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29/11/2017 Hacia una reforma integral del sistema judicial

Hacia una reforma integral del sistema judicial

Francisco Carlos Cecchini

Factores que emplazan a la reforma [arriba] ‑ 

Además de los cambios vertiginosos que se han producido en el mundo


jurídico, abarcando todos los espacios puntuales de las regulaciones
normativas, se presentan factores de diversa naturaleza que dan por
resultado una impostergable necesidad de afrontar la tarea de
reformar el sistema judicial. Se podrá decir que los reclamos de
reformas o – también – nuevas regulaciones son siempre recipiendarias
de factores sociales, económicos, políticos, tecnológicos, y aún
geográficos, u otra índole, que imponen revisiones o creaciones
normativas nuevas. Pero en el particular caso de los sistemas
judiciales, sean estos entramados destinados a regular procesalmente
las relaciones civiles, constitucionales, laborales, administrativas, o
de cualquier otra especie, responden a factores como los indicados, y
también a la evolución propia del derecho mismo en su dimensión más
amplia.

La ubicación del derecho a la tutela judicial efectiva en el núcleo de


las garantías constitucionales con jerarquía de derecho
fundamental(1), configura uno de los factores determinantes de esa
necesidad de reforma. La reformulación del derecho a peticionar a las
autoridades, puesto ahora entre los derechos fundamentales, implicó
un avance en relación a la discusión que en su hora se planteó acerca
de la naturaleza jurídica de la acción. Traspasó así esa discusión el
espacio de la procesalística, para ingresar a los cuerpos
constitucionales, que a su vez, llevaron a los tratados internacionales
a planos más trascedentes y vinculantes, generando – incluso –
tribunales transnacionales.

El emplazamiento del derecho a la tutela judicial efectiva en el


espacio de los derechos fundamentales fue el resultado de un claro
reposicionamiento de los cuerpos constitucionales, y sus consecuentes
reformas, y que determinara la aparición de un nuevo paradigma en
la concepción del derecho: el Constitucional.  Ello fue  advertido por
Mauro Cappelletti con su prédica relativa al acceso a la justicia
adquiriendo una categoría de movimiento, de carácter casi universal.
Ese reposicionamiento importó que la doctrina, sobretodo la europea,
asumiera la condición normativa de la Constitución(2).

Ese nuevo paradigma también significó un profundo ensanchamiento


de los derechos, y no siempre por obra de las legislaciones, antes
bien, por el propio peso de la realidad, en ciertos casos por reclamos
sociales en otros por la identificación de la persona y de sus
circunstancias como centro del laboreo judicial y, en muchos casos,
con repercusión legislativa. Muchos de tales derechos – en tanto
fundamentales ‑ fueron ingresados a los textos constitucionales y,
asimismo, en el plano de las relaciones privadas, dejó de ser el
protagonista único el “derecho subjetivo”, para compartir con los
intereses difusos, los intereses colectivos, los intereses homogéneos,
la calidad de llave para la legitimación procesal. 

Esa expansión cualitativa y cuantitativa de los derechos, y su


consecuencia natural, la ampliación de las legitimaciones(3), fue
claramente un efecto de la concepción de la tutela judicial efectiva
como derecho fundamental. 

Esa tutela judicial, para que sea efectiva, requirió  un replanteo de la


extensión del concepto del debido proceso, reconfigurando sus
contornos y aún su contenido(4), con lo cual la metodología

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“procedimental” reclama un diseño del proceso que se adecue a esos
requerimientos. 

Es que los sistemas procesales basados en los modelos decimonónicos


continentales mostraron sus grietas de tal modo que la credibilidad
ciudadana decayó de manera vertiginosa, generando una incredulidad
notable. Nunca antes el sistema judicial había sido tan poco confiable
para la ciudadanía, que veía en él un laberinto insondable que ni
siquiera espejaba una búsqueda de la justicia. 

