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André Malraux
La pintura y la poesía mantienen una estrecha relación debido a que son dos formas que tienden a
manera sublime en uno de los versos de la Epístola a los Pisones de Horacio, en la que su autor
afirma: Ut pictŭra poĕsis (pintura y poesía se parecen) (Horacio, 56). En efecto, el vínculo que se
ha establecido entre las dos se ha denominado como Écfrasis. Según Barry Taylor “la écfrasis es,
esencialmente, la descripción verbal de una obra de arte visual” (Taylor, 171). El escritor
expresado a partir del momento perpetuado en un representación pictórica; pero, no sólo eso, la
equivale a decir “que permite al poeta engastar un texto dentro de otro, a menudo para que el
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Estudiante de primer semestre de la Maestría en Didáctica de la lengua y la literatura españolas.
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Teniendo en cuenta lo anterior, la definición que se utiliza dentro de la redacción de este texto,
para el término écfrasis, es aquella que indica una directa referencia a “exponer con detalles,
describir, y si la descripción es intensa y supone una trama, narrar” (Albero, 3), lo que se
magnifica al detalle en una imagen, a partir de la descripción verbal que sustenta entre líneas la
existencia de una historia fascinante. En este sentido, se podría aseverar con mayor seguridad que
cada arte tiene una técnica y se valora en sí mismo respecto a otra forma de arte.
Ahora bien, Salvador Elizondo en su obra Farabeuf recrea una técnica que bien podría ser
llamada écfrasis. Su novela que abarca unas 179 páginas, aproximadamente, se relata en torno a
Tras cada descripción se establece la existencia, aunque efímera, de una historia de la que es
partícipe un doctor, unos cuerpos desnudos y algunas personas que funcionan como observadores
del teatro de tortura que lleva a cabo el primero. La novela se construye a través del ir y venir de
momento dado, atraviesan los participantes; además, “las posiciones alternadas de los personajes,
las palabras repetidas, tienen una estructura rítmica semejante a la de las imágenes y palabras
intercambiadas por dos amantes en el momento de un acto sexual” (José. 90), mientras se
El arte concebido desde esta postura, consiente relacionar diversas formas de creación, y obtener
una obra significativa; como dice el autor del texto “La bacanal de Tiziano”, Manuel Canga: “la
mano y el pincel se ponen al servicio de un deseo sublimado, que puede llegar a satisfacerse
transformando la realidad de las cosas, los objetos tangibles es simples imágenes” (Canga. 50),
así como transformar las sensaciones en una emoción estática en donde el principio y el fin se
Salvador Elizondo escribe Farabeuf durante el período comprendido entre 1963 y 1964, mientras
el Centro Mexicano de Escritores lo acoge como becario. Más tarde, en 1965 la obra es
publicada. Farabeuf sería, sin duda alguna, el texto más importante en la carrera literaria de
Elizondo, porque transgrede los parámetros de la creación literaria, vigentes hasta ese momento.
