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06/05/2016
TEMA:“LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA
EN EL MANEJO DE RIESGOS”
FINALIDAD:
En especial a nuestra
profesora Edita Periche Castro
de la universidad ULADECH
por permitirnos dotarnos de
conocimientos para nuestra
autorrealización.
EPIGRAFE
seremos mañana”.
INTRODUCCIÓN
La historia de América Latina muestra la gran vulnerabilidad de nuestra Región a los riesgos naturales, los
desastres y los cambios climáticos. Entre las condiciones que generan riesgo en esta parte del mundo se cuentan
los terremotos, las inundaciones, los huracanes, pero también la pérdida de glaciares, que afecta nuestra
provisión futura de agua.
Todo esto exacerba las condiciones de pobreza de nuestra Región, donde más del 50% de los habitantes están
bajo la línea de pobreza. Los desastres hacen a los pobres más pobres y atentan contra los procesos de
desarrollo y su efectividad.
En este sentido, el papel de los gobiernos y la sociedad civil (con una responsabilidad común pero diferenciada)
es estar preparados para la probable ocurrencia de estos fenómenos. Una condición que aumenta esta
exposición al riesgo, tan dañina como la precariedad de infraestructura, es la escasa participación social, que
magnifica por inacción o por desorden los efectos de un fenómeno natural.
Sin embargo, es necesario entender que la gestión de riesgos está conformada por una serie de iniciativas o
propuestas, que buscan eliminar las diferentes condiciones que generan vulnerabilidad. Y para que estas
propuestas funcionen, no sólo deben estar diseñadas adecuadamente en términos técnicos, sino deben estar
planeados de tal manera que puedan ser asumidos sosteniblemente por las personas.
Partiendo de la premisa que no hay éxito en la gestión de riesgos (como en todo proceso de desarrollo) si la
población no participa, este artículo busca plantear un modelo para lograr esta participación. Para ello,
usaremos como base conceptual el Marketing social, que busca precisamente que las personas adopten los
productos (o propuestas técnicas) sociales y ambientales, clasificación donde la gestión de riesgos se
encuentra.
En primer lugar, haremos una revisión conceptual de gestión de riesgos y de participación ciudadana. A
renglón seguido plantearemos como puede desarrollarse un proceso de trabajo en gestión de riesgos, pero no
desde el punto de vista técnico sino para asegurar la participación ciudadana en estos procesos.
Somos convencidos que sin participación no habrá éxito en procesos que buscan ayudan a las personas e
instituciones a gestionar el riesgo de desastres. Por ello, creemos que este artículo puede ser un aporte
importante al éxito de los procesos de reducción de riesgos de desastres y, por ende, al desarrollo de nuestra
Región.
LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA EN EL MANEJO DE
RIESGOS
Está muy difundida la idea según la cual los desastres, en buena medida, son culpa de la gente
expuesta a la vulnerabilidad, riesgo y peligro. Es decir, se tiende a desconocer que estas
poblaciones están expuestas a la vulnerabilidad por múltiples razones, como veremos más
adelante, reduciendo la explicación a que por “ignorancia” o desidia, la gente no se cuida. Pero
además, hay la inclinación por asumir que esta gente, dada su “inconciencia”, no está en la
capacidad de hacer nada frente a una amenaza de desastre. Por el contrario, el imaginario común,
estas personas aparecen como poco colaboradoras; sin capacidad de actuar autónomamente;
como un estorbo en las medidas de prevención y emergencia. En el fondo prevalece la idea de
ver a estas poblaciones como víctimas de las circunstancias. Es decir, son culpables y víctimas a
la vez.
Puede que muchos de estos supuestos sean parte de la realidad; pero es una versión parcial,
muchas veces motivada por una visión pesimista de las capacidades de las poblaciones pobres
para hacer frente a las adversidades.
Se tiende así a descalificar las ideas, intereses, prácticas y aspiraciones de estas poblaciones, bajo
el supuesto que su condición de pobreza material la condena a la inacción y a la recurrencia de
conductas riesgosas.
