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LICEO MUNICIPAL DE MAIPÚ “ALCALDE GONZALO PEREZ LLONA”

DEPARTAMENTO DE FILOSOFIA
R. Y. H.

EL FLAUTISTA DE HAMELIN

Adaptación de un texto de Joseph Jacobs

Esta famosa leyenda alemana acerca de un trato incumplido parece basada en hechos reales. Las antiguas
inscripciones de las paredes de algunas casas de Hamelin indican que un día de julio de 1284 un flautista
se llevó a 130 niños de la ciudad, y que se perdieron en la cercana colina de Koppen. Algunos creen que
unos forajidos secuestraron a los niños, mientras que otros sugieren que el misterioso flautista reclutaba a
los pequeños para emigrar a la Europa oriental.

Hace mucho tiempo la somnolienta ciudad de Hamelin fue invadida por ratas como
jamás se habían visto. Las espantosas criaturas corrían por las calles e invadían las casas.
Peleaban con los perros, perseguían a los gatos, mordían a los bebés en sus cunas, se ocultaban
en los bolsillos, despedazaban los sombreros. Era imposible apoyar el pie en ninguna parte sin
oír un chillido bajo el talón.
Huelga decir que el alcalde y los concejales estaban locos de preocupación. Un día,
mientras se devanaban los pobres sesos en el ayuntamiento, lamentando su duro destino, entró
nada menos que el jefe de policía.
-Por favor, señoría -dijo-, aquí hay un tío muy raro que pide verle. Acaba de llegar a la
ciudad, y no sé cómo tomarlo.
-Pues que entre dijo el alcalde, y el hombre entró. Era un forastero de aspecto raro, sin
duda. Era alto, esmirriado, curtido, con nariz ganchuda y un largo bigote que parecía una cola
de rata, y ojos agudos y penetrantes. Y mirándolo con atención, uno descubría todos los
colores del arco iris en su chaqueta y sus calzas.
-Me llaman el Flautista Multicolor -dijo. ¿Cuánto me pagana por librar a Hamelin de
todas las ratas?
Bien, aunque el gobierno de la ciudad temía las ratas, mucho más temía gastar el dinero
de los buenos contribuyentes (pues eran tiempos muy distintos de los de hoy), así que
regatearon y negociaron, pero el flautista no era hombre de andarse con vueltas, y al fin le
prometieron cincuenta coronas (que era mucho dinero en esa época, aun para funcionarios
electos) en cuanto no quedara una sola rata chillando o correteando en Hamelin.
El flautista salió del ayuntamiento, se llevó la flauta a los labios y una estridente y aguda
melodía se oyó en todas las calles y las casas. Y a medida que vibraban las notas, Hamelin
presenció un extraño espectáculo. Pues salían ratas de todos los orificios. Viejas y jóvenes,
grandes y pequeñas, todas se agolpaban detrás del flautista. Con andar ansioso y el hocico
erguido, lo siguieron por las calles. Y el flautista no era ajeno a la presencia de los animalillos,
pues cada cincuenta metros se detenía y soplaba una nota adicional, dándoles tiempo para
seguir el paso del más grande y fuerte del grupo.
Subió por la Calle de Plata, bajó por la Calle de Oro, y al final de la Calle de Oro estaba
el río. Mientras él avanzaba con andar lento y solemne, los habitantes se amontonaban en
puertas y ventanas, y muchos le arrojaban su bendición.
Cuando llegó a la orilla del río, el flautista abordó un bote, y mientras se internaba en el
agua, sin dejar de tocar la flauta, las ratas lo siguieron, chapaleando, chapoteando y agitando la
cola con deleite. Siguió tocando hasta llegar corriente abajo, donde la corriente se aceleraba, y
las aguas arrastraron a todas las ratas, que no se vieron nunca más.
El flautista regresó a la costa y a Hamelin. Podéis imaginar que los habitantes estaban
arrojando las gorras al aire, dando hurras, tapando los agujeros y haciendo repicar las
campanas de la iglesia. Pero cuando el flautista desembarcó, sin que se oyera un solo chillido
de rata, el alcalde y los concejales, y la gente en general, se pusieron a carraspear y sacudir la
cabeza.
Pues las arcas de la ciudad se habían vaciado últimamente (lo cual demuestra que los
gobiernos de entonces no eran tan diferentes de los de ahora, a fin de cuentas), ¿y de dónde
sacarían las cincuenta coronas? Además, el trabajo del flautista había sido demasiado fácil.
¡Tocar una flauta y subirse a un bote! Vaya, el alcalde mismo habría podido hacerlo, si lo
hubiera pensado.
Así que el alcalde tosió y carraspeó y al fin dijo:

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-Venga, buen hombre. Usted ve que somos gente pobre. ¿Cómo podremos pagarle
cincuenta coronas? ¿Por qué no acepta veinte? A fin de cuentas, será buena paga por ese
trabajo.
-El trato era cincuenta -dijo el flautista-, y yo que usted cumpliría con mi palabra. Pues
sé tocar muchas melodías, como la gente a veces descubre para su mal.
-¿Nos amenaza usted, so vagabundo? -protestó el alcalde, guiñando el ojo a los
concejales-. Las ratas están muertas y ahogadas, así que puede hacer lo que desee, buen
hombre.
Y giró sobre los talones.
-Muy bien -dijo el flautista, con una serena sonrisa-. No es la primera vez que me
enfrento con una promesa sin cumplir, y por cierto no será la última.
Se llevó la flauta a los labios, pero ahora no tocó esas notas discordantes que evocaban
rasguños, mordiscos, chillidos y correteos. Esta vez era una melodía alegre y vibrante, llena de
risas y juegos. Mientras atravesaba las calles los mayores se burlaban, pero desde las aulas y
los patios los niños acudían con ávida alegría a la llamada del flautista. Bailando, riendo y
tomándose de la mano, la feliz muchedumbre subió por la Calle de Oro y bajó por la Calle de
Plata, y más allá de la Calle de Plata se hallaban frescos y verdes bosques llenos de viejos
robles y anchas encinas. Más allá del bosque se extendían las ondulantes colinas, y cuando la
alborozada procesión llegó a la más alta, se abrió una puerta en la tierra, y el flautista entró,
siempre tocando su melodía. Todos los niños lo siguieron, y la puerta se cerró.
Sólo un niño, que era cojo y no podía seguir el andar de los otros, no llegó a la colina
antes que se cerrara la puerta Cuando el alcaide y los concejales llegaron a la carrera, lo
encontraron llorando.
-¿Qué ha sucedido? -le preguntaron.
-Yo quería ir con los demás niños -sollozó el pequeño-. Cuando el hombre tocaba la
flauta, hablaba de una hermosa tierra donde el sol siempre brilla y los pájaros siempre cantan y
los niños nunca enferman ni cojean. Corrí todo lo que pude, pero no logré alcanzarlos, y ahora
se han ido.
Y así era, en efecto. Los habitantes de Hamelin buscaron por todas partes, y el alcalde
envió a sus alguaciles al norte, al sur, al este y al Oeste para encontrar al flautista.
-Decidle que le daré todo el oro de la ciudad si nos devuelve los niños -dijo el alcalde,
¿pero quién le creería ahora?
Las madres y padres de Hamelin aguardaron y aguardaron, pero sus pequeños nunca
regresaron. Y se dice que aún hoy la gente de Hamelin procura cumplir sus promesas, sobre
todo cuando hace tratos con flautistas extraños.

TRABAJO INIDIVIDUAL SOBRE “EL FLAUTISTA DE HAMELIN”

I.- SOPA DE LETRAS: Determine las palabras que están relacionadas con el cuento:

G A J A C O B S E D
U P H N A C D I L I
R C I Ñ E R E N E N
R D J S I A F I N U
I F L A U T A L A T
L E K T O A G E Z R
P R O M E S A M W O
M A T S I T U A L F
U F L U U B H H J P
C G M V A A I Z G O

PALABRAS:
1) ________________________________ 2) ___________________________
3) ______________________________ 4) ___________________________
5) ______________________________ 6) ___________________________

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7) ______________________________

II.- Cuestionario de desarrollo:


1.- Haga un dibujo del Flautista, según la descripción que aparece en el cuento.
2.- ¿Por qué el Alcalde decidió no cumplir lo pactado con el Flautista? ¿Qué es más
importante para el Alcalde que cumplir lo prometido?
3.- ¿Es correcta la actitud del Alcalde? ¿Qué consecuencias trajo para el pueblo su decisión de
no pagar lo prometido?
4.- ¿Por qué es importante cumplir con las promesas hechas a los demás?
5.- ¿Por qué lloraba el niño cojo, cuando lo encontraron?
6.- ¿Es correcto lo que hizo el Flautista, al llevarse a los niños? Fundamente con buenas
razones su respuesta.
7.- ¿Qué enseñanza desea dejar el autor al lector? Formúlela en una breve frase.

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