No obstante, no sólo se puede afirmar que la novela de Elizondo es importante porque renueva la
forma de escribir; también, resulta atractiva por su temática, que va de la agonía al placer: “es una
clasificación en nuestra prosa” (Carballo, 5). Por otro lado, dentro de la novela se descubren
diversos elementos, a través de los cuales se puede entender la construcción de la obra. Tales
como la fotografía de un hombre chino que es torturado a partir del método del Leng-Tch’e; la
descripción de la imagen presente en un libro, que muestra la escena de una pareja en el mar;
además de la referencia constante a la pintura renacentista “Amor sagrado y amor profano” del
De acuerdo con las escenas que se describen en el texto, fácilmente se puede identificar que el
principal personaje que Elizondo va a exponer es el cuerpo. Una sustancia que atraviesa por
constantes cambios, y todos esos cambios conducen a un mismo lugar; en donde el cuerpo se
contempla a sí mismo y vive su realidad de la manera más sublime. El autor, al igual que un
artista ha encontrado la forma indicada para plasmar el momento exacto que quiere dar a conocer,
indica que “Sólo cuando algo ha disuelto todos sus contenidos en forma y se ha hecho así arte
Álvaro Díaz afirma que “la expresión puramente estética de la literatura no es comunicable, por
ello cada lector puede apreciarla a su manera, y en ese sentido la obra se enriquece más” (Díaz,
8). Precisamente, es eso lo que Elizondo pide al lector, mantenerse siempre activo, y captar los
momentos clave de la novela. Hay que mencionarlo, es un libro que, durante toda su redacción se
tiene una función específica: que el lector encuentre aquel recuerdo que parece perdido o el
instante mismo de su goce interior. Al final de la novela puede ser que el lector no haya
comprendido muy bien su contenido, y eso es lícito. De forma tal, que no existirá una lectura
lineal, de personajes que viven en un espacio y tiempo determinados, a quienes les sucede una
serie de eventos; sino, será una historia apasionante que quien lee está obligado a completar
desde cualquiera de los elementos que se hacen presentes en la novela. Cada una de las piezas
resultan ser claves en el desciframiento del texto, tales como, las descripciones contantes de
Al introducir la pintura renacentista, el autor está enviando un mensaje claro, para entender la
novela hay que descifrar qué es lo que interpreta durante las páginas de Farabeuf. En ese sentido,
a partir de una exposición acertada de dicha representación, se logrará extraer apartes importantes
Venus en sus dos versiones, una terrenal y otra mística. Las dos mujeres aparecen ubicadas en
lados opuestos; es decir se contraponen de acuerdo a lo que personifican; la Venus terrenal, que
se muestra al lado izquierdo del lienzo, alude a un amor concebido desde lo meramente natural y
convencional, expresado a partir del cuidado y la preservación del cuerpo; por ésta razón se
presenta cubierta por vestiduras. Por su parte, la Venus sagrada o mística aparece al lado derecho
del lienzo, sobre un paisaje más iluminado y menos fortificado como el de la Venus terrenal; ella,
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yace desnuda sobre el estanque, sólo cubierto su sexo con una manta blanca, con su brazo
extendido hacia
arriba en cuya
mano reposa un
ánfora.
Evidentemente,
la Venus mística
es la
personificación
de un amor más elevado; su cuerpo desnudo encarna un concepto de libertad, desde ésta
perspectiva el cuerpo valorado, es aquel que se muestra, y que pretende no solamente un goce
La situación, tal y como es planteada por Tiziano en su pintura, intenta recrearla Elizondo en la
redacción de una novela como Farabeuf, cuyo principal objetivo tiene que ver con el
reconocimiento del cuerpo como una herramienta que conduce al placer y transgrede los límites.
varios cuerpos (algunos con identidad propia, otros no). Uno de ellos es torturado hasta el límite
por el doctor Farabeuf, mientras otros observan y se fascinan por la escena. En varias líneas,
dentro de la novela se hace referencia a una mujer vestida de blanco: la enfermera, quien ha
observado la fotografía del supliciado chino y ha experimentado un gran placer sensible que
desea transformar en algo más grande; para lograr dicho fin, según la novela: “es preciso no sólo
recordar el rostro de aquella mujer vestida de blanco –o negro quizá– sino también las
circunstancias y los objetos que la rodeaban en el momento en que decidió entregarse, urgida por
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la excitación que le había provocado la contemplación de una imagen que había tenido ante los
ojos durante largo rato” (Elizondo: Farabeuf, 15). En un momento dado de la escena, quien fuera
la enfermera, pasa de la pura evocación de los sentidos a una experiencia genuinamente mística.
En otros términos, el deseo meramente carnal conduce a una experiencia mucho más elevada, en
donde los sentidos pierden su finalidad y queda sólo un momento de intensa contemplación.
