrotar definitivamente a las


fuerzas que estaban acantonadas en América, lo cual fue todo un desafío
bélico hasta la batalla de Ayacucho.

La participación popular y, en especial, la de las mujeres

Las historias de las academias nacionales tienen el mismo discurso en cuan-


to a que las revoluciones fueron protagonizadas por blancos. Bastaría con
revisar los textos de historia para corroborar esta afirmación.
El interés de la historia de la dominación es invisibilizar, hacer desaparecer
a los sujetos sociales y manejarse con referentes históricos. Ese proceso por
la libertad, la igualdad, la independencia, fue protagonizado por vastos secto-
res populares, entre los que se encontraban los criollos blancos, pero también
mestizos, indios, negros, mulatos.
Las historias oficiales de nuestros países se encargaron de resaltar el
protagonismo de los individuos que se destacaron tanto en el terreno militar
como político, extendiendo un manto de sombras sobre ese protagonismo
popular que fue generalizado, extendido y fundamental.
En primer lugar pensemos que 85 por ciento, como mínimo, de la pobla-
ción de aquella época (12 millones de habitantes en Sudamérica, según rela-
ta Monteagudo en sus escritos) eran mestizos, negros, mulatos, indígenas; no
eran blancos. Uslar Pietri habla de un 95 por ciento en la zona de Venezuela.
Necesariamente esos sectores se involucraron, aunque los sigan ignoran-
do. Pueblos quechuas y aymaras derrotando al colonialismo español en terri-
torios de Perú y Bolivia; las fuerzas participantes de la llamada “guerra de las
republiquetas” estaban integradas por los pueblos originarios de esa región.
Constatemos la poderosa insurrección que entre 1814 y 1815 sacudió a esos
territorios bajo la dirección del anciano curaca Mateo García Pumacagua;
reconozcamos el liderazgo de Juana Azurduy; verifiquemos el papel que ju-
garon las montoneras de Güemes en Salta, Jujuy, Tucumán, impidiendo que
68 las fuerzas realistas pudieran enfilar hacia Buenos Aires entrando por el norte
del ex Virreinato.
Otros ejemplos: el apoyo de las comunidades guaraníes al gobierno de
Gaspar Rodríguez de Francia en Paraguay, defendiendo la independencia
proclamada en 1813, tanto de España como de las fuerzas oligárquicas y

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pro británicas de Buenos Aires. Las fuerzas que siguieron al Protector de los
Pueblos Libres, José Gervasio Artigas; los pueblos originarios y afrodescen-
dientes que siguieron al capitán general del Ejército de Redención de las
Américas, el sacerdote Miguel Hidalgo, en el Virreinato de Nueva España; los
negros, zambos, mulatos, integrando los ejércitos de liberación, etc.
Por eso decimos que las revoluciones las hicieron y las hacen los pueblos,
los colectivos; no son exclusivas de las personalidades a las que les tocó ser
protagónicas en distintas circunstancias. Son actos colectivos que se constru-
yen colectivamente.
Dentro de esas masas populares, el rol de la mujer fue muy significativo,
tanto o más que el de los hombres en ocasiones, produciendo heroínas con
nombres propios y muchas anónimas en las acciones protagonizadas en los
más diversos planos, como el militar (como conductoras, artilleras o meras
combatientes); el logístico, integradas a las retaguardias como enfermeras,
cantineras —llamadas las “soldaderas” a semejanza de las mujeres en la revo-
lución francesa—; en el plano de las guerrillas (el ejemplo de Juana Ramírez
en Venezuela); en el de la inteligencia (ejemplos: Rosa Campusano en Lima,
Manuela Sáenz en Quito, Baltasara Terán en Ecuador o Policarpa Salavarrieta
en Santa Fe de Bogotá), etc.
Hay que hacer la salvedad de que a pesar de semejante protagonismo,
las mujeres no llegaron a participar de los estamentos del nuevo poder que
se iban conformando (por ejemplo las juntas revolucionarias), debido a los
prejuicios de la época.
En lo específico militar las mujeres participaron de dos maneras: como
tales, reivindicando su género, o, si no se daban las condiciones para ello,
como hombres, vestidas de hombres y haciéndose pasar por tales. Se esti-
ma que centenares de ellas murieron en las batallas haciéndose pasar por
hombres, como el caso de Dominga Ortiz, esposa de José Antonio Páez, en
Venezuela, quien participó en las batallas a caballo, manipulando sus armas,
vestida de hombre, combatiendo como el mejor de los soldados. O los ca-
sos de las ecuatorianas Incolaza Jurado, Gertrudis Espalza e Inés Jiménez,
quienes participaron de la batalla de Pichincha, dirigidas por José Antonio de
Sucre, con los nombres de Manuel Jurado, Manuel Espalza y Manuel Jiménez
respectivamente. Al final de la batalla fueron condecoradas por su valor.
En esa misma batalla se destacó también Manuela Sáenz, llamada la Li-
bertadora del Libertador debido a que le salvó a Bolívar la vida dos veces. Ma-
nuela Sáenz fue ascendida a generala post mortem en 2007 por el presidente 69
Rafael Correa, reconociendo su valor en la batalla de Pichincha.
Como también, dos años después, en 2009, Cristina Fernández de Kirch-
ner ascendió a generala a Juana Azurduy por sus méritos en la guerra en el
Alto Perú, en la cual perdió cinco de sus seis hijos.

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La revolución continental del siglo XIX

Manuela Sáenz era blanca; Juana Azurduy mestiza. También mestiza fue
Manuela Beltrán, quien años antes de la sublevación de Túpac Amaru, en la
localidad de El Socorro del Departamento de Santander en Colombia, encen-
diera la chispa del levantamiento de los Comuneros en contra de los abusivos
impuestos de la corona.
Pero incorporemos también a las mujeres indias, quienes, por ejemplo, en
cantidad de miles acompañaron al oficial de San Martín, Juan Antonio Álvarez
de Arenales a las sierras peruanas para combatir a los realistas.
Además de Micaela Bastidas, compañera de Gabriel Condorcanqui —Tú-
pac Amaru, el hombre del llautu rojo—, mencionemos a Bartolina Sisa: derro-
tado Túpac Amaru, en 1781 estalla la sublevación aymara, cuyos integrantes
declaran a Túpac Katari, virrey, y a su esposa, Bartolina Sisa, virreya, no por
ser la esposa sino por sus méritos personales. Ambos personajes sitian La
Paz, y durante ese cerco Bartolina se destacó como conductora militar y gran
estratega. En una emboscada fruto de la traición es apresada, condenada a
tortura y a la horca. El 5 de septiembre, día de su muerte, está declarado en
Bolivia, desde 1983, Día de la Mujer Indígena.
Son muchos los nombres de heroínas que reconoce la historia popular
en Nuestramérica, aunque sigan ninguneados por las llamadas historias ofi-
ciales o de las academias. La mayoría de estas mujeres participaron de esa
gesta por la independencia desde 1809 hasta aproximadamente 1830.

Iguales instituciones revolucionarias

Un fuerte rasgo que caracterizó a la revolución continental fue el que dotó


a cada escenario de lucha de iguales organizaciones institucionales que se
hicieron cargo del naciente poder. En realidad, fueron las instituciones here-
dadas del Imperio las que se mantuvieron como tales, pero con contenidos y
protagonistas distintos.
Los Borbones habían implantado en España las intendencias, instituciones
de origen francés, con el fin de unificar la administración y el gobierno des-
de arriba; estas instituciones se trasladarían luego a América. Los llamados
intendentes-gobernadores eran los funcionarios a cargo de las mismas, cum-
pliendo funciones en las áreas de hacienda, policía, guerra y justicia. Pocos
años después de haberse creado el Virreinato del Río de la Plata, en 1782,
70 se dividió este en ocho intendencias: Buenos Aires, Tucumán, Santa Cruz de
la Sierra, La Paz, Mendoza, La Plata, Potosí y Asunción. Fueron instituciones
progresistas para la época virreinal, ya que fomentaron la agricultura en las
tierras realengas, la fundación de consulados y sociedades económicas y la

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construcción de obras de infraestructura, por lo que tuvieron comunes cho-
ques de intereses con las instituciones llamadas cabildos.
Los cabildos, las juntas, los congresos (estos últimos no como organiza-
ciones permanentes), fueron organizaciones que actuaron durante el régimen
colonial y luego en el proceso revolucionario. En consonancia con la influencia
de la revolución francesa aparecieron a posteriori entidades gubernamentales
que respondían a ese origen: los triunviratos, las asambleas generales consti-
tuyentes, los directorios (Ingenieros, 1937: 18).
Cuando el proceso revolucionario fue tomando cuerpo a finales de la pri-
mera década del siglo XIX, los cabildos comenzaron a ser protagonistas de
las discusiones que conllevaban el germen de la rebelión. Ya, a esa altura,
eran muchos los “españoles nativos” que tenían que decir en esos ámbitos
umbrosos y convulsionados, y nada volvería a ser como antes después de
semejantes debates, la mayoría de los cuales terminaron en la formación
de juntas revolucionarias.

Las juntas revolucionarias

Las juntas se habían desarrollado en España bajo la ocupación francesa. “Las


ciudades sublevadas —dice Marx— formaron sus propias juntas, subordina-
das a las de las capitales de provincia. Estas juntas provinciales constituyeron
otros tantos gobiernos independientes, cada uno de los cuales puso en pie su
propio ejército.” Sin embargo, el propio Marx señala las limitaciones de estas:

Las juntas fueron elegidas por sufragio universal, pero el gran celo de las clases
bajas se manifestó por la obediencia. Eligieron generalmente a sus superiores
naturales, elementos de la nobleza provincial y de la pequeña nobleza, respal-
dados por el clero, y poquísimas personalidades notables de las clases medias.
Tan consciente era el pueblo de su debilidad, que limitó su iniciativa a obligar a
las clases altas a resistir contra el invasor, sin pretender asumir la dirección de
la resistencia.

He aquí una diferencia grande a favor de las juntas criollas.


Con los franceses ocupando España y la creación de juntas de resistencia
en Asturias, Galicia, Andalucía y demás regiones no controladas por Napo-
león; más la formación en septiembre de 1808 de la Junta Suprema Central 71
del Reino de España e Indias —actuando a nombre de Fernando VII—, se
dieron las condiciones para que América formara las suyas propias. De algu-
na manera los americanos estaban ejerciendo aquel decreto de Carlos I de

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La revolución continental del siglo XIX

1530, autorizando la convocatoria de juntas en los virreinatos de la América


española en casos imprevistos (Miller, 1967: 75). En 1808 hubo intentos de
establecer juntas de gobierno en Nueva España, Venezuela y La Habana. En
1809 en Quito y el Alto Perú. En dicho año también Chuquisaca y La Paz tu-
vieron las suyas; ambas juraron fidelidad a Fernando VII, pero no reconocían
a la Junta Central. En Chile hubo un intento fallido desde el Cabildo. En Santa
Fe de Bogotá la Junta fue convocada por el propio virrey.
En la primera etapa del movimiento “juntista” (1808-1809) se juró fidelidad
al rey, pero ya desde 1810 ideas más audaces en cuanto a quién debía go-
bernar y bajo qué forma comenzaron a abrirse paso, aun bajo el manto de la
“máscara de Fernando”. Vale constatar que el poder dividido en diversos cen-
tros regionales fue un factor positivo en cuanto a la imposibilidad que tuvieron
las fuerzas de la contrarrevolución para poder atacar y derrotar a un poder cen-
tral, que no llegó a existir. En América los ejércitos reales tuvieron que guerrear
en todas partes con los regulares e irregulares que les opusieron los patriotas.
Igual situación se dio en la península, salvando a España de un primer golpe
decisivo por parte del francés. Dice Marx:

El fraccionamiento del poder entre las juntas provinciales salvó a España del pri-
mer golpe de la invasión francesa bajo Napoleón, no solo por multiplicar los recur-
sos del país, sino por el hecho además de colocar al invasor ante el problema de la
falta de un centro que poder herir decisivamente; el francés quedó completamente
desorientado al descubrir que el centro de la resistencia española no se encontra-
ba en ninguna parte y estaba en todas (Marx y Engels, 1969: 84).

En América se generaba igual fenómeno


En 1810 las posibilidades de reconquista en España empeoraban. La Jun-
ta Central fue remplazada por una Regencia que gobernaba sobre las zonas
libres y las Indias. Pero ya en América la legitimidad de estos gobiernos esta-
ba bastante cuestionada, por lo que se abrió paso la posición criolla indepen-
dentista. Así fue que surgió la Junta de Gobierno de Caracas en abril; pero ya
los criollos más decididos eran parte preponderante en la escena y comen-
zaron a gobernar con un sentido independiente. Luego vino Buenos Aires: el
Cabildo abierto, la sustitución del virrey y la conformación de la Primera Junta
Revolucionaria en mayo. Simultáneamente se formaban juntas en Cartagena,
Cali y Pamplona. En julio del mismo año fueron los criollos de Santa Fe de
72 Bogotá los que convocaron una junta, y en septiembre lo hicieron los de San-
tiago de Chile, Quito y Asunción en mayo del año siguiente.
Como una particularidad distinta a la de los movimientos juntistas, proceso
eminentemente urbano y elitista según Sergio Guerra Vilaboy, se dio

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…la rebelión anticolonialista que estremeció al Virreinato de Nueva España, el
territorio más poblado de Hispanoamérica (…) La revolución comenzó en septiem-
bre de 1810 cuando el cura Hidalgo sublevó al pueblo de Dolores y las poblacio-
nes vecinas con una emocionada arenga contra las autoridades coloniales y en
defensa de la religión católica y Fernando VII, ante el peligro de que la ocupación
francesa de la metrópoli se extendiera a Nueva España (2003: 103).

Hidalgo es derrotado y ejecutado; toma su puesto otro cura mestizo, José


María Morelos, quien logra victorias militares durante 1811 y 1812, convoca
al “Supremo Congreso Nacional de América” ( obsérvese que se arrogaba
una representatividad que superaba al Virreinato, con lo que da a entender
que concebía la lucha en toda Hispanoamérica) en 1813, proclamando la in-
dependencia, la abolición de la esclavitud y el sistema de castas, entre otras
reivindicaciones, siendo posteriormente derrotado y fusilado en 1815. Ya la
hoguera se había transformado en un incendio imparable. Ya el sol puro y
diáfano de la independencia venía asomando.

Las sociedades patrióticas, partidos legales de la revolución

En la tumultuosa época en que se dirimían los cursos ideológicos, políticos y


militares a seguir en la marcha de la guerra de liberación, los antagonismos
entre criollos y españoles, e incluso entre criollos —entre conservadores y
liberales, reaccionarios y moderados, y los decididamente revolucionarios, ja-
cobinos—, fueron de hecho conformando distintos partidos. Ingenieros cata-
loga cuatro en Buenos Aires al momento de caducar la monarquía peninsular:

1°) Solución separatista, o autonomía local, conservando el gobierno


independiente los españoles peninsulares aquí radicados; junta como en
España. Extrema derecha.
2°) Solución expectante, española también, sin desconocer la soberanía
de las autoridades peninsulares y dispuesta a reconocer las que en la
península lograsen consolidarse, sin excluir en último caso el gobierno
francés. Centroderecha.
3°) Solución autonomista, con o sin independencia de España (…) de-
biendo pasar el gobierno a los patricios o nativos, sin que ello importara
una subversión del régimen social y político. Partido argentino conser- 73
vador, representado por Saavedra. Centroizquierda. Vale aclarar que es
una contradicción en Ingenieros catalogar de centroizquierda a un sector
efectivamente conservador. Saavedra solo se proponía un cambio de
nombres y de administración para que nada cambiase.

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La revolución continental del siglo XIX

4°) Revolución inspirada en la filosofía política del siglo XIX, pasando


el gobierno a manos de los nativos y dirigida a subvertir radicalmente
las instituciones coloniales. Partido de una exigua minoría argentina que
encontró en Moreno su abanderado y su símbolo. Extrema izquierda (In-
genieros, 1937: 172).

Este último grupo sería al que más tarde, el deán Funes catalogara de la
siguiente manera: “Ciudadanos, alerta: los enemigos del gobierno son esos
mismos terroristas que, imitadores de los Robespierres, Dantones y Marates,
hacen esfuerzos para apoderarse del mando y abrir esas escenas de horror,
que hicieron gemir a la humanidad” (Real, 1951: 137). Es el grupo que en-
contrara su forma de ser partido legal, al menos por un tiempo, en la denomi-
nada Sociedad Patriótica Literaria. Venía de un origen secreto, de reuniones
clandestinas de los morenistas, de conspiraciones como la que organizaron
para sublevar al regimiento Estrella, con French a la cabeza, contra la Junta
Grande, una vez derrotado y alejado Moreno; la sublevación no se pudo llevar
a cabo por haber sido descubierta por Saavedra. Este “club de los jacobinos”,
como lo denominó al informar a España el embajador de dicho país en Río de
Janeiro, decidió dar la pelea contra los saavedristas a la luz pública, convir-
tiéndose en la Sociedad Patriótica.
En el famoso café de Marcos en Buenos Aires, confundidos entre me-
sas de brandys, de ajedrez o grupos de jugadores de billar, se reunían los
jóvenes patriotas bajo el pretexto de fines literarios. Allí concurrían French,
Beruti, Donado, militares revolucionarios y hasta vocales de la propia Junta
Grande que no estaban con Saavedra, como Rodríguez Peña, Vieytes, Az-
cuénaga, Larrea. Pedro José Agrelo difundía los discursos de la Sociedad en
La Gazeta.
En dichas reuniones, cada vez más concurridas, se leían escritos del ma-
logrado Moreno, así como obras de Rousseau, Volney y Paine, entre otros.
Algunos pasquines que allí se pergeñaron, defendiendo la revolución en pe-
ligro, lograron llegar hasta los regimientos que intentaban mantenerse en las
cambiantes fronteras del lejano norte. Como eso no lo podía soportar, Saave-
dra y demás conservadores obraron en consecuencia: ordenaron la detención
de más de 80 jóvenes que habían participado de la primera asamblea de la
Sociedad. En la defensa de los detenidos se lee en el sumario policial:

74 …se trata de una reunión en el café de Marcos para el establecimiento de una


Sociedad Patriótica, cuyo objeto es la instrucción y no el armamento de los ciu-
dadanos; y en cuanto a las escarapelas, se asegura que todo se reduce al uso
de una divisa diferente de la que usan los españoles para combatir contra la
revolución (ídem).

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Horacio López
Pero por la inconsistencia de los cargos debieron liberarlos a las pocas
horas. Los patriotas, envalentonados, salieron en manifestación por las ca-
lles cantando consignas revolucionarias. Fue la primera movilización política
contraria a un gobierno desarrollada en Buenos Aires. Los jóvenes se diri-
gieron al café de Marcos donde, entre copa y copa de aguardiente francés,
cantaron la canción llamada “Marcha patriótica”, atribuida a Esteban de Luca
y que —según nos cuenta Carlos Ibarguren en su libro— difundida desde
noviembre de 1810, fue el primer himno de la revolución. La canción comen-
zaba así:

La América toda
se conmueve al fin,
y a sus caros hijos
convoca a la lid;
a la lid tremenda
que va a destruir
a cuantos tiranos
la osan oprimir.

Y tenía un estribillo que decía:

Sudamericanos
mirad ya lucir
de la dulce patria
la aurora feliz.

Nótese que el canto habla de y se dirige a los sudamericanos, y no a los rio-


platenses o porteños.
Entre los integrantes de esta Sociedad estaban, además de los nombra-
dos más arriba, Julián Álvarez Perdriel, Lucio Mansilla, Agustín Herrera, Bue-
naventura de Arzac, Juan Florencio Terrada, Vicente Dupuy, Francisco Cosme
Argerich, Ignacio Álvarez Thomas, Juan Andrés Gelly y Manuel de Luzuriaga,
entre otros.
Al poco tiempo de constituirse la Sociedad alquiló una sala en la calle de
la Catedral (hoy calle San Martín). En sus deliberaciones trataba, entre otros
temas, las injusticias de la conquista española, los derechos primitivos de los
indios, la soberanía del pueblo y su derecho a darse una Constitución que 75
asegurase la libertad y la igualdad.
Uno de sus protagonistas, Nuñez, en sus Noticias históricas, nos relata las
contradicciones que se dieron con el poder conservador de Saavedra:

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La revolución continental del siglo XIX

El lenguaje anticolonial y el tono firme de la revolución bien entendida había lle-


gado a hacerse tan reprobable para el Presidente (Saavedra) y su comitiva, como
era criminal para los españoles; ellos decían que esto era volver al sistema de
principios proscriptos y castigado en la persona del Dr. Moreno; que esto era en-
valentonar a los genios turbulentos, dar alas a los tribunos de la Sociedad para
continuar prodigando sus doctrinas anárquicas y antisociales, y atraer sobre los
pueblos una guerra interminable con los españoles (ídem).

Parte de la Junta Grande perseveró en su actitud represiva: creó la llamada


“Comisión de Seguridad Pública”, cuya responsabilidad sería “velar incesan-
temente, indagar y pesquisar de los que formaren congregaciones nocturnas
o secretas, sembrasen ideas subversivas de la opinión general sobre la con-
ducta y legitimidad del actual gobierno o sedujesen a los oficiales, soldados
y ciudadanos de cualquier clase”. Fue este el primer antecedente de trágicas
prácticas ejercidas desde el poder en Argentina.
Así comenzó a defenderse y reprimir el régimen —ya a esa altura contrarre-
volucionario— logrando con el preparado golpe de Estado del 5 y 6 de abril de
1811 (el primer golpe de la historia argentina) la desarticulación del morenismo,
la concentración de todo el poder en Cornelio Saavedra y la creación de una
policía política represiva. “French, Beruti, Donado, Posadas, Vieytes, fueron
desterrados; Julián Álvarez Perdriel detenido; el Club asaltado y arrasado en
esa noche del 5 de abril. Belgrano y Castelli fueron separados del ejército y
sometidos a proceso. Chiclana y Rivadavia, deportados al interior. Era la reac-
ción en toda la línea” (ibídem: 139).
Volvió la Sociedad Patriótica por sus fueros recién cuando Bernardo Mon-
teagudo, fugado de su prisión en el Alto Perú, bajó a Buenos Aires. El Triunvi-
rato había ya desplazado a Saavedra y se había disuelto la Junta, creándose
condiciones para que la organización morenista volviera a tallar en la ciudad
porteña. Se inauguró esta segunda etapa el 13 de enero de 1812 en el local
del Tribunal del Consulado; una multitud se congregó para escuchar la Ora-
ción Inaugural que diría Monteagudo; a falta de Mariano Moreno, el fogoso
tucumano asumía el liderazgo de los jóvenes patriotas que querían llevar la
revolución hasta el final. Con su espíritu roussoniano, Monteagudo dijo, entre
otras cosas: “…la soberanía reside solo en el pueblo y la autoridad en las
leyes. La majestad del pueblo es imprescriptible, inalienable y esencial por
su naturaleza (…) cuando un injusto usurpador la atropella, no hace más que
76 poner un precario entredicho al ejercicio de aquella prerrogativa” (Monteagu-
do, 1916: 161).
Criticó con dureza la conquista de América, “…en la que bajo el pretexto
de una religión cuya santidad es incompatible con el crimen, se asesinó a
los hombres para introducir en ellos la discordia, usurparles sus derechos y

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Horacio López
arrancarles las riquezas que poseían en su patrio suelo” (ídem). Habló sobre
los sucesos que determinaron el levantamiento de las colonias, señalando
que los mismos “…os han puesto en disposición de ser libres si queréis serlo;
en vuestra mano está ahogar el decreto de vuestra esclavitud y sancionar
vuestra independencia” (ídem).
La Sociedad, bajo la influencia de Monteagudo, propiciaba la independen-
cia de toda América, no solo de lo que después se llamó las Provincias Uni-
das del Río de la Plata sino de las Provincias de Sudamérica, concibiendo la
revolución como la herramienta que posibilitaría la constitución de la patria
americana. Esta gran concepción fue luego volcada por Monteagudo en el
proyecto de Constitución política que el Segundo Triunvirato encargara a la
Sociedad. Dicho proyecto, que nunca llegó a aprobarse, creaba la “Asociación
de las Provincias Unidas de Sudamérica”, fiel a la estrategia del gran revolu-
cionario y de la Sociedad Patriótica.
Se recuperaba el basamento del poder popular, el estilo y las costumbres
asamblearias, así como la intrepidez revolucionaria para luchar por la inde-
pendencia de América del Sur. Ahora sí la Sociedad Patriótica adquiría la for-
ma de un partido legal: al acto inaugural concurrieron, según narra La Gazeta
del 17 de enero, los miembros del Gobierno, las autoridades eclesiásticas, así
como jefes y oficiales del ejército. Partido legal que comenzaría a encubrir y
justificar el accionar del partido clandestino de la revolución que, con la llega-
da de San Martín y Alvear a Buenos Aires, dos meses después, comenzaría
a tomar forma con la creación de la Logia Lautaro.
El fenómeno de la Sociedad Patriótica no fue solamente patrimonio de la
ciudad puerto del Río de la Plata. En 1810, en Caracas, cuando se convocó
el Cabildo que decidió instalar una Junta de Gobierno, comenzó la puja entre
los sectores más conservadores y los más radicalizados que bregaban por la
independencia; estos últimos se nuclearon en la llamada Sociedad Patriótica,
fundada por el insigne luchador Francisco de Miranda, quien fue su primer
presidente, e integrada por destacados personajes como Simón Bolívar y
José Félix Ribas, este último protagonista de la independencia, quien actuara
en la llamada Campaña Admirable, y fuese derrotado, capturado en la batalla
de Urica, en diciembre de 1814, y posteriormente ejecutado. En esta Socie-
dad Patriótica se nuclearon los blancos o mantuanos y pardos que tenían una
posición claramente revolucionaria, partidarios de la independencia absoluta,
en contraposición con los moderados que dominaban el Congreso que reem-
plazó a la Junta Suprema en marzo de 1811. Señala Francisco Pividal: “Fue 77
tanta la presión ejercida sobre el Congreso que este se vio forzado a tratar el
problema de la declaración de la independencia (…) Se acusaba a la Socie-
dad Patriótica de aspirar a ser otro Congreso” (Pividal, 2006: 55).

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La revolución continental del siglo XIX

Simón Bolívar, en esas circunstancias y ante las vacilaciones de los inde-


cisos, proclama en un encendido discurso:

No es que hay dos Congresos. ¿Cómo fomentaran el cisma los que más cono-
cen la necesidad de la unión? Lo que queremos es que esa unión sea efectiva
y para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad (…) Se discute en el
Congreso Nacional lo que debiera estar decidido. ¿Y qué dicen? Que debemos
comenzar por una Confederación, como si todos no estuviésemos confederados
contra la tiranía extranjera. Que debemos atender a los resultados de la política
de España. ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos o que
los conserve, si estamos resueltos a ser libres? Estas dudas son tristes efectos de
las antiguas cadenas, ¡que los grandes proyectos deben prepararse con calma!
Trescientos años de calma ¿no bastan? (…) Pongamos sin temor la piedra funda-
mental de la libertad suramericana: vacilar es perdernos (Martínez Díaz, 1989: 8).

Completa Pividal:

Al día siguiente de pronunciado este discurso, 5 de julio de 1811, el Presidente del


Ejecutivo triunviral declara, solemnemente, la independencia de Venezuela, y da
lectura al Acta final de su constitución como Estado (…) Ese mismo día se adopta
por la Primera República el pabellón amarillo, azul y rojo (Pividal, 2006: 57).

Perú tuvo también la suya: la Sociedad Patriótica de Lima, una década


más tarde, cuando ya el Ejército Libertador Sur, al mando de San Martín, allí
estaba instalado y el sueño de la independencia y liberación continental se
encontraba en su etapa final de cumplimiento. La Oración Inaugural, como
cumplimentando un rito, la dio uno de los más grandes revolucionarios ameri-
canos; no era nuevo ese oficio de inaugurador de sociedades patrióticas para
él: se trató de Bernardo Monteagudo, ministro revolucionario en Perú y uno
de los más fervientes independentistas junto a su general en jefe. Y comenzó
diciendo, ante entusiastas patriotas, al igual que en Buenos Aires, que el pri-
mer paso para libertar a Perú y establecer la Sociedad Patriótica de Lima se
había dado cinco años atrás con el triunfo de Chacabuco; con lo que resaltaba
el concepto de gesta continental. Rememoró allí, en ese nuevo escenario, su
experiencia porteña:

78 Feliz sin duda el momento en que puedo anunciar, como tuve la honra de hacerlo en
iguales circunstancias, allá en las márgenes del Plata, que la Sociedad Patriótica de
Lima está ya instalada; y aún más feliz si se contempla, que un gobierno que se halla
en la juventud de sus empresas, ha declarado de un modo solemne que cuidará de
sus progresos (Weinberg, 1944: 50).

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Horacio López
Y como correspondía a un verdadero revolucionario, expresó su optimismo
histórico inmodificable: “…podremos esperar, que cuando suene la hora del
último combate contra los enemigos de la independencia, se dé también la
señal de haber llegado al término de la revolución y haber empezado la época
de una paz inalterable” (ídem). Todavía estaba lejana la batalla de Ayacucho y
mucho más incierta la merecida paz para los americanos. Las sociedades pa-
trióticas fueron la forja de los verdaderos patriotas y el crisol de nuevas gene-
raciones que enaltecerían nuestra estirpe continental en el futuro inmediato.

Las logias. Partidos clandestinos de la revolución

Estas asociaciones secretas que se conformaron confabulando a sus miem-


bros para la toma del poder revolucionario, su defensa y mantenimiento, para
la realización de campañas militares y para la creación de sistemas republi-
canos en donde se iba logrando la emancipación, fueron muestras cabales
de lo que podemos denominar “americanismo revolucionario”. Los patriotas
más comprometidos con la revolución fueron, mayoritariamente, miembros
de las logias.
Se supone con bastante fundamentación, que el origen de las sociedades
secretas se remonta en Europa a la aparición de las asociaciones de arqui-
tectos y creadores renombrados de la Edad Media, quienes se conjuraban
entre sí para preservar sus artes secretas aplicadas a la construcción de ca-
tedrales, palacios y otros edificios importantes que los harían famosos con el
paso del tiempo. De allí la simbología de estos grupos: escuadras, niveles,
compases, etc.
En España comienzan a organizarse a comienzos del siglo XVIII, bajo la
influencia tanto de Inglaterra como de Francia. Al comienzo eran organiza-
ciones secretas anticatólicas, pero al ir desarrollándose entre los sectores
más populares se fueron transformando en movimientos antimonárquicos y
revolucionarios. Nos cuenta Salvador de Madariaga: “La francmasonería de
España comienza en 1726, cuando la Gran Logia de Inglaterra concede li-
cencia para abrir una logia en Gibraltar. La primera logia de Madrid se fundó
al año siguiente y pronto reunía hasta doscientos hermanos” (De Madariaga,
1950: 745). En 1748 se reveló la existencia de una logia con 800 adeptos en
Cádiz, lo cual era un hecho preocupante para el poder, si nos atenemos a
que dicha ciudad era el centro de las comunicaciones con las Indias, adonde 79
posteriormente se trasladó dicha influencia.
Según el historiador ecuatoriano Jorge Núñez Sánchez, a Francisco de
Miranda le correspondió el mérito de formar la masonería revolucionaria,

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La revolución continental del siglo XIX

integrada por americanos: fundó en Londres, en 1797, la llamada Gran Reu-


nión Americana. Cita el ecuatoriano a Luis A. Sánchez:

El Consejo Supremo tuvo como sede la residencia de Miranda, Frafton Street


27, Fitzroy Square, Londres, y fundó filiales en varias partes, entre ellas Cádiz
(…) Ante Miranda juraron entregar sus vidas por los ideales de la Logia Ameri-
cana: Bolívar y San Martín; Moreno y Alvear, de Buenos Aires; O’Higgins y Ca-
rrera, de Chile; Montúfar y Rocafuerte, de Ecuador; Valle, de Guatemala; Mier,
de México; Nariño, de Nueva Granada, Monteagudo, y muchos más (Núñez
Sánchez, 2003: 137).

Núñez Sánchez nos cuenta sobre el juramento masónico en esta logia:

Todos ellos prestaron un solemne juramento masónico que decía: Nunca reco-
noceré por gobierno legítimo de mi patria sino aquél que sea elegido por la libre
y espontánea voluntad de los pueblos; y siendo el sistema republicano el más
adaptable al gobierno de las Américas, propenderé, por cuantos medios estén a
mi alcance, a que los pueblos se decidan por él (ídem).

Según Emilio Corbière, San Martín se enroló en la masonería en Cádiz,


en la Logia Integridad, centro del liberalismo español, y “frecuentó, durante
su ostracismo europeo, logias de Inglaterra, Bélgica y Francia” (Corbière,
2001: 225).
Cuando en marzo de 1812 arribó a Buenos Aires, junto a otros patriotas,
provenientes todos de la vieja Europa: Zapiola, Chilavert, el padre Anchoris,
Holmberg, Alvear y otros, lo recibió Julián Álvarez Perdriel (un morenista de
ley), quien a la sazón era el jefe de la masonería local, presidiendo la Logia In-
dependencia. Rápidamente se le plegaron otros patriotas, como Manuel Gui-
llermo Pinto, José Gregorio Gómez y el periodista y revolucionario tucumano
Bernardo Monteagudo, quien desempeñaría un papel determinante junto a
San Martín, O’Higgins y Bolívar en la guerra continental, en la instalación de
las nuevas repúblicas (con San Martín llegó a tener responsabilidades en Chile
y a ser ministro de varias carteras en el Protectorado del Libertador en Perú), y
en la brega por la unidad de América (con Bolívar preparó las condiciones para
la convocatoria al Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826).
Poco le costó al futuro Libertador recién llegado a Buenos Aires agitar las
80 pasiones de estos patriotas y convencerlos de la necesidad de constituir la
Logia Lautaro, con el fin de bregar por la continuidad del proceso revolucionario
y crear las condiciones materiales para concretar la expedición a Chile. “Otros
masones que se unieron a San Martín —relata Corbière—, y que se destacaron

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Horacio López
en la guerra emancipadora, fueron Antonio Luis Beruti (1772-1841), Tomás de
Iriarte (1794-1876), Enrique Martínez (1789-1870) y Tomás Guido, todos gene-
rales de la Independencia” (ibídem: 224).
Los objetivos de la Logia Lautaro incluían la unidad continental, velar para
que la revolución no fuese traicionada o tergiversada, colocar a sus mejores
hombres —garantía de lo anterior— en los principales puestos del gobierno
y del ejército.
Ni bien San Martín se instala en Mendoza con el objetivo de armar el
Ejército de los Andes, funda la filial mendocina de la Logia Lautaro; a ella se
incorporan los principales oficiales y los emigrados de Chile, encabezados
por O’Higgins.
En otros escenarios, al hablarnos sobre Santa Cruz, nos cuenta Domich:

Sabía que desde la presidencia boliviana le sería poco menos que imposible ac-
tuar en el Perú si acaso no contase con una organización política que sea la por-
tadora y ejecutante de su ideología unitaria. Es así que a los 11 días del segundo
mes masónico, año de verdadera luz 5829 y de la era vulgar 1829, funda la lo-
gia masónica “Gran Oriente del Titicaca” (o “de la Independencia Peruana”) cuyo
máximo propósito es bregar por la unión Perú-Boliviana (Domich Ruiz, 1997: 107).

Bajo la influencia de las luchas en el continente se desarrollarían en Cuba


dos conspiraciones de signo independentista, entre 1810 y 1812. La primera
de ellas se fomentó en la logia habanera El Templo de las Virtudes Teologa-
les, y fue dirigida por Román de la Luz y Joaquín Infante; fue descubierta en
1810. La segunda fue encabezada por el negro Aponte. Otra conspiración
separatista descubierta y abortada en La Habana fue la encabezada por la
logia Soles y Rayos de Bolívar que dirigía el doctor José Fernández Madrid y
estaba destinada a promover la independencia de Cuba y Puerto Rico. Esta
organización tuvo su momento de auge en 1823 y terminó fracasando a fina-
les del año siguiente. Rolando Rodríguez, en su artículo “Bolívar en la hora de
la independencia de Cuba”, revela las relaciones de los francmasones de La
Habana con los de Filadelfia: “posiblemente, los de esta última ciudad eran
los latinoamericanos y cubanos vinculados a Soles y Rayos de Bolívar, que
habían escapado” (Rodríguez, 1998: 14). Agrega que España tenía noticias de
estas relaciones, lo que nos da la idea de que el enemigo seguía con preocu-
pación la organización clandestina de la revolución.
Prácticamente en todos los escenarios de la guerra de liberación ac- 81
tuaron las logias, las que fueron artífices y protagonistas —desde las som-
bras— de la mayoría de las decisiones de gobierno y de guerra que hicieron
avanzar la revolución.

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La revolución continental del siglo XIX

Conclusiones básicas

El protagonismo popular fue determinante, tanto en los dos brazos principa-


les del ejército de liberación —el sanmartiniano y el bolivariano—, como en
los grupos de resistencia urbanos. El papel de los indios, mestizos, mulatos,
negros, criollos de baja condición social, fue esencial en esa lucha; y desde el
punto de vista de género, la mujer trascendió en su participación de una ma-
nera singular, ateniéndose a los prejuicios reinantes en la sociedad colonial.
Recién comienzan a visibilizarse nombres de nuestras heroínas y nuestros
héroes populares en las historias que comienzan a reescribirse.
Más allá de las similares o iguales propuestas programáticas levantadas en
cada ámbito en donde se confrontaba contra los realistas, los objetivos de liber-
tad e igualdad para toda Hispanoamérica, los ideales de unidad nuestramerica-
na, de institucionalización de la patria grande, estaban en las mentes preclaras
de nuestros libertadores y demás referentes de la guerra independentista.
En este tiempo bicentenario de aquellas gloriosas gestas, las banderas de
la integración y la soberanía, de lo multicultural y multinacional en nuestros
pueblos, son las viejas banderas de hace 200 años hechas realidades hoy,
marchando por las rutas de la esperanza en esta sufrida Nuestramérica.

Fuentes consultadas

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Habana, Editorial Trópico.

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Nuestro Sur. Caracas - Venezuela
Año 2 / Número 3 / Julio-Diciembre 2011 / pp. 85-107

LOS NIÑOS TAMBIÉN CUENTAN…


LA INFANCIA EN TIEMPOS DE LA GUERRA
DE INDEPENDENCIA EN VENEZUELA

Yasmín Mora

Fecha de entrega: 22 de junio de 2011


Fecha de aceptación: 10 de agosto de 2011

Resumen
Poco explorados han sido los estudios históricos con sello venezolano sobre
la infancia. Se trata de una omisión relacionada con una manera de enten-
der y apropiarse del pasado, según la cual la nómina de los actores está
completa y no incluye a los impúberes. En el presente artículo se buscará
reivindicar a este sector históricamente excluido y recalcar la importancia de
su estudio para comprender cómo serán los adultos de los años venideros y
el tratamiento de la sociedad en ese proceso de cambio. En primera instancia
se definirá la categoría de infancia durante el siglo XIX y sus implicaciones
tales como inocencia, fragilidad y dependencia del adulto, haciendo énfasis
en determinadas diferenciaciones de género. En segundo lugar, se abordará
al niño y su vinculación con la independencia. De esta manera, observaremos
a Los niños mártires que sufrieron las crueldades de la guerra, quienes fueron
alcanzados por la muerte al ser muchas veces decapitados, desmembrados,
desangrados o víctimas de cualquier otra forma de agresión. Por otro lado,
Cuando se desflora un capullo trata netamente de los horrores de la contien-
da bélica, siendo las violaciones a las niñas una de las más reseñadas. Los
guerreros de pequeña talla refleja la actuación de los pequeñines (voluntaria
o forzosamente) en las filas del ejército, o bien colaborando en el traslado de
alimentos, herramientas, utensilios, armas, siendo mensajeros, espías, etc. Y
finalmente en Los niños, blancos perfectos para las enfermedades se aborda
el flagelo de las enfermedades contagiosas que vertiginosamente hicieron su-
bir junto con los asesinatos propios de un contexto bélico los altos índices de
mortalidad infantil. Con esto abrimos una puerta que conducirá a mil salidas,
un esfuerzo primigenio que nos llevará a una línea de investigación amplia y
con muchos matices: la infancia y la guerra de independencia.
Palabras clave: infancia, niñez, independencia, guerra, inocencia, miedo. 85

Abstract
The studies of chilhood’s history with Venezuelan seal has been little addres-
sed, because by the traditional regard these characters aren’t important: simply

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Los niños también cuentan…
La infancia en tiempos de la guerra de independencia en Venezuela

the payroll is full. The present article will search to claim this sector which has
been excluded throughout history, and stress the importance of his studies for
understand. How will be the adults in the coming years? Besides his impact
in his society. Firstly we define the category of childhood during the 19th cen-
tury, his implications as the innocence, fragility and his dependence with the
adults, making difference with distinctions of gender. Thus we will observe The
martyrs’child who suffered the war. Many of them were beheaded, dismembe-
red or strongly punished by the enemies. In another paragraph named, When
a cocoon is deflower, we report the horrors of the war, emphasizing the se-
xual abuses under the childs. The warriors of small size, is another part where
stressed the actuation of these toddlers in the army or working with the logistic
of the war. Finally with The childs, perfect target for diseases, will regard the
ravages of many epidemics on the child during the war of independence in
Venezuela. This brief contribution try to open a more deep line of research: the
childhood in the independence war in Venezuela.
Key words: infancy, childhood, independence, war, innocence, fear.