El acceso a los órganos jurisdiccionales encontraban cortapisas que,


desde inicio, ya desdibujaban la pretendida igualdad; los mecanismos
destinados a la resolución de las contingencias procesales e incidentes
transitaron por el sendero de alongaderas inútiles y costosas; los
tiempos procesales se estiraban – generalmente en beneficio del que
carecía de razón – que nublaban las expectativas de aquél que acudía
o era requerido en un proceso; los formalismos le ganaron a la
sustancia, enmarañando la construcción de abultadas páginas en las
que se manifestaba el proceso, desesperadamente escrito,
provocando una total ajenidad del justiciable respecto a los
vericuetos en los que su reclamo o su propia resistencia se había
enredado, sin que le sea posible entender lo que el sentido común le
señalaba. 

Las decisiones jurisdiccionales se mostraban inescrutables para su


sencillo entender, y las posibilidades de ejecución de lo resuelto
chocaban con exigencias de difícil explicación. La sucesión de
recursos incidía nuevamente en el tiempo razonable y en el costo
desplegado, encareciendo indebidamente el servicio de justicia tanto
para las partes como para el propio Estado que vio colapsar los
órganos jurisdiccionales al punto de admitir sistemas de selección y
nombramiento de jueces subrogantes en total transgresión con los
mandatos constitucionales.  

Se puso, incluso, en entresijo, la finalidad de la prueba en el proceso,


desechando la vocación por la verdad, levantando voces que,
encorsetadas en parámetros ideológicos, predicaban la total
neutralidad del juzgador, restándole toda injerencia  en el quehacer
probatorio. Los diseños técnicos de litigación están más próximos al
pensamiento que a las ideologías(5).

Los largos devaneos de algunos sectores de la doctrina que hicieron


del debate entre “oralistas” y “escrituristas” una batalla retórica,
demoraron las decisiones políticas destinadas a la reformulación de
los sistemas judiciales procesales, y aun se ensayaron mixturas(6) que
a poco de entrar en vigencia, se desvirtuaron y desvanecieron por la
fuerza de los hábitos instalados en los operadores. 

El excesivo rigor formal  se transformó en uno de los aspectos que


mayores descalificaciones jurisdiccionales generaron en los
pronunciamientos de los más altos tribunales, imponiendo en muchos
casos la reiteración de gran parte del proceso a cargo de otros
órganos distintos de aquél que había consagrado el vicio. 

La tecnología ingresó a los sistemas procesales con la timidez propia


de quien desconfía de los aportes de la modernidad, y – casi siempre –
con el argumento de la escases de  los presupuestos. 

Los órganos jurisdiccionales se saturaron de personal, alentando de


manera superlativa dos vicios que alejan de modo superlativo al
propio órgano – juez ‑  de aquello para lo que se le ha requerido
intervención: la burocratización y la delegación de funciones. 

Este panorama influyó también, como no podía ser de otro modo, en


el desprestigio de  la profesión de abogado, de modo paralelo al que
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sufrió el poder del Estado a cuyo cargo la Constitución puso el servicio
de justicia. La falta de credibilidad en uno y en otro, sufrió un
incremento sustancial. 

Se intentaron también, con mayor énfasis, los Medios Alternativos de


Solución de Conflictos, y que en muchos casos, cayeron en iguales
fracasos en tanto los cuerpos de mediadores,   por caso, ejercían su
función sin las especialidades correspondientes a los casos en los que
intervenían(7).  

Los factores antes descriptos, hicieron formular a Morello aquella


magistral comparación(8) entre la Vida y el Proceso – apuntalado en
el pensamiento de Ortega y Gasset ‑, y nos ilustra acerca de cuanto
porfía el presente a rearmar el instrumental procesal, rediseñarlo,
mostrándose la doctrina y jurisprudencia permeable a tal reclamo.

En tal sentido diremos que aquella falta de credibilidad en el sistema


judicial encuentra otro factor, ahora de desconfianza, con la crítica
situación que se ha instalado en la plasticidad o – mejor –
vulnerabilidad ética con la que se muestra el sistema, empañando,
como dijéramos, a los operadores jurídicos, jueces, funcionarios y
abogados. La transparencia del quehacer jurisdiccional propone un
camino necesario por recorrer. 

También señalaremos que la condición o carácter instrumental de las


regulaciones procesales, son permeables a las adaptaciones y
simplificaciones que se reclaman para el mejoramiento de los
sistemas procesales judiciales. 