Tal vez, la base del problema de esta versión pesimista de las capacidades para enfrentar la
adversidad que supone la vulnerabilidad y el riesgo ante los desastres, está en que, por lo general,
quienes se “hacen cargo” de esta problemática, se auto califican como profesionales técnicos,
expertos en desastres, portadores de la solución. Desde esta postura, los “otros”, los afectados,
“no saben”, por eso están en esa situación de vulnerabilidad y peligro permanente.
Ante esto, afirmamos que hacer frente al riesgo, la vulnerabilidad y el peligro ante a los desastres,
no es cuestión sólo de “especialistas”, o en el mejor de los casos, de que la población participe
ocasionalmente como “mano de obra”. Se trata más bien de impulsar la participación ciudadana;
es decir, de reconocer, social y políticamente, de que todas las personas, especialmente las más
vulnerables, tienen derecho a construir su bienestar, su calidad de vida, y sobre todo a aumentar
sus capacidades de controlar los riesgos.
La exposición al riesgo, la vulnerabilidad, como hemos señalado, son parte de la vida cotidiana
de nuestras poblaciones. Ante la eventualidad de ciertas amenazas muchas veces resulta difícil
intervenir para que estas no ocurran. Lo que si podemos es intervenir sobre la vulnerabilidad. Es
decir, potenciar los factores que nos puedan proteger frente a los riesgos.
Tomando en cuenta que los procesos de planificación participativa también se deben establecer
las áreas geográficas sobre las cuales se desarrollan estas acciones, consecuentemente el
municipio es la unidad espacial considerada como base para el análisis de necesidades o el
planteamiento de soluciones. Es a partir de esta unidad que se puede hablar de otras formas de
asociación intermunicipal, es decir de las mancomunidades o de las distribuciones por cuencas
hidrográficas ya que todas ellas conllevan a un mismo objetivo como es la satisfacción de las
necesidades sentidas por la población el uso y manejo adecuado de los recursos naturales,
desarrollo económico social, el uso adecuado del suelo urbano, rural y el aprovechamiento del
recurso humano con que se cuenta.
Considerando las reacciones de los ciudadanos frente a los diferentes procesos que se desarrollan
en la localidad, de las oportunidades que se les brinda y las herramientas e instrumentos que se
ponen a disposición a través de las leyes y reglamentos, valoramos hasta qué punto la ciudadanía
tiene conocimiento y hace uso adecuado de los espacios que se les pone a disposición.
Por cuanto, cada ciudadano tiene el deber y el derecho de participar en cada espacio que se
disponga tanto para aportar a las políticas públicas como para consensuar acciones que permitan
la participación mayoritaria en pro del desarrollo local.
La Constitución de la República y las Leyes orgánicas referidas la: participación ciudadana,
municipios, el Sistema Nacional para la Prevención, Mitigación y Atención a Desastres
(SINAPRED); Ley de Ordenamiento Territorial y al Plan Nacional de Gestión de Riesgo,
expresan claramente que existen las bases jurídicas para una real participación ciudadana, por
consiguiente falta que la ciudadanía se apropie y haga suyo los espacios y las herramientas que
se les brinda. Para tal efecto, el gobierno central y los gobiernos municipales deberán facilitar y
crear condiciones para una efectiva participación.
Asimismo, el Marco de Acción de Hyogo (2005-2015) reconoce como una prioridad de acción:
“Velar que la reducción de riesgos de desastres constituya una prioridad nacional y local dotada
de una base institucional de aplicación”.
Cuando hablamos de los actores de la comunidad nos estamos refiriendo a los niños, jóvenes,
ancianos, a los trabajadores, comerciantes, empresarios, a las amas de casa, líderes, dirigentes, a
las autoridades del gobierno, de las municipalidades, de los servicios de salud, de las escuelas, la
policía, los bomberos, los representantes de las iglesias, entre otros. Todos ellos son actores en
la medida de que el despliegue y movilización de sus capacidades y recursos, contribuyen a la
gestión de los riesgos.
