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Entre la resignación y el miedo

Por Abel Posse


Para LA NACION

Lunes 3 de noviembre de 2008 | Publicado en edición impresa

Somos el país de las indefiniciones, aun en tiempo de crisis. La llamada


oposición languidece ante el descaro de Kirchner y sus agentes en el poder. La
intimidación paga. El pacto de resignación nos transforma en un país de inertes
espectadores de la propia ruina. "Vamos cantando al suplicio", como escribió
Rimbaud.
Todos registramos en una especie de archivo universal de la infamia el
asesinato de Barrenechea, la excarcelación judicial del asesino de 17 años, la
apropiación de los fondos de las AFJP, la proliferación de los narcos y de la
droga infantil. Niños drogados que matan padres de familia. Todo lo
registramos minuciosamente, día tras día, como los eunucos chinos del Celeste
Imperio.

Todo se acepta; todo se olvida a los tres días: el ingeniero Barrenechea


desangrándose ante sus hijos; el aportante confiscado que creía en el futuro de
una jubilación seria; el derrumbe de la Bolsa. Todo se asimila; nada lleva al
grito y a la movilización de la inmensa mayoría, que actúa como víctima vejada
cotidianamente por una minoría victimaria que se ha adueñado del poder y que
tiene más ineptitud que resentimiento.

La ciudadanía porteña no se convoca para acompañar a Mauricio Macri, su


elegido, para gritar ese vaciamiento de poder a que es sometido el principal
núcleo político-económico de la Argentina. La ciudad de Buenos Aires tiene
menos autonomía que cualquier provincia de las más pobres. Hasta ahora, le
faltó policía para enfrentar el vandalismo armado.

Tampoco logra Elisa Carrió abandonar su admirable metafísica, que la lleva


más a la estética y a la recomendación ética que a la praxis, tan urgente en
tiempo de disolución nacional. Ni Duhalde se decide a decir: "Yo manejé la otra
crisis y me siento capacitado para proponerme para estar al frente de la gran
convergencia republicana que necesitamos".

Y Hermes Binner, Felipe Solá, Juan Carlos Romero, Ramón Puerta, Roberto
Lavagna, los Rodríguez Saá, Margarita Stolbizer, Julio Cobos, Ricardo López
Murphy. Todos siguen bailando con sus propias sombras: sombras
prestigiosas, pero solipsistas.

No saben empedrar esa vereda de enfrente que espera angustiosamente la


mayoría de los argentinos en esta hora de miedo y perplejidad ante un
gobierno que prefiere el lumpen al pueblo trabajador y demuele la economía (la
agraria y ahora la industrial, con la confiscación de los fondos de las AFJP).

Es como la anarquía prerrevolucionaria de Rusia en 1905, aprovechada por


Lenin para su comunismo trágico. Pero aquí es la anarquía sin revolución.
Como quien dice, guiso de liebre, pero sin liebre. (Kirchner se escribe con K de
Kerenski?)

Esa llamada oposición se debe concentrar en programa y liderazgo. Estamos


en tsunami nacional y mundial. Deben concentrarse en alguno o algunos de
ellos, más allá de hipócritas partidismos, y promover acciones y soluciones. O
tienen que dar paso y apoyar a quien tenga claridad, coraje y pueda reunir la
fuerza necesaria. Se requiere ahora concentrar la voluntad nacional para
enfrentar tanta anarquía e indisciplina como existen. Desde la escuela hasta el
vandalismo de un país que carece del elemental orden público constitucional.

Por eso, en este silencio de fangal resonó como un ladrillazo en la noche la voz
de ese vicepresidente (un "hombre sin cualidades" como escribiría Musil) que
tuvo el coraje de decir su verdad a favor de la masiva realidad popular de la
protesta agraria.

Una voz en el desierto de resignación. Y, poco después, otra verdad que


resuena como pedrada contra cristal en el ominoso silencio de un pueblo
mayoritario que no sabe exigir lo que siente. Esta vez, de parte del secretario
general de la CGT, Hugo Moyano: "Los asesinatos de José Ignacio Rucci y de
tantos otros también son delitos de lesa humanidad".

Esta frase de verdad y coraje saca del olvido a centenares de inocentes sin
sepultura jurídica. Centenares que quedaron sumergidos por esa especie de
zona penal liberada surgida de la razón trotskista, ignominioso derecho de
asesinato: de protagonistas, de símbolos (como Rucci) o de inocentes
absolutos, como la hijita del capitán Humberto Viola, o las empleadas y
vigilantes que murieron en la atroz masacre en el comedor de Seguridad
Federal (2 de julio de 1976).