Analizando las miradas inocentes… Estudio de la infancia

El niño es (…) un sostenedor de la inspiración, un ente casi indispensable


en las sociedades privadas; sirve para desarrugar la frente del filósofo, para
hacer soñar al pintor, para templar en tonos celestiales el arpa del poeta.
Juan Clemente Zenea.

Los estudios historiográficos venezolanos han orientado mayoritariamente su


enfoque al estudio de la etapa adulta del ser humano. La infancia y la vejez
son etapas biológicas inexploradas por la mayoría de los historiadores. Quizá,
en el caso de la infancia, es difícil encontrar fuentes que registren sus accio-
nes, sentires, pensamientos, vivencias y actitudes a partir de su propio testi-
monio. La única referencia que se tiene de ellos es aquella plasmada en los
discursos de los mismos adultos de la época; por esto, se requiere elaborar
una nueva historia, apoyada por lo que se ha llamado historia de las mentali-
dades, y auxiliada por otras disciplinas de las ciencias sociales, reivindicando
a los párvulos dentro de la escala de actores, dado que con sus acciones o,
86 simplemente, con el hecho de haber existido ya marcan y forman parte de la
historia del país.
El estudio de la infancia ha de tener gran importancia para el análisis de la
sociedad humana, pues conociendo el pasado de un individuo o de un grupo
es posible formular un juicio más inteligente sobre su futuro comportamiento.

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Yasmín Mora
Para ello se debe definir, en primera instancia, qué es un niño para la socie-
dad venezolana en los albores del siglo XIX.

La idea de infancia. Categorías básicas

Donde hay niños, existe la Edad de Oro.


Friedrich von Hardenberg Novalis.

Para estudiar la infancia se deben plantear ciertas preguntas primordiales:


¿qué es el niño, infante, párvulo, entre otros términos afines?, ¿cuál fue la
aplicación de esos términos para el siglo XIX? y ¿cuáles son los linderos de
esta etapa primaria de la vida del ser humano? Al encontrar las respuestas a
estas tres inquietudes se podrá iniciar un estudio más profundo sobre el tema.
Revisando el término “infancia” en el Diccionario etimológico de Joan Co-
rominas (2008) encontramos que la palabra viene del latín infans, que sig-
nifica “el que no habla” o bien “incapacidad de hablar”1. Una vez rastreado
el origen de la palabra2 se seguirá la pista en torno a su significado. Según
el Diccionario de Autoridades (RAE, 1979 [1732]) se define infancia como:
“Propria y rigurofamente es la primera edad del hombre, mientras no habla;
aunque algunos la extienden hafta la juventud. Es voz puramente Latina”. En
esta definición no se establece ningún parámetro de división acerca de en

1 Entiéndase incapacidad de hablar porque se atraviesa un período en el que el individuo


presenta estado de completa invalidez biológica en los umbrales de la independencia y la
actividad creadora, o se hace referencia a ese primer período de la vida en el que el hombre
no puede o no sabe hablar todavía con orden y soltura.
2 En el manual del abate Lorenzo Hervás y Panduro, llamado Historia de la vida del hombre,
este hace un recorrido por los orígenes de la palabra infancia y algunas de sus variantes:
“Infancia, que significa mudéz, ó no hablar, se llama la primera edad, porque en ella vive el
Hombre sin hablar los primeros años. La segunda edad se llama niñez; nombre, que según
Sebastian de Covarrubias en su tesoro de la lengua castellana, proviene de la voz hebrea
nin, que significa hijo: nin en hebreo también significa hermoso. En italiano el niño hasta el
quarto ó quinto año de su edad se llama ninno; de cuyo nombre proviene el verbo italiano
ninnare, mecer la cuna. Probablemente proviene del nombre ninno la palabra española
niño, que se adapta comúnmente á las criaturas de la infancia y en la niñez; aunque á los
infantes en los dos primeros años se da el nombre de niño de teta, ú de leche. Según el
común modo de hablar se suele llamar muchacho (antiguamente se decía mochacho),
proviene del nombre mocho, que en latín se dice mutilus; quizá los niños se llamaron mo-
chos, ó mochachos, porque no se cubrían la cabeza, ó estaban pelados. Los Romanos al 87
muchacho llamaron puer, y los Griegos poir, y pais. Los antiguos latinos usaron la palabra
por, como en Marcipor, Caipor; significando siervo por ella; y los Griegos también usaron la
palabra pais para significar siervo. Los nombres puer, y pais, significaron entre los Latinos
y Griegos niño, y criado; como entre los Españoles el nombre mozo significa muchacho y
criado. De la palabra griega pais viene la española page, que propiamente conviene al niño
criado” (Hervás y Panduro, 1789, t. II, parte I: 1 y ss.).

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Los niños también cuentan…
La infancia en tiempos de la guerra de independencia en Venezuela

qué edad se deja ser infante para entrar a la juventud, pero la acepción de
niño(a) sí establece una edad límite: “Que fe aplica à el que no ha llegado à
los fiete años de edad; y fe extiende en el común modo de hablar al que tiene
pocos años”. Existe otro término que se asocia a esta primera etapa del hom-
bre, como lo es párvulo: “Viene del latín parvulus, que quiere decir pequeño.
Adjetivo s. XVIII-XX. Pequeño// 2. S. XVIII al XX. Niño// 3. S. XVIII al XX. Ino-
cente, que sabe poco o es fácil de engañar” (Alonso, 1958).
En otros diccionarios vigentes para el siglo XIX, los significados son simi-
lares. Desde la jurisprudencia, el diccionario de Joaquín Escriche señala que
infancia es:

El primer grado de nuestra vida; esto es, la edad que uno tiene desde que nace
hasta que cumple siete años. Parece que la infancia debiera empezar a contarse
desde el momento de la concepción o a lo menos desde la animación del feto, pues
que desde entonces empieza el ser humano a existir y aun a llamar la atención de
la ley, que ya en el seno materno le protege y le confiere y asegura derechos; pero
como el tiempo de la concepción y el de la animación son tan varios e inciertos que
no es fácil deslindarlos ni fijarlos, por eso los filósofos y los jurisconsultos cuentan
uniformemente nuestra edad desde la época del nacimiento (Escriche, 1977).

Ya entrando en algunas aproximaciones historiográficas, Asunción Lavrin,


en su trabajo “La niñez en México e Hispanoamérica: rutas de exploración”,
propone como primer paso para el estudio de la infancia el hecho de definir
tan intrincada conceptualización, pues su dificultad parte de que el niño es
incapaz de explicarse, y por lo tanto depende de otras definiciones, casi siem-
pre desde la mirada de otros agentes sociales, hasta que

…su desarrollo físico le permite la separación del núcleo familiar y la asunción


de su propio destino. Pero aun ese momento queda definido por un aparato de
tradiciones fijado en códigos legales o religiosos. El sistema de derecho español
definió claramente el derecho de familia en las Siete Partidas y en las Leyes de
Toro. Legalmente la niñez se entiende como un estado pasajero en la evolución
de la vida, supeditado a la voluntad paternal y contenido dentro de la familia (La-
vrin, 1994: 43).

Por los momentos hemos visto que la edad de siete años es el límite de la
88 niñez. Sin embargo, en contraposición, gran parte de la hemerografía y fuen-
tes documentales de la época estudiada extienden esta etapa hasta la edad
de 12 e incluso 14 años. Por esta razón, flexibilizaremos la concepción de lo
que es infancia para los fines de esta investigación, dándole también cabida al
pensar común o mentalidad en aquel entonces. De manera que la definiremos

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como la primera etapa de la vida del hombre, que va desde su nacimiento
hasta la edad de 12 años.
Entendiéndose también que en esta fase el párvulo está sujeto al moldea-
miento, la absorción, tal cual como una esponja, de un bagaje cultural, ético y
moral que irá sentando las bases para instalarse de manera definitiva hasta el
resto de sus días3. Socialmente, el niño es un ente receptor de diferentes in-
fluencias de acuerdo con la cultura dentro de la cual ha nacido y, en particular,
según sean los caminos y modos en que dichas influencias han sido ejercidas
sobre él por sus padres y cuidadores.

Fragilidad e inocencia: dos tesoros intrínsecos en la infancia

El niño representa en sí la inocencia de una criatura indefensa y frágil, pero


por sobre todas las cosas encarna la transparencia como una de sus mejores
virtudes. Por ende, se trata entonces de un alma pura que debe cuidarse para
evitar su descarrilamiento4. Según las máximas decimonónicas de la Primera
República era en esta etapa donde debían ponerse los más enconados es-
fuerzos para sentar unas sólidas bases cívicas y republicanas, en detrimento

3 Justamente Jean Piaget y Barbel Inhelder se refieren a esta etapa de la siguiente manera:
“La primera infancia es de fundamental importancia para todo el desarrollo psíquico. Cons-
tituye al mismo tiempo la base de toda actividad psíquica constructiva. Los conocimientos
adquiridos posteriormente están, si no preformados en ella, ampliamente condicionados
por las operaciones psíquicas de la primera fase de la vida (…) También los comienzos del
desarrollo de la inteligencia desempeñan un papel desusadamente importante en la estruc-
tura de los conocimientos. El comportamiento senso-motor de la primera infancia constituye
el punto de partida de la formación del conocimiento” (Piaget e Inhelder, 1977: 39).
4 En un amplio artículo de la sección “Variedades” reseñado en el periódico El Nacional se
hace referencia a esta etapa primaria de la evolución humana: “ Si el período de la vida
debe contarse por el número de goces que nos proporciona, puede decirse que sólo vivi-
mos el tiempo que somos niños. En esta edad todo se sonríe á nuestro alrededor. Lo pasa-
do no ha dejado impresiones que turben la paz del alma; lo presente es un campo de flores,
una fuente inagotable de inocentes placeres; y lo futuro casi no existe, porque la previsión
no corresponde á esta edad afortunada. Sin ambicion de riquezas ni de honores, sin familia
á quien sostener y educar, el alma no sufre los tormentos de la avaricia, las zozobras de la
intriga, ni carga tampoco con los cuidados que rodean al padre o al esposo (…) Para él no
hay hipócritas ni embusteros. Los cumplimientos son realidades, la lisonja justicia. De parte
de los extraños y deudos, todo lo recibe como monedas corrientes. Juzga los corazones
agenos, por la sinceridad del suyo propio. El amor, esta pasión que al hombre hace padecer
y gozar, este dulce veneno, que trastorna el juicio del guerde todos los corazones, respeta 89
el del niño, porque no estando aun formado, las saetas no encuentran donde clavarse. Si
alguna vez recibe impresiones de simpatía, son confusas y fugaces: no penetran ni son du-
rables. En el vuelo de su imaginación, todo es de hoy, y nada existe para mañana. Sus ideas
se suceden con admirable rapidez, sin dejar vestigios que alteren la quietud del alma…”
(citado de la sección “Variedades” con el título de “La niñez”, en El Nacional, n° 88, domingo
4 de diciembre de 1837, p. 4).

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Los niños también cuentan…
La infancia en tiempos de la guerra de independencia en Venezuela

del “oscurantismo colonial” que se había inoculado en los espíritus venezo-


lanos por siglos5. Las bases de la educación infantil debían basarse en fuer-
tes pilares como: moral, urbanidad, religiosidad, lectura, escritura, gramática
castellana, aritmética práctica, derecho, elementos de geografía e historia,
entre otros; y en el caso de las niñas se le agregan: corte, costura, bordados
e higiene doméstica. Pero la educación en buena parte del siglo XIX venezo-
lano tuvo un cierto carácter de exclusividad, dado que los niños con acceso
a la educación formaban parte de la clase más acomodada de la sociedad.
Fue en este sector donde se evidenció la mayor asimilación de la literatura
moralizante burguesa del siglo XIX.
La infancia representaba y aún representa la esperanza del mañana, el
camino previo al progreso y al buen porvenir, siempre y cuando se sepan
aprovechar sus atributos. En el diario del diplomático británico Sir Robert Ker
Porter queda reseñada su experiencia en una especie de procesión triunfal,
patrocinada por la Sociedad Republicana el 10 de noviembre de 1830, donde
una niña fue la protagonista del gran evento:

… El rasgo saliente fue una carreta tirada por un caballo, decorada con cintas de
los colores nacionales ondeando caprichosamente en millares de tonalidades. En
el vehículo iba una niñita representando a Venezuela con una especie de traje de

5 Ya en 1811, se reflejaban estos pensamientos a través del Semanario de Caracas, n° 32,


del domingo 31 de marzo de 1811: “¿Y que especie de instrucción puede curar, renovar
y rectificar unos corazones tocados de semejante mal, o corrompidos con iguales vicios?
¿Qué halago será tan poderoso y eficaz que despierte en ellos el amor a la Patria, a la liber-
tad, a la benevolencia? (…) Las generaciones presentes no alcanzarán a ver tan agradable
metamorfosis. Sembrarán las semillas de los dulces y abundantes frutos que las futuras van
a coger a manos llenas, y a gustar pacíficamente. Solo es la educación pública quien puede
causarla; el hombre sensible y dócil a sus preceptos hace su aplicación en las ocurrencias
de la vida; y de todas las atenciones de un Gobierno virtuoso y sabio, esta es la más im-
portante. Si en todas las escuelas se infundiesen a los niños máximas convenientes a la
verdadera sociedad humana, opuestas a la tiranía y sus ardides, sacaría el Estado ventajas
incalculables. Las trazas de las primeras instrucciones, impresas en los órganos tiernos de
la infancia, duran perpetuamente, y obran siempre, porque cuando la razón se desenvuelve,
les da su consentimiento, y fortifica las verdades que se imbuyeron en el alma desde tem-
prano. Ninguno puede dudar del efecto de la educación, si reflexiona cuanta es la pena o
trabajo que tiene en una edad avanzada para elevarse sobre las preocupaciones, errores e
ideas evidentemente falsas con que fue educado, y percibió cuando niño. En este parangón,
y por fuerza de tan miserables impresiones, conocerá el imperio de las verdaderas.
»Los que conocen esta verdad y están especulativamente convencidos de ella, la confie-
90 san; pero obran en la práctica de otra manera, si las pasiones se han apoderado, y corrompi-
do su corazón, cediendo a la fuerza de sus envejecidas preocupaciones y antiguos errores,
y sacrificándoles los deberes y obligaciones más sagradas de la naturaleza. En semejante
estado, sin duda el más deplorable en que se sumerge envilecida la razón humana, se irritan
y engríen la ambición, la soberbia y egoísmo, viéndose débilmente atacadas por la justicia
de unos hombres alucinados desde la niñez, tímidos por imaginación, inertes por costumbre,
inermes por ignorancia…”.

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Minerva, y custodiando el nuevo libro de la nueva Constitución. Todas las autori-
dades marchaban por parejas al son de una banda de música y lo mismo hacía la
abigarrada población de Caracas, dirigiéndose todos hacia la gobernación, donde
debía depositarse el nuevo Código… (Porter, 1997: 436).

Al recrear esta escena surgen algunas preguntas: ¿por qué precisamente


escogen a una niña para este importante desfile?, el atuendo corresponde a
una diosa de la mitología romana que representa la sabiduría, pero... ¿por qué
no fue otro? La lectura de este episodio puede apuntar a varias cosas. Se con-
jugan tres aspectos simbólicos para representar la mentalidad de la época: la
niña, con su particular inocencia simboliza a Venezuela; la alusión quizá traje
mitológico de Minerva porta la imponente sabiduría con que se conducirían
los asuntos nacionales. Por último, cabe señalar que la niñez se muestra como
sinónimo de futuro, siempre y cuando se haga un buen uso de ella.
Otro ejemplo donde se denota que el niño representa la inocencia nos lo
muestra un episodio reseñado por las Actas del Cabildo de Caracas, del 11 de
abril de 1810. Trata de un niño llamado Sebastián García del Castillo, de cinco
años y dos meses, quien con su mano inocente fue el encargado de escoger,
al azar, unas cedulillas de iguales tamaños que contenían los nombres de los
participantes, y habiéndolas introducido en dos bolitas de plata se metieron
en una jarra tapada y luego revueltas para elegir finalmente al diputado vocal
de la Suprema Junta:

…se procedió al sorteo por un niño nombrado don Sebastián García de Castillo,
hijo legítimo de don Pedro García del Castillo y doña María Josefa Prins de este
vecindario, de edad de cinco años y dos meses, según informó su padre; habiendo
sido puesto dicho niño sobre una silla, entró la mano en la jarra, sacó una de las
bolitas y la entregó a dicho señor alcalde presidente, quien le sacó la cedulilla que
tenía dentro y, en ella, se encontró escrito el nombre del doctor don José Antonio
Anzola, que se leyó y manifestó a todos los señores por el presente escribano;
y luego el mismo niño sacó del propio modo la otra bolita y la entregó al referido
señor alcalde, quien le sacó el papelillo o cédula que tenía dentro (…) Y habiendo
resultado como resultó afecto en suerte el señor alcalde segundo don Martín To-
var Ponte, mandaron los expresados señores que se participe al señor presidente
gobernador y capitán general…6.

91

6 Actas de Cabildo de Caracas, Extraordinario: Nombramiento del señor don Martín Tovar
Pont para diputado vocal de estas provincias en la Suprema Junta. Caracas, 11 de abril
de 1810.

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La infancia en tiempos de la guerra de independencia en Venezuela

Un episodio donde la niñez refleja una vez más esa reseñada candidez
fue en el momento del acto fúnebre del prócer de origen colombiano, Ata-
nasio Girardot, en el que se hizo gala de la suntuosidad, respeto y honora-
bilidad de este personaje que luchó por la independencia tanto de Nueva
Granada como Venezuela:

El día catorce del corriente octubre [de 1813], a las nueve de la mañana; que este
recibimiento fue hecho en la plazuela del Hospicio de los RR. PP. Capuchinos,
que se halla a la entrada de la ciudad, en donde estaba aparejado un encapillado
de cortinas, y de varios jeroglíficos alusivos a este triunfo, haciendo la entrega de
la dicha Urna (…) cantándose entre varios motes por la capilla de músicos; que
luego se trasladó a la misma carrosa triunfal en que fue traída desde el pueblo de
Antímano, en la cual dos niños vestidos en forma de ángeles sostenían la Urna;
y seis con igual vestidos, tiraban la carrosa guarnecida al mismo tiempo de los
Tenientes coroneles ciudadanos Carlos Soublette y Pedro Manrique y de compe-
tente número de militares armados a los costados; todo en medio de la procesión
que formaba el Clero secular y regular; y se condujo hasta la iglesia Metropolitana,
cantándose salmos de acción de gracias al Altísimo por las victorias conseguidas
por el mismo benemérito difunto7.

Un cortejo fúnebre resguardado por los infantes simboliza, dentro de esta


sociedad católica del siglo XIX, la transición del alma de Girardot al cielo;
además de un pase directo al paraíso gracias a una vida de lucha y sacrificio
por la patria. La conducción del féretro de Girardot por estos pequeños seres
de pureza excepcional quería simbolizar su ascenso al cielo de la mano de
un grupo de ángeles.
Cuando se trata de ingenuidad, en el caso de las niñas quizá la característi-
ca se realce aún más. No solo se debía vigilar su formación, se trataba de cui-
dar su seguridad económica, siempre subordinada a la imagen de una figura
masculina que pudiera protegerla en el transcurso de su vida. Así como solían
llamarle el bello sexo, también lo acusaban duramente como el sexo débil.
Un tardío poema de Luis López Méndez, publicado en El Cojo Ilustrado,
recoge la clásica concepción decimonónica que se elaboró en torno a la figura
de las niñas. Veamos los que nos dice:

Inocencia / Luz de aurora refleja tu mirada, Albor de juventud tu faz hermosa, / Y


92 en tu Alma virgen do el candor se anida / Resuena esa armonía misteriosa / Que
forman, como un eco de los cielos, / La castidad con la inocencia unida / Y los vagos
anhelos / De los años primeros de la vida. / Niña feliz! Yo envidio tu destino, / Envidio

7 Gaceta de Caracas, n° XIV, 11 de noviembre de 1813, pp. 53-54.

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esa pureza que derrama, / Como celeste llama, / Claridad infinita en tu camino! /
Cual la nota en la lira no tocada / Duerme aún la pasión entre tu pecho, / Pronta á
estallar en vibración sonora. / Mas ¿qué mano ignorada/ Hará vibrar las cuerdas de
la lira / Y palpitar el corazón que ahora / Ríe, canta y aspira / Perfumes de la brisa
y de la aurora? / Cuando llegue la hora / Y de su sueño la pasión despierte, / Como
ave que se apresta á alzar el vuelo. / No olvides ¡Oh misterio de la suerte! / Que la
pasión, que es vida y busca el cielo, / Lleva en sí misma el dardo de la muerte!8.

La inocencia de las pequeñas damas tenía que ser aún más vigilada, pues
se buscaba que la niña imitara las cualidades de la Virgen (sencillez, casti-
dad, pureza, candidez, etc.). Su formación debía enseñar estos preceptos con
gran cuidado para la formación integral de ellas, para que efectivamente se
mantuvieran intactas hasta el paso en que se convirtieran en mujeres con la
llegada del matrimonio.
La fragilidad y dependencia del niño hacia la madre lo hacen vulnerable
a no prescindir de ella. El alimento, cobijo, seguridad y todo tipo de cuidados
sobre las necesidades elementales requieren de la dedicación de la figura
materna, o de cualquier adulto que asuma la responsabilidad pertinente. Bio-
lógicamente el niño no se encuentra en capacidad de ser autosuficiente; es
con el paso de los años que sus condiciones físicas y mentales van madu-
rando, teniendo así un poco más de libertad del seno materno. Esta condición
no solo era punto de atención de los padres, sino de interés por parte de la
Iglesia que argumentaba que los demonios, pecados y tentaciones de la vida
podían cambiar el curso de la rectitud en el desarrollo de su vida.
Durante la guerra de independencia venezolana el terror que infundió José
Tomás Boves, entre los años 1813-1814, hizo llenar de temor a los adultos,
quienes a su vez lo transmitían repetidamente a los niños. Un ejemplo de esto
sucedió en las cercanías del río Guárico por el año 1814, donde un residente
de la localidad, Rafael Delgado, describe que cuando llegó a aquella región
de los Llanos encontró todo desolado, sin un alma, quizás por el horror que
le tienen al temido “Taita” Boves. Al sorprenderse ante tan funesto panorama
expresó: “Por allá (…) no se ve a nadie: cuando más estarán escondidos,
pues los primeros que he visto hasta niñitos y mujeres, ha sido por aquí.
Mentarles a Boves, es mentarles al diablo. Nada aborrecen tanto como a él”9.
Así mismo sucedía entre los habitantes de Caracas, quienes manifestaban
su terror con frases como “que viene el ‘coco’, decían las madres a sus hijos
traviesos” (Uslar Pietri, 2010: 127), y se referían nada más y nada menos que 93

8 Luis López Méndez, “Inocencia”, en El Cojo Ilustrado, t. I, n° 3, 1° de febrero de 1892, p. 42.


9 Extracto de carta escrita por Rafael Delgado e incluida en la Gaceta de Caracas, n° 69, 14
de marzo de 1814, p. 152.

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Los niños también cuentan…
La infancia en tiempos de la guerra de independencia en Venezuela

a Boves10. Si bien es cierto que la “Guerra a Muerte” dejó a su paso masacres


y destrucciones sin precedentes, las tácticas de infundir miedo y magnificar
los relatos bélicos funcionó muy bien al momento de sumar o restar adeptos
a cualquiera de los dos bandos en conflicto.
Ante todos estos temores los niños rezaban a su ángel de la guarda. La
tutela protectora se le consignaba a este personaje para que vigilase sigiloso
los pasos inocentes dados por los infantes.

Ángel de mi guarda
Dulce compañía
No me desampares ni de noche ni de día…

Los términos de esta sencilla oración evocan sin duda la antigua costum-
bre que tenían las madres de iniciar a sus hijos desde la más tierna infancia
en los asuntos de la fe. La oración del Ángel de la Guarda es una síntesis del
“Ángel de Dios”, originada en la Europa medieval. En España era una costum-
bre muy arraigada la de encomendar a este protector el cuidado de los infan-
tes y de allí se transmitió a todas sus colonias de América.

Los niños y la guerra de independencia

Deben cultivarse en la infancia preferentemente


los sentimientos de independencia y dignidad.
José Martí.

Durante la guerra de independencia la infancia fue uno de los sectores más


afectados por el conflicto. Si bien es cierto que las aproximaciones sobre la
mortalidad infantil realizadas durante la época pecan de exageradas —por
estar inmersas evidentemente en el irregular y dramático ambiente que ca-
racteriza a la guerra—, no está de más reproducir sus apreciaciones. Algunos
dicen que diariamente moría un mínimo de 12 a 13 niños (Uslar Pietri, 2010:
151). Otro, vio enterrar trescientos en el Convento de San Francisco11. José
Domingo Díaz, en Recuerdos de la rebelión de Caracas, se atreve a dar
una estimación del número de fallecidos: “¡Triste termino de aquel miserable
fantasma, á cuyos pies han caído las cabezas de 60.000 venezolanos en los
94

10 Tiempo después Simón Bolívar, en una carta que dirigió al general Mariano Montilla, en
Popayán, el 30 de noviembre de 1829, utilizó esta cualidad de sembrar terror en otro perso-
naje, al expresar que: “Páez no será más el coco de los niños” (1982, vol. III: 375).
11 Gaceta de Caracas, nos 74 y 76.

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campos de batalla y de 50.000 pacíficos e inocentes viejos, mujeres y niños
envueltos en la calamidad general” (Díaz, 1829: 294).
Pese a lo inexacto que pudiesen resultar las citadas aproximaciones, hay
que señalar que la alta mortalidad infantil fue un flagelo determinante durante
la guerra. Los motivos podían variar: enfermedades, hambre, o ser víctimas
del torrente bélico. Los horrores de esta beligerancia dieron lugar para que al-
gunos abusaran sexualmente de las niñas, asesinaran mujeres embarazadas
o realizaran cualquier otro tipo de fechorías. Además, aquellos párvulos que
perdían a sus progenitores por la sangrienta disputa se dedicaban a vagar
hasta la extenuación a través de campos y ciudades, haciéndose mendigos,
en búsqueda de un bien preciado para aquel entonces: los alimentos12.
De seguidas, acercaremos la lupa a cada una de estas problemáticas que
atravesaron los niños y niñas durante el proceso de independencia venezolana.

Los niños mártires

En cada esquina hay un niño que llora, en cada esquina.


Clara Janés.

Toda guerra trae consigo numerosos muertos y heridos sin distinguir partidos,
edades ni calidades. Vejaciones de toda índole afloraron en la época deno-
minada “Guerra a Muerte”, donde no solo se dio fin a vidas inocentes, sino
que se hizo gala de una estrategia ejemplarizante bastante particular: infun-
dir miedo destrozando los miembros de los individuos y exhibiendo “los ojos
y las entrañas del niño arrancadas”13. Acometer contra las familias y, sobre
todo, afectar a los niños es embestir fuertemente al enemigo o, como se sue-
le decir, darle un golpe bajo14. Sectores como las mujeres, ancianos de muy
avanzada edad, personas con limitaciones físicas o enfermos e infantes de
muy temprana edad, eran los primeros perjudicados en la vorágine guerrera.

12 Narciso Coll y Prat, en su “II Memorial: Exposición de 1818”, describe la tristeza y orfandad
del niño: “…aquí es un tierno niño expuesto cerca del camino el que saca las lágrimas al
pasajero que huye” (2010: 364).
13 Gaceta de Caracas, n° 46, 3 de marzo de 1814, p. 182.
14 Simón Bolívar ya lo señalaba: “...nuestros enemigos no han perdonado medio alguno por 95
infame y horrible que sea para llevar a cabo su empresa favorita. Han dado la libertad a
nuestros pacíficos esclavos y puesto en fermentación las clases menos cultas de nuestros
pueblos para que asesinen individualmente a nuestras mujeres y a nuestros tiernos hijos,
al anciano respetable y al niño que aún no sabe hablar. Estas desgracias que afligen la hu-
manidad en estos países deben llamar por su propia conveniencia la atención del gobierno
de S.M.B…” (1982, t. I: 98).

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La infancia en tiempos de la guerra de independencia en Venezuela

La opinión pública republicana no tardó en denunciar tales desmanes, pues en


sus líneas no escatimaron en adjudicar propiedades monstruosas a los prin-
cipales caudillos realistas. En un diálogo imaginario establecido entre Boves
y Rosete que apareció en la Gaceta de Caracas, en marzo de 1814, se dibu-
jaban algunas de estas grotescas desviaciones, pues según el texto, José
Tomás Boves gritaba fervientemente: “…he satisfecho un poco de mi sed de
la sangre de estos infames criollos. En la Iglesia misma hice correr arroyos
de ella, y sin perdonar ni los niños de pecho, pase á cuchillo aquel pueblo
detestable, donde ha habido tantos patriotas. En fin, en odio á los criollos, soy
bien superior”15.
Veamos otras escenas de las crueldades hechas a los niños:

Al participar a V.S. los horrores que he presenciado en este pueblo [en la Villa
de Aragua], al mismo tiempo que me estremezco de compasión me hace jurar
un odio implacable a la ferocidad de los carnívoros españoles: el nombre de esa
nación siempre bárbara, debe grabarse en el corazón de los americanos para que
nuestras futuras generaciones la vean con la execración mayor. Más de trescien-
tas víctimas inocentes han sacrificado a su ambición, entre ellas una tercera parte
del bello sexo y niños: montones de cadáveres, y de hombres despedazados es
el espectáculo único con que han dejado adornadas las miserables calles y plaza
de este pueblo: con troncos y miembros humanos mutilados, haciendo presenciar
al marido la muerte de su esposa; a la madre la muerte del hijo, descargando des-
pués el acero sobre ellos, sin permitirles siquiera el recibir los auxilios espirituales
por más que los miserables clamaban por este solo bien16.

Una comunicación de Rafael Delgado que fue publicada en la Gaceta de


Caracas, del 14 de marzo de 1814, refleja un hecho similar que sucedió en las
cercanías del río Guárico, en el que las tropas de Boves

...se metían a las casas de donde sacaba arrastrando a viejos, a niños, a mujeres,
y presentándolos a Boves, le pedían su cabeza. Boves les concedía todo, y enton-
ces a lanzasos (sic), o amarrándolos a las colas de los caballos los hacían morir de
este modo tan horrible (…) Ven cualquiera manadas de ganado, empiezan a gritar
que el amo de él es patriota, y al mismo tiempo sin ton, ni son, matan los animales,
y así es que hombres, mujeres y niños destrozados, reses, caballos muertos ten-
didos por todas partes, es lo que se ve en los Llanos17.
96

15 Gaceta de Caracas, n° 54, 31 de marzo de 1814, p. 216.


16 Boletín de la Academia Nacional de la Historia, n° 69, Caracas, enero-marzo de 1935, t.
XVIII, p. 139.
17 Gaceta de Caracas, n° 49, 14 de marzo de 1814, p. 196.

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Yasmín Mora
El cuadro de estas escenas revela las muchas masacres cometidas con-
tra la población infantil dentro del proceso independentista venezolano. Esto
hace pensar que los párvulos fueron los principales mártires dentro de aquel
clima de terror, pues su incapacidad para valerse de sí mismos les hizo ser un
blanco fácil de la dinámica bélica.

Cuando se desflora a un capullo

La virginidad es la condición para el casamiento. Su ofensa pública


compromete el honor, el rango, la vida misma, pues una niña “desflorada”
se convierte inevitablemente en un niña “perdida”.
Georges Vigarello.

Algunas niñas no escaparon de los horrores de la guerra, pues en incontables


ocasiones su virginidad les fue prematuramente arrancada. A pesar de ser un
preciado tesoro en una sociedad altamente católica, la guerra fue el ambiente
propicio para desórdenes, violaciones y matanzas cometidas por hombres
que saciaban sus placeres desflorando a cualquier niña que se atravesase
en su recorrido.
En un extracto de una carta escrita en Turmero, con fecha de 8 de abril de
1814 y publicada en la Gaceta de Caracas, se reseñan algunas brutalidades
cometidas contra la intimidad femenina, en especial contra las niñas:

Sus partidas de caballería llegaban hasta aquí, donde cometían todo género de
excesos. Ellos se llevaban las mujeres, las violaban, y las hacían seguirlos a pla-
nazos: nada escapaba a su brutalidad. Un curro desfloró una jovencita de 8 años,
que quedó muerta a orillas del camino de Güere, donde se encontró aun con todas
las señales de la torpe barbarie con que había sido tratada. Su madre que lloraba
su suerte que no pudo evitar, refería penetrada de amargura, el triste suceso de su
desgraciada hija, a nuestros oficiales cuando pasaban para Valencia…18.

Un temeroso y desesperado Martín Tovar Ponte, quien ya preveía el des-


tino fatídico de la República, envió, el 4 de julio de 1814, una emotiva carta a
su esposa Rosa Galindo, donde le señala la anarquía en que se ha convertido
la guerra. Dejemos que sea él quien nos relate la situación:
97
Solo fue hasta las Adjuntas he visto que tres soldados negros de los nuestros, con
fusiles y lanzas arrancaron dos niñas hermosas e inocentes de las manos de sus

18 Gaceta de Caracas, n° 58, 14 de abril de 1814, p. 231.

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Los niños también cuentan…
La infancia en tiempos de la guerra de independencia en Venezuela

padres, después de haberles quitado el poco dinero, gallinas y cochinos que te-
nían, las forzaron y violaron como quisieron llevándoselas al monte, esto no creas
que es un cuento, yo mismo fui uno de los examinadores del crimen confesando
los agresores y las niñas, etc. todo19.

Este testigo ocular de la época pone en evidencia que la violencia durante


la guerra abarcó tanto a realistas como a patriotas; esto en relación con que
muchas veces los relatos patrios y nacionalistas han querido desvincular a
los fundadores de la República de estos horrores. Pero lo cierto fue que a las
niñas a las que les fue violentado su “preciado tesoro” llevarían por el resto de
sus días el estigma de la deshonra, condición que muchas veces les impo-
sibilitaría optar por un matrimonio bien constituido ante las disposiciones del
catolicismo y “los ojos de Dios”.

Los guerreros de pequeña talla

Es mucho más fácil transformar a un niño en un soldado


que a un soldado en un niño20.

Siendo la guerra una de las más antiguas actividades del hombre, la partici-
pación de la infancia en ella es tan vieja como la guerra misma. Esto se debe
primordialmente a dos puntos: la escasa población producto de un conflicto
bélico (acotando además los flagelos derivados de él, como el hambre y las
enfermedades) y la reducida expectativa de vida, situándose alrededor de 30
años21, hacía que el paso de una etapa biológica a otra tuviese un ritmo ace-
lerado. Los niños tenían que madurar vertiginosamente y adoptar actividades
propias de los más “grandes”, como la política y, en nuestro caso, ser partícipe
de una manera u otra en la contienda.
Guerra y emergencia generalizada van de la mano. La escasez de alimen-
tos se hizo notoria en estos tiempos turbulentos. Aquella parte de la población
que se consideraba débil, dependiente e incluso caracterizada como “inútil”
para la beligerancia, tales como los niños de muy corta edad (aquellos que aún

19 Boletín de la Academia Nacional de la Historia, n° 70, p. 418.


20 “Rafaire d’ un soldat libérien un gamin”, J’accuse, Courrier International.
98
21 “Y las tasas brutas de mortalidad general eran muy altas, girando alrededor de un 40%.
Con unas condiciones similares, resulta normal que se estuviera en presencia de unas
poblaciones en torno al 40 ó 50% del total de los habitantes del país y que la población con
más de 50 años no debería llegar ni siquiera al 10%. Obviamente, la consecuencia de esta
situación debía derivar hacia altas tasas de natalidad y de fecundidad, las cuales quedaban
compensadas por las elevadas cifras de mortalidad infantil” (Chacón, 2009: 77).

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Yasmín Mora
dependían de un adulto para sobrevivir), las mujeres y ancianos, fueron tildados
de estorbos para el buen desenvolvimiento de la logística guerrera, ya que eran
más bocas que alimentar y más brazos “inactivos” en el conflicto armado. En
carta que José Mariano Aloy dirige al comandante general de Puerto Cabello,
en fecha 24 de octubre de 1813, señala que: “La justa consideración del mal
estado de nuestros fondos y víveres, me persuaden cada vez mas la necesidad
que tengo de representar a V.S., lo conveniente que sería el hacer salir de esta
plaza las bocas inútiles, como son mujeres, niños y viejos, a excepción de los
que sean necesarios para la administración militar”22.
En desesperada junta de guerra celebrada en Caracas el 24 de junio de
1814, gracias a la inminente llegada de Boves a la capital, se resolvió la emi-
gración de las mujeres, ancianos y niños, por ser “inútiles” y a la vez un sector
demasiado vulnerable: “Las cosas no tienen el mejor aspecto (…) tenemos
pocos víveres y poca pólvora sin cuyos artículos es imposible que podamos
defender y sostener esta ciudad, así es que (…) acordamos que desde luego
debían las mujeres, niños, viejos y hombres inútiles emigrar para Barcelona
por los valles de Caucagua protegidos por una escolta militar…”23.
Es recurrente encontrar en los discursos de la época el rechazo a las mu-
jeres, niños y ancianos, por su supuesta “inutilidad”, pero muchas evidencias
expresan que se trató en variadas ocasiones de un relato hipócrita, dado que
no pocas fueron las contribuciones de estos sectores durante los momentos
más álgidos del combate; pues aunque su inmediata evacuación se encontraba
enmarcada en “el deber ser”, las mermadas tropas que hacían la guerra no se
podían dar el lujo de despreciar cualquier colaboración por pequeña que fuese.
Los niños de 12 años fueron los más aptos y propensos para participar en
la guerra. En la Gaceta de Caracas del 10 de febrero de 1814, Juan Bautista
Arismendi, coronel de los Ejércitos Nacionales, gobernador y capitán general
de la isla de Margarita, publica un comunicado con el propósito de reclutar
hombres para defensa de la patria:

El hombre en sociedad tiene deberes duros que llenar quando la suerte y la volun-
tad de sus Conciudadanos lo llaman para velar sobre la seguridad pública: y por lo
tanto, he resuelto las disposiciones siguientes:
1° Que à las dos de esta tarde [refiriéndose al día 8 de febrero de 1814, en
Caracas] deberán hallarse en la Plaza de la Catedral todos los individuos, desde la
edad de doce años hasta la de sesenta, sin excepción alguna, con las armas que
cada uno tenga, y los que se hallen con caballos ó mulas, montados para formar 99

22 Boletín de la Academia Nacional de la Historia, n° 68, p. 448.


23 Boletín de la Academia Nacional de la Historia, n° 70, p. 386.

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Los niños también cuentan…
La infancia en tiempos de la guerra de independencia en Venezuela

campañas, y establecer un plan de defensa en esta Capital, con advertencia que el


que no cumpliere esta órden, será tratado como reo de Leza-Patria, y por lo tanto
en el mismo dia juzgado militarmente que los Clerigos y Religiosos deberán igual-
mente hallarse reunidos à la misma hora en el Convento de San Francisco…24.

