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Depravación Total

R. L. Dabney
Lo que los Presbiterianos queremos decir de acuerdo con los términos tales como “Pecado Original,”
“Depravación Total,” y “La Incapacidad de la Voluntad” está definido por nuestra Confesión de Fe, en el Capítulo
9, Sección 3:

El hombre, por su caída a un estado de pecado, ha perdido absolutamente toda capacidad para querer
algún bien espiritual que acompañe a la salvación; (1) por tanto como hombre natural, que está
enteramente opuesto a ese bien (2) y muerto en el pecado, (3) no puede por su propia fuerza
convertirse a sí mismo o prepararse para la conversión. (4)
1. Romanos 5:6 y 8:7; Juan 15:5.
2. Romanos 3:10,12.
3. Efesios 2:1,5; Colosenses 2:13.
4. Juan 6:44,65; 1 Corintios 2:14; Efesios 2:2-5; Tito 3:3-5.

Por el pecado original nos referimos a la naturaleza depravada el cual caracteriza la disposición y voluntad del
hombre natural. A esto le llamamos la naturaleza original del pecado, ya que, cada hombre caído nace con ella,
y porque esta es la fuente u origen de sus transgresiones actuales. Al llamarlo Total, no nos referimos de que los
hombres son, desde su juventud, tan malos como pueden ser. Los hombres malos y los engañadores irán de
mal en peor, “engañando y siendo engañados” (2 Tim.3:13). Ni tampoco queremos decir que ellos no tienen
virtudes sociales hacia sus semejantes en el cual son sinceros. No afirmamos con los extremistas que debido a
que son hombres naturales por lo tanto toda su amistad, honestidad, verdad, solidaridad, patriotismo, amor
doméstico, son pretensiones e hipocresía. Lo que nuestra confesión dice es: “Que han perdido absolutamente
toda capacidad para querer algún bien espiritual que acompañe a la salvación” El peor y el mejor de
muchos conservan cierta capacidad de la voluntad a diversos bienes morales que acompañan la vida social.
Cristo enseña esto (Mr.10:21) cuando, observamos las virtudes sociales del joven rico que vino hincándose de
rodillas delante de Él, Jesús “mirándole, le amó.” Cristo nunca podría amar meras hipocresías. 1 Lo que
enseñamos es, que, por la caída de la naturaleza moral, el hombre ha experimentado un cambio total hacia al
pecado, irreparable por él mismo. En este sentido es completa, decisiva —o total. La condición es tan
verdaderamente pecaminosa como sus transgresiones actuales, puesto que esta condición es al igual
verdaderamente libre y espontánea. Este pecado original se muestra a sí mismo en todo el hombre natural, en
una dirigida y absoluta oposición del corazón a algunas formas de deberes, especialmente y siempre a los
deberes espirituales, debido a Dios, y en un decisivo propósito determinado y absoluto del corazón a continuar
en algunos pecados (incluso mientras están practicando algunos deberes sociales), particularmente continuar en
sus pecados de incredulidad, impenitencia (falta de arrepentimiento), obstinación, y ateísmo práctico. En esto los
más morales son tan determinados inflexiblemente por la naturaleza como los más inmorales. La mayor parte
puede respetar sinceramente los derechos y deberes diversos en relación con sus prójimos, pero en la
determinación de que su propia voluntad será su norma, cada vez que lo deseen, en contra de la voluntad santa
y soberana de Dios. Estos son tan inexorables como los más perversos.

Yo supongo que una señorita refinada y criada gentilmente presenta la mínima muestra pecaminosa de la
naturaleza humana no regenerada. Examinemos dicho caso. Antes de que ella fuera culpada de robo, juramento
profano, embriaguez, o inmoralidad, ella moriría. En su oposición a estos pecados ella es realmente honesta.
Pero hay ciertas formas de obstinación, particularmente en pecados de omisión en contra de Dios, en el cual ella
es exactamente tan determinada como el ebrio más brutal es en su sensualidad. Ella tiene, supongamos, una
madre cristiana. Ella está determinada a perseguir ciertas conformidades y disipaciones novedosas. Ella tiene
una vana novela bajo su almohada el cual tiene la intención de leerla en el Sabbath (Día del Señor). A pesar de
que ella todavía a veces pueda repetir como un loro sus oraciones de la infancia, ella está espiritualmente sin
vida de oración. Particularmente su corazón está totalmente inclinado a no abandonar en este momento su vida
de obstinación y mundanalidad para el servicio de Cristo y su salvación. Tiernamente y solemnemente su madre
cristiana pueda preguntarle: “Hija mía, ¿No sabes que en estas cosas tu estas mal con relación al Padre
celestial?” Ella se queda en silencio. Ella sabe que está mal. “Hija mía, ¿Por tal motivo, no te rendirías, ni
escogerías por el amor del Salvador, hoy mismo, la vida, fe y arrepentimiento, y especialmente empezar esta
noche la vida de oración regular, real y privada? ¿Lo harías? Probablemente su respuesta, en un tono frío y de
profunda molestia, sería: “Madre, no me presiones, yo preferiría no prometer” No; ¡ella no lo haría! Su rechazo
puede haber sido de una forma civilizada, ya que ella es bien educada y culta; pero su corazón está tan
inflexiblemente resuelto como el acero endurecido a no volverse verdaderamente, en este momento, de su
obstinación hacia su Dios. En ese contexto su terquedad es exactamente igual al de los más endurecidos
pecadores. De este tipo es el mejor de la humanidad no regenerada.

