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ANÁLISIS SEMIÓTICO DE DISCURSO

BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA


FUNDADA POR
DÁMASO ALONSO
II. ESTUDIOS Y ENSAYOS, 401

© 1991 Hachette,
© EDITORIAL GREDOS, S. A., Sánchez Pacheco, 81
Madrid, 1997, para la versión española

Título original: Analyse sémiotique du discours.


De l'énoncé al'énonciation

Esta traducción ha sido revisada y aprobada por el autor

Diseño gráfico e ilustración:


Manuel Janeiro

Depósito legal: M. 3725-1997


ISBN 84-249-1814-2
Impreso en España. Printed in Spain
Gráficas Cóndor, S. A.,
Esteban Terradas, 12. Polígono Industrial. Leganés (Madrid)
JOSEPH COURTÉS

ANÁLISIS SEMIÓTICO DEL DISCURSO


DEL ENUNCIADO A LA ENUNCIACIÓN

VERSIÓN ESPAÑOLA DE

ENRIQUE BALLÓN AGUIRRE

BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA


PREFACIO

A diferencia de otros escritos semióticos que son el resultado de


investigaciones personales, limitadas, por lo común, a una problemá-
tica precisa y dirigidas, por tanto, a un público especializado, esta
obra pretende ser un pequeño manual de semiótica general, redactado
-en el marco de una «escuela» determinada- con la intención de
llegar a todos aquellos que desean iniciarse, de manera sistemática,
en este modo de aproximación al discurso. Nuestro propósito es, en
efecto, presentar aquí -progresivamente desde lo más simple a lo
más complejo- el conjunto de conceptos básicos propios de este ti-
po de análisis e ilustrarlos por medio de algunas aplicaciones prácti-
cas. Existen, por cierto, otros libros comparables, pero los más cono-
cidos (J. Courtés, 1976; Groupe d'Entrevemes, 1979; A. Hénault,
1979) se publicaron hace más de doce años. Por esta razón nos ha pa-
recido oportuno ofrecer hoy al lector una presentación de la semiótica
totalmente renovada, mucho más simple en lo posible, accesible a un
mayor número de personas y, naturalmente, más completa, la cuál se
esforzará por tener en cuenta los logros más recientes de nuestra dis-
ciplina.
Esta obra se apoya, sin duda, en las proposiciones de A. J. Grei-
mas y J. Courtés 1• La terminología semiótica «clásica» es aquí recu-

1
En Sémiotique. Dictionnaire raisonné de la théorie du langage, París, Hachette,
vol. 1, 1979; vol. 11, 1986 [Trad. española, Semiótica. Diccionario razonado de la
8 Análisis semiótico del discurso

perada pero de manera didáctica, lo cual permite situar mejor y de


modo más concreto los conceptos, en su relación mutua. Claro que
otras opciones teóricas son igualmente posibles en la gran casa se-
miótica. Nuestra elección de una semiótica dada (entre otras posibles)
se ha hecho sólo en función de su carácter práctico y reproducible.
Aunque en principio nos limitamos a una «escuela» semiótica particu-
lar, la llamada «de París», procuraremos, sin embargo, situamos de
paso en otras corrientes de investigación igualmente importantes, si
no más, tales como la teoría de los actos del lenguaje, la pragmática,
la argumentación, la lógica natural, la semántica léxica, etc. Con ello
reconocemos implícitamente que nuestra perspectiva semiótica no es
incompatible con otros tipos de aproximación al discurso y que sus
relaciones mutuas no son de rivalidad ni a fortiori de predominio, si-
no más bien de complementariedad. Por lo demás, toda aproximación
semiótica, cualquiera que ésta sea -comenzando por la aquí presenta-
da-, no puede dejar de ser modesta: la búsqueda del saber es siem-
pre incierta y los procedimientos aplicados dependen menos de una
gestión realmente científica reconocida por unanimidad, que de un
bricolaje más o menos acertado. Profundamente opuesta a todo dog-
matismo, nuestra semiótica, conocida en general como «estándar», se
presenta a manera de un conjunto de hipótesis -por cierto, discuti-
bles- que sólo se pretende que sean más o menos aplicables a la
interpretación de los textos, de los discursos.
Así, en este libro se da prioridad a los conceptos teóricos y meto-
dológicos, a todos aquellos que, al menos hoy día, son materia de un
consenso bastante amplio en la comunidad semiótica. Por eso es im-
prescindible la parte dedicada a las aplicaciones: se estudia tanto un
rito determinado (el cortejo fünebre), un cuento popular ruso (La ba-
ba-jaga), como un relato propiamente literario (Una vendetta, de
G. de Maupassant) e incluso una práctica social (la huelga) cuya des-
cripción se aproxima mucho a los «scenarii» caros a la inteligencia

teoría del lenguaje, Madrid, Editorial Gredas, vol. 1: 1982 (reimp. 1990); vol. II:
1991).
Prefacio 9
artificial, pero sobre bases semánticas menos empíricas y más forma-
les. Bien entendido, para completar un poco estas ilustraciones del
método semiótico, nos remitiremos a nuestra obra precedente consti-
tuida sólo con ejemplos: Sémantique de l'énoncé: applications prati-
ques (París, Hachette, 1989); bajo ese título se analizan los discursos
novelesco, religioso e incluso visual (una tira cómica sin texto). Es
inútil decir que la aproximación semiótica -de la cual, tengámoslo
presente, únicamente proponemos aquí los prolegómenos- es apli-
cable a cualquier objeto significante, a cualquier discurso, como se
constata, dentro de la bibliografia selectiva que hemos podido esta-
blecer sumariamente, en toda la gran serie de las Actes sémiotiques
(Bulletins y Documents) 2 y las Nouveaux actes sémiotiques (actual-
mente en curso de publicación).
El plan adoptado para esta iniciaciación es de los más clásicos. El
primer capítulo está consagrado a la ubicación de la semiótica del
discurso en el marco general de las ciencias del lenguaje, y a sus pre-
supuestos teóricos y metodológicos. Los capítulos segundo y tercero
estudian, respectivamente, la sintaxis narrativa y la semántica. El úl-
timo capítulo trata de la enunciación. La estructura de la obra, como
se ve, reúne con toda precisión las proposiciones, por ejemplo, de
Ch. Morris, que en el análisis semiótico distingue tres componentes:
la sintaxis, la semántica y la pragmática. Esta articulación tripartita,
ya aplicada desde hace tiempo en el estudio de la frase por la lingüís-
tica tradicional, es evidentemente aplicable a ese objeto -de mayo-
res dimensiones, ciertamente, pero isomorfo (según una de nuestras
hipótesis fundamentales)- que es el discurso; tendremos cuidado,
por supuesto, de enfatizar de paso las interrelaciones entre esos tres

2
Una selección de las Acles sémiotiques. Documents ha sido traducida al español
bajo la coordinación de Gabriel Hemández Aguilar con el título Sentido y significa-
ción. Análisis semiótico de los conjuntos sign/ficantes, México, Premiá Editora, col.
La red de Jonás-Estudios, 1987, y otros textos de esos Documents como de los Bulle-
tins han aparecido en publicaciones periódicas, por ejemplo, Semiosis. Seminario de
semiótica. Teoría. Análisis, Centro de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Univer-
sidad Yeracruzana, Xalapa, Veracruz, México. (N. del T.)
10 Análisis semiótico del discurso

componentes, como lo muestran ya los títulos de los capítulos corres-


pondientes (2. «Formas narrativas», 3. <<Formas narrativas y semánti-
cas», 4. «Formas enunciativas y formas enuncivas»).
A fin de evitar todo mal entendido, precisemos de entrada que
-contrariamente a lo dicho más arriba- esta obra no es, propia-
mente hablando y a pesar de todo, un manual de «semiótica general»,
en la medida en que no nos ha sido posible, por ejemplo, tomar en
consideración la semiótica visual (a pesar de que, acá o allá, hagamos
alusiones explícitas a ella), ya que ésta no dispone todavía de una
metodología suficientemente elaborada, reconocida: sus investiga-
ciones (tales como las de J. M. Floch o de F. Thurlemann), promete-
doras es verdad, sólo ulteriormente podrán figurar en un tratado de
semiótica general. Debemos reconocer, por otro lado, que la metodo-
logía propuesta tal vez no sea directamente aplicable, tal cual, a todos
los lenguajes verbales: sólo el francés y el español -subrayé-
moslo- son tenidos en cuenta.
Una vez dicho esto, en momentos en que las principales nociones
de semiótica discursiva figuran cada vez más en los programas de en-
señanza de los institutos y colegios, en momentos en que la demanda
de un método de análisis de textos se hace más apremiante a todos los
niveles de la formación y de la investigación, nos parece oportuno
compartir -ya sin demora- con un número mayor de lectores esta
modesta iniciación al análisis semiótico del discurso.
Lavemose, 15 de agosto de 1990.
NOTA A LA EDICIÓN EN LENGUA ESPAÑOLA

En la traducción de esta obra se sigue la terminología semiótica


establecida para la lengua española en A. J. Greimas-J. Courtés, Se-
miótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, volúmenes I
(1982) y II (1991), publicados por esta misma casa editora. No obs-
tante, en contados casos donde la interpretación del texto exige la
ampliación, limitación o cambio de perspectiva de las nociones allí
definidas, se ha procedido a realizar una versión lo más coherente
posible dentro del sistema de definiciones establecido [por ejemplo,
( «clóture») cierre - clausura; ( «énonciation rapportée») enuncia-
ción referida - enunciación remitida; («investissement») vertimien-
to - incorporación}.
Se han conservado los ejemplos menores, adecuándolos a las exi-
gencias de la lengua española; en cambio, la traducción de los relatos
citados procura ser literal debido a las exigencias de la demostración;
en este caso se atiene estrictamente a las versiones originales. En esta
tarea hemos contado con la asistencia del autor, el profesor Joseph
Courtés, quien ha tenido a bien deslindar los aspectos terminológicos
en debate, además de la colaboración de los profesores Carlos Javier
García Fernández y Ana Barra Cerdeña; dejo aquí constancia de mi
cordial agradecimiento por su ayuda.
Tempe, Arizona, diciembre de 1995
ENRIQUE BALLÓN AGUIRRE
CAPÍTULO 1

CUESTIONES PREVIAS Y PERSPECTIVAS

1.1. NATURALEZA DEL LENGUAJE

1.1.1. ((LENGUA» Y «LENGUAJE»

A diferencia del inglés o el alemán, por ejemplo, que disponen


sólo de una palabra -«Language» y «Sprache», respectivamente-,
el francés y el español tienen la ventaja de poder contar con dos tér-
minos -lengua/lenguaje- que no parecen ser totalmente sinóni-
mos. En efecto, constatamos de inmediato que esas dos palabras no
son sustituibles en todos los contextos posibles, como sería el caso si
la relación sinonímica entre ellos fuera perfecta. Sin pretender aquí
ninguna exhaustividad, procedamos no obstante a hacer algunas
comparaciones. Es verdad, por ejemplo, que los calificativos
«popular» y «hablado(da)» son aplicables a uno y otro término. Pero
es evidente, en cambio, que la «lengua viva» no participa en modo
alguno del mismo orden que el «lenguaje vivo»; de manera semejan-
te, sólo hay «filosofia» del «lenguaje», no de «la lengua», lo mismo
que la informática no aprovecha el término «lengua» sino que prefie-
re visiblemente el segundo al hablar de «lenguaje de las máquinas>) y
de «lenguajes de programación». Paralelamente, aunque se reconoce
la existencia de un «lenguaje de los animales», éstos no emplean una
14 Análisis semiótico del discurso

«lengua» particular: resultaría un tanto incongruente hablar de la «len-


gua de las abejas», siendo así que el «lenguaje de las abejas» es una
expresión, un sintagma plenamente aceptable.
Por otra parte, parece que el «lenguaje» puede ser calificado de
«doble», de «administrativo», de «científico», etc. Ocurre como si, en
este caso, el «lenguaje» se situara del lado de lo que nuestra gran
tradición literaria llama elfondo, y en tal sentido puede hablarse del
«lenguaje de los caneteros», no de su «lengua». Por oposición, la «len-
gua» parece más bien vinculada a la norma (si el «lenguaje» puede
ser incorrecto, la «lengua» aparentemente no podría serlo) o en todo
caso con lo que corrientemente se llama la forma. Y sin embargo es
claro -como contra-ejemplo- que la «mala lengua» se inclina más
hacia el «fondo» que hacia la «forma». Esto equivale a decir que el
uso corriente al emplear los dos términos ( «lengua»/«lenguaje») no
permite identificar nociones realmente diferentes (tal uso no podría
servir de base segura, reconozcamos, para una descripción que debe
contar con la univocidad de los conceptos utilizados). Es por lo que si
se quiere aprovechar a pesar de todo la ventaja ofrecida por el espa-
ñol con esas dos palabras, debemos proponer una definición más
precisa de cada una de ellas incluso si, por necesidad, ésta es cons-
truida arbitrariamente: ¿no es propio de todo discurso con vocación
científica, atribuir a cada término utilizado una sola acepción?
Designamos generalmente con el término lengua a una «lengua
natural» dada -como el español, el inglés, el ruso, el chino, etc. - ,
que sirve verbalmente (y, dado el caso, por su forma escrita) de me-
dio de comunicación a un grupo sociocultural determinado. Nos en-
contramos aquí ante el inmenso dominio que explora toda la lingüís-
tica tradicional, ciencia que estudia, entre otras cosas, no sólo los
sonidos (desde el punto de vista fonético y fonológico: vid. infra) si-
no también las palabras (aproximación morfológica), sus relaciones
en la frase (es decir, la sintaxis) y su significación (en el marco de la
lexicología, por ejemplo), sin olvidar por supuesto la historia de las
lenguas (sus orígenes y sus transformaciones) y la de sus relaciones
recíprocas (tipología de las lenguas). Se observará de paso que las
Cuestiones previas y perspectivas 15

investigaciones lingüísticas - hasta ahora- se refieren a menudo a


la forma verbal de la lengua estudiada y raramente a su correspon-
dencia gráfica; esto se debe a que la escritura es considerada habi-
tualmente como una forma secundaria, subordinada. Se observará
igualmente que el aspecto sonoro no es, desde luego, suficiente para
especificar las lenguas naturales: no olvidemos que larmúsica, por
ejemplo, cuenta con este mismo componente, pero de una manera
muy distinta, como explícitamente lo diremos más adelante; y sin
embargo, la comparación no es fortuita: lengua y música no son tan
extrañas entre sí como parece a simple vista, cosa que muestran, entre
otras, las lenguas llamadas tonales (por ejemplo: el chino, el japonés,
el vietnamita, pero también otras, más próximas a nosotros, como el
lituano, el sueco o el noruego). Añadamos una última observación: al
carácter «natural» unánimemente reconocido a las «lenguas» se opo-
ne, evidentemente, el aspecto «artificial» o «construido» de los len-
guajes documentales, por ejemplo, o de los lenguages lógicos, mate-
máticos, informáticos, etc., aun cuando estos últimos estén también
dotados de una morfología, de una sintaxis y de una semántica.
Las teorías lingüísticas conceden hoy al término lengua un senti-
do mucho más restrictivo que nos recuerda un poco la «norma» ante-
riormente evocada; efectivamente, en este caso se opone a habla
(F. de Saussure) o a discurso (É. Benveniste). Aquí la «lengua» es
entendida más bien como un conjunto de reglas de organización sub-
yacentes a la lengua natural; ella se identifica entonces, pura y sim-
plemente, con las estructuras inmanentes que postulan las ciencias
del lenguaje casi por unanimidad. Al contrario, el «habla» o el «dis-
curso» son considerados mejor como la aplicación concreta del sis-
tema lingüístico, cuando este último queda a cargo o es asumido, in-
cluso transformado, por el locutor en su acto de habla. Es éste el
punto del que arranca, por ejemplo, la problemática de la enuncia-
ción (vid. infra) como la «puesta en discurso» (É. Benveniste) de la
«lengua» y, más allá aún, toda la cuestión esencial de la comunica-
ción intersubjetiva. Esa dicotomía se encuentra, por otro lado, en la
base de dos tipos de investigación complementarios: tenemos, de una
16 Análisis semiótico del discurso

parte, la lingüística tradicional reconocida unánimemente que trabaja,


por así decirlo, «en la lengua» y, de otra, una lingüística discursiva,
aparecida recientemente, que ofrece perspectivas de investigación
totalmente nuevas (una muestra de ello es precisamente esta obra).
En lo que concierne al ténnino lenguaje, éste tiene una extensión
más amplia. Ese vocablo se encuentra, pensamos, en condiciones de
abarcar no sólo la clase de las lenguas naturales, sino también otros
muchos sistemas de representación cuyo estatuto será conveniente
precisar. Es verdad que, especialmente bajo el impulso de la lingiiís-
ticafuncional (A. Martinet) -tributaria sin duda de toda la atención
dirigida, por lo tanto, a la teoría de la comunicación-, la lengua natu-
ral ha sido considerada esencialmente como medio de comunicación
entre los miembros de un grupo sociocultural dado. Ese punto de
vista es recogido directamente por los diccionarios que de modo muy
natural definen la lengua, por ejemplo, como «lenguaje común de un
grupo social (comunicación lingüística)» (Petit Robert, 1988) o, de
manera más precisa, como «sistema de signos vocálicos, eventual-
mente gráficos, propio de una comunidad de individuos que lo utili-
zan para expresarse y comunicarse entre ellos» (Grand Larousse,
1987). Los mismos lingüistas se han visto inducidos, espontáneamen-
te, a identificar el lenguaje con lo que, en realidad, sólo es una forma
particular pero privilegiada: las lenguas naturales. Citemos un caso,
el de C. Kerbrat-Orecchioni, que titula una de sus obras L 'énon-
ciation de la subjectivité dans le langage, cuando, de hecho, sólo se
ocupa en ella de la lengua y, más precisamente, del francés.
Por más que la hipótesis funcionalista, que pone el acento en el
aspecto comunicativo, sea justa -o de una real eficacia en la des-
cripción, tanto sincrónica como diacrónica, de las lenguas natura-
les-, no podría dar cuenta del lenguaje, en la medida en que resulta
manifiestamente muy !imitadora. Por una parte, en efecto, es sin duda
lamentable que atienda únicamente. el aspecto oral de la comunica-
ción intersubjetiva; ella comporta otros muchos elementos que de-
berían ser tenidos en cuenta para una descripción más adecuada de la
comunicación, a saber, por ejemplo, los gestos y las mímicas que no
Cuestiones previas y perspectivas 17
se limitan a los simples elementos adyacentes «acompañantes» del
habla: ¡con relativa frecuencia, en realidad, son ellos mismos quienes
la determinan!
Por otra parte, muchos datos, aunque altamente significativos,
corren el riesgo de ser abandonados. Un paisaje, una nueva ciudad,
un cuadro, pueden ser portadores de significación para quien los ve
-y depender, en cuanto tales, del «lenguaje»- sin que sus efectos
de sentido puedan ser, evidentemente, referidos a una intencionali-
dad precisa, como ocurre en el esquema de la comunicación que
opera con la relación, consciente y orientada, emisor/receptor, de la
que nadie ignora que se encuentra en· el corazón de la teoría funcio-
nalista. Se sabe muy bien que el espectador (o el oyente) de una
obra de arte -sea en pintura, en arquitectura o en música- puede
no percibir, ni total ni siquiera parcialmente, todo· lo que el autor
«ha querido decir»; del mismo modo, evidentemente, sería imposi-
ble encontrar un emisor preciso, individualizado y dotado de la
voluntad de comunicar algo, en el caso de un paisaje que atrae o
seduce a un turista. Y sin embargo, llegado el caso, un espectáculo
semejante suscitará en quien lo ve estados de ánimo que el analista,
el semiótico, no podría ignorar, aunque no haya en ello ninguna
intencionalidad explícita. Se comprenderá mejor entonces por qué,
cuando se trata de describir las pasiones que conmueven a Madame
Bovary, G. Flaubert nos ofrece la descripción de paisajes que él
considera que representan visualmente los sentimientos íntimos de
su heroína, sirviéndole éstos de sustento.
Estas observaciones nos inclinan a pensar que la sola dimensión
comunicativa no podría dar cuenta y razón de todos los lenguajes
posibles; ella tiene, ciertamente, una importancia muy grande no
sólo en el estudio de la lengua (desde la perspectiva de A. Martinet,
por ejemplo), sino también del discurso, como tendremos oportuni-
dad de demostrar en la práctica. No obstante, sería por lo menos
perjudicial limitarse al horizonte funcionalista, aunque se trate úni-
camente de la aproximación a las lenguas naturales.
18 Análisis semiótico del discurso

l.l.2. SIGNIFICANTE Y SIGNIFICADO

Henos, pues, aquí invitados a cambiar de perspectiva y a propo-


ner una definición más amplia, que pueda aplicarse a la «lengua» pe-
ro también al «lenguaje», adoptando para ello un punto de vista gene-
ralizante: propongamos que todo lenguaje - del que las lenguas
naturales son sólo una de sus posible~ fonnas- puede ser reconoci-
do como «conjunto significante» 1• Según esta hipótesis, es lenguaje
todo lo que actúa con la relación significante/significado (en la ter-
minología de F. de Saussure) o su equivalente expresión/contenido
(en la de L. Hjelmslev). Tomemos algunos ejemplos simples. Pense-
mos, en primer lugar, en el sistema tricolor del semáforo. Nuestros
ojos perciben un color dado (verde, ámbar, rnjo ), una posición de-
terminada (baja, media, alta) y un orden de sucesión (verde - ámbar
- rojo). Tales son los significantes visuales en juego, a los que les
corresponden significados precisos y estables: el verde será interpre-
tado como «la vía está libre», el ámbar como «inminencia de prohi-
bición de pasar» 2 y el rojo será el signo de la «prohibición absoluta
de pasar». Del mismo modo, cuando me dicen «Esta cerveza es sa-
brosa», de un lado tenemos la secuencia sonora que registran mis oí-
dos, es decir, lo que escucho y pertenece al orden del significante, de
la expresión (que un extranjero puede escuchar), y de otro lo que
comprendo y depende del significado, del contenido (que un extran-
jero puede no comprender necesariamente). De un modo más general,
la lengua hablada por un grupo social dado está hecha sin duda de
sonidos, pero en su empleo más corriente (volveremos posteriormen-
te a tocar el estatuto del metalenguaje) no es utilizada de ninguna
manera para hablar de esos sonidos sino de cosas muy diferentes: los
elementos soµoros constituyen el significante, el plano de la expre-

1
Según la expresión de A. J. Greimas y J. Courtés en Semiótica. Diccionario ra-
zonado de la teoría del lenguaje, vol. I, Gredos, 1982, pág. 238.
2
Si al ámbar le precede la luz roja, el encendido de la luz ámbar significará, a la
inversa, «inminencia de autorización de pasarn. (N. del T.)
Cuestiones previas y perspectivas 19

sión, mientras que su interpretación semántica define el significado,


el plano del contenido. En apoyo de esta disyunción de los dos planos
que caracterizan a todo lenguaje, es suficiente invocar el caso de la
traducción; ésta muestra al menos -en la medida en que es posible
(y lo es más para el lenguaje práctico cotidiano, infinitamente menos
para la poesía)- que un mismo significado puede c01Tesponder a
significantes totalmente diferentes: bear y pound del inglés tienen
sus equivalentes semánticos españoles en oso y libra.
De manera similar, lo que corrientemente se llama «lenguaje de
las flores» (según el anuncio: «¡Dígalo con flores!») -ejemplo del
que más adelante daremos una interpretación más adecuada- y que,
en realidad, es de naturaleza más bien simbólica, podría articularse
también en una primera aproximación según la relación significan-
te/significado: a las flores tomadas entonces como significantes les
corresponderían, según el Almanach des P et T (Almanaque de Co-
rreos y Telecomunicaciones), los sentidos que les son sociocultural-
mente asignados, por ejemplo:
anémona: perseverancia lila: amistad
camelia: orgullo muguete: coquetería
alhelí: constancia clavel: ardor
glicina: ternura violeta: amor escondido

sin olvidar las «rosas» que, ofrecidas a alguien, representan más que
simples flores, sobre todo si son rojas: el amor. En una primera
aproximación, y muy someramente, digamos que lo que es percibido
por la vista (las flores constituyen en ese caso el significante, el plano
de la expresión) no es de la misma naturaleza que la significación que
le es socioculturalmente atribuida: la perseverancia (a la anémona), el
orgullo (a la camelia), etc., constituirían, pues, el significado, el plano
del contenido. A decir verdad, reconozcamos de inmediato que las
cosas son aquí un poco más complejas: el hecho de que el «alhelí»,
por ejemplo, se llame violacciocca en italiano y wall-jlower en in-
glés, nos demuestra que el «alhelí» comprende a la vez un significan-
te español, particular, distinto de los del italiano y del inglés, y al
20 Análisis semiótico del discurso

mismo tiempo un significado que es común a las tres lenguas: en los


tres casos se habla de la misma planta. En el nivel del signo lingüísti-
co, «alhelí» reúne ya el plano de la expresión(= Se, significante) y el
del contenido(= So, significado). A este respecto R. Barthes propone
su esquema, bien conocido, según el cual el primer nivel, abajo, sería
el del signo lingüístico que reúne aquí con «alhelí» un significante y
un significado, mientras que en el nivel superior, el signo lingüístico
en su conjunto (= «alhelí») debería ser considerado como el signifi-
cante de otro significado, en nuestro caso, la «constancia». Ese mode-
lo elemental daría cuenta, según R. Barthes, de la connotación 3:

So

Veamos otro ejemplo, tal vez más simple, vivido por quien escri-
be estas líneas. Una tarde del año mil novecientos tantos, éste y su
esposa participaron en una reunión de padres de familia cuyos hijos
siguen el curso de catecismo. Al llegar a la sala prevista al efecto,
nuestra pareja tomó asiento, casi instintivamente, en uno de los dos
extremos de la larga mesa rectangular que ocupaba una parte extensa
de la habitación; entonces, la pareja se encontró directamente frente a
la religiosa que había convocado a los participantes cuya posición
-en el otro extremo de la mesa- le permitía controlar visualmente
las entradas, incluidas las de los retrasados: la elección de este lugar
fue evidentemente correlativo al ejercicio del poder y era impensable
que la responsable diera la espalda a la puerta de entrada ..
A medida que la gente entraba en la sala, se iba distribuyendo
casi espontáneamente (pero, en realidad, ese no era el caso) entre los
dos polos de la mesa, aglomerándose más bien hacia los extremos y
quedando el centro, por así decirlo, algo desguarnecido. La reunión
se desarrolló y el semiótico constató que en cuanto a las ideas emiti-
das, esto es, en el plano del contenido, se produjo rápidamente una

3
Véase «Éléments de sémiologie», en Communications, num. 4, pág. 130.
Cuestiones previas y perspectivas 21
oposición irreductible. En un extremo de la mesa, la responsable de la
reunión expuso, definió su programa, pidió la aprobación de sus de-
cisiones, etc. y ésta fue manifiestamente apoyada -hasta en sus si-
lencios- por aquellas y aquellos que estaban más próximos al sitio
donde ella se hallaba. Nuestra pareja, por el contrario, se definió ne-
gativamente, si se quiere, adoptando en el plano del contenido una
posición contraria a la de la persona del otro extremo: el «no» que la
pareja expresó así por medio de variadas paráfrasis o de contra-
propuestas fue asumida y alentada por todos los participantes que
estaban espacialmente más próximas a ella. Los titubeantes, los «sin
opinión» supieron, natural o instintivamente, ocupar la posición es-
pacial media entre los dos polos.
Tales son, grosso modo, los datos; extraigamos algunos elemen-
tos de reflexión. Sin entrar en un estudio más complejo que exigiría
este ejemplo (el hecho, entre otros, de que los partidarios del «no» se
manifestaran en buen número, mientras que el «sí» de la religiosa no
fuese casi asumido, verbalmente al menos, por quienes la apoyaban,
el hecho también de que dos personas -nuestra pareja- hicieran
frente a una sola del otro lado de la mesa, etc., sin contar que no son
tomados aquí en consideración los movimientos de cabeza, de brazos,
de busto, de ojos ... ), observemos solamente dos componentes carac-
terísticos, distintos y correlacionados: los intercambios verbales de
una parte, la distribución espacial de la otra. Cada uno de ellos, por
supuesto, realizaba la relación significante/significado: las palabras
emitidas a derecha e izquierda hicieron intervenir el plano de la ex-
presión (en este caso, las cadenas sonoras que cada uno pudo escu-
char y registrar) y el del contenido (de manera global las ideas expre-
sadas verbalmente y de las que hemos dicho que se organizaban, de
manera dicotómica, según «sí»/«no» o acuerdo/desacuerdo); de modo
paralelo, la disposición de los participantes en el espacio fue, simul-
táneamente, del orden del significante, de la expresión (a nivel de las
relaciones proxémicas registrables aunque sólo sea en los planos vi-
sual o táctil) y del orden del significado, del contenido, en la medida
en que su posición espacial no fue literalmente in-sensata, aberrante:
22 Análisis semiótico del discurso

¡todo esto significa algo! La única particularidad de nuestro ejemplo


es que el significante vocal(= las palabras intercambiadas) y espacial
(= los lugares ocupados) correspondían finalmente a un solo y mismo
significado, a un contenido común; en una palabra, digamos que los
participantes expresaron su opinión de fondo (= el significado) apo-
yándose en los significantes vocal y espacial.
Y ahora otro ejemplo. Echemos una ojeada a una tira cómica sin
palabras. Nuestros ojos ven puntos, rasgos o líneas, superficies de-
limitadas y/o coloreadas, etc.; todos esos elementos visuales depen-
den del significante, del plano de la expresión, pero al mismo tiempo
comprendernos algo totalmente distinto, a saber, la historieta que nos
es contada: ésta pertenece al orden del significado, al plano del con-
tenido. Naturalmente, como nos enseña la lingüística desde comien-
zos de siglo, los planos del significante y del significado (o de la ex-
presión y del contenido) son interdependientes, reconociéndose entre
ellos una correlación estrecha.
Aquí interviene un principio importante llamado de conmuta- .
ción, según el cual a toda transformación del significante le corres-
ponde una modificación correlativa en el plano del significado, y a la
inversa: no es posible cambiar de significado si no hay una modifi-
cación correspondiente en el plano del significante. Consideremos,
por ejemplo, una reunión de personas alrededor de una mesa. Se no-
tará de inmediato que el comportamiento gestual de los participantes
corresponde al interés que tienen en la discusión. Y a sea porque,
efectivamente, ellos se respaldan en sus sillas, distraídos, la mirada
errante por la sala, las piernas estiradas bajo la mesa, como en un es-
tado de relajación: son maneras diversas de expresar gestualmente,
corporalmente, la indiferencia que suscitan en ellos las declaraciones
y los temas expuestos; ya sea porque, por el contrario, las piernas se
replieguen, los pies se aproximen a las sillas respectivas, los bustos
toquen la mesa en la que los codos van a afirmarse fuertemente, las
cabezas se inclinen hacia adelante, los ojos estén fijos en quien habla,
son distintas maneras de manifestar todo el interés que se dedica al
discurso que se escucha. Se constata así la estrecha correlación que
Cuestiones previas y perspectivas 23
une, en ese caso, el significante somático y el significado identificado
aquí, por este motivo, al interés conceptual de la reunión: si el debate
no atrae la atención de los participantes, el comportamiento gestual
se resiente. De ahí que surja esa especie de distensión fisiológica que
va a la par con la indiferencia que, por así decirlo, ha suscitado. A la
inversa, en cuanto la discusión ofrece algunos puntos de interés, se
modifica correlativamente el comportamiento gestual y su tensión.
Este ejemplo nos incita a subrayar un punto esencial en la teoría del
lenguaje.
Si reconocemos una fuerte correlación entre significante y signi-
ficado, nos alejamos, por cierto, de la oposición clásica - a la cual
hemos aludido al comienzo de estas líneas- de fondo y de forma. Si
admitimos esta dicotomía, equivale a proponer que un mismo dato(=
el «fondo») puede expresarse en «formas» diferentes: tendríamos
entonces algo así como una especie de «pensamiento» independiente
de sus manifestaciones concretas. En una perspectiva diametralmente
opuesta -que moderaremos un poco- la semiótica postula, en el
punto de partida de todos sus análisis, una estrecha correlación entre
el significante y el significado, basada, según F. de Saussure, en una
relación de presuposición recíproca o, de modo equivalente, lo que
L. Hjelmslev llama relación de solidaridad. Esto quiere decir -si
retomamos la terminología tradicional- que el «fondo» no es inde-
pendiente de la «forma» y que si se cambia de «forma», el «fondo»
resultará correlativamente modificado y viceversa. Cuando un profe-
sor, al sentirse incomprendido en el discurso que acaba de emitir a
sus alumnos, les anuncia: «Voy a decir esto de otra manera», no se
dispone a modificar únicamente el plano de la expresión sino tam-
bién, de modo correlativo, el del contenido; si, en efecto, vuelve a
decir muy exactamente lo «mismo», sólo podría quedar, sin duda,
una vez más fuera del alcance de la comprensión del auditorio.
Una vez dicho esto, la correlación entre el significante y el signi-
ficado es, desde luego, menos absoluta de lo que acabamos de suge-
rir: debemos hacer ahora algunas observaciones y, con ese fin, nos
remitiremos por lo menos a dos tipos de ilustraciones. En el plano
24 Análisis semiótico del discurso

lexical, primeramente, observaremos los fenómenos de homonimia o


sinonimia que se aproximan al principio de correlación entre los dos
planos del lenguaje. En el caso de la homonimia, un mismo signifi-
cante se encuentra asociado a diferentes significados: en el nivel oral
tendremos así la homofonía, según la cual una misma palabra puede
ser oída según acepciones semánticas diferentes: ¡hola!, ola; hora,
ora son homófonas; si se toma el significante gráfico como punto de
referencia, se tendrán los homógrafos del tipo: canto (del latín canta-
re: 'acción de cantar') y canto (del latín cantus: 'extremidad, lado');
vago (del latín vagus: 'errante') y vago (del latín vacuus: 'vacío'). La
desaparición de la ambigüedad dependerá, en todos estos casos, de la
interpretación semántica del contexto.
Abandonemos el plano de la expresión por el del contenido y se
tendrá así el caso de la sinonimia: aquí se considera que un mismo
significado puede ser asumido por significantes diferentes. A decir ver-
dad, como afirmamos anteriormente, tal vez no haya nunca una verda-
dera sinonimia: ésta, en efecto, para ser tal, implica que dos palabras (o
más) -diferentes en el plano de la expresión- son sustituibles en to-
dos los contextos posibles, lo que, al menos en el francés, no ha podido
ser demostrado de manera convincente 4. En esta lengua, lexemas inclu-
so semánticamente muy aproximados como craindre (= 'temer') y re-
douter (= 'temer', 'recelar') no son siempre sustituibles el uno al otro:
no se dirá en el mismo sentido «Il ne viendra pas, je le crains» («Temo
que no venga») e «Il ne viendra pas, je le redoute» («Dudo que ven-
ga»); lo mismo ocurre con «Je ne crains pas d'affirmern («No temo
afirmar») es posible en francés, pero parece más dificil decir «Je ne re-
doute pas d'affümer» («No recelo afirmar»). Concluyamos solamente
de ese doble fenómeno de homonimia y de sinonimia (parcial) que no
siempre existe, necesariamente, una relación biunívoca entre el signifi-
cante y el significado. Recordemos el ejemplo de nuestra reunión, don-

4
Para el caso de la lengua española, puede consultarse con provecho el artículo
«Sí hay sinónimos» de Gregorio Salvador, aparecido en Semántica y lexicología del
espmiol. Estudios y lecciones, Madrid, Paraninfo, 1985, págs. 51-66. (N. del T.)
Cuestiones previas y perspectivas 25
de el comportamiento gestual estaba en función del interés/desinterés
otorgado a la discusión: en ese caso, más o menos parecido al ejemplo
de la sinonimia, diferentes significantes somáticos se encargan de ex-
presar un solo y mismo significado; es decir, tal multiplicidad de signi-
ficantes puede ser por lo menos interpretada en términos de redundan-
cia (A. Martinet ha destacado su importancia en el funcionamiento
acertado de la comunicación intersubjetiva).
Pasemos ahora del plano lexical al del discurso, que es más am-
plio. Se constata aquí, por ejemplo, que dos segmentos dados -uno
corto, el otro largo, en el plano de la expresión- pueden, dado el ca-
so, ser reconocidos como equivalentes en el nivel de la forma del
contenido. En ese caso interviene, efectivamente, el fenómeno llama-
do elasticidad del discurso que pone en práctica la conocida relación,
en lingüística, entre expansión y condensación. Depende de esta
elasticidad la elaboración de los resúmenes que se supone dan, de
forma breve, el equivalente a todo un extenso discurso o a un relato
completo. Otro ejemplo nos lo proporciona la relación que se estable-
ce entre denominación (léxica) y definición: así, el término donar
pertenece al orden de la denominación, de la condensación, en rela-
ción con la definición, en expansión, que puede ser propuesta y que
hará explícitos todos sus elementos constituyentes: el donador o do-
nante (sujeto de hacer), el donatario o beneficiario (llamado más
adelante: sujeto de estado), el objeto donado y el gesto mismo del
don como acción. Más allá, presentimos que es todo el campo de la
paráfrasis el que se ve afectado; cuando nos ocupemos del metalen-
guaje diremos algunas palabras sobre ello.

1.1.3. EXPRESIÓN Y CONTENIDO

Hasta aquí hemos procedido como si significante y expresión, de


una parte, y significado y contenido, de la otra, fueran verdaderos si-
nónimos. Ha llegado el momento de precisar el estatuto de esta doble
terminología, de determinar sus diferencias e implicaciones.
26 Análisis semiótico del discurso

F. de Saussure, interesándose de modo esencial por el lenguaje


verbal, centraba su reflexión en la palabra, o para ser más precisos, en
el signo lingüístico; hoy diríamos en el morfema (la palabra comía-
mos, por ejemplo, comprende tres morfemas: «com», «ía» y «mos» ).
Él distinguía las dos caras correlativas del significante y del significa-
do cuya conjunción -o semiosis- es suficiente para definir el sig-
no. Por significante, Saussure entendía -en el marco lingüístico-
la «imagen acústica» de una palabra, es decir, el conjunto de sonidos,
la cadena de fonemas que la constituyen: es lo que nuestro oído per-
cibe y lo que un aparato mecánico es capaz de registrar. El significa-
do corresponde por lo tanto al «concepto», grosso modo a la «idea»
que es transmitida por los sonidos y que, como tal, no podría ser
aprehendida directamente por un equipo de grabación (a menos que
éste se halle dotado previamente de un sistema de descodificación
semántica), ya que dicha «idea» es de un orden distinto, dependiente,
por así decirlo, de la faceta escondida del signo.
Esos dos componentes del signo (significante/significado) están
vinculados el uno al otro por una relación de presuposición recíproca
o, como dice L. Hjelmslev, de solidaridad: el uno no podría existir
sin el otro, el uno no tiene sentido si no es en relación con el otro y
viceversa. Es conveniente evocar el sugerente ejemplo al cual recurre
F. de Saussure en su Curso de lingüística general, sobre la hoja de
papel cuyas caras anverso/reverso -correspondientes, respectiva-
mente, al significante y al significado- son tan «solidarias» que
sólo pueden ser cortadas juntas. Esta comparación pedagógica llama
indirectamente nuestra atención, en principio, sobre el hecho de que
esta definición relacional de significante y de significado no concier-
ne sólo a la palabra (imagen acústica/concepto), sino a todo signo (y
no solamente al signo lingüístico), cualquiera que sea su soporte sig-
nificante (que será del orden auditivo, pero también de naturaleza vi-
sual, táctil, olfativa o gustativa): aquí se abre todo el inmenso domi-
nio del lenguaje, en todas sus formas posibles, y para el cual F. de
Saussure deseaba que una nueva ciencia se hiciera cargo de él, la
semiología (como estudio de los sistemas de signos) que nosotros
Cuestiones previas y perspectivas 27
llamamos hoy, siguiendo la influencia anglo-sajona, semiótica (in-
glés: Semiotics). Por otra parte, el ejemplo de la hoja de papel nos in-
duce a pensar que la longitud -incluso en el el caso del lenguaje
verbal- no es pertinente para la identificación de las unidades lla-
madas signos. Esto quiere decir que el signo lingüístico -el único
que prácticamente ha tenido en consideración la lingüística tradicio-
nal hasta hoy- es sólo un caso de figura entre muchos otros; si nos
mantenemos fieles a la descripción saussureana, podríamos hablar,
por ejemplo, de «signo-enunciado», «signo-discurso», «signo-cua-
dro», «signo-monumento», etc. Las dimensiones del signo no entran
de ninguna manera en su definición.
Semejante concepción del signo ha abierto la vía a nuevas inves-
tigaciones que se han impuesto progresivamente. Se destacará, en
primer lugar, que de modo complementario a la fonética -que estu-
dia los sonidos del lenguaje desde el punto de vista articulatorio,
acústico o auditivo- surge una disciplina muy diferente, la fonolo-
gía, donde se realiza el examen de los sonidos, de los fonemas, pero
sin perder de vista el significado. Mientras que la fonética en sus in-
vestigaciones no se apoya jamás en el sentido, la fonología, al con-
trario, hace de él una base de referencia obligada: se ve así que la /r/
francesa -ya sea fuerte (apical) o no (velar), distinción muy impor-
tante en fonética- constituye en francés, fonológicamente hablando,
un solo e idéntico fonema. La fonología se consagra, pues, al estudio
del significante verbal, sin olvidar el significado correspondiente.
La dicotomía significante/significado ha hecho posible otro tipo
de aproximación, un poco en sentido inverso al precedente: se trata de
una descripción del significado que tiene constantemente en cuenta el
significante correspondiente. Es todo el inmenso dominio de la lexi-
cología, campo más importante dado que las formas lexicales están,
en parte, históricamente determinadas por el universo sociocultural
circundante. Notemos que uno de los problemas morfológicos más
espinoso -salvo las cuestiones de derivación, de ajijación (prefijos,
infijos y sufijos), etc.- es, evidentemente, el de la definición de la
palabra o, con mayor precisión, del morfema, nociones que se en-
28 Análisis semiótico del discurso

cuentran en el corazón mismo de la lexicología y la justifican. Y no


es, de ninguna manera, el recurso de la conmutación (vid. supra) el
único que nos permite diferenciar, por ejemplo, pan de trigo y pan
de centeno. Corresponde a esta disciplina, actualmente en pleno de-
sarrollo, decidir, por ejemplo, si hay semánticamente hablando una
o más unidades - a partir de la relación significante/significado-
en porta-liga, decreto-ley, gloso-faringeo, palabras cruzadas, ár-
bol del pan, molino de café, brazo del sillón, etc. B. Pottier ha teni-
do el mérito de haber propuesto denominar lexias a las unidades
lexicales de base y haber clasificado las ocurrencias en lexías
«simples» (del género: gato, automóvil), «compuestas» (caballo de
vapor, salvavidas) y «complejas» (rendir cuentas). Pertenece a la
semántica léxica -que actualmente ha sustituido a la lexicología
tradicional - tomar en consideración todos los datos socio-his-
tóricos (el léxico de una lengua es principalmente, en gran parte,
función del uso en sentido hjelmsleviano: ¿por qué, por ejemplo, en
el plano de la expresión, todas las palabras posibles con dos sílabas
no han sido agotadas antes de haberse puesto en circulación unida-
des lexicales de tres sílabas y más?) y, al mismo tiempo, apoyarse
en las aproximaciones semánticas más elaboradas (como las del
análisis en componentes, sémico: vid. infra, capítulo 3), utilizadas
cada vez más en nuestros días.

1.1.3.1. Expresión

La articulación saussureana significante/significado ha sido, co-


mo se ve, extremadamente productiva, al iniciar nuevos tipos de in-
vestigación en el estudio del lenguaje; en seguida se han dado otros
pasos, algunos de los cuales han sido fundadores de investigaciones
particularmente prometedoras. Hacemos ahora alusión al análisis más
sofisticado del lenguaje, propuesto por el gran lingüista danés L.
Hjelmslev. Éste retoma la dicotomía de base de F. de Saussure -sig-
nificante/significado- pero enriqueciéndola al modificar un tanto la
terminología: el significante es sustituido por la expresión y el signi-
Cuestiones previas y perspectivas 29
ficado por el contenido. Pero su verdadero aporte está en haber pro-
puesto para cada uno de esos dos componentes del lenguaje, o mejor,
de esos dos planos, un desdoblamiento según la relación sustancia vs
forma, siguiendo más o menos el ejemplo del bloque de granito en
bruto (= la sustancia), del cual el escultor saca una estatua (= la for-
ma).
Se distinguirá así, en primer lugar, la sustancia de la expresión y
la forma de la expresión. A fin de ilustrarlas, volvamos sobre un ca-
so presentado anteriormente: la lengua hablada y la música tienen en
común una misma sustancia de orden fónico, y ambas ponen en ac-
ción nuestras capacidades auditivas; si melodía y habla, por ejemplo,
se distinguen, no obstante, de manera bastante clara - manteniendo,
dado el caso, algunas relaciones manifiestas ( en las lenguas tonales,
decíamos)- es porque en ellas la forma de expresión es diferente: la
articulación de la misma sustancia sonora actúa así de manera varia-
ble. Se puede afinar la comparación, por decirlo de algún modo,
aproximando esta vez no sólo dos universos sonoros relativamente
alejados el uno del otro sino, por ejemplo, varias lenguas naturales
que tienen entre sí numerosos rasgos comunes.
Veamos un caso muy simple que afecta al campo de las vocales, a
saber la diptongación. Se llama diptongo a una vocal «que cambia
una vez de timbre en el curso de su emisión, de tal manera que se es-
cucha cierta cualidad vocálica al comienzo del diptongo y otra al fi-
nal» 5• El antiguo francés comprendía numerosos diptongos, algunas
de cuyas huellas conserva la escritura (aube, coup, feutre, jleur,
haut). Hoy día se conservan pocos diptongos en francés hablado
(salvo, tal vez -pero esto es discutido por muchos lingüistas-, en
pied, travail, etc.), mientras que otras lenguas se hallan bien provis-
tas, tal como el inglés, que incluye, tal vez, una quincena (del tipo:
bear, boat, boy, house, fine, take, etc.). En ese caso, el aprendizaje de
la lengua extranjera, aquí el inglés por un francés, consistirá, entre

5 Ésta es la definición propuesta por el Dictionnaire de linguistique, París, La-


rousse, 1973.
30 Análisis semiótico del discurso

otras cosas, en pasar de un tipo de articulación del sistema vocálico a


otro claramente diferente. Desde el punto de vista del francés, la
diptongación es interpretable como la segmentación de una vocal en
dos elementos vocálicos distintos: en un caso extremo, tal vez un
francés estaría tentado de oír en house, por ejemplo, dos vocales con-
tiguas (como en francés: chaos, pays, etc.), mientras que el inglés
sólo escucha una unidad. Con este ejemplo se ve, en todo caso, que
las lenguas naturales pueden proponer articulaciones diferentes en el
nivel de la forma de la expresión.
En todos los casos que dependen del dominio verbal, la sustancia
de la expresión -sin la cual ninguna forma sería posible- puede
ser concebida, al menos, como el continuum acústico-fisiológico, tal
y como es estudiado, por ejemplo, por la fonética. Se sabe que el oí-
do humano es sensible sólo a sonidos que se sitúan -en una especie
de banda continua- entre los infrasonidos (= vibraciones cuya fre-
cuencia es inferior a 20 ciclos-o períodos-por segundo) y los ul-
trasonidos (más allá de 20.000 ciclos/segundo). La longitud de esta
banda es relativamente importante: en nuestras conversaciones coti-
dianas únicamente aprovechamos una mínima parte ( de 60 a 350 ci-
clos/segundo más o menos). Recordemos que la música, por su parte,
emplea un registro mucho más extenso. Es decir, ciertas articulacio-
nes diferentes -que constituyen unidades discretas- son posibles
en la misma banda sonora, tomada como sustancia de la expresión.
Otro dato comparable: el campo del color. Nadie ignora que la
descomposición de la luz blanca, ora por medio de un prisma ora
gracias al arco iris, ofrece a la mirada una larga cinta luminosa colo-
reada. Como en el caso de los sonidos, ésta se extiende, en realidad,
mucho más allá de nuestras capacidades visuales: los infrarrojos y los
ultravioletas escapan, efectivamente, a nuestra percepción de la mis-
ma manera que los infrasonidos y los ultrasonidos. Según lo expues-
to, el espectro luminoso se presenta, también, como un continuum
-visual, en este caso- en el cual nuestra cultura nos ha enseñado a
separar, a aislar seis colores diferentes (rojo, naranja, amarillo, verde,
azul, violeta); ello no quiere decir, sin embargo, que el paso del uno
Cuestiones previas y perspectivas 31
al otro no se haga de manera progresiva, continua, casi insensible-
mente, de tal suerte que, como veremos más adelante, otras socieda-
des pueden proponer una articulación diferente (que no será, enton-
ces, ni más ni menos «verdadera» que la nuestra) de la misma cinta
visual considerada como sustancia de la expresión, es decir, como
otra forma de la expresión.
Pongamos un último ejemplo. Hemos llamado la atención más
arriba sobre una tira cómica sin palabras ni color, para subrayar la co-
rrelación entre significante y significado 6 • En ese caso, decíamos,
sólo tenemos puntos, líneas curvas o rectas, etc., todo dispuesto en el
interior de cada viñeta. Allí podría identificarse la sustancia de la
expresión con un extenso rasgo negro continuo y simple, por así de-
cirlo, el mismo que una vez articulado, recortado en segmentos más o
menos largos, daría lo que vemos de hecho en la hoja, a saber, pun-
tos, líneas, etc. Si se quiere una mayor precisión, hay que añadir que
la forma de la expresión no obra, en ese caso, solamente sobre los
fragmentos del rasgo original presupuesto, sino también sobre su po-
sición, su orientación en la superficie diseñada: debemos constatar,
pues, que la hoja (blanca) que les sirve de soporte también forma
parte de la sustancia de la expresión y que, por el solo trazado de los
rasgos, se encuentra igualmente articulada de modo complementario.
Para confirmar esta afirmación, nos es suficiente remitimos a la cu-
bierta de una obra de André Breton, Clair de ferre (París, Gallimard,
1966), donde, para percibir lo que está escrito, no hay que leer
-como lo hacemos habitualmente- lo negro sobre lo blanco (el
fondo), sino exactamente a la inversa. De manera parecida, y según el
mismo principio, se podría abordar la descripción de los diferentes ti-
pos de escritura del mundo entero, ya se trate del griego, del hebreo,
del árabe, del cirílico, del chino o de los caracteres latinos; todos
ellos están constituidos a partir de una misma sustancia de la expre-
sión, una especie de rasgo ininterrumpido presupuesto, que cada es-

6
Véase, en especial, J. Courtés, Sémantique de /'énoncé: applications pratiques,
París, Hachette, 1989, 4.ª parte.
32 Análisis semiótico del discurso

critura va a articular y disponer en el papel de manera original (sin


olvidar, por cierto, el conjunto de las posibilidades de variación
-con la interpretación semántica correspondiente, si se requiere-
tanto en lo que concierne a la escritura manuscrita como a los carac-
teres impresos), a fin de obtener, por ejemplo, en nuestra cultura, pa-
labras, signos de puntuación, disposiciones en parágrafos, capítulos,
etcétera.

1.1.3.2. Contenido
A semejanza de la expresión, el contenido debe ser aprehendido a
su vez, según la hipótesis hjelmsleviana, sea como sustancia sea co-
mo forma. El gran lingüista danés identifica la sustancia del conteni-
do con una especie de «nebulosa» semántica original, con un conti-
nuum amorfo de «significación» 7, comparable desde ese punto de
vista al continuum acústico-fisiológico o visual evocado anteriormen-
te: tenemos ahí una «materia» (en inglés: purport) -en sentido
hjelmsleviano- presupuesta por las diferentes formas del contenido
susceptibles de aprehenderlo. El simple hecho de que diversas articu-
laciones, en ese nivel, puedan ser propuestas por un mismo universo
semántico dado, permite pensar que éste tiene, si se quiere, una exis-
tencia independiente de todas las formas que le son concretamente
aplicadas. Se trata, como se ve, de una simple presuposición lógica;
como tal, ella, sin embargo, no nos obliga, en absoluto, a tomar una
posición filosófica en términos de «realismo» o de «idealismo».
A calidad de primer ejemplo, volvamos -pero esta vez en el
plano del contenido- al campo del color, dejado más arriba en sus-
penso. Esta «zona de sentido» 8 , que es globalmente el universo del
color, admite, según las lenguas, decíamos, articulaciones semánticas
diferentes. L. Hjelmslev compara a este respecto algunos datos de la
lengua francesa con el kimrico (= uno de los principales dialectos del

7
Véase Essais linguisliques, pág. 115.
L. Hjelmslev, Prolegomenes a une théol'ie du langage, París, Ed. de Minuit,
K
1971, pág. 76.
Cuestiones previas y perspectivas 33
céltico en Gales); muestra así, en la práctica, la no-concordancia de
los dos paradigmas que se remiten a un mismo universo de sentido.
En kimrico, escribe L. Hjelmslev,
gwyrdd
«vert» ('verde') es en parte gwyrdd y vert
en parte glas, «bleu» ('azul') corres-
ponde a glas, «gris» ('gris') es bien
bleu glas
glas o bien llwyd, «brun» ('pardo')
corresponde a llwyd; lo que quiere
decir que el dominio del espectro gris
comprendido por la palabra francesa
vert está, en kimrico, atravesada por llwyd
brun
una línea que remite en una parte al
dominio abarcado por el francés
bleu, y que la frontera que traza la lengua francesa entre vert y bleu
no existe en kimrico; la frontera que separa bleu y gris le falta
igualmente, lo mismo que la que opone en francés gris y brun; al
contrario, el dominio representado en francés por gris se halla, en
kimrico, cortado en dos, de tal manera que la mitad se refiere a la
zona del francés bleu y la otra mitad a la de brun. Este cuadro es-
quemático muestra inmediatamente la no-concordancia de las fron-
teras (op. cit., pág. 77).

Ante estos casos, se comprende mejor la turbación de los traduc-


tores cuya misión es encontrar y proponer equivalentes semánticos
cuando se pasa de una lengua a otra.
En sentido similar, podemos reproducir otra estructuración semán-
tica del campo del color presentada, esta vez, por H. A. Gleason 9:

francés índigo I ('azul')


bleu I vert I jaune
('verde') ('amarillo')
orange 1 rouge
('naranja')
('añil') ('rojo')
chona cipswuka 1 citema 1 cicena cipswuka
bassa hui 1 ziza

9
En !ntroduction ala linguistique, pág. 9.
ANÁLISIS SEMIÓTICO. -2
34 Análisis semiótico del discurso

Precisemos que el chona es una lengua de Zambia y el bassa de


Liberia. El chona, comenta nuestro autor, divide pues el espectro en
tres apartados ya que sus extremos tienen una sola y misma denomi-
nación (cipswuka). Desde luego que, añade, cada uno de esos tres
colores de base alude, en cada caso, a ciertas especificaciones, como
es el caso del francés -o del español- en que el rojo puede ser
«guinda», «escarlata», «púrpura», «bermejo», «naranja», etc. y el
verde puede ser «oscuro», «suave», «esmeralda», etc. El bassa, por su
parte, sólo dispone lingüísticamente de dos clases generales de colo-
res y admite, evidentemente, complementos especificativos. «La con-
vención -dice H. A. Gleason- que consiste en dividir el espectro
en tres (o dos) partes en lugar de seis, no depende de una diferencia en
la percepción visual de los colores, sino que representa únicamente
una diferencia en la manera en que la lengua clasifica o estructura los
colores».
Es claro que la cuestión no radica en saber cuál es la categoriza-
ción más «verdadera». A este respecto, el autor anota (pág. 10) que
los botánicos (franceses), al ocuparse de las flores, disocian dos se-
ries: de un lado, el amarillo, el naranja y el rojo; del otro, el azul, el
violeta y el rojo violáceo. Ocurre algo semejante con el caso del
bassa, ya que estos botánicos han debido crear dos palabras france-
sas, xanthique ('xántico') y cyanique ('ciánico'), respectivamente,
para designar lingüísticamente esos dos conjuntos.
Cambiemos de terreno y tomemos nuestros dos últimos ejemplos
de L. Hjelmslev 10 • La idea general de «fraternidad» -tomada aquí
como una especie de «nebulosa» de sentido, como la sustancia del
contenido- se manifiesta según formas lingüísticas variables. A di-
ferencia del húngaro, por ejemplo, el francés (y el español) sólo dis-
pone(n) de dos térrninos,Jrere ('hermano') y soeur ('hermana'), a los
que es obligado añadir un adjetivo como «ainé» ('mayor'), «cadet»
('menor') para desarrollar un sistema especificador; el malés es, a

111
En Essais linguistiques, pág. 113.
Cuestiones previas y perspectivas 35

este respecto y por así decirlo, todavía más pobre ya que sólo tiene
una palabra:

húngaro francés malés


'frere ainé'
('hermano mavor') batya frere
'frere cadet' ('hermano')
('hermano menor') ocs
sudara
'soeur ainée'
('hermana mavor') néne
soeur
'soeur cadette' ('hermana')
bug
('hermana menor')

Sucede prácticamente lo mismo con la noción general o universo


semántico del francés «bois»:

francés alemán danés


arbre
('árbol') Baum trae

bois Holz
('bosque')
skov
Wald
foret
('selva')

Podríamos multiplicar los ejemplos hasta el infinito. En lo que


insistiremos, sobre todo, es en el hecho de que el contenido no puede
ser finalmente aprehendido sino a través de una forma; la sustancia
del contenido se encuentra presupuesta, pero fuera del alcance de las
ciencias del lenguaje. En cuanto a esos diferentes desfases entre los
paradigmas lingüísticos, ciertamente ellos confirman la hipótesis
semiótica general sobre la relativa independencia del lenguaje en re-
lación al referente (vid. infra).
36 Análisis semiótico del discurso

Ésta es, en definitiva, la concepción hjelmsleviana del signo que


incluye completamente el punto de vista saussureano, según el cual
«la lengua es una forma y no una sustancia» 11 • La Jorma semiótica
(que asocia la forma de la expresión y la forma del contenido) es la
única que depende del lenguaje, mientras que la «materia» (o las dos
sustancias) es (son) solamente presupuesta(s) por la existencia de las
formas, como lo indica el siguiente esquema:

signo

expresión contenido
1
1
sustancia forma forma sustancia

l .......... T.........:
forma
semiótica
·····································r·······································
materia

Señalemos, para terminar este apartado, que una misma sustancia,


fónica por ejemplo, puede ser articulada de diversas maneras y según
formas diferentes: éste es el caso, como ya hemos señalado, del len-
guaje verbal y del lenguaje musical. A la inversa, como lo subraya
L. Hjelmslev, «una misma forma puede ser manifiesta, por ejemplo,
por una sustancia fónica y una sustancia gráfica» 1\ lo cual ocurre,
nos parece, cuando una lengua natural tiene una escritura cuasi foné-
tica; en todo caso, la existencia y el empleo del API (= Alfabeto fo-
nético internacional) desde 1888 confirman la tesis hjelmsleviana.

11
En Cours de linguistique générale, pág. 169.
12
En Essais de linguistique, pág. 116.
Cuestiones previas y perspectivas 37

1.1.4. ISOMORFÍA Y CORRELACIÓN ENTRE EX-


PRESIÓN Y CONTENIDO: EL CORTEJO FÚNEBRE

Entonces, según el esquema precedente, la conjunción de la for-


ma de la expresión y de la forma del contenido -llamada también
semiosis o función semiótica- define el signo. Si la enseñanza del
maestró danés se sitúa correctamente en la línea de su colega ginebri-
no F. de Saussure (quien veía en el signo una relación de presuposi-
ción recíproca entre el significante y el significado, relación según la
cual el significante no puede ser otra cosa que el significante de un
significado, y el significado el significado de un significante), inau-
gura, al mismo tiempo, nuevas perspectivas, precursoras de otros ti-
pos de aproximación.
La primera ventaja de las proposiciones hjelmslevianas es, como
hemos dicho, recordarnos que la expresión (o el significante) y el
contenido (o significado) no pueden ser aprehendidos, al menos en el
marco de las ciencias del lenguaje, sino como forma, ya que la sus-
tancia parece depender de otras disciplinas, pues a diferencia de la
lingüística o de la semiótica, se inscribe en el campo de otras ciencias
humanas - tales como la filosofia, la psicología, la sociología, la et-
nología, la historia o la arqueología-, que son aproximaciones de la
sustancia a situarse del lado de la ontología. Al contrario, la semióti-
ca y, más ampliamente, las ciencias del lenguaje, optan decididamen-
te por la forma: en esta perspectiva, el significante y el significado,
lejos de ser entidades amorfas, son plenamente idóneas para recibir
una descripción estructural; ya el eminente lingüista ginebrino recor-
daba con frecuencia que «en la lengua sólo hay diferencias» 13 • Da-
mos por sentado de antemano, que cada uno de los dos planos del
lenguaje -expresión vs contenido- está constituido por una red de
relaciones; la semiótica se quiere dedicar precisamente a su análisis.

13
En Coul's de linguistique génél'ale, pág. 166.
38 Análisis semiótico del discurso

En la primera etapa de la investigación, el esfuerzo se abocó pre-


ferentemente al estudio del signo. Se ha recordado ya que F. de
Saussure, rebasando el estrecho marco del signo lingüísticó, hacía
votos por una verdadera semiología concebida como el estudio de los
sistemas de signos. Es evidente que conviene situar en esta perspecti-
va. entre otros, el trabajo igualmente importante de Ch. S. Peirce y la
notable tipología de los signos que propone. Estas investigaciones se
han impuesto en la comunidad científica y son tal vez semejantes
avances los que nos permiten hoy aventurarnos con mayor seguridad
en nuevas direcciones: de ahora en adelante, nuestro interés no se
centrará tanto en los signos mismos -cuyas clasificaciones estable-
cidas constituyen un logro esencial- como en lo que los constituye
como tales, esto es, en sus componentes.
Desde ese punto de vista -y éste es el otro gran interés de la hi-
pótesis hjelmsleviana-. la distinción propuesta entre la forma de la
expresión y la del contenido permite un estudio separado de los dos
planos del lenguaje. Desde la perspectiva saussureana, ya se ha di-
cho, ninguna semántica (en sentido actual) es posible; en el mejor de
los casos podría dedicarse a una lexicología que tratase del significa-
do sin tener que distanciarse del significante: el contenido queda li-
gado a la expresión. De ahí todos los problemas insolubles, por
ejemplo, vinculados a la definición misma de la palabra. Por otro la-
do, la aproximación saussureana, tal y como ha sido después exten-
samente adoptada y ampliada, quedó muy centrada únicamente en el
signo lingüístico: el enunciado (en sentido amplio) o el discurso no
eran casi tomactos en consideración a la hora de realizar los análisis.
Al disociar los dos planos del lenguaje, L. Hjelmslev realizó un
trabajo innovador: separó la semántica de su relación con el signo
(lingüístico), le otorgó autonomía y la constituyó epistemológicamen-
te en disciplina propia. A partir de esta nueva pauta de investigación,
se consagraron a ella, entre otros, J. D. Apresjan, A. J. Greimas,
J. J. Katz y J. A. Fodor, B. Portier, S. Ullmann y U. Weinreich. Cual-
quiera que sea la posición teórica que ellos adopten, todos tienen en
común un mismo punto de partida: dejan deliberadamente-el plano de
Cuestiones previas y perspectivas 39

los signos para dedicarse al examen de sus elementos constituyentes,


en especial el nivel del contenido (lo que pennite calificarlos de
«semantistas»). De ahí la delimitación progresiva de una verdadera
ciencia de la significación, que es, como se sabe, la finalidad de la
semiótica. Así como el botánico, por ejemplo, no podría limitarse
solamente a la identificación de los vegetales si tiene, entre otros, el
propósito de obtener el sistema subyacente a sus elementos caracte-
rísticos, del mismo modo la semiótica no puede limitarse sólo al pla-
no de la manifestación, aunque se trate de la elaboración de una tipo-
logía indiscutible de los signos: debe dejar atrás ese nivel aparente
para obtener las redes de relaciones que lo subtienden.
Esta autonomía de los planos del lenguaje (expresión vs conteni-
do) no implica de ninguna manera su independencia total. Tal es el
punto de vista adoptado por L. Hjelmslev; henos aquí frente a la
contribución tal vez más sugestiva de este gran lingüista danés, a pe-
sar de que la tesis que adelantó haya podido ser vivamente impugna-
da, especialmente por A. Martinet. En todo caso, después de las pro-
posiciones saussureanas, es como si se hubiera producido una
segunda revolución, que parece encontrarse en el corazón de las in-
vestigaciones semióticas contemporáneas, lo que atestiguan, entre
otros, no sólo los estudios de semiótica literaria, especialmente en el
campo de la poesía -que examinan precisamente las correlaciones
posibles entre significante y significado- sino también los análisis
de semiótica plástica que, siguiendo a J.-M. Floch y F. Thurlemann,
exploran cada vez más el concepto de lo semi-simbólico.
¿De qué se trata? Simplemente del juego de correlaciones posi-
bles entre el plano de la expresión y el del contenido. Siguiendo la lí-
nea de los trabajos de F. de Saussure, la descripción del significante
-¡desgraciadamente sólo en el dominio verbal!- ha progresado
mucho: las investigaciones fonológicas en especial, han sacado a la
luz los rasgos llamados distintivos, es decir, los femas constitutivos
de los fonemas, de los sonidos. Estos rasgos tienen la particularidad de
presentarse esencialmente bajo la forma de categorías fonológicas
de tipo binario: así, por ejemplo, las oposiciones del género agu-
40 Análisis semiótico del discurso

do/grave, compacto/difuso, propuestas por R. Jakobson 14, que ilus-


tran claramente sus famosos triángulos vocálico y consonántico, en
los cuales el eje vertical, articulable en alto vs bajo, debe ser leído
como compacto vs difuso (lo compacto en lo alto, lo difuso en lo ba-
jo) y el eje horizontal (izquierda vs derecha) corresponde a la pareja
grave vs agudo:
a

p
6
p

La innovadora hipótesis de L. Hjelmslev está en postular, sencilla-


mente, que nuestros conocimientos en materia de expresión son apli-
cables, mutatis mutandis, al plano del contenido. Se trata pues de reco-
nocer una relación de isomorfla entre los dos planos del lenguaje: a los
rasgos distintivos (= los Jemas, en el orden lingüístico) de la forma de
la expresión, corresponden otros rasgos de la forma del contenido, lla-
mados sernas; categorías fémicas y categorías sémicas van así a la par
y, si se sigue avanzando, se puede intentar precisar las correlaciones
posibles entre ellas. Se abre así una nueva vía que permite fundamentar
un análisis del discurso poético mucho más riguroso; basta evocar, en-
tre otros, Los gatos de Ch. Baudelaire, soneto que, desde su descripción
por R. Jakobson y C. Lévi-Strauss, ha hecho correr mucha tinta, o
también Los cólquicos de G. Apollinaire, texto estudiado por J. C. Co-

14
Véase Essais de linguistique géné,·ale, pág. 138.
Cuestiones previas y perspectivas 41

quet en su Sémiotique littéraire. Nuestra ilustración abordará preferen-


temente terrenos menos dificiles o no tan bien explorados.
J.-M. Floch, en su estimulante estudio de una tira cómica de B. Ra-
bier titulada Un nido confortable, demuestra cómo se establece una re-
lación semi-simbólica entre los dos planos del lenguaje visual que estu-
dia. A diferencia del símbolo, que actúa en una relación ténnino a
término entre dos elementos de diferente naturaleza (que tendremos
oportunidad de describir en el capítulo consagrado a la semántica)-por
ejemplo, la «balanza» es el símbolo de la <~usticia»-, lo semi-simbó-
lico se establece no de unidad a unidad, sino de categoría a categoría. En
este caso, que sólo es válido evidentemente para esa tira cómica, J.-M.
Floch identifica rápidamente en su análisis 15 una correlación constante
entre una oposición en el plano de la expresión (en este caso: alto vs
bajo) y otra que concierne al plano del contenido (naturaleza vs cultura).
La homologación (según la cual A es a Bloque A' es a B') se formula
en este caso en dos presentaciones gráficas posibles; sea:

alto naturaleza
bajo cultura

sea: alto : bajo : : naturaleza : cultura.


Esto quiere decir que en esa lámina dibujada, los elementos que
-desde el punto de vista del significante (es decir, la disposición to-
pológica en el recuadro)- dependen de lo /alto/ están prácticamente
asociados, en el plano de la interpretación semántica ( o del conteni-
do), a la /naturaleza/; correlativamente, lo que el dibujante ha puesto
en lo /bajo/ debe considerarse, desde el punto de vista del significado,
como dependiente de la /cultura/. La demostración de J.-M. Floch,
subrayémoslo, es plenamente convincente.
La hipótesis semiótica es que tales correlaciones entre el signifi-
cante y el significado o, más exactamente, entre los dos planos del
lenguaje, son a la vez arbitrarias y necesarias. Son arbitrarias en la

15
Véase ?etites mythologies de l'oeil et de /'esprit.
42 Análisis semiótico del discurso

medida en que, en otros contextos, las mismas categorías adelantadas


por J.-M. Floch serán aprovechadas, pero según una nueva correla-
ción. En lugar de:

alto naturaleza alto cultura


- - - - , podríamos tener:
bajo cultura bajo naturaleza

Estas correlaciones parecen necesarias, además, aunque sólo sea


para dar cuenta de la coherencia interna, aquí de un dibujo, allá de un
discurso. Ciertamente, cada autor o artista es libre, por último, de
elegir entre varias correlaciones posibles aquella que más le convie-
ne: lo /alto/ será, por ejemplo, disfórico en un caso, eufórico en el
otro, mientras que, correlativamente, lo /bajo/ será ora eufórico ora
disfórico; dicho esto, el enunciador puede estar más o menos obliga-
do, según el objeto semiótico que produce, a escoger una correlación
dada y de mantenerla, en lo posible, tal cual en su obra: si realiza in-
versiones súbitas de las correlaciones, su mensaje correría el riesgo
de quedar simplemente incomprendido debido a su incoherencia.
La identificación de tales correlaciones se hace posible por la
función de conmutación, que hace explícita la relación de presupo-
sición recíproca (o de solidaridad) entre el significante y el significa-
do, entre el plano de la expresión y el del contenido. Citemos ahora a
L. Hjelmslev:
Dos miembros de un paradigma perteneciente al plano de la ex-
presión (o del significante) son llamados conmutables (o invariantes)
si el hecho de reemplazar uno de sus miembros por otro puede oca-
sionar un reemplazo análogo en el plano del contenido (o en el signi-
ficado); e inversamente, dos miembros de un paradigma del conteni-
do son conmutables si el reemplazo de uno por el otro puede acarrear
un reemplazo análogo en la expresión 16 •

En el análisis de J.-M. Floch arriba mencionado, lo /alto/ y lo


/bajo/ son precisamente conmutables, ya que cuando se pasa del uno
16
En Essais linguistiques, pág. 112.
Cuestiones previas y perspectivas 43

al otro en el plano de la expresión, se debe pasar correlativamente de


la /naturaleza/ a la /cultura/ en el campo del significado.
Añadamos una precisión más: lo inverso de la conmutación pare-
ce ser la sustitución. Dos elementos del plano de la expresión (o dei
contenido) son considerados sustituibles si el reemplazo del uno por
el otro no causa un cambio correlativo en el plano del contenido (o de
la expresión) y viceversa; la sinonimia, por ejemplo, depende clara-
mente del procedimiento de sustitución.
Hagamos notar, por último, que esas correlaciones entre los dos
planos (expresión/contenido) del lenguaje no se aplican, sin duda, a
todos los objetos susceptibles de ser descritos semióticamente: nues-
tros ejemplos, como acabamos de ver, sólo conciernen casi al domi-
nio artístico. Por el contrario, ese mismo juego de homologaciones
entre categorías puede ser realizado, en el interior mismo del conte-
nido (vid. infra), entre los diferentes niveles que pueden articularlo
(del tipo nivel figurativo vs nivel temático que ilustraremos en el
capítulo 3, consagrado a la semántica).
Para aclarar un poco mejor ese juego de posibles correlaciones
entre expresión y contenido, nos parece oportuno presentar-de ma-
nera sumaria, pero accesible- el análisis de un objeto semiótico
concreto que cada uno puede reconocer según su experiencia: se trata
del «cortejo fúnebre» tal y como era en la Francia rural de los siglos
x1x-xx, antes de que se generalizara (sobre todo en las ciudades) el
uso de los automóviles para los entierros. Nuestro intento de des-
cripción -que tratará de detallarse suficientemente-, tendrá en
cuenta sólo a las personas que siguen la carroza fúnebre; de manera
expresa se dejará de lado la cohorte de monaguillos y clero que consti-
tuye la parte delantera del cortejo, pues esto nos llevaría a dilucidar, es-
pecialmente en el plano antropológico, relaciones mucho más comple-
jas que no interesan aquí. Sea, entonces, el siguiente esquema:

~1 carroza fúnebre 1~----c_o_rt_eJ_· º_____.


44 Análisis semiótico del discurso

En primer lugar, notemos que si ese cortejo tradicional ha·desapa-


recido como tal en las ciudades, permanece todavía vigente hoy en
muchas aldeas de la campiña francesa -como en la que reside el
autor de estas líneas-y de modo más amplio, tal vez en una buena
parte del perímetro mediterráneo, especialmente en los territorios del
Magreb, por ejemplo, aunque los ritos fúnebres varíen según las cul-
turas. Hecha esta aclaración, para simplificar nuestra exposición pre-
supondremos un observador que se considera tiene una visión de
conjunto -ya sea simultánea ya sea sucesivamente- de la parte del
cortejo fúnebre tomado aquí en consideración.
Como punto de partida, consideramos que el cortejo en cuestión
se constituye como un lenguaje, es decir que lo que significa (= el
contenido) es de una naturaleza muy diferente de la que lo significa
(= la expresión). Se presiente ya que el cortejo fúnebre comporta una
especie de doble aspecto: se tiene, de un lado, la posición de las per-
sonas «en cortejo» que dependería preferentemente del significante
y, del otro, una significación más profunda, del orden del significado,
que no es inmediatamente perceptible, aparente, pero que todo espec-
tador es susceptible de identificar, al menos en nuestra cultura: el as-
pecto «fúnebre» de dicho cortejo.
Si se considera en primer lugar la posición de las personas en re-
lación al cadáver (en la carroza fúnebre), se puede obtener una opo-
sición que articula el continuum del cortejo según la relación /cerca/
vs /lejos/. Esta posición de los miembros del cortejo (cerca/lejos) es
del ámbito del significante, de la expresión, la cual se correlaciona,
desde el punto de vista del significado, con la relación social que tie-
nen con el difunto: en efecto, primero siguen al féretro los parientes
próximos; luego, progresivamente, los parientes más lejanos; a conti-
nuación vienen, por orden, los amigos, los conocidos y, por último
-como sucede a menudo-, los representantes de todas las familias
de la comunidad aldeana. Se supone que, por cortesía, un pariente del
difunto no podría ocupar un lugar al final del cortejo, como tampoco
sería correcto que un simple conocido ocupase un lugar justo· detrás
de la carroza fúnebre. Resulta, entonces, que el espacio es aquí utili-
Cuestiones previas y perspectivas 45

zado para hablar de algo distinto al espacio mismo, a saber, de la na-


turaleza de la relación social que une a los miembros del cortejo con
aquel a quien acompañan a su última morada. Al significante espacial
le corresponde, así, un significado social, de donde surge una primera
homologación posible, del género:

cerca relación social estrecha


lejos relación social distante

Dejemos ahora la carroza fúnebre y examinemos sólo el cortejo


que la sigue. Si se considera a éste como la sustancia de la expre-
sión, se tiene entonces derecho a ver en la posición espacial de los
participantes unos en relación con los otros (y ya no en relación con
el difunto) una forma de la expresión. El observador que ve pasar el
cortejo fúnebre, divisa, efectivamente, algo así como una oposición
bien marcada entre los primeros y las últimas filas: delante del corte-
jo, las personas están próximas unas a otras, tanto en sentido longi-
tudinal (los rangos son similares) como en sentido transversal (los
miembros del cortejo se hallan codo con codo); sin embargo, al final
del cortejo, el espacio es mucho más amplio tanto entre los rangos
como entre las personas de un mismo rango. Se pasa claramente, de
modo progresivo, de una distribución espacial a la otra, de un polo al
otro, de lo /apretado/ a lo /espaciado/.
Hay otras observaciones correlacionables con ésta, como las si-
guientes: se nota, en primer lugar, que aquellos que están delante del
cortejo sólo actúan con el mínimo de gestos requeridos para caminar,
imperturbables, sin movimientos de cabeza, por ejemplo; detrás, por el
contrario, se nota una gesticulación cada vez más marcada. Paralela-
mente, se constata otra oposición entre el /silencio/ de las primeras filas
y el casi /ruido/ de las últimas, siendo incluso posible todas las posicio-
nes intermedias. También, el comienzo del cortejo puede estar marcado
por los /llantos/ mientras que al final suelen, a veces, estallar las /risas/:
sabemos por experiencia que en la cola de los cortejos, a uno u otro se
46 Análisis semiótico del discurso

le suele ocurrir contar ruidosamente las hazañas del difunto, o, en su


defecto, las suyas propias. En el plano ya no sonoro sino visual, agre-
guemos una observación más: desde el punto de vista de la vestimenta,
las primeras filas visten de /negro/ (que junto con el /blanco/, es una
forma del /no-color/: el duelo ¿no se manifiesta de /blanco/ en Extremo
Oriente?) y las últimas de /color/ en las cuales se advierte, desde luego,
a medida que pasa el cortejo, una variedad de tonalidades intermedias:
el gris precede a los colores discretos, no muy llamativos.
Repasemos todas esas oposiciones que podemos vincular a la ar-
ticulación espacial delante/detrás del cortejo fúnebre:

(delante) vs (detrás)

apretado vs espaciado
mínimo de gestos VS gesticulación
silencio VS ruido
llantos vs risas
negro vs color

Se observará, en primer lugar, que esas oposiciones están relacio-


nadas unas con otras: sería, al menos incongruente, el hecho de que al-
guien se situase en medio del cortejo o a fortiori, al final, y llorara o
estuviera vestido de negro riguroso; también, sería incorrecto reir, hacer
ruido, gesticular, ir vestido con colores muy vivos, brillantes, y ocupar
un lugar en los primeros rangos. En otras palabras, lo /apretado/, el
/mínimo de gestos/, el /silencio/, los /llantos/ y el /negro/ van a la par,
de la misma manera que sus términos opuestos.
Dicho esto, unas cuantas categorías -con las que no pretende-
mos agotar el objeto- sólo articulan el plano de la expresión, del
significante, tal cual es registrado por los ojos o los oídos de nuestro
observador. Se plantea, pues, de inmediato el tema del significado
correspondiente. De hecho, dos interpretaciones semánticas son cul-
turalmente posibles, ambas complementarias, pero no ubicables des-
de luego en el mismo nivel.
Cuestiones previas y perspectivas 47
Podría decirse que la primera es de orden más aparente, manifiesto.
Si la sustancia del contenido aparece aquí globalmente identificada con
algo similar a la «existencia humana», lafotma general del contenido
corresponde entonces a la oposición /vida/ vs /muerte/. Es claro que la
/muerte/ se localiza bien en el cortejo «fúnebre»: desde ese punto de
vista, lo /apretado/, el /mínimo de gestos/, el /silencio/, los /llantos/ y
lo /negro/ sirven como soportes significantes a la idea d~ /muerte/. Por
una parte, se nota que esos diversos significantes se sustituyen (en el
sentido definido anterionnente) unos por otros y que, naturalmente, la
presencia de todos no es indispensable para expresar el significado
/muerte/: al fin y al cabo, uno solo sería suficiente (recordemos, por
ejemplo, el minuto de /silencio/ destinado a rendir honores a los difun-
tos). Por otra parte, el hecho de que haya redundancia de significantes
en el cortejo para expresar su carácter «fúnebre» no sirve solamente
-como nos lo recuerda acertadamente la teoría de la comunicación
(y, en su prolongación, la tesis funcionalista)- para su desambigua-
ción: la reiteración de un mismo significado (la /muerte/, en este caso)
por medio de significantes diferentes se parece, de algún modo, al dis-
curso parabólico (vid. infra) que presenta un mismo dato conceptual
bajo expresiones figurativas variables.
Hablar de /muerte/ sólo es posible, evidentemente, con referencia
a la /vida/ y en este punto el análisis semiótico -con sus instrumen-
tos más elementales- pennite tal vez comprender mejor el compor-
tamiento de las últimas filas del cortejo, conducta que ofendía, en
otros tiempos, hasta a los folkloristas algo melindrosos. Debemos,
en efecto, reconocer una estrecha correlación entre el plano de la ex-
presión (constituida por el conjunto de las categorías anteriormente
enumeradas, cuya lista no es seguramente exhaustiva) y el del conte-
nido que articulamos con /vida/ vs /muerte/. Recordando que la ca-
beza del cortejo se halla próxima al difunto, deducimos que lo
/apretado/, el /mínimo de gestos/, el /silencio/, los /llantos/ y
lo /negro/ deben ser asociados a la /muerte/; al mismo tiempo, la otra
extremidad del cortejo, con los rasgos que le hemos atribuido, será
leída como la expresión de la /vida/: lo /espaciado/, la /gesticulación/,
48 Análisis semiótico del discurso

el /ruido/, las /risas/ y el /color/ son otros tantos significantes -sus-


tituibles los unos por los otros- del mismo significado /vida/. Se
comprende mejor así la naturaleza de la correlación planteada entre
los dos planos del lenguaje, expresión y contenido: si en el plano del
significante, por ejemplo, se pasa de un paradigma al otro (de la co-
lumna A a la columna B o a la inversa), en este caso se está obligado
a efectuar una transformación correlativamente similar en el nivel del
significado: éste es, en concreto, el funcionamiento de la prueba lla-
mada de conmutación (antes definida):

A B
apretado vs espaciado
mínimo de gestos vs gesticulación
significante
silencio vs ruido
(expresión)
llantos vs risas
negro vs color
significado
MUERTE vs VIDA
(contenido)

Volvamos, una vez más, al componente espacial para una última ob-
servación relativa al plano de la expresión. Anteriormente hemos aludi-
do al eje /longitudinal/ del cortejo: en relación a la carroza fúnebre, este
eje puede articularse según /precedente/ vs /subsecuente/ y concierne a
todos los miembros del cortejo, incluso si hubiese una tendencia a des-
plazarse hacia atrás en razón de la distancia, ya advertida, cada vez ma-
yor entre las filas. El hecho de desplazarse en el eje del difunto sitúa a
cada uno en relación a la /muerte/, ya sea /lejos/ o /cerca/; desde ese
punto de vista, el cortejo es «fúnebre» en su conjunto, a todo lo largo.
De otro lado, el eje /transversal/ -que, como hemos dicho, está relacio-
nado con la /vida/ - es menos perceptible al comienzo del cortejo, en la
medida en que se reduce al mínimo posible en las primeras filas; en
cambio, es mucho más notable al agrandarse hacia el final del cortejo:
cada uno puede constatar que, en los últimos rangos, el intercambio de
expresiones se da más en el eje transversal (izquierda/derecha) que en el
Cuestiones previas y perspectivas 49
eje longitudinal (precedencia/subsecuencia), como si en este último caso
las personas, incluso las más indiscretas, sintieran algún pudor en rela-
ción al difunto que acompañan.
Si el eje /longitudinal/ es más perceptible /delante/ del cortejo y el
eje /transversal/ lo es /detrás/, no es menos notable el hecho de que a
cualquier altura del cortejo, todo aquel que sigue la carroza fúnebre se
define, espacialmente, por estos dos parámetros: desde dondequiera que
se observe, el cortejo ñmebre no está relacionado teóricamente con la
/muerte/ sino también con la /vida/. En el plano ético, en verdad, algunos
pueden sentirse dolidos -como ya hemos recordado- por el compor-
tamiento de los miembros del final del cortejo y así suelen denunciarlo
en la campiña francesa. Sin embargo, estructuralmente, esta manifesta-
ción de la /vida/ -que algunos encuentran muy ruidosa e incluso des-
cortés- aparece como una necesidad: nos recuerda, finalmente, que la
existencia humana está hecha a la vez, y de modo indisociable, de /vida/
y de /muerte/; el cortejo es «fúnebre» en relación con el difunto que va a
ser enterrado, pero está constituido por personas vivas.
Junto a la pareja vida/muerte, situada en el. plano pragmático y
dependiente de la percepción temporal, hay otra oposición que puede
ser correlacionada y que constituye, en un nivel más profundo, otra
interpretación de orden tímico 17 , otro significado del cortejo fúnebre,
es decir, alegria/tristeza:

A B
apretado vs espaciado
mínimo de gestos vs gesticulación
expresión silencio vs ruido
llantos vs risas
negro vs color
contenido 1 MUERTE vs VIDA
contenido
contenido 2 TRISTEZA vs ALEGRÍA

17
Según el diccionario Petit Robel't, la «thymie» ('timia') es un «humor, disposi-
ción afectiva de base».
50 Análisis semiótico del discurso

Se asociarán así con la /tristeza/ -y estarán en relación mutua de


sustitución- tanto lo /apretado/ como el /mínimo de gestos/, el
/silencio/, los /llantos/ y lo /negro/; igualmente, lo /espaciado/, la
/gesticulación/, el /ruido/, las /risas/ y el /color/ serán considerados,
en este caso, como representaciones de la /alegría/.
Es evidente que entre la /alegría/ de los últimos rangos del cortejo
y la /tristeza/ de los primeros, se insertan varias posiciones interme-
dias; así, si los parientes próximos deben estar /tristes/, los amigos se
contentarán con mostrar un aire /serio/. Aquí intervienen todos los
matices posibles: el paso de un polo al otro, en los dos planos de la
expresión y del contenido, se realiza, naturalmente, de manera gra-
dual: las sonrisas furtivas, por ejemplo, preceden a las carcajadas. Se
notará, por lo demás, que no sería posible una relación biunívoca en-
tre tal significante y tal significado: si en nuestro caso los /llantos/
están asociados a la /tristeza/, en otros pueden asociarse a la /alegría/
(por ejemplo, «llorar de alegría»; ¿no decía Pascal: «Alegría, alegría,
llantos de alegría»?). Por el contrario, tenemos la costumbre de ver en
la /risa/ la expresión de la /alegría/ 18 , pero no ocurre siempre así, por
ejemplo, en la expresión «risa nerviosa»; es decir, sencillamente, se-
gún los contextos un mismo significante será el soporte de diferentes
significados: encontramos ahora lo que en lingüística tradicional
-mencionada más arriba- se designa con el nombre de homoni-
mia (ya se trate de homofonía o de homografia).
A la inversa, como ya hemos observado a propósito de las po-
sibilidades de sustitución, un mismo significado puede expresarse
a través de diversos significantes (como sucede en el caso de la si-
nonimia). En el examen de nuestro cortejo fúnebre, el elemento
perceptible con más inmediatez es la articulación espacial según el
juego /delante/ y /detrás/. Sustituyamos ahora este eje espacial por
un eje temporal, que va del /comienzo/ al /final/; podríamos estu-

IR Véase, por ejemplo, la definición de risa en el diccionario Petit Robert:


«Expresar alegría ampliando la abertura de la boca ... »; y el DRAE: «Movimiento de
la boca y otras partes del rostro, que demuestra alegría». (N. del T.)
Cuestiones previas y perspectivas 51

diar así, por ejemplo, «el banquete mortuorio», pues es verdad que
nuestras tradiciones nos invitan a descubrir cierto grado de paren-
tesco entre la organización subyacente al cortejo fúnebre y el desa-
rrollo del banquete mortuorio. Esto confirma, a su manera, la
comparación semiótica: al /comienzo/ del banquete como /delante/
del cortejo, se manifiesta la /tristeza/, reina allí el /silencio/, donde
cada cual se asocia, por así decirlo, a la pena de los parientes del
difunto; luego, progresivamente, a medida que transcurre el ban-
quete (o yendo hacia /detrás/ del cortejo), las lenguas se desatan
poco a poco, al principio de manera muy discreta, después, insen-
siblemente, se hacen más atrevidas. A los /llantos/ posibles del
comienzo del banquete (o del cortejo), le suceden algunas miradas
furtivas antes de que se perfilen las tímidas sonrisas que anuncian
ya la /vida/. No era raro, además, con ayuda del vino, de ver en
nuestras campiñas terminar esos banquetes mortuorios ruidosa-
mente, con /alegría/; ya se trate del cortejo fúnebre o del banquete
mortuorio, dedicados -por definición- a la /muerte/, en uno y
otro caso la última palabra parece volver a su término contrario, a
la /vida/.
Esta sucinta descripción del cortejo fúnebre nos lleva a destacar
un aspecto metodológico. Hablar de forma, como hemos dicho,
equivale a presuponer la presencia de redes de relaciones, de estruc-
turas, tanto en el plano de la expresión como en el del contenido.
Todo nuestro pequeño análisis consiste, como se ve, en pasar del
continuum del cortejo a su articulación según las oposiciones enu-
meradas, dado que el sentido -como nos enseña F. de Saussure-
es sólo perceptible, finalmente, gracias a un juego de diferencias.
Articular lo continuo(= la sustancia hjelmsleviana amorfa) equiva-
le, por supuesto, a fragmentarlo por el hecho mismo de las unida-
des discretas que pueden encontrarse allí. Esto nos lleva a insistir
sobre otra característica del lenguaje: que no sólo es biplano (signi-
ficante/significado o expresión/contenido), sino que es también ar-
ticulable. De ahí la posibilidad de proceder a su análisis, en sentido
literal, a su descomposición (analusis, en griego) en elementos
52 Análisis semiótico del discurso

constituyentes, tanto en el plano del significante como en el del


significado.
Decir que el cortejo fúnebre es un todo, implica subrayar su natu-
raleza continua, y afirmar que tiene sentido supone necesariamente
proyectar lo discontinuo sobre ese continuo 19 : al identificar todo el
juego de las relaciones subyacentes se accede, un poco, a su inteli-
gibilidad. El reconocimiento de las relaciones implica la existencia de
términos a los que ellas remiten. Desde este punto de vista, nuestro
ejemplo del cortejo es, ciertamente, más interesante que una ilustra-
ción de tipo lingüístico, en la medida en que nuestra descripción pue-
de pennitirse ser más ingenua y también más elemental; aquí, en
efecto, contrariamente a la tradición lingüística, las unidades no son
dadas de golpe y porrazo sino que deben ser construidas a partir de
las redes de relaciones empíricamente identificadas.
Limitémonos ahora sólo al plano de la forma de la expresión con
la única oposición de los /llantos/ y las /risas/. Se trata de una rela-
ción bien establecida que delimita, si se quiere, dos segmentos dife-
rentes y contrarios en el continuum del cortejo. A decir verdad, como
hemos observado, no se pasa directamente de los /llantos/ a las /risas/
o inversamente: mientras se permanezca en el nivel de la percepción
global del cortejo, la transición de un polo al otro es de naturaleza
progresiva; pero desde el momento en que se quiere hablar del tema,
es obligado hacer el análisis, introducir, pues, una segmentación ade-
cuada. Planteamos, entonces, que el continuum que se extendería de
los /llantos/ a las /risas/ es articulable y que el paso de un polo al otro
se efectúa, en realidad, de manera gradual, siendo cada paso (gradus,

19
En esta obra de introducción, presentaremos sólo una semiótica de lo disconti-
nuo, la única que nos parece más accesible por ahora. En este sentido, es necesario
prever, seguramente, una semiótica de lo continuo, esa misma que anuncia ya, por
ejemplo, la aspectualización (vid. capítulo 4) que sustituye lo categorial por lo gra-
dual; o el estudio de las modalidades tensivas realizado por C. Zilberberg: este segun-
do aspecto de la aproximación semiótica dará cuenta y razón, por ejemplo, de los fe-
nómenos de estesia (que aparece en la fusión parcial del sujeto y del objeto) y también
de la aprehensión del devenir.
Cuestiones previas y perspectivas 53

en latín) a la vez distinto y relativamente próximo del que lo precede


o lo sigue. Sea, pues, por ejemplo, la siguiente distribución:
1/delante/ cortejo /detrás/ J

1 /11 antos/ vs /risas/ 1

(prioridad del eje longitudinal: (prioridad del eje transversal:


en dirección al difunto) en dirección a los vivos)
Signifi-
cante: ¡llantos¡ ¡ rostros graves¡ ¡rostros sosegados¡ ¡sonrisas/risas¡
Signifi-
cado: ¡/tristeza/¡¡ /gravedad/ ¡ /serenidad/ ¡¡ /alegría/ ¡

Por arbitraria que sea esta segmentación en los dos planos del
significante y del significado, pretenderá mostrar, sin embargo, la
dirección que debe tomar todo análisis semiótico: la localización de
las unidades, por muy relativa que ésta sea, es uno de los primeros
objetivos de nuestro proceder. Su identificación es función, natu-
ralmente, del doble procedimiento antes tratado: conmutación vs
sustitución. Sin duda alguna, la articulación lograda es plenamente
discutible aunque sólo sea en el nivel de las denominaciones rete-
nidas (que lo son en función de las posibilidades de lexicalización
en español), pero por lo menos trata de establecer una estrecha co-
rrelación entre los dos planos del lenguaje: evidentemente es esa fi-
delidad a la relación significante/significado la que permanece y
deja la marca específica de todo análisis que quiere ser semiótico.
Y lo que es más, como destaca nuestro diagrama, la isomorfia,
postulada entre el plano de la expresipn y el del contenido, permite
con seguridad evitar que no se pierda de vista, en cualquier momen-
to de la descripción, ninguno de los dos planos del lenguaje.
Aunque nuestro análisis del cortejo fúnebre se interrumpe aquí,
por no haber podido presentar todavía el instrumental metodológico
(objeto de los capítulos 2, 3 y 4) necesario para proseguirlo, es con-
veniente diseñar sus posibles prolongaciones. Una vez reconocidas
las unidades, como venimos diciendo, será necesario precisar qué re-
54 Análisis semiótico del discurso

laciones mutuas las unen. Tomemos un caso muy conocido por el


lector, el de la gramática tradicional. Se sabe que ésta se articula glo-
balmente en dos partes fundamentales, una consagrada a la morfolo-
gía (que estudia las palabras y las transformaciones que las afectan) y
la otra reservada a la sintaxis, esto es, grosso modo, al examen de las
relaciones que mantienen entre sí las unidades identificadas en la fra-
se (e incluso, al estudio de las relaciones de relaciones; por ejemplo,
las relaciones entre las proposiciones).
Nuestro cortejo fúnebre podría ser abordado de modo más o me-
nos semejante. En un primer momento, hemos propuesto finalmente
una verdadera morfología, gracias a una articulación del continuum
en unidades discretas; nuestra descripción hubiera debido proseguirse
y -en una especie de sintaxis, llamada entonces narrativa (capítulo
2)- habría analizado la posición de cada unidad en relación con las
otras, pues el cortejo no es solamente un juego de oposiciones
(situadas en el plano llamado «paradigmático»: vid. infra) sino tam-
bién una «historia» (en el nivel «sintagmático») que es contada a los
transeúntes, al observador. Desde la /tristeza/ hasta la /alegría/ hay un
recorrido que obedece a ciertas reglas (que explicaremos en seguida).
Sería dificilmente imaginable, por ejemplo, una distribución inversa
del cortejo, según la cual /delante/ estaría correlacionado con las
/risas/ y la /alegría/, y /detrás/ (que precedería directamente, en este
supuesto, a la carroza fúnebre) con los /llantos/ y la /tristeza/; en ese
caso, se iría de la /vida/ a la /muerte/. De hecho, desde el punto de
vista del observador (y cada uno puede constatarlo de visu), el cortejo
fúnebre comienza con la /muerte/ y acaba con la /vida/: esta orienta-
ción no es insignificante, pues es la misma que se encuentra, por
ejemplo, en los cuentos maravillosos donde el relato comienza con
una situación desgraciada, dificil, y concluye con un estado eufórico
final. A diferencia de otros tipos de relatos que van de la felicidad
inicial a la disforia final (por ejemplo, un relato policial que «termina
mal»), nuestro cortejo fúnebre es, en definitiva, una historia que
«t~rmina bien».
Cuestiones previas y perspectivas 55

1.2. PERSPECTIVAS DEL ANÁLISIS

1.2.1. PRINCIPIO DE INMANENCIA:


LA AUTONOMÍA DEL LENGUAJE

1.2.1.1. Distancia entre el lenguaje y la realidad


El problema planteado por la naturaleza de las relaciones que
unen «las palabras y las cosas», para retomar el título de la obra clá-
sica de M. Foucault, no data de ayer. A través de los siglos, una doble
tendencia se viene afirmando constantemente: tan pronto se considera
que el lenguaje constituye una representación de la realidad (al no
poder el signo ser otra cosa que signo de algo situado fuera del len-
guaje, haciendo las veces de un dato ausente, por ejemplo) como por
el contrario -al menos después de la retórica y la sofistica-, se
afirmará que el lenguaje es más bien independiente en relación a lo
real.
Sin remontarnos a las grandes p9lémicas de la antigüedad griega,
citemos solamente la gran corriente, que nos es más próxima, del
nominalismo que, en el siglo x1v, bajo el impulso de Guillermo de
Occam, sostenía que no nos podemos pronunciar sobre el ser o la
existencia de las cosas, sino únicamente sobre las denominaciones
que las designan; en esta perspectiva se sitúa, por ejemplo, la doctri-
na llamada del «nominalismo científico» en la cual se vacían de
contenido las nociones de verdad o de conocimiento de lo real en
provecho de la eficacia, del éxito empírico: ¿no decía Condillac que
«el arte de razonar se reduce a una lengua bien hecha»? 20 • El movi-
miento filosófico contrario, el realismo, adopta la tesis inversa: en
esta última perspectiva, algunos sostendrán, por ejemplo, que el ser o