Como decíamos anteriormente, la acción aislada de unos pocos actores no es suficiente para hacer
frente a la complejidad de la gestión de riesgos. Se requiere formar una fuerza colectiva
comunitaria organizada que sea consciente de sus derechos a conquistar el bienestar, pero
también que se sienta capaz de actuar de manera concertada, conciliando intereses, definiendo
prioridades, negociando conflictos. La experiencia nos enseña que uno de los mayores obstáculos
para la participación protagónica de los actores comunitarios es precisamente el escaso
reconocimiento de sus derechos ciudadanos y capacidades, tanto en lo que se refiere a alcanzar
mejores niveles de bienestar como de participar activamente en los asuntos que le atañen a su
vida.
EMPODERAR A LA COMUNIDAD
Se trata, entonces de empoderar a los actores de la comunidad para movilizar y hacer un manejo
adecuado de los recursos disponibles, para que capitalicen su experiencia creativa de hacer frente
a la adversidad y no sucumbir ante ella; para el reforzamiento de la solidaridad comunitaria y el
aumento de sus capacidades personales y colectivas para afrontar creativamente y
concertadamente las situaciones de riesgo, vulnerabilidad y peligro.
Sin embargo, a pesar de contar con estos instrumentos legales la participación de todos
los ciudadanos no es todavía suficiente para enfrentar los desastres. Se requiere de una
participación más efectiva de todos los sectores que hacen posible el desarrollo municipal.
• Estableciendo normas y mecanismos por parte del gobierno nacional y los municipales que
promuevan la participación voluntaria de los ciudadanos en igualdad de condiciones.
• Participación de los ciudadanos en los procesos de reducción de riesgos como una acción
transversal en el marco de los procesos de desarrollo local.
El Reglamento de la Ley Nº 29664 Ley que crea el Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de
Desastres (SINAGERD) en Perú, (Ley y Reglamento aprobado el año 2011), define a la
Cultura de prevención: Como el conjunto de valores, principios, conocimientos y actitudes de
una Sociedad que le permiten identificar, prevenir, reducir, prepararse, reaccionar y recuperarse
de las emergencias o desastres. La cultura de la prevención se fundamenta en el compromiso y
la participación de todos los miembros de la sociedad.
Esta misma norma, establece que es obligatoria la participación de las organizaciones sociales a
través de sus representantes en las Plataformas de Defensa Civil.
IMPLEMENTACIÓN DE LA POLÍTICA NACIONAL DE GESTIÓN DEL RIESGO DE
DESASTRES EN EL PERÚ
Dentro de los Subprocesos de la Estimación del Riesgo, encontramos la Participación social que
establece desarrollar mecanismos para la participación de la población, las entidades privadas y
las entidades públicas, en la identificación de los peligros y de las vulnerabilidades.
De igual forma, la Participación social está contemplada como un subproceso del proceso de
Prevención y Reducción del Riesgo que en el primer caso establece desarrollar mecanismos para
la participación de la población, las entidades privadas y las entidades públicas en el
establecimiento de metas de prevención de riesgos y en la formulación de los planes de desarrollo
territoriales y sectoriales; en el segundo caso para establecer las metas de reducción del riesgo de
desastres.
.
MECANISMOS DE COORDINACIÓN, PARTICIPACIÓN, EVALUACIÓN Y
SEGUIMIENTO
La Presidencia del Concejo de Ministros, que actúa como ente rector de la GRD en el Perú,
promueve la coordinación y articulación con entidades de la sociedad y el sector privado.
CENEPRED establece los lineamientos y los procesos de formulación y participación relativos
a estimación, prevención, reducción del riesgo y reconstrucción.
