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Eduardo Restrepo1
Introducción
Su gran acogida se debe, en gran parte, al haber devenido una alternativa para desplazar la
problemática palabra de negro, la cual se ha asociado a un pensamiento racista y colonial.
Así, negro aparece como un término del pasado que puede ser superado por el de
afrodescendiente. Negro ya no tendría mayor cabida en el presente y futuro del campo
académico ni, mucho menos, en las agendas de las luchas políticas de las poblaciones ahora
referidas como afrodescendientes.
Historicidades
Solo hasta finales de los años noventa y comienzos del nuevo milenio, la palabra de
afrodescendiente empieza a circular más allá del contexto de su surgimiento. Acuñada por
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Profesor asociado, Departamento de Estudios Culturales de la Pontificia Universidad Javeriana.
Ponencia presentada en el “Congreso internacional de estudios afromexicanos: reflexiones, debates y
retos”. Antequero, Oaxaca, México. 4 al 7 de Septiembre de 2017.
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algunos militantes del movimiento negro brasileño en los años ochenta,2 era poco referida en
Brasil y prácticamente desconocida en otros países de la región hasta la ronda de reuniones
preparatorias de la Conferencia Mundial contra el Racismo. Es conocida la expresión del
activista Jorge Romero Rodríguez sobre una de estas reuniones preparatorias, realizadas en
Santiago de Chile en el 2000, indicando que “entramos como negros y salimos como
afrodescendientes”.
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Suele referirse el nombre de Sueli Carneiro como la autora del término.
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utilizan la palabra de afrocolombianos para referirse a ciertas poblaciones y como estudios
afrocolombianos al campo académico.3
Para los años ochenta y noventa, antes de que en Colombia se difundiera el término de
afrodescendiente, entre académicos y activistas del movimiento negro se había extendido la
utilización de la palabra de afrocolombiano. No pocos de estos activistas y académicos, desde
aquella época, entendían la utilización de afrocolombiano como una reivindicación analítica
y política problematizando el término de negro.
Así, por ejemplo, antropólogos como Nina S de Friedemann y Jaime Arocha reivindicaban
con el concepto de afrocolombiano lo que denominaron la perspectiva afrogenética, esto es,
la valoración de los legados africanos en los procesos de creación cultural y en los aportes de
los afrocolombianos a la construcción de la nación. Para Friedemann y Arocha, esta
perspectiva buscaba cuestionar los procesos de invisibilización y estereotipia que habían
arraigado y reproducido concepciones y prácticas racistas desde los medios y la academia
hasta lo más profundo de la vida cotidiana de los colombianos en general.
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Varias décadas antes que se utilizará el término de afrocolombianos se encuentran palabras como la
de afro-americans, asociada en establecimiento académico estadounidense con los conocidos estudios
de Herskovits y sus discípulos sobre los diferentes grados de supervivencias africanas en distintos
países de las Américas desde las primeras décadas del siglo XX.
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rrieran a una serie de términos asociados a negro. Además de las palabras como negro o
negros, en el vocabulario de unos y otros aparecían términos grupos negros, cultura negra,
poblaciones negras, comunidades negras o gente negra.
En suma, si revisamos las publicaciones académicas y los textos de legislación, es claro que
para los años ochenta y noventa no había sido colapsado en el lenguaje académico y jurídico
político la utilización de negro por afrocolombiano. Esto ha cambiado hoy con el
posicionamiento del término afrodescendiente (y las diferentes articulaciones prefijales o
sustantivadas de lo afro), y no solo en Colombia.
Ahora bien, más allá de los ámbitos intelectuales o de expertos (académicos, juristas y
medios) y de la burocracia estatal o de las agencias de cooperación técnica internacional o
del disímil mundo oenegero, no son pacas las gentes que son referidas como afrocolombianos
o afrodescendientes que rara vez se identifican a sí mismos con estos términos. En las calles
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El texto de la ley dice “Comunidad negra. Es el conjunto de familias de ascendencia afrocolombiana
que poseen una cultura propia, comparten una historia y tienen sus propias tradiciones y costumbre
dentro de la relación campo-poblado, que revelan y conservan conciencia de identidad que las
distinguen de otros grupos étnicos”.