°
2
Citado por A. Lalande, Vocabulaire technique et critique de la philosophie,
París, Presses Universitaires de France, 1972, pág. 686.
56 Análisis semiótico del discurso

la naturaleza de las cosas son independientes de la percepción o de la


interpretación que se puede dar de ellos; dicho con otras palabras,
que lo real existe fuera del pensamiento, que éste no podría ser su
producto. Más allá del campo de la filosofia -que nos llevaría de
inmediato mucho más lejos, si sólo quisiéramos hacer algo explícitas
las principales posiciones teóricas, variables ellas mismas según las
épocas y las escuelas (hay así diferentes tipos de «realismo»)-, esta
oposición entre dos concepciones contrarias sobre el estatuto del len-
guaje se encuentra aún hoy en las ciencias humanas. Incluso si la
opción elegida no es siempre absolutamente explícita, ésta incluye, a
menudo, tal o cual posición teórica o metodológica.
En lingüística, y más ampliamente en semiótica, el problema de
la relación entre lenguaje y realidad parece que se plantea hoy glo-
balmente de la siguiente manera. Algunas escuelas se verían más
tentadas de decir que las palabras «se adhieren» a las cosas, que no
hay-al menos al comienzo, o en principio- distancia alguna entre
el lenguaje y aquello de lo que se habla. Esta tendencia parece encon-
trarse, por ejemplo, en muchas de las teorías lingüísticas norteameri-
canas que, sólo para admitir el hecho de que la mentira contradice la
adecuación «nonnal» entre el discurso y la realidad, se han visto
obligadas a introducir en sus descripciones, máximas de «benevo-
lencia», de «caridad» o, como H. P. Grice, un «principio de coopera-
ción», para justificar el funcionamiento normal, feliz, de la comuni-
cación intersubjetiva en el marco de la conversación. Para tener
éxito, una comunicación semejante presupone, de este modo, una es-
pecie de contrato moral, de tipo fiduciario, según el cual cada uno de
los dos coparticipantes del intercambio verbal se compromete im-
plícitamente a conducirse como «hombre honesto», a hablar confor-
me a la «verdad». Dicho de otro modo, si se parte del principio según
el cual el lenguaje es como una expresión de la realidad, se deben
entonces, para el caso en que no hubiese ninguna adecuación entre
ellos, prever garantías suficientes.
Un punto de vista muy diferente parece caracterizar a Europa oc-
cidental. Con K. Marx en economía, S. Freud en psicoanálisis, F. de
Cuestiones previas y perspectivas 57
Saussure en lingüística -pioneros de los que se ha dicho, al menos
de los dos primeros, que eran «maestros de la sospecha»-, el len-
guaje es considerado como lo que revela tanto, o más, de lo que es-
conde. De ahí surge el recurso a las oposiciones reconocidas hoy por
nosotros como primordiales entre, por ejemplo, la superestructura y
la infraestructura en el vocabulario marxista tradicional; entre el
contenido manifiesto y el contenido latente, en psicoanálisis; entre
las estructuras de superficie y las estructuras profundas en lingüís-
tica y, de modo más amplio, en semiótica; entre lo fenoménico y lo
nouménico que Kant recuperó de la tradición escolástica; y hasta la
distinción, empleada en general y, a veces, repetida en lingüística,
entre fenotipo y genotipo.
Estos puntos de vista sobre el problema lenguaje/realidad nos
incitan a proceder ahora a una especie de «estado de la cuestión»,
antes de proponer algunas perspectivas nuevas. Reconozcamos de
inmediato, como una primera evidencia, la gran distancia posible
que puede haber entre el lenguaje y la realidad, como lo atestigua,
entre otros, decíamos, el solo hecho de la mentira. Frente a un dato,
toda interpretación -siempre necesaria- queda sujeta a caución.
Todo el· mundo recuerda que cuando los tanques soviéticos entraron
en Afganistán, fueron posibles dos lecturas contradictorias: para
unos había que ver en ello un signo de amistad, ya que el pueblo
soviético se presentaba como el salvador de un país en desgracia;
para los otros, se trataba de una invasión intolerable, de un atentado
a la libertad. Dos lenguajes, por lo tanto, a nivel interpretativo; pero
¿dónde estaba, entonces, la «verdad», la «realidad»? Frente a una
huelga dada, pueden ser igualmente propuestas diversas interpreta-
ciones por los diarios de la mañana: la misma realidad da lugar, así,
a lecturas que no son necesariamente convergentes. Otro ejemplo
admisible: una misma fotografia -de la que cada uno está tentado
en creer que representa la realidad lo más fielmente posible- se
presta fácilmente a comentarios divergentes, incluso a significacio-
nes contradictorias. Consideremos ahora un caso muy simple, la
fotografia de un accidente que presenta un vehículo casi aplastado
58 Análisis semiótico del discurso

contra un árbol en la cuneta de una carretera: en la misma medida


en que ese lenguaje visual no va acompañado de ninguna indica-
ción complementaria, por ejemplo, de naturaleza verbal, queda
ambiguo; puede tratarse, desde luego, de un accidente «verdadero»,
pero también de un accidente provocado adrede, realizado para es-
tudiar in situ, por ejemplo, la resistencia de los materiales utilizados
en la fabricación de automóviles: ¿no se han visto en los Estados
Unidos accidentes de avión realizados por encargo para estudiar los
problemas de seguridad? Se comprenderá entonces por qué una
misma fotografia -que se supone representa, en principio, la
«realidad»- puede aparecer en periódicos de opciones políticas
opuestas.
Detengámonos en otro ejemplo, tal vez más significativo. Se trata
del juicio en un· tribunal donde, de entrada, todo parece suceder más
en un nivel del lenguaje que en el de la realidad. Lo que en primer
lugar llama la atención al semiótico es el hecho de que, según la 'ley
francesa, ningún testigo puede ser parte del jurado: ¿no se esperaría,
lógicamente, que aquel que ha visto cometer un asesinato, por ejem-
plo, sea el primer invitado -dado que es el más competente- a
formar parte del jurado? Se notará, por lo demás, que los jurados son
invitados finalmente a apoyarse no tanto sobre el referente (= lo que
ha pasado) -que los debates tendrán por finalidad evocar- sino
sobre los discursos expuestos en 1& sala: en las audiencias sólo se
pronuncian palabras acompañadas, si es el caso, de algunos gestos,
pero los miembros del jurado no participan, por lo común, en la re-
construcción del crimen.
Es verdad que esas son las condiciones de todos los procesos
desde los que, en la más lejana antigüedad griega, trataban asuntos de
propiedad, hasta los que indirectamente permitieron la aparición de la
retórica como arte de persuadir. ¿No es esta la retórica que encon-
.tramos todavía hoy en el seno de los tribunales?: el fiscal y la defensa
están seguros de hacer creer al jurado la «verdad» de tal o cual tesis,
interviniendo únicamente sobre el lenguaje, sobre la palabra. A veces
Cuestiones previas y perspectivas 59

se presentan ciertamente «piezas de convicción» 21 -como, por


ejemplo, el anna del homicidio, que parece aproximarnos a la «rea-
lidad»- pero, como indica la misma expresión, su presencia tiene
como objeto hacer creer más que hacer saber. No olvidemos, en
efecto, que lo que se pide a los jurados es juzgar, como dice el código
penal, de acuerdo a su «íntima convicción» y sólo en función de lo
que han podido informarse a lo largo de las declaraciones. Y, eviden-
temente, esta «convicción» no debería sustentarse, en las conductas y
gestos reales del asesino que son y quedan fuera de alcance directo,
aun cuando los testigos se hayan servido de ellos; la convicción se
basa en los discursos escuchados día tras día: en primer lugar, los
testigos que comparecen y que van a convertir en palabras lo que sus
ojos han visto o creído ver, lo que sus oídos han escuchado o creído
escuchar; todos los testimonios así presentados constituyen otras
tantas facetas de un mismo acontecimiento, aun cuando no se articu-
len completamente unos y otros, aun cuando, si llega el caso, sean
totalmente contradictorios. Se tiene de este modo algo como las pie-
zas de un rompecabezas, a partir de las cuales el procurador general y
los abogados de la defensa van a tratar de elaborar la historia más ve-
rosímil posible, para conseguir en un sentido o en otro la adhesión de
los jurados; no obstante sabemos, como escribía Boileau, que «lo
verdadero puede a veces no ser verosímil».
Se entiende mejor, entonces, que sea imposible -sólo desde el
punto de vista semiótico- llegar a una definición de la verdad como
la formula el adagio latino: adequatio rei et intellectus. Si el intellec-
tus está claramente presente en los tribunales, la res pertenece a for-
tiori al pasado, y con más frecuencia (salvo, como a veces sucede, en
el caso de una agresión cometida en la misma sala de audiencias) al
orden del más allá. De donde surge la dificultad para los jurados, en
ciertos casos, de formarse una opinión clara; de donde surgen tam-
bién a veces, lamentablemente, los errores judiciales. Dicho esto, lo

21
«Pieces a conviction»: cuerpo del delito. En gracia al análisis que sigue, mante-
nemos la literalidad de la expresión francesa. (N. del T.)
60 Análisis semiótico del discurso

que aparece constantemente en los alegatos finales ante los tribuna-


les, es simplemente la preocupación de los oradores de hacer parecer
verdad: ¿no es éste el gran poder del lenguaje, aquí del discurso,
de emplear marcas específicas para producir, a manera de efectos de
sentido sobre el auditorio, una fuerte impresión de verdad?
Sabemos, por ejemplo, que cuando alguien cuenta una historia y
trata de decir lo que realmente ha pasado, recurrirá espontáneamente
al diálogo: una manera de dar a los oyentes la impresión que ellos
son algo así como testigos de los sucesos narrados. Existen, por su-
puesto, numerosas marcas susceptibles de producir una ilusión refe-
rencial semejante, aunque sólo sea en un texto determinado, gracias
al empleo de los topónimos que penniten un «anclaje» (R. Barthes)
espacial. Como recordábamos con A. J. Greimas, «ciertas sociedades
aprovechan, por ejemplo, la materialidad del significante para señalar
el carácter anagógico y verdadero del significado (la recitación canto
llano -recto tono- de los textos sagrados, la distorsión rítmica de
los esquemas de acentuación, por ejemplo, insinúan la existencia
subyacente de otra voz y de un discurso «verdadero» que ella sostie-
ne)» 22.
Tomemos un ejemplo aún más simple del campo televisivo. En el
transcurso del informativo nocturno, el locutor anuncia una secuencia
tomada en vivo, en el momento mismo en que suceden los hechos; a
la vez que avanza esta secuencia, vemos parpadear en el ángulo iz-
quierdo superior de la pantalla el letrero: «En directo». Este «En di-
recto» tiene visiblemente la función de garantizamos que lo que ve-
mos en ese momento en nuestra pantalla es «verdadero», que
asistimos realmente a lo que pasa lejos en ese mismo instante, que lo
que se ofrece ante nuestros ojos no es resultado de un montaje ni, a
fortiori, de una ficción. Y nosotros, ingenuos telespectadores, la cree-
mos de buena fe con la sola aparición del parpadeo «En directo». Sin
embargo, esa indicación lingüística no es más que una garantía abso-
lutamente relativa. Imaginemos ahora, en efecto, una película proyec-

22
En Semiótica. Diccionario razonado de la teo1·ia del lenguaje, vol. !, pág. 433.
Cuestiones previas y perspectivas 61

tada también en la pantalla. Ese largometraje comienza con la pro-


yección de un determinado telediario, en el transcurso del cual se ve
aparecer súbitamente un «En directo»: hasta aquí nos encontramos
casi en la misma situación precedente, sobre todo si, acabando de en-
cender nuestro aparato de televisión e ignorando la hora que es, no
sabemos si se trata de una obra de ficción, de una película. Pero he
aquí que la cámara parece ahora retroceder y descubrimos progresi-
vamente una familia que ve en ese momento su informativo nocturno.
Está claro que el «En directo» no nos concierne directamente como
espectadores de dicho telediario, sino que éste se dirige a la familia
reunida delante de su receptor; es decir, que la interpretación de la
indicación «En directo» está en función de sus condiciones de em-
pleo: por sí sola no puede ser una garantía de «verdad».
Cambiemos totalmente de terreno. He aquí que acabo de escribir
un libro y, con mi manuscrito bajo el brazo, se lo llevo a mi editor
que acepta publicarlo. Nos hemos puesto ya de acuerdo sobre el títu-
lo. Sin embargo, en el último momento mi editor desearía añadir un
pequeño subtítulo indicativo, que sería algo corno un guiño a los fu-
turos lectores. Él, que conoce bien el texto que le he entregado, reco-
noce que hay varias posibilidades: «Sin cambiar una sola palabra en
todo su libro -me dice-, tiene usted la posibilidad de elegir entre
novela, relato y autobiografia». Así, mi obra puede ser recibida sea ,
como ficción en el caso de la «novela» sea como verdad si aparece
corno «autobiografia» sea, en fin, sin valor realmente veridictorio, si
se le presenta con el subtítulo «relato». Si, finalmente, después de re-
flexionar, yo me decido por «autobiografia», mi lector va a encon-
trarse exactamente en la misma situación del televidente respecto a
«En directo». Tanto en uno como en otro caso, el contenido (del libro
o de la secuencia filmada) no es capaz de garantizar la verdad de lo
que se ha leído o se ha visto; el destinatario no dispone en modo al-
guno -en el texto o en la imagen- de un elemento que le permiti-
ría pronunciarse, con toda certeza, sobre la «realidad», pues, en el ca-
so de mi libro, por ejemplo, si el editor hubiera puesto el subtítulo
novela, el manuscrito no habría necesitado ningún retoque. En esas
62 Análisis semiótico del discurso

dos situaciones, todo se resuelve en la «creencia» que une al lector


con el editor, al televidente con el canal que está viendo: hay aquí, en
efecto, algo así como una especie de contrato fiduciario tácito, pero
debe reconocerse de inmediato que éste no es de naturaleza lingüísti-
ca o semiótica.
Diríamos de buena gana que esta «creencia», este consenso entre
los dos participantes de la comunicación intersubjetiva, es de natura-
leza meta-semiótica, en la medida en que nada -en el plano pro-
piamente semiótico o, más restrictivamente, lingüístico- pennite
garantizar su legitimidad. Si en las primeras líneas de un libro leo,
por ejemplo, el siguiente enunciado:

Él abrió con gran precaución la puerta del rellano, avanzó cuida-


dosamente y descendió sin ruido, en la oscuridad, la sombría escalera
del edificio donde, a disgusto, había pasado la noche,

puedo comprenderlo, por ejemplo, como la descripcion de un acon-


tecimiento real y, en ese caso, se tratará entonces de un discurso de
tipo «realista»; si, por el contrario, esa frase figura al comienzo de un
libro de espionaje, el lector se sentirá intrigado y se preguntará:
«¿Qué es lo que esconde esto?». Es decir que el contenido de un
enunciado sólo es, en definitiva, interpretable en relación al juego
que se establece entre lo que llamamos, en semiótica, el enunciador
(= el destinador del mensaje) y el enunciatario (= el destinatario que
escucha o registra el discurso que le dirigen); a esta importante cues-
tión se consagrará el último capítulo de esta obra.
Concluyamos con un último ejemplo que tiene un alcance bastan-
te general. Hace algunos años tuvieron lugar, en Francia, unas elec-
ciones. En la noche de los resultados Michel Rocard, un político muy
conocido, hizo unas declaraciones por televisión. Ese mismo día, y
sobre todo al siguiente, todos los cronistas de la televisión y también
los de la radio y de la prensa reconocieron unánimente a coro:
«¡Rocard es sincero!». Naturalmente, algunos malintencionados de-
dujeron, entonces, que antes no lo era; peor aún, que si efectivamente
Cuestiones previas y perspectivas 63
lo era, los otros políticos no lo eran ... Por supuesto ¡esto era ir dema-
siado aprisa!, pues ¿qué es la sinceridad? En una primera aproxima-
ción se puede ver en ella una forma particular de la verdad (= ade-
quatio rei et intellectus), con casi una única reserva: que la sinceridad
atañe a la relación de un determinado sujeto con su discurso. La sin-
ceridad como tal, desde luego, no podría aparecer en la pantalla, ya
que obra no sólo con el parecer (es decir, lo que pertenece al orden
de la percepción visual, auditiva, etc.) sino también con el ser corres-
pondiente que escapa, por definición, a toda aprehensión sensible. Si,
entonces, todos los periodistas estuvieron de acuerdo en reconocer de
forma unánime -sólo en relación con la presentación televisiva
de nuestro héroe político- que «¡Rocard es sincero!», se debe nece-
sariamente a que nuestro hombre de izquierda había sabido ofrecer
signos manifiestos de sus estados de ánimo, identificables en la pan-
talla de la televisión.
En otras palabras, sólo desde el punto de vista audio-visual, la
«sinceridad» corresponde a una verdadera construcción semiótica
-según la relación significante/significado- que pone en práctica
ciertos rasgos de la cara, ciertos gestos, ciertas entonaciones, etc.,
gracias a las que el telespectador puede, a su vez, identificar la since-
ridad inmediatamente y sin riesgo de error. Si es verdad que en polí-
tica todos los personajes célebres no son necesariamente sinceros, por
lo menos debe reconocerse que algunos lo son; lo que no quiere decir
que éstos sean capaces de dar claramente esa impresión, frente a las
cámaras de televisión. Alguien puede ser realmente sincero, sin dis-
poner, no obstante, del arte requerido para mostrarlo. Además, con la
difusión e importancia creciente de los medios de comunicación, se
ha visto claramente que los políticos recurren cada vez más a los
«consejeros de la comunicación», quienes les enseñan a hablar con
una elocución óptima, a recurrir a las entonaciones, a los silencios, a
controlar sus gestos y a vigilar su mímica, etc. De pronto, por ejem-
plo, Fran~ois Mitterand ha reducido notablemente sus guiños, que
hace tiempo algunos estuvieron tentados de interpretar en términos
maliciosos, incluso de picardía.
64 Análisis semiótico del discurso

En la pantalla de televisión, la sinceridad -para ser reconocida


como tal- debe expresarse de manera <rjusta» entre un «insu-
ficiente» y un «demasiado»; debe ser acorde con la representación vi-
sual y auditiva que socioculturalmente se espera: el modelo de esta
sinceridad aparente (que no prejuzga en nada su verdad en el interior
del sujeto que la manifiesta en la pantalla) es, por supuesto, particu-
larmente sofisticado y sería necesario un extenso análisis para su es-
tudio aunque sólo sea desde el punto de vista semiótico. En el mismo
sentido pero de manera sencilla, se da el siguiente caso: supongamos
que un canal de televisión quiera presentar la típica imagen del sabio;
llamará entonces a alguien cuya mímica, comportamiento gestual y
verbal evoquen indudablemente un investigador y no, por ejemplo, a
un agricultor; igualmente, el marco donde se va a situar ese personaje
se elegirá en relación y en conformidad con la idea que tiene la gente
del trabajo científico (por ejemplo, el biólogo y sus probetas). Otro
caso distinto, esta vez el del duelo, nos lleva a hacer observaciones
similares: existe, por ejemplo, una manera «apropiada» de llorar al
difunto; en un entierro se puede llorar razonablemente, esto es, ni
demasiado ni poco: el dolor por haber perdido alguien cercano debe
expresarse de manera «conveniente», un llanto a lágrima viva (sobre
todo si es excesivamente alarmante) parecerá incongruente, incon-
veniente, no conforme al código cultural del «saber lloran>.
·En todos los casos, como se dijo al hablar de los juicios en los
tribunales, lo esencial desde el punto de vista del lenguaje es hacer
parecer verdad: esta creación de la ilusión referencial tiene éxito
sólo en la medida en que obedezca a las reglas, explícitas o tácitas,
vigentes en un grupo social. Se comprenderá mejor, entonces, por
qué la semiótica y la lingüística no tienen que pronunciarse sobre la
«verdad» (de carácter ontológico) de los discursos verbales o gestua-
les, por ejemplo, sino más bien sobre su veridicción, es decir, sobre
las marcas que, en esos discursos, producen como efectos de sentido,
una impresión de «verdad». Sólo el lenguaje es pertinente en esas
disciplinas: la realidad parece pertenecer a otro orden de cosas.
Ciertamente, se supone que la verdad se encuentra en alguna parte y
Cuestiones previas y perspectivas 65

parece muy necesaria para el funcionamiento cotidiano de la vida so-


cial, pero desde el punto de vista de las ciencias del lenguaje, ésta se
sitúa en un nivel meta-semiótico, que depende del dominio filosófico,
ontológico o ético: en efecto, como decíamos, ésta hace obrar un con-
trato fiduciario entre enunciador y enunciatario, que, en el marco de lo
vivido, no podría ser sometido a una aproximación científica, objetiva.

El reconocimiento de la gran distancia que existe entre el lengua-


je y la realidad se fundamenta, por lo menos, en el hecho de que, en
el nivel de la forma de la expresión, no hay prácticamente nunca un
parecido riguroso entre ellos. En contradicción con esta tesis se po-
dría oponer ciertamente la existencia de los fenómenos onomatopéyi-
cos que, se supone, imitan la realidad; se daría en este caso algo así
como una superposición posible entre la cosa y su denominación,
como en el caso de crac, gluglu, toctoc, etc. De hecho, incluso en
este restringido campo lingüístico, la semejanza es siempre relativa
desde el momento que se comparan, por ejemplo, diferentes lenguas.
Así, el mismo gallo canta de manera distinta según el lugar donde se
le escucha: en francés se dice cocoricó o coquericó, en italiano quic-
quiriquí, en rumano cucurucú, en alemán kikerikí, en holandés kuke-
lukú, en japonés kokekokkó, ·etc. A pesar de poseer un denominador
común, el fonema /k/, se perciben sin embargo diferencias: es como
si nuestro gallo se amoldara al genio propio de cada lengua.
Fuera de ese caso límite de la onomatopeya, no existe práctica-
mente nunca un verdadero parecido entre el lenguaje y aquello de lo
que se habla. Ello permite comprender que cada cultura, cada lengua,
pueda desglosar de modo diferente el mismo continuum del mundo
tomado en consideración. Hemos anotado más arriba, por ejemplo,
que las lenguas naturales articulan de manera variable el mismo es-
pectro solar y que nuestros seis colores del arco iris no tienen nada de
universales. Pues bien, sabemos que las palabras no abarcan el mun-
do sino una fragmentación de éste, a la vez parcial y relativa, entre
muchas otras posibles. Así, nadie ignora que existen diferentes mane-
ras -en las carnicerías- de descuartizar un buey o un cordero; se-
AN:,1.1s1s s1-:~11(mco.-3
66 Análisis semiótico del discurso

gún las culturas; de manera semejante, es imposible homologar los


paradigmas lingüísticos, los unos con los otros, cuando se quiere pa-
sar de una lengua a otra. Pongamos un ejemplo que nos sea familiar.
Desde el punto de vista de la percepción, un árbol -sobre todo si
tiene las raíces al aire, por ejemplo, al trasplantarlo- se presenta
como un continuum: nuestra cultura nos ha enseñado a segmentarlo, a
aislar las raíces, el tronco (o el tallo), las ramas y las hojas. Las raíces
son comúnmente asociadas a la tierra, a lo bajo, por oposición al
tronco y a las ramas que dependen de lo alto; esta disociación entre lo
que está bajo el suelo y lo que está sobre el suelo es a veces motivo
de duda cuando se trata, por ejemplo, de distinguir el tronco de las
raíces: tal es el caso, entre otros, de los plátanos o de los álamos, cu-
yas raíces emergen algunas veces claramente por encima de la tierra.
Definir el árbol como si sólo comprendiera las ramas -que es lo que
hacen la mayor parte de los diccionarios- entraña dificultades: para
un hispanohablante medio, la palmera entra en la categoría 23 de los
árboles y, no obstante, no tiene rama alguna. ¿Qué decir, entonces, de
la distinción entre árbol y arbusto?
Cuando nos limitamos al terreno lingüístico; casi no se puede
objetar que haya cierto parecido, en el plano de la expresión, entre el
lenguaje y la realidad: la distancia es suficientemente manifiesta
como para parecer indudable. Por el contrario, más de uno estará
tentado de ver una gran proximidad entre lo real y su representación
visual. La fotografía, por ejemplo, hemos aludido antes a ella, parece
ser una imitación bastante cercana del mundo tal cual es percibida
por nuestros sentidos. Y, sin embargo, ¡qué distancia existe entre el
objeto y su representación! Incluso si se deja de lado el parámetro de
la temporalidad (que no es tal vez despreciable en el caso del bambú,
algunas de cuyas variedades son capaces de crecer más de un metro
por día), nos damos cuenta de la enorme diferencia que existe entre
un árbol real con, al menos, sus tres dimensiones y su representación

23
Sobre este problema de la categorización, véase G. Kleiber, La sémantique du
prototype, París, Presses Universitaires de France, 1990.
Cuestiones previas y perspectivas 67
visual que es solamente bidimensional; además, todo aspecto táctil, u
olfativo, de dicho árbol desaparece totalmente si es reproducido en
una fotografia o pintura. En todos los casos, como se ve, la realidad
es de un orden distinto al de las imágenes que pueden serle asociadas.
A decir verdad, las figuras diseñadas o pintadas no se identifican,
en modo alguno, con los objetos del mundo cuya única misión es
evocarlos: aquéllas los representan, cierto, pero según una red de
lectura que cada individuo ha interiorizado progresivamente desde su
más tierna infancia, según un código cultural más o menos sofistica-
do. Nos damos cuenta de inmediato -y lo demostraremos breve-
mente con algunos ejemplos- que el reconocimiento de los objetos
no es de naturaleza estrictamente visuaL Así, cuando por una razón
técnica, la película en color presentada en la televisión se transforma
repentinamente en blanco y negro, casi no se ve afectada la com-
prensión de la trama contada. Aparte del color, las formas y las líneas
pueden variar mucho desde la fotografia -donde la iconicidad (= la
semejanza con la realidad) es, en cierto modo, llevada al máximo-
hasta la caricatura, donde se reduce al mínimo el número de rasgos.
Parece que, en todos los casos, la identificación de los objetos
(representados) del mundo no es del orden del significante sino del
significado. Lo claro, lo oscuro, los diferentes matices, las superficies
delimitadas, las líneas, lo desvanecido, etc., son leídos como si co-
rrespondieran a contenidos semánticos precisos, algo así como el
caminante que es capaz de decir que esta o aquella nube tiene la for-
ma de un objeto o de un animal determinado; en la medida en que la
iconicidad parece más débil, la forma visual percibida será, si llega el
caso, más ambigua respecto a su interpretación: sobre este fenómeno
se centra en psicología, por ejemplo, el test proyectivo de H. Ror-
schach.
Pongamos el ejemplo del efecto de perspectiva de un cuadro, que
a
nos muestra un paseo de álamos que conduce un castillo. En el plano
de la expresión, las superficies llamadas «árboles» van de lo más grande
a lo más pequeño, mientras que, en la «realidad» sugerida, serían
eventualmente de la misma altura; en el nivel del contenido se leerá al-
68 Análisis semiótico del discurso

go muy diferente, pues se interpretará que los árboles grandes están


próximos (en relación con el observador del cuadro), mientras que los
pequeños aparecen situados a lo lejos. De esta manera, lo /grande/ y lo
/pequeño/, desde el punto de vista del significante, se correlacionan, a
nivel del significado, a lo /cerca/ y a lo /lejos/. Veamos aún otro ejem-
plo. Nadie podría negar que la oposición alto/bajo depende del nivel
del contenido y no del de la expresión, incluso cuando a veces se está
tentado de encontrarlo en la «naturaleza», en el plano de la percepción
visual (en el caso, por ejemplo, de la verticalidad de un árbol). Como
ejemplo, basta con imaginar lo /alto/ y lo /bajo/ de una hoja de papel
impresa: aquí lo /alto/ debe ser interpretado como lo /lejos/, lo /bajo/
como lo /cerca/ (en relación al enunciatario-lector), cualquiera que sea
la inclinación de la hoja, incluso si su posición es horizontal; por su-
puesto, esta interpretación semántica (con arreglo a lejos/cerca) no es
válida solamente en el caso de la hoja de papel, sino también cuando se
mira un árbol. Añadamos, además, que lo /alto/ y lo /bajo/, como la de-
recha y la izquierda son, en sentido estricto, de orden cultural: si lo
/alto/ y lo /bajo/ son significados que se aprenden instantánea y fácil-
mente, como lo demuestran las observaciones hechas en los niños, la
relación derecha/izquierda es, al contrario, más aleatoria en el nivel de
su realización inmediata: un conductor a quien su esposa le dice
de pronto: «¡a la izquierda!», puede girar a la derecha o, por lo menos,
mostrar cierto titubeo.
De estas observaciones sueltas que, desarrolladas un poco, po-
drían arrastramos a la antropología, sólo destacaremos que la ausen-
cia de semejanza, en el plano del significante, nos autoriza a separar
en buena parte el lenguaje y la realidad, aun en el caso visual, por
ejemplo, donde la iconicidad parece más fuerte, donde la ilusión refe-
rencial es la más marcada.

1.2.1.2. Interpretación de la relación entre lenguaje y referente

En lingüística y, más ampliamente, en las ciencias del lenguaje, el


ténnino referente es empleado para designar eso a lo que los signos
Cuestiones previas y perspectivas 69
-lingüísticos o no- nos remiten. En la medida en que por lo co-
mún se concibe que el lenguaje tiene como función principal repre-
sentar la realidad (según el principio: todo signo es signo de algo),
los dos términos de referente y realidad pueden ser considerados
como sinónimos. Independientemente de la multiplicidad de escuelas
y de sus posturas en la materia, nuestro objetivo sería propiciar una
respuesta lo más satisfactoria posible a la siguiente pregunta: en la
teoría del lenguaje, ¿qué estatuto preciso hay que otorgar al referente,
qué interpretación se puede proponer, qué permanecería siendo fiel a
la concepción saussureana del lenguaje como «conjunto significante»
(según la relación significante/significado)?
El referente designaba esencialmente-en un primer momento-
los objetos del mundo «real»: éste era segmentado, articulado, como
hemos mostrado antes, en unidades discretas, siendo cada una de
ellas, por así decirlo, etiquetada, denominada. Ha sido necesario
ampliar más tarde la noción de referente, pues este debía tener pre-
sente no sólo las entidades sino también sus relaciones: formarían, en
adelante, parte del referente, además de los objetos (animados o ina-
nimados), sus cualidades, los procesos o las acciones en que se pen-
saba tenían lugar. Incluso así entendida, la noción de referente era
muy restrictiva: mientras se tenía bien presente al mundo «real», pa-
recía haberse dejado de lado al imaginario; era, pues, conveniente ha-
cer entrar en el referente la ficción, el sueño y, de forma más amplia,
todos los discursos de tipo onírico, poético.
Frente al problema que suscita el referente, algunos han optado
espontáneamente por lo que se conoce como etiquetaje; este proce-
dimiento -muy simple- que se propone enlazar una unidad del re-
ferente con una unidad verbal correspondiente, ha resultado de in-
mediato insuficiente y, en ciertos casos, del todo inadecuado. Así, es
fácil constatar que las relaciones lógicas, tales como la aserción o la
negación, o las relaciones entre conjuntos (inclusión, intersección, etcé-
tera) no tienen nunca un referente estable, identificable de una vez
para siempre: esas relaciones conciernen en cada oportunidad a dife-
rentes datos concretos. En otro orden de cosas, las categorías grama-
70 Análisis semiótico del discurso

ticales tienen un estatuto bastante comparable: pueden ser sujetos (de


la frase) pero también objetos, personas y hasta proposiciones. Suce-
de lo mismo con los deícticos (de tipo demostrativo, por ejemplo,
eso) cuyo referente está únicamente en función de la situación de
enunciación: así, yo y tú cambian constantemente de lugar en una
conversación; también las relaciones de tiempo y espacio -como
tendremos la oportunidad de demostrarlo en la práctica- no tienen
vinculación ftja con el referente y, por lo tanto, se adivina ya que son
absolutamente indispensables para el funcionamiento mismo del dis-
curso: el aquí/allá o el ahora/entonces, permiten puntos de vista,
puestas en perspectiva (en el sentido cuasi pictórico del término).
Si la noción de referente -tal cual es entendida corrientemente
en lingüística- presenta dificultades aparentes, a pesar de todo no
ha desalentado a los investigadores y se han propuesto así diversas
interpretaciones. Es tal vez la obra de C. K. Ogden e l. A. Richards 24
una de las primeras 25 en sugerir la idea de situar conceptualmente el
referente en relación con otras nociones (lingüísticas) ya reconocidas;
esta obra propone, para ese efecto, un modelo que se ha popularizado
en exh·emo - ¡y hasta sacralizado! - en las ciencias del lenguaje.
Retomemos la presentación que J. Lyons 26 ha hecho de él.
El esquema de Ogden y Richards es de tipo triangular y com-
prende dos relaciones fundamentales, AB y BC, representadas por
trazos continuos. La relación de A con C, al contrario, es indirecta y
se representa por trazos discontinuos. En esta articulación -de tipo
behaviorista (vid. infra)- el polo A designa, en nuestra terminolo-
gía, el significante (= el signo para J. Lyons), el polo B el significado
(= el concepto), y el polo C el referente (= el significatum), lo que
permite a J. Lyons reproducir la célebre máxima escolástica: Vox
significat (rem) mediantibus conceptibus [= la palabra significa (la
cosa) por mediación de los conceptos]:

24
The Meaning of Meaning, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1923, pág. 11.
25
Pensamos, ciertamente, en la noción de representación de K. Bühler: vid. inji·a.
26
En Éléments de sémantique, págs. 82 y sig.
Cuestiones previas y perspectivas 71

B (= «concepto» o significado)

A6C
(= «signo» o
significante)
(=referente)

La interpretación de este modelo es, en consecuencia, la siguien-


te: «un objeto cualquiera (C) del mundo exterior suscita un pensa-
miento (B) en la mente del locutor y este pensamiento a su vez hace
nacer un signo (A)»; y J. Lyons añade:
lo que importa es que la génesis de los pensamientos en la mente del
locutor está determinada por los estímulos del mundo exterior, en un
proceso de causa a efecto. Por eso hemos dicho que Ogden y Ri-
chards defendían, en términos generales, una teoría behaviorista.

Si, con toda razón, ese modelo goza de la más alta consideración
-toda obra de semántica o de semiótica no deja de citarlo-, no es-
tá, sin embargo, libre de observaciones y, además, no es unánime-
mente reconocido por los lingüistas, ¡ni mucho menos! Ya J. Lyons
recordaba que los semánticos, fieles a la doctrina saussureana, exclu-
yen el polo C como no pertinente para su disciplina ( que se limita
sólo a la relación del significante/significado, o sea A y B); otros, al
contrario, parece que tienen la tendencia a eliminar B. En todo caso,
a nuestro parecer, la objeción más importante que se puede hacer a
ese esquema triangular es la siguiente: decir que C provoca un
«pensamiento» B y, más allá, «un signo» A, equivale a postular que
el referente impone definitivamente la articulación lingüística; pero
entonces, ¿cómo es posible que un mismo dato(= C) del mundo ex-
terior (vid. supra el campo del color o del francés «bois») dé lugar a
segmentaciones (y a denominaciones) diferentes según las distintas
lenguas naturales?
72 Análisis semiótico del discurso

En su Die Axiomatik der Sprachwissenschaft 27 , K. Bühler pro-


ponía, por su parte, un modelo de análisis del lenguaje de tipo muy
distinto. El punto de partida de la descripción no es sólo, como en
Ogden y Richards, el locutor en su relación con el mundo, sino más
bien la relación intersubjetiva que aprovechará a fondo la teoría de la
comunicación. La articulación propuesta es la siguiente:

Ese modelo reconoce en el lenguaje, considerado únicamente en su


forma verbal, tres funciones principales: a la primera persona («yo»),
llamada también destinador, le corresponde la función expresiva
(según la terminología jakobsoniana: vid. infra); la segunda («tú»),
propia del destinatario, está vinculada a la función conativa; por últi-
mo, «él» -que designa aquello de lo que se habla- constituye la
función llamada de representación (o referencial, en R. Jakobson).
En 1963 apareció en Francia la importante obra de R. Jakobson,
Essais de linguistique générale. El capítulo consagrado a «Lingüís-
tica y poética», que se ocupa preferentemente de las funciones del
lenguaje, se apoya de modo explícito y asume el esquema de K.
Bühler: «A partir de ese modelo triádico -escribe- se pueden in-
ferir fácilmente ciertas funciones lingüísticas suplementarias» (pág.
216). R. Jakobson propone, así, su modelo, que será luego tan popu-
larizado como el de Ogden y Richards, hasta tal punto que se con-
vertirá, sobre todo para los no lingüistas en una clave que, se supone,
da cuenta del funcionamiento del lenguaje. Dejémosle un instante la
palabra para la presentación del esquema que preconiza:
El lenguaje debe ser estudiado en toda la variedad de sus funcio-
nes( ... ). Para dar una idea de esas funciones, se precisa de un bosque-
jo sumario sobre los factores constitutivos de todo proceso lingüísti-

27
En Kant Studien, 38, Berlín, 1933.
Cuestiones previas y perspectivas 73
co, de todo acto de comunicación verbal. El destinador envía un
mensaje a su destinatario. Para ser operativo, el mensaje requiere, en
primer lugar, un contexto al que se remite (es lo que se llama tam-
bién, en una terminología un tanto ambigua, el «referente»), contexto
comprensible para el destinatario ya sea verbal ya sea susceptible de
ser verbalizado; después, el mensaje requiere un código común, en
todo o al menos en parte, al destinador y al destinatario (o, en otras
palabras, al encodificador y al descodificador del mensaje); por últi-
mo, el mensaje requiere un contacto, un canal fisico y una conexión
psicológica entre el destinador y el destinatario, contacto que le
permite establecer y mantener la comunicación. Estos diferentes fac-
tores inalienables de la comunicación verbal pueden ser esquemáti-
camente representados como sigue:
CONTEXTO

DESTINADOR MENSAJE DESTINATARIO


CONTACTO
CÓDIGO

Cada uno de esos seis factores da origen a una función lingüística


diferente (págs. 213-214).

Aquí surge la distribución correlativa de las funciones, tal y como


aparece unas páginas más adelante en un cuadro similar:
REFERENCIAL
EMOTIVA POÉTICA CONATIVA
FÁTICA
METALINGÜÍSTICA

No examinaremos aquí las definiciones de esas funciones, ni pre-


sentaremos los ejemplos dados por R. Jakobson; cada cual puede en-
contrar fácilmente todo ello en su libro. Ese modelo ha sido objeto,
por cierto, de muchas discusiones en los medios lingüísticos y se-
mióticos: entre otras, pensamos en la «Reformulation du schéma de
Jakobson» hecha por C. Kerbrat-Orecchioni en una de sus obras 28

28
Se trata de L 'énonciation de la subjectivité dans le langage, París, Colin, 1980.
74 Análisis semiótico del discurso

cuyo interés es considerable, pero puede apartar al investigador más


allá de las ciencias del lenguaje propiamente dichas, y conducirlo a
una antropología general en sentido amplio: según esta autora, la
encodificación, por ejemplo, presupone no sólo competencias lin-
güísticas, para-lingüísticas, ideológicas y culturales, sino también ¡deter-
minaciones «psi», coerciones discursivas y hasta modelos de pro-
ducción!
Dicho esto, el esquema de R. Jakobson invita a hacer algunas ob-
servaciones en relación con nuestros propios fines. En el pasaje de
los Essais de linguistique générale que acabamos de reproducir,
se advierte un desliz manifiesto: el «lenguaje» que se trata al comien-
zo, parece reducirse luego sólo a la «comunicación verbal» (como en
K. Bühler). Se notará en seguida que si el esquema de Ogden y Ri-
chards es aplicable al lenguaje visual, por ejemplo, el de R. Jakobson
ignora deliberadamente ese campo o, mejor, lo excluye. Jakobson
restringe, en efecto, el lenguaje a la comunicación intersubjetiva; pe-
ro además, como subraya C. Kerbrat-Orecchioni en su obra, el mode-
lo que él propone -independientemente de todos los problemas que
produce su heterogeneidad teórica y/o metodológica- sólo tiene en
cuenta la parte fónica de la comunicación, excluyendo, por ejemplo,
la gestualidad, que es siempre una parte constitutiva de los inter-
cambios intersubjetivos, de la «comunicación verbal»; ya se trate de
los movimientos del cuerpo, de la cabeza, de los miembros, de la
mímica, etc., todos esos datos, no obstante, se pueden integrar, según
parece, en la perspectiva de Ogden y Richards.
En lo que respecta a nuestros fines, que tienen que ver esencial-
mente con la relación entre el lenguaje y la realidad, nos limitaremos
a una doble observación relativa, únicamente, a la función referen-
cial. Según R. Jakobson, el contexto es «verbal [o] susceptible de ser
verbalizado». Resulta curioso, en principio, que el contexto «verbal»
no comprenda «la función metalingüística (o de glosa)». Pero lo que
nos parece presentar mayores dificultades es el segundo inciso,
«susceptible de ser verbalizado». Decíamos hace un instante, que
R. Jakobson parece reducir el lenguaje solamente a su forma verbal.
Cuestiones previas y perspectivas 75

Podemos, entonces, preguntamos si todo lo que tiene sentido -es


decir, que manifiesta la relación significante/significado- es nece-
sariamente verbalizable. Es cierto que, entre todos los sistemas de re-
presentación posibles, el lenguaje verbal ocupa un lugar preeminente,
aunque sólo sea por el hecho de su gran capacidad para traducir otros
conjuntos significantes: si un ademán, por ejemplo, puede ser conta-
do en términos lingüísticos a un ciego, todo enunciado (o discurso)
verbal no es siempre convertible en ademán. Sin embargo, nadie ten-
drá la osadía de afirmar que el juego de la significación se limita sólo
a las lenguas naturales.
Evocábamos más arriba el caso del lenguaje visual, al cual pode-
mos sumar, entre otros, el lenguaje musical: si se parte de que todo es
«verbalizable», entonces estaríamos tentados -como lo han estado
los semiólogos 29 - de pasar del análisis de un cuadro o de una obra
musical al del discurso, que puede tenerlos como objeto; en todo ca-
so, ese análisis ya no se apoyaría directamente en los datos pictóricos
o musicales, sino en su traducción verbal, y entonces se establecería
la red de relaciones solamente en el plano de las denominaciones
(lingüísticas) elegidas, olvidando, así, totalmente que el significante
pictórico o musical existe, que es de otra naturaleza; por este mismo
hecho, se correría el riesgo de abandonar, correlativamente, toda una
parte del significado. De este modo, la traducción verbal de un ademán
no revelará, seguramente, toda la riqueza semántica de ese ademán; en
el mismo sentido, no es cierto que la transcripción lingüística más fina,
más inteligente, de una obra de arte, pueda reemplazar -sólo desde
punto de vista de la significación- su aprehensión directa que no se
sirve de las palabras.
Por otro lado -reiterando la crítica ya hecha al esquema de Og-
den y Richards-, lo «susceptible de ser verbalizado» implica la
existencia de dos universos diferentes: el de las «palabras», que será
algo así como la meta del procedimiento llamado de «verbalización»,

29
R. Barthes, por ejemplo, en su célebre «Rhétorique de l'image», en Communi-
cations, núm. 4.
76 Análisis semiótico del discurso

y el de las «cosas» -presupuesto- del que se trata de dar el etique-


taje correspondiente en la lengua natural. Nos encontramos, una vez
más, con el espinoso problema de la relación entre las denominacio-
nes lexicales, de una parte, y el referente, la realidad o, como suele
decirse, lo extra-lingüístico, del otro. Si generalmente se está de
acuerdo en reconocer-en conformidad con la enseñanza de É. Ben-
veniste y, sobre todo, con la hipótesis de Sapir-Whorf- que las len-
guas naturales tienen como función, entre otras, la de dar a conocer el
mundo, articularlo, instaurando así entidades distintas 30 , entonces ya
no es posible sustentarse en el referente para definir los signos,
puesto que dicho referente es, al menos en gran parte, el resultado de
la actividad lingüística. Si decimos «al menos en gran parte» es, evi-
dentemente, para tener en cuenta, por ejemplo, el hecho de que un
mismo reportaje periodístico es traducible a diferentes lenguas: la
posibilidad de su traducción es un argumento en favor de la existen-
cia de un referente correspondiente. Pero, al mismo tiempo, sabemos
muy bien que las dificultades encontradas prácticamente en toda tra-
ducción surgen del hecho de que, al pasar de un universo socio-
cultural a otro, las categorizaciones lingüísticas no son necesariamen-
te homologables, superponibles a fortiori; lo cual no es factible en el
sentido de un referente estable, objetivo, tal como lo presuponen
ciertas teorías lingüísticas o semióticas.
Otras proposiciones además de las de Ogden y Richards, de
K. Bühler y de sus prolongaciones por R. Jakobson, habrían podido
ser comentadas, especialmente los considerables trabajos del gran
semiótico C. S. Peirce antes mencionados; pero esto nos conduciría al
examen sofisticado de una abundante terminología que no es nada
familiar hoy en Francia. Sería posible, por cierto, en un plano concep-
tual proceder a buscar coincidencias o, incluso, homologaciones par-
ciales, como hacen G. Delédalle o N. Everaert-Desmedt en su presen-
tación de las tesis peirceanas; pero el propósito perseguido no es el de
describir exhaustiva o enciclopédicamente la problemática general

30
Vid. sup1·a, los paradigmas comparados del «bosque» o del «colorn.
Cuestiones previas y perspectivas 77
de las ciencias del lenguaje, descripción que tendría que situar todas
las corrientes lingüísticas y semióticas. Nuestro punto de vista -muy
limitado- continúa siendo europeo, fiel a la tradición saussureana y
hjelmsleviana: como se ve, en el plano conceptual optamos por cierta
homogeneidad.
A este respecto y salvo ciertas pequeñas reservas hechas sobre los
modelos lingüísticos evocados, nos parece oportuno precisar un poco
nuestra posición frente a la relación entre el lenguaje y la realidad.
En la línea saussureana y hjelmsleviana, postulamos que todo lengua-
je -sea verbal o no- se define únicamente por la relación entre
significante y significado, entre expresión y contenido, y ello en
relación con la distancia que reconocemos entre el lenguaje y la
realidad. El hecho de que las «palabras» y las «cosas» no tengan la
misma naturaleza -como lo han demostrado suficientemente todos
nuestros ejemplos-, fundamenta para nosotros el estudio del lengua-
je y le asegura su autonomía; es el gran principio llamado de inma-
nencia que se encuentra en la base de las ciencias del lenguaje: de no
admitirlo, esto nos llevaría simplemente a volver a verter su conteni-
do y dejarlo en manos de la antropología, de la sociología, de la etno-
logía, de la psicología, hasta de la misma filosofía, impulso que se
encuentra hoy con bastante frecuencia, como lo muestra por ejemplo
C. Kerbrat-Orecchioni, ya citada, y que consiste en estudiar el fenó-
meno de la comunicación intersubjetiva en su totalidad, haciendo el
inventario de todos sus componentes respecto a todos nuestros cono-
cimientos en ciencias humanas. Por el contrario, si se cree en la auto-
nomía del lenguaje debe postularse consecuentemente -como se ha-
ce en todos los otros campos del saber- la existencia de reglas
subyacentes: según ese principio, todo lo que significa obedece a le-
yes internas propias, independientes, por lo menos en parte, de los
datos exteriores.
Sin haber estudiado jamás lingüística o semiótica, cada uno de
nosotros puede notar, por ejemplo, ciertas regularidades en el lengua-
je escrito: a diferencia del checo, el español no propone nunca cuatro
o cinco consonantes sucesivas al comienzo de la palabra; delante de
78 Análisis semiótico del discurso

una palabra recién creada, podemos decir espontáneamente si es con-


forme o no al español, si sería aceptable en nuestra lengua: la expe-
riencia de los amantes de los crucigramas o los fanáticos de esa emi-
sión televisada más o menos semejante («Cifras y letras»), están ahí
para dar fe de ello. Con la frase sucede lo mismo: ésta puede ser sin-
tácticamente irreprochable, estar bien construida (del tipo «una ma-
tanza de flores enredadas incuba un gatito rudimentario»), pero difi-
cilmente interpretable en el plano semántico, si nos referimos al
menos al lenguaje corriente (tales enunciados serían tal vez acepta-
bles para los surrealistas); al contrario, una frase sintácticamente abe-
rrante -desde luego, con vistas a cierto término medio (vid. infra) -
será semánticamente interpretable (del género: «Yo mañana comer
pan»). En todos los casos, ignorando incluso todas las reglas que lo
rigen, cada cual presiente que la comprensión de un enunciado cohe-
rente no es el resultado del azar, que existen algunos principios de
funcionamiento subyacentes. A su puesta al día se consagran las
ciencias del lenguaje.
Una vez reconocida la autonomía del lenguaje, se puede volver
más serenamente al problema que plantea el referente. La tesis de la
«Escuela de París», que hacemos nuestra, se formularía así: la
«realidad», el «referente» o el mundo «extralingüístico» es informado
(en el sentido casi filosófico de ese término 31 ) por el hombre, quien
le otorga sentido gracias al juego del significante y del significado;
naturalmente, ese sentido no coincide de modo obligado con el que se
puede encontrar en la representación (verbal o no verbal) de lo
«real». En esta perspectiva, la «realidad», lo «vivido», etc. no son, en
absoluto, el significado denotativo (con el cual se identifica a veces
al referente) del discurso: lo extralingüístico es concebido como un
verdadero lenguaje íntegramente autónomo, que emplea también la
forma de la expresión y la forma del contenido; se podría hablar
aquí de un verdadero «lenguaje de las cosas». No sería sorprendente,

31
En francés, ese sentido es: «Dar una forma, una estructura, una significación
a ... » (Diccionario Petit Robert). (N. del T)
Cuestiones previas y perspectivas 79
en efecto, que los sistemas de representación (verbal, visual, gestual,
etcétera) -para los cuales luego reservaremos, no obstante, el térmi-
no lenguaje, como lo hemos hecho hasta ahora- sean, tal como se
ha dicho más arriba, «conjuntos significantes», mientras que el refe-
rente (o la realidad) no tendría, semióticamente hablando, sentido en
absoluto, dado que estaría privado de la articulación significante ex-
presión/contenido.
Sea, por ejemplo, uno de mis vecinos que nos cuenta un acon-
tecimiento que ocurrió durante las últimas vacaciones. El semiótico
o el lingüista reconocen, naturalmente, que su discurso comporta la
relación significante vs significado. ¿Por qué no dar un paso más y
considerar, a su vez, que el «referente» de ese discurso - a saber,
la realidad en el momento mismo en que es vivida- está también
informado por los dos planos de la expresión y del contenido? En
apoyo de esa hipótesis, se notará que lo que se debate no es pro-
piamente la realidad en sí, sino la percepción que el hombre tiene
de ella hic et nunc: nuestro vecino que está de vacaciones tal vez ha
intervenido, en todo caso ha sido por lo menos testigo del evento.
Hablar de percepción supone necesariamente hablar de la interpre-
tación, por lo tanto, del funcionamiento del significante y del sig-
nificado, si se piensa, cuando menos, que el hombre no puede tener
relación, aunque sea inmediata, con el mundo si no es «sensata»; en
caso contrario, la relación sujeto/objeto desaparecería, y el hombre
con ella. En pocas palabras, nos parece que el hombre está siempre
en el lenguaje y que /o vivido es incluso una forma de lenguaje: si
lo extralingüístico no obedeciera a la relación expresión/contenido,
¿no habría que reconocerlo, literalmente, como «insensato», como
ya no dependiente de la percepción humana? El carácter inmediato
de lo vivido (o de la realidad) nos hace olvidar a menudo la rela-
ción significante/significado que lo hace precisamente significati-
vo; pero si paseando una noche en la oscuridad que me aterra, veo
una forma, pero no llego a identificarla en seguida, percibo mejor
entonces -en detrimento de mi persona- el desfase que existe,
en el corazón mismo de la realidad, entre el significante (inquie-
80 Análisis semiótico del discurso

tante) que me es perceptible y el significado que queda por de-


terminar.
Ésta es la razón por qué proponemos un simple esquema de la co-
rrespondencia entre lo que habitualmente llamamos lenguaje y que
denominaremos aquí sistemas de representación, y todo el dominio
que designan, más o menos adecuadamente, los términos referente,
mundo natural, extralingüístico, realidad, lo vivido, etc.:

sistemas de representación referente, realidad


significado vs significante significante vs significado

l~_L_:_J 1

Como han suficientemente demostrado los ejemplos acumulados


hasta ahora, cae por su propio peso el hecho de que los dos signifi-
cantes no son de la misma naturaleza. Al contrario, a nivel de la for-
ma del contenido hemos puesto un punto de interrogación en cuanto
a la relación de identidad que podría normalmente esperarse en este
lugar. Cuando la representación es «verdadera», quiere decir que los
dos significados son, si no totalmente idénticos, por lo menos semán-
ticamente equivalentes; en cambio -como la mentira, el arte de la
retórica o la libertad de la imaginación lo prueban bien-, los dos
significados pueden no coincidir: la distancia entre ellos permitirá
situarlos, dado el caso, en el eje que va de lo «verdadero» a lo «falso»
y que comprende muchos matices intermedios; así, se puede contar
un recuerdo real de las vacaciones o adornarlo más o menos en el re-
lato que se hace de él y, en última instancia, inventarlo de arriba
• abajo. Nuestro esquema muestra, al menos, que tenemos que ver con
dos tipos de lenguaje, uno -la «realidad»- que depende, digamos,
en términos televisivos, del «En directo» (si se toma el tiempo como
primer parámetro), y el otro -la representación (en todas sus formas
posibles)- del «diferido»: la única cuestión que se plantea, enton-
Cuestiones previas y perspectivas 81

ces, es la de la intersemioticidad, si se quieren aproximar y comparar


los dos sistemas, pues es evidente que los sistemas de representación,
por el hecho mismo de su autonomía, pueden desarrollarse indepen-
dientemente de toda realidad, como lo muestran, por ejemplo, el dis-
curso poético u onírico.
La relación de conformidad entre los dos sistemas se sitúa, de-
cíamos antes, en un plano metasemiótico. Evocábamos allí el hecho
de que una misma obra puede llevar un subtítulo, como mención
anexa, sea «autobiografia» ( que se considera estar más cerca de lo
verdadero) sea «novela» (identificable con la ilusión o la ficción): en
esos dos casos, el lector ve como si se le propusiese una especie de
contrato veridictorio, el que, naturalmente, puede suscribir o no; se
trata del relevante problema (sobre el cual volveremos) del creer (o
no creer), de la adhesión del sujeto-destinatario a lo que le es pro-
puesto por el destinador.
Precisemos en seguida que las ciencias del lenguaje -que se
limitan únicamente al estudio de los sistemas de representación- no
pueden pronunciarse sobre las relaciones de orden metasemiótico.
Reconocidas éstas como autónomas, como independientes de la rea-
lidad, no podrían abordar la cuestión de la verdad, sólo la de la vera-
cidad, de la veridicción, como señalábamos al mencionar los juicios
ante los tribunales. Aquí se ubica todo el inmenso dominio, todavía
poco explorado, de lo que corrientemente se llama la ilusión refe-
rencial, los «efectos de lo real» que tanto interesaron a R. Barthes:
además del diálogo que, inscrito en el relato, lo referencializa dándo-
le, decíamos, algo así como un aire de verdad, se emplean común-
mente otros procedimientos, los mismos que concurren para provocar
un efecto de sentido de «realidad». Nadie ignora, por ejemplo, que el
empleo de antropónimos, de topónimos o de cronónimos (= dura-
ciones denominadas, del género: <~ornada», «estación», «primavera»,
etcétera) en una novela, dan ·mayor impresión de realidad que si los
personajes, los lugares y los tiempos permanecen indeterminados. Lo
mismo, ya se trate de un relato llamado realista de É. Zola, de un
cuadro figurativo de N. Poussin o de una bella fotografia de un artista
82 Análisis semiótico del discurso

contemporáneo, el emplazamiento de puntos de vista o de perspecti-


va, por ejempló, puede hacer decir al lector o al espectador: «¡Uno
creería estar ahí!». Se llega así, de manera muy poco artística, es ver-
dad, al empleo del cinerama (y, más recientemente, el recurso al pro-
cedimiento Omnimax): en una pantalla excesivamente curvada, la
imagen -reconstituida por tres proyectores- parece poner visual-
mente al espectador en el centro mismo de la acción representada y lo
hace así, incluso ficticiamente (al funcionar en una extensión mayor
que el campo visual), intervenir como participante; el suspenso de las
persecuciones es allí, entre otros, irresistible.
Digamos de inmediato que, de ahora en adelante, no nos interesa-
remos más por la realidad, en el «lenguaje de las cosas», en el univer-
so referencial, pues nuestro objetivo en semiótica es mantenemos
sólo en los sistemas de representación (para los cuales, como se
anunció, reservaremos el término lenguaje). Llegará quizás un día en
que las ciencias del lenguaje se aplicarán también sobre ese lenguaje
que es la realidad, lo vivido; por ahora éste no es el caso en modo al-
guno: nuestras descripciones no son sino balbuceos; más vale, enton-
ces, quedamos en el estudio de los simulacros de lo real, ya sean
verbales, gestuales, etc. A. J. Greimas afirmaba humildemente por su
parte, respecto a los análisis textuales que él efectuaba, que sólo tenía
ante sí «seres de papel».
Teniendo en cuenta todo esto, el «mundo natural» o la «realidad»
se dejan aparte por precaución metodológica; se puede mantener la
noción de referente pero en el interior mismo del lenguaje y con una
acepción un poco diferente. Se hablará así de referencialización in-
terna 32, como sucede por ejemplo en el discurso verbal con, entre
otros, los procedimientos de anaforización y de cataforización: a dife-
rencia de la anáfora gramatical (del tipo: «Pedro» es reiterado en la
frase siguiente por «él»), la anáfora semántica, a la cual aludimos,
opera en una doble relación, no sólo en la de anterioridad/pos-

32
Esta problemática ha sido estudiada, entre otros, por D. Bertrand (vid. biblio-
grafia).
Cuestiones previas y perspectivas 83

terioridad, sino también en la de expanszon vs condensación: el


anaforizante vuelve a tomar, en forma condensada, al anaforizado,
presentado anteri01mente en expansión. Toda una secuencia narrati-
va, que describe en detalle un altercado entre marido y mujer, se re-
petirá después con una denominación muy simple, por ejemplo: «Esa
riña conyugal». La cataforización es del mismo orden, con la dife-
rencia, no obstante, de que la condensación está vinculada a la ante-
rioridad y la expansión a la posterioridad: el término condensado apa-
recerá, por lo tanto, primero en el relato, mientras que su término
correspondiente en expansión se manifestará más lejos. Por medio de
tales procedimientos son creados -en el interior mismo del discur-
so- los «referentes» (= aquello de lo que se habla) que no son más
que puras construcciones lingüísticas, sirviendo así de base a otros
niveles intradiscursivos; es un fenómeno que no se encuentra de ma-
nera exclusiva en los textos literarios sino también -como han de-
mostrado A. J. Greimas y E. Landowski- en los discursos jurídicos
e incluso científicos. Precisemos de una vez que los procedimientos
de anáfora y catáfora dependen en parte de la enunciación y más
exactamente, como se verá luego (cap. 4), de la manipulación enun-
ciativa.

1.2.2. OPCIONES METODOLÓGICAS

Si se acepta el principio de inmanencia y, como acabamos de ha-


cer, se reconoce la autonomía de los sistemas de representación en
relación a lo real, a lo vivido, se debe reconocer por lo tanto el len-
guaje como un universo cercado, cerrado de alguna manera sobre sí
mismo. Sabemos, además, que el lenguaje es el resultado de una ac-
tividad social que nadie puede modificar a su gusto, corriendo el
riesgo de ser incomprendido: el lenguaje antecede al hombre. Pero a
pesar de todo, siendo las cosas lo que son, la clausura del lenguaje
pide sin duda ser relativizada con respecto al sujeto individual que ·
recurre a él para expresarse. Al especular sobre la relación significan-
84 Análisis semiótico del discurso

te/significado o expresión/contenido, hemos definido anteriormente


todo lenguaje como «conjunto significante»: el participio/adjetivo
significante, empleado aquí, presupone un sujeto en relación al que,
precisamente, el «conjunto» puede ser llamado «significante»; es sa-
bido que, especialmente en las ciencias experimentales, toda cosa
«observada» implica un sujeto «observador» que forma parte de la
«observación». Objeto (observado) y sujeto (observador) no pueden
estar totalmente desligados, como el discurso -desde el punto de
vista semiótico- no puede ser objetivado hasta tal punto que no ten-
ga nada que ver con el que lo produce.
A este respecto, el lenguaje es un conjunto tal vez mucho menos
cerrado de lo que parece a primera vista. Evocábamos antes el caso
de la perspectiva donde la relación grande/pequeño (en el plano de la
expresión) debe ser leída, de hecho, como cerca/lejos (en el plano del
contenido): /cerca/ y /lejos/ sólo son identificables como tales en re-
lación a un sujeto dado que sirve de punto de referencia y que es ex-
terior (los elementos constitutivos del cuadro se encuentran práctica-
mente todos a la misma distancia de quien lo mira). Recurriendo a la
perspectiva, el cuadro coloca así ficticiamente, digamos, a cierta dis-
tancia de él, a un actor observador, a quien le atribuye una posición
espacial determinada desde la cual el cuadro debe ser visto, com-
prendido.
Cambiemos de lugar y tomemos un ejemplo en el universo lin-
güístico. Se trata del célebre Germinal de É. Zola donde, en un pasaje
que reproducimos 33 , se nos describe el trabajo de los mineros en el
fondo de la mina. Leamos estos fragmentos:
Los cuatro mineros acababan de alinearse unos por encima de los
otros, en toda la rampa del filo del corte( ...)
No se intercambiaba palabra. Golpeaban todos, sólo se escucha-
ban esos golpes irregulares, velados y como lejanos. Los ruidos ad-
quirían una ronca sonoridad, sin eco en el aire muerto. Parecía que
las tinieblas eran de una obscuridad desconocida, espesada por la

33
Colección Livre de poche, págs. 40-42; el subrayado es nuestro.
Cuestiones previas y perspectivas 85
polvareda del carbón, cargada con los gases que pesaban sobre los
ojos. Las mechas de las lámparas, bajo sus sombreros de tela metáli-
ca, sólo arrojaban puntos rojizos. No se distinguía nada, el corte se
abría, subía como una larga chimenea, plana y oblicua, donde el ho-
llín de diez inviernos habría amasado una noche profunda. Allí se
agitaban sombras espectrales, fulgores perdidos dejaban entrever una
curva de cadera, un brazo nudoso, una cabeza violenta, embadurnada
como para un crimen. A veces, destacándose, relucían los bloques de
hulla, caras y crestas, bruscamente iluminados por un reflejo de cris-
tal. Luego todo volvía a caer en la oscuridad, los picos aporreaban
con grandes golpes sordos, no se oía más que el jadeo de los pechos,
los gruñidos de cansancio y de fatiga, bajo la pesadez del aire y la
lluvia de los manantiales.

Sin entrar en un verdadero análisis semiótico de ese pasaje, qui-


siéramos subrayar solamente que no corresponde, en absoluto, a un
discurso propiamente objetivo, a una descripción que sólo compro-
metiese a los actores del relato, como si se separara de los actantes de
la enunciación, como si no tuviera más relación con el productor del
discurso ni con su destinatario. Pero ése no es el caso.
Este fragmento de Germinal presenta íntegramente, primero, los
gestos y las acciones de cada uno de los cuatro mineros. Continúa lue-
go una visión del conjunto que comienza con el párrafo: «No se inter-
cambiaba ... ». Esta frase, y el comienzo de la siguiente («Golpeaban to-
dos») concierne, como se ve, a los mineros: es, pues, de naturaleza
objetiva. En cambio, el «se» que sigue (en «sólo se escuchaban esos
golpes irregulares») y que se le vuelve a encontrar un poco más abajo
(«No se distinguía nada») señala implícitamente la presencia de un su-
jeto observador que se supone «escucha», que no «distingue» y en re-
lación con el cual los golpes parecen «como lejanos»: este observador
no figura directamente en la escena que nos presenta É. Zola, no es
identificable con ninguno de los cuatro mineros sino que más bien
remite a un punto de vista exterior. El lector tiene así la impresión que
en alguna parte hay alguien que ve lo que pasa en la mina; por ejemplo,
el «parecía que las tinieblas» plantea una cuestión muy simple: ¿el
86 Análisis semiótico del discurso

«parecía» se plantea necesariamente en relación con determinada per-


sona?; a su vez, el «desconocida» se utiliza sólo para alguien; igual-
mente, «entrevern presupone un sujeto de hacer, capaz de comprobar
que «allí se agitaban sombras espectrales» y que «relucían los bloques
de hulla». Como se puede notar, este observador no es, por cierto, obje-
to de ninguna presentación, precisamente porque no se sitúa en ningún
momento en el mismo nivel discursivo que los mineros: es una instan-
cia construida y presupuesta por el texto.
Nuestra interpretación sería, pues, la siguiente. En todo relato (o
discurso) es conveniente distinguir al menos dos ni veles esenciales
(y esto es válido para cualquier objeto significante): primero, el de la
narración que, como en este caso, nos describe los hechos y los ges-
tos de los mineros; en seguida, el de la manera como nos es contada
la historia o la descripción. En este segundo nivel se sitúa todo el
juego que se establece, de manera más o menos explícita según los
casos, entre esas dos instancias que son, grosso modo (vid. cap. 4), el
autor (que llameremos, mejor, enunciador) y el lector (llamado con-
secuentemente enunciatario): el primero, a quien se supone omnis-
ciente respecto a la descripción que él mismo propone de los mine-
ros, se dirige, por así decirlo, al segundo, a quien le procura todos los
• medios discursivos para imaginar la escena que se desarrolla en el
· fondo de la mina.
A partir de ahí, nada nos prohibe ver en el «se», en el observador
identificado, una especie de sujeto delegado por el mismo autor: este
último es el único que detenta el saber sobre lo que será descrito, y es
evidente que el «se» no puede designar al lector, pues se considera
que éste va descubriendo únicamente a medida que se va desarrollan-
do el texto. Por supuesto, otros discursos no resaltarán el punto de
vista del autor sino más bien el del lector o, eventualmente, funciona-
rán con los dos: si para todo enunciado existen esas dos instancias,
éstas no son identificables localmente por marcas o huellas inscritas
en el discurso, como sucede parcialmente con nuestro fragmento de
Germinal: hay, efectivamente, discursos en «él» que no implican ne-
cesariamente la relación yo vs tú (autor vs lector), discursos que dan
Cuestiones previas y perspectivas 87

una impresión mayor de objetividad, como las obras científicas que


tratan de eliminar cualquier dato excesivamente subjetivo, es decir,
precisamente, la relación entre autor y lector, entre enunciador y
enunciatario: las cosas parecen, entonces, presentarse por sí mismas,
la ciencia parece construirse sola: ¿no se dice en economía -iróni-
camente- que «las cifras hablan por sí mismas»?
Esos dos ejemplos -la perspectiva primero, el texto de É. Zola
después- que acabamos de tomar para ilustrar la relativa clausura
del lenguaje, promueven un asunto de gran importancia que examina-
remos en detalle más adelante (cap. 4), es decir, el de la enunciación,
en particular, con el reconocimiento de esas dos instancias que son el
enunciador y el enunciatario, identificados sumariamente como
autor y lector a propósito de Germinal. Estamos aquí en el terreno
que se designa comúnmente hoy -bajo la influencia anglo-nor-
teamericana- con el término pragmática (lingüística): uno de sus
puntos de partida se encuentra en la teoría de los actos de lenguaje
(J. R. Searle), en los análisis concretos que propone la «filosofía del
lenguaje». Cualesquiera que sean las teorías lingüísticas y, más am-
pliamente, semióticas, parece haber una gran convergencia en torno a
ese problema central que es la enunciación (a la cual se dedica el úl-
timo capítulo de esta obra).
Nos hallamos de nuevo ante una dificultad ya evocada al comien-
zo de nuestra exposición. A propósito de la definición del lenguaje,
hemos descartado de pasada la hipótesis funcionalista (A. Martinet),
según la cual habría que abordar la lengua esencialmente bajo su as-
pecto comunicativo. Para evitar lo que consideramos un tanto reduc-
cionista, hemos querido ampliar la perspectiva de aproximación: se-
guro que el lenguaje como «conjunto significante» tiene una
extensión mucho más amplia al no limitarse sólo a los discursos ver-
bales. Dicho esto, estamos ahora capacitados para situar mejor el
punto de vista funcionalista: reconocemos fácilmente, en efecto, que
la comunicación fonna parte integrante del lenguaje, que es uno de
sus componentes más importantes pero no, ciertamente, el único. To-
do este universo de la comunicación, de la enunciación, de la prag-
88 Análisis semiótico del discurso

mática, ha sido ya explorado en parte, especialmente en lo que res-


pecta a la lengua 34; en cambio, en el plano del discurso -que tiene
en consideración contextos variables-, la investigación de este
campo ha progresado muy poco: nuestras aplicaciones prácticas, a lo
largo de esta obra, quisieran hacer su pequeña contribución, llenar un
poco esa gran laguna.
Una nota más se impone. Es claro, para nosotros, que esta apertu-
ra del lenguaje - gracias al juego de la enunciación- es siempre
relativa y no puede contradecir el principio de inmanencia (de auto-
nomía del lenguaje) planteado en los párrafos anteriores. Si natural-
mente reconocemos un «fuera» del lenguaje, si afirmamos que tal
discurso remite a instancias «exteriores», lo hacemos a partir del
material (verbal o no-verbal) examinado, que nos sirve de apoyo y
del que postulamos no debe salirse en la medida de lo posible. Así,
las instancias de la enunciación (enunciador/enunciatario) se hallan
presupuestas por el enunciado (considerado como resultado del acto
de enunciación): son polos formales, rriás allá de toda investidura
ontológica; por lo tanto, descartamos definitivamente, en el plano
conceptual, las nociones de autor y de lector (a las que hubimos de
recmTir en una primera etapa, para facilitar la comprensión de nuestro
lector), pues éstas son mucho más amplias, semánticamente polisé-
micas, cargadas de diversos contenidos socioculturales, y sólo pue-

den afectar al discurso semiótico que aspira, por lo menos, a la uni-
vocidad de los conceptos aplicados. Otras muchas disciplinas -co-
mo la historia (tan importante para la noción de autor), la sociología,
la psicología, etc.- se plantean por objetivo el estudio de tales no-
ciones, entre otras. Esas aproximaciones de tipo antropológico (en
sentido amplio) no toman ya como instancia de referencia un lengua-
je o un discurso dado sino, precisamente, lo que para el semiótico o
el lingüista pertenece al orden de lo de «fuera», de lo «exterior»;
a partir de allí éstas se inclinarán, dado el caso, sobre el «conjunto

34
Ver especialmente los trabajos de O. Ducrot, C. Kerbrat-Orecchioni, D. Main-
gueneau, etc.
Cuestiones previas y perspectivas 89
significante» para discernir los elementos pertinentes a su modo de
investigación. Hace un instante mencionábamos la cuestión de la
enunciación: propiamente hablando, ésta no pertenece ni a la semió-
tica ni a la lingüística; ella concierne por igual tanto, sino más, a la
psicología como al psicoanálisis, a la sociología como a la historia, a
la etnología como a la economía, etc. y hasta a la filosofia. Dicho
esto, hay una concepción semiótica y lingüística (sólo para las len-
guas naturales) de la enunciación que ocupa un lugar destacado en las
ciencias del lenguaje. Se reconoce, así, la existencia de puntos de
vista totalmente diferentes en cuanto al objeto de su investigación,
cuya complementariedad es manifiesta; en ningún caso, por supuesto,
las ciencias del lenguaje podrían invadir los campos de saber que no
son de su competencia.
Notemos que, en verdad, las ciencias del lenguaje no son las úni-
cas dedicadas a tratar la significación entre todas las ciencias huma-
nas: la historia, la sociología, la etnología, la psicología, el psicoaná-
lisis, etc. se proponen también demostrar la inteligibilidad de los
materiales que analizan. En todos los 1casos, se trata finalmente del
sentido. Por lo tanto, es indispensable -para respetar unos y otros
procedimientos- trazar inmediatamente una línea de demarcación
entre lo que denominaremos la significación primaria y la signifi-
cación secundaria. La significación primaria (llamada también lin-
güística, en el caso del lenguaje verbal 35 ) es la única que se reserva el
análisis semiótico: como indica su calificativo, no tiene otra ambición
que servir de preámbulo a una comprensión más profunda, la que las
otras ciencias humanas están justamente en condiciones de propor-
cionarnos. Sea, por ejemplo, un relato muy simple, un cuento bien
conocido como el de Capen,cita roja o de Pulgarcito. Se llamará
significación primaria a aquella que está al alcance de todo el audito-
rio que escucha esos relatos, de todos los lectores de esos cuentos,
comprendidos los niños. A este respecto, se verá que, frente a esta
clase de cuentos, tal o cual persona es capaz de hacer una lectura más

35
Véanse, por ejemplo, los análisis concretos de J.-C. Coquet.
90 Análisis semiótico del discurso

profunda, semánticamente más rica: si los niños acceden a una signi-


ficación primaria, algunos de entre los adultos, por tener mayores co-
nocimientos enciclopédicos, tendrán a su disposición interpretaciones
suplementarias, más ricas y más complejas: así, el sociólogo, el etnó-
logo, el psicoanalista, el folklorista, etc. incorporarán, a esas mismas
versiones de los cuentos, muchas otras significaciones esclarecedo-
ras; a estas últimas las clasificamos bajo la denominación significa-
ción secundaria, puesto que todas ellas presuponen un nivel prima-
rio. Se observará entonces que la significación primaria -que
globalmente corresponde al mínimo de comprensión efectiva- y la
significación secundaria -de naturaleza más bien enciclopédica 36 -
no se oponen de ninguna manera: se distinguen, es cierto, pero son
esencialmente complementarias (al adquirir mayores conocimientos,
el niño enriquecerá esos cuentos con nuevas significaciones). Con
esto reconocemos que las diferentes ciencias humanas, distintas a la
semiótica o a la lingüística, son otras tantas vías de acceso a una me-
jor profundización, sin que ello suponga ni rivalidad ni hegemonía
entre los dos niveles de significación, primario y secundario.
Detengámonos un instante en la significación primaria, único
objeto, decíamos, de la descripción semiótica. Acabamos de especifi-
carla señalando, simplemente, que es la compartida por el mayor nú-
mero de personas. Postulamos, en efecto, la existencia de un lector
«normal» que tiene una comprensión «estándar» del relato, y es pre-
cisamente esta comprensión media la que la semiótica trata, digamos,
de reconstruir según sus propios procedimientos. Las ciencias del
lenguaje están obligadas de elegir algo así como un punto medio, de
darse, por ejemplo en lingüística frástica, la imagen (siempre virtual)
de un «native speaker», representativo del mayor número posible de
personas. Ya en el simple nivel fonemático se plantean muchas inte-
rrogantes. Tomemos un locutor determinado y hagámosle repetir el
mismo sonido en diferentes momentos del día, de la semana, del

36
En el sentido que le da, por ejemplo, U. Eco.
Cuestiones previas y perspectivas 91
mes ... ; jamás se obtendrá exactamente el mismo fonema, pues nues-
tro sujeto no es una máquina grabadora y su fatiga, su forma física,
sus estados de ánimo, todo influye evidentemente en su pronuncia-
ción. Si, a fortiori, comparamos las producciones de distintos locuto-
res, deberemos constatar que el mismo fonema es, en realidad, un po-
co diferente en cada caso; desde este punto de vista, el fonetista que
registra en sus máquinas tal o cual sonido, sólo tiene a mano varian-
tes, dado que el fonema puro o perfecto no existe. De ahí la necesidad
para la fonética/fonología de procurarse un locutor medio, de obtener
- a partir de toda una población- una pronunciación «estándar».
Quedémonos en el terreno lingüístico, pero pasemos del signifi-
cante al significado. Tomemos, por ejemplo, el caso del léxico. Se
oye comentar a veces que «¡Todos no dicen las mismas cosas con las
mismas palabras!». Es verdad que cada individuo tiene su propia
historia y que las unidades léxicas resuenan de manera diferente se-
gún los unos y según los otros; no obstante, la comunicación inter-
subjetiva existe y llegamos a entendernos en una comprensión media:
es evidente que sólo a partir de esta base puede desarrollarse una se-
mántica. El diccionario y, a fortiori, las traducciones se apoyan de-
finitivamente en un consenso que no podría tener en cuenta todas las
pequeñas variantes individuales. Como sólo hay ciencia de lo gene-
ral, las especificidades semánticas muy limitadas, las distancias in-
terpretativas muy personales, se abandonarán normalmente en prove-
cho de las constantes.
Por supuesto, fijar exactamente la media -gesto, sin embargo,
necesario en una diligencia con vocación científica- es, en con-
creto, problemático. En lo que respecta al análisis de la frase se ha
visto proliferar, por ejemplo, el recurso a los asteriscos (especial-
mente en N. Chomsky): colocados al comienzo de determinadas
frases, indican que esas frases no son aceptables en absoluto, sea
sintáctica sea semánticamente. Por desgracia se correría entonces el
riesgo de excluir tal o cual enunciado susceptible, no obstante, de
figurar tal vez en un escritor surrealista o, simplemente, cuya inter-
pretación no es imposible en un mundo posible. Los lingüistas han
92 Análisis semiótico del discurso

reaccionado introduciendo niveles de gramaticalidad o de seman-


ticidad: en adelante la oposición se dará menos entre lo aceptable y
lo inaceptable que entre lo más o lo menos aceptable. Así, pese a
todas las objeciones que se pueden hacer, las ciencias del lenguaje
están obligadas a fijarse un <~usto medio» en la aprehensión del
sentido; en ese punto, se observará la importancia de la aportación
que están en condiciones de damos tanto la psicolingüística como
la psicosemiótica.
Una vez determinado el objeto de la semiótica, a saber la signifi-
cación primaria, conviene ahora precisar las modalidades de aproxi-
mación. Como lo hemos subrayado más arriba, es posible evidente-
mente estudiar por separado los dos planos de la expresión y del
contenido; lo que confirma, por ejemplo, el hecho de que una misma
historia pueda ser presentada sea oralmente (y en este caso, en diver-
sas lenguas naturales que tienen significantes diferentes), sea por es-
crito (donde existen innumerables formas), sea por gestos (en el caso
de la mímica), sea de nuevo recurriendo a lo visual planario (foto-
grafia, tira cómica, etc.). Esto quiere decir que un mismo significado
puede expresarse gracias a significantes diferentes, lo que justifica
dos tipos de aproximación: una más inclinada a la expresión, la otra
al contenido. Hemos situado ya, desde el solo punto de vista lingüís-
tico, esas disciplinas que son, de una parte, la fonética y la fonología,
de la otra, la lexicología y la semántica.
Lo verbal no concierne, desde luego, sino a un tipo de lenguaje en-
tre muchos otros posibles; en relación únicamente con el campo auditi-
vo, la música tiene ya un lugar señalado. Hay, naturalment~, otros
conjuntos de significantes, ligados a los otros sentidos de la percepción
humana: además del visual -cuya importancia, cada vez mayor, todos
reconocemos-, el olfativo, el gustativo y el táctil podrían también
servir de base al juego de la significación. Es verdad que aunque se
disponga de una taxonomía muy fina de los perfumes, por ejemplo, ésta
no es suficiente para crear un lenguaje propio: ¿será posible una sintaxis
de los perfumes? El «lenguaje de los gustos» está casi en estado em-
brionario: ¿la serie de vinos a lo largo de la comida, puede asimilarse
Cuestiones previas y perspectivas 93
a una suerte de sintagmática, de orden suprasegmental? Al menos en
todos esos dominios, como se ve, nuestra intención sólo puede ser me-
tafórica; y no es una casualidad que las descripciones olfativas, táctiles
o gustativas sean lingüísticamente convertibles unas en las otras. En el
inmenso dominio de lo no-verbal, habría que colocar todo lo que tiene
que ver con la gestualidad, con la espacialidad.
Dada nuestra incompetencia, el fin propuesto no será abarcar to-
dos los lenguajes posibles y por ello las aplicaciones prácticas -que
se agregan a las que hemos planteado anteriormente en nuestra Sé-
mantique de l'énoncé (París, Hachette, 1989)- que se presentarán
luego, se limitarán sólo al dominio verbal, puesto que para el estudio
de lo no-verbal no disponemos por ahora -pese a los trabajos, por
ejemplo, de J.-M. Floch o de F. Thurlemann en la descripción de lo
visual - de una metodología suficientemente elaborada; tal es, ade-
más, la razón por la cual nuestra obra, como lo dijimos en el prefacio,
no se propone ser una iniciación a la semiótica general, sino, más
restrictivamente, a la semiótica del discurso.
Si se comparan un poco esos lenguajes -y nuestro inventario
está muy lejos de ser completo, tanto más cuanto que diferentes pa-
rámetros pueden entrar en juego (en la escritura braille, por ejemplo,
que es una articulación particular del tocar)- se está obligado a for-
mular por lo menos dos observaciones. Primero, incluso si lo visual
entra en concurrencia, lo verbal (acompañado de su transcripción
gráfica) ejerce una supremacía manifiesta; sus posibilidades son tales
que, unos más u otros menos, casi todos los otros lenguajes, decía-
mos antes, son traducibles -al menos en buena parte- en una for-
ma lingüística, mientras que a la inversa no sucede lo mismo: así, la
visualización de conceptos (abstractos) no es siempre posible, mien-
tras que una fotografia -como lo mostraba R. Barthes en su
«Réthorique de l'image»- se somete sin problemas al juego de las
denominaciones. Tal vez ésta es la razón por la que nuestros conoci-
mientos en lingüística están extremadamente desarrollados, mientras
que muy pocas investigaciones han sido realizadas sobre los lenguajes
no verbales.
94 Análisis semiótico del discurso

Ésta es la situación en la actualidad, y ésta será nuestra segunda


observación: para estudiar un lenguaje distinto del verbal, se está
obligado, volens nolens, a apoyarse en los logros de la lingüística.
Henos pues aquí, en una situación por lo menos paradójica: F. de
Saussure deseaba vivamente que se constituyera la semiología como
estudio general de los sistemas de signos, ciencia en cuyo interior la
lingüística habría intervenido como parte (y disciplina) constituyente.
Hoy es precisamente esta parte la que da, digamos, el tono al todo.
La lingüística -no hay necesidad de recordarlo- ha adquirido
una gran amplitud en el transcurso de los últimos cien años. Desde
entonces, la célebre Mémoire sur le systeme primitif des voyelles
dans les langues indo-européennes (1878) de F. de Saussure, pasando
por los Principes de phonologie de N. S. Troubetzkoy, los Essais de
linguistique générale de R. Jakobson, los no menos célebres trabajos
de L. Hjelmslev y de A. Martinet -sólo por citar algunos nombres
europeos-, la lingüística se dedicó inicialmente a la descripción fo-
nética y/o fonológica de las lenguas naturales. La lexicología tomó
vuelo de inmediato, desarrollándose y tranformándose bajo la in-
fluencia de L. Hjelmslev y sus sucesores en una auténtica semántica
léxica, dominio que abordaremos, en parte, en el tercer capítulo. Más
allá de la palabra, finalmente la lingüística de los últimos años se ha
interesado, preferentemente, por la frase: la proliferación de los es-
tudios e investigaciones en sintaxis es de tal envergadura, tanto en el
Este como en el Oeste, en Europa o en los Estados Unidos, que los
investigadores de esta especialidad ya no pueden estar al corriente de
todo lo que se publica sobre ese tema.
Se comprenderá fácilmente que en esta obra se trata sólo de
aportar algunas piedras suplementarias a construcciones ya monu-
mentales. Es mejor limitarse a un campo algo menos explorado y to-
talmente complementario de la lingüística frástica hoy reinante: se
trata de lo que podría denominarse análisis del discurso, si por lo
menos esta expresión no fuera propensa a ser acaparada, en un senti-
do mucho más restringido, precisamente por una u otra escuela de
lingüística frástica que se cree innovadora. Cada cual presiente que,
Cuestiones previas y perspectivas 95

en realidad, el discurso no es una simple concatenación de frases en


la que es suficiente describir una a una, que no es una simple suma de
sus frases constituyentes, sino, por el contrario, que obedece a reglas
de funcionamiento específicas y subyacentes que aseguran su cohe-
rencia y su unidad. Hasta ahora, el análisis lingüístico tradicional se
ha limitado voluntariamente a la frase, unidad de la que, por lo de-
más, no se ha podido dar una definición formal satisfactoria (la gra-
mática generativa y transformacional ha hecho de ella simplemente
un axioma, lo que evita toda discusión al respecto). Con el discurso
-cuya caracterización, es verdad, no deja de presentar problemas-
entramos en un universo mucho más dificil de aprehender, aunque
sólo sea por causa de su posible gran extensión; en cambio, tanto el
problema de la significación como el de la comunicación (entre
enunciador y enunciatario) será mucho más fácil de abordar que en el
marco, muy limitado, de la frase.

Entonces, la cuestión que se plantea al investigador, es saber qué


dirección tomar y, sobre todo, con qué instrumentos debe operar.
Nuestro punto de partida será modesto, pero por lo menos puede ser
claramente expuesto. Nos basamos, en efecto, en las investigaciones
de un lingüista reconocido, especialista precisamente en la «ciencia
de la frase» (Satzlehre), como dicen nuestros colegas alemanes. En
sus célebres Éléments de syntaxe structurale, L. Tesniere parte del
discurso para definir la frase más pequeña:
El nudo verbal [ ... ] expresa todo un pequeño drama. En efecto,
como un drama, comporta obligatoriamente un proceso, y a menudo
actores y circunstancias.
Trasladados del plano de la realidad dramática al de la sintaxis es-
tructural, el proceso, los actores y las circunstancias se convierten, res-
pectivamente, en el verbo, los actantes y los circunstantes (pág. 102).

Volveremos posteriormente sobre esta terminología. Por ahora


digamos que L. Tesniere parece establecer -aun cuando lo haga de
manera metafórica- una especie de isomorfla entre el «pequeño
96 Análisis semiótico del discurso

drama» y la estructura de la frase. Si ha pasado así, casi naturalmente,


del discurso a la frase, nada nos impide hacer el proceso inverso, que
nos conduce de la frase al discurso; pero en este caso con una venta-
ja notable, porque nos es posible transponer, para el análisis de ese
nuevo objeto, algunos procedimientos experimentados en lingüística
frástica; siguiendo más o menos el paso del enorme trabajo realizado
en el dominio de la sintaxis, debemos tener en cuenta esos logros
para la descripción de esta unidad más extensa, aunque no menos
compleja, que es el discurso: no tendremos más que extraer de los
instrumentos metodológicos sintácticos disponibles, a riesgo, eviden-
temente, de modificarlo y completarlo en consideración de los obje-
tos concretamente analizados.
Como ocurre a veces en las ciencias humanas, las dificultades se-
rán de dos órdenes. La primera, muy importante cuando se trata del
estudio del lenguaje, tiene que ver con el metalenguaje, es decir, con
el lenguaje que se emplea para denominar los conceptos descriptivos
empleados. De un lado, el metalenguaje se presenta, para los no ini-
ciados, como una verdadera jerga desagradable, que nos gustaría
evitar; pero en ese caso sería casi imposible sostener un discurso con
vocación científica, ya que sería necesario repetir, de forma cada vez
más amplia, el contenido de todas las denominaciones conceptuales;
concretamente, la paráfrasis sólo lograría bloquear el avance mismo
del análisis. Es verdad que, en el lenguaje corriente, la anáfora
permite repetir en forma condensada, como decíamos, lo que antes ha
sido expuesto ampliamente. Este procedimiento es sólo, desgracia-
damente, local y no autoriza ninguna estabilidad del anaforizante,
dado que éste es variable por definición según los contextos. La ven-
taja del metalenguaje es manifiesta: la terminología allí empleada es
independiente del contexto.
Además, el metalenguaje no merece tal vez el prefijo meta- en la
medida en que, excepto en algunos casos (tal como recurrir a un
neologismo; pero, incluso entonces, hay generalmente una motiva-
ción semántica), éste no deja de pertenecer a la lengua natural común,
uno de los objetos mismos de la descripción. Intuitivamente, es ver-
Cuestiones previas y perspectivas 97

dad, un verbo como significar, por ejemplo, se le puede percibir en


ciertos contextos como perteneciente al nivel metalingüístico (según
la terminología de R. Jakobson): esta función «sui-referencial» del
lenguaje verbal es clara en algunas situaciones (por ejemplo, cuando
en una conversación una persona dice a la otra: «¿Qué quieres decir
con eso?»), pero no siempre. La dificultad de distinguir claramente
dos niveles en el interior mismo de la lengua es tal, que algunos es-
pecialistas en semántica prefieren abandonar simplemente la noción
de metalenguaje y aplicar, concretamente, la paráfrasis 37 • Sin embar-
go, nos parece indispensable recurrir a él, aunque sólo sea para pre-
servar, en lo que esté a nuestro alcance, el rigor del análisis; no olvi-
demos que los términos del metalenguaje deben ser unívocos en lo
posible, es decir, admitir sólo una acepción, cualquiera que sea el
contexto de su empleo.
La segunda dificultad, que levanta el análisis semiótico, es la de
su elaboración. Es, desde luego, relativamente fácil construir modelos
teóricos más o menos sofisticados que tengan su coherencia interna,
pero sucede a menudo que cuando se intenta aplicarlos a los objetos
para los cuales, en principio, han sido elaborados, se producen nume-
rosas distorsiones debidas a la distancia entre el sistema descriptivo
adoptado y el material sometido al análisis. De ahí la impresión, a
veces real, de que la descripción semiótica pertenece más bien al or-
den del «bricolaje» (término apreciado por C. Lévi-Strauss), al que la
semiótica trata de ajustar lo mejor que puede las herramientas meto-
dológicas aplicadas, con el peligro de deformarlas un poco en rela-
ción con su finalidad original. Queda entendido, en efecto, que la úl-
tima palabra la tiene el objeto descrito; es así como, respetando sus
características propias, el investigador tenderá, dado el caso, a modi-
ficar correlativamente su tipo de análisis: ¿no es ese ir y venir ince-
sante entre el objeto y el modelo, que se considera da cuenta de él, lo
que define toda investigación digna de ese nombre? Por lo visto, todo
el problema es el de la adecuación -necesariamente relativa y

37
Tal vez éste sea el caso de B. Pottier, por ejemplo.
ANÁLISIS SliMIÍ>TICO. -4
98 Análisis semiótico del discurso

siempre más o menos convincente- entre el sistema descriptivo ela-


borado y el objeto analizado; naturalmente, dos opciones son aquí
posibles -una inclinada hacia el realismo, la otra hacia el idealis-
mo-, en la medida en que el análisis crea que las formas semióticas
que él ha reconocido son o bien intrínsecas al objeto descrito o bien
el fruto de un procedimiento puramente conceptual; por supuesto, a
la semiótica como tal no le corresponde pronunciarse sobre este
punto.
Como todo discurso, la semiótica, a su vez, no podría sustraerse a
las reglas de funcionamiento del lenguaje ya recordadas; si, como en
los juicios de los tribunales, quiere lograr la convicción del oyente o
del lector, tiene que hacer parecer verdad todo lo que enuncia. A
decir verdad, hablar de semiótica es tal vez abusivo, puesto que esta
denominación incluye, de hecho, aproximaciones muy diversas, las
cuales, por lo menos en principio, no deberían excluirse las unas a las
otras. No obstante, hay que reconocer que todas las semióticas posi-
bles -tal como hoy son difundidas- no tienen necesariamente el
mismo valor. Conscientes de que no es su «verdad» intrínseca la que
podría ayudamos a elegir, sino sólo su veridicción, se debería consi-
derar que la mejor aproximación es aquella que -según el consenso
«medio» actual en ciencias humanas- demuestra ser la más eficaz,
aquella que, frente al objeto a describir, da cuenta mejor y del modo
más completo posible. Esperemos que los tres principios de adecua-
ción, de exhaustividad y de simplicidad -que nos parecen esencia-
les en todo discurso con vocación científica- rijan las proposiciones
teóricas y metodológicas que vamos a formular en los tres capítulos
que siguen.
CAPÍTULO 2

FORMAS NARRATIVAS

2.1. ESTRUCTURAS NARRATIVAS DE SUPERFICIE

2.1.1. FORMAS ELEMENTALES DE LA NARRATIVIDAD

2.1.1.1. El relato mínimo


En una primera aproximación y antes de recurrir a un instrumental
conceptual lingúistico y/o semiótico más riguroso, podemos abordar la
narratividad desde un punto de vista global, en una perspectiva más
bien de tipo antropológico, que se acerque a nuestra experiencia coti­
diana. Para llevarla a cabo, mencionemos una oposición corriente
-aun cuando sea, en principio, de naturaleza filosófica-, a saber:
permanencia vs cambio. Se trata aquí, lo adivinamos, de una de las
primeras articulaciones posibles de la percepción y de la comprensión
de nosotros mismos y del mundo. Gracias a esta distinción fundamental
entre lo que es estable y lo que es modificado o transformado, damos
sentido a todo lo que constituye nuestro universo semántico, a lo que
hemos denominado, siguiendo a L. Hjelmslev, el plano del contenido.
Esta categorización elemental concierne, desde luego, a toda
nuestra existencia, ya sea en la aprehensión física del mundo que nos
100 Análisis semiótico del discurso

rodea, ya sea en las construcciones mentales que elaboramos. No nos


asombraremos, entonces, de encontrar esa primera oposición en el
interior de los discursos: dada una novela, por ejemplo, que cuenta la
vida de un personaje, la reconocemos de inmediato bajo una forma
apenas diferente, en el juego que se establece entre identidad y alte-
ridad; para el lector -y esto es una condición, sine qua non, de la
comprensión de tal libro-, dicho personaje continúa siendo él mis-
mo y, a la vez, sufre transformaciones. Permanencia y cambio apa-
recen así como las dos caras, opuestas y complementarias, de un
mismo dato: se llaman mutuamente, tanto en el plano de la «reali-
dad», de lo «vivido», como en el de los sistemas de representación,
del lenguaje. Se notará, a partir de esto, que si se excluye o se deja de
lado su interrelación, no puede darse ninguna definición verdadera
de los dos términos de esta categoría; se trata, pues, de una especie de
postulado que fundará -se verá a medida que avancemos- una
buena parte de nuestros procedimientos descriptivos.
Si se acepta como previa esta oposición entre permanencia y
cambio, se puede examinar entonces el caso del relato, respecto del
cual todos estamos prestos en reconocer, sin duda, su dependencia de
la narratividad. Lo que de entrada parece caracterizar al relato es,
simplemente, el hecho de que «algo sucede allí»: en tal caso, el
acento se pone tal vez más sobre el cambio que sobre la permanencia
(de la cual dependen preferentemente, a primera vista, los discursos
descriptivos), aun cuando esta última sea por lo menos presupuesta.
Ni que decir tiene, en efecto, que sólo se reconoce la permanencia
como tal en relación con el cambio y viceversa. Para ser un poquito
más preciso, se podría definir el relato como el paso de un estado a
otro estado.
Así, un espacio publicitario difundido por televisión y que presen-
ta una lejía X para lavar la ropa o un producto Y para limpiar los pi-
sos, propondrá la transformación de un estado de suciedad a un esta-
do de limpieza, que se relacionará, además, por lo general (vid.
infra), con la articulación temporal antes vs después. Igualmente, el
cuento maravilloso -como nos enseña V. Propp- juega en una re-
Formas narrativas 101

lación comparable, la que opone la «carencia» a la «supresión de la


carencia»:. Cenicienta, humillada al comienzo del relato, será exaltada
al final; el joven pobre de origen modesto, subirá al trono real, etc.
De modo semejante, pero en otro dominio, se opone en música clási-
ca la «disonancia» a su «resolución». En muchos casos se pasa así de
un desequilibrio inicial a un equilibrio final, aunque la transforma-
ción inversa (que va de lo positivo a lo negativo) es siempre posible
(por ejemplo en los relatos que «terminan mal»). Esto es verdad no
sólo, como acabamos de recordar, para el cuento popular o la publi-
cidad, sino también para el discurso político (que nos propondrá, da-
do el caso, pasar de las «dificultades» o de la «desgracia» presente a
un futuro de «bienestar», a un mundo de paz, de felicidad) o incluso
para el discurso científico (que, situado en el plano cognoscitivo, nos
invita a compartir una aventura con un final feliz, partiendo de un
estado de ignorancia o error y terminando en una solución propuesta
como verdadera, la misma que se considera calmará nuestro apetito
de saber); con el cortejo fúnebre, anteriormente ilustrado, hemos da-
do una pequeña muestra, al decir que constituye algo así como una
historia que va de la muerte a la vida.
Siguiendo nuestra hipótesis, el relato implica la distinción de por
lo menos dos estados separados por sus respectivos contenidos. Sea,
por ejemplo (ya hicimos alusión a ello), una obra que cuenta el de-
venir de un personaje: si en el plano psicológico de lo «vivido» ese
devenir se presenta en forma de un continuum, la descripción que se-
rá dada proyectará casi necesariamente lo discontinuo sobre ese pri-
mer continuo: lo articulará en unidades discretas, en etapas sucesi-
vas, que van a distinguirse, a oponerse las unas a las otras. Las
relaciones establecidas son de órdenes posibles diferentes, por ejem-
plo, en el dominio lexicológico se dispone de una extensa tipología
de las oposiciones; citemos solamente algunas de sus formas: los an-
tónimos (sombrío/luminoso), los complementarios (casado/soltero;
vida/muerte), los reversibles (marido/mujer; debajo/encima; delan-
te/detrás; antes/después; padre/madre), los direccionales (subir/bajar;
partir/llegar; comprar/vender). Respecto a nuestro dominio de explo-
102 Análisis semiótico del discurso

ración, sólo conservaremos tres tipos de oposición a los que recurri-


remos en adelante:
• Las oposiciones llamadas categoría/es (verdadero/falso; le-
gal/ilegal) que no admiten términos medios.
• Las oposiciones graduales que, en lugar de articular el eje se-
mántico únicamente en dos segmentos, lo presenta en forma escalar
con varias posiciones intermedias posibles; por ejemplo, quemante vs
caliente vs tibio vs fresco vs frío vs helado.
• Finalmente, las oposiciones calificadas como privativas -uti-
lizadas muy a menudo en fonología o en semántica léxica, por ejem-
plo- según las cuales partiendo de dos unidades comparadas, una
comprende un rasgo dado del que la otra está privada. Así, vi-
da/muerte (todos los diccionarios definen unánimemente la muerte
como la cesación de la vida), dinámico/estático (lo estático corres-
ponde a la ausencia de dinamismo), pertinente/impertinente, anima-
do/inanimado, etc. Estas oposiciones privativas no son, por supuesto,
susceptibles de gradación: en lingüística, por ejemplo, un rasgo es
pertinente o no lo es; en todo caso, sería aberrante decir que él
es «muy» o «poco» pertinente.
A partir de esas relaciones opositivas que podemos diferenciar
los estados inicial y final del relato más simple, concebido, hemos
dicho, como paso de un estado a otro. Se impone aquí una adver-
tencia esencial: sólo es posible hablar de diferencia desde un fondo
de semejanza. Para oponer dos unidades o, más ampliamente, dos
estados, es necesario que ellos sean distintos en ciertos aspectos y
que, al mismo tiempo, tengan a lo menos un rasgo común: «hijo» e
«hija» se diferencian según la oposición masculino/femenino, pero
comparten una misma relación de generación con respecto a los
«padres». Es ese juego entre identidad y alteridad el que, con toda
evidencia, asegura a un relato su coherencia: si no hubiera cierto
parentesco entre el estado inicial y el estado final, el lector se per-
dería completamente, el relato parecería entonces, si tal caso ocu-
rre, más o menos aberrante. Así, no se podría pasar directamente de
una falta de dinero (= estado 1) a una curación (= estado 2). Vol-

.,
... ~ .
,'1,
.,
,;,.:.,
..,
Formas narrativas 103

vamos a nuestra Cenicienta 1, cuya historia va, en términos globa- ·


les, de la /humillación/ inicial al /enaltecimiento/ final (mientras
sus hermanas, en muchas variantes francesas, pasan correlativamen-
te del /enaltecimiento/ a la /humillación/). Según el diccionario,
humillar significa «abatir, rebajar de modo degradante o envilece-
dor» 2• Dicho de otra manera, como acción, todo gesto de humilla-
ción presupone que quien es objeto de esa humillación haya ocupa-
do, previamente, una posición bastante elevada: en caso contrario,
ciertamente dicha persona no podría ser rebajada. En términos pro-
ppeanos (que juegan con la oposición privativa), en ese caso se in-
terpretará la /humillación/ como «carencia» y el /enaltecimiento/
que sigue como «supresión o eliminación de la carencia», ya que
esa es la diferencia entre los dos estados. Sin embargo, /humilla-
ción/ y /enaltecimiento/ están, por otro lado, emparentados, aunque
sólo sea porque la primera es la negación del segundo, o que la
primera guarda, digamos, en la memoria el estado opuesto. Es su-
ficiente imaginar que el /enaltecimiento/ y la /humillación/ son los
dos polos extremos de un mismo eje de «apreciación social», eje
que, al serles común, establece entre ellos una relación de identidad
(parcial); en cambio, la distancia que en ese mismo eje separa los
dos términos, manifiesta su alteridad.
El relato mínimo corresponde, hemos dicho, al paso de un estado
a otro. Es conveniente ahora insistir menos sobre los estados - como
acabamos de hacer- que sobre el paso mismo. En esta perspectiva,
reformulemos más claramente nuestra definición de relato: lo con-
cebimos como una transformación situada entre dos estados sucesi-
vos y diferentes. Sobre su carácter diferente no tenemos nada que
añadir, al menos por el momento. Al contrario, el aspecto de sucesión
aporta un elemento nuevo, pues pone de manifiesto el componente
temporal del relato cuya importancia reconoce todo narratólogo com-

1
Ver J. Courtés, lntroduction a la sémiotique narrative et discursive, París, Ha-
chette, 1976.
2
En el diccionario Petit Robert.
104 Análisis semiótico del discurso

petente. De acuerdo con la tradición aristotélica, que ninguna escuela


ha podido suplantar (salvo, tal vez, el «nouveau roman»3, pero allí
incluso de modo parcial), no es posible contar algo si no es en la re-
lación del antes y del después (estableciendo, dado el caso, una rela-
ción de causalidad según el adagio: post hoc, ergo propter hoc), del
ascenso y del descenso; se trata de una ley válida por lo menos para
el relato clásico, el único que consideramos en esta obra.
Dicho esto, nada nos prohibe - permaneciendo siempre, necesa-
riamente, en el marco de la «sucesión» de los estados- invertir, di-
gamos, la relación (esto es, del /después/ hacia el /antes/) y prever
entonces estados «reversibles» que permitirían dar cuenta, entre otras
cosas, de ciertos discursos llamados fantásticos: en lugar de ir de un
estado 1 a un estado 2 -como sucede generalmente- se puede
imaginar siempre un recorrido inverso. Recordemos, por ejemplo, el
diálogo de Jesús con Nicodemo en el Evangelio de San Juan (3, 3-4;
traducción de la B. A. C.):
Respondió Jesús y le dijo: «En verdad, en verdad te digo que
quien no naciere de arriba no podrá entrar en el reino de Dios. Díjole_,
Nicodemo: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso pue-
de entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer?».