La historia de la acción de los gobiernos y la sociedad civil ante fenómenos como El Niño,
terremotos o erupciones volcánicas ha mostrado que el enfoque es primordialmente gestión del
desastre. Es por ello que tradicionalmente no se ha prestado atención a la vulnerabilidad (que
implícitamente y equivocadamente se considera como “condición de operación”) sino
únicamente a las consecuencias fatales que genera el fenómeno natural desencadenado.
Sin embargo, el concepto moderno de Gestión del Riesgos no acepta el desastre como algo
inevitable. Por el contrario postula la idea que “no existen los desastres naturales”, ya que el
desastre es considerado una consecuencia de la intervención del hombre lo cual le quita su
característica de natural. Se define el desastre como: “Situación (….) como resultado de un
proceso peligroso de origen natural, socio natural o antropogénico que, al encontrar
condiciones propicias de vulnerabilidad (…) causa alteraciones intensas, graves y extendidas”
(Lavell, 2006)
Es decir, los desastres no dependen sólo de los peligros naturales, sino que la acción del hombre
genera las condiciones de vulnerabilidad necesarias para generar el desastre. Este concepto cobra
gran importancia para marcar las posibilidades de acción anticipada ante los desastres. Es por
ello que la gestión de riesgo se define como: “(…) Un proceso social cuyo fin último es la
reducción y atención, o la previsión o control permanente del riesgo de desastres en la sociedad
(…). Comprende los procesos de planificación, de formulación e implementación de políticas y
estrategias, acciones e instrumentos concretos de reducción y control.” (Lavell, 2006)
1.2 Relación entre Gestión de riesgos y participación ciudadana
Por otro lado, el término gestión implica lograr resultados por medio de otros. Implica un proceso
que incluye no sólo la planificación y visualización de la problemática, sino también la toma de
decisiones y la operatividad de los procesos, lo cual pasa necesariamente por la acción de los
diversos actores, de tal manera que hagan suyas las propuestas y las ejecuten, no por imposición,
sino por convicción, lo cual es absolutamente necesario si consideramos que el riesgo y la
vulnerabilidad dependen directamente de los procesos humanos.
La participación de los diversos actores se hace además importante en las dos perspectivas de la
gestión de riesgo: la gestión llamada correctiva, que busca visualizar y reducir las condiciones
de vulnerabilidad y riesgo existentes en una sociedad; y la gestión de riesgo prospectiva, que
busca que los nuevos procesos no generen nuevas condiciones de vulnerabilidad. (Ministerio de
Economía y Finanzas, 2007)
Ahora bien, en una sociedad no sólo debemos tomar en cuenta la capacidad de resistencia a un
peligro, el cual viene asociado a los procesos técnicos (construcción, ordenamiento territorial,
etc.) sino también su capacidad de resiliencia, es decir la característica del tejido social que le
permite trabajar no sólo para reducir sus condiciones de vulnerabilidad sino también, para una
vez desencadenado el evento que genera peligro natural, poder recuperarse de sus consecuencias.
Para que esto suceda, es necesario que se genere la necesaria transversalidad del tema al interior
de las instituciones. Entendemos la transversalidad como la introducción de los temas en las
actividades que hace día a día la institución, tanto en procesos curriculares (si los desarrolla),
como en la gestión misma de la institución (que asigne los recursos humanos, financieros y
administrativos a lograr resultados en estos temas).
f) Considerar que una sola institución puede asumir un tema transversal como la gestión de
riesgos
Por definición, los temas transversales son importantes para la sociedad y el desarrollo. Son
aquellos que requieren ser abordados para conseguir el desarrollo sostenible de los pueblos, y la
gestión de riesgos es uno de ellos. Sin embargo, no se aborda transversalmente, sino en forma
fragmentada, sin que el Estado y la sociedad tengan una visión común sobre ellos. Está
demostrado que una sola institución no puede encargarse de la gestión de riesgos del país, pues
se necesita que todas las instituciones incorporen este tema como eje de trabajo.