En cuanto a las niñas, cambiaban el emblemático juego de muñecas


para convertirse muy prontamente en muñequitas de carne y hueso25 y con-
ducir una nueva vida ya como madre y esposa26, circunscribiéndose cada
vez más al ámbito privado. A pesar de estas diferenciaciones notorias a tra-
vés del género, en momentos turbulentos como una guerra la necesidad de
las circunstancias requería cualquier ayuda posible. Una escena bien ilus-
trativa de estas colaboraciones la describe Manuela Sáenz en su Diario de
Paita: “Juntos movilizábamos pueblos enteros a favor de la revolución de la
Patria. Mujeres cosiendo uniformes, otras tiñendo lienzos o paños para con-
feccionarlos, y lonas para morrales. A los niños los arengaba y les pedíamos
trajeran hierros viejos, hojalatas, para fundir y hacer escopetas o cañones;
clavos, herraduras , etc.” (2010: 198-199).
Parte de estos sectores excluidos por la sociedad prontamente fue cola-
borando de una u otra manera, espontánea o forzosamente, en este proceso
independentista. Las circunstancias requerían más personas que se sumaran
a la lucha. Por ello, en estos momentos de emergencia los prejuicios se deja-
ron de un lado y se empeñaron en llevar a cabo el proyecto de libertad:

El pueblo de Caracas se mostró digno en estas circunstancias de ser un pueblo


libre; y los jefes que lo comandaban demostraron la misma energía de los Pa-
dres conscritos (sic) de Roma en la irrupción de los Galos. Ellos juraron perecer
con nosotros; ellos se mostraron superiores a la adversidad: un espíritu marcial
animaba a todo un pueblo; el furor estaba pintado en los semblantes de los jóve-
nes, de las mujeres, de los niños y de los ancianos. Todos corrían a las armas,
pasado aquel primer estupor que produce la noticia de la adversidad, todos se

24 Gaceta de Caracas, n° 40, 10 de febrero de 1814, p. 158.


25 Con juegos tan “inocentes” como el de la muñeca se buscaba estimular en la futura mujer
su próximo desempeño como madre y rectora de la familia. Como decía Rafael Gallegos
Celis, en su libro El porvenir de la mujer, lecturas para niñas, publicado en el año 1895: “la
100 muñeca es un libro en que aprende la niña los hechos prácticos de la vida de la mujer” (63).
26 “Las mujeres en las posesiones españolas, como en todos los países donde existe dere-
cho escrito, son núbiles a los doce años y en los catorce se fija la pubertad de las jóvenes.
Puede decirse que al llegar a tales edades los españoles piensan en casarse (…) Nada tan
frecuente como ver esposos cuyos años sumados, no pasan de treinta. Al hablar la natura-
leza se trata de satisfacerla por medio de uniones legítimas…” (Depons, 1930: 81-82).

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Yasmín Mora
presentaban con ellas; las mujeres mismas aguzaban los cuchillos con que jura-
ban perecer en defensa de la patria27.

En varias fuentes se puede apreciar el empuje y participación de los niños


en la guerra de independencia. Algunos de ellos desfilaron hacia los campos
de batalla o se unieron a las fuerzas que se formaban en sus lugares de ori-
gen de manera voluntaria y convencidos de defender a su patria, otros fueron
llevados de la mano de sus progenitores; pero también hubo un número que
llegó a las filas en contra de su voluntad y la de sus familiares, arrastrados
a los campos de batalla bajo el alistamiento forzoso. Aunque el hecho de
enfilarse podría constituir un logro para una porción de los párvulos, ya que
significaba dejar de una vez por todas la niñez y tener ahora labores de “gente
grande”, no podemos descartar que una gran parte de ellos estuviesen aterro-
rizados ante la inevitable cercanía de la muerte. En cuanto a la espontaneidad
entre los niños para defender a la patria, un testigo expresó lo siguiente:

Yo he visto al anciano disputar al joven su robustez para salir a campaña; he visto


niños de diez años pedir las armas, y suplicarles llevasen a ver el enemigo; he oído
reiterados juramentos que hacía todo un pueblo de sacrificarse defendiendo la
sagrada causa de la libertad; yo he visto en fin a este pueblo generoso prepararse
a una obstinada defensa…28.

Atendiendo ahora al testimonio de la causa realista, José Domingo Díaz,


en su libro Recuerdos sobre la rebelión de Caracas, señala cómo los niños y
otros sectores “vulnerables” se unieron a la tropa insurgente: “Allí visteis una
tropa peregrina compuesta de estudiantes, soldados, eclesiásticos, niños,
viejos y cuantos por el temor del Tirano cometieron la imprudencia de acudir
á su llamado. Los visteis después ser batidos (…) en las alturas [de Vigirima]”
(Díaz, 1829: 109).
Así mismo el arzobispo Narciso Coll y Prat, en sus Memoriales, se alarma
sobre el estado y desequilibrio que ha llevado a la guerra a involucrar a los
niños en las armas:

¡Qué licencia en las costumbres! ¡Cuántas extravagancias y escándalos! Sacer-


dotes acusados, párrocos fugitivos, pueblos enteros sin la menor asistencia espi-
ritual, viudas, huérfanos, y desgraciados entregados al dolor; jóvenes y aun niños
arrancados de la disciplina escolar y doméstica para ser destinados a las armas; 101

27 Boletín de la Academia Nacional de la Historia, n° 69, p. 153.


28 Boletín de la Academia Nacional de la Historia, n° 69, p. 154.

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La infancia en tiempos de la guerra de independencia en Venezuela

denuncios, encausamientos, conscripciones; empresas hostiles, sangre, muerte.


¡Infeliz situación aquella, Señor! (Coll y Prat, 2010: 351-352).

Sea cual sea la procedencia de los motivos de los infantes por enfilarse
en las tropas o participar en la guerra, los niños se vieron en la necesidad de
cambiar sus juguetes por las armas.

Los niños, blancos perfectos de enfermedades

La enfermedad es como un malhechor oculto entre sombras;


que sorprende la criatura, la hiere y la mata.
Laureano Villanueva.

Una vez la guerra estuvo en curso, la salud pública fue un tema bastante
desatendido por las autoridades de ambos bandos. Pese a este señalamiento
hay que destacar que hubo intentos de mejorar la salubridad pública, tal como
ocurrió con el llamado de vacunación publicado en la Gaceta de Caracas el
25 de febrero de 1812. Para asegurar la erradicación de las infecciones se les
pedía a todas las personas, en especial a los niños, que acudieran a la “Casa
de la Vacuna” para recibir su respectiva dosis. Aquellos que hicieran caso
omiso al llamado serían multados con ocho reales.
Este esfuerzo no bastaría para detener la galopante mortalidad infantil que
se venía incrementado velozmente, tal vez al mismo ritmo de la disputa arma-
da. En dos artículos publicados en la Gaceta de Caracas, con fecha de 9 de
junio de 1814, se puede ver reflejado el siguiente panorama:

Hace días que otra calamidad aflige lastimosamente nuestra capital y sus alre-
dedores y no he observado la atención conveniente. Hablo de la ya muy notable
mortandad de niños (contagiosa a mi entender) que no baja diariamente de doce
o quince, y va en aumento: atacando principalmente esta epidemia de tos y pujos,
los hijos de los pobres, y de los habitantes de los suburbios. Yo me acuerdo que
otras veces, se han hecho discurrir y observar a los profesores, se ha mandado
averiguar el origen del mal, se han publicado en las parroquias las recetas, se
han facilitado los específicos de balde a los pobres. Se ha vigilado sobre la buena
calidad de los mantenimientos y de los víveres de ultramar, se ha cortado el mal,
102 y se ha logrado restablecer la salud pública, y salvar muchos habitantes. ¿Descui-
daremos ahora la existencia de esta porción inocente que ha de reemplazarnos,
y los que ha salvado la vacuna morirán de esta epidemia? ¿No habrá una ojeada

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hacia esta calamidad, que si no se ataja aniquilará nuestros tiernos planteles?
Esta es la cuestión…29.

La respuesta no se hizo esperar, por lo que un personaje apodado “El Ami-


go de la Humanidad” contestaba, el 20 de junio de 1814, a través del mismo
medio lo siguiente:

He visto con el mayor interés su artículo de la Gaceta en que se asegura mueren


infinitos niños y se advierte que aun no se habían tomado algunas medidas, para
destruir la causa de esta mortandad. No sé si al presente se habrán tomado. Nues-
tros Magistrados verán esto con el tino que los caracteriza; mas puedo asegurar
a Ud. que he visto diariamente infinitos cadáveres en las puertas de las iglesias, y
que un religioso de San Francisco me ha asegurado que en poco más de un mes
se han enterrado en aquel Convento más de trescientos. Por lo que yo he observa-
do en muchos de estos enfermos juzgo que la enfermedad principal que ha hecho
tantos estragos en la infancia es el Coqueluche, romadizo maligno o tos ferina.
Someto esta mi observación al juicio de los profesores ilustrados, y me atrevo a
entregarles en la curación el método establecido por Bosquillón en esta enferme-
dad para ayudar que se salve una juventud que vendría a ser con el tiempo, un
plantel de defensores de la Patria 30.

El interés por salvar a esta porción de la población que sufrían las enfer-
medades anteriormente descritas era notorio, ya que ellos serían en un futuro
no muy lejano los constructores de la República independiente31.
Un lamentable episodio tuvo que vivir José Domingo Díaz y su familia
(esposa, una hija de nueve años y dos hijos de menor edad) en su huida ante
el peligro de las tropas patriotas. La familia se encontraba caminando por la
inmensa montaña de La Guaira, descargados, sin un equipaje, llevaban con-
sigo solo unos jumentos, ya que la prisa al escapar los hizo abandonar todas
sus posesiones. Díaz apenas alcanzó, antes de marchar, a prender fuego a
todos sus papeles y pertenencias, dado que llevárselos le hubiese tomado
mucho tiempo y esfuerzo. Poco tiempo después el general en Jefe le dio la co-
misión para salir de la Provincia. Fue así que se embarcaron en la fragata La

29 Gaceta de Caracas, n° 74, 9 de junio de 1814, p. 295.


30 Gaceta de Caracas, 20 de junio de 1814, p. 301. 103

31 Martín Tovar Ponte estaba claro del papel primordial que podrían llevar las mujeres y los
niños, “…qué gana la justa causa de la América con que las mujeres y los niños inocentes
perezcan cuando salvándose ellas podrán, ser útiles criando sus hijos que algún día podrán
ser muy útiles a la causa general de la América que es por la que debemos trabajar todos”
(Boletín de la Academia Nacional de la Historia, n° 70, p. 414).

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La infancia en tiempos de la guerra de independencia en Venezuela

Ligera, que convoyaba para la isla de Puerto Rico junto a 26 buques cargados
de emigración; pero el viaje se transformó en calamidad, pues Díaz expresó:

Mis hijos en su tierna edad no pudieron resistir tantas fatigas, trabajos y penalidades;
la mayor espiró la noche del 19 en frente de la Aguadilla, pasando por el dolor de
verla arrojar al agua, y el 26 desembarqué en la capital de aquella isla con los otros
dos moribundos. El Servicio de S.M. y el bien de mi patria eran mi primer deber; y así
no me detuvo el peligro de sus mortales enfermedades… (Díaz, 1829: 258).

El recorrido de una emigración, el estado precario de los caminos, el ham-


bre y, sobre todo, las enfermedades, que muy probablemente se contagiaban
en el camino o por el contacto con enfermos de otras familias, dejaron a su
paso una estela considerable de fallecidos, donde las cifras infantiles tuvieron
lamentablemente un gran protagonismo.

Consideraciones finales

En realidad no se trata de concluir, ya que los materiales y análisis reunidos


en este artículo solo constituyen los primeros fragmentos de una historia
nueva que aún está por escribirse; si acaso, se trata de poner en manifiesto
sus límites, vías de acceso y criterios, con las ansias de profundizar esta
línea de investigación que pretende visibilizar a los infantes dentro de la
historiografía venezolana.
Las fuentes abordadas revelan de manera notoria el aspecto dantesco
de una guerra donde los niños y niñas fueron las principales víctimas. Viola-
ciones, asesinatos, miserias, enfermedades, hambre, en fin un espectáculo
lleno de horrores, serían en líneas generales las consecuencias irremedia-
bles de un tiempo de contingencia y escasez generalizada; pero lo que se
requiere en realidad es reinterpretarlas ante la lógica de nuestros pequeños
guerreros y guerreras.

Fuentes consultadas

104 Documentales y/o recopilaciones

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1934, t. XVII, n°68.

———. Caracas, enero-marzo de 1935, t. XVIII, n° 69.

———. Caracas, abril-junio de 1935, t. XVIII, n° 70. 105

———. Caracas, julio-septiembre de 1935, t. XVIII, n° 71.

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Nuestro Sur. Caracas - Venezuela
Año 2 / Número 3 / Julio-Diciembre 2011 / pp. 109-123

CANTANDO LA REVUELTA: LA TRADICIÓN ORAL


EN LA ORGANIZACIÓN DE LA REBELIÓN
DE LOS NEGROS DE LA SERRANÍA DE CORO EN 1795

Andrés Eloy Burgos

Fecha de entrega: 15 de julio de 2011


Fecha de aceptación: 10 de agosto de 2011

Resumen
La etnohistoria se plantea hacer una construcción y reconstrucción históri-
ca más rica, que no subestima el potencial informativo de ninguna fuente y
se esfuerza por hacer la historia de los grupos humanos tradicionalmente
considerados como salvajes, por no poseer escritura. En esta oportunidad
se trabajará con el método etnohistórico un aspecto muy importante relacio-
nado con las luchas de uno de los grupos sin voz: los negros. Se estudiará
la oralidad como herramienta primordial en la organización de la lucha por la
libertad de los negros de la serranía de Coro en 1795, hecho histórico cuyo
tratamiento desde la perspectiva tradicional positivista ha solapado o bana-
lizado muchas veces la importancia del componente cultural en la definición
de los acontecimientos.
Palabras clave: Chirino, Coro 1795, tradición oral, etnohistoria, afrodescen-
dientes.

Abstract
The ethnohistory aims to bring a historical construction and reconstruction
richer, that does not underestimate the potential information from any sour-
ce and strives to make the history of human groups traditionally regarded as
savages, having no writing. This time we will work with ethnohistorical method,
a very important aspect related to the struggles of a voiceless group: slaves.
It will explore orality as a primary tool in organizing the struggle for slaves
freedom in the Coro mountain’s in 1795, historical event whose treatment from
traditional positivist perspective has often overlapped or trivialized the impor-
tance of the cultural component in the definition of events.
Keywords: Chirino, Coro 1795, oral tradition, ethnohistory, african descent.
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de los negros de la serranía de Coro en 1795
Cantando la revuelta: la tradición oral en la organización de la rebelión

A Marina Miliani de Mazzei

Introducción

Durante el siglo XX la ciencia histórica tuvo avances importantes, gracias a


los aportes de movimientos renovadores como la Escuela de los Anales o de
historiadores profesionales que particularmente la enriquecieron metodoló-
gica o filosóficamente; no obstante, perduró la conservadora herencia posi-
tivista que todavía hoy agobia el quehacer historiográfico. El llamado apego
estricto al documento goza de buena salud en un gran grupo de historiadores
que egresan de las academias, actitud que amenaza con echar por tierra las
contribuciones que la historia local y regional y la etnohistoria han impulsado
en la elaboración de los relatos históricos.
En la parte del mundo dominada por la llamada filosofía occidental es co-
mún la idea de que las palabras se las lleva el viento, esta frase muy popular
expresa la necesidad de hacer constar lo dicho en un documento, para que
pueda ser consultado por cualquiera, con significado inequívoco, verificable
y desprovisto de ambigüedades, para dar cuenta de lo que alguien dijo en un
momento y lugar determinados. Es muy frecuente este planteamiento entre
abogados, sobre todo cuando están en juego ciertos intereses; lo triste es que
sea común para historiadores del siglo XXI, quienes desprecian la palabra no
escrita por considerarla poco seria. Solo diremos ante esto, que pierde bas-
tante el historiador que menoscaba las fuentes orales, pues de las evidencias
de la obra humana en el tiempo son más las que no están escritas que las
que escritas están.
La etnohistoria, que busca romper con los esquemas neocoloniales im-
puestos por la modernidad, entiende el quehacer historiográfico como una re-
construcción polifónica donde participan no solo especialistas de las distintas
áreas del conocimiento, sino también los relatos emanados de diversas fuen-
tes. Se plantea hacer una construcción y reconstrucción histórica más rica,
que no subestime el potencial informativo de ninguna fuente y se esfuerce por
hacer la historia de los grupos humanos tradicionalmente considerados como
salvajes por no poseer escritura. En esta oportunidad se trabajará con el mé-
todo etnohistórico un aspecto muy importante relacionado con las luchas de
uno de los grupos sin voz: los negros. Se estudiará la oralidad como herra-
mienta primordial en la organización de la lucha por la libertad de los negros
110 de la serranía de Coro en 1795, hecho histórico cuyo tratamiento desde la
perspectiva tradicional positivista ha solapado o banalizado muchas veces la
importancia del componente cultural en la definición de los acontecimientos.
Este trabajo desea abonar elementos a la historia del importante movimiento

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de 1795 y demostrar científicamente lo que la poesía nos enseñara hace un
tiempo ya: “Que las palabras no caen en el vacío” (Zohar).

Dialéctica del diálogo presente-pasado: importancia de la oralidad


para los pueblos africanos

Acerca de la riqueza cultural del continente africano se ha hablado bastante,


bien sea por modas o verdadero interés científico. Archiconocidas son las
imágenes sobre los bailes, las esculturas, los mitos, cánticos, la pintura cor-
poral, la religiosidad, gracias a la gran difusión que estas han recibido por
parte de los medios de comunicación. Casi pareciera que el interés que se
despertó por África tuvo raíces en la moda1 o peor aún en la lástima, ya que
al observar lo que en los medios de comunicación se ha hecho solo se puede
pensar que el mencionado interés por conocer a África se desvió del verda-
dero sentido científico de una investigación histórico-cultural: arrojar luces
sobre la esencia de las creaciones tangibles e intangibles de los colectivos
humanos que conforman ese continente y sus aportes en la configuración
del mundo latinoamericano.
La idea general que se tiene acerca de África es la de un pueblo con pro-
blemas económicos, golpeado por la pobreza y sumergido en la ignorancia, se
asume igualmente que históricamente ha estado desprovista de tradición escri-
ta y, por lo tanto, es un pueblo que conserva poco o nada de su historia y que
es gracias a ello un continente atrasado, sin considerar que a pesar de no haber
empleado la escritura para perpetuar su relato histórico, el África Negra desa-
rrolló otros mecanismos para su supervivencia cultural, como señala Blé: “La
oralidad es el medio primordial de comunicación del África Negra” (2006: 116).
La tradición oral de los pueblos nace, vive y evoluciona con ellos y los
acompaña incluso más allá de su existencia como civilización. Decimos que
“nace, vive y evoluciona” porque la tradición oral es un producto histórico
que se genera en la propia dinámica social de los pueblos; y decimos que
acompaña a los pueblos incluso después de su existencia porque pueden
conservarse las herencias de la tradición oral en otros pueblos o individuos.
Acerca de la oralidad nos apunta Costa:

La oralidad es un recurso universal, característico de todas las culturas y socieda-


des, a pesar de que, en general, suele ser identificada con las capas más bajas de 111

1 Se dice esto por cierta tendencia que se aprecia en los medios de masas que han conver-
tido a África en un “circo” que mostrar a la teleaudiencia. Un caso típico es el de National
Geographic, que presenta al África como un “show de lo salvaje”.

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Cantando la revuelta: la tradición oral en la organización de la rebelión

la población o con las comunidades consideradas económica y técnicamente más


débiles, por lo general iletradas. Sin embargo, es bien reconocible que la oralidad
puede ser utilizada como estrategia de supervivencia por aquellos que descono-
cen o que tienen acceso limitado a la escritura y, actualmente, a los medios de
comunicación de masas cuyo control y difusión está en manos de las élites de
cualquier sociedad.
De este modo, la oralidad no es propiedad de ningún pueblo en exclusiva, ni
es característica absoluta de ninguna cultura. No obstante, hay numerosos casos
africanos, sobre todo en el África subsahariana, que constituyen ejemplos paradig-
máticos de la supervivencia cultural a través de la oralidad (2009: 11).

Ese recurso universal, la oralidad, es uno de los principales patrimonios


culturales de la África negra, que desde el siglo XVI fue víctima de la interven-
ción de las potencias coloniales que instalaron tras la invasión de América el
inhumano comercio de esclavizados, proceso que redundó en el desarraigo
de las tribus que buscaron tras la pérdida de su libertad mantener viva a Áfri-
ca en todas las expresiones de su vida. La tradición oral ha sido de capital
importancia para la pervivencia cultural de los pueblos africanos a través del
tiempo, no hay duda. África ha logrado hacer de lo oral uno de sus principales
vehículos de transmisión de valores, ideas y significados, a diferencia de otros
grupos humanos, cuyo dominio de la escritura desde remotos momentos de
su existencia les ha permitido la inmortalización de sus memorias en papel,
roca, cerámica o cualquier otro material, los pueblos africanos se han apoya-
do en la técnica oral para poder transferir a las próximas generaciones sus
producciones culturales2.
La oralidad es para África, al igual que lo es la escritura para otros pueblos,
un mecanismo para preservar la información cultural y resistir de cierta manera
a la tendencia homogeneizante que los grupos hegemónicos han impuesto a
lo largo de la historia, así ha sido durante siglos y eso se puede verificar en las
fuentes de la historia colonial de Latinoamérica, en los relatos de los dominado-
res que dan cuenta de los bailes, toques de tambor, cánticos y otras expresiones
orales. Otro aspecto a considerar es que los grupos hegemónicos han buscado
cumplir más rápida y efectivamente con el proceso de colonización, destruyendo
la raíz lingüística de los pueblos, socavando los idiomas y las formas expresivas
orales, se tiene como ejemplo de esto al Imperio romano que en su expansión
territorial estableció que en sus dominios se hablara en latín; o el caso de los
112

2 La generalización acá es harto arbitraria considerando que pueblos africanos como el egip-
cio crearon pictografía, escritura y hasta inventaron el papiro, ancestro del papel que se utili-
za en la actualidad. Nos referimos a los llamados pueblos subsaharianos que no emplearon
la escritura.

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medios de comunicación que en la actualidad han implantado formas de comu-
nicación estandarizantes de la cultura; o el mercado que impuso durante el siglo
XX el inglés como idioma comercial internacional. La oralidad ha sido primordial
para la comunicación intergeneracional de los africanos, Blé señala al respecto
que: “Es vital que hoy, luego de cuarenta y cinco años de independencia, los
intelectuales africanos expliquen al mundo que el modo de comunicación que
ha establecido la unidad cultural de África es el modo oral, cordón umbilical entre
los ancestros y sus descendientes” (2006: 117).
Como vemos la oralidad se constituye en una importante herramienta para
los pueblos del África negra y su dinámica social. Que el África negra conser-
ve hoy sus formas expresivas y de comunicación significa que es un pueblo
que resiste y ha resistido culturalmente.
Los más ancianos son en África los guardianes de la historia de los pue-
blos, pues en ellos recaen los relatos de los otros guardianes ancestrales. El
caso de los griots y las griotas son emblemáticos en este sentido, pues son
quienes a través de la memorización de la historia se encargan de socializarla
y preservarla como patrimonio de la comunidad, no en vano expresó Ahma-
dou Hampâté Ba: “En África, cuando un viejo muere arde una biblioteca”. Los
griots y griotas son los celadores de la memoria.
Este breve acercamiento a la importancia de la oralidad en el África ne-
gra permite que nos asomemos a la particularidad de las comunidades que
esclavizadas llegaron a América desde el siglo XVI. Pueblos que arrancados
de su tierra nativa aclimataron sus costumbres y resistieron la mayoría de las
veces de forma secreta la dominación europea. Una de estas formas con la
que resistieron culturalmente los esclavizados africanos fue conservando su
tradición oral, sus códices de comunicación, sus cánticos religiosos y de faena;
especialmente al preservar ciertas formas cotidianas de comunicación con las
que hábilmente se organizaron para dar el combate, burlando la lógica común
de aquellos que tenían el monopolio de la violencia estatal. Estas formas co-
tidianas de comunicación les permitieron a los negros conspirar abiertamente
contra el sistema colonial en las propias narices de los dominadores.

La oralidad como elemento de resistencia cultural


de los pueblos afrodescendientes en el período colonial venezolano

Así como el europeo trajo a América sus arcabuces y armaduras de hierro 113
para proteger sus nuevos dominios, el africano trajo su tradición oral pero
para defender su antigua forma de vida y su libertad. No hubo opción por
supuesto para el esclavizado, sencillamente se vio obligado a resistir algu-
nas veces abiertamente, pero como ya hemos señalado con anterioridad, la

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Cantando la revuelta: la tradición oral en la organización de la rebelión

mayoría de las veces lo hizo de manera clandestina. Entre las formas secre-
tas de resistencia se encuentra el uso de la música, los bailes y la asimilación
de sus ídolos religiosos y objetos de veneración, por medio de una especie de
“efecto vicario”, con las figuras utilizadas en el culto cristiano-católico.
La música y el baile fueron herramientas de lucha y escenarios para la
rebeldía de los negros. Aceptadas por los españoles hasta cierto punto, estas
manifestaciones se convirtieron en el medio para introducir en las nuevas ge-
neraciones los valores y creencias de la herencia ancestral, pero sobre todo
fueron los llamados “bailes” los espacios propicios para conspirar, como nos
dice Ramos Guédez:

Apreciamos, que en múltiples ocasiones los negros esclavos y libres utilizaban los
tambores como un símbolo de rebeldía y protesta ante las injusticias a que eran
sometidos tanto por sus amos como por las autoridades impuestas por la Corona
Española. Por tal motivo, en varias oportunidades se prohibió la ejecución de dan-
zas y uso de tambores durante las procesiones que tradicionalmente realizaban
las cofradías (2001: 208).

Los esclavizados, condenados al silencio y al maltrato, aprovechaban los


bailes como momentos de encuentro con sus pares, para buscar formas de
liberación material y espiritual. En este mismo sentido, entendemos que la
religión sirvió como mecanismo unificador de los esclavizados, no solo cul-
turalmente sino fácticamente en las luchas para recobrar la libertad que se
le había confiscado. A este respecto Pollak-Eltz nos dice: “Entre los esclavos
siempre se encontraban elementos revolucionarios que anhelaban la libertad,
exhortando a los demás a la rebelión contra sus amos. Así estallaron subleva-
ciones de esclavos. En el siglo XVI tenían carácter mágico-religioso y fueron
encabezadas por ‘brujos’” (1972: 19).
Los brujos y brujas tenían un liderazgo natural entre las tribus, es por esto
que no sorprende el hecho de que en torno a ellos se desarrollaran acciones
contra los amos. Con respecto a los referentes históricos en Venezuela de
sublevaciones de esclavos encabezadas por líderes religiosos, refiere Pollak-
Eltz: “La primera sublevación de esclavos en Venezuela se llevó a cabo en
1500 en la Mina de Buría, Yaracuy, encabezada por el Negro Miguel, que
ocupa hoy un puesto importante en el culto de María Lionza. Este jefe quería
restituir las viejas costumbres y creencias de su tierra natal entre sus adeptos
114 (…) En 1603 se sublevaron los negros de Margarita, encabezados por una
‘bruja’ con grandes poderes espirituales” (1972: 19).
Otro de los aspectos insoslayables de la resistencia cultural africana lo en-
contramos en unos personajes silentes de la historia colonial venezolana, las
nodrizas o ayas que cuidaban a los niños de la familia y los amamantaban. Es

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célebre en este caso la figura de Hipólita, la negra que amamantó al Liberta-
dor, de quien se dice recibió sus primeros insumos libertarios. No se duda que
esto haya sucedido pero nos interesa visualizar más que la acción de una aya
o nodriza, la misión cultural macro en la cual se encontraban insertas estas y
otras nodrizas que debido a la tradición africana mantenían esta práctica de
comunicación intergeneracional, como apunta Ramos Guédez:

Con respecto a la literatura oral, podemos señalar en primer lugar el papel des-
empeñado por las ayas o nodrizas, quienes en el caso específico de Venezuela
colonial, transmitían a los niños y jóvenes que estaban bajo su protección: cuen-
tos, mitos, leyendas y fábulas de origen africano, e igualmente le manifestaban en
forma consciente e inconsciente su amor e interés tanto por la libertad como por la
igualdad entre los hombres (2001: 217-218).

También por las nodrizas pudo sobrevivir la africanidad y pudo alimentarse a


cuentagotas la rebelión.
Como vemos, la lucha por la libertad fue transversal en estas manifes-
taciones culturales africanas propias de la tradición oral nacida al otro lado
del mar, donde los negros se manejaban bajo sus propias normas y regían
su propia vida. Los europeos que en principio concedieron a sus esclavos la
posibilidad de hacer sus bailes, no podían prever que con ello comenzarían a
socavar los cimientos de su sistema económico, al propiciar las condiciones
para los alzamientos y fugas de su principal fuente de riqueza, la mano de
obra esclavizada. Era una situación compleja considerando que si se evita-
ban este tipo de diversiones de los esclavizados disminuía la productividad
y, por ende, las ganancias. El gran estudioso de estos temas, Miguel Acosta
Saignes, sostiene en este sentido que: “Los amos, sabedores de cómo la
resistencia humana tiene un límite, no se atrevían a impedir en los campos
y en los pueblos tales festejos” (1984: 219). Los bailes eran una especie
de “válvula de escape” para la dura situación del trabajo en el campo y las
minas. No se podía esperar que un ser humano, por más esclavizado que
fuera, aguantara perennemente las agotadoras jornadas sin algo de espar-
cimiento, recordemos que los escasos momentos de libertad daban algunos
beneficios a los patrones, pues hombres y mujeres se unían y procreaban
nuevos individuos que serían propiedad del amo, “sin costos adicionales” o,
por lo menos, un menor costo por un esclavo nuevo. La prohibición había
demostrado no ser el mejor remedio para someter el espíritu del negro, pero 115
al permitir (por otro lado) los bailes y festejos se abrían las oportunidades de
organización de los esclavizados. Quizás en esto se encuentre la raíz remota
del carácter de “cuero seco” que el político del siglo XIX Antonio Guzmán
Blanco identificó en el pueblo venezolano.

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Cantando la revuelta: la tradición oral en la organización de la rebelión

Muchos considerarán absurda la idea de utilizar una fiesta para organizar


una rebelión, pero durante el período colonial venezolano esto ocurrió, como
ya hemos apuntado, en las narices de los dominadores. La multidimensional
tradición oral de los esclavizados negros les permitió organizar en distintos
momentos de la dominación colonial movimientos insurgentes que abonaron
el terreno donde florecería la independencia de Venezuela. Como sentencia
Pollak-Eltz: “…las sublevaciones de los últimos años del siglo XVII eran nada
más el prólogo de las guerras de independencia que sacudieron al mundo
hispano-americano en las primeras décadas del siglo XIX” (1972: 20).
Bajo la circunstancia de un baile, los negros de la serranía de Coro se al-
zaron en 1795, y no fue un hecho fortuito o provocado por la borrachera como
algunos historiadores señalan, sino que se trató de una acción planificada
donde la vena cultural africana, palpitante en la tradición oral, haría su parte
en la fabricación de la revuelta.

La tradición oral en la lucha por la libertad: caso de la rebelión


de los negros de la serranía de Coro en 1795

La rebelión de los negros de la serranía de Coro en 1795, también conocida


como la rebelión de José Leonardo Chirino, es catalogada por muchos his-
toriadores como un movimiento preindependentista que marcó un referente
para la emancipación venezolana debido a su contenido político-social y su
carácter eminentemente popular. Consistió, sin duda, en un movimiento de
gran trascendencia por el hecho de haber nacido de las propias raíces del
pueblo oprimido, pero lo que cabe señalar es que no fue cualquier “pueblo
oprimido” el que protagonizó la rebelión, sino los descendientes de africanos,
mano de obra esclavizada de la serranía coriana que era víctima de grandes
atropellos por parte de las autoridades españolas, principalmente con el co-
bro de las llamadas “alcabalas”, cuya proliferación avivó el descontento hacia
el sistema colonial y los 300 años de esclavitud en Venezuela.
Esta rebelión ha sido abordada por diversos historiadores desde distintas
perspectivas que han tratado de presentar los detalles de los acontecimientos
y las raíces del levantamiento. No es el ánimo de este trabajo repetir el mismo
guion acerca del movimiento de 1795 que otros han elaborado, pero sí resulta
necesario para el análisis correspondiente que nos remitamos a alguna obra
116 de referencia obligada en el tema, en este sentido presentaremos lo que dice
un autor que la historiografía venezolana ha convertido en voz oficial de este
tópico, Pedro Manuel Arcaya:

De cualquier modo que fuera, lo cierto es que José Leonardo, ya a principios de


mayo, activó con el mayor secreto, de acuerdo con los pocos esclavos y labradores

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libres que estaban al tanto de sus propósitos, el proyecto de la insurrección, aprove-
chando haber ido a Coro Don José Tellería. Hicieron circular la voz de que a su re-
greso pensaba él organizar militarmente para que hicieran guardias en los caminos
en expectativa de los franceses, lo cual alarmó a todos los siervos y los predispuso a
cualquier tumulto, pues mucho temían, como cosa de que no tenían idea, el servicio
militar (1949: 38).

Relata el autor que Chirino había activado con el mayor secreto la insu-
rrección, aprovechando la ausencia de su señor. Implícitamente se tiene la
evidencia de la activación de los mecanismos de comunicación ancestral
de los negros, aunque no se menciona exactamente la manera que se utili-
zó, que es lo que nos interesa a la luz de lo que la evidencia de la tradición
nos indica.
Del grupo que participó en la rebelión dice Arcaya que:

En la ciudad de Coro habitaban los loangos la parte Sur de la ciudad llamada Los
Ranchos, y luego denominada también “Barrio de Guinea”, nombres que aún se
conservan. En aquel barrio tenían los negros sus diversiones, que eran ordinaria-
mente bailes al son del tambor africano, que duraban hasta media noche con los
cantos de su patria lejana, en su idioma nativo, y sin duda de la misma monotonía de
los que, ahora en español, aún se oyen durante la noche en los “trapiches” de la Sie-
rra de Coro, entonados por los “peones”, que descienden de la gente africana, reso-
nando como ecos lejanísimos de un remoto pasado, como la voz de innumerables
generaciones desaparecidas, que frente a las mudanzas accidentales determinadas
por los sucesos históricos, afirman la permanencia de los íntimos sentimientos que
acumularon para legarlos a sus descendientes (1949: 21-22).

Se refiere Pedro Manuel Arcaya a “la voz de innumerables generaciones”,


por supuesto que se trata de la tradición oral africana presente en los cánti-
cos, y cabe destacar que aún en tiempos en que escribió ese trabajo todavía
se escuchaban entre la peonada de los trapiches. No visualiza ningún ele-
mento subversivo en la oralidad, sino en la reunión propiamente del baile, sin
entender que para África el baile y el canto no están separados. Los bailes,
como ya hemos señalado, eran parte importante de la rebelión, pues permi-
tían la conspiración sin levantar sospechas. Ortiz sostiene que “El baile era
la preferente diversión del negro esclavo, no solamente porque en África lo
fue también, sino porque era favorecida por el amo por ser la más inofensi- 117
va” (1996: 218). Pasaban desapercibidas las acciones conspirativas entre
los bailes. Igualmente no levantaban sospechas otras formas de comunica-
ción para la organización de la revuelta, como los toques de tambores, Ortiz
afirma: “en la época de conspiración, parece que los negros se entendían

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Cantando la revuelta: la tradición oral en la organización de la rebelión

transmitiendo de una finca a otra sus ideas rebeldes por medio del son de
sus tambores” (1996: 215). Se evidencia con esto que el baile y el canto no
fueron la excusa sino la rebelión misma.
Con respecto a la situación concreta de la insurrección de 1795, Arcaya
refiere que:

Para dar el grito de insurrección, promovieron los conjurados un baile en el trapi-


che de la hacienda de Macanillas en la tarde del domingo 10 de mayo. Reunié-
ronse allá José Leonardo y algunos más, y ya en la noche pasaron a la hacienda
de El Socorro, donde se declararon paladinamente alzados. Proclamaban la “ley
de los franceses”, la República, la libertad de los esclavos y la supresión de los
impuestos de alcabalas y demás que se cobraban a la sazón. Pero es fácil com-
prender que no podían tener plan coherente ni sabían lo que significaban las pala-
bras “ley de los franceses” y “República”. En suma, José Leonardo procedía casi
inconscientemente, movido por íntimas tendencias de dominio que en él se habían
despertado haciendo resucitar al régulo africano (1949: 38).

Arcaya presenta un movimiento improvisado o desordenado que, aunque


influenciado por algunas consignas importadas, no tenía otro proyecto que
la anarquía. No ve Arcaya alguna otra motivación del movimiento que no sea
la coyuntura de la llegada de ideas de los jacobinos negros; no se duda de la
importancia de dichas influencias filosóficas, pero se desprecia el acumulado
cualitativo y cuantitativo de 300 años de dominación colonial en la que los ne-
gros sostuvieron con su trabajo a una sociedad excluyente que dejaba para
ellos la peor parte en lo económico, político y social. Les resta capacidad a
los negros de comprender lo que significaba ser libres y soberanos, y atribuye
las causas del levantamiento a la herencia cultural y a la “embriaguez” (1949:
38), lo que no advierte es que todo ello formaba parte de un gran entramado
cultural para la resistencia que se venía elaborando muy lenta y sigilosamente
con el transcurrir de los años.
Atribuye Arcaya otras motivaciones al movimiento insurreccional y a Chirino:

En el desquiciamiento del orden existente, vio José Leonardo la oportunidad de


asumir el papel de cabecilla. Decidido así a dar el grito de rebelión, no comunicó,
sin embargo, su proyecto, fuera de los primeros con quienes los había consultado,
sino a otros muy pocos individuos que destinaba a ser sus principales tenientes.
118 En cuanto a los soldados, él contaba con su prestigio para reunirlos en el momento
dado (1949: 36-37).

