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Interpretaciones siglo XX

Enfoque:
• Hobsbawm: económico, pero no desconoce los factores políticos
• Furet: político-ideológico
• Touraine: socio-cultural
• Anderson: político-económico, hegemonías ideológicas.

Tanto Touraine como Anderson consideran válida la existencia de dos períodos en el siglo XX que corresponden a una edad de oro y otra de
derrumbamiento. Lo que Hobsbawm llama edad de oro (1945-1973) se caracteriza por un desarrollo económico y tecnológico que lleva consigo el
ascenso social sobre todo de las clases proletarias y de los estudiantes, que inician su participación en pleno auge del estado keynesiano o
interventor (pp.18-20.
Por su parte Anderson, al plantear los objetivos d la política neoliberal y el campo económico-social en el que pretendió actuar hace referencia a la
época precedente - la edad de oro - pp.16, la cual caracteriza como la etapa del capitalismo en la que se presencia un acelerado crecimiento
económico en las décadas de 1950-60. Junto a ello, encontramos partidarios a la política neoliberal, acusaban los teóricos el igualitarismo y la
solidaridad reinantes en el Estado interventor.
La época para Hobsbawm se extiende desde 1973 en que se produce la crisis de petróleo y del modelo keynesiano de Estado hasta 1991 en que se
derrumba el modelo socialista soviético.
Este hecho evidencia según HObsbawm la cercana caída del capitalismo. Del mismo modo lo explica Anderson (pp.16): “con la llegada de la gran
crisis del modelo de posguerra en 1973, el mundo capitalista avanzado cayó en una larga y profunda recesión”. Ambos enfoques marcan el año
1973 como el punto de inflexión entre una edad próspera económicamente y de ascenso y participación política popular y un período de
desigualdad, de implantación de otras políticas económicas y por tanto de derrumbe.
Por otra parte, lo que para Hobsbawm significó el punto culminante del siglo: esto es la caída de la URSS, su enfoque económico supone para
Anderson, el punto de partida del éxito de las políticas neoliberales en su segunda etapa; ya no como teoría económica, como ideología dominante.
Hobsbawm y Touraine hacen referencia repetidas veces al fenómeno de una política socavada por la dimensión económica, a saber: según
Hobsbawm (pp.20) “Las tensiones generadas por los problemas económicos desgastaron los sistemas políticos de la democracia liberal,
parlamentarista y presidencialista que habían sido eficaces una vez culminada la Segunda Guerra Mundial”.
Junto con ello, sostiene que las unidades políticas como los “estado-nación” con sus territorios soberanos e independientes, resultaron desgarrados
por las economías infranacionales de las regiones o grupos étnicos secesionistas y a ello agrega su apreciación sobre el futuro oscuro de la política.
Paralelamente Touraine asiste a la misma percepción desde un punto de vista sociológico, sostiene que antes del declive de los estados
intervencionistas y benefactores estos como estados se retiran de la escena política y su lugar es ocupado por las políticas de ajuste - esto es,
economía-. A partir de ello concluye que existen falta de controles sociales y políticas a los procesos que estas políticas de ajuste llevan a cabo,
aplican y fomentan, es ANOMIA.
El problema estaría según él, en que el liberalismo como tal - por ser una política económica- no propone un modelo de sociedad, y el Estado que
propone es aquel que preserva la libre adecuación de las leyes de mercado a la sociedad. Ante la falta entonces de una sociedad - a través de
gremios, por ejemplo que imponga controles a la economía es que esa sociedad y los hombres en tanto consumidores, acaten solamente las leyes
del mercado, ya que no existe ningún tipo de leyes o normas que excedan (regulen, controlen, estén encima de…) las leyes del mercado.
En cuanto a los movimientos regionales y étnicos a los que hace referencia Hobsbawm, Touraine los analiza como una transformación de tipo
cultural que deriva de las tendencias sociales (económicas y políticas) del siglo XX, y a partir de ellas concluye en una nueva concepción de la
“democracia popular” a la que en realidad se parece “inconcebible”.