Páginas más adelante, el autor referencia, una vez más, una situación concreta en que una mujer
Farabeuf, cuya intención como ya se mencionó, es el alcance del placer experimentado más allá
de lo sensitivo. Ahora, el suceso es narrado desde una voz protagonista; pero la escena es captada
con aquella visión sanguinaria, hasta que se rompía como una muñeca de barro,
hasta que sentí que su cuerpo se abandonaba a mí en aquel océano de sangre que
latía afuera, más allá de la ventana abierta, fuera de sus ojos cerrados que no veían
otra cosa que ese cuerpo surcado de riachuelos de sangre, esa carne que tanto
Por otra parte, se puede afirmar que en la pintura de Tiziano se da vida a dos formas de concebir
el amor y el erotismo, que luego son retomadas por Elizondo en su teatro de la muerte. Además
con la sangre que emana de las heridas que se le ocasionan al cuerpo supliciado, contrapuesta a la
pureza de las sábanas de hospital. Por su parte, el color blanco también podría escenificar el
presenciada, por la enfermera, tal vez, por alguien más ante cuya percepción, cada detalle se
convierte en un delirio mórbidamente hermoso: “cerrando los ojos imaginaste una puerta. Una
puerta pintada de blanco que daba acceso a un cuarto pintado también de blanco, en medio del
cual se encontraba una cama cubierta con sábanas blancas” (Elizondo: Farabeuf, 124). “Y tú
estás fija allí y yo te miro mirarme fijamente, pretendes descubrir mi significado y te horroriza la
sangre que mana de mi cuerpo y a la vez te fascina porque en su contemplación crees redimirte”
La vida y la muerte se cruzan en algún momento del ser, y la obligación del cuerpo es albergar
ese instante en el que la vida se evapora, pero la muerte aún no logra alcanzarle. Las dos Venus
se encuentran posadas sobre un sarcófago, pero ese elemento no tiene una connotación de muerte;
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porque aparece lleno, no de un cadáver, como debería ser; sino lleno de agua, que representa
duración. En vista de ello, el sentido que tiene dentro de la composición es orientar la existencia,
como la concreción entre la vida y la muerte a través de la experiencia amorosa, en sus dos
versiones. Por su parte, Farabeuf ubica dos impresiones diferentes en un mismo objeto. Esto se
evidencia cuando el doctor utiliza las sábanas sobre las que, previamente, llevo a cabo el acto
llamado coito, para envolver sus curiosos instrumentos quirúrgicos, con los que más tarde
sobresalto de emociones frente a lo que se va a experimentar. Alguien esa tarde lo cito en aquel
lugar, con suma urgencia, y él acude en cuanto puede “sostiene en su mano un maletín de cuero
negro y en la otra un viejo paraguas a través del cual se cuela el agua cayendo en gruesos
goterones sobre los hombros del abrigo” (Elizondo: Farabeuf, 14); alguien le espera, mientras
observa por la ventana con suprema ansiedad “tus ojos estaban inmensamente abiertos y tu boca
también entreabierta, suspensa” (Elizondo: Farabeuf, 77) en “el misterio de un momento agónico
contenido en la fijeza de tus ojos que se dirigían tenazmente hacia aquella ventana” (Elizondo:
Farabeuf, 108). Más tarde, en la ejecución del evento mismo, se menciona un cuerpo, tal vez, el
de la enfermera, tal vez otro, porque la enfermera será la espectadora de dicha escena “macabra”
de descuartizamiento trasunto de un infinito placer: “de pronto se oyó ese grito, su grito, un grito
que hizo caer la noche definitivamente y que despejó el cielo” (Elizondo: Farabeuf, 80). La vida
humana está movida por múltiples sensaciones y emociones que hacen que cada evento genere en
nuestro cuerpo y en nuestra mente un efecto alucinante y delirante, en este caso sucede cuando
los cuerpos que observan la tortura se sienten estupefactos ante tal espectáculo “la fascinación de
esa experiencia es total; eso sí es innegable” (Elizondo: Farabeuf, 140). El placer como se
plantea desde la escena que describe Elizondo, no sólo es dual (uno de los sentidos y otro
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indica que su momento de goce se aproxima. En vista de que el placer es sublime, la “única
forma aceptable de vivir plenamente el instante, consagrarse a él, y sin embargo trascenderlo es
llegar al éxtasis místico” (Durán. 144). La concreción del amor y de la muerte se encuentran en
un momento, en el que los dos emanan un dulce aroma de liberación de la esencia pura y el goce
trascendental de lo que se magnifica más allá del mundo en el que, aparentemente, vivimos.