El levantamiento de la sierra sucedió un domingo y no es de sorprender


que se escogiera ese día y no otro pues las faenas del campo cesaban y los

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negros podían, con autorización del amo, realizar sus toques de tambor y sus
bailes3. En este movimiento insurreccional podemos sondear los aspectos ca-
racterísticos de la tradición oral africana y verificar que la misma sorprendió a
los europeos, porque la organización de la revuelta se realizó con una especie
de “secreto a voces”, con el cual los negros lograron comunicarse exitosamen-
te los planes de la rebelión.
Considerando aquello que sobre el método etnohistórico nos dice Perera
(1993): “La etnohistoria, asimismo, incorpora la visión del vencido a la inter-
pretación de los acontecimientos históricos, aunque ella esté contenida en
documentos elaborados por los ‘vencedores’ y sus funcionarios” (citado por
Rodríguez (2000: 19). Trabajaremos en el Informe presentado por Francisco
Jacotte sobre su visita a Coro entre mayo y julio de 1795, las impresiones so-
bre la sublevación de los negros de Coro y los aspectos relacionados con la
organización de los negros antes de la revuelta.
Francisco Jacotte señala, por declaración del párroco Pedro Pérez, frag-
mentos de los cantos y bailes sediciosos que hacían los negros antes de su-
blevarse. De ellos se conservan algunos versos que los interrogados pudieron
recordar tras la consumación del alzamiento:

Pero las especies que llamaron mas mi atención y que aumentaron mas mis sospe-
chas, fueron las que el venerable cura Parroco de aquella ciudad D. Pedro Perez,
me comunicó en mi casa con motivo de haberme venido a visitar: De modo que las
apunté por haverme escandalizado = Señor Comandante, me dixo, aunque había
hecho animo de morir entre mis Feligreses, voy a comprar dos mulas para tenerlas
pronto. Yo soy sacerdote, he confesado a muchas personas, y no puedo hablar
mas; suponga vmd que antes al levantamiento, se hacían unos Bailes, o Zambas
en que se cantaban unos versitos muy deshonestos, y que se bailaban mil obse-
nidades: me acuerdo de una que dice: mas vale negro con placa, que cabeza de
blanco: candela arriba, candela abajo, saca la macheta, corta la Cabeza, come los
zamuros, beva la Aguardienta. Al oir semejantes especies no pude menos de inte-
rrumpirle diciéndole que eran canciones sediciosos, a lo qual el Venerable Parroco
me contesto en estos términos = Pues asi se cantaban públicamente, y queriendo
yo desterrar a la Cantarina nombrada Paulina Antonia, mi Compañero me contestó
que era meterse en una question con el Justicia mayor, la llamé y le di una buena
reprehensión = en esto le replique diciendo, ¿pues que el Justicia mayor sabia de

119

3 “Los domingos y demás días de tabla, o sea de festividad religiosa cuya celebración no
podía excusarse, cesaban las faenas del ingenio, si no era época de zafra, descansaban
los esclavos; podían estos divertirse” (Ortiz, 1996: 213).

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Cantando la revuelta: la tradición oral en la organización de la rebelión

estos Bailes? Si señor respondió, porque eran públicos, con otras expresiones de
que no hago memoria4.

Francisco Jacotte relata cómo se dio entonces la conspiración, pero solo


después de haber visto consumada la acción rebelde, antes, el párroco Pé-
rez no pudo suponer (a pesar de haber notado el contenido sedicioso de
los versos) que se trataba de la organización de un movimiento mayor que
involucraba a una gran cantidad de esclavizados de la sierra para echar abajo
el orden colonial, por lo menos en la provincia de Coro. Los cantos se reali-
zaban a plena luz del día y en presencia de las autoridades del pueblo, que
en el momento no veían nada peligroso en estos. Un aspecto interesante es
la participación de una mujer de nombre Paulina Antonia en dichas acciones
subversivas. No sorprende tanto este detalle a juzgar por el papel importante
que jugaban las mujeres negras en la conservación de la tradición oral, ya ha-
blamos del caso de las nodrizas que transmitían los valores de la africanidad
a los niños bajo su cuidado.
Vemos cómo en este relato contrainsurgente, favorable por supuesto a los
sectores hegemónicos, se coloca de relieve la actividad de los negros en la
preparación del alzamiento. Gracias a este texto se hace posible extraer los
elementos propios de la acción de un grupo subalterno, que aunque no se en-
contraba escribiendo stricto sensu la historia de otro más de sus alzamientos,
dejaba huellas para rastrear las particularidades de los hechos. En el mismo
folio encontramos el relato de don Nicolás Coronado, quien señala otro de los
cánticos revolucionarios de los negros:

Don Nicolás Coronado haciendo conversación sobre esto, me informó lo mismo,


refiriéndome otros versos que también se cantaban en los expresados Bailes, y
eran = Candela abajo candela arriba, muera lo blanco, lo negro arriba: y Josef
Leonardo con su pandilla, junta los Negros en Macanilla, y con su volero de Pal-
ma Real, muera lo blanco negro semillan: Blanco cava, negro que para Semillan,
quien viviere lo verán = y otras muchas…5.

En cada uno de los versos recogidos por los dos informantes de la re-
belión se aprecia claramente la intención de los negros de hacer un movi-
miento organizado en la hacienda Macanilla contra los blancos. Establecen

120

4 “Coro. Expediente sobre levantamiento de los negros de aquella ciudad”, Archivo General
de la Nación, Subfondo Registro Público, Sección Judiciales, Serie Criminales, año 1795,
letra C, exp. 6, f. 61, vto-62 (ver Anexo).
5 Ídem (ver Anexo).

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Andrés Eloy Burgos
asimismo una valoración de los negros, en detrimento de la figura de su
dominador blanco, al que le auguran abiertamente la muerte.
Los informantes no se detienen en otros detalles como el lugar o el mo-
mento en que escucharon estas canciones subversivas, pero en resumidas
se entrevé que realmente tuvieron que haber sido muy cercanas a los acon-
tecimientos porque ya establecían un lugar específico para la reunión, como
ya se dijo, uno de los días de “libertad” con que contaban los negros eran los
domingos en que no se trabajaba y los amos les permitían ciertas diversiones.
En las canciones se aprecia una intencionalidad clara: apartar a los blancos
del camino por la vía de la fuerza, quizás conscientes de la superioridad mi-
litar de sus dominadores, se plantean atacar con todas sus fuerzas para des-
aparecer al enemigo y hacer prevalecer el elemento africano. En la expresión
“candela abajo, candela arriba”, es muy posible que se esté haciendo alusión
a la salida del amo de la hacienda Macanilla para el pueblo de Coro en día
domingo, es decir que José de Tellería “baja al pueblo”. Por otra parte también
puede interpretarse como una reacción generalizada de los negros, tanto en
el pueblo “candela abajo”, como en la serranía “candela arriba”.

Conclusiones

La oralidad es uno de los aspectos más característicos de los pueblos del


África Negra, y reviste una vital importancia para la conservación de la
información histórica entre estas comunidades que a lo largo de su exis-
tencia se han encontrado desprovistas de la escritura. La oralidad para
el África negra es un mecanismo de conservación de la cultura, tan fiel y
efectivo como lo es la escritura y otras formas de preservación de informa-
ción histórica que utilizan otros pueblos.
Por medio de la herencia cultural del componente africano se pudieron
apreciar los mecanismos de resistencia cultural utilizados por los afrodes-
cendientes a lo largo del período colonial americano. Se entiende que los
esclavizados al ser desarraigados no renunciaron a sus costumbres y formas
de asumir la vida, sino que por el contrario buscaron la manera de resistir
culturalmente, aclimatando sus ideas y preservando en su memoria colectiva
a su África natal. Con los esclavizados viajaron múltiples formas de expresión
de la tradición oral, las cuales perviven aún en la actualidad y que sirvieron
otrora para organizar los alzamientos y ataques al sistema de dominación 121
colonial en toda Nuestramérica.
Las formas expresivas derivadas de la tradición oral de los pueblos del
África negra sirvieron en diversas ocasiones como mecanismos para la

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de los negros de la serranía de Coro en 1795
Cantando la revuelta: la tradición oral en la organización de la rebelión

organización de las rebeliones de negros. Los bailes, la música de tambor y


los cantos de faena, entre otros, albergaban códices comunes para los ne-
gros, pero extraños para los dominadores, quienes los asumían muchas ve-
ces como inofensivos.
En la rebelión de los negros de la serranía de Coro del 10 de mayo de
1795, el componente africano hizo parte importante en la configuración de los
hechos, pues marcó una forma de comunicación entre los esclavizados que
permitió una rápida organización para el combate. La revuelta se organizó
al son de los cantos africanos y en el escenario de un baile en día domingo.
Lamentablemente, entre el exitoso estallido insurgente y la conquista de los
objetivos revolucionarios existió un abismo insalvable, del cual conservamos
la experiencia, tanto en nuestras venas como en nuestra conciencia, que ha-
brá de impedir el fracaso de futuras revueltas populares por la liberación de
una nueva forma de esclavitud: el neocolonialismo.

Fuentes consultadas

De Archivo

Archivo General de la Nación, Subfondo Registro Público, Sección Judiciales,


Serie Criminales, año 1795, letra C, exp. 6, “Coro. Expediente sobre levanta-
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Nuestro Sur. Caracas - Venezuela
Año 2 / Número 3 / Julio-Diciembre 2011 / pp. 125-154

LA MASONERÍA Y LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA

Eloy Reverón

Fecha de entrega: 14 de enero de 2011


Fecha de aceptación: 15 de abril de 2011

Resumen
La Masonería ha sido considerada precursora y protagonista de la indepen-
dencia de América. En el caso de Venezuela, tal afirmación resulta difícil de
sustentar con propiedad debido a la ausencia de fuentes masónicas anterio-
res a 1823. Mediante una breve explicación de los principios fundamentales
de la mencionada teoría, señalando la característica esencial de la llamada
independencia y los diferentes conceptos y usos del término masonería, se
pretende contribuir a la hermenéutica histórica de la conformación de una
teoría que interprete el proceso que se manifiesta con el término revolución
bolivariana, así como también a la desmitificación de los conceptos de maso-
nería e independencia. Esta perspectiva pretende explicar la historicidad del
concepto de independencia integral, propuesto por el presidente Hugo Rafael
Chávez Frías, confrontándolo a nuestras historiográficas, escritas para la oli-
garquía conservadora a partir de 1830, y a la visión que de la independencia
dejaron testimonio los masones.
Palabras clave: masonería, independencia, independencia integral, indepen-
dencia historiográfica, historiografía, liberación, revolución bolivariana.

Abstract
Masonry has been considered a precursor and hero of the independence of
America. In the case of Venezuela, that assertion difficult to sustain properly
due to the absence of previous Masonic sources, 1823. Through a brief expla-
nation of the fundamental principles of that theory, pointing out the essential
characteristic of the called independence and the different concepts and uses
of the term masonry, aims to contribute to historical hermeneutics of the for-
mation of a theory to interpret the process that occurs the term bolivarian revo-
lution, as well as demystifying the concept of freemasonry and independence.
This perspective seeks to explain the historicity of the concept of integral inde-
pendence proposed by president Hugo Rafael Chávez Frías, confronting our 125
historiography, written for the conservative oligarchy from 1830, and the vision
of independence left testimony of the masons.
Keywords: masonry, independence, independence integral, independence
historiographical, historiography, liberation, bolivarian revolution.

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La masonería y la independencia de Venezuela

Introducción

Así como existen la Masonería y las masonerías, existe una independen-


cia historiográfica y una independencia real o integral. La primera indepen-
dencia fue la ilusión de una clase dominante, conservadora, aristocrática,
colonialista y esclavista que durante la crisis de autoridad de su rey declaró
la independencia como una necesidad de “conservarse á sí misma, para
ventilar y conservar los derechos de su rey, y ofrecer un asilo a sus herma-
nos de Europa, contra los males que les amenazaban (Acta del 5 de julio
de 1811, en Montenegro, 1840: 70-76). La segunda fuerza de independencia
viene avanzando desde hace 200 años directos hasta el tiempo utópico de
la liberación.
De la crisis de autoridad sufrida por la monarquía española (1808-1812)
surgió una junta para defender los derechos del rey frente a sus funcionarios
que aspiraban conservar sus cargos con nuevos dueños franceses. Con la
gente en la Plaza Mayor hicieron renunciar al capitán general. Al año siguiente
los aristócratas esclavistas habían fundado una república independiente. Los
comerciantes isleños canarios y pardos se rebelaron contra la República en
nombre de su rey. Luego estalló una rebelión popular con visos de guerra civil
que duró tres sangrientos años. Después comenzó la guerra por la indepen-
dencia contra los ejércitos llegados de España.
¿Cómo armonizar hechos tan contradictorios? Un grupo de aristócratas
terratenientes comienza defendiendo los derechos de un rey y termina fun-
dando una república. Un grupo de comerciantes de origen canario instaura
una dictadura de terror para reponer a una monarquía colonialista y esclavis-
ta, contraria a los intereses del “libre comercio”. Finalmente los esclavos cima-
rrones y los mulatos, pardos, negros libres de los llanos, hacen la guerra a los
blancos aristócratas en nombre de un rey. A esta realidad se refería el general
Francisco de Miranda con el célebre término bochinche (Becerra, 1896, vol.
2: 263). En medio de este mar de contradicciones no podía faltar a quien se
le ocurriera señalar una mano oculta para explicar lo que no se ha querido
mostrar, encubriéndolo con la presencia de lo misterioso: la masonería.
El primer punto corresponde a un esbozo de los alcances teóricos funda-
mentales empleados para reflexionar sobre la masonería, su concepción del
pasado, la presencia masónica en la historia venezolana, las motivaciones
históricas de los masones del siglo XIX y del siglo XX, la concepción historio-
126 gráfica y la naturaleza ideológica del discurso de los diferentes actores y su
ubicación dentro del campo de las fuerzas de dominación o de liberación a fin
de precisar ¿cuál masonería? y ¿cuál independencia? Y finalmente, cuál es
la relación histórica entre la masonería y la independencia.

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Eloy Reverón
Alcances teóricos fundamentales1

Como instrumento primordial para el proyecto colectivo de construcción de un


espacio material y espiritual en función de la liberación, la historia ha de ser
reformulada radicalmente para poder asumir el reto desde la propia mediación
hermenéutica, y una vez que ha entendido la situación histórica del oprimido,
interrogar a la totalidad de todo el saber posible desde la óptica del cambio que
avanza para actuar con mayor impulso en la transformación de la vida social,
cultural, política, económica y espiritual que nos exige la praxis histórica.
Comenzamos con la creación de un marco teórico para tratar la relación
de dominio establecida por el Estado colonial desde la resistencia de la india-
nidad, ubicando el objeto primordial del coloniaje-colonialismo con la indianidad
desde 1492 hasta 1999 (Reverón, 2002), se enuncia mediante la representación
ideográfica de la estructura de dominio impuesta por el reino de Castilla y León
durante el inicio de la relación: la Corona impone y el aborigen se resiste. Se
resiste a la implantación de un modelo de sociedad que lo excluye y desco-
noce como ser humano. Para definir los elementos constitutivos del esquema
ideográfico para el estudio de la historia de Venezuela, partimos de la síntesis
de la Weltanschauung, vale decir, la cosmovisión que trae el invasor, el mo-
delo al cual se resistió la cultura preamericana.
Consiste en el despliegue de nuestro pasado desde la submisión de la
Weltanschauung propuesta y elaborada mediante cuatro principios constituti-
vos esenciales desde el filosofar de J. M. Briceño Guerrero (1981). Los princi-
pios señorial, cristiano, imperial y racional constituyen la representación mejor
acabada y más sintética para definir al sujeto de resistencia dejando abiertas
sus posibilidades interpretativas y, sobre todo, representándolos mediante
ideogramas para hacerlos infinitos en su íntima combinación.

1 La elaboración teórica que conduce la presente reflexión surge de la redacción de dos tesis
de maestría para elaborar los marcos históricos que se expresaron desde la cosmovisión
del indígena para evaluar y proponer políticas públicas relativas a la indianidad a la luz del
indigenismo interamericano (Reverón, 1992) y como variable histórica para el marco históri-
co del análisis estratégico en el área de la seguridad y defensa integral (Reverón, 2005). El
segundo alcance de esta teoría fue publicado en un artículo de revista arbitrada identificado
como “Teoría de la historia de la resistencia indígena” (Reverón, 2007), a partir de esa prime-
ra versión han sido publicados nuevos alcances en lenguas como el africanier, el esloveno
y otras, traducidas por Argenpres (Agencia Argentina de Noticias) quien la distribuyó en los 127
países de habla hispana con el subtítulo que ya le había agregado a ese último alcance:
“Hacia la teoría de la historia de la revolución bolivariana”. Entiéndase revolución bolivariana
el proceso iniciado con la reacción del primer aborigen a los cuatro vectores de la fuerza
de dominación transatlántica iniciada a partir de 1492 hasta el alcance de la independencia
integral de Nuestramérica.

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La masonería y la independencia de Venezuela

El principio señorial fue representado mediante la figura ecuestre portando


lanza y espada. El principio de la cristiandad mediante la cruz. El principio
imperial con la corona y el racional mediante el cubo; ubicados dentro de
una matriz epistemológica para establecer relaciones de análisis en virtud
de operar las diferentes combinaciones en su relación con los distintos re-
gímenes políticos y visualizar la proyección geográfica de la economía y la
cultura europea en Nuestramérica a partir de la invasión de 1492.
La imagen de la figura ecuestre portando una lanza representa el principio
señorial en su proyección de conquistador del espacio geográfico mediante
la fuerza de las armas. Es la erótica de la dominación, el machismo y toda la
carga ideológica que implica.
La imagen de la figura geométrica del cubo representando el principio
racional que supone su proyección, no solo arquitectónica en su capacidad
de construir un sistema urbanístico, con plazas, iglesias, caminos, puertos,
acueductos, cuarteles, fortalezas, conventos y universidades; sino que, ade-
más, un principio racional de dominación construyendo la estructura lógica e
intelectual justificadora del dominio colonial español en América y de toda la
violencia e injusticia producida al implantarla. Un principio racional que justifi-
ca su violencia y cleptocracia en la llamada justa guerra propuesta por Ginés
de Sepúlveda, la razón conquistadora iniciada por Cortés, la implantación
de un modelo de raciocinio característico de una cultura que se expandió
hasta el lado occidental del Atlántico, subsumir cultura, técnica y riqueza de
la indianidad para impulsar a aquellos reinos de Castilla y León; residuo de la
cristiandad y sus vecinos, para poder construir aquello que hoy conocemos
como Europa. En pocas palabras: acumulación originaria, botín arrebatado a
Moctezuma. Razón de Estado de los reinos de Castilla y León para enfrentar
a los turcos en Lepanto. Una razón que encubre los aportes tecnológicos que
salvaron aquellos reinos de las hambrunas.
Se agrega el símbolo de la cruz en representación del principio de la cris-
tiandad, en cuanto a paideia, elemento de unificación universal del espíritu
religioso. Pero además de esa universalidad en cuanto al derecho a disfrutar
del reino de los cielos, después de la muerte, existe una justificación religiosa
no solo para implantar el régimen monárquico, sino también para justificar el
negocio de salvación de las almas y las visas o indulgencias para ir ganando
ese cielo desde la vida terrenal, cuando esa cruz opera como fuerza domi-
nadora se manifiesta la cristiandad. Una cultura con componente religioso
128 cultural cristiano. Se subordina la religión católica a las estructuras políticas y
económicas de la cultura mediterránea, supuestamente heredera de Grecia y
Roma. Ilustrados en lenguaje ideográfico: la cruz se acerca de manera subor-
dinada al símbolo de la corona y al cubo.

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Eloy Reverón
Constantino en el Imperio romano oriental, bizantino, a partir del siglo IV
será probablemente su primordial impulsador. “El cristianismo es una religión
crítico mesiánica, de clara significación político-profética desde los pobres
y esclavos del Imperio romano” (Dussel, 2007: 72). Son las caras opuestas
de una misma cruz, dos lecturas opuestas de la misma Biblia. José Porfirio
Miranda muestra los giros semánticos de ciertas palabras a partir de la fecha
señalada por Dussel mediante una rigurosa exégesis y revisión de buen nú-
mero de especialistas (Miranda, 2008).
En el lenguaje ideográfico se representa la flecha del vector en sentido
contrario cuando la Teología de la Liberación reacciona como fuerza liberado-
ra. Jesús de Nazaret es condenado culpable de amenazar el orden impuesto
por el Imperio romano.
La corona en representación del principio imperial ilustrando la capacidad
de organización y el derecho constitucional para montar el sistema burocrá-
tico imperial, en cuyo espacio nunca se oculta completamente el sol, monar-
quía, Estado, poder político.
Todo lo dicho hasta ahora y por decir respecto a los cuatro principios que-
da resumido en la relación ideográfica de las cuatro imágenes.
Cuando la corona decide expandir geográficamente su cultura monárqui-
ca, colonialista y esclavista, estos cuatro principios adquieren la connotación
de fuerzas de dominio colonial, por esto se expresan mediante flechas direc-
cionales que orientan el sentido de cuatro vectores desde los cuatro símbolos
de donde proviene la fuerza de dominación y por donde se reacciona la fuer-
za de liberación.
Para representar gráficamente la estructura de dominio colonial coloca-
mos las flechas como representación de los vectores de su fuerza y los pro-
yectamos hacia un cuadrilátero figurativo de la Casa Grande (Freyre, 1977),
en representación de la hacienda como unidad productiva del régimen econó-
mico implantado por el Estado español en sus dominios de ultramar.
Utilizando los símbolos al estilo que los masones aplican a sus enseñazas
y proyectándolos mediante flechas a la usanza de la ciencia física para poder
explicar con mayor elocuencia su desempeño como vectores de la fuerza de
acción del dominio colonial español, y en sentido contrario, los vectores de la
fuerza de reacción liberadora, hemos construido un esquema que engulle al
materialismo histórico, quedando abierto para seguir incorporando ideas, el
pensamiento de dominación y el de liberación en relación dialéctica.
Representada de esta manera la estructura del sistema colonialista escla- 129
vista español entendemos que independizarse integralmente implica la ruptu-
ra de los cuatro vectores de la fuerza del dominio colonial (Reverón 2005), sin
las sustituciones o mutaciones de las nuevas formas de dominio colonial que
aparecieron en el mismo devenir histórico, inmediato a la contienda bélica.

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La masonería y la independencia de Venezuela

Visualizar ideográficamente la estructura del dominio colonial permite per-


cibir la forma cómo fueron atados los nudos del dominio colonial y, sobre
todo, apreciar la manera de desatarlos para realizar la praxis liberadora que
supone la emancipación, la cual pretende engullir la perspectiva hermenéuti-
ca complementada con el concepto de Europa, modernidad y eurocentrismo
desarrollado desde la década de los sesenta por el filósofo mexicano de ori-
gen argentino Enrique Dussel (2000), y la crítica a la filosofía de la opresión
del mexicano José Porfirio Miranda (2008), la filosofía de la realidad histórica
desarrollada por el vasco salvadoreño Ignacio Ellacuría (1990) y la alienación
como sistema del venezolano Ludovico Silva (1983).
El esquema ideográfico para visualizar la estructura de dominio propuesta
por el naciente Imperio español facilita la posibilidad de estar atentos acerca
de cuáles cadenas se han mantenido atadas durante cuanto tiempo, y cuáles
se conservan intactas o cuáles no han aminorado o transmutado su función
como fuerza de dominación. Si no conocemos la realidad histórica la praxis
transformadora no opera: una concepción de la historia como resultado de la
hermenéutica de un filosofar que preserva la unidad entre el pasado y hoy. Un
período de un alcance o duración X, donde X=1492 hasta la liberación; cons-
ciente de que si no se formula el pasado con propiedad dificulta demasiado el
ante presente para actuar en el aquí y ahora como realidad permanente que
cambia cada segundo. Estar alerta para escoger el paradigma adecuado a
cada espacio-tiempo histórico.
Si existe un solo tiempo histórico donde se debate el conflicto entre do-
minio y liberación, un conflicto donde se impone un modelo de sociedad a la
fuerza, una fuerza con cuatro vectores claramente identificados, entonces no
queda espacio para continuar aceptando la división de la historia en descubri-
miento, conquista, colonia e independencia y repúblicas.
Surge entonces la historia como un manto unificador e infinito que en-
vuelve todas las ramas del conocimiento humano, ubicada en el umbral de la
realidad, en la puerta de acceso a un filosofar que permite a los seres huma-
nos la posibilidad de construir una historia como praxis liberadora desde el
momento presente.
La fuerza de la tradición intelectual propone investigar sobre el proceso de
independencia. Después de todo lo expuesto, las variables que interaccionan
en la “independencia” vienen desde el origen de la dependencia, vale decir,
formulado desde el proceso de invasión, conquista militar y colonización men-
130 tal que inició su avance lento y violento a partir de 1492.
En la misma exégesis del lenguaje del discurso de dominación colonial
buscamos algunas interrogantes: ¿de qué manera pudo una institución como
la Masonería irrumpir contra los vectores de las fuerzas de este dominio co-
lonial convertidos en cadenas durante tres siglos de dominio para participar

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Eloy Reverón
activamente en la llamada independencia? Lejos de liberadores, ¿serían los
masones neocolonizadores? Lo que representa la escuadra y el compás, ¿se
preserva como principio de liberación frente al oscurantismo ultramontano
de la cruz como han dicho tradicionalmente los masones venezolanos? ¿O
estamos ante un nuevo vector de dominio al estilo de los Estados colonialis-
tas emergentes que fueron sustituyendo a la corona española? ¿Masonería
inglesa? ¿Masonería francesa? ¿Masonería internacional?

¿Cuál masonería?

Es conveniente diferenciar a la mazonería escrita con z de la masonería con


s y la escrita con minúscula o a la Masonería con mayúscula. La primera
acepción corresponde a la organización de las guildas de alarifes o albañiles
que trabajaban en la construcción de obras sacras tales como catedrales y
abadías (DRAE). La segunda acepción corresponde a la masonería moderna
conocida también como francmasonería, especulativa o histórica, cuyos ini-
cios han sido determinados entre 1717 y 1723.
Cuenta la leyenda que la noche de San Juan de 1717, en una taberna
londinense, cuatro maestros retirados de los oficios mazónicos decidieron
constituir la primera Gran Logia Masónica de Inglaterra. Luego, en 1723, un
reverendo protestante de apellido Anderson redactó la primera Constitución
Institucional. Vale reiterar que esta célebre tenida pertenece al orden legen-
dario, un momento primordial del imaginario masónico. La Constitución es
concreta e histórica.
Nos referiremos a la Masonería con mayúscula para diferenciarla de la
masonería con minúscula que la utilizamos cuando la refieren otros escri-
tores que no establecen diferencia entre el masonismo y la Masonería. Por
masonismo entendemos la masonería como sustantivo común, una forma de
reunirse organizarse y hasta de conspirar. Masones como acepción que utiliza
quien no sabe lo que es la Masonería. Eventualmente emplean el vocablo
para identificar cualquier reunión secreta de conspiradores en un local tildado
como logia, o de alguna otra fraternidad que se reúna en locales semejantes.
La Masonería venezolana es la que estudiamos a través de sus documentos
originales y archivos masónicos, aquella que definimos como un modelo de
organización para la sociedad civil, la promoción de los principios de tole-
rancia, fraternidad, mutua ayuda, la que percibimos en las actas y minutas 131
en el Archivo de la Logia Esperanza (Reverón, 1992) y la presencia de una
organización que fue señalada como posterior a las enseñanzas que difunde
(Clausen, 1974).

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La masonería y la independencia de Venezuela

Centramos su definición en esta historia, según reza en la primera Consti-


tución Masónica editada en Venezuela en 1849, en su artículo 1:

La Asociación mas: en Venezuela, como en todos los países en que existe, tiene
por objeto la práctica de la moral y las virtudes, el estudio de las ciencias y las
artes, una protección mutua y decidida entre sus miembros, y en desempeño de
todos aquellos deberes, que armonizando con sus principios y dogmas, propendan
al bienestar de la humanidad, sin ingerirse jamás en asuntos políticos y religiosos.

No se necesitan cualidades de lingüista, especialista en exégesis del len-


guaje o de analista hermenéutico para percibir que se autodefinen como una
sociedad de mutua ayuda, constituida por personas respetables y respon-
sables dentro de la sociedad, orientadas de manera dogmática, obligadas
a no ingerirse en asuntos políticos ni religiosos. Dada esta autodefinición,
podemos deducir que dentro de la orden no se puede estar conspirando ni
promoviendo una acción tan violenta como las guerras civiles del siglo XIX en
Venezuela. Lo que sí no excluye es la posibilidad de utilizar el prestigio de la or-
den y la condición masónica de sus miembros para conspirar o promover la paz,
como lo muestran documentos masónicos estudiados (Reverón, 1992).
En Cumaná, durante el año de 1823, la Masonería simbólica fue definida
por los masones de la logia Perfecta Armonía como sinónimo de francmasone-
ría (Francmasones, 1823). Establecen diferencia entre masón de teoría identifi-
cado como francmasón y masón de práctica, este último es el obrero, albañil o
alarife. Llama la atención que se señala que el alarife, entendido como clase tra-
bajadora, no podía ser iniciado francmasón. No así la masonería de damas, a la
cual define como menos austera, pero no menos útil ni importante. A diferencia
de en el siglo XX, cuando se le exige que tenga medios honrados de subsisten-
cia y cubrir las cuotas de mantenimiento de la logia y una suma suficiente para
convidar a los asistentes a su iniciación. Una diferencia esencial.
Establece distancia con la masonería de “altos grados”, pero la señala uni-
da a la masonería simbólica, pero como desarrollo de esta. No define ex-
presamente la Francmasonería, pero sí al francmasón como un “sectario de
la ley natural, amigo del género humano, hombre sabio y virtuoso que se
esfuerza cuanto puede por serlo más y más”. Hace juramentos, se le llama
falso hermano cuando los quebranta. Define al hermano como el nombre que
los masones “se dan en logia y cuando se escriben”. Define a la logia como el
132 lugar donde se reúnen los masones. Cuando establece diferencia haciendo
énfasis en logias de la correspondencia, define a estas últimas como logias
regulares “Dependientes del Gran Oriente”, para 1824 ya se había fundado un
Gran Oriente. De tal manera que la logia del general Páez buscaba en Esta-
dos Unidos una logia que le otorgara carta patente. Esto de alguna manera

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Eloy Reverón
confirma la irregularidad de la logia del general Páez o la falta de correspon-
dencia con la logia de Cumaná.
Finalmente la Masonería con mayúsculas es una masonería primordial y
primigenia que alude a una tradición iniciática con la cual se sienten identifi-
cados todos los miembros que han sido recibidos mediante un ritual de inicia-
ción, sea cual fuere su rito u obediencia. De esta nos mantenemos al margen,
nos ocupamos de la masonería histórica, a la cual podemos relacionar con los
documentos estudiados. Para efectos de este estudio la Masonería con mayús-
culas será aquella susceptible de ser estudiada mediante sus documentos e
impresos de la época correspondiente.

Interpretación masónica del pasado

La Masonería ha sido identificada desde la opinión pública venezolana como


una institución forjadora de libertades (Magallanes, 1975: 101). La documen-
tación encontrada muestra a una institución que existió en Venezuela como
consecuencia de la llamada independencia y que en este país se acusa la pre-
sencia de masones e, incluso, de algunas logias; y más aún, tanto la presencia
de venezolanos iniciados en el exterior como la de masones extranjeros que
llegaron a pelear a favor y en contra de la llamada guerra de independencia.
Pero es después de las primeras décadas del siglo XX cuando surgen los
efectos del culto a los héroes, entonces, el imaginario masónico venezolano
apunta versiones más o menos incoherentes y anacrónicas que de alguna
manera sugieren que el joven masón Simón Bolívar viajó a Europa para en-
contrar al Gran Maestro de la Logia Lautaro que funcionaba en el 59 Frafton
Way de Londres, residencia de don Francisco de Miranda, para que este lo
iniciara en los augustos misterios de la libertad, igualdad y fraternidad que la
Masonería venezolana adoptaría por primera vez en la Constitución de 1924.
La historia oficial de la Masonería venezolana ha sido escrita por aficio-
nados, salvo excepciones muy precisas, personas con formación intelectual,
incluso profesionales universitarios, pero carentes de los rudimentos esen-
ciales para tratar asuntos historiográficos. Con un desconocimiento evidente
de la producción académica sobre el tema continúan repitiendo narraciones
episódicas cuya fuente esencial es una suerte de inspiración religiosa que los
induce a creer que la organización masónica a la cual pertenecen mantiene
algún vínculo de continuidad histórica con las “logias” que pudieron haber 133
existido y a las cuales estuvieron vinculados notable cantidad de hombres
célebres del pasado.
Es necesario aclarar que la historiografía venezolana comienza a mencio-
nar la presencia de la institución en la Historia contemporánea de Venezuela

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La masonería y la independencia de Venezuela

escrita por Francisco González Guinán, quien estuvo vinculado a la logia


Alianza de Valencia, según la colección de cuadros logiales del Instituto Ve-
nezolano de Estudios Masónicos (CCL.IVEM) y el testimonio propio expuesto
en sus Memorias. Ramón Díaz —quien fuera miembro fundador de la logia
Esperanza no 37 de Caracas— y Rafael María Baralt en Resumen de la his-
toria de Venezuela hacen caso omiso a la posible injerencia de la Masonería
en la historia patria. Eran de ideología conservadora, su historia fue la justi-
ficación de tantos años de violencia mediante la idea altruista de la libertad
y la independencia por el precio de la sangre derramada, frente a la realidad
encubierta de una independencia incompleta a la cual no se reconoce con
esa sutileza porque también justifica la continuidad del mismo sistema de
explotación al servicio de los nuevos acreedores financieros.
Salvo algunas menciones de escasa relevancia, la Masonería no fue toma-
da en cuenta para la historia hasta tanto comenzaron los masones a declarar-
la madrina de la independencia (Valdivieso, 1930).
Los primeros rastros de presencia institucional de la masonería en Vene-
zuela comenzaron a manifestarse en la historiografía masónica venezolana
en una nota agregada por el editor masón José de Jesús Castro, en 1858, a
la versión en lengua de Cervantes de la Pintoresca historia de la Masonería
y las sociedades secretas firmada por F.B.T. Clavel, publicada originalmente
en París en 1842. Señala en una nota el editor venezolano que la Masonería
arribó a los puertos venezolanos a partir de 1808. Esta obra fue de escasa
distribución, considerada como un libro raro. El primero y prácticamente el
único que lo citó fue Asciclo Valdivieso Montaño, para manipular la referencia
omitiendo precisamente la fecha de 1808 y, de esta manera, presentar como
masones a los reos de la rebelión de los Cerrillos de San Blas, recluidos en
La Guaira, y constituirlos por obra y gracia de la manipulación indebida de la
información como fundadores de la masonería venezolana en 1797.
El investigador masón colombiano Américo Carnicelli no considera maso-
nes a ese grupo de La Guaira. Llama la atención que los trabajos de Valdivieso
no hubiesen sido tomados en cuenta por uno de los investigadores masones
más serios e incansables como Carnicelli. Su trabajo titulado La masonería en
la independencia de América (1970) representa el primer esfuerzo sistemáti-
co, documentado y serio realizado en función de vincular históricamente a la
Francmasonería o Masonería con la independencia, después de 32 años re-
copilando y ordenando cronológicamente los documentos publicados en dos
134 volúmenes donde registró listas de logias y de sus miembros donde figura un
elevado número de personalidades vinculadas al proceso histórico conocido
como independencia.
Para estas páginas hemos seleccionado algunas publicaciones masó-
nicas de los siglos XIX y XX, así como los documentos masónicos que

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Eloy Reverón
pasaron desapercibidos por la lupa de Carnicelli. Incorporamos estos úl-
timos al discurso histórico para que el lector pueda apreciar si es en la
independencia o en la pacificación donde se percibe mejor la presencia
masónica. El estudio de las relaciones personales entre los masones a
través del análisis del discurso de Robert Ker Porter en su Diario ya fue
esbozado en México, más adelante resumimos las observaciones prelimi-
nares de una primera lectura analítica.
Por ahora nos interesa señalar que Carnicelli dedicó un espacio de su
obra a la Masonería en Venezuela, referencia obligada por la seriedad y mi-
nuciosidad técnica en la elaboración de su trabajo. Es muy difícil encontrar
algún masón del período de la independencia que no figure en sus listas. En
estas no aparecen ni Miranda, ni Antonio José de Sucre, ni Simón Rodríguez,
ni Andrés Bello, porque no se han podido vincular a documento masónico
alguno. En el caso del mariscal Sucre señala: “En las investigaciones históri-
co masónicas no ha sido posible comprobar si el gran Mariscal de Ayacucho
ingresó a alguna logia en Venezuela o en las islas antillanas o en Cartagena
de Indias. No se encuentra su nombre en ningún documento masónico de la
época” (Carnicelli, 1970, t. II: 15). Sobre el tema nos referimos con detalle en
(Reverón, 1995b).
No muestra su entusiasmo sobre Miranda masón: “Nuestras investigaciones
no han tenido éxito para conocer el nombre de la logia, así como el lugar y la
fecha de iniciación en la Masonería del general Miranda (…) pensó en una
organización similar, patriótica y americana para llevar a efecto sus planes polí-
ticos relacionados con la libertad de la América Española (Carnicelli, 1970, t. I:
73). Aunque lo llama Gran Maestro de la Gran Reunión Americana, cuando se
refiere a ella señala: “Los fines de esta sociedad de carácter masónico eran los
de la emancipación de las Colonias Españolas en América” (Carnicelli, 1970, t.
I: 74). En realidad se apoya sobre una conjetura de Jules Mancini a la que hace
referencia pero no cita. En la edición a que alude Carnicelli (Editorial Bouret de
París), Mancini apunta:

Solo de una manera imperfecta conocemos el método complejo empleado por Mi-
randa en la elaboración subterránea de aquella obra magna (…) El principal instru-
mento de propaganda de que se sirvió parece haber sido, en efecto, la vasta aso-
ciación secreta que hacia 1797, fundó él en Londres, y cuyo papel fue considerable
sobre los destinos de la emancipación (Mancini, 1923: 269; cursivas nuestras).
135
No hace referencia alguna para fundamentar su conjetura. Pero continúa
su discurso diciendo:

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La masonería y la independencia de Venezuela

Iniciado en las prácticas de la Francmasonería en una época cuando los dogmas


igualitarios de que ella se inspira comenzaban a socavar los cimientos del Antiguo
Mundo (…) el antiguo compañero de los filadelfos ambicionó formar de adeptos
que a su vez esparcieran en Sudamérica las luces del nuevo espíritu. Tomando
modelo sobre la organización de las sociedades de los iluminados, reunió en torno
de él a todos aquellos de entre sus compatriotas a quienes animaban las mismas
esperanzas, y se instituyó Gran Maestre de una “Logia Americana” (Mancini, 1923:
269-270).