Según esta definición y tomando en cuenta muchos mitos existentes sobre la participación
pública, conviene dejar en claro que participación es:
Diálogo, no imposición. Participación significa diálogo, y diálogo, por definición, es un
proceso de doble vía, que implica expresar las propias ideas y escuchar las que vierta la parte
contraria. Esto no hay que confundirlo con la presentación de propuestas, las que deben estar
sujetas a un diálogo, en donde quepa la posibilidad de no aceptarlas y de formular otras nuevas
en conjunto.
Anticiparse a las necesidades. No se debe esperar que existan problemas para intervenir,
ya que en ese momento las soluciones serán mucho más difíciles de alcanzar.
Posibilidad de ceder. Hay que considerar que en un proceso de participación las partes
deben estar dispuestas a ceder posiciones, en función de los intereses del colectivo.
Buscar procesos donde todos ganen. En los casos en donde hay grupos que se imponen
sobre otros, existen vencedores y vencidos. Esta imposición suele ocurrir en las votaciones para
decidir sobre temas relevantes. Quienes resulten vencidos buscarán el momento y la forma de
revertir la decisión tomada, llevando el tema muchas veces a fojas cero. Por ello, en los procesos
de participación se debe buscar que todos se sientan beneficiados. Esto es difícil y toma mucho
tiempo, es cierto, pero se reduce significativamente la posibilidad de conflictos y, por ende, de
interrupción de operaciones y de gastos mayores en el futuro.
Tener propuestas claras. La participación implica que ambas partes (proponentes de
procesos y público objetivo) tengan claras sus propuestas y aquello que desean obtener. Así será
más fácil encauzar los procesos hacia la satisfacción común.
Estar abierto a escuchar otras posiciones y comprenderlas. Se debe conocer e interpretar
las propuestas de la población comprendiendo sus motivaciones. La participación exige una
comprensión de los móviles ajenos, para acercar posiciones y lograr soluciones sostenibles.
Plantear opciones. Esto es fruto de poder escuchar las motivaciones y alternativas,
comprenderlas y armar salidas a las situaciones planteadas. El arte de plantear opciones viables
es lo que distingue a un buen facilitador del proceso de participación de uno que no lo es. Aquí
debe tenerse cuidado al plantear soluciones que no sean sostenibles, ya que, si bien pueden
aplacar las tensiones en el momento, existe el peligro de que se reabra el tema o se convierta en
un conflicto mayor.
Una participación ciudadana efectiva y eficiente en gestión de riesgos, debe dar como resultado
reducción de la vulnerabilidad, reducción o eliminación de conflictos y sostenibilidad de los
procesos.
a. Reducción de la vulnerabilidad: Es decir, que tan susceptible es una unidad social de sufrir
daños por acción de un peligro o amenaza (Ministerio de Economía y Finanzas de Perú, 2007).
Para ello, la participación ciudadana efectiva y consciente ayuda a:
i. Disminuir la exposición: que está relacionada con las actividades que llevan a cabo los
grupos humanos. Por ejemplo, su estructura productiva, su ubicación en el espacio
geográfico, etc.
4.1 “Compra” de los procesos de Gestión de Riesgo Por todo esto, es importante que las personas
“compren” los procesos de gestión de riesgos. Esto sucede cuando un individuo o un grupo han
internalizado una práctica o una idea y la han convertido en parte de su vida cotidiana, podemos
decir que la persona ha comprado la idea o acción que le hemos “vendido”.
Haremos el símil con la compra de un producto tangible. Solemos comprar cuando primero nos
han convencido y hemos entregado algo a cambio, es decir, hemos pagado un precio. Este
producto entra a formar parte de nuestras pertenencias y lo usamos cuando lo creemos necesario
para los fines que juzguemos convenientes, ya que somos conscientes de que contamos con él y
le damos preferencia sobre otros productos que no nos pertenezcan.