A pesar de que el cuerpo es el elemento primordial para Elizondo, y aunque resulte ser muy
que parece presenciaran un acto precedido por el doctor Farabeuf, en el que observan un evento
de tortura semejante a lo contemplado en la fotografía del Leng Tch´e. El episodio referido tiene
gran influencia en los dos sujetos, cuyos nombres son desconocidos: “Él y Ella ocultan un secreto
pulsátil de sangre, de vísceras que si no fuera por esa puerta y por ese espejo que la contienen, su
mirada todo lo invadiría con una sensación de amor extremo, con el paroxismo de un dolor que
está colocado justo en el punto en que la tortura se vuelve un placer exquisito y en que la muerte
no es sino una figuración precaria del orgasmo” (Elizondo: Farabeuf, 41 ). El hecho de observa
acontecimiento semejante a lo experimentado durante el acto llamado coito: “la pareja sabe que
amor y descuartizamiento son actos sinónimos, y ama tanto la vida como desea la muerte”
(Carballo, 8). Teniendo en cuenta lo anterior, es correcto afirmar que el autor no maneja una
trama lineal dentro de la redacción de su texto; más bien, todo se plantea en torno a la descripción
Otro de los detalles que Elizondo toma de la pintura de Tiziano y describe en su texto, es una
escena recreada como adorno en el sarcófago sobre el que se posan las dos Venus, como se
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muestra en la figura 3. En dicha imagen se observa una acto de castigo, provocado por un hombre
aquella casa. Muy a pesar de que el autor le resta importancia afirmando que “se trata de una
escena de combate mitológico con carácter meramente ornamental” (Elizondo: Farabeuf, 89), se
atreve a mencionarla y eso revela su interés en dicho adorno, descrito en el texto de la siguiente
manera: “un fauno, con el brazo izquierdo en alto está a punto de azotar con una rama a una ninfa
que yace tendida a su lado, recostada en una postura que recuerda con bastante precisión al
hermafrodita de Villa Borghese” (Elizondo: Farabeuf, 89). Otra vez el lector se encuentra ante el
cuadro de la tortura como sinónimo del placer. La mano del hombre en dirección hacia arriba
erótica y sostenida por el hombre, es el sujeto de ese placer mórbido que es presenciado por dos
individuos más, tal y como se representaría la escena de tortura elaborada por Elizondo y descrita
De acuerdo con Marsilio Ficino, citado por Erwin Panofsky “el alma inmortal del hombre se
siente siempre miserable en su cuerpo, duerme, sueña, delira y se aflige dentro de él, invadida por
una nostalgia infinita que sólo será satisfecha finalmente cuando vuelva al lugar de donde vino”
(Panofsky, 197). Una sensación semejante atormenta a los cuerpos que Elizondo describe, cuya
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de los seres. Parece ser que dichos cuerpos no han podido alcanzar ese abismo de placer
incesante; pero, lo anhelan porque lo han concebido como un evento único y muy gratificante: “la
experiencia de entonces era una sucesión de instantes congelados; sus pupilas nos habían
fotografiado, paralizando nuestros gestos... registrando nuestro silencio y como si ese silencio
hubiera sido algo más vivido y más tangible que nuestras palabras y que nuestros gritos”
(Elizondo: Farabeuf, 47). Para alcanzar ese placer extático, estos cuerpos que presencian el
hecho, deben liberarse de sus vestiduras y consagrarse al infinito que les ofrece aquel
acontecimiento; lo que equivaldría a decir que Venus terrenal abandona su prisión, y en medio de
un estanque de aguas revueltas, se entrega por completo a la desnudez del disfrute místico, del
que sólo ella es dueña, mientras observa fijamente su reflejo en el movimiento de las aguas.