No merece mayor comentario semejante mezcla de francmasones con


filadelfos e iluminados, no son unos ni los otros, sino todos juntos como la
Santísima Trinidad. Esto no desmerece la seriedad de Mancini, pero sí habla
de su ingenuidad. Vale destacar el maniqueo presente al vincular la conspi-
ración como factor dinámico casi exclusivo del proceso de cambio político, al
romper el efecto de los vectores correspondientes al dominio militar y político
administrativo identificado como independencia.
La Sucinta relación histórica de la Institución Masónica de Venezuela,
obra colectiva de los masones pertenecientes a la generación de relevo
de los llamados libertadores, tiene la virtud de ser el primer impreso que
muestra interés por la historia de la Orden al hacer una reseña histórica de
la Masonería en Venezuela (Francmasones, 1852). Pero se trata de una
obra cuya realización obedeció más a circunstancias especiales relativas
la época de su edición que a una conciencia por dejar referencia histórica
de la Orden. Sin embargo, contiene información valiosa para seguir la pista
en la investigación de otros subtemas de la especialidad. Nos compete
evaluar el seguimiento del “Espíritu” (Francmasones, 1823) en contraste
con la otra Masonería del siglo XX.
La circunstancia histórica que los rodea se perfila dentro de una nación que
solo había podido hacer política mediante el uso indiscriminado de la violencia,
y había surgido una institución destinada a forjar en los hombres el espíritu de
la tolerancia, la fraternidad, la solidaridad y motivados por hallar la paz.
El texto revela el fracaso de la posición asumida por un sector de la Maso-
nería ante una situación cismática que socavó las bases de la organización
política de la Orden, quedando algunas logias dispersas en la provincia, dando
muestras del fracaso de un simple ensayo de entendimiento civil. Las logias
se retiraron de la organización, tal como lo hizo la logia Concordia no 6 que se
136 desintegró y abandonó el “templo de la filosofía para impedir que se repitiese
la profanación de los altares de la virtud y del saber” (Francmasones, 1852: 9).
La situación descrita es una muestra de la grave situación política de la
nación (y como consecuencia de sus instituciones) desde el primer día de
su existencia formal. No es el espacio para tratar las 15 ideas que rondan

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Eloy Reverón
alrededor del tema central que pertenece a motivaciones personales de los
autores. Del folleto en cuestión nos interesa puntualizar que, durante la déca-
da de los cincuenta del siglo XIX, este grupo social manejaba como un hecho
masónico el proceso de pacificación y el principio del fin de la Guerra a Muer-
te, como obra de la Masonería. En este caso, la masonería de ellos entendió
el abrazo que se dieron los generales don Pablo Morillo y don Simón Bolívar
como un símbolo masónico de reconciliación (Reverón, 2001: 188-199).
En el contexto histórico la guerra terminó por un acuerdo momentáneo
de la clase dominante para terminar con esa forma tan sangrienta de hacer
política, y sobre todo, el gatopardismo de que todo cambiara para que no
cambiara nada.
En el transfondo económico del asunto: los gastos del ejército de ocupa-
ción y de la administración de la colonia, el régimen burocrático gastaba más
de lo que producía. La clase colonialista tampoco tenía experiencia adminis-
trativa, el modo de producción esclavista agonizaba por el mismo trasfondo
económico: la contratación de una deuda externa secular que será precisada
más adelante.
Los masones de 1853 vivían dentro de esa realidad socioeconómica, en-
tendían a la Orden con fines diferentes a los conspirativos, las logias abatían
columnas cuando la política penetraba. Por eso el celo expreso de no tratar
asuntos políticos ni religiosos.
Atribuyeron el armisticio firmado en la población de Santa Ana, hoy estado
Trujillo, a la cualidad de ejemplo masónico para la lucha por la paz, la concor-
dia y la caridad. La Masonería como paradigma del entendimiento humano.
El texto pone en evidencia la existencia de una masonería constitucional.
Señalan que el Gran Oriente Nacional organizó logias, Altos Cuerpos y a la
Gran Logia de Venezuela. Mencionan sus leyes estatutos y Constitución. No
indican fechas, presumimos que se trata de la Constitución de 1847-1849 y
los estatutos posteriores. Los datos históricos son imprecisos, como si la his-
toria de la Masonería hubiera empezado a finales de la década de los veinte
del siglo XIX. Apuntan el año de 1817 como el de la llegada de los primeros
masones, tal vez antes con los ejércitos invasores a favor de ambos bandos.
El interés de los autores se concentró en la necesidad de justificar las cau-
sas que habían hecho socavar a la institución, las cuales pueden resumirse
en la violación de las propias reglas acordadas. Reflexionan sobre la falta de
objetivos citando el discurso del masón de mayor antigüedad y jerarquía de
entonces, el general Santiago Mariño, pronunciado el 16 de mayo de 1852, 137
donde lamenta la reducción de la Orden a rituales y mezquinas limosnas.
Manzana de la discordia: abuso de autoridad. Las causas del cisma no
vienen al caso. Es relevante observar que el factor político rompió las ilusiones
del ideal de la institución y el hecho concreto de la desilusión del “Espíritu”

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La masonería y la independencia de Venezuela

propuesto en 1823, y que a mediados del siglo XIX los masones estaban lejos
de pensar en el culto a los héroes o en el culto a la personalidad, vale prestar
atención a los nombres de sus logias, ninguna ostenta nombre de masón
alguno ni de héroe del Olimpo de la Patria.
Es necesario realizar un estudio más detallado para precisar si los enfren-
tamientos obedecen a la simple lucha por el control del poder político, o si
existen posiciones encontradas ante la realidad de la preservación del modo
de producción esclavista colonial entonces en crisis.

Visión masónica de la historia en el siglo XX

El 8 de junio del año 1930, el ya citado doctor Valdivieso, destacado personaje


de la vida política, jurídica y masónica venezolana, publicaba en el diario La
Esfera de Caracas un artículo donde afirmaba que la Masonería era “Madrina
de la Independencia de América”. No se dejó esperar la reacción de la Aca-
demia Nacional de la Historia con sede en Caracas, en la pluma del erudito
historiador monseñor Nicolás Navarro. No pretendo reproducir la polémica
que se proyectó durante ese año y los años siguientes, pero sí vale la pena
destacar que desde 1988 hemos realizado seguimientos bibliográficos, he-
merográficos y documentales masónicos donde mostramos la inconsistencia
de semejante afirmación, sobre todo al confrontarla con la realidad histórica.
Durante la década de los treinta y cuarenta quedó demostrado, momen-
táneamente hasta 1956, que Simón Bolívar no podía haber pertenecido a la
Orden de la Escuadra y el Compás, así debieron buscarse otro héroe prototipo
masón. En 1950 aparece por primera vez Francisco de Miranda como masón
en los archivos de la logia Esperanza. Seis años más tarde fue publicada una
copia del libro de Actas de la logia San Alejandro de Escocia, de París, donde
consta que Simón Bolívar recibió el grado de compañero (Díaz Sánchez, 1956).
El citado documento fue evaluado en su momento por la paleógrafa Dolores So-
tillo de la Academia Nacional de la Historia. Es la firma auténtica de Simón Bo-
lívar, el entonces futuro libertador se encontraba en París. En el documento
aparece un detalle poco celebrado por los masones dedicados a escribir so-
bre el pasado glorioso de la Orden: la firma de Janna de la Salle, una dama.
Los cultores del héroe prototipo masón rechazan la presencia de la mujer en
la Orden. De manera que si Bolívar perteneció en algún momento de su vida
138 a la Orden, fue en una logia de diferente naturaleza a la de quienes se vana-
glorian de la pertenencia de los héroes de la independencia a la Masonería.
Valdivieso también fue el creador de una leyenda masónica que de tanto
repetirla casi la convierten en historia al referirse a los condenados por la re-
belión de San Blas, prisioneros en las mazmorras de La Guaira en 1797. Esta

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Eloy Reverón
“epidemia” legendaria entró a través de la historiografía española, vía enciclo-
pedias; especialmente la Enciclopedia Universal (Espasa Calpe, 1917, t. 33),
consultada por Valdivieso Montaño y repetida indirectamente por los autores
posteriores. Para que esta información no contradijera a la nota del editor J. J.
Castro en la traducción de la citada obra de Clavel, borra de la cita entrecomi-
llada el año de 1808, fecha que el editor ofrece como la de la llegada de los
primeros masones a Venezuela.
Los trabajos de Valdivieso sobre historia de la masonería fueron presenta-
dos en tenidas de instrucción publicadas en la prensa, “Un Capítulo de historia
masónica de Venezuela (La Esfera, 1931). De la Introducción de la Masonería
en Venezuela (Valdivieso, 1928) señalaremos algunas ideas que competen al
tema en cuestión.
Involucra a la masonería en el movimiento de independencia de la América
íntegra; vinculada por una parte con la Masonería española, relacionándola con
una supuesta logia de los Caballeros Racionales de Cádiz; por otra, la vincu-
lación del precursor don Francisco de Miranda como fundador de una logia
establecida bajo los auspicios de la Gran Logia de Londres conocida como la
Gran Reunión Americana. En realidad no era más que un documento que re-
produjo Miranda conocido en el presente como el Acta de París, cuya aparición
en el Archivo de Miranda echó por tierra la pretensión de algunos autores como
Jules Mancini, y que otros autores de las fantasías masónicas digitales de ayer
y de hoy, perduran insistiendo en que los supuestos mencionados en el citado
documento eran masones y que constituyeron una logia en el lugar. Realmente
estaban todos lejos de París cuando apareció ese documento conocido como
Acta de París. Con respecto a este asunto no vale la pena perder tiempo porque
ya en 1930 el historiador Nicolás Navarro mostró la imposibilidad de que se tra-
tara de una logia masónica fundada por Francisco de Miranda (Navarro, 1930).
Miranda organizó un círculo de correspondencia con notables de su tiempo, un
cuerpo logístico conformado por personalidades con las cuales sostuvo corres-
pondencia y lo mantenían al tanto del proceso conspirativo de su tiempo.
Sugiere Valdivieso que los principales próceres hispanoamericanos fueron a
esa logia a recibir instrucción sobre las ideas de libertad, igualdad y fraternidad,
lema que por cierto no figura en las Constituciones Masónicas venezolanas
sino a partir de la de 1924, en la cual por cierto intervino en su redacción.
Enlaza en su discurso información relativa a la condición de masón del
general Pablo Morillo, repite la información suministrada por J. J. Castro sobre
la pacificación y el Armisticio de Santa Ana de Trujillo en 1820 sin reconocer- 139
le la relevancia que merece como protagonismo colectivo, su motivación se
orienta hacia el culto al héroe en virtud de su vinculación a la Madre Logia. La
contradicción esencial del entusiasmo manifiesto por este masón venezolano
del siglo XX en su pasión por vincular el heroísmo patrio con la Masonería

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La masonería y la independencia de Venezuela

reside en una creencia originada en la justificación moral de un siglo de vio-


lencia política, mediante el ideal de libertad, el cual fue propagado por una
historiografía que menciona poco o no considera relevante la participación de
la Masonería en los hechos relevantes del proceso de independencia.
Celestino Romero, otro líder masón del siglo XX, reprodujo documentos im-
portantes y ordenó listas de logias. Silva Cedeño, académico de Maracaibo,
publicó prácticamente buena parte del archivo de la logia Sol de América, con
algunos comentarios y reseñas bibliográficas.
De igual manera los trabajos dispersos en la prensa dedicados a reseñas de
libros masónicos y a personalidades, lexicones y comentarios del recientemen-
te fallecido Miguel Santana Mujica —miembro fundador del Instituto Venezolano
de Estudios Masónicos y protector jurídico del Monumento Histórico Nacional
Gran Templo Masónico de Caracas— tienen el mérito discreto de haber propor-
cionado todos los insumos jurídicos al historiador Armando Rojas, para obte-
ner la preservación de tan invalorable obra, mediante la emisión de un decreto
como monumento histórico nacional. Además de su incansable rutina de re-
gistro y notas bibliográficas, dejó una colección de manuscritos sobre derecho
internacional masónico, la Masonería y la mujer, ficheros de masones copiados
de los archivos de la Gran Logia antes del incendio y cotejadas con obras de
referencia. También es necesario nombrar a Barboza de la Torre, José P. Reyes
Zumeta y Francisco Storm, quienes por la seriedad de sus aportes sentaron
base para los que venimos atrás.

La independencia historiográfica

El vocablo independencia aplicado a la libertad, especialmente la de un Esta-


do, expresa que este no es tributario ni dependiente de otro. Denota ruptura
de un nexo colonial. Esta definición, oriunda del DRAE, luce simple por lo cual
necesitamos precisarla aún más.
La independencia historiográfica significa presentar la independencia, ad-
ministrativa, política y militar de Venezuela con respecto a España como si se
tratara de la ruptura con todo nexo colonial. Como si todos los vectores de la
fuerza del dominio colonial hubiesen sido destruidos o neutralizados.
La historiografía tradicional venezolana fue concebida desde el objetivo de
justificar ideológicamente el horror que sintieron las primeras generaciones
140 ante el recuerdo del proceso (Baralt y Díaz, 1841), y en la medida que avanza
el tiempo se va instalando el culto a los héroes (Larrazábal, 1865).
Un grupo de aristócratas coloniales organizados políticamente preten-
dió decidir el destino de la gran mayoría y proclamar su libertad de explotar
la mano de obra esclava como si se tratara de la libertad de todos. Es un

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Eloy Reverón
lugar común señalar a los Estados Unidos como modelo independentis-
ta (Cuevas Montilla, 2009). Los estadounidenses respaldaron su decisión
política con algunas batallas y luego siguieron explotando sus esclavos
proclamando libertad.
Fue a muerte la guerra civil que precedió la independencia en Venezuela,
comparable solo con la de Haití. Tal como lo señaló Juan Uslar Pietri: “hubo
además de la guerra de independencia una revolución social, estructuralmen-
te hablando, contra los patriotas que hacían la independencia (…) tuvo ca-
racterísticas democráticas y liberadoras (1962: 7). La historia escrita para la
clase dominante venezolana asumió la independencia sin hacer énfasis en
la característica de contienda civil, hasta que Vallenilla Lanz armó el cono-
cido escándalo al calificar la llamada guerra de independencia como guerra
civil (Vallenilla, 1919).
La independencia declarada en el Acta del 5 de julio de 1811 es una inde-
pendencia jurídica, una decisión política que debía defender su soberanía.
La deuda que generó la compra de las armas para defenderla fortaleció al
vector de una nueva fuerza del dominio colonial representado por el dominio
racional de la economía expresado en la deuda externa.
La declaración de independencia se percibe a través del discurso de su
texto como un movimiento táctico dentro de una estrategia que les manten-
dría a salvo de caer bajo el dominio francés. Pero la relación de las fuerzas
internas en la reacción política de los diferentes sectores socioeconómicos
coloniales venezolanos ante las noticias de la abdicación del trono de Espa-
ña por parte del rey Fernando VII a favor de José Bonaparte, generaron un
suceso social de mayor envergadura que la óptica de los primeros historia-
dores patrios no consideraron en su justa dimensión: antes de la guerra de
independencia hubo una rebelión popular contra los patriotas que pretendían
hacer la independencia. Esta realidad arrincona a las teorías conspirativas en
un segundo plano.
El vector de la fuerza de dominio colonial proyectado desde la corona que
se vio debilitado fue el que se concentró en los señores de la figura ecuestre
con su lanza. Después de varios años de tensiones (1808-1811), cuando cre-
yeron que el rey estaba perdido, desconocieron a sus funcionarios en 1810, y
al año proclamaron la independencia el 5 de julio de 1811.
Desde esta perspectiva podemos apreciar que en la Capitanía General de
Venezuela el poder colonial tenía unos dominios demarcados por Real Cédula
de Carlos III en 1777. Pero la Casa Grande tenía un territorio fronterizo allende 141
un sitio denominado La Puerta, el cual es la entrada del Llano. Un inmenso
espacio geográfico adonde escapaban los esclavos. Allí se formó un modo de
producir al margen del rígido sistema de explotación esclavista colonial don-
de no se construyeron grandes catedrales ni la Cruz logró instaurarse como

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La masonería y la independencia de Venezuela

vector de dominio colonial con suficiente fuerza porque aquel coctel racial for-
maba sus propias supersticiones en un sincretismo cultural sui generis. Entre
pulperos, cazadores de ganado, salteadores de caminos y contrabandistas
se ponían en contacto con las puntas de lanza del embrionario capitalismo,
factorías comerciales instaladas en el Caribe insular que generaron mediante
el comercio un flujo de capital tan importante como para conformar una clase
social emergente que durante el siglo XVIII se había multiplicado de manera
vertiginosa. De tal manera que frente a la posibilidad de romper el monopolio
comercial que había impuesto la corona existían fuerzas que hacían tensión.
Más pudo el estallido social que la conspiración. La realidad histórica que
asomaba Uslar hace más de medio siglo apenas trasciende los espacios
académicos. La primera versión de la historia venezolana fue escrita desde
la perspectiva de la oligarquía conservadora que se instaló después de la
desintegración de la Gran Colombia, el Estado unido que ganó la guerra til-
dada de independencia concibiendo a la mencionada desintegración como
a una segunda independencia.
Uno de nuestros primeros historiadores, Rafael María Baralt, con su visión
de la escuela romántica, se refirió a la guerra de independencia como la revo-
lución política de Venezuela (Baralt y Díaz, 1841: 4), y hace esta aclaratoria
porque observa la tendencia republicana en los insurgentes, a diferencia de
los movimientos anteriores. Revolución política en cuanto a cambio de estruc-
tura del gobierno monárquico por el republicano. También podemos recordar
a Feliciano Montenegro y Colón, su discurso conservador acusa a la debilidad
de las autoridades coloniales por no reprimir con propiedad la llegada de
las ideas revolucionarias, a las cuales les aplicaba el epíteto de “genio del
mal”, mientras que a quienes las proclamaban los llamó “venenosos maestros”
(Montenegro y Colón, 1840: 51).
Francisco Javier Yanes y José de Austria al justificar la independencia no
apreciaron que fue insuficiente. Tampoco para Juan Vicente González, quien
en realidad fue un virtuoso escritor que manipulaba la historia para sus fines
políticos en extensos artículos que publicó en su propio periódico y después
fueron editados en forma de libro. Él se refirió a los autores del 19 de abril en
los siguientes términos: “Pues quizá no habéis conocido todavía la inmensi-
dad de los males que habéis causado a nuestra patria (…) voy a presentaros
el resultado de vuestros proyectos, los bienes que prometíais y la felicidad
que esperabais. La sangre de 221.741 víctimas que habéis sacrificado (Gon-
142 zález, 1975: 270-271). Así encabezó las listas del Estado de la población an-
tes y después de la guerra. De aquí se desprende la idea de que algo tan
horroroso como la violencia generada necesitaba una justificación ideológica
por parte del régimen republicano. Los masones de entonces no se adjudica-
ron la responsabilidad de la independencia vista desde este momento y lugar.

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Eloy Reverón
Los primeros historiadores escribieron bajo los influjos de diversas escue-
las historiográficas conformando una historiografía centrada en el tema de la
guerra de independencia, pero a ninguno de ellos, ni siquiera a José de Aus-
tria o Ramón Díaz, quien secundara a Baralt en su obra, se les ocurrió hablar
de la independencia como obra de ninguna de las modalidades de masonería
conocidas. Justificaron la guerra y auxiliaron la fundamentación ideológica del
Estado venezolano de su siglo.
Merece atención especial la visión de la independencia que tuvo el historia-
dor militar José de Austria, no tanto porque lo sabemos vinculado a la Masone-
ría, sino que además participó activamente en los hechos que narra y es cultor
de la historia heroica. Dejemos que sea el propio general quien nos lo exprese:

La guerra a muerte fue proclamada en este año [1813] y los denodados hijos de
Venezuela, inflamados ya por el sagrado fuego de la libertad y clamando venganzas
por tantos ultrajes y persecuciones tantas, juraron combatir hasta perecer o colocar
triunfante sobre sus altas cimas el pabellón tricolor de la República. Todo había de
sacrificarse en aras de la patria; sosiego, riquezas, familia, la vida misma, salvándo-
se solo de tan horrible lucha el honor y el heroísmo (citado por Raynero, 2007: 359).

La primera interrogante que surge de su testimonio: ¿por qué a este ma-


són no se le ocurrió decir que la Masonería fue madrina de la independencia?
Sabemos del terror sembrado por Monteverde y los canarios en el año 1812, y
que en 1813 se extiende una guerra de exterminio contra la llamada entonces
raza blanca, la que sabía leer y escribir. Vale destacar que esto último era
requisito para ingresar a la Masonería.
Al parecer, ese fuego sagrado referido por Austria es una metáfora de
que no había otra alternativa. A este historiador masón no parece ocurrírsele
afirmar lo dicho un siglo más tarde por otro masón, Valdivieso Montaño: “La
masonería fue madrina de la independencia” (Valdivieso, 1930). Reitero en
esta idea porque son los masones distanciados del proceso de independen-
cia quienes vinculan a la independencia con la Masonería y a la Masonería
con Francisco de Miranda.
Bajo los influjos de un romanticismo neoclásico como apertura a la crea-
ción del Olimpo de la Patria —después que Simón Bolívar, aborrecido por
la oligarquía conservadora que venía proyectando sobre él la frustración de
la pérdida de sus privilegios y la ruina de la posguerra, colocándolo como chivo
expiatorio para no asumir la responsabilidad de su propia clase social—, Feli- 143
pe Larrazábal (1865), muy a pesar de su tono marcial y rimbombante, concibe
en la narración de los hechos mismos y en los documentos sobre la vida del
Libertador, los propios materiales para construir el pedestal sobre el cual haría
posar a su héroe en la categoría de semidiós. Nos interesa puntualizar en lo

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La masonería y la independencia de Venezuela

que la profesora Lucía Raynero expone en sus investigaciones: “Y a medi-


da que los historiadores escribieron más alejados temporalmente de la época
de la independencia, más se empeñaron en realzar la estatura de los héroes
(Raynero, 2007: 343).
Ya para 1881 aparece Venezuela heroica, obra clásica de nuestra litera-
tura donde Eduardo Blanco despliega todo su romanticismo para escribir la
epopeya que encenderá la mecha patriótica de las futuras generaciones. Tuvo
Blanco la oportunidad de compartir con el general Juan C. Falcón, desde los
propios labios del general José Antonio Páez, los pormenores de la batalla de
Carabobo a la vista del propio terreno. Falcón y Páez también estuvieron vin-
culados a la Masonería. A ninguno se le ocurrió mencionar a la independencia
como algo vinculado con la Orden de la Escuadra y el Compás.
Blanco ofrece un discurso que hace lucir a todos los ríos de sangre de-
rramados durante la guerra como el sublime elíxir del ideal heroico por la
independencia. La exégesis de esta última palabra desde su concreta y per-
sonal historicidad recae sobre la observación del discurso historiográfico en
la pregunta: ¿cuál independencia?

La independencia integral

Independencia integral significa, para efectos de esta reflexión, la ruptura


de los cuatro vectores de la fuerza de dominio colonial mediante la reac-
ción de las fuerzas liberadoras.
La independencia concebida como proceso de emancipación frente al do-
minio metropolitano que había arrebatado la libertad a la población presente en
1492 durante el proceso secular de implantación de una formación socioeco-
nómica proyectada a través de una fuerza de dominio colonial representada
mediante cuatro vectores, donde algunos de ellos, lejos de ser neutralizados
por las guerras civiles, se fueron transmutando con renovada fuerza de domi-
nio con la llegada de nuevos intereses y nuevas formas de producir el sustento
material de sus vidas dentro del sistema económico emergente.
La guerra de independencia generó una deuda pública que inclinaba la
balanza de dependencia y de dominio colonial hacia el poder financiero in-
ternacional personificado en los rivales del Imperio español, las potencias finan-
cieras, los dueños del capital. La deuda externa adquiere su lugar dentro del
144 vector de la fuerza del dominio colonial y toda la nueva ideología progresista,
“liberal”, de raciocinio industrial capitalista, mentalidad moderna o ideología de
la clase dominante, según el punto de vista desde donde se le acuerde signifi-
cado. El general Juan Vicente Gómez, muy a pesar de la fama de inculto que le
achacaron sus enemigos políticos, escribió durante el centenario de la muerte

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Eloy Reverón
del Libertador: “Si ellos realizaron la independencia política —me dije enton-
ces—, yo debo completar su obra, realizando la independencia económica (…)
La deuda externa que databa de principios del siglo XIX, para enero de 1909
había ascendido a 210.307.281 con 68/100” (Documentos que hicieron historia,
1984, t. II: 163). En honor a la memoria del Libertador, el caudillo pagó la deuda
externa gracias a la bonanza económica generada por el floreciente negocio
petrolero. Aunque la independencia económica no es tan solo la solvencia eco-
nómica, algo se asoma en Gómez a una conciencia que no mostraron sus pre-
decesores. Por eso decimos que existe una independencia historiográfica que
no contempló que para que la independencia sea tal ha de ser integral.
Al discurso religioso de la salvación de las llamas del infierno vendría a
sustituirlo el discurso del progreso, luego nos salvarían de las llamas eternas
de la barbarie. El dominio económico de la modernidad contó con su discurso
científico, la racionalidad sustituyó a la creencia, la razón a la fe. También sur-
gió un discurso altruista contra la inhumana esclavitud, enmascarado detrás
de una realidad económica demasiado evidente como para tomarla en cuen-
ta: resultaba más barato alquilar a los esclavos que comprarlos. Las nuevas
instituciones requerían nuevos nombres para todo aquello que cambiaba para
que no cambiara nada. En este sentido la Masonería con su discurso se perfi-
la como una institución progresista, portadora de la mentalidad de los tiempos
modernos o de la ideología emergente. Masones y liberales no serán los mis-
mos, ni se relacionan positivamente al cruzar las listas de los miembros de la
logia con la del Partido Liberal, pero comparten la ideología del nuevo modo
de producción industrial con el Partido Conservador.
La dependencia ideológica conformada por una estructura religiosa y men-
tal que justificaba y legitimaba el dominio monárquico se mantiene con algunos
ajustes que trascienden los 300 años de dominio político y administrativo, ajus-
tes que obedecen a realidades históricas que han hecho disminuir la fuerza de
ese vector de dominio colonial. Recordamos que cuando los masones vene-
zolanos de 1867 trataron de implantar el matrimonio civil el poder de la Iglesia
lo impidió (Reverón, 1988). ¿De cuál independencia hablaba cuál masonería?

Relación histórica entre la Masonería y la independencia de Venezuela

Relación histórica significa, en el caso de nuestro discurso, la posible vincu-


lación que podamos establecer a partir de un documento histórico con la Ma- 145
sonería venezolana y los personajes que podamos identificar directamente o
sean mencionados en dichos documentos.
La Masonería venezolana de 1823 es específicamente la masonería ob-
jeto del presente estudio porque no hallamos constancia de la existencia de

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La masonería y la independencia de Venezuela

masonería documentada antes de ese año. El primer documento histórico que


vinculamos con la Masonería pone en evidencia la existencia de una logia en la
ciudad de Valencia, regida por el general José Antonio Páez, primer presidente
de Venezuela; y en una fecha cuando rodeado de sus oficiales de confianza
apenas aspiraba consolidar el señorío conquistado con su caballo y lanza. Nos
referimos a una carta, con características de documento masónico, donde en
sus funciones de venerable maestro o presidente de la logia solicitó una patente
para regular sus trabajos masónicos. Este documento constituye una referen-
cia concreta de la Masonería venezolana de 1823 (ANH, Páez, José Antonio,
1823.) En este hace referencia a la existencia de logias en Barcelona, Cumaná
y La Guaira, respaldando a los datos de Carnicelli.
La relación histórica de los miembros de esta logia fue desarrollada en un
estudio realizado para el Anuario de Estudios Bolivarianos, Bolivarium (Re-
verón, 1995a). Aunque en el documento solo figuran los oficiales de la logia,
podemos apreciar una considerable proporción de oficiales británicos que hi-
cieron familia o murieron de muerte natural viviendo como venezolanos, así
como sus relaciones fraternales.
Complementamos la relación histórica con un impreso masónico del mis-
mo año de 1823, publicado en la ciudad de Cumaná, un lexicón orientado
al proselitismo del espíritu masónico, el cual permite ampliar el contexto del
primer documento, así como un diploma que acreditó a Sir Robert Ker Porter
como maestro de una logia de Londres, el cual está fechado en 1811, y su
Diario de un diplomático británico en Venezuela. 1825-1842 (1997), escri-
to durante sus funciones como diplomático británico destacado como cónsul
en La Guaira, el cual nos permitió apreciar aspectos de su relación con los
masones británicos y criollos presentes en la mencionada solicitud de carta
patente, de quienes establecimos sus vínculos con la vida política (Reverón,
1995a) dentro del contexto del período que convencionalmente se ha llamado
de la independencia. No son las únicas piezas documentales e impresas que
hemos hallado en el arqueo de fuentes. Incluimos un folleto impreso en 1852
porque hace referencias al momento histórico que nos ocupa (Francmasones,
1852). Vale destacar el hecho de que siendo cuatro piezas las que se pueden
considerar como masónicas a través de la crítica interna y externa, también
existe la posibilidad de que se trate de tres masonerías distintas; para ser más
precisos, tres jurisdicciones u obediencias masónicas diferentes.
El hecho concreto de que se hubieran solicitado varias cartas patentes,
146 como dice el documento que lo habían hecho las logias de Barcelona y Cuma-
ná, puede sugerir algunas conjeturas; en primer lugar: o no existía una Gran
Logia en la Gran Colombia a la cual dirigirse; o los miembros de la Gran Logia,
en caso de que hubieran existido, no eran de su amistad o reconocimiento.

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Eloy Reverón
Américo Carnicelli afirmó que había sido Carlos Soublette quien había so-
licitado las cuatro cartas patentes (Carnicelli, 1970, t. II: 36). Lo novedoso es
que el investigador no conoció ni la solicitud de carta patente, ni la condición
masónica del cónsul británico, ni el impreso cumanés (Francmasones, 1823).
El documento señala que estas logias habían solicitado las cartas paten-
tes por recomendación del hermano Juan C. King. La primera referencia que
obtuvimos de este personaje proviene del Diario de Ker Porter donde se le
identifica como “un tal señor King de Barbados” y como cuñado del capitán
del buque correo (Ker Porter, 1997: 424). Esta referencia es posterior en sie-
te años al documento (1830). El apellido King es algo común, en todo caso
no es forma de referirse a alguien que reconocería como hermano masón.
Podría ser o no ser el mismo comerciante quien después, en 1834, el cónsul
británico refería como capitán del buque Astrid, propiedad de Su Majestad
Británica (Ker Porter, 1997: 656). Es parco el cónsul en su Diario al referirse a
King. A los venezolanos no parece considerarlos como iguales, menos podría
considerarlos como hermanos. Al menos desde la exégesis del lenguaje que
se aprecia en su discurso cuando se refiere a personajes que sabemos perte-
necieron a la masonería venezolana.
Nos interesa destacar, por ahora, de la lectura analítica del Diario (Ker
Porter) que a través de la relación y los comentarios que hace a lo largo de su
testimonio no acusa frase, palabra o señal con respecto a notables militantes
de la Orden que nos pudieran hacer pensar en la presencia de un vínculo
masónico entre ellos.
Cuando Páez se dirige al cónsul siempre lo hace en términos oficiales,
acude a los buenos oficios del personaje para obtener los beneficios de la
Armada Británica. Incluso su relación con otros identificados como masones
no resultan nada fraternales a la hora de evaluarlos dentro del marco de los
testimonios de la vida pública de aquellos, al contrario, se aprecian serios
enfrentamientos personales. Asunto que tampoco puede ser asumido con se-
riedad para dudar de su condición de masones.
Según las listas de logias publicadas por Carnicelli, apenas una logia fue
fundada antes de 1821. De lo que se desprende que masones habían, pero es
posible que muchos masones hubieran constituido logias en instancias, vale
decir de manera autónoma. Por la vía documental solo podemos fundamentar
que los masones se organizaron en logias como consecuencia del cese de
actividades bélicas, lo que la historia tradicional denomina el período de la
lucha por la independencia. 147
Los testimonios masónicos que hemos seleccionado dan cuenta de que
los masones del siglo XIX apreciaban el pasado de la institución vinculado a
motivaciones diferentes a las de los hermanos del siglo XX. El imaginario ma-
sónico decimonónico hizo presente la participación de la Orden en el proceso

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La masonería y la independencia de Venezuela

de pacificación. Concibió el encuentro de Bolívar y Morillo como el abrazo


fraternal de dos guerreros de bandos opuestos en quienes prevalecen los
ideales de fraternidad, conciliación y tolerancia en un acto civilizador, como
fue ponerse de acuerdo para regular la llamada Guerra a Muerte.
El siglo XX está marcado por una masonería que sale de los templos para
exaltar los valores patrios, la conformación del héroe prototipo masón y vincu-
lar a la Orden con toda la gloria de la lucha por aquella libertad en abstracto
que había elaborado la historiografía patria para cultivar el sentimiento de uni-
dad e identidad nacional. Esto se entiende perfectamente dentro del contexto
de la historia de la historiografía venezolana porque coincide la ubicación
cronológica con el avance del culto a los héroes.
Cuando los masones de 1853 solicitaron al presidente Monagas la libertad
de un hermano que ocupaba el cargo de Serenísimo Gran Maestro del Gran
Oriente Nacional que se encontraba preso por actividades golpistas (AGN,
Sajfb: 1853); entre los argumentos expuestos en el texto colocan como ejem-
plo a masones como Bolívar y Morillo que se habían abrazado en Santa Ana
de Trujillo como dos hermanos en medio de la cruenta Guerra a Muerte para
marcar el principio del fin de aquella agotadora guerra.
Resulta más cónsono con la naturaleza de los masones que se hubieran
reunido como habitualmente lo hacían en logia para acordar una estrategia
para avanzar hacia la paz (Reverón, 1997). Que los horrores de la guerra les
hubieran hecho iluminar la conciencia de clase. Un acuerdo entre los blancos
de ambos bandos para regular la guerra y enviar a los lanceros a hacer la
guerra en otro lado, ¿fue eso lo que acordaron Bolívar y Morillo en Santa Ana
de Trujillo, la memorable noche del día del abrazo? Si observamos la cronolo-
gía de los hechos y las circunstancias posteriores al abrazo de Santa Ana, no
es difícil pensar que tal fue el acuerdo.
Está el caso de Feliciano Montenegro y Colón, quien después de haber
luchado toda su vida contra la independencia terminó como jefe del Estado
Mayor del ejército realista en la última batalla y luego se retiró para fundar el
colegio Independencia donde se educó a la descendencia de los próceres,
en subliminal acto de conquista ideológica. ¿Tolerancia masónica? ¿Pacto de
clase social? ¿Interpretaron de igual manera la historia los masones del siglo
XX y sus hermanos del siglo venidero? ¿Existe continuidad en sus relatos?
¿O son dos masonerías diferentes?

148
Consideraciones finales

No es fortuito que en el Acta de Independencia los diputados de siete provin-


cias evocaran 300 años de privación de los derechos por la fuerza. Tampoco la

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Eloy Reverón
ingenuidad de creer que esa fuerza de dominio implantada durante tres siglos
pudiera desvanecerse sobre la superficie del papel mediante un rito jurídico.
La perspectiva desde donde nos ubicamos para reflexionar sobre la histori-
cidad de esta situación mediante la exégesis de la palabra fuerza contempla el
vigor de un dominio colonial tan bien instalado que se había mantenido inmu-
table durante tres siglos, pero aún después de dos siglos de rotas las primeras
cadenas, apenas tomamos conciencia de que luchar por una independencia
integral no es una idea sacada del capricho de un líder. A esta última nos refe-
rimos cuando preguntamos cuál independencia.
El proceso de independencia resulta tan extenso en el tiempo y tan compli-
cado en la forma que atribuirlo al trabajo de un grupo de conspiradores resulta
más coherente cuando se trata de una independencia historiográfica, como la
elaborada por la historiografía tradicional venezolana, que de un proceso de
independencia real o integral.
Después de la batalla de Carabobo, los masones de la naciente república
comenzaron a institucionalizar la organización de sus logias, imprimiéndoles el
“Espíritu” de sus estatutos y reglamentos, confiando en ellos como panacea para
la construcción de la sociedad que luce, a nuestro parecer, como una concep-
ción cívica impregnada de una religiosidad heredera de tres siglos de coloniaje.
En la primera mirada retrospectiva que editaron los francmasones en
1852, se aprecia en relieve el orgullo del imaginario colectivo al asignarle va-
lores masónicos a la virtud pacificadora de Bolívar y Morillo cuando acordaron
dar fin a la Guerra a Muerte.
En el siglo XX comenzó a revelarse otra Masonería que no mostró tener
memoria histórica de sus méritos esenciales en el juego político del culto a
los héroes, dejando al margen de su historia los asuntos más importantes
vinculados a la acción masónica.
Queda en el plano hipotético el posible papel de los ingleses y la Maso-
nería como un instrumento de penetración cultural portador de la ideología
emergente del entonces novedoso modo de producción industrial al difundir
ideas liberales, cónsonas con los intereses económicos del imperio emergen-
te durante el siglo XIX.
Desde la historicidad de la independencia integral, la independencia his-
toriográfica aparece como un manto de camuflaje para encubrir una inde-
pendencia inconclusa y, sobre todo, los nuevos lazos de dependencia que la
oligarquía conservadora promovía con sus nuevos acreedores del sistema
económico emergente. 149

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La masonería y la independencia de Venezuela

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Nuestro Sur. Caracas - Venezuela
Año 2 / Número 3 / Julio-Diciembre 2011 / pp. 155-172

LA EMERGENCIA POR CONOCER DE OTRA FORMA.


CRÍTICA DE ALGUNAS TRADICIONES EPISTEMOLÓGICAS
EN LAS CIENCIAS SOCIALES

Leonardo Bracamonte

Fecha de entrega: 29 de mayo de 2011


Fecha de aceptación: 15 de julio de 2011

Resumen
A través de la institucionalización de las disciplinas de las ciencias sociales,
especialmente en Europa, se fueron estableciendo algunos principios epis-
temológicos que servían para diferenciar estas disciplinas como campos es-
pecíficos del conocimiento. Ese proceso devino en una forma ya socialmente
legítima de construir el saber, compuesta de metodologías y epistemologías
cuyos desarrollos y formas de legitimación se estructuran como parte de la
cosmogonía de la modernidad capitalista. Se precisa, en primer lugar, revi-
sar algunas antinomias legadas del siglo XIX, como nomotético/idiográfico,
hecho/valor, micro/macro, a la luz del llamado de atención que formula Im-
manuel Wallerstein sobre la renovación integral de la ciencia social. La dis-
cusión continúa con los planteamientos del historiador alemán Jürgen Kocka
para trascender las perspectivas que se expresan desde la historia de las
experiencias y la historia de las estructuras. Por último nos referimos a la pro-
puesta posestructuralista de Ernesto Laclau y su tratamiento del populismo
desde la teoría política.
Palabras clave: metodología, epistemología, ciencias sociales, teoría políti-
ca, Immanuel Wallerstein, Jürgen Kocka, Ernesto Laclau.

Abstract
Through the institutionalization of social science disciplines, especially in
Europe, were established some epistemological principles that served to di-
fferentiate these specific disciplines and fields of knowledge. the process be-
came a socially legitimate way and to build knowledge, methodologies and
epistemologies composite whose developments and forms of legitimacy are
structured as part of the cosmogony of capitalist modernity. Is needed first,
to review some antinomies legacy of the nineteenth century, as nomothetic/ 155
idiographic, fact/value, micro/macro, in light of the wake-up call that makes
Immanuel Wallerstein on the renovation of social science. The discussion con-
tinues with the approach of Jürgen Kocka German historian to transcend the
perspectives that are expressed from the history of experiences and history

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La emergencia por conocer de otra forma.

en las ciencias sociales


Crítica de algunas tradiciones epistemológicas

of the structures. Finally we refer to the proposed post-structuralist Ernesto


Laclau and treatment of populism from political theory.
Key words: methodology, epistemology, social sciencies, political theory, Im-
manuel Wallerstein, Jürgen Kocka, Ernesto Laclau.

Se trata de dar un poco de fuerza a la palabra ilegítima, herética, heterodoxa.


La ciencia es por definición herética, paradójica, en ruptura con la doxa,
es decir, con la opinión y la creencia común, la que vehiculan los debates
ordinarios. Dar un poco de fuerza social a esta palabra herética es
una acción que yo considero como militante.
Pierre Bourdieu.
Una invitación a la sociología reflexiva.