En el mismo sentido, todos hemos visto alguna vez desfilar mar-


cha atrás una secuencia filmada que va, por ejemplo, de los pedazos
de un objeto quebrado(= estado 2) a su reintegración anterior(= es-
tado 1), produciendo así la ilusión de su posible reconstitución.

3
El movimiento literario llamado «nouveau roman» («nueva novela») surgió en
Francia después de la Segunda Guerra Mundial y se suele incluir entre sus represen-
tantes a los escritores Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute, Michel Butor, el Premio
Nóbel Claude Simon, etc. [cf. Alain Robbe-Grillet, Pour un nouveau roman, París,
Gallimard, 1963; Jean Ricardou, Problemes du nouveau roman, París, Éditions du
Seuil, 1967; Nouveau Roman: hier et aujourd'hui, Coloquio en el Centro Cultural ln-
temational de Cerisy-la-Salle del 20 al 30 de julio de 1971, U. G. É. («10/18», núm.
725), París, 1972). (N. del T.)
Formas narrativas 105

Nuestra definición, un tanto más precisa, del relato como trans-


formación situada entre, dos estados sucesivos/reversibles y dife-
rentes se funda en una oposición muy próxima de la que fue nues-
tro puntó de partida (permanencia/cambio), a saber, estatismo vs
dinamismo: por una parte, pues, los estados sobre los cuales aca-
bamos de hablar, por la otra el hacer que asegura la transformación
de un estado I en un estado 2 o a la inversa. De este modo se inicia
una tipología de los discursos, unos de carácter mayormente narra-
tivo, que dependen del dinamismo (novela de aventuras, películas
de suspense, etc.); otros de naturaleza más bien estática, que iden-
tificamos con los discursos descriptivos (por ejemplo, las películas
documentales). A decir verdad, la línea de demarcación entre esos
dos tipos no es tan clara, ya que las descripciones no pueden esca-
par a la narratividad, de la misma manera que la elaboración narra-
tiva supone un mínimo de descripción.
Nuestro esquema de base (donde T = transfonnación) es el si-
guiente:
estado l estado 2

donde se señalan los dos tipos de recorridos posibles: sucesivos y re-


versibles (si se tienen en cuenta, por lo menos en parte, los conteni-
dos considerados). Notemos que puede adoptarse otra segmentación,
la misma que ya no iría de un estado a otro estado sino de una a otra
transformación:

füJ --➔--,[fi]
;=JL_es_ta_do_¡-I

Éste es el caso tal vez de la «revolución permanente», donde sólo


las transformaciones y no los estados intermedios se toman como
puntos de referencia. Dado nuestro instrumental metodológico, nos
parece sin embargo más fácil describir los estados que las transfor-
maciones; sobre ellos nos sustentaremos en primer lugar. Además, en
adelante abandonaremos los estados llamados «reversibles», al fin y
al cabo poco frecuentes, para consagramos exclusivamente a los es-
106 Análisis semiótico del discurso

tados sucesivos (según el antes y el después). Retengamos, entonces,


la siguiente orientación:

~I estado 2 I
Una vez planteado lo que antecede, es conveniente ahora avanzar
un paso más en el análisis y distinguir claramente esta organización
narrativa elemental -que depende de una especie de lógica subya-
cente-, de sus realizaciones concretas en los relatos, realizaciones
que no suponen necesariamente la manifestación de todos sus com-
ponentes. Así, sea un estado 1 seguido de una transformación: 1en tal
caso, este encadenamiento implica un estado 2, aun cuando no se ha-
ya hecho explícito como tal. Supongamos cierto anuncio publicitario
que presenta un producto X para el aseo de los pisos: éste parte de
una superficie sucia (= estado 1) y muestra una mujer iniciando la
limpieza(= T): aquí es previsible, sin duda, la pulcritud(= estado 2)
a la que se apunta, pero no se presenta directamente. En sentido in-
verso, si el relato propone una transformación seguida de un estado (a
saber, el estado 2), se deducirá lógicamente que antes había ahí un
estado diferente, opuesto (el estado 1): la limpieza obtenida gracias al
producto X es comprensible únicamente en relación con un estado de
suciedad presupuesto. Existe, en fin, una última posibilidad: supon-
gamos que ni el estado 1 ni el estado 2 son puestos de manifiesto, sino
que sólo se presenta la transformación: en ese caso, ésta presupone
y/o implica por fuerza los dos estados que lógicamente la encuadran:

: ~ 1estado 2 1
.' '
' '
. . ..
'
A ..... [ ................. ).... L.......... L... l. ....................... .
8( ................. ).... .:............1.....:
e: ....:.......... .:........................ ..
D'. ...........:
Formas narrativas 107

En pocas palabras, si A hace explícita la organización de conjun-


to del relato mínimo, B implica el estado 2, C el estado l y D presu-
pone el estado l e implica el estado 2. Todo un juego de presuposi-
ciones (en el sentido que va del descenso hacia el ascenso del relato)
o de implicaciones (del ascenso hacia el descenso) estructura así el
relato, constituyéndolo como un objeto bien determinado, capaz de
ser luego analizado en detalle. Se recordará solamente que esta forma
narrativa está· basada en la relación de orientación 4 , tomada como
postulado, orientación que sirve, entre otras, de base formal al com-
ponente temporal del relato, al juego del /antes/ (vinculado al estado
1) y del /después/ (correlacionado con el estado 2).

2.1.1.2. El programa narrativo (= PN)


Nuestra concepción del relato mínimo, tal cual la acabarnos de
presentar, no es todavía lo bastante completa ni afinada como para
servir de base a una verdadera gramática narrativa: es, como se ve,
muy empírica, no abriendo -sólo desde el punto de vista semióti-
co- ninguna pista de investigación precisa. Para dar un paso más,
recurramos ahora -como ya anunciarnos en el capítulo preceden-
te- a la lingüística frástica, la única susceptible de ofrecemos un
modelo más o menos trasladable al orden del discurso. Esta gestión
no es posible, por supuesto, si no se admite una relación de isomorjía
entre la/rase y el discurso, tal y como es implícitamente reconocida
por L. Tesniere (vid. supra).
Todas las investigaciones en sintaxis (frástica) se plantean co-
mo primer objetivo la puesta al corriente de un enunciado elemen-
tal de base, a partir del cual ellas serán capaces de elaborar mode-
los cada vez más complejos y permitir el análisis de todas las

4
Recordemos que la orientación - en fonna de rección, de sobredeterminación,
etcétera- es uno de los primeros principios que subtiende todas las investigaciones
en lingüística frástica.
108 Análisis semiótico del discurso

frases posibles de una lengua natural. Así, A. Martinet plantea


como enunciado mínimo 5 el «nexus» (= relación, nudo) constitui-
do por la pareja sujeto vs predicado: esta concepción, como se sa-
be, remonta a Aristóteles, se le vuelve a encontrar en la Grammaire
de Port-Royal y perdura hasta nuestros días, pero desgraciadamen-
te está demasiado ligada a la no distinción entre lógica y lingüísti-
ca; desde la más alta antigüedad, la gramática tradicional se esfor-
zaba por articular la frase según una oposición lógica entre sujeto
y predicado, siendo el sujeto aquello de lo cual 'se dice algo y el
predicado lo que se dice. N. Chomsky G.i.tSi no se aparta mucho
casi de esta tesis al proponer un esquema igualmente binario de la
frase elemental: sintagma nominal vs sintagma verbal (F = SN +
SV). Este punto de vista es incluso mencionado, sobre todo en los
estudios literarios, gracias a la oposición tema vs rema (que co-
rresponden a la pareja sujeto/predicado). A decir verdad, esos ti-
pos de enunciado -los cuales, es prudente recordarlo, son nece-
sariamente axiomáticos- parecen prácticamente inadaptables al
relato o, más extensamente, al discurso, por el hecho mismo de su
binarismo. En cambio, las proposiciones de L. Tesniere sobre la
«estructura de la frase simple» -fundamentalmente más cercanas
que las de Hans Reichenbach en lógica (según las cuales el enun-
ciado podría definirse como una relación entre «nombres pro-
pios»)- parecen realmente aprovechables en nuestra aproxima-
ción a las formas narrativas. Ya hemos hecho alusión a ello;
reiterémoslo en detalle.
Para L. Tesniere, «el verbo está en el centro del nudo verbal y,
en consecuencia, de la frase verbal. Él es, pues, el regente de toda
la frase verbal» 6• Lo que ilustra, por ejemplo, el «stemma» que si-
gue:

5
Véase Syntaxe générale, París, Colin, 1985, pág. 115.
6
En Éléments de syntaxe structurale, París, Klincksiek, 1982, pág. 103.
Formas narrativas 109
canta

.A .
amigo canc1on

AA
mi viejo esta linda

Citemos, de forma más amplia, la tesis de L. Tesniere, supri-


miendo también de su texto cierto número de remisiones (a parágra-
fos o esquemas) y la numeración de los parágrafos 7 :
El nudo verbal, que se encuentre en el centro de la mayor parte de
nuestras lenguas europeas, expresa todo un pequeño drama. En efec-
to, como un drama, comporta obligatoriamente un proceso, y a me-
nudo actores y circunstancias.
Trasladados del plano de la realidad dramática al de la sintaxis
estructural, el proceso, los actores y las circunstancias se convierten,
respectivamente, en el verbo, los actantes y los circunstantes.
El verbo expresa el proceso. Así, en la frase Alfredo golpea a
Bernardo, el proceso es expresado por el verbo golpea.
Los actantes son los seres o las cosas que, bajo cualquier trata-
miento y de cualquier modo, incluso como simples figurantes y de la
manera más pasiva, participan en el proceso.
De este modo, en la frase Alfredo da el libro a Carlos, Carlos e
incluso el libro, aunque no obran por sí mismos, no dejan de ser ac-
tantes con el mismo criterio que Alfredo.

Por nuestra parte, dejaremos de lado los circunstanciales que


«expresan las circunstancias de tiempo, lugar, manera, etc. en las
cuales se desarrolla el proceso» 8, ya que se trata, sobre todo desde
nuestra perspectiva narrativa, de datos que no pertenecen al núcleo
del enunciado elemental; los volveremos a encontrar por supuesto

7
En Éléments de syntaxe structurale, pág. 102.
8
!bid., pág. 102.
110 Análisis semiótico del discurso

más tarde, en los niveles de representación más complejos. La idea de


las proposiciones sintácticas de L. Tesniere, que retendremos por
ahora, es que la frase verbal simple tiene como núcleo el verbo (o _la
función, en la terminología lógica de H. Reichenbach) y que éste es
formalmente definible como una relación entre actantes.
Siguiendo a L. Tesniere mismo, como hemos dicho anteriormen-
te, postulamos una real isomorfía -por el hecho de la elasticidad
del discurso- entre el discurso y la frase. Tomando la definición de
la frase simple en sintaxis, nos proponemos aplicarla ahora al discur-
so; quisiéramos esbozar así las grandes líneas de una verdadera sin-
taxis narrativa de tipo actancial que, a diferencia de la de la frase,
tenga en consideración unidades de mayor longitud.
En semiótica narrativa, el enunciado elemental se definirá como
la relación-función (= F) entre actantes (= A), entendidos en el mis-
mo sentido de L. Tesniere. Sea, pues, la siguiente articulación:

F (Al, A2, A3 ... An)

donde el número de actantes posible no es limitado: la estructura del


enunciado podrá ser, pues, no sólo binaria como en A. Martinet o
N. Chomsky, sino también ternaria, cuaternaria, etc. En un segundo
momento, se vierten semánticamente las posiciones actanciales (Al,
A2, A3 ... An), lo que permite distinguir varios tipos de actantes. Se
constituirá su inventario de manera más bien empírica, en todo caso
inductiva pero en modo alguno deductiva: evidentemente, es en fun-
ción del número y de la variedad de los materiales sometidos al aná-
lisis semiótico, como se pueden obtener las constantes actanciales.
Recurriremos así, entre otros, a los actantes sujetos, anti-sujetos,
objetos, destinadores, destinatarios, anti-destinadores, anti-destina-
tarios, etc.
Contentémonos por ahora con introducir el actante sujeto y el
actante objeto entre los que se inscribe una relación-función(= F):

F (S, O)
Formas narrativas 111

Precisemos que la función (= F) no es algo así como un tercer


elemento añadido: sujeto y objeto sólo existen como tales en y por la
relación que mutuamente mantienen entre sí, son los términos extre-
mos. Claro que, como sucede en gramática tradicional, sujeto y obje-
to sólo son posiciones formales, a diferencia de la psicología, de la
filosofia y muchas otras ciencias humanas, de las cuales ya hemos di-
cho que tienen finalmente como objetivo la ontología, llamadas como
están a pronunciarse sobre la realidad de las cosas, de las personas,
de los acontecimientos: la semiótica descarta toda definición sus-
tancial del sujeto y del objeto. Nadie ignora que ya en gramática
frástica, no importa qué ser (entidad o cualidad), animado o inanima-
do, puede desempeñar el papel de sujeto, incluso una proposición
(«Que llueva o que haga buen tiempo no cambia en nada mis proyec-
tos»). Sucede lo mismo en semiótica narrativa, donde sujeto y objeto
dependen de una estructura propiamente sintáctica, posicional, fuera
de todo vertimiento semántico particularizante.
Por lo tanto, sujeto y objeto no son simples variables, como ocu-
rre con «p» y «q» en el cálculo de las proposiciones en lógica: la di-
ferencia de letra (p/q) es empleada sólo para señalar que las proposi-
ciones son diferentes; se podría decir, por ejemplo, «si q, entonces p»
como «si p, entonces q»: si se ha impuesto en la práctica esta última
forma, tal vez simplemente se deba al orden alfabético de las dos le-
tras. Se notará, en efecto, que las denominaciones sujeto y objeto no
son totalmente arbitrarias, que semánticamente son algo motivadas.
Si sujeto y objeto se sitúan en un mismo plano estructural, sin embar-
go su relación no es simétrica, sino, de hecho, orientada. Aclaremos
ese aspecto con un ejemplo escogido de otro campo. Sean dos pun-
tos, 'x' e 'y', equidistantes de la mitad de un eje vertical: su relación
es llamada simétrica, puesto que 'x' e 'y' pueden cambiar su posición
sin que se modifique la naturaleza de su relación. Si, al contrario, yo
digo «'x' está debajo de 'y'», la relación es vista en el discurso como
asimétrica; en ese caso, 'y' es planteada como punto de partida de la
relación orientada hacia 'x'. En el caso del sujeto y del objeto, hay
que postular una orientación que vaya del sujeto al objeto, pero no
112 Análisis semiótico del discurso

en sentido inverso: es lo que, en lingüística, se llama transitividad o


rección, incluso sobredeterminación, conceptos no definidos y que,
bien entendido, se encuentran en la base, como ya hemos dicho, de
todas las investigaciones en sintaxis.
Demos un paso más para especificar, no más los actantes, sino la
relación-función. En el parágrafo anterior hemos sugerido una prime-
ra articulación fundamental del relato mínimo, oponiendo la perma-
nencia al cambio, el estatismo al dinamismo, los estados a las trans-
formaciones. Precisamente, es esta dicotomía la que aquí puede
servirnos de base para obtener dos tipos de funciones posibles: ten-
dremos así, de un lado, la función-junción que corresponderá a la per-
manencia, al estatismo, a los «estados de las cosas»; del otro, la fun-
ción-transformación, relacionada con el cambio, con el dinamismo.
Sea, en primer lugar, la función-junción, que nos permite presen-
tar el enunciado de estado:
F junción (S, O).

Ya que lajunción es o positiva (será llamada entonces conjun-


ción) o negativa (correspondiendo a la disjunción), se distinguirá co-
rrelativamente el enunciado de estado conjuntivo 9 :
sno
del tipo «Pedro(= S) tiene(= n) un tesoro(= O)» o «Juan es rico»(=
Juan está conjunto con la riqueza), y el enunciado de estado disjunti-
vo, anotado:
suo
que representa el estado inverso («Pedro no tiene un tesoro» o «Juan
es pobre»). Señalemos de paso que los dos signos -n y u - em-
pleados para expresar los dos modos de la relación juntiva, positivo o

9
Por razones prácticas, representamos la conjunción -entre sujeto y objeto-
con el signo: n; y la disjunción con: u.
Formas narrativas 113

negativo, son puramente arbitrarios, adoptados por comodidad tipo-


gráfica, y que ciertos semióticos, haciendo uso de su pleno derecho,
han optado por otras formas de representación visual.
La oposición conjunción/disjunción puede ser aquí multiplicada. Es
suficiente, para hacerlo, emplear la negación 10 ( que aparece más abajo
en nuestro esquema con un rasgo superior horizontal) de cada uno de los
dos términos: no-conjunción y no-disjunción. Sea el siguiente esquema:
n u

u n
(encontrar) (perder)

Si, desde un punto de vista estrictamente lógico, la no-disjunción


no es diferente de la conjunción, pues la disjunción está en relación
de identidad con la no-conjunción, no sucede lo mismo en semiótica,
como lo muestran las denominaciones puestas entre paréntesis: es
decir, perder es una forma de no tener, pero ocurre además, como
rasgo particular, el hecho de evocar un tener anterior; igualmente,
encontrar es tener, pero presupone una disjunción previa. Aquí todo
sucede como si, al contrario del cálculo lógico que opera con susti-
tuciones, el discurso guardara en memoria, por decirlo de algún mo-
do, las posiciones ya ocupadas precedentemente.
Abandonemos la relación de junción y pasemos a la relación de
transformación: se hablará entonces, no ya de enunciado de estado,
sino de enunciado de hacer, de la forma:
H transformación (S, O).
10
En lo que sigue de nuestra exposición, la negación será representada por un
rasgo horizontal superior, como ahora, o, más a menudo (especialmente en las indica-
ciones modales), por un simple guión que precede directamente a lo que es negado.
114 Análisis semiótico del discurso

Se considera que ese tipo de enunciado refleja el paso de un


estado a otro; de ahí que el objeto (= O) no designe, en ese caso,
una entidad, como era el caso en el enunciado de estado, sino una
relación que es conjuntiva o disjuntiva. En otras palabras, el sujeto
(= S) transforma (= H) un estado dado (= O) en otro estado. Ello
quiere decir también que .todo enunciado de hacer presupone dos
enunciados de estado, uno digamos en ascenso y el otro en des-
censo. Se vuelve a encontrar así la estructura del relato mínimo
antes propuesta, pero con una articulación un poco más fina, ca-
paz, como se verá más adelante, de múltiples complejizaciones;
pues contamos desde ahora no sólo con los estados y las trans-
formaciones ( correspondientes a la categoría permanencia vs cam-
bio), sino también, con todo un sistema de actantes que da pie a
análisis más detallados: así, el estado considera a los dos actantes
sujeto y objeto; igualmente, la transformación no presupone sólo
dos estados sucesivos y diferentes, sino también un sujeto de ha-
cer.
A partir de esos dos ,tipos de enunciado -de estado y de ha-
cer- construidos progresivamente, se puede volver a la narratividad
que estaba en el punto de partida de nuestro comentario, pero provis-
tos, esta vez, de un modelo más adecuado. El enunciado de hacer,
decíamos hace un momento, se constituye en realidad con dos enun-
ciados de base complementarios: el enunciado de hacer rige allí un
enunciado de estado presupuesto. Culminamos así la formulación de
esta unidad de base que se llama el programa narrativo (abreviado,
por lo general, en adelante como PN); éste asume por lo menos dos
formas posibles, una que indica el estado conjuntivo alcanzado:

(1) PN = H { SI ➔ (S2 n O)},

la otra, el estado disjuntivo realizado:

(2)PN=H { Sl ➔ (S2UO) }.
Formas narrativas 115

Según una u otra fórmula, el PN señala únicamente el estado 2,


pero presupone naturalmente un estado 1 (anterior), de naturaleza
opuesta. Se ve así que la fórmula (1) corresponde a la transformación
que, en lenguaje proppeano, nos hace pasar de la «carencia» (o sea:
S2 U O) a la «supresión de la carencia» (= S2 n O): se trata del
procedimiento llamado de adquisición; en cambio, la fórmula (2) re-
presenta la privación y podría ser ilustrada por el «robo»: si O es el
objeto robado, S 1 se identificaría con el ladrón ( como sujeto de ha-
cer), mientras que S2, llamado sujeto de estado, correspondería a la
persona robada. Con ello disponemos de un esquema elemental que
permite dar cuenta de los relatos mínimos que «terminan bien» (y co-
rresponden, entonces, a la fórmula 1) como de aquellos que «ter-
minan mal» (o sea la fórmula 2). La lectura de los símbolos emplea-
dos se hace de la siguiente manera: el sujeto S 1 actúa de tal suerte (la
transformación es representada, de manera redundante, por la letra H
y por la flecha) que el otro sujeto (= S2) esté conjunto (o disjunto)
con respecto al objeto de valor O.
Algunos casos particulares se incorporan a esas dos formas del
programa narrativo. Mencionemos de inmediato el del hallazgo
(dejando de lado la connotación eufórica de ese término). Para un
sujeto dado, S2, hallar es estar conjunto con un objeto(= O) deseado
o no, desconociendo el sujeto de hacer correspondiente:
H {? ➔ (S2 n O)}.

El signo de interrogación significa aquí que el sujeto del enuncia-


do de hacer no se manifiesta bajo la forma de un actor determinado:
se hablará entonces de «suerte», de «providencia», si el objeto es pre-
ferentemente eufórico para S2, o de «azar» si no está tímicamente
marcado. En sentido inverso, tenemos, desde luego, la pérdida: el
sujeto de estado está disjunto del objeto que poseía, pero ignora quién
es el responsable de ese nuevo estado de cosas, cuál es el sujeto de
hacer:
H {? ➔ (S2 U O)}.
116 Análisis semiótico del discurso

Para llenar esta «casilla vacía», se aludirá a los indeterminados, a la


«desgracia», a la «mala suerte», etc.
Por eso el semiótico se pregunta si también las otras dos posicio-
nes actanciales (S2 y O) son susceptibles de quedar vacantes. En un
caso, ningún objeto preciso sería designado:

H { S1 ➔ (S2 n ?) }.

Esto sucede, creemos, con la interpretación psicológica de la angus-


tia, que, a diferencia del miedo (necesariamente se tiene miedo de al-
go), no se refiere a ningún objeto preciso. En el otro caso, es el actan-
te S2 el que pemianece desconocido:

H { SI ➔ (?nO) }.

Esta última formalización podría aplicarse, por ejemplo, a un enun-


ciado como «Los dioses hacen llover», en que el sujeto de estado
(beneficiario) no corresponde a un actor preciso.
Retomemos ahora al PN más corriente y totalmente explícito, tal
como el de la adquisición (ocurriría lo mismo con un PN de priva-
ción):

H {SI ➔ (S2 n O)}.

Son previsibles diversos casos de figura que tienen que ver con el
estatuto de los sujetos de hacer y de estado. Muy a menudo los roles
sintácticos de S 1 y S2 son asumidos por actores diferentes: se dirá
entonces que el hacer es transitivo, dado que parte de S 1 para actuar
en favor de S2. Tal es, por ejemplo, el caso del don en el cual S 1 es
asumido por el donador, S2 por el donatario (o beneficiario) y O re-
presenta el objeto donado.
Sucede también que las dos funciones sintácticas de sujeto de
hacer (== S 1) y de sujeto de estado (= S2) son asumidas por un solo y
mismo actor: el hacer será llamado, en ese caso, reflexivo. Un ejem-
plo muy simple es el del ladrón, que es a la vez sujeto de hacer(= S1)
Formas narrativas 117

y sujeto de estado (= S2): él es el beneficiario de su propia acción;


desde el punto de vista sintáctico, la articulación es la misma, sólo
varía el vertimiento actorial de los actantes. Por supuesto, la defini-
ción del don o del robo no podría reducirse sólo a su forma narrativa,
ya que implica un componente semántico (del que hablaremos en el
tercer capítulo).
Cuando los roles de sujeto de hacer y de sujeto de estado son
asumidos por un solo y mismo actor, se dice que hay sincretismo
actancial. Conviene señalar al respecto otro sincretismo posible
en el marco del mismo programa narrativo: la expresión «darse en
cuerpo y alma a alguien» presupone que el sujeto de hacer(= S1)
y el objeto (= O) corresponden a un solo actor, mientras que S2
designa el «alguien» al que uno se da. Por último, sería suficiente
interesarse por el discurso psicológico para encontrar seguramente
otro sincretismo, del tipo: S1 + S2 + O; un mismo personaje puede
ser, en el extremo, a la vez sujeto de hacer (tratando, por ejemplo,
de saber), sujeto de estado (quien se beneficia del saber adquirido)
y objeto (= el contenido mismo del saber, en el caso de la intros-
pección).

2.1.2. PROGRAMA NARRATIVO


Y COMPLEJIZACIONES POSIBLES

Aquí se impone una observación previa. Sin entrar por ahora en


detalles, es prudente recordar que en el eje llamado paradigmático (o
eje de la selección), las unidades mantienen entre sí una relación de
tipo «o ... o»: es una relación de exclusión según la cual se retiene un
elemento a expensas de todos los otros' posibles; en el eje sintagmáti-
co (o eje de la combinación), las unidades se vinculan unas con otras
según una relación del género «y ... y» que actúa, si se quiere, según el
principio de la co-presencia: aparte de la simple parata.xis (semánti-
camente indeterminada, por definición), especificaremos, en una
primera etapa, la relación sintagmática recurriendo a la relación de
118 Análisis semiótico del discurso

presuposición (sobre la cual debe indicarse que no es -en ese eje-


la única posible).

2.1.2.1. Complejizaciones de tipo sintagmático


Tomando como base el enunciado elemental que es el PN
PN=H { Sl ➔ (S2nO) },

se puede proponer de inmediato una estructuración del intercambio


que emplee dos dones diferentes. Para realizarlo es suficiente prever:
a) que cada uno de los dos actores sea sujeto de hacer en uno de
los dos PN, y sujeto de estado en el otro;
b) que los dos programas narrativos, constitutivos del intercam-
bio, estén vinculados por una relación de presuposición recíproca
(arbitrariamente anotada: tt), según la cual habrá intercambio si, y
solamente si, a una Hl dada le corresponde una H2;
c) que, a diferencia del don/contra-don (vid. infra), los dos obje-
tos (01 y 02) sean juzgados equivalentes por los protagonistas del
intercambio.
Notemos que si uno de los objetos presentes tiene más valor que
el otro, se tendrá, por ejemplo, un caso de «plusvalía»: así ocurre
cuando el trabajo del obrero no es pagado de modo equivalente al di-
nero que él proporciona al patrón. La equivalencia de O 1 y 02 puede
ser igualmente puesta en duda con respecto a lo que llamaremos más
adelante las modalidades veridictorias, según el juego que se esta-
blece, dado el caso, entre el ser y el parecer. Esto sucede cuando, por
ejemplo, el traidor ataviado de pobre viejo andrajoso, se presenta en
casa de Aladino (quien se encuentra en la guerra) y propone a la mu-
jer de este último, que se encuentra sola, cambiar una de sus lámparas
nuevas por la vieja que Aladino ha colocado, como de costumbre,
en un rincón de la chimenea: el intercambio, por cierto, se realiza, pe-
ro bajo el modo del parecer, ya que el traidor se lleva no sólo una
lámpara vieja, sino también los poderes maravillosos que le son atri-
buidos. Es decir, que la relación de equivalencia entre O 1 y 02 es
Formas narrativas 119

una función del contrato fiduciario que vincula a los dos interlocuto-
res, sobredeterminando la estructrura del intercambio: así, el inter-
cambio de la lámpara de Aladino se sitúa bajo el signo de lo ilusorio
(= lo que parece, pero no es). Reconozcamos aquí que el esquema
sintáctico que nos proponemos está muy lejos de agotar su objeto:
Hl {SI ➔ (S21101)} +-1' H2 { S2 ➔ (SI 11 S2) }.

Esta formulación se sirve de dos PN de tipo conjuntivo. Es claro


que la misma estructura puede ejercerse en los PN de pretensión dis-
juntiva: ya no se tratará, entonces, de «darn sino, por el contrario, de
«quitar»:
H1 { SI ➔ (S2 U 01)} +-1' H2 { S2 ➔ (SI U 02) }.

El ejemplo más simple es el del rapto que termina mal: al rechazo del
medio de evasión (S2 U 01), requerido por los malhechores, corres-
ponde la muerte (S 1 U 02) de los rehenes detenidos. Lo mismo su-
cede en el caso de las «represalias».
Retomemos al intercambio positivo, ya que esta forma es la que
más se aproxima al don/contra-don. En su Essai sur le don 11 ,
M. Mauss evoca este caso: «En la civilización escandinava y en mu-
chas otras, el intercambio y los contratos se hacen en forma de rega-
los, voluntarios en teoría pero en realidad hechos y retribuidos obli-
gatoriamente» (pág. 147; el subrayado es nuestro). Mauss precisa a
continuación cuál es su programa de investigación dándole forma de
pregunta: «¿Cuál es la regla de derecho y de interés que, en las socie-
dades de tipo ancestral o arcaico, hace que el presente recibido sea
obligatoriamente retribuido? ¿Qué fuerza hay en lo que se da que ha-
ce que el donatario la devuelva?» (pág. 148). Dejemos al lector de M.
Mauss todo su interés por la aproximación antropológica y/o socio-
lógica, para conservar sólo un pequeño aspecto, de los menos impor-

11
En Sociologie et anthropologie, París, Presses Universitaires de France, 1966,
págs. 147-148.
120 Análisis semiótico del discurso

tantes: el don/contra-don tiene como particularidad, en comparación


con el intercambio, poner en juego un solo objeto que es dado y lue-
go «retribuido»; en cambio, tanto en uno como en otro caso, tenemos
entre los dos dones una relación de tipo «si ... entonces» y M. Mauss
en su estudio, analiza precisamente todos los componentes de la obli-
gación de retribuir. (Desde el punto de vista semiótico, propondremos
por nuestra parte ulteriormente una definición modal adecuada de la
obligación.)
El intercambio y el don/contra-don adquieren valor en una re-
lación propiamente sintagmática, del tipo «y ... y», asociando en
este caso, dos programas narrativos en una relación de simetría, la
de la presuposición recíproca. Debemos estudiar ahora otro caso
que efectúa la relación de presuposición simple (llamada también
unilateral), de naturaleza asimétrica. Recordemos previamente la di-
ferencia que existe entre esas dos formas de presuposición: la presu-
posición recíproca es aquella que vincula, en español, cerrar y
abrir (dos términos que se presuponen mutuamente: no se podría
cerrar sino lo que está abierto, ni abrir sino lo que ha sido previa-
mente cerrado), mientras que la presuposición simple es aquella
que se encuentra, por ejemplo, entre leer y escribir, o entre recibir
y entregar: si sólo se lee lo que está escrito, lo escrito no implica,
en absoluto, un lector efectivo; igualmente, recibir algo presupone
que ese algo es entregado, mientras que entregar algo no implica que
el destinatario lo acepte.
Detengámonos ahora en un esquema elemental, del tipo:

PN2 f- PNl,

según el cual el PNl presupone el PN2 (sin que el PN2 implique el


PNl). Esta relación de presuposición unilateral es precisamente la
que se reconoce en semiótica narrativa entre el programa narrativo
de base (que concierne al objetivo final) y el programa narrativo de
uso (que es como una especie de medio en relación con el fin previs-
to), o -equivalentemente- entre el PN de performance y el PN de
Formas narrativas 121

competencia (vid. infra el parágrafo consagrado al esquema narrativo


canónico): el programa de performance sería el PN 1, mientras que el
PN2 correspondería a la adquisición de la competencia requerida para
efectuar el PNl. Sea un ejemplo de los más sencillos: un mono codi-
cia una banana que, desgraciadamente para él, no está a su alcance
directo; entonces busca y encuentra una vara que va a permitirle sa-
tisfacer su deseo: el PNl es la obtención de la banana; el PN de base
presupone al PN2, es decir, un PN de uso, a saber, la apropiación de
la vara. El PN de performance pone enteramente en práctica los valo-
res llamados descriptivos (en este caso, la banana), mientras que el
PN de competencia juega con valores modales (esto es, la vara).
Se notará en seguida que performance/ competencia (o base/ uso)
es una relación sintáctica de orden propiamente formal; no importa,
pues, qué valor puede figurar en los PN de performance y de compe-
tencia. De aquí surge la posibilidad de volver a encontrar esta misma
relación en niveles de derivación diferentes. Como ejemplo lingüísti-
co, demos ahora un rodeo por la gramática generativa. Se sabe que la
frase (= O) 12 puede ser reescrita como la concatenación de un sin-
tagma nominal(= SN) y de un sintagma verbal(= SV):
O ➔ SN+SV.

Dicho esto, nadie ignora que el SN será, a veces, reescrito como


sigue:
SN ➔ SN +SV,

lo que permite, por ejemplo, poner en posición nominal una frase


entera del género: «Salir de cacería excita su apetito». De modo pa-
recido, en semiótica narrativa un PN dado corresponderá, dado el ca-

12
En este caso el signo «O» significa «frase», según la convención expuesta por
Christian Nique, Introducción Metódica a la Gramática Generativa, Madrid, Cátedra,
1975, págs. 71 y sig. (N. del T.)
122 Análisis semiótico del discurso

so, a la concatenación de un PN de performance y de un PN de com-


petencia. Sea la siguiente distribución:

PN8 PN7
1 1
1
PN6 PNS
1 1
1
PN4 PN3
l 1
1

PN2 PNI

El PN2, por ejemplo, está aquí «reescrito» como encadenamiento


(según la relación de presuposición unilateral, recordada por la flecha)
del PN3 (en posición, en este caso, de PN de base) y del PN4 (en posi-
ción, correlativamente, de PN de uso), etc. A modo de ilustración con-
creta y para reiterar y prolongar nuestro ejemplo del mono, el PNI
consistiría en atrapar la banana, el PN3 en apoderarse de la vara, el PN5
en abrir la puerta de la habitación donde se encuentra la vara, el PN7 en
encontrar la clave necesaria, etc.
Es, llevado al nivel narrativo, el procedimiento de recursividad,
tal como se le encuentra, por ejemplo, en la siguiente frase: «El
cristal de la ventana de la casa del jardinero del castillo del padre
de mi amigo de infancia ha sido quebrado». El principio es simple:
si, para anunciar la ilustración siguiente, la expresión /hq/ (= hacer
querer) es reescrita como /phq/ (= poder hacer querer), se obtienen
entonces por derivación las series; /pphq/, /ppphq/, /pppphq/, etc.
Sea la historia, bien conocida, de Cenicienta. Propongamos como
acción final la del príncipe cuando se casa con la heroína. Ese hacer
(= h) será del orden de la performance, y presupondrá por lo tanto
una competencia correspondiente: ésta incluye, entre otras, la mo-
dalidad del /querer hacer/(= qh); en este punto del relato, todas las
versiones francesas del cuento subrayan - a cual mejor- el deseo
que tiene el príncipe, durante el baile, de unirse a Cenicienta. Como
Formas narrativas 123

el matrimonio es un hacer doble (en el cual cada miembro de la pa-


reja desposa al otro), hay que prever también el /qh/ de la heroína,
que así lo manifiesta, aunque sólo sea con las lágrimas que vierte
en el momento en que ve partir a sus hermanas al baile y trata así
de conseguir al hijo del rey (el «baile» sólo tiene, ahora, valor de
«continente», digamos, del príncipe). El encuentro de los dos /qh/
(el de Cenicienta y el del príncipe) define la conjunción amorosa
(= el «flechazo») que remite tradicionalmente al matrimonio.
Si la heroína está dotada desde el comienzo con el /querer ha-
cer/, no sucede lo mismo con el príncipe. Antes de su encuentro
con Cenicienta, éste no tiene evidentemente el /qh/ (posición modal
que anotaremos: -qh, donde el guión que precede el qh indica la
negación). Para que el relato pueda proseguir, es necesario que se
transforme esta competencia negativa (-qh) en competencia positi-
va (qh), transformación que presupone un sujeto de hacer (éste será
el rol de la heroína) y que puede ser concebido como /hacer querer/
(hablaríamos, de buena gana, de «seducción»: algunas versiones
insisten, por lo demás, en la manera de mostrarse de la joven, en su
elegancia y atractivo irresistible de su comportamiento). Si se con-
sidera ahora la seducción como una perfonnance, hay que prever
una competencia correspondiente, en este caso un /poder hacer que-
rer/: el /phq/, representado por el encuentro en el baile, remite natu-
ralmente a un estado anterior opuesto, negativo, un /-phq/, a aquel
en que a Cenicienta se la deja en su casa mientras sus hermanas van
a la fiesta. (Recordemos que, en ciertas variantes, la madrastra da a
su hijastra muchas ocupaciones, precisamente para impedirle ir al
baile, para tenerla alejada de todo encuentro posible con el prín-
cipe.)
La conjunción espacial del príncipe y de Cenicienta (= /poder ha-
cer querer/) presupone, a su vez, una competencia particular: todas
las versiones insisten sobre la importancia y la necesidad de los
«vestidos», incluso del «vehículo» para ir al baile; un narrador, por
ejemplo, hace decir a la heroína: «¡Oh! madrina, yo quisiera ir al
baile, ¡pero estoy tan mal vestida que no tengo la osadía de presen-
124 Análisis semiótico del discurso

tarme!» 13. Este estado de Cenicienta corresponde exactamente a un


/-pphq/, mientras que el hecho de vestirse de manera elegante y de
subir a la carroza será interpretado como un /pphq/. Todavía se puede
pasar a otro nivel de derivación, pues el hecho de vestirse (como ac-
ción) o el subir a la carroza presuponen en nuestro relato el don de la
madrina, que identificaremos con un /pppqh/. Se podría proseguir así
la cadena de las presuposiciones unilaterales: sólo es posible el gesto
de la madrina si encuentra a su ahijada, etc.; la mayoría de variantes
apenas van más allá, contentándose con señalar, por ejemplo, que «la
madrina pasaba por allí».
Detengamos aquí este esbozo de descripción -en verdad parcial,
aun desde el punto de vista sintáctico- para sólo conservar esta articu-
lación un poco caricaturesca de Cenicienta, que podemos presentar
en forma de esquema en el que las flechas verticales indican la pre-
suposición, mientras que las flechas horizontales marcan el sentido
de la transformación (paso de una competencia -o de una modali-
zación- negativa a una competencia positiva):
/h/ del príncipe (matrimonio)
t
/-qh/ - - - /hq/---/qh/ del príncipe }conjunción
(seducción) + amorosa
/qh/ de Cenicienta

/-phq/ _ _ _ /phq/ (conjunción espacial:


i encuentro en el baile)

/-pphq/ _ _ _ /pphq/ (vestirse, subida


t a la carroza)

/-ppphq/ _ _ _ /ppphq/ (don de la madrina)

t
/-pppphql--- /pppphq/ (encuentro con la madrina)

13
Versión 31 de Cendrillon, en Le con te populaire fran9ais, obra de P. Delarue y
M.-L. Teneze.
Formas narrativas 125

Nuestro esquema puede leerse, por lo menos, de dos maneras.


Primero de abajo arriba, según el sentido de la consecución temporal;
se obtiene un resumen (parcial, no se olvide, del cuento): Cenicienta,
en pleno desamparo, tiene la suerte de encontrar a su madrina. El re-
galo que ella le hace le permite vestirse para ir al baile y seducir al
príncipe, para hacerse desposar por él. En esta perspectiva lineal, que
sigue cronológicamente la historia a medida que avanza, nada permi-
te prever cuál será la continuación del relato, pues el antecedente no
implica jamás el consecuente. La otra lectura, la más importante para
nosotros, es la de la lógica en reversa: se trata de partir del estado fi-
nal y remontar todo el hilo de la historia, de presuposición en presu-
posición (según el sentido de las flechas verticales); sólo según esta
aproximación es como aparece la organización lógica subyacente del
relato.
Se sabe, desde luego, que otros investigadores tienen una con-
cepción claramente diferente del relato. Nos parece interesante situar
aquí, por ejemplo, las proposiciones de C. Bremond que conocen
bien muchos lectores de semiótica, incluso por haberlas aplicado en
alguna oportunidad. En su Logique du récit, este autor propone un
«modelo de secuencia elemental» (pág. 32) basada en la articulación:
origen vs desarrollo vs culminación. Esta unidad de base se presenta
así:

éxito
actualizació{
dela
posibilidad
situación que abre{ fracaso
una posibilidad
posibílidad no
realizada

a b e
126 Análisis semiótico del discurso

Tenemos, pues, un recorrido que va de a a c y que correspondería


perfectamente a los tres estados -o, mejor, a los tres modos de
existencia 14 - que reconocía la semiótica clásica (vid. infra): lo vir-
tual(= a), lo actual(= b) y lo realizado(= c). Precisemos que si, pa-
ra nosotros, c presupone b, y b presupone a, esas presuposiciones casi
no interesan a C. Bremond, que prefiere jugar únicamente con la con-
catenación de acontecimientos para acceder, de inmediato, al compo-
nente temporal del relato.
Apoyándose también en el eje sintagmático, C. Bremond propone
articular varias «secuencias elementales» para representar los relatos
más complejos y destaca, en primer lugar, la colocación «término a
término», según la cual la c coincide con la a de la secuencia siguien-
te. Sea por ejemplo (pág. 34):

castigo
intervención {
judicial

malevolencia
{
malignidad - [
fechoría
realizada

fechoría
evitada
i ausencia de
intervención
judicial
fechoría
impune

no malignidad

,________.II.___ _.
a b (c) b c
a

14
En su libro (escrito en colaboración con F. Fontanille) Semiótica de las pasio-
nes - De los estados de las cosas a los estados de ánimo (México, Siglo XXI, 1994),
A. J. Greimas propone añadir un cuarto modo de existencia semiótica, el potencial,
que se situaría hacia arriba de lo realizado (correspondiendo entonces, al menos, a las
Formas narrativas 127

Otra forma de posibles relaciones entre «secuencias elementales»


es la llamada del «enclave»:

(a) Enigma
(b) Aciividad de elucidación
(averiguación)

(a) Examen de los datos,


observaciones
1
(b) Elaboración de una
hipótesis - Deducción

(a) Institución de una prueba


1
(b) Entrega de la prueba
(c) Pruebajustificltiva

(c) Hipótesis verificada

( c) Enigma aclarado

precondiciones de la significación). (N. del A.) Según Greimas-Fontanille, «la se-


cuencia de los modos de existencia se ordenaría como sigue: virtualización ➔ actuali-
zación ➔ potencialización ➔ realización» (pág. 124); el potencial, concebido de esta
manera, es comparable con el preterido (o preterición) en la estructura de las modali-
dades sustantivas en lengua española, modo de existencia que se ubicaría más allá de
esta organización canónica de los modos de existencia semióticos del nivel referencial
planteado, al comprender a los discursos que «suelen enunciar por referencia fingida
o fingimiento» y emplean «los prefijos meta-, u/ter-, ultra-, los relatos míticos, la
poesía lírica, ciertos usos de los impersonales, etc.» [véase, A. J. Greimas-J. Courtés,
Semiótica - Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, vol. 2, Madrid, Gredos,
1991, artículos «fingimiento, B.», «preterición (existencia por)» y «sustantivas
(modalidades)»]. (N. del T.)
128 Análisis semiótico del discurso

El modelo narrativo de C. Bremond quiere ser, curiosamente, a la


vez cronológico y lógico. Expliquemos sucesivamente esos dos as-
pectos. Como se habrá notado, la «secuencia elemental» es lineal y
orientada: sólo se tiene en cuenta el eje de las consecuciones tempo-
rales. En esta perspectiva la lectura se hace, según C. Bremond, del
ascenso hacia el descenso: de ahí la imposibilidad absoluta de prever
la continuación del relato. Ya en «La logique des possibles narra-
tifs» 15 , nuestro investigador mostraba cómo su tesis iba exactamente
en sentido inverso de la de V. Propp. En su célebre Morphologie du
conte (París, Seuil, 1965) 16 , el gran formalista ruso obtenía de una
centena de cuentos maravillosos (y de sus variantes) un bastidor
idéntico (el encadenamiento de las 31 funciones), reconocible en ca-
da uno de los relatos considerados por separado: a partir de la alteri-
dad aparente, revelaba una identidad subyacente. Al postular que la
lectura debe hacerse según la consecución de los acontecimientos, de
arriba a abajo, C. Bremond reconoce, en cambio, que ningún cuento
es finalmente comparable a otro, ninguna variante es similar a otra:
desde ese punto de vista, es claro que en una cincuentena de versio-
nes francesas, por ejemplo, de Cenicienta, raras son las que comien-
zan exactamente de la misma manera. Si es verdad que a partir del
comienzo del relato todo es «posible», como afirma C. Bremond, su-
cede a la inversa si primero se toma en consideración el último epi-
sodio.
Pensamos, por nuestra parte, que el verdadero hilo conductor de
la historia contada no es, en primer lugar, de orden cronológico, sino
lógico: postularemos que el relato no debe leerse de arriba a abajo,
sino al contrario, en sentido inverso, según una cadena de presuposi-
ciones unilaterales, conforme a lo que acabamos de denominar como

15
Artículo aparecido en Communications. 8, París, EPHE, Centre d'Études des
Communications de Masse, 1966.
16
Versión española, V. Propp, Mo1fología del cuento, Madrid, Fundamentos,
1971. En adelante citaremos según esta edición. (N. del T.)
Formas narrativas 129

lógica en reversa. Nuestro argumento en favor de esta hipótesis es el


siguiente: una frase dada es sólo comprensible como tai después de
haber sido completamente proferida; un relato o un discurso (político,
publicitario, científico, etc.), por ejemplo, es realmente interpretable,
sin contrasentidos sólo cuando está terminado: sólo en ese momento
el oyente o el lector dispone de todos los datos para situar los princi- '
pales elementos constituyentes, relacionados entre sí. Si «la lógica de
los posibles narrativos» de C. Bremond es abierta a tal punto que na-
da de lo que ocurre en la historia es previsible -como lo confirma su
aprovechamiento de la «secuencia elemental» (a, b, c) - , la lógica
en reversa que preconizamos muestra, en cambio, una clausura rela-
tiva del relato.
El esquema narrativo de C. Bremond quiere ser, como decíamos,
cronológico, pero también lógico. Es lógico, pero no en el sentido de
nuestra propia hipótesis de trabajo. Lo que lo .caracteriza, en efecto,
es el hecho de que -como en la lógica clásica- se plantea esen-
cialmente a propósito de las sustituciones. Se ve así que el «término a
término» puede representarse formalmente:

a b e

a' b' e'

a" b" e"

Como se ve, hay identificación de e y de a' que corresponden a


un solo dato narrativo, según que éste sea visto como el final de
una secuencia o como el comienzo de otra. Sin embargo, nos asom-
bra que C. Bremond no haya aprovechado nunca otra forma posible
del «término a término», que informaría el movimiento de abajo a
arriba:
ANÁLISIS SEMIÓTICO. - 5
130 Análisis semiótico del discurso

a b e

a' b' e'

a" b" e,,

Sea lo que fuere, lo importante es que el juego de sustituciones


puede variar al infinito y, sobre todo, que no tiene en cuenta el antes
ni el después. Se ve, en efecto, que en cualquier punto de la cadena
siempre se puede introducir una «secuencia elemental». Nos encon-
tramos en las antípodas de la semiótica clásica la cual recurre a una
noción esencial, la de memoria y que, en sí misma, se diferencia de
la aproximación estrictamente lógica.
A propósito de la oposición conjunción/ disjunción, habíamos
destacado ya una diferencia entre tener (= conjunción) y encontrar (=
no-disjunción) de una parte, entre no tener (= disjunción) y perder
(= no conjunción). Mencionemos en el mismo sentido el siguiente
ejemplo, muy conocido. Sea la oposición afirmación vs negación.
Desde el punto de vista de la lógica clásica, la negación de la nega-
ción corresponde a la afirmación, como la negación de la afirmación
no puede ser sino negación:

Desde el punto de vista semiótico, que se inclina un poco hacia


la antropología, las cosas son bastante diferentes. Por lo tanto, si
nos colocamos en el marco de la lengua española, la afirmación
Formas narrativas 131

será representada por sí, la negación por no; aquí la no-negación


no equivale en absoluto a la afirmación: disponemos, efectivamen-
te, de otra forma de afirmación -el sí- que tiene como caracte-
rística la de remitir a un no previo. En otras palabras, el sí guarda
en la memoria una negación anterior. Esto que constatamos en la
lengua es todavía más patente en el discurso. Nadie ignora, por
ejemplo, que un personaje de novela se construye poco a poco, si-
guiendo el hilo del relato y, que en un momento dado de su histo-
ria, se define por estados que han sido los suyos, por transforma-
ciones de las que ha sido autor o que le han afectado. Es decir,
que, a diferencia de la lógica, el discurso «recuerda», guarda en la
memoria todos los hitos del recorrido efectuado: esto nos incita a
evitar cualquier «lógica del relato» que, evidentemente, no se ten-
drá en cuenta.
La organización narrativa, basada en una cadena de presupo-
siciones, no es seguramente la única estructura posible. Otros tipos
de relación entre PN son previsibles, permaneciendo siempre en el
eje sintagmático. Mencionemos sólo el caso de las recetas de coci-
na: cada una de ellas se presenta como un programa global, apun-
tando hacia la creación de un objeto, de un plato que será ofrecido
en seguida a los invitados (el estado 2 correspondería aquí a la
conjunción del plato y de los convidados). Ese programa de con-
junto integra siempre sub-programas narrativos en diversos mo-
mentos. Sea, por ejemplo, una receta de la «sopa al pistou», anali-
zada por A. J. Greimas en Del Sentido JI - Ensayos semióticos
(Madrid, Gredos, 1989, págs. 178-192):

La sopa al pistou es el más bello florón de la cocina provenzal.


Es la diana vencedora que os deja sobrecogidos de golosa admira-
ción. Es un plato digno de los dioses. Un plato, sí, mucho más que
una sopa.
Durante mucho tiempo creí que la sopa al pisto11 era de origen
genovés, que los provenzales, al apropiársela, no habían hecho sino
mejorarla mucho. ¡Pero mi amigo Fernando Pouillon me explicó
que la sopa al pistou era el plato nacional iraní! Poco importa, por
132 Análisis semiótico del discurso
otra parte: ya que todo el mundo la aprecia en Provenza, naturali-
cémosla provenzal.
Desde luego, no existe una sola y única receta de sopa al pistou
adoptada, para siempre, por los provenzales. Pueden incluso citarse
una media docena. Las he probado todas. La que prefiero, con mu-
cho, es la que tengo la audacia de llamar «mi sopa al pistou». Para
gran confusión mía, he de confesar que no soy yo quien ha inventa-
do esta receta. La recibí de una amiga provenzal en cuya casa comí
por primera vez una sopa al pistou prodigiosa, la misma cuya receta
les voy a dar. Pero antes, he de insistir en un punto: esta receta es
sólo válida para ocho personas, quiero decir que las proporciones
han sido establecidas para ocho personas, y no más.
Lo mejor sería utilizar una marmita de barro de Vallauris. Pero,
a la sazón, cualquier marmita puede valer.
Vierta, pues, en la marmita provenzal 6 litros de agua y sazone
enseguida con sal y pimienta.
Desgrane un kilo de alubias frescas, y cuézalas aparte en una
cacerola con agua hirviendo. Pele después seis patatas de tamaño
medio, y córtelas en dados pequeños.
Después, pele cuatro tomates y quíteles las pepitas.
Lave con agua corriente 350 gr. de judías verdes con grano, y
córtelas en trocitos después de haber quitado las hebras.
Raspe seis zanahorias de tamaño medio y córtelas en dados.
Tome finalmente cuatro puerros de los que sólo utilizará la
parte blanca: lávelos, y córtelos en rodajas.
Cuando hierva el agua en la marmita, eche las alubias en grano
que habrán empezado a cocer aparte. ,
Añada tomates, patatas, así como seis calabacines que antes ha-
brá pelado y cortado en dados.
Añada finalmente dos ramitas de salvia.
Cuando el conjunto recomience a hervir, baje el fuego, y deje
cocer a fuego lento durante dos horas.
Una media hora antes de servir, añadir los puerros y las judías
verdes con grano, así como fideos gruesos (o minúsculos).
Mientras la sopa cocía, habrá tenido tiempo de sobra para con-
feccionar el pistou propiamente dicho. Pues se me olvidaba precisar
algo: la sopa al pistou es una sopa a la que se añade, en el último
Formas narrativas 133
momento, una especie de pasta olorosa -el pistou- que le da más
que gracia: carácter.
En un mortero de mármol o de madera de olivo, machaque dos
o tres puñados de albahaca (si es posible, albahaca de Italia, de ho-
jas grandes) con seis gruesos dientes de ajo de Provenza (ya que es
mucho más suave que el ajo recolectado en el resto de Francia), y
300 gr. de queso parmesano que previamente habrá cortado en finas
láminas (el simple hecho de rallarlo, cambia el gusto de su sopa).
Obtendrá con mucho trabajo y paciencia una pasta que regará,
durante la preparación, con cinco o seis cucharadas de aceite de
oliva.
Finalmente, cuando su sopa esté preparada, retírela del fuego,
pero, antes de añadir el pistou, conviene esperar que deje de hervir
totalmente. Para esto, se recomienda diluir el pistou en el mortero
con uno o dos cucharones de sopa. Después, vierta todo en la
marmita, agitando rápidamente. Esta operación impedirá que el
aceite se separe del pistou. Vierta finalmente su sopa en la sopera y
sírvala.

(H. Philippon, La cuisine proven9ale, París, R. Laffont,


1966; traducción al español de Esther Diamante.)

Para mayores detalles, podemos ver la descripción propuesta por


A. J. Greimas. Sólo conservaremos aquí el esquema global que dis-
pone los PN relacionados entre sí: de un lado el PN 1 (correspon-
diente a la «fabricación» -vid. infra- de la sopa), del otro el PN2
(el del pistou). Se notará que el PNl comporta una serie importante
de sub-programas narrativos, mientras que el PN2 comprende sólo
uno.
Sea, pues, el siguiente dispositivo que interviene, como se verá,
en el eje de la temporalidad:
134 Análisis semiótico del discurso
PN 19 «alubias frescas>>
(cacerola)
«desgrane»
PN 1 «sopa de verduras»
puesta en e/fuego.......................... .(iparmita) ebullición
PN PN PN PN PN PN PN PN
18 17 16 15 14 13 12 11 fuego
fuerte
] PN2 «pistou»
1 1 1
ebullición (mortero)
1 1 1 PN21
reebullición .......................... . «parmesano»

fuego lento
(2 h.)
30mn [

retirada del fi1ego ....................... .

no ebullición .............................. .

J PN común («remover»)

PN de bases: SI ~ PN de uso («sirva»)~ S2 (comensales)

Este ejemplo llama nuestra atención sobre un problema particu-


lar, estudiado especialmente por F. Bastide 17 , es decir, la cuestión
de la fabricación/ destrucción de los objetos (pragmáticos o cog-
noscitivos). Anotemos en primer lugar que los tipos de relatos que
tienen que ver con la constitución y realización de los sujetos

17
Nos remitimos especialmente a sus contribuciones en A. J. Greimas-J. Courtés,
Semiótica - Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, vol. 2, Madrid, Editorial
Gredos, S. A., 1991, artículos: «fabricación», «destrucción» y «programa narrativo».
Formas narrativas 135
(gracias al juego de las modalidades: vid. infra) se oponen otros
discursos relativos a la construcción de los objetos: la «sopa al
pistou» es aquí un buen ejemplo. En ese caso preciso se ve clara-,
mente cómo se articulan los primeros programas narrativos ele-
mentales de fabricación: partiendo de un objeto dado desprovisto
de valor culinario, las «alubias frescas» por ejemplo, un sujeto
operador procederá a su transformación gracias, en este caso, a la
cocción. La mezcla de la «sopa de verduras» ( correspondiente al
PN 1) y del «pistou» (= PN2), que interviene al final, puede ser
considerado, a su vez, como una de las operaciones elementales en
la constitución de los objetos. En sentido inverso, se notará sola-
mente que la destrucción consiste en transformar un objeto dotado
de valor en un objeto que está desprovisto de él: ése es, por ejem-
plo, el caso descrito por F. Bastide, cuando un vehículo es tritura-
do por una machacadora.
El dispositivo propuesto por A. J. Greimas para la «sopa al pis-
tou», que incluye el eje de la temporalidad, podría ser retomado para
dar cuenta, por ejemplo, del desarrollo de una guerra clásica (a la
Napoleón Bonaparte): en ese caso, las diferentes acciones de un ge-
neral, por ejemplo, pueden constituir otros tantos sub-PN que serán
colocados unos en relación con los otros en determinados momentos.
Cocinar o hacer la guerra presuponen programas narrativos inscritos
en un eje temporal dado (con todo un juego entre concomitancia y
no-concomitancia, entre anterioridad y posterioridad) y situados unos
en función de otros: ésta podría ser una de las definiciones posibles
de la estrategia.

2.1.2.2. Complejizaciones de tipo paradigmático

Son posibles por lo menos dos formas de circulación de obje-


tos entre sujetos. Tenemos, en primer lugar, la comunicación par-
ticipativa en la que el donador no parece perder de ninguna mane-
ra lo que dona, no parece separarse, disjuntarse de aquello que
ofrece: éste es, por ejemplo, el caso de aquel que hace compartir a
136 Análisis semiótico del discurso

un tercero la amistad que tiene con una determinada persona. Así


sucede también en el universo del cuento maravilloso donde el
destinador trascendente prodiga sus bienes a los destinatarios-
sujetos sin, no obstante, empobrecerse, sin que correlativamente
sus posesiones disminuyan. Ese tipo de comunicación no concier-
ne solamente a los valores llamados descriptivos, sino también a
los valores modales. Pensemos únicamente en las delegaciones del
poder: la reina de Inglaterra transmite todos sus poderes a su Pri-
mer Ministro, sin separarse de ellos; en caso contrario, ella ya no
sería reina. La formulación simbólica de un PN semejante sería la
siguiente:

H {SI===> { (Sl n O U S2) ➔ (SI n O n S2)}}

que está obligada a mencionar los dos estados inicial y final, ya que
el sujeto de estado Sl guarda la misma relación con el objeto antes y
después del don que hace.
La segunda forma de la circulación de los objetos, seguramente la
más frecuente, depende de lo que proponemos llamar sistema cerra-
do de los valores. Podría formularse simplemente como sigue: lo que
se quita a un sujeto se hace en provecho de otro, lo que es adquirido
por uno lo es a expensas de otro. La economía constituye algo así
como un sistema cerrado; según la fantasía popular, el dinero se en-
cuentra necesariamente en algún lugar: en el momento de pagar los
impuestos hay que irlo a buscar, se dice, donde está, si no está en ca-
sa de unos, necesariamente estará en casa de otros. En cualquier caso,
el sistema es tal que a toda conjunción (o adquisición) corresponde
paradigmáticamente (según la relación «o ... o») una disjunción (o
privación), y viceversa.
Contrapongamos aquí las relaciones transitiva (cuando los dos
roles de sujeto de hacer y de sujeto de estado corresponden a dos ac-
tores diferentes) y reflexiva (cuando esas dos mismas funciones son
asumidas por un solo y mismo actor), que permiten desdoblar los
modos de la junción. Esto nos da el siguiente cuadro:
Formas narrativas 137
(junción)

(conjunción) (disjunción)
ADQUISICIÓN PRIVACIÓN

(transitiva) (reflexiva) (transitiva) (reflexiva)


ATRIBUCIÓN APROPIACIÓN DESPOSESIÓN RENUNCIA
l .... ····-r ........ .1
prueba
'·······························r·····························;
don

Si se plantea que a toda conjunción le corresponde -en algún


momento- una disjunción y viceversa, se comprueba entonces que
el don no es sólo una atribución, sino también y al mismo tiempo,
una renuncia; lo que quiere decir que el don no abarca un solo PN si-
no dos, en relación de presuposición recíproca:
H {SI ➔ (S2 n O)}= PN de atribución
[
H {Sl ➔ (SI U O)}= PN de renuncia.

Lo mismo sucede con la prueba (en la que el «robo» es una posi-


ble ilustración):
H {SI ➔ (S2 U O)}= PN de desposesión
[H {SI ➔ (SI n O)}= PN de apropiación.
Cada llave nos recuerda que los dos PN afectados se correlacio-
nan en el plano paradigmático, puesto que constituyen algo así como
las dos caras inseparables de un mismo proceso: el don y la prueba
comprenden, pues, dos acciones inversas y complementarias, una
positiva de tendencia conjuntiva, la otra negativa con resultado dis-
juntivo. Claro está que, desde el punto de vista de la manifestación
discursiva, por ejemplo, el enunciador está en libertad de insistir so-
bre cualquiera de las dos posibilidades que están en relación de pre-
suposición recíproca.
138 Análisis semiótico del discurso

Ya se trate del don o de la prueba, se observará que los dos PN


son realizados por un solo y mismo actor. Se puede incluso prever
otra situación en la que los dos PN contrarios son asumidos, no ya
por un solo actor como era el caso anterior, sino por dos: se hablará
así de sujeto y de anti-sujeto para distinguir y oponer los dos sujetos
de hacer. En este punto se aclara un dato esencial para el análisis de
los discursos: la estructura polémica caracteriza gran parte de relatos
e interviene prácticamente desde que se comienza a salir del relato
mínimo.
Tomemos un caso simple, conforme, por cierto, con el sistema
cerrado de los valores: dos actantes sujetos se interesan por un mis-
mo objeto; si uno lo tiene, el otro está privado de él, y a la inversa.
En otras palabras, los dos PN siguientes

H {SI ➔ (Sl no)}


H{S2 ➔ (S2nO)}

son -en simultaneidad o en concomitancia- absolutamente in-


compatibles: si S 1 está conjunto con O, entonces S2 estará disjunto, y
viceversa. Sólo son posibles dos transformaciones:

estado 1 estado 2
(!) (Sl n O U S2) ➔ (SI U O n S2)
(2) (SI U O n S2) ➔ (S l n O U S2).

Se tendrá, así, dos programas narrativos en relación polémica:

H {Sl ➔ (Sl nou S2)}


H {S2 ➔ (S2 n O U Sl)},

en la que solamente uno será realizado y el otro permanecerá en es-


tado virtual. Correlativamente con la pareja sujeto vs anti-sujeto, se
hablará en este caso de programa narrativo y de antiprograma na-
rrativo.
Formas narrativas 139

Sea el cuento titulado El mantel mágico 18 :


Había una vez dos niños que perdieron a su padre y a su madre.
¡Su padrastro y su madrastra les ocasionaban muchos disgustos! En-
tonces, como no tenían qué comer, lloraban en medio del bosque. De
pronto, se les apareció un hada con un mantel y les dijo:
- ¿Qué hacéis aquí, hijitos?
- ¡Oh!, lloramos porque no tenemos qué comer ni dinero para
comprar comida.
-¡Bueno!, dijo el hada, aquí tenéis un mantel. Cuando tengáis
hambre, lo extendéis en el suelo y le decís:
- Mantel, haz lo que sabes hacer.
Entonces el mantel «sacará» comida, pan, mantequilla, carne cu-
rada y carne fresca. Cuando hayáis terminado de comer, diréis al
mantel:
- ¡Mantel! haz lo que sabes hacer. Y el mantel no tendrá ya nada
dentro; lo dobláis y os lo lleváis con vosotros.
Los niños cogieron el mantel que les daba el hada, y al anochecer
se fueron a casa y contaron el encuentro que habían tenido. Entonces
los padres se dieron prisa en dormir a los niños y dijeron al mantel:
- ¡Haz lo que sabes hacer!
Al instante el mantel sacó comida y de todo: carne curada e in-
cluso carne fresca. Y luego los padres dijeron al mantel:
- Mantel, haz lo que sabes hacer.
Y el mantel se dobló de nuevo, limpio y sin mancha.
Al día siguiente los niños partieron y cogieron el mantel, pero no
era el que habían recibido del hada. Entonces fueron de nuevo al bos-
que y encontraron al hada otra vez. El hada les preguntó:
- ¡Qué tal! ¿El mantel no os da ya de comer?
Los niños dijeron:
- El mantel ya no es el que teníamos.
Entonces el hada les dijo:
- Bueno, id hacia ese asno que está ahí. Cuando tengáis necesi-
dad de algo, le decís:

18
Reproducimos la versión recogida por G. Massignon y publicada en su obra:
De bouche a o,·ei!le, París, Berger-Levrault, 1983, págs. 303-305.
140 Análisis semiótico del discurso
-Asno, ¡haz lo que sabes hacer! Y el asno en lugar de excretar
cagajones, les excretará monedas de cinco francos.
Los niños en seguida probaron con el asno que el hada les había
regalado; y el asno excretaba monedas de cinco francos, ¿quiéres
más?, ahí va. Volvieron rápidamente a casa para contar lo que les
había sucedido. Entonces los padres les hicieron ir a acostar, con ob-
jeto de ir a hacer trabajar al asno. Y cuando los niños estuvieron
acostados, los padres dijeron al asno:
-Asno, ¡haz lo que sabes hacer!
Y el asno hacía monedas de cinco francos, tantas como ellos
querían. Lo escondieron y fueron a buscar otro asno de mala catadura
para dárselo a los niños.
Entonces, los niños fueron otra vez al bosque, pero el asno no
podía darles monedas de cinco francos: sólo podía echar algunos ca-
gajones. En aquel momento vieron otra vez al hada que les había re-
galado el mantel y el asno; el hada les preguntó:
-¿Qué tal, pequeñines? ¿Están contentos con el asno?
-Oh no, el asno no da ya monedas de cinco francos; sólo da ca-
gajones.
- ¡Está bien, pequeños! Aquí tenéis este palo. Cuando lleguéis a
casa, le diréis:
- ¡Palo, haz lo que sabes hacer! Y él hará así, asá.
Entonces los niños llevaron el palo a casa y contaron otra vez a
sus padres lo que les había sucedido. Los padres en seguida cogieron
el palo y le dijeron:
- Palo, haz lo que sabes hacer.
Pero el palo en vez de darles monedas de cinco francos, les dio
unos buenos porrazos ...
¡Y aquí mi cuento se acabó!

Sólo tomaremos en consideración los dos primeros dones del ha-


da a los niños. Mientras éstos(= Sl) están conjuntados con el objeto
(= O) -en este caso, el mantel y el asno, respectivamente-, los pa-
dres (= S2) se encuentran evidentemente disjuntos. Si nos atenemos
únicamente a la secuencia de la desposesión (la descripción de todo
ese relato requeriría, por lo menos, la mayor parte del método de tra-
Formas narrativas 141

bajo que apenas comenzamos a presentar), se anotará el estado 1: (S 1


n O U S2), y el estado 2: (Sl U O n S2). El PN transformador
está realizado por los padres (S2 se encuentra simultáneamente en
posición de sujeto de estado y de sujeto de hacer):
H { S2 ➔ (Sl uonS2) }.

Precisemos que, por lo general, en las versiones de este cuento los


ladrones son hospederos en cuya posada el héroe pasa la noche. Aña-
damos, por último, que a diferencia de este texto, casi todas las va-
riantes francesas dan al palo otra función que la del simple castigo:
gracias a él, el héroe recupera el mantel y el asno. La inversión de la
situación se expresa simbólicamente como sigue:
H { S 1 ➔ (S 1 n O U S2) }.

Nadie ignora que esa estructura polémica, de orden paradigmáti-


co, subtiende una parte notable de nuestros relatos, de nuestros dis-
cursos: el desdoblamiento entre PN y anti-PN -que están en rela-
ción mutua de oposición y de complementariedad- nos permite leer,
por ejemplo, en un cuento dado, no sólo la historia del héroe, sino
también, de forma inversa y presupuesta, la del traidor, que, en uno u
otro momento del relato, sólo puede ser observada en transparencia.
Pues es evidente que el anti-PN no siempre será aclarado como tal;
sin embargo, si únicamente se trata de las «dificultades» resueltas por
un personaje dado, se verá inmediatamente en ellas una manifesta-
ción metonímica del anti-sujeto.

2.1.3. EL ESQUEMA NARRATIVO CANÓNICO

2.1.3. l. Organización de conjunto

Para analizar el plano del contenido de un determinado discurso,


hemos articulado la totalidad del universo semántico según la oposi-
142 Análisis semiótico del discurso

ción permanencia vs cambio, estatismo vs dinamismo, estado vs


transformación. Como en un juego de construcción, hemos sido con-
ducidos a partir de las dos formas del enunciado elemental (enun-
ciado de hacer vs enunciado de estado) a elaborar esta primera uni-
dad, un poco más sofisticada, que es el programa narrativo (en que
un enunciado de hacer rige, o sobredetermina, un enunciado de esta-
do). Más adelante, hemos examinado algunas posibilidades de com-
plej ización de la organización narrativa elemental, teniendo en cuenta
los dos ejes sintagmático (= la relación «y ... y») y paradigmático
(= la relación «o ... o»): nos hemos basado, para llevarlo a cabo, no
sólo en las relaciones de presuposición simple, unilateral (entre PN
de base y PN de uso, entre performance y competencia) o recíproca
(en el caso del intercambio), sino también en las relaciones de oposi-
ción y de complementariedad (que ligan, por ejemplo, el programa
narrativo y el anti-programa narrativo).
Todas las formas así obtenidas invocan ahora su integración en
un dispositivo narrativo de rango superior. Como se sabe, V. Propp
ha sido uno de los primeros en interesarse por la estructura narrativa
de un discurso completo, en ese caso, el del cuento maravilloso. Su
modelo ponía de relieve, entre otras, la oposición entre la «carencia»
inicial y la «supresión de la carencia» que marca el fin de la historia.
En esta perspectiva, como hizo C. Bremond, el relato puede ser inter-
pretado como una sucesión de degradaciones o de mejoras: se toma
en consideración, entonces, no tanto la actividad de los sujetos como
la circulación de los objetos; desde este punto de vista se concebirá,
por ejemplo, a los sujetos de hacer como simples agentes operadores
cuya función es ejecutar programas de transferencia de objetos;
igualmente, los sujetos de estado, vistos como simples pacientes, se-
rán casi sólo puntos de referencia, lugares de partida y de llegada de
los objetos circulantes.
Hay otra aproximación posible que adopta, más bien, el punto de
vista del sujeto: ésta permite elaborar descripciones mucho más afi-
nadas, aunque sólo sea en razón de la distinción fundamental que ha-
cemos entre sujeto de hacer y sujeto de estado. Por ahora conserva-
Formas narrativas 143

remos únicamente el caso del sujeto de hacer apoyándonos en el im-


portante trabajo de V. Propp. A partir de los análisis del célebre for-
malista ruso, se ha propuesto concebir, en un primer momento, el es-
quema narrativo canónico -que articula todo un universo de
discurso- como la sucesión de tres pruebas: la prueba calificante,
que permite al héroe proporcionarse los medios para obrar; la prueba
decisiva (llamada también, a veces, principal) que tiene que ver con
el objetivo esencial previsto, y la prueba glorificante, que proclama
los hechos notables cumplidos. Esta distribución corresponde, grosso
modo, al «sentido de la vida»: éste parte de la calificación del sujeto
(aprendizaje, entrenamiento, iniciación, etc.), prosigue con su apro-
vechamiento, con la realización de una obra importante, y acaba en
la sanción que es, a la vez, retribución (por ejemplo, el sujeto obtie-
ne una fortuna) y reconocimiento (todos celebran lo que ha hecho y
se le honra condecorándolo con medallas) que, en definitiva, da su
verdadera dimensión humana, todo su sentido a las notables acciones
efectuadas. Desde ese punto de vista, el esquema narrativo aparece
como una cristalización del uso (que L. Hjelmslev opone precisamen-
te al esquema).
Por otra parte, si se leen las tres pruebas, no según la consecución
temporal, como acabamos de hacer hace un momento, sino en senti-
do inverso, se ve de inmediato que ese esquema obedece a lo que
hemos llamado más arriba lógica en reversa: la prueba glorificante
presupone la prueba decisiva, puesto que cualquier sanción sólo pue-
de ejercerse sobre un ser y/o un hacer previos; también, la prueba
decisiva presupone, a su vez, la prueba calificante: para pasar al acto,
el héroe debe tener la competencia requerida. Aquí tal vez se toca, en
parte, el esquema triádico de C. Bremond antes presentado: la «situa-
ción que abre una posibilidad» correspondería, al menos parcialmen-
te, a nuestra prueba calificante, a lo que hemos denominado, desde el
punto de vista de existencia semiótica, lo virtual; la «actualización de
la posibilidad» equivaldría más o menos a la prueba decisiva, tal vez
a la actual; en cuanto al «éxito» o «fracaso», que se identificarían
con lo realizado, se interpretarían, llegado el caso, en términos de
144 Análisis semiótico del discurso

prueba glorificante y la sanción, como se verá, puede ser positiva


(para el sujeto) o negativa (para el anti-sujeto).
Dicho esto, nuestro esquema narrativo articulado en tres pruebas
está incompleto. La sanción (o prueba glorificante) presupone, no
sólo al sujeto que cumple la acción(== prueba decisiva) para la que ha
sido precisamente juzgado, sino también otro sujeto, el mismo que
trae consigo la sanción. En este punto de nuestra exposición, es abso-
lutamente necesario introducir dos nuevos actantes (hemos señalado
al comienzo que el número de actantes -Al, A2, A3 ... An- no es
limitado): además del sujeto (y el antisujeto) y el objeto, se tendrá en
ct!enta, en vista de futuras descripciones, la pareja destinador vs des-
tinatario. Estos dos actantes, que están en relación de implicación
unilateral (el destinatario presupone al destinador y no a la inversa),
no se encuentran en situación de igualdad: sucede más o menos co-
mo, por ejemplo, en la relación sujeto/ objeto, donde la rección,
como hemos dicho, se ejerce del sujeto hacia el objeto; la pareja des-
tinador/ destinatario está, también, marcada con una relación de
orientación que da prioridad al destinador sobre el destinatario. Des-
de este punto de vista, su comunicación es asimétrica: es precisamen-
te lo que encontramos en la sanción que opone el destinador, llamado
entonces judicador, al destinatario-sujeto que es sancionado por la
acción que ha realizado. Por supuesto, en el caso de la autosanción
(pensamos, por ejemplo,· en el autocastigo o en la jactancia del niñito
que exclama: «¡ayer me porté bien!») hay sincretismo actorial: es el
mismo actor quien desempeña los dos roles sintácticos de destinador-
judicador y de destinatario-sujeto.
Si el destinatario-sujeto es sancionado, lo es, evidentemente,
respecto a la relación contractual que lo liga al destinador: es, en
efecto, después de un contrato (ya sea hecho explícito o ya sea
que permanezca implícito en un discurso dado, poco importa)
cuando el destinatario-sujeto realiza la prueba decisiva y, puesto
que él ha cumplido así sus compromisos recibe, al terminar su re-
corrido, la retribución que se le debe. Si la sanción es la fase final
del contrato, hay que prever la fase inicial correspondiente: el
Formas narrativas 145

destinador no es sólo ei que cierra, por decirlo de alguna manera,


el desarrollo narrativo debido a la sación que conlleva; es también el
que la pone en marcha gracias a lo que hemos llamado manipula-
ción (término que en semiótica se halla expurgado de toda con-
notación psico-sociológica o moral y que designa sólo una rela-
ción factitiva). Manipulación inicial y sanción final -que se si-
túan siempre en la dimensión cognoscitiva, en oposición a la ac-
ción del sujeto, colocado generalmente en la dimensión prag-
mática (ésta puede serlo también en el plano cognoscitivo)- pre-
suponen un contrato: desde el punto de vista del destinatario-
sujeto, .el contrato es propuesto, e incluso impuesto, por el desti-
nador manipulador, y la verificación de su ejecución es efectuada
por el destinador judicador, en el marco de la sanción. Agregue-
mos por último que, si el contrato emplea los dos actantes destina-
dor y destinatario, presupone también un objeto, esto es, un siste-
ma de valores, llamado también sistema axiológico (que opone y
marca los valores en juego, sea positiva sea negativamente), fuera
del cual no podría justificarse ni la sanción ni, incluso, la manipu-
lación: respecto a ese sistema axiológico el destinatario-sujeto es,
en cierto modo, movilizado, incitado a efectuar tal recorrido na-
rrativo e, igualmente en relación con él será juzgado por su ac-
ción. Sea, pues, el esquema naITativo tal cual lo concebimos glo-
balmente:
manipulación - - - - - - - sanción

Lacción ~
competencia - - - - - performance

Las flechas indican el sentido de las presuposiciones, que aquí


son todas unilaterales, mientras que la llave enfatiza la descomposi-
ción en elementos constituyentes; para reunir performance y campe-
146 Análisis semiótico del discurso

tencia, hemos elegido arbitrariamente el término acción: apenas es


adecuado, cierto, pero carecemos en español de una lexicalización
que sea satisfactoria.
Este esquema requiere algunas observaciones. Se comprobará de
inmediato, con la sola lectura de muchos análisis semióticos concre-
tos (y hasta la de los diferentes capítulos de esta misma obra), que
existe una gran generalidad: puede aplicarse a multitud de casos, y
ésa es la razón por la cual se le conoce generalmente como «ca-
nónico». Dado que es de naturaleza estrictamente relacional y no
sustancial, se le puede obtener, dado el caso, tanto de un simple pá-
rrafo (en un breve «hecho policial» de un periódico, por ejemplo)
como de una obra completa; así, por nuestra parte, lo hemos obtenido
tanto en un pequeño fragmento (cuatro páginas) de la novela de
J. Kessel, El león), como en las 750 páginas del libro de J. Delumeau,
Le péché et la peur), lo que se muestra suficientemente en nuestra
Sémantique de l'énoncé: applications pratiques, París, Hachette,
1989, libro al cual remitimos al lector. Por otro lado, nada nos impide
aprovechar el principio de recursividad, que ya hemos aplicado en la
Cenicienta: supongamos que la acción 1 corresponde a un asesinato y
la sanción 1 a su juicio por parte de los tribunales; se puede entonces
imaginar, en un segundo nivel de derivación, que esa sanción coinci-
de con una acción 2 que pide una sanción 2. ¿No es ése el caso, por
ejemplo, cuando en el interior de una nación, un grupo de intereses
particulares se erige en juez de un fallo dado por la instancia compe-
tente? Más adelante daremos otro ejemplo, en nuestra descripción de
Una vendetta, de G. de Maupassant:

manipulación 2 sanción 2

Lacción2__J

manipulación I sanción l

L_ acción l _ _ J
Formas narrativas 147

Naturalmente, pueden preverse otros casos de figuras: por ejem-


plo, si la manipuación 1 puede ser identificada con la acción 2/ se
tendrá entonces el juego de un manipulador ( de rango 1) manipdnrdo
(en el rango 2):
manipulación 2 sanción 2

t~-- acción 2 ~
manipulación I sanción 1

.,,,.
t acción!~

A partir de lo que antecede, es conveniente precisar que no todos


los componentes del esquema narrativo son necesariamente aprove-
chados, siempre en un determinado discurso. En un plano más gene-
ral, ese modelo podría servir de base, además, para una tipología de
los discursos: se ve, por ejemplo, que si el discurso jurídico en mate-
ria penal, está manifiestamente centrado en la sanción, en cambio, el
discurso teológico parecería inclinarse más bien hacia la manipula-
ción; respecto a los relatos de aventura, éstos tendrían que incidir en
primer lugar en la acción. Por supuesto, en estos casos el acento recae
sobre uno u otro de los elementos constituyentes del esquema, pero
los otros componentes quedan, por lo menos, implícitos: así el código
penal, que trata la sanción, sólo lo puede hacer dadas las acciones
susceptibles de ser tenidas en cuenta; del mismo modo, si el discurso
teológico sobre la redención (ver nuestro análisis del libro de J. De-
lumeau, que acabamos de señalar) destaca la manipulación divina (en
especial, con el juego de la «gracia»), se orienta también, en parte,
hacia la acción del sujeto cristiano (su «conversión», en este caso) y,
más allá, hacia su sanción (como lo confirma, por ejemplo, el tratado
llamado de los «fines últimos»).
Antes de abordar el examen detallado de cada uno de los com-
ponentes del esquema narrativo canónico, se impone una última
nota que tiene que ver, evidentemente, con la relación que mantiene
148 Análisis semiótico del discurso

este modelo con las formas narrativas elementales ya presentadas:


es el problema del paso de la micro-estructura a la macro-
estructura. Recordemos que hemos partido de dos tipos de enun-
ciado elemental, el enunciado de hacer y el enunciado de estado,
y vimos en seguida que lo que define esa unidad narrativa, el pro-
grama narrativo, es precisamente el hecho de que un enunciado de
hacer rige allí a un enunciado de estado. En otras palabras, esta re-
lación reconocida entre los dos enunciados constitutivos del PN, es
de naturaleza modal: se dirá así, en ese caso, que el enunciado de
hacer, por el hecho de que sobredetermina un enunciado de estado,
es modal, por oposición al enunciado de estado calificado de des-
criptivo. Esta estructura modal de /hacer estar/ que se aplica a todo
PN, caracteriza muy bien a la performance que, como veremos, es
únicamente un caso particular. A partir de allí, se adivina que
es posible toda una combinatoria modal, recurriendo solamente a
esas dos unidades de base que son el hacer (= h) y el estar-ser (=
es) 19 combinatoria que, curiosamente, permite, por lo menos en
términos generales, dar cuenta y razón de los diferentes componen-
tes del esquema narrativo. Así, cuando el enunciado de estado rige
al de hacer, tenemos la competencia que es justamente definible
como «lo que (hace estar-ser)»; naturalmente, cuando un enunciado
de hacer sobredetermina otro enunciado de hacer, obtenemos la
manipulación (ya definida como relación factitiva: hacer hacer);
por último, si un enunciado de estado modaliza otro enunciado de
estado, se incorpora, en parte (vid. infra), al dominio de la sanción,
19
Respecto a la modalización «estarn de los discursos en lengua española, véase
en A. J. Greimas-J. Courtés, Semiótica - Diccionario razonado de la teoría del len-
guaje, vol. 2, Madrid, Editorial Gredos, S. A., 1991, los artículos «estar», «estado»,
«objetivación», «sustantivas (modalidades)» y también el texto de Lene Fogsgaard,
«Aspectualité et véridiction dans le systeme copulatif espagnol; imperfectivité et per-
fectivité a propos de SER/ESTAR», en Jacques Fontanille (dir.), Le discours aspec-
tualisé, Actas del coloquio «Linguistique et Sémiotique I» realizado en la Universi-
dad de Limoges entre el 2 y el 4 febrero de 1989, Colección Nouveaux Actes
Sémiotiques, Limoges-Amsterdam-Filadelfia, PULIM/Benjamins, 1991, págs. 67-81.
(N. del T)
Formas narrativas 149

aunque sólo sea en calidad de modalidades veridictorias que ella


pone en práctica: pertenece, en efecto, al destinador judicador esta-
tuir respecto al «estar-ser del estar». Recordemos, una vez más, que
si la performance y la competencia se sitúan a menudo, aunque no
sea siempre el caso, en la dimensión pragmática, la manipulación y
la sanción dependen siempre, y necesariamente, de la dimensión
cognoscitiva. En este sentido, si el «estar-ser del hacer» (es ➔ h)
corresponde a la competencia (pragmática) del sujeto que se dispo-
ne a pasar al acto, el «estar del ser» (e ➔ s) se identifica con la
competencia cognoscitiva que capacita al actante concernido para
emitir juicios epistémicos sobre los enunciados de hacer o de esta-
do que están sometidos a su apreciación, a su evaluación. Sean,
pues, los cuatro tipos de modalizaciones siguientes:
{h ➔ es}: modalización realizante (vid. infra), o performance;
{es ➔ h}: modalización virtualizante y ac'tualizante, o compe-
tencia; Set:-:,,, ; ,1· ·'> ; ,:' ;· '

{h ➔ h}: modalización factitiva o manipulación;


{es ➔ e}: modalización veridictoria (en el marco de la sanción).

La flecha indica aquí la rección, la orientación, el sentido de la


sobredeterminación.

2.1.3.2. La acción

Bajo el término acción, comprendemos a la vez performance y


competencia. Hemos insistido, suficientemente, en que esos dos sub-
componentes del esquema narrativo están unidos por una relación de
presuposición unilateral: si toda performance presupone necesaria-
mente una competencia correspondiente, lo inverso no es verdadero;
si es evidente que para acceder a la victoria el héroe debe tener en
mano todas las bazas, los atributos necesarios, en cambio, un sujeto
competente en tal o cual dominio puede no pasar jamás al estado de
la realización. Dicho esto, precisemos en seguida lo que especifica la
performance.
150 Análisis semiótico del discurso

Su formulación simbólica es la misma del programa narrativo, del


tipo:
H {SI ➔ (S2 n O)},

pero hay que introducir inmediatamente algunas restricciones, pues


esta articulación sintáctica se aplica bien tal cual, por ejemplo, en la
adquisición de valores modales. Para que la performance ocurra, es
imprescindible que haya previamente sincretismo actorial de los dos
sujetos; dicho de otra manera, los dos roles sintácticos de Sl (como suje-
to de hacer) y de S2 (como sujeto de estado) deben ser asumidos por un
solo y mismo actor. Así, el «robo» o la «renuncia» pueden ser conside-
rados como verdaderas performances:
H {SI~ (S2 n O)} H {Sl ~ (S2UO)}

«ladrón» «ren unci'~dorn

El «don», al contrario, no puede ser reconocido como una per-


formance; aquí Sl (como destinador) y S2 (destinatario) son asumi-
dos por dos actores diferentes:
H {SI ➔ (S2n0)}

donador donatario

Presupuesta por la performance, la competencia equivale, de-


cíamos, a «lo (que hace estar-ser)» (es ➔ h): se identifica con el
conjunto de todas las condiciones necesarias para la realización de
la prueba decisiva, con todos sus requisitos; en una palabra, está
constituida por todo lo que permite efectuar un PN de performan-
ce. A decir verdad, esta competencia del sujeto de hacer compren-
Formas narrativas 151

de dos caras complementarias: en efecto, es conveniente distinguir


bien la competencia semántica de la competencia modal. La com-
petencia semántica no es otra cosa que la virtualización del PN
que será efectivamente realizada a continuación, y que el sujeto
guarda, digamos, a su disposición; se la llama semántica por el he-
cho de tener un contenido preciso, siempre determinado, que es
una función del contexto; algo así como el procedimiento a seguir
que implica la ejecución de tal PN: por ejemplo, para un cocinero
la competencia semántica tomará la forma, dado el caso, de un li-
bro de recetas. Hay que abstenerse aquí de confundir la compe-
tencia semántica con el /saber hacer/ (que es un elemento de la
competencia modal, vid. infra): una cosa es el libro de cocina, otra
cosa la habilidad (= saber hacer) del cocinero en la preparación de
este o aquel plato.
La competencia modal es de naturaleza propiamente sintáctica:
es la que hace posible el paso de la virtua/ización a la realización del
PN y puede ser descrita como una organización jerárquica de moda-
lidades; más arriba hemos dado un ejemplo bastante sugestivo, con la
«seducción» (o /hacer querer/) que ejerce Cenicienta, según la cual el
/hq/ solicita, en este caso, un /phq/ que presupone, a su vez, un /pphq/
y, así, sin interrupción, según el principio de recursividad y jerar-
quía. En nuestros conocimientos semióticos actuales - no siempre
muy seguros, es verdad- podemos articular la instancia de esta
competencia por lo menos según cuatro modalidades (otras son pre-
visibles, o por descubrir; la presente enumeración no pretende ser de
ningún modo exhaustiva). Tenemos así:
-el /querer/, anotado /q/;
-el /deber/, anotado Id/;
-el /poder/, anotado /p/;
-el /saber/, anotado /sa/ 2º;

20
Empleamos la equivalencia /saber/ = /sa/ para distinguirla, en lengua española,
de /ser/ modalidad anotada /s/. (N. del T.)
15'2 Análisis semiótico del discurso

así como sus formas negativas 2 1:


-el /no querer/, anotado /-q/;
-el /no deber/, anotado /-d/;
-el /no poder/, anotado /-p/;
-el /no saber/, anotado /-sal,

pues la competencia de un sujeto puede ser positiva o negativa: de


ahí la posibilidad de la transformación de una competencia modal
positiva en competencia negativa, o viceversa. Se puede prever de
inmediato los PN de competencia que actuarán o bien positivamente
por adquisición del /q/, del /d/, del /p/ y/o del /sal, o bien negativa-
mente por privación de esas modalidades. Lo que hemos llamado
prueba calificante co1Tesponde exactamente a la obtención de los
valores modales contextualmente requeridos, los únicos capaces en
ese caso de permitir la realización del PN de performance.
Esas modalidades conciernen, como se ha dicho, al sujeto. Recor-
demos, ahora, con respecto a la dicotomía de base permanen-
cia/cambio, que hemos sido llevados a distinguir correlativamente el
sujeto de hacer y el sujeto de estado. Es decir que la modalización
puede dirigirse tanto sobre el hacer(= h) como sobre el estar-ser(= es):
/qh/, /qes/
/dh/, /des/
/ph/, /pes/
/sah/, /saes/.

Tomemos primero en consideración a la modalización del hacer y


examinemos algunos casos. Sea para comenzar la modalidad del
!querer hacer/ (anotada: /qh/), que podemos articular de la manera
que sigue (con el juego de los contrarios: /qh/ vs /q-h/, y sus contra-
dictorios: /-qh/ y /-q-h/,

21
Representamos la negación sea, como aquí, con un pequeño guión colocado
delante de lo que es negado, sea (a veces en los esquemas) con un pequeño trazo hori-
zontal superior.
Formas narrativas 153

qhxq-h
-q-h -qh

El interés de esta distribución está, al menos, en mostrar que el


/q-h/ no puede confundirse con el /-qh/: ¡un querer contrario es al-
go totalmente diferente de una simple ausencia de querer! Nadie
tendría la osadía de pretender que un testarudo carezca de volun-
tad. Igualmente, si el /qh/ está marcado positivamente, el /-q-h/
dependería más bien de la resignación que de un deseo realmente
afirmado.
La modalidad del /poder hacer/ se articula de manera análoga: a
diferencia del /qh/ -sobre el que la psicología y el psicoanálisis hu-
biesen podido proponemos algunas buenas lexicalizaciones corres-
pondientes- esta modalización se descompone fácilmente como si-
gue:

ph p-h
(libertad) (independencia)

-p-h
X
(obediencia)
-ph
(impotencia)

El mismo esquema se aplicará todavía al /deber hacer/:


154 Análisis semiótico del discurso

dh d-h

(permitido) (autorizado)

Con el /saber hacer/ sucede de modo algo diferente, pues su


contrario -el /saber no hacer/- no tiene casi equivalente, al menos
en francés y español; y sin embargo, nos parece casi sobrentendido en
un enunciado del género: «Es demasiado discreto para abusar de las
buenas voluntades». Dicho esto, el /saber hacer/ correspondería sin
duda a una especie de «inteligencia sintagmática», a la habilidad de
conjugar y ordenar toda una programación: el /sah/ del cocinero, de-
cíamos, es de distinta naturaleza a su competencia semántica
(representada por el libro de recetas).
Más arriba hemos adelantado la idea según la cual la compe-
tencia modal puede ser descrita como una organización jerárquica
de modalidades. Esta proposición parece ahora imponerse, en el
momento en que debemos examinar qué tipos de relación mantie-
nen entre sí las diversas modalizaciones del hacer. Es evidente, en
efecto, que las modalidades hasta aquí reseñadas no se sitúan todas
en el mismo nivel, lo cual confirma la relación de presuposición
unilateral que liga unas con otras de la siguiente manera: las mo-
dalidades realizantes del /estar-ser/ y del /hacer/ (respecto de las
cuales hemos indicado que corresponden a la performance), presu-
ponen las modalidades actualizantes (el /saber hacer/ y el /poder
hacer/), y éstas, a su vez, presuponen las modalidades virtualizan-
tes (el /querer hacer/ y el /deber hacer/); tal es el sentido de las fle-
chas en nuestro cuadro:
Formas narrativas 155

competencia performance
modalidades modalidades modalidades
virtualizantes ~ .- actualizantes ~ >-- realizantes
/querer hacer/ /saber hacer/ /estar-ser/
/deber hacer/ /poder hacer/ /hacer/
1 1
1 1 1 1
l 1 1
(Instauración (Califación (Realización
del sujeto) del sujeto) del sujeto)

Hasta aquí, tal como ya anunciamos, sólo hemos tenido presente


la modalización del hacer. Examinemos ahora el caso del estar-ser.
Recordemos que, para nosotros, el estar-ser es semióticamente defi-
nible en términos de junción (conjunción vs disjunción) entre sujeto
y objeto. El término junción corre el riesgo de hacemos pensar en la
relación entre sujeto y objeto desde un punto de vista estrictamente
formal, a semejanza, tal vez, de V. Propp, quien concebía el relato
como el paso de la «carencia» a la «supresión de la carencia». A de-
cir verdad, cuando el héroe al final de su recorrido se conjunta con el
objeto de su búsqueda, su relación está por lo menos sobredetermina-
da por la /euforia/, como la «carencia» inicial lo era, al menos im-
plícitamente, por la /disforia/. En efecto, en el marco de las relaciones
de estado -conjuntivas o disjuntivas- es donde se localizan las
pasiones, los sentimientos, los estados de ánimo que los primeros
estudios de semiótica narrativa no podían casi tener en cuenta (como
demuestran todas las obras de iniciación de la época), ancladas más
sobre los agentes que sobre los pacientes. En los años siguientes se
ha realizado un pequeño avance que pretende dar cuenta, en un dis-
curso o en un relato dado, de todo lo que es sentido o experimentado
por los sujetos. No entraremos aquí, por supuesto, en el detalle del
análisis de las pasiones, que alude a las organizaciones jerárquicas de
rnodalizaciones según el estar-ser 22 • En lo que nos toca, señalarnos
22
Nos remitimos aquí, por ejemplo, al estudio de la «cólera» hecho por A. J.
Greimas en Del sentido 11, Madrid, Editorial Gredos, S. A., 1989, así como a su re-
156 Análisis semiótico del discurso

solamente, de pasada, algunas articulaciones iniciales posibles, la


primera la del /querer estar-ser/(= /qes/):

qes q-es
(dose,x,lsivo)

-q-es -qes
(no repulsivo) (indeseable)

También la del /deber estar-ser/ (= /des/), que reproduce una ar-


ticulación tradicional en filosofía o en lógica:

des d-es
(necosxsibilidad)

-d-es -des
(posibilidad) (contingencia)

y que es muy próxima de la del/poder estar-ser/(= /pes/):

ciente obra escrita con J. Fontanille Semiótica de las pasiones - De los estados de las
cosas a los estados de ánimo, México, Siglo XXl Editores, 1994, donde se muestra
que los «recorridos patémicos» son con frecuencia sometidos al esquema narrativo
canónico (con la puesta en marcha de una competencia y de una performance pasio-
nales).
Formas narrativas 157

pes p-es
(pos;b;Jxngendo)

-p-es -pes
(necesidad) (imposibilidad)

En efecto, la /necesidad/ corresponde tanto al /deber estar-ser/


como al /no poder no estar-ser/; la /contingencia/ al /no deber estar-
ser/ y al /poder no estar-ser/; la /posibilidad/ al /no deber no estar-ser/
y al /poder estar-ser/; la /imposibilidad/, por último, al /deber no es-
tar-ser/ y al /no poder estar-ser/.
A partir de las primeras articulaciones, se puede imaginar, por
ejemplo, que la competencia de un sujeto de estado sea tanto semi-
positiva como seminegativa. Retomemos a nuestra Cenicienta: al
comienzo del relato, ella se halla dotada del /querer estar-ser/, pues
desea estar conjunta al hijo del rey, gracias al baile que da éste; pero,
al mismo tiempo, ella se encuentra ante la imposibilidad(= /no poder
estar-ser/) de ver realizado su deseo. De ahí esa especie de falla mo-
dal que marca al actor de manera disfórica: la aproximación del
/querer estar-ser/ y del /no poder estar-ser/ crea un conflicto interior,
un estado de crisis, que se traducirá, figurativamente, en las lágrimas
de la heroína (en el momento en que sus hermanas van al baile, es
decir, en realidad, al encuentro del príncipe, mientras que ella no
puede hacer lo mismo). El análisis de los estados de ánimo de Ceni-
cienta podría ser profundizado, sobre todo si se tienen en cuenta las
numerosas versiones que enfatizan los celos de la heroína al comien-
zo del relato y de sus hermanas al final; pues los celos 23 correspon-
den a una estructura modal mucho más compleja que obra sobre un

23
Los celos han sido objeto de un largo estudio en A. J. Greimas - J. Fontanille,
Semiótica de las pasiones - De los estados de las cosas a los estados de ánimo, Méxi-
co, Siglo XXI Editores, págs. 159-271.
158 Análisis semiótiéo del discurso

sujeto de estado (el celoso) privado de algo y -en relación de con-


frontación- sobre un anti-sujeto de estado (el rival), que se halla
colmado de ese algo; las modalidades del /estar-ser/ del anti-sujeto
«celado» constituyen una competencia que el sujeto «celante» perci-
be como eufórica, y que tiene como efecto suscitar en él una modali-
zación disfórica (la categoría euforia/disforia será presentada e ilus-
trada en detalle durante el tercer capítulo).