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de un barrio de Cartagena, en un pequeño poblado de un río en el Pacífico colombiano o en
una vereda en el norte del Cauca donde hay una marcada predominancia de gente negra rara
vez se escucha pronunciar términos como el de afrodescendiente o el de afrocolombiano,
mientras que negro (o una serie de inflexiones como moreno) se escucha con frecuencia y no
necesariamente en una connotación despectiva. Más aún, es fácil registrar fuertes reacciones
de algunos de ellos cuando al ver la televisión o escuchar a un intelectual o funcionario los
más elegantes términos de afrocolombiano o afrodecendientes.
Sí, han escuchado bien: mi argumento es que es cada vez más hegemónico el término de
afrodescendiente y las diferentes articulaciones prefijales y sustantivadas de lo afro, lo cual
entre otras cosas se evidencia en la obliteración poco o nada contestada de otros términos y
vocabularios para referirse a gentes, mundos y relaciones ahora englobadas como
afrodescendientes.5
Antes de seguir con mis planteamientos debo detenerme un momento en clarificar cómo
estoy entendiendo la noción de hegemonía que estoy utilizando acá ya que no hacerlo
probablemente producirá un ruido epistémico tal que difícilmente permitirá que se entienda
mi argumento y menos propiciar una discusión productiva.
Siguiendo a Stuart Hall y Antonio Gramsci, entiendo hegemonía no como imposición por
coerción (dominación mediante la fuerza física o simbólica) o falsa consciencia
(sometimiento mediante la ideología) sino como una forma de la política que opera desde el
juego del consenso y consentimiento, que implica una disputa permanente por la articulación
y transformación del sentido común, y tiene como uno de sus efectos a los sujetos políticos.
Tampoco entiendo hegemónico como sinónimo de clases opresoras, sino como una relación
ejercida que involucra e incorpora diferentes sectores de clase constituyendo lo que Gramsci
ha denominado bloque histórico. Finalmente, no entendiendo hegemónico desde la difundida
lectura ontológica o moral que establece que el mundo se divide entre unos malos
(hegemónicos) y otros buenos (subalternos), dominadores y sometidos son atributos morales
encarnados por individuos y agrupaciones definidas de antemano.
Amarres
Como espero habrán notado, a lo largo de esta ponencia me he referido casi siempre a término
o palabra afrodescendiente o afrocolombiano, y solo en algunas ocasiones he hablado de
noción, categoría o concepto. Una importante distinción conceptual indispensable para la
continuación de mi argumento supone no confundir el plano de las palabras o términos (el de
los significantes) del plano de las categorías, conceptos o nociones (el de los significados o
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Por ejemplo, en varios lugares del Pacífico colombiano se ha recurrido a la noción de renacientes
o la de libres en las taxonomías locales de la identidad.
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sentidos). Como ya es sabido al menos desde Saussure, un significante no está
necesariamente vinculado a un único significado, una palabra no implica siempre el mismo
significado.
Ahora bien, desde los aportes de Voloshinov, Baktín y Hall, sabemos que el significado no
es una singularidad y homogenidad derivada del significante, sino una multiacentualidad que
se despliegan en prácticas situadas concretas no solo por quienes enuncian sino también entre
quienes completan los significados mediante sus decodificaciones. Antes que una
hermenéutica de significados trascendentales, la relación la fijación del significado supone
una política de la multiplicidad desde una dialógica y pragmática.
Un segundo amarre, menos utilizado que el primero, es uno donde afrodescendiente opera
como reinvidindicación de una ancestría negra pero que no aparece visible y obviamente
marcada corporalmente. Las nociones de comunalidad de “sangre africana” sospechada o
confirmada que se ha heredado de unos antepasados cercanos o lejanos y con los cuales hay
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un explícito proceso de identificación y posicionamiento. No hay rasgos corporales “negros”,
pero sí se reivindican lazos de consanguinidad que definen el significado de este amarre del
término de afrodescendiente. A este segundo amarre se le puede llamar afrodescendiente
como comunalidad de sangre. Commented [CZ1]: ¡En este marco podría pensarse el
caso de Sr. Afrodescendiente?