Introducción

La irrupción del proceso de cambios de distinto signo vivido por toda la so-
ciedad venezolana supone la necesidad de examinar exhaustivamente los
supuestos convencionales mediante los cuales nos hemos percibido como
nación. Las formas generalmente aceptadas por medio de las cuales la so-
ciedad se ha construido su propia personalidad histórica requieren de una
revisión detenida. Sobre todo en décadas pasadas, el país se autocontempla-
ba como básicamente democrático. De esta forma, algunos de los problemas
estructurales como la violencia endémica, el racismo, la desintegración terri-
torial o los conflictos sociales y políticos que padecen las naciones latinoa-
mericanas quedaban prácticamente fuera de las preocupaciones comunes
de especialistas y de amplios sectores sociales en Venezuela. Quizá porque
aquellas contradicciones se aliviaban al tiempo en que se enmascaraban,
producto de las políticas redistributivas que emprendieron los gobiernos en
tiempos de bonanza petrolera.
Sin embargo, no se trata en esta oportunidad de examinar el contenido de
esta versión sobre un país casi armónico. Se considera además que tal revi-
sión de las formas en las que nos hemos comprendido incluye también, pero
al mismo tiempo supera, las elaboraciones historiográficas dominantes cons-
truidas bajo el presupuesto de la defensa del proyecto liberal-democrático.
156 Es imperativo entonces ir más allá hasta impugnar los propios fundamentos
teóricos que hacen parte de la herencia de las propias ciencias sociales, este
es el objetivo fundamental de esta comunicación.
Con todo, aunque algunos de estos “postulados perniciosos”, como los
llamó en su momento Charles Tilly (1991), se ubican en la formación de un

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Leonardo Bracamonte
conjunto de preceptos básicamente eurocéntricos, este ejercicio descarta
desde ahora “respuestas” venidas de alguna insuficiencia de la Razón en
nombre de búsquedas teóricas “alternativas” que terminan por negar cual-
quier utilidad para la vida de la propia ciencia social.
Ahora no parece sustentable científicamente la justificación de un investi-
gador neutral, ni en consecuencia, la articulación de verdades inconmovibles.
Esta última certidumbre, la imposibilidad de conquistar la neutralidad valorativa,
no debería traducirse, hay que ponerlo de presente, en una invitación que pro-
picie la irresponsabilidad del científico social, o en la reproducción acrítica del
discurso político de algunas de las parcialidades enfrentadas en la Venezuela
de hoy, tampoco debería conducir hacia la relajación del rigor en la crítica de
las fuentes, ni en alterar la obligación ética de estar alerta metodológicamente.
Pero, sobre todo, esta revisión sobre los fundamentos teóricos en la ciencia
social no tiene que significar la puesta en escena de un discurso útil solo para
algún tipo de “funcionariado público”, o dirigido solamente a satisfacer las de-
mandas coyunturales de un auditorio exclusivo que desbordaría militancia. La
materialización de un conocimiento que encare y supere las convenciones de
una historiografía de signo liberal, y en un sentido más amplio, de la producción
de saberes y conocimientos de las ciencias sociales, implica un trabajo que ne-
cesariamente requiere la generación de nuevas estrategias de distanciamiento.
Se parte del principio de que los diferentes asuntos que se abordan a
continuación se consideran como problemáticas atinentes a todas las “dis-
ciplinas” de las ciencias sociales. En todo caso una discusión de este tipo
debe ser llevada por una saludable falta de respeto hacia las fronteras dis-
ciplinares que algunas vez identificaron a ámbitos exclusivos del saber es-
pecíficamente académico.
A través de la institucionalización de las disciplinas de las ciencias socia-
les, ocurrida durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX especialmen-
te en Europa, se fueron estableciendo algunos principios epistemológicos que
servían para diferenciar estas disciplinas como campos específicos del cono-
cimiento. Ese proceso devino en una forma ya socialmente legítima de cons-
truir el saber, compuesta de metodologías y epistemologías cuyos desarrollos
y formas de legitimación se estructuran como parte de la cosmogonía de la
modernidad capitalista. Se precisa, en primer lugar, revisar algunas antino-
mias legadas del siglo XIX, como nomotético/idiográfico, hecho/valor, micro/
macro, a la luz del llamado de atención que formula Immanuel Wallerstein
sobre la renovación integral de la ciencia social. La discusión continúa con los 157
planteamientos del historiador alemán Jürgen Kocka para trascender las pers-
pectivas que se expresan desde la historia de las experiencias y la historia de
las estructuras. Por último nos referimos a la propuesta posestructuralista de
Ernesto Laclau y su tratamiento al populismo desde la teoría política.

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La emergencia por conocer de otra forma.

en las ciencias sociales


Crítica de algunas tradiciones epistemológicas

La institucionalización de las ciencias sociales

El proceso de institucionalización del conjunto de las ciencias sociales que


se produjo particularmente en Europa y Estados Unidos, entre 1850 y 1945,
debía traer marcadas consecuencias en sus perfiles específicos, así como
en la incorporación de diversas epistemologías (Wallerstein, 2003). Es decir,
la evolución histórica de estas “disciplinas” se encaminaba principalmente a
construir formas particulares de abordaje de la “realidad social” que iban a dar
cuenta de ámbitos exclusivos a partir de los cuales se especializarían en el
trato con realidades sui generis, que por consiguiente requerían de procedi-
mientos dispuestos a legitimar como necesarias la existencia de esas discipli-
nas. Más concretamente, que las ciencias sociales nacientes como la historia,
la sociología, la ciencia política, la economía o la antropología estaban teóri-
camente capacitadas para emprender un proceso de acumulación de cono-
cimientos en, respectivamente, el pasado, la sociedad civil, las instituciones
estatales, el mercado, y las formaciones socioculturales no occidentales.
Esa división del trabajo intelectual examinada sistemáticamente por
Immanuel Wallerstein conllevó varias implicaciones como, por ejemplo, la
estructuración de la universidad moderna en facultades, escuelas, departa-
mentos, materias, cuya organización naturalmente expresan esas divisiones
disciplinarias ya comentadas. El espacio de una universidad renovada, des-
pojada de antiguos principios religiosos, fue el terreno donde las ciencias
sociales produjeron conocimientos seculares o más mundanos, legados hoy
como un patrimonio cardinal para la vida social. Esto al mismo tiempo en
que prepararon y preparan hoy a legiones de investigadores formados en la
lógica de estos preceptos.
Curiosamente, al mismo tiempo en que reclamaban como principios cien-
tíficos una aspiración de universalidad que desdeñaba algún tratamiento con
el espacio como una categoría de análisis fundamental, tratando de eludir por
otra parte los rasgos en verdad parroquiales que inevitablemente caracteriza-
ría a un saber gestado en el continente europeo, el conocimiento social sis-
temático revela implícitamente una concepción del espacio que tomaba sus
fronteras de los respectivos Estados nacionales en formación, integrados bajo
el imperativo liberal y moderno de la soberanía popular (Wallerstein, 2003).
Por consiguiente, los procesos y los fenómenos sociales a ser analizados
por las disciplinas de las ciencias sociales ocurrían presuntamente dentro del
158 ámbito de los Estados como contenedores naturales de esos fenómenos. De
ahí, en consecuencia, su carácter estadocéntrico.
Edgardo Lander (2005) destaca las características más definitivas de una
historia, en buena medida no prevista, que resultaría de una forma ideológica
de conocer que alcanzó formas de legitimidad enormes, como correlato de

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Leonardo Bracamonte
un proceso más general implícito en la evolución de la modernidad capitalista
como sistema-mundo:

Esta cosmovisión tiene como eje articulador central la idea de “modernidad”, no-
ción que captura complejamente cuatro dimensiones básicas: 1) la visión universal
de la historia asociada a la idea del progreso (a partir de la cual se construye la
clasificación y jerarquización de todos los pueblos y continentes, y experiencias
históricas); 2) la “naturalización” tanto de las relaciones sociales como de la “na-
turaleza humana” de la sociedad liberal capitalista; 3) la naturalización u ontolo-
gización de las múltiples separaciones propias de esa sociedad; y 4) la necesaria
superioridad de los saberes que produce esa sociedad (“ciencia”) sobre todo otro
saber (Lander, 2005: 22).

Las antinomias en la ciencia social

Pero las consecuencias que llaman la atención a los fines de esta presen-
tación han sido consideradas por Wallerstein (2005) como antinomias del
pensamiento liberal-moderno, se trata de los falsos dilemas nomotético/idio-
gráfico, hecho/valor, micro/macro. La división nomotético/idiográfico da cuenta
de dos procedimientos epistemológicos supuestamente contradictorios que
tienen su origen en arraigadas tradiciones de la ciencia newtoniana, según la
cual la categoría espacio-temporal se rebela como una instancia externa al
análisis científico. Es decir, siguiendo este principio cardinal en el pensamien-
to occidental, el espacio y el tiempo funcionan sujetos a regulaciones eternas,
continuas, predecibles, regulares. Este planteamiento que proviene de la físi-
ca y la biología representó en su momento un fundamento para legitimar teó-
ricamente las aspiraciones de universalidad en la ciencia social; con esto no
se niega sin embargo la pertinencia en la búsqueda de teorías universalistas
necesarias para explicaciones competentes.
Convenía entonces a los científicos nomotéticos el esfuerzo por captar
las expresiones sociales de esas regulaciones para colocarlas inmersas en
un discurso que aborde la identificación de leyes, si bien de tendencias, que
continuamente tienen lugar indiferentemente de la expresión superficial de
los acontecimientos históricos. El objetivo científico se concentraba en captar
esas regulaciones subyacentes para comprender el funcionamiento universal
de la realidad. 159
El procedimiento descrito llevaba también el requisito de la simplificación
al tiempo que se emprendía la búsqueda de los datos para la captación con-
ceptual de esas tendencias que se repetían a través de la realidad. La ope-
ración intelectual, si bien supuso avances significativos, también conllevó a

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La emergencia por conocer de otra forma.

en las ciencias sociales


Crítica de algunas tradiciones epistemológicas

desviaciones o limitaciones. Se mencionan aquí algunos: la evidencia de des-


atender el espacio y el tiempo tenidos como instancias externas al investiga-
dor se convirtió en la cuartada de un universalismo que ocultaba marcos más
bien locales de las ciencias sociales. Luego de 1945, está claro que aconte-
cimientos como la descolonización en el continente africano, los procesos de
liberación nacional en América Latina, y la misma incorporación de “nuevas
voces” con presencia de estudiantes que provenían de estos territorios a los
cursos de ciencias sociales en los posgrados de los países centrales, pronto
debilitaron estas certezas.
La otra razón está relacionada con la comprobación de que los ámbitos del
espacio y del tiempo son construcciones sociales diseñadas históricamente
por grupos humanos para orientar la vida social. De ahí que existan varias
nociones espaciales y temporales determinadas por formaciones sociales y
culturales diversas. Es probable, en consecuencia, que no se puedan descui-
dar nociones espaciales y temporales que formaciones socioculturales distin-
tas a las propiamente occidentales han diseñado a través de siglos. Encarar
esta conclusión representa un verdadero reto a las lógicas aspiraciones de
universalidad de la ciencia social.
Pero el pugilato entre las proposiciones nomotéticas vendría desde pers-
pectivas más idiográficas. Particularmente los historiadores, formados en há-
bitos antiteóricos, reclamaban el estudio de los acontecimientos a partir de su
consideración como singulares o irrepetibles, dignos de un examen detallado
que se fundamentaba en el análisis crítico de fuentes primarias. Para los his-
toriadores tradicionales los esfuerzos teóricos o nomotéticos representan re-
flexiones filosóficas o especulativas, sin sustentos confiables o sencillamente
arbitrarios. La realidad reclama la existencia de una densidad en la vida real
que el discurso histórico descriptivo develaría tal como en verdad había acon-
tecido, en la penetrante afirmación de Leopold van Ranke.
Pero su respuesta, sin saberlo, legitimaba algunos presupuestos cuestio-
nables. Al mismo tiempo que defendían la singularidad de los hechos histó-
ricos seguían considerando, intuitivamente, las variables tiempo-espaciales
como externas a los investigadores sociales (Wallerstein, 2005). De esta for-
ma se apartaban del atrevimiento de ejercitar conceptualizaciones ambicio-
sas, pero responsables y plausibles, sobre los procesos que describían. Este
proceso disciplinar que iba a identificar a los historiadores ocurría, por otra
parte, en momentos en que las elites que controlaban a los estados en Euro-
160 pa descubrían al pasado como una herramienta eficaz para legitimar sus pro-
yectos nacionales. De ahí que era muy conveniente fabricar un pasado más
consensual que fuera tejiendo los lazos sociales cimentados en las certezas
que provenían del pasado, en sociedades que emprendían el reto de consti-
tuirse en pueblos soberanos. De modo que los historiadores iban a cumplir un

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papel estratégico en estas tareas, constreñidos por las fronteras de la nación
moderna (Burke, 2005). El resultado debía ser finalmente que el pasado iba a
perder parte de la complejidad que de veras tiene.
Surge la duda según la cual si estos procedimientos ya no representan for-
mas específicas o únicas para emprender las investigaciones, sino que que-
dan al interés del científico social tomar un conjunto de decisiones teóricas
que involucren una combinación saludable de estos dos procedimientos, cu-
yos principios han evolucionado desde las practicas de la historia social, ¿qué
quedaría entonces de distintivo en unas disciplinas sociales progresivamente
vaciadas de las razones epistemológicas que alguna vez fundamentaron su
existencia bajo el presupuesto teórico de que se debía fragmentar la realidad
social para examinarla con éxito?
Otro de los falsos dilemas puestos en presente para llamar la atención
sobre los riesgos que entraña seguir suscribiendo tales concepciones es la
antinomia hecho-valor. Wallerstein sostiene que este debate se expresó en el
camino de la ciencia y su encuentro con la verdad, transitado por investigado-
res interesados en distanciarse primero de la teología y luego de la filosofía.
Max Weber captó bien la importancia de este proceso, y la expansión univer-
sal que al mismo tiempo entrañaba, en la penetrante locución también propo-
sitiva del desencantamiento del mundo. Acceder al análisis de los hechos se
presentó como el objetivo estratégico para develar verdades incómodas. De
modo que los valores en este planteamiento se expresaban en la intromisión
arbitraria de prenociones que iban a enturbiar un proceso investigativo rigu-
roso y “desapasionado”. Uno de los requisitos en la búsqueda por descubrir el
funcionamiento de la sociedad era que este itinerario estaría destinado para
ser llevado adelante por el investigador “neutral”.
Está comprobado que la neutralidad no es posible en ningún ámbito rela-
cionado con la producción de conocimientos. El debate entre los valores y los
hechos también era una lucha por sustituir unos valores por otros, porque
los hechos, la objetividad, la neutralidad, el rigor, la búsqueda de la verdad
secular, también representan valores del legado de la ciencia y de la moderni-
dad. Esta búsqueda de legitimidad y distinción que procuraron los científicos
tomados de la aspiración por la objetividad implicaba, sin duda, una aspiración
por conquistar espacios de autonomía donde no penetraran formas de poderes
fácticos o políticos. Por último, una consideración final, es aquella según la cual
el “investigador neutral”, despojado de valoraciones sencillamente no existe. Y
como se vio más arriba, liquidar los valores es igual a desaparecer al propio 161
investigador de la ciencia. Esto no tendría que suponer una disolución de la
exigencia por mantener el rigor en el proceso de investigación.
No hay que olvidar tampoco que la ciencia social nace como parte de
un proceso de transformaciones sociales revolucionarias que marcaron el

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La emergencia por conocer de otra forma.

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Crítica de algunas tradiciones epistemológicas

momento de su gestación sobre todo durante el siglo XIX. Precursores como


Marx, Weber o Durkheim, crearon sus propuestas impactados por una dra-
mática polarización social que, vista desde la posteridad, fue crucial para la
generación de las preguntas, las dudas y los planteamientos puestos en el
centro de su labor intelectual. Robert Nisbet señala el contenido moral que
tienen las ideas de las ciencias sociales.

Las grandes ideas de las ciencias sociales tienen invariablemente sus raíces en
aspiraciones morales. Por abstractas que las ideas sean a veces, por neutrales
que parezcan a los teóricos e investigadores nunca se despojan, en realidad, de
sus orígenes morales (…) Ellas no surgieron del razonamiento simple y carente
de compromisos morales de la ciencia pura. No es desmerecer la grandeza cien-
tífica de hombres como Weber o Durkheim afirmar que trabajaban con materiales
intelectuales —valores, conceptos y teorías— que jamás hubieran llegado a po-
seer sin los persistentes conflictos morales del siglo XIX (2003: 33).

Se ha tratado de evadir la imposibilidad de la neutralidad valorativa con


otra antinomia que ha suscitado debates recurrentes. Se trata de los princi-
pios epistemológicos aparentemente también dilemáticos que encierran expli-
caciones alrededor de lo micro o lo macro. Estas controversias se enmarcan
también en las lógicas alrededor de la centralidad del individuo y la sociedad,
o el sistema social, estructura-agencia humana. En estas explicaciones se
buscarían las causalidades que determinan realidades presentes para los
analistas. Durante el siglo XX tal discusión estaba saturada de las urgencias
políticas del momento.
En todo caso, privilegiar una de las dos perspectivas solo le corresponde
al investigador y a las preguntas previas que llegue a formularse. Lo impor-
tante en este caso es reafirmar siempre la plausibilidad de los resultados.
Según Wallerstein:

Todo esto es una cortina de humo. En toda explicación siempre hay identidades y
diferencias. Para afirmar que existe una identidad tenemos que abstraer, es decir,
eliminar variables que difieren en la comparación de dos elementos. Cuando deci-
mos que hay una diferencia, ponemos el acento en la importancia de esas varia-
bles para la interpretación. Lo que hacemos en una instancia particular depende
de qué preguntas creemos que deben ser respondidas (2005: 106).
162
No obstante, hay terceras posturas que afirman que ninguna de las op-
ciones puede dar cuenta de la complejidad de lo real. Más bien el foco de la
observación se desprende de la propia relación social que genera el agen-
te en contacto con las estructuras sociales externas, con los otros agentes

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sociales, con las expresiones de una cultura específica. Planteamientos como
los de Pierre Bourdieu intentan superar esta antinomia cuando afirman, en
principio, la existencia de estructuras condicionantes objetivas, independien-
tes, y estructuras subjetivas internas de los propios agentes sociales forma-
das al calor de una dinámica social relacional, pero también histórica. Sobre
este aspecto de la defensa de perspectivas que involucran explicaciones po-
larizadas, apunta Loïc Wacquant:

Una ciencia total de la sociedad debe desembarazarse tanto del estructuralismo


mecánico que pone a los agentes “de vacaciones” como del individualismo te-
leológico que solo reconoce a la gente en la forma trunca de un “adicto cultural
supersocializado” o en la guisa de las reencarnaciones más o menos sofisticadas
del homo economicus. Objetivismo y subjetivismo, mecanismo y finalismo, necesi-
dad estructural y agenciamiento individual son falsas antinomias. Cada término de
estas oposiciones refuerza al otro, y todos ellos confabulan para ofuscar la verdad
antropológica de la práctica humana (Bourdieu y Wacquant, 2008: 34).

La historia de las experiencias y la historia social

Precisamente, esta discusión micro-macro, estructura-agencia, a su manera


también se ha reproducido en el campo de la historia. Lo particular es que
en Venezuela se ha visto contextualizada no tanto por el desarrollo explícito
de la historia social ni de la historia estructural, sino por la notable presencia
en la historia y en la historiografía política de los héroes de la patria. De esta
manera, las hazañas de un puñado de hombres que en el pasado cumplieron
roles estelares para llevar adelante las tareas fundamentales de la nación
representan ahora un obstáculo inmenso para la edificación plena de la re-
pública de ciudadanos. Encandilado por la figura histórica de seres perfectos,
sostiene el historiador Pino Iturrieta, un pueblo profano y errático se ve empe-
queñecido por los retos que supone conducir a buen término la obra de sus
padres idealizados.
Estas opiniones las expone Pino Iturrieta apenas en el primer párrafo de
su libro Contra lujuria, castidad, en el que además trata sobre los objetivos
desmitificadores del historiador, esta vez con la intención de examinar las
mentalidades de la gente corriente:
163
La generalidad de los venezolanos siente que en la ascendencia de su sociedad
solo existen personajes dignos de encomio, como los que reposan en el Panteón
Nacional. La patria, dice cualquiera por allí, es una faena de seres inmaculados.

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Crítica de algunas tradiciones epistemológicas

Aunque solo fuera para aguar la fiesta a los manuales de tráfico grueso y a los
creadores del santoral, el historiador debe enfrentar la versión (2004: 7).

Lo que llama la atención es que fundamentalmente en Europa la histo-


ria de las experiencias abogaba por incorporar al tratamiento del pasado las
formas de pensamiento y de conducta, las rutinas, los pesares y las espe-
ranzas de personas “sin mayores nombres”, que en su conjunto conformarían
las “zonas grises del conocimiento histórico”, producto de la preeminencia de
explicaciones más orientadas a considerar las estructuras sociales objetivas,
en Venezuela esa historia de las experiencias surgía en respuesta a las ela-
boraciones de la historiografía política patria. Aunque, pero con menor énfasis
para Venezuela, también esta historia de las experiencias y de la vida cotidia-
na se presentó como una alternativa a las tradiciones historicistas.
De esta forma, la historia de las mentalidades, de la vida cotidiana, recla-
maba para sí el estudio de aspectos desatendidos. Lo que ocurre con aque-
llos ensayos es que planteaba si bien la existencia de clases, los sectores
subalternos nunca terminaban por impugnar la organización social que los
mantenía en condiciones de dominados, más bien primaba un discurso que
subrayaba un gran consenso que le permitía a la sociedad funcionar de algu-
na manera.
El historiador alemán Jürgen Kocka sostiene que la historia de la vida co-
tidiana entraña entre algunas de sus motivaciones que envuelven solicitudes,

…la pregunta acerca de cómo viven y elaboran los hombres y las mujeres, estas
estructuras y estos procesos se dejaron completamente al margen (…) la historia
de la cotidianidad también renuncia a una comprensión reducida del marxismo
que busca explicar el pasado exclusivamente a partir de la acción de imperati-
vos económicos irresistibles, de las famosas condiciones objetivas. Las cálidas
corrientes del factor subjetivo deben entremezclarse con la antigua lógica de las
construcciones históricas basadas en la política económica y las teorías de la
modernización (2002: 74-75).

Son varias las limitaciones que Kocka detecta en la historia de las expe-
riencias (mentalidades), con el objeto de tratar de llamar la atención sobre el
falso dilema que se reproduce también en la historia, relativo a privilegiar la
acción de los agentes que, al contrario de lo que postulan los textos sagrados,
164 efectivamente sí saben lo que hacen, y la existencia de las estructuras obje-
tivas, trabajadas por la historia social, cuya desestimación involucra al final
graves errores de apreciación. Según Kocka, “entre ambas dimensiones de la
realidad no existe congruencia, sino un hiato” (2002: 77).

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Kocka destaca algunas insuficiencias que acompañaban a la prolífica
historia de las experiencias, en este caso se quiere destacar una que me
parece central:

La historia no se plasma en lo que los hombres perciben y experimentan. La re-


construcción (hermenéutica-interpretativa) únicamente de percepciones y expe-
riencias pasadas no puede conducir a la reconstrucción comprensiva de la historia
en conjunto. Los historiadores de distintas corrientes deberíamos poder alcanzar
un consenso en torno a este punto. Recurriré a dos ejemplos para ilustrar este
argumento: Una cosa es tratar de comprender lo que la veneración de los san-
tos significó para los miembros de las comunidades del primer cristianismo del
siglo tercero y cuarto, para su experiencia intelectual y su visión de la realidad;
otra cosa es, sin embargo, comprender por qué esta practica fue posible bajo las
condiciones económicas, sociales, políticas y culturales del Bajo Imperio romano,
qué significaba este hecho con respeto a aquella sociedad y su desarrollo a largo
plazo (2002: 75-76).

Ambas perspectivas trabajadas como dimensiones dicotómicas resultan


insuficientes. Es volver sobre lo que se afirma más arriba. Aunque la elección
de algunas de las dos esferas de la realidad podría implicar en el fondo elec-
ciones políticas. Es a través del examen de las estructuras gestadas en largos
períodos históricos que se deja ver el carácter condicionante e incluso en
ocasiones opresivo de la vida social en contextos determinados. El ejemplo
más claro es la obra de Marx, y la pregunta por el funcionamiento del siste-
ma capitalista al calor del análisis de sus propias contradicciones. Lo que sí
parece claro es que la historia social, en asociación con conceptos y teorías
sociológicas, contiene o podría contener el análisis de las acciones y de las
experiencias de los agentes. Con todo, la apuesta del autor es, sin excluir el
examen sobre las vivencias cotidianas, el desarrollo de la historia social.

Así como la historia social no monopoliza el enfoque de la historia estructural, por


regla general tampoco se resume en ella, antes bien, el análisis de las acciones
sociales y las experiencias forma asimismo parte de las tareas de la historia social.
Quien se limitara a efectuar análisis históricos de estructuras o procesos, estaría
desconociendo que las estructuras históricas resultan, sobre todo en la fase de
su surgimiento, de acciones individuales y colectivas, derivadas de experiencias
y motivadas por objetivos; y que tales acciones influyen sobre las estructuras, las 165
mantienen constantes o las transforman permanentemente, por mucho que, al mis-
mo tiempo, estas desarrollen una dinámica propia y marquen las experiencias y
las acciones, aun cuando no suelen concordar con los objetivos intencionados de
los actos humanos o con sus vivencias. Se trata de comprender la relación entre

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La emergencia por conocer de otra forma.

en las ciencias sociales


Crítica de algunas tradiciones epistemológicas

las estructuras y los procesos, por una parte, y las acciones y las experiencias, por
otra, como una relación históricamente variable de refracción y no congruencia; no
se trata, sin embargo, de negar o ignorar esta relación (Kocka, 2002: 82).

El pueblo, constitución y vacío. El populismo de Ernesto Laclau

Una propuesta sugerente que trata de igual modo de trascender la díada di-
cotómica entre acción humana y estructura, que involucra la pregunta por la
formación de los contenidos que se articulan en la sociedad, tenida como un
campo en permanente constitución, sin desdeñar del todo la existencia de es-
tructuras condicionantes, es la perspectiva posestructuralista trabajada desde
la teoría política por el argentino Ernesto Laclau. El autor no se pregunta por
la existencia de una sociedad vista como una realidad a priori, como el campo
donde se suceden los procesos, más bien prefiere emprender un análisis que
arroje luces sobre contenidos que den cuenta de una sociedad en permanen-
te reconfiguración. Es una proposición teórica que viene trabajando el autor
desde el primero de sus libros, Política e ideología en la teoría marxista. Capi-
talismo, fascismo, populismo (1978). El libro al que nos referiremos apareció
por primera vez en 2004, y luego al año siguiente se publicó en español, con
el nombre de La razón populista.
Este trabajo representa un desafío a las elaboraciones convencionales que
desde las ciencias sociales, pero cercanas al sentido común, se han elabora-
do sobre el tema. Los ejemplos, aunque escapan de los propósitos de estos
comentarios (en todo caso el autor examina varios de ellos en la primera parte
de su ensayo), se resumen en la tradicional denigración de las masas, al colo-
car a las experiencias populistas en márgenes sociales difusos que expresan
por lo general desviadas conductas patológicas de sociedades en disolución.
Sobre todo en contraste con un diseño social pensado para unos actores
plenamente institucionalizados que se disponen, desde sus propios intereses
bien definidos, ejecutar una versión de la política que funciona como exten-
sión de la administración de los recursos. Laclau es claro, una sociedad en-
teramente constituida, “cerrada”, políticamente administrada y sin conflictos
es imposible. La sociedad y, principalmente, el contenido que las define en
un momento, producto de luchas sociales y políticas, es un proceso siempre
inacabado, en constante articulación social o discursiva. Su intención es darle
166 algunas respuestas a inquietudes que tratan de interpelar a la propia forma-
ción de las identidades populares.
Uno de los aspectos que más llama la atención es el tratamiento de con-
ceptos y categorías tradicionales que desde distintas disciplinas se encuen-
tran severamente cuestionados. Es el caso, por ejemplo, de la naturaleza del

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sujeto, o ¿hasta qué punto es posible la sociedad? ¿Cómo se construye la
identidad social y cultural? ¿Cuál es la naturaleza y dónde al fin y al cabo se
encuentra la ideología? Después del naufragio de los grandes relatos, ¿cómo
superamos la democracia liberal? ¿Es posible propugnar desde la democra-
cia la emancipación, o con qué noción de política se convoca al pueblo?
El autor aporta varios puntos de partida para clarificar un asunto que has-
ta el momento ha sido marginal en las ciencias sociales. En primer lugar, el
populismo no está asociado con un contenido particular, para de este modo
contraponerlo a tradiciones políticas e ideológicas como el liberalismo, el so-
cialismo o el comunismo. Laclau parte del presupuesto de que las “forma-
ciones” populistas son una ruta para la articulación social que termina en la
constitución de una comunidad política.
El contenido de esa asociación en proceso varía en la forma en que exis-
ten diferentes contextos históricos y culturales. Laclau se queja de los intentos
fallidos de dotar al populismo de contenidos universales:

…entonces la necedad de todo el ejercicio de intentar identificar los contenidos


universales del populismo se vuelve evidente: como hemos visto, ha conducido a
intentos repetidos de identificar la base social del populismo, solo para descubrir
un momento después que uno no puede hacer otra cosa que seguir denominando
“populistas” a movimientos con bases sociales completamente diferentes entre sí
(2004: 74).

Otra de las consideraciones que intenta exitosamente probar, para abor-


dar las formas de articulación populistas, es la racionalidad subyacente que
identifica a estas experiencias como una variante más de las prácticas articu-
latorias que emprenden los agentes, interesados en conquistar determinados
objetivos sociales. Para ello se distancia de las tradiciones que examinan de
entrada al populismo como desviaciones que rebelan la ausencia de raciona-
lidad política. Los análisis observan la formación de las identidades populistas
“en términos de lo que le falta —su vaguedad, su vacío ideológico, su antiin-
telectualidad, su carácter transitorio” (Laclau, 2004: 74). Esta denigración que
se repite en diversos analistas, Laclau propone tomarlas “en su sentido literal”.
La cita puede ser extensa pero contiene las preguntas cruciales del ensayo.

La vaguedad de los discursos populistas, ¿no es consecuencia, en algunas situa-


ciones, de la vaguedad e indeterminación de la misma realidad social? Y en ese 167
caso, ¿no sería el populismo, más que una tosca operación política e ideológica,
un acto preformativo dotado de una racionalidad propia, es decir, que el hecho
de ser vago en determinadas situaciones es la condición para construir significa-
dos políticos relevantes? Finalmente, el populismo, ¿es realmente un momento

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La emergencia por conocer de otra forma.

en las ciencias sociales


Crítica de algunas tradiciones epistemológicas

de transición derivado de la inmadurez de los actores sociales destinado a ser su-


plantado en un estadio posterior, o constituye más bien una dimensión constante
de la acción política, que surge necesariamente (en diferentes grados) en todos
los discursos políticos, subvirtiendo y complicando las operaciones ideológicas
presuntamente más maduras? (Laclau, 2004, p. 74).

Uno de los puntos de partida del autor es su examen sobre la retórica y, en


general, sobre los discursos considerados no como humo verbal, sino como
la manifestación de contenidos ideológicos genuinos al tiempo que también
expresan las orientaciones de las acciones de agentes sociales en proceso
de constituir institucionalmente a la sociedad. Una sociedad sin claros refe-
rentes institucionales que experimenta una emergencia populista, encuentra
en la producción de discursos ambiguos susceptibles de convocar a segmen-
tos sociales heterogéneos, la posibilidad de volver a constituirse y formar un
pueblo, “como el único sujeto histórico posible” en las lógicas populistas. En
Laclau es crucial la utilización de conceptos propios de la lingüística, en la
tradición de Ferdinand de Saussure, como significantes vacíos, significantes
flotantes, significado, discurso, retórica, etc.
Es necesario detenernos en las acusaciones que señalan al populismo
como vago, ambiguo. Laclau sostiene, como se cita arriba, que esa carac-
terística es una “condición para construir significados políticos relevantes”.
En efecto, los ejemplos sobre lo políticamente efectivo que resultan los dis-
cursos populistas sobran. Se sostiene que es relevante, entre otras cosas
porque esa ambigüedad puesta como una carencia le permite elaborar un
discurso susceptible de convocar a amplios sectores sociales a pesar de su
marcada pluralidad.
Un ejemplo puede contribuir a clarificar estas afirmaciones. En una de las
concentraciones populares de AD para la campaña electoral de la Asamblea
Constituyente en 1946, el poeta y dirigente Andrés Eloy Blanco resumió el
sentido trascendente del sufragio universal. Para él, y sobre todo para las
bases sociales que en verdad con este discurso el dirigente interpretaba, la
palabra voto significaba algo más que un mero ejercicio político que entraña
la elección de algunas autoridades. La clave aquí es que el hecho electoral,
que se practicaba en su carácter universal por primera vez en Venezuela, se
ha emancipado de su significado convencional y restringido para trascender y
tocar otras necesidades o demandas insatisfechas, de esta manera se cons-
168 tituye como un significante vacío:

Hace días dije que la urna electoral era como la caja o como el sombrero de copa
de un prestidigitador. El pueblo quiere escuelas, el pueblo quiere hospitales, el
pueblo quiere caminos, el pueblo quiere libertad. Es allí, en la urna, donde así

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Leonardo Bracamonte
como el prestidigitador rompe un huevo y lo echa y después va sacando bande-
ras, conejos, palomas; el pueblo va echando votos en las urnas y de esa siembra
de votos va sacando banderas, escuelas, hospitales, todo (Blanco, 1989: 64-65).

Otro ejemplo se encuentra en el transcurso del propio proceso bolivariano,


en la campaña de 1998 y hasta el establecimiento del proceso constituyente
y la aprobación de la Constitución Bolivariana de 1999. Para animar la par-
ticipación de las masas populares, en parte desencantadas de la política, el
candidato Hugo Chávez asoció la realización de la Asamblea Nacional Cons-
tituyente con un conjunto de motivaciones que en general representaban con-
tenidos distintos y aparentemente contradictorios. En un intento de aminorar
el impacto del discurso chavista, el principal candidato de la oposición, el
señor Salas Römer, sostuvo que con la Constituyente “no se iba al mercado”,
esfuerzo en vano para el campo opositor pues la mayoría del pueblo se había
abroquelado de ese significante vacío de la Constituyente.
Otras quejas relacionan al populismo con la excesiva simplificación del es-
pacio político. Para muchos resulta un ejercicio de manipulación la reducción
de las amplias diferencias al juego interesado de una relación dicotómica arbi-
traria y en la realidad siempre imprecisa. El ejemplo lo aporta el propio Laclau:

Por ejemplo, en 1945, el general Perón adoptó una postura nacionalista y aseveró
que la opción argentina era la elección entre Braden (el embajador estadouniden-
se) y Perón. Y, como es bien sabido, esta alternativa personalizada tiene lugar
en otros discursos mediante dicotomías como ser el pueblo vs. la oligarquía, las
masas trabajadoras vs. los explotados, etcétera. Como podemos ver, existe en
estas tres dicotomías —así como en aquellas constitutivas de cualquier frontera
político-ideológica— una simplificación del espacio político (todas las singulari-
dades sociales tienden a agruparse alrededor de alguno de los dos polos de la
dicotomía), y los términos que designan ambos polos deben necesariamente
ser imprecisos (de otro modo no podrían abarcar todas las particularidades que
supuestamente deben agrupar). Ahora bien, si esto es así ¿no es esta lógica de
la simplificación y de la imprecisión, la condición misma de la acción política?
(…) Sin embargo, el rasgo distintivo del populismo sería solo el énfasis especial
en una lógica política, la cual, como tal, es un ingrediente necesario de la política
tout court (2004: 33).

Lo que implica, en primer lugar, que toda política lleva una connotación ne- 169
cesariamente populista, lo cual supone una idea polémica que podría contri-
buir a reformular el contenido de lo político en la ciencia social. Y, en segundo
lugar, en referencia a la división del campo social, que la instauración de una
polarización política y social, formada en parte con la producción discursiva

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La emergencia por conocer de otra forma.

en las ciencias sociales


Crítica de algunas tradiciones epistemológicas

de significantes vacíos y flotantes como expresión de conflictos en ese cam-


po, es la condición misma para crear un pueblo, el pueblo populista.

Conclusión

Las antinomias puestas de presente no son las únicas, tampoco su discu-


sión representa una novedad en el desarrollo de las investigaciones teóricas.
Incluso, algunas de ellas, como la contraposición hecho-valor y la idea de la
formación de los investigadores para el ejercicio de una actividad “neutral”, en
diversos ámbitos de la ciencia se ha dejado bien sustentado lo inconducente
de esta creencia. Sin embargo, esta primera presentación tiene la intención de
sistematizar una discusión que hasta el momento se ha presentado de forma
fragmentaria. El objetivo a largo plazo es superar algunos de estos dilemas
para plantearse una nueva división del trabajo intelectual en las ciencias so-
ciales, que lógicamente pase por una reestructuración de las actuales disci-
plinas del saber social. Algunos autores han elaborado una obra fructífera,
en la medida en que encararon estas antinomias para construir propuestas
de investigación innovadoras, es el caso, por ejemplo, de Immanuel Wallers-
tein, Ernesto Laclau o Pierre Bourdieu. Se considera crucial sostener que
estas relaciones dicotómicas, establecidas históricamente para ordenar el
trabajo intelectual, son en verdad cuestionables, como se vio en el desarro-
llo de la investigación.
Es necesario empezar a trascender algunas de estas tradiciones gestadas
en el siglo XIX en Europa y en Estados Unidos con la evolución del saber
social, con la intención de tratar de comprender pero desde otra forma las en-
crucijadas en que se encuentra Venezuela y el mundo en el siglo XXI. Aunque
esta revisión suponga una completa reestructuración de lo que hasta hace
poco fueron las flamantes y hasta prestigiosas “disciplinas” de las ciencias
sociales y hoy se muestran, en la polémica opinión de Immanuel Wallerstein,
como castillos de arena.
Tiene importancia el análisis de la forma cómo se organizó el pensamiento
científico, en la medida en que hace parte de un proceso histórico no planifi-
cado. En este sentido los resultados de este proceso han podido ser distintos.
Una forma de minar el consenso que aún existe entre los científicos sociales,
para propiciar así una revisión radical sobre cómo se estructuró el pensamien-
170 to moderno, es comenzar por las antinomias clásicas a través de las cuales
se ha fundamentado el desarrollo de las disciplinas de las ciencias sociales.

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Leonardo Bracamonte
Fuentes consultadas

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La emergencia por conocer de otra forma.

en las ciencias sociales


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Nuestro Sur. Caracas - Venezuela
Año 2 / Número 3 / Julio-Diciembre 2011 / pp. 173-195

BAJO LA VIGILIA DEL ÁGUILA: ACCIONAR IMPERIALISTA


DE LOS ESTADOS UNIDOS EN CUBA, 1898-1965

Carlos Franco

Fecha de entrega: 4 de mayo de 2011


Fecha de aceptación: 15 de julio de 2011

Resumen
La practica imperialista ejecutada por los Estados Unidos de América, en es-
pecial desde el inicio del siglo XX, está enmarcada por la interrelación de tres
estructuras dinámicas que comprimen una forma de intervención a través de
vías múltiples, diversas y sistemáticas. Partiendo de esto, planteamos utilizar la
diferenciación de categorías entre régimen político y Estado clientelar, lo que
nos permitirá enfocar a la Cuba anterior a 1959 como Estado neocolonial y
dependiente, diferenciación que soporta la hipótesis de que dicha situación se
manifestó como efecto de la consolidación de una territorialidad múltiple de los
intereses imperialistas (donde se incluye a la oligarquía cubana enlazada eco-
nómica y/o políticamente a los factores estadounidenses del poder imperialista).
Así pues, el eje de nuestra investigación se centra en cómo la intervención
imperialista de los Estados Unidos en Cuba resultó clave para estructurar una
serie de relaciones de dependencia neocolonial (1898-1958), la cual se tra-
dujo en la creación de un Estado clientelar que trajó como efecto la oposición
de factores nacionalistas que devinieron en la instauración de un gobierno
revolucionario que en su fase formativa (1959-1965) varió sus posturas en
torno a las arremetidas imperialistas estadounidenses.
Palabras clave: clientelismo, neocolonialismo, estructuralismo imperialista,
Cuba prerrevolucionaria.

Abstract
The imperialist practices implemented by the United States, especially since
the beginning of the twentieth century is framed by the interplay of three dyna-
mic structures that compress a form of intervention through multiple pathways,
many systematic. From this, we propose to use the category distinctions bet-
ween political regime and state patronage, allowing us to focus on the pre-
1959 Cuba as a state and neocolonial dependent differentiation supports the 173
hypothesis that these conditions are expressed as the effect of consolidation
of multiple territoriality imperialist interests (which includes the Cuban oligar-
chy linked to economic factors politically U.S. imperial power).