En esta creación literaria se puede observar la presencia fuerte de un rito, en el que a través de la
tortura, correctamente ejecutada, el cuerpo supliciado puede comprender los alcances de las
muerte se transforman en la experiencia más viva posible. Cuando en el texto una voz afirma
“llegado el momento te tomaré en mis brazos y mientras miras tu rostro reflejado en ese enorme
espejo susurraré en tu oído la palabra que tanto deseas escuchar. No temas. Yo te amo. Por eso he
venido. He comprendido a través de tus palabras toda la angustia de tu cuerpo que aspira ya, por
el deseo, una muerte tibia y apenas perceptible” (Elizondo: Farabeuf, 154), al perpetuar su
imagen extática en el espejo, el cuerpo supliciado busca alcanzar un placer nunca antes
concedido, y que se ve concretado a partir del orgasmo, considerado como “una pausa en el
movimiento rítmico de la tensión”(José, 22), en donde el espíritu se separa del cuerpo y deja de
responder a sus estímulos, más bien se entrega a su placer que representa una “pequeña muerte,
donde por un instante, se puede asir el concepto de infinito” (José, 22). Al final, como una de las
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voces dice: el supliciado debe considerar “este ejercicio como una disciplina interior, con una
meditación que conduce al éxtasis te darás cuenta, estoy seguro de ello, de que tu cuerpo
momento de placer infinito que libera y transforma al ser humano. Dentro de la narración de la
novela, una voz menciona “debes inspirar compasión porque en esa ternura que provoques estará
la realización de tu amor. Debes abandonarte en sus manos para poder comprender el significado
de tu vida” (Elizondo: Farabeuf, 173); esto simboliza lo sublime de la concreción del amor como
entrega total, y como el vínculo más cercano a la muerte, que se resume en el orgasmo. La pareja
a la que alude Elizondo ve el suplicio como el mejor camino para encontrar el éxtasis, en donde
la acumulación de dolor produce placer, un placer que fortalece y revive la libertad humana,
perdida por las ataduras del mundo. Conforme a esto, Él prepara a Ella para el procedimiento del
doctor Farabeuf mencionándole: “recuerda que solo se trata de un instante y que la clave de tu
vida se encuentra cerrada en esa fracción de segundo... ” (Elizondo: Farabeuf, 175) “piensa que
yo estoy cerca de ti y que te amo”. Como quiera que sea, el procedimiento que se va a llevar a
cabo sugiere la tortura como el mecanismo más eficiente de obtener un placer compartido,
sentido por el supliciado y por el receptor que envidia sentir aquello que transforma por un
momento la existencia del primero. No sólo eso, en este caso, Elizondo hace evidente que la
prueba más elevada del amor se logra cuando el amante permite ver la blancura de su cuerpo a
través de la sangre y la mutilación del mismo, al amado que observa y valida su experiencia.
comprometido a relatar una historia de la brevedad de las cosas. Con Farabeuf demuestra que los
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seres humanos no son dueños de nada de lo que sucede, a excepción de los instantes congelados,
concordancia con esto, lo que hace perpetuar en el tiempo y el espacio, es la escritura, la pintura,
y aquellos objetos cuya función es evocar las emociones vividas. Por eso la alusión constante al
De acuerdo con Edgar Allan Poe “si una obra literaria es demasiado extensa para ser leída en sólo
sesión, debemos resignarnos a quedar privados del efecto, soberanamente decisivo de la unidad
de impresión” (Poe, 2). Farabeuf es un libro que se puede leer de un solo tajo, aunque con el
debido detenimiento y cuidado. El efecto de la obra queda claro desde la primera página, “no hay
trama ni anécdota. Es un escenario estático” (José, 57), y la unidad de impresión está siempre
latente. Acorde con lo anterior, Elizondo plantea que la literatura no es la narración coherente de
una historia de personajes y lugares, muy por el contrario, su escritura “quiere conducirnos a una
la exaltación de los sentidos” (Duran, 157), en donde “el poeta, o es un hombre que se enfrenta a
sensaciones, o bien eterniza el instante viviendo las imágenes o las sensaciones en el lenguaje, un
lenguaje que por ser un hecho mismo de la creación y la creación misma de su personalidad es el
mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos, 24). De ahí que, tanto el poeta como el artista
tienen la obligación de eternizar un instante, que representa toda una visión del mundo frente a
las convenciones sociales. Crear es dar vida; pero, no siempre se crea para la vida, sino para la
infinita muerte que perpetua nuestra existencia por encima del tiempo y el espacio.
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