Para Touraine el sujeto se encuentra enclavado en un dualismo en el que, para participar de las leyes del mercado (y por tanto de la sociedad de
finales del siglo XX) pone en juego su racionalidad y “objetividad”. Ante la represión de las pasiones, aparece la necesidad de exteriorizarlo y los
movimientos locales o étnicos constituyen una prueba de la canalización de esas pasiones, de la necesidad de identificarse a sí mismo, del hombre.
A partir de esto Touraine, concluye que la democracia entonces no se trata del sistema político que “preserva los derechos humanos” en tanto
sociedad, sino que debe preservar el derecho individual de identificarse a sí mismo: la democracia ya no resguarda la decisión de esa mayoría, sino
que la decisión de esa mayoría no aplaste a las minorías.
El dualismo con el que Touraine durante toda la conferencia entre lo local y lo individual, y lo global y lo colectivo se traduce en términos de
Hobsbawm en la “unidad operativa” del decenio de 1990 en detrimento de los estados-nación o política de los estados-territoriales.
EN relación con Anderson, puede afirmarse que la llegada de las políticas de corte neoliberal, exigieron sobre todo a través de las privatizaciones
-una transnacionalización, en detrimento de las fronteras estatales. Incluso es de agregar que han sido las ideas económicas que se convirtieron en
políticamente hegemónicas. Hobsbawm y Touraine hacen igual referencia a una crisis social, sobre todo en las formas de interacción, Tpuraine
concibe estas transformaciones como de tipo cultural.
Hobsbawm (pp.20-21) sostiene la existencia de una “crisis de creencias y principios” en los que se había basado la sociedad desde el siglo XVIII.
Esto es, la decadencia de los principios racionalistas y humanistas, de fines colectivistas que compartían de hecho el capitalismo liberal como el
comunismo y que las separaba del fascismo.
Según el autor, esta crisis se prolongaba a las relaciones humanas de la sociedad moderna y que permitían su fuerza. No se trata según él de una
crisis de una forma concreta de organización social sino de todas las formas posibles. Touraine analiza este rasgo caracterizado como rasgo
distintivo actual y la denomina individualmente, según el autor, el hombre se encuentra fragmentado en su existencia porque cuenta con una única
relación social que es el que mantiene con el mercado. En lo personal solo tiende a satisfacer sus deseos de una manera individual y colectiva.
Furet, Hobsbawm y Touraine comparten la visión del burgués o de hombre como un ser individual alejado del otro en tanto que no necesita de otros
para cumplir su única relación social con el mercado. No necesita rodearse de otros para definirse a sí mismo. Furet y Touraine asisten al ocaso de
la político como ámbito de realización de los individuos ni de cada hombre particular ni de la sociedad.
Furet (pp.44) sostiene que la política ya no constituye una esperanza a los proyectos políticos ya no triunfan y de ello solo han quedado los políticos
(déficit de la política no idea del bien común).
Touraine al mismo tiempo hace referencia al ocaso de los proyectos colectivos y por tanto de los fines colectivos (esto es el fin de la política) e
incluso a la creciente carencia de sentido de la “democracia popular”.
Touraine y Anderson comparten la visión de la carencia de controles por parte de las clases trabajadoras de la economía, sobre todo de los salarios.
Anderson en la exposición de los principios neoliberales, sostienen que justamente ello, es uno de los objetivos del neoliberalismo, llevaba a cabo a
través de una tasa de desempleo lo suficientemente amplia para que los gremios no sufran efecto alguno en el parlamento de las exigencias
salvajes.
Ambos coinciden también en que las políticas neoliberales son tomadas tras el declive del estado keynesiano, pero esto constituye un acto histórico.
Por último Furet y Touraine plantean que el burgués no necesita de otro para acceder a la riqueza (para tener un lugar en la sociedad) y por tanto
establece una relación individual con el Estado. Para Touraine el declive de la democracia no tiene otro objetivo que cumplir con los derechos
individuales y aya no populares o colectivos.