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de los Estados Unidos en Cuba, 1898-1965
Bajo la vigilia del águila: accionar imperialista

Thus, the focus of our research focuses on how the intervention of U.S.
imperialism in Cuba was a key to structure a series of neocolonial dependency
ratios (1898-1958), which resulted in the creation of a client state that dress
the effect of factors nationalist opposition that became in the establishment of
a revolutionary government in its formative phase (1959-1965) changed their
positions on the U.S. imperialist onslaught.
Keywords: patronage, neocolonialism, structuralism imperialist, pre-revolu-
tionary Cuba.

Introducción

Para ocuparnos del imperialismo norteamericano debemos desmembrar un


fenómeno complejo tanto en conceptos como en prácticas, sobre todo por
un dinamismo que le ha permitido la conformación y promoción de una es-
pecie de moral universal que ha avalado sus intereses y posturas, en pocas
palabras unas formas de intervención que son mutables y variadas. Para
esta propuesta de investigación consideramos tomar como columna de análi-
sis el despliegue de las políticas de injerencia e intervención en Cuba durante
tres períodos neurálgicos de su devenir histórico: la Cuba independentista, la
neocolonial y la revolucionaria.
El desarrollo de este proceso resultó ser trascendental tanto para la his-
toria cubana como para la de América Latina en conjunto. Es por esta razón
que determinamos el estudio de un período amplio y complejo, lo que pre-
supone una serie de dificultades y limitaciones. Así pues, nuestro análisis
rescatará los hechos y procesos más sobresalientes, sin incurrir en un desa-
rrollo fáctico exhaustivo.
Propondremos elementos para la crítica histórica que nos permitirán so-
portar la hipótesis de que la intervención imperialista norteamericana en
Cuba fue fundamental para la estructuración de una dependencia neocolo-
nial (1898-1958) que abarcó varias estructuras del Estado cubano, lo que se
tradujo en la creación de un Estado clientelar que devino en una oposición
nacionalista, espíritu bajo el cual se conformó el gobierno revolucionario en
su fase primigenia (1959-1965).
En cuanto al despliegue teórico-metodológico aplicado, aclaramos que en
174 esta oportunidad no abordaremos el imperialismo desde la profundidad que
nos brinda esta temática (cuestión que hemos venido desarrollando desde
otras propuestas), aunque efectivamente sí reseñaremos de manera sinteti-
zada los caracteres básicos de las tres dinámicas fundamentales de las praxis

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Carlos Franco
variables del intervencionismo estadounidense (la geopolítica administrativa,
la económica y las construcciones de territorios dependientes).

La mutabilidad del imperialismo estadounidense

Si bien el sistema imperialista estadounidense tiene objetivos únicos que co-


hesionan a la clase política dominante de esta nación, sus prácticas están
integradas por tres estructuras dinámicas que suelen ser jerarquizadas. Los
elementos que componen cada una de ellas se interrelacionan entre sí, pero
es la estructura económica la que condiciona el movimiento de las otras dos,
la geopolítica y la ideología. Esto implica el despliegue global de los capitales
corporativos nacionales que buscan el aumento de sus ganancias, explotan-
do para ello los recursos integrales de las naciones contiguas.
En un proceso paralelo, la estructura geopolítica se define y expande des-
de la metrópoli a través de vías civiles y militares (Casa Blanca, Departamen-
to de Estado, Pentágono, CIA, etc.), siendo una de sus características la de
anteceder la formación de los capitales corporativos. Sin embargo, esta es-
fera se constituye en garante del sistema de acumulación de los monopolios
creados, por lo que el aparato burocrático asume las funciones que permitan
quebrantar las oposiciones y restricciones que las áreas contiguas puedan
plantear a las empresas, en palabras simples, abrirles el camino a nuevos
espacios de acumulación mediante mecanismos puntuales como el Plan Mar-
shall, la Alianza para el Progreso o el ALCA, legitimando así su expansión me-
diante sistemas ideológicos que presenten las bases planteadas como la vía
indicada para el progreso y el desarrollo social, es decir: lo correcto.
La estructura de la territorialidad, por darle un nombre útil, consiste en la
imposición a un territorio del dominio geopolítico y económico, representando
explícitamente los límites que cada realidad contigua estipula a las estructu-
ras económica y geopolítica. Se trata aquí de los límites que al territorio les
impone la economía y geopolítica de la metrópoli. A su vez, a estos límites
territoriales deben agregarse los límites internos, los cuales proceden de los
órganos de expresión de la sociedad civil norteamericana (prensa, organiza-
ciones no gubernamentales, intelectuales). En esos estamentos no ha sido
menor el poder que sobre la vida pública ha ejercido a favor de los intereses
de las clases dominantes. Precisamente en la guerra cubana de indepen-
dencia este fue un factor determinante, gracias a personajes como Pulitzer, 175
cuyos artículos de prensa condicionaron a la sociedad estadounidense para
la intervención en un conflicto que le era ajeno, y de forma más clara que di-
cha intervención era lo moralmente correcto. Podríamos argumentar así que
existen un frente externo y otro interno de la territorialidad imperialista.

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de los Estados Unidos en Cuba, 1898-1965
Bajo la vigilia del águila: accionar imperialista

En lo que atañe al frente externo vale tener en cuenta que son determi-
nados capitales monopólicos y determinados instrumentos de la geopolítica
de la metrópolis los que alcanzan a territorializarse, siempre en tensión cons-
tante con las limitaciones concretas que les impone la realidad histórica del
medio social. Por ejemplo, a principios del siglo XX operaban capitales mo-
nopólicos e instrumentos de la esfera geopolítica de los EE UU en países tan
distintos como México y Cuba, con diferencias en el grado de dependencia
con los norteamericanos. En México se encontraba limitada por la autocracia
porfirista, a la par de unas estructuras de producción y de clase mucho más
definidas y estructuradas, mientras que en el caso cubano la derrota de una
potencia debilitada como España y el desmantelamiento de un ejército revo-
lucionario anticolonialista (el cubano) hicieron factible un tipo de territorializa-
ción político-jurídico-ideológico más completo y dominante.
En consecuencia, la estructura de lo territorial es el punto concreto de las
otras dos, quedando supeditadas a ellas, siendo a la par el puente que trans-
mite las condiciones reales de las naciones contiguas a las clases dominantes
de la metrópoli, sean estas las grandes corporaciones capitalistas o los medios
estatales. Considerando el caso de las realidades caribeñas y centroamerica-
nas de fines del siglo XIX y primeras décadas del XX, la territorialidad pudo
cumplir ampliamente su “misión civilizadora” por medio de la ocupación militar,
la disolución de ejércitos nacionales y la promoción de ejércitos que facilitaron
la protección y desarrollo de los negocios del país norteño, cuestión que trajo
diversas consecuencias, y en el caso cubano estas serán muy específicas.
Partiendo de este enfoque teórico de la forma de la intervención impe-
rialista de los Estados Unidos, nos dedicaremos al análisis de su aplicación
en Cuba durante el período histórico marcado por los acontecimientos de la
guerra de independencia cubana (1898).

Las estructuras del imperialismo estadounidense aplicadas en Cuba

En 1900, un funcionario estadounidense como Albert Beveridge, senador re-


publicano por el estado de Indiana, declaró que “Las industrias americanas
están fabricando más de lo que el pueblo americano puede utilizar; las tierras
americanas están produciendo más de lo que pueden consumir. El destino
ha marcado nuestra política; el comercio mundial debe ser nuestro y lo será”
176 (Zinn, 1999: 223). En la misma tónica, Frederick Emory, jefe de la Oficina
de Comercio Exterior del Departamento de Comercio, publicó dos años des-
pués en el periódico World’s Work: “La Guerra Hispano-Americana no fue sino
un incidente de un movimiento general de expansión que tuvo su raíz en el

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Carlos Franco
cambio de entorno de una capacidad industrial más allá de nuestras capaci-
dades interiores de consumo” (Foner, 1975: 359).
En efecto, desde el final de la Guerra de Secesión (1861-1865), la expan-
sión y fortalecimiento de los capitales industriales y bancarios de los Estados
Unidos fue dando forma a un sistema económico dominado por el capital
financiero y sus necesidades de expansión supranacional, intereses que para
materializarse necesitaron de una agresiva geopolítica que fue definida por
los principales burócratas civiles y militares del Estado norteamericano.
Antes de 1898, la clase política dominante estadounidense promovió y
promulgó las líneas generales de su política exterior a partir de tres doctri-
nas básicas: la doctrina Monroe (1823), la doctrina del Destino Manifiesto
(1853) y el Corolario Roosevelt (1904). Por medio de la segunda doctrina, los
EE UU establecían el principio de intervención sobre los pueblos de América
Latina considerados inferiores moral, política y militarmente al “gran pueblo
americano” (Tavosnanska, 2001: 171), pero desde una óptica que se infiltraba
dentro de las idiosincrasias de las sociedades a lo interno de los Estados Uni-
dos. Por su parte, el Corolario Roosevelt justificó dicha intervención toda vez
que el gobierno de EE UU considerara que alguno de esos países “menores”
amenazaba o ponía en peligro los derechos o propiedades de ciudadanos o
empresas estadounidenses radicados en ellos.
En el contexto de crisis de sobreproducción de la década de 1890, el cual
vino a ser una especie de efecto de la depresión que surgió desde 1872,
aparecen nuevas formas ideológicas para una geopolítica de la expansión
ultramarina. Sobresalen al respecto las tesis de Turner y Brooks Adams, inte-
lectuales cercanos al poder, que trataron de explicar y superar la crisis desde
el visionario imperialista.
El gabinete formado por el presidente William McKinley (1897-1901), a dife-
rencia del de su antecesor, Glover Cleveland (1893-1897), era en esencia beli-
cista, con personas como Theodore Roosevelt, subsecretario de Marina, quien
se encargaría de poner en práctica las tesis geopolíticas en torno al poderío
naval como condición necesaria para la prosperidad económica nacional.
El contenido de la estructuración económica y geopolítica no completaría
el panorama previo a 1898 si dejáramos de lado el marco territorial donde fue-
ron construyéndose los alcances y límites de la primera gran intervención de los
Estados Unidos. Asi pues, el frente interno empezó a ser irradiado por deman-
das de expansión imperialista. La prensa estadounidense, a través de órganos
como el Journal of Commerce de Nueva York, exhortó al Estado a comprome- 177
terse en la promoción de un colonialismo militar capaz de asegurar el acceso a
los grandes mercados de Oriente (Zinn, 1999: 225). Y para el caso concreto de
Cuba, por ejemplo, la Lumbermen’s Review, portavoz de la industria maderera,

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Bajo la vigilia del águila: accionar imperialista

invitó al Estado norteamericano a tomar el control de una tierra que poseía diez
millones de acres de selva virgen, con abundante madera valiosa la cual, ven-
dida en los EE UU, “produciría pingues beneficios” (Zinn, 1999: 230).
En lo que atañe al frente externo, las cosas no podían presentarse más
conformes a los designios intervencionistas. Específicamente en Cuba, la
guerra anticolonial iniciada en 1868 con las acciones de Demajagua, afec-
to especialmente al oriente de la isla hasta producirse en 1878 el armisticio
que puso fin a la esclavitud y a la “guerra de los diez años” (Le Riverend,
1999). En esta coyuntura histórica, empezaron a penetrar, hacia 1883, los
primeros grandes capitales norteamericanos orientados al sector azucarero.
Empresarios como Edwin Atkins y Hugh Kelly adquirieron centrales y grandes
extensiones de tierra. Con ello iniciaron un movimiento de inversiones que se
profundizaría después de 1898, aprovechando el cambio en la estructura de
comercialización del azúcar producida por el arancel McKinley de 1890. Otros
capitales, como los de la Bethlehem Iron Works o los de la Pennsylvania Steel
Company, orientaron sus inversiones a la minería cubana paralizada por la
guerra anticolonial.
Pero el elemento más significativo del frente externo residió en el curso
que tomaron los sucesos cubanos durante el segundo ciclo de lucha anti-
colonial abierto en los primeros meses de 1892 con la constitución del Par-
tido Revolucionario Cubano (PRC). La conducción política de este partido
quedó en manos de José Martí, mientras que a Máximo Gómez le cupo la
dirección militar del Ejército Libertador creado por el Partido Revolucionario
Cubano (Abad, 1995). Con ambos instrumentos fue retomada la insurrección
en 1893. A principios de 1898 los insurrectos mambises ejercían de facto
su control sobre la mayor parte de Cuba. El general revolucionario Máximo
Gómez proyectaba el control sobre La Habana, mientras que las fuerzas del
extinto general Antonio Maceo tenían en jaque desde fines de 1897 a toda la
oficialidad española.
Ya la administración Cleveland había manifestado sus temores de que en
Cuba triunfase la causa insurreccional, sobreviniendo entonces “el estableci-
miento de una república de negros y blancos” (Zinn, 1999: 225), en la cual pre-
dominaría “peligrosamente” el elemento negro. La administración McKinley de
ningún modo podía tolerar una nueva “Haití”, menos aún en los últimos tramos
de un siglo que había visto crecer significativamente las inversiones directas
del capital norteamericano en la isla. Para hombres como McKinley y Hay,
178 la presencia colonial española había implicado hasta 1898 una protección
de estos capitales, aunque con la preocupación de las consecuencias de la
presumible caída del poder español, lo cual abría la posibilidad de que Cuba
pasara a ser controlada por una raza inferior.

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Carlos Franco
Así, la realidad coyuntural del frente externo resultó determinante para
poner en marcha la serie de medidas gubernativas que culminarían con la
intervención yanqui de 1898.
McKinley movilizó cerca de 274.000 efectivos con la excusa de defender la
vida y las propiedades de los ciudadanos estadounidenses en Cuba, obede-
ciendo en realidad a los intereses de esas grandes corporaciones que cele-
braban desde Nueva York el inicio de las hostilidades.
La lucha anticolonial que habían sostenido duramente, desde 1895, hom-
bres como Calixto García y Máximo Gómez acabó siendo aprovechada por
las fuerzas militares de un joven imperio que usufructuó la derrota española
para imponer al pueblo cubano un nuevo tipo de pacto neocolonial. De esta
forma, a la guerra de liberación nacional hispano-cubana se le superpuso,
a partir de mayo de 1898, un nuevo tipo de guerra de carácter imperialista
(como Lenin mismo la definió) que pasaría a la historia con el apelativo de
guerra hispano-norteamericana.
En este sentido, resulta entendible que las principales aspiraciones del
ejército libertador cubano nunca hayan sido tomadas en cuenta por las fuer-
zas de ocupación de EE UU y que las capitulaciones de guerra fueran rendi-
das por oficiales españoles a oficiales estadounidenses. En efecto, a ningún
representante del pueblo cubano le fue permitido ingresar en la sala donde
firmaban España y los EE UU el Tratado de París, gracias al cual la primera
nación beneficiaba a la segunda con el traspaso de la isla.
El sustrato histórico de todos estos hechos fue anticipado por José Martí
cuando, refiriéndose a los EE UU de 1884, escribió: “La tiranía acorralada en
lo político, reaparece en lo comercial. Este país industrial tiene un tirano in-
dustrial. Este problema (…) es uno de aquellos graves y sombríos que acaso
en paz no puedan decidirse, y ha de ser decidido (…) antes tal vez de que
termine el siglo” (García Marruz, 1990: 5).

Construcción de la dependencia cubana para con los Estados Unidos

A finales de 1898, los EE UU habían capitalizado en 110 días de combate


la victoria del ejército anticolonial del Partido Revolucionario Cubano sobre
España. En tanto que, para fines de 1899, Washington conseguía desarticular
al PRC, principal expresión política de la lucha anticolonial. Esto último se
alcanzaba en el marco de la gobernación militar que, presidida por el general 179
Leonard Wood (1900-1902), regía los destinos de Cuba.
En efecto, este general, presionando a los congresales de la Constitu-
yente, logró hacer aprobar una enmienda constitucional que establecía el

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de los Estados Unidos en Cuba, 1898-1965
Bajo la vigilia del águila: accionar imperialista

derecho de intervención discrecional de los EE UU en los asuntos internos y


externos de la isla.
En consecuencia, la sanción de la enmienda Platt (cuya vigencia se exten-
dió desde 1903 hasta 1934) comportó así un tipo específico de territorializa-
ción de la economía y la geopolítica imperialistas, que se encuadraba en una
modalidad “republicana” de intervención, muy diferente a aquellas que por la
época llevaban a cabo potencias como Francia y Gran Bretaña.
En cuanto a los aspectos geopolíticos territorializados por medio de la en-
mienda resulta trascendente el artículo VII que estipulaba la cesión de territo-
rio nacional a los EE UU para asentar en este bases navales y militares. Dicho
artículo fue el soporte “legal” para establecer la base militar de Guantánamo
que, en pleno siglo XXI, continúa en poder del imperialismo yanqui.
En síntesis, la enmienda Platt constituyó un exponente perfecto de sobe-
ranía mediatizada: los dirigentes políticos de la isla ejercerían el gobierno,
mientras que el poder continuaría siendo retenido por los principales aparatos
de dominación al servicio del imperialismo. Sin duda, el general Wood estaba
en lo cierto cuando aseguraba que Cuba no era otra cosa más que la cons-
trucción de una verdadera dependencia de los EE UU.
La aplicacion de la enmienda se realiza en 1906, cuando Tomás Estrada
Palma, primer presidente de la República de Cuba por la necesidad de los
EE UU, se presenta a reelección originando alzamientos armados en toda la
isla. Frente a esta situación crítica, Estrada Palma exhortó al entonces presi-
dente de los EE UU, Theodore Roosevelt, a que ejecutase la enmienda Platt.
De este modo, los infantes de marina norteamericanos intervenían Cuba por
segunda vez en menos de una década.
Así, una nueva administración militar presidida por Charles Magoon se
hacía cargo de la isla entre 1906 y 1909. Su principal función era la de erigir
un andamiaje legal capaz de reforzar las condiciones estructurales de la de-
pendencia neocolonial.
Económicamente hablando, dichas condiciones ya habían sido territoriali-
zadas mediante el Tratado de Reciprocidad de 1903, que estipulaba rebajas
arancelarias para todas las manufacturas importadas de EE UU, fijando una
cuota azucarera cubana en el mercado metropolitano. Así se fortalecía el ca-
rácter monoproductor de Cuba, cerrando los caminos formativos de una bur-
guesía nacional industrialista. Si en 1897, el comercio total de Cuba con los
EE UU ascendía a 27 millones de dólares, veinte años después superaba
180 los 430 (Freeman Smith, 1965).
La dinámica de acumulación que movía a las inversiones norteamerica-
nas dependía totalmente de la protección brindada por las fuerzas supletorias
—Guardia Rural, Policía Municipal, Ejército Nacional—. De esta manera, la
extraversión económica traía aparejada la extraversión militar.

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Carlos Franco
Motivado al voluminoso informe que Magoon elaboró en 1908, consignan-
do su obra de gobierno en Cuba, podemos tener una visión global de las
implicaciones que la territorialización imperialista podía traer aparejadas para
la formación de un Estado clientelar. Este abogado republicano devenido en
interventor contó con el apoyo de la oligarquía nativa para:

a) reformar legalmente el sistema de tenencia del suelo despojando a los


campesinos de sus tierras;
b) decretar su traspaso a manos de grandes latifundistas cubanos y com-
pañías extranjeras;
c) promulgar una ley electoral que concedía el voto a los extranjeros resi-
dentes, ergo, a los estadounidenses;
d) reorganizar desde arriba el juego político aumentando el número de
cargos de gobierno para hacer posible una mayor integración estatal de
los partidos liberal y conservador (Jenks, 1960: 113);
e) acentuar el carácter represivo de la legislación laboral, ilegalizando las
huelgas;
f) reformar al ejército nacional en una línea “profesionalista” que buscaba
restringir el compromiso de los futuros militares cubanos con las causas
de los partidos políticos tradicionales (Magoon, 1908).

Concluido su trabajo, Magoon se retira dejando a Cuba numerosas leyes


y una deuda de U$S 25.000.000 con los EE UU. Exceptuando un brevísimo
período —como veremos a continuación—, la posterior alternancia de go-
biernos liberales y conservadores no habría de comprometer la estatalidad
neocolonial ya sólidamente establecida.

La subyugada clase política cubana (1910-1959)

Un buen modo de clarificar las relaciones dependientes entre EE UU y Cuba


en esta etapa es adoptando la diferenciación que James Petras ha planteado
entre Estado y régimen en los países supeditados a Washington. Para una
potencia imperial como EE UU sus intereses permanentes en los países lati-
noamericanos no consisten en sostener a tal o cual régimen político (vg. una
dictadura militar o un gobierno democráticamente electo), sino que radican en 181
impedir que colapse la estructura estatal que los expresa institucionalmente.
Desde esta perspectiva, la Cuba del período 1910-1959 atravesó varios
tipos de regímenes políticos que no alteraron jamás su configuración estatal.
Un ejemplo emblemático lo hallamos en Gerardo Machado, quien, a lo largo

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de los Estados Unidos en Cuba, 1898-1965
Bajo la vigilia del águila: accionar imperialista

de sus mandatos, entregó a EE UU 90 por ciento de la capacidad de energía


eléctrica generada, 100 por ciento de la producción de gas, de la conducción
del agua y de la red telefónica. También 22 por ciento de las tierras cubanas
(Del Puzo, 1989: 29). En tanto que régimen político, el machadismo combinó
insustanciales dosis de democracia liberal con fuertes medidas represivas
contra el movimiento obrero y la dirigencia estudiantil de corte revoluciona-
rio en particular y contra toda la oposición en general. Durante su segundo
mandato (1928-1933), Machado debió enfrentar una serie de impugnaciones
sociales y políticas que hicieron peligrar la estatalidad neocolonial defendida
por su régimen.
Ahora bien, la ineficacia del machadismo para contener a lo que luego se
llamaría la Revolución del 30 propició un cambio táctico en Washington que
se tradujo en el retiro de todo apoyo político y militar al dictador cubano. Final-
mente, la exitosa huelga general del 12 de agosto de 1933 puso fin al régimen
machadista. No obstante, Benjamin Sumner Welles —el nuevo embajador
yanqui en La Habana— logró situar al frente del amenazado Estado neoco-
lonial a Carlos Manuel de Céspedes, el hombre de confianza que requerían
los intereses permanentes del gran capital y la geopolítica imperialistas. Pero
he aquí que la nula legitimidad de este personaje, aunada al clima de lucha
antiimperialista vigente, acabó favoreciendo el golpe de Estado militar dado
por los sargentos el 4 de septiembre de aquel año crítico. De esta manera,
Fulgencio Batista —un hijo pródigo de ese ejército nacional creado por EE UU
a principios del siglo XX— instauraba un heterogéneo gobierno colegiado que
pasaría a la historia con el nombre de Pentarquía. Desde un principio, en su
interior se confrontaron las fuerzas progresistas, representadas por el naciona-
lista Antonio Guiteras Holmes, con las reaccionarias y pro imperialistas agru-
padas en torno a Batista.
Y si bien Washington no había reconocido aún a la Pentarquía, pocas du-
das habrían de quedar respecto de quién sería su aliado estratégico dentro
de aquel gobierno. Tengamos presente que las medidas reformistas tomadas
por Guiteras perjudicaban en forma directa a los intereses permanentes de
EE UU. Entre ellas debemos subrayar:

a) La intervención de la compañía yanqui de electricidad.


b) La imposición de la jornada laboral de ocho horas.
c) La ley del salario mínimo y la nacionalización del trabajo.
182
d) La disolución de los partidos políticos tradicionales.
e) La confiscación de los bienes y tierras de los machadistas.
f) El proyecto oficial de reforma agraria.

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Carlos Franco
Frente a semejante avance de la activación antiimperialista, Wells alienta
y apoya el frustrado movimiento de oficiales machadistas que tiene lugar a
fines de 1933 en La Habana. El encargado de reprimir el alzamiento no es otro
que el entonces coronel Fulgencio Batista. El embajador yanqui no tiene más
remedio que rendirse ante los hechos. El frente externo de la territorialización
imperialista encuentra en un militar plebeyo a su nuevo hombre de confian-
za. El ejército le responde y esto es suficiente para Washington. A Jefferson
Caffery, nuevo embajador enviado por el Imperio en diciembre de 1933, le
corresponderá cumplir la tarea que dejó trunca Wells, derrocar al peligroso
gobierno de Grau-Guiteras, sirviéndose para ello del ejército supletorio en
manos de Batista.
En efecto, el golpe de Estado que salva al Estado neocolonial acaba pro-
duciéndose el 15 de enero de 1934. A partir de entonces y hasta 1940, Batis-
ta pasó a ser la ficha del frente externo. Sus acciones condicionaron buena
parte del derrotero político de Cuba. De hecho, acabaría logrando que el voto
popular lo encumbrase a la más alta magistratura del Estado para el período
de gobierno 1940-1944. Y más aún, en aquel momento muchos cubanos es-
peraban que los postulados sociales más avanzados de la nueva Constitución
sancionada en 1940 fueran puestos en marcha por Batista. Sin embargo, sus
deseos resultaron burlados. Dado que algunos de esos postulados —vg. la
reforma agraria— podían alterar elementos claves de la territorialización im-
perialista, ni Batista ni sus sucesores hicieron nada por llevarlos a la práctica.
Por su parte, las presidencias de Grau San Martín (1944-1948) y Prío So-
carras (1948-1952) continuarían apuntalando un tipo particular de régimen
demoburgués signado por la corrupción administrativa, el gangsterismo sis-
tematizado y el aumento de la pauperización socioeconómica de amplias ca-
pas de la sociedad. Bajo este tipo de régimen los capitales norteamericanos
aumentaron su control sobre la actividad económica de Cuba, en tanto que
Washington recibió un apoyo incondicional para la defensa de sus intereses
geopolíticos fundamentales. Bástenos recordar que Cuba declaró la guerra al
Eje un día después de que lo hiciera el presidente Franklin D. Roosevelt.
Empero, desde mediados de la década de los cuarenta el régimen político
que mantenía vigente la estatalidad neocolonial cayó en otra crisis de legi-
timidad. Entre los nuevos impugnadores políticos se encontraba el Partido
Ortodoxo fundado por Eduardo Chibás y Rivas en 1945. De sus filas fueron
emergiendo jóvenes nacionalistas como Fidel Castro, quienes le exigían al
gobierno cumplir con los artículos trascendentes de la Constitución de 1940. 183
El principal de ellos no era otro que la reforma agraria.
Muchos esperaban que las elecciones de 1952 diesen el triunfo electoral
a esta vanguardia juvenil del Partido Ortodoxo. Los riesgos que dicho triunfo
traía consigo para la continuidad de la neocolonia resultaron determinantes

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de los Estados Unidos en Cuba, 1898-1965
Bajo la vigilia del águila: accionar imperialista

para que Washington apoyara un nuevo cambio de régimen político concreta-


do por Batista mediante el golpe de Estado militar del 10 de marzo de 1952.
De esta forma, los EE UU creían poner en orden ese frente externo de su
territorialización imperialista. Y aunque ese “orden” no les duró mucho, en el
terreno económico el gobierno conservador de Batista rindió sus frutos: los
siete años de esa dictadura produjeron una ganancia líquida al imperialismo
de 800 millones de dólares.
Por razones de espacio no podemos detenernos a considerar los porme-
nores que condujeron a la formación de grupos armados dentro de las filas
del Partido Ortodoxo, los cuales, liderados por Fidel Castro, produjeron los
fallidos asaltos del 26 de julio de 1952 a los cuarteles de Bayazo y Moncada.
Nos alcanza consignar que en 1955 había surgido en Cuba el Movimiento
Revolucionario 26 de julio; movimiento pequeñoburgués y nacionalista que
impugnaba al régimen dictatorial proponiendo su derrocamiento por la vía
insurreccional armada.
Durante su exilio mexicano de 1955-1956, los dirigentes del Movimiento
Revolucionario 26 de julio forjaron las bases políticas y militares de dicha
insurrección. Es por todos conocida la masacre batistiana que siguió al des-
embarco del Granma en las playas de Manzanillo (diciembre de 1956) y a la
huelga general que debía encabezar Frank Pais en Santiago de Cuba.
De esta manera, los pocos supervivientes del Granma debieron hallar asi-
lo en las sierras de la entonces provincia de Oriente, en donde fueron forjando
el Ejercito Rebelde que acabaría destruyendo dos años después el régimen
dictatorial de Fulgencio Batista.
A pesar de su escaso número inicial, desde mediados de 1957, el Mo-
vimiento Revolucionario 26 de julio pasaba a liderar un amplio frente poli-
clasista antidictatorial (Frente Cívico Revolucionario), obligando a EE UU a
redefinir sus tácticas respecto a la continuidad del régimen batistiano. Así, el
embajador norteamericano en La Habana trató de aislar al Movimiento Re-
volucionario 26 de julio dentro del Frente Cívico Revolucionario, para lo cual
reunió a las fuerzas burguesas de los partidos tradicionales conminándolas
a firmar, en septiembre de 1957, el Pacto de Miami. Gracias a este quedaba
abierta la puerta a una intervención yanqui para liquidar al corrupto y violento
régimen de Batista (Harnecker, 1987). Pero como esta medida no tuvo éxito,
el Departamento de Estado se vio obligado a apoyar con armas y equipos la
gran ofensiva militar que Batista impulsó en junio de 1958 para destruir el foco
184 guerrillero en las sierras de Oriente.
El corolario de dicha ofensiva consistió en una de las más impresionantes
derrotas que guerrilla alguna propinara a un ejército profesional. El prestigio y
popularidad del Movimiento Revolucionario 26 de julio y de su ejército alcan-
zaron las cotas máximas. Ante este cuadro general cualquier medida táctica

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Carlos Franco
instrumentada por Washington debía tener en cuenta dos objetivos comple-
mentarios: a) destruir el ineficiente régimen de Batista; y b) cooptar aquellos
sectores menos radicalizados del Frente Cívico Revolucionario que estarían
dispuestos a mantener vigente el Estado neocolonial.
Consideramos que ninguno de esos objetivos fue cumplido por la sola in-
tervención de Washington. Si bien es cierto que Batista renunció solo después
de comprobar que la embajada norteamericana le daba la espalda, no es
menos cierto que para ese entonces un abierto apoyo yanqui a su dictadura
hubiese resultado poco oportuno dado el grado de movilización popular alcan-
zado. Y como tendremos oportunidad de examinar a continuación, tampoco
resultó efectiva la política de cooptación de los sectores menos radicalizados
del Frente Cívico Revolucionario puesto que, en este caso, la descomposición
interna de dicho frente merced al decidido avance de los sectores más radica-
lizados tornó completamente ineficaz la refundación de un régimen democrá-
tico capaz de poner a salvo un Estado neocolonial.

La consolidación imperial estadounidense


previa al triunfo revolucionario en Cuba

La revolución cubana triunfó un 1º de enero de 1959. El contexto internacional


que encontró el Gobierno Revolucionario fue el de la Guerra Fría que enfren-
taba a los dos grandes bloques del mundo bipolar. En este sentido, antes
de analizar el contrapunto que se planteó entre Washington y el Gobierno
Revolucionario, reflejado por la lucha entre la vigencia de la territorialización
imperialista y su desterritorialización revolucionaria, debemos señalar los más
importantes cambios producidos en las esferas económica y geopolítica des-
pués de 1945.
En primera instancia la esfera geopolítica. Entre 1898 y 1945, EE UU
construyó su hegemonía hemisférica mediante la alianza de sus aparatos
burocráticos (civil y militar) con sus capitales monopólicos. Dicha alianza lo-
gró ejercer un control territorial sobre las economías y Estados de los países
latinoamericanos. Después de la Segunda Guerra Mundial y hasta el triunfo
de la revolución cubana, las burocracias y el gran capital imperialistas definie-
ron como objetivo geopolítico fundamental la conservación de la hegemonía
hemisférica alcanzada.
De esta manera, el cumplimiento de este objetivo solo se llevaría a cabo 185
partiendo de una determinada configuración territorial del imperialismo nor-
teamericano en América Latina. En consecuencia, Washington debió instru-
mentar una serie de medidas, tanto en el frente interno como en el externo,
para conservar la territorialidad imperial construida entre 1898 y 1945.

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de los Estados Unidos en Cuba, 1898-1965
Bajo la vigilia del águila: accionar imperialista

Tomando en cuenta en primer lugar al frente interno, Harry Truman crea-


ba la CIA en diciembre de 1947. Desde su creación la CIA fue utilizada para
desestabilizar y destruir aquellos regímenes políticos de América Latina y del
mundo considerados como una amenazaba real o potencial para los intere-
ses permanentes del gran capital y la geopolítica yanquis.
Pasando al frente externo, el Imperio prefirió construir las condiciones le-
gales de intervención a través del consenso interamericano con las clases
dominantes de su patio trasero, no obstante lo cual, en ciertos casos siguió
utilizándose la intervención militar directa para impedir la desestructuración
de un Estado neocolonial (República Dominicana en 1965). La opción de ins-
titucionalizar las intervenciones imperialistas a través de una serie de tratados
interamericanos perseguía el objetivo de presentar a dichas intervenciones
como voluntad misma de las dirigencias latinoamericanas.
Por último, debemos señalar que para hacer más eficaces sus interven-
ciones, Washington buscó potenciar militarmente las condiciones legales de
intervención. Con este fin, creó la SOA (School of the Americas), institución
que operó en Panamá entre 1946 y 1984, y en la que se graduarían decenas
de miles de militares y policías de 23 países latinoamericanos. De más está
decir que los principales golpistas y genocidas de la segunda mitad del siglo
XX en América Latina fueron instruidos por oficiales yanquis de la Escuela de
las Américas.
En cuanto a la esfera económica, digamos que a partir de 1945 los EE UU
fueron reconvirtiendo su aparato industrial de posguerra; reconversión de la
cual emergería, a partir de mediados de los años 50, la sociedad capitalis-
ta de consumo. En este contexto, las inversiones yanquis en América Latina
aumentaron de modo dramático. También se incrementó el control que sus
monopolios ejercían sobre las economías de los Estados y sociedades de-
pendientes, al tiempo que las antiguas potencias metropolitanas (Gran Breta-
ña, Francia y Alemania) dejaban de ser rivales económicos para los capitales
yanquis en la región.
Sin perder de vista los cambios operados en las esferas reseñadas, exa-
minaremos a continuación las principales vicisitudes que debió enfrentar una
revolución latinoamericana que aspiraba a desterritorializar su economía, Es-
tado y sociedad, del control imperial norteamericano.

186 La revolución nacionalista cubana (1959-1961)

La figura bíblica del título pertenece a José Martí, siendo posteriormente adop-
tada por Noam Chomsky (2000: 109-119) para definir la lucha feroz y desigual
que desde 1959 le impusiera EE UU al pueblo cubano. El desarrollo de esta

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Carlos Franco
confrontación acabó saldándose en 1965 con la completa desterritorialización
del dominio imperialista yanqui sobre Cuba, tempranamente impugnado por
el Gobierno Revolucionario a través de la creación de una nueva legalidad.
Esta legalidad, reflejo superestructural de la lucha de clases, condicionó des-
de un principio la intervención multipolar del imperialismo.
Efectivamente, de las más de mil leyes sancionadas por el Gobierno Re-
volucionario durante su primer año de mandato, muchas se presentaron a
ojos de Washington como disruptivas del Estado neocolonial y de su orden
dependiente. Por otra parte, cualquier mirada retrospectiva sobre la evolución
de esta legalidad ha de sostener que la revolución cubana transitó desde una
primera etapa “antiimperialista” y “reformista” (1959-1961) a una segunda eta-
pa “socialista” (de 1961 hasta nuestros días).
Podemos afirmar que la frontera externa de la praxis imperialista desafió
de forma cabal el sebo de los capitales monopólicos, el fantasma del antico-
munismo golpista —tan caro a la Guatemala de Arbenz— y el temor a esas
armas nucleares que amenazaban hundir al mundo bipolar de la posguerra.
El Gobierno Revolucionario liderado por Castro había tomado desde ene-
ro de 1959 una serie de medidas legales para profundizar la revolución. La
Ley Fundamental del 7 de febrero de 1959, que restauraba parcialmente la
Constitución de 1940, establecía que el poder legislativo recaía en el Consejo
de Ministros y no en el parlamento tradicional. De esta forma las aceitadas
maquinarias comiciales de los partidos políticos (que integraban el Frente
Cívico Revolucionario) hallaban cerrado el camino al poder. En adelante, solo
se hallaban habilitados para legislar quienes formaran parte del Consejo de
Ministros, siendo que Castro asumía su control el 15 de febrero bajo la figura
del primer ministro.
En mayo de ese mismo año sería sancionada la Ley de Reforma Agraria,
de la cual nos ocuparemos más adelante. Pero una de las medidas legales
más trascendentes consistió en la creación del Ministerio de las Fuerzas Ar-
madas Revolucionarias (octubre de 1959), con lo cual eran destruidos los
cuerpos armados del Estado neocolonial que EE UU creara entre 1898 y
1909. En consecuencia, el frente externo de la territorialización imperialista se
quedaba sin su ejército supletorio.
Frente a ello, Washington se ocupó de alentar, financiar y organizar nú-
cleos conspirativos capaces de subrogar las fuerzas supletorias destruidas.
Si bien algunos de estos núcleos habían nacido antes de octubre de 1959,
el compromiso imperial para apuntalarlos solo se convirtió en una opción 187
estratégica después de ese mes. Por cierto que la reforma agraria de mayo
de 1959 había intensificado las contradicciones sociales y políticas. An-
tes de su sanción solo existían dos organizaciones contrarrevolucionarias,
al tiempo que no existían las Milicias Nacionales Revolucionarias ni los

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de los Estados Unidos en Cuba, 1898-1965
Bajo la vigilia del águila: accionar imperialista

Comités de Defensa de la Revolución, instituciones que suprimieran la te-


rritorialización imperialista.
Sin embargo, no podemos desconocer que en vísperas de ser sancionada
la reforma, tanto la prensa nacional como la extranjera habían puesto en mar-
cha una campaña macartista para individualizar a los elementos comunistas
que marcaban a la revolución.
Lo cierto es que a finales de diciembre de 1959, otras cinco organizacio-
nes contrarrevolucionarias se hallaban en funcionamiento, mientras que en
Pinar del Río venían produciéndose desde mayo los primeros alzamientos
armados en contra del Gobierno Revolucionario.
La coherencia ideológica requerida por estos movimientos contrarrevolu-
cionarios provino de un subproducto de la esfera geopolítica yanqui: la doctri-
na Truman para la contención del comunismo. Esta serviría para fundar una
duradera alianza entre los burgueses cubanos desafectos y el imperialismo
estadounidense. Por otra parte, esta argamasa ideológica se retroalimentó
con el ejercicio del terrorismo contrarrevolucionario. Un ejemplo cabal del mis-
mo se produjo con inmediata posterioridad a la sanción de la Ley n° 600 del
16 de octubre de 1959, la cual disolvía a las FF AA existentes, creando en su
lugar el Minfar. Washington respondió a esta medida eligiendo a Pedro Díaz-
Lanz, un oficial desertor de las fuerzas armadas rebeldes, para comandar el
21 de octubre un ataque terrorista aéreo sobre La Habana. Aviones proceden-
tes de Florida abrieron fuego de metralla sobre la población civil, causando 2
muertos y 45 heridos.
La respuesta del Gobierno Revolucionario resultó contundente: creación
de las milicias revolucionarias. En consecuencia, la defensa que aún no podía
asegurarse desde los aparatos del Estado resultó asegurada con el masivo
apoyo de los trabajadores organizados.
En este contexto, Eisenhower multiplicó la capacidad burocrática del fren-
te interno intensificando sus ataques al Gobierno Revolucionario mediante
los organismos interamericanos creados por la geopolítica yanqui. Así, en
la Organización de Estados Americanos se presentaron como lesivos del
Tratatado Interamericano de Asistencia Reciproca (TIAR) y, por extensión,
de la “Seguridad Hemisférica” (Ianni y Kaplan, 1973), los crecientes vínculos
económicos y diplomáticos que el Gobierno Revolucionario mantenía con
Moscú y Pekín.
Como podemos apreciar, el Imperio no dudaba en utilizar los más varia-
188 dos canales para impedir la desterritorialización revolucionaria de Cuba, su
Estado-cliente más antiguo. En este sentido, un caso emblemático a nivel eco-
nómico fue, en junio de 1960, “la provocación insólita” de EE UU, tal como la
llamó Fidel Castro, la cual implicaba negarse a seguir enviando petróleo —que
hasta entonces Cuba importaba de compañías estadounidenses radicadas

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en Venezuela— a territorio cubano. Esta negativa provocó que este insumo
industrial fuera en adelante importado directamente de la URSS a cambio de
su excedente azucarero. Sin embargo, los norteamericanos se negaron a uti-
lizar sus refinerías en Cuba para procesar el crudo soviético, contraviniendo
así abiertamente la Ley de Minerales y Combustibles. El Gobierno Revolucio-
nario, en defensa de la soberanía cubana, interviene entonces las refinerías,
conminándolas a procesar el crudo. Washington consideró que esta medida
debía ser severamente castigada: una semana después (julio de 1960), Ei-
senhower ordenó la supresión de la cuota azucarera, propiciando con ello un
mayor acercamiento del Gobierno Revolucionario al bloque socialista, que
accedía a comprar de buena gana aquello que EE UU suprimía. A partir de
ese momento, ¿qué sentido tenía mantener bajo la propiedad de los yanquis
aquellas industrias de bienes y servicios que extorsionaron desde siempre a
la economía cubana?
Las nacionalizaciones de agosto de 1960, que se realizaron de acuerdo
con el Derecho Internacional, se fundamentaban en “la actitud de constante
agresión del Gobierno y el Congreso de los EE UU contra los intereses funda-
mentales de la economía cubana”, determinando así la nacionalización de 26
empresas estadounidenses (entre ellas la petrolera Texaco, la Cuban Telepho-
ne Company y varias centrales azucareras). A la primera ola que nacionalizó
los capitales extranjeros le siguió en octubre de 1960 (1º Declaración de La Ha-
bana mediante), una segunda ola que hizo lo propio con más de 380 grandes
empresas de capitales cubanos. Sus fundamentos fueron a un mismo tiempo
económicos y políticos: “...las grandes compañías privadas han seguido una
política contraria a los intereses de la Revolución (y han financiado) a grupos
contrarrevolucionarios en alianza con el imperialismo financiero internacional”.
De cara a esta aniquilación del Estado neocolonial, Washington no solo apeló
a una serie de artimañas legales (como la enmienda Hikenlooper) sino que, al
mismo tiempo, fue apostando sus fichas a intervenciones militares más (playa
Girón) o menos (Plan Pluto) directas para destruir al Gobierno Revolucionario.
De esta forma, a principios de 1960, Eisenhower puso en ejecución el
Plan Pluto, una suerte de “plan de planes” que, supervisado por la CIA, tenía
como objetivo principal articular la oposición interna de carácter civil con los
movimientos armados de “alzados” que operaban fundamentalmente en el
macizo central del Escambray. Asimismo se buscaba perturbar mediante ac-
ciones terroristas la producción interna, tomando como uno de los principales
blancos de sus ataques al Instituto de Reforma Agricola, combustionando el 189
clima social con el objetivo de desestabilizar al pueblo cubano. Sin embargo,
el proyecto fracasó por no tener en cuenta un elemento central (que a EE UU
le costaría muy caro y le llevaría mucho tiempo aceptar): no contaba con ba-
ses internas para su puesta en marcha (Escalante Font, 2003).

