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El avance de la tecnología en el último siglo ha generado un costo ambiental muy alto para
la sociedad y la naturaleza, porque esta última está llegando al límite de su capacidad de
abastecimiento regular de recursos renovables y de absorber los desechos resultantes del
consumo de la sociedad.
La comodidad que nos brinda esa tecnología, sustentada en el consumo, nos ha puesto a
en una encrucijada: continuar con la cultura de lo desechable y olvidarnos de preservar la
vida del planeta o comprometernos a revertir y frenar los efectos de esa comodidad.
La generación de residuos es una parte de ese costo ambiental que tenemos que pagar,
siendo a nivel mundial uno de los problemas más graves que los gobiernos deben enfrentar.
En las últimas décadas su ritmo de crecimiento ha sido acelerado –hemos contaminado
más en los últimos 40 años que en toda la historia de la Humanidad- con una mezcla cada
vez más heterogénea y peligrosa tanto para la salud como para el ambiente.
El 90 % de los desechos que se vierten o queman a cielo abierto, se hace en los países de
ingresos bajos, así que son los pobres y los más vulnerables quienes se ven más afectados
por la mala gestión. Son los más pobres los que suelen vivir cerca de los vertederos de
basura y alimentan el sistema de reciclado de su ciudad a través de la recolección de
desechos, lo que los hace susceptibles de sufrir consecuencias graves para la salud.
La gestión inadecuada de los desechos también está produciendo la grave contaminación
de los océanos del mundo, obstruyendo los drenajes y causando inundaciones,
transmitiendo enfermedades, aumentando las afecciones respiratorias por causa de la
quema, perjudicando a los animales que consumen desperdicios, y afectando el desarrollo
económico, por ejemplo, al perjudicar el turismo.
Según el informe del Banco Mundial titulado What a Waste 2.0 (Qué desperdicio 2.0), en
el mundo se generan anualmente 2.010 millones de toneladas de desechos sólidos
municipales, de los que al menos el 33 % se gestionan con riesgo para el medio
ambiente. Estas cifras son claramente alarmantes.
En ese mismo informe se calcula que la rápida urbanización, el crecimiento de la población
y el desarrollo económico harán que la cantidad de desechos a nivel mundial se triplique en
los próximos 30 años y llegue a un volumen asombroso de 3.400 millones de toneladas de
desechos generados anualmente.
Es difícil hacernos una idea de lo que representan esas cifras. Pongamos un ejemplo para
verlo más claro.
Tomemos los desechos de plástico, que llenan los océanos y constituyen el 90 % de los
detritos marinos.
Tan sólo en 2016 se generaron 242 millones de toneladas de desechos de plástico en todo
el mundo, el equivalente a unos 24 billones de botellas de plástico de 500 ml.
Dicho número de toneladas también equivale al peso de 3,4 millones de ballenas azules
adultas…
o a un conjunto de 1,376 edificios como el Empire State.
Eso es mucho…Y eso es tan sólo el 12 % del total de desechos generados anualmente.
Debemos ir hacia la gestión sostenible de los desechos sólidos, pero la eliminación es sólo
un aspecto del problema. La cantidad de residuos que producimos es resultado de un estilo
de vida insostenible.
Las pautas actuales de producción y consumo tienen que adaptarse para reducir la presión
sobre los recursos terrestres.
En Europa generamos un kilo de residuos por persona y por día. Quizás no parezca mucho,
pero a lo largo de un año supone un total de 200 millones de toneladas de residuos urbanos
que deben ser tratados adecuadamente.
Esto no puede continuar. Ha llegado un momento en que los residuos han dejado de ser
un peligro para el medio ambiente para constituir también una amenaza cada vez mayor
para la salud de los seres humanos y nuestro estilo de vida.
Los vertederos autorizados están cada vez más abarrotados. Los metales pesados y las
toxinas se filtran al suelo y la capa freática con los lixiviados. Se generan gases tóxicos y
explosivos. Aún más grave, sin embargo, es el número (desconocido, pero indudablemente
altísimo) de vertederos ilegales y los riesgos imposibles de cuantificar que suponen.
El otro medio más importante de eliminación de residuos -la incineración- también produce
toxinas y metales pesados. Para impedir su liberación, deben instalarse en las
incineradoras filtros muy costosos. Al final los filtros usados, y muy contaminados, junto con
el 25 % del peso de los residuos iniciales van a parar a vertederos.