A estas interpretaciones agregaremos las periodizaciones que se pueden realizar con relación no sólo al siglo XX sino a la época contemporánea.
Hobsbawm plantea el estudio de época contemporánea a través de lo denominó como siglo XIX largo y siglo XX corto.
El siglo XIX largo es el período que abarca el período comprendido entre 1789 (estallido de la Revolución Francesa) y 1914 (inició de la Primera
Guerra Mundial); y lo estructura en un tríptico que divide en la Era de la Revolución 1789-1848, la Era del Capital 1848-1875 y Era del Imperio 1875-
1914.
La era de la revolución inicia el panorama de la historia contemporánea del mundo que Eric Hobsbawm comenzó con este libro y concluyó con su
Historia del siglo XX . El gran historiador británico nos ofrece en esta obra, reconocida como un clásico de la historiografía de nuestro tiempo no en
vano Peter Laslett la definió como «un libro brillante, poderoso y fascinante», una visión global de las transformaciones que tuvieron lugar entre 1789
y 1848, desde la Revolución Francesa y el despegue de la Industrialización británica hasta la revolución de 1848 y el Manifiesto comunista. Una
visión que no se limita a los acontecimientos políticos y a los avances económicos, sino que abarca temas tan diversos como los nacionalismos, las
luchas campesinas, el movimiento obrero, las ideas religiosas, la ciencia o las artes. La era de la revolución es un libro esclarecedor sobre los
orígenes y los fundamentos del mundo contemporáneo. La era del capital es la segunda parte de la trilogía. Hobsbawn nos muestra aquí los años
triunfales del ascenso del capitalismo industrial y de la cultura burguesa que van de 1848 a 1875, cuando, apagados los rescoldos de la revolución,
se inicia un tiempo de nuevos valores y nuevas perspectivas, de transformaciones sociales, que ve la formación de grandes fortunas y la migración
de masas empobrecidas, mientras una Europa sometida al nuevo ritmo de los auges y las crisis extiende sus empresas económicas y su cultura al
resto del planeta. En la era del imperio el autor nos habla del apogeo y de la catástrofe final de una época: la de la burguesía liberal, que creyó
haber construido un mundo de progreso y paz, de grandes imperios civilizadores, de crecimiento económico continuado y estabilidad social, y vio
cómo sus esperanzas se hundían en 1914 con el inicio de la guerra más destructiva que jamás hubiese conocido la humanidad. El gran historiador
británico no sólo se ocupa aquí de política y de economía, sino de todos aquellos cambios que vinieron a poner los fundamentos del mundo actual:
las luchas obreras, la nueva consideración de la mujer, las transformaciones del arte y de la ciencia. Y lo hace con extraordinaria brillantez, en un
libro del que Norman Stone ha dicho que «figura entre los mejores libros de historia que jamás haya leído».
El siglo XX que Hobsbawm nos presenta está dividido en un tríptico que se extiende desde 1914 (inicio de la Primera Guerra Mundial) hasta 1991
(Caída de la Unión Soviética).

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Otra periodización a tomar en cuenta es aquella que organiza el análisis del siglo XX en cinco grandes períodos, cada uno de los cuales equivale a
una carpeta dividida en temas:
1- La era del imperio (1873-1914/1918)
2- El quiebre del liberalismo y la crisis del capitalismo (1914/1918-1945)
3- Los años dorados en el marco de la Guerra Fría (1945-1968/1973)
4- La crisis del capitalismo y el derrumbe del bloque soviético (1973/1979-1989)
5- Entre lo que se derrumba y lo que emerge (1989/1991).