2.1.3.3. La manipulación
En su acepción semiótica -que excluye todo rasgo de orden psi-
co-sociológico o moral- el término manipulación designa simple-
mente la relaciónfactitiva (= hacer hacer) según la cual un enunciado
de hacer rige otro enunciado de hacer. Esta estructura modal tiene
como particularidad que, si los predicados son formalmente idénticos
(ambos son /hacer/), los sujetos en cambio son diferentes; hay un su-
jeto manipulador (en la posición de destinador) y un sujeto manipu-
lado (destinatario). La formulación simbólica más simple es la si-
guiente:
Hl { Sl ➔ H2 { S2 ➔ (S3 í'I O) } }

y se lee como sigue: el sujeto manipulador(= Sl) hace de tal mane-


ra (= Hl) que el sujeto manipulado (= S2) realiza (= H2) la con-
junción (o, dado el caso, la disjunción) entre un sujeto de estado
(= S3) y un objeto de valor(= O). Como ya se ha dicho respecto de
la performance, los dos roles sintácticos de S2 y S3 pueden ser,
ciertamente, asumidos por un solo y mismo actor: éste sería e_l caso
del ladrón que actúa por encargo y guarda, no obstante, su botín, co-
mo se ha visto; otra posibilidad: el sincretismo de S 1 y S3 tal como
aparece en el caso de una persona que se hace hacer un vestido; in-
cluso S 1, S2 y S3 podrían corresponder a un solo actor. Tendríamos
aquí al héroe comeilleano que «debe» realizar «para sí» un pro-
grama dado: él mismo es a la vez el destinador manipulador(= SI),
el destinatario manipulado (= S2) sujeto de hacer, que ejecuta la
Formas narrativas 159

acción, y el sujeto de estado (= S3) beneficiario de la performance


realizada.
En relación al estatuto del segundo hacer (H2) son posibles dos
casos de figura: o bien H2 es un hacer de naturaleza cognoscitiva, y
entonces el /hacer hacer/ es identificable con un /hacer creer/ (que
examinaremos más adelante, en 2.1.3 .4 ); o bien el segundo hacer es
de orden pragmático, el único tipo de manipulación que trataremos
en este apartado.
Partamos de un ejemplo concreto. En vista del estado,en que se
encuentran mis pies, estoy obligado a hacerme hacer zapatos a medi-
da y por ello voy a un zapatero. El programa narrativo de este último
es evidentemente H2: el zapatero(= S2) me(= S3) conjuntará con un
par de zapatos(= O):

Hl {SI ➔ H2 {S2 ➔ (S3 í'i O) }}

«yo» zapatero «yo» «zapatos»

En cuanto a mi propio hacer(= Hl), éste no es, evidentemente, de


la misma naturaleza que el del zapatero. En mi estatuto de sujeto
manipulador (= S 1), no voy a guiar, desde luego, la mano del zapate-
ro: es a él a quien le corresponde cortar, ensamblar, colar, clavar, etc.
los materiales que hay que utilizar. Lo que puedo hacer en calidad de
S 1 es, en cambio, ejercer influencia no sobre la acción pragmática del
zapatero ni sobre su competencia semántica (pues no conozco nada
de ese oficio), sino sobre su competencia modal. Puede suceder que,
cuando entro en su establecimiento, el indicado artesano no tiene
ningún pedido y, también compruebo, que no trabaja: no está dotado,
entonces, de ningún /querer hacer/ o /deber hacer/. Al pedirle que me
haga un par de zapatos, le propongo naturalmente un adelanto del pa-
go, un anticipo; el zapatero pasa, entonces, de una ausencia de
/querer hacer/ (o sea: /-qh/) a un /querer hacer/ efectivo y/o de un /no
160 Análisis semiótico del discurso

deber hacer/ a un /deber hacer/. Es decir, que mi acción (= Hl) ha


consistido en modificar la competencia modal del zapatero, quien,
ahora, se siente dispuesto e incluso comprometido a pasar al acto.
Digamos, en general, que el segundo hacer en la relación factitiva
(= H2), ya es un recorrido narrativo segmentable en la perfonnance
(h ➔ es) y la competencia (es ➔ h) correspondientes. El primer hacer
( el de S 1) se ejerce, entonces, no sobre el segundo hacer ( el de S2),
sino sobre el «estar-ser del hacer» de S2 y tratará de establecer en el
manipulado, según el caso, una competencia positiva o negativa: S 1
confiere así a S2 un objeto modal que se identificará, por ejemplo,
con un /qh/, un /dh/, un /phi, etc., o a su negación. La competencia,
obtenida gracias a la acción del manipulador, convierte al sujeto ma-
nipulado en apto para realizar lo que se espera de él.
Naturalmente, el primer hacer(= Hl) del manipulador(= Sl) que
establece un nuevo «estado de cosas» -en este caso, la instauración
de la competencia de S2-, es un /hacer estar-ser/, pero de orden
propiamente cognoscitivo, que presupone la aplicación de una com-
petencia correspondiente. Si el sujeto manipulador no está dotado de
las modalidades necesarias, éstas deberán ser previamente objeto
de una adquisición: así, yo deberé tal vez trabajar horas suplementa-
rias a fin de obtener el dinero necesario para la fabricación de zapatos
a medida. Evidentemente, en este punto es donde podría inscribirse el
caso del manipulador manipulado, al cual aludimos antes.
Volvamos a la competencia del sujeto manipulado. En la mayor
parte de los relatos, el héroe busca y adquiere la competencia re-
querida para su perfonnance ulterior. Lo que caracteriza a la mani-
pulación es el hecho de que el sujeto manipulado, a diferencia del
héroe de nuestros cuentos populares, se encuentra dotado de una
competencia que no ha buscado en ningún momento: se ve así em-
pujado, a menudo muy a su pesar, a realizar un PN sólo deseado, al
menos al comienzo, por el sujeto manipulador. El /poder no hacer/
(lexicalizable, como ya hemos visto, como independencia) que, por
lo común, modaliza al héroe, se encuentra sustituido aquí por su
contradictorio: el /no poder no hacer/ marca la ausencia de libertad,
Formas narrativas 161
define la posición de obediencia y de sumisión que ocupa al sujeto
manipulado.
Puede ocurrir, en un momento dado, que el manipulado esté pre-
dispuesto a ir en el sentido impuesto por el manipulador. En ese caso,
se asocia a su /no poder no hacer/ un /querer hacer/, y el manipulador
puede ser considerado, entonces, como positivo: el deseo del manipu-
lado se conjunta así con la obligación que le es impuesta. Si se tienen
en cuenta las dos dimensiones pragmática y cognoscitiva, dos casos
son posibles: si el manipulador se apoya en la dimensión pragmática
y propone al manipulado un objeto de valor dado, se obtendrá la
tentación (término que debe ser depurado de toda connotación mo-
ral); tal cosa sucede con nuestro zapatero que, a la vista de las mone-
das que le dejo a cuenta, pasa a un /querer hacer/ positivo. La otra
posibilidad, para el manipulador, es la de hacer intervenir la dimen-
sión cognoscitiva: la competencia del manipulado es presentada por
el manipulador bajo un aspecto positivo; se hablará, así, de halago, de
adulación o, en términos más amplios, de seducción. Tal es el caso,
por ejemplo, de la educación de los niños, cuando los padres (mani-
puladores) los estimulan en el trabajo haciendo énfasis en que ellos
(= los manipulados) son absolutamente capaces de hacerlo, en que
ellos tienen los medios.
El otro tipo de manipulación, que calificaremos más bien de nega-
tiva, alía al /no poder no hacer/ no ya con un /querer hacer/, sino con un
/deber hacer/: obediencia (de la parte de S2) y prescripción (pro-
veniente de S 1) van aquí a la par. En el plano pragmático se tendrá, por
lo tanto, la intimidación: en lugar de proponer, como antes, un objeto
de valor dado, el manipulador amenaza con retirarle o quitarle tal o
cual cosa al manipulado. En el nivel cognoscitivo, el manipulador pre-
senta al manipulado una imagen negativa de su competencia, lo deni-
gra, por así decirlo, hasta tal punto que éste tendrá que reaccionar para
ofrecer una «imagen buena», positiva de si mismo; en ese caso se ha-
blará de provocación: A. J. Greimas ha estudiado en el «desafio» 24 ,

24
En Del sentido II, págs. 242-254.
ANÁLISIS Sl'MIÓTIC0,-6
162 Análisis semiótico del discurso

una de las formas posibles y ha demostrado claramente cómo «la ne-


gación de la competencia de S2 está destinada a provocar un
"sobresalto saludable" del sujeto que, justamente por ello, se transfor-
ma en sujeto manipulado» 25 •
Sin tratar de explorar como convendría el inmenso dominio de la
manipulación (queda por construir toda una semiótica de la manipu-
lación), quisiéramos cerrar este parágrafo señalando el doble aspecto
de lafactitividad. Siguiendo la articulación semiótica que plantea que
cada uno de los dos términos contrarios -/hacer hacer/ (= hh) vs
/hacer no hacer/(= h-h)- puede admitir una negación, obtenemos la
distribución que sigue:

hh h-h

(dejar hacer) (no-intervención)

De este dispositivo retendremos un solo dato, el hecho de que la


manipulación pueda apuntar a la realización de un acto (el /hh/), o,
por el contrario, a su impedimento (el /h-h/). En este punto debemos
reconsiderar la estructura polémica - tan utilizada, a menudo, en los
relatos- sobre la que hemos llamado la atención, con el juego del
sujeto y del anti-sujeto, del PN y del anti-PN en relación de inver-
sión, ya que si la manipulación se ejerce sobre el sujeto, ésta puede
concernir igualmente al anti-sujeto. Sea, por ejemplo, un campo de

25
Del sentido l/, pág. 245.
Formas narrativas 163
batalla tradicional: el comandante de un ejército manipula a sus tro-
pas haciéndolas tomar una u otra posición con miras a la victoria; pe-
ro su trabajo de estrategia no se detiene allí: si, como destinador, él
manipula al sujeto de hacer(= su tropa), puede también, simultánea-
mente, modificar la competencia modal del anti-sujeto (= el ejército
adverso), en cuyo caso él mismo tratará de suscitar en el enemigo un
/bacer no hacer/.
En nuestra Sémantique de l'énoncé: applications pratiques
-obra a la que nos permitimos remitir al lector para una mejor
comprensión del ejemplo elegido- hemos propuesto una ilustra-
ción que volveremos a tomar aquí de forma muy abreviada. La
historia analizada (extraída de la novela de J. Kessel, El León)
trata la proeza que realiza el narrador al entablar una relación de
amistad con un león gracias a la ayuda de una niña («Patricia») pa-
ra quien la «gran fiera» es, desde hace tiempo, un verdadero com-
pañero de juegos. A medida que avanza el relato, nos damos
cuenta que el destinador -«Patricia», en este caso- transforma
positivamente la competencia del narrador haciéndole adquirir el
/saber hacer/ y el /poder hacer/ y, correlativamente, ella transforma
de modo negativo la competencia del león (en quien el /querer ha-
cer/ inicial cede su lugar a un /no querer hacer/, y el /poder hacer/
a un /no poder hacer/), estando, por cierto, el narrador y el león en
el punto de partida en la relación de sujeto vs anti-sujeto. Es claro,
entonces, que el anti-sujeto (= el león) no está modalizado sólo
negativamente por el destinador (en calidad de /h-h/), sino también
positivamente: de inmediato, el artesano semiótico está obligado a
instalar un anti-destinador que modaliza positivamente al león
(según el /hh/); en ese instante se nota que el anti-destinador tam-
bién realiza una manipulación negativa, al impedir al sujeto obrar
según su deseo. Hemos sido así invitados a proponer el esquema
siguiente, que parece ser muy general, y del cual hemos aprove-
chado no sólo el nivel del enunciado, de la historia contada, sino
también el de la enunciación, de la manera en que el enunciador
presenta dicha historia al enunciatario:
164 Análisis semiótico del discurso
destinador anti-destinador

hhlXlhh
sujeto anti-sujeto

(No se trata aquí, ciertamente, de un «cuadro -(o cuadrado)- se-


miótico», a pesar de que el esquema tenga esa fonna: las flechas in-
dican las relaciones de modalización y su orientación.)

2.1.3.4. La sanción

Último componente del esquema narrativo canónico, la sanción


se presenta de dos maneras respecto a las dos dimensiones pragmáti-
ca y cognoscitiva. Tenemos en primer lugar la sanción llamada
pragmática, que tiene que ver con el hacer del sujeto que ha realiza-
do la performance. Esta sanción tiene dos caras, al tener en cuenta
dos actantes: el destinador judicador y el destinatario sujeto (juz-
gado). Por un lado, el destinador judicador emite un juicio epistémico
( del orden del /creer/: vid. infra) sobre la conformidad (o la no con-
formidad) de la performance en relación con los datos del contrato
previo. Lo que está en juego en el contrato que reúne al destinador
con el destinatario es, como hemos dicho, un sistema axiológico
(implícito o explícito en un discurso dado) donde los valores son
marcados positiva o negativamente: si en nuestra vida cotidiana pen-
samos generalmente que lo verdadero, por ejemplo, es un valor posi-
tivo, este punto de vista no es, evidentemente, el del falsario, quien,
en su campo, considera precisamente la relación de lo falso como
preferible. Es en el momento de la sanción, respecto al sistema axio-
lógico presupuesto, cuando el destinador judicador va a evaluar el re-
corrido narrativo del sujeto perfonnante.
Acabamos de hacer alusión a un fragmento de El león de J.
Kessel: volvamos a él un instante. Cuando el narrador entró en rela-
Formas narrativas 165
ción de amistad con el león, el destinador («Patricia») le declaró
«Está bien, vosotros sois amigos»: la performance cumplida («vos-
otros sois amigos») es juzgada conforme («está bien») al sistema
axiológico implícito en la mencionada novela, según el cual la amis-
tad con un animal es considerada como algo bueno, como un valor
marcado positivamente. Cae de su peso el hecho de que otros discur-
sos, de tipo ecológico por ejemplo, propondrían una axiologización
inversa: el hecho de domesticar un animal salvaje (como sucede en el
libro de J. Kessel) no sería en este caso un valor positivo, sino dejarlo
(o liberarlo: «Abrid, abrid la jaula de los pájaros») en su medio natu-
ral. En todos los casos, sin embargo, cualquiera que sea el relato, se
implica una axiologización (vid. infra, capítulo 3): a veces los térmi-
nos del contrato son aclarados al comienzo de la historia, pero, por lo
común, son sobreentendidos; siempre son absolutamente indispensa-
bles para la comprensión del discurso y El león de J. Kessel sólo tie-
ne sentido si el lector postula que la amistad entre el hombre y el
animal es un objeto de valor deseable. Manipulación y sanción sólo
pueden ejercerse respecto a un universo de valores axiológicamente
determinado.
Al juicio epistémico que porta así el destinador judicador, res-
ponde, desde el punto de vista del destinatario sujeto, la retribución,
que es la segunda cara de la sanción pragmática y que justifica, ade-
más, el calificativo. El destinatario sujeto -por haber realizado la per-
formance y mantenido sus compromisos, en relación con el contrato
(presupuesto) inicial - recibe del destinador la contrapartida previs-
ta. Según que la realización del destinatario sujeto esté conforme o no
a la axiologla, se obtendrá la recompensa o el castigo. (El cuento de
La babajaga, que examinaremos después, es una buena ilustración.)
La segunda forma en que se presenta la sanción es la llamada
cognoscitiva: ésta no se encarga más del hacer, sino del ser. Aquí
también distinguiremos los dos puntos de vista del destinador judica-
dor y del destinatario sujeto. Corresponde al destinador judicador
emitir un juicio epistémico (vid. infra) sobre la «realidad» (intrínseca
al relato) de la prueba decisiva realizada por el destinatario sujeto,
166 Análisis semiótico del discurso

sobre la veracidad de sus hazañas. Tomemos un ejemplo muy simple


del áml'>ito del cuento maravilloso. En un país lejano, asola la región
un dragón que, cada año, exige una muchacha a la que devora inme-
diatamente; la muchacha es elegida siempre al azar. Ahora bien,
cierto día, le toca la suerte a la hija del rey: éste hace proclamar hasta
las fronteras del país que quien venza al dragón obtendrá a su hija en
matrimonio. El héroe llega, corta todas las cabezas del dragón y,
en principio, debe llevarlas para presentarlas al rey, como signo de la
verdad de su proeza; luego desposa, como se había convenido, a
la hija del rey. En este relato tenemos la sanción pragmática: se ofre-
ce el matrimonio como retribución. Desde el punto de vista cognos-
citivo, hay que presuponer, y es lo que hace el rey, que el héroe efec-
tivamente ha matado al dragón: las cabezas son, además, llevadas al
castillo real para confirmar que es el héroe, y no otro personaje, quien
ha logrado la victoria. En tal caso, las cosas son lo que parecen: de
ahí la modalización según lo verdadero.
Pero ése no es siempre el caso, pues puede haber disjunción entre
el ser (del orden de la inmanencia) y el parecer (que depende de la
manifestación). Así, nuestra historia del dragón no termina en abso-
luto como acabamos de contarla, para mantenemos en el ámbito del
relato simple, ya que ese relato 26 pone en práctica una estructura po-
lémica y opone el sujeto al anti-sujeto, el héroe al traidor: después
de haber cortado las siete cabezas, el héroe les quita las lenguas, que
mete en su bolsa, y se va discretamente; pero, desde lejos, el traidor
ha visto lo que ha pasado: entra en la caverna del dragón, se lleva las
cabezas, se presenta al rey y éste no puede hacer otra cosa que pro-
ponerle el matrimonio con su hija; la ceremonia tendrá lugar al cabo
de un año y un día. Nos damos cuenta aquí de lo que pasa. Sea pues
la oposición entre !ser/ (= s) y /parecer/ (= p): hemos visto que la
26
Se trata del cuento-tipo 300/303, en la clasificación internacional de Aame y
Thompson, titulado: La bestia de siete cabezas. (N. del A.) En la versión española se
le conoce como: El dragón asesino, véase Stith Thompson, El cuento folklórico, Ca-
racas, Universidad Central de Venezuela, Ediciones de la Biblioteca, 1972, pág. 616.
(N. del T.)
Formas narrativas 167

conjunción de esos dos términos define lo verdadero. Propongamos


ahora su respectiva negación (anotada luego: /-s/ y /-p/; obtendremos
el siguiente dispositivo:
verdadero

secreto
(~:xus) ilusorio

no parecer no ser
!-pi /-si
(ausencia de (ausencia de
cabezas) victoria)

falso

Al final de su enfrentamiento, el héroe conjunta el /ser/ (iden-


tificable aquí con la «victoria») y el /parecer/ (las «cabezas» tienen,
precisamente, el rol de atestiguar ese /ser/, de ser su signo): nuestro
personaje se encuentra en la posición de lo verdadero respecto al
oyente del cuento, es decir, al enunciatario. Cuando sale de la caver-
na, no lleva las cabezas: el /parecer/ deja entonces su lugar al /no pa-
recer/. Al reunirse así, en ese momento, el Is/ y el /-p/, el héroe se si-
túa en la posición del secreto 27 (= lo que es pero no parece), cosa que
enfatiza perfectamente el hecho de que se vaya por un año y un día.

27
A decir verdad, la negación del /parecer/ que comporta el /secreto/, es siempre
sólo parcial, pues la persona en relación con la cual hay /secreto/, debe por lo menos
presentir que se le esconde algo; en caso de negación total del /parecer/, el sujeto con-
cernido no se encontraría ya en la posición del /secreto/, sino únicamente en la del /no
saber/, de la ignorancia. Ello quiere decir que el /secreto/, a la vez que esconde, debe
contener algunos indicios que incitarán eventualmente al interesado para informarse,
para saber un poco más.
168 Análisis semiótico del discurso

Veamos ahora el punto de vista del traidor: en el momento en que el


dragón es decapitado, el traidor no es, de ningún modo, el autor de la
victoria (luego: /-si) y no está en posesión de las cabezas (o sea:
/-p/): se halla en el orden de lo falso (= lo que no es y no parece). Al
tomar las cabezas dejadas por el héroe, transforma, podría decirse,
/-p/ en /p/: pasa, de golpe, de lo falso a lo ilusorio (= lo que parece,
pero no es). El rey es, entonces, engañado: apoyándose en el
/parecer/, atribuye espontáneamente al traidor el /ser/ correspondiente
y, por ese hecho, sitúa a su interlocutor en lo verdadero; desde este
punto de vista, el héroe se encontraría así, correlativamente, en el
universo de lo fa/so.
La sanción cognoscitiva aquí examinada, no corresponde sólo al
juicio epistémico del destinador judicador que cree verdaderos (o fal-
sos, o secretos, o ilusorios) los hechos de los que es informado, las
performances realizadas, sino también y complementariamente
-desde el punto de vista del destinatario sujeto (y del anti-des-
tinatario sujeto)- al reconocimiento del héroe (y, correlativamente,
a la confusión del traidor). Se trata ahora de lo que, en una primera
instancia, hemos llamado la prueba glorificante: ésta presupone, des-
de luego, que la prueba decisiva haya sido realizada mediante el pro-
cedimiento del secreto, como ocurre en nuestro cuento La bestia de
siete cabezas.
Se adivina de inmediato que, para hacerse reconocer como tal por
el destinador judicador, el héroe debe estar dotado de una competen-
cia adecuada. Si el episodio del reconocimiento es, por parte del des-
tinatario sujeto, un /hacer saber/, hay que prever no sólo un /querer
hacer saber/, sino igualmente un /poder hacer saber/. El héroe, en
nuestro cuento, retorna después de un año, en el momento preciso en
que se aprestan a casar al traidor con la hija del rey. Puesto en pre-
sencia de este último, le pide examinar más detenidamente las cabe-
zas del dragón, abandonadas hasta ese momento en un rincón de la
sala: en el instante en que el rey se da cuenta de que no tienen lengua
y se desmaya, el héroe saca de su bolsa las lenguas que faltan y todas
se ajustan perfectamente.
Formas narrativas 169

Desde la posición del secreto, el héroe pasa así a la de lo verda-


dero mientras que, correlativamente, el traidor va de lo ilusorio a lo
falso. La transformación de /-p/ en /p/ (para el héroe) y de /p/ en /-p/
(para el traidor) -que se encuentra en la base de los dos recorridos
cognoscitivos- presupone una marca: el rol de /poder hacer saber/
es asumido, en nuestro ejemplo, por las lenguas y es esta modalidad
la que permite el reconocimiento del héroe y la confusión del traidor:

,~X~/
............ - ~ verdadero
1
(recorrido
del héroe)

secreto ilusorio

1-pl /-si (recorrido


1 1 del traidor)
1
falso <E-- .. ••.• ....... :

Nos damos cuenta, entonces, de toda la importancia del hacer


persuasivo que ejerce el destinatario sujeto para suscitar en el desti-
nador judicador, un hacer interpretativo concomitante: el hacer per-
suasivo es un hacer cosgnoscitivo que incita, en este caso, al destina-
dor judicador a estatuir, a partir de la manifestación propuesta (/p/ vs
/-p/), sobre la inmanencia (/s/ vs /-s/) correspondiente. A partir del
/parecer/ que le es presentado, el judicador es invitado para reconocer
el /ser/ o el /no ser/: a partir del /no parecer/, tendría que pronunciarse
en favor del /ser/ o en favor del /no ser/.
La importancia de la modalización veridictoria es de tal calibre,
en los relatos o los discursos, que quizá no sea superfluo dar otro
ejemplo más completo. Para hacerlo, volveremos al cuento de Ceni-
cienta, estudiado parcialmente hace tiempo en nuestra Introducción a
la semiótica narrativa y discursiva (Buenos Aires, Hachette, 1980):
ahora trataremos de esclarecer, sin duda un poco mejor que entonces,
170 Análisis semiótico del discurso

todo el juego de la dimensión cognoscitiva con los hacer persuasivo


e interpretativo, a los cuales recurre ese relato. Para rememorar la
historia, citemos solamente la versión núm. 31 del catálogo razonado
de las versiones francesas, señalada por Le cante populaire de
P. Delarue y M.-L. Teneze (vol. II, París, Maisonneuve et Larose,
1964):

CULO CENIZO

Érase una vez un señor y una dama que tenían tres hijas. Las pri-
meras asistían siempre al baile; eran unas bellas señoritas que tenían
presencia. A la más joven la llamaban Culo Cenizo porque se arras-
traba siempre en la suciedad.
Un buen día, ella le dijo a su madrina, que era un hada:
-Oh, madrina, yo quisiera ir al baile, pero estoy tan mal vestida
que no me atrevo a presentarme.
-Oh, eso es bien fácil hijita, yo te alistaré si me prometes
una cosa: volver a casa antes que dé la última campanada de media
noche.
La madrina le da una varita. Cuando ella quiso los caballos, gol-
peó dos o tres veces; de pronto fue servida, subió a un carruaje y
¡adelante!
Una vez que llegó al baile, hace su entrada, pero nadie pudo
contener la emoción de tan bella que estaba.
Al dar la primera campanada de media noche, ella desapareció,
huyó y volvió a casa.
La segunda vez que fue al baile, sucedió lo mismo. La tercera
vez, al subir al carruaje, perdió uno de sus zapatos de cristal.
El hijo del rey lo recogió e hizo saber al pueblo que haría su es-
posa a aquella cuyo pie calzase ese zapato.
Y Culo Cenizo le dijo al joven:
-Oh, señor, dadme ese zapato para probarlo también.
Sus hermanas desdeñosas y muy orgullosas se burlaban de ella:
-Oh, tú, Culo Cenizo, tú Culo Cenizo, querer calzar ese za-
pato ...
A fe mía, el zapato le iba muy bien y su madrina, con el corazón
alegre, la hizo casar con el hijo del rey.
Formas narrativas 171
Después, una vez casada, tomó a sus dos hermanas como sir-
vientas.
(Narrado en abril de 1952 por la Señora Ernest Mel-
quiond, de 70 años, agricultora en La Bessée-Basse, comuna
de Argentiere la Bessée, Haute-Alpes.)

Con relación al conjunto de las versiones francesas, que entonces


consideramos, propusimos una organización temática (y axiológica)
específica: elevación/humillación de un lado, riqueza/pobreza del
otro. Además, esas dos categorías parecían homologables:
elevación riqueza
humillación pobreza

en la medida en que la /riqueza/ puede ser considerada como signo de


/elevación/ y la /pobreza/ como una forma de /humillación/. Estas cate-
gorías semánticas se correlacionan sintácticamente con las de la moda-
lización veridictoria que actúan.en el eje de la inmanencia (/ser/ vs /no
ser/) y en el de la manifestación (/parecer/ vs /no parecer/):
verdadero 1
1
1 1
!si /p/
(humillación) (pobreza)

secreto 1 ilusorio 1

/-p
(riqueza) (elevación)
1 1
1
falso 1
Consideremos, en primer lugar, el punto de vista cognoscitivo de
la heroína (1 en el esquema), que no sólo es el de la madrina sino
también el del oyente, el del lector, el del enunciatario.
172 Análisis semiótico del discurso

Al comienzo de la historia es verdadero 1 que Cenicienta conjun-


ta la /pobreza/ y la /humillación/. En el momento en que se presenta
al baile, con su carruaje y en sus bellos vestidos, se encuentra bajo el
signo de la /riqueza/; la transformación así operada, de /p/ a /-p/, hace
pasar a Cenicienta de lo verdadero 1 al secreto 1, lo que enfatizan las
versiones que mencionan la presencia en el baile de «una bella prin-
cesa desconocida». Vistiéndose magníficamente y llegando en su
hermoso carruaje, la heroína procede a un hacer persuasivo (hacien-
do creer a los que asistían al baile, y por lo tanto al hijo del rey, su
alta alcurnia) que evoca a un hacer interpretativo correspondiente. En
relación con el /parecer/ que ella muestra, el príncipe le atribuye es-
pontáneamente el /ser/ correspondiente (según los estereotipos de
nuestro universo cultural axiológico), reconociéndole un rango social
elevado: la hace bailar, la colma de atenciones y la encuentra digna
de él. Debido a esta transformación de !si en !-si, Cenicienta pasa del
secreto 1 a lo falso 1; ella sabe muy bien que no es, en realidad, ni ri-
ca ni de rango social elevado.
Si ese primer recorrido, verdadero 1 ➔ secreto 1 ➔ falso 1, está
ligado al encuentro, a la conjunción espacial del príncipe y la heroína,
se inicia ahora un segundo recorrido, ligado esta vez a su disjunción,
que irá de lo falso 1 a lo verdadero 1 pasando por lo ilusorio 1. Ceni-
cienta desaparecerá de repente de la fiesta y al llegar a casa, se pondrá
sus vestidos de pobre, conservando, al mismo tiempo, el prestigio ad-
quirido (cuando sus hermanas entran y le describen la bella desconoci-
da del baile, Cenicienta les declara que aquélla no es más hermosa que
ella): pasa así de la posición de lo falso 1 a la de lo ilusorio 1, ya que el
/-p/ se ha transformado en /p/. Este segundo hacer persuasivo -que
corresponde a su salida del baile y, en muchas variantes, a su negativa a
decir quién es- provoca, recíprocamente, un hacer interpretativo en el
eje de la inmanencia (/s/ vs /-s/): la última transformación, la del /no
ser/ en /ser/, está representada figurativamente por el ensayo del zapato,
prueba que permite restablecer lo verdadero 1. Después de la secuencia
del baile, el príncipe descubre que Cenicienta es realmente pobre y
humilde, lo que no le impedirá desposarla.
Formas narrativas 173

Examinemos ahora el punto de vista cognoscitivo del príncipe


(anotado: 2) que, durante buena parte del relato, es diametralmente
opuesto al de la heroína. De aquí obtenemos una nueva distribución
de los mismos valores en nuestro segundo esquema, respecto a los
ejes de la manifestación (/p/ vs /-pi) y de la inmanencia (/s/ vs /-si):
verdadero 2
1

(elevación) (riqueza)

secreto 2

/-pi
X
(pobreza)
1
/-si
(humillación)
1
ilusorio 2

falso 2

Para el príncipe, que ve únicamente a Cenicienta en el baile, es


claro que su estado inicial de /pobreza/ y de /humillación/ es impen-
sable, que sólo puede ser del orden de lo falso 2. No duda, pues, que
la heroína, al estar elegantemente vestida y llegar en un carruaje
(representaciones figurativas de la transformación, aquí del /no pare-
cer/ en /parecer/), instaura, respecto a él, un estado cognoscitivo de
naturaleza ilusoria 2, estado que sólo se identificará como tal a pos-
teriori. Notemos que los vestidos y los adornos no son solamente
signos de /riqueza/; deben leerse también, sintácticamente, como
máscaras. Al vestirse, nuestra heroína se esconde: por lo tanto, apa-
recerá de incógnito.
Cuando Cenicienta llega al baile, el príncipe, decíamos, se pre-
cipita ante su presencia para acogerla como conviene; transforma con
ello el /no ser/ en /ser/ lo que, desde el punto de vista del príncipe,
sitúa a la heroína en lo verdadero 2. Al dejar el baile y, además, sin
174 Análisis semiótico del discurso

revelar al hijo del rey su identidad auténtica, Cenicienta instaura en


su lugar un estado cognoscitivo de secreto 2: ese hacer persuasivo
comprende entonces, por parte del hijo del rey, un hacer interpretati-
vo: la transformación del /ser/ en /no ser/ se opera con la prueba del
calzado. En ese momento, lo que el príncipe había tomado como fal-
so 2, coincide para él con lo verdadero 1; descubre así, correlativa-
mente, que la secuencia del baile se había desarrollado, no bajo el
signo de lo verdadero 2 como él lo creía, sino bajo el de lo falso l.
Séanos permitido enfatizar, de paso, el doble estatuto cognoscitivo
del zapato: como parte del vestido, desempeña sintácticamente un rol
de máscara (que permite instaurar el secreto l o lo ilusorio 2) y re-
presenta, entonces, la modalidad del /poder hacer/ (creer) en el campo
del hacer persuasivo; como marca de identificación, en el momen-
to de probarse el zapato, corresponde todavía a la modalidad del
/poder hacer/ (en este caso, el /poder creer/) que evoca al hacer inter-
pretativo.
Volvamos ahora a la problemática general de la sanclón. He-
mos dicho que la sanción pragmática ponía en práctica, de parte
del destinador judicador, un juicio epistémico relativo a la con-
formidad (o la no conformidad) entre la performance cumplida por
el destinatario sujeto y el contrato, o su objeto: el sistema axioló-
gico. La sanción cognoscitiva presupone, también por su parte, un
juicio epistémico que sobredetermina los estados cognoscitivos re-
conocidos: así el príncipe «cree» verdadero, falso, secreto o ilu-
sorio, el enunciado de estado al que es sometido. En esas dos for-
mas. de la sanción, se plantea, pues, la cuestión del juicio
epistémico, del creer y, correlativamente, del hacer creer. Si el
/hacer creer/ depende, como ya anunciamos, de la manipulación
-con la particularidad de que el segundo hacer de la relación
factitiva es de orden cognoscitivo-, el /creer/ se incorpora natu-
ralmente a la sanción.
Sobre este dificil problema de la modalización del /creer/ (y del
/hacer creer/) que hasta hoy no ha sido objeto de suficientes análisis
concretos, realmente convincentes, nos atendremos a las observado-
Formas narrativas 175
nes iniciales de A. J. Greimas 28, que parecen bastante seguras y dejan,
no obstante, la puerta abierta a muchos complement~s e investigacio-
nes por venir. Las volveremos a considerar, más o menos tal cual, es-
pecialmente cuando tengan que ver con la sanción cognoscitiva.
Sea, en el punto de partida, la definición del término convencer,
propuesta por el diccionario Petit Robert:
(a) «Llevar a alguien
(b) a reconocer la verdad
(c) de una proposición (o de un hecho).»

Esta distribución gráfica permite identificar de inmediato tres


componentes: el segmento (a) representa el hacer persuasivo del suje-
to manipulador; el segmento (b) corresponde al hacer interpretativo;
por último, el segmento (c) es el enunciado-objeto (la «proposición»)
o el enunciado de estado al que el sujeto del hacer persuasivo somete,
para la apreciación y evaluación cognoscitiva, al sujeto del hacer in-
terpretativo: no olvidemos, en efecto, que el creer remite necesaria-
mente a un objeto determinado.
Siguiendo a A. J. Greimas, detengámonos por el momento sólo en
el segmento (b): «reconocer la verdad». Siempre según el diccionario
Petit Robert, reconocer es:
«Admitir como verdadero
después de haber negado o
después de haber dudado,
aceptar
no obstante las reticencias.»

Este «reconocimiento» se presenta, en el plano cognoscitivo, como


totalmente homologable con un relato mínimo concebido, ya lo hemos
dicho, como una transformación situada entre dos estados sucesivos y
diferentes. Con el creer, nosotros pasamos efectivamente de un estado
cognoscitivo 1 a un estado cognoscitivo 2, de lo que es «negado», dice
el diccionario, a lo que es «admitido», de lo que se «duda» a lo que se
28
En Del sentido ll. págs. 134-140.
176 Análisis semiótico del discurso

«acepta». En otras palabras, el creer no depende de la pasividad: es una


verdadera acción (pues comprende performance y competencia) que
hace pasar de un estado de creencia a otro. En cuanto a la transforma-
ción cognoscitiva, que especifica el creer, se define como una opera-
ción de comparación entre lo que es propuesto a la sanción y lo que se
sabe o ya se cree: la adecuación que apunta al sujeto «creyente» sólo es
posible respecto a su universo cognoscitivo. Como comparación, el re-
conocimiento supone necesariamente una identificación -en la
«proposición» que se le somete- de algunas parcelas de «verdad»,
incluso de toda la «verdad», de la cual ya es detentador: se trata, pues,
para el sujeto judicador, de controlar, por así decirlo, la adecuación de
lo nuevo y de lo desconocido a lo antiguo y a lo conocido, procedi-
miento cuyo resultado puede ser positivo o negativo.
Si esta adecuación tiene éxito, es positiva, se tendrá entonces la
conjunción; en caso contrario, se hablará de disjunción. De ahí los
dos haceres cognoscitivos posibles, respectivamente: /afirmar/ vs
/rechazar/ cada uno de los cuales evoca a su contradictorio:

ajfrxhaw
(conjunción) (disjunción)

admitir dudar
(no-disjunción) (no-conjunción)

Se observará que si /afirmar/ y /rechazar/ son categóricos,


/admitir/ y /dudar/, en cambio, son susceptibles de graduación: se
puede dudar o admitir más o menos, pero no se podría afirmar o re-
chazar más o menos. Si se pasa ahora de las modalizaciones -que
dependen preferentemente del hacer, como confirman nuestras for-
mas verbales- a las modalidades propiamente dichas, que se situa-
rían más bien del lado del estar-ser, se obtiene la siguiente distribu-
ción, en relación a la posible sustantivación en español:
Formas narrativas 177

c,rlx,M•
( conjunción) (disjunción)

probabilidad incertidumbre
(no-disjunción) (no-conjunción)

Es evidente que si el reconocimiento es un hacer, alude a su


respectiva competencia modal. Se tendrá así, en el plano de las
modalidades virtualizantes el /querer creer/ (y/o el /deber creer/
que puede aplicar, por ejemplo, lo religioso), y en el de las moda-
lidades actualizan tes el /poder creer/ (o, si no, el /saber creer/ que
asume, entre otros, el crédulo). Así, .en nuestro ejemplo de la Ce-
nicienta, el /poder creer/ contribuye con cada uno de los dos hace-
res interpretativos: en el primer caso, son el vestido y la carroza
los que permiten al príncipe -engañandose, por lo demás- creer
en la /elevación/ de la heroína;· en el otro, es el zapato que, en ca-
lidad de marca, hace posible el retomo a la verdad (intrínseca al
relato). Tal es incluso el caso en el cuento de La¡ bestia de siete
cabezas, antes mencionado, en donde el dragón amenaza con de-
vorar a la heroína, a menos que sea decapitado a tiempo: si, por un
momento, el traidor puede engañar al rey, y éste lo cree realmente
victorioso, es sólo gracias a las cabezas del dragón (= /poder hacer
creer/) llevadas al castillo. De manera más o menos general, reco-
noceremos que el hacer interpretativo se sustenta por lo común de
«pruebas», de marcas de identificación, que permiten instaurar un
nuevo estado de creencia.
Pasemos ahora del creer al hacer creer. Hemos anotado prece-
dentemente, a propósito de la manipulación, que el segundo hacer
(= H2) en la estructura modal del /hacer hacer/
HI {SI ➔ H2 { S2 ➔ (S3 í't O)}}
178 Análisis semiótico del discurso

puede ser de orden pragmático (era el único caso que teníamos pre-
sente en nuestra descripción de la manipulación) o bien de naturaleza
cognoscitiva: el /hacer hacer/ se identifica así a un /hacer creer/. En
el primer caso, la manipulación se ejercía o bien según el /querer/ y
se obtenía entonces la tentación (dirigida a un objeto positivo) o la
seducción (que ponía por delante una imagen positiva de la compe-
tencia del sujeto manipulado), o bien según el /poder/, siendo enton-
ces reconocible, en el plano pragmático, en la intimidación (que in-
cluye un objeto, digamos, negativo) y, en el plano cognoscitivo, en la
provocación (donde el manipulador ofrece al manipulado una imagen
negativa de su competencia). En esos cuatro tipos elementales de la
manipulación, el acento estaba más bien puesto en las razones de
obrar del sujeto manipulado.
En cambio, el /hacer creer/ -que corresponde a la manipulación
ya no según el /querer/ o el /poder/, sino según el /saber/- remitiría,
más bien, a las razones del sujeto manipulador; aquí, como escribe
A. J. Greimas, «la factitividad se desarrollaría bajo las fonnas varia-
das de las argumentaciones llamadas lógicas y de las demostraciones
científicas para, a fin de cuentas, ofrecerse al sujeto epistémico, como
una proposición de razón, al ética o veridictoria» 29 • Evidentemente,
en este inmenso dominio de la manipulación según el saber, es donde
deben localizarse, entre otras, las numerosas y fructuosas investiga-
ciones contemporáneas sobre la argumentación (J.-C. Anscombre,
O. Ducrot) o sobre la lógica natural (J.-B. Grize) que tienen que ver
todas, finalmente, con el juego del razonamiento, con el arte de per-
suadir .según la razón. Remitimos al lector a los numerosos trabajos
publicados en esas disciplinas que, como nadie ignora, son deudoras
de una larga tradición lógica y retórica.

29
En Del sentido ll, pág. 142.
Formas narrativas 179

2.1.4. ESTUDIO DE UNA CONFIGURA-


CIÓN DISCURSIVA: LA «HUELGA» JO

La multiplicidad de huelgas y de los discursos (sobre todo perio-


dísticos) que las acompañan, ofrecen al análisis un material de ad
hoc, un objeto que tendrá ahora por lo menos la ventaja de ser cono-
cido por el lector. Es verdad que en el plano de la manifestación, ca-
da huelga es diferente de las otras, que tiene sus especificidades: co-
mo sabemos, algunas son más notables que otras (por ejemplo, la
conocida huelga de la fábrica de relojes Lipp ). Dicho esto, más allá
de las variables que las caracterizan en concreto en su enraizamiento
socio-histórico, en las motivaciones particulares que las subtienden,
todas las huelgas parecen poseer una misma estructura subyacente,
que justamente permite reconocerlas como tales. Basándonos en el
esquema narrativo canónico ya presentado, quisiéramos proponer
aquí una breve descripción formal de la «huelga» en calidad de con-
figuración discursiva, esto es, bajo su aspecto invariante. Este análi-
sis será parcial, limitado únicamente a las formas narrativas en juego:
explorará sólo el componente sintáctico (con todo el juego, más o
menos complejo, de las modalidades correspondientes), situándose
así en el nivel de las estructuras de superficie. Es decir, que no ten-
dremos en cuenta, de ninguna manera, los contenidos semánticos;
éstos -sobre los cuales no podemos dejar de hacer hincapié en su
importancia para el análisis de casos concretos- dependen de una
aproximación muy distinta que nos llevaría a una investigación dife-
rente (vid. cap. 3).
Nuestro fin no es evidentemente explicar la huelga, ni a fortiori
examinar sus contextos de funcionamiento particulares, sino más bien
imaginar y, por así decirlo, reconstruir -gracias a la terminología

30
Una primera redacción de este estudio apareció en las Actes sémiotiques, Bulle-
tin, EHESS/CNRS, V, 23, septiembre de 1982, págs. 5-18, con el título «Pour une
approche modale de la greve». Ese texto ha sido reescrito aquí casi completamente.
180 Análisis semiótico del discurso

semiótica en la que son traducibles- algunos de sus mecanismos


formales, al menos aquellos que nos parecen más frecuentes; para
limitar un poco este vasto tema, sólo nos ocuparemos de las huelgas
llamadas de empresa, excluyendo, por ejemplo, la huelga política, la
huelga de hambre u otros tipos. Tal vez convenga precisar, por últi-
mo, que nuestro pequeño ensayo de descripción se refiere únicamente
a la huelga descrita, contada, no a la huelga concretamente vivida:
este presupuesto es el único que nos autoriza a retener la organiza-
ción interna de la huelga, su estructura narrativa.

2.1.4.1. La huelga como estructura polémica

Toda huelga (de empresa) se presenta como un «conflicto social»


y hace actuar a lo que corrientemente se llama las «relaciones de
fuerza». En términos semióticos, hablaremos de confrontación: res-
pecto al esquema narrativo canónico, la estructura polémica -que
caracteriza a la huelga- es inmediatamente reconocible en los nive-
les de los destinadores y de los destinatarios sujetos.
En el plano de los destinadores, la huelga opone generalmente un
destinador (patrón, patronato, capitalismo) que designaremos en
adelante con DI, a un anti-destinador (= D2) que será representado a
menudo por las «organizaciones sindicales» o, más generalmente, si
se quiere, por la «clase obrera». Una doble axiologfa (o sistema de
valores), adivinamos, subyace a esta relación conflictiva, pero no la
tomaremos en consideración, puesto que excluimos de este estudio
los contenidos semánticos.
Destinador y anti-destinador, dotados cada uno de las modalida-
des necesarias (tales como el /querer hacer/, el /saber hacer/ y el
/poder hacer/) tienen recorridos similares e inversos. En el plano
sintagmático -el único retenido aquí- los dos conservan, en sus
respectivas órbitas, un poder de manipulación situado arriba, tam-
bién los dos intervendrán al final, hacia abajo, al nivel de la sanción
(sea pragmática: la retribución; o cognoscitiva: el reconocimiento),
como tendremos ocasión de mostrar al final de este análisis.
Formas narrativas 181

Observemos el caso de D 1 en su relación con el destinatario suje-


to S1 (sucede lo mismo con el anti-destinador D2 respecto al anti-
destinatario sujeto S2). En la situación que precede a la huelga, el
patrón(= Dl) es aquel que hace trabajar a los obreros(= S1): allí hay
una relaciónfactitiva, y esta relación, inscrita en el eje sintagmático,
puede ser articulada en los dos componentes, la decisión en el plano
cognoscitivo, y la ejecución en el plano pragmático. Decir que los
obreros trabajan, es decir también, en efecto, que ellos ejecutan lo
que el patrón decide: la definición misma de la palabra obrero pro-
puesta por el diccionario («Persona que ejecuta un trabajo manual... a
cambio de un salario») va, además, en ese sentido. La relación facti-
tiva pone así en juego los dos roles, el de sujeto que decide (D1) y el
de sujeto ejecutante (Sl). Es un caso de figura en que esas dos fun-
ciones son asumidas por un solo y mismo actor: con este sincretismo,
se hablará de actividad; esto es lo que caracteriza, por ejemplo, el
artesanado o las profesiones liberales, donde cada uno ejecuta lo que
ha decidido. Por el contrario, otra hipótesis es posible, según la cual
el sujeto que decide es actorialmente distinto del sujeto que ejecuta:
tal es la relación entre patrón y obrero, la de lafactitividad.
La decisión -que, en este caso, es lo propio del destinador pa-
trón - se define generalmente como la determinación de lo que se
debe hacer y comprende dos elementos: de un lado, el objeto de la
decisión -puesto que toda decisión se remite a un /hacer/ o a un /no
'
hacer/- depende de una programación determinada; del otro, el pro-
grama narrativo presupuesto es sobredeterminado por la modalidad
del /deber/. En el caso de la actividad, la decisión corresponde, más o
menos, a lo que se designa corrientemente con el nombre de «pro-
yecto»; mientras que en la factitividad, se homologa preferentemente
con la «orden», el «mandato», que subordina el sujeto ejecutante al
sujeto decisor (conforme a la relación de presuposición unilateral
según la cual la ejecución presupone la decisión, y no a la inversa:
¡muchas decisiones no se ejecutan jamás!).
La «orden» que es así transmitida del destinador al sujeto (o del
anti-destinador al anti-sujeto), puede ser, por supuesto, objeto de una
182 Análisis semiótico del discurso

aceptación o de un rechazo. Demos por sentado que, en todos los ca-


sos, hay un /deber hacer/. En este supuesto, hagamos intervenir la
modalidad del /querer hacer/ que depende del mismo sujeto. La con-
junción de dos modalizaciones en un determinado actor da lugar a
cuatro posibilidades:
-/deber hacer/+ /querer hacer/= obediencia activa;
-/deber hacer/+ /no querer no hacer/= obediencia pasiva;
-/deber hacer/+ /querer no hacer/= desobediencia activa;
-/deber hacer/+ /no querer hacer/= desobediencia pasiva.

Naturalmente, la competencia -presupuesta por la aceptación o


el rechazo de la «orden»- alude también a otras modalidades; así, el
/querer no trabajar/ no será suficiente en el caso de la huelga: vere-
mos que el rechazo del trabajo, para ser efectivo, se sustenta también
en la modalidad del /poder/ (no hacer).
Pasemos ahora a la relación del destinador (D 1) con el anti-
destinador (D2). Aquí el conflicto proviene del hecho de que el
destinador quiere /hacer trabajar/, mientras que el anti-destinador
quiere /hacer no trabajar/. Al /hacer hacer/ se opone, pues, como
ya se señaló en la presentación de la manipulación, un /hacer no
hacer/ (traducible como: impedir hacer). Esto quiere decir que la
decisión puede ser positiva o negativa. Agreguemos, por supuesto,
que la decisión, como hacer (decisional), puede ser considerada
como una performance (situada en la dimensión cognoscitiva),
aludiendo a una competencia que le corresponde, susceptible, da-
do el caso, de ser objeto de una adquisición previa: nada prohibe
pensar que la ENA (Escuela Nacional de Administración) sea, fi-
nalmente, en Francia, una escuela de aprendizaje del poder social;
del lado del anti-destinador, se comprobará que los grandes diri-
gentes sindicales reciben también una formación apropiada que
hace de ellos verdaderos conductores de hombres. Por cierto, a
esta competencia decisoria podrá oponerse o conformarse la com-
petencia ejecutiva del destinatario sujeto o del anti-destinatario
sujeto.
Formas narrativas 183

La relación polémica que caracteriza a la huelga, se establece no ·


sólo entre entre destinador y anti-destinador, sino, del mismo modo y
paralelamente, entre destinatario sujeto(= Sl) y anti-destinatario su-
jeto (= S2): pasamos aquí del plano de la decisión al plano de la eje-
cución. Según el diccionario (Petit Robert), ejecutar es «llevar a su
cumplimiento (lo que ha sido concebido por uno mismo: proyecto, o
por otros: orden)». Confirmando nuestras observaciones anteriores
sobre el juego entre decisión y ejecución (respecto al sincretismo ac-
torial posible), esta definición insiste en el hecho de que se está aquí,
desde el punto de vista de los modos de existencia reconocidos en
semiótica, en fa fase de la realización («llevar a su cumplimiento»):
por este hecho, la decisión, situada en lo alto, parece depender de la
virtualización.
En el conflicto de la huelga y en el plano pragmático de la ejecución,
van a oponerse el sujeto (Sl) -rol mantenido por los obreros que con-
tinúan trabajando(= los «no huelguistas», los «rompe-huelgas», en otro
tiempo los «amarillos»)- y el anti-sujeto (S2), que corresponderá aquí
a los «huelguistas». Los dos promueven un PN tan opuesto que las per-
formances resultan invertidas, una en relación con la otra: si, en adelan-
te, el trabajo es denominado /hacer/, la huelga se identificaría con un /no
hacer/. En cuanto a la competencia ejecutiva, se expresará o positiva o
negativamente, según se trate del sujeto o del anti-sujeto. (Precisemos,
de una vez por todas, que el prefijo «anti-» que concierne a los sujetos, a
los destinadores o a los destinatarios, no connota ninguna toma de posi-
ción en materia de valores: es sólo conforme a la definición corriente de
huelga, de forma negativa, como /no hacer/, como colocamos a los huel-
guistas en posición de anti-sujeto.)
Anotemos, por último, que la confrontación - tanto en el plano
de los destinadores como en el de los destinatarios sujetos- puede
evolucionar entre dos polos: a veces será preferentemente de tipo
polémico (con ocupación de locales, secuestro, etc. ), en otros casos
será más bien de tipo transaccional (discusiones entre el patronato y
las organizaciones sindicales, entre la dirección de la empresa y el
comité de huelga; recurrir a un «mediador», etc.).
184 Análisis semiótico del discurso

2.1.4.2. El recorrido narrativo del anti-sujeto, S2 (= huelguistas)

En lugar de partir de un corpus de textos diversos (recortes de


periódicos relativos a determinadas huelgas; tratados de sociología,
etcétera), hemos elegido, por razones de claridad y de economía -en
relación con nuestra observación introductoria sobre el alcance de
este breve análisis-, apoyarnos sencillamente en una definición
bastante banal y general de la huelga, tanto más cuanto que se trata
de un tipo de acción conocida por todos. Nuestro punto de partida se-
rá la definición que propone el Petit Robert: «Cesación voluntaria y
colectiva del trabajo, decidida por los asalariados para obtener venta-
jas materiales o morales». Para limitar nuestra exposición y evitar, al
mismo tiempo, toda repetición inútil, hemos decidido presentar sólo
el recorrido de S2, el de l0s huelguistas; recordaremos, sin embargo,
que sólo se trata de un punto de vista que pide ser completado por la
perspectiva y el procedimiento inverso de S l (= los obreros que con-
tinúan trabajando).
Desde el punto de vista del esquema narrativo, el anti-sujeto (S2)
efectuará una performance (en este caso, un /no hacer/, un /no traba-
jar/) para la cual tendrá necesidad de una competencia correspondien-
te (en particular, el /querer no hacer/ y el /poder no hacer/). Ese reco-
rrido presupone un estado anterior, inicial, el del trabajo, en donde la
modalización del sujeto que se trata es de signo opuesto a la que será
la suya con la adquisición de la nueva competencia. Así, el estado 1
(el del trabajo) corresponde al /querer hacer/ y al /poder hacer/,
mientras que el estado 2 (el de la huelga), comó veremos, contempla
la instauración del /querer no hacer/ y del /poder no hacer/. En otras
. palabras, S2 -considerado en su punto de partida- se identifica to-
davía, por decirlo de algún modo, con Sl: sólo se convertirá realmen-
te en S2 por transformación de su competencia. El futuro sujeto de la
huelga se identifica, en efecto, según la definición misma del diccio-
nario, con los «asalariados». Para formar parte más adelante del suje-
to colectivo S2 (vid. infra), el futuro huelguista debe tener, previa-
mente, un contrato de trat>ajo e incluso trabajar de hecho: en ese
Formas narrativas 185
punto y con respecto al trabajo, está dotado con el /querer hacer/ y el
/poder hacer/. Pues es muy claro que la «cesación (... ) del trabajo»
-que define, como hemos dicho, la huelga- presupone sintagmáti-
camente la actividad del trabajo: esta observación trivial nos recuerda
que los desocupados, los obreros en paro, no pueden pretender el rol
de S2 y que, a la inversa, todo «asalariado» -por lo tanto, con con-
trato de trabajo- es ya, potencialmente, un futuro huelguista.
El contrato de trabajo es, sin duda, uno de los puntos clave, sine
qua non, en el funcionamiento de la huelga. Es verdad que a veces el
contrato es de naturaleza más bien simbólica, como en el caso de los
estudiantes ( «Es necesario que los estudiantes estudien», decía De
Gaulle en 1968), pero entonces la huelga pierde todo su impacto, y la
«relación de fuerza» los desfavorece. De la misma manera, una huel-
ga de panaderos o de farmacéuticos no es en absoluto asimilable a
una huelga de empresa, en la medida misma en que no hay disocia-
ción actorial entre el sujeto que decide y el sujeto ejecutante. En ese
caso, efectivamente, no podría haber un verdadero contrato de traba-
jo, salvo de tipo más bien «moral».
Esta posición del sujeto eventual de la huelga -que establece,
precisamente, el contrato de trabajo- no es dada a todo el mundo;
constituye el objeto de un proceso de adquisición: es, verdaderamen-
te, la contratación lo que hace del desocupado un trabajador efectivo
y, a la vez, un huelguista en potencia. Debido al contrato de trabajo
que el patrón (D 1) propone (y podrá suprimir a veces, con la
«destitución», el «despido», o el «lock-out» ), determina él mismo,
volens nolens, al futuro sujeto de la huelga, S2. La habitual perma-
nencia del contrato de trabajo a lo largo de la huelga, muestra que no
se ha roto toda relación entre el patrón y el obrero, pues el huelguista,
todavía por el hecho del contrato, es un trabajador en potencia (de
aquí la expresión: «retomo al trabajo»). Nos encontramos, entonces,
ante un juego bastante complejo: el hecho de que Dl (el patrón)
mantenga más o menos directamente su poder sobre S2 (los huelguis-
tas), nos recuerda, al menos, que la manipulación puede ejercerse,
como hemos dicho antes, no sólo por el destinador D 1 sobre el sujeto
186 Análisis semiótico del discurso

Sl (o por el anti-destinador D2 sobre el anti-sujeto S2), sino también


por el destinador Dl sobre el anti-sujeto S2 (o por el anti-destinador
D2 sobre el sujeto Sl), todo ello según el esquema anteriormente
propuesto:

SI S2

Una vez determinado el futuro sujeto de la huelga, nos será nece-


sario dotarlo con la competencia necesaria para que pueda pasar al
acto. En primer lugar, se plantea la cuestión de la modalidad del
/querer no hacer/, una de las modalidades virtua/izantes.
A diferencia de una suspensión personal del trabajo (si alguien
cesa voluntariamente de trabajar no puede decir, salvo irónicamente,
que está «en huelga»), la huelga presupone la existencia o la ubica-
ción de un actante colectivo, plural («los asalariados», dice el diccio-
nario). La mayor parte del tiempo, el sujeto S2 no se constituye
porque sí; es objeto de una instauración previa gracias a la «moviliza-
ción». Este último término con resonancias militares (ya hemos dicho
que la huelga es un «conflicto», una «lucha», un «combate»), desig-
na, a la vez, la creación de un sujeto colectivo y la atribución que se
le hace de un «móvil» negativo (el /querer no hacer/) que lo define en
su estatuto de actante. Entre la ausencia previa de /querer no hacer/
(que equivale al /querer hacer/) y el /querer no hacer/ marcado con
S2, la «movilización» corresponde a un sub-PN (a un PN de uso, si-
tuado, por lo tanto, en el plano modal y cuyas manifestaciones figu-
rativas son sustituibles las unas por las otras: concretamente, hay mu-
chas maneras de movilizar a los huelguistas), gracias al cual los
salarios implicados van a estar dotados con la modalidad del /querer
no hacer/. Se recordará al efecto, la articulación propuesta más arriba
Formas narrativas 187

del /querer hacer/ (= /qh/) con todo el juego de los contrarios y los
contradictorios:

qh-xq-h
-q-h -qh

Se ha insistido, de pasada, en la diferencia que existe entre el


/querer no hacer/ y el /no querer hacer/: una cosa es la ausencia de
querer (= /no querer hacer/) y otra distinta un querer contrario (o
/querer no hacer/) como éste, muy fuerte, que implica la huelga.
El hacer movilizador (o /hacer querer/ colectivo, por oposición al
/hacer querer/ individual tal como se expresa, por ejemplo, en la
«adulación» de una persona a otra) presupone la existencia de un su-
jeto movilizante -de carácter manipulador (sería D2), puesto que
transforma la competencia modal del sujeto S2- provisto de las
modalidades requeridas y cuyo /poder hacer querer/ se situará, gene-
ralmente, en la dimensión cognoscitiva: le toca así al «dirigente», al
«instigador» de la huelga - llevados entonces al rol de anti-
destinador (= D2)- hacer que sus camaradas obreros tomen con-
ciencia, por ejemplo, de las condiciones anormales de trabajo o de
retribución, de la explotación vergonzosa de que son víctimas, etc.;
se ve aquí la importancia, en las huelgas, de la información que sirve,
por una buena parte, de /poder hacer querer/. Agreguemos que esta
manipulación, en lo que concierne al /querer/, puede ser operada no
sólo por D2 (identificable al «dirigente»), sino a veces incluso por
D l : así, la movilización puede ser causada por el patrón cuando,
por ejemplo, éste modifica las condiciones de trabajo sin acuerdo
previo (o la adhesión derivada) de sus empleados. (Nos remitimos, a
este respecto, al estudio del «desafio» realizado por A. J. Greimas en
Del sentido JI.)
188 Análisis semiótico del discurso

Recordemos que, en relación con el estatuto del segundo hacer en


la relación factitiva (hacer hacer) -según sea de naturaleza pragmá-
tica o cognoscitiva- hemos distinguido dos grandes clases de mani-
pulación: el /hacer hacer/ propiamente dicho y el /hacer creer/. Vea-
mos primeramente el /hacer hacer/ que se sustenta bien en el /querer/
o en el /poder/. La huelga no parece aprovechar estas dos formas de
manipulación, que son, hemos dicho, la seducción y la provocación,
que se basan en el /poder/ y en las cuales el manipulador presenta al
manipulado una imagen positiva o negativa de su competencia
(«¡Eres absolutamente capaz de hacer eso!» vs «¡Eres absolutamente
incapaz de hacer eso!»). En cambio, la manipulación según el
/querer/ es, a menudo, aplicada en la huelga: así, encontramos tanto
la tentación (con las «ventajas materiales o morales» previstas, que
señala la definición del diccionario) como la intimidación (cuando el
patrón amenaza, por ejemplo, con quitar las ventajas adquiridas o
despedir a una parte de su personal).
La huelga implica también la factitividad cognoscitiva, con la
participación del hacer persuasivo y del hacer interpretativo, del
/hacer creer/ y del /creer/, donde van a intervenir todas las modalida-
des veridictorias. De este modo, para «resistir», la voluntad de los
huelguistas se apoyará en las «explicaciones», las «informaciones»
que les serán dadas por el sujeto manipulador, en los «debates» que
opondrán argumentaciones «verdaderas» y «falsas»: las reuniones
(meetings) y las AG (= asambleas generales) verán así denunciados,
por ejemplo, los engaños del patrón, de Dl, gracias a la persuasión de
D2, a su poder de /hacer creer/. Por supuesto, las reacciones de la
prensa o de la televisión, el conocimiento de los apoyos exteriores,
podrán confirmar la movilización, mantener en alza y fuerte el
/querer no hacer/ de los huelguistas y, por ello mismo, garantizar S2
en su estatuto de actante colectivo. Un programa inverso de «desmo-
vilización» será aplicado, dado el caso, por el destinador D 1 (patrón),
que se dirigirá a suprimir el «móvil» de la huelga, a disociar, a dividir a
los huelguistas para que desaparezca, por este mismo hecho, el actante
colectivo S2.
Formas narrativas 191

vimiento», etc., pueden interpretarse como otros tantos PN de uso,


constitutivos de la modalidad del /poder no hacer/ y cuya aplicación en
el eje temporal corresponde a una estrategia determinada: elección de
un PN de uso antes que otro, elección de su posición en el PN de con-
junto, en el recorrido narrativo.
Señalemos de paso que -como la huelga es ella misma modalizada
por el /permiso/ en muchas empresas (lo que señala el «derecho de huel-
ga»), o por la /prohibición/ para ciertas categorías socio-profesionales-
los diversos PN de uso citados pueden también ser sobredeterminados
por la modalización deóntica, la del /deber hacer/(= /dh/):
dh d-h
prescrito prohibido

X
-d-h
permitido
-dh
facultativo

Recordemos, por ejemplo, que en 1988, en el sector del transpor-


te urbano, la huelga de algunos centenares de personas fue suficiente
para bloquear a millones de parisinos hasta tal punto que gran canti-
dad de ellos, a la vez que reconocían el «derecho de huelga» (= el
/-d-h/), encontraron esa situación totalmente inadmisible (algunos
usuarios decían, entonces, que eran «tomados como rehenes»); y,
como ya se había impuesto en el caso de la televisión, se comenzó a
hablar de «servicios mínimos».
Para contrarrestar el /poder no hacer/ de los huelguistas, el desti-
nador D 1 (patrón) seguramente responderá, dado el caso, llamando a
las fuerzas policiales (que impedirán la ocupación de los locales, la
huelga in situ, etc.) -en tal situación, representan su /poder hacer
hacer/ en relación con S 1-, llegando, algunas veces, hasta el «lock-
out» o la «destitución», que radicalmente ponen fuera de combate a
190 Análisis semiótico del discurso

actualizantes presuponientes, como lo prevé el modelo narrativo: en


este nivel, es el /poder hacer/ el que ocupa un lugar de preferencia
en el desarrollo de la huelga. Si se considera a la huelga como una
«cesación del trabajo» por S2 que, respecto al contrato de trabajo,
lleva correlativamente una suspensión de la paga por D 1, se puede
prever que la modalidad del /poder no hacer/ se ejerza en el marco de
esos dos componentes.
Efectivamente, se ve claro, en primer lugar, que el programa narra-
tivo de S2 (los huelguistas) -como «cesación del trabajo»- se reali-
zará a menudo gracias, por ejemplo, a la «ocupación (o toma) de los lo-
cales», a la «huelga de brazos caídos», a fin de evitar que el destinador
(patrón), introduciendo en lugar de los huelguistas nuevos destinatarios
sujetos (= Sl '), ponga la empresa en marcha: el cambio de sujeto sin-
tagmático -Sl' tomando el lugar del ex-Sl- constituiría entonces
para S2 un /no poder no hacer/, un obstáculo insuperable para su per-
formance. Otra forma de adyuvante posible serían los «piquetes de
huelga» que coloca S2 para impedir (se trata aquí, pues, de un sub-PN
de tipo factitivo: /hacer no hacer/) al sujeto SI -que quisiera continuar
trabajando- hacerlo: el fin es aquí transformar a los no huelguistas en
huelguistas forzados (no en el plano del /querer/, sino en el del /poder/),
de tal manera que la «cesación del trabajo» sea efectiva y total. Desde
ese punto de vista, la fuerza(= /poder no hacer/) de los huelguistas está
en parte ligada a su número (lo que permite, si así sucede, la parálisis
completa de la empresa, incluso de varias empresas técnica y/o eco-
nómicamente asociadas o dependientes), como a su organización en
tanto actante colectivo: la creación de un equipo animador, responsa-
ble, puede convertirse en una necesidad estratégica para, unidos, poder
hacer frente. Esto es verdad para la confrontación no sólo polémica si-
no también transaccional donde se enfrentan las dos partes en conflicto
y donde el «estado de las tropas» movilizadas se convierte a menudo en
un argumento de peso en la lucha o en la búsqueda de un compromiso.
Desde el punto de vista del PN principal (o performance) -es decir, la
paralización del trabajo y de la producción- la «ocupación de los lo-
cales», los «piquetes de huelga», la unidad y la extensión del «mo-
Formas narrativas 191

vimiento», etc., pueden interpretarse como otros tantos PN de uso,


constitutivos de la modalidad del /poder no hacer/ y cuya aplicación en
el eje temporal corresponde a una estrategia determinada: elección de
un PN de uso antes que otro, elección de su posición en el PN de con-
junto, en el recorrido narrativo.
Señalemos de paso que-como la huelga es ella misma modalizada
por el /permiso/ en muchas empresas (lo que señala el «derecho de huel-
ga»), o por la /prohibición/ para ciertas categorías socio-profesionales-
los diversos PN de uso citados pueden también ser sobredeterminados
por la modalización deóntica, la del /deber hacer/(= /dh/):
dh d-h
prescrito prohibido

X
-d-h
permitido
-dh
facultativo

Recordemos, por ejemplo, que en 1988, en el sector del transpor-


te urbano, la huelga de algunos centenares de personas fue suficiente
para bloquear a millones de parisinos hasta tal punto que gran canti-
dad de ellos, a la vez que reconocían el «derecho de huelga» (= el
/-d-h/), encontraron esa situación totalmente inadmisible (algunos
usuarios decían, entonces, que eran ·«tomados como rehenes»); y,
como ya se había impuesto en el caso de la televisión, se comenzó a
hablar de «servicios mínimos».
Para contrarrestar el /poder no hacer/ de los huelguistas, el desti-
nador D 1 (patrón) seguramente responderá, dado el caso, llamando a
las fuerzas policiales (que impedirán la ocupación de los locales, la
huelga in situ, etc.) -en tal situación, representan su /poder hacer
hacer/ en relación con S 1-, llegando, algunas veces, hasta el <<lock-
out» o la «destitución», que radicalmente ponen fuera de combate a
192 Análisis semiótico del discurso

los huelguistas al suprimirles su contrato de trabajo y eliminar, así, la


condición misma de trabajador que hacía de ellos sujetos potenciales
de la huelga.
Por otra parte, la suspensión de la paga -correlativa a la «cesa-
ción del trabajo»- efectuada por D1, pone evidentemente en peligro
la posición modal (en cuanto al /poder no hacer/) de S2, los huelguis-
tas, en la medida en que éstos no tienen otros medios de subsistencia.
El /poder no hacer/ dependerá, pues, de la cantidad de bienes de que
disponen para «resistir»: así se ve que la instauración de una «caja de
solidaridad» (u «olla común») en favor de los huelguistas, es suscep-
tible de convertirse en una baza no despreciable en la «lucha», ya que
la huelga opera directa y generalmente, en primer término, en el pla-
no económico. Puesto que la respuesta patronal puede llegar hasta el
«despido» (individual) o hasta el «lock-out» (colectivo), el riesgo de
perder su medio de sustento -sobre todo si no se está dotado de
cualificaciones profesionales particulares apreciadas en el mercado
de trabajo- constituye un impedimento, un obstáculo insuperable
para participar en la huelga, lo que equivale, entonces, a un /no poder
hacer/.
Del estado de la competencia (colocación del /querer no hacer/ y
del /poder no hacer/), pasemos ahora al de la performance. Según la
definición del diccionario -«cesación( ... ) del trabajo»-, la huelga
puede ser observada como una acción o como el resultado de esa ac-
ción. Será posible analizar la huelga como proceso, bajo sus aspectos
incoativo («ponerse en huelga»), durativo («resistir») y terminativo
(«terminar la huelga», «volver al trabajo»). Sin entrar en este terreno
-que desborda la aproximación puramente modal (y narrativa) re-
tenida, y depende de las estructuras discursivas (vid. cap. 4)- obser-
vemos, sin embargo, que la duración de la huelga puede intervenir,
desde el punto de vista de S2, como una modalidad del /poder/
«obtener ventajas materiales o morales», por lo tanto en calidad de
PN de uso. Se opondrá así la «huelga-paro» y la «huelga-adver-
tencia» a la «huelga ilimitada» (o «indefinida»): todo depende del
empleo que se haga de la duración como sub-PN.
Formas narrativas 193

Entre los diversos tipos de proceso, semióticamente reconocidos,


la huelga se asimila a la performance. A diferencia de una acción
realizada por un destinador en beneficio de un destinatario (en el don,
por ejemplo), en que los dos roles de /sujeto de hacer/ y de /sujeto de
estado/ son asumidos por dos actores distintos, la performance re-
quiere, ya lo hemos dicho, que las dos funciones en cuestión· sean
asumidas por un solo y mismo actor. Es así como, en el supuesto de
que la huelga y la desocupación son, ambas, «cesaciones de trabajo»,
la segunda exige un /sujeto de hacer/ (como la falta de trabajo, la co-
yuntura económica, etc.) diferente del /sujeto de estado/ (que es el
desocupado), mientras que la huelga, y ésta es la razón por la cual la
identificamos como performance, reúne en un solo actor al /sujeto de
hacer/ (aquel que cesa el trabajo) y al /sujeto de estado/ (el huelguis-
ta). (Por supuesto, en otro nivel de análisis -por ejemplo, el del
conjunto de las estructuras económicas del país-, el desocupado se
definirá por otras funciones, tal como la de mano de obra informal,
por ejemplo).
Como nos recuerda la definición del diccionario Petit Robert
-«cesación voluntaria( ... ) decidida por los asalariados»-, la huel-
ga es a menudo, efectivamente, de tipo reflexivo y depende, en
esa calidad, de lo que hemos llamado actividad (vs factitividad).
Los huelguistas tendrán entonces el sentimiento de anular, en su
«acción», la relación destinador/destinatario que, como sabemos, es
capaz de ser vivida como una relación de dominante/dominado. La
huelga se inscribe en el eje de la factitividad, por ejemplo, cuando la
«llamada a la huelga» proviene de las organizaciones sindicales diri-
gentes (que desempeñan, en este caso, el rol de anti-destinador, de
D2); la relación factitiva, como hemos dicho, efectúa la persuasión (o
la disuasión) de D2, y la aceptación (o el rechazo) de parte de S2. Se
dirá, en ese caso, que la «base» «sigue» o «no sigue» las «directrices
de arriba», según haga suyas o no las «órdenes». Por supuesto, esos
dos polos (actividad/factitividad) que sobredeterminan dos tipos de
huelga, pueden encontrarse sucesivamente en el transcurso de una
misma huelga-caso.
ANÁLISIS SEMJÓTICO. - 7
194 Análisis semiótico del discurso

Hasta aquí hemos considerado la perfonnance de la huelga esen-


cialmente como un /no hacer/(= «cesación de trabajo»), pero éste no
es su único aspecto definitorio; curiosamente, el diccionario -tal
vez porque está redactado desde el punto de vista del patronato- no
deja constancia, en absoluto, de otro dato importante: el hecho de
detener el trabajo. Hemos dicho que la huelga de empresa tiene con-
secuencias, en primer lugar, en la dimensión económica; precisemos
ahora sus contornos. Ya se ha observado que como efecto, la huelga
implica -en relación con el contrato de trabajo- la suspensión de
la paga (por D1) y, en consecuencia, una privación de dinero para S2.
Pero hay más, la huelga por lo general afecta -es el caso más fre-
cuente en la huelga de empresa- a los intereses financieros del pa-
trón: el «cese de trabajo» por S2 se traduce, en efecto, para el patrón,
en un dejar de ganar, correspondiente al paro de la «producción». Al
suspender su trabajo, los huelguistas impiden a la vez a D1 ganar di-
nero. Y como sucede a menudo (tal es el juego de la plusvalía), si et
contrato de trabajo es más ventajoso para el patrón, la suspensión de
una ganancia posible le afecta más (lo que no dejará de jugar en favor
de un compromiso eventual).
Esto nos lleva a replantear la cuestión de la huelga no ya en tér-
minos de actividad únicamente, sino también de factitividad (en el
eje D1/D2). Como acabamos de decir, el trabajo del obrero enriquece
al patrón. En relación a este /hacer hacer/ (aquí, hacer ganar dinero),
el cese del trabajo es un /hacer no hacer/: impedir a D 1 ganar dinero.
Reconociendo a la huelga un carácter factitivo, vemos en ella más
que una acción (o incluso una abstención) una manipulación. Si la
huelga es un /no hacer/, como hemos venido considerando al seguir
el dice. Petit Robert, es también, al mismo tiempo, un /hacer no ha-
cer/(= impedir hacer): esto supone reconocer un estatuto real de des-
tinador manipulador a los huelguistas, en oposición al patrón, que se
convierte entonces, desde ese punto de vista, en un simple destinata-
rio sujeto. Se comprende mejor, desde esta perspectiva, la existencia
de «relaciones de fuerza» como posibilidad de «negociaciones». De-
finiendo, entonces, en parte, la huelga como un /hacer no hacer/, po-
Formas narrativas 195

dríamos inclinarnos a hacer explícita la competencia factitiva corres-


pondiente y a situar mejor, por ejemplo, la «ocupación de los loca-
les», que permite impedir el /hacer hacer/ del patrón; en este caso se
trata de una de las formas posibles del /poder hacer no hacer/ de los
huelguistas.
La huelga -como «cesación voluntaria y colectiva del trabajo,
decidida por los asalariados» - no se cierra en ella misma, pues no
es un fin en sí; el paso del trabajo a la huelga es una performance que
se encuentra siempre inserta en un programa más amplio. Como sub-
raya el diccionario, los huelguistas buscan lograr «ventajas materiales
o morales». Desde ese punto de vista, la huelga debe ser considerada
como un PN de uso; en esa consideración y sin cambiar de objetivo
(es decir, manteniéndonos en el mismo PN de base), los trabajadores
pueden sustituir otras formas de «acción», como las «manifes-
taciones», los «desfiles», los «petitorios», etc. Es decir, con ello la
huelga ocupa en el PN de conjunto que la engloba, una función mo-
dal, y es uno de los medios posibles realizados para permitir la con-
junción del sujeto de la búsqueda (= S2) con el objeto de valor bus-
cado, es decir, las «ventajas materiales o morales» (que cuando se
hallan en estado de virtualización se llaman «reivindicaciones»).
Si «obtener», como dice el diccionario, es «llegar a que se haga
dar lo que se quiere tener», la huelga tendría que interpretarse como
la modalidad del /poder hacer hacer/ (hacer, en este caso, que el pa-
trón dé las «ventajas»); complementariamente, también puede co-
rresponder a un /poder hacer no hacer/(= poder impedir hacer) cuan-
do, por ejemplo, la huelga tiene como fin prevenir los despidos
anunciados. En ambos casos, la huelga es un PN de uso que debe
servir para instaurar un nuevo contrato, impuesto no ya por el patrón
(convertido, en ese caso, en destinatario sujeto) sino por los huelguis-
tas que se presentan como destinador y, en esencia, sería más o me-
nos esto: nosotros no volvemos al trabajo si vosotros no nos dais esto
o aquello, si vosotros no hacéis esto o aquello. Lo que -siendo en
extremo diferente, particularmente por su aspecto individual y su ca-
racterización moral- puede ser aproximado, sintácticamente ha-
196 Análisis semiótico del discurso

blando (pero no semánticamente), al chantaje, otra configuración


discursiva; en los dos casos, el destinatario ve que se le impone un
/hacer/ o un /no hacer/ so pena de sufrir un perjuicio: el riesgo de la
pérdida de dinero en el patrón, o de honorabilidad en el chantaje, es
un /poder hacer hacer/ para el nuevo destinador manipulador (huel-
guistas o chantajista) y un /no poder no hacer/ (o coerción) para el
nuevo destinatario sujeto (patrón, víctima del chantaje).
Lo que quisiéramos recalcar, sobre todo, es el hecho de que la
huelga de empresa tiene como finalidad establecer un nuevo contra-
to: lejos de tener una naturaleza fundamentalmente polémica, se es-
pecifica por su propósito transaccional. Esta observación, deducida
de la organización estructural de la huelga de empresa, no deja de re-
cordar, al menos indirectamente desde el punto de vista histórico, la
actitud del Partido Comunista Francés que, en sus comienzos se de-
claraba insistentemente contra ese tipo de huelga, sin duda porque
veía allí una contradicción con la naturaleza revolucionaria de la
dictadura del proletariado, movimiento que se pretendía realmente
polémico, en las antípodas de todo compromiso. Se podría oponer, en
efecto, a la huelga económica (con fin contractual) una huelga políti-
ca (de orden polémico) que, en el marco de la lucha de clases, busca
echar abajo el poder establecido. (Incluso la «huelga general» de ma-
yo de 1968 en Francia terminó con los llamados «acuerdos de Gre-
nelle».)
El anti-sujeto S2 -manipulado por D2 (el anti-destinador) o au-
to-manipulado (cuando la huelga depende no de la factitividad, sino
de la actividad)-, después de haber adquirido la competencia nece-
saria, ha realizado su performance; como se adivina fácilmente, su
recorrido sólo puede terminar en el último componente del esquema
narrativo canónico, es decir, la sanción.
Considerada con respecto a la relación destinador/destinatario
(patrón/obrero), la huelga es un /no hacer/, una performance contraria
a lo que se esperaba, al trabajo. Desde el punto de vista del destina-
dor (Dl), por lo tanto del patrón, existe una violación del contrato
(trabajo/dinero) que sólo puede concluir en la sanción correspondien-
Formas narrativas 197

te, es decir, una sanción negativa o castigo. De acuerdo con el es-


quema narrativo, éste se inscribe, no sólo en el nivel pragmático de la
retribución (la suspensión del pago), sino también en el plano cog-
noscitivo del reconocimiento: los huelguistas, sobre todo si se mues-
tran muy activos, son generalmente mal vistos por la dirección y sus
nombres figurarán tal vez en una lista negra; al contrario de lo que
ocurre con el reconocimiento del héroe y de su glorificación, los
«traidores» son aquí confundidos, evidentemente desde el punto de
vista patronal.
En cuanto /hacer no hacer/, esto es, desde el punto de vista de los
huelguistas en posición de destinador manipulado, la huelga supone
para el destinatario sujeto, el patrón, una carencia a solventar en su
dimensión pragmática y, en la dimensión cognoscitiva, un recono-
cimiento negativo como el que tendrán quizá en cuenta las organiza-
ciones sindicales.
El conflicto entre D1 y Sl de un lado, y D2 y S2 de otro, puede sal-
darse con un fracaso o una victoria: lo que es fracaso para unos es vic-
toria para los otros y viceversa. Sea, pues, por ejemplo, la victoria de
los huelguistas, que finalmente se salen con la suya; en este caso, la
confrontación ha desembocado en la dominación de D2 y S2. Se verá,
así, a los sindicatos (D2) proclamar la victoria de los huelguistas (S2),
reconocer su gran «valía de combatientes» en la «lucha» que les ha
opuesto al empresario; de esta manera, D2 procede al reconocimiento
público -en la dimensión cognoscitiva- de S2 promovido al rango
de héroe y cuya performance (el /no hacer/) es juzgada conforme a la
axiología que represente D2. A esta sanción cognoscitiva se añade, evi-
dentemente, la sanción pragmática, la retribución: las «ventajas mate-
riales o morales» son arrancadas al patrón (considerado entonces como
/sujeto de estado/) por D2, quien se presenta como /sujeto de hacer/,
como donador. Notemos que el diccionario distingue «ventajas materia-
les», de orden descriptivo (ejemplo: aumento de salario), y ventajas
«morales» que corresponderán, dado el caso, a los objetos modales (el
éxito de una huelga servirá, a veces, para reforzar el /querer/, para au-
mentar el /poder/ de S2 con miras a las luchas futuras).
198 Análisis semiótico del discurso

Entre fracaso y victoria es posible, por supuesto, un compromiso


(que es el caso más frecuente) en el cual patrón y huelguistas se ha-
cen concesiones mutuas: se trata, una vez más, de instaurar un nuevo
contrato, pero sobre bases menos ventajosas para unos y otros.

2.2. ESTRUCTURAS PROFUNDAS Y ESTRUCTURAS


DE SUPERFICIE

Hemos descrito hasta aquí la organización narrativa en sus formas más


aparentes: las estructuras de superficie. Como indica su denominación,
éstas se hallan próximas a la manifestación discursiva y, por este hecho,
son destacadas con mayor facilidad por el analista, lo que muestran algu-
nos de los ejemplos que hemos propuesto y otros que seguirán 31 • Desde
ese punto de vista, es bastante cómodo para el lector juzgar la adecuación
entre la articulación narrativa anticipada y el relato de donde se extrae.
Existe también otro nivel de representación, calificado de «pro-
fundo», que se considera subtendido en el discurso analizado, que es
algo así como lo condensado o, mejor, el corazón: en ese plano se
hallan articulaciones poco numerosas, más simples, en todo caso más
globalizantes que las observadas a nivel de las estructuras narrativas
de superficie. Por eso hemos podido hablar de estructura elemental
de la significación en ese plano reconocido como profundo. Allí, en
efecto, son aprehendidas las primeras oposiciones que subtienden,
por ejemplo, todo un relato dado; a diferencia de la superficie
-donde las complejizaciones de los PN y las determinaciones de los
diferentes elementos del esquema narrativo canónico pueden incorpo-
rar los datos textuales hasta en sus mínimos detalles sintácticos-, las
estructuras profundas están mucho más alejadas de los objetos des-
critos, son mucho más generales. Se trata de un nivel subyacente que,
de modo intuitivo, corresponde a una aprehensión de conjunto de un

31
Ver más adelante la descripción sintáctica de La baba-jaga.
Formas narrativas 199

universo semántico determinado; su explicitación, reconozcámoslo


por adelantado, no deja de presentar problemas y sólo puede inter-
venir generalmente al finalizar los análisis realizados en la superficie.
Esta distinción entre estructuras narrativas de superficie y es-
tructuras profundas está en función, evidentemente, de un postula-
do muy preciso; adoptaremos aquí un punto de vista generativo,
según el cual las estructuras complejas se constituyen a partir de
estructuras más simples. La semiótica nos propone, en efecto, un
recorrido generativo en el que la significación toma como punto de
partida una instancia ab qua - definida por una forma sintáctica y
semántica elemental - que posteriormente, gracias a un juego de
complejizaciones y enriquecimientos variados, accede al nivel su-
perior de las estructuras de superficie y, más allá, alcanza al plano
de la manifestación, la instancia ad quem prevista. Este procedi-
miento llamado de conversión permite pasar de un nivel de repre-
sentación a otro sintáctica y/o semánticamente más rico. Se obser-
vará ahora -y nuestros ejemplos lo confirman extensamente-
que, a diferencia del nivel de superficie donde sintaxis (presentada
en 2.1) y semántica (que será el objeto del capítulo 3) están clara-
mente separadas, las estructuras profundas hacen actuar de inme-
diato, simultáneamente, esos dos componentes, situados como están
en un plano de abstracción mayor.
Como el nivel de superficie -susceptible de articulaciones dife-
rentes, teniendo en cuenta el punto de vista semiótico adoptado
(donde las teorías y las escuelas son numerosas, en este campo)-,
las estructuras profundas dan lugar, según las aproximaciones, a
esquematizaciones muy diversas. Solamente presentaremos dos: el
4-Grupo de Klein en su versión más simple y el cuadro (o cuadrado)
semiótico, ya que parecen ser aplicables en forma un tanto satisfac-
toria; lo que no quiere decir que no subsistan algunas dificultades en
su interpretación sintáctica y/o semántica. Naturalmente, se podrían
proponer otros muchos modelos para dar mejor cuenta y razón del
nivel profundo; es decir, que nuestras proposiciones y opciones no
excluyen, ni mucho menos, el hecho de recurrir a otros instrumentos
200 Análisis semiótico del discurso

metodológicos, sobre todo si se pone de manifiesto que son más ade-


cuados en su aplicación.

2.2.1. EL «4-GRUPO» DE KLEIN

2.2.1.1. Una estructuraformalfandamental

Nos referiremos, en primer lugar, a un modelo de tipo matemáti-


co, el 4-Grupo de Klein, que ha sido utilizado -en un sentido muy
cercano al que nosotros adoptaremos- por J. Piaget en psicología.
Dada nuestra incompetencia en ese terreno, la presentación de esta
estructura formal se limitará solamente a los datos necesarios para su
aplicación semiótica; antes de nuestra escueta descripción del mode-
lo, los ejemplo~ propuestos permitirán comprender su funcionamien-
to sin ninguna dificultad.
Partamos de la formulación, muy breve, que da de él, por ejem-
plo, J. Fontanille 32 :
Un grupo Ges un conjunto provisto de una ley de composición inter-
na del siguiente tipo:

(X, y) ➔ X* y

aplicable a cualquier pareja de sus elementos. Si A y B son los sub-


grupos de G, que comportan cada uno una ley de composición inter-
na, a y b, serán considerados como generadores de G. Sin, el número
de generadores de G, es igual a 2, tiene que ver con un '4-Grupo'. Se
demuestra, entonces, que los elementos del grupo son engendrados
por: l (elemento neutro), a, b, ab.

Se obtiene así el siguiente dispositivo:

32
En Les points de vue dans le discours, vol. I, tesis de doctorado de Estado, Uni-
versidad de París III, 1984, págs. 20 y ss.
Formas narrativas 201

I .; , .;
1 (= elemento neutro: ----➔ a
b) I
b ------------➔ ab

Naturalmente, cada uno es libre de proporcionarse los generado-


res deseados. De esta manera, en el grupo de Klein clásico:
a equivale a tomar el opuesto (sea: x ~ -x, sea: 1/x ~ -1/x)
y
b equivale a tomar el inverso (sea: x ~ 1/x, sea: -x ~ -1/x);

en cuanto al elemento neutro, éste corresponderá a su elemento idén-


tico. De aquí surge el esquema tradicional bien conocido:

Qx

I
•!-----~-
X X

Para dar un ejemplo de su aplicabilidad, basta con volver a la psi-


cología experimental de la percepción. Supongamos que un objeto
tiene la forma de un redondel blanco; puede oponerse a un cuadrado
blanco en cuanto a la forma y a un redondel negro según la relación
claro/oscuro. Esos dos rasgos diferenciales (forma/color) correspon-
derán, por lo tanto, en el 4-Grupo, al opuesto y al inverso.
Para las necesidades de la semiótica, aplicaremos este modelo a
dos variables combinables, sl y s2 correspondientes a la pareja x/y
del grupo G), y plantearemos los generadores a y b de la siguiente
manera:
202 Análisis semiótico del discurso

a = negación de s2,
b = negación de s 1.

La aplicación de los generadores da los siguientes productos (la


naturaleza de la relación llamada de combinación queda por determi-
nar: vid. infra):

1 (= ni a, ni b): sl.s2
a : sl.-s2
b : -s 1.s2
ab : -s 1.-s2.

Lo que nos lleva a esta distribución:

1 (neutro) ----➔ a
s 1.s2 s 1.-s2

I
b - - - - - - - ab
-s 1.s2 -s 1.-s2
I
Este grupo puede ser recorrido en un sentido o en otro (siguiendo
las flechas): cada transformación corresponde a una sola negación a
la vez: nos impondremos la regla -en relación a la constitución de
los meta-términos (sobre los que hablaremos en un momento)-
de no ir directamente de J a ab, ni de a a b, o a la inversa.
Transpongamos ahora esta distribución teniendo en cuenta el mo-
delo que hemos ido utilizando normalmente hasta aquí (a propósito
de la oposición conjunción/disjunción primero, de las modalidades
después), y que tiene en consideración dos términos dados (sl y s2) y
su negación:
Formas narrativas 203

1
1
1
sl s2

X
-s2
1
1
ah
-sl
1
h

Con esto conjuntamos cada vez dos términos (positivo/negativo)


y obtenemos lo que en semiótica se denomina meta-términos (que se
corresponden a los productos 1, a, by ab).
Finalmente, nos damos cuenta que se trata de un modelo muy simple,
ya que las dos variables (sl y s2) son positivas o negativas de forma alter-
nada. Volvamos, por ejemplo, sobre el esquema de las modalidades veri-
dictorias, descrito más arriba en el marco de la sanción. Las dos variables
se identifican, en este caso, al /ser/ y al /parecer/: la conjunción del /ser/ y
del /parecer/, es decir, lo verdadero, corresponde al elemento neutro, al J
del «4-Grupo»; lo que es y no parece(= el secreto) a a; lo que parece, pero
no es (es decir, lo üusorio), será reconocido como dependiente del genera-
dor b; por último, lo falso(= /no ser/+ /no parecer/) es identificable a ab:
1
verdadero
1

a h
secreto ilusorio

no no
parecer ser
1 1
1
falso
ah
204 Análisis semiótico del discurso

La rotación alrededor de este «cuadro» (o «cuadrado») puede


efectuarse, como hemos dicho, en un sentido o en el otro: ofrecimos
ya una ilustración de ello en nuestra presentación de las modalidades
veridictorias al examinar el caso de Cenicienta (donde la heroína, por
ejemplo, ocupa sucesivamente las cuatro posiciones en este orden: 1,
a, ab, b, y finalmente retorna a 1).
Tomemos ahora el caso de la modalidad del /querer hacer/, ya
presentada. (Nuestra observación sería igualmente válida para la ma-
yoría de las modalizaciones tanto del hacer como del estar-ser.) Iden-
tificaremos aquí sl con /querer/ y s2 con /hacer/, que son las dos va-
riables sobre las que se ejercerán las operaciones (a, b, ab, 1). De
donde se obtiene la siguiente articulación:

I
1

~1
querer hacer

noxne
hacer
-s2
querer
-si
b

1 1
1
ab

a partir de la cual se obtiene el conjunto de los meta-términos, tal y


como aparece en nuestra presentación de las modalidades (los dos
términos de la parte inferior han debido ser invertidos en relación al
4-Grupo de Klein, a fin de respetar la forma tradicionalmente adopta-
da en semiótica):
Formas narrativas 205

sl.s2
querer X"
I a
s2.-s2
no hocer

no querer no querer
no hacer hacer
-sl.-s2 -sl.s2
ab b

Esos dos últimos ejemplos plantean un problema al que debe-


mos prestar toda nuestra atención. Se trata de la combinación de
dos variables sl y s2, representada, gráficamene, en nuestros es-
quemas, por el punto que las separa. En la perspectiva matemática
no se da, evidentemente, ninguna interpretación semántica, puesto
que nos encontramos en una ciencia formal. En cambio, la semió-
tica que se ocupa precisamente del sentido, debe pronunciarse so-
bre la naturaleza de esta relación. En el caso de lo verdadero, por
ejemplo, la conjunción del /ser/ y del /parecer/ no es orientada,
puede decirse equivalente, sea /s/ + /p/ sea /p/ + Is/, pues la rela-
ción es simétrica. No sucede lo mismo, en cambio, con nuestra
modalidad del /querer/: una cosa es el /querer hacer/ y otra el
/hacer querer/; en este caso hay que postular, al menos, una rela-
ción de rección o de orientación (cuya importancia para la sintaxis
ha sido ya señalada) entre sl y s2, y respecto a esta relación, en
nuestra ilustración, el /querer/ (positivo o negativo) precede y de-
termina el /hacer/ (positivo o negativo), y no a la inversa. Esta ob-
servación vale igualmente para todas las modalidades (del /hacer/
o del /estar-ser/) articulables según ese mismo modelo.
206 Análisis semiótico del discurso

2.2.1.2. Estructuras profundas de «La baba-jaga»


Sea el relato de La baba-jaga 33 :
Érase una vez un hombre y una mujer que tuvieron una hija; pero
la mujer murió. El hombre se volvió a casar y tuvo otra hija de su se-
gunda mujer. Pero esta mujer no quería a su hijastra; le hacía la vida
imposible a la huérfana. Nuestro hombre reflexionó y llevó a su hija
al bosque. Llegó al bosque y vio una choza sobre unas patas de galli-
na. El hombre dijo: «¡Choza!, ¡choza! Date vuelta hacia el bosque y ,
tu fachada hacia mí».
El hombre entró en la choza donde había una baba-jaga: la cabe-
za hacia adelante, una de sus piernas en un rincón y la otra en otro
rincón. «¡Huele a ruso!» -dijo lajaga. El hombre la saludó: «¡Baba-
jaga, pierna de hueso! Te traigo a mi hija para que te sirva». -«Está
bien. Sírveme, dijo lajaga a la niña, y yo te recompensaré».
El padre se despidió y volvió a su casa. Y la baba-jaga ordenó
a la niña hilar, calentar la olla y preparar todo, luego se fue. De
modo que ia niña estuvo pendiente de ia oiia y lloró amargamente.
Los ratones acudieron y le dijeron: «Niñita, niñita ¿por qué lloras?
Danos el cocido; te lo pedimos gentilmente». Ella les dio el coci-
do. «Y ahora -dijeron ellos- enrolla el hilo en el huso». La ba-
ba-jaga volvió: «Veamos -dijo- ¿has hecho todo?». La niña
había preparado todo. «Entonces, ahora llévame al baño». La jaga
felicitó a la niña y le regaló diferentes vestidos. La jaga se fue de
nuevo y dio a la niña tareas aún más dificiles. Ésta se puso a llorar
una vez más. Los ratones acudieron: «¿Por qué lloras, linda niña?»
-le preguntaron. -«Danos el cocido; te lo pedirnos gentilmen-
te». Ella les dio el cocido y ellos le enseñaron de nuevo cómo ha-
cer. Una vez que retomó la baba-jaga felicitó a la niña y le dio to-
davía más vestidos ... Sin embargo, la madrastra envió a su marido
a ver si la hija de él vivía todavía.
El hombre partió, llegó y vio que su hija había llegado a ser muy,
muy rica. La jaga no estaba en la casa, y él trajo a su hija consigo.