La compra de una idea o una práctica de desarrollo, y también en temas de gestión de riesgos, es
similar a la adquisición de productos tangibles. Imaginemos el hábito de no construir en lechos
cerca de los ríos o de no construir en laderas de los cerros. Las personas habrán “comprado” la
idea cuando esta forma de proceder forme parte voluntaria y consciente de la vida cotidiana, no
porque nos la impongan o seamos castigados por ello, sino porque la consideramos útil para vivir
adecuadamente. Pero si, a pesar de existir lugares alternativos, no aplicamos esa forma de
proceder o buscamos alguna ayuda o ponemos alguna condición económica adicional para ello,
entonces no habremos “comprado” la propuesta.
Un concepto o práctica adquiridos por un individuo o un grupo devienen en una idea o hábito
que son sostenibles. Pero, para que estos sean “comprados”, la estrategia debe apuntar a
demostrar su utilidad para el adoptante objetivo.
Este concepto ha sido olvidado en los proyectos de desarrollo y particularmente en las
actividades de Gestión de Riesgo, dando lugar a acciones que no resultan sostenibles y que son
tomadas (no compradas) por la población según le convengan, pero sin que las considere
importantes. Solo las tomarán en función al precio (pecuniario o de esfuerzo) en el corto plazo.
O en función de la posibilidad de transar y lograr otros resultados en la negociación con el
gobierno o el ente proponente. Este tipo de adopción, por definición, no es sostenible en el
tiempo.
Por lo expuesto, es necesario que los tomadores de decisiones busquen que los procesos de
gestión de riesgo sean verdaderos procesos de cambio social. Esto significa generar propuestas
claras de trabajo y lograr el compromiso social para capitalizarlas. Este compromiso (o
“compra”) sólo se materializarán si existe una propuesta de trabajo que la gente haga suya y que
la implemente en su ámbito, sea el hogar, el centro de trabajo u otro ámbito.
Entonces, parafraseando a Kotler (1992) un proceso de cambio social para la gestión de riesgos
es un proceso organizado donde un grupo (institución proponente) busca lograr que otro grupo
(público objetivo) adopte una determinada conducta y/o práctica de desarrollo.
Un proceso de cambio para lograr la participación para la gestión de riesgo para el ambiente
tendrá éxito si se cumplen las siguientes condiciones (Kotler, 1992):
a) Tiene fuerza, es decir su existencia responde a los intereses de solución del grupo
objetivo. Ahora bien, este pedido de solución (interés previo) puede motivarse. Esto es lo
que llamamos “sensibilización” que como podemos ver es sólo el inicio de un proceso.
Puede darse el caso también que el interés previo no necesite crearse, ya que responde a
un problema que la comunidad ya identifica con facilidad.
b) Se conoce que hacer para la solución del problema, es aquí donde debe existir la
propuesta de trabajo con meridiana claridad.
5. Marketing social como herramienta para logar que la gente asuma la gestión de riesgos
Muchas iniciativas de gestión de riesgo son actividades inconexas y desligadas de objetivos de
desarrollo. Carecen además de una mirada que involucre en forma sostenible a los actores
sociales, a su público objetivo. La herramienta del marketing social permite precisamente definir
las iniciativas de gestión de riesgos para lograr el involucramiento pleno del público objetivo, es
decir, que “compren” la propuesta. Para ello, hay que pensar cada acción como un producto que
debe ser diseñado y ofrecido a los actores claves.
5.1 ¿Qué es el marketing social?
Kotler (1992) lo define como una “tecnología de gestión del cambio social que incluye diseño,
puesta en práctica y control de programas orientados a aumentar la aceptabilidad de una idea o
práctica social en uno o más grupos de adoptantes objetivo”.
Por ello, la utilidad del marketing social en la gestión de riesgos radica en la utilidad de las
herramientas que nos brinda, a fin que sean aceptadas las ideas y prácticas que se quieren
promover, siempre en función de los objetivos previstos y con una visión de mediano y largo
plazo.
Existen similitudes con el marketing de consumo, entre otras:
Se trabaja sobre la misma base estratégica y conceptual.