Muertos no registrados judicialmente. Como si les hubieran robado las


sepulturas. Son cientos de empresarios, vigilantes, sindicalistas, niños que iban
de la mano de sus padres. Un ejército de muertos sin prestigio trotskista.
Simple materia para la acumulación de "muerte revolucionaria". Asesinatos
fungibles, impersonales.

La palabra firme de Hugo Moyano, que reclama por Rucci, resuena en todos
los espacios, como la de Cobos aquella madrugada. Trepa por las escalinatas
solemnes de Tribunales y retumba en la caoba noble y funeraria de los jueces
supremos, camaristas, fiscales que con su silencio permitieron que la "lógica de
la muerte revolucionaria" se extendiera en la Argentina.

Se trata de la "zona liberada" judicial (y hasta moral) de nuestra justicia entre


cobarde y tuerta, pero que jamás lleva los ojos vendados, como debería...

La bomba de Seguridad Federal: 16 muertos, 65 heridos, 12 ciegos y mutilados


de por vida.

¿Alguien osaría afirmar que esos asesinatos fueron justicia? ¿Quién reclama
por esos ciegos y baldados olvidados, silenciados desde ya tres décadas?
Es el Poder Judicial el que registró estas cifras del otro lado de la barbarie:
22.000 hechos subversivos entre 1969 y 1979, 5215 atentados con explosivos,
1311 robos de armamentos, 1748 secuestros de personas, 1501 asesinatos de
empresarios, funcionarios, políticos, periodistas, militares, policías, niños,
ancianos, etc.

Rodolfo Galimberti, el más dostoyevskiano, perverso y lúcido del bando


trotskista dijo: "Hubo un día que matamos 19 vigilantes".

Vigilantes anónimos, que murieron por representación, más allá de culpa o


combate. Muertos sin sepultura, escribiría Sartre. ¿No hay fiscal que pregunte y
se honre? ¿Nada tienen que gritar los equilibrados jueces de la Corte ante la
demolición jurídica de la Argentina?

Y no se trata de ir en busca de la otra parte de nuestra "moribundia". Se trata


de restaurar el indispensable equilibrio y llegar al Bicentenario con una
respuesta de grandeza, de concordia, de reunión de los vivos en una gran
amnistía, dejando atrás la querella de muertos que está ocupando nuestro
espacio real. Punto de partida previo e indispensable.

La Argentina va en carreta hacia la catástrofe. Es inexplicable: la miramos


desbarrancarse en todos los ámbitos (institucional, moral, educativo,
económico, internacional) con esa pasividad, con esos ojos inertes de las
vacas que miran desde el alambrado pasar los camiones por la ruta.

Entre las democracias bobas y las perversas, el país se disuelve.


Misteriosamente sometidos, no sabemos salir del secuestro de ineptitud y
autoritarismo, pese a la voluntad de vida y creatividad de un pueblo perplejo
que ya no atina a superar los escombros de sus instituciones demolidas y vivir
en verdadero diálogo democrático.

Mientras tanto, entre la inédita crisis mundial y el Gran Asalto local, con
tremendas consecuencias para la empresa y el sector trabajador, nos
aproximamos a una anarquía que podría desbordarse en vandalismo (del
espontáneo y del conducido). Pasaríamos de la palabra "seguridad", que
todavía empleamos elegantemente, a "sedición", "saqueos" y la constitucional
"conmoción interior". (Ojalá no tengamos que pasar de nuestro malvivir al verbo
"sobrevivir".) Estamos confiados con ingenuidad de pueblo venusino, maternal
y fraternal, con sus policías inhibidos por el Gobierno, que debería respetarlos,
y con un ejército diezmado en su presencia y poder, objeto enconado de una
venganza que ya no tiene nada que ver con "castigo a represores", sino con
demolición de nuestro sistema y del Estado. Los asesinos y asaltantes
drogados tienen armas operativas. Los policías, en esta Argentina al revés, las
tienen sólo decorativas. Han creado tal corruptela que el policía tiene más
temor de defender que el delincuente de actuar. La calle es usada por grupos
ideologizados desde hace años como campo de ejercicio de violencia urbana.
Hasta andan de capucha y garrote ante el Estado lelo.
La mayoría de los argentinos, esa silenciosa grey de humillados y ofendidos
por la indignidad cotidiana, necesita una gran convocatoria, un fulgor del coraje
con que se construyó este gran país.

Todos, en todos los sectores, debemos movilizarnos y obligar al Gobierno y a


los políticos a dejar de danzar con sus sombras y afrontar la realidad trágica de
un país paralizado por la incapacidad activa

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