Un tercer amarre es aquel que refiere no tanto a las visibles marcaciones corporalizadas o a
una no evidente comunalidad heredada de sangre, una serie de prácticas culturales y
experiencias que se constituyen explícitamente como legados de africanía. Es la impronta
africana de las estas prácticas lo que marca sus portadores como afrodescendientes sino a
compartir. No suele ser requerida la puridad y autenticidad africana, ya que estos legados de
africanía reconocen e incorporan procesos de creación y transformación. Series de prácticas
como el vudú, la santería, la capoeira, el candomble o el candombe pertenecerían a este
amarre de lo afrodescendiente como legado de africanía.
Disputas
Por supuesto que la cita puede ser problematizada en varios aspectos sustanciales. La he
traído no porque comparta su argumento sino para ilustrar con un ejemplo cómo y desde
dónde se han enunciado cuestionamientos a la relevancia del término de afrodescendiente.
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“…la afro-descendencia no es, en Brasil, exclusividad de las personas negras. Por eso, a pesar que
se trata de un término más elegante que “negro”, afro-descendiente no debe ser utilizado para hablar
de los beneficiarios de las políticas afirmativas basadas en principios de discriminación positiva,
porque afro descendientes son la mayor parte de los brasileros “blancos”, debido a la intensa
mixigenación durante siglos en razón de la demografía extremadamente desigual de las razas en el
período colonial, con gran escasez de blancos.
En una sociedad de estas características, ser negro significa exhibir los rasgos que recuerdan y remiten
a la derrota histórica de los pueblos africanos frente a los ejércitos coloniales y su posterior
esclavización. De modo que alguien puede ser negro y no formar parte directamente de esa historia -
esto es, no ser descendiente de ancestros apresados y esclavizados-, pero el significante negro que
exhibe será sumariamente leído en el contexto de esa historia. (Segato 2006: 10).
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Como en otros contextos afrodescendiente opera como eufemismo estilizado para reemplazar
las implicancias racistas de negro pero refiriendo a los marcadores racializados de lo negro,
se pudiera argumentar que, a diferencia de lo referido por Segato en Brasil, se hace pertinente
no diferenciar afrodescendiente de negro obliterando negro del vocabulario experto.
Esta posición se basa en el supuesto de que negro es un significante proscrito por su necesaria
asociación al pensamiento y prácticas racistas. Así, por ejemplo, en Colombia este tipo de
cuestionamientos del término negro y sus derivados se ha expresado en el terreno jurídico.
Recientemente fue instaurada una demanda de inconstitucionalidad a la expresión
“comunidades negras” que aparece en el Artículo Transitorio 55, la Ley 70 de 1993 y una
estela de decretos y sentencias de la Corte Constitucional asociadas. El demandante, Harold
Javier Palacios, argumenta “[…] que la expresión ‘comunidades negras’ sea declarada
inconstitucional porque posee una connotación negativa y racista que desconoce los derechos
de la población afrocolombiana” (Sentencia C-253/13: 27). El demandante señalaba que
“[…] no es correcto hacer uso del lenguaje que quedó como legado de este fatídico episodio
[el de la esclavitud], desde ningún punto de vista es correcto rendir culto a este hecho
utilizando el mismo calificativo que usaron los esclavistas como lo es el uso de la palabra
negro en contra de personas originarias de África, sin saber las consecuencias negativas que
esta palabra tuvo en ese momento histórico y tiene en la actualidad” (citado en Sentencia C-
253/13: 3).