Ahora, los deberes del alma para con Dios son los más altos, los más estimados, y los más urgentes de todos
las obligaciones, de modo que la desobediencia deliberada en esto es lo más explícito, lo más pecaminoso, lo
más tenaz de todos los pecados que el alma pueda cometer. Las perfecciones y voluntad de Dios son el
estándar más supremo y perfecto del bien moral y verdad. Por lo tanto, el que a sí mismo obstinadamente se
arma contra la diestra de Dios se está poniendo a sí mismo en la oposición más letal y mortal al bien moral. La
Gracia de Dios es la única fuente de santidad para las criaturas racionales; así que, el que se separa a sí mismo
de este Dios por esta obstinación hostil, se encierra sí mismo en la máxima muerte espiritual. Esta obstinación
enraizada e impía es el cáncer de la alimentación del alma. Esa alma puede permanecer por un tiempo como el
cuerpo de una persona joven contaminada con el cáncer subdesarrollado, en apariencia fascinante y
maravillosa. Pero el cáncer está expandiendo los gérmenes secretos de la corrupción a través de las venas; que
se manifestará, al fin, en úlceras podridas, el cuerpo juvenil se convertirá en un espantoso cadáver. No hay
remedio humano para cambiar la figura; cuando el alma pecaminosa sobrepasa las restricciones sociales y el
afecto natural de esta vida, y sobrepasa la esperanza, en el mundo del perdido, esta letal raíz, el pecado de
impiedad deliberada pronto se desarrollará en todas las formas de malignidad y perversidad; el alma llegará a
ser finalmente y totalmente muerto para Dios y para el bien. Esto es lo que queremos decir por depravación
total.

Una vez más, los Presbiterianos no creemos que ellos pierden su agente libre (libre albedrío) a causa del
pecado original. Mira nuestra confesión, en el capítulo 9, sección 1:

I. Dios ha dotado a la voluntad del hombre con aquella libertad natural, que no es forzada ni
determinada hacia el bien o hacia el mal, por ninguna necesidad absoluta de la naturaleza. (1)
1. Mateo 17:12; Santiago 1:14; Deuteronomio 30:19.

Nosotros confesamos completamente que cuando un agente no es libre este no es moralmente responsable. Un
Dios justo nunca lo castigará por las acciones, en el cual este no es nada más que un instrumento, impulsado
por la compulsión de la fuerza externa o el destino. ¿Pero qué es el agente libre? No hay ninguna necesidad de
dar un vistazo a alguna metafísica ininteligible (difícil de entender) para la respuesta adecuada. Deja que toda la
conciencia del hombre y sentido común le digan: Yo sé que “Soy libre cuando lo que escojo hacer es el
resultado de mi propia preferencia.”

Si decido y actúo con el fin de agradarme a mí mismo, entonces soy libre. Es decir, nuestras responsables
intenciones u determinaciones son la expresión y resultado de nuestra propia preferencia. Cuando soy libre y
responsable es porque yo escojo y hago la cosa que hago, no obligado por algún otro agente, sino en
conformidad con mi propia preferencia interior. Todos sabemos evidentemente que esto es así. ¿Pero es esta
preferencia racional en nosotros un mero estado accidental? ¿Nuestras almas razonables no contienen ningún
principio regulativo de sus preferencias y elecciones? Si esto fuera así, entonces el alma del hombre sería
ciertamente un miserable inconstante, llevado de aquí para allá por todo viento; no apto para ser ya sea libre,
racional y responsable. Todos conocemos que tenemos tales principios regulativos de nuestras preferencias; y
estas son propias disposiciones naturales. Están hacia el interior, no el exterior. Son espontáneos, no impuestos.
y por lo tanto libre como nuestras elecciones. Son nuestros, no de alguien más. Son de nosotros mismos. Son
atributos esenciales en cualquier ser que cuenta con personalidad. Toda persona racional debe tener algún tipo
de disposición natural, Podemos concebir a una persona como dispuesta naturalmente de esta forma, y a otra
de esa forma. Es imposible para nosotros pensar que un agente libre racional no disponga en lo absoluto de
ninguna forma. Inténtalo.