33
Ha sido extraído de los Contes russes de Afanassiev, París, Ed. Maisonneuve et
Larose, traducción al francés de Edina Bozoki, págs. 14-16.
Formas narrativas 207
Llegaron a su pueblo y el perro en la escalinata ladró: «¡Uau! ¡Uau!
¡Traen a la dama, traen a la dama!». La madrastra acudió con un ro-
dillo de amasar para golpear al perro. «Mientes -dijo-, di más
bien: ¡los huesos suenan en la canasta!». Pero el perro siguió repi-
tiendo lo mismo. El padre y su hija llegaron. Entonces, la madrastra
ordenó a su marido llevar a su propia hija, a ella también a ese sitio.
El hombre la llevó.
He aquí que la baba-jaga le dio trabajo a la niña y luego se fue.
La niña muy contrariada, lloró. Los ratones acudieron: «¡Niñita, niñi-
ta! ¿por qué lloras?». Pero ella no les dejó hablar y se puso a golpear-
los con el rodillo de amasar; ella se divirtió así con ellos y no hizo su
trabajo. Lajaga retomó y se molestó. Esto se repitió una segunda vez,
entonces la jaga destrozó a la niña y puso sus huesos en una canasta.
Sucedió que la madre envió a su marido a buscar a su hija. El padre
partió y trajo sólo huesos. Llegó al pueblo y el perro ladró nuevamen-
te en la escalinata: «¡Uau! ¡Uau! ¡Traen huesos en la canasta!». La
madrastra acudió con el rodillo de amasar: «¡Mientes -dijo-, di
más bien: ¡traen a la dama!». Pero el perro dijo siempre: «¡Uau!
¡Uau! ¡Los huesos suenan en la canasta!». El marido llegó; ¡su mujer
dio de alaridos!
Éste es el cuento, y para mí un tarro de mantequilla.

Se trata de una versión rusa del cuento-tipo 480 (en la clasifi-


cación internacional de Aarne y Thompson) cuyo título en francés
es, a menudo, Las hadas (como en C. Perrault). Para la compren-
sión_ de este texto, tal vez sea útil aportar algunas precisiones se-
mánticas. Evidentemente, es -desde el punto de vista antropoló-
gico- un relato de iniciación, como lo corrobora no sólo la
prueba que debe sufrir la heroína en el «bosque», donde ha sido
conducida a su pesar, sino también por el hecho de que ella parte
como «niña» y regresa como «dama». Por otro lado, señalemos
que «baba» significa «abuela» y que <0aga» corresponde un poco a
«espíritu» o a «fuerza»; este personaje podría asimilarse a la bruja
francesa pero, en tal caso, sin olvidar que obra por lo general en
favor del héroe o de la heroína: ésta es la donante que interviene
tan a menudo en los cuentos rusos. Se observará, sobre todo, como
208 Análisis semiótico del discurso

nos invita a pensar la versión de Afanassiev, que la baba-jaga se


asocia con la muerte «pierna de hueso», «los huesos suenan en la
canasta», «la jaga descuartizó a la niña y puso sus huesos en una
canasta»; tal vez haya que ver aquí algo así como un «ersatz», en
el plano mitológico de la divinidad de la muerte: la baba-jaga tiene
alguna semejanza, por ejemplo, con el célebre Caronte, cuya fun-
ción en la mitología griega consistía en hacer pasar las almas al
otro lado del Aqueronte, en el reino de los muertos; en ciertas re-'
presentaciones etruscas, Caronte tiene una cabellera entremezclada
con serpientes, animales que, curiosamente, son los atributos de la
baba-jaga.
En el contexto cultural ruso, la baba-jaga habita una choza he-
cha generalmente de osamentas humanas o animales y vuelta hacia
el más allá misterioso, el reino de los muertos, sobre el cual parece
reinar. Así, en todo caso, cualquiera que sea el personaje que se
presenta ante ella, deberá decir la fórmula ritual: «¡Choza!
¡Choza! ¡Date vuelta hacia el bosque y tu fachada hacia mí!», que,
según dice V. Propp, es un verdadero «pasaporte» 34 • A la baba-jaga
le son asociados animales particulares (serpientes, ratas, ratones)
que devoran, por lo común, a aquellos que tienen la desvergüenza
de entrar en la «choza». No nos extrañará, pues, ver desempeñar de
alguna manera aquí a los «ratones» la función de sujeto delegado,
ya que ellos participan del mismo universo semántico que la baba-
jaga.
Después de estas observaciones, volvamos a una aproxima-
ción más semiótica y trataremos de aplicar el modelo de
4-Grupo de Klein a ese relato. En el nivel profundo, donde nos
situaremos ahora, sintaxis y semántica - como ya anuncia-
mos- van necesariamente a la par. Será importante, pues, de-
cidir inmediatamente cuál será el vertimiento semántico a las dos
variables, sl y s2. Para hacerlo -sin olvidar que las estructuras
profundas articulan, digamos, lo esencial del discurso - es con-

34
En les racines historiques du cante merveilleux, pág. 72.
Formas narrativas 209
veniente elegir los temas que subtienden la mayor parte del
cuento, temas que son algo así como su condensación. En nues-
tra opinión, ese relato hace uso de dos elementos fundamentales:
de una parte, lo que llamamos el /comportamiento/ que afecta de
modo sucesivo a las dos niñas; de la otra, el /trato/, es decir, la
sanción impuesta en los dos casos por la baba-jaga. Estos dos
ejes, cuya denominación es discutible, parecen admitir cada uno
dos polos opuestos, uno positivo y el otro negativo: encontramos
así sl y -sl, s2 y -s2. Será suficiente, en efecto, recurrir a la ca-
tegoría ética /bueno/ vs /malo/ y aplicarla a cada uno de los dos
ejes, lo que nos da la siguiente distribución:

buen buen
comportamiento trato
(«servir») («recompensa»)
sl s2

mal
X
-s2

trato
-sl
mal
comportamiento
(«castigo») («no servir»)

Lo que el relato emplea, sobre todo, son los meta-términos, in-


cluso cuando éstos son apenas lexicalizables como tales en español;
los designaremos, pues, arbitrariamente con las letras mayúsculas A,
B, C y D. En todo caso, encontraremos inmediatamente la estructura
del 4-Grupo de Klein:
210 Análisis semiótico del discurso

~-------!
recorrido
[{]

,,x,
de la l.ª
1 1
niña buen buen
comportamiento trato

a B

-s2 -si
mal mal
trato comportamiento recorrido
1 1
de la 2.ª
niña
ah

Al final del cuento, la primera niña se encuentra en la posición A:


une al /buen comportamiento/ un /buen trato/; su hermana, en cam-
bio, está en C: por no haberse portado bien, verá quebrar sus huesos.
Nos encontramos, pues, con la moraleja subyacente a numerosos re-
latos populares, según la cual «se premia a los buenos y se castiga a
los malos». Si los dos términos A y C representan así lo /normal/, se
deducirá que las otras dos posiciones posibles-By D- dependen
de lo /anormal/: desde el punto de vista narrativo, el estado 2 (fi-
nal) -en este caso lo /normal/ (A y C)- remite a un estado 1 (ini-
cial) que sólo puede ser aquí lo /anormal/. Y, en efecto, la historia
comienza por situar a la heroína en B y a su hermana en D; ese punto
es particularmente enfatizado en la versión bastante moralizadora de
C. Perrault, que nos presenta a la niña «buena» sometida a malos
tratos y adulada la «mala»:
Érase una vez una viuda que tenía dos hijas; la mayor se le pare-
cía tanto en el carácter y el semblante que quien la veía, veía a la ma-
dre. Las dos eran tan desagradables y tan orgullosas que no se podía
Formas narrativas 211
vivir con ellas. La menor, que era el verdadero retrato del padre por
su dulzura y honestidad, era una de las niñas más bellas que se podía
encontrar. Como se arna naturalmente a su semejante, esta madre es-
taba loca por su hija mayor y, al mismo tiempo, tenía una gran aver-
sión por la menor. La hacía comer en la cocina y trabajar sin cesar.
Esta pobre criatura estaba obligada, entre otras cosas, a ir a sacar
agua dos veces al día a un pozo situado a media legua larga de la casa
y que la traía en un enorme cántaro lleno 35 •

Tendremos, pues, un recorrido B ➔ A efectuado por la primera


muchacha, al cual responde correlativamente el otro recorrido D ➔ C,
realizado por la segunda.
En nuestro esquema, son previsibles otros recorridos: hemos visto
ya cómo Cenicienta ocupaba sucesivamente las cuatro posiciones
posibles en el sistema de las modalidades veridictorias. Ahora, con
La baba-jaga, se manifiesta el hecho de que todas las posibilidades
no son aprovechadas, puesto que la primera niña no abandona nunca
el término sl, así como la segunda permanece unida a -sl; en caso
contrario, hubiera habido secuencias de «conversión», por ejemplo, si
la segunda hermana abandonaba su /mal comportamiento/ por un
/buen comportamiento/ (según el recorrido: D ➔ A), o si la primera
«se volvía mala», moralmente hablando (B ➔ C). De donde se dedu-
ce que la rotación prevista por el 4-Grupo de Klein es posible en un
sentido o en otro. El modelo deja así una gran libertad de maniobra,
ya que la única obligación es que no se puede pasar directamente de
A a C, o de B a D (y viceversa).

2.2.1.3. La baba-jaga: estructuras profundas y estructuras de super-


ficie
Como pone de relieve nuestra formalización del nivel profundo,
hemos de ocupamos de dos historias opuestas y complementarias.
Examinemos a continuación la de la primera niña. Acabamos de no-

35
En Cantes, París, Gamier, 1967, pág. 147.
212 Análisis semiótico del discurso

tar que ella conserva siempre el término sl (= buen comportamiento);


en cambio, ve transformarse -s2 (= mal trato) en s2 (= buen trato).
Esta transformación está en el centro de la historia de la heroína y es
ella quien va a ser recuperada -pero con algunas especificaciones,
algunas sub-articulaciones- en el nivel de las estructuras de super-
ficie.
Esta transformación, obtenida en el nivel profundo, puede ser re-
presentada en el plano narrativo como el paso de un estado de dis-
junción a un estado de conjunción entre la heroína(= Sl) y el /buen
trato/ (= 02), gracias a un /hacer/(= Hl) que es del orden de la ad-
quisición:

(Sl U 02)- Hl ➔ (Sl í'\ 02).

Encontramos así la estructura del relato mínimo, concebida como


una transformación situada entre dos estados sucesivos y diferentes.
Recordemos las diferentes especificaciones posibles de la adquisi-
ción: en este caso, no se trata ni del don (como correlación de una
conjunción transitiva y de una privación reflexiva) ni de la prueba
(que une una disjunción transitiva y una conjunción reflexiva), sino
de la tercera forma que hemos reconocido en la comunicación de los
objetos: el intercambio. Recordemos igualmente que el intercambio
puede ser ya positivo (si los dos PN constituyentes, en relación de
presuposición recíproca, van encaminados a la conjunción) ya nega-
tivo (si los dos PN establecen estados disjuntivos): es con lo que nos
encontramos aquí, donde el /buen comportamiento/ entrará en corre-
lación con la «recompensa» y el /mal comportamiento/, con el
«castigo».
Examinemos el intercambio positivo entre la primera niña (= Sl)
y la baba-jaga (anotada: S2): «Sírveme, dijo la jaga a la niña, y yo te
recompensaré». El intercambio presupone no sólo dos donadores
(Sl y S2 en posición de sujetos de hacer) y dos donatarios (Sl y S2
como sujetos de estado), sino también dos objetos considerados como
equivalentes. Hemos identificado ya 02 con el /buen trato/, la
Formas narrativas 213

«recompensa», es decir, concretamente con los «vestidos» respecto


de los cuales el cuentista nos dice más adelante que han de interpre-
tarse como signos de «riqueza»; entonces, podemos introducir un 01
que corresponde con el «servicio hecho» por la heroína, es decir, la
ejecución de los trabajos domésticos ( «hilar», «calentar la olla» y
«preparar todo»). Como ya hemos insistido, el intercambio (= Hl)
presupone que los dos PN en juego (Hla/Hlb) se implican mutua-
mente (relación anotada aquí: tt):

estado 1 estado 2
(SI U02)---HI - - - (SI 1102)
(adquisición por in-
tercambio positivo)

Hla {SI~ (S2 n 0l)}~Hlb {S2~(SI n 02)}


1 1 1 1 1 1
1.• niña jaga servicio jaga 1.• niña buen
(hecho) trato

Esta fórmula simbólica se leerá como sigue: hay intercambio si y


solamente si al hacer (Hla) de la heroína (S1) que consiste, literal-
mente hablando, en conjuntar la baba-jaga (S2) al «servicio hecho»
(01), corresponde un segundo hacer (Hlb); la baba-jaga (S2), en po-
sición de sujeto de hacer, conjunta a la niña (S 1, en calidad de sujeto
de estado) al objeto (02) que es el /buen trato/: la entrega de los
«vestidos». Esta presentación del intercambio es, evidentemente,
muy abstracta y sólo tiene en cuenta, por ejemplo, la dimensión tem-
poral (más adelante examinaremos los procedimientos de temporali-
zación): si en el cuento-tipo 480 que estudiamos, la niña comienza
por servir para luego ser recompensada, en otro lugar es posible lo
inverso, por ejemplo, el caso del hada que da a Cenicienta los vesti-
dos que ésta necesita para ir al baile a cambio de que cumpla la pro-
mesa que ha hecho (volver a casa antes de la última campanada de
media noche). En el marco del intercambio (Hl), los subprogramas
constituyentes Hla y Hlb serán así vinculados a la relación del
214 Análisis semiótico del discurso

/antes/ y del /después/ (pudiendo cada uno de los dos programas ser
ora pospuesto ora antepuesto) o bien, dado el caso, se realizarán en
concomitancia, como a menudo sucede, por ejemplo, en la venta
(cuando el dinero y la mercancía son intercambiados simultánea-
mente).
Narrativamente, cada uno de esos subprogramas (Hla, Hlb) pre-
supone, para su realización, una competencia correspondiente. En
nuestro cuento, la competencia de la baba-jaga no es objeto de nin-
guna adquisición previa; si ella da vestidos a la joven muchacha, es
no sólo porque, en el nivel de las modalidades virtualizantes, ella
debe (respecto a su promesa: «yo te recompensaré»), sino también
-en el plano de las modalidades actualizantes- porque puede. El
donador aparece, así, naturalmente calificado para pasar al acto, lo
que no deja de tener relación con el efecto de sentido «maravilloso» o
«sobrenatural» que caracteriza, por lo general, a este personaje cen-
tral de los cuentos rusos; a diferencia de los humanos, en posición de
destinatario inmanente, para quienes todo hacer presupone, a menu-
do, la adquisición previa de la capacidad de hacer (salvo los «genios»
dotados de aptitudes desde su llegada al mundo), el destinador tras-
cendente tiene, eternamente, una competencia innata y total.
Muy diferente es, por cierto, el caso de la niña (Sl): para ella no
es posible «servir» sino en la medida en que disponga de la compe-
tencia requerida, competencia que podríamos identificar con el «arte
de llevar una casa» (lo que justifica, en parte, la transformación de la
«niña» en «dama» citada más arriba). A partir del inciso «ellos le en-
señaron de nuevo cómo hacer», veríamos allí un !saber hacer/ (=
/sah/). Este enunciado presupone, por supuesto, que a su llegada a la
casa de la baba-jaga, la heroína carecía de ese /sah/ que le falta ad-
quirir para tener la calificación necesaria. De ahí la colocación de un
PN de adquisición del /saber hacer/; encontrarnos en ese plano de la
competencia una organización narrativa similar a la que articula la
performance, con excepción, sin embargo, de que el objeto aludido
(el /sah/ será designado por 0'2) no es descriptivo, corno lo es 02 en
el PN de base, sino modal: nos encontrarnos, pues, con un PN de uso.
Formas narrativas 215

De las diferentes fonnas de adquisición posibles, el enunciador ha


conservado -como para la perfonnance- el intercambio positivo
(H2), intercambio que va a efectuarse entre la heroían (S2) y los
«ratones» (S '2), quienes, como hemos señalado, participan del mis-
mo universo semántico que la baba-jaga (S2). Se emplean dos obje-
tos, considerados como equivalentes por los interlocutores: de un la-
do 0'2 que corresponde al /saber hacer/, del otro O' 1 («danos el
cocido») que es homologable, por lo menos parcialmente, al «ser-
vicio hecho» (01). Al don del «cocido» que hace la heroína corres-
ponde, por parte de los ratones, al otorgamiento del «arte de llevar
una casa». Se podría imaginar, naturalmente, una extensión del relato
planteando que cada uno de esos dos dones (H2a/H2b ), remita a una
competencia correspondiente que sería el objeto de una adquisición
previa, y, así sin interrupción, según el principio de recursividad
ilustrado anterionnente con Cenicienta. De hecho, nuestro cuento se
detiene aquí:

(S l U 0'2) - - - H2 - - - (S l n 0'2)
(adquisición por in-
tercambio positivo)

H2a {SI ➔ (S'2 n O'I)} ~ Hlb {S'2 ➔ (Sl n 0'2)}


1 1 1 1 1 1
1.ª niña rato- cocido rato- l.ª ni- /sah/
nes nes ña

Ésta es, pues, en definitiva, la fonna narrativa de La baba-jaga,


que, gracias a la relación de presuposición unilateral entre Hl y H2,
pone en relación jerárquica los dos intercambios, uno (= H2) que da
cuenta del otro (Hl) posible. Nada impide, por cierto, que S2 como
sujeto de hacer en H 1b no solicite una calificación correspondiente
en otros relatos sintácticamente comparables, lo que permitiría -in-
troduciendo aquí también la adquisición de una competencia- re-
forzar el relato, darle una extensión mayor, sustentándose sólo en la
combinatoria de la gramática narrativa:
216 Análisis semiótico del discurso

(SI U 02) - - - - - - - H I - - - - ( S I n 02)


(adquisición por in-
tercambio positivo)

Hla n 01)} ~ Hib {S2 ➔ (SI n 02)}


{SI ➔ (S2
l_ 1·1 1. .
nma Jaga servtcto Jaga .1
l._ b uen
nma 1
(hecho) trato
competencia de sl

(SI U 0'2) - - - H 2 - - - ( S I n 0'2)


(adquisición por in-
tercambio positivo)

H2a {Sl ➔ (S'2 n 0'l)~H2b {S'2 ➔ (SI n 0'2)}


1 1 1 1 1 1
niña rato- cocido rato- niña /sah/
n~ nes

Este esquema de conjunto (de la primera parte del relato), donde


la flecha vertical indica el sentido de presuposición y donde se hace
hincapié en la posición clave de la competencia de la heroína, no se-
ñala evidentemente todas las modalidades que allí corresponden. La
joven muchacha está explícitamente dotada no sólo del /saber hacer/
sino también del /deber hacer/, aunque sea únicamente respecto a la
orden de la baba-jaga: «Sírveme». El /querer hacer/ no está explícito
aquí como tal (lo está, por ejemplo, en la versión de Perrault), pero se
le supone positivo. Respecto al /poder hacer/ está a lo menos implíci-
to, requerido por la realización misma de las tareas impuestas; no se
trata, como en numerosos cuentos populares, de trabajos sobrehuma-
nos, sino de actividades cotidianas ordinarias, atribuidas al ama de
casa en el universo socio-cultural de los siglos x1x y xx: «hilar»,
«calentar la olla», preparar el «baño». Siempre en el marco de lamo-
dalización de la primera niña se interpretará la siguiente frase: «De
modo que la niña estuvo pendiente de la olla y lloró amargamente».
En efecto, las lágrimas pueden ser consideradas como la expresión
Formas narrativas 217

figurativa de un conflicto interior, de una escisión de la competencia


modal puesto que ésta es semi-positiva (es el /deber hacer/) y semi-
negativa (con /no saber hacer/).
En la parte superior de nuestro esquema de conjunto, que con-
cierne sólo a la primera niña, figuran de uno y otro lado del hacer
(Hl), los estados inicial (SI U 02) y final (SI n 02), que se corres-
ponden, respectivamente, en el nivel profundo, uno al /mal trato/
(= -s2) y el otro al /buen trato/(= s2). Para la segunda niña, a quien se
dirigirá ahora nuestra atención, la transformación, como ya se indicó,
se efectúa en sentido inverso: al comienzo del relato - tal y como
está claramente explícito en la versión de C. Perrault- la hermana
de la heroína (en adelante: S3) es objeto, en su familia, de un /buen
trato/ o sea (S3 n 02); esta situación debe ser presupuesta en La ba-
ba-jaga, aunque no se diga nada sobre este punto, si se quiere que el
relato sea coherente, ya que todo estado 2 remite necesariamente,
como hemos afirmado, a un estado 1. Así las cosas, y en este caso
preciso, se podría plantear, por lo menos al comienzo, una relación de
no-disjunción, tal como la vamos a utilizar en seguida. En nuestro
cuento, el estado final corresponde claramente a la disjunción entre la
segunda niña y el /buen trato/ o sea (S3 U 02): «los huesos sonaban
en la canasta». Es decir, que para S3, el paso del estado 1 al estado 2
se identifica semióticamente con la privación; ésta, la privación, po-
ne en marcha, entre todas las posibilidades narrativas, lo que hemos
llamado anteriormente el intercambio negativo (en el cual los dos
/hacer/ tienen una finalidad disjuntiva):

(S3 n 02) - - - y3 _ _ _ (S3 U 02)


(adquisición por in-
tercambio negativo)

H3a {S3~(S2 U 01)} ~ H3b {S½ (S3 U 02)}


1 1 1 1 1 1
2." niña jaga servicio jaga 2." niña buen
trato
218 Análisis semiótico del discurso

Si el programa H3b, que culmina en un estado disjuntivo, remite


generalmente en el caso del cuento-tipo 480 a un estado conjuntivo
anterior, no sucede lo mismo en H3a: aquí, la disjunción sigue a una
no-conjunción 36 :
estado I estado 2
(S2 n Ol) ~ (S2 U Ol)
1 1
jaga servicio

Tal vez no sea superfluo recordar, en efecto, una vez más, que
contrariamente al punto de vista de la lógica clásica, la semiótica
considera que la no-conjunción no es identificable con una disjun-
ción, así como la no-disjunción no es directamente asimilable a una

X
conjunción:
conjunción disjunción

(U) (n)

no-disjunción no-conjunción
(U) (n)

Se ve, en efecto, muy claro cuál es la postura aquí. Al comienzo


del relato -y esto es verdad para cada una de las niñas- hay no-
conjunción entre S2 (= la jaga) y 01 (= servicio a realizar), ya que
todavía no ha sido prevista ninguna de las tareas domésticas. Esto su-
pone reconocer, a la vez, que lo que hemos planteado como disjun-
ción inicial, en relación con la heroína, es decir (S2 U 01), debe in-
terpretarse, en realidad, como una no-conjunción.

36
Recordemos que, en nuestras formulaciones, la negación está representada, ya
por un pequeño guión que precede directamente lo que es negado (ejemplo: el /-sah/
= «no saber hacer»), ya, más raramente, por medio de un pequeño trazo colocado
encima.
Formas narrativas 219

Por lo tanto, en el punto de partida cada una de las dos niñas


mantiene una relación de no-conjunción respecto a las tareas domés-
ticas. A partir de ahí, se establecen dos recorridos. La primera niña
instaura una relación de conjunción «sirviendo» a la baba-jaga:

Hla {SI ➔ (S2 n 01)}

mientras que la segunda mentiene explícitamente la no-conjunción


que se convierte, por ese hecho, en una verdadera disjunción:

H3a {S3 ➔ (S2 U 01)}.

Se ve en este ejemplo, una vez más, que la ausencia de conjun-


ción no es totalmente equivalente a la disjunción propiamente dicha:
una cosa es no trabajar, porque no está prevista ninguna tarea, y otra
rechazar, no hacer el trabajo en absoluto, una vez que es propuesto o
impuesto. Gracias a la distinción que hemos destacado más arriba
entre el /no querer hacer/ (que es una simple ausencia del /querer/) y
el /querer no hacer/ (que corresponde a un querer contrario).
Para no servir(= H3b), la segunda niña (S3) debe estar dotada de
una competencia correspondiente que, en este caso, no puede ser sino
de tipo negativo. Vamos a encontrar, por supuesto, en este nivel de la
competencia lo que hemos observado en el de la performance. La se-
gunda niña pasa de un estado de no-conjunción con el /saber hacer/
(de donde, como en el caso de su hermana: «La niña muy contraria-
da, lloró») a un estado de disjunción bien afirmado, ya que excluye
deliberadamente la ayuda de los ratones:

{S3 f-. 0'2) ➔ (S3 U 0'2).

Sea, pues, la articulación de conjunto de la historia de la segunda


niña (donde la flecha vertical indica la relación de presuposición unila-
teral), que no incluye otras modalidades implícitas o presupuestas:
220 Análisis semiótico del discurso

(S3 n 02) - - - - - - - - - H 3 ~ (S3 V 02)


1 (privación por inter-
2.ª niña buen cambio negativo)
trato
H3a {S3 ~(S2 u 01)}~ H3b {S2~(S3 u 02)}
1 11 1 1 1 1
2.ª niña jaga servicio jaga 2.ª niña buen
trato
competencia
negativa de S3
(S3 n 0'2) -H4 -') (S3 V 0'2)
1
(mantenimiento de la
/sah/ privación por inter-
cambio negativo)

H4a {S3 ➔ (S'2 V O'!)}~ H4b {S'2 ➔ (S3 V 0'2)}


1 1 1 1 1 1
2.ª niña rato- cocido rato- 2.ª niña /sah/
nes nes

Este examen de las estructuras narrativas de superficie de La ba-


ba-jaga sólo requiere una nota conclusiva. De los valores del nivel
profundo -articulados según un esquema muy elemental (buen/mal
comportamiento de una parte, buen/mal trato de la otra)- hemos pa-
sado a lo que podría llamarse metafóricamente su escenificación,
gracias a la aplicación del sistema actancial y modal; éste, al encar-
garse de las dos transfmmaciones del nivel profundo, introduce es-
pecificaciones respecto a las formas narrativas disponibles presenta-
das más arriba: elección, en primer lugar, de la estructura del
intercambio, y no del don o la prueba; adquisición solamente de una
de las dos competencias requeridas; colocación de dos historias
opuestas y complementarias que permiten desdoblar el relato (con las
dos hermanas); mientras que, sirviéndose del eje del buen/mal com-
Formas narrativas 221

portamiento, hubiera sido posible contentarse con una sola niña; limi-
tación, por último, a un único nivel de derivación, mientras que al
comienzo del relato se le podría llevar a un episodio anterior, etc. To-
das esas opciones del enunciador corresponden al procedimiento lla-
mado de conversión, que, por un juego de nuevas articulaciones sin-
tácticas y de enriquecimientos semánticos, permite pasar de un nivel
de representación (del objeto semiótico analizado) a otro, aquí de un
nivel más profundo a otro más superficial, más próximo a la manifes-
tación textual; es este procedimiento de conversión el que hace posi-
ble y justifica el recorrido generativo que va de la instancia ab quo
del sentido a la instancia ad quem, de una forma mínima a su mayor
expansión.

2. 2.2. EL «CUADRO (O CUADRADO) SEMIÓTICO»

Elaborado progresivamente por A. J. Greimas 37 , quien se basaba


en los avances lingüísticos de la Escuela de Praga y en las investiga-
ciones antropológicas (C. Lévi-Strauss), el cuadro (o cuadrado) se-
miótico es una presentación visual de la articulación de una categoría
semántica tal y como puede ser obtenida, por ejemplo, del universo
de un discurso dado, categoría que viene a ser como el corazón, el
nivel más profundo.
La estructuración propuesta es la siguiente. Sean dos términos, sl
y s2, de tal manera que ambos constituyen una categoría dada
(vida/muerte, por ejemplo): se encuentran así en relación de oposi-
ción, más exactamente de contrariedad. Por la vía de la negación, se
puede hacer surgir de cada uno de ellos un término denominado con-
tradictorio, o sea -sl y -s2, que, por su posición misma en el cuadro
(o cuadrado), son calificados de subcontrarios:

37
Desde Semántica estructural hasta Semiótica - Diccionario razonado de la
teoría del lenguaje, pasando por En torno al sentido y Del sentido JI.
222 Análisis semiótico del discurso
(vida) (muerte)
s1 s2

-s2
X
(no muerte)
-si
(no vida)

Las relaciones sl/-sl y s2/-s2 corresponden, como se ve, a las


oposiciones privativas (señaladas al comienzo del primer capítulo)
prestadas, en particular, de las investigaciones fonológicas que hacen
gran uso de ellas. La relación entre s 1 y s2 no tiene un estatuto pro-
piamente lógico: la contrariedad -cuya importancia en el discurso
mítico ha sido demostrada por C. Lévi-Strauss- parece dificil de es-
pecificar, aun cuando se trate de un dato percibido, la mayor parte de
las veces, como evidente; por ejemplo: rico/pobre, claro/oscuro, etc.
A. J. Greimas postula, por su parte, que dos términos han de conside-
rarse contrarios cuando la presencia de uno presupone la del otro,
cuando la ausencia de uno va a la par con la ausencia del otro.
Según una opinión más general, dos términos (si y s2) son decla-
rados contrarios cuando la negación de uno implica la afirmación
del otro, y viceversa. En otras palabras, para que sl y s2 sean con-
trarios es necesario y suficiente, se dice, que -s2 implique sl y que
-sl implique s2; esta doble operación establece, nótese, una relación
de complementariedad entre s 1 y -s2 de un lado, entre s2 y -s 1 del
otro:

fXí
-s2 -s1
Formas narrativas 223
A diferencia del 4-Grupo de Klein, el cuadro (o cuadrado) se-
miótico prescribe un recorrido determinado: de s2 a sl vía -s2, de sl
a s2 vía -sl.
Ilustremos todo esto con dos ejemplos tomados de nuestra obra
precedente 38, a la cual remitimos al lector para más detalles. Sea la
perícopa siguiente del Evangelio según San Marcos (capítulo 16,
versículos 1-8; traducción de la BAC):
Pasado el sábado, María Magdalena, y María la de Santiago, y
Salomé compraron aromas para ir a ungirle. Y muy de madrugada, el
primer día después del sábado, en cuanto salió el sol, vinieron al mo-
numento. Se decían entre sí: «¿Quién nos removerá la piedra de la
puerta del monumento?» Y mirando, vieron que la piedra estaba re-
movida: era muy grande. Entrando en el monumento vieron un joven
sentado a la derecha, vestido de una túnica blanca, y quedaron sobre-
cogidas de espanto. Él les dijo: «No os asustéis. Buscáis a Jesús Na-
zareno, el crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el sitio en
que lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que os pre-
cederá a Galilea; allí le veréis como os ha dicho». Saliendo, huían del
monumento, porque el temor y el espanto se habían apoderado de
ellas, y a nadie dijeron nada; tal era el miedo que tenían.

Teniendo en cuenta solamente la historia de Jesús, su existencia,


podemos decir que ésta se resume, en el nivel profundo, en términos
de /vida/ y de /muerte/. Proponemos, pues, el siguiente cuadro (o
cuadrado) semiótico:

3K Se trata de Sémantique de l'énoncé: app/ications pratiques.


224 Análisis semiótico del discurso

Jesús vivo Jesús muerto


(«Jesús Nazareno», «[Él] («mirad el sitio en
os precederá a Galilea») que lo pusieron»)
s1 s2

!Xl
-s2
(«[Él] no está aquí»)
Jesús no muerto
-sl
(«Jesús( ... ) el crucificado»)
Jesús no vivo

En el punto de partida, Jesús está vivo, situado en «Nazaret»


(«Jesús nazareno»= sl); cuando es «crucificado» pasa, por negación,
en -sl, antes de incorporar, por aserción, el término s2 que designa el
espacio de la muerte (el «monumento»). En un segundo tiempo, la
muerte (= s2) es negada, haciendo surgir su contradictorio -s2: es el
enunciado «[Él] os precederá a Galileta». De esta manerera, la
«resurrección» de Jesús toma la forma de un ocho en el cuadro (o
cuadrado); se trata, sintagmáticamente, de un recorrido
sl ➔ -sl ➔ s2 ➔ -s2 ➔ sl

donde el punto de llegada (= «Galilea») coincide con el punto


de partida(= «Nazaret»), siendo Nazaret precisamente un pueblo de
Galilea.
El segundo ejemplo, igualmente sugestivo a primera vista, tiene
que ver con una de las posibles articulaciones de la fe cristiana, tal
como la hemos presentado a propósito de una obra de J. Delumeau Le
péché et la peur. La categoría de base opone los «bienes del cielo»
(ubicados en sl) -que son del orden de lo «divino», de la «vida
eterna»- a los «bienes de este mundo» (en s2), percibidos corno re-
lacionados con el «mal», con la «muerte eterna». El rechazo de los
«bienes de este mundo» ( o sea: -s2) corresponde al célebre con-
Formas narrativas 225

temptus mundi (desprecio del mundo), a la «ascesis», y está relacio-


nado con el recuerdo incesante del memento mori; del otro lado, el
rechazo de los «bienes del cielo» (colocado en -sl) se expresa en
el «ansia de vivir», en el «goce», en el memento vivere, todos los
elementos que la fe cristiana asocia al «pecado». He aquí la siguiente
distribución:
«bienes del cielo» «bienes de este mundo»
si s2

!Xl
-s2 -s1
contemptus mundi «ansia de vivir»
«asee sis» «goce»
memento mori memento vivere

El recorrido del cristiano consiste, en primer lugar, en negar s2


(que es el punto de partida presupuesto); esta operación que trans-
forma s2 en -s2, corresponde a la ji,ga mundi (huida del mundo), a la
aversio a creatura, es decir, al «desapego de los bienes de este mun-
do»; en un segundo momento, el cristiano es invitado a afinnar posi-
tivamente el término s 1: el paso de -s2 a s 1 equivale, en la termino-
logía teológica, a la conversio ad Deum, dado que «Dios» y los
«bienes del cielo» se encuentran en relación metonímica. Se ve aquí
que la aserción (= conversio) presupone la negación previa(= aver-
sio), y que las dos operaciones tienen una orientación y son comple-
mentarias.
En este caso, al recorrido del cristiano (s2 ➔ -s2 ➔ sl), se opone
el recorrido del «pagano» que se desvía de los «bienes del cielo» (o
sea: -s1) para buscar los «bienes de este mundo» (= s2): la transfor-
mación de sl en -sl tiene un nombre, aversio a Deo, y el paso de -sl
a s2 se llama tradicionalmente conversio ad creaturam. El encade-
A-..:ÁI.ISIS ~DIIÚTI('(>.-8
226 Análisis semiótico del discurso

namiento de esas dos operaciones de negación y de aserción define, de


manera precisa, el «pecado» (en el que la búsqueda de los «bienes
de este mundo» presupone que se han descartado los «bienes del
cielo»).
Si se encadena ahora el recorrido (sl ➔ -sl ➔ s2) con el recorri-
do precedente (s2 ➔ -s2 ➔ sl), se obtiene, según J. Delumeau, lapa-
reja «pecado»/«arrepentimiento»:
La ciencia del pecado adquiere una nueva dimensión con San
Agustín, quien va a reinar en adelante como maestro en esta inmensa
materia. La teología cristiana adoptará su célebre definición: «el pe-
cado es toda acción, palabra o concupiscencia contra la ley eterna».
Es aversio a Deo y conversio ad creaturam, mientras que el arrepen-
timiento es el proceso inverso (op. cit., pág. 214).

«A decir verdad, hay que reconocer, semióticamente hablando,


que el "arrepentimiento" no es solamente el "proceso inverso" del
pecado, como dice nuestro autor; el "arrepentimiento" no se define
únicamente, el plano paradigmático, como lo contrario del "pecado",
sino también sintagmáticamente, el proceso de "arrepentimiento"
presupone la realización previa de un recorrido pecaminoso. Sólo en
el supuesto de que el recorrido (s2 ➔ -s2 ➔ -sl), llamado del
"cristiano", vaya precedido del inverso, que es propio del pecador
(sl ➔ -sl ➔ s2), podrá hablarse de "arrepentimiento". Al contrario, si
el recorrido del pecador va precedido del de la "conversión cristiana",
ya no se trataría del "arrepentimiento", sino, al contrario, de algo que,
por ejemplo, sería en el plano de la conducta, el equivalente de lo que,
en el campo más restringido de la fe, es la "apostasía" (que presupone
una adhesión previa a lo divino, a los "bienes del 'cielo"')» 39 •
Como se ve en esos dos ejemplos, la articulación del cuadro (o
cuadrado) semiótico permite aprehender no solamente un pequeño
fragmento -aquí un corto pasaje del Nuevo Testamento- sino
también, y éste es el segundo caso propuesto, un vasto universo de

39
J. Courtés, Sémantique de l'énoncé: applications pratiques, pág. 184.
Formas narrativas 227

discurso: nuestro modelo que define la «conversión» y el «pecado»,


incluye no sólo las 750 páginas del libro de J. Delumeau, sino inclu-
so, a nuestro parecer, la totalidad del discurso teológico cristiano oc-
cidental, como demuestra en detalle nuestro estudio (op. cit).
Dicho lo cual, esas dos ilustraciones -sobre todo la segunda-
no deben ocultar algunas dificultades. De manera inversa a lo que
cierto dogmatismo semiótico ha podido hacer creer e incluso ha lle-
gado a sostener como una tesis segura - a saber, que todo texto o,
más extensamente, todo enunciado o discurso, se podría someter al
mismo modelo constitucional-, no es del todo probable que el fa-
moso «cuadro (o cuadrado) semiótico» tenga algún alcance general o
universal, que pueda aplicarse a todos los casos. Ciertamente, hay
demostraciones bastante precisas y, en la actualidad, se tiene la im-
presión de que ese modelo «va» bien. Sin embargo, no titubeamos al
afirmar que toda generalización de esta estructura elemental es apre-
surada, no fundamentada, porque, en nuestra opinión, es más bien a
los objetos analizados a quienes corresponde la última palabra: es
conveniente, en la medida en que nos esforcemos por respetarlos, te-
ner en cuenta sus especificidades y, si tal es el caso, adaptar los ins-
trumentos semióticos y no aplicarle o adherirle un modelo que no le
sea rigurosamente ajustado. En nuestra descripción de la «conver-
sión» y del «pecado», el empleo del cuadro (o cuadrado) semiótico
parece pertinente, pero tal vez no lo sea en razón del valor intrínseco
de esta estructura; si nuestra articulación parece estar bien adecuada a
su objeto, es debido, quizás, simplemente al hecho de que, como la
semiótica, el mismo discurso teológico occidental, especialmente
después de Santo Tomás de Aquino, es deudor, en su formulación, de
esquemas (discursivos) aristotélicos (que, como se sabe, incluían ya
-y esto ha sido muy extensamente reiterado por toda la tradición
escolástica- las relaciones de contrariedad, de contradicción, de
implicación, de complementariedad, etc.).
Por otra parte, hay que reconocer que nuestra representación del
cuadro (o cuadrado) semiótico no deja de presentar problemas. En el
caso del 4-Grupo de K.lein -al cual volveremos por un momento-
228 Análisis semiótico del discurso

la interpretación de la relación, al reunir las dos variables sl y s2, no


podía decidirse a priori: según ese modelo, la relación de sl y s2
podía ser de naturaleza simétrica (en el caso de la simple coordina--
ción, /ser/ + /parecer/ equivale, decíamos, a /parecer/+ /ser/) o asimé-
trica como, por ejemplo, el /querer hacer/ actúa en la relación de
orientación que va del /querer/ hacia el /hacer/, pero no en sentido
inverso; en el caso de La baba-jaga podríamos preguntamos si, en
relación a nuestro universo socio-cultural y a sus postulados éticos,
no habría entre sl (= buen comportamiento) y s2 (= buen trato) -o,
igualmente, entre -s 1 (= mal comportamiento) y -s2 (= mal trato)-
una relación del género «si... entonces», tal como parece expresar el
aforismo: «los buenos serán recompensados y los malos castigados».
Esto es tanto como decir que la naturaleza precisa de la relación que
une sl a s2, no está semánticamente fijada en el caso del 4-Grupo de
Klein, que existen probablemente otras interpretaciones posibles, co-
sa que para el analista es una verdadera molestia. En este modelo, la
única constante sería, aparentemente, el hecho de que sl y s2 puedan
aliarse, que no sean excluyentes uno del otro, pues sería poco menos
que imposible obtener los meta-términos.
Si, como acabamos de recordar, en el 4-Grupo de Klein la dificul-
tad es de orden semántico, el cuadro (o cuadrado) semiótico plantea,
a su vez, un problema de sintaxis. Sin evocar todas las discusiones a
que ha dado lugar -son muy numerosas y más o menos polémicas
(por razones que no siempre, necesariamente, han sido de carácter
científico)-, retengamos sólo un punto metodológicamente impor-
tante: para algunos, la relación de implicación podría ir, en ciertos
casos, de sl a -s2, y de s2 a -sl. En la presentación del cuadro (o cua-
drado) que acabamos de hacer - la cual repite lo expuesto en Semió-
tica - Diccionario razonado de la teoría del lenguaje-, la relación
de implicación va siempre en sentido inverso, de -s2 a s 1, y de -s 1 a
s2, lo que, a su modo, parece confirmar el texto del Evangelio de San
Marcos ya citado. En efecto, en ese caso es evidente que se da una
especie de recorrido obligado que va de -s2 (= Jesús no muerto: «no
está aquí») a sl (= Jesús está vivo: «[Él] os precederá a Galilea»), re-
Formas narrativas 229

corrido que parece bien fundado en una relación de complementarie-


dad entre /vida/ y /no muerte/, como entre /muerte/ y /no vida/: por
este hecho, la /no muerte/ (= -s2) parece implicar perfectamente la
/vida/(= sl), así como la /no vida/(= -sl) desemboca necesariamente
en la /muerte/ (= s2). La implicación que, en el esquema que sigue,
va de -s2 a sl, y de -sl a s2, parece que se explica por el hecho de
que la oposición vida/muerte es de tipo categorial, no gradual:
Jesús vivo Jesús muerto
(«[Él] os precederá («mirad el sitio en
a Galilea») que lo pusieron»)
si s2

!Xf
-s2 -s 1
(«[Él] no está aquí») («Jesús( ... ) el crucificado»)
Jesús no muerto Jesús no vivo

Pero no siempre ocurre así. Por lo tanto, nuestra posición perso-


nal - susceptible de ganar adeptos, en relación a su posición mode-
rada- será mucho menos categórica e incluso sujeta a fianza. En su
forma más concisa, nuestra definición del cuadro (o cuadrado) se-
miótico sería la siguiente: dos términos, sl y s2, se considerarán
contrarios si, y solamente si, la negación de uno puede conducir a la
afirmación del otro, y a la inversa. Lo que ilustra bastante bien, nos
parece, el segundo ejemplo.
Retomemos, pues, a la «conversión» donde hemos notado que la
conversio ad Deum presupone la aversio a creatura. Es muy claro,
efectivamente, desde el punto de vista semiótico, que la conjunción
con los «bienes del cielo» sólo es posible si previamente hay disjun-
ción de los «bienes de este mundo». Respecto a sl (= los «bienes del
cielo»), -s2 (= contemptus mundi) aparece como una condición nece-
230 Análisis semiótico del discurso

saria, pero no suficiente: el «desprecio del mundo» o «ascesis» no se


prolonga necesariamente con el término positivo sl. No siendo la
presuposición recíproca, es dificil identificar una relación real de
implicación entre -sl y s2, o entre -s2 y sl: el paso de -s2 a sl (o de
-sl a s2) es posible, facultativo, pero no obligatorio. Corregiremos
nuestra distribución marcando con una línea discontinua la parte
afectada del recorrido:

«bienes del cielo» «bienes de este mundo»

·x·
si s2

-s2 -si
contemptus mundi «ansia de vivir»

Este caso no es, evidentemente, un hapax, pues se le encuentra


con gran frecuencia. Se ve claramente, por ejemplo, que el /no pobre/
no implica al /rico/, así como lo /no oscuro/ lo /claro/:

':'x':'':'x':'
rico pobre claro oscuro
si s2 si s2
... ..... .... .....
.. .
.... ....' ..... ..
...'
.. . '. .
.... ' ..... ...
'
' ..'
-s2 -si -s2 -si
no pobre no rico no oscuro no claro

La razón en este caso es que, probablemente, no se trata de opo-


siciones categoriales (como en vida/muerte), sino graduales. A dife-
rencia de vida/muerte, la oposición entre los «bienes del cielo» y los
Formas narrativas 231

«bienes de este mundo» admite, seguramente, posiciones interme-


dias, como rico/pobre o claro/oscuro.
A partir de lo anterior y como en el caso del 4-Grupo de Klein, se
puede hacer entrar en liza a los meta-términos, conjugando las dos
variables, sl y s2, alternativamente positivas o negativas. De este
modo, el discurso teológico, al cual aludíamos antes, liga «vida eter-
na» (= sl) y «justificación»(= -s2) en la «redención» (= sl + -s2) y,
de otro lado, «muerte eterna» (= s2) y «pecado» (= -sl) en la
«perdición» (= s2 + -s 1):

«vida eterna» «muerte eterna»

X
si s2

«redención» «penlición»

-s2 -sl
«justificación» «pecado»

Otros dos meta-términos son todavía posibles. En primer lugar, la


conjunción de sl y s2 que define lo que en semiótica se llama el
término complejo, y del cual la teología del pecado nos ofrece un
ejemplo cuando afirma que «los pecados veniales (... ) no quitan la
vida del alma que permanece unida a Dios. Se ama a la criatura, no
contra Dios, sino desde fuera de él» (J. Delumeau, op. cit., pág. 218).
De aquí surge la siguiente distribución:
232 Análisis semiótico del discurso
«pecado venial»

,IX
conjunción conjunción con
con Dios la criatura

( «san ti dad») «pecado mortal»

-s2 -si
disjunción disjunción
con la criatura con Dios

La conjunción de los contrarios(= sl + s2) es especialmente apro-


vechada en los discursos tanto poéticos (por ejemplo, el oxímoron del
género: «Esta oscura claridad que cae de las estrellas») como míticos:
aquí nos remitiremos a nuestro Lévi-Strauss et les contraintes de la
pensée mythique, París, Mame, 1973, donde, en una extensa ilustración
del cuadro (o cuadrado) semiótico y de su funcionamiento respecto a la
oposición naturaleza/cultura, tratamos entre otros el término mediador
(del cual se sabe que ocupa un lugar preferente en las Mythologiques de
C. Lévi-Strauss). Señalemos por último, naturalmente, la posibilidad
del término neutro (latín, neuter: ni lo uno ni lo otro), a saber /-s1/ +
/-s2/, tan frecuentemente utilizado. Así, a manera de ejemplo:
moral inmoral
si s2

-s2
X
no inmoral
-s 1
no moral

amoral
Formas narrativas 233

La categoría tímica euforia/disforia -que en adelante utilizare-


mos más ampliamente para tratar, en particular, las pasiones y los
estados de ánimo- es incapaz de generar los términos complejo y
neutro:
foria

euforia disforia
s1 s2

-s2
X
no disforia
-s 1
no euforia

aforia
CAPÍTUL03

FORMAS NARRATIVAS Y SEMÁNTICAS

3.1. ELEMENTOS DE METODOLOGÍA

3.1.1. NIVELES SEMÁNTICOS DEL DISCURSO

En su célebre Morfología del cuento, V. Propp comparaba, como


sabemos, un centenar de cuentos maravillosos (con sus variantes) y
obtenía una misma estructura narrativa común, característica de ese
género de relato. Para hacerlo, debió dejar deliberadamente de lado lo
que él llamaba los «valores variables» y que nosotros identificaremos
esencialmente con el componente semántico del discurso. Que un
mismo armazón sintáctico -en este caso las 31 funciones proppia-
nas- sea susceptible de recibir vertimientos semánticos variados
-como lo confinna el hecho de que cien cuentos similares narren,
cada uno, una historia diferente- nos autoriza a concebir la sintaxis,
en este caso, como una invariante y la semántica como una variable.
Ciertamente es posible adoptar un punto de vista inverso, según
el cual un mismo dato semántico es asumido por estructuras narrati-
vas diferentes. Habrá que considerar, pues, el componente semántico
como un invariante, mientras que su posición en un recorrido narrati-
vo deberá ser percibida como una variable. Por nuestra parte, hemos
236 Análisis semiótico del discurso

dado una extensa ilustración en Le cante populaire: poétique et


mythologie, París, Presses Universitaires de France, 1986, donde he-
mos elegido como invariante algunos de los «valores variables» de
V. Propp y demostrado directamente en los textos la posibilidad de
una verdadera «semántica del cuento maravilloso».
El siguiente ejemplo, que se sustenta directamente en los datos
nmTativos presentados en el capítulo anterior, se aproxima al proce-
dimiento proppiano. Sea el PN más simple:

H { Sl ➔ (S2nO)}.

Está claro que muchos «objetos» concretos o incluso personas


tratadas como tales, pueden figurar en posición de objeto sintáctico
(= O), por ejemplo, una alfombra, un tesoro, y hasta una curación ...
Igualmente, los roles de sujeto de hacer(= S1) y de sujeto de estado
(= S2) pueden ser asegurados por una multitud de actores, de perso-
najes, etc. Es evidentemente la posibilidad misma de este juego de
variaciones la que nos autoriza formalmente a disociar sintaxis y se-
mántica, reconociendo en ellas dos componentes independientes; más
adelante volveremos sobre ese punto importante, con algunas aclara-
ciones complementarias sobre la naturaleza de la relación que une, y
diferencia, sintaxis y semántica.
Una vez reconocida la autonomía del componente semántico, se
tiene el derecho de proponer la articulación más adecuada. Por razo-
nes metodológicas, V. Propp, decíamos, había decidido no tener en
cuenta los «valores variables», los datos semánticos. Ciertamente,
como él mismo subraya, había observado en su material varias
«repeticiones» (semánticas) y pensaba que es-€ls «variables» merecían
un análisis específico. Él previó, por su parte, completar la descrip-
ción narrativa, pero situándose ahora en un campo diferente; en
efecto, realizó más o menos su programa en una obra aparecida die-
ciocho años después de la Morfología del cuento, es decir, Les raci-
nes historiques du cante merveilleux, París, Gallimard, 1983. Lo que
más tarde le reprochó enérgicamente C. Lévi-Strauss, en un resonante
Formas narrativas y semánticas 237

artículo 1, no fue el hecho de haber propuesto una aproximación pro-


piamente histórica del material que ofrecen los cuentos -elección
absolutamente legítima- sino el no haber visto que, complementa-
riamente a la descripción sintáctica (las 31 «funciones») que se puede
hacer de ellos, es igualmente posible estudiarlos desde un punto de
vista realmente semántico, es decir, según una aproximación formal
al contenido.
Siguiendo la línea de otros trabajos, Le cante populaire: poétique
et mythologie ha abierto la vía para una aproximación semántica de
todo un vasto universo del discurso. Nosotros retomaremos la meto-
dología que fue aplicada entonces, ilustrándola y dándole un aspecto
diferente. Para comenzar, proponemos articular globalmente el dis-
curso, no ya según dos sino tres niveles semánticos jerárquicos: figu-
rativo, temático y axiológico.

3.1.1.1. Lo figurativo y lo temático


Se recordará que en el transcurso del primer capítulo, propusimos
que sean articulados según la relación significante/significado (o ex-
presión/contenido) no sólo los «sistemas de representación» (lo que
más corrientemente llamamos «lenguaje») sino también el referente
mismo, según la distribución que sigue:

sistemas de representación referente, realidad


significado vs significante significante vs significado

t j
1 *1
?
1
J
Entre las relaciones posibles de estos dos universos, que son, de
un lado, los sistemas de representación y, del otro, la realidad, vamos
1
«La structure et la fonne», aparecido igualmente en Anthropologie structurale
deux.
238 Análisis semiótico del discurso

a considerar ahora sólo un caso específico que nos permita dar a lo


figurativo un fundamento más seguro que el simple punto de vista fe-
nomenológico:

sistemas de representación referente, realidad


significante vs significado significante vs significado
-~ '

Efectivamente, calificamos de figurativo todo significado, todo


contenido de una lengua natural y, más ampliamente, de todo sistema
de representación (visual, por ejemplo) al que corresponde un elemento
en el plano del significante (o de la expresión) del mundo natural, de la
realidad perceptible. Será, pues, considerado como figurativo, en un
universo de discurso dado (verbal o no verbal), todo lo que puede estar
directamente relacionado con uno de los cinco sentidos tradicionales:
la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto; en pocas palabras, todo lo
que depende de la percepción del mundo exterior.
En oposición a lo figurativo, lo temático debe ser concebido sin
ninguna ligazón con el universo del mundo natural: se trata de con-
tenidos, de significados de los sistemas de representación, que no tie-
nen un elemento correspondiente en el referente. Si lo figurativo se
define por la percepción, lo temático se caracteriza por su aspecto
propiamente conceptual. Así, el /amor/ o el /odio/, la /bondad/ o la
/maldad/ no existen, digamos, en el plano de la percepción: son con-
ceptos abstractos. En cambio, lo que dependerá de los cinco sentidos,
son los gestos de /amor/ o de /odio/, de /bondad/ o de /maldad/ que,
además, variarán según los universos socio-culturales. Se distinguirá
cuidadosamente, por ejemplo, el concepto de /erotismo/, que es de
orden estrictamente temático, y sus modos concretos de expresión
-diferentes según los contextos culturales- que ocupan su lugar en
el plano figurativo.
Formas narrativas y semánticas 239
Figurativo y temático son así, a la vez, opuestos y complementa-
rios: lo figurativo tiene relación con el mundo exterior aprehensible
por los sentidos; lo temático concierne al mundo interior, a las cons-
trucciones propiamente mentales con todo el juego de las categorías
conceptuales que las constituyen.· Esos dos componentes semánticos
mantienen relaciones mutuas que ahora haremos explícitas en detalle;
los pocos ejemplos en los que nos sustentaremos para ilustrarlos, nos
ayudarán, por este mismo hecho, a ver mejor en la práctica la distin-
ción que postulamos entre lo figurativo y lo temático.
Partamos de lo figurativo. Según nuestra tesis, lo figurativo no
podría redurcirse en modo alguno a sí mismo, pues remite necesaria-
mente a una tematización o, como se verá más adelante, a una axio-
logización. Si lo figurativo se redujera a sí mismo, sería realmente
in-sensato, privado de sentido (en las dos acepciones del término: di-
rección y significación), como parece ser el caso del autista. En
efecto, si yo me baño normalmente, no lo hago en absoluto por ba-
ñarme, sino por otras razones: lo hago por placer, por higiene, etc.
Queremos decir con esto que, en muchos casos -pero no siempre
(vid. infra), contrariamente a lo que hemos escrito en otro sitio 2 - lo
figurativo exige, para su misma comprensión, ser asumido por un te-
ma dado. Propongamos dos ejemplos muy simples. En primer lugar:
supongamos que yo, francés, llego por primera vez a un país del Ex-
tremo Oriente del cual ignoro totalmente las costumbres, los hábitos
culturales. Y he aquí que en la calle veo de pronto a ciertas personas
cuyo comportamiento gestual me sorprende: lo que yo percibo es del
orden de lo figurativo, de la percepción visual y/o auditiva; pero al
mismo tiempo, me pregunto qué significan sus gestos, ya que lo que
me falta es justa y precisamente la interpretación temática que con-
viene hacer de ello. Finalmente, en este caso la relación figurati-
vo/temático podría homologarse a la de significante/significado (o
expresión/contenido) y deberíamos reiterar aquí el pequeño párrafo

2
En Le conte popu/aire: poétique et mythologie.
240 Análisis semiótico del discurso

que hemos consagrado, en el primer capítulo, a la /sinceridad/ y a su


construcción televisiva.
Para nuestro segundo ejemplo, volvamos al texto de La baba-
jaga dado más arriba. Cuando la niña cumple con su tarea, la jaga la
recompensa. La sanción, que para ella es de naturaleza positiva, se
expresa inicialmente en el plano cognoscitivo cuyo carácter es temá-
tico: «La jaga felicitó a la niña», luego en el nivel pragmático: ella
«le regaló varios vestidos». Con esos «vestidos», nos encontramos,
evidentemente, en el dominio de lo figurativo. Pero, en este punto de
la lectura, no sabemos todavía qué valor atribuir precisamente a esos
«vestidos»: éstos, para tener sentido en el discurso, piden ser temati-
zados. Lo que el enunciador hace casi inmediatamente: «El hombre
partió, llegó y vio que su hija había llegado a ser muy, muy rica». En
este momento, en los «vestidos» desaparece el rasgo de ambigüedad
y son interpretados como signo de /riqueza/ (siendo ésta, desde luego,
de tipo temático).
Hay que reconocer que, muy a menudo, lo figurativo está subor-
dinado a lo temático, ya que el recurso a los datos del mundo exterior
-como lo muestra, por ejemplo, el discurso parabólico (vid. in-
Jra)- sirve finalmente de pretexto para la afirmación renovada de un
sistema de valores determinados. Como el cuento popular, muchos de
nuestros discursos cotidianos tratan de reflejar «ideas», es decir, da-
tos conceptuales que son -cada vez más- ilustrados figurativa-
mente con ellos. Tomemos como ejemplo Las hadas de Perrault,
donde el tema de la /aversión/, inmediatamente planteado, es seguido
de sus representaciones figurativas:
... esta madre ( ... ) tenía una gran aversión por la menor. La hacía co-
mer en la cocina y trabajar sin cesar. La pobre criatura estaba obliga-
da, entre otras cosas, a ir a sacar agua dos veces al día a un pozo si-
tuado a media legua larga de la casa y que la traía en un enorme
cántaro lleno.

Observemos aquí solamente que, a diferencia de la obra de Pe-


rrault, los cuentos populares no se creen obligados a hacer explícitos
Formas narrativas y semánticas 241

los temas subyacentes en forma de «moralejas»: desde siempre, lo fi-


gurativo es empleado para decir otra cosa, para hacer acceder al lec-
tor o al oyente al plano de los valores conceptuales que se consi-
deran.
Examinemos ahora el caso de lo temático. Lo que llama la aten-
ción de inmediato, es el hecho de que si lo figurativo tiene necesidad
de un complemento (temático, como acabamos de ver, o axiológico,
como veremos luego), lo temático puede existir de manera absoluta-
mente autónoma, pero únicamente bajo ciertas condiciones y en de-
tenninados casos. Así, las lenguas naturales están en condiciones de
hacer patente el nivel temático sin recurrir, en absoluto, a una repre-
sentación figurativa: ésta es, por supuesto, la característica del discur-
so matemático o lógico, de la filosofía misma, aun cuando ésta recu-
rra a veces a los ejemplos concretos, figurativos. Es decir, que, en
esos casos, lo temático parece bastarse a sí mismo: se comprende,
entonces, que aquí no pueda funcionar la homologación que ya ade-
lantamos, entre lo figurativo y temático de una parte, el significante y
el significado de otra. Constatando, por lo demás, que sólo las len-
guas naturales son capaces de expresar directamente lo temático, se
deben reconocer límites estrictos a las otras semióticas. Tomemos el
caso de la semiótica visual, por ejemplo. Un cuadro puede, por cier-
to, expresar los datos temáticos, pero lo hace necesariamente, enton-
ces, a través de lo figurativo. En efecto, por definición la pintura no
puede dejar de ser figurativa ya que sólo es aprehendida como tal re-
curriendo a la vista: ni que decir tiene, entonces, que todo aquello que
es de naturaleza conceptual, temática, no será necesariamente expre-
sable en fonna de cuadro o de imagen; el título dado a la obra servirá
por lo común para precisar allí la interpretación temática: éste es el
caso, por ejemplo, de la tira cómica (analizada por J. M. Floch, que
antes hemos mencionado) de B. Rabier titulada Un nido confortable.
En todo caso, no se ve nada claro cómo representar visualmente, por
ejemplo, una operación lógica o una deducción filosófica. La lengua
natural no conoce, en absoluto, una limitación semejante.
242 Análisis semiótico del discurso

Una vez reconocida la dependencia (relativa) de lo figurativo res-


pecto a lo temático, y la autonomía de este último, podemos intere-
sarnos por algunos tipos de asociación posible de esos dos compo-
nentes semánticos. Nuestra hipótesis de partida es que no hay
ninguna relación bi-unívoca estable entre lo figurativo y lo temático.
Examinaremos diversos casos figurativos.
Puede ocurrir que un mismo dato figurativo, o una misma figura
(por lo tanto, del orden de la percepción), puede corresponder a te-
matizaciones, a diferentes temas:

1 figura

temas: 1 2
/¡V\ 3 4 5

Sea, por ejemplo, una huelga dada. Ésta, respaldada con fotogra-
fías, aparece en la primera página de todos los diarios de la mañana:
se situará así, desde luego, en el plano figurativo. Naturalmente, cada
diario propone una interpretación diferente de este acontecimiento:
L · Humanité y Le Figaro 3 adoptarán, si tal cosa sucede, tematizacio-
nes diametralmente opuestas. Sucede lo mismo cuando en Ecuador se
espera que el invitado deje algunos restos del menú en el plato, lo que
en Francia se considera con reprobación: ese mismo dato figurativo
(los «restos») es signo de /buena educación/ allí, de /mala educación/
aquí. Cuando los tanques rusos entraron en Afganistán hace unos
años, ese gesto -de naturaleza figurativa (se pudo ver en la televi-
sión)- se interpretó tanto como expresión de /amistad/ (el «gran
hermano» ruso acudía en socorro de un país en peligro) como de
/enemistad/ (los soviéticos «invadiendo» un país que no era el suyo).
Y sabemos también que el llanto puede ser signo de /alegría/ o de

3
l 'Humanité y le Figaro son los diarios parisinos que tradicionalmente represen-
tan uno, el primero, a la izquierda y el otro, a la derecha francesas. (N. del T.)
Formas narrativas y semánticas 243

/pena/. Como vemos, es aquí donde se inscribe toda la gran proble-


mática de los motivos, propia no solamente de la tradición popular
oral -como lo confinna, entre muchas otras, nuestra obra Le conte
populaire: poétique et mythologie-, sino también de la arquitectura,
de la escultura, de la pintura, etc. En todos esos casos, lo figurativo es
considerado como una invariante y lo temático es identificado con
una variable contextual.
Otra posible relación es representada por el esquema que sigue:

figuras: 1 2 3 4 5

\\//
1 tema

que va en sentido inverso al precedente: aquí son datos figurativos di-


ferentes los que vienen a ilustrar, por así decirlo, un mismo tema. Se
habrá reconocido inmediatamente la estructura del discurso parabóli-
co que presenta un mismo dato conceptual(= un tema) bajo diversas
expresiones figurativas. Retomemos, una vez más, a Las hadas de C.
Perrault, y repitamos el pasaje antes citado:

... esta madre ( ... ) tenía una gran aversión por la menor. La hacía co-
mer en la cocina y trabajar sin cesar. La pobre criatura estaba obliga-
da, entre otras cosas, a ir a sacar agua dos veces al día a un pozo si-
tuado a media legua larga de la casa y que la traía en un enorme
cántaro lleno.

En ese fragmento, la /aversión/ es asumida por representaciones


figurativas variadas: «comer en la Cocina», «trabajar sin cesar», «ir a
sacar agua», que son otras tantas maneras de expresar, de traducir fi-
gurativamente el mismo tema de la /aversión/. Sabemos todo el inte-
rés pedagógico que ofrece el recurso a la parábola, a su fuerza de per-
suasión. Por esto los cuentos, los mitos, los relatos religiosos (Jesús
244 Análisis semiótico del discurso

«les dijo muchas cosas en parábolas», Mateo 13, 3), pero también,
entre otros, los discursos político o publicitario, utilizan largamente
la estructura parabólica; la austeridad de lo temático es sustituida por
el placer -y la poética- de lo figurativo.
Es posible otra relación entre lo figurativo y lo temático, la mis-
ma que establece una co1Tespondencia término a término entre esos
dos niveles semánticos. Sea, pues, el esquema más simple:

1 figura

1 tema

Es la estructura misma del símbolo (en sentido corriente), como por


ejemplo la «balanza» en el plano figurativo, va asociada, en el nivel
temático, con la /justicia/. En la iconografia occidental de los siglos
xvn-xvm -como nos recuerda, entre otros, E. Panofsky 4 - el «oso»
representa la /cólera/, la «lechuza» o el «libro» la /sabiduría/, el
«delfin» la /precipitación/, etc. OcU1Te lo mismo con el «lenguaje de las
flores» evocado en el primer capítulo: la «anémona» está ligada a la
/perseverancia/, la «camelia» al /orgullo/. .. y las «rosas» al /amor/.
Evidentemente, ese género de símbolo es legible o perceptible
sólo en un marco dete1minado: la «balanza» no aludirá en todos los
discursos posibles a la /justicia/ o el simbolismo iconográfico que
evocamos, como el «lenguaje de las flores», no son generalizables de
ninguna manera urbi et orbi, pues son propios de un universo espa-
cio-temporal y cultural dado. En efecto, no hay casi datos figurativos
que sean asociados universalmente a un mismo elemento temático;
incluso en el caso de las figuras más recurrentes a lo largo del mundo
-como el «agua», el «fuego», la «tierra» y el «aire»- cada cultura
dispone de ellas como más le conviene: así, el «agua» evocará la vi-
da, la alegría, la muerte, las catástrofes, el mal, la disforia.
4
En L 'oeuv/'e d'art et ses significations, París, Gallimard, 1969.
Formas narrativas y semánticas 245

A diferencia del simbolismo -que pone en relación término a


término una unidad figurativa y una unidad temática- el semi-
simbolismo juega en la asociación, la correspondencia de categoría
con categoría. Hemos dado ya una amplia ilustración en nuestro aná-
lisis de un fragmento de El León de Kessel 5 , donde la oposición
amistad/enemistad del plano temático es correlacionada con catego-
rías figurativas de diversos órdenes (lo cual otorga a ese texto una
dimensión parabólica real) que son su expresión. De tal suerte que
todo aquello que en ese relato es del orden de lo /cerrado/, del
/silencio/, de la /inmobilidad/, de lo /sombrío/ y de lo /fresco/ por
ejemplo, debe comprenderse como una representación figurativa del
tema de la /amistad/; correlativamente, todo lo que depende de lo
/abierto/, del /ruido/, del /movimiento/, de lo /luminoso/ y de lo /cálido/
remitirá obligatoriamente -en ese texto- a la /enemistad/:
nivel temático amistad vs enemistad
cerrado VS abierto
silencio VS ruido
nivel figurativo inmovilidad vs movimiento
sombrío VS luminoso
fresco VS cálido

Una última posibilidad en las formas de la relación entre lo figu-


rativo y lo temático, se presentará como sigue:
1 figura

(1 tema/ 1 figura)

1
1 figura

5
En Sémantique de/ 'énoncé: app/ications pratiq¡ies.
246 Análisis semiótico del discurso

Según ese esquema, la relación de las dos figuras está mediatiza-


da por un elemento de naturaleza temática o figurativa: tal parece ser
un poco el funcionamiento de la metáfora. En ese caso, sucede que el
tertium comparationis (aquí entre paréntesis, ya que nunca se expre-
sa, solamente se sobreentiende) puede ser de orden temático: compa-
rar una <rjoven muchacha» a una «rosa» equivale a reconocerle un
punto en común, un rasgo, por ejemplo, de /belleza/. En la célebre
frase de Pascal «El hombre es sólo una caña, la más débil de la natu-
raleza, pero una caña pensante», la intersección entre «hombre» y
«caña» es su carácter temático de /fragilidad/. En otro lugar, la apro-
ximación de las dos figuras se opera en una base figurativa: tal parece
ser el caso en «Esta hoz de oro en el campo de las estrellas», donde la
«hoz» y la «luna» tienen en común forma y color.
Después de haber indicado algunas relaciones posibles entre los
dos niveles de lo figurativo y de lo temático, es prudente avanzar un
poco: proponemos, simplemente, articular por separado cada uno de
esos dos componentes semánticos, según un mismo principio. To-
memos en primer lugar el caso de lo figurativo. Nuestra hipótesis es
que lo figurativo evoluciona, digamos, entre dos polos, y es articula-
ble según la oposición: figurativo icónico vs figurativo abstracto.
Lo figurativo icónico es aquello que produce la mejor ilusión re-
ferencial («¡Creíamos estar ahí!»), que parece como lo más próximo
a la realidad; cuando É. Zola describe El vientre de París, sentimos
como una fuerte impresión de semejanza -de iconicidad, diríamos
en términos semióticos- aunque sólo sea por la multitud de los pe-
queños detalles concretos que se destacan 6• Lo figurativo abstracto
es, por el contrario, lo que sólo incluye un número mínimo de rasgos
de la «realidad». Si comparamos, por ejemplo, la fotografía de un
político conocido con lo figurativo icónico, identificaremos entonces
su caricatura con lo figurativo abstracto. Como vemos, la· diferencia

6
La novela de Zola El vientre de París describe el mercado central de la capital
francesa situado en Les Halles, tal como era hasta su traslado a las afueras de la ciu-
dad a comienzos de los años setenta. (N. del T.)
Formas narrativas y semánticas 247
se funda únicamente en un número más o menos mayor de rasgos, de
elementos constituyentes. Del mismo modo en pintura, igualmente,
tenemos en un polo una representación que se muestra más o menos
«realista»: es la pintura llamada «figurativa»; el segundo polo es el
de la pintura no figurativa o «abstracta»: en este caso, decíamos más
arriba, no salimos, en verdad, del campo figurativo ya que permane-
cemos en el campo de lo visual; por lo tanto, la semejanza (= la ico-
nicidad) con la «realidad» tiende a disminuir, incluso a desaparecer
casi totalmente a medida que los puntos, los rasgos, las formas, las
superficies coloreadas, sean cada vez de más dificil interpretación, de
más dificil identificación. Por supuesto que lo figurativo icónico y lo
figurativo abstracto sólo son las extremidades de un eje: son posibles
entre ambos muchas posiciones intermedias, ya que en este caso la
oposición no es de tipo categorial, sino gradual; de modo apenas
perceptible se pasa de lo figurativo icónico a lo figurativo abstracto, y
a la inversa.
En apoyo de esta hipótesis, estudiemos algunos ejemplos presta-
dos del campo lingüístico. Nos proponemos distinguir aquí también
unidades figurativas icónicas y unidades figurativas abstractas. Como
primera ilustración tomemos, una vez más, el texto de La baba-jaga.
Si el «comportamiento» - término que hemos conservado por razo-
nes de generalización - depende de lo figurativo abstracto, en cam-
bio las diferentes acciones concretas enumeradas por el cuento
-«hilar», «calentar la olla»- deben inscribirse en lo figurativo
icónico: entre esos dos polos, el «Sírveme» está en posición de en-
globante en relación con las acciones concretas y, por otro lado, es
sólo una de las posibles formas del «comportamiento»:

figurativo icónico _ _ _ _ _ _ _____,. figurativo abstracto

«hilar»
«calentar la olla» ~ «Sírveme» ~ /comportamiento/
248 Análisis semiótico del discurso
Es cierto que la oposición icónico/abstracto no tiene nada de sus-
tancial, es sólo una relación; y una misma variable está en condicio-
nes de inscribirse en un polo, en el otro o entre los dos, según el
contexto. Así, el «Sírveme» podría ser considerado como icónico en
relación a la «acción» que es de naturaleza más abstracta que nuestro
/comportamiento/. Tomemos otro ejemplo del campo lexemático. Sea
la figura del baile. Atengámonos ahora a la definición del diccionario
(posteriormente daremos un análisis más detallado): «reunión donde
se danza». Se ve de inmediato que la danza es menos icónica que el
baile, puesto que éste es más específico que aquélla (según el diccio-
nario, el baile remite o a la pompa, a la etiqueta, o al medio popular);
la danza, a su vez, es mucho menos abstracta que el movimiento que
ella implica (danza = «serie expresiva de movimientos del cuerpo,
ejecutados según un ritmo ... »):

figurativo icónico ~~--------; figurativo abstracto

«baile» ...✓---- «danza»---; «movimiento»

Por último, se ve que la oposición icónicolabstracto se funda en


el número mayor o menor de rasgos constitutivos de las unidades
comparadas, lo que más exactamente se llama, en semántica léxica,
la densidad sémica (volveremos luego sobre el análisis sémico trata-
do aquí). Se puede comprobar, por ejemplo, que enderezado implica
un elemento de /temporalidad/, de /verticalidad/, de /orientación/ (de
lo bajo hacia lo alto), de /movimiento/, etc. mientras que alto se in-
corporará de modo manifiesto a lo figurativo abstracto, ya que su de-
finición alude casi únicamente al rasgo /verticalidad/. Dicho esto, es
posible sin embargo que en otro universo de referencia distinto al
nuestro, lo alto tenga carácter icónico en relación a otra unidad com-
parable, de naturaleza más abstracta.
Formas narrativas y semánticas 249
Lo figurativo abstracto debe llamar más nuestra atención en la ·
medida en que, gracias a ello, se recuperará la organización semánti-
ca subyacente a lo figurativo icónico. El análisis consiste, en ese ni-
vel, en aproximar y comparar unidades figurativas icónicas, después
en obtener - generalmente en forma de categorías- los rasgos figu-
rativos constituyentes, de naturaleza evidentemente abstracta. Así, en
nuestra investigación sobre el cuento popular, hemos podido obtener
algunas categorías figurativas abstractas subyacentes a partir de las
figuras icónicas tales como blanco y negro, día y noche, de una par-
te, luna y río, sol y estanque, de la otra. En el primer par de oposi-
ciones (blanco/negro, día/noche), la categoría figurativa común será
llamada /claro/ vs /oscuro/, lo que deja naturalmente en suspenso a
otros rasgos como el de /temporalidad/ subyacente a día/noche; en el
segundo par (luna/río, sol/estanque), el rasgo común es articulable
como /celeste/ vs /acuático/, lo que evidentemente no tendrá en
cuenta la oposición /dinámico/ vs /estático/ que se presenta en la pa-
reja río/estanque. Se puede dar un paso más en esas aproximaciones
y -teniendo en cuenta que, en el cuento popular maravilloso fran-
cés, lo /claro/ forma parte del espacio /celeste/, como lo /oscuro/ es
una de las características del mundo /acuático/-, reconocer que las
cuatro parejas de oposiciones (blanco/negro, día/noche, luna/río,
sol/estanque) son finalmente subsumibles (en el corpus de cuentos
examinados, no necesariamente en otro) por una sola categoría figu-
rativa aún más abstracta, designada arbitrariamente por alto/bajo.
(Debe observarse, por ejemplo, la posición mediana de lo /celeste/
entre lo figurativo icónico «sol» y lo figurativo abstracto /alto/):

blanco vs negro L_
~ /claro/ vs /oscuro/}
día vs noche ··
/alto/ vs /bajo/
luna vs río
}/celeste/ vs /acuático
sol vs estanque
250 Análisis semiótico del discurso

Se ve de esta manera que lo figurativo abstracto, enfocado desde


un punto de vista paradigmático (= la relación «o ... o» entre unida-
des) puede dar lugar a un verdadero código figurativo (que tiene en
cuenta, en su dominio, Le cante populaire: poétique et mythologie).
En el plano sintagmático (= la relación «y ... y» entre unidades), los
rasgos figurativos recurrentes son de naturaleza isotopante (vid. infra
la noción de isotopía), que permite una correlación contextual, siem-
pre provisoria y local, de figuras icónicas diferentes.
Retomemos al principio de la densidad sémica, en cuyo nombre
hemos opuesto lo figurativo abstracto y lo figurativo icónico. Parece
ser igualmente aplicable al nivel temático, y así distinguiremos lo
temático específico (más rico en rasgos) y lo temático genérico. Si,
por ejemplo, el /saber/ es tomado como tema genérico, la /infor-
mación/ (como adquisición transitiva del saber) y la /reflexión/
(= adquisición reflexiva del saber) serán otros tantos temas específi-
cos. Ésta es la relación que existe entre /maldad/ (genérico) y /male-
volencia/ (específico): la /malevolencia/ concierne, en efecto, exclu-
sivamente a lo humano, mientras que la /maldad/ puede ejercerse
también en detrimento del animal. Del mismo modo, si la /amistad/
(tema, en este caso, genérico) implica la /benevolencia/ (como tema
más específico), lo inverso no es necesariamente verdadero: se puede
ser benevolente con alguien sin llegar a establecer una relación de
amistad con él. Como en el caso de lo figurativo, el paso de un polo
al otro -de lo más genérico a lo más específico, o a la inversa- se
opera de manera gradual; sólo se trata de una relación y lo que en un
discurso dado aparece manifiestamente como temático genérico, en
otra parte ocupará la posición de temático específico, y viceversa.
(Más adelante se verá que la misma categorización -genérico/es-
pecífico- es igualmente aplicable al nivel axiológico.)

3.1.1.2. Lo figurativo, lo temático y lo axiológico

Para ilustrar los tres niveles del componente semántico del dis-
curso -y presentar al mismo tiempo el último, a saber, el axiológi-
Formas narrativas y semánticas 251

co- nos apoyaremos otra vez en La baba-jaga (remitimos al lector a


su texto ya dado más arriba). Cuando tratamos de describir ese relato
en el nivel de las estructuras profundas, hemos debido pasar natural-
mente de los datos textuales en expansión, a un equivalente semánti-
co en condensación, del discurso manifestado a algo que sería más o
menos su resumen. Más exactamente, hemos ido de lo figurativo
icónico hacia lo figurativo abstracto. A partir de las anotaciones si-
guientes:
-«hilarn
-«calentar la olla»
-«estuvo pendiente de la olla»
-«devana el hilo en el huso»
- «llévame al baño»,

ya el mismo relato de Afanassiev nos propone pasar a un nivel figu-


rativo más abstracto, en especial gracias al «Sírveme». Para integrar
no sólo el «Sírveme» sino también los gestos de la segunda niña:
-«la niña no les dejó hablar y se puso a golpearles»
-«se divirtió así con ellos y no hizo su trabajo»,

hemos sido conducidos, en nuestro tumo, a elegir un término todavía


más abstracto, en ese caso el /comportamiento/. Sea pues, como he-
mos dicho, la distribución siguiente a lo largo de un eje continuo:

figurativo icónico _,_ _ _ _ _ _ _ figurativo abstracto


«hilar» «Sírv em~e»
/comportamiento/
«golpear» ------O

En lo que concierne no ya a las dos niñas, sino a la jaga, dispo-


nemos paralelamente de una doble anotación:
-«(ella) le regaló varios vestidos»
-«(ella) le dio aún más vestidos»,
252 Análisis semiótico del discurso

que traduce de manera icónica lo figurativo un poco abstracto del


«Yo te recompensaré». Incluso aquí, para tener igualmente en cuenta
lo contrario de la recompensa (o castigo)-a saber: «lajaga partió en
trozos a la niña»- hemos debido dar un paso más hacia la abstrac-
ción figurativa proponiendo el término más amplio de /trato/:

figurativo icónico, ;. figurativo abstracto


«dar vestidos»«--- «Yo te recompensaré» I______,.
____J'" /trato/
«destrozar a la niña»~ («Yo te castigaré»)

Del componente figurativo se nos hizo necesario pasar en seguida


al nivel temático, donde se articulan los valores en juego, en este caso
la dimensión ética, con la oposición bueno/malo, que es la única que
da sentido aquí a lo figurativo abstracto y, con ello, a lo figurativo
icónico. Sea, pues, la articulación presentada anteriormente:
buen buen
comportamiento trato
(«Sírveme») («Yo te recompensaré»)
s1 s2

mal
X
-s2

trato
-s1
mal
comportamiento
(castigo) (no servir)

Una vez planteados los valores (bueno/malo) del nivel temático,


se los puede entonces axiologizar, es decir, marcarlos, sea positiva-
mente, sea negativamente, sobredeterminándolos con la categoría
tímica euforia vs disforia. En efecto, la axiología consiste, de modo
simple, en preferir espontáneamente frente a una categoría temática
Formas narrativas y semánticas 253

(o figurativa), por decirlo así, un término al otro: esa elección es


función de la atracción o de la repulsión que suscita inmediatamente
tal valor temático o tal figura.
La baba-jaga establece, tenemos dicho, una correlación entre sl
y s2 de un lado, y entre -s 1 y -s2 del otro: esas dos correlaciones se
plantean como la expresión de lo /normal/ en sus dos facetas positiva
y negativa. De tal manera que la conjunción del /buen comportamien-
to/ y del /buen trato/ es presupuesta por el cuento como si fuera de
naturaleza eufórica, mientras que la alianza del /mal comportamien-
to/ y del /mal trato/ -siendo reconocida como /normal/- es coloca-
da bajo el signo de la disforia. Efectivamente, una cosa es establecer
entre s l y s2, o entre -s 1 y -s2, una correlación del tipo «si.. .. enton-
ces» y otra es atribuirle un valor positivo (anotado con el signo+) o
negativo(=-) apriorístico, lo que hace exactamente el procedimiento
llamado de axiologización:

1 1
buen buen
comportamiento trato
sl s2

-s2 -s 1
mal mal
trato comportamiento
IL- - ~ - - - ' '
6
La elección que efectúa así el cuento-tipo 480 es sólo una de las
posibilidades según la cual «los buenos serán recompensados y los
malos castigados». Se prevén otros casos de figura. Conservemos, en
primer lugar, la misma distribución de las correlaciones (repre-
254 Análisis semiótico del discurso

sentadas por las llaves) -o sea /sl/ y /s2/ de un lado, /-sl/ y /-s2/ del
otro- pero invirtamos la axiologización; la asociación del /buen
comportamiento/ y del /buen trato/ será marcada disfóricamente,
mientras que la conjunción del /mal comportamiento/ y del /mal trato/
será de orden eufórico. Tal podría ser parcialmente el caso del sado-
masoquismo que, planteado entonces como valor positivo, corres-
pondería a la alianza: /-s2/ + /-sl/. Sea, pues, la distribución siguiente
que sólo invierte los signos:

1
g 1
buen buen

·x•2
comportamiento trato

-s2 -s l
mal mal
trato comportamiento
1 1

Respecto al mismo esquema de base, se pueden invertir las pers-


pectivas y proponer, por ejemplo, que lo que el cuento popular consi-
dera como /normal/ (a saber: /sl/ + /s2/ de un lado, /-sl/ + /-s2/ del
otro), sea, de hecho, del orden de lo /anormal/. Las correlaciones de
partida serán, repentinamente, las siguientes: de una parte /sl/ + /-s2/,
de la otra /s2/ + /-sl/. Esas correlaciones serán también axiologizadas
en relación con la euforia o con la disforia. El primer caso de figura
es el siguiente:
Formas narrativas y semánticas 255

buen buen
comportamiento trato
si s2

. 2X.
mal
trato
mal
1

comportamiento

Aquí el santo martirizado (en el dominio religioso) es una expre~


sión posible de la conjunción /sl/ + /-s2/, puesta bajo el signo de la
euforia(+). Se podría citar aquí, igualmente, una buena parte del dis-
curso de Job en la Biblia: este personaje, que es justo, que tiene un
/buen comportamiento/, ve bruscamente desencadenarse sobre él la
adversidad (sus propiedades son quemadas, sus cosechas destruidas,
sus hijos asesinados, etc.); y, al mismo tiempo, la correlación entre
/buen comportamiento/ y /mal trato/ le parece conforme a la voluntad
divina que, para él, es de signo positivo (+). Es cierto que en las sú-
plicas que dirige al Señor, Job no deja de estigmatizar a los «malos»
que asocian /mal comportamiento/ y /buen trato/; pero, para él, la
conjunción /s2/ + /-s 1/ no es, en absoluto, lo que desea, esa conjun-
ción le parece contraria a las decisiones divinas, y por lo tanto debe
situarse -religiosamente hablando- en la disforia(-).
El último caso posible es el que sigue:
256 Análisis semiótico del discurso

buen buen

'X2
comportamiento trato

-s2 -sl
mal mal
trato comportamiento

Aquí es la conjunción /s2/ + /-sl/ la que presenta el signo positivo


(+), mientras que la asociación opuesta /sl/ + /-s2/ es de carácter dis-
fórico (-). Nos encontramos, en este caso, por ejemplo, en el universo
del sinvergüenza, del malvado, que tiene éxito en todo (recordemos
el «universo despiadado» de Dallas, caracterizado por el triste «J. R.»
en una interminable serie televisiva); desde el punto de vista del ca-
nalla, del pobre tipo, aquel que «se deja sentir», es quien asocia el
/buen comportamiento/ al /mal trato/.
Estas breves observaciones tienen como fin, sobre todo, enfatizar,
lo más claramente posible, la distinción entre el nivel temático donde
se sitúan los valores y el de su axiologización. Sean algunas articula-
ciones temáticas que vinculamos a la categoría tímica, en nuestro
medio socio-cultural europeo contemporáneo:

bien VS mal
bello VS feo
euforia verdadero VS falso disforia
G rico
amigo
VS
VS
pobre
enemigo □
VS

Pero, de hecho, podemos imaginar que uno de los valores de la


izquierda (en nuestro diagrama) sea marcado negativamente, y que un
Formas narrativas y semánticas 257

valor de la derecha lo sea positivamente. Si, en nuestro contexto socio-


cultural más corriente, el /rico/ es de orden eufórico, y el /pobre/ de
naturaleza disfórica, sucede de modo inverso para el ermitaño que se
retira al desierto, abandona los «bienes de este mundo», y prefiere una
vida /pobre/, ascética. Del mismo modo, para un falsario, lo /verdadero/
es de orden disfórico. Por supuesto, y éste es sin duda el punto más im-
portante, toda categorización temática parece remitir necesariamente a
una axiologización: si cada cual es libre de marcar cualquier valor ora
positiva ora negativamente, no puede, en cambio dejar de marcarlos de
alguna manera; incluso el discurso más objetivo, como el discurso
científico, no parece escapar a un mínimo de axiología.
Hemos anotado más arriba que, a menudo, lo figurativo pedía ser
tematizado y a través de ello -acabamos de verlo con La baba-
jaga- ser axiologizado. Esto nos parece aún más válido para lo fi-
gurativo icónico; en cambio, es muy posible que lo figurativo abs-
tracto no exija tematización alguna: es casi seguro, en ese caso, que
remita al menos a una axiologización determinada. Por eso muchos
relatos son sometidos, en el nivel profundo, a la categorización figu-
rativa abstracta «vida»/«muerte», sin recurrir de alguna manera a una
tematización intermedia correspondiente: la oposición euforia/dis-
foria permite entonces marcar los dos términos (vida/muerte) de ma-
nera diferente, y dar un valor positivo o negativo a los recorridos que
se establezca entre esos dos polos.

3. l. 2. MACRO Y MICRO-ANÁLISIS SEMÁNTICOS

En el parágrafo anterior hemos propuesto articular globalmente el


componente semántico del discurso en tres planos: figurativo, temá-
tico y axiológico. Es dable imaginar otros niveles y, sobre todo, otros
planos intermedios o sub-niveles. Sólo lo temático abarca lo prag-
mático (ejemplo: la /riqueza/) y lo cognoscitivo (todo lo que tiene
que ver con el saber o con el creer, como la /información/, la
/reflexión/, la /persuasión/, la /interpretación/, etc.) y también, pro-
258 Análisis semiótico del discurso

bablemente, otras dimensiones cuya naturaleza resta por ser determi-


nada y que se precise su estatuto. Igualmente, la categoría tímica
(euforia/disforia) no sirve únicamente para axiologizar los relatos
(trataremos más adelante, en el último capítulo, la axiologización
enunciativa), sino que también se encuentra en la base de la descrip-
ción de los estados de ánimo, de los sentimientos, de las pasiones,
que afectan a los actores. Con nuestra articulación tripartita Efigu-
rativo, temático, axiológico ), y más allá de la misma, se abren mu-
chas pistas de investigación que sólo piden ser exploradas gracias a
que contamos con unos medios cada vez más elaborados; nuestro
propósito aquí es señalarlas, situarlas, y sólo nos queda remitir al
lector a obras o artículos especializados. Precisemos, por lo demás,
que nuestra economía del componente semántico (según la articula-
ción: figurativo vs temático vs axiológico) es únicamente una simple
hipótesis de trabajo.
Dicho esto, nuestra primera aproximación al componente semán-
tico del discurso -con todos sus evidentes límites- es demasiado
general para pennitir estudios concretos. La descripción de un objeto
semiótico, como se sabe, está hecha primordialmente en función de
su material particular. En el caso del lenguaje verbal, un discurso da-
do es sólo analizable, de hecho, si se sustenta en primer lugar en las
unidades lexicales que lo constituyen. A partir de esos primeros da-
tos, el semiótico encontrará la organización semántica de conjunto y
obtendrá la coherencia interna del objeto que estudia. Son también
esos mismos datos los que permitirán al lector realizar análisis con-
cretos propuestos y juzgar la adecuación entre el modelo formal ob-
tenido y el objeto que se supone que lo representa desde el punto de
vista semiótico.

3.1.2.1. Datos lexicales y análisis sémico

En el primer capítulo hemos tratado las relaciones de isomorfía y


de correlación entre el plano de la expresión y el del contenido, de
acuerdo con la hipótesis hjelmsleviana que hemos hecho nuestra. Re-
Formas narrativas y semánticas 259

cordamos entonces cómo las investigaciones fonológicas han puesto


al día los rasgos distintivos (o femas) constitutivos de los fonemas,
sonidos o rasgos que tienen la particularidad de presentarse en gene-
ral en forma de categorías de tipo binario, por ejemplo: grave/agudo,
compacto/difuso, sordo/sonoro, vibrante/no vibrante, etc. Así, tome-
mos un ejemplo muy simple de B. Pottier 7, para la lengua francesa:
... si se elige el conjunto {p, b, m}, cada uno de los elementos puede
ser caracterizado por la presencia(=+) o la ausencia(= -) de cierto
número de rasgos:

p b m
sonoridad - + +
labialidad + + +
nasalidad - - +
oclusión bucal + + +

La hipótesis innovadora de L. Hjelmslev, decíamos, es simple-


mente haber postulado que nuestros conocimientos en materia de la
expresión son trasladables, mutatis mutandis, al plano del contenido.
En esta misma perspectiva, proponemos una relación de isomorfía
entre los dos planos del lenguaje: a los rasgQs distintivos (o femas) de
la forma de la expresión, corresponden otros rasgos de la forma del
contenido llamados sernas (tales como los «marcadores semánticos»
empleados en gramática generativa y transformacional, del género:
animado/inanimado, humano/no humano! concreto/abstracto, etc.). El
análisis sémico que ahora vamos a tratar, se plantea como formal-
mente comparable a la descripción fonológica:
El análisis sémico -nos dice B. Pottier (op. cit., pág. 62)- si-
gue este mismo proceso(= el de la fonología). Tomemos el conjunto
{ladrar, gritar, cloquear, maullar} establecido por la experiencia (por
ejemplo, los animales domésticos de una familia rural). Se debería

7
En Lingüística general. Teoría y descripción, Madrid, Gredas, 1977, pág. 61.
260 Análisis semiótico del discurso
responder a un cierto número de preguntas por sí(+), no(-) o indife-
rente (O).

De donde se obtiene el siguiente diagrama:

ladrar gritar cloquear maullar


manifestación
sonora bucal + + + +
por el gato - - - +
por el perro + + - -
por la gallina - + + -
con n decibelios o o o o
por un humano - + - -

B. Pottier considera, pues, como rasgos distintivos semánticos


-es decir, como semas- las especificaciones dadas en la columna
de la izquierda. Tomémosle otro ejemplo, tal vez más sugestivo:
He aquí otro conjunto de experiencia (citadino, viajero): {coche,
taxi, autobús, autocar, metro, tren, avión, moto, bicicleta}. Las res-
puestas a ocho preguntas sémicas (que pueden entrar en diversos
test), dan el siguiente cuadro:

sobre sobre dos indivi- de pagc 4a6 intra- transporte de


suelo raíl ruedas dual ipersonfü urbano personas
coche + - - + - + o +
taxi + - - o + + o +
autobús + - - - + - + +
autocar + - - - + - - +
metro + + - - + - + +
tren + + - - + - - +
avión - - - o + o - +
moto + - + + - - o +
bicicleta + - + + - - o +
Formas narrativas y semánticas 261

El serna «transporte de personas» podría ser «O» en el caso que se


refiera a camión o furgoneta. En este diagrama, moto y bicicleta to-
davía no se distinguen (velomotor complicaría aún más la situación).
Existe un signo, originado en una coacción de la experiencia: las dos-
ruedas.

Y nuestro lingüista concluye:


La respuesta a esas preguntas depende, en gran medida, de los
hechos socio-culturales en una determinada fecha (de ahí la inestabi-
lidad en el tiempo y en el espacio de los contenidos semánticos) 8 •

M. Tutescu, basándose en la descripción de B. Pottier, dará otros


ejemplos similares 9 :

~
si s2 s3
«franja de tierra» «que bordea el mar» «que bordea un río, un lago,
s una corriente de agua»
rivera (,·ive) + - +
orilla (,·ivage) + + -

~
«corriente «se vierte en «se vierte en una
s de agua» el mar» corriente de agua»
tío costero + + -
(jleuve)
río (,·iviere) + - +

~ En Lingüística general, págs. 62-65.


9 En Précis de sémantique fra119aise, págs. 49-50 (N. del A.). En el ejemplo pro-
puesto no hay una coincidencia término a término entre los lexemas franceses y espa-
ñoles; así, el francés distingue entre «rive» (rivera de río, lago, riachuelo, etc.) y
«rivage» ( orilla del mar; el español «ría» no coincide con esta acepción, ya que se de-
fine como «parte del tío próxima a su entrada en el mar»). Nuestra elección sólo con-
templa los usos más comunes en español ( «rivera del río»; «orilla del mar»), que des-
de luego pueden ser empleados indistintamente. En el segundo caso, el francés
también distingue «tleuve» (río que desemboca en el mar) de «riviére» (río que de-
semboca en un lago o en otro río), que en español no tiene equivalente. (N. del T.)
262 Análisis semiótico del discurso

De estos pocos ejemplos del llamado análisis sémico, se obtienen


algunos principios metodológicos subyacentes. Notaremos primera-
mente - tal es por lo común el caso en las ilustraciones que propor-
cionan los semantistas- que las unidades léxicas escogidas para la
demostración sólo pertenecen al dominio de lo figurativo, jamás al
de lo temático; de ahí el riesgo de creer que los datos conceptuales no
serían susceptibles de un tratamiento similar (vid. infra). Por eso
el punto de partida del análisis es manifiestamente el léxico: se tiene
la impresión de que se trata de las entradas del diccionario. Así pues,
se tratará, a priori, de un trabajo en lengua, y no en discurso.
Sabemos que la entrada del diccionario se la puede considerar en
el plano de la expresión -y habría que hablar, entonces, de forman-
te- o en el plano del contenido, y en este caso habría que identifi-
carla con el lexema: este segundo aspecto será el único que tendre-
mos en cuenta. El lexema es, pues, una unidad del contenido que
tiene como propiedad ser de naturaleza virtual. Así, el mismo lexema
estrella comprende varias posibilidades de sentido, como lo muestran
los siguientes enunciados:
-«Esta oscura claridad que cae de las estrellas» (Comeille).
- El sol es una estrella.
- Un general de cuatro estrellas.
- Es una bailarina estrella.

