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(TALLER)
UNIVERSIDAD DE CÓRDOBA
FACULTAD CIENCIAS BÁSICAS
DEPARTAMENTO DE QUÍMICA
QUÍMICO
MONTERÍA-CÓRDOBA
2019
EL VALOR PEDAGÓGICO DE LA EVALUACIÒN
Este ensayo da cuenta de las distintas concepciones existentes sobre evaluación, con el fin de
comprender cada postura y rescatar el valor pedagógico que esta tiene en el quehacer docente, como
proceso de investigación, reflexión y acción. Por ello, este texto plantea la siguiente postura: la
evaluación no debe entenderse como el estímulo más importante para el aprendizaje, sino como
una metodología para el mejoramiento de la práctica.
Ahora bien, el término evaluación ha tenido diferentes acepciones desde la prehistoria hasta
la actualidad. Sus primeros inicios se originaron en la prehistórica, en la que el ser humano se
enfrenta a la necesidad de tomar decisiones para poder defenderse ante los fenómenos presentados y
así poder sobrevivir. De lo anterior, se observa, entonces, que al tomar decisiones se denota un intento
de evaluación, centrada en la solución de una dificultad, por lo que se asocia el concepto a la solución
de problemas para la supervivencia.
Por su parte, a lo largo del XIX surge la evaluación en la escuela tradicional. Este tipo de
evaluación era comprendida como un método memorístico, repetitivo producto de un examen escrito.
De igual forma, la evaluación comienza a recibir influencia de otras disciplinas, entre las que
se destaca la psicología cognitiva.
Esta disciplina incluyó la concepción de medición a partir de instrumentos tipo Tests, con el fin de
establecer distinciones entre estudiantes. La evaluación, en este periodo, empezó a trabajarse desde
lo correccional, centrada en el control, el autoritarismo y la sanción social, bajo el lema: “la letra con
sangre entra”. Así, la evaluación siguió siendo un factor de medición y de penalización, aplicada
únicamente a los estudiantes, con el fin de verificar sus aprendizajes.
Al contrario de los periodos anteriores, al finalizar el siglo XIX y principio de los años XX,
surgen nuevas teorías de aprendizaje en respuesta a los postulados iniciales, en las que la evaluación
adquiere una nueva visión, mostrándose un carácter procesual, en la que no solo se evalúa al
estudiante, sino al docente. Comienza, entonces, a ser entendida la evaluación como un proceso
“formativo que asegura la articulación entre las características de los alumnos y las características del
sistema de formación” (Camps y Ribas, 1993, p.52). Es decir, el interés se centra en los procesos de
aprendizaje no en los resultados obtenidos.
Fue así, como gracias a los nuevos postulados teóricos, que fueron emergiendo, en la
actualidad el concepto de evaluación se ha modificado, concibiéndose como una práctica reflexiva de
tipo cualitativa, donde se reconoce el carácter eminentemente social.
Dicho concepto “implica valorar, describir, analizar, interpretar y explicar, lo que permite comprender
la naturaleza del objeto y emitir un juicio de valor, el que siempre está orientado a la acción” (Litwin,
1998, p.6).
El conocer esta clarificación permite evidenciar el avance que ha tenido el término en el campo
epistemológico, no obstante, la realidad muestra que dichos avances se quedaron solo en la teoría y
no han podido pasar a la práctica.
Ejemplo de ello, son las distintas pruebas que se aplican cada año en las diferentes Instituciones
educativas del país con el propósito de elevar los estándares y medir las capacidades de los
estudiantes, desconociendo el contexto, propiciando las competencias entre escuelas y condicionando
a los maestros a preparar a sus estudiantes para un aprueba censal, en palabras de Magro (2016):
La afirmación de que lo que no se puede medir no se puede gestionar nos ha llevado a un creciente
interés por medir los “resultados” de la educación, hasta el punto que podemos afirmar que vivimos
inmersos en una creciente cultura de la evaluación y la rendición de cuentas. (p.4)
Es así, como la implementación de dichos instrumentos en las escuelas, por parte del gobierno,
demuestra que la educación cada día se estanca en los periodos Industriales y tradicionales. Una
educación, donde lo que vale es la rendición de cuentas, mostrar unos resultados, limitada al imperio
del trabajo y el condicionamiento del estudiante frente a un estímulo externo. Ello, bajo el supuesto
“según el cual la información sobre los resultados mejora la calidad de la demanda educativa e
incrementa las relaciones de competencia entre escuelas como mecanismo principal de las políticas
destinadas a mejorar la calidad de la educación” (Magro, 2016, p.5). Supuesto erróneo, ya que según
Tedesco (citado en Magro 2016) en vez de mejorar la calidad lo que genera es desigualdad, inequidad
y segregación.
Ahora, si no se quiere continuar bajo las normas de la medición es necesario rescatar el valor
pedagógico de la evaluación como proceso de reflexión parmente, donde tanto maestros como
estudiantes puedan reflexionar su accionar y replantear la práctica, con el fin de aprender de manera
interactiva, como lo asevera Bravo (2015) en la siguiente cita:
La evaluación le permite al docente reflexionar sobre sus prácticas de aula, no solo la forma como
aprenden sus estudiantes, sino en la calidad de lo que aprenden, atendiendo las acciones formativas
de enseñanza y evaluación de manera continua, mediante la autocrítica y la autocorrección que
apunte a una mejor organización, planeación y valoración del proceso de enseñanza- aprendizaje,
enriqueciendo el quehacer pedagógico del docente y retroalimentando sus concepciones para su
cualificación. (p. 4)
Finalmente, una evaluación vista así promueve la investigación, la función del maestro
mediador y el aula como un espacio polifónico, donde las voces confluyen para entablar un diálogo
de saberes de manera crítica y reflexiva. Por ello, la evaluación no es un proceso simplificado, sino
que es comprendida como un proceso complejo en el
que no existe una única forma de llegar a la verdad, sino que existen múltiples maneas de llegar a ella
a través de la investigación.
Por esta razón, la evaluación en la actualidad no debe ser comprendida como un estímulo
externo que mide el aprendizaje, porque se estaría relegando a lo medible, cuantificable, no en el
aprender para la vida, sino en la memoria, más bien, debe ser vislumbrada, desde la evolución misma
del término, como un proceso reflexivo, placentero, creativo por los actores del escenario
educativo, con el propósito de autorregularse y transformarse.
REFERENCIAS