La comunicación se orienta hacia el cierre de “venta”, que en el marketing social
se traduce en la adopción consciente de las ideas y prácticas que se promueven
La diferencia entre los enfoques de marketing social y los enfoques actuales de gestión de
riesgo reside en que el primero:
Apunta hacia una acción integrada y coherente de mediano y largo plazo.
Busca generar productos para satisfacer necesidades establecidas y reconocidas.
Tiene un enfoque previsor y no reacciona ante las demandas; por el contrario, se
anticipa a ellas.
Busca que los beneficiarios “compren” conscientemente estos productos para
satisfacer las necesidades reconocidas y priorizadas participativamente.
Una característica de esta clase de problemas es que en sí mismos no son una razón, sino más
bien el resultado de una interacción que puede resumirse en cuatro tipos de problemas:
económicos, tecnológicos, culturales y políticos. En este contexto, los problemas de gestión de
riesgos no son sino la punta de un iceberg en cuya base conviven las causas que los originan. Y,
como ocurre con el iceberg, de nada serviría quitar la punta visible. Los elementos de la base no
tardarán en emerger y, aunque no sea así, seguirán bloqueando el camino hacia el objetivo: la
solución del problema.
Inexistencia de criterios para asignar fondos. Esto tiene relación con el acápite anterior.
Los fondos deben destinarse preferentemente al logro de los objetivos planteados.
Escasa claridad sobre el ámbito de acción. Puede ocurrir que las personas que trabajan
en promover los procesos de gestión de riesgos no entiendan cuál es su ámbito de acción ni
cuente con criterios para tomar decisiones. Los objetivos son también criterios de decisión, y
deben servir para que los trabajadores y directivos decidan sobre aquello que se debe hacer y
aquello que no se debe hacer, en función de lo que se quiere lograr.
Percepciones diferentes del éxito o el fracaso. Es posible que las personas que
intervinieron en el proceso evalúen el resultado final con criterio distinto. Si no conseguimos
asegurar que el objetivo sea claro y que todos lo hayan entendido de forma similar, puede haber
insatisfacciones con el resultado final y surgir reacciones que vayan desde el desaliento hasta la
protesta.
Tener relación directa con los problemas. Las acciones tienen una finalidad, y el objetivo
la debe reflejar. En nuestro caso, la finalidad es resolver los problemas identificados.
Ser alcanzable. El objetivo debe estar al alcance de la institución. Uno de los problemas
en la planificación es trazarse objetivos que la institución proponente no pueda resolver. En estos
casos, y si se cree que el problema que desea abordarse es imprescindible para el desarrollo de
la ciudad o la región, el objetivo a corto plazo debe plantearse en función de aquello que sí se
pueda alcanzar.
Ser mensurable. Todo objetivo debe poder medirse en forma cuantitativa. En caso
contrario, sería imposible saber si se ha alcanzado. Es más, dada la característica humana de
interpretar toda acción social y ambiental (entre ellas la gestión de riesgos) desde una óptica
particular, nunca existirá consenso de haberlo conseguido, surgiendo dudas que perdurarán en
cuanto a la credibilidad y efectividad de las acciones de la institución.
Ser retador. Un objetivo en gestión de riesgos debe incluir un compromiso que trascienda
lo rutinario.
Algo que siempre debe recordarse es que cualquier proceso de desarrollo (entre ellos, la gestión
de riesgos) no consiste en emprender la mayor cantidad de acciones, sino en promover el
desarrollo a través de ellas. Como tema de desarrollo, la acción en gestión de riesgos no observa
es una fórmula exacta, y no cabe aquello de “a iguales problemas, iguales soluciones”. Lo que
se haga dependerá de las personas con quienes se trabaje.