La solución de transportar los residuos a otras partes del mundo para su eliminación es en
muchas ocasiones ilícita, y de ninguna manera puede considerarse viable a largo plazo,
entonces ¿qué?
Gracias al reciclado total o parcial puede reducirse el volumen de residuos que deben ser
eliminados y puede evitarse recurrir a materias primas. Por ejemplo, la materia orgánica
puede compostarse y la producción de un compost de alta calidad proporciona un producto
final que puede utilizarse para mejorar la calidad de los suelos. En algunos casos, la
solución puede consistir en aprovechar la energía de los residuos utilizándola como
combustible.
Pero de un modo u otro, al final los residuos resultantes tienen que eliminarse y hay que
elegir entre los vertederos o la incineración y ninguna de las dos soluciones es perfecta.
La mejor opción consiste, simplemente en reducir el volumen total de residuos generados.
En un intento de mejorar nuestra gestión, se está intentando hacer de Granada una “ciudad
inteligente” (Smart City) colocando en algunos contenedores de recogida selectiva
elementos electrónicos que faciliten una mejor gestión de recogida de los mismos.
Y es que uno de los problemas que plantea nuestro modelo de recogida es el «anonimato
del contenedor». En una encuesta realizada más del 80% de la población asegura que
recicla, pero las cifras no cuadran: la gente sabe lo que tiene que hacer, pero siempre
busca una excusa para no hacerlo.
Entonces ¿qué ciudad puede decir que es inteligente si está despilfarrando los recursos
que tiene?
Otras ciudades de nuestro entorno ya han tomado acciones para solucionar este problema.
Como Córdoba, que desde mediados de los años 90 tiene un modelo con el que consigue
reciclar más del 50% de sus residuos, incorporado la recogida selectiva y fomentado la
participación ciudadana, que es clave para garantizar el éxito de estos cambios.
Y con menos dinero que Granada -una de las tres ciudades con las más altas tasas de
basura de España- donde la empresa de capital mixto encargada de la recogida de
residuos, compromete el 10% de nuestro presupuesto: unos 23 millones de euros.
La triste realidad es que Granada entierra el 75% de su basura pese a que podría reciclar
el 80%. Ahí radica el verdadero problema, en la ingente cantidad de residuos que se
generan y no son reciclados, por lo que se entierran, y enterrar residuos es una bomba
de relojería.
Son una injusta hipoteca para las generaciones futuras, ya que, durante décadas, la basura
compactada en el subsuelo debe ser tratada para extraer los gases contaminantes
generados - como metano o CO2 - que se suman al problema añadido del calentamiento
global.
Pero además esta política de enterramiento deriva en otro problema: la falta de espacio
bajo tierra. Esto hace que se almacenen los residuos sin saber qué salida darles.
Solo en una de las plantas más importantes que existen en la provincia, 14 millones de kilos
de cartón y unos 6 millones de bolsas de plástico esperan una solución que no llega. Se
podrían reciclar, pero hay que lavarlas y tratarlas … y eso supone un gran coste.
Como no ha sido «rentable» hacerlo, durante años este tipo de residuos han tenido que ser
tratados en China, pero ahora «China ha cerrado sus puertas a los residuos de toda
Europa y el resto del primer mundo, igual que hizo Marruecos en 2016» por la
saturación de sus vertederos. con lo que tenemos que buscar una solución alternativa y
limpia.
En todo el planeta, unos 100 millones de toneladas de plástico se acumularán para el año
2030, si se mantiene la situación. Aunque hay voces que abogan por aplicar la
«alargascencia» de los materiales frente a la obsolescencia, también hay alternativas que
permitirían eliminar el plástico, usándolo como combustible a niveles mínimos de
contaminación y así aprovechar su energía, transformándola en electricidad.
Tres kilos de basura proporcionan cuatro horas de electricidad a la capital danesa y cinco
de calefacción. Y diversión, ya que sobre la fábrica acaba de abrir al público una de las
rampas de esquí más grandes del mundo. Este tipo de incineradoras, aunque costosas,
han demostrado unos grandes niveles de eficiencia y sostenibilidad desde que hace dos
décadas comenzara a emplearse esta tecnología en la incineradora de Spittelau, en Austria
un país donde la tasa de residuos que van al vertedero es también del 4%; o la de Issi les
Moulineaux en Francia.
CONCLUSIÓN:
Hay muchas soluciones para invertir esa tendencia, lo que hace falta es una acción
urgente a todos los niveles de la sociedad.