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de los Estados Unidos en Cuba, 1898-1965
Bajo la vigilia del águila: accionar imperialista

El Imperio cambia entonces su táctica y comienza a planear una invasión.


A principios de 1961, la CIA aconsejaba al nuevo presidente John F. Kennedy
desembarcar a la brigada mercenaria 2.506 por bahía de los Cochinos para
establecer allí un gobierno que lideraría el doctor Miró Cardona en su calidad
de presidente del Consejo Revolucionario. Establecido el Consejo en tierras
cubanas, se apelaría al derecho internacional para ser reconocido como el
“legítimo gobierno de Cuba”, y en cuanto tal, sería apoyado militarmente por
EE UU. Sorprendentemente, como puede leerse en los informes que la agen-
cia presentaba a Kennedy, este plan basaba nuevamente su éxito en que el
pueblo cubano, ya harto del opresivo régimen castrista, apoyaría resuelta-
mente una intervención armada en Cuba.
Cuando finalmente se produjo el desembarco (17 de abril de 1961), la
revolución cubana cumplía menos de 12 horas de haber sido declarada so-
cialista por su jefe, Fidel Castro. Y menos de 72 horas después, las Fuerzas
Aéreas Rebeldes, el Ejercito Revolucionario y las milicias de la revolucion
derrotaron en Girón y playa Larga a los mercenarios apoyados por la US
Navy. La información que la CIA proyectó falsamente acerca de que la inva-
sión mercenaria contaría con apoyo popular no tiene parangón en la historia
de la agencia.
Podía decir con orgullo Fidel en su comunicado n° 4 del 19 de abril: “La
Revolución ha salido victoriosa, aunque pagando un saldo elevado de vidas
(…) destruyendo así en menos de 72 horas el ejército que organizó durante
muchos meses el gobierno imperialista de los EE UU” (García, 2000: 74).

Del nacionalismo al socialismo cubano (1962-1965)

Con inmediata posterioridad al fracaso de Girón, el imperialismo combinó


nuevas y viejas medidas de intervención para impedir la debacle total del
frente externo.
Entre las nuevas medidas cabe destacar la sistematización de la políti-
ca de migraciones norteamericanas respecto de Cuba, que Kennedy efectuó
en 1961 mediante el Cuban Refugee Program. Paradójicamente, después de
romper sus relaciones diplomáticas con la isla, el Departamento de Estado y
el de Justicia de EE UU eximían del requerimiento de visa a los cubanos que
quisiesen abandonar su país. Y lo más importante del caso era que mediante
190 el Cuban Refugee Program quedaba blanqueada la financiación de las or-
ganizaciones terroristas con sede en Miami. Así, su presupuesto inicial de 4
millones de dólares (1961) trepó a 38 millones en 1962.
Debemos señalar como una de las más notorias la Operación Mangos-
ta, iniciada en noviembre de 1961 y abortada en enero de 1963. A este plan

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desestabilizador le precedió la aprobación por parte de Kennedy (entre junio
y septiembre de 1961), de “más de veinte proyectos de sabotaje, a efectuarse
dentro de la isla por personal norteamericano” (Escalante Font, 2003: 35).
Ambos tipos de medidas debieron enfrentarse con el decidido avance
de la desterritorialización revolucionaria que creaba en Cuba las bases ins-
titucionales de un Estado socialista. Tengamos en cuenta que el Gobierno
Revolucionario, desde mediados de 1959, desató un proceso de reformas
desestructurantes de la vieja economía capitalista cifrada en la propiedad
privada y el mercado autorregulado. Con el Ministerio de Comercio Exterior
(febrero de 1961) se convertía al Estado en el exportador-importador único
de la nación. En el sector comercial interno, la red nacional de tiendas queda-
ba bajo pleno control del Ministerio de Comercio Interior. El Banco Nacional
pasaba a ser tesoro, emisor y contralor de la circulación monetaria, como así
también banco de depósito y administrador de créditos. La mayor parte de las
empresas industriales se hallaban después de las nacionalizaciones de octubre
de 1960 bajo control directo del Estado. Por su parte, el Ministerio de Traba-
jo fijaba a escala nacional los salarios y las condiciones laborales. Con estas
nuevas reglas, ¿quién les daría créditos a los sospechosos de apoyar la con-
trarrevolución? ¿Quién les facilitaría las importaciones de bienes suntuarios,
colectivamente inútiles? ¿Y quiénes podrían comprar dichas mercancías, en
un régimen que impedía la superexplotación laboral?
Consecuentemente, el horizonte de acumulación de la burguesía cubana
(fuese propietaria o gerencial) desaparecía de Cuba para reaparecer en Mia-
mi. Sin un respaldo de clase, la contrarrevolución fue mostrándose incapaz de
resistir la represión revolucionaria que le oponía el nuevo Estado. Y en este
marco poco pudo hacer la intervención imperialista para corregir el curso de
los acontecimientos. De hecho, muchas de las medidas tomadas por Wash-
ington acabaron favoreciendo la tan temida desterritorialización revolucionaria.
Así, el bloqueo naval decretado por Kennedy en octubre de 1962, al dis-
minuir en Cuba la importación de bienes de subsistencia (vg. arroz y maíz
procedentes del viejo sur de EE UU) hizo propicia una medida estatal que
buscaba impedir el alza inflacionista de precios. Dicha medida consistió en la
libreta de abastecimientos (fines de 1962), quedando a cargo de los Comités
de Defensa de la Revolución su gestión popular.
Por otro lado, con la reforma agraria de octubre de 1963 —que redujo
a cinco caballerías el máximo de tierra apropiable— acabó destruyéndo-
se aquel remanente de burguesía agraria que podía brindar apoyo a los 191
contrarrevolucionarios.
Por lo demás, desde octubre de 1961 regía la Ley n° 988, autorizando el
fusilamiento en menos de 48 horas de aquellos individuos capturados con
armas en las manos (Carreras, 1985). Posteriormente, en julio de 1962, el

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de los Estados Unidos en Cuba, 1898-1965
Bajo la vigilia del águila: accionar imperialista

Estado creaba las unidades especiales de Lucha Contra Bandidos, para con-
trapesar la reorganización táctica de los “alzados” del Escambray que fomen-
tara Washington. De esta manera, si entre 1959-1961 habían sido capturados
cuatro grupos de “alzados”, entre agosto de 1962 y diciembre de 1963, habían
caído 25 grupos. Como resultado de esta mayor efectividad de la represión
revolucionaria, Fidel Castro pudo anunciar en Santa Clara el fin del bandidis-
mo organizado.
La contrarrevolución armada, expediente territorial norteamericano para
impedir la dilución del orden neocolonial en Cuba, había dado sobradas
muestras de ineficacia ante una sociedad y Estado movilizados para conquis-
tar aquella soberanía conculcada en 1898.

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RESEÑAS

PÉREZ CRUZ, Felipe y Luis Armando SUÁREZ SALAZAR. Bicentenario


de la primera independencia de América Latina y El Caribe. La Habana,
Editorial de Ciencias Sociales, Colección ALBA Bicentenarios, 2010.

En un momento donde celebramos los bicentenarios de gran parte de Amé-


rica Latina, la obra de Felipe Pérez Cruz y Luis Armando Suárez Salazar es
sumamente importante, porque explica el proceso de liberación del área del
Caribe poco estudiado y conocido en nuestro país.
La estructura de la obra está constituida por conferencias de los autores y
de otras personalidades como Alfredo Jacobsen, Luis Britto García, Gerardo
Contreras y Beatriz Rajlan, además presenta varios anexos de documentos
de organizaciones académicas y populares que han asumido posturas críti-
cas con respecto al Bicentenario, ofreciendo nuevos aportes acerca de cómo
debe ser investigado tan relevante proceso.
Un punto a resaltar es la crítica que se realiza a la forma como se han
conmemorado los bicentenarios, al dejarse de lado el caso de Haití que fue
la primera República libre de América Latina, la cual se atrevió a otorgarle la
libertad a los esclavos (aspecto que causaba terror en las clases acomoda-
das al iniciarse la lucha por la liberación), por ello Felipe Pérez Cruz lamenta
que en el año 2004 ningún presidente haya asistido a la celebración de los
200 años de la independencia haitiana, pese al apoyo dado por esa nación a
Simón Bolívar en 1816.
Ese “olvido”, como lo caracteriza el autor, se debe a la visión eurocéntrica
que aún se tiene en los estudios relativos a la independencia, dejando de lado
aspectos clave como las rebeliones surgidas antes de 1810, en su mayoría
protagonizadas por los sectores excluidos, como la de Túpac Amaru por citar
solo un ejemplo.
De esa forma Pérez Cruz reflexiona sobre el porqué esa visión sigue te-
niendo tanto peso, para él se debe a que existe un consenso en darle mayor
protagonismo a los terratenientes criollos como propulsores del proyecto, ob-
viando que a partir de 1816 el papel de las clases populares fue fundamental
para revertir los constantes fracasos que hasta el momento había tenido el
proceso independentista.
Por ello reivindica El llamamiento de Coro (es el primer documento que
se encuentra en los anexos) realizado en el año 2006, con motivo de los 200
años de la expedición de Francisco de Miranda, como un relevante avance en
el estudio de los verdaderos protagonistas de nuestra gesta independentista.
Un aspecto clave de la obra es aquel que vincula las luchas populares de 197
hace 200 años con las que vivimos en la actualidad, utilizando como anexos
diversos documentos como la Declaración Final de la IX Cumbre del ALBA,
donde se resalta que los países miembros del bloque se comprometen a
acompañar “la lucha de los pueblos por alcanzar la definitiva independencia”,

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de esa forma queda en evidencia una de las reflexiones más importantes de
Reseñas

la obra, ¿qué nos dejó a los pueblos nuestroamericanos ese proceso que
hace 200 años sacó al imperio español de gran parte del continente?
Así llegamos al tema de El Caribe, región que no ha sido tomada en cuen-
ta en estas celebraciones, dejando de lado los intentos de rebeliones que se
vivieron en la región, por ello existe una dura crítica a lo que ellos catalogan
como Historia Oficial, que ha buscado ocultar esos hechos al igual que el
papel de los sectores populares en esas luchas, dejando como absolutos
protagonistas a las elites y las oligarquías.
Un punto de interés es que la obra muestra, a través de la recopilación de
documentos y conferencias, una crítica a la manera como se ha abordado la
historia, alertando sobre la necesidad de confrontar esa tendencia eurocén-
trica y acercarse más a los sentires de las rebeliones populares, por ello aquí
no se muestran investigaciones históricas, se realiza un balance crítico de la
historiografía dominante sobre la independencia, llamando la atención sobre
ese proceso de una forma diferente e incluyendo a la región de El Caribe, la
cual tuvo a hombres como José Martí que lucharon por romper las cadenas
tanto de España como del emergente imperio estadounidense.

Diana Pérez.

Boletín del Archivo General de la Nación. En favor del General Bolívar:


papeles de la insurgencia 1830. Caracas, Archivo General de la Nación,
2011, n° 267.

El Archivo General de la Nación con la edición de este boletín desenmascara


un año que ha sido objeto de manipulaciones por parte de la historia domi-
nante: 1830, debido a que tradicionalmente se nos ha hecho creer que había
un consenso general, el cual apoyaba la separación de Venezuela de la Gran
Colombia, pero este boletín nos muestra algo muy diferente.
De allí la importancia de contar con la presente recopilación documental
sobre los papeles de la insurgencia del año 1830, los cuales fueron trabaja-
dos por el investigador venezolano Fabricio Vivas Ramírez, donde demuestra,
con el rico acervo del ya centenario Archivo General de la Nación Francisco
de Miranda, la verdadera historia de lo que ocurría en Venezuela a finales de
1829 y durante todo el año de 1830.
Son un total de 288 documentos que reconstruyen la llamada Revolución
de Oriente, los cuales nos muestran diversos brotes de lealtad a la unidad
grancolombiana y las graves dificultades que tuvo que enfrentar el gobierno
de José Antonio Páez, para acallar a quienes no aceptaban ni su autoridad ni
198 las bases de la nueva República.
Para los lectores será un interesante descubrimiento conocer cómo en el
oriente del país (principalmente) se organizaron miles de tropas militares que
respaldaron el ideal bolivariano, las cuales fueron brutalmente perseguidas
por José Antonio Páez y sus seguidores.

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Ello contradice en gran medida lo que la historia dominante a través de

Reseñas
diversas investigaciones nos ha hecho pensar del primer gobierno del líder
de los llaneros durante la independencia, José Antonio Páez, al mostrarlo
como un régimen de paz, tranquilidad y de amplio consenso, cuando en
la realidad tuvo que enfrentar levantamientos y descontentos de diversos
sectores de la población venezolana.
Otro aspecto de interés es que nos permite conocer lo que ocurría en di-
versas regiones del país, esta es una de las grandes debilidades de nuestra
historia, la cual se encuentra excesivamente centrada en Caracas, por ello no
tenemos muchas investigaciones que analicen lo que ocurría en el interior del
país a la hora de grandes eventos nacionales, este es otro importante aporte
de esta recopilación documental.
Por otra parte el lector podrá leer con fuentes de primera mano los diver-
sos alzamientos y movilizaciones que ocurren en nuestro país durante el año
1830 hasta julio de 1831, fecha en la cual culmina ese ambiente de protesta
adverso al gobierno de Páez.
También tendrá acceso a los acuerdos de paz realizados entre generales
y coroneles durante esos años, aspecto que aún espera por el estudio ex-
haustivo de los investigadores en historia, al ser prácticamente desconocido
para la mayoría de los venezolanos, de esa forma podemos formarnos una
visión más cercana a la realidad de lo que ocurría en un año muy conflictivo
e interesante de nuestra historia.
De allí que invitemos a los lectores a leer está recopilación documental
que nos muestra una cara diferente de la separación de Venezuela de la Gran
Colombia, porque hasta los momentos la historia la había caracterizado como
un proceso pacífico y de amplio consenso nacional. Pero la documentación
recopilada en el último boletín del Archivo General de la Nación nos muestra
algo distinto, primero, cómo muchos venezolanos apoyaron los ideales boli-
varianos hasta después de la muerte de nuestro Libertador, y segundo, las
serias dificultades que sufrió el gobierno de Páez para acabar con los brotes
de protesta.
Por esas razones es oportuno conocer y reivindicar la valentía, la lealtad
de esos hombres y mujeres venezolanos que se alzaron contra Páez, quienes
defendieron con todas sus fuerzas los ideales de unidad nuestramericana.

Diana Pérez

TORRES IRIARTE, Alexander. Del pensar a la angustia: cinco perfiles inte-


lectuales venezolanos. Caracas, Fondo Editorial Ipasme, 2009.

199
En Del pensar a la angustia, Alexander Torres Iriarte nos muestra el perfil
de cinco pensadores venezolanos que vivieron y reflexionaron con especial
intensidad su tiempo y su entorno (la angustia, el pensar), incitándonos, de
este modo, a inquietarnos por determinar un pensamiento propio que nos

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ayude a aclarar los problemas políticos y sociales de nuestro país desde su
Reseñas

propio contexto.
Alexander Torres Iriarte, educador e historiador, inicia exponiendo la pers-
pectiva antropológica del filósofo y educador alemán Ignacio Burk, quien
desde temprana edad se estableció en tierras venezolanas como misionero
salesiano. En Caracas logró graduarse en el instituto Pedagógico de Caracas
(IPC) en 1949, con la especialización de Biología, Física y Filosofía, lo que le
permitió tener una fuerte instrucción en los saberes científicos y humanistas.
Conflictos vocacionales lo hacen abandonar el sacerdocio para dedicarse a la
docencia, desarrollando una amplia labor divulgativa y académica en el IPC.
En su obra, Burk se esfuerza en ilustrarnos, acudiendo al tecnocentrismo
opresor, la carga pesimista que lleva la noción de hombre. Esta noción conci-
be al hombre como el animal portador de una razón que, irónicamente, se en-
frenta con su naturaleza egoísta, reflexión que fue anunciada ya por Hobbes
en su polémica sentencia: homo homini lupus. Esto nos incita a preguntarnos:
“¿y cuál es el asidero del hombre contemporáneo?” (p. 16).
Burk sostiene que a pesar de que el Aufklärung (Ilustración) trató de elevar
a la diosa razón a su más alta cúspide, permitiendo el desarrollo técnico en
su más amplio margen, podemos observar cómo los pensadores de épocas
posteriores han de notar que el hombre se encuentra aún en tinieblas. “Solo
basta observar el caso de las cosmovisiones científicas, para corroborar lo
que decimos. Como si al hombre —por el desengaño con su carga de ensayo
y error— le llegó la hora de asumir su propia responsabilidad”, advierte Torres
Iriarte (p. 17).
La tecnología desvía el horizonte de los valores éticos y estéticos, mas no
por ello quiere decir “que deba existir un divorcio entre el aparato productivo
y la educación” (p. 19), sino, más bien, “...que debe haber un cambio de para-
digma con respecto a la imagen que se tiene del educador. Este debe dejar
de ser un mero instructor que solo informa, para también empujar al pen-
samiento racional, con notable capacidad crítica, ya que aprender un cierto
tipo de conducta fundamentalmente verbal, es aprender en amplia medida un
lenguaje” (p. 20).
En el siguiente capítulo, Torres Iriarte nos expone la postura de Rafael
Vegas Sánchez, venezolano que desde joven estuvo involucrado en las altas
esferas educativas, estudiando en el colegio Salesiano y el liceo Caracas
donde llegó a ser discípulo de Rómulo Gallegos. Fue estudiante de medicina
en la Universidad Central de Venezuela, lo que le permitió especializarse en el
área de psiquiatría, lo que posteriormente le servirá de auxilio para dilucidar
los problemas que tiene el país con “la infancia abandonada, anormal y delin-
cuente” (p. 33). Vegas Sánchez nos presenta como solución la instauración de
instituciones: “Casas de observación para Menores, Casas Hogares, interna-
200 dos de Pre-Orientación, Internados de Readaptación, Sanatorios Psiquiátri-
cos Infantiles, además, de Clases y Escuelas Especiales” (p. 33).
La educación fundamental del joven viene dada desde el hogar, no se bus-
ca reemplazarlo con la institución, sino estimular la creatividad y reflexión que
bien no puede ser abarcada desde la casa. No obstante podemos notar cómo
muchos hogares son disfuncionales, impidiéndole así la correcta formación al

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joven y adolescente. Esto se debe, entre otros factores, al éxodo de campe-

Reseñas
sinos a la capital en busca de una mejor calidad de vida, pero a gran escala
esto representa lo que Vegas Sánchez llamó posteriormente “cinturón de mi-
seria” (p. 34).
Sánchez abogó por la institución que vela por la educación de los jóvenes
y no en vano fundó el Colegio Santiago de León de Caracas, cuyo objetivo
principal estaba destinado a la formación de individuos conocedores de su
cultura, historia, y que fomentara en ellos el llamado a la producción benefi-
ciosa para el país. Asimismo procura llevar el ideal del estudiante venezolano
a un individuo que tiene “visión universal del ser humano” (p. 38), que sea
tolerante, conocedor de su tradición y capaz de convertirse en pilar del futuro
de Venezuela.
Más adelante, Torres Iriarte nos presenta una reflexión sobre la tendencia
existencialista que asume el autor hispano Teodoro Isarría, pensador espa-
ñol por nacimiento y venezolano por naturalización (p. 49). En Madrid tuvo a
maestros como José Gaos, José Ortega y Gasset y García Morente. En 1947
llega a Venezuela y se desempeña como traductor y profesor en el IPC, lo
que le permitió tener un constante trato con la filosofía. En su obra, Isarría
nos indica que el hombre es el existente a quien no se le atribuye nada, sino
que él mismo es quien tiene como industria el obrar en función de construir
su propia existencia, “existencia que supone libertad” (p. 50). Asimismo la
existencia mantiene un afán en “un siempre ser más”, por lo que se convierte
en sinónimo de trascendencia.
Para concretizar su aspiración de trascendencia el hombre ha de acudir a
la filosofía: “La filosofía es mediadora con el misterio que se debate entre lo
positivo y lo negativo, entre la lid del ser y la nada, es una disciplina humana
donde el espíritu se observa a sí mismo” (p. 51). Empero, esto no quiere decir
que el mal que abraza nuestra nación sea el pensar; es decir, que haya hom-
bres que piensen, sino que el problema reside sobre lo que se piensa. Por
ello “LO QUE HAY QUE PENSAR, es lo impensado y lo pensable” (p. 51). De
manera que la razón ha de dialogar con lo irracional para que de este modo
se concientice de la responsabilidad humana, carácter que solo es posible
bajo el dominio del libre albedrío, permitiendo así un compromiso que tiene el
hombre consigo mismo de elaborar su propia existencia.
Ahora bien, para permitir la trascendencia del hombre en la historia es
necesaria la existencia de la cultura, de un ethos. La eticidad puede ser com-
prendida como una segunda naturaleza que está impuesta al hombre mucho
antes de que él sea; es decir, que a pesar de las elecciones propias que han
de ser tomadas por el existente, este debe entender que ha nacido en un
contexto propio que lo acobijó y le permitió obtener su lenguaje y su cultura.
Isarría afirma que a pesar de que la ciencia y la filosofía establecen una
diferencia entre ellas, no por ello deben distanciarte, sino que por el contrario 201
han de trabajar en conjunto para que así surja una relación gnoseológica
donde “la filosofía es lo fundamentante y la ciencia lo fundamentado” (p. 54).
Este paradigma le permite a la conciencia estudiar al mundo en términos de
sujeto y objeto, ya que solo de esta forma podré conocer al otro, quien en

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última instancia sirve de espejo para reconocer que la realidad histórica viene
Reseñas

dada por el “tú”. Podemos ver cómo el pensador contemporáneo se aleja del
solipsismo racional y ubica al hombre en una comunidad de varios yo en
donde se desarrolla el intercambio cultural.
Un cuarto pensador venezolano que nos presenta Torres Iriarte es Juan
Liscano. El estudio que nos tiene como propósito mostrarnos una angustia de
carácter universal que viene dada por la terrible producción de la sociedad
tecnocéntrica. El desencadenamiento de la producción técnica lleva a deshu-
manizar al hombre por el hecho de asesinar los pliegues éticos y espirituales
de la humanidad. Liscano se mantiene firme al sostener que los aportes téc-
nicos por más que sean de carácter informativo no sirven para estimar una
mejor existencia humana (p. 71), y es por ello que el autor no interpreta al
progreso como una línea ascendente.
Torres Iriarte acude a la figura de Juan Liscano, intelectual venezolano
elogiado por su papel multifacético desempeñándose como crítico, ensayista,
articulista, periodista, etnomusicólogo, entre otros oficios. Liscano realiza es-
tudios en el extranjero y regresa a la Universidad Central de Venezuela para
hacer cursos de Derecho y Antropología, esto le permite orientar su sólido
pensamiento como creyente en el ámbito político y antropológico en el que se
desenvuelve el hombre de hoy día. Torres Iriarte hace énfasis en considerar a
Liscano como un pensador que se mantiene en sintonía con el eclecticismo,
y que por ello se explica su “carácter apocalíptico a la hora de analizar la di-
námica finisecular del mundo” (p. 73). Asimismo podemos observar que utiliza
la imagen del diablo para explicar lo que él llama “una sociedad inconsciente-
mente satánica”. Esto lo podemos ver con mayor facilidad cuando nos explica
que, en la contemporaneidad, el simbolismo satánico ha llegado a triunfar
en el mercado consumista, desde la producción de rock heavy metal hasta
videos, cine, e incluso afiches propagandísticos.
De manera que Liscano bajo una viva imagen, a la que podemos recurrir
en el presente, nos muestra cómo el ideal de progreso conllevó a nuestra
nación a caer en el error de usar a la historia, esto es al pasado, como he-
rramienta para hacer política, “por eso hay que reescribir con honestidad la
historia, sin concesiones con lo idílico y lo falso” (p. 79). La única manera de
salvar a la juventud, rescatándola de la debilidad por el llamado tecnológico,
es evitando que la institución educadora decaiga, rozando la mediocridad,
pues ella es “el reflejo de la quiebra del sistema” (p. 82).
El último pensador venezolano al que Torres Iriarte hace alusión es José
Rafael Guillent Pérez, escritor y filósofo venezolano que concretó sus estudios
entre las universidades de Venezuela y París, especializándose en Filosofía e
Historia de la Filosofía. Pretendió dilucidar la posición que ocupa la filosofía en
la contemporaneidad; esta deja de ser un saber de intelectuales, propiamen-
202 te, para convertirse en la verdad de las cosas que se encuentra escondida
en cada una de ellas y, en este sentido, todo hombre está capacitado para
ser filósofo y descubrir dichas verdades. Por ello podemos ver que Guillent
Pérez recurre a Heidegger, quien hace énfasis en el develar de la verdad y
nos recuerda que “la filosofía no es amor a la sabiduría, sino la sabiduría del

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amor” (p. 89). No obstante, la filosofía no puede estar sustentada en lenguaje

Reseñas
místico, ni puede ser argumentada por cuestiones de fe, debido a la tradición
occidental, la cual siempre ha tendido a nutrirse de un saber teórico alejándo-
se de una praxis más real.
Guillent Pérez nos señala que un error muy frecuente en Occidente es la
constante omisión de la nada. Ya desde los griegos la noción de la nada era
inconcebible, y a lo largo de toda la historia de la filosofía occidental se ela-
bora un pensamiento negador de la nada, si se me permite el término; no es
que no se tenga conciencia de ella, sino que le es completamente imposible
al pensamiento pensar la nada, y esto lo vemos desde Pármenides con su
dictum: Ser y pensar son una y la misma cosa. Por otra parte resaltamos con
insistencia la importancia del yo como “protagonista de la existencia, integra-
do por un impulso de continuidad, pensamiento y concientización del tiempo”
(p. 96). Sin embargo, la angustia aparece como la preocupación que se tiene
ante la nada, la cual subyace en todo existente.
Finalmente Torres Iriarte apunta a la consideración que tiene Guillent Pé-
rez de la Venezuela del siglo XX, en la que el pensar filosófico se encuentra
muy opaco frente a las grandes producciones intelectuales de Europa. Nota-
blemente podemos ver la gran influencia de Europa en nuestra cultura, pero
dicha influencia tan penetrante en nuestro modo de vivir impide que el vene-
zolano desarrolle un pensamiento propio, y por lo tanto olvida, con el paso del
tiempo, las raíces de su propia cultura.

Rafael Marante

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COLABORADORES

Medófilo Médina
mememedinap@gmail.com
Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Colombia, 1969. Ph.D.
en Historia de la Universidad M. V. Lomonozov de Moscú, 1975. Profesor emé-
rito de la Universidad Nacional. Ex director del Posgrado de Historia de la sede
de Santafé de Bogotá de la misma universidad. Ex director del Anuario Colom-
biano de Historia Social y de la Cultura. Miembro del grupo de historiadores
asesores del Convenio Andrés Bello para la enseñanza de la Historia (2000-
2005) y ex presidente de la Asociación Colombiana de Historiadores. Es autor
de los libros Historia del Partido Comunista de Colombia (Bogotá, Ediciones
Ceis, 1980), La protesta urbana en Colombia en el siglo XX (Bogotá, Edicio-
nes Aurora, 1984), Juegos de rebeldía. Biografía política de Saúl Charris de la
Hoz (Bogotá, Universidad Nacional, 1997), El elegido presidente Chávez. Un
nuevo sistema político (Bogotá, Ediciones Aurora, 2001) y coautor de muchos
otros. Ha publicado medio centenar de artículos sobre historia contemporánea
de Colombia y Venezuela, violencia e historia social, en revistas científicas de
Colombia y otros países.

Sergio Guerra Vilaboy


serguev@ffh.uh.cu
Licenciado en Historia por la Universidad de La Habana. Doctor en Filosofía
de la Universidad de Leipzig. Jefe del Departamento de Historia de la Univer-
sidad de La Habana. Presidente de la Sección Cubana de la Asociación de
Historiadores de América Latina y El Caribe (Adhilac). Se ha destacado por
su labor de investigación sobre la evolución social y política en Latinoamérica.
Ha publicado numerosos ensayos y artículos, destacando obras como Los
artesanos de la revolución latinoamericana. Colombia 1849-1854 (La Habana,
Pueblo y Educación, 1990), Paraguay: de la independencia a la dominación
imperialista (La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1984), El dilema de la
independencia (La Habana, Editorial Félix Varela, 2000), Las luchas sociales
en la emancipación latinoamericana y América Latina y la independencia de
Cuba (Bogotá, Universidad Central, 2000).

Horacio López
horaciolopez@centrocultural.coop
Licenciando en Historia, escritor y periodista. Subdirector del Centro Cultural
de la Cooperación Floreal Gorini y director del Departamento de Historia en
Buenos Aires, Argentina. Autor de varias novelas históricas y algunos ensayos 205

publicados, siendo el último, sobre el secesionismo, en coedición entre el Cen-


tro Cultural de la Cooperación y el Ministerio del Poder Popular Para la Cultura

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de Venezuela. Una de sus últimas publicaciones, en conjunto, ha sido la obra
Colaboradores

Bicentenario: 200 años de humor gráfico. Primer centenario 1810-1910.

Yasmín Mora
yasminmora@gmail.com
Licenciada en Historia por la Universidad Central de Venezuela (UCV), 2011.
Estudiante de la carrera de Estudios Internacionales en la misma institución.
Ganadora del Primer Lugar del Premio al Mérito Estudiantil, mención Rendi-
miento Académico en la UCV (2008). Colaboradora de la revista Memorias de
Venezuela. Redactora en la segunda edición del diccionario Memorias de la
insurgencia (CNH, 2011). Se ha desempeñado como redactora en la elabora-
ción de diversos manuales escolares de historia de Venezuela.

Andrés Eloy Burgos


andreseloyburgos84@gmail.com
Profesor egresado del Instituto Pedagógico de Caracas. Cursante de la maes-
tría en Historia de Venezuela de la Universidad Católica Andrés Bello. Investiga-
dor del Centro Nacional de Historia. Ha publicado artículos en diversas revistas
especializadas. Ponente en varios congresos nacionales e internacionales.

Eloy Reverón.
erivem@gmail.com
Licenciado en Historia por la Universidad Central de Venezuela (UCV), con
maestrías en Relaciones Exteriores (Iaedpg) y Seguridad y Defensa (Iaeden).
Investigador docente del Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Ex-
teriores. Se ha especializado en temas fronterizos, indianidad y Teología de la
Liberación, entre otros. Fundador de la primera cátedra electiva de Historia de
la Francmasonería en Venezuela como profesor invitado en la Escuela de His-
toria de la UCV. Ensayista, conferencista y colaborador en programas radiales y
columnas de opinión desde 1994 y en revistas históricas de la Universidad Si-
món Bolívar (USB). Actualmente facilita el taller Teoría de la Historia de la Revo-
lución Bolivariana en la Cátedra Bolívar y Miranda organizada por el Sindicato
Bolivariano del Ministerio del Poder Popular Para Relaciones Exteriores y pro-
movida por el Comité Editorial de la revista Altagracia de la Biblioteca Nacional.

Leonardo Bracamonte
lebracamonte@gmail.com
Licenciado en Historia por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Doc-
torante en Ciencias Sociales en la UCV. Profesor de la Escuela de Historia en
los cursos de Ciencias Sociales y Análisis Sociológico. Actualmente se de-
sempeña como coordinador general de Estrategias del Centro de Estudios
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Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg), ente adscrito al Ministerio del

Colaboradores
Poder Popular para la Cultura.

Carlos Franco
carlosfrancogil@hotmail.com
Licenciado en Historia, egresado de la Universidad Central de Venezuela
(UCV). Cursante de la Maestría en Historia de las Américas de la Universidad
Católica Andrés Bello. Investigador del Centro Nacional de Historia. Actualmen-
te se desempeña como profesor contratado de la Escuela de Historia de la
UCV. Ponente en varios congresos nacionales e internacionales.

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NORMAS PARA LA PRESENTACIÓN DE ORIGINALES

I. De las colaboraciones

1. Las colaboraciones serán inéditas. El Comité Editor se reserva el dere-


cho de incluir trabajos ya publicados en otras revistas.

2. Los trabajos se presentarán en español, cuyo original y copia consigna-


dos se escribirán a doble espacio, en formato carta y una extensión entre
quince y veinte cuartillas (incluyendo las fuentes utilizadas). Se acompa-
ñará de una versión digital, escrita en Word 6.0, con letra Times New Ro-
man 12 puntos. Se recomienda guardarla en versión RTF, con la finalidad
de abrirlo en cualquier programa sin afectar su formato y contenido.

3. Los artículos, recensiones y reseñas de libros versarán sobre estudios


históricos que contengan un aporte al conocimiento histórico, bien por la
novedad del tema tratado y el uso de fuentes, o bien por los elementos
teóricos y metodológicos que proporcione la investigación.

4. El artículo comenzará con un resumen de cien a doscientas cincuenta


palabras con su abstract en inglés y, al final del mismo, se incorporarán
cuatro palabras clave que identifiquen el tema.

5. Al final del trabajo, en hoja anexa, el autor incorporará una ficha pro-
fesional abreviada, donde indique el lugar actual de trabajo y grado aca-
démico, además de dirección, número telefónico, fax y correo electrónico
donde ubicarlo.

II. De citas y notas

1. Las citas se registrarán por el sistema autor, fecha y página entre pa-
réntesis, por ejemplo: (Acosta Saignes, 1992: 23-24), y en los casos que
lo ameriten las citas se regirán por el “sistema abreviado”, clásico de la
Historia, donde el dato se expresará desde lo más general hasta lo más
particular, por ejemplo:

• Documental: AGN-C. Sección Renta de Tabaco, “Informe del Intendente


de Venezuela”. Caracas, septiembre 10 de 1800, t. XXXVIII, f. 26.
• Bibliográfica: Arcila Farías, Economía colonial, t. I, p. 60; una llamada 209
inmediatamente después, si es la misma página: Ídem; pero si es otra
página: Ibídem, t. I, p. 66.

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• Hemerográfica: Banko, “Federación y caudillismo”, en Ensayos históri-
Normas para la presentación de originales

cos, nº 18, p. 120; para la cita inmediatamente después, proceder igual


que en la bibliográfica.
• Digital: Gilvon der Walde, “Unas notas de teoría monetaria” (2005),
en http://www.liberalismo.org/bitácoras/8

2. Las referencias sobre cuadros estadísticos, planos u otros recursos téc-


nicos deberán señalar al pie de los mismos sus respectivas fuentes.

III. De las fuentes

1. Las fuentes se ubicarán al final del artículo y se organizarán por su tipo


y/o alfabéticamente; pero solo se registrarán las utilizadas en el trabajo.

2. Se regirán por el “sistema ampliado”, de lo general a lo particular y seña-


lando toda la información que las identifiquen, por ejemplo:

• Documental: AGN-C. Sección Renta del Tabaco, Caracas, 1800, t.


XXXVIII.
• Bibliográfica: Arcila Farías, Eduardo. Economía colonial de Venezuela.
Caracas, Italgráfica, 1973, 2 vols.
• Hemerográfica: Álvarez, R.; R. Huertas y J. L. Peset. “Enfermedad men-
tal y sociedad en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX”, en Ascle-
pio. Madrid, t. XLV, nº 2, 1993, pp. 41-60.
• Digital: Gilvon Der Walde, Andrés H., “Unas notas de teoría moneta-
ria: el pensamiento económico del padre Juan de Mariana” (2005), en
http://www.liberalismo.org/bitácoras/8.

IV. De la dirección

1. La dirección, para efectos de la colaboración y el canje, será la siguiente:

• Responsables: Alexander Torres y Simón Andrés Sánchez.


• Dirección: Centro Nacional de Historia. Final Avenida Panteón, Foro Li-
bertador, edificio Archivo General de la Nación, PB. Caracas, Venezuela.
• Teléfono: (0212) 509-58-56
• E-mail: nuestrosur@cnh.gob.ve
sanchez.s@cnh.gob.ve,
torres.a@cnh.gob.ve

210 2. Los puntos de vista expuestos por los autores no necesariamente se


corresponden con los de los editores de la revista.

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Esta revista se terminó de imprimir
en el mes de noviembre de 2011
en los talleres gráficos de
la Fundación Imprenta de la Cultura,
Caracas, República Bolivariana de Venezuela.
Su edición consta de 1.000 ejemplares.

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