En el primero de los períodos los más significativos que reconocemos están la reorganización del capitalismo frente a los desafíos de la crisis de
1873: la expansión imperialista y los inicios del fordismo en Estados Unidos. El declive de Europa y la emergencia de Estados Unidos y Japón. La
mundialización de la economía a través de las relaciones desiguales entre los países desarrollados y los de la periferia o dependientes. El impacto
de Occidente sobre otras sociedades y culturas y la gestación de diferentes respuestas frente a este desafío: la industrialización de Japón; la
desintegración del imperio chino y la emergencia del nacionalismo, la crisis del imperio otomano junto con la gestación del nacionalismo secular, la
revitalización del Islam y la gravitación de los nacionalismos en tensión en el área de los Balcanes. La constitución de estados de bienestar de sesgo
conservador. La legislación social de Bismarck de los años 1883-1889 en Alemania y la de Gladstone en Gran Bretaña entre 1880-1885. La
presencia de una nueva derecha radical, xenófoba y antisemita, especialmente, en Austria, Alemania y Francia. Si bien el antisemitismo fue también
muy fuerte en Rusia, más que frente a una nueva derecha, en este caso nos encontramos con pogroms alentados desde fuerzas del Antiguo
Régimen. La escisión de la socialdemocracia marxista entre la tendencia que visualizó la posibilidad de reformar aspectos sociales, económicos y
políticos de las sociedades capitalistas (principal referente, la socialdemocracia alemana) y la tendencia que enfatizó el papel de la voluntad política
para producir cambios revolucionarios en el orden capitalista (principal referente los revolucionarios del Europa del este, la llamada generación de
1905, año de la abortada revolución en Rusia). La emergencia de la democracia de masas.
Estos temas se desarrollan en: El imperialismo y la belle époque y el capitalismo global.
El segundo período llamado El quiebre del liberalismo y la crisis del capitalismo (1914/1918-1945): La terrible experiencia de la guerra de trincheras
puso fin al largo siglo XIX, el del avance y consolidación de la sociedad burguesa signada por fuertes convicciones sobre el poder de la razón para
avanzar hacia un futuro promisorio.
Al concluir la Gran Guerra, el mundo ya no era capitalista, la crisis del imperio zarista había hecho posible que los bolcheviques tomaran el gobierno
de Rusia anunciando que avanzarían hacia el socialismo. Además, el espacio capitalista fue hondamente impactado por la crisis de los años treinta y
el avance hacia una economía global se truncó.
Las diferentes consecuencias de la guerra en los países capitalistas, combinadas con sus distintas trayectorias históricas, derivaron en la
configuración de diferentes espacios políticos: desde el New Deal en Estados Unidos, pasando por la democracia social de los países escandinavos,
las dictaduras en Europa del Este y la península Ibérica, y la preservación de la democracia liberal, especialmente en Gran Bretaña
En el marco de las incertidumbres y las angustias gestadas en los campos de batalla y en relación con la crisis del capitalismo, emergió y se afianzó
una nueva derecha: el fascismo, que solo llegó al gobierno en Italia y Alemania, pero alcanzó una extendida repercusión y tuvo una fuerte gravitación
en Europa del Este.
La Rusia bolchevique quedó envuelta en la guerra civil (1918-1921) y, a partir del triunfo de los comunistas, en los territorios del imperio zarista se
puso en marcha la construcción de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Desde fines de los años veinte, el régimen soviético, bajo
la conducción despótica de Stalin, se volcó decididamente a favor de la industrialización acelerada y la colectivización forzosa.
Después de un período cargado de ambigüedades, los tres principales regímenes: las democracias capitalistas, los nazi-fascistas y el socialismo
soviético se alinearon en dos campos enfrentados en la Segunda Guerra Mundial: el fascista, con la constitución del Eje (Alemania, Italia y Japón) y
el antifascista, en el que se unieron las democracias y el comunismo.
El mundo colonial siguió sujeto a la dominación de las principales metrópolis capitalistas que triunfaron en la Primer Guerra Mundial. Algunas de
ellas, especialmente Gran Bretaña y Francia, anexaron nuevos territorios: las colonias arrebatadas a Alemania y los territorios de Medio Oriente
tomados del desaparecido Imperio otomano. Pero además, la crisis económica de 1929 resquebrajó, en algunas colonias, las fuertes ataduras que
las ligaban a los intereses metropolitanos y, especialmente en los mayores países de América Latina, dio lugar al crecimiento de las actividades
industriales.