En sentido antes descripto, intentaremos formular un rimero de


exigencias que han de ser atendidas para la reformulación de los
sistemas procesales, en tanto el objetivo sea el de mejorar el vínculo
que ha de establecerse entre el ciudadano y el servicio de justicia. 

a) el esfuerzo internacional por la efectividad de los derechos


humanos;

b) la constitucionalización de todo el derecho; 

c) la entronización constitucional como derecho humano del derecho


a la tutela judicial efectiva; 

d) la humanización de los sistemas judiciales con preeminencia


protagónica del destinatario del servicio de justicia; 

e) la consideración instrumental del derecho procesal; con el


consecuente ensanchamiento de las facultades del juez, hoy activo
director del proceso; 

f) la funcionalidad y flexibilidad en la interpretación de las normas


procesales en tanto no se vulnere el debido proceso;

g) las bondades de los sistemas alternativos de resolución de


conflictos, con los recaudos de mejoramiento; 

h) los requerimientos de sencillez, plasticidad, ductilidad, e


interdisciplinariedad en la gestión de la dinámica del proceso y en
especial de la gestión y valoración probatoria; 

i) las bondades de la oralidad y la inmediatez en el desarrollo


metodológico del procedimiento;

j) el reclamo “des‑burocratizante” de la gestión procedimental, con


la necesidad de la incorporación de la informática a ésa tarea;  

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k) la mirada aperturista y amplia a despachos o decisiones judiciales
montadas sobre la urgencia; 

l) una fuerte tonalidad ética en el quehacer judicial y abogadil, como


exigencia de la moralización del proceso, gestor de la recuperación
de la confianza pública al Sistema de Justicia.

m) la regulación de aquellos procesos que tienen como sujetos –


legitimación ampliada – a quienes detentan intereses homogéneos,
difusos y colectivos; 

n) permanente perfeccionamiento de los sistemas de selección de


magistrados y funcionarios judiciales, con criterios que, excediendo la
mera acreditación de versación, también incluyan los test de
personalidad y verificación de convicciones morales que muestren
conductas éticas, personales y sociales, en los aspirantes.

ñ) la puntualización de los roles, diversos y funcionales, que han de


asumir los jueces según sea la materia sometida a sus estrados

o) la necesaria incorporación de los aportes tecnológicos en la gestión


judicial, por caso la digitalización del proceso; 

p) la hospitalidad que ya se le ha dado al conocimiento científico en


la búsqueda de la verdad dentro del proceso;

q) la elaboración de decisiones o sentencias judiciales susceptibles de


ser interpretadas sin mayores esfuerzos por el destinatario de las
mismas, alejando los tecnicismos y modalidades que muestren un
exceso de erudición que en muchos casos, aleja a la motivación de la
compresión simple; 

r) la adecuada identificación de los principios y reglas procesales que


coadyuvan a la interpretación de las normas, de la dinámica del
proceso  y de la valoración de las pruebas. 

Esos ejes, algunos de los cuales los hemos indicado con mayor énfasis 
y otros que han de ser objeto de atención específica, son los que
señalaran los senderos de la modernización y replanteamiento de los
sistemas judiciales que se diseñen en función de acercar el servicio a
sus – hoy – incrédulos destinatarios, a sabiendas de que los efectos no
serán inmediatos, toda vez que implican un cambio en los parámetros
culturales instalados y enquistados en aquellos a cuyo cargo estará la
puesta en funcionamiento. 

Demandará también una rápida revisión de las currículas


universitarias, pues la formación tal como está concebida, responde a
concepciones jurídicas que se han visto revulsivamente inferidas. 

Hacia el horizonte antes señalado parece orientarse la propuesta de


reforma del servicio de justicia que se estampa en el plan llamado
“Justicia 20‑20”, con lo cual, hacemos votos para su concreción en
tiempos razonables.