Como todo tema de desarrollo, la gestión de riesgos que se pretende alcanzar no es un tema
técnico, sino humano. Es más, la experiencia práctica demuestra que la gestión de riesgos exitosa
no pasa principalmente por las soluciones técnicas, ya que estas están escritas, sino por
convencer a las personas de que apliquen las soluciones previstas. Por estas razones, identificar
al público objetivo claves es fundamental para las acciones que se van a ejecutar.
6.4.1 ¿Quién es el público objetivo en un proceso de gestión de riesgos?
Kotler (1992) los denomina stakeholders [adoptantes objetivo] y quizás sea una buena
denominación, porque son quienes deben aceptar y adoptar las conductas y acciones de
desarrollo destinadas a alcanzar los objetivos trazados.
Es peligroso que un proceso de gestión de riesgos especifique con claridad el grupo de personas
con quiénes se trabajará. Esto muchas veces lleva a que las personas, en un trabajo masivo, no
lleguen a identificarse con las acciones que se emprendan, puesto que no las perciben como útiles
para ellas; de ahí que puedan demandar acciones diferentes y que no necesariamente propicien
éxito de un proceso de gestión de riesgos.
Entre las razones que exigen definir con claridad al público objetivo están las siguientes:
Para que las acciones puedan encauzarse en forma directa, sin generalidades y buscando
impactos mensurables.
Para saber qué tipo de lenguaje se va a usar, porque el lenguaje que no es específico para
un público no ejerce impacto en la búsqueda de soluciones.
Para conocer los medios que se van a usar, dado que los diferentes públicos objetivo
tienen también diferentes medios de enterarse o educarse. Puede tratarse de medios masivos o
de personas (liderazgos).
Los mensajes “para todo público” no existen, ya que llegan con mayor fuerza a ciertos
grupos y con fuerza menor o nula a otros. Además, hay casos en los que la difusión masiva da
pie a la ineficiencia en las inversiones.
Para que en el interior y el exterior de la institución proponente se conozca cuál es el
grupo con el que se trabajará, ayudando a tomar decisiones adecuadas tanto de inversión como
de acción.
Ahora bien, trabajar con todos los diferentes públicos no es posible, porque los recursos son
siempre limitados. Por ello, conviene determinar la prioridad de los interlocutores con quienes
se va a trabajar. Sin embargo, esta jerarquización debe ser consciente y no inconsciente; debe ser
una decisión pensada y sopesada y no el reflejo de la capacidad de ciertos grupos para presionar
o lograr un acercamiento. Cuando las prioridades no se fijan de modo consciente, es difícil
transmitirlo y que sea aceptado por otros grupos, además que la gente las percibe con sectarias,
sobre todo los grupos a los que no se consideró prioritarios.
Un grupo objetivo es prioritario si:
Es importante para resolver los problemas; este es el criterio principal. El grupo con el
cual se trabaje debe elegirse por ser medular para solucionar los problemas y para lograr los
objetivos propuestos. Este es un gran defecto de muchas acciones en gestión de riesgos cuando
se dirigen a grupos más cercanos o más accesibles pero que no necesariamente ejercen influencia
directa en el logro de los objetivos.
Es capaz de influir sobre otros grupos. Esta es una característica ideal, pero no siempre
fácil de conseguir. Sin embargo, es importante que el grupo con el cual se trabaje los procesos
de gestión de riesgos pueda servir de ejemplo y ser reconocido por otros grupos que también
intervengan en el logro del objetivo.
Tiene las condiciones para conseguir resultados tangibles a corto plazo. No podemos
trabajar con un grupo objetivo en el cual invirtamos muchos años sin contar con resultados que
alimenten el trabajo posterior.
Es accesible, es decir que podamos llegar a él con los recursos existentes. Puede haber
grupos inaccesibles pero importantes para el logro de los objetivos. No se recomienda trabajar
con ellos en el corto plazo, sino estratégicamente hacerlo con otro grupo mientras se genera la
accesibilidad necesaria en el mediano plazo.
CONCLUSIONES
CENAMB. (1999). “¿Cómo reducir los riesgos socio naturales en barrios con
participación de la comunidad?”.