Cada una de esas posibilidades de sentido (que examinaremos


más adelante) es llamada semema y corresponde a una acepción par-
ticular del lexema, a una clase de contextos. Así, a propósito de la
ilustración de M. Tutescu, se ve de inmediato que el rasgo «corriente
de agua» (cours d'eau)no es siempre apropiado para el lexema río
(riviere), por ejemplo cuando se habla de un «río de diamantes»
(riviere de diamants), de un «río de fuego» (riviere de feu). Aquí se
constata que sólo uno de los sememas posibles -el que comporta
el rasgo «corriente de agua»- es el que se ha tenido en cuenta para
la comparación con río costero (jleuve). En este sentido, se compren-
de por qué los ejemplos elegidos por B. Pottier ilustran unidades de
Formas narrativas y semánticas 263

tipo más bien monosemémico (si, como hace él, no se tienen en


cuenta los empleos metafóricos): maullar, taxi, tren, bicicleta, etc. no
comportan prácticamente varias acepciones. Es decir, que, de esta
manera, las ilustraciones de nuestros semánticos no se remiten en
realidad a los lexemas (al contrario, entonces, de lo que dicen los
diagramas de M. Tutescu), sino, más estrictamente, a los sememas: se
pasa así, subrepticiamente, del dominio de la lengua (con todas sus
virtualidades) al del discurso (donde sólo se aprovecha, se actualiza,
en un punto de la cadena, un único semema). Si M. Tutescu recono-
ce, por ejemplo, una especie de parentesco entre río costero (fleuve) y
río (riviere), es porque excluye en cada uno de los dos lexemas, al-
gunos sememas posibles: es claro que novela-río no comprende el
rasgo distintivo «corriente de agua», como tampoco río de sangre.
El análisis sémico -llamado también componencial- se limi-
ta, pues, a comparar sólo los sememas. Para hacerlo posible, parece
que éste debe remitirse a los sememas relativamente próximos al
punto de vista semántico: obispo, nieve, hipopótamo y locomotora
son unidades demasiado alejadas unas de otras para dar lugar a una
articulación como las que acabamos de presentar. La pregunta que
surge de inmediato es relativa al criterio en que se apoya el analista
para efectuar las aproximaciones «aceptables». Se ve en los ejemplos
precedentes que ladrar, gritar, cloquear, maullar sólo tienen un ras-
go en común: «manifestación sonora bucal»; igualmente, el conjunto
{coche, taxi, autobús, autocar, metro, tren, avión, moto, bicicleta}
está constituido sobre la base del serna recurrente «transporte de per-
sonas»; incluso la presencia del rasgo «franja de tierra» tanto en rive-
ra (rive) como en orilla (rivage) es la que permite la comparación
entre esas dos unidades, igual que «corriente de agua» es identificada
tanto en río costero (fleuve) como en río (riviere). Pero podemos
preguntamos si la presencia de un serna común es realmente suficien-
te para justificar la aproximación: nos sería dificil introducir en un
diagrama, como hacen nuestros lingüistas, el conjunto (obispo, nieve,
hipopótamo, locomotora}, aun cuando, en verdad, se puede reconocer
un rasgo común muy genérico como el de «entidad visible».
264 Análisis semiótico del discurso

El análisis sémico, tal y como nos es propuesto, requiere previa-


mente un parentesco mucho más estrecho entre las unidades compa-
radas: hemos visto, con toda evidencia, que B. Portier, en su exposi-
ción tanto a propósito de los «gritos» como de los «medios de
transporte», identifica en cada ejemplo un «conjunto» (de sememas)
a partir, nos dice, de la «experiencia». A decir verdad, ese criterio del
«campo de la experiencia» 10 parece difícil de manejar e integrar en
semántica, ya que alude a los datos que dependen menos de la lengua
propiamente dicha (con su funcionamiento interno específico) que de
la enciclopedia (que remite a todas las ciencias). Haciendo suyo el
principio saussureano anteriormente recordado, según el cual «en la
lengua, sólo hay diferencias», la semántica -al menos, en nuestra
opinión - sólo debería señalar, en la comparación entre sememas, las
relaciones distintivas: no tiene por qué pronunciarse sobre el conte-
nido propio, positivo, de esas unidades, puesto que depende clara-
mente de un campo de saber o de un «dominio de experiencia» dado,
como muestran los diccionarios enciclopédicos. Desde este punto de
vista, nos parece que el criterio adelantado por B. Pottier -dado que
remite preferentemente a las «cosas» mismas, a su naturaleza intrín-
seca- se ocupa más de lo que es de orden sustancial que de lo que
es de naturaleza relacional. Estamos tentados de pensar que la
«manifestación bucal», el «transporte de personas», la «franja de tie-
1Ta» o la «co1Tiente de agua» pertenecen al dominio de las nociones,
no al de las articulaciones propiamente semánticas.
Ahora está en juego, como se ve, el estatuto mismo del serna. Se
comprobará, en primer lugar, que la única relación aprovechada
- ¿no es ésa una solución fácil que autoriza a retomar, casi sin mo-
dificaciones, los elementos definitorios que proponen los dicciona-
rios? - es la oposición privativa: cada diagrama hace alusión esen-
cialmente a la presencia/ausencia de rasgos. Cuando recurre, en
calidad de ejemplo, a la fonología, B. Pottier distingue by p (como se

10
Nos remitimos a su obra Lingüística general, pág. 323, donde se dan como
ejemplos la «politica» y la «cirugía».
Formas narrativas y semánticas 265

ha citado) según /sonoro/ vs /no sonoro/, mientras que la mayoría de


los lingüistas oponen estos dos fonemas según /sonoro/ vs /sordo/:
una cosa es lo /no sonoro/ (es decir, la ausencia total de un rasgo dis-
tintivo) y otra lo /sordo/ que, en el otro extremo del eje, marca una
relación de intensidad: se trata de una relación del más al menos, no
de presencia a ausencia.
El problema se plantea en los mismos términos cuando se pasa al
plano del contenido, al examen comparativo de los sememas. No es
casual el hecho de recurrir únicamente a la oposición privativa -y
no, por ejemplo, a las oposiciones categoriales (del tipo: vida
vs muerte) o graduales (por ejemplo: quemante vs caliente vs tibio vs
fresco vs frío vs helado)-. Sea, por ejemplo, el conocido análisis
comparativo de los «asientos» propuesto hace tiempo por B. Pottier 11 :
s1 s2 s3 s4 s5 s6
lexemas para sobre para una con res- con en mate-
sentarse pata(s) persona paldo brazos ria rígida
silla + + + + - +
sillón + + + + + +
taburete + + + - - +
canapé + + - + + +
puf + - + - - -

Como señalaba ya A. J. Greimas 12, esta descripción hace inter-


venir criterios heterogéneos. Mientras que /para sentarse/ y /para una
persona/ se relacionan con el aspecto funcional (con, de un lado, el
/hacer/: «sentarse» -y no «tenderse», por ejemplo- y, del otro,
el /sujeto de hacer/: «persona», y no «animal», por ejemplo) todos los
otros sernas (s2, s4, s5 y s6) remiten a la naturaleza intrínseca del
asiento, a lo que nos dice el saber corriente. Curiosamente, el serna
común a todos los asientos (o sea sl) no tiene que ver con su natura-

11
En «Recherches sur l'analyse sémantique en linguistique et en traductíon mé-
caníque», Universidad de Nancy, 1963.
12
En Semántica estmctura/, pág. 37.
266 Análisis semiótico del discurso

leza sino con su función. Desde luego, si se propusiera un análisis


más completo, el serna 1 debería indicar no solamente la finalidad
(= /para sentarse/), sino también su origen /fabricado para sentarse/,
lo que permitiría excluir, por ejemplo, mesa, pared, o piedra, puesto
que estos últimos objetos pueden, dado el caso, servir /para sentarse/.
Es decir, que el serna sl, por ejemplo, no es una unidad simple y, ~
por esta razón, algunos han reprochado a B. Pottier llamarlo «serna»
(entendido, entonces, comúnmente como unidad mínima de sentido:
vid. infra). Nuestro semantista se ha defendido diciendo:
Persisto en creer que /con respaldo/, /para sentarse/ son sernas
distintivos de silla, en la medida en que yo considero un conjunto se-
leccionado, que se me presenta realmente en la comunicación. En su
Sémantique structurale, A. J. Greimas piensa que tales sernas no son
«unidades mínimas». Recordemos que un serna es la unidad mínima
distintiva de un semema en relación con otros sememas asociados en
un conjunto de experiencia. «Sentarse», en ese nivel, no debe ser des-
compuesto en «pasar de la posición de pie a la posición sentado»,
después «de pie», en «verticalidad del ser humano sobre sus pies», y
así sin interrupción 13 ...

Nosotros no podemos dejar de apoyar esta posición; el sema, en


efecto, es para nosotros sólo una unidad mínima en un cierto nivel de
análisis: una misma unidad será considerada como simple o compleja
según el plano de descripción elegido; así ocurre a menudo cuando se
pasa de la acepción corriente de un lexema dado a su empleo en un
contexto científico, que por lo general tiene presente muchos otros
rasgos específicos: pensemos, por ejemplo, en histérico en nuestro
lenguaje común cotidiano y en el discurso psiquiátrico. Se reconocerá
que, en esta perspectiva, una unidad semántica, por simple que sea (y
éste es por lo general el caso del serna), está frecuentemente sujeta a
una articulación, a una descomposición en elementos constituyentes;
lo que no excluye, sin duda, que pueda haber allí átomos (en el senti-

13
En Théorie et analyse en linguistique, pág. 60.
Formas narrativas y semánticas 267

do etimológico de «indivisible») de sentido, noemas en la termino-


logía de B. Pottier 14 •
Una vez aclarado ese punto, la concepción del sema que adopta
nuestro eminente semantista nos parece muy imprecisa, demasiado
floja. En los ejemplos propuestos, los sernas corresponden, de hecho,
a los elementos de definición que recogen los diccionarios. Cierta-
mente, tales rasgos pueden ser distintivos en el nivel pragmático de la
comunicación, aunque no sea siempre seguro, en nuestro empleo co-
tidiano de la lengua, a la hora de tener en cuenta, al elegir una pala-
bra, su contenido positivo; al contrario, parecería como si la hipótesis
metodológica saussureana ( «en la lengua, sólo hay diferencias») es-
tuviera más próxima a nuestra práctica habitual: nuestra elección de
un lexema dado se efectuaría a partir de una base diferencial, por
consiguiente, de naturaleza más bien negativa. Sea lo que fuere, lo
que da problemas es, más bien, la definición misma de serna como
presencia (vs ausencia) de un rasgo: generalizada hasta este punto ¿la
oposición privativa, es verdaderamente significativa? Decir que hi-
popótamo no tiene el rasgo /para sentarse/, casi no aporta informa-
ción sobre esta unidad lexical, pues, al fin y al cabo todo lexema es,
por lo menos, la negación de todos los otros lexemas del diccionario.
A diferencia de B. Pottier, el sema no es para nosotros una unidad
de tendencia sustancial (que diría lo que son positivamente las cosas,
entidades y relaciones) sino diferencial (indicando sobre todo lo que
no son unas en relación a las otras). Mientras que B. Pottier sólo tiene
en cuenta el eje de los contradictorios (presencia vs ausencia de un
rasgo), nosotros quisiéramos recurrir, tanto si no más, al eje de los
contrarios, que se expresa en forma categorial ( de tipo: naturale-
za/cultura) o gradual (sombrío/claro). Pues nosotros concebimos al
sema como el término-final de la relación de oposición, reconocible
al menos entre dos sememas dados. Lo que resulta, por lo tanto, pri-
mero, a nuestros ojos, es la categoría sémica, uno de cuyos términos
está presente en un semema y el otro en el otro semema. Sean los dos

14
Ver Théorie et analyse en linguistique.
268 Análisis semiótico del discurso

sememas hijo e hija: los opondremos en relación con la categoría


sémica masculino/femenino, sin preocupamos demasiado por el
contenido positivo de esas dos unidades. A diferencia de la biología,
por ejemplo, o del psicoanálisis, que deben definir positivamente lo~
que es «masculino» y «femenino», la semántica sólo concibe esta
oposición bajo su aspecto discriminador, sin suscitar problemas onto-
lógicos. Aquí nos unimos a B. Pottier: la categoría sémica, de natura-
leza diferencial, sólo es perceptible a partir de un fondo de semejan-
za. Si hijo e hija se distinguen según la categoría masculino vs
femenino, tienen por lo menos en común el serna /filiación/ (que se
opone a /procreación/, en la relación descendiente/ascendiente).
Sea la siguiente distribución, donde las denominaciones entre ba-
rras oblicuas designan a los sernas en cuestión (en cierto nivel de la
descripción):

/macho/ vs /hembra/
1
1 hombre 1 muLr I niño :J- /humano}

toro vaca ternero } vs /animado/


gallo gallina pollo
pato pata patito /animal/
caballo yegua potro
j~c_arn_e_ro--.-_ _o_v_,.ej__,aj jcorctero¡
1
/adulto/ vs /pequeño/

Si se multiplicasen los sememas, ampliando así el dominio de la


comparación, se demostraría que lo /animado/ se opone a lo /inani-
mado/, etc.
Para el ejemplo que sigue, adoptamos la distribución en forma de
diagrama. A diferencia de las presentaciones de B. Pottier o de
M. Tutescu, los sernas van ahora de dos en dos: puesto que están en
relación de oposición y de complementariedad, cada semema com-
Formas narrativas y semánticas 269

prende uno u otro término de la categoría sémica, a menos que evi-


dentemente -y entonces se le anotará con un O- no tenga nada que
ver con ellas (el ser humano puede ser /macho/ o /hembra/, como hijo
o hija son /adultos/ o /pequeños/):

~ s
/animal/
hombre mujer niño padre madre hijo

- - - - - -
hija hennano hennan2 primo prima

- - - - -
/humano/ + + + + + + + + + + +
/macho/ + - o + - + - + - + -
/hembra/ - + o - + - + - + - +
/adulto/ + + - + + o o o o o o
/pequeño/ - - + - - o o o o o o
(línea
directa)
/ascendiente/ o o - + + - . o o o o
/descendiente, o o + - - + + o o o o
(línea cola-
teral)
/1.'" grado/ - - - - - - - + + - -
/2." grado/ - - - - - - - - - + +

Tomemos de A. J. Greimas (en Sémantique structurale, págs. 33-


35; cf. trad. esp., pág. 52) un esquema del mismo género, pero de ca-
rácter un poco más sutil:

ts
alto
bajo
a
especialidad dimensionalidad verticalidad horizontalidad perspectividad lateralidad

+
+
+
+
+
+
-
-
-
-
-
-
largo + + - + + -
corto + + - + - -
ancho + + - + - +
angosto + + - + - +
vasto + -
grueso + -
270 Análisis semiótico del discurso

Este último diagrama, lo adivinamos de inmediato, no comporta


una simple enumeración de sernas (cuyo orden seria indiferente, co:
mo lo es en B. Pottier): los cuatro últimos rasgos (verticalidad, hori-
zontalidad, perspectividad, lateralidad) sólo son la expresión, las
formas de la /dimensionalidad/. La aportación de A. J. Greimas con-
siste aquí en pasar de un simple inventario de sernas a su posible je-
rarquización. De aquí se obtiene la siguiente distribución gráfica (vid.
trad. esp., pág. 50), bastante esclarecedora:

espacialidad

dimensionalidad no dimensionalidad

horizontalidad verticalidad superficie volumen


alto/bajo vasto/reducido grueso/delgado
perspectividad lateralidad
largo/corto ancho/angosto

Este esquema debe ser completado de la siguiente manera: los le-


xemas en negrita se oponen uno al otro según la relación /gran canti-
dad/ vs /pequeña cantidad/. Así, por ejemplo, ancho se definirá por
los rasgos (jerarquizados) siguientes: /espacialidad/ + /dimensiona-
lidad/ +/horizontalidad/+ /lateralidad/ + /gran cantidad/. No se trata
de un simple inventario, sino de un conjunto ordenado, jerarquizado,
según el cual se va del todo (en la parte superior del esquema) a las
partes (en la parte inferior del esquema). La hipótesis subyacente es
la siguiente: el semema sería un conjunto hipotáctico de sernas.
Una vez precisados la naturaleza de los sernas y el tipo de rela-
ción que son capaces de mantener unos con los otros, es posible vol-
ver al semema para un examen complementario, pues no olvidemos
que es a partir de esta unidad de base sobre la que operamos en pri-
mera instancia, desde la que nosotros preferimos proceder al análisis
semántico de un texto, de un discurso.
De acuerdo con una de las hipótesis semánticas, comúnmente
admitida (según los autores, con variaciones terminológicas y con-
Formas narrativas y semánticas 271

ceptuales más o menos importantes), el semema se definiría por la


conjunción, por una parte, de sernas nucleares -que constituyen al-
go así como su centro («núcleo») permanente- y, por la otra, de
semas contextua/es (llamados también clasemas), ligados a la posi-
ción precisa del semema en el discurso. El semema comprendería,
entonces, una parte invariante y una parte variable en relación con su
inserción contextual. Tomemos un ejemplo muy simple no ya en el
dominio de lo figurativo, corno hemos hecho hasta ahora, sino en el or-
den temático, conceptual. Sea el calificativo buena(o) en las diez ocu-
rrencias siguientes (el orden no es en absoluto pertinente):

(1) Una buena sopa.


(2) Un buen negocio.
(3) Una buena noche.
(4) Una buena comerciante.
(5) Una buena solución.
(6) Una buena descripción.
(7) Una buena acción.
(8) Una buena tierra.
(9) Una buena ducha.
( 1O) Un buen viaje.

Sin querer proceder al análisis del núcleo de buena(o), digamos


sumariamente que es identificable con una /apreciación positiva/, rasgo
que se encuentra en esos diez enunciados. El sema contextual es el que
diferencia cada una de las ocurrencias: ( 1) se sitúa en el plano gustati-
vo, (2) en el nivel económico; en (3) buena se parafrasea como
«descansada, en el plano fisiológico», mientras que en (4) ese califica-
tivo se interpretará como «que cumple bien su oficio»; en (5) buena
equivale a «satisfactoria en el plano intelectual» y, en (6), a «bien he-
cha, conforme a las normas habituales»; (7) es una apreciación positiva
en el plano moral; en (8) el adjetivo debe ser comprendido como «que
tiene las cualidades que se espera de ella», en (9) corno «que da pla-
cer»; por último, según (10), decir a alguien «¡Buen viaje!» es desearle
un desplazamiento sin inconvenientes, sin accidentes.
272 Análisis semiótico del discurso

Tomemos un caso más complejo, el del análisis del lexema cabe-


za, extraído de A. J. Greimas 15 • Sigámosle paso a paso en su demos-
tración. Cuando compara algunos empleos contextuales de ese lexe-
ma, nos damos cuenta muy pronto de que hay por lo menos dos
modos de considerar cabeza. Conforme al primero, cabeza es perci-
bida en una relación del todo con las partes que la constituyen (es la
relación llamada hiperotáctica). Teniendo en cuenta el corpus de ca-
sos disponibles, se opondrá, pues, las partes aparentes a las partes
subyacentes: en el primer caso (lo que es aparente), cabeza designa la
parte cubierta por los cabellos (ejemplo: «lavarse la cabeza») o la
parte no recubierta por los cabellos, que podemos identificar global-
mente con el rostro (ejemplo: «tenía una cabeza pensativa»); en el
segundo caso (lo que es subyacente), cabeza debe ser interpretada
como la parte ósea («abrir a uno la cabeza», «quebrarse la cabeza»).
Hay un segundo modo de considerar cabeza: como la parte de un
todo (relación hipotáctica). Para A. J. Greimas, cabeza se define en
este caso ya como un organismo visto a manera de unidad discreta
(«esa manada está compuesta de cien cabezas»), ya como un ser vivo
o con vida («pagó con su cabeza»; «poner precio a la cabeza de al-
guien»), ya, por fin, como ser humano («nos toca a tanto por cabe-
za»).
Cualquiera que sea el modo de considerar al lexema cabeza, hay
al menos un elemento invariante, por lo tanto un núcleo sémico que
sería: «parte del cuerpo». Recorriendo el conjunto del corpus, nuestro
semántico se dio cuenta que, desgraciadamente, ese núcleo no figura
en muchas ocurrencias. De manera más sistemática esta vez, procedió
a un primer inventario de su material y descubrió tres sememas dife-
rentes, que no incluyen, en absoluto, el rasgo «parte del cuerpo»:
-/extremidad/+ /superioridad/+ /verticalidad/ (ejemplo: «cabeza de
un árbol»);
-/extremidad/ + /anterioridad/ + /horizontalidad/ + /continuidad/
(«cabeza de un canal»);

15
En Semántica estructural, pág. 65.
Formas narrativas y semánticas 273
-/extremidad/+ /anterioridad/ + /horizontalidad/ + /discontinuidad/
(«furgón de cabeza», «cabeza del cortejo»).

Una comparación permite obtener un núcleo compuesto por dos


sernas. Por una parte, el rasgo /extremidad/, está presente, por ejemplo,
en numerosas formas idiomáticas («de la cabeza a los pies», «de la ca-
beza a la cola», «ni cabeza ni cola»); por la otra, teniendo en cuenta
que, en todos los casos, se trata de la «primera extremidad» (por opo-
sición a pies o a cola, que hacen explícita la segunda), A. J. Greimas
propone el serna /superatividad/: cuando la /superatividad/ está asocia-
da a la /verticalidad/, se identifica con la /superioridad/; cuando está
conjunta con la /horizontalidad/ corresponde a la /anterioridad/; es de-
cir, simplemente, que la /superatividad/ subsume la /superioridad/ («de
la cabeza a los pies») y la /anterioridad/ («de la cabeza a la cola») como
sus dos expresiones espaciales posibles. Se comprobará entonces que si
el núcleo sémico de cabeza se define como /extremidad/ + /super-
atividad/, los otros sernas (horizontalidad, verticalidad, continuidad o
discontinuidad) son de orden contextual.
Después de un segundo inventario, nuestro semántico obtuvo los
tres sememas siguientes:
a) /esfericidad/ («cabeza de un cometa», «cabeza de alfiler»),
b) /esfericidad/+ /solidez/ ( «quebrarse la cabeza», «cabeza abierta»),
e) /esfericidad/+ /solidez/+ /continente/ («meterse en la cabeza»).

Aquí, /solidez/ y /continente/ son de modo manifiesto sernas


contextuales, cuyo serna nuclear es /esfericidad/. Cada uno de los dos
grandes inventarios nos llevan a reconocer así la existencia de
dos núcleos diferentes: de un lado /extremidad/+ /superatividad/, del
otro /esfericidad/. La pregunta que se plantea entonces es saber si no
sería posible identificar un único núcleo, válido para los dos inventa-
rios. Como lo enfatiza A. J. Greimas en ese punto:

... en las clases b) y e), la palabra cabeza significa, sin duda de ningu-
na clase, «parte del cuerpo»; pero para que pueda hacerlo, es necesa-
274 Análisis semiótico del discurso
rio primeramente que la cabeza sea concebida como «extremidad su-
perativa», que a cabeza corresponda pies. En cuanto a la clase a), sa-
bemos que el cometa posee, además de una cabeza, una cola y que a
la cabeza de alfiler corresponde, en la otra extremidad, la punta. El
esquema /extremidad/ + /superatividad/, que hemos destacado como
núcleo sémico del primer inventario, constituye, por consiguiente, la
parte común de los dos inventarios 16 •

¿Qué hacer entonces con /esfericidad/, rasgo que evidentemente


estaba ausente en el primer inventario? La respuesta, para nuestro
autor, es de lo más simple. El primer inventario (representado por ca-
beza de un árbol) no ha tenido en consideración el carácter dimen-
sional del espacio que, sin embargo, estaba implícito: se ve claramen-
te que /esfericidad/, como extensión espacial llena o llenable, se
encuentra subyacente en «parte del cuerpo» (en «quebrarse la cabe-
za», por ejemplo).
Según se trate -nos dice entonces A. J. Greimas- del espacio
vacío, constituido por puras dimensiones o, por el contrario, de la ex-
tensión hecha de superficies y de volúmenes, la extremidad misma será
concebida ya como un límite impuesto a tal o tal otra dimensión, ya
como una hinchazón de la extensión, o dicho de otro modo, sea como
un punto en relación con la línea (continua o discontinua), sea como un
esferoide en el mundo de los volúmenes 17 •

Y nuestro autor concluye:


Esta oposición «punto» vs «esferoide» puede ser formulada, con-
secuentemente, como una estructura compleja que manifiesta ora su
término positivo, ora su ténnino negativo 18 •

Así se justificaría la ausencia de /esfericidad/ en el primer inven-


tario. Pero esto no deja de presentar problemas, ya que postular la

16
En Semántica estructural, págs. 72-73.
17
En Semántica estructural, pág 73.
18
En Semántica estructural, ibid.
Formas narrativas y semánticas 275

virtualización de una parte del núcleo, cuando ésta no es directamen-


te identificable parece, si no un deus ex machina, sí al menos una
solución fácil, comparable al funcionamiento de la presencia/ausen-
cia de un serna en los ejemplos de B. Pottier o de M. Tutescu, que
pennitía hacer aparecer/desaparecer tal o cual rasgo de la definición
según las necesidades del momento. Si A. J. Greimas se ve obligado
a presuponer la virtualización de /esfericidad/ en el primer inventario,
es por una razón muy precisa: el análisis lexemático -marco en que se
sitúa este brillante estudio práctico- busca a todas luces reducir al
máximo la proliferación de homónimos.
Ya se trate de las investigaciones de B. Pottier o de A. J. Greimas,
el procedimiento seguido es muy semejante; dicho procedimiento parte
del lexema (o, a menudo, del semema) y se cierra, por necesidad, sobre
sí mismo. Efectivamente, nuestros semánticos tratan de conseguir una
organización semántica subyacente del lexema, tal que sea capaz de
abarcar todos los contextos posibles, todos los sememas a que da lugar.
Incluso, dejando a un lado el problema del formante(= el significante
de la entrada del diccionario), el estudio de los lexemas, tomado de este
modo de forma separada (por lo tanto, en lengua), suscita sin duda al-
guna problemas metodológicos y teóricos. Sabemos muy bien-por la
experiencia de haber trabajado durante muchos años en la redacción del
Trésor de la Langue Fran(:aise (TLF)- que la descripción estructural
más hábil de un lexema deja con frecuencia algunos «restos»: armado
con una red sintáctica y semántica, el lexicógrafo trata, como anterior-
mente nuestros semánticos, de obtener un núcleo permanente y habida
cuenta de las clases de contextos reconocidas, enumera -de manera
orgánica, jerárquica (lo que no hacen la mayoría de diccionarios), en lo
posible- todos los sememas documentados (= las diferentes acepcio-
nes de sentido). Sucede frecuentemente, por desgracia, que el sistema
descriptivo adoptado no toma en cuenta todas las ocurrencias posibles;
entonces, el lexicógrafo se ve tentado o bien a pasar por alto los seme-
mas «de sobra», especialmente si son semirrecurrentes en el corpus
considerado, o bien añadirlos, de manera más o menos acrobática, a las
acepciones ya clasificadas. ·
276 Análisis semiótico del discurso

La semántica léxica (llamada hace tiempo lexicología: vid. cap. 1)


-que ha dominado hasta ahora y cuyas investigaciones actuales son
particulannente importantes 19, por ejemplo, para la descripción de las
lenguas naturales en informática- choca con una dificultad casi irre-
soluble, por el simple hecho de proponerse deliberadamente no per-
der de vista los formantes: el plano de la expresión es para ella un
punto de referencia absolutamente inevitable. Porque en lexicografia
se tiene postulado que todo lexema, cualquiera que sea su contexto de
empleo, es a priori una verdadera unidad semántica que comprende
un núcleo sémico invariante, gracias al cual se le reconoce siempre y
en todo lugar como tal. Sea, por ejemplo, el lexema francés plateau
con sus tres posibles acepciones: a) «soporte plano que sirve para
colocar y transportar objetos»; b) «extensión de terreno bastante pla-
na ... », y c) «plataforma donde se presenta un espectáculo»: estos tres
sentidos funcionan a partir de algunos sernas nucleares comunes:
/objeto (natural/artificial)/+ /horizontalidad/+ /espesor/ 20 • Pero no es
éste siempre el caso: no siempre es posible identificar un núcleo sé-
mico común a todos los sememas de un lexema determinado y, en tal
caso, el diccionario -como el Lexis- está tentado de multiplicar
los homónimos.
De hecho, si el semántico se esfuerza por trabajar en el nivel del
esquema (por repetir la terminología hjelmsleviana) se ve, al mismo
tiempo, sometido a las presiones del uso 21 : el esquema corresponde
aquí a las redes semánticas subyacentes, a un intento de estructura-
19
Tales como, por ejemplo, las de F. Rastier en su Sémantique interprétative.
20
Plateau se traduce al español, según el caso, como a) «bandeja; b) «planicie» y
e) «tablado», ya que ninguno de estos lexemas españoles abarca, por sí solo e inde-
pendientemente, los tres sememas del lexema francés (plateau). Un ejemplo semejan-
te al propuesto, en nuestra lengua, sería el del lexema soporte, con sus dos acepciones
posibles: a) «apoyo o sostén», y b) «cada una de las figuras que sostienen el escudo»;
en este caso, los sernas nucleares comunes serían: /objeto (natural/artificial)/ +
/verticalidad/+ /resistencia/. (N. del T.)
21
Esta oposición entre esquema y uso debe ser aquí relativizada, puesto que, a
menudo, el esquema es sólo una cristalización, una sedimentación del uso; éste es, por
ejemplo, el caso del «esquema narrativo canónico», anteriormente presentado.
Formas narrativas y semánticas 277

ción sémica, mientras que el uso preside la lexicalización concreta


(que explica, por ejemplo, el hecho por el cual existen, en francés,
muchas palabras de tres y más sílabas, mientras que todas las posibi-
lidades de combinación a partir de dos sílabas no se han aprovechado
totalmente, como lo muestra el fonema /ae). Es decir, que el lexicó-
grafo se mueve en el vacío: por un lado, se sirve de articulaciones
sintácticas y semánticas para la clasificación de los contextos, para
obtener sernas y sememas, articulaciones que, sea cual sea su sofisti-
cación, no llegan a agotar totalmente el corpus tratado; por otro lado,
es requerido por los datos socio-históricos y culturales determinantes
que no puede integrar en su esquema y que informan, por su parte,
sobre acepciones estructuralmente imprevisibles.
Analicemos, por ejemplo, en francés greve (= «terreno plano ...
situado al borde de una corriente de agua») y greve (= «cesación vo-
luntaria y colectiva del trabajo»). En la lexicografia actual, los dic-
cionarios consideran unánimemente esas dos «greve» como homó-
nimos: al postular que no tienen el mismo núcleo sémico, proponen
dos entradas distintas (greve 1 y greve 2). Se reproduce así un poco el
caso de louer, que significa tanto «declarar digno de admiración» (=
louer 1) como «alquilar» (= louer 2), pero con una diferencia no des-
preciable: louer 1 tiene como etimología latina laudare, louer 2 pro-
viene del latín tocare; lo mismo sucede con masse (= «sustancia sóli-
da o pastosa», del latín massa, o «mazo grueso de madera ... », del
latín popular mattea) 22 e incluso con détacher que se puede leer co-
mo antónimo de attacher (= atar, ligar, vincular) o como la acción de
quitar las manchas, de limpiar. Y sin embargo el caso de greve es
muy diferente del de louer, de masse o de détacher: efectivamente,
en un momento dado de la historia francesa, las dos acepciones de
«greve» fueron parientes próximos; etre en greve (~ «estar en paro»)
indicaba a comienzos del siglo x1x, quedarse en la plaza de Greve
22
En español, sucede algo semejante con escatológico: 1 (del griego esxatos
('último')-/ogos ('tratado') = «creencias referentes a la vida de ultratumba»); 2 (del
griego sxatos ('excremento')-/ogos ('tratado')= «referente a los excrementos y sucie-
dades»). (N. del T.)
278 Análisis semiótico del discurso

(que, en París, estaba al borde del Sena, cerca del actual Ayuntamien-
to) esperando un trabajo. En la competencia semántica del francés
contemporáneo, las dos greve no son apercibidas como si poseyeran
un núcleo sémico común: por lo que se ve, la disjunción no proviene
del esquema sino del uso.
Estas breves observaciones nos llevan a plantearnos la siguiente
pregunta: ¿es verdaderamente indispensable obtener cada vez -para
cada lexema- un núcleo sémico invariante y, en consecuencia, co-
locar aparte los sernas contextuales? Semejante procedimiento pare-
ce imponerse casi necesariamente cuando se trabaja en lengua, como
en el caso del lexicógrafo que trata de determinar semántica y/o sin-
tácticamente todos los sememas posibles de un lexema: apelando al
recurso del invariante (= los sernas nucleares) y de las variables
(= los sernas contextuales), salvaguarda al menos el lexema como
unidad de contenido; el diccionario -que deja constancia de la len-
gua, aunque bajo la forma de un discurso particular 23 - encuentra así
una base relativamente segura. En cambio, en el momento en que nos
situamos no ya en el plano de la lengua sino en el del discurso, pare-
ce que tal distinción no debe imponerse. Sea el lexema estrella. Va-
rios sememas, hemos dicho, son previsibles, como lo muestran los si-
guientes enunciados propuestos más arriba:
( 1) «Esta oscura claridad que cae de las estrellas» (Comeille).
(2) El sol es una estrella.
(3) Un general de cuatro estrellas.
(4) Es una danzarina estrella.

En el enunciado ( 1) se tiene la acepción más común de estrella,


que conlleva al menos los siguientes rasgos: /objeto/ + /celeste/ +
/brillante/ + /nocturno/ + /poco luminoso/; ese semema se opone na-
turalmente a luna (que por lo menos tiene como rasgo diferencial:

23
Desde este punto de vista, se debería reconocer que el diccionario es sólo una
fonna particular de discurso que se sirve de todo un sistema semántico subyacente,
absolutamente comparable con aquel que subtiende un texto o un relato.
Formas narrativas y semánticas 279
/bastante luminoso/), pero también y sobre todo a sol (que comporta
los rasgos /muy luminoso/ y /diurno/). La frase (2) se sitúa en otro
contexto, el del discurso astronómico: aquí los sernas /poco lumino-
so/, /brillante/ y /nocturno/ ya no son pertinentes y ceden su lugar al
rasgo /producción de energía/, por ejemplo. No obstante, en (1) y (2),
estrella conserva los dos primeros sernas (/objeto/ + /celeste/) que
permite reconocer en ella a un astro (= «todo cuerpo celeste natural
visible», según el dice. Petit Robert), término precisamente escogido
por el diccionario como primera característica definitoria de estrella.
En el enunciado (3) no figura ninguno de los rasgos sémicos destaca-
dos en (1), aparte, tal vez, del serna /objeto/ (pero ¿no desaparece éste
en «hotel de cuatro estrellas»?): de lo que se trata es de la forma en
que se representan comúnmente las estrellas en nuestra cultura: sea
/(objeto)/ + /rayos/ que se encuentra, por ejemplo, en «estrella de
cuatro, de cinco puntas». En (4), por último, sólo subsiste un serna
-/brillante/- que se toma en sentido figurado: se trata de una bai-
larina «cuya reputación, su talento brilla» (dice. Petit Robert).
Este rápido examen comparativo nos incita a pensar -y el caso
de estrella no es, evidentemente, un hapax - que no siempre, nece-
sariamente, existe un núcleo sémico constante, recubierto por un lexe-
ma dado; nuestra hipótesis sería aquí la siguiente: si los lexemas
axiológicos (como buena/bueno: vid. supra) parecen comprender ge-
neralmente un núcleo estable, sucede de modo distinto con los lexe-
mas de tipo figurativo. El hecho de que un mismo lexema correspon-
da a variadas acepciones, muy alejadas, ciertamente, si no totalmente
extrañas entre sí (hasta el punto de que algunos diccionarios, como el
Lexis, propongan muchos más homónimos que otros, vistas las difi-
cultades que, según parece, tienen para identificar un núcleo sémico
común), debe ser revertido a cuenta del uso: ¡sería, por lo menos
asombroso que el esquema pudiera dar cuenta de todo ello! No olvi-
demos que los lexemas pueden ver variar, al filo de los siglos, sus
sememas, conservando, sin embargo, el mismo formante. En el capí-
tulo anterior hemos aludido a las Hadas de Perrault: en la edición
Garnier, algunos lexemas, precedidos por esa razón con un asterisco,
280 Análisis semiótico del discurso

se han de interpretar en un sentido diferente del que conocemos hoy;


así, la honestidad, que se trata en este cuento, debe ser entendida co-
mo cortesía, educación, por lo tanto, fuera de toda connotación mo-
ral; lo mismo, brutal quiere decir grosero, mal educado, dejando a un
lado el serna /violencia/ que hoy le atribuimos.
Por eso adoptamos una posición mucho menos coercitiva que la
de los lexicógrafos. Consideramos, en efecto, que el lexema abarca
un conjunto de sernas, algunos de los cuales son actualizados por el
contexto (según, eventualmente, relaciones jerárquicas entre ellos),
otros virtua/izados y ello sin recurrir al invariante que serían los se-
mas nucleares; cada actualización particular correspondería a un se-
mema dado. Sea el lexema baile que el diccionario define como
«reunión donde se baila (actualmente, tanto popular como de gran
pompa)». A partir de algunos contextos particulares, se ve de inme-
diato cuáles son los semas que se tienen en consideración contex-
tualmente; sean, pues, los siguientes rasgos representados por algu-
nos enunciados:
( 1) la /gestualidad/ (ya que la danza es un movimiento ritmado del
cuerpo): «fatigado por el baile», «abrir el baile»;
(2) la /sociabilidad/: «baile popular», «baile público», «baile real»,
«baile de máscaras»;
(3) la /temporalidad/: «durante el baile», «el baile le pareció intermi-
nable»;
(4) la /espacialidad/: «ella fue al baile».

Los diferentes sememas no aparecen todos en cada caso: los que


no figuran allí pasan entonces, digamos, a un segundo plano, prestos
a reaparecer desde luego en otro contexto.
Teniendo en cuenta que el lexema depende, decíamos, más del uso
que del esquema, descartaremos aquí como no pertinente para el análi-
sis del discurso (que es nuestro objetivo), la distinción entre semas nu-
cleares y semas contextuales (llamados también clasemas). En cam-
bio, contrapondremos los semas actualizados -que se manifiestan en
un contexto determinado a los semas virtuales que el lexema guarda,
Formas narrativas y semánticas 281

podría decirse, en la memoria y que naturalmente está en condiciones


de valer en otro lugar, en un entorno textual diferente. Aclarado esto,
cae de su peso que un semema-coyuntural, en un discurso dado, no in-
cluirá generalmente todos los sernas que puedan figurar bajo el lexema
correspondiente (a menos que éste sea mono-semémico): no hay nin-
guna necesidad, desde luego, para el análisis (en discurso) de un se-
mema dado, de recurrir a la enciclopedia (como sugiere U. Eco), sa-
biendo que su contenido sémico es principalmente función del contexto
que selecciona los rasgos que le son, por lo tanto, esenciales.
Es en esta perspectiva donde conviene situar, por ejemplo, la
problemática de los campos léxicos (G. Maurand), muy eficaz peda-
gógicamente: se trata de una metodología que pretende obtener de las
unidades lexemáticas de un discurso concreto, los rasgos sémicos
comunes, recurrentes, y organizarlos en función de las articulaciones
narrativas. A ese tipo de análisis con propósitos inicialmente didácti-
cos, que es función del discurso, se opone otra aproximación que se
sitúa del lado de la lengua: aludimos aquí a la elaboración de los
campos semánticos (J. Trier) que apunta hacia la estructuración se-
mántica de un corpus lexemático (ejemplo: la terminología del paren-
tesco, en una lengua determinada).

3.1.2.2. Isotopías y homologaciones categoriales entre los niveles


semánticos del discurso
Cuando queremos proceder al análisis semántico de un texto, sólo
contamos con los sememas que lo constituyen. Uno de los fines de la
descripción será obtener, por lo menos, las redes de relaciones sémi-
cas que subtienden el discurso examinado. Tomado aisladamente,
cada semema (= acepción de sentido, válida para una clase entera de
contextos), dotado de su organización interna (de naturaleza jerárqui-
ca, por ejemplo) no tiene, nada que ver, a priori, con otras unidades
del mismo género. Sucede de otra manera cuando, por ejemplo, dos
sememas se aproximan en un contexto discursivo dado.
Así, baile e ir comprenden cada uno un cierto número de sernas
que los caracterizan: son, por lo tanto, de naturaleza polisémica. Si
282 Análisis semiótico del discurso

ahora se les inserta en discurso, por ejemplo en el enunciado «Ella va al


baile», se comprneba de inmediato que se produce un fenómeno llama-
do isotopía, según el cual se instaura como una especie de parentesco
entre esas dos unidades a priori extrañas entre sí, parentesco que se
funda, como se ve, sobre un serna común, aquí el de la /espacialidad/.
Hemos notado ya que baile se caracteriza por varios rasgos: /gestual/ +
/social/ + /temporal/ + /espacial/, etc. Por lo demás, si ir se asocia a
menudo a lo /espacial/, puede asimismo comprender otra acepción que
excluya ese rasgo, por ejemplo, en «Ella va bien» o «Eso le va como un
guante». Es la colocación de va y de baile, uno al lado del otro, lo que
obliga a seleccionar un denominador común, que el lector identificará
de inmediato con el rasgo /espacial/.
Un mismo enunciado puede comprender, ciertamente, niveles
isotópicos diferentes por el hecho mismo de la polisemia de las uni-
dades en cuestión. Sea, por ejemplo, la siguiente interrogación:
«¿Esta noche, irá ella en carroza al baile?». Si se tiene en cuenta que
«carroza» guarda relación con lo /espacial/ (es un tipo de vehículo
que sirve para el transporte, para el desplazamiento de un lugar a otro
como, por ejemplo, en el caso de Cenicienta) y con lo /social/ en ra-
zón de su carácter lujoso, y que «ella» evoca tanto a un sujeto anima-
do, capaz de movimiento, como a lo /humano/, se pueden obtener
varias isotopías posibles:

/temporalidad/
1
/humanidad/
1
/indi~idual/ /sócial/
~ ,,¡:; ;¡, ,11
,,¿ Esta "noche, '
irá ella en carroza al baile?»
1'
"' I
/espacial dinámico/ /espacia. ltestat1co
,. /
(movimiento) (espacio)
t t
1
/espacialidad/
Formas narrativas y semánticas 283
Diremos, generalizando, que la recurrencia de un serna en dos o
más sememas determina una isotopía: si ésta presupone al menos dos
unidades diferentes, puede también abarcar a un número indefinido
de sememas, ya que es susceptible de extenderse, por ejemplo, a todo
un amplio discurso. A propósito de este esquema que persigue fines
pedagógicos, anotemos que algunas figuras (como la del baile), por
el hecho mismo de su polisemia, dependerán, dado el caso, simultá-
neamente de varias isotopías: en la medida en que esas isotopías se
desarrollan a lo largo de un texto, se constatará un fenómeno de pluri-
isotopía (o poli-isotopía); recordemos, por ejemplo, el análisis de
Salud de Mallarmé, propuesto por F. Rastier 24, donde ciertas unida-
des lexemáticas se pueden interpretar, al mismo tiempo, en términos
de banquete, de navegación y de escritura.
A partir de lo anterior, es evidente que la isotopía sólo es posible
si los sememas tenidos en cuenta comportan virtualmente, cada uno
por su lado, el rasgo sémico que establecerá su parentesco contextual.
Hemos aludido más arriba, un poco irónicamente, a un conjunto bas-
tante extraño (obispo, nieve, hipopótamo, locomotora) y subrayado
que apenas existe, en la lengua, proximidad sémica entre esos ele-
mentos constituyentes. Sin embargo, esas figuras tan disparatadas a
primera vista, son susceptibles-según un juego bien conocido- de
entrar en un enunciado coherente, desde el momento que se abandona
la lengua por el discurso: «A través de los campos de nieve, la loco-
motora, conducida por el obispo, llevaba en uno de sus vagones un
soberbio hipopótamo»; una frase semejante puede perfectamente re-
cibir un análisis del tipo que acabamos de proponer con «¿Esta no-
che, irá ella en carroza al baile?».
Hecha esta aclaración, se pueden, no obstante, prever ciertos ca-
sos donde exista incompatibilidad entre sememas; en este caso será
imposible obtener un serna común, una isotopía. Sea el enunciado:
«El caballo informatiza la hierba»; aunque sintácticamente está bien
construido, sin embargo es dificilmente interpretable en el plano se-

24
En A. J. Greimas (editor), Essais de sémiotique poétique, págs. 80 y sig.
284 Análisis semiótico del discurso

mántico: en la medida en que el caballo es herbívoro, puede asociar-


se al semema hierba; en cambio, informatizado es anisótopo (= no
isótopo). Para el locutor español medio (y fuera de una codificación
específica, por ejemplo, en tiempos de guerra), esta frase presenta di-
ficultades, pero en un discurso surrealista es posible que no quedara
deslucida y seguramente se encontraría algún exegeta sagaz que pro-
pusiera una interpretación coherente en un universo de discurso ex-
tenso. Como el lector medio (del cual hemos dicho -en el cap. 1, a
propósito de la significación primaria- que es postulado por todas
las ciencias del lenguaje) no tiene esa competencia, tratará espontá-
neamente, ante un enunciado como éste u otros semejantes, de esta-
blecer una isotopía.
Además de la isotopía (más o menos) imposible, existe otro caso,
el de la isotopía indecidible. Tomemos uno de los ejemplos más
simples. Si comparamos estos dos enunciados, «El soldador está
acatarrado» y «El soldador es de metal», vemos que el mismo lexema
-soldador- en un caso se emplea con el serna /animado/, en el
otro con el rasgo /inanimado/. En cambio, la frase «El soldador no
trabaja» es a priori indecidible: puede tratarse ya del instrumento de
soldar ya de la persona encargada de realizar la soldadura. La inter-
pretación, como se ve, sólo es posible por ampliación del contexto.
Nos vemos así inclinados a reconocer a la isotopía una función esen-
cial de desambiguación. En tal caso se comprenderá mejor una de las
definiciones de isotopía, enunciada hace tiempo por A. J. Greimas
(recordemos que es el autor de esta noción) únicamente para el do-
minio semántico:
Por isotopía, entendemos un conjunto redundante de categorías
semánticas que hace posible la lectura uniforme del relato, tal y como
resulta de las lecturas parciales de los enunciados y de la resolución
de sus ambigüedades que es guiada por la búsqueda de la lectura
única 25 •

25
En Du Sens, pág. 188.
Formas narrativas y semánticas 285
Notaremos de pasada que el concepto de isotopía no se limita sólo
al dominio sémico, aun cuando éste haya sido, para su inventor, el
punto de partida. Así, M. Arrivé señala un fragmento de las CEuvres
completes, pág. 825, de A. Jarry, donde la producción de la palabra
adaboua puede ser casi exhaustivamente descrita a nivel de la isotopía
del plano de la expresión: «Vous avez un clou dans la plante du pied.
C'est aussi la planche du salut. Avec ton baton, tu es l'homme des bois.
Si tu es l'homme des bois, tu es l'homme des planches, un homme
brouhaha des bois, adaboua» 26 :
Adaboua está constituida, en efecto, por la a redoblada de
brouhaha y la sílaba bwa de bois (madera/bosque). Sólo la ocurrencia
- d - entre las dos primeras a de adaboua parece no estar determi-
nada por la isotopía de la expresión 27 •

Paralelamente, en lingüística frástica se puede hablar de isotopía


sintáctica, por ejemplo con la iteración de la marca del femenino en
el enunciado: «Esta bella espectadora es seductora». Por esta razón,
siguiendo a F. Rastier, se puede concebir la isotopía de modo más
general como la redundancia de unidades lingüísticas, manifestadas
(en fonología o en morfos in taxis) o no (en el nivel sémico), pertene-
cientes al plano de la expresión o al del contenido. Esta definición es
particularmente interesante cuando se trata de describir semiótica-
mente, por ejemplo, un poema: entonces es posible tomar en conside-
ración las correlaciones entre niveles isotópicos diferentes (fonoló-
gico, sintáctico, semántico).
Dejemos aquí a un lado el análisis poético, que hace intervenir
también el plano de la expresión y volvamos solamente a la isotopía
semántica -situada, pues, en el nivel del contenido- que nos pare-

26
«Usted tiene un clavo en la planta del pie. Es también la tabla de salvación
(= planche du salut, literalmente tabla de salud). Con su bastón, usted es el orangután
(= homme des bois, literalmente hombre de los bosques/maderas). el hombre de las
tablas, un hombre algarabía de los bosques (maderas), adaboua.»
27
M. Arrivé, en Langages, núm. 31, pág. 55.
286 Análisis semiótico del discurso

ce esencial para la descripción del discurso. Hemos definido antes la


isotopía como la recurrencia de un serna en por lo menos dos seme-
mas de un enunciado, es decir, que la isotopía es de naturaleza pro-
piamente sintagmática. Planteado esto, recordemos que el sema no es
una entidad en sí misma, sino que es de naturaleza diferencial, dis-
tintiva, más exactamente, uno de los dos extremos terminales de una
relación de oposición entre sememas. Transpongamos esto al marco
de la isotopía.
Diremos, entonces, que a un sema isotopante debe corresponder,
en el discurso considerado, y al menos de manera implícita, otro se-
rna isotopante contrario. De carácter sémico, la oposición competirá
no ya a dos sememas sino a dos conjuntos de sememas que, como
acabamos de recordar, se definen cada uno por la recurrencia de uno
de los dos términos de la categoría sémica. Ya en nuestro rápido
examen del enunciado «¿Esta noche, irá ella en carroza al baile?»,
opusimos lo /espacial dinámico/ («irá») a lo /espacial estático/
(«baile»). Como anteriormente, en nuestra Sémantique de l'énoncé:
applications pratiques hemos ilustrado ese punto sin la respectiva
explicación metodológica supuestamente conocida, en especial, con
nuestra descripción de un fragmento de El león de J. Kessel: en ese
texto, se obtiene, de un primer conjunto de sememas, una isotopía
sobre la base del serna /alto/ («el león levantó la cabeza», «su cola
barrió el aire», «la melena un instante erguida», «él se levantó a
medias»); otras coyunturas definen la isotopía contraria, la de lo
/bajo/ («echado sobre el costado», «el hocico pegado al suelo», «me
apoyaba en el piso»). Nosotros, naturalmente, subsumimos la cate-
goría alto/bajo con la /verticalidad/ que hemos opuesto a la /hori-
zontalidad/ la cual se articula, en ese texto, según la relación cer-
ca/lejos, oposición que permite tener semánticamente en cuenta dos
grandes grupos de sememas correspondientes (por ejemplo, de un la-
do, «la distancia»; del otro, «apretado contra», «al alcance de», «yo
tocaba al león»).
En este ejemplo, las isotopías de la /verticalidad/ y de la /horizon-
talidad/ se sitúan desde luego en el nivel de lo figurativo abstracto,
Formas narrativas y semánticas 287
ya que lo figurativo icónico corresponde al nivel semémico (dado el
gran número de rasgos, de la densidad sémica más fuerte, que enca-
ra). Gracias a la isotopía, los sememas se encuentran así reagrupados,
constituidos en clases: aquí los que dependen de lo /alto/, en oposi-
ción a los que tienen el rasgo /bajo/, los que expresan /cerca/ en opo-
sición a los que comportan el rasgo /lejos/. De tal suerte que en el ni-
vel del discurso manifestado, aparece una articulación general de lo
figurativo. Claro está, si así sucede, los sememas de naturaleza temá-
tica serán susceptibles de recibir el mismo procedimiento: se les rea-
grupará a partir de una misma base isotópica, en relación a un serna
(temático) recurrente dado, y se les opondrá a otro conjunto de se-
memas del mismo nivel; en el relato de J. Kessel, ciertas recurrencias
tienen como rasgo común la /amistad/, otros su contrario, la /ene-
mistad/. Así sucederá incluso en el nivel axiológico con la valoriza-
ción (eufórica), en ese fragmento, de la /amistad/ y de la /audacia/,
con la desvalorización (puesta en perspectiva disfórica) de la /ene-
mistad/ y del /miedo/. En todos los casos, la isotopía no es, en absolu-
to, un procedimiento vuelto sobre sí mismo; es lo que hace posible la
categorización figurativa, temática y axiológica de un enunciado da-
do: es algo así como el eje que permite pasar de la micro-semántica
(que opera en el nivel lexemático) a la macro-semántica (que asume
un universo de discurso entero), o a la inversa. Por supuesto, así co-
mo antes dejamos el serna (en cuanto rasgo considerado sólo en sí
mismo) en provecho de la categoría sémica, del mismo modo ahora
debemos pasar de la isotopía (como recurrencia de un serna) a la ca-
tegoría isotópica que, sola, permite la articulación semántica del dis-
curso.
Una vez identificadas las categorías isotópicas en los tres niveles,
figurativo, temático y axiológico, corresponde al análisis correlacio-
narlas unas con otras, puesto que las diferentes isotopías figurativas
pueden estar -como sucedió con El león- en una relación parabó-
lica respecto al mismo dato conceptual, temático (amistad/enemistad,
en la ocurrencia), que las subtiende:
288 Análisis semiótico del discurso

niveles semánticos categorías isotópicas


1. nivel axiológico euforia vs disforia
2. nivel temático amistad VS enemistad
inmovilidad VS movimiento
silencio vs ruido
3. nivel figurativo
cerrado VS abierto
(abstracto)
pequeño vs grande
sombrío VS luminoso

Así se ve mejor cómo se efectúa el paso de la micro-semántica a


la macro-semántica:
a) en un primer momento, el examen comparativo de los seme-
mas de un texto dado permite poner en claro las categorías sémicas
subyacentes;
b) nos damos cuenta, cuando varias de esas categorías sémicas
son recurrentes, que constituyen, por lo tanto, otras tantas categorías
isotópicas;
c) la última etapa consiste en distribuir esas categorías isotópicas
según los niveles semánticos (figurativo, temático, axiológico) del
discurso, niveles en los cuales hemos demostrado ya las correlaciones
y homologaciones posibles.
Más adelante propondremos una representación más metódica, más
detallada, de este procedimiento aquí solamente evocado, con nuestro
análisis (parcial) de un cuento de G. de Maupassant, Una vendetta.

3.1.3. SINTAXIS Y VERTIMIENTOS SEMÁNTICOS

3.1.3.l. Sintaxis vs semántica


El término semántica tiene, en esta obra, por lo menos dos acep-
ciones diferentes. Ya sea, como en el primer capítulo, que designe la
forma del contenido en su conjunto, ya sea al contrario -tal será aho-
ra el caso-, que corresponda sólo a uno de los dos componentes del
contenido (en el nivel del discurso), siendo el otro la sintaxis
Formas narrativas y semánticas 289

(narrativa). Para poder dar una definición un poco más precisa, nos será
necesario volver un instante a las formas narrativas (cap. 2) para preci-
sar su estatuto, pues, como veremos, sintaxis y semántica se relacionan.
Teniendo en cuenta la isomorfta postulada entre la frase y el discur-
so (a partir de la base de las posibilidades reconocidas de expansión y
de condensación) hemos propuesto -conforme a la enseñanza de L.
Tesniere, anteriormente dos veces mencionada- transponer en lo po-
sible al orden narrativo nuestros conocimientos de sintaxis frástica.
Además, en uno y otro caso, una de las características de la sintaxis es la
de ser una construcción propiamente semántica, que no tiene obligato-
riamente un soporte correspondiente en el plano de la forma de la ex-
presión: esto es evidente en sintaxis narrativa (como ya señalábamos en
nuestro análisis de El león), donde la identificación de las unidades co-
mo los segmentos modales, prácticamente debe ponerse siempre en tela
de juicio; sucede lo mismo en sintaxis frástica, como lo ponen de mani-
fiesto los procedimientos de adjetivación (una mujer enforma, una ca-
misa deportiva), de adverbialización (él habla alto) o de nominalización
(el comer, el yo), que confieren a un elemento lingüístico una nueva
función sintáctica sin otorgarle, no obstante, las marcas morfológicas
habituales correspondientes; los mejores gramáticos reconocen que
no hay relación bi-unívoca entre naturaleza y función de los elemen-
tos: elementos de igual naturaleza pueden tener diferentes funciones
(un nombre puede ser sujeto o complemento), y una misma función
puede ser asegurada por elementos de diferente naturaleza (un atribu-
to puede ser un nombre o un adjetivo) 28 •

Admitiendo que la categorización sintáctica es de orden semántico,


nos alejamos al mismo tiempo de las gramáticas formales, de los pro-
cedimientos chomskianos por ejemplo que, en un comienzo, trataban
de construir una sintaxis frástica totalmente independiente de los datos
semánticos; después la gramática generativa y transformacional ha
debido, como se sabe, volver sobre sus pasos e introducir en sintaxis
los «marcadores semánticos» (categorías sémicas del género: animado
28
M. Arrivé, F. Gadet y M. Galmiche, La grammaire d'aujourd'hui. pág. 665.
ANÁLISIS Sl:MIÚTICO. - l0
290 Análisis semiótico del discurso

vs inanimado, humano vs no humano, concreto vs abstracto, etc.). En


semiótica postulamos, en cambio, que la sintaxis narrativa no sea una
forma vacía de sentido, que las organizaciones actanciales y modales
son realmente significantes. En esta perspectiva, podemos preguntarnos
acerca de aquello que diferencia los dos componentes sintáctico y se-
mántico, considerando que uno y otro dan cuenta, cada uno por su
parte, de lo que hemos llamado la significación primaria.
La diferencia aparece, en primer lugar, en el plano de los análisis
concretos, donde de hecho es posible hacer una disociación. Partamos
de un dato semántico planteado como una invariante: en tal caso, éste
es vinculable a unidades o a estructuras sintácticas diferentes. Así, en
los tres enunciados:
a) La costurera trabaja.
b) Ella practica la costura.
c) Ella cose,

la misma carga semántica-en este caso, la costura- está vinculada bien


al sujeto (en 1), bien al objeto (en 2), bien, por último, a la función (en 3).
En el mismo sentido, tomemos una «huelga» determinada, con todas sus
particularidades locales, tal como se presenta en todos los diarios de la
mañana, acompañada de fotografias. Tenemos allí un dato semántico co-
mún, que va a ser asumido por articulaciones sintácticas (y semánticas)
variables según los diarios. Para unos, por ejemplo, esta acción será vista
como un medio de liberación que alegan los trabajadores oprimidos; para
otros, se tratará de una lamentable desorganización de la economía, etc.
Semióticamente, el mismo dato semántico está en condiciones de ocupar
posiciones modales diferentes: /poder hacer/ en la primera interpretación,
/no poder hacer/ en la segunda. (Ciertamente, en un análisis más acabado
será necesario tener en cuenta no sólo la contextualización sintáctica, sino
también el universo semántico propio, ya que una misma huelga puede ser
objeto de tematizaciones y de axiologizaciones diferentes.) Recordemos
que aquí comienza la gran problemática de los motivos, ya se trate de lite-
ratura oral o de historia del arte (en música, pintura, escultura, arquitectura,
etc.); así, hemos tenido la ocasión de estudiar las diferentes posiciones na-
Formas narrativas y semánticas 291

rrativas que ocupa la secuencia «matrimonio» en el cuento popular ma-


ravilloso francés (vid. bibliografia); también al tema de los motivos (en et-
noliteratura) se dedica una de nuestras obras, Le conte populaire .franr;ais:
poétique et mythologie.
En una segunda etapa, se procederá de manera inversa, tomando
como invariante la forma narrativa: el vertimiento o incorporación
semántica se considerará, en este caso, como una variable. Baste con
evocar, por ejemplo, todo el trabajo realizado por V. Propp en su
Morfología del cuento: a partir de una centena de cuentos (y de sus
variantes), el gran formalista ruso obtiene una estructura narrativa re-
currente(= la serie de las 31 funciones), dejando así a un lado, meto-
dológicamente, los «valores variables», es decir, los contenidos se-
mánticos particulares propios de cada tipo de relato. Tomemos un
ejemplo más preciso. Hemos presentado anteriormente un armazón
sintáctico breve de Cenicienta, que recordamos aquí (las flechas ver-
ticales indican el sentido de las presuposiciones unilaterales, las fle-
chas horizontales el sentido de la transformación):

/h/ del príncipe (matrimonio)

l
/-qh/----- /hq/ - - - - /qh/ del príncipe } .
(seducción) + conjunción
amorosa
l /qh/ de Cenicienta

/-phq/----- /phq/ (conjunción espacial:


l encuentro en el baile)
/-pphql.-----+ /pphq/ (vestirse, subida
a la carroza)

l
/-ppphq/----+ /ppphq/ (don de la madrina)

l
/-pppphq---- /pppphq/ (encuentro con la madrina)
292 Análisis semiótico del discurso

Podemos conservar este mismo armazón, pero con un vertimiento


semántico diferente, lo que muestra bastante bien la autonomía de los
dos componentes sintáctico y semántico:

1
/h/ ( cooperación económica
de dos Estados, S l y S2)

/-qh/ - - - - / h q / /qh/ de SI}


(amenaza) + alianza
t /qh/ de s2 económica
/-phq/ -----+ /phq/ (fuerza disuasoria)

/-pphq/
¡ .
/pphq/ (arma de tipo nuclear)

/-ppphq/ /J,pphq/ (investigación científica


t en el dominio nuclear)
/-pppphq/ - - - - /pppphq/ (aumento de impuestos)

Esta última ilustración, absolutamente elemental, permite enfati-


zar una vez más la autonomía posible de los dos componentes, sin-
táctico y semántico. Tomemos, en el plano narrativo, la pareja PN de
uso/PN de base y, en el nivel semántico, las dos configuraciones:
«matrimonio» por un lado, «fortuna» por el otro. Correlacionemos
ahora los dos componentes de la manera que sigue (las flechas indi-
can el sentido de la presuposición unilateral):

~
a
,
PN de uso PN de base
e
a
variable 1 «matrimonio» ::: «fortuna»
variable 2 «fortuna» ::: «matrimonio»

Cada una de las dos «variables» corresponde a una historia dada:


según la primera, el «matrimonio» permite el acceso a la «fortuna»; se-
gún la segunda, el sujeto puede «casarse» gracias a la «fortuna>>.
Formas narrativas y semánticas 293

Parece, así, evidente que sintaxis y semántica no pueden confun-


dirse. Pero queda por determinar el criterio distintivo. Es claro, en
principio, que esos dos componentes no se distinguen en modo algu-
no por el nivel de posible generalidad: las categorías de sujeto/objeto
o de destinador/destinatario no son, a priori, más universales que las
de vida/muerte o de naturaleza/cultura. A diferencia de ciertos lin-
güistas, no pensamos que se pueda especificar la sintaxis por el con-
cepto muy extenso de relación, ni siquiera por el de jerarquía: los
dos son absolutamente indispensables en sintaxis y en semántica. El
único rasgo diferencial que hemos podido identificar hasta ahora, es
el siguiente: la semántica parece considerar una organización de tipo
paradigmático (la relación «o ... o» ), mientras que la sintaxis sería del
orden sintagmático (la relación «y ... y»).
En nuestro estudio de un fragmento de El león de J. Kessel, al
que hemos aludido varias veces, hemos podido constatar, decíamos,
que la oposición alto/bajo es una relación no orientada, simétrica (se
puede también decir: bajo/alto), por lo tanto de tipo paradigmático;
en cambio, desde el punto de vista sintáctico, es la posición respecti-
va de los dos términos de la categoría, en su relación mutua, la que se
revela pertinente: el recorrido puede efectuarse de lo /alto/ hacia lo
/bajo/ o a la inversa. Otro ejemplo que explota la terminología sin-
táctica y no ya la que parece más semántica: la oposición suje-
to/objeto y destinador/destinatario son, en cuanto tales, de orden pa-
radigmático, por lo tanto de naturaleza semántica; al contrario, la
sintaxis atribuye a esos términos una relación de asimetría, de
orientación, según la cual el sujeto precede al objeto, el destinador al
destinatario. Como se ve, no es, en absoluto, un contenido particular
el que opone sintaxis y semántica, sólo un tipo de relación; es decir,
finalmente, que un mismo material dado puede ser enfocado desde un
punto de vista sintagmático, desde un punto de vista paradigmático, o
bien bajo un ángulo sintáctico o bien bajo un ángulo semántico.
294 Análisis semiótico del discurso

3.1.3 .2. Sintaxis y semántica


Varias veces hemos aludido a nuestra descripción de algunas pá-
ginas de El león de J. Kessel 29 , especialmente a propósito de la dis-
tinción y de la correlación de los niveles figurativo y temático. Re-
cordemos la articulación semántica adelantada:

nivel temático amistad vs enemistad


cerrado VS abierto
silencio VS ruido
nivel figurativo inmovilidad VS movimiento
sombrío VS luminoso
fresco vs cálido

Se trata de sernas que son presentados cada uno en diferentes se-


memas: esas categorías temáticas y figurativas designan, por lo tanto,
otras tantas isotopías subyacentes al texto de J. Kessel. Esta distribu-
ción paradigmática-a la que conviene añadir el componente tímico
(euforia/disforia)- puede ser correlacionada entonces con el plano
narrativo, sabiendo que en ese relato de El león, la /amistad/ es inter-
pretable en términos de /conjunción/ y la /enemistad/ de /disjunción/.
De donde surge la homologación general siguiente:
plano narrativo conjunción vs disjunción
nivel temático amistad vs enemistad
cerrado VS abierto
silencio vs ruido
plano semántico nivel figurativo inmovilidad vs movimiento
sombrío vs luminoso
fresco vs cálido
nivel axiolóJdco euforia vs disforia

A decir verdad, ese diagrama -que comprende también lo que


concierne al plano narrativo- es de orden realmente semántico: ho-
29
En Sémantique de l'énoncé: applications pratiques.
Formas narrativas y semánticas 295
mologa, en efecto, oposiciones cuyos términos constituyentes están
en relación de simetría; como decíamos anteriormente, podemos in-
vertir la presentación (escribiendo: disjunción vs conjunción, enemis-
tad vs amistad, abierto vs cerrado, etc.) sin modificar en nada la natu-
raleza de la relación. Para hacer aparecer el componente sintáctico,
bastará con reemplazar el signo de oposición («vs») por una flecha
que indicaría la orientación, el recorrido efectuado, en este caso el
que, en el relato de J. Kessel, va de la disjunción inicial a la conjun-
ción final, de la /enemistad/ a la /amistad/ y, correlativamente, de lo
/abierto/ a lo /cerrado/, del /ruido/ al /silencio/, del /movimiento/ a
la /inmovilidad/, de lo /luminoso/ a lo /sombrío/, de lo /cálido/ a lo
/fresco/ y, en el nivel axiológico, de la /disforia/ a la /euforia/.
Veamos otro ejemplo. Sea la siguiente homologación:
plano narrativo conjunción vs disjunción
nivel temático saber vs ignorancia

Se pasará de esta articulación paradigmática -por lo tanto de or-


den semántico- a una forma sintáctica, por ejemplo, con el recorri-
do que va, narrativamente, de la /disjunción/ a la /conjunción/ y, te-
máticamente, de la /ignorancia/ al /saber/. El relato consistirá, pues,
en pasar de un estado 1 (ignorancia) a un estado 2 (saber); en térmi-
nos sintácticos diremos que un sujeto dado, S2, en un principio dis-
junto del objeto /saber/, luego le está conjunto:
(S2 U O) ➔ (S2 r, O).

Esos dos estados narrativos -inicial y final - corresponden na-


turalmente a dos isotopías en relación de oposición -las de /saber/ y
de /ignorancia/- las cuales subsumen, cada una, dado el caso, los di-
ferentes sememas del texto estudiado.
Esta transformación emplea un PN en el que el estado final de
conjunción indicado presupone, evidentemente, un estado previo
de disjunción (o, por lo menos, de no-conjunción: vid. cap. 2):
PN = H { Sl ➔ (S2 r, O)}.
296 Análisis semiótico del discurso

Se asiste aquí al vertimiento (o incorporación) semántico(a) de


una estructura sintáctica muy simple que es el PN, vertimiento que sólo
hará participar a uno de los dos sernas (recurrentes) de la categoría iso-
tópica temática, en este caso el /saber/. (En nuestro análisis de Una
vendetta, en el siguiente parágrafo, tendremos ocasión de tratar el ver-
timiento semántico de forma más compleja mediante el esquema narra-
tivo canónico). Incorporando aquí el /saber/ en el objeto (== O), se se-
mantiza al mismo tiempo, basándose en este rasgo sémico que instaura
así una isotopía, todos los otros constituyentes del PN. Supongamos
que la realización de ese PN sea de tipo transitivo (según el cual los
roles de sujeto de hacer y de sujeto de estado son asumidos por dos ac-
tores diferentes): el tema específico (vs el tema genérico que es el
/saber/) será la /información/. De esta manera, tenemos en S 1 un sujeto
de hacer /informante/, en S2 un sujeto de estado /informado/; la función
o el hacer se identificarán con la /información/ (como acción); en
cuanto al objeto, le corresponderá la /información/:
plano narrativo: H { S1--➔ (S2 n O )}
1 1 1 1 saber
nivel temático: /información/ /informante/ /informado/ /información/

Mientras que el plano narrativo pone de relieve la diferencia de


los constituyentes sintácticos, el nivel temático destaca, en cambio, la
permanencia de la isotopía, gracias a un serna recurrente. Encontra-
ríamos una situación análoga en el caso de que la adquisición del
/saber/ fuese de naturaleza reflexiva (las funciones de sujeto de hacer
y de sujeto de estado serían asumidas, en este caso, por un solo y
mismo actor): el tema correspondiente - también específico en rela-
ción al tema genérico del /saber/- sería el de la /reflexión/:
H s1_., c~2 n o )}
saber

/reflexión/ /sujeto /reflexión/


(como acción) reflexionante/ (como objeto)
Formas narrativas y semánticas 297

De estos dos ejemplos conservaremos sobre todo la estrecha corre-


lación que debe existir entre los dos componentes sintáctico y semánti-
co: tal vez el análisis podrá ser convincente, desde el punto de vista
semiótico, cuando llegue a demostrar formalmente - a propósito de los
textos que estudia- las interrelaciones entre esos dos componentes.

3.2. Esnmm DE UN CASO (UNA VENDEITA DE G. DE MAUPASSANT)

3.2.1. ELECCIÓN DEL OBJETO A ANALIZAR

En el estado actual de sus propuestas teóricas y metodológicas, re-


lativas a una descripción elemental de los textos, la semiótica clásica,
que presentamos en este volumen, tal vez no sea capaz aún de analizar,
de manera pertinente y suficientemente convincente, un discurso de al-
guna importancia, por ejemplo, de la dimensión de una novela. Más
allá de las incontables variaciones de escuela - ¡y son numerosas las
moradas en la gran casa semiótica!-, lo que caracteriza fundamental-
mente a ese tipo de aproximación es tener en cuenta de modo constante
la relación significante/significado (vid. cap. 1) y, correlativamente, la
afirmación según la cual a todo cambio de la expresión -por mencio-
nar la terminología hjelmsleviana- corresponde una modificación en
el plano del contenido, y viceversa. Es la primacía dada a esta relación
de presuposición recíproca (o de solidaridad) entre el significante y el
significado, lo que nos separa sensiblemente del debate, tradicional en
literatura, que opone elfondo a laforma.
De hecho, y bastante a menudo, la descripción semiótica del texto
literario se efectúa (salvo en poesía, por ejemplo) sólo en el plano del
significado, como haremos aquí; desde este punto de vista, mejor de-
beríamos hablar de un análisis semántico. Sin embargo, nuestro pro-
cedimiento -y es esto lo que lo funda y especifica- no quisiera
perder nunca de vista el significante correspondiente, de tal manera
que puedan ser convalidados en lo posible los resultados obtenidos:
tomando el texto literalmente, por así decirlo, el semiótico no se
298 Análisis semiótico del discurso

arriesga a decir más de lo que hay en el texto que examina y evita tal
vez también la tentación - frecuente, es verdad, en muchas demos-
traciones de ese tipo- de seleccionar sólo lo que le agrada, en de-
trimento de otros datos textuales dejados deliberadamente olvidados.
Mientras se permanezca en el marco del micro-análisis (y nuestro
estudio es uno de ellos), el lector puede verificar por sí mismo, al
menos en parte, la conformidad entre el objeto de que se trata y las
aserciones del descriptor; le toca así juzgar la relación de adecua-
ción, mayor o menor, entre la organización propuesta del significado
y el significante de que dispone. En cambio, al considerar un material
mucho más importante, el macro-análisis es tan poco fiable como tan
aleatoria es la remisión al plano de la expresión. Sin duda, la vía se
abre aquí con más amplitud a lo arbitrario, a una intuición sin dudas,
a una inteligencia con seguridad, pero fuera de todo control lingüísti-
co o semiótico riguroso, peligro al que hemos advertido en nuestro
estudio «Sémiotique et théologie du péché» 30 •
Se comprenderá así nuestra elección de Una vendetta de G. de
Maupassant: la brevedad de este cuento 31 es plenamente compatible
con las capacidades actuales del saber hacer semiótico que, como se
sabe, puede aplicarse, dado el caso, hasta en los más pequeños detalles.
En vista de ello, nadie ignora, como acabamos de recordar, que las es-
cuelas semióticas son muy diversas: con ello queremos reconocer que
otros procedimientos de análisis podrían ser aplicados a ese mismo
texto, sin llegar necesariamente a idénticos resultados. En efecto, no
olvidemos que como el «pensamiento salvaje» caro a C. Lévi-Strauss,
nuestras descripciones en ciencias humanas dependen, también, más
del «bricolaje» que de una verdadera construcción científica. Con esto
queremos indicar por adelantado los límites de la aproximación semió-
tica, cualesquiera que sean sus postulados y sus articulaciones explica-
tivas: aquí todo dogmatismo semiótico debe ser denunciado. El análisis,

30
En Sémantique de J'énoncé: applications pratiques.
31
Ha sido extraída de Cantes dujour et de la nuit, París, Ed. Gallimard, Col. Fo-
lio, 1984,págs.135-141.
Formas narrativas y semánticas 299
cualesquiera que sean sus resultados, debe efectuarse bajo el signo de
una modestia intelectual, de una incertidumbre congénita.
Pero el hecho de que sean posibles diferentes descripciones se-
mióticas de un mismo objeto, no quiere decir que necesariamente
tengan el mismo valor: ¡hay ciertos «bricolajes» más logrados que
otros! Es al lector a quien toca juzgar su adecuación respecto al texto
examinado. Dicho esto, incluso al interior de nuestro marco teórico y
metodológico -no es inútil subrayar que éste ha sido suficientemen-
te probado, como lo demuestra un gran número de traducciones y de
publicaciones en todo el mundo-, podrían ser propuestas diferentes
representaciones semánticas de Una vendetta: esto no debería sor-
prendemos, ya que lo propio de un texto, máxime si es literario, es
admitir una pluralidad -relativa- de lecturas, respecto a las isoto-
pías tomadas en consideración. El carácter poético de un objeto pue-
de que se mida, en parte, por la multiplicidad de sus interpretaciones
posibles, por su pluri-isotopía; por donde se revela la diversidad de
paráfrasis y comentarios que es capaz de recibir. Recordemos, por
otra parte, que la semiótica no pretende, en absoluto, extraer el senti-
do de un texto; ésta se propone, a lo sumo, efectuar la descripción de
la significación primaria (o del sentido lingüístico medio, en el caso
del lenguaje verbal), dejando a las otras ciencias humanas, mejor
provistas, el cuidado de avanzar en la comprensión y la interpretación
de los discursos, de obtener las significaciones secundarias.
Sea, pues, el texto Una vendetta, de G. de Maupassant, que va-
mos a tratar de analizar más o menos detalladamente:

La viuda de Paolo Saverini vivía sola con su


hijo en una humilde casucha junto a los muros de
Bonifacio. La ciudad, levantada sobre un saliente
de la montaña, y suspendida en algunos sitios justo
5 encima del mar, mira, sobre el estrecho erizado de
escollos, hacia la costa más baja de Cerdeña. A sus
pies, p.or el otro lado, rodeándola casi por completo,
un corte del acantilado, que parece un gigantesco
corredor, le sirve de puerto y conduce hasta las pri-
300 Análisis semiótico del discurso
1O meras casas, después de un largo circuito entre dos
abruptas murallas, los barquichuelos de pesca ita-
lianos o sardos; y cada quincena, el viejo vapor as-
mático que hace el servicio desde Ajaccio.
Sobre la blanca montaña, un montón de casas
15 pone una mancha aún más blanca. Parecen nidos de
pájaros salvajes, aferrados a la roca, dominando aquel
paso terrible por el que apenas se aventuran los na-
víos. El viento, sin descanso, azota el mar, azota la
desnuda costa, arañada por él, apenas vestida de yer-
20 ba; se precipita en el estrecho y devasta sus orillas.
Las estelas de pálida espuma prendidas a los negros
salientes de las innumerables rocas que revientan por
todas partes las olas, parecen jirones de velamen flo-
tando y palpitando en la superficie del agua.
25 La casa de la viuda de Saverini, asida al borde
mismo del acantilado, abría sus tres ventanas a este
salvaje y desolado horizonte.
Allí vivía ella sola, con su hijo Antonio y su pe-
rra, la «Vivaracha», una gran bestia magra, de pelos
30 largos e hirsutos, de la raza de los mastines. Servía
al muchacho para ir de caza.
Una noche, después de una disputa, Antonio
Saverini fue muerto a traición, de una puñalada, por
Nicolás Ravolati, quien, aquella misma noche, se
35 dirigió a Cerdeña.
Cuando la anciana madre recibió el cuerpo de
su hijo, que unos que pasaban le llevaron, no lloró,
sino que permaneció largo tiempo inmóvil, mirán-
dolo; después, tendiendo su mano arrugada sobre el
40 cadáver, le prometió la vendetta. No quiso que na-
die se quedara con ella, y se encerró junto al muer-
to, en compañía de la perra que aullaba. Aullaba
este animal de una manera continuada, de pie, al la-
do del lecho, la cabeza vuelta hacia su amo y con la
45 cola entre las patas. No se movía más que la madre,
que, inclinada ahora sobre el cuerpo, la mirada fija,
Formas narrativas y semánticas 301
derramaba gruesas lágrimas silenciosas contemplán-
dolo.
El muchacho, tendido de espaldas, con su cha-
50 quetón de grueso paño, agujereado y desgarrado el
pecho, parecía dormir; pero tenía sangre por todas
partes: en la camisa arrancada para los primeros
auxilios, en el chaleco, en los pantalones, en la cara,
en las manos. Coágulos de sangre se habían cuajado
55 en la barba y en los cabellos.
La vieja madre se puso a hablarle. Al oír su
voz, la perra calló.
- Sí, sí, tú serás vengado, mi pequeño, mi niño,
mi pobre hijo. Duerme, duerme, tú serás vengado,
60 ¿me oyes? Es tu madre la que lo promete, y tu madre
nunca ha faltado a su palabra, tú bien lo sabes.
E inclinándose lentamente sobre él, puso sus
labios fríos sobre los labios muertos.
Entonces Vivaracha se puso de nuevo a gemir.
65 Lanzaba un largo alarido monótono, desgarrador,
horrible.
Allí se quedaron los dos, la mujer y el animal,
hasta el amanecer.
Antonio Saverini fue enterrado al día siguiente, y
70 poco después nadie volvió a hablar de él en Bonifacio.

No había dejado hermanos ni primos carnales;


ningún hombre que pudiera llevar a cabo la vendet-
ta. Sólo la madre, una vieja, pensaba en ello.
Al otro lado del estrecho, la vieja miraba de la
75 mañana a la tarde un punto blanco en la costa. Es
un villorrio de Cerdeña, Longosardo, donde se re-
fugian los bandidos corsos perseguidos. Aldehuela
habitada casi exclusivamente por esos bandidos,
frente a las costas de su patria; allí esperan el mo-
80 mento de regresar, de volver al monte. En ese case-
río, ella sabía que se había refugiado Nicolás Ravo-
lati.
302 Análisis semiótico del discurso
Completamente sola todo el santo día, sentada a
su ventana, miraba allá lejos, pensando en la ven-
85 ganza. ¿Cómo se las arreglaría, sin nadie, enferma,
tan cercana a la muerte? Pero había empeñado su
palabra, había jurado sobre el cadáver. No podía
olvidar, ni esperar por más tiempo. ¿Qué haría? Pa-
saba las noches en vela; no tenía sosiego ni tranqui-
90 lidad; cavilaba, obstinada. La perra, a sus pies,
dormitaba y, a veces, levantando la cabeza, aullaba
a la lejanía. Desde que su amo no estaba allí, aulla-
ba con frecuencia de ese modo, como si lo llamara,
como si su alma de animal, desconsolada, guardara
95 así un recuerdo que nada puede borrar.
Pues bien, una noche, cuando Vivaracha de nue-
vo se ponía a gemir, la madre de repente tuvo una
idea, una idea salvaje, vengativa y feroz. La meditó
hasta la mañana; luego, levantándose a los albores del
100 día, se fue a la iglesia. Oró, prosternada en el pavi-
mento, abatida ante Dios, suplicándole que la ayuda-
ra, la amparara y diera a su pobre cuerpo gastado la
fuerza que necesitaba para vengar al hijo.
Después, regresó a casa. Había en el patio un
105 viejo barril desvencijado, que recogía el agua de las
goteras; lo volcó, lo vació y lo fijó al suelo con ta-
rugos y piedras; después encadenó a Vivaracha a
esta perrera y entró en casa.
Andaba de un lado a otro, sin descanso, en su
11 O habitación, la mirada fija siempre en las costas de
Cerdeña. Allá lejos estaba el asesino.
La perra estuvo aullando todo el día y toda la
noche. Al amanecer, la vieja le llevó agua en una
jofaina; pero nada más; ni sopa ni pan.
115 Pasó el día. Vivaracha, extenuada, dormía. Al día
siguiente tenía los ojos relucientes, los pelos erizados
y tiraba desesperadamente de su cadena.
La vieja no le dio tampoco de comer. El animal
enfurecido ladraba con voz ronca. Pasó la noche.
Formas narrativas y semánticas 303
120 Entonces, al levantar el día, la señá Saverini fue
a casa del vecino a pedirle dos cestos de paja; tomó
los harapos que en otro tiempo había llevado su
marido, los rellenó de paja para simular un cuerpo
humano.
125 Y clavando un palo en el suelo, delante de la
guarida de Vivaracha, ató a él aquel monigote, que
parecía así mantenerse de pie. Luego hizo una figu-
ra de cabeza con un paquete de ropa vieja blanca.
La perra, sorprendida, miraba a aquel hombre de
130 paja, y se callaba, aunque devorada por el hambre.
Entonces la vieja fue a comprar a la carnicería
una tripa entera de morcilla negra. Al llegar a casa,
encendió una lumbre en el patio, junto al banil, y asó
su morcilla. Vivaracha, enloquecida, saltaba, echaba
135 espumarajos por el hocico, clavados los ojos en la
morcilla, cuyo tufillo se le colaba hasta las entrañas.
Después la madre hizo con aquella camaza hu-
meante una corbata para el hombre de paja. Y estu-
vo liándola un buen rato alrededor del cuello, como
140 si formara un cuerpo con él. Cuando hubo conclui-
do, desató a la perra.
De un salto formidable, el animal alcanzó la gar-
ganta del espantajo y, con las patas sobre los hom-
bros, se puso a desgarrarla. Caía, con un trozo de su
145 presa entre los dientes, luego se lanzaba de nuevo,
hundía sus colmillos en las cuerdas, arrancaba algu-
nos pedazos de comida, volvía a caer y tomaba a
saltar encarnizada. Arrancaba el rostro con fuertes
dentelladas, hacía pedazos todo el cuello.
150 La vieja, inmóvil y muda, miraba, chispeantes
los ojos. Después tomó a encadenar al animal, le hizo
ayunar dos días y recomenzó el extraño ejercicio.
Durante tres meses la acostumbró a esta especie
de lucha, a estas comidas conquistadas a dentellada
155 limpia. Ya no la encadenaba, sino que con un gesto
la arrojaba sobre el maniquí.
304 Análisis semiótico del discurso
Le había enseñado a desgarrarlo, a devorarlo,
aun cuando no hubiera ningún alimento escondido
en su garganta. Luego le daba, como recompensa, la
160 morcilla asada para ella.
Tan pronto corno percibía al hombre, Vivaracha
temblaba; luego volvía los ojos hacia su ama, que le
gritaba con voz silbante, alzando un dedo: «¡Anda!».

Cuando juzgó que había llegado la hora, la ma-


165 dre Saverini fue a confesarse y a comulgar un do-
mingo temprano, con un fervor extático; después, con
un traje de hombre, se disfrazó de viejo mendigo an-
drajoso, y contrató a un pescador sardo que la condu-
jo, acompañada de su perra, al otro lado del estrecho.
170 Llevaba en un saco un buen trozo de morcilla.
Vivaracha no probaba bocado desde hacía dos días. La
vieja la hacía oler a cada momento la presa apetito-
sa y la excitaba.
Entraron en Longosardo. La corsa iba ligera-
175 mente cojeando. Se presentó en casa de un panade-
ro y preguntó dónde vivía Nicolás Ravolati. Éste
había vuelto a su antiguo oficio de carpintero. Tra-
bajaba solo al fondo de su taller.
La vieja empujó la puerta y le llamó:
180 - ¡Eh!, ¡Nicolás!
Él se volvió. Entonces ella soltando a su perra,
gritó:
- ¡Anda, anda! ¡Devora! ¡Devora!
El animal frenético, se abalanzó contra él y se
185 prendió a su garganta. Él extendió los brazos, luchó,
rodó por tierra. Durante unos cuantos segundos se re-
torció, golpeando el suelo con sus pies; después se
quedó inmóvil, mientras que Vivaracha le despedaza-
ba el cuello, arrancando jirones. Dos vecinos, sentados
190 a su puerta, recordaban perfectamente haber visto salir
a un viejo mendigo con un tlaco perro negro que iba
comiendo algo de color pardo que le daba su amo.
Formas narrativas y semánticas 305
La vieja volvió aquella tarde a su casa. Y esa
noche durmió tranquila.
Guy de Maupassant, Cantes dujour et de la nuit.
Gallimard, Folio, 1984, págs. 135-141.

3.2.2. LA ORGANIZACIÓN NARRATIVA

3.2.2.1. Acción vs sanción


Tal como es formulado por la semiótica, el esquema narrativo ca-
nónico se presenta, ya lo vimos, como sigue:
manipulación -----sanción

t acción~

competencia - - - - - performance

La sanción presupone ahí (ése es el sentido de las flechas) a la


acción (articulable -como indica la llave- en competencia y en
performance, ésta presuponiendo aquélla); a su vez, la acción remite
a una manipulación (como instancia decisiva de la transformación de
la competencia) previa. El recurso a ese pequeño dispositivo elemen-
tal de la organización narrativa, se justifica inmediatamente, aunque
sólo sea respecto al tema mismo del cuento de G. de Maupassant.
La «venganza» (l. 85), que se encuentra de modo manifiesto en el
corazón de este corto relato, debe interpretarse en términos semióticos
como una forma de retribución negativa, efectuada por un destinador
judicador provisto del /poder hacer/ necesario: este actante será repre-
sentado aquí por la «viuda de Paolo Saverini» (l. 1). A diferencia de lo
que la semiótica narrativa designa como /justicia/ -que es exactamen-
te de la misma naturaleza, pero pone en evidencia un destinador so-
cial-, la /venganza/ es el hecho de un judicador individual: la
«venganza» es aquí una de las expresiones socio-culturales posibles.
Confonne al esquema narrativo donde la sanción presupone una acción
306 Análisis semiótico del discurso

previa a la cual se remite, la venganza de la «anciana/vieja madre» (l.


36, 56) sólo puede aparecer, lógicamente hablando, después del daño
que se le ha inferido: el asesinato de su hijo.
Cuando la sanción se ejerce sobre la dimensión cognoscitiva, re-
cordemos que emplea, evidentemente, los procedimientos de identifi-
cación, de reconocimiento, por ejemplo, en el caso en que el destinata-
rio sujeto performante haya realizado su proeza bajo el signo de lo
incógnito, del /secreto/; esto ocurre en numerosos cuentos populares
que, al final del relato, escenifican la glorificación del héroe finalmente
reconocido por lo que ha hecho y, correlativamente, la turbación del
traidor cuando éste es descubierto como lo que realmente es. La san-
ción, de este modo, se puede limitar -y tal es el caso de la /venganza/
o de la /justicia/- sólo a la dimensión pragmática. El cuento de G. de
Maupassant es un buen ejemplo: no es de ninguna manera mediante el
/secreto/(= lo que es y no parece) o la /ilusión/(= lo que no es pero pa-
rece), por ejemplo, que Antonio Saverini haya sido asesinado, sino
mediante lo /verdadero/(= lo que es y parece que es) tal como es postu-
lado en el interior del relato; en cuanto a la acción (no sucede lo mismo
con la sanción, como luego veremos), Una vendetta economiza toda
disjunción cognoscitiva (según el juego del /ser/ y del /parecer/) que
llevaría al destinador judicador, por lo demás, a estatuir sobre la
/verdad/ o la /falsedad/ de la acción sometida a su juicio veridictorio.
Recordemos que la sanción pragmática comporta dos aspectos
complementarios, articulados inseparablemente uno en el otro. Desde el
punto de vista del destinador judicador, la sanción consiste antes que
nada en un juicio epistémico sobre la conformidad (o no conformidad)
del PN realizado por el destinatario sujeto performante, respecto al sis-
tema axiológico presupuesto por el contrato que, implícita o explícita-
mente, vincula a los dos .actantes. En Una vendetta, un contrato tácito
se ha roto entre la «viuda de Paolo Saverini» (en posición de destinador
judicador) y «Nicolás Ravolati» que asume el rol de destinatario sujeto:
es esto lo que claramente expresa el adverbio «a traición» (l. 33). Es in-
dudable, en efecto, que si la muerte de Antonio Saverini hubiera sido
causada accidentalmente, por ejemplo, no hubiera reclamado en absolu-
Formas narrativas y semánticas 307

to la /venganza/. El relato de G. de Maupassant presupone, pues, para


su comprensión, al menos un sistema de valores implícito, en función
del cual el destinador judicador emite, por así decirlo, indirectamente,
por medio de la voz del enunciador, un juicio de no-conformidad («a
traición») entre el comportamiento social esperado normalmente y la
acción efectiva del asesino, presentada también bajo una luz disfórica.
Según el contrato subyacente, que vincula -de manera asimétrica-
el destinador al destinatario sujeto, la conformidad implica, consecuen-
temente, corno retribución positiva, la /recompensa/, mientras que la
no-conformidad -es el caso de nuestra narración- alude necesaria-
mente, en un registro negativo, al /castigo/ bien en forma de /justicia/
bien, como aquí, de /venganza/.
Narrativamente, el juego de la acción y de la sanción puede ser
presentado como un intercambio, forma particular -se ha dicho-
de la comunicación de los objetos; en relación con los estados termi-
nales instaurados, conjuntivos o disjuntivos, el intercambio será de
tipo positivo o negativo. En el primer caso, de resultados positivos,
tendremos una distribución sintáctica de la siguiente forma:
Hl{Sl ➔ (S2nOI)}~ H2 {S2 ➔ (Sl n02)}

e interpretable como sigue: al primer hacer(= Hl) de un sujeto dado(=


Sl), que apunta a conjuntar(= n) otro sujeto(= S2) con un objeto de-
terminado (= 01), corresponde un segundo hacer(= H2), según el cual
es el segundo sujeto(= S2) quien trata de conjuntar el primero(= Sl) a
un objeto de valor comparable(= 02); tenemos exactamente aquí lo que
el lenguaje corriente designa como «intercambio». En el segundo caso,
que culmina en estados disjuntivos correlacionados, encontramos la si-
guiente estructura, absolutamente comparable, pero en la cual las dis-
junciones (= U) reemplazan a las conjunciones(= n):
· Hl {SI ➔ (S2UOl)}~H2 {S2 ➔ (Sl U02)}.

Una buena ilustración de esta forma narrativa (que no tiene en es-


pañol una denominación particular) nos es dada en las «represalias».
308 Análisis semiótico del discurso

En una y otra fonnulación, los dos PN se hallan en relación de presu-


posición recíproca (éste es, recordemos, el sentido de la flecha en dos
direcciones): hay intercambio (positivo o negativo) si, y solamente si,
Hl y H2 son correlacionados, manteniendo una relación de solidari-
dad (o de presuposición recíproca). En esos dos enunciados, cada uno
de los dos actantes del intercambio (S 1/S2) desempeña el rol, en un
PN, de sujeto de hacer, en el otro, de sujeto de estado y viceversa. En
cuanto a los dos objetos (O 1/02), enunciados como no idénticos, se
considera que son equivalentes ya que, de otra manera, la transacción
se convertiría en engaño como sucede en el caso (evocado más arri-
ba) de Aladino cuya lámpara es intercambiada por otra, nueva por
añadidura, pero desprovista de todo poder maravilloso.
Retornemos a Una vendetta. A decir verdad, allí no tenemos dos
objetos sino uno solo: llamémosle la «vida» (= O), con relación al
cual Nicolás Ravolati (= Sl) y Antonio Saveríni (= S2) se encuentran
conjuntos(= n) mientras están vivos, luego disjuntos (= U) cuando
son asesinados:
estado 1 estado 2
(«vida») («muerte»)
(Sl ("')O("') S2) - - - - - ( S l U O U S2)
1 1 1
N. Ravolati vida A. Saverini

Planteamos, efectivamente, como umco objeto sintáctico la


«vida» y no la «muerte», con relación al punto de vista que adoptan
los diccionarios de la lengua española, que definen negativamente a
la «muerte» como «cesación definitiva de la vida» y no a la inversa:
el valor de referencia es la «vida» y ésta es únicamente presentada de
modo positivo y no, por ejemplo, como una negación de la muerte.
El paso del estado 1 (inicial) al estado 2 (final) comporta una do-
ble transformación, por la presencia de dos sujetos interesados en un
mismo objeto. El enunciador ha elegido presentarla en una relación
de no concomitancia, la de anterioridad/posterioridad. Los dos PN,
que ponen en escena los dos hacer (Hl/H2), están dispuestos tempo-
Formas narrativas y semánticas 309

ralmente en sucesión: corresponden, respectivamente, el primero a la


acción de N. Ravolati (= S1) que disjunta(= U) a A. Saverini (= S2)
de la «vida» (= O):

PN 1 = Hl {Sl --➔ (S2 U O)}


1 1 1
N. Ravolati A. Saverini vida

el segundo a la sanción realizada por la «anciana madre» (= S3) que,


también, quita(= U) la «vida»(= O) a N. Ravolati (= S1):

PN 2 = H2 {S3 --➔ (SI U O)}.


1 1 1
madre N. Ravolati vida

En la medida en que, como hemos dicho, los dos PN se correla-


cionan (la sanción presupone la acción, y esta última remite comple-
mentariamente a la primera), se puede aplicar aquí la relación de
implicación recíproca (señalada con la flecha doble), empleada ya en
el intercambio:

H1 {Sl~ (S2 U O)} ~ H 2 {S3~ (Sl U O)}.


1 1 1 1 1 1
N. Ravolati A. Saverini vida madre N. Ravolati vida

Esta fórmula presenta, al menos, dos diferencias notables respecto a


la estructura canónica del intercambio.
Por una parte, el sujeto de hacer, en H2, no es S2, como se espe-
raría normalmente en la relación donador-donador. Efectivamente, la
muerte de S2 en H 1 le prohíbe asumir el rol de sujeto de hacer en H2:
como acabamos de destacar, esto se vincula simplemente al hecho de
que los dos PN están dispuestos en sucesión y no en simultaneidad: el
caso sería muy diferente en un duelo, por ejemplo, en el cual los dos
protagonistas se quitaran mutuamente-y en concomitancia- la vi-
da. En cambio, Una vendetta propone lo que en semiótica se conoce
como una sustitución de sujetos; cosa que prevé, además, actorial-
310 Análisis semiótico del discurso

mente hablando, el esquema mismo de la «vendetta», tal cual es evo-


cado brevemente (en atención al enunciatario) bajo la pluma de G. de
Maupassant: «No había dejado hermanos ni primos carnales; ningún
hombre que pudiera llevar a cabo la vendetta» (l. 72-73 ). «Llevar a
cabo» debe interpretarse como «tratar de lograr» (la venganza); de
aquí surge el recurso imperativo a otro actor para desempeñar el rol
de sujeto de hacer en el segundo programa narrativo: «Sólo la madre,
una vieja, pensaba en ello» (l. 73).
Por otra parte, y éste es aún un dato que nos separa de la estructu-
ra clásica del intercambio, ya no tenemos dos objetos equivalentes
sino sólo uno, la «vida». Por eso aludiremos más bien a una forma
narrativa, semióticamente identificada, la del don recíproco. Se de-
signa con esta denominación la doble transformación constituida por
un don y un contra-don, culminando en una situación de equilibrio,
postulada como correspondiente a un estado «normal» de las relacio-
nes sociales. El don recíproco aparece generalmente bajo su aspecto
positivo en el caso, por ejemplo, en que se trate de devolver a alguien
la visita, las buenas maneras, etc., con las que uno se ha beneficiado
antes. Existe, no obstante, una formulación negativa, como demuestra
claramente la expresión «devolver mal por mal». Nuestro relato ilus-
tra muy bien esta última posibilidad narrativa: se considera que la
«vendetta» compensa el mal, el daño que fue hecho; nos encontramos
aquí muy próximos al «talión», que se puede definir como «castigo
que consiste en inflingir al culpable el mismo daño que ha hecho su-
frir a la víctima» (dice. Petit Robert), conforme al texto bíblico del
Levítico: «ojo por ojo, diente por diente» (Lv., 24, 20). Sin embargo,
tenemos una diferencia notable: el talión es decidido por un destina-
dor judicador social, mientras que la «vendetta» está hecha por un
destinador judicador individual.
El PN 1, llamado de la acción,

PNl = Hl {S1--➔ (S2 U O)},


1 1 1
N. Ravolati A. Saverini vida
Formas narrativas y semánticas 311

requiere algunas observaciones complementarias. Respecto a los da-


tos textuales, se observará que Antonio Saverini (= S2) no está dis-
junto solamente de la «vida»(= O) -como lo hemos dicho constan-
temente hasta aquí- sino también de su «madre» y de la «perra»; es
lo que enfatiza expresamente G. de Maupassant, quien -en el estado
anterior a la muerte- asocia al «hijo» no únicamente la «vida», sino
también la «madre» y la «perra»: «Allí vivía ella sola, con su hijo
Antonio y su perra, la "Vivaracha"» (l. 28-29). Si, en ese PN 1, lla-
mado de la acción, el sujeto de hacer (= SI) corresponde bien al
«asesino» (l. 111) y el sujeto de estado (= S2) con Antonio Saverini,
el objeto(= O) comprende en realidad no una sino varias figuras.
El enunciado de estado disjuntivo (S2 U O) representa, digamos,
el punto de vista de Antonio Saverini. Si ahora se cambia de perspec-
tiva y se adopta el punto de vista ya no del hijo sino de la madre y de
la perra, semióticamente hablando se está en el derecho -en el mar-
co de este mismo enunciado de estado disjuntivo- de permutar los
actores, en relación con los dos roles sintácticos: la «viuda» y
«Vivaracha» ocuparán entonces la posición, no ya de objeto sino de
sujeto de estado (= S2), mientras que el «hijo» desempeñará, correla-
tivamente, el rol de objeto en el sentido, por ejemplo, en que se dice
de un difunto que él ha sido «arrebatado» (= U) del afecto de los
suyos:
Hl {S1---(S2 U O)}.
1 1 1
N. Ravolati madre A. Saverini
perra
(vida)

En calidad de sujeto de estado, la madre y la perra pueden ser así


modalizadas según el /estar/ (vs el /hacer/), pues son las únicas que
quedan con vida. Como respecto de todo PN, al enunciado de hacer
-realizado por un agente (aquí, Sl)- puede corresponder, dado el
caso, en el marco del enunciado de estado, una pasión, un «estado de
ánimo» propio del paciente, del sujeto de estado(= S2):
312 Análisis semiótico del discurso

Cuando la anciana madre recibió el cuerpo de su hijo, que unos


que pasaban le llevaron, no lloró (... ) No quiso que nadie se quedara
con ella, y se encerró junto al muerto (l. 36-42).