 
 
 
Notas [arriba] ‑ 
 
1. La carta de derechos fundamentales de la Unión Europea, de su
título VI  se ha dicho: “(Justicia): reafirma los derechos a la tutela
judicial efectiva y a un juez imparcial, el derecho de defensa, los
principios de legalidad y de proporcionalidad de los delitos y las penas
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y el derecho a no ser juzgado o condenado penalmente dos veces por
la misma infracción. La Carta reafirma, en su mayor parte, los
derechos que ya existían en los Estados miembros y que han sido
reconocidos como parte de los principios generales del Derecho de la
Unión, pero innova en algunos aspectos. Por ejemplo, se prohíbe
explícitamente la discriminación por razón de discapacidad, edad y
orientación sexual. Además, la Carta incluye una serie de derechos
«modernos», tal como ilustra la prohibición de la clonación
reproductora de seres humanos. No obstante, el mayor valor de la
Carta no reside en su carácter innovador, sino en el reconocimiento
expreso del papel capital que los derechos fundamentales
desempeñan en el ordenamiento jurídico de la Unión. Así pues, la
Carta reconoce de forma expresa que la Unión es una comunidad de
derechos y de valores y que los derechos fundamentales de los
ciudadanos ocupan un lugar central en la Unión Europea.
2. García de Enterría, Eduardo; “La Constitución como norma y el
Tribunal Constitucional”, Editorial Civitas. 
3. “La Legitimación”,  obra colectiva coordinada por  Augusto M.
Morello, editorial Abeledo‑Perrot en  1996, en homenaje a Lino
Palacio. 
4. Gozaini, Osvaldo A., en “El debido proceso. Estándares de la Corte
Interamericana de derechos humanos”, Editorial Rubinzal‑Culzoni;
Santa fe, T. I. En su página 13 enumera lo que califica como
contenidos del debido proceso: a) el acceso a la justicia sin
restricciones; b) el derecho a tener jueces independientes e
imparciales; c) el derecho a tener un abogado de confianza; d) el
derecho a la prueba y a compartir entre todos (los sujetos procesales
y aun terceros iterados en el proceso) la búsqueda de la verdad; e) el
derecho a tener una sentencia motivada; f) que tal sentencia pueda
ser ejecutada rápidamente cuando su acatamiento se resiste sin
causas mejores que el ejercicio abusivo del derecho de defensa; g) el
derecho a que el proceso sea sustanciado y decidido en un plazo
razonable, bajo la responsabilidad de los propios jueces, tribunales, y
el Estado si las dilaciones no encuentran adecuada justificación.
5. “La ideología, aunque sea un término difícil de definir, ejerce una
forma de violencia interpretativa sobre lo real, es una producción de
sentido que se quiere a sí misma irreversible. Su voluntad más
profunda es la imposición de una interpretación del mundo, rigidez
que contagia a sus hijos naturales políticos: no hay más que ver la
forma que adquirieron los totalitarismos de izquierda y derecha. La
ideología, por naturaleza, estás cerca del autoritarismo: como el Rey
Midas, rigidiza todo aquello que toca. Las ideologías son el quiste de
las ideas, sin las latas de conserva del pensamiento, que algunos
prefieren todavía ingerir frente a la comida fresca. El pensamiento,
por el contrario, al igual que la política, es flexible, está vivo, m es
adaptable y sobre todo se sabe reversible y mortal. Su propia
vitalidad lo expone a la muerte, cosa que no ocurre con las
ideologías, cuya dificultad para morir proviene tal vez del hecho de
que ya están muertas” Noeilles, Enrique Valiente; “Pensamiento vs.
ideología”, La Nación, suplemento Enfoques, 03.08.03 
6. La inclusión de la audiencia preliminar en algunos códigos
procesales de neto y absoluto corte escriturista, o la imposición
obligatoria de la inmediatez sin las previsiones estructurales
necesarias para que tal exigencia sea posible, fueron algunos de los
intentos de ”modernización” del sistema procesal, sin que ello
incidiera en aquél colapso en el que había caído el sistema procesal.
7. Ver con provecho Giannini, Leandro; “La mediación en la
Argentina”, Editorial Rubinzal‑Culzoni, Santa Fe. Especialmente en las
páginas 138 y ss. se muestran los resultados de encuestas realizadas
entre distintos estratos, operadores y justiciables, con índices de
aceptación relativos según sea el sitio en el que las investigaciones se
han realizado. En algunos casos, por ej. en la Pcia. de Buenos Aires la
aceptación es bajísima, y no así – en cambio  ‑ en la ciudad Autónoma
de Bs.As.

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