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GRANDES OREJAS

Había una vez un pequeño burro que tenía las orejas muy largas, parecían las hojas del maíz
que cada tarde su padre cargaba en su lomo. El pequeño burro no tenía muchos juguetes,
pero siempre encontraba la forma de divertirse. Algunas veces corría detrás de su padre,
dando brincos y moviendo sus grandes orejas. Otras veces se quedaba en casa jugando con
la tierra del establo. Cuando su padre volvía, y lo veía todo sucio, recibía unas buenas
llamadas de atención. El pequeño burro no podía ensuciarse porque su padre regresaba de
trabajar muy cansado y no lo podía limpiar. Constantemente los otros animales se burlaban
de él, especialmente los patos, quienes sabían nadar y hacían infeliz al pobre burrito.

Cansado de las burlas y muy decidido salió del establo a escondidas en dirección al río. En
el camino, pudo ver muchas, cosas que antes no había visto, pudo ver como crecía el maíz
que su padre cargaba cada tarde en sus lomos, también pudo ver árboles de muchos tamaños
y se refrescaba en la sombra que estas formaban. De pronto, mientras descansaba, escuchó
un ruido que provenía desde el interior de un árbol. Con mucha curiosidad y con las orejas
bien altas se acercó en busca del ruido.

Gracias a sus grandes orejas pudo encontrar al culpable del ruido. Resultaba que era un ratón
muy viejito, que no podía escuchar bien y que estaba limpiando su casita. El burrito muy
cauteloso empezó a observarlo sin que el señor Ratón se dé cuenta, desde un agujero.

El señor ratón no sé percató que tenia dos ojos enormes que lo observaban, continuaba
limpiado y arreglando como siempre lo hacía.

Cuando el señor Ratón al fin terminó su tarea, buscó su mecedora para tomar una siesta.
Seguía sin ver al pequeño burro, quien lo observaba con mucho entusiasmo. El burrito no
pudo resistir y le dijo al señor Ratón “¿Por qué limpia su casa?, pero el señor Ratón no lo
escuchaba y volvió a decir lo mismo, pero ahora con más fuerza, “¿POR QUÉ LIMPIA SU
CASA?”. El señor ratón, se levantó asustado, alzó la mirada y pudo ver las grandes orejas
del pequeño burro.

— ¿Quién eres? — preguntó el señor Ratón, algo confundido.


— Soy un pequeño burro, quisiera saber por qué limpia su casa con tanta tranquilidad,
señor Ratón — dijo el burrito.
— Hola pequeño, tus orejas son muy grandes y debes escuchar muy bien con ellas,
quisiera volver a escuchar como antes. Yo cuando era joven escuchaba muchas
cosas, escuchaba el canto de las aves, el sonido del río y el movimiento de las hojas.
Y ahora escucho muy poco. Me preguntas el porqué limpio mi casa, pues es porque
las cosas en el desorden y la suciedad se pierden. Cada vez que limpio mi casa
encuentro objetos que había perdido. Y aunque cada vez es más cansado, lo hago
con el fin de no perder algún objeto querido— contó el señor ratón mientras veía
que el pequeño burro, estaba lleno de polvo, pero muy atento.

El burrito algo confundido se avergonzó, comprendió que era más urgente que empezara a
limpiarse por sí mismo. Sin embargo, quería aprender más del señor Ratón quien vivía
limpio y organizado.

— Señor Ratón, ¿Por qué vive solo?, ¿qué le pasó? — preguntó el pequeño burrito.
— Durante mucho tiempo vivía con mi familia, era muy travieso y me ensuciaba
mucho. Cuando un amigo me prestaba un juguete, lo perdía entre mi desorden. Ellos
me acusaron de ladrón y me dejaron solo — contó muy triste el señor Ratón.
— Yo no tengo muchos amigos, pero ahora quiero aprender a bañarme por mí mismo,
porque cada vez que juego, mi padre no puede limpiarme porque viene muy
cansado. Ahora estoy camino al río. — contó el burrito.
— Muy bien dijo el señor Ratón, cuando aprendas a hacer algo por ti mismo,
aprenderás muchas otras cosas, ya lo verás.

Ambos se despidieron, el burrito empezó a correr y dar brincos hasta llegar al río. Una vez
ahí tuvo un poco de miedo. Pero se acordó de su padre y del señor Ratón, que le dieron
mucho valor. Empezó a sumergirse en el agua y vio como el agua se llevaba el polvo que
cubría su pelo, cada vez se sentía más liviano, la fuerza del río limpiaba cada uno de sus
pelos, mientras él se quedaba quieto disfrutando del agua. Luego de un instante salió del
agua y empezó a sacudirse el agua, luego empezó a descansar bajo el sol. Al atardecer y ya
en el establo, ninguno de los patos le dijo algo y es más, todos empezaron a admirar sus
grandes orejas, ya que este las exhibía con orgullo. Y cuando su padre lo vio, comprendió
que su hijo estaba creciendo.

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