El primer sentimiento declarado en relación con el medio social


del entorno, parece depender de la indiferencia, de la /aforia/ (= ni
euforia ni disforia), en contra de lo que se espera en un caso semejan-
te, como enfatiza indirectamente el enunciador que se cree en la obli-
gación de mencionar explícitamente la ausencia de lágrimas. Se opo-
ne a ese comportamiento social, en el plano individual, el verdadero
estado de ánimo de la anciana que una vez «encerrada» en su casa se
pone a llorar «gruesas lágrimas» (l. 47): contextualmente se conside-
ra que los llantos figurativizan la /tristeza/, la disforia.
En el enunciado de estado disjuntivo del PNl, la «perra», hemos
dicho, está asociada a la «madre». Por eso no es raro que el duelo sea
compartido por esos dos actores: la inmovilidad de la madre ( «per-
maneció largo tiempo inmóvil»: l. 38; «la mirada fija»: l. 46) se une
expresamente a la de la perra; se nos dice que esta última «no se
movía más que la madre» (l. 45). Esos dos actores participan así del
mismo comportamiento gestual, fundiéndose un poco el uno en el
otro, hasta el punto de constituirse como un actante dual. Se podría,
desde luego, destacar cierta oposición entre la perra que «aulla(ba)»
(l. 42) y el silencio correlativo de la madre que «derramaba gruesas
lágrimas silenciosas» (l. 47). En realidad, sería mejor decir que hay
algo así como una relación de complementariedad, lo que resalta la
alternancia entre los sonidos (animales o humanos) proferidos y el
silencio: «La vieja madre se puso a hablarle, y al oír su voz, la perra
calló» (l. 56-57); y después de dirigirse al cadáver (l. 58-61),
«Vivaracha se puso de nuevo a gemir. Lanzaba un largo alarido mo-
nótono, desgarrador, horrible» (l. 64-66). En ese momento, el actante
dual se encuentra bien establecido: «Allí se quedaron los dos, la mu-
jer y el animal, hasta el amanecer» (l. 67-68). Se verá por otro lado,
más adelante pero en el mismo sentido, el paralelismo -si no la
identidad a nivel temático- entre la madre «que no podía olvidar»
Formas narrativas y semántir;as 313

(l. 87-88) y el «animal» que, por su lado, con su propia «alma» (l.
94), «guardara así un recuerdo que nada puede borrar» (l. 94-95).
De ahí la impresión, tal vez, de que «Vivaracha» abandona
parcialmente, en el plano semántico, su estatuto de /animal/ para
aproximarse al de lo /humano/. Al comienzo, la perra «aulla(ba)»
(l. 42); luego, poco a poco, tiene un comportamiento casi cultural:
se «calló» (l. 57), ella «se puso a gemir» (l. 64), lanza un «alarido»
y éste es «desgarrador» (= que emociona fuertemente) (l. 65), tér-
minos todos más bien antropomorfos. Anotemos desde ahora, en
sentido inverso, que la madre parece que efectúa luego un recorrido
diametralmente opuesto ( desde la /cultura/ hacia la /naturaleza/), en
el momento en que ella tendrá «una idea salvaje, y vengativa y fe-
roz» (l. 97-98) (recordemos que el adjetivo «feroz» se emplea pri-
mordialmente para calificar a ciertos animales «salvajes», a algunas
fieras en especial) y, más tarde, cuando se vista con «un traje de
hombre» (l. 167).

3.2.2.2. Historia de la sanción

Antes hemos dicho que la sanción pragmática, realizada por la


«anciana madre» responde, en cierto modo, a la acción de Nicolás
Ravolati. Lo que permite oponer acción y sanción no es, evidente-
mente, de orden sustancial sino relacional: ningún contenido semán-
tico es, a priori, propio de uno o de otro. Sólo la posición en el es-
quema narrativo canónico permite distinguirlos sin equívoco. Si
ahora se hace abstracción de su posición, la sanción -considerada
en sí misma, desde el punto de vista de su articulación interna-
puede traducirse naturalmente en términos de programa narrativo y,
más exactamente, de acción, lo que nos incita a descubrir allí los dos
componentes previsibles en ese nivel: competencia y performance
(ésta presupone aquélla, pero no a la inversa).
Parece trivial subrayar que la sanción pragmática es del orden del
/hacer/ y corresponde a una transformación que -como en todo re-
lato mínimo- hace pasar de un «estado de cosas» a otro diferente,
314 Análisis semiótico del discurso

opuesto. En este caso, Nicolás Ravolati (= Sl) antes conjunto(= Íl)


con la «vida» (= O), va a estar disjunto (= U):
estado 1 estado 2
(Sl n O) ~ (SI U O)

Esta transformación presupone un sujeto de hacer; a diferencia,


por ejemplo, del «suicida» donde el actor acumula -de modo refle-
xivo- a la vez el rol de sujeto de hacer y el de sujeto de estado, el
«asesin(at)o» (l. 111) depende de una estructura actorial de tipo
transitivo, apelando a un actor diferente para cada una de las dos
funciones sintácticas en juego. De ahí la formulación ya adelantada
más an-iba, en el marco del don recíproco, según la cual la «anciana
madre» obra de tal suerte que Nicolás Ravolati sea disjunto del obje-
to «vi da»:
PN 2 = H2 {S3 - - ( S 1 U O)}.
1 1 1
madre N. Ravolati vida

Como performance, el asesinato de Nicolás Ravolati presupone, por


cierto, una competencia correspondiente; ésta es materia de un amplio
desarrollo en nuestra narración. Se notará en primer lugar, en lo que
concierne a la modalidad virtualizante del /deber hacer/, que la primera
reacción de la madre al recibir «el cuerpo de su hijo» (l. 36-37) es de
«prometer la vendetta» (l. 40). Nos encontramos de golpe en el universo
modal de la prescripción que está subtendido, como se sabe, por la re-
lación sintáctica orientada, asimétrica, que va del destinador al destina-
tario-sujeto: lo que es «orden» para el primero, es «obligación» (= /deber
hacer/) para el segundo. El relato de G. de Maupassant presupone que
«llevar a cabo la vendetta» (l. 72-73) es una obligación-impuesta por
un destinador manipulador social (la «costumbre», dice el diccionario a
propósito de ese tipo de venganza)- y que se impone sólo a los hom-
bres, no a las mujeres: «No había dejado hermanos ni primos carnales;
ningún hombre que pudiera llevar a cabo la vendetta» (l. 71-73 ).
Formas narrativas y semánticas 315

Puesto que el agente femenino no se encuentra directamente ca-


pacitado para realizar el programa de venganza, se comprende mejor
la importancia de la primera reacción de la madre: es ella quien va a
salir al paso y va a obligarse a «vengar» (l. 58) a su hijo. Se ve así
planteada por adelantado la «promesa» (l. 40, 60) de la anciana, que
debe ser semióticamente interpretada como una auto-prescripción,
en la cual los dos roles narrativos de destinador y destinatario son
sincréticamente asumidos -de modo reflexivo- por un solo y
mismo actor: aquel que «promete» es, efectivamente, según los dic-
cionarios, aquel que se «compromete», «se impone», «se obliga a»,
etcétera. La anciana madre será, pues, a la vez, el destinatario sujeto
(en cuanto que debe hacer) y su propio destinador manipulador (en la
medida en que ella se impone a sí misma esta acción). No nos sor-
prendamos, entonces, de que la «promesa», señalada solamente al
comienzo (l. 40), sea luego objeto de un desarrollo mayor con respec-
to al muerto (l. 60-61).
Parece bastante evidente, por lo demás, que la vieja se halla dota-
da con el /querer hacer/:

-Sólo la madre, una vieja, pensaba en ello (l. 73);


- ...todo el santo día, sentada a su ventana, miraba allá lejos,
pensando en la venganza (l. 83-85).

En cambio, el enunciador no le otorga, en el punto de partida, el


/poder hacer/: «¿Cómo se las arreglaría, sin nadie, enferma, tan cer-
cana a la muerte?» (l. 85-86); también se encuentra despojada de todo
/saber hacer/: «¿Qué haría? (... ); cavilaba, obstinada» (l. 88-90).
Como soporte de las diversas modalidades del /hacer/, la madre
se encuentra acorralada: si, en efecto, las modalidades virtua/izantes
(/deber hacer/ y /querer hacer/) son positivas, como acabamos de se-
ñalar, por el contrario las modalidades actua/izantes (el /saber hacer/
y el /poder hacer/) son negativas. Esta especie de escisión modal ins-
taura, en este caso, un verdadero malestar en el actante sujeto (S3),
que se traduce figurativamente en un desequilibrio de orden cotidia-
316 Análisis semiótico del discurso

no: «Pasaba las noches en vela: no tenía reposo ni tranquilidad»


(l. 88-90); con la realización de la vendetta, todo volverá a la norma-
lidad y la carencia será colmada, como aparece claramente en la úl-
tima frase del cuento: «Y esa noche dunnió tranquila» (l. 224-225).
Se inicia la reversión de la cuestión, si se puede hablar así, con el
«Pues bien» (l. 96) -el único que se encuentra en el relato- que
parece marcar lingüísticamente el eje narrativo del cuento, y que co-
rresponde precisamente al paso de las modalidades virtualizantes a
las modalidades actualizan tes (éstas, recordemos, presuponen aqué-
llas, pero no al contrario). En efecto, casi al momento tenemos una
transformación modal relativa al /saber hacer/: «la madre de repente
tuvo una idea, una idea salvaje, vengativa y feroz» (!. 97-98). Esta
transformación del /no saber hacer/ («cavilaba, obstinada»: l. 90) en
/saber hacer/(= «una idea») presupone un sujeto de hacer, a saber, un
destinador manipulador que modifica la competencia modal del des-
tinatario sujeto, respecto al objetivo propuesto. Aparentemente, el
texto no nos dice cuál es exactamente ese destinador manipulador.
Podría tratarse, eventualmente, de un hacer reflexivo, y éste sería
entonces la anciana que, a fuerza de ser «obstinada» (!. 90), se procu-
ra a sí misma el saber necesario. Sin embargo, si se tiene en cuenta
la continuación del relato («La meditó hasta la mañana( ... ) se fue a la
iglesia»: l. 98-100) y la isotopía religiosa así establecida, se puede
adelantar la siguiente interpretación que obra en una perspectiva
transitiva en la adquisición del saber.
Y a que el entorno social es inoperante:

No había dejado hermanos ni primos carnales; ningún hombre


que pudiera llevar a cabo la vendetta (l. 71-73),

la anciana se dirige hacia otro destinador manipulador, susceptible de


proporcionarle lo que no puede obtener por sí misma (como era el ca-
so con las modalidades virtualizantes), es decir, el /saber hacer/ y el
/poder hacer/: el destinador tomaría así la figura de «Dios». Si el
/poder hacer/ es explícitamente remitido a ese nuevo destinador:
Formas narrativas y semánticas 317
Oró, prosternada en el pavimento, abatida ante Dios, suplicándole
que la ayudara, la amparara y diera a su pobre cuerpo gastado la
fuerza que necesitaba para vengar al hijo (l. I 00-103),

se puede adelantar, en relación al encadenamiento sintagmático del


discurso, que el /saber hacer/ está probablemente a cargo de «Dios»,
y ello además porque las dos modalidades actualizantes parecen, di-
gamos, fusionarse en la continuación del relato (vid. infra).
De esta manera reconocemos que el entrenamiento de la perra
puede ser leído, simultáneamente, desde el punto de vista de la a11-
ciana madre, como un /saber hacer/ y un /poder hacer/, en todo caso,
como una de las representaciones figurativas de las modalidades ac-
tualizantes. Dicho esto, nuestro enunciado de partida, que correspon-
de a la sanción,
PN 2 = H2 {S3 ~ ( S I U O)},
1 1 1
madre N. Ravolati vida

debe ser complejizado en la medida en que su realización hará inter-


venir a un nuevo actor, a un intermediario: la perra. De pronto, a ni-
vel actancial, tenemos que enfrentamos con una estructura narrativa
de tipo factitivo:
H2 {S3 --➔ H3 {S4 --➔ (SI U O)},
1 1 1 1
madre perra N. Ravolati vida

interpretable como sigue: el primer hacer (= H2) es el de la madre


(= S3), el segundo(= H3) el de Vivaracha(= S4), a la cual le corres-
ponde matar al asesino de Antonio Saverini. Recordemos al respecto
que, en nuestro modelo de la manipulación, el primer hacer no se
remite directamente al segundo, sino a la competencia que este últi-
mo requiere. /Hacer hacer/ consistirá, para la madre, en dotar positi-
vamente a la perra(= S4) con la competencia necesaria para la reali-
zación de su performance: «de la raza de los mastines» (l. 30), Viva-
318 Análisis semiótico del discurso

racha, que «servía al muchacho para ir de caza» (l. 30-31), deberá


aprender a «desgarrar» (l. 144), a «devorar» (l. 157, 183), a matar a
un hombre. Desde este punto de vista, la madre se sitúa en posición
de destinador manipulador y judicador.
La instauración de la competencia de la perra da lugar a un am-
plio desarrollo: las líneas 112-163. Según la tipología semiótica, co-
mo sabemos, la adquisición de un objeto -ya sea modal (por lo
tanto, con valor de uso), como aquí, o no (con valor de base)- se
efectúa, en el sistema cerrado de los valores, bien por don (corres-
pondiente a una atribución en provecho del donatario y a una re-
nuncia de parte del donador), bien por prueba (comprendiendo si-
multáneamente una apropiación para uno de los dos sujetos y una
desposesión para el otro), bien, en fin, por intercambio (donde los
dos dones correlacionados, en relación de presuposición recíproca,
ponen en obra dos objetos tenidos por equivalentes). En el caso pre-
sente, es esta última posibilidad narrativa la que aprovechará el enun-
ciador: de un lado, se pide a la perra «desgarrar» el «espantajo» (l.
141, 143 ); a cambio de lo cual ella podrá comer «una tripa entera de
negra morcilla» (l. 132). Sea, pues, la siguiente formulación:

H4 {S4 ~(S3 n 01)}~<-~> H5 {S3 ~ (S4 n 02)},


1 1 1 1 1 1
perra madre desgarramiento madre perra morcilla

según la cual los dos PN están en relación de presuposición recíproca


(tal es el sentido de la flecha de doble dirección): la acción(= H4) de
la perra(= S4) consiste en conjuntar(= Íl) la madre(= S3) con el re-
sultado (= 01) que ella requiere: destrozar el «espantajo»; en reci-
procidad, la acción (= H5) de la anciana(= S3) consiste en dar a Vi-
varacha(= S4) comida(= 02) en forma de «morcilla negra». Como
dice G. de Maupassant, se trata de «comidas conquistadas a dentella-
da limpia» (l. 154-155).
Se comprobará, en primer lugar, que esos dos PN son realizados
en concomitancia al comienzo del adiestramiento:
Formas narrativas y semánticas 319
... el animal alcanzó la garganta del espantajo y ( ... ) se puso a desga-
rrarla. Caía, con un trozo de su presa entre los dientes, luego ( ...)
arrancaba algunos pedazos de comida ( ... ) [Ella] hacía pedazos todo
el cuello (l. 142-149).

Sólo en el segundo tiempo del amaestramiento cuando los dos


PN, constitutivos del intercambio, no estarán ya en concomitancia,
sino dispuestos en sucesión según la relación anterioridad (para H4)
vs posterioridad (para H5):
Le había enseñado a desgarrarlo, a devorarlo, aun cuando no hu-
biera ningún alimento encubierto en su garganta. Luego, le daba, co-
mo recompensa, la morcilla asada para ella (l. 157-160).

Teniendo en cuenta todo esto, los dos PN correlacionados en ese


intercambio plantean un problema importante, el de todas las modali-
dades que se tienen en consideración. Examinemos, en primer lugar,
el caso de la madre (= S3). En H4, su objetivo es, desde luego, estar,
digamos, conjunta con la destrucción del muñeco (= O 1). En esta re-
lación de estado (S3 n O 1), la anciana tiene el /poder estar/
(conjunto) como modalidad actualizante, lo que se enfatiza bastante
bien en el texto: «La vieja, inmóvil y muda, miraba, chispeantes los
ojos» (l. 145). El estado resultante de H4 - a saber (S3 01)- n
presupone naturalmente un estado anterior, diferente y opuesto
(S3 U 01), en el cual la anciana tiene, como modalidad virtualizante,
el /querer estar/ (conjunto); por cierto, este último no está explícita-
mente mencionado en el relato, pero se lo señala, no obstante, por
otro medio. Sabiendo que la destrucción del muñeco es del orden de
la actualización, se deducirá que su construcción pertenece al domi-
nio de la virtualización: en la confección misma del muñeco (l. 121-
128) -con sus sub-PN correspondientes- se sitúa implícitamente
el /querer estar/ (conjunto) de la madre.
La anciana se halla implicada en el segundo programa narrativo
s del intercambio (H5), ya no en calidad de sujeto de estado (como en
H4) sino de sujeto de hacer. El estado final, representado por lama-
320 Análisis semiótico del discurso

dre, a saber (S4 n 02), presupone un estado anterior, opuesto, según


el cual la perra(= S4) está disjunta de la comida(= 02); es el estado
que corresponde al «ayuno» (l. 152) y remite, a su vez, a una situa-
ción inversa anterior en la cual el animal estaba normalmente alimen-
tado. Sea entonces el siguiente encadenamiento de los estados:
estado habitual ayuno entrega de la morcilla
(S4 í'I 02) - (H6)~ (S4 U 02) - (HS) ~ (S4 í'I 02).
1 1
perra alimento

A partir del estado habitual, inicial, tenemos una primera trans-


fonnación operada por la madre. Según este PN, formulable como
H6 {S3 ~ (S4 U 02)},
1 1 1
madre perra alimento

la anciana mujer (S3) instaura un estado disjuntivo de «ayuno»(= U)


entre la perra (S4) y la comida (02), cosa que se resalta en el cuento
repetidas veces:
-Al amanecer, la vieja le llevó agua en una jofaina; pero nada
más; ni sopa ni pan (l. 113-114).
-La vieja no le dio tampoco de comer (l. 118).
- Vivaracha, enloquecida, saltaba, echaba espumarajos por el
hocico, clavados los ojos en la morcilla, cuyo tufillo se le colaba
hasta las entrañas (l. 134-136).

El /poder hacer/ de la madre, presupuesto por ese PN (= H6) que


impone el ayuno a la perra, es figurativizado por la escena de la ata-
dura:
Había en el patio un viejo barril desvencijado ( ... ); IÓ volcó, lo
vació, lo sujetó al suelo con tarugos y piedras; después encadenó a
Vivaracha a esta perrera (1. 104-108).
Formas narrativas y semánticas 321

Correlativamente, en el PN (HS) de la entrega de la morcilla, el


/poder hacer/ se expresará por el gesto inverso: «cuando hubo con-
cluido, desató a la perra» (l. 140-141).
Según la estructura del intercambio
H4{S4~(S3 n Ol)}-(--)H5{S3~(S4 n 02)},
1 1 1 1 1 1
perra madre desgarramiento madre perra morcilla

la transformación, en HS, del estado disjuntivo anterior (el del ayuno:


S4 U 02) en estado conjuntivo (la entrega de la morcilla: S4 n 02),
está en función, como se ha dicho, de esta otra acción (= H4) que es
la muerte simulada del muñeco. Puesto que la alimentación(= O) es
fuertemente deseada («devorada por el hambre»: l. 130), no dejará de
advertirse en su atribución una forma de manipulación. Así llegamos
al estatuto modal de la perra (S4). Primero, en calidad de sujeto de
estado (en HS), el animal se encuentra muy modalizado según el
/querer estar/ (conjunto): el «ayuno» que le inflige la anciana, aumen-
ta otro tanto en él el deseo de conjuntarse con la comida (02); a esta
modalidad virtua/izante se añade en seguida la modalidad actuali-
zante del /poder estar/ (conjunto): esta última se manifiesta con el
gesto de la mujer que «desató a la perra» (l. 141); notemos, al con-
trario, que el inciso «encadenó a Vivaracha a esta perrera» (l. 107-
108) debe interpretarse no sólo corno acabarnos de proponer en el
examen de las posiciones modales de la madre, como un /poder ha-
cer/, sino, a la vez y correlativamente, como un /no poder estar/
(conjunto) desde la perspectiva de Vivaracha.
En este punto de la descripción narrativa, se advertirá que el ac-
tante dual («los dos»: l. 67) ha estallado, por decirlo de ese modo,
después del «Pues bien» (l. 96), y que el relato presenta ahora una
estructura polémica fácilmente destacable; únicamente en el plano
sintáctico, tomado por el momento en consideración, se observan al
menos dos tipos de oposición: de un lado, el juego del /estar/ y del
/hacer/ que se traduce actorialmente con los roles de agente y de pa-
ciente, asumidos en alternancia en los dos PN del intercambio por la
ANÁLISIS S"MI<lTIC0.-1 J
322 Análisis semiótico del discurso

mujer y el animal; del otro, una inversión con-elativa de modaliza-


ción: cuando ésta es positiva para uno de los dos actantes sujetos, es
negativa para el otro y viceversa.
Retomemos ahora el estudio del estatuto modal de la pen-a. En la
medida en que ella acumula, en sincretismo, las dos funciones sin-
tácticas de sujeto de hacer (en H4) y de sujeto de estado (en H5), se
está tal vez autorizado a considerar que el /querer estar/ ( en H5) de la
pen-a tiene alguna incidencia directa sobre su /querer hacer/ (en H4).
En términos modales propondríamos interpretar aquí el /querer estar/
de H5 como un /poder querer hacer/ en H4: más allá de toda jerga,
esto significa al menos que el deseo del alimento incita a Vivaracha a
desgarrar encarnizadamente al muñeco; se trata, no lo olvidemos, de
«comidas consquistadas a dentellada limpia» (l. 154-155).
Aquí nos encontramos claramente en el corazón de lo que la se-
miótica designa como manipulación, por lo menos tal cual es efec-
tuada en esta parte de Una vendetta. El /querer estar/ (conjunto) de
que se trata, es instaurado en la perra, hemos dicho, por el sujeto
manipulador que es la anciana: gracias al «ayuno» que ella impone,
transforma la competencia modal del animal haciéndolo pasar de una
ausencia (relativa) de /querer estar/ (cuando, de costumbre, la perra
es alimentada normalmente) a un /querer estar/ extremadamente
fuerte: «clavados los ojos en la morcilla, cuyo tufillo se le colaba
hasta las entrañas» (l. 135-136). Ese /querer estar/, instaurado por el
segundo PN del intercambio (= H5) parece, pues, suscitar el /querer
hacer/ en el primero(= H4); todo sucede como si tuviésemos que ver
con una especie de interacción modal, en el interior de un actante
dado, según la cual -desde el punto de vista de un actor determina-
do- el /estar/ en un PN sobredetermina el /hacer/ en el otro. Nadie
ignora en ese sentido que una pasión o un «estado de ánimo» puedan
servir de punto de partida a una acción, a una reacción. Naturalmente,
lo que es verdad para Vivaracha lo es también para la mujer: si ésta
se priva de la comida («la morcilla asada para ella»: l. 159-160) para
dársela a la perra, es porque no cejará hasta que la perra desgarre al
muñeco; aquí también, el /querer estar/ (conjunto) de la anciana en
Formas narrativas y semánticas 323

H4 sirve de /poder querer hacer/ en H5. Notemos, además, a propósi-


to de H5, que la atribución del alimento por la anciana presupone su
adquisición previa, en este caso, por vía del intercambio («la vieja
fue a comprar a la carnicería ... »: l. 131 ).
Una vez dispuesto con todas sus modalidades, el doble PN del in-
tercambio (H4 / H5) es empleado de modo iterativo, ya que se trata de
hacer seguir a la perra una especie de aprendizaje, un adiestramiento:

... [ella] recomenzó el extraño ejercicio. Durante tres meses la acos-


tumbró a esta especie de lucha (l. 152-154);
Le había enseñado a desgarrarlo, a devorarlo, aun cuando no hu-
biera ningún alimento escondido en su garganta (l. 157-159).

Se da así no sólo repetición del programa, del «ejercicio», sino


también aumento progresivo del /saber hacer/ del animal. En ese sen-
tido, recordemos primeramente que a la concomitancia de los dos PN
del intercambio (subrayado en las líneas 142-149), sucede su distri-
bución en el eje anterioridad vs posterioridad (l. 159-160); de simul-
tánea, la «recompensa» (l. 159) deviene diferida, como si la perra si-
tuase ahora claramente, en dos tiempos diferentes, la acción (H4) y la
sanción (H5) correspondiente.
Se habrá notado, por otro lado, desde la primera lectura, la impor-
tante transformación que se opera entre el comienzo y el fin del
adiestramiento. Para comenzar el «ejercicio», la anciana «encadenó a
Vivaracha» (l. 107); esto se reproduce «durante tres meses» (l. 153).
A partir de ese momento, ya no se utiliza la cadena: «Ya no la enca-
denaba, sino que con un gesto la arrojaba sobre el maniquí» (l. 155-
156). Recuérdese que la cadena tenía por función aguzar el /querer
estar/ (conjunto) del animal (en HS) y que aquí ella tenía, al mismo
tiempo, una incidencia sobre su /querer hacer/ (en H4). Con la desa-
parición de la cadena, se desvanece paralelamente el /querer hacer/;
a éste lo sustituye, pues, la otra modalidad virtua/izante posible, el
/deber hacer/, que corresponde, desde el punto de vista del destina-
dor manipulador, a la orden dada:
324 Análisis semiótico del discurso
... con un gesto la arrojaba sobre el maniquí (l. 155-156);
... Vivaracha temblaba; luego volvía los ojos hacia su ama, que le
gritaba «¡Anda!» con voz silbante, alzando un dedo (1. 161-163).

Es esta modalización según el /deber hacer/ lo que en adelante hace


posible la performance de la perra: se ha alcanzado su total docilidad.
La última parte del relato (l. 164-225) está consagrada a la reali-
zación de la performance del animal: para la anciana, esta acción
-restituida dentro del marco general del cuento- corresponde evi-
dentemente a lo que hemos denominado sanción, al comienzo de
nuestro análisis. El «Cuando juzgó que había llegado la hora» (l. 164)
inicial señala que la competencia requerida por Vivaracha se estima
suficiente para pasar a la performance, lo que confirma suficiente-
mente, a su manera, las dos líneas siguientes cuya importancia no de-
bería escapársenos.
Efectivamente, es la segunda vez en el relato que el enunciador
alude al componente religioso pero, a decir verdad, en términos algo
diferentes. En el primer caso, la anciana -recordemos- estaba en
posición modal de /no poder hacer/, lo que hace explícito en su peti-
ción al destinador manipulador («Dios») reconocido por ella como el
único capaz de transformar positivamente su competencia:
... se fue a la iglesia. Oró, prosternada en el pavimento, abatida ante
Dios, suplicándole que la ayudara, la amparara y diera a su pobre
cuerpo gastado la fuerza que necesitaba para vengar al hijo (1. 100-
103 ).

Y a la inversa, el segundo desplazamiento de la anciana a la igle-


sia consagra, digamos, el /poder hacer/ obtenido, es decir, el adies-
tramiento de la perra ya terminado. De ahí la concomitancia que es-
tablece el enunciador entre el final del entrenamiento de Vivaracha y
el comportamiento religioso de su «ama» (l. 162):
Cuando juzgó que había llegado la hora, la madre Saverini fue a
confesarse y a comulgar un domingo temprano, con un fervor extá-
tico (l. 164-166).
Formas narrativas y semánticas 325

Es evidente que a la oposición sintáctica -según la cual la acti-


tud religiosa corresponde, al comienzo, al /no poder hacer/ y, al final,
al /poder hacer/- le corresponde una oposición semántica: si la pri-
mera vez la mujer está «abatida ante Dios» (l. 101), en la segunda, al
contrario, ella muestra un «fervor extático» (l. 166); sabemos, en
efecto, que la definición de éxtasis comprende por lo general - y tal
parece ser el caso- un aspecto de gran exaltación, y que el antónimo
de exaltación es, precisamente, «abatimiento». Además, podemos
aproximar eventualmente a este «fervor extático» el enunciado
«chispeantes los ojos» (l. 150-151), que subraya el éxito obtenido por
la anciana respecto a su perra en materia de adiestramiento.
Así, cuando se pasa de la competencia de Vivaracha a su perfor-
mance, ¿se dan realmente algunos cambios? En la performance se
encuentra la misma estructura del intercambio: al PN de «devo-
ración» (l. 183) corresponde la entrega de «algo de color pardo»
(l. 192) que sabemos (vid. infra) es un «buen trozo de morcilla» (l.
170). El paralelismo entre las dos secuencias es sorprendente: al
«¡Anda!» (l. 163) responde en eco un «¡Anda, anda!» (l. 183) (que
figura ya en el marco de la modalización virtualizante: «Sí, sí: tú se-
rás vengado»: l. 5 8) 32 , de la misma manera que el «devora» aparece
en la competencia (l. 157) y en la performance (l. 183); esta relación
de aparente identidad se encuentra una vez más entre «el animal al-
canzó la garganta del espantajo» (l. 142-143) y «el animal ( ... ) se
prendió a su garganta» (l. 184-185), o entre «[ella] hacía pedazos to-
do el cuello» (l. 149) y «Vivaracha le despedazaba el cuello» (l. 188-
189). Paralelamente, la incitación de la perra al /querer estar/
(conjunta) es hecha explícita en los dos casos: por una parte, «La
vieja no le dio tampoco de comer» (l. 118) y «[ ella] le hizo ayunar
dos días» (l. 151-152); por la otra, «Vivaracha no probaba bocado
desde hacía dos días» (l. 171 ). El abrir el apetito, podría decirse, es

32
En el texto original de G. de Maupassant, los términos correspondientes son:
«Va!» (l. 158), «Va, Va» (l. 178) y «Va, Va, tu seras vengé» (l. 55). (N. del T.)
326 Análisis semiótico del discurso
más o menos equivalente en las dos secuencias: por un lado tenemos
«la morcilla, cuyo tufillo se le colaba hasta las entrañas» (l. 135-136),
por el otro: «La vieja le hacía oler a cada momento la presa apetitosa,
y la excitaba» (l. 171-173).
Sin embargo, las dos secuencias no son idénticas. Con la compe-
tencia de la perra, se trata solamente de un «ejercicio» (l. 153) y no
de la «realidad» (interna al relato) de la perfonnance. Desde ese
punto de vista, se opondrá entonces a «él [hombre]» (l. 184) -asa-
ber, Nicolás Ravolati- el «hombre de paja» (l. 130-131), ese «moni-
gote» (l. 126) hecho «para simular un cuerpo humano» (l. 123-124).
Aquí las modalidades veridictorias sobredetenninan de modo dife-
rente las dos secuencias narrativas: la competencia está bajo el signo de
la /ilusión/ (= lo que parece, pero no es) y la perfonnance bajo el
de lo /verdadero/(= lo que es y parece):

verdadero
«Él [hombre]»

ser parecer

ilusorio
«hombre
de paja»
no ser

Efectivamente, si «Él [hombre]» (l. 184) -que designa a Nicolás


Ravolati - pertenece al orden de lo /verdadero/ en el interior del re-
lato, el «monigote» sólo tiene el /parecer/ del hombre, no el /ser/ co-
rrespondiente: lo que provoca, como efecto de sentido, lo /ilusorio/.
De ahí el empleo de lexemas tales como «simularn (l. 123), «parecía»
(l. 127), «figura» (l. 127-128), que instauran una disjunción cogno-
sicitiva entre el punto de vista de la madre (compartida por el enun-
ciador y el enunciatario: vid. cap. 4) y el de la perra.
Formas narrativas y semánticas 327

Dejemos aquí el recorrido del animal y situémonos ahora en un


nivel jerárquicamente superior, el del PN global de la anciana, ·

H {S3---- (SI U O)},


1 1 1
madre N. Ravolati vida

que apunta a la venganza. En relación con el sujeto de hacer(= S3),


la competencia de la perra es asimilable a un /poder hacer/ de natu-
raleza actol'ial. Se observará así que el /poder hacer/ se hace ex-
plícito también en el nivel espacial: se ve claramente que la trave-
sía en bote (l. 168-169) y las diferentes fases del desplazamiento de
la anciana permiten modalizarla positivamente, por oposición a lo
dicho más arriba en el texto («un villorrio de Cerdeña ( ... ) donde se
refugian los bandidos corsos perseguidos»: l. 76-77) y que, ya sa-
bemos, corresponde a un /no poder ser sancionado/. Paralelamente,
interpretaríamos de buena gana el «domingo temprano» (l. 165-
166) como una forma de /poder hacer/ en el plano temporal, en
la medida en que como se ha visto, el destinador manipulador
-«Dios», en este caso- detentador de todas las competencias, le
es explícitamente asociado, aunque sólo sea por la «confesión» y la
«comunión» (l. 165) de la mujer que manifiesta un «fervor extáti-
co» (l. 166).
Queda todavía por mencionar otro aspecto, y no de los menores.
La sanción, que factitivamente realiza la anciana, se efectúa bajo el
signo del incógnito. Efectivamente, por una parte se nos dice de la
«madre Saverini»: «con un traje de hombre se disfrazó de viejo
mendigo andrajoso» (l. 166-168); por la otra, una vez terminada la
acción, nos enteramos que «Dos vecinos, sentados a su puerta, re-
cordaban perfectamente haber visto salir a un viejo mendigo con un
flaco perro negro que iba comiendo algo de color pardo que le da-
ba su amo» (l. 189-192). Se constata así que la venganza -o la
sanción- se realiza bajo el modo del /secreto/ (lo que es y no pa-
rece):
328 Análisis semiótico del discurso
- - - - - - - - verdadero

ser parecer
exo femenino) (vestidos femeninos)

l
,ec,eto ~
no parecer
(no vestidos femeninos:
«traje de hombre»)

Al vestirse con «traje de hombre» -que le sirve en este caso de


disfraz-, la anciana mujer establece un estado de /secreto/ frente a
terceros: lo que permite a los «dos vecinos» (l. 189) atestiguar que la
vendetta ha sido realizada por un hombre, de acuerdo a la costumbre
corsa. Haciéndose pasar por un «viejo mendigo» (l. 191) (lo cual
comporta el rasgo sémico /masculino/) al que acompaña, desde ese
punto de vista, ya no una «perra» (l. 169) sino un «perro» (l. 191 ), la
madre Saverini parece finalmente obedecer a la regla común y reco-
nocer así -por lo menos bajo el modo del /parecer/- la autoridad
del destinador manipulador social.
Para poner fin a esta descripción sintáctica de Una vendetta, re-
tomemos simplemente a nuestro punto de partida, a saber, el esque-
ma narrativo canónico:
manipulación 1 sanción 1
(vendetta)

L a,dónl~
(asesinato)

Como ya hemos remarcado, el relato de G. de Maupassant apena:


se interesa por la manipulación 1 (fuera del «a traición» de la l. 33
sobre el que ya hemos llamado la atención). Si la acción es represen•
Formas narrativas y semánticas 329

tada, en ese nivel 1, por el asesinato de Antonio Saverini, está claro


que la sanción corresponde muy exactamente a la «venganza». Para
interpretar, entonces, sintácticamente la última frase del cuento («Y
esa noche durmió tranquila»), nos bastará recurrir al principio de re-
cursividad señalado e ilustrado más arriba:

manipulación 2 sanción 2
(«Y esa noche
dunnió tranquila»)

manipulación 1
L accWn1J
sanción 1
(vendetta)

L acción 1
(asosinoto)J

Según ese dispositivo, la vendetta -que en el nivel 1 se identifi-


ca con la sanción - hay que considerarla, en el nivel 2, como acción,
cosa que, por lo demás, hemos hecho ya al articularla según la rela-
ción performance/competencia. La manipulación 2 -hemos demos-
trado ya- es operada por la misma anciana en el nivel de las moda-
lidades virtualizantes y por «Dios» en el plano de las modalidades
actualizantes. Por lo tanto, se ve que la sanción de rango 2 se expresa
sucintamente en la última frase del relato: «Y esa noche durmió tran-
quila». Esta retribución positiva corresponde, ya se ha dicho de paso,
al inciso «Pasaba la noche en vela» (l. 88-89), que, en el marco de la
manipulación 2, puede ser interpretado como una incitación al
/querer hacer/.
330 Análisis semiótico del discurso

3.2.3. ESTRUCTURAS SEMÁNTICAS Y SINTÁCTICAS

La articulación narrativa propuesta es sólo un primer paso en


nuestro ensayo de descripción que se dirige a imaginar, a dar cuenta
del juego de la significación primaria en Una vendetta. Hasta ahora
sólo hemos sacado a la luz una especie de bastidor sintáctico, una red
muy esquelética que subtiende el cuento. No obstante, es evidente
que la venganza incluida en este relato no debería reducirse a la sim-
ple interacción de tipo acción/ sanción. Las formas narrativas de Una
vendetta asumen, efectivamente, contenidos semánticos particulares
que no comportan otros relatos de venganza. Nos toca ahora organi-
zarlas mejor y, si es posible, llegar hasta los detalles, sin pretender no
obstante ninguna exhaustividad: nuestra aproximación concierne úni-
camente a una parte de los datos textuales disponibles, ya que nuestro
fin es aquí solamente ilustrar el método descriptivo adoptado.
Antes de proceder a un análisis sémico más elaborado, notemos, en
primer lugar, que aún no se ha dicho na?a de las 27 primeras líneas del
cuento, consagradas a la descripción de «Bonifacio». Excepto la primera
y última frases de esta secuencia introductoria, todo ese pasaje (l. 3-24)
está enteramente escrito en el presente; a partir de ese criterio formal, se
aproximará otro segmento más corto(= l. 74-81) que concierne al espa-
cio opuesto al de «Bonifacio», a saber, «Cerdeña». Se podría decir, en
ténninos globales, que «Bonifacio» es el espacio inicial donde se desa-
rrolla la acción, mientras que «Cerdeña» -y más precisamente «Lon-
gosardo»- es el espacio final de la sanción. Sea, pues, la siguiente co-
n-elación entre las articulaciones narrativa y espacial:
acción vs sanción
espacio inicial vs espacio final

(«Bonifacio») vs («Longosardo»)

De manera accesoria se constata también que, discursivamente


hablando, la descripción de «Bonifacio» precede inmediatamente al
asesinato que va a tener lugar, y que la presentación de «Longo-
Formas narrativas y semánticas 331

sardo» interviene después de establecerse las modalidades virtuali-


zantes (/deber hacer/ y /querer hacer/) y antes de las modalidades ac-
tualizantes (/saber hacer/ y /poder hacer/).
Se sabe que, desde el punto de vista semiótico, los espacios que
figuran en los relatos se definen por lo común, semánticamente, en
razón de los personajes que allí actúan: los espacios estarán aquí, pa-
ra nosotros, en función de los actores. Esto no debería sorprendernos,
en la medida en que, nadie lo ignora, un vertimiento (o incorpora-
ción) semántico(a) dado puede ser vinculado equivalentemente, lle-
gado el caso, a uno u otro de los tres componentes de la puesta en
discurso o discursivización (vid. infra: cap. 4), esto es: los actores,
los espacios y los tiempos. Recordemos, por ejemplo, como hemos
mencionado en otro lugar 33 , que en respuesta al «llamamiento» que
se hace en los cuarteles, el militar dice de manera equivalente en
Francia, «¡Presente!»; en Alemania, «¡Aquí!», y, en Lituania, «¡Yo!».
No nos sorprendamos, pues, que en Una vendetta se manifieste un
verdadero parentesco semántico entre los actores del drama y los lu-
gares donde ellos viven: los atributos de éstos son convertibles, mu-
tatis mutandis, en los de aquéllos. Ya que presentar los espacios es, al
menos, un medio indirecto de hablarnos de los actores; recordemos,
por ejemplo, el caso de «Madame Bovary» cuyos estados de ánimo
son por lo general corroborados por los sitios que frecuenta, por los
paisajes que contempla. Es evidente, en ese sentido - a no ser que
nos atengamos únicamente a la indicación de las coordenadas de un
lugar en términos de longitud o de latitud, o a una simple demarca-
ción geométrica-, que nunca hablaremos de un espacio dado desde
un punto de vista estrictamente topológico: las denominaciones es-
paciales empleadas habitualmente en nuestros discursos tienen, por lo
general, un contenido semántico que puede remitirse fácilmente a los
actantes del enunciado, e incluso a los de la enunciación (vid. infra:
cap. 4). En esta perspectiva se comprenderá mejor, por ejemplo, que
vista «al otro lado del estrecho» (l. 74) -a partir, pues, de esta tierra

33
J. Courtés, Le cante populaire: poétique et mytho/ogie, pág. 139.
332 Análisis semiótico del discurso

extraña que es «Cerdeña»- Córcega sea designada como «patria»


(l. 79), o que la «anciana madre» cambie de denominación al llegar a
Longosardo: «La corsa iba ligeramente cojeando» (l. 174-175); en los
dos casos se hace referencia al lugar de donde se viene.
La presentación del espacio inicial, mucho más rica que la del es-
pacio final, es formalmente delimitada en el texto: a «La viuda de
Paolo Saverini vivía sola con su hijo» (l. 1-2) responde a modo de eco
«Allí vivía ella sola, con su hijo» (l. 28), que inicia la parte propiamen-'
te narrativa del cuento. Esos dos enunciados paralelos encuadran así la
descripción de «Bonifacio», cuyas numerosas anotaciones remiten di-
rectamente a la continuación del relato, como lo atestiguan los dobletes
temático (el primero) y figurativos (todos los otros) 34 siguientes:
- una humilde casucha (l. 2) -viejo mendigo (l. 167, 191)
- la ciudad ( ... ) mira (... ) la (... ) costa
- miraba allá lejos pensando en la
(l. 3-6) venganza (l. 84-85)
- el estrecho erizado de escollos (l. 5-6)
- los pelos erizados (l. 116)
- la costa más baja de Cerdeña (l. 6) - la mirada fija en las costas de
Cerdeña (l. 110-111)
- sobre el estrecho (l. 5) - al otro lado del estrecho (l. 74,
169)
- los barquichuelos de pesca italianos - contrató a un pescador sardo (l.
osardos(l. 11-12) 168)
- Sobre la blanca montaña (... ) una - Un punto blanco en la costa (l. 75)
mancha aún más blanca (l. 14-15)
- nidos de pájaros salvajes (l. 15-16) - una idea salvaje (l. 98)
- horizonte salvaje (l. 27)
- el viento, sin descanso (l. 18) - no tenía reposo (l. 89)
- Andaba( ... ) sin descanso (l. 109)
- las estelas de pálida espuma (l. 21) - Vivaracha ( ... ) echaba espuma (l.
134-135)
- prendidas a los negros salientes (1. - morcilla negra (l. 132)
21-22) - un perro negro (l. 191)
- jirones de velamen (l. 23) - hacía pedazos (l. 149)
- arrancando jirones (l. 189)
- el viejo vapor (l. 12) - un viejo mendigo (l. 167, 191)

34 '
Advirtamos que la identidad de los enunciados comparados no aparece en la
traducción tal y como aparece en el original, en los siguientes casos: - «une petite
Formas narrativas y semánticas 333
Respecto al espacio final, se advertirá de manera similar que el
«al otro lado del estrecho» (l. 74), en la presentación inicial de
«Longosardo», es reiterado tal cual en el momento en que la anciana
mujer va a pasar a la sanción (l. 174).
Más allá de estas repeticiones (hay otras, en el nivel del contenido,
que operan en una relación sinonímica entre, por ejemplo, «palpi-
tando»: l. 24 y «temblaba»: l. 162) lo cual nos autoriza a reconocer no
sólo un paralelismo sino también cierto parentesco semántico entre las
secuencias descriptivas y narrativas; es todo un juego de categorías fi-
gurativas, temáticas y axiológicas el que articula el universo semántico
de la narración en un nivel subyacente, a partir de otras tantas isotopías.
Respecto al hecho de que los datos semánticos puedan incorporarse
casi de modo equivalente en los actores, los espacios o los tiempos
(vid. infra: cap. 4), la perspectiva retenida finalmente será por cierto la
de los actores, puesto que es únicamente a ellos a los que vincularemos
la estructura sintáctica obtenida más arriba. Observemos de inmediato,
por ejemplo, que el término «viuda» parece encuadrar la descripción de
«Bonifacio»: en efecto, sólo aparecerá dos veces (l. 1 y 25), invitándo-
nos de algún modo a leer los datos semánticos espaciales en función de
una historia anterior presupuesta: la pérdida del marido. Más adelante,
y según los momentos del relato, sólo se tratará de la «madre», de la
«anciana», de la «vieja», de la «mujer» o de la «corsa».
Procedamos ahora a un análisis semántico más sistemático del
texto de G. de Maupassant, explorando en primer lugar la categoría
isotópica de la espacialidad. Ésta nos parece articulable, inicialmente,
según la oposición verticalidad vs horizontalidad. La /horizontalidad/
es un sema recurrente en varios sememas: así, dependen de la /hori-

maison pauvl'e». «una humilde casucha» (l. 2) vs «un vieux pauvre», «viejo men-
digo» (l. 167, 191); -«le vent sans repos», «el viento sin descanso» (l. 18) vs
«elle n'avait plus ni repos», «no tenía reposo» (l. 89); -«les trainees d'écume»,
«las estelas de pálida espuma» (l. 21) vs «Sémil/ante (... ) écumait», «Vivaracha
( ... ) echaba espumarajos por el hocico» (l. 134-135); -«lambeaux de toile»,
«jirones de velamen» (l. 23) vs «mettait en lambeaux», «hacia pedazos» (1. 149).
(N. del T.)
334 Análisis semiótico del discurso

zontalidad/ tal vez el «mar» (l. 5, 18), en todo caso la «superficie del
agua» (l. 24), la «costa más baja» (l. 6), la «desnuda costa» (l. 19),
así como las «estelas de pálida espuma» (l. 21) e incluso el «saliente
de la montaña» (l. 3-4). El rasgo /verticalidad/ designa otra isotopía,
por ejemplo, con los «muros» (l. 2), el «acantilado» (l. 8, 26), el
«corredor» (l. 9), las «abruptas murallas» (l. 11 ), las «ventanas»
(l. 26), etc.
La /verticalidad/ es más aprovechada en esta presentación de los '
lugares, ya que funciona de inmediato en la pareja alto/bajo que
cumple, visiblemente, uno de los papeles más significativos. Como
ya hicimos indirectamente alusión, se comprobará que «Bonifacio»
(l. 3) y «Cerdeña» (l. 6) se oponen precisamente según la relación
alto vs bajo:
La ciudad, levantada sobre un saliente de la montaña, y suspendi-
da en algunos sitios justo encima del mar, mira, sobre el estrecho eri-
zado de escollos, hacia la costa más baja de Cerdeña (l. 3-6).

A esta isotopía de lo /alto/ (como lo confirman, en ese pasaje, los


sememas: montaña, suspendida, encima, sobre), se vincula todavía:
Parecen nidos de pájaros salvajes, aferrados a la roca, dominando
aquel paso (l. 15-17).

La isotopía de lo /bajo/ es igualmente manifiesta, no sólo en «la


costa más baja de Cerdeña», sino también en «encima del mar» (l. 5).
Unida contextualmente a lo /bajo/, esta última figura («mar») se opo-
ne naturalmente al «viento» que depende de lo /alto/: «El viento, sin
descanso, azota el mar» (l. 18).
El caso de la «ventana» (l. 26 y 84) es también interesante. Esta
figura comporta, digamos, en sí misma, el serna /verticalidad/. Con-
textualmente va a estar dotada con el rasgo /alto/, en razón de lapo-
sición espacial de la casa de la viuda Saverini: «La casa( ... ) asida al
borde mismo del acantilado, abría sus tres ventanas» (l. 25-26), rasgo
que la figura, si así podemos decirlo, conservará en la memoria, de
Formas narrativas y semánticas 335
tal manera que cuando se llega al inciso «sentada a su ventana, mira-
ba allá lejos» (l. 83-84), se puede mantener la oposición alto/bajo,
sabiendo que el otro semema («allá lejos») designa precisamente a
«la costa más baja de Cerdeña» (l. 6). (Volveremos ulteriormente, en
el capítulo 4, sobre el estatuto enuncivo/enunciativo de ese «allá
lejos»).
Como hemos señalado varias veces, la oposición alto/bajo sólo
tiene sentido -en el relato- en la medida en que puede ser relacio-
nada con las otras articulaciones temáticas y/o axiológicas. El espa-
cio, hemos dicho, no es convocado nunca por él mismo: sirve por lo
general para hablar de algo distinto a él; esto equivale a reconocer
que, en cuanto dato figurativo, el espacio requiere una interpretación
temática y/o axiológica. Examinemos desde ese punto de vista lo
/bajo/ que está extensamente representado en el cuento.
De acuerdo con nuestros estereotipos socio-culturales occidenta-
les (tanto, por ejemplo, en los relatos mitológicos o religiosos como
en las tradiciones populares, cuentos y leyendas), lo /bajo/ se asocia
más frecuentemente con la /disforia/, a lo /alto/, pues, le competirá
correlativamente la /euforia/. Situada desde el comienzo del relato en
lo /bajo/ ( «la costa más baja de Cerdeña»), la figura «Cerdeña» con-
servará en adelante este rasgo característico incluyendo al mismo
tiempo otros gracias a nuevas contextualizaciones. Así, en el enun-
ciado

Antonio Saverini fue muerto a traición, de una puñalada, por Ni-


colás Ravolati quien, aquella misma noche, se dirigió a Cerdeña (l.
32-35),

«Cerdeña» se encuentra contextualmente asociada al «a traición», lo


que claramente confirma, además, el enunciador cuando un poco
después define «Longosardo» como el lugar «donde se refugian los
bandidos corsos» (l. 76-77); por «a traición» y «bandidos», el espacio
de «Cerdeña» es axiológicamente considerado como /disfórico/ y,
temáticamente, como vinculado al /mal/ (vid. infra).
336 Análisis semiótico del discurso

Las otras indicaciones espaciales que afectan a lo /bajo/, parecen


obedecer a la misma axiologización negativa. Por lo tanto, en el inciso:
¡ «La ciudad( ... ) mira, sobre¡ ¡ el estrecho erizado de escollos»¡ (l. 3-6)
/alto/ /bajo/+ /disforia/

los «escollos» sólo podrían ser percibidos como /disfóricos/ en vista


del peligro que representan para los navíos (ver luego): notemos a
este respecto que «erizado» se reitera más adelante para calificar el
«pelo» (l. 116) de Vivaracha, justo en un momento particulannente
disfórico para ella, cuando la perra está muy hambrienta. Sea todavía:
¡ «dominando ¡ ¡ aquel paso temible» 1 (l. 16-17)
/alto/ /bajo/+ /disforia/

donde «temible» traduce el carácter tímico negativo. Igualmente


ocurre aún con los <<jirones de velamen flotando y palpitando en la
superficie del agua» (l. 23-24) que, contextualmente, dependen del
orden de lo /bajo/, incluso con el «viejo vapor asmático» (l. 12-13)
donde los adjetivos parecen depender nítidamente de la /disforia/.
Tomemos un último ejemplo en la parte narrativa propiamente di-
cha del cuento, «Oró, prosternada en el pavimento» (l. 100-1 O1): lo
/bajo/, que representa el «pavimento» (= «conjunto de bloques de
piedra, madera, etc., que revisten el suelo», dice. Petit Robert) y
que se halla igualmente presente en «prosternada», es asociado, en
el plano sintáctico, a una modalización negativa de la anciana ma-
dre, a su /no poder hacer/.
A propósito de los topónimos, notemos que la ciudad de
«Bonifacio» está asociada a lo «blanco» ( «el montón de casas, pone
una mancha aún más blanca»: l. 14-15) como también «Lohgosardo»
(«la vieja miraba de la mañana a la tarde, un punto blanco en la cos-
ta»: l. 74-75). Opuestos según la relación alto/bajo, esos dos topóni-
mos tienen en común, sin embargo, el hecho de pertenecer al univer-
so de la /cultura/ (por oposición a la «montaña»: l. 4, o al «monte»: l.
80, que dependen de la /natura/) donde lo «blanco» se asemeja a una
Formas narrativas y semánticas 337
marca figurativa icónica; de ahí el contraste con lo «negro» que, en
este relato, dependería más bien de la /natura/, como cuando se trata
de los «negros salientes de las innumerables rocas» (l. 21-22) -que
se convierten en «aquel paso temible por el que apenas se aventuran
los navíos» (l. 16-18) y son, por esa razón, asociadas a la /muerte/-
o del «flaco perro negro» (l. 191 ), que acaba de matar, o, finalmente,
de la «negra morcilla» (l. 132) que es para Vivaracha el compromiso
de su acción de muerte. Además, sabiendo de qué está hecha la
«morcilla», se le vinculará casi naturalmente a la figura de la «san-
gre» (l. 51, 54):

figurativo icónico: «blanco» VS «negro»


(«sangre»)
figurativo abstracto:
-individual vida vs muerte
-social cultura vs naturaleza

Examinemos en primer lugar la categoría isotópica vida/muerte,


de carácter individual, cuya importancia en ese texto es manifesta
desde el momento en que está explícitamente planteada: el «Allí vivía
ella sola con su hijo Antonio» (l. 28) se opone evidentemente a
«Antonio Saverini fue muerto a traición» (l. 32-33). Lo mismo que en
el orden espacial, lo /bajo/ es un serna isotopante más importante que
su contrario lo /alto/, también en el dominio existencial el rasgo más
recurrente es la /muerte/. Destaquemos algunos sememas portadores
de ese serna: «muerto» (l. 33), «cuerpo» (l. 36, 46), «el muerto»
(l. 41-42), «cadáver» (l. 40, 87), «labios muertos» (l. 63), «enterrado»
(l. 69), «muerte» (l. 86), «asesino» (l. 111 ), etc.
Vinculando, como acabamos de hacerlo, de una parte, «Allí vi-
vía» y, de la otra, «Antonio Saverini fue muerto», se deducirá que
la /vida/ y lo /femen_ino/ corren en pareja, como paralelamente la
/muerte/ está en el contexto ligada a lo /masculino/. Y esto desde
la primera línea del cuento «La viuda de Paolo Saverini», ya que la
«viuda» comporta como rasgos no solamente lo /femenino/ sino
338 Análisis semiótico del discurso

también la /vida/ (por oposición al difunto conjunto, del orden de lo


/masculino/). Esto es lo que confirma no sólo «Ningún hombre»
(l. 72) sino igual y complementariamente, la aproximación de «la
mujer y (el) animal» 35 (l. 67). Reconozcamos, sin embargo, que
esta categoría isotópica masculino/femenino no abarca todo el
cuento, limitado como está a la familia Saverini; no se tiene en
cuenta aquí a los «vecinos» (l. 121) ni a otros actores que partici-
pan indirectamente en el drama -«carnicero» (1. 131 ), «pescador»
(l. 168), «panadero» (l. 175-176), incluso el «monigote» (l. 126)-
aun cuando todos concurren, más o menos indirectamente, en la
obra de /muerte/.
Nos parece que hay otra correlación posible entre vida/muerte de
un lado y movimiento/inmovilidad del otro, a pesar de que esta últi-
ma categoría isotópica no ha sido casi aprovechada en Una vendetta;
algunos sememas portadores de esos rasgos pueden ser, no obstante,
resaltados: «permaneció largo tiempo inmóvil» (l. 38), «No se movía
más que la madre» (l. 45), «Coágulos de sangre se habían cuajado»
(l. 54), «la vieja, inmóvil y muda, miraba» (l. 150), «después se que-
dó inmóvil» (l. 187-188). Se vinculará quizás a vida/muerte la pareja
(caliente)/frío: «puso sus labios fríos sobre los labios muertos»
(l. 62-63); tal vez lo /caliente/ se encuentra implícitamente presente si
no en «tufillo» (l. 136), por lo menos, sin duda, en «encendió una
lumbre» (l. 133) que nos parece unirse a la /vida/, aunque sólo sea a
causa del «(chispeantes) los ojos» (l. 150-151) 36 de la anciana, que
depende de la /euforia/.
Indiquemos otra vinculación posible, que tiene en cuenta la pareja
«descanso»/«inquietud». Lo que se nos dice al respecto al comienzo
del cuento, los espacios y los elementos naturales («El viento, sin
descanso, azota el mar, azota la desnuda costa»: l. 18-19), concierne
también a los actores: la madre, por supuesto («no tenía reposo
ni tranquilidad»: l. 89-90; «Andaba de un lado al otro, sin descanso»:

35
En el original: «la femme et la bete».
36
En el original: «elle a/luma un feude bois» (l. 129); «reil a/lumé» (l. 145).
Formas narrativas y semánticas 339

l. 109), pero también la perra, que se nos presenta en un determinado


momento como «extenuada» (l. 115). A la «inquietud» corresponde,
por ejemplo, «Pasaba las noches en vela» (l. 88-89), al «descanso»:
«La perra a sus pies, dormitaba» (l. 90-91) y, sobre todo: «esa noche
durmió tranquila» (l. 224-225). En el orden del «descanso», el
«sueño» nos parece vincularse a la /vida/, pero también a la /cultura/
(vid. infra) y, a través de ello, a la /euforia/; entonces, se comprende-
rá mejor su determinación según el /parecer/, cuando está visiblemen-
te ligado a la /muerte/: «El muchacho( ... ) parecía dormirn (l. 49-51).
Se verá, finalmente, otra correlación posible entre la /muerte/ y la
/soledad/ que ya es observable en el plano espacial («este salvaje y
desolado horizonte»: l. 26-27) y enfatizado aún más en el nivel actorial:

-La viuda de Paolo Saverini vivía sola con su hijo (l. 1)


-Allí vivía ella sola, con su hijo (l. 28)
-No quiso que nadie se quedara con ella (l. 40-41)
-Completamente sola todo el santo día, sentada a su ventana, mira-
ba (l. 83-84 ).

La pareja naturaleza/cultura (que constituye, como se sabe, la


primera articulación del universo semántico social), a la que acaba-
mos de aludir como complementaria de la oposición vida/muerte, nos
parece reconocible desde las primeras lineas del cuento. Si la «casa»,
los «muros» y la «ciudad» (l. 2-3) dependen de la cultura, el «mar»,
los «escollos» y la «costa» (l. 5-6) parecen aludir claramente, por su
parte, a la /naturaleza/. De ahí todo un juego semántico posible con
esta categoría en que cada serna sirve de base a una isotopía deter-
minada: «un corte (= /cultura/) del acantilado (= /naturaleza/), que
parece un gigantesco (= /naturaleza/) corredor (= /cultura/), le sirve
de puerto (= /cultura/)» (l. 8-9). A la «montaña» y a los «nidos de
pájaros salvajes» (l. 15-16) se oponen, en este caso, las «casas»
(l. 14) y los «navíos» (l. 17-18), etc. Como se notará, al mismo tiem-
po la /cultura/ parece ir en el sentido de la /vida/: «La casa de la viu-
da Saverini ( ... ) Allí vivía ella» (l. 25, 28), mientras que la /natu-
340 Análisis semiótico del discurso

raleza/ se dirige más bien hacia la /muerte/ con «ese paso terrible» (l.
17) y sobre todo:
El viento, sin descanso, azota el mar, azota la desnuda costa,
arañado por él ( ...); se precipita en el estrecho y devasta sus orillas (l.
18-20).

«Arañado» y «devasta» son, en el plano espacial de los elementos


naturales, lo que serán, en el nivel actorial - y en el marco de una·
venganza cultural (la vendetta) - el «desgarrar» y el «devorar» (l.
15 7); si se vincula además la «costa ( ... ) apenas vestida de hierba» (l.
19-20) al «muchacho (.. ,) con su chaquetón» (l. 49-50) 37 , se puede
proponer la siguiente homologación que da cuenta del posible paso
semántico de los espacios a los actores:

viento Nicolás Ravolati


costa Antonio Saverini

Es decir, simplemente, que el «viento» es a la «costa» lo que


«Nicolás Ravolati» es a «Antonio Saverini».
La oposición naturaleza/cultura no se limita sólo a la secuencia
descriptiva; en efecto, vamos a encontrarla de nuevo inmediatamente
en la parte narrativa del cuento. En general, en el relato se reconocerá
que, como costumbre social que prevé además diferentes casos posi-
bles («No había dejado hennanos ni primos carnales; ningún hombre
que pudiera llevar a cabo la vendetta»: l. 71-73), la vendetta pertene-
ce típicamente al orden de la /cultura/, lo que nos autoriza a asociar
correlativamente el «asesinato», realizado por Nicolás Ravolati, con
la /naturaleza/. Una vez planteado esto, recordemos que la oposición
naturaleza vs cultura no es de ninguna manera sustancial, sino rela-
cional; es una relación que, como tal, no está vinculada a tal o cual
contenido preciso y es capaz, por ejemplo, de desplazarse -como

37
En el original: «cote(... ) vetue d'herbe» (l. 19); <~eune homme (...) vetu de sa
veste» (l. 47).
Formas narrativas y semánticas 341
sucede aquí- del marco global del cuento a uno de sus subconjun-
tos. Es evidente que, entonces, ya no afectará a los mismos datos:

naturaleza vs cultura
(«asesinato») (vendetta)
1
1 1
naturaleza VS cultura
«salvaje» «idea»
«feroz» «medita»
«devora» «mastines»

Según un estereotipo bastante extendido, el recorrido que parece


más normal, en todo caso, aquel que por lo común es el más valori-
zado positivamente -como hemos precisado a propósito de las
Mythologiques 38 - es el que va de la /naturaleza/ hacia la /cultura/,
recorrido llamado de la «progresión» (por oposición a la «regresión»
de la /cultura/ hacia la /naturaleza/, axiologizada negativamente). El
relato de G. de Maupassant pone en práctica el «buen» sentido, que
nos lleva de la /naturaleza/ (representada por el «asesinato») hacia la
/cultura/ (que ilustra la costumbre social corsa de la vendetta). En
cambio, cuando pasamos al subconjunto del cuento representado por
la historia de la venganza propiamente dicha, constatamos que -en
contra de lo que se estaría en derecho de esperar según nuestros cli-
chés culturales- el enunciador ha elegido la «regresión» de la
/cultura/ hacia la /naturaleza/: de donde, tal vez, el efecto de sentido
de «salvajismo» que conmueve al lector.
A «este salvaje y desolado horizonte» (l. 26-27) de la secuencia
introductoria, responde efectivamente, a manera de eco, este otro in-
ciso cuya importancia ha sido resaltada en el plano narrativo «una
noche (... ) la madre, de repente, tuvo una idea, una idea salvaje, ven-

38
Ver J. Courtés, Lévi-Strauss et les contraintes de la pensée mythique, especial-
mente el capítulo consagrado a «Nature et culture dans les Mythologiques de C. Lévi-
Strauss».
342 Análisis semiótico del discurso

gativa y feroz» (l. 96-98), que maneja simultáneamente los dos tér-
minos de la categoría /naturaleza/ («salvaje», «feroz») vs /cultura/
(«idea», «medita»). El calificativo «feroz», vinculado -decíamos
antes- al /animal/, por lo tanto del lado de la /naturaleza/, se asocia
por ese medio tanto al «estrecho erizado de escollos» (l. 5-6) como a
«¡Devora! ¡Devora!» (l. 183); lo mismo que «feroz», «erizado» y
«devorar» son inicialmente empleados para hablar más bien de los
animales (como es el caso de «el pelo erizado»: l. 116). A semejanza
de la anciana madre que va, por su «idea», de la /cultura/ hacia la
/naturaleza/ -como confirmará, a continuación, el hecho de que pa-
ra la realización de la performance se disfraza con «traje de hombre
(macho)» 39 (l. 167), cosa que la hace pasar así de la isotopía
/humana/ a la isotopía /animal/-, la perra sigue ese mismo recorri-
do. Al comienzo del relato, Vivaracha forma algo así como parte de
la casa, de la domesticidad:
Allí vivía ella sola, con su hijo Antonio y su perra, la
«Vivaracha» ( ... ) de la raza de los mastines. Servía al muchacho para
ir de caza (l. 28-31 ).

Por añadidura, como hemos señalado de paso, en el momento del


asesinato la perra adopta un comportamiento casi humano, que la
aproxima plenamente a la mujer (hasta el punto, como se ha recono-
cido, de constituir con ella un actante dual):
... aullaba con frecuencia de ese modo ( ...) como si su alma de ani-
mal, desconsolada, guardara así un recuerdo que nada puede borrar
(l. 92-95).

Los sememas destacados ilustran la pertenencia primera de Vivaracha


a la /cultura/.
Notemos igualmente que el nombre dado a la perra es un adjetivo
normalmente reservado a los humanos: «vivaracho(a)» (= «de genio
despierto, travieso y alegre», según el dice. Petit Robert) depende di-

el original: «habits de miile» (l. 161-162).


Formas narrativas y semánticas 343

rectamente de la /cultura/. Agreguemos, a ese respecto, aun cuando se


trata de un dato extralingüístico (y, por lo tanto, no pertinente en
principio para nuestra descripción), que «Sémillante» (= «Viva-
racha») era el nombre de un «navío» (l. 12) que naufragó cerca de
«Bonifacio» al ir a participar en la guerra de Crimea, estrellándose en
los «escollos» (l. 6) del «estrecho»: el empleo de ese nombre propio
no deja de aludir seguramente al relato de A. Daudet «L'agonie de la
Sémillante» («La agonía de Vivaracha»), en Lettres de man moulin
(Cartas de mi molino) y también si no más -por el hecho de la es-
tancia de G. de Maupassant en Córcega en 1880- a la «Pirámide de
la Sémillante» que, erigida en la isla Lavezzi, no lejos de Bonifacio,
recuerda todavía hoy ese acontecimiento.
¿Es realmente a causa de la catástrofe ocurrida a ese barco (de
donde el inciso: «aquel paso terrible por el que apenas se aventuran
los navíos»: l. 16-18) por 10' que la perra recibió ese nombre? Poco
importa. Lo que es claro, en todo caso, es el hecho de que por una es-
pecie de antítesis que enfatiza perfectamente su entrecomillado (por
lo tanto, en el plano de la expresión: l. 29), «Vivaracha» -en oposi-
ción de la misma definición lexical de ese término ( «de genio des-
pierto, travieso y alegre»)- está aquí contextualmente más ligada a
la /muerte/ ocasionada por ella que a la /vida/, más a la /naturaleza/
que a la /cultura/ y, en los planos temático y axiológico, más al /mal/
y a la /disforia/ que al /bien/ y a la /euforia/. En contra de su denomi-
nación, la perra sólo conoce estados de ánimo disfóricos:

- Lanzaba un largo alarido monótono, desgarrador, horrible (l. 65-


66);
- ... su alma de animal, desconsolada (l. 94);
- ... los pelos erizados y tiraba desesperadamente de su cadena
(l. 116-117).

En el nivel del hacer, es evidente que su PN de devoración, diri-


gido hacia la /muerte/, es también disfórico. Al matar a Nicolás Ravo-
lati, Vivaracha pasa declaradamente de la /cultura/ a la /naturaleza/:
344 Análisis semiótico del discurso

hecha para «guardar» y «servir» (l. 30), ahora debe «desgarrar» y


«devorar» (l. 157). Tenemos ya algunos indicios de esta transforma-
ción en la secuencia del adiestramiento: «el animal enfurecido»
(l. 118-119) (furor= «cólera sin medida»),· destaquemos, en el mis-
mo sentido, el adjetivo «enloquecido» («frenético») (l. 134, 184): el
desatino está contextualmente vinculado con la /muerte/, la /natu-
raleza/, la /disforia/. Observemos de paso que si el comportamiento
de la peffa tras la muerte de su amo, nos es descrito en términos de
/cultura/ («como si su alma de animal... guardara así un recuerdo»:
l. 94-95), en cambio, a lo largo de todo el adiestramiento se nos pre-
senta más bien desde el punto de vista de la /naturaleza/, como lo
comprueban las siguientes anotaciones:
-pelos erizados (l. 116);
-Vivaracha( ...) saltaba, echaba espumarajos (1. 134-135);
-con un trozo de supresa entre los dientes (l. 144-145);
- encarnizada (l. 148).

Del estatuto casi /humano/ que se le otorga al comienzo del


cuento, Vivaracha pasa al dominio propiamente «animal» (l. 184),
«salvaje» (l. 16, 98), si se tiene en cuenta, desde el punto de vista se-
mántico, la conversión posible espacio/actor.
En este punto de nuestras observaciones, nos es necesario dar un
paso más y pasar ahora de lo figurativo abstracto (espacial y exis-
tencial) -con todas las categorías isotopantes que le hemos correla-
cionado- a los niveles temático y axiológico:

-figurativo espacial: alto vs bajo


-figurativo existencial:
+ individual: vida vs muerte
+ social: cultura vs naturaleza

Examinemos, en primer lugar, el caso de lo temático. Hemos de-


mostrado antes que lo /bajo/ caracterizaba a «Cerdeña» y que a través
Formas narrativas y semánticas 345

de «a traición» (l. 33) y de «bandidos» (l. 77), se encontraba asociada


temáticamente al /mal/ y axiológicamente a la /disforia/. Volvamos a
esta forma adverbial «a traición», cuya importancia en el plano na-
rrativo ya hemos enfatizado: «Traicionar», precisa el diccionario, es
«dejar de ser fiel a (alguien con quien se está vinculado por la palabra
dada o cierta solidaridad)» (dice. Petit Robert). Desde este punto de
vista, el gesto de Nicolás Ravolati, su acción, depende, semántica-
mente hablando, de la /infidelidad/, mientras que la sanción, realizada
por la anciana, está contextualmente asociada, de modo explícito, a la
/fidelidad/:
- Es tu madre la que lo promete, y tu madre nunca ha faltado a su
palabra (l. 60-61 );
- había empeñado su palabra, había jurado sobre el cadáver (l. 86-
87).

Sabiendo que la /fidelidad/ se define como una no-traición, le


opondremos mejor, no la /infidelidad/ (que en esta acepción ha que-
dado «anacrónica», según el diccionario), sino la /perfidia/. Se ten-
drán así las siguientes correlaciones que reúnen, en especial, los dos
componentes narrativo y semántico:
-componente narrativo sanción vs acción
-componente semántico:
+ nivel axiológico: euforia VS disforia
+ nivel temático
a) genérico: bien VS mal
b) específico: fidelidad vs perfidia

Nótese que antes de tomar la forma de la sanción, la /fidelidad/ se


anuncia ya -además de la «promesa» (l. 40, 60, 86)- en el «re-
cuerdo» (1. 95):
- la madre, una vieja, pensaba en ello (l. 73);
-miraba allá lejos, pensando en la venganza (l. 84-85);
-no podía olvidar (l. 87-88).
346 Análisis semiótico del discurso

Esta última observación nos lleva directamente a obtener aún


otro tema, que también es de naturaleza específica respecto a la
categoría mucho más general bien/mal que nos parece abarcar
implícitamente todo el cuento (y que, tal vez, corrobora a su modo
la referencia religiosa: l. 100-103 y 165-166). Destacamos aquí, en
efecto, una oposición bien marcada entre la /venganza/ y la /no
venganza/: el segundo término de esta categoría, la /no venganza/,
para la cual la lengua española parece no disponer de una denomi-
nación particular, satisfactoria, nos parece sin embargo expresarse
en el plano cognoscitivo con el «olvido» (l. 88); se opone, pues, en
este punto, a la /fidelidad/ («no podía olvidar»). Dependería así de
la /no venganza/ el inciso: «y poco después nadie volvió a hablar
de él en Bonifacio» (l. 69-70); tenemos también el derecho de pre-
guntamos si el exilio momentáneo ( «allí esperan el momento de
regresar»: l. 79-80) de los «bandidos corsos» a «Longosardo»
(l. 76) no es una forma, no ya cognoscitiva sino espacial, de la /no
venganza/, es decir, de la ausencia de sanción.
Sea, entonces, finalmente una articulación semántica que, recor-
demos, interviene no en el eje sintagmático como lo hace la sintaxis,
sino en el eje paradigmático: las categorías retenidas designan, en
nuestro texto, otras tantas isotopías correlacionables unas con las
otras (como indican los rasgos verticales entre las parejas de oposi-
ciones) en vía de homologación. Ciertamente, este inventario -por
muy ubicado que esté en el nivel global del relato- es sólo indicati-
vo, no aspira de ninguna manera a la exhaustividad: todos los datos
semánticos del cuento de G. de Maupassant no se han tenido aquí en
consideración, ya que nuestro fin es únicamente ilustrar una metodo-
logía dada; ¡esto limita algo el análisis presentado y, por supuesto, su
credibilidad!:
Formas narrativas y semánticas 347

-componente narrativo sanción vs acción


-componente semántico
+ nivel axiológico: euforia vs disforia
+ nivel temático 1 1
a) genérico: bien vs mal
b) específico: 1 1
1 ................................. fidelidad vs perfidia
( «recuer-1
do») 1
2 ................................. venganza vs no venganza
+ nivel figurativo abstracto 1 1 («olvido»)
a) espacial: alto VS bajo
b) existencial 1 1
1. individual: vida vs muerte
1 1
2. social: cultura VS naturaleza

Detengámonos un momento en el nivel temático. Al comparar las


categorías isotopantes con las que trabajamos, nos damos cuenta de
inmediato de que la oposición fidelidad/perfidia es específica respec-
to a bien/mal y que, en cambio, es más bien de tipo genérico si se
aproxima a venganza vs no venganza:
temático genérico ----➔ temático específico

b i e n - - - - fidelidad - - - venganza

m a l - - - - perfidia - - - no venganza

Efectivamente, en Una vendetta -y esta observación no valdrá


desde luego para otro texto- la /venganza/ se da contextualmente,
en relación con el código de honor presupuesto, como una de las
formas posibles de la /fidelidad/, así como la /no venganza/ debe in-
terpretarse como una expresión de la /perfidia/; lo inverso no es ver-
dadero: la /fidelidad/ o la /perfidia/ son más extensas, más engloban-
tes que la /venganza/ o la /no venganza/, hasta tal punto que se podría
348 Análisis semiótico del discurso

decir que la /fidelidad/ es una fonna particular de la /venganza/ o que


la /perfidia/ es un tipo específico de /no venganza/. Para mayor clari-
dad, se podría razonar en ténninos de inclusión:

Teniendo en cuenta su posición intermedia entre lo temático gené-


rico y lo temático específico, podemos vinculamos a la pareja fidelidad
vs perfidia y presentarla bajo la forma de cuadro (o cuadrado) semióti-
co significando tan sólo que el relato aprovecha un recorrido: s2 ➔ -s2
➔ s 1; los términos entre paréntesis remiten a los datos textuales:

sl s2
fidelidad perfidia
(«vendetta») («asesinato»)

r
-s2 -sl
no perfidia no fidelidad
(«promesa», («olvido»)
«recuerdo»)

Hablar de recorrido es, evidentemente, pasar de lo paradigmático a


lo sintagmático, de la semántica a la sintaxis. En efecto, es precisamen-
te en este punto donde podemos articular los datos sintácticos y semán-
ticos. Para llevarlo a cabo, nos basta con partir de la definición de
«vengar» (l. 58, 103). Según el diccionario Petit Robert, por ejemplo,
Formas narrativas y semánticas 349

«vengar» es «resarcir moralmente (a alguien) castigando a su ofensor,


aquel que lo ha perjudicado». Si la /venganza/ equivale, pues, a un
«resarcimiento», la /perfidia/ corresponderá a lo que podría denominar-
. se «perjuicio»; desde ese punto de vista, se comprobará que la oposi-
ción entre esos dos términos (venganza/perfidia) no es simétrica: la
/venganza/ presupone la /perfidia/, como decíamos al comienzo de
la descripción narrativa, pero no a la inversa. Por donde encontramos la
sintaxis que hemos caracterizado como la relación de orientación, de
rección, oponiéndose a la semántica donde las oposiciones paradigmá-
ticas son simétricas. Si nos planteamos que, globalmente, el cuento de
G. de Maupassant va de la /perfidia/ a la /fidelidad/, debemos esperar
que esa misma relación de orientación se encuentre en todos los niveles
isotópicos correlacionados que hemos obtenido antes:

acción sanción
- componente narrativo
(«asesinato») («vendetta»)
- componente semántico:
+ nivel axiológico: disforia euforia
(«pasaba las no- ( «esa noche dur-
ches en vela») mió tranquila»)
+ nivel temático
a) genérico: mal bien
b) específico
1 .......................... perfidia fidelidad
2 .......................... no venganza~ venganza
+ nivel figurativo abstracto
a) espacial: bajo , alto
(«Longosardo, («Al atardecer
~onde se refugian la vieja volvió
los bandidos corsos») a su casa»)
b) existencial
1. individual: muerte vida
(asesinato) («llevar a cabo
la vendetta»)
2. social: naturaleza cultura
(la vendetta como
costumbre social)
350 Análisis semiótico del discurso

Ahora se imponen algunas observaciones complementarias, rela-


tivas al nivel axiológico que hasta el momento hemos dejado en un
segundo plano. Hemos aludido por cierto, varias veces y de manera
explícita, a la categoría timica, por ejemplo, a propósito de la espa-
cialidad, cuando correlacionábamos las oposiciones alto vs bajo y eu-
foria vs disforia. Está claro que estas breves indicaciones son insufi-
cientes, sobre todo vista la importancia del nivel axilógico en el
cuento de G. de Maupassant: pasiones y estados de ánimo se hallan
visiblemente en el centro de ese relato y solicitan, por ese hecho, toda
nuestra atención incluso si -en ese nuevo dominio que actualmente
explora la semiótica- nuestra metodología es hoy todavía muy limi-
tada.
Notemos, en primer lugar, que el serna /euforia/ sólo está presente
en algunos pocos sememas: así, «chispeantes los ojos» (l. 150-151)
nos parece depender de una axiología positiva, como también el «fer-
vor extático» (l. 166); recordemos, efectivamente, que el «éxtasis» es,
según el diccionario Petit Robert: «un estado de exaltación provoca-
do por una alegría o una admiración extrema que absorbe cualquier
otro sentimiento» (el subrayado es nuestro). A la «exaltación» que,
por lo tanto, implica el éxtasis, corresponde negativamente en nuestro
texto, el calificativo «abatida» (l. 101), término que debe entenderse,
según el diccionario, como «triste y desanimado». Como se ve, se
puede pasar entonces de la oposición paradigmática a la distribución
sintagmática: Una vendetta nos propone, para la madre, un recorrido
sintáctico que va de la /tristeza/ (en el momento en que, como lo he-
mos demostrado más arriba en el análisis narrativo, ella no se encuen-
tra dotada aún con el /saber hacer/ ni, a fortiori, con el /poder hacer/)
a la /alegría/ que se expresa, primero, cuando la anciana mujer cons-
tata el éxito del adiestramiento (lo que indica el «chispeantes los
ojos») y, sobre todo, en el momento en que su competencia ha sido
adquirida totalmente ( es, entonces, el «fervor extático»).
Lo que se dice de la «anciana madre» en el plano actorial, debe
evidentemente vincularse con la presentación que se nos hace de los
espacios. Así, «desolado» (l. 27) -que caracteriza contextualmente
Formas narrativas y semánticas 351

al «horizonte»- se define según el dice. Petit Robert, como «de-


sierto y triste». Se reconocerá, pues, fácilmente que la /tristeza/ se
expresa en ese relato tanto a nivel espacial («desolado») como en el
· plano actorial («abatida»). Si el antónimo de «desolado» es «alegre»,
como afirma el diccionario, se ve inmediatamente que en nuestro
cuento, «desolado» debería oponerse directamente a «vivaracho»
(= «de genio despierto, travieso y alegre») cuyo contexto, como he-
mos destacado ya, le vinculaba, de hecho y por antítesis, no a la
/euforia/ sino a la /disforia/. Se obtiene entonces, poco a poco, una
isotopía de la /tristeza/ (vs /alegría/) que se encuentra aún, por ejem-
plo, en las «gruesas lágrimas silenciosas» (l. 47), «mi pequeño, mi
niño, pobre hijo mío» (l. 58-59), «gemir» (l. 64, 97), «alarido (... )
desgarrador» (l. 65) y «desconsolada» (l. 94).
Hemos pasado así espontáneamente de una axiologia genérica
(euforia vs disforia) a una axiología específica que designamos, en
este caso, con la categoría /alegría/ vs /tristeza/. A decir verdad, una
segunda exploración del componente tímico de este cuento nos ha
llevado a identificar otra oposición axiológica, también de carácter
específico: ésta se manifiesta en las secuencias descriptivas o en los
segmentos narrativos del relato. Se trata de una categoría que deno-
minaremos arbitrariamente -teniendo siempre en cuenta los datos
lexicales de nuestro texto- como: /sosiego/ vs /desenfreno/.
El «sosiego» aparece, en efecto, en Una vendetta (l. 90) y subsu-
me no sólo «descanso» (l. 18, 90-91, 109) sino también, por ejemplo,
«Esa noche durmió tranquila» (l. 193-194). La elección del lexema
«desenfreno» - para esta oposición- es evidentemente motivada
por la acción de la madre que «desató a la perra» (l. 141); retomada
aquí en un sentido más extenso, figurado, a título de sema isotopante,
es capaz de concernir a diferentes sememas. Efectivamente, asocia-
remos al /desenfreno/ no sólo el «sin descanso» (l. 18, 89-90, 109) o
el «cansancio» (l. 18) sino también, entre otros, «paso terrible», «ara-
ñada» (l. 19) y «devasta» (l. 20) que anuncian «¡Devora! ¡Devora!»
(l. 183), contextualmente de orden disfórico. En esta misma isotopía
del /desenfreno/ inscribiremos tal vez «aullaba» (l. 42, 91, 92), en to-
352 Análisis semiótico del discurso

do caso el inciso «tiraba desesperadamente de su cadena» (l. 117)


sabiendo que «desesperadamente», término reservado a los humanos,
debe comprenderse como «que tiene el espíritu profundamente per-
turbado por una emoción violenta» (Petit Robert). Otros sememas pa-
recen comportar el serna isotopante del /desenfreno/: así, en «echaba
espumarajos por el hocico» (l. 134-135), «encarnizada» (l. 148) y en
«la hacía oler a cada momento la presa apetitosa, y la excitaba»
(l. 172-173). Sean, pues, las siguientes homologaciones que se sus-
tentan en la categoría genérico/específico, ya utilizada en el nivel te-
mático. En relación al empleo que ya hemcs hecho de ella (con todo
un juego de posiciones intermedias posibles), queda ahora un punto
en suspenso, el que afecta a la naturaleza de la relación que existe
entre las dos categorías axiológicas específicas: el orden de presen-
tación ( 1) y (2) es sólo una simple enumeración.

-nivel axiológico

+ axiológico genérico: euforia vs disforia

+ axiológico específico
1 ........................... .. alegría vs tristeza

2 ........................... .. sosiego vs desenfreno


CAPÍTUL04

FORMAS ENUNCIATIVAS Y FORMAS ENUNCIVAS

4.1. ESTATUTO SEMIÓTICO DE LA ENUNCIACIÓN

4.1.1. LOS ACTANTES DE LA ENUNCIACIÓN

A lo largo de los dos capítulos anteriores -consagrados a los


componentes sintáctico y semántico-, sólo teníamos ante nuestros
ojos lo que comúnmente se conoce, en ciencias del lenguaje, corno
enunciado (ya se trate de la frase, para los gramáticos o, conforme al
punto de vista que adopta esta obra, del disc11rso). Como resultante,
el enunciado presupone una operación de (!nunciación_ correspon-
diente: en efecto, el enunciado debe ser considerado como el objeto
producido por el acto de enunciación. De ahí nuestra inquietud, en
este último capítulo, por completar el estudio de las estructuras na-
rrativas y semánticas del enunciado -llamadas formas enuncivas-
con las de las formas enunciativas, aun cuando en este terreno la
metodología propuesta es limitada, balbuceante.
Planteamos previamente que la enunciación no es un concepto
propiamente lingüístico o semiótico (como lo es, por ejemplo, la
pareja significante/significado) sino que existe, en cambio, una
concepción lingüística y/o semiótica de la enunciación. Dado que
son posibles diversas aproximaciones a la enunciación, algunas de
A~;\us1s s1:~11{1nco.- 12
354 Análisis semiótico del discurso

éstas pondrán el acento, por ejemplo, en las <<condiciones de pro-


ducción» de los enunciados, condiciones que son de orden social,
económico, histórico, jurídico, psicológico, relígioso, filosófico, et-
cétera, las mismas que se supone explican la composición y las ca-
racterísticas de un determinado texto: se trata, entonces, de descu-
brir, más allá del discurso estudiado, cuál es su razón de ser, lo que
justifica su «producción»; así, por ejemplo, la Declaración de los
derechos del hombre y del ciudadano de 1789 fue el resultado de
vivos y apasionados debates. Al subsumir una treintena de diferen-
tes proyectos, no es plenamente comprensible -a nivel de lo que
hemos llamado la significación secundaria- más que por la
puesta al día de sus antecedentes, una vez restituida en la historia ·
de la nación francesa.
Ello supone reconocer también, de paso, que todas las ciencias
humanas -que fimdamentalmente tratan de la significación- se
hallan vinculadas a la problemática de la enunciación, que pueden
contribuir y proponer eventualmente, cada una por su lado, su pro-
pia concepción de esta operación; fuera de las ciencias del lenguaje
- las cuales, como hemos reconocido, dependen únicamente de la
forma (vid. cap. 1)- la mayoría de esas disciplinas optan más
bien, generalmente, por la sustancia (en sentido hjelmsleviano ),
punto de vista que tiende a inmiscuirse, mucho o poco, hasta en
ciertas teorías lingüísticas y semióicas aunque sólo sea, a veces, por
medio del «contexto psico-sociológico» tomado en consideración o
de la «situación extralingüística» de comunicación, que se convoca
fácilmente para dar cuenta del desfase que se constata entre «el de- . ·
cir y lo dicho» (O. Ducrot): estamos ahora mtiy cerca de la prag-
mática norteamericana, con toda la importante problemática de los
actos de lenguaje, a la cual tendremos todavía la ocasión de aludir.
Adoptamos, por nuestra parte, un punto de vista mucho más
restrictivo, que, evidentemente, no contradice ni excluye ninguna.
de las aproximaciones que acabamos de evocar. Nuestro punto de
vista no tiene, en efecto, ningún propósito explicativo extraordina-
rio y trata únicamente de explorar al máximo los objetos que él
Formas enunciativas y formas enuncivas 355
mismo se atribuye para el análisis en su propio nivel, el de la sig-
nificación primaria. Aquí concebimos la enunciación como una
instancia I propiamente lingüística o, más extensamente, semiótica,
que es, lógicamente, presupuesta por el enunciado y cuyas huellas
son localizables o reconocibles en los discursos examinados; en
otras palabras, decidimos no salir en absoluto del texto estudiado,
prohibiéndonos metodológicamente buscar en otro lugar lo que se-
ría, digamos, su fuente, su origen. Como se ve, nuestro propósito es
mucho más modesto que el de las otras ciencias humanas (las úni-
cas capaces de poder ir a lo más «profundo» de las cosas), ya que
considera simplemente que un relato dado presenta, por ejemplo, en
el nivel de su manifestación textual, dos aspectos complementarios:
de una parte, la historia allí contada, que identificaremos éon lo que
llamamos el enunciado enunciado; de la otra, la manera según la
cual esta historia nos es presentada y que designaremos ·como
enunciación enunciada.
Nos acogemos así a la enseñanza de É. Benveniste, quien distin-
guía el «relato histórico» (o «historia») y el «discurso» (tómado, en
este caso, en sentido restringido): la oposición enunciado vs enun-
ciación, subyacente a la pareja «historia» vs «discurso» se sustenta
entonces, por ejemplo, en la categoría de la persona (el «yo/tú» que
depende del «discurso», ya que el «él» -o «no-persona»- es pro-
pio del «relato»), pero también en la distribución de los tiempos ver-
bales, etc. Hacemos nuestras, en la misma línea, las propuestas más o
menos similares de G. Genette, quien amplía la problemática; efecti-
vamente, él no opone tipos de discursos diferentes (relato histórico vs
discurso), sino más bien formas de organización intra-discursivas,
distinguiendo así dos· niveles diferentes, susceptibles de aparecer en
un determinado di.scurso: el del «relato», considerado como lo «na-:

1
En las páginas que siguen, esta «instancia» es vista bajo la perspectiva indi~i-
dual o, en el mejor de los casos, intersubjetiva: en un estado ulterior de la investiga-
ción en materia de enunciación, convendría recobrar el aspecto colectivo, social, de la
«praxis enunciativa» (D. Bertrand).
356 Análisis semiótico del discurso

rrado», y el del «discurso», que se corresponde con la manera de na-


rrar lo «narrado».
Según esta hipótesis, que prevé que el analista no abandone el
texto en provecho de otro lugar originan te (como las condiciones de
vida del autor, sus problemas psicológicos o sociales, el ambiente
cultural de la época, etc.), trataremos únicamente el enunciado
(entendido en sentido extenso). Y es en el interior mismo del enun-
dado -tomado como objeto de análisis- donde distinguimos lo
narrado o, mejor, el enunciado enunciado, y la manera de presentar
lo na1ndo, a saber, la enunciación enunciada, puesto que, en nuestra
opinión y a diferencia de otras aproximaciones (psicológica, socio-·
lógica, histórica, etc.) que operán sobre la significación secundaria,
las señales de la enunciación serán buscadas en el texto examinado:

enunciación enunciada
enunciado
enunciado enunciado

Una ilustración muy simple puede permitimos aprehender esta


distinción elemental entre los dos componentes del enunciado. Sea
una secuencia filmada que nos muestre, por ejemplo, dos personajes
peleando: de hecho, en la pantalla tenemos no sólo esta escena de lu-
cha sino también el punto de vista elegido, el encuadre adoptado, ya
que esta misma historia se nos puede mostrar de lejos o de cerca,
desde arriba o desde abajo, de frente o de lado, recurriendo o no al
travelín o al zoom, etc.; las posiciones y los movimientos de la cá-
mara -que representan la instancia ab quo de la enunciación- son
de hecho detectables o reconstruibles a partir de.l enunciado visual,
propuesto al espectador en la pantalla. Agreguemos que es evidente
el hecho de que toda secuencia filmada pone necesariamente en
práctica un punto de vista determinado: todo enunciado remite nece-
saria mente a una enunciación particular correspondiente. Se com-
Formas enunciativas y formas enuncivas 357
prenderá entonces, inmediatamente, que el encuadre, los ángulos de
la toma, la elección de los planos, etc., no conciernen en absoluto a
los actantes de la narración, no afectando en nada -en nuestro
ejemplo- a los dos actores que pelean: cualquiera que sea la posi"'
ción de la cámara y, por lo tanto, el punto de vista adoptado, la histo-
ria -es decir, el enunciado enunciado-. queda tal cual. Esto nos
lleva así a la conclusión de que la presentación del discurso, del rela-
to, no es función de los roles narrativos (o, más exactamente, enunci-
vos) sino únicamente de los roles enunciativos.
Es en este punto, efectivamente, donde conviene introducir a los
actantes de la enunciación. Como dijimos antes, la enunciación es
un acto, una operación, y como tal, es asimilable -en su orden y a
su nivel (vid. infra)- a un programa narrativo determinado que tiene
en consideración tres actantes. Independientemente del /hacer/ que
aquí se identifica, sin duda, con el acto mismo de enunciación, tene-
mos un sujeto de hacer(= Sl), o «sujeto enunciante» (J.-C. Coquet),
al cual atribuiremos en adelante el nombre de enunciador; el objeto
(= O) en circulación corresponde a lo que es enunciado, por lo tanto,
al enunciado (en sentido restringido y corriente del término); el tercer
actante en liza es naturalmente el sujeto a quien se dirige el enuncia-
do, que es su beneficiario(= S2), y a quien llamamos enunciatario:
H {SI - - (S2 n O)}
1 1 1 1
enunciación enunciador enunciatario enunciado

Desde luego, el enunciador y el enunciatario nunca aparecen direc-


tamente como tales en el marco del enunciado, pues esos roies lógica~
mente sólo son presupuestos. En nuestra secuencia de la lucha filmada,
el enunciador es únicamente una instancia enunciativa virtual que sólo
se puede reconstruir a partir del encuadre elegido. El ángulo de toma
remite a ese sujeto de hacer que llamamos enunciador y, al mismo
tiempo, la perspectiva así elegida es evidentemente función de ese otro
actante que es el enunciatario; pero ninguno de esos dos actantes es di-
rectamente identificable en el desarrollo de la película. Insistimos so-
358 Análisis semiótico del discurso

bre este punto: hay un abismo infranqueable entre enunciado y enun-


ciación y ésta sólo entra en el interior del enunciado en estado de in-
dicios. Sea la frase «Hace buen tiempo»: ésta presupone un «yo digo
que» (o «yo afirmo que», etc.). Se puede hacer entrar en el enuncia~
do, por cierto, el «yo digo que», pero entonces el nuevo enunciado.
constituido de ese modo presupone a su vez otro «yo digo que» de
rango superior, y así sucesivamente:
¡(Yo digo que) 1 ¡«Yo digo que hace buen tiempo» 1
i i
enunciación enunciado

Es posible, y este último ejemplo lo muestra bastante bien, que se


pueda introducir siempre ficticiamente al enunciador (aquí el primer
«yo»)_en el enunciado (el segundo «yo»), sabiendo con seguridad que
los dos «yo» en cuestión no son superponibles, que pertenecen a ins-
tancias radicalmente diferentes, auri cuando parezca que remite direc-
tamente al primero, cosa que confirma claramente, por ejemplo, una
novela escrita en forma autobiográfica, donde el «yo» del enunciado
se muestra deliberadamente como distinto del «yo» de la enunciación
(solamente por la indicación: «novela»): en ese caso no existe, pues,
ninguna correspondencia entre las dos instancias enunciva y enun-
ciativa. Para evitar toda confusión, el «yo» que figura en el enuncia-
do -con excepción del diálogo- se llamará narrador, requiriendo
eventualmente la presencia correlativa del narratario (en, por ejem-
plo: «¡Oh tú, lector!»). En cierto sentido y según un consenso bastan-
te extendido, narrador y narratario serán percibidos como delegados
directos del enunciador y del enunciatario, respecto de los cuales son ·
algo así como su eco: ¡el simulacro de la enunciación tiene tendencia
a parecer verdad!
Nuestra pareja enunciador/enunciatario está muy próxima a
aquella que propuso R. Jakobson (vid. cap. 1) en su descripción de
las funciones del lenguaje, a saber: destinador vs destinatario. La
diferencia de terminología proviene simplemente del hecho de que
Formas enunciativas y formas enuncivas 359

hubimos de recurrir ya al destinador y al destinatario para el aná-


lisis del enunciado enunciado, en el estudio de las formas na1Tati-
vas. Para distinguir nítidamente los actantes de la comunicación
de los actantes de la narración, mencionamos al enunciador y al
enunciatario. Pero se adivina fácilmente que, en el plano concep-
tual, la categorización semiótica adelantada se vincula plenamente
a la terminología j akobsoniana: en el contexto actual, esas dos pare-
jas son enteramente homologabies. Con ello queremos decir tam-
bién que a semejanza del destinador y el destinatario de R. Jakob-
son, el enunciador y el enunciatario se sitúan en el nivel de la
comunicación (lingüística o no lingüística). Notemos de paso que
la estructura actancial de la comunicación es proyectable, ficticia-
mente, al interior mismo del enunciado. Éste es el caso, como aca-
bamos de indicar, del narrador y el narratario que parecen más es-
trechamente vinculados, como por delegación, con las instancias
enunciativas; es también el caso del diálogo; no obstante con esta
pequeña diferencia: son los actantes de la narración los que ~al
menos un tiempo- se transforman en actantes de la enunciación
remitida, dando lugar a la pareja interlocutor vs interlocutario (el
lector puede dirigirse provechosamente aquí a nuestras observacio-
nes metodológicas sobre el diálogo, hechas a propósito de «Un dis-
cours a plusieurs voix», en Sémantique de l'énoncé: applications
pratiques, 2.ª parte).
Examinemos ahora, con más detalle, la enunciación como acto de
comunicación, aproximándonos mejor así a la gran problemática
de los actos de lenguaje (J. Searle), de la pragmática norteamerica-
na. En una primera aproximación, la enunciación parece presentarse
de entrada como un /hacer saber/: diríamos, desde ese punto de vista,
que el objeto /saber/ es transmitido por un sujeto de hacer, el enun- .
ciador, a un sujeto de estado beneficiario, el enunciatario. Nos en-
contramos, pues, en el marco de lo que hemos denominado actividad,
a propósito de la estructura narrativa subyacente en la «huelga». La
enunciación puede ser, en efecto, considerada como una actividad
cognoscitiva del PN precedentemente evocado:
360 Análisis semiótico del discurso

H {SI--➔ (S2 n O)}


1 1 1 1
enunciación enunciador enunciatario enunciado

Esta actividad cognoscitiva, recordémoslo, será de tipo transitivo


(con, por ejemplo, el tema de la /información/) o de carácter reflexivo
(en el caso de la /reflexión/), según que los dos roles de sujeto de ha-
cer y de sujeto de estado sean asumidos por actores diferentes o por
un solo y mismo actor. No olvidemos, efectivamente, que. las dos
funciones de enunciador y de enunciatario serán asumidas,· si ése es
el caso, por un solo personaje, como sucede con el «diálogo interiorn ·
por ejemplo.
Esta . aproximación sumaria no debería satisfacemos,. ya que
-únicamente desde el punto de vista semiótico- la emmciadón es,
en realidad, un fenómeno mucho más complejo que no se reduce a una
simple adquisición del saber, como podría pensarse a partir de cierta teo-
iia de la comunicación que juega con los dos polos opuestos, emisor vs
receptor, donde el primero seria preferentemente activo y el segundo
más bien pasivo. Consideramos, por nuestra parte, que la enuncíación
depende no tanto de la actividad (en el sentido que recordamos) como
de la factitividad, pero sobre todo de la manipulación según el saber
(expuesto en 2.1.3.4). En efecto, el fin de la enunciación no es tanto
/hacer saber/ como /hacer creer/: incluso lós enunciados más objetivos,
como los del discurso científico, se presentan como convincentes. Di-
gamos de una vez que el enunciador manipula al enunciatario para que
éste se adhiera al discurso que se le dirige. Recordemos ahora que en
esta relación factitiva, el primer hacer no se refiere directamente al se-
gundo sino que se ejerce sobre la competencia que requiere este último.
Señalemos igualmente el hecho de que, a diferencia del caso de la acti-
vidad donde el sujeto receptor está en posición pasiva de simple sujeto
de estado, el manipulado ~se ha demostrado más arriba- es un sujeto
de hacer: como el /hacer creer/, el /creer/ es una acción. ·
Adoptemos en seguida el punto de vista del sujeto manipulador.
La manipulación, como se sabe, puede adquirir dos fonnas por lo
Formas enunciativas y formas enuncivas 361

menos, una positiva del orden del /hacer hacer/ y la otra negativa,
la del /hacer no hacer/ (o «impedir hacer»). A modo de ilustración,
volvamos a nuestro ejemplo de la secuencia filmada que muestra
dos personajes durante una pelea. La manipulación consistirá aquí,
para el enunciador, en mostrar la escena al enunciatario, má.s exac-
tamente en /hacerle ver/, pero también -y complementariamen-
te- en impedirle ver otra cosa(= el /hacer no ver/). Sea, gracias a
un efecto de zoom, el paso de un plano de conjunto a un primer
plano: esta transformación visual que, digamos, aproxima el espec-
tador a la escena en cuestión, le impide al mismo tiempo ver lo que
veía antes; a la inversa, si gracias· al travelín se va de un plano cer-
cano a uno de conjunto, los detalles percibidos al comienzo se
fundirán, desaparecerán en las imágenes ~iguientes. Así, el /hacer
ver/ y el /hacer no ver/ están en relación de complementariedad.
Los movimientos presupuestos de la cámara, los puntos de vista vi-
suales sucesivamente adoptados no son, desde luego, neutros, in-
significantes: son, al contrario, portadores de sentido, dotados co~
mo están de funciones semánticas determinadas. Si el enunciador
elige /hacer ver/ o /hacer rio ver/ por un juego de aumento o dismi-
nución del campo visual, puede ser, tal vez, por ejemplo, en razón·
de los valores temáticos -ilustrados por tal plano de conjunto o tal
plano reducido-, a los que el enunéiador quiere hacer adherir al
enunciatario. Pasar entonces de un plano de conjunto a un primer
plano es una manera de atraer toda la atención del enunciatario so-
bre este último, de mostrarle su importancia, a decir verdad, lá que
el enunciador le quiere atribuir; el equivalente de esta transforma-
ción en un libro podría identificarse, por ejemplo, con las enfatiza-
ciones, los subrayados, los caracteres y/o las palabras en itálicas o .
en negrita. Ni que decir tiene que los procedimientos enunciativos
son muy numerosos y pueden depender, como se verá, de la lengua
o del discurso; en seguida examinaremos algunos, acompañándolos
con ilustraciones concretas.
Retengamos solamente, por el momento, el hecho de que la ma-
nipulación enunciativa tiene como fin primario hacer adherir el
362 Análisis semiótico del discurso

enunciatario a la manera de ver, al punto de vista del enunciador: en


todos los casos, ya se trate como anteriormente de imágenes (la se-
cuencia filmada) o de palabras (por ejemplo, un libro), la cuestión es
/hacer creer/. En este caso prevemos al menos dos posiciones actan-
ciales posibles para el enunciatario (sin tener en cuenta, por el mo-
mento, todas las eventuales posiciones intennedias): o bien cree en
las proposiciones a que le somete el enunciador - y lo llamaremos
entonces «enunciatario» (en sentido restringido, dejando ese ténnino
entre comillas)-, o bien las rechaza categóricamente, y veremos en·
él a un «anti-enunciatario».
. A la «creencia»
. del «enunciatario» co-
rrespondería entonces una «creencia» opuesta, contraria, del «anti-
enunciatario». Si el «enunciatario» predomina, el «anti-enunciatario»
se encontrará correlativamente virtualizado, privado de competencia, ·
reducido así a un «no anti-enunciatário»; si es. el «anti-enunciatano»
quien prevalece, el «enunciatario» será virtualizado a su vez y se

X
convertirá por ello en un «no enunciátario»:

«enunciatario» «anti-enunciatario»

(adhernnte) o~n~te) .