En el caso de China, la crisis del imperio dio paso a una república atravesada por las luchas internas y que. después de sufrir la invasión de Japón,
fue sustituida por un régimen comunista con el triunfo de Mao Tse-Tung en 1949.
Estos temas se desarrollan en: La Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, La gran depresión y la crisis del liberalismo, Fascismo y nazismo,
La experiencia soviética, de la guerra civil a la Segunda Guerra Mundial, La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto y El mundo colonial y
dependiente.
EL tercero de los períodos el cual se denomina Los Años Dorados en el marco de la Guerra Fría (1945-1968/1973): En contraste con la primera
posguerra, a partir de 1945 la reconstrucción fue acelerada y sostenida. A pesar de la amenaza de la carrera armamentista en el orden bipolar, el
mundo vivió un importante crecimiento económico asociado con significativas transformaciones sociales y culturales.
A lo largo de los años dorados existieron tres escenarios diferentes: el capitalista central, el comunista y el ex colonial que al calor de las
independencias constituyó el Tercer Mundo, relacionados entre sí en un escenario internacional cargado de tensiones: la Guerra Fría. En este
mundo, en cierto sentido bipolar, las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, no llegaron a enfrentarse militarmente, pero hubo
sangrientos enfrentamientos en el mundo colonial. El emergente Tercer Mundo fue atravesado por numerosas guerras relacionadas, en gran medida,
con los procesos de liberación nacional y los problemas asociados a la construcción de los nuevos Estados nacionales, y en parte también, con la
rivalidad entre Washington y Moscú.
En las democracias capitalistas occidentales, la feliz experiencia de los años dorados entrelaza los buenos resultados económicos basados en la
expansión de la producción industrial fordista con la creación del Estado de bienestar, en parte, funcional al funcionamiento aceitado del capitalismo
y, en gran medida, expresión de un nuevo contrato social que reivindicó la justicia social. El Estado de bienestar fue un nuevo modo de articular la
organización y las funciones de los organismos estatales con la trama de relaciones sociales y dado que los principales países capitalistas ya tenían
sus propias trayectorias respecto a esta cuestión, hubo diferentes Estados de bienestar aunque todos compartieron ciertos presupuestos básicos.
El campo comunista se amplió significativamente. Desde la Unión Soviética, la economía central planificada y el régimen de partido único se
expandió hacia Europa del Este. A través de revoluciones propias el comunismo se consolidó en varios países asiáticos: China, Corea del Norte e
Indochina y en Cuba, país vecino de Estados Unidos. La URSS nunca alcanzó el crecimiento económico del primer mundo ni su nivel de consumo,
pero logró ser la segunda potencia mundial con la mayoría de su población alfabetizada, a pesar de dos guerras y de que los bolcheviques tomaron
el poder en una sociedad campesina, material y culturalmente, muy pobre.
En los años cincuenta, el Kremlin puso en marcha la revisión crítica del estalinismo y este giro dio lugar al debilitamiento de los dirigentes
comunistas europeos y a la creación de movimientos de protesta contra el orden soviético. En los años sesenta el bloque comunista se fracturó a
raíz de la ruptura entre China y la URSS.
La mayor parte de las colonias logró su independencia, algunas por vía pacífica, otras luego de años de guerras muy sangrientas. Los nuevos
países afroasiáticos buscaron unirse, en primera instancia, para acelerar la descolonización y desactivar la Guerra Fría a través de la No Alineación
con alguno de los bloques.En un segundo momento, en el que América Latina ganó presencia, para cuestionar un orden económico mundial que
frustraba sus expectativas de crecimiento económico y condiciones de vida más dignas.