Antes mencionaba a Saussure, Voloshinov, Bajtin y Hall para resaltar que, desde la teoría
del lenguaje, se ha cuestionado la idea de la asociación necesaria, unívoca e inmutable entre
un significante y un significado. A propósito de la relación entre significante y significado
negro, Stuart Hall ha evidenciado no solo su historicidad examinando sus transformaciones
en Jamaica sino también su contextualidad mostrando sus diferencias entre Jamaica e
Inglaterra.
Desde la perspectiva intelectual y política conocida como teoría queer, se puede agregar que
es precisamente el hecho de que un significante se haya asociado a un significado abyecto y
proscrito en donde radica su potencial político de desestabilización de las certezas y
relaciones de poder más naturalizadas. ¡Soy maricón, y que! ¡soy un puto, y qué! son
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enunciados que subvierten en corporalidades y subjetividades concretas sus experiencias
históricas de la abyección y que cuando se articulan con fuerzas políticas problematizan la
heteronormatividad sexista o la brutalidad monogamica. Son las tecnologías y efectos de la
normalización el problema, no el abanico de disidencias.
Por tanto, desde la teoría queer, la estrategia política más relevante no es el despliegue de un
asepsia de un vocabulario elegante que evite nombrar esas palabras sangrantes, sino todo lo
contrario: las disputas políticas pasan por recurrir a esos significantes del estigma y el oprobio
para enrostrar como alimentan las configuraciones de privilegio y normalización que no
desean ser habladas ni interrumpidas.
Por otro lado, en un brillante texto titulado “Lo políticamente incorrecto de lo políticamente
correcto”, Stuart Hall nos invita a pensar en las aporías de las tácticas policivas en torno a
cómo debemos hablar sobre los sectores subalternizados. Hall considera que los supuestos
desde los cuales se despliegan las tácticas de un vocabulario políticamente correcto son
acertadas al preocuparse por las imbricaciones entre discurso y poder. Pero las cuestiona
porque cuando se imponen desde posiciones iluministas y de superioridad moral caen
fácilmente en una tentación autoritaria que en últimas clausura el juego de la política.
Desde este análisis de Hall, pudiéramos plantear entonces que una obliteración de negro en
nombre del término de afrodescendiente como eufemismo no debería caer en el riesgo de la
estrategia de la tentación autoritaria. Por supuesto, también supone lo contrario: ya que la
imposición de negro sería igualmente expresión de dicho totalitarismo.
El examen de los amarres y de las disputas nos han llevado a complejizar la idea de que
afrodescendiente (o las articulaciones asociadas a lo afro) es un término seguro e inocente
desde el cual se pueden desplegar las purgas analíticas necesarias para instalar un claro
campo académico y articular unas luchas en nombre de uno de los sectores poblacionales
más subalternizado e invisibilizado.
A diferencia de algunos colegas, no considero que preguntarse sobre cómo nos llamamos
para definir el sujeto y horizonte de las luchas o sobre con cuáles categorías es más relevante
pensar el mundo son discusiones menores, digresiones paralizantes o que ya han sido
superadas.
Tampoco considero que la solución es que cada cual se nombre como quiera, ya que lo
urgente es avanzar en reconocimientos jurídico políticos y visibilizaciones en el
establecimiento académico y el imaginario social. El nombrar no es una exterioridad o una
posterioridad de la política, sino que hace parte de la lucha misma, define en qué consiste
esta, cómo y con quiénes orientarla, cuál es su horizonte y escenarios. Quién habla por quién,
en qué términos y con qué implicaciones no es un asunto menor o inocente.
En la práctica académica, por su parte, los “datos” no están allá afuera en el mundo esperando
que los recolectemos. No solo son producidos teóricamente, sino que las interpretaciones que
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catalizan u obturan son también función de la teoría. Sin teoría no se puede pensar el mundo,
aunque la teoría deba ser un desvío para algo más importante… como solía decir Hall.
Todo pareciera indicar que afrodescendiente es un término que ha llegado para quedarse. No
estoy queriendo argumentar que hay que dejar de hablar de afrodescendientes ni, mucho
menos, que volvamos a un vocabulario centrado exclusivamente en el término negro.
Referencias citadas
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