Tenemos principales ejemplos de lo que es la disposición natural en las propensiones corporales de los
instintos. Es la naturaleza de un potro que guste de la hierba y el heno. Es la naturaleza de un chico robusto que
guste de las salchichas calientes. Usted puede alimentar al potro con un buen manojo de heno, pero no al niño;
es la salchicha caliente lo que lo que irá a buscar cuando tenga hambre; ofrécele la salchicha caliente al potro y
este la rechazará y se estremecerá ante la salchicha. Ahora, ambos el potro y el chico son libres en escoger lo
que ellos quieren; libres puestos que sus elecciones siguen sus propios gustos naturales, i. e., sus propias
disposiciones de los instintos.

Pero el hombre natural tiene disposiciones mentales que lo hacen mejor que los ejemplos, casos concretos de
principios innatos que regulan las elecciones naturales. Por lo tanto, cuando la felicidad y la miseria puedan ser
preferidas básicamente para su propio bien, toda disposición natural del hombre es hacia la felicidad y en contra
de la miseria. Por otra parte, el hombre naturalmente ama las pertenencias; todos están naturalmente inclinados
a adquirir y mantener lo suyo propio ante que perderlo por nada. Una vez más, todo hombre esta naturalmente
inclinado a disfrutar la aprobación y alabanza de sus semejantes; y su menosprecio y mal trato son naturalmente
penosos para él. En todos estos casos los hombres escogen de acuerdo a lo que prefieren, y ellos prefieren de
acorde a sus disposiciones naturales, prefieren la felicidad en lugar de la miseria, prefieren ganar en lugar de
perder, prefieren el aplauso en lugar del mal trato. Ellos son libres en estas preferencias o elecciones ya que
están seguros de escoger en determinada manera. Y entonces son tan inevitables de escoger
convenientemente en lo concerniente a las disposiciones naturales, así como que los ríos deben de correr
cuesta abajo; igualmente inevitable y del mismo modo libre, ya que las disposiciones que por cierto regulan sus
preferencias, son suyas, no por alguna otra persona, son espontáneas en ellos, no impuestas u obligadas.

Vamos a aplicar uno de estos casos. Hago esta apelación a una compañía de señoritas y caballeros ambiciosos:
“Ven y participa conmigo de tu libre elección en este curso de labor dado; Será largo y riguroso; pero puedo
garantizarte un cierto resultado. Te prometo que, por este laborioso esfuerzo, se harán así mismos el grupo de
jóvenes más menospreciados y mal tratados en el Estado.” ¿Esto logrará a que se induzcan? ¿Puede suceder?
No, no sucederá, acabamos de decir, que no puede. ¿Pero no son estos jóvenes libres? Cuando ellos me
respondan, como ciertamente lo harán, dirán: “No profesor, no participaremos, no podemos hacer la estupidez
de trabajar duro solamente para ganar menosprecio, porque el menosprecio es sí mismo contrario y penoso a
nuestra naturaleza.” Esto es precisamente paralelo a lo que los Presbiterianos nos referimos con la incapacidad
de la voluntad a todo el bien espiritual. Es exactamente tan cierto y real como la incapacidad de la facultad.
Estos jóvenes tienen los dedos con los cuales realizar la labor propuesta (digamos, hacer escritos) por el cual
los invite a fatigarse para la ganancia del menosprecio. Ellos tienen ojos y dedos con los cuales hacer caligrafía,
pero no pueden libremente escoger mi oferta, porque esta contradice ese principio de su naturaleza, el amor a
los aplausos (alabanza), el cual infaliblemente regula la libre preferencia y elección humana. Aquí hay un caso
exacto de la “Incapacidad de la Voluntad.”

1. Nota del Editor. Aquí Dabney parece hablar descuidadamente. Cristo no amó al joven rico por causa del bien que él
vio en él, sino porque es la naturaleza divina amar (1 Jn.8,16). La Escritura es clara en expresar que “los que viven
según la carne no pueden agradar a Dios (Rom.8.8),” entonces la razón de nuestro Salvador al amar a este joven no
podría haber sido nada en el joven mismo.

Traducción: Elioth Fonseca.


Título Original: Total Depravity, or Original Sin.
Parte 1

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