Gran parte de los países coloniales que pasaron a ser Estados soberanos aprobaron constituciones y recurrieron al sistema electoral para legitimar
sus gobiernos. Pero las restricciones a las libertades públicas, el avasallamiento a los derechos de los ciudadanos y las adversas condiciones
sociales, económicas y culturales obstaculizaron, en la mayoría de los países, la consolidación de esas democracias. La instauración de dictaduras y
la reiterada instrumentación de golpes militares fueron rasgos extendidos en el Tercer Mundo.
Entre fines de los años sesenta y principios de la década de 1970 se combinaron, sin que fuera visible para los contemporáneos: los inicios de la
crisis global y una extendida oleada de protesta y movilizaciones sociales y culturales. En cada ámbito, la explosión de los 68 tuvo su propia
dinámica al mismo tiempo que hubo rasgos claves compartidos. Desde los años setenta, el crecimiento económico y la casi plena ocupación dejaron
de ser los rasgos distintivos de la economía capitalista central. La crisis del fordismo y el resquebrajamiento del Estado de bienestar se entrelazaron
con el agotamiento de la expansión industrial y la crisis de la deuda externa en el Tercer Mundo y en la década de 1980 se derrumbó el bloque
soviético. Cuando la Guerra Fría llegó a su fin, ganó terreno la idea de que empezaríamos a transitar un nuevo y venturoso tiempo: el de la
globalización capitalista.
Estos temas se desarrollan en: La Guerra Fría, Crisis de los imperios coloniales y emergencia del Tercer Mundo, los años dorados en el capitalismo
central, el escenario comunista, el Tercer Mundo y el 68.
EL cuarto período se denomina la crisis del capitalismo y el derrumbe del bloque soviético (1973/79-2001):Los tres órdenes que habían coexistido en
la edad dorada fueron radicalmente cuestionados entre los años setenta y ochenta por una crisis profunda que se desplegó en tiempos distintos y a
través de procesos particulares en cada ámbito: el capitalista, el comunista y el Tercer Mundo, pero con significativas interrelaciones entre sí. En el
capitalismo central, el fin de los años dorados se anunció con la caída de la producción y el aumento de los precios, la llamada estanflación de los
años setenta; en segundo lugar, se hizo evidente en el Tercer Mundo con la agobiante deuda externa en la década de los ochenta, y por último, a
fines de esa década, el derrumbe de la economía central planificada, la liquidación del bloque soviético y la desintegración de la URSS marcaron el
fin de una época. En la década de 1990, por un breve tiempo, se creyó que el capitalismo globalizado y la democracia homogeneizarían el mundo
según sus principios rectores. Sin embargo, ni la economía mundial retomó el alto crecimiento sostenido de “los treinta gloriosos”, ni las oleadas
“democratizadoras” en los dos espacios más golpeados por la crisis –el del heterogéneo Tercer Mundo y el ex soviético– fueron acompañadas por el
avance hacia sociedades más justas y hacia la construcción de Estados capacitados para atender el bien público. A partir de la implosión del
régimen soviético, Estados Unidos, la única superpotencia en un mundo multipolar, creyó posible que en un escenario mundial cada vez más
complejo e incierto la imposición de sus directivas, vía el consentimiento o la fuerza según los casos, sería condición suficiente para consolidar un
orden capitalista de alcance global. Las sucesivas y extendidas crisis económicas, el deterioro de las condiciones de vida para amplios sectores de
la población mundial y la proliferación de largas y cruentas guerras, con un profundo y doloroso impacto sobre las poblaciones civiles, básicamente
del Tercer Mundo, pusieron en evidencia la inconsistencia de esa creencia. Sin embargo, no se gestaron alternativas capaces de avanzar hacia un
contrato social menos injusto y depredador que el derivado de la primacía de las leyes del mercado.
Estos temas se desarrollan en: La crisis en el ámbito capitalista, el derrumbe del bloque soviético, imposición y crisis del neoliberalismo en el Tercer
Mundo.
El último de los períodos se denomina entre lo que se derrumba y lo que emerge se extiende desde el 2001 hasta la actualidad.

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