Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Y Hermes Binner, Felipe Solá, Juan Carlos Romero, Ramón Puerta, Roberto
Lavagna, los Rodríguez Saá, Margarita Stolbizer, Julio Cobos, Ricardo López
Murphy. Todos siguen bailando con sus propias sombras: sombras
prestigiosas, pero solipsistas.
Por eso, en este silencio de fangal resonó como un ladrillazo en la noche la voz
de ese vicepresidente (un "hombre sin cualidades" como escribiría Musil) que
tuvo el coraje de decir su verdad a favor de la masiva realidad popular de la
protesta agraria.
Esta frase de verdad y coraje saca del olvido a centenares de inocentes sin
sepultura jurídica. Centenares que quedaron sumergidos por esa especie de
zona penal liberada surgida de la razón trotskista, ignominioso derecho de
asesinato: de protagonistas, de símbolos (como Rucci) o de inocentes
absolutos, como la hijita del capitán Humberto Viola, o las empleadas y
vigilantes que murieron en la atroz masacre en el comedor de Seguridad
Federal (2 de julio de 1976).
La palabra firme de Hugo Moyano, que reclama por Rucci, resuena en todos
los espacios, como la de Cobos aquella madrugada. Trepa por las escalinatas
solemnes de Tribunales y retumba en la caoba noble y funeraria de los jueces
supremos, camaristas, fiscales que con su silencio permitieron que la "lógica de
la muerte revolucionaria" se extendiera en la Argentina.
¿Alguien osaría afirmar que esos asesinatos fueron justicia? ¿Quién reclama
por esos ciegos y baldados olvidados, silenciados desde ya tres décadas?
Es el Poder Judicial el que registró estas cifras del otro lado de la barbarie:
22.000 hechos subversivos entre 1969 y 1979, 5215 atentados con explosivos,
1311 robos de armamentos, 1748 secuestros de personas, 1501 asesinatos de
empresarios, funcionarios, políticos, periodistas, militares, policías, niños,
ancianos, etc.
Mientras tanto, entre la inédita crisis mundial y el Gran Asalto local, con
tremendas consecuencias para la empresa y el sector trabajador, nos
aproximamos a una anarquía que podría desbordarse en vandalismo (del
espontáneo y del conducido). Pasaríamos de la palabra "seguridad", que
todavía empleamos elegantemente, a "sedición", "saqueos" y la constitucional
"conmoción interior". (Ojalá no tengamos que pasar de nuestro malvivir al verbo
"sobrevivir".) Estamos confiados con ingenuidad de pueblo venusino, maternal
y fraternal, con sus policías inhibidos por el Gobierno, que debería respetarlos,
y con un ejército diezmado en su presencia y poder, objeto enconado de una
venganza que ya no tiene nada que ver con "castigo a represores", sino con
demolición de nuestro sistema y del Estado. Los asesinos y asaltantes
drogados tienen armas operativas. Los policías, en esta Argentina al revés, las
tienen sólo decorativas. Han creado tal corruptela que el policía tiene más
temor de defender que el delincuente de actuar. La calle es usada por grupos
ideologizados desde hace años como campo de ejercicio de violencia urbana.
Hasta andan de capucha y garrote ante el Estado lelo.
La mayoría de los argentinos, esa silenciosa grey de humillados y ofendidos
por la indignidad cotidiana, necesita una gran convocatoria, un fulgor del coraje
con que se construyó este gran país.