A B

«no-anti- «no enunciatanm>


enunciatario» (receloso)
(simpatizante)

e
«Enunciatario» y «no ~ti-enunciatario» de un lado (deixis A), como
del otro (en la deixis B), «anti-enunciatario» y «no enunciatario», se en-
cuentran en relación de complementariedad. Naturalmente, los dos roles
de «enunciatario» (que se adhiere) o de «anti-enunciatario»
. . . (que recha-
.
za) serán asumidos, si tal es el caso, por un solo actor (es decir, el enun-
ciatario en el sentido semiótico corriente): frente a una novela o una pe-
Formas enunciativas y formas enuncivas 363

lícula, el lector o el espectador se identificarán con el héroe com-


partiendo sin reserva, por ejemplo, el punto de vista del enunciador o, en
cambio, ellos se distanciarán, se mostrarán más o menos reacios, e inclu-
so rechazarán totalmente la manera de ver que les es propuesta. Entre
esos dos polos -«enunciatario» y «anti-enunciatario»-, muchas po-
siciones intermedias son ciertamente previsibles para el lector o el espec-
tador, con todo un juego de vaivén entre los dos extremos, según los
momentos de la obra o de la película: se será más o menos «enun-
ciatario» o «anti-enunciatario» conforrrie avanza el tiempo, según las se-
cuencias. Agreguemos que es previsible otra posición a partir de nuestro
esquema; la del término neutro (= ni «enunciatario» ni «anti-enun-
ciatario») que, en C, daría cuenta de la «indiferencia» en relación con las
«creencias» en juego.
Según la articulación qué hemos propuesto en nuestro estudio de un
fragmento de El león 2, de J. Kessel, postulamos de manera general que
el enunciador tiene, de hecho, al menos un doble rol enunciativo. Por un
lado, le toca /hacer creer/ al «enunciatario» (en sentido restringido), es
decir, moda/izarlo positivamente de tal manera que él pueda hacer suyos
los puntos de vista y las proposiciones subordinadas (más lejos examina-
remos en detalle los diferentes medios enunciativos posibles, puestos en
práctica en los textos). Por otro, el enunciador debe impedir en lo posi-
ble al «anti-enunciatario» creer en otra cosa, adherirse a un punto de
·vista contrario: aquí el enunciador trata de /hacer no creer/, moda/izando
negativamente-en la medida de lo posible- al «anti-enunciatario» de
modo que permanezca virtualizado, es .decir, transformándolo en «no
anti-enunciatario»:

l.
«enu11ciador>>

(h,oeccre«)

«e11u11ciatario» VS «anti-e11unciatario»

2
En Sémantique de /'énoncé: applications pratiques, primera parte.
364 Análisis semiótico del discurso

Tomemos, por ejemplo, el caso de un conferenciante. Mientras el


público que lo escucha comparta su punto de vista, se adhiera a sus
tesis, se produce el fenómeno llamado identificación; en ese momen-
to, el auditorio está simultánea y complementariamente en posición
de «enunciatario» y de «no anti-enunciatario»: el público más entu-
siasta permanece siempre virtualmente como un «anti-enunciatario»,
como lo confitma el hecho de su posible cambio total. Se verá así, a
veces, en el curso de una conferencia, al «no anti-enunciatario» trans-
formarse positivamente en «anti-enunciatario», dado el hecho, por
ejemplo, de que el orador no ha sabido tener en la mano, interesar a
su auditorio, no se ha hecho suficientemente convincente; de manera
correlativa, el «enunciatario» (en sentido restringido) es entonces
virtualizado, convirtiéndose en un «no enunciatario». A fin de volver
a la posición inicial, el conferenciante deberá entonces manipular a
su público para que éste actualice la posición de «enunciatario» y
virtualice la de «anti-enunciatario». Ilustremos aún lo dicho con «La
hora de la verdad», ese programa de televisión que terminaba con un
sondeo por teléfono permitiendo evaluar, al término del tiempo im-
partido, el aumento o disminución de los «convencidos» (= «enun-
ciatario») o de los «no cónvencidos» (= «anti-enunciatario»). ·
Si proponemos así oponer al «enunciatario» un «anti-enun-
ciatario», debemos ·entonces prever correlativamente en nuestro es-
quema, una posición actancial de «anti-enunciador»: este último
actante de la comunicación deberá manipular positivamente (por el
/hacer creer/) al «anti-enunciatario» y negativamente (gracias a un
/hacer no creer/) al «enunciatario»:

l l
«enunciador» «anti-enunciador»

(hacer creer) (hacer creer)

«enunciatario» vs «anti-enunciatario»
Formas enunciativas y formas enuncivas 365

Cuando el «anti-enunciatario» no es virtualizado por el enuncia-


dor -es decir, cuando el enunciador no llega a impedirle creer en un
punto de vista opuesto- significa que está entonces modalizado
positivamente por el anti-enunciador, con quien comparte el punto de
vista. Una buena ilustración de ese doble dispositivo elemental nos es
dada, por ejemplo, en un programa de televisión, que pone «frente a
frente» a dos políticos en el marco de una campaña electoral: los dos
oradores asumen ahí los roles de enunciador y de anti-enunciador, y
el público, lógicamente, se divide entre las dos funciones de «enun-
ciatario» y de «anti-enuncíatario».
Pongamos término a nuestra rápida presentación de los compo-
nentes actancial y modal de la enunciación como acto de comuni-
cación.· Esta breve exposición bastará para convencernos de que
la enunciación es susceptible de una organización narrativa, de la
misma manera que lo ern, precedentemente, el enunciado enuncia-
do: en los dos casos se trata de uha «historia» capaz de ser sintácti-
camente articulada en programas narrativos. Como se ve, la enun-
ciación, a ejemplo del relato, actúa también por menos en una
estructura polémica subyacente. La única diferencia notable es la
siguiente: si el enunciado enunciado hace intervenir a la dimensión
pragmática y, si tal es el caso, a la dimensión cognoscitiva, la
enunciación se sitúa solamente en el plano cognoscitivo (que carac-
teriza, recordémoslo, a la comunicación intersubjetiva). En cuanto
al resto, debemos reconocer al menos cierta isomorfía entre· la
enunciación y el enunciado, en la medida en que esos dos niveles
pueden ser objeto de una descripción semiótica análoga. En el
enunciado enunciado, al héroe manipulado en búsqueda del objeto
de valor que ansía le corresponde, por así decirlo, el recorrido del
enunciatario (entendido ahora en sentido amplio) que el enunciador
modalíza a su manera y que terminará, como el de los actantes de la
narración, en un éxito, en un fracaso (cuando el «anti-enunciatario»
predomina) o, finalmente, en una posición intermedia en forma de
compromiso.
366 Análisis semiótico del discurso

Si tal es el caso, se está en el derecho de preguntarse -como lo


decíamos al terminar nuestro estudio de un fragmento del El león 3 -
si lo que diferencia esencialmente los dos planos enuncivo y enun-
ciativo no sería más bien de naturaleza relacional antes que sustancial
(de modo contrario a lo que parecen postular implícitamente ciertas
teorías de la enunciación de tendencia psico-sociologizante). Lo que
en esta perspectiva opondría a las dos instancias sería, fundamental-
mente, su diferente posición jerárquica, ya que el enunciado enun-
ciado dependería de la enunciación enunciada: ésta sobredetennina
a aquélla. Como en la estructura modal, no es en absoluto el conteni- ·
do el que distingue un elemento del otro -aquí, un nivel del otro-,.
sino solamente su posición respectiva.
Se encuentra así planteada la cuestión de las posibles relaciones
entre la enunciación y el enunciado: Él hecho de reconocer global-
mente una isomorfía entre los dos niveles rio quiere decir que deba
esperarse alguna superposición de los recon-idos enuncivo y enun-
ciativo en un discurso dado, aun cuando pueda haber allí ocasio-
nalmente sincretismo de los actantes de la enunciación y de los ac-
tantes del enunciado: éste sería el caso, recordemos, del «Yo no sé
qué gracia acaso la protegía» en el El león de J. Kessel, donde «yo»
comprendía, a la vez, el sujeto del enunciado y el de la enuncia-·
ción 4 • Ciertamente -¡pero no ocurre siempre así!- puede haber
cierta convergencia narrativa entre los dos planos, como sucede,
por ejemplo, en el caso de la novela policial, donde se establece to-
do un juego entre lo cognoscitivo enuncivo y lo cognoscitivo
enunciativo; el saber de los actantes de la narración, con sus com-
ponentes epistémicos y veridictorios permite, por ejemplo, no sólo·
el progreso de la pesquisa efectuada por el héroe detective o poli-
cía, sino también conducir al eminciatario hacia pistas de interpre-
tación divergentes o de mantener un «suspense» en el plano enun-
ciativo, comparable al ya propuesto en el plano enuncivo con la

3
Op. cit., primera parte.
4
Op. cit., primera parte.
Formas enunciativas y formas enuncivas 367
tensión entre el héroe y el objeto de su búsqueda. Aclarado lo que
antecede, la sintaxis enunciva se desarrollará, por lo general, inde-
pendientemente de la sintaxis enunciativa, aun cuando las dos obe-
dezcan al mismo modelo formal.
En lo concerniente al componente semántico, parecería que sucede
de manera similar. Así, allí puede haber disjunción entre la semántica
del enunciado y la de la enunciación. Tomemos un ejemplo que tiene
un rasgo únicamente a nivel semántico axiológico. Supongamos que se
cuenta la historia de una pareja que se está divorciando y que, en el
plano del enunciado enunciado, los dos miembros se separan alegre-
mente, conservando una buena amistad. Puede imaginarse que en el
plano de la enunciación el enunciador comparte o no comparte el punto .
de vista eufórico de los actantes de la narración; en el segundo caso,
gracias a una elección apropiada de ciertas palabras (vid. infra), hará
saber al enunciatario que, a su criterio, por ejemplo, él encuentra ese
acontecimiento deplorable, por lo tanto de orden disfórico. Tendríamos
ahí la disjunción semántica entre la axiología enunciva y la axiología
enunciativa. En otros contextos, al contrario, puede haber identidad
semántica entre enunciación y enunciado; así, en muchos cuentos popu-
lares tradicionales, los valores asumidos por el héroe son igualmente
los del enunciador y del enunciatario, del cuentista y de su auditorio.

4.1.2. LA ENUNCIACIÓN ENUNCIADA O LOS


MEDIOS DE LA MANIPULACIÓN ENUNCIATIVA

Como hemos señalado anteriormente, puesto que los dos prin-


cipales actantes de la enunciación -el enunciador y el enunciata-
rio- sólo están presupuestos, no son directamente accesibles a la
investigación; son instancias que se pueden, en el mejor de los ca-
sos, reconstruir a partir de los indicios dejados en el enunciado.
Por lo tanto, si en lo que respecta al método el analista quiere limi-
tarse a una estricta aproximación lingüística o, más extensamente,
semiótica, debe investigar los medios a los que recume concreta-
368 Análisis semiótico del discurso

mente la manipulación enunciativa en el interior mismo del discur-


so que estudia.
Consideremos en primer lugar la relación del enunciador con el
enunciado. En el punto de partida y conforme a la enseñanza lingüística
más segura, se puede concebir la instancia de la enunciación como. el
sincretismo de tres factores: yo - aquí - ahora. El acto de enunciación
propiamente dicho consistirá, pues, por medio del procedimiento de des-
embrague, en abandonar, en negar la instancia fundadora de la enun-
ciación y en hacer surgir, a contragolpe, un enunciado cuya articulación
actancial, espacial y temporal guarde como memoria, de modo negati-
vo, la estructura misma del «ego, hic et nunc» original. Es únicamente
esta operación de negación la que en lo fundamental permite el paso de .
la instancia de la enunciación a la del enunciado, remitiendo ésta im-
plícitamente a aquélla. Adivinamos de inmediato que la operación de
negación se va a ejercer sobre cada uno de los tres componentes de la
instancia enunciadora. De esta manera, el no yo, obtenido por ese pro-
cedimiento, equivaldrá a un él, a lo que É. Benveniste denomina tan
justamente la «no persona» (ya que la persona está representada por la
pareja yo/tú); naturalmente, el él(= aquél, aquélla, aquéllos o aquello de
lo que se habla) debe entenderse en su acepción más amplia incluyendo,
entre otros, el yo inscrito en el enunciado (cuando, por ejemplo, el na-
rrador interviene en los acontecimientos contados, como ocurría en el
fragmento de El león varias veces evocado). Paralelamente, al no aquí
que instaura el desembrague espacial le corresponderá un en otra parte,
como la negación del ahora enunciativo da lugar a un en ese entonces
enuncivo. Es lo que visualmente expresa el siguiente esquema:

desembrague
yo actancial noyo(=élJ
desembrague
enunciación[aquí espacial no aquí enunciado
(= en otra parte) . .
desembrague
ahora temporal no ahora .
(= entonces)
Formas enunciativas y formas emmcivas 369

Sea, por ejemplo, el comienzo de La baba-jaga (texto parcial-


mente estudiado más arriba):
Érase una vez un hombre y una mujer que tuvieron una hija (... ) ·
Nuestro hombre reflexionó y llevó a su hija al bosque,

donde se deciden inmediatamente las tres formas de desembrague


posible. «Érase una vez», «tuvieron», «reflexionó y llevó»: esas for-
mas verbales en el pasado sólo tienen sentido en relación con el pre-
sente de la enunciación, que es presupuesto. Es claro que una vez
efectuado el desembrague enunciativo temporal, nada impide articu-
lar de inmediato el entonces, por ejemplo, según la relación anteriori-
dad/posterioridad, lo que permite, manteniéndose en el pasado, situar
los acontecimientos unos en relación con otros, cosa que esporitá-
neamente hace nuestro _relato de.La baba-jaga. En el plano espacial,
las primeras líneas de ese cuento presentan en seguida un desembra-
gue gracias al cual son colocados dos espacios enuncivos: el de la
partida del padre (presupuesto por «llevó»: el relato lo identificará
después con la «casa», con el «pueblo») y el espacio de llegada, de-
signado aquí como «bosque». Por último, por desembrague actancial
el cuento sitúa inmediatamente, desde la primera línea, el no-yo que
con-esponde a la introducción de los actores: «un hombre y una mujer
( ... ) una hija».
A la operación de desembrague que asegura el paso de la instan-
cia de la enunciación a la del enunciado, con-esponde en sentido in-
verso el procedimiento llamado de embrague que apunta al retomo a
la instancia de la enunciación. Ese retorno, a decir verdad, es absolu-
tamente imposible: en efecto, si se retomara a la instancia de la
enunciación, por ese mismo hecho el enunciado desaparecería, ya que
precisamente éste sólo existe, como acabamos de postular, por la ne-
gación de la instancia de la enunciación. Una vez aclarado este aspec-
to, es posible un embrague parcial; corresponde por lo menos al ini-
cio de un retorno y presupone, evidentemente, un desembrague previo:
370 Análisis semiótico del discurso

embrague 1
él--~ actorial ~ no él(= yo)

embrague
enunciado en otra parte espacial no en otra parte enunciación
(= aquí)

embrague
entonces entonces
temporal
(= ahora)

Así, el relato de La baba-jaga presenta desde el comienzo un em-


brague enunciativo actorial: «Nuestro hombre reflexionó y llevó a
su hija»; el «nuestro» representa, como se ve, al enuncíador y al
enunciatario, en todo caso, · de ninguna manera a· los actantes ·del
enunciado. La última frase de ese cuento es, desde ese punto de vista,
absolutamente comparable:
... el marido llegó;_ ¡su mujer dio de alaridos! Éste es el cuento, y para
mí un tarro de mantequilla.

Aún cuando el «mí» figure en.el enunciado, no se remite evidente-


mente a ninguno de los actantes de la narración, dando de ese modo
la fuerte impresión de que se vuelve volens nolens a la instancia de la
enunciación; lo mismo, el deíctico «He aquí» sólo es comprensible en
la relación que vincula el enunciador a un enunciatario presupuesto.
Para ilustrar ahora el embrague temporal, evoquemos en primer
lugar y una vez más nuestro estudio de El león de J. Kessel. En ese
relato, enteramente escrito en pasado, donde el narrador(= «yo») in-
terviene en los acontecimientos contados, algunas formas verbales ra-
ras en el presente nos orientan hacia la instancia de la enunciación;
citemos, entre otros este corto pasaje:
Tal fue mi primer pensamiento. Eso demuestra qué mal protegido
estaba yo, en ese instante, por la razón e incluso por el instinto.

Otro ejemplo de embrague temporal enunciativo aparece en el


«hasta el día de hoy» que termina la perícopa siguiente tomada del
Formas enunciativas y formas enuncivas 371

Evangelio de San Mateo. Para la comprensión del pasaje, debe recor-


darse que éste sigue inmediatamente al episodio de la tumba vacía:
las mujeres que no hallaron el cadáver de Jesús donde había sido de-
positado, encontraron un ángel que les anunció la resurrección de su
Señor y llevaron esta buena nueva a los otros discípulos:
Mientras iban ellas, algunos de los guardias vinieron a la ciudad y
comunicaron a los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido. Reu-
nidos éstos en consejo con los ancianos, tornaron bastante dinero y se
lo dieron a los soldados, diciéndoles: «Decid que, "viniendo los dis-
cípulos de noche, le robaron mientras dormíamos". Y si llegase la co-
sa a oídos del procurador, nosotros le aplacaremos y estaréis segu-
ros». Ellos tomando el dinero, hicieron como se les había dicho. Esta
noticia se divulgó entre los judíos hasta el día de hoy. (Mateo, 28/11-
15: B.A.C.) .

Para el embrague espacial, evoquemos «La cabra de M. Seguin»


(A. Daudet, Cartas de mi molino), relato escrito y dedicado a P. Grin-
goire, poeta parisino. Una vez que terminó la historia («Entonces el
lobo se lanzó sobre la cabrita y se la comió»), el narrador se dirige al
narratario (cosa que puede haber sido imaginada sólo por motivos li-
terarios; nada nos asegura lo contrario):
¡Adiós, Gringoire! La historia que acabas de oír no es un cuento
de mi invención. Si alguna vez vienes a Provenza ...

Sabiendo que esos diversos embragues no pueden permitimos


volver completamente hasta la instancia de la enunciación, aquí ha-
blaremos mejor de ilusión enunciativa, aparece, por ejemplo, en el
discurso autobiográfico (como En busca del tiempo perdido de
M. Proust), puesto que nada nos permite afirmar, sólo por su lectura,
que una autobiografia dada-la de M. Proust o la de J.-P. Sartre (Las
palabras)- es verdadera o ficticia; que el «yo» inscrito en el enun-
ciado (o narrador) evoque o ilo al «yo» de la enunciación. Aun en el
caso del «Eso demuestra que» de El león de J. Kessel o en el del
«hasta ese día» -que esclarece perfectamente el mecanismo de em-
372 Análisis semiótico del discurso

brague-, nada nos garantiza sin embargo la veracidad de la instan-


cia enunciativa que presuponen aquí de modo manifiesto la forma
verbal del presente («demuestra») y el deíctico temporal («ese día»).
Lo mismo, en el texto de A. Daudet nada nos autoriza a afirmar que
la «Provenza» ahí mencionada es el lugar real de la enunciación. Se
puede imaginar bastante bien que la instancia de la enunciación -tal
cual es concretamente identificable en un enunciado dado- sea,
de hecho, el resultado de todo un juego enunciativo, una especie de
manipulación cognoscitiva en la que las huellas aparentes de la
enunciación no serían del orden de lo /verdadero/ (= lo que es y pare-
ce ser), sino de lo /ilusorio/ (=lo que parece, pero no es).
Se comprenderá mejor ahora por qué en materia de enunciación,
la semiótica -como decíamos desde el primer capítulo- solamente
habla de enunciador, nunca de autor. Una cosa es lo que el texto
presupone intrínsecamente para su comprensión -recurriendo para
ello al concepto denotado de enunciador- y otra cosa la identifica-
ción de esta instancia -sólo presupuesta y por lo tanto vacía de todo
contenido semántico individualizador- con el autor: esta identifi-
cación se sitúa fuera de toda investigación propiamente textual, ya
que ella emplea una relación fiduciaria de orden meta-semiótico, ya
mencionada ampliamente; desde ese punto de vista, la ilusión enun-
ciativa tiene un estatuto plenamente comparable con el de la ilusión
referencial (abordada en el cap. 1): en ambos casos, el análisis se-
miótico se detiene espontáneamente en los límites del objeto estudia-
do (verbal o no verbal), sin preguntarse si el enunciado es conforme o
no con la «realidad», es decir, si aquí el enunciador corresponde
exactamente a un autor determinado.
Esta doble operación de desembrague/embrague -que acabamos
de presentar sumariamente, sin entrar en todos los debates teóricos y
metodológicos que ella ocasiona- permite por lo menos imaginar el
movimiento de ida y vuelta entre la enunciación y el enunciado. De
modo parecido a la estructura de la comunicación -sobre la cual
hemos dicho que puede ser ficticfamente proyectada en el interior
mismo del enunciado, dando lugar entonces a la relación narra-
Formas enunciativas y formas enuncivas 373

dor/narratario o interlocutor/interlocutario (en el caso del diálogo)-,


nuestros dos procedimientos de desembrague y embrague son sus-
ceptibles de ser aprovechados no sólo en el plano de la enunciación
sino también en el del enunciado. Distinguimos, pues, cuidadosamen-
te el desembrague enunciativo -el único que tenemos directamente
ante nuestros ojos- del desembrague enuncivo gracias al cual, por
ejemplo, un actor en cierta novela se pone a contar a otro personaje
una historia dada; esta «historia» corresponde al orden del él y se
opone, por ese hecho, al del yo que es entonces -ficticia y momen-
táneamente- dicho actor, y al del tú que es su interlocutario. Seme-
jante desembrague enuncivo actorial caracteriza, por ejemplo, al
diálogo por el cual los actantes de la narración están dotados, durante
un tiempo, con una competencia Hngüística análoga -pero, enton-
ces, en forma de simulacro~ a aquélla, real, del sujeto enunciante.
Las mil y una noches nos muestra así no sólo (como suele ocurrir en
la mayoría de los relatos o discursos) desembragues enuncivos de
primer nivel, sino también desembragues enuncivos de 2. 0 , 3_<', ... n
niveles. Con esa posibilidad de incluir relatos en el relato, se tiene así
una construcción «en abismo».
En sentido inverso, el embrague enuncivo es aquel que, en el
marco de un diálogo inscrito en el relato, permite volver un poco ha-
cia esta instancia enunciativa ficticia que son, por ejemplo, nuestros
dos actores de la novela. Así sucede en todos los diálogos que figuran
en La baba-jaga; citemos el primero, a manera de muestra:

El hombre dijo: «¡Choza! ¡choza! Vuelve tu espalda hacia el bos-


que y tu cara hacia mí».

Tenemos aquí un embrague enuncivo actorial explícito que obra en la


relación yo/tú, donde ese yo y ese tú remiten de modo manifiesto a
los actantes del enunciado: el «hombre» y la «choza».
Dejemos ahora de lado esos desembragues/embragues enuncivos
que permiten dar en parte cuenta del juego de los diálogos en los relatos
y volvamos a la problemática de la enunciación. Al presentar, como lo
374 Análisis semiótico del discurso

hemos hecho, el desembrague y el embrague enunciativos, nosotros te-


níamos sobre todo a la vista la relación del enunciado con su enuncia-
dor. Es prudente completar ahora ese ensayo de descripción insistiendo,
en lo posible, un poco más sobre la relación que existe entre el enuncia-
do y el enunciatario, en el nivel de los tres componentes temporal, es- .
pacial y actorial. Tal será, pues, el orden de nuestra presentación.

4.1.2.1. Temporalización
Al comenzar, nos parece esencial distinguir claramente la tempo-
ralización énunciva de la temporalización enunciativa. El español, ·
al contrario de otras lenguas que solamente disponen de Una categoría
binaria, por ejemplo, de tipo perfectivo vs imperfectivo (o cumplido
vs incumplido), puede jugar con' un modelo triádico: pasado vs pre-
sente vs futuro. Teniendo en cuenta que esta última categorízación.
está muy lejos de ser universal, la aprovecharemos no obstante por
comodidad y en razón de los ejemplos (en lengua española) a los que
recurriremos. Hemos dicho, en una primera ocasión, que el desem-
brague temporal enunciativo permite al enunciador situar un relato
dado -en relación con él mismo- sea en el pasado, sea en el futu-
ro, sea, eventualmente, en el presente; en este último caso, el tiempo
del enunciado parecerá superponerse al de la enunciación, produ-
ciéndose así un embrague enunciativo temporal parcial:
pasado - - - presente - - - futuro

posición del
enunciador

Teniendo en cuenta que el tiempo puede ser recobrado, semióti-


camente hablando, como un sistema de relaciones entre posiciones
temporales, no nos sorprenderemos de que esta misma organización
triádica sea capaz de articular, por ejemplo, el pasado del enunciador:
Formas enunciativas y formas enuncivas 375

pasado - - - presente - - - futuro

(historia
contada)
pasado - - - presente---- futuro

posición del
enunciador

Gracias a semejante desembrague.enuncivo temporal el .discur-


so del paleógrafo o del historiador, por ejemplo, organizará un pe-
ríodo pasado según ese esquema triádico: en relación al año 1000
elegido como «presente», el Renacimiento dependerá del «futuro»
mientras que los escritos agustinos pertenecerán al orden del «pasa-
do». En el caso del discurso de la ciencia-ficción, será utilizado el
mismo modelo pero se desarrollará, esta vez, a partir del futuro del
enunciador:

pasado - - - presente---- futuro

(ciencia-
ficción)
pasado - - - presente---- futuro

posición del
enunciador

Una vez operado el desembrague enunciativo, son posibles varios


desembragues enuncivos de 2.'\ de 3.", de n niveles, de acuerdo con
el principio de recursividad ya indicado:
376 Análisis semiótico del discurso
pasado - - - presente---➔ futuro

. pasado--- presente futuro

pasado
-~
presente futuro

posición del
enunciador

Desde luego, estos juegos de posiciones temporales son, concre 0

tamente, función de ciertos procedimientos discursivos particulares.


Así, como hemos demostrado en otro lugar5, el recurso al diálogo
permite mantener tal cm.l esta distribución de las formas verbales,
puesto que se sustenta, entonces,· en los desembragues enuncivos de
2. 0 , 3.°', n niveles. Si se pasa del estilo directo(= diálogo) al.estilo
indirecto, es necesario, naturalmente, abandonar la articulación pasa-
do vs presente vs futuro y situar todo, por ejemplo, en el pasado;
cualquiera que sea la elección verbal efectuada, la temporalidad obe-
decerá a fortiori -en un nivel más profundo- a una distribución
lógica del tipo:
concomitancia vs no concomitancia

anterioridad vs posterioridad

que permite siempre distribuir los acontecimientos narrados en su


relación mutua, cualquiera que sean, lingüísticamente, las formas
verbales empleadas (variables de una lengua a otra y según el tipo de
discurso puesto en práctica).
Además del desembrague enunciativo inicial -que evoca siempre
la posición del enunciador...:_ lo esencial de ese dispositivo concierne,
como se ve, a la temporalización enunciva. Nos quedan, pues, por
5
Ver Sémantique de l'énoncé: applications pratiques, segunda parte.
Formas enunciativas y formas enuncivas 377

examinar algunos casos de temporalización enunciativa, es decir, de


ésta que no interfiere directamente en modo alguno en los aconteci-
mientos narrados sino que incluye únicamente la relación enuncia-
dor/enunciatario. A modo de ilustración, repitamos en primer lugar el
comienzo de una versión de Cenicienta, ya reproducida íntegramente:
Era una vez un señor y una dama que tenían tres hijas. Las prime-
ras asistían siempre al baile; eran unas bellas señoritas que tenían
buena presencia. A la más joven la llamaban Culo Cenizo porque se
arrastraba siempre en la suciedad.
Un buen día, ella le dijo a su madrina que era un hada:
-Oh, madrina, yo quisiera ir al baile, pero estoy tan mal vestida
que no me atrevo a presentarme.
-Oh, eso es bien fácil hijita, yo te voy a preparar si me prometes
una cosa: volver a casa antes que dé la última campanada de media
noche ..
La madrina le da una varita. Cuando ella quiso los caballos, golpeó
dos o tres veces; de pronto fue servida, subió a un carruaje y ¡adelante!
Una vez que llegó al baile, hace su entrada, pero nadie pudo
contener la emoción de tan bella que estaba.

He aquí una historia situada totalmente en el pasado en relación al


presente del enunciador. Sin embargo, como se habrá notado gracias
al recurso de las itálicas o cursivas, la forma verbal del presente inter-
viene dos veces («da», «hace>>); en ese caso se habla, tradicionalmente,
de presente histórico o presente narrativo. Cualquiera que sea el cali-
ficativo que se le dé, esta forma verbal requiere ser interpretada semió-
ticamente. Se notará en primer lugar que esos dos presentes no moles-
tan al lector: éste considera de manera espontánea que los dos eventos
de que se trata («la madrina le da», «hace su ingreso») pertenecen
realmente al pasado, aun si su forma lingüística es la del presente. Ello
supone reconocer que ese presente histórico no concierne a los actantes
del enunciado, sólo a los de la enunciación. Aquí la gramática nos en-
seña que el hechó de recurrir al presente narrativo permite poner de re-
lieve ciertos acontecimientos juzgados -por el enunciador- como
los más importantes (vid. por ejemplo M. Grevisse, Le bon usage, París,
378 Análisis semiótico del discurso

Duculot, 1986, pág. 1289). Recordemos a ese respecto el sumario es-


quema sintáctico que hemos propuesto de Cenicienta:
/h/ del príncipe (matrimonio)
t .
/-qh/---!hq/ - - - - / q h / del príncipe conjunción
(seducción) + J-amórosa
t /qh/ de Cenicienta

/-phq/_ ___., /phq/ (conjunción espacial:


.t encuentro en el baile)

/-pphq/_ _ _ /pphq/ (vestirse, subida


á la carroza)
/-ppphq!_ _ _ /ppphq/ (dori de la madrina)

t
/-pppphql---/pppphq/ (encuentro con la madrina).

Es, pues, fácil identificar el inciso «hace su entrada» con la


/seducción/, con el /hacer querer/(= /hq/), mientras que la otra men-
ción «La madrina le da una varita» corresponde, en ese esquema, al
/ppphq/. El don de la madrina pµede ser asimilado a un programa na-
rrativo de uso que hace finalmente posible el programa de base de
Cenicienta, es decir, la /seducción/. Con ello reconocemos que el pre-
sente histórico está muy vinculado, aquí, con importantes posiciones
narrativas.
La segunda observación hecha por la mayoría de gramáticos tiene
que ver con el efecto que produce el presente narrativo sobre el
enunciatario. Según M. Arrivé, F. Gadet y M. Galmiche, «la instancia
de la enunciación es ficticiamente colocada en el pasado» 6, lo que
«hace así al lector testigo directo del acontecimiento» 7:

6
En La grammaire d'aujourd'hui, pág. 564.
7
J.-C. Chevalier y otros, Grammaire Larousse du franfais contemporain, pá-
gina 338.
Formas enunciativas y formas enunciv.as 379
pasado - - - presente---- futuro

posición ficticia
del enunciador
pasado - - - presente---- futuro

posición real
del enunciador

Conviene señalar de inmediato que es posible otro caso en donde ·


la instancia de la enunciación es «ficticiamente» proyectada no ya al
pasado sino al futuro (siempre en relación con la instancia real de la
enunciación): La grammaire d'aujourd'hui habla, entonces, del
«presente profético que se encuentra especialmente en la tragedia
clásica» (pág. 546):
pasado - - - presente---- futuro

posición ficticia
del enunciador

pasado ----presente---- futuro

posición real
del enunciador

Si La grammaire d'aujourd'hui define el presente histórico o pro-


fético por la posición «ficticia» del enunciadcir, la Grammaire La-
rousse sigue más bien el punto de vista del enunciatario. Y a sea
«histórico» o «profético», ese presente se dirige directamente al
enunciatario, tratando de suscitar en él una mayor impresión (o ilu-
380 Análisis semiótico del discurso

sión) de «realidad». El enunciador se sirve de ese tipo de presente pa-


ra mejor /hacer parecer verdad/ y, con ello, para hacer adherir al
enunciatario a las proposiciones que le somete, ya pertenezcan éstas
al orden del pasado (presente histórico) o del futuro (presente proféti-
co): el /hacer creer/ que consideramos, es una manipulación según el
saber, plenamente comparable a la que hemos descrito anteriormente;
la única diferencia es que esta manipulación cognoscitiva no se ejerce
entre los actantes del enunciado sino entre los de la enunciación.
Pasemos ahora a otro caso de temporalización enunciativa e ilus-
trémoslo reproduciendo el primer parágrafo del relato de C. Perrault,
Las hadas: ·

Érase una vez una viuda que tenía dos hijas; la mayor se le pare-
cía tanto en carácter y en el semblante que quien la veía, veía a la
madre. Las dos eran tan desagradables y tan orgullosas que .no se po-
día vivir con ellas. La menor, que era el verdadero retrato del padre
por su dulzura y honestidad, era una de las más bellas niñas que se
podía encontrar. Como se ama naturalmente a su semejante, esta ma-
dre estaba loca por su hija mayor, y al. mismo tiempo sentía una
aversión muy grande por la menor. La hacía comer en la cocina y tra-
bajar sin cesar. ·

Este fragmento, escrito íntegramente en el pasado, incluye no


obstante una forma verbal en el presente del indicativo («Como se
ama»). Tenemos allí un presente llamado «gnómico» (M. Grevisse),
«permanente» (Grammaire Larousse du franr;ais contemporain) o
«de verdad general» (La grammaire d'aujourd'hui) y es el que en-
contramos, entre otros, en los aforismos, proverbios, dichos, defini-
ciones, máximas y sentencias, etc. Sin pretender ninguna generaliza-
ción que sería demasiado apresurada, quisiéramos, sin embargo,
tratar de dar de ese «Como se ama naturalmente a su semejante» de
C. Perrault, una interpretación semiótica más precisa. Siguiendo a La
grammaire d'aujourd'hui se puede ya, por ejemplo, situar temporal-
mente el acto de enunciación propiamente dicho en relación con el
proceso (representado por el verbo) del que habla el enunciador:
Formas enunciativas y formas enuncivas 381

Cuando digo llueve desde hace diez días, el proceso es conside-


rado en el momento en que yo lo designo y continúa una vez que he
dejado de hablar. Extendiendo aún más los límites temporales del
proceso, se obtiene el presente de verdad general: la tierra da vueltas
alrededor del sol; la mujer es cambiante y es un loco quien de ella se
fla, etc. (pág. 563).

Esta observación es esencial, pei"o no parece suficiente para dar


cuenta del mecanismo de la enunciación. En esos casos de «verdad ge~
neral», tenemos siempre un enunciador que presenta (si recurre a defi-
niciones) o recuerda (con los proverbios y las máximas que se supone
conocidos) un saber detenninado cuyo valor de verdad es dado como
pennanente gracias a la forma verbal del presente. Pero ese saber
a
transmitido o rememorado-y es ahora cuando llegamos los actantes
de la enunciación- se sitúa en un nivel distinto al del enunciado
enunciado, pues es de orden metalingüístico (en el sentido de la fun-
ción jakobsoniana indicada en el. primer capítulo; volveremos a ella
más adelante): en efecto, se considera que explica,justifica un discurso,
un acontecimiento, un comportamiento, un estado de cosas, etc. que
son entonces algo así como sus ilustraciones. El «Como se ama natu-
ralmente a su semejante» es, sin duda, un saber que el enunciador re-
cuerda, como entre paréntesis, para esclarecer al enunciatario, para
darle una clave de interpretación; la continuación inmediata del texto
pasa, entonces, a dar un ejemplo: «esta madre estaba loca por su hija
mayor». Está claro que este aforismo no concierne en absoluto a los
actantes del enunciado sino solamente a los de la enunciación.
Estas pocas observaciones demuestran por lo menos que la tem-
poralización y la actorialización enunciativas son dificilmente diso-
ciables. Recordando, una vez más, que nosotros concebimos la ins-
tancia de la enunciación como el sincretismo de yo - aquí - ahora, no
nos asombraremos de que los dos componentes temporal y actorial
vayan a la par.
La temporalidad -que permite situar los acontecimientos narra-
dos no sólo en relación con la instancia de la enunciación, sino tam-
382 Análisis semiótico del discurso

bién en su relación mutua en el marco del enunciado- nos es per-


ceptible únicamente a través de su aspectualización. Así, toda fun-
ción narrativa, por el hecho mismo de que se inscribe en el tiempo, va
a presentarse concretamente como un «proceso», es decir, como el
desarrollo de una acción en relación a un sujeto observador presu-
puesto (que se identificará, dado el caso, con el enunciatario). Se pasa
de una transformación de tipo categorial ( cuando va, por ejemplo, en
el nivel narrativo, de un estado 1 a un estado 2 o semánticamente, de
un término a su contrario) a una presentación de forma, digamos,
gradual que articula el proceso según sus diferentes aspectos posi-
bles.
El lingüista recurre tradicionalmente a la categoría aspectual·
cumplido/incumplido (o perfectivo/imperfectivo). Así, Pablo duerme
pertenece al orden de lo incumplido, mientras que Pablo ha dormido
depende de lo cumplido: en el primer caso, la acción es presentada en
el momento de efectuarse, en el segundo es considerada a partir de su
término. En una y otra frase nos sentimos relacionados, por supuesto,
con la misma categoría del presente: presente (verbal) y pasado com-
puesto sólo se distinguen por el aspecto. Esta misma articulación as-
pectual es evidentemente capaz de organizar de modo semejante
tanto el pasado (Pablo dormía vs Pab[ohabía dormido) como el fu-
turo (Pablo dormirá vs Pablo habrá dormido). Ello demuestra por lo
menos que la aspectualización es totalmente distinta de la temporali-
zación, que es algo así como una especie de red capaz de sobrede-
. terminar cada una de las formas temporales.
Por nuestra parte, apelaremos más bien a la categoría puntual vs du-
rativo. De este modo, en los relatos que aquí o allá nos han servido de
ejemplo, se tiene por lo general una homologación del siguiente tipo:

puntual pasado simple


durativo - imperfecto

Como en Las hadas de C. Perrault, el comienzo de los cuentos es


a menudo escrito en imperfecto, presentando así cosas permanentes;
Formas enunciativas y formas enuncivas 383

prosigue en seguida el pasado simple que nos introduce en lo even-


tual. Esta homologación que se funda en la lengua, no es seguramen-
te absoluta en el plano del discurso. Destaquemos dos ejemplos lla-
mativos. El célebre cuento de G. de Maupassant La cuerda, narra
cómo Maitre Hauchecome es sospechoso del . robo de una cartera
cuando, de hecho, él había cogido un «trozo de cuerda fina» al borde
del camino. En el momento en qUe la acusación se hace perentoria, se
produce un acontecimiento esencial para la continuación del relato;
ahora se esperaría normalmente un pasado simple, pero el enunciador
ha elegido un imperfecto:
Al día siguiente, hacia la una de la tarde, Marius Paumelle (...)
devolvía la cartera y su contenido a Maese Houlbreque.

El otro ejemplo es igualmente esclarecedor. Se sabe que, en len-·


gua, cierta clasificación de los verbos es posible en relación con la
categoría puntual/durativo (o cumplido/incumplido). Así, caminar,
hablar, escuchar, son de tipo durativo, mientras que detenerse, caer,
encontrar, son de orden puntual. En ese sentido, no se dudará en
considerar bajo lo puntual equivocarse y bajo lo durativo aburrirse.
Ahora bien, en la historia de «La cabra de M. Seguin» (en Cartas de
mi molino), A. Daudet consigna esta frase doblemente sorprendente,
que burla cualquier previsión: «M. Seguin se equivocaba, su cabra se
aburrió»: un verbo puntual en sí, tiene la marca del durativo y un
verbo de carácter durativo es puesto bajó el signo de lo puntual. Aquí
se constata un importante desfase entre una aproximación en lengua y
un estudio a nivel del discurso. Recordemos nuestro propio análisis
discursivo de un fragmento de El león de J. Kessel 8: tenemos, por
ejemplo, el verbo «frotar» que es un durativo en lengua; pero, en ese
discurso, dicho proceso ocupa efectivamente una posición puntual
terminativa, ya que ahí es una representación figurativa de la instau-
ración de la amistad, objeto de la búsqueda. ·

8
Ver Sémantique de /'énoncé: applications pl'atiques, primera parte.
384 Análisis semiótico del discurso

Si preferimos la categoría de lo puntual vs durativo a las catego-


rías aspectuales tradicionales, es simplemente porque se considera del
hecho de que el primer término -lo puntual- es susceptible de re-
cibir una articulación: en efecto, según su posición, lo puntual co-
rresponderá a lo incoativo si se sitúa al comienzo del proceso y a lo
terminativo si marca el final. Veamos solamente, a modo de ejemplo,
el caso del desplazamiento del padre hacia el bosque en La baba-
jaga:
puntual vs durativo
(«llevó»)

incoativo vs terminativo
(«partió») («llegó»)

4.1.2.2. Espacialización

Del mismo modo que hemos opuesto la temporalízación enunciva


a la temporalización enunciativa, distinguiremos las espacializacio-
nes enunciva y enunciativa. Una cosa es articular los espacios en un
relato dado, para inscribir allí los hechos y gestos de los actores del
enunciado, y otra cosa la manera de presentarlos al enunciatario, de
hacérselos ver desde un punto de vista determinado. Pongamos el
ejemplo más simple. Sea un actor que en el plano del enunciado
enunciado, va de un espacio El a otro espacio, E2. Ese desplazamien-
to puede ser presentado, por ejemplo, de tres maneras diferentes:
«desplazarse»
E l - - - - - - - - ' - - E2
«ir» «venir»

En el caso de ir, el enunciatario es invitado a tomar como espacio


de referencia El; venir, en cambio, implica que el enunciatario-
observador está, más bien, del lado de E2, comQ muestra el dicciona-
rio cuando dice que ese verbo «marca un desplazamiento que termina
o está cerca de terminar en el lugar donde uno se encuentra» (Petit
Formas enunciativas y formas enuncivas 385

Robert). El término desplazarse impondría, más bien, al enunciatario


un punto de vista de conjunto que implique los dos espacios, sin es-
tablecer ninguno como espacio de referencia. Correlacionemos ahora
El/E2 a la categoría cerca/lejos. Si se opta por ir, lo /cerca/ corres-
ponderá a El y lo /lejos/ a E2; si se escoge venir, se tendrá en cambio
la identificación de lo /cerca/ con E2 y de lo /lejos/ con El. Se ve así
cómo un mismo movimiento será presentado según diferentes puntos
de vista en relación al punto de localización elegido por el enuncia-
dar e impuesto por lo tanto -aquí, lingüísticamente- al enunciata-
rio ya que por la elección de las palabras es evidente, en ese caso, que
se ejerce la manipulación enunciativa; si se tratase de una película, se
obtendría algo más o menos equivalente colocando la cámara cerca
de El para expresar ir, o cerca de E2 para traducir venir. El despla- ·
zarse presupondría, por su parte, un ángulo de toma suficiente para
englobar El y E2.
Si se pasa de la /horizontalidad/ (que estaba sobreentendida en
nuestro ejemplo del desplazamiento) a la /verticalidad/, sucede cla-
ramente lo mismo. Por lo tanto, un movimiento dado que va de lo
/bajo/ hacia lo /alto/ se expresará igualmente por inclinar como por
enderezar: en el primer caso, el gesto es visto a partir de lo /alto/ da-
do que inclinar (= «apartar una cosa de la posición vertical») presu-
pone una posición anterior elevada; en el segundo sucede de manera
diferente: el movimiento es ahora percibido a partir de lo /bajo/
puesto que enderezar, según el diccionario, es «poner vertical lo que
estaba inclinado o tendido». Otros tipos de relaciones espaciales como
encima/debajo, arriba/abajo, delante/detrás, etc., deberían ser exami-
nados aquí, pues todos aluden implícitamente a un actante observa-
dor, pero sólo nos remitiremos a los buenos estudios hechos por otros
investigadores, como los· de C. Kerbrat-Orecchioni (en L 'énonciation
de la subjectivité dans le langage), C. Vandeloise (L 'espace en
fran9ais) o J. Fontanille (Les espaces subjectifs).
Hasta aquí presuponemos que los diferentes movimientos en los
dos ejes elegidos a modo de ejemplo (horizontalidad/verticalidad)
son percibidos por un observador identificable con el enunciatario:
A:\lÁ.LlSIS Sl'.MIÚTJC0.-13
386 Análisis semiótico del discurso

estamos, entonces, en el marco de la espacialización enunciativa.


Bastará con proceder a un desembrague enunciativo espacial para que
el rnl del observador sea asumido no ya por el enunciatario sino por
un actante del enunciado. Citemos solamente, a modo de ilustración, un
corto pasaje de «La mula del papa»; aquí tenemos dos primeros ad-
verbios ( «sobre», «debajo») que parecen evocar al enunciatario-
observador, luego otros dos («delante», «allá a lo lejos») que expre~
san de manera manifiesta el punto de vista de la mula:
Figuraos el terror de esta desgraciada mula cuando, después de
haber dado vueltas sin rumbo durante una hora en una escalera de ca-
racol y haber subido no sé. cuantos escalones, se encontró de pronto
sobre una plataforma de luz resplandeciente y a mil pies debajo de
ella divisó un Avignon fantástico, las barracas del .mercado no más
grandes que las avellanas, los soldados del papa delante de su cuartel
como hormigas rojas y allá a lo lejos, sobre un hilo de plata, un pe-
queño puente microscópico donde se danzaba, donde se danzaba
(A. Daudet, Cartas de mi molino, págs. 64-65).

Se ve así cómo se pasa de la espacialización enunciativa a la es-


pacialización enunciva. Una vez desembragada de la instancia de la
enunciación, la misma articulación espacial puede ser retomada
-como en el caso de la temporalización (vid. supra)- en los de-
sembragues enuncivos de 2. 0 , 3.°', n niveles. Sea, pues, la siguiente
distribución donde se podría sustituir la relación alto/bajo por cer-
ca/lejos, o cualquier otra categorización espacial de carácter deíctico:

cerca lejos
1 1
Plano del enunciado 1
cerca lejos
( espacialización 1 ·1
enunciva) 1
cerca lejos
1 1
1
Plano de la enunciación cerca lejos
( espacialización J 1
1
enunciativa)
Formas enunciativas y.formas enuncivas 387
Se comprenderá mejor ahora por qué proponemos dar a la noción
de deíctico un campo de aplicación más vasto que aquel que por lo
común se le atribuye. Tradicionalmente se define a los deícticos co-
mo elementos lingüísticos (demostrativos, pronombres personales,
adverbios de lugar y tiempo, etc.) que se refieren a la instancia de la
enunciación y a sus coordenadas espacio temporales, al yo - aquí -
ahora; ellos remiten así a un referente llamado por lo común
«externo», en oposición a la anáfora que se aplica sobre un referente
«interno» del discurso. Si, al contrario, se quieren tener en cuenta los
diferentes desembragues posibles -como lo muestran nuestros
ejemplos precedentes- debe admitirse que los deícticos pueden ser
tanto enuncivos como enunciativos. En el mismo sentido y de modo ·
más general, se ve que la teoría de los actos de lenguaje .(J. Searle),
por ejemplo, no debería limitarse únicamente al dominio de la enun-
ciación sino que debe ser transpuesta al interior mismo del enuncia-
do, ya que es aplicable no sólo a los actantes de la comunicación sino
también a los de la narración.

4.1.2.3. Actorialización

Acabamos de evocar extensamente a los actantes de la enuncia-


ción, a propósito del «presente de verdad general», para enfatizar, si
es preciso, que la temporalización (y esto vale también para la espa-
cialización) va necesariamente a la par con la actorialización. Ya se
trate de la enunciación o del enunciado, los tiempos y los espacios
sólo tienen sentido en relación con los actores, los cuales son sola-
mente sus coordenadas. Vista la importancia de la actorialización,
ésta requiere ser examinada bajo algunas otras formas posibles. Co-
mo en el caso de los otros dos componentes temporal y espacial, es
conveniente también evitar aquí toda confusión entre los dos planos
de la enunciación y del enunciado; distinguiremos, pues, cuidadosa- ·
mente la actorialización enunciativa y la actorialización enunciva,
pero sólo tomaremos en consideración algunos medios de manipula-
ción enunciativa puestos en práctica por el enunciador.
388 Análisis semiótico del discurso

A diferencia de las relaciones entre los actantes del enunciado que


se establecen en la dimensión pragmática y también, dado el caso, en
el plano cognoscitivo, la relación del enunciador con el enunciatario,
como ya lo indicamos antes, es de orden puramente cognoscitivo. Una
de las primeras formas de ese cognoscitivo nunciativo en el dominio
verbal, corresponde a la función llamada metalingüística realzada en el
célebre esquema jakobsoniano (vid. cap. 1); ése es el caso, por ejemplo,
cuando el enunciador se preocupa por saber si el enunciatario le sigue
sin problemas, si ha comprendido el mensaje que le dirige o cuando el
enunciador explica al enunciatario una palabra oscura, proponiendo una
definición adaptada al universo de referencia del alocutario. En· tales
casos, tenemos cambio de nivel en el interior del discurso; no es ya el
enunciado, la historia contada por ejemplo, la que está en juego, sino la
manera de presentarla que, por ese inedio, trata de poner en el mismo
diapasón semántico a los áctantes de la enunciación. .
Esta función metalingüística no podría limitarse únicamente al
plano lexemático enfocado, en primer lugar, por R. Jakobson en los
ejemplos que él propone 9• En efecto, dicha función es fácilmente
identificable cuando se pasa de la frase al discurso. Evocábamos ya, a
propósito de la temporalidad, el «presente de verdad general» llama-
do también «gnómico»: se trata de las sentencias, máximas, aforis-
mos, dichos y proverbios, definiciones, etc. cuyo contenido, ya se ha
dicho, se sitúa discursivamente hablando en un nivel distinto al resto
del enunciado. Sucede claramente lo mismo, por ejemplo, en los
Cuentos de C. Perrault, donde las «moralejas» que lo acompañan se
plantean como si fueran de tipo metalingüístico y se presentan como
explicaciones de los respectivos relatos; es incluso una relación aná-
loga la que podemos descubrir entre una parábola dada y la interpre-
tación conceptual que se obtiene de ella (véase, por ejemplo, la clave
de su lectura en el Evangelio de San Mateo, cap. 13, versículos 3-8
[sobre el sembrador] y 18-23).

9
Ver Essais de linguistique gén'érale, págs. 217-218.
Formas enunciativas y formas enuncivas 389

Un ejemplo algo diferente, se nos ofrece en Una vendetta, texto que


ya hemos analizado en parte y que examinaremos más adelante, preci-
samente desde el punto de vista enunciativo; digamos, ·por anticipado,
que en un momento dado del relato el enunciador parece dirigirse cla-
ramente al enunciatario para indicarle lo que es una vendetta:
No había dejado hermanos ni primos carnales; ningún hombre
que pudiera llevar a cabo la vendetta. Sólo la madre, una vieja, pen-
saba en ello (l. 67-69).

Si este cuento hubiese sido escrito para los corsos, es claro que no
habría habido necesidad de informarles sobre el contenido de esta
costumbre. Notemos de paso que allí se sitúa una de las diferencias
existentes entre la literatura oral (donde se presupone que el c1digo
semántico es conocido por el enunciatario) y la literatura escrita,
donde se hacen explícitos los conocimientos que el enunciatario re-
quiere para comprender el discurso a él dirigido; a este propósito,
aquí podría ser integrado el concepto de praxis enunciativa que no
opera en el idiolecto (como sucede con la enunciación que tratamos
sobre todo en este capítulo) sino en el sociolecto. En todos esos casos
-y en muchos otros comparables- el enunciador (ya sea de natura-
leza individual o colectiva) se dirige así al enunciatario en la forma
de un verdadero meta-discurso en el cual ya no se encuentran impli-
cados directamente los actantes del enunciado sino solamente los de
la enunciación.
Además de la función metalingüística, tenemos otro tipo de cog-
noscitivo enunciativo que, dada su importancia para el análisis se-
mántico del discurso, debe atraer toda nuestra atención. Se trata de
los evaluativos en forma de adjetivos, adverbios y aun de sustantivos;
puesto que ellos remiten implícitamente a la instancia de la enuncia-
ción, dan al enunciado un marcado carácter subjetivo. Desde luego,
su eliminación fuera del discurso dará a éste una coloración más ob-
jetiva como ocurre, entre otros, con los enunciados de tipo científico.
Esos evaluativos remiten, preferentemente, al enunciador o más bien
al enunciatario. El primer caso es fácil de ilustrar. Si en una conver-
390 Análisis semiótico del discurso

sación alguien dice: «He pasado una velada agradable», es claro que
agradable(= «que agrada a alguien») no concierne directamente a la
«velada» sino al mismo enunciador en su relación con ella. Igual-
mente, afirmar «Es muy simpático» debe entenderse como «Me es
muy simpático»; en «Seguramente vendrá esta noche», el seguramen-
te señala el sentimiento de certidumbre del enunciador en relación al
acontecimiento anunciado. Sucede de modo parecido con multitud de
otras unidades lingüísticas tales como «bello», «verdadero», «bue-
no», etc.
En otros casos, los evaluativos llaman más bien la atención sobre el
enunciatario. En la siguiene frase: «He aquí un gato grande», el califi-
cativo debe entenderse, según el diccionario, como· «lo que, en su géne-
ro, excede la medida ordinaria». En otro orden de ideas comparable, lo
grande tiene que ver con aquello <<cuya altura o talla sobrepasa al tér-
mino medio». Desde el otro sentido, lo pequeño concierne a lo que
«cuya altura o talla es inferior al término medio». De manera parecida,
largo caracteriza a lo «que tiene una extensión superior al término me-
dio en sentido longitudinal» y corto a lo «que tiene poca longitud de
una extremidad a la otra (con relación a la talla normal o por compara-
ción con otra cosa)». Estas pocas definiciones -que tomamos presta-
das al diccionario Petit Robert- muestran que en todos estos casos, la
evaluación radica en una comparación entre, de una parte, el «término
medio» (o la «medida ordinaria», la «talla normal») y, de la otra, su re-
basamiento (hacia un más o un menos).
Para esclarecer un poco lo que se debate en esta comparación sub-
yacente, tomemos un caso análogo. En La encarna, É. Zola escribe:
El techo, recargado con esos ornamentos, coronado aún de gale-
rías troqueladas de plomo, de dos pararrayos y de cuatro enormes
chimeneas simétricas, esculpidas como el resto, parecía ser el ramille-
te de ese fuego de artificio arquitectónico 10 •

Según nuestro diccionario de referencia, se dice enorme de lo


«que rebasa los límites corrientes o sobrepasa lo que tenemos por
10
París, Gallimard, Col. Folio, i 981, pág. 53.
Formas enunciativas y formas enuncivas 391

costumbre observar y juzgar». Tenemos ahora dos observaciones


distintas: de un lado, la que tiene relación con lo «que rebasa (los
límites corrientes)», con lo «que sobrepasa (lo que ... )»; del otro, lo
que concierne a los «límites corrientes», la «costumbre» de «observar
y juzgar» algo. La primera observación puede ser hecha a cargo del
enunciador, quien, en esa frase de La encarna, presenta a las «chi-
meneas» con dimensiones imponentes. La segunda observación pre-
supone un sujeto de hacer, un actante distinto, un observador que na-
da prohibe identificar, por lo menos aquí, con el enunciatario: se
considera que éste tiene, por su experiencia, una idea del «término
medio», de lo «normal», de lo «corriente», idea en función de la cual
puede situar ese enorme que le propone el enunciador. De inmediato
se ve que, por ejemplo, gran número de adjetivos o de adverbios son
susceptibles de ser interpretados en términos de comparación, aun
cuando no incluyan el distintivo morfológico del comparativo o del
superlativo. Naturalmente, lo que es válido para ciertos adjetivos o
adverbios, lo es igualmente para todos los sustantivos que presupo-
nen un «término medio» de referencia; tal es, por ejemplo, el caso de
los siguientes contrarios, lentitud vs rapidez, calor vs frío, exaltación
vs abatimiento, pesadez vs ligereza, etc., donde una posición inter-
media «normal» sirve de base a la comparación.
Otros medios de manipulación enunciativa -situados siempre
por definición en la dimensión cognoscitiva, como lo metalingüísti-
co o lo evaluativo- se deberían poner de relieve; se les encontrará,
sin embargo, bien ilustrados en ciertas publicaciones más especiali-
zadas. Pensamos, por ejemplo, en el caso simple del diálogo. Desde.
el punto de vista del enunciado enunciado, de la historia contada,
hay evidentemente una equivalencia semántica entre el discurso di-
recto y el discurso indirecto: éstos son dos medios diferentes, entre
otros, para pasar de la dimensión pragmática al nivel cognoscitivo.
No ocurre lo mismo, en cambio, con el plano de la enunciación. Si
el enunciador elige el diálogo antes que el discurso indirecto, es
probablemente porque ello le permite introducir un desembrague (y
de modo complementario, eventualmente, un embrague) enuncivo
392 Análisis semiótico del discurso

que, desde el punto de vista del enunciatario, va como a referen-


cia/izar el relato, hacerlo, digamos, más «verdadero»: los cuentistas
lo saben bien por instinto, por lo menos en nuestra cultura occiden-
tal, aquellos que, una vez iniciado el relato, recurren de inmediato
-y con la mayor frecuencia posible- a la forma dialogada para
hacer sus relatos más «vivos», para suscitar mejor la ilusión refe-
rencial. Otro medio de la manipulación enunciativa, como ya se ha
indicado, es el recurso a la anáfora (o a la catáfora) donde el
enunciador juega con la competencia cognoscitiva del enunciatario,
con su capacidad de pasar de la expansión a la condensación (o vi-
ceversa, en el caso de la catáfora). A diferencia de la función me-
talingüística antes mencionada, que convoca un saber, por decirlo
de algún modo, externo al enunciado, la anáfora alude a un saber ya
· inscrito en el interior del discurso.
Por cierto, es esencialmente a la actorialización a la que se dedi-
ca directamente una parte de la enseñanza de É. Benveniste 11 • Como
cada uno sabe por propia experiencia, el enunciador puede introducir,
en un momento u otro del enunciado, una llamada o un aparte dirigi-
do intencionadamente al enunciatario, por ejemplo, con el empleo del
imperativo o del vocativo. Lo mismo sucede cuando el discurso in-
cluye eventualmente, aquí o allá, interrogaciones que no interesan a
los actantes del enunciado sino sólo a los de la enunciación: éstas
presuponen, entonces, un enunciador que interroga y un enunciatario
interrogado; ése es el caso, por ejemplo, del fragmento de El león
estudiado en nuestra Sémantique de l'énoncé: applications pratiques
(primera parte). Con la exclamación o, simplemente, el aserto es, so-
bre todo, la relación del enunciador con el enunciado la que está en
juego; ocurre de modo semejante con el empleo de ciertos modaliza-
dores («tal vez», «probablemente», etc.) que instauran una distancia
entre lo dicho y el sujeto del decir. Para una información más amplia
sobre este punto, remitimos al lector a los numerosos y acertados

11
Ver «L' appareil fonnel de l'énonciation», en Problemes de linguistique générale,
tomo 2.
Formas enunciativas y formas enuncivas 393

análisis efectuados, en ese campo, por la lingüística frástica que nadie


-especialmente en semiótica-podría ahorrarse indebidamente.
Es también a la instancia de la enunciación a la que debe remitir-
se, en su nivel, todo un campo de exploración que remonta a la anti-
güedad y que hoy todavía es objeto de numerosas y fructíferas inves-
tigaciones. En nuestro estudio del componente narrativo, esto es, en
el plano del enunciado, hemos presentado (ver 2.1.3.4) la manipula-
ción según el saber que opera en el /hacer creer/ y el /creer/ y como
hemos mencionado, en esa ocasión, los trabajos contemporáneos rea-
lizados en los dos dominios de la argumentación (J.-C. Ariscombre,
O. Ducrot) y de la lógica natural (J.-B. Grize). Es evidente, en efec-
to, que los modelos de razonamiento pueden ser aprovechados en el
nivel de los actantes del enunciado, por ejemplo, en el caso de los
diálogos de tipo argumentativo (verbigracia, Platón). Respecto a
nuestra tesis antes presentada, según la cual no hay, entre enuncia-
ción y enunciado, una diferencia de naturaleza sino solamente de ni-
vel, tenemos el derecho de situar las formas de razonamiento tanto en
el plano del enunciado corno en el de la enunciación. No olvidemos
que hemos definido la enunciación precisamente corno una manipu-
lación según el saber. Notemos, por lo demás, que la mayoría de in-
vestigaciones actuales en argumentación sitúan a menudo sus ejem-
plos en el nivel de la enunciación, como lo muestran, entre otros, casi
todos los estudios de los conectores (ahora bien, pero, dado que,
pues, etc.); estos últimos, recordemos de pasada, están en la posición
de meta-discurso que el enunciador (o el interlocutor en el caso del
diálogo inscrito en el discurso) dirige directamente al enunciatario (o
al interlocutario). Nos permitirnos invitar al lector, una vez más, a
remitirse a las publicaciones propias de ese inmenso campo de inves-
tigación.
Señalemos, por último, una problemática muy distinta. que nos
parece debe ser vinculada cori la instancia de la enunciación, la de
la dimensión estética de una obra determinada. Es claro que aquí
está en juego la relación del enunciatario con un objeto semiótico
dado, considerado por él como «artístico». Ya sea un poema, un
394 Análisis semiótico del discurso

cuadro, una escultura, una sinfonía, etc., en la obra de arte de que


se trate hay por lo menos algunas formas configurativas que el
enunciatario remite a la dimensión estética. Dicho esto, la belleza
de una obra de arte nQ se impone necesariamente como tal a todos
los auditores o espectadores, como si ella fuese identificable a par-
tir de algunos indicios específicos, puesto que el juicio estético es,
tal vez en primer lugar (¿y únicamente?), función de la relación
tímica que el enunciatario mantiene entonces con la obra-enun-
ciado. Hemos presentado más arriba el componente axiológico (con
el juego de la categoría muy general euforia vs disforia) en el plano
del enunciado; he aquí que ahora lo encontramos en el nivel de la
enunciación:
categorización tímica
(euforia vs disforia)

relativa a los relativa a los


objetos sujetos
(axiologización)

del enunciado de la enunciación


(pasiones, sentimientos) (juicio estético)

Esta espinosa cuestión de los estados de ánimo, del juicio estético


del enunciatario frente al enunciado (artístico), no podrá ser aborda-
da, naturalmente, si no es gracias a la semiótica de las pasiones (en
curso de elaboración), de la que hemos podido dar en esta obra sólo
una pequeña muestra (por ejemplo, en el análisis de Una vendetta).

4.2. ESTUDIO DE UN CASO (UNA VENDETTA DE G. DE MAUPASSANT)

En el transcurso del capítulo precedente, consagrado a las «for-


mas narrativas y semánticas», hemos propuesto Un rápido análisis
sintáctico y semántico de Una vendetta de G. de Maupassat. Esta
Formas enunciativas y formas enuncivas 395

descripción sólo concernía, evidentemente, al enunciado enunciado,


a la historia contada. Ahora podemos volver a ese relato y examinarlo
desde el punto de vista de la enunciación enunciada, aun cuando los
datos pertinentes al plano del análisis sean relativamente poco nume-
rosos. Esta nueva aproximación -que como las anteriores no pre-
tende ser exhaustiva sino indicativa- debería permitimos obtener,
en su nivel, una mejor inteligibilidad de ese texto.

4.2.1. ESPACIOS ENUNCIADOS Y ENUNCIACIÓN

Hemos hecho hincapié, en el plano del enunciado enunciado, en


la importancia de la oposición espacial alto/bajo, en su correlación
posible con las parejas vida/muerte, cultura/naturaleza, y su vincula-
ción, finalmente, con la articulación tímica fundamental homologada
del siguiente modo:

alto euforia
bajo disforia

Examinemos, ahora, la relación alto/bajo desde el punto de vista


enunciativo, partiendo de algunos datos topológicos precisos. Sea el
enunciado:
(l) La ciudad, (... ) suspendida en algunos sitios justo encima del mar
(l. 3-5).

Desde el punto de vista del enunciado enunciado, podríamos te-


ner una indicación espacial comparable con un inciso del género:
(2) El mar( ... ) debajo de la ciudad,

que sería, en ese nivel, semánticamente equivalente. Pasando de una


formulación ( 1) a la otra (2 ), las posiciones respectivas de la «ciudad» y
del «mar» no cambian; sin embargo, hay evidentemente una modifica-
ción en cuanto al punto de vista que el enunciador impone al enuncia-
396 Análisis semiótico del discurso

tario-observador. En el primer caso (1), el espacio de referencia elegido


es el «mar», luego lo /bajo/, mientras que en el segundo sería la
«ciudad», lo /alto/, es decir, dos puntos de vista diametralmente
opuestos para expresar un mismo dato. A partir de allí, el enunciador al
optar por el enunciado (1) invita al enunciatario a ver la «ciudad» a
partir de lo /bajo/, es decir -si se tienen en cuenta los datos semánti-
cos del enunciado enunciado- desde un punto de vista disfórico.
Otras anotaciones espaciales parecen tener el mismo sentido. Así
sucede en el inciso «sobre el estrecho erizado de escollos» (l. 5-6)
donde lo /bajo/ (= «estrecho»), tomado como espacio de referencia,
es explícitamente asociado a la /disforia/ ( «erizado de escollos»).
Ocurre de manera parecida" con esta otra indicación:
dominando aquel paso terrible por el que apenas se aventuran los na-
víos (l. 16-18),

en la cual, una vez más, lo /bajo/ elegido como punto de referencia,


es presentado como si tuviera una naturaleza disfórica («paso temi-
ble»). Enteramente sucede como si el punto de vista propuesto por el
enunciador al enunciatario fuera de naturaleza disfórica, incitándole
así a una percepción pesimista de los lugares donde va a desenvolver-
se el cuento; y ya antes hemos visto que, semánticamente hablando,
no hay distancia entre los espacios y los actores que se encuentran en
ellos.
Dejemos ahora de lado las posiciones espaciales para considerar
los desplazamientos. Respecto a la oposición alto/bajo, dos tipos de
movimientos son inmediatamente previsibles. De un lado aquellos
que van de lo /alto/ hacia lo /bajo/ y, correlativamente en el plano del
enunciado enunciado, de la /vida/ a la /muerte/, de la /euforia/ a la
/disforia/. En nuestro texto, esos desplazamientos no son vistos a
partir de lo /bajo/ como hubiese podido ocurrir gracias a una elección
apropiada de palabras, sino más bien desde lo /alto/. Así, inclinarse
(= dejar de estar vertical), en
- la madre que, inclinada ahora sobre el cuerpo (l. 45-46)
- Y lentamente inclinándose (l. 62),
Formas enunciativas y formas enuncivas 397

parece presuponer claramente un observador que ve ese gesto desde


su altura habitual y no, por ejemplo, a partir del ras del suelo. Lo
mismo en el caso de prosternarse (= hincarse de rodillas en señal
de ... ):
- ... prosternada en el pavimento (l. 100)

o de rodar (= aquí: «caer y dar vuelta sobre sí mismo por la fuerza


adquirida en la caída»: dice. Petit Robert):
- Él (hombre)( ... ) rodó por tierra (l. 185-186).

En este último caso, el mismo movimiento, visto ya no de lo


/alto/ como aquí sino desde lo /bajo/, correspondería a algo así como
·«tocar tierra», «aterrizar», etc. En todos esos casos, el enunciador
propone de hecho como ángulo de mira lo /alto/ que, como sabemos,
es generalmente de carácter eufórico; visto entonces desde lo /alto/,
lo /bajo/ -que es ahí el punto de llegada del movimiento- está dis-
fóricamente muy marcado.
En nuestro cuento de G. de Maupassant, hay otros movimientos
en el eje de la /verticalidad/ que van de lo /bajo/ hacia lo /alto/ y se
encuentran por lo tanto correlacionados, en el marco del enunciado
enunciado, con el recorrido sintáctico que va de la /disforia/ a la
/euforia/. Tal es el caso del comportamiento de la anciana mujer:
- ... levantándose a los albores del día (l. 99-100)

al cual se vinculará, para no olvidar precisamente su carácter metafó-


rico, este otro inciso situado no ya en el plano actorial sino temporal:
«al levantar el día» (l. 120). Sabiendo que levantar es mover (o mo-
verse) de lo bajo hacia lo alto, se deducirá que el punto de vista del
observador es más bien del orden de lo /bajo/; muy distinto sería, por
ejemplo, el caso de enderezar(= poner vertical lo que está inclinado
o tendido) que, remitiendo a una posición anterior elevada, situaría al
observador del lado de lo /alto/.
398 Análisis semiótico del discurso

Ese movimiento de lo /bajo/ hacia lo /alto/ concierne también a la


perra:
-Vivaracha, enloquecida, saltaba (l. 134)
-tomaba a saltar, encarnizada (l. 147-148).

Parece que aquí la orientación está bastante marcada: saltar


(= «elevarse bruscamente en el aire por medio de un brinco») es visto
preferentemente a partir de lo /bajo/. Ocurre lo mismo con estos dos
segmentos:
- (ella) Caía (l. 144)
-luego se lanzaba de nuevo( ... ), volvía a caer (l. 145-147).

Recaer (o volver a caer), nos dice el diccionario, es «tocar tierra .


después de haber estado en lo alto, después de estar empinado» (dice.
Petit Robert). En ese caso, el doble movimiento de subida y de baja-
da es, en nuestra opinión, visto manifiestamente a partir de lo /bajo/,
ya que es de allí de donde parte y es allí adonde llega.
Del eje vertical pasemos al eje horizontal. Su complementariedad
es evidente desde el comienzo del relato, lo que hace poner en juego
simultáneamente la oposición alto/bajo e, implícitamente, la relación
cerca/lejos entre la «ciudad» (Bonifacio) y «Cerdeña»:
La ciudad ( ... ) mira, sobre el estrecho erizado de escollos, hacia
la costa más baja de Cerdeña (l. 3-6).

Si se tiene en cuenta el hecho de que no es Córcega la que es


opuesta a «Cerdeña» sino solamente la «ciudad» de Bonifacio, debe
admitirse que se considera que el observador está situado más cerca
de ésta que de aquélla; es lo que encontramos en este otro pasaje:
Al otro lado del estrecho, la vieja miraba de mañana a tarde un
punto blanco en la costa. Es un villorrio de Cerdeña, Longosardo
(l. 74-76).

Hemos notado antes que lo «blanco» califica a Bonifacio («Sobre


la blanca montaña, un montón de casas pone una mancha aún más
Formas enunciativas y formas enuncivas 399
blanca»: I. 14-15) y Longo sardo ( «un punto blanco en la costa») pe-
ro, como se ve, el «villorio de Cerdeña» es percibido sólo como un
«punto blanco» -del orden, por lo tanto, de lo /lejos/- mientras
que Bonifacio corresponde a un «montón de casas» que es visto así
desde más /cerca/. Aquí el enunciatario comparte el punto de vista de
la madre; lo mismo en los siguientes casos:
-sentada a su ventana, miraba allá lejos, pensando en la venganza
(l. 83-85)
- la mirada fija en las costas de Cerdeña. Allá lejos estaba el asesino
(l. 110-111 ),

donde «allá lejos» evoca a un aquí presupuesto que representa la po-


sición de la anciana mujer y del enunciatario-observador. En el mis-
mo orden de ideas, encontramos todavía:
-Al otro lado del estrecho, la vieja miraba (l. 74)
-un pescador sardo, que la condujo (...) al otro lado del estrecho
(l. 178-179),

donde el «al otro lado» tiene sentido únicamente en relación con un


«de este lado» donde estamos situados, volens nolens, por el enun-
ciador.
Siempre a propósito de los dos espacios en juego (Boni-
facio/Longosardo ), se impone otra observación. En nuestro ensayo de
descripción semántica de Una vendetta, hemos señalado (y volvere-
mos luego a lo mismo) dos segmentos textuales cuya forma verbal es
el presente del indicativo: uno es la descripción de la ciudad de
«Bonifacio» (l. 3-24) y el otro una presentación más corta de «Lon-
gosardo» (l. 75-79). Esos dos pasajes evocan una espacialización
enunciativa bien marcada. El primero nos propone un punto de vista
preciso:
La ciudad ( ... ) mira, sobre el estrecho erizado de escollos, hacia
la costa más baja de Cerdeña (l. 3-6).
400 Análisis semiótico del discurso

La perspectiva que debe adoptar el enunciatario-observador ope-


ra, de hecho, en dos ejes distintos. Tenemos por un lado la siguiente
indicación:
un corte del acantilado( ... ) conduce hasta las primeras casas (l. 7-9),

que para su interpretación requiere que el observador se sitúe más


bien hacia las últimas casas (presupuestas), luego, al otro extremo
de la ciudad, hacia atrás en relación con «un saliente de la monta-
ña» (l. 3-4). Por otro lado, la vista sobre Cerdeña («La ciudad ...
mira ... la costa más baja de Cerdeña»: l. 3-6) parece oponerse di-
rectamente a:
... por el otro lado, rodeándola casi por completo, un corte del acanti-
lado, que parece un gigantesco corredor, le sirve de puerto (l. 8-1 O).

El gigantesco corredor remite así a de este lado presupuesto, más


próximo, digamos, de Cerdeña.
La segunda descripción espacial que también obra en el presente
del indicativo, concierne a «Longosardo». El punto de vista impuesto
ahora al enunciatario no es el de un «allá lejos» (l. 84, 111) sino el de
un «aquí»:

Es un villorrio de Cerdeña, Longosardo, donde se refugiaban los


bandidos corsos perseguidos. Aldehuela habitada casi exclusivamente
por esos bandidos, frente a las costas de su patria; allí esperaban el
momento de regresar, de volver al monte (l. 75-80).

El término patria tiene sentido solamente en relación con la po-


sición de los «bandidos corsos» refugiados en el extranjero: el inciso
«frente a las costas de su patria» nos induce a pensar que el observa-
dor presupuesto se encuentra más del lado de Cerdeña que del de
Córcega. Se notará, además, paralelamente, que cuando la madre en-
tra en Longosardo, el enunciador la llama «La corsa» (l. 174), que es
una manera de situar al observador, ahora también, no ya en Córcega
sino en Cerdeña, lo que explica que la mujer sea designada por el lu-
gar de donde proviene.
Formas enunciativas y formas enuncivas 401
En cuanto a los movimientos efectuados en el eje cerca/lejos, pa-
recen imponerse ciertas observaciones menudas. Acabamos de seña-
lar que el inciso «frente a las costas de su patria» coloca de algún
modo al observador en Cerdeña. El final de la frase:
... allí esperan el momento de regresar, de volver al monte (l. 79-
80).

nos pone al contrario del lado de Córcega, a la vez por el allí (que
sólo tiene sentido en relación con un aquí presupuesto) y por los dos
verbos -regresar, volver- que ponen a Córcega como espacio de
referencia. Ese cambio de perspectiva sirve claramente de transición
ya que, con la frase siguiente en pasado, vamos a quedar en adelante
del lado de «Bonifacio».
Es conveniente, por otro lado, subrayar toda la importancia de la
«casa de la viuda de Saverini» (l. 25) como espacio de referencia; se
notará, además, que el cuento comienza con «La viuda ( ... ) vivía en
(... ) una casucha» y se cierra en «La vieja (... ) volvió a su casa».
Efectivamente, se constatan varios movimientos de ida y vuelta en
relación con la «casa». Se nos señalan así diferentes desplazamientos
a partir de dicho espacio:
-(ella) se fue a la iglesia (l. 100)
-Entonces, al levantar el día, la señá Saverini/ue a casa del vecino
(l. 120-121)
-la madre Saverinifue a confesarse (l. 164-165).

A esas idas les corresponden, en sentido inverso, los retornos:


-Entonces la vieja/ue a comprar a la carnicería una tripa entera
de morcilla negra. Al llegar a casa (l. 131-132)
- Después, regresó a casa (l. 104)
- La vieja volvió aquella tarde a su casa (l. 193).

Muy distinto sería el caso, por ejemplo, del «entraron» (l. 174),
que es indiferente a la relación de orientación: entrar es un paso del
402 Análisis semiótico del discurso

exterior al interior que puede ser percibido tanto a partir de dentro


como de fuera.

4.2.2. TEMPORALIZACIÓN Y ASPECTUALIZACIÓN

Desde la primera línea, la historia que nos relata el cuento de


G. de Maupassant se sitúa en el pasado respecto al presente -pre-
supuesto- de la enunciación. El relato es, entonces, globalmente de-
sembragado desde el punto de vista temporal, aun cuando compren-
da, como se verá, dos retornos -parciales, desde luego- hacia la
instancia temporal de la enunciación; a partir de allí, la temporaliza-
ción enunciva se ubicará y dispondrá los acontecimientos unos en
relación con los otros, según el eje fundamental concomitancia vs no
concomitancia (anterioridad vs posterioridad). Precisemos de paso (y
ello vale para el análisis de todo el discurso) que en el orden lingüís-
tico, la temporalidad no se expresa sólo por medio de las formas ver-
bales - a pesar de sustentarnos, en este caso, a partir de ellas- sino
también gracias a los adverbios («ahora»: l. 46; «entonces»: l. 64;
«después»: l. 99, etc.) y a los sustantivos:
- Una noche, después de una disputa (1. 32)
-Antonio Saverini fue enterrado al día siguiente (l. 69)
-La perra estuvo aullando todo el día y toda la noche (l. 112)
-(ella fue a) comulgar un domingo temprano (l. 165-166)
-La vieja volvió aquella tarde a su casa (l. 193).

Para asir de nuevo la articulación temporal y aspectual del cuento


desde el punto de vista propiamente enunciativo -tratándose aquí,
así, de la temporalización enunciativa-, debemos examinar a for-
tiori únicamente los tiempos verbales empleados. En nuestra des-
cripción sintáctica de Una vendetta, hemos enfatizado el rol de eje
desempeñado por el «Pues bien» (l. 96) que actúa en la adquisición
de valores modales positivos (el /saber hacer/ y el /poder hacer/) y,
Formas enunciativas y formas enuncivas 403
más allá, en la realización de la performance. En la aproximación de
la temporalidad y de su aspectualización, nos parece que aún pode-
mos sustentamos en ese «Pues bien» y dividir íntegramente el cuento
en dos grandes partes:
A) la primera parte (l. 1-95) comienza y acaba con la forma verbal
del imperfecto;
B) la segunda (l. 96-194) emplea más a menudo el pasado simple que
el imperfecto.

Examinemos la primera parte que podemos articular-en relación


a las formas verbales que se emplean- en tres grandes secuencias:
I .ª secuencia (l. 1-31 ), que dividimos como sigue:
a) imperfecto (l. 1-2);
b) presente (l. 3-24 );
e) imperfecto (l. 25-3 1).
2.ª secuencia (1. 32-70), fácilmente segmentable:
a) pasado simple (l. 32-41);
b) imperfecto (l. 42-55);
e) pasado simple (l. 56-70, con una excepción, el imperfecto de
la línea 64).
3.ª secuencia (l. 71-95):
a) imperfecto (l. 71-74);
b) presente (l. 75-80);
e) imperfecto (l. 81-95).

Se notará, ciertamente, el paralelismo completo que existe entre


la primera y la tercera secuencia, donde la forma del presente está
enmarcada por dos segmentos en imperfecto, en oposición a la se-
gunda secuencia donde, esta vez, es el imperfecto el que se encuentra
entre dos segmentos en pasado simple. La articulación de la primera
parte, efectuada sobre la base de un criterio morfosintáctico, es evi-
dentemente correlacionable con los datos propiamente semánticos del
cuento. Se i:econocerá, desde ese punto de vista, que la primera se-
cuencia propone una descripción de los lugares, más exactamente de
404 Análisis semiótico del discurso

«Bonifacio» y dé los actores que le son asociados; la segunda se-


cuencia trata de la muerte de Antonio Saverini, desde su asesinato
hasta su entierro; la tercera plantea el asunto de la vendetta y de sus
posibilidades de realización.
A partir de lo anterior, se obtienen dos oposiciones de formas
verbales que deben atraer toda nuestra atención:

1) imperfecto vs presente (en la primera y tercera secuencias),


2) imperfecto vs pasado simple (en la segunda secuencia).

La primera nos parece interesante en la medida en que permite


esclarecer ciertos empleos del presente. Antes hemos evocado el caso
del presente narrativo (o histórico) que, como sabemos, es sustitui-
ble sin mayores problemas por el pasado simple. Aquí, en cambio,
tenemos que ver más bien con lo que la Grammaire Larousse du
francais contemporain (pág. 337) llama «el presente permanente»
(que se vincula con el «presente de verdad general» de La grammaire
d'aujourd'hui, arriba señalado) y que en este caso calificaremos de
descriptivo. Mientras que el presente narrativo ocupa sin esfuerzo el
lugar del pasado simple, como demuestra este corto texto del histo-
riador J. Michelet, propuesto por la Grammaire Larousse:

Un grupo de caballeros franceses ( ... ) se había retirado de la ba-


talla y rendido a los ingleses. En ese momento, se avisó al rey que un
cuerpo francés saquea la impedimenta y, además él lo ve en la reta-
guardia de los bretones o gascones que fingían volver hacia él. Hubo
un momento de temor,

el presente descriptivo se sustituiría muy bien por el imperfecto: pre-


sente descriptivo y presente narrativo se distinguirían así por su vincu-
lación, uno con el imperfecto y el otro con el pasado simple. A partir
de la articulación aspectual puntual vs durativo, tendremos una ho-
mologación posible (la cual, hemos visto, no es siempre respetada en
el orden del discurso) del género:
Formas enunciativas y formas enuncivas 405

puntual pasado simple presente narrativo

durativo imperfecto presente descriptivo

Como el imperfecto, el presente descriptivo tendría más bien una


vinculación con los estados, por oposición al presente narrativo que,
a semejanza del pasado simple, convendría más a las transformacio-
nes.
Esta homologación que reconoce una relación de parentesco, es
decir, cierto parecido entre el imperfecto y el presente descriptivo, no
podría sin embargo anular la oposición que existe por otro lado entre
esas dos formas verbales. Para ver esto más claramente, hay que
admitir sin duda que desde el punto de vista enunciativo, el carácter
descriptivo ( «permanente» o «de verdad general») del presente no sea
tal vez pertinente ya que, como tal, depende del enunciado enuncia-
do. En cambio, lo que es claro es que si el pasado está asociado de
manera manifiesta al enunciado, el presente nos remite, al menos in-
directamente, a la instancia de la enunciación. Pasar del imperfecto al
presente, como ocurre dos veces (en la primera y tercera secuencias),
depende, como se ve, de la manipulación enunciativa, ya que ahí se
trata de un embrague enunciativo temporal que crea la ilusión del
momento mismo de la enunciación: la descripción de los lugares pro-
puesta por el enunciador, aparece así como datada y corresponde muy
exactamente al tiempo de la escritura de este cuento. Tal es el efecto
de sentido producido por haberse recurrido al presente, lo que no
prejuzga en nada la adecuación que algunos podrían ver entre la des-
cripción lingüística que se nos hace aquí de «Bonifacio» y «Lon-
gosardo» y la realidad espacial perceptible en tiempos de G. de Mau-
passant.
La otra oposición - pasado simple vs imperfecto - caracteriza
no sólo a la seg~nda secuencia de la primera parte de Una vendetta,
sino también a toda la segunda parte (l. 96-194) del relato. Situándo-
nos en el pasado (en relación con el presente de la instancia de la
enunciación), esas dos fonnas verbales se oponen, hemos dicho, se-
406 Análisis semiótico del discurso

gún la categoría aspectual puntual vs durativo. A la primera secuen-


cia (l. 1-31 ), de naturaleza descriptiva, que se cierra con el imperfec-
to, sucede y se opone la segunda secuencia (l. 32-70), de orden na-
rrativo, que emplea el pasado simple: del estar (de las cosas, de los
lugares, de las personas) pasamos inmediatamente al del hacer con
«Antonio Saverini fue muerto» (l. 32-33). Esta segunda secuencia,
como hemos indicado más arriba, introduce la forma verbal del im-
perfecto entre dos segmentos en pasado simple; sin embargo, no se
puede decir que ese fragmento (l. 42-55) sea totalmente de orden
descriptivo: desde luego, la presentación del cadáver (l. 49-57) apela
espontáneamente al imperfecto, pero las líneas precedentes (l. 42-48)
no tienen vinculación con los estados sino con las acciones («[ella]
No se movía... derramaba gruesas lágrimas»), es decir, que se hu-
biera podido emplear allí el pasado simple. Metafóricamente, se po-
dría decir que la sustitución del pasado simple por el imperfecto
guarda cierta analogía con la proyección de una película, según se
haga de forma habitual o a cámara lenta; en uno y otro caso, el efecto
de sentido es la presentación -y la percepción por el enunciatario-
del proceso visto bajo su aspecto durativo.
Debemos subrayar fuertemente, desde luego, el hecho de que una
misma forma verbal -en este caso, el imperfecto- es capaz, según
los contextos discursivos, de ser aspectualizada de diferentes mane-
ras; se sabe, por ejemplo, que el imperfecto se emplea a veces en su
aspecto puntual (que el lingüista tradicional reservaría más bien para
el pasado simple), lo que sancionan algunos gramáticos que no dudan
en hablar, entonces, de un imperfecto «narrativo» (o «histórico») que
daría razón de la frase de La cuerda, anteriormente citada: «Al día si-
guiente( ... ) Marius Paumelle (.~.).devolvía la cartera».
Si la primera parte de Una vendetta comienza y acaba con el im-
perfecto, la segunda se abre con el pasado simple y se cierra con él,
lo cual subraya el carácter eventual marcado, ya que esta parte trata
precisametne de la instauración de la competencia (adquisición del
/saber hacer/ y del /poder hacer/) y de la ejecución de la performance.
Si narrativamente la primera parte depende más bien de lo virtual, la
Formas enunciativas y formas enuncivas 407

segunda se halla bajo el signo de lo actualizado y de lo realizado. A


pesar de lo dicho, la segunda parte (l. 96-194) comprende, sin embar-
go, una docena de pasajes, más o menos cortos, escritos en imperfec-
to, lo que tiene como consecuencia el sometimiento del relato, por así
decirlo, desde el punto de vista del enunciatario, a una especie de
vaivén casi constante entre aceleración y retardo.
Ese cambio de aspectualización de un acontecimiento situado en
el pasado ( en relación con la posición presupuesta del enunciador)
que opera sobre la oposición imperfecto vs pasado simple se explica,
tal vez en parte, por una correlación distinta, a primera vista menos
evidente. Cuando en la segunda parte se examina de cerca el conteni-
do narrativo de los segmentos en imperfecto, nos damos cuenta de
inmediato que, en el caso de muchos de ellos, su relación con los pa-
sajes escritos en pasado simple no es por lo común otra que la que
existe entre PN presupuesto y PN presuponiente, esto es, del género
cuya relación hemos reconocido entre PN de uso y PN de base o en-
tre competencia y performance. Reconoceremos de buena gana una
homologación posible en ese sentido:

imperfecto PN presupuesto PN de uso competencia


pasado simple PN presuponiente PN de base performance

Veamos ordenadamente algunos pasajes que ilustran esas parejas


de oposición en correlación. Sean, en primer lugar, las dos frases si-
guientes:
Después, regresó a casa. Había en el patio un viejo barril des-
vencijado, que recogía el agua de las goteras; lo volcó, lo vació y lo
fijó al suelo con tarugos y piedras; después encadenó a Vivaracha a
esta perrera y entró en casa (l. 104-108).

Recordemos que, en nuestra descripción sintáctica del cuento, el


«encadenamiento» permitía a la madre hacer «ayunar» a la perra y,
con ello, avivar su /querer hacer/ (para desgarrar el muñeco). Se ve
ahora que la transformación del «barril» en «perrera» aquí incluida,
408 Análisis semiótico del discurso
es interpretable evidentemente en relación a ese /poder hacer querer/
que es el «encadenamiento», como un /poder poder hacer querer/,
como un medio de un medio; en otras palabras, la relación es aquí de
PN presuponiente (la confección de la perrera) a PN presupuesto (la
conjunción previa de la madre con el barril), de PN de base a PN de
uso o, si se quiere, de performance a competencia. Tal es incluso el
caso en el siguiente pasaje que no duda en emplear dos veces el im-
perfecto:
Pasó el día. Vivaracha, extenuada, dormía. Al día siguiente tenía
los ojos relucientes, los pelos erizados y tiraba desesperadamente de
su cadena. La vieja no le dio tampoco de comer. El animal enfurecido
ladraba con voz ronca. Pasó la noche (1. 115-119).

Como se ve, se trata de'. «ayuno» gracias al cual la perra adquiere


el /querer hacer/ necesario para el PN del desgarramiento del mu-
ñeco.
Destaquemos este otro pasaje igualmente en imperfecto, que co-
rresponde a la expresión figurativa del /querer estar conjunto/ (de la
perra) con el objeto comida:
Al llegar a casa, encendió una lumbre en el patio, junto al barril,
y asó su morcilla. Vivaracha, enloquecida, saltaba, echaba espumara-
jos por el hocico, clavados los ojos en la morcilla, cuyo tufillo se le
colaba hasta las entrañas (l. 132-136).

Ese /querer estar conjunto/ es presupuesto por la performance co-


rrespondiente que nos será presentada, unas líneas más abajo, en pa-
sado simple:
De un salto formidable, el animal alcanzó la garganta del espan-
tajo y, con las patas sobre los hombros, se puso a desgarrarla (l. 142-
144).

Es esta misma modalidad (del /querer estar conjunto/) de Vivara-


cha que reaparece luego, vinculada aun al imperfecto, justo antes de
que el relato aborde la performance correspondiente, presentada en el
Formas enunciativas y formas enuncivas 409

pasado simple («El animal frenético, se abalanzó contra él y se


prendió a su garganta»: l. 184-185):
Llevaba en un saco un buen trozo de morcilla. Vivaracha no pro-
baba bocado desde hacía dos días. La vieja le hacía oler a cada mo-
mento la presa apetitosa y la excitaba (1. 170-173 ).

También el siguiente enunciado:


La vieja empujó la puerta y le llamó: -¡Eh!, ¡Nicolás! (l. 179-
180)

debe ser interpretado como PN presuponiente (por lo tanto, en pa-


sado simple) en relación con el PN presupuesto (puesto en imper-
fecto):
Éste había vuelto a su antiguo oficio de carpintero. Trabajaba
solo al fondo de su taller (l. 176-178).

No nos asombraremos, entonces, que se recurra al imperfecto pa-


ra presentar, por ejemplo, el /querer hacer/ de la madre que, como ya
lo vimos, forma parte evidentemente de su competencia:
Andaba de un lado a otro, sin descanso, en su habitación, la mi-
rada fija siempre en las costas de Cerdeña. Allá lejos estaba el asesi-
no (l. 109-111).

De modo más extenso -y volvamos, para hacerlo, a la primera


parte del cuento- se notará que el estado modal (positivo con el
/querer hacer/ o el /deber hacer/ y negativo con el /no saber hacer/ y
el /no poder hacer/) de la anciana mujer se expresa verbalmente en el
imperfecto:
Completamente sola todo el santo día, sentada a su ventana, mi-
raba allá lejos, pensando en la venganza. ¿Cómo se las arreglaría, sin
nadie, enferma, tan cercana a la muerte? Pero había empeñado su
palabra, había jurado sobre el cadáver. No podía olvidar, ni esperar
por más tiempo. ¿Qué haría? Pasaba las noches en vela: no tenía re-
poso ni tranquilidad; cavilaba, obstinada (l. 83-90).
410 Análisis semiótico del discurso

Como ya dijéramos antes al evocar su posible empleo en una


perspectiva propiamente «narrativa» o «histórica», el imperfecto
puede ser empleado con valores distintos de aquellos que acabamos
de reconocerle en su oposición al pasado simple según la relación
/PN presuponiente/ vs /PN presupuesto/ o competencia vs perfor-
mance. En algunas partes de Una vendetta, nuestras dos formas ver-
bales parecen vincularse más bien a lo que en semiótica se llama la
elasticidad del discurso, al juego de esta oposición lingüística tan
importante: expansión vs condensación. Tal vez tendríamos, enton-
ces, una homologación del tipo:

imperfecto expansión
pasado simple condensación

Sea el siguiente parágrafo:


De un salto fonnidable, el animal alcanzó la garganta del espanta-
jo y, con las patas sobre los hombros, se puso a desgarrarla. Caía, con
un trozo de su presa entre los dientes, Juego se lanzaba de nuevo,
hundía sus colmillos en las cuerdas, arrancaba algunos pedazos de
comida, volvía a caer y tornaba a saltar encarnizada. Arrancaba el
rostro con fuertes dentelladas, hacía pedazos todo el cuello (l. 142-
149).

Como consta, todo ese segmento en imperfecto recupera en ex~


pansión el «se puso a desgarrarla» de la frase precedente en pasado
simple, que es del orden de la condensación. También parece haber
allí una equivalencia semántica global entre, de un lado, la forma
condensada:
la acostumbró a esta especie de lucha (l. 153-154)

y, del otro, la expansión correspondiente presentada en imperfecto:


Ya no la encadenaba, sino que con un gesto la arrojaba sobre el
maniquí.
Formas enunciativas y formas enuncivas 411
Le había enseñado a desgarrarlo, a devorarlo, aun cuando no hu-
biera ningún alimento escondido en su garganta. Luego le daba como
recompensa, la morcilla asada para ella.
Tan pronto como percibía al hombre,Vivaracha temblaba; luego
volvía los ojos hacia su ama, que le gritaba «¡Anda!» con voz silban-
te, alzando un dedo (l. 155-163).

Sucede lo mismo con el siguiente pasaje:


Entonces Vivaracha se puso de nuevo a gemir. Lanzaba un largo
alarido monótono, desgarrador, horrible (l. 64-66),

donde la segunda frase retoma, haciéndola explícita, la primera. Es


sólo el enunciado «La corsa iba ligeramente cojeando» (l. 174-175),
el que puede considerarse como el inicio de una expansión de la frase
precedente: «Entraron en Longosardo» (l. 174).
Volvamos un instante a los dos largos pasajes que acabamos de
citar: l. 142-149 de una parte, l. 155-163 de la otra. Es conveniente,
en efecto, resaltar el aspecto iterativo -llamado también.frecuenta-
tivo- del imperfecto que allí se utiliza; naturalmente, ese carácter no
está intrínsecamente ligado a la forma verbal, ya que el imperfecto se
emplea en otro lugar para expresar, al contrario, el aspecto llamado
semelfactivo (término curiosamente ignorado por el dice. Petit Ro-
bert, que viene del latín semel: una vez) del proceso.
Para terminar estas observaciones sobre la articulación temporal y
aspectual de Una vendetta, nos bastará con señalar el único caso
-hasta ahora desapercibido-del siguiente inciso:
un recuerdo que nada puede borrar (l. 95).

El presente, al cual recurre ahí el enunciador, parece algo diferen-


te -en lo que respecta al contenido en juego- del que hemos en-
contrado en los dos pasajes llamados «descriptivos» del cuento (l. 3-24
y 76-81): se trataría más bien de un presente «de verdad general»,
evocado anteriormente, ya que allí nos encontramos casi en el orden
del aforismo. Si el presente calificado de «descriptivo» parece remi-
412 Análisis semiótico del discurso

tir, se ha dicho, al momento de la enunciación (y, por lo tanto, más


directamente al enunciador), aquí es tal vez otro punto de vista
enunciativo el que está en juego: al optar por «un recuerdo que nada
puede borrar» - y no, por ejemplo, por «un recuerdo que nada bo-
rraría» igualmente posible-, el enunciador nos parece que toma co-
mo testigo la competencia semántica del enunciatario.

4.2.3. EL ROL EVALUATIVO DE LOS


ACTANTES DE LA ENUNCIACIÓN

El estudio de los datos espacio-temporales del cuento de G. de


Maupassant nos ha permitido ver, por lo menos indirectamente,
de qué manera son implicados allí los actantes de la enunciación.
Efectivamente, espacio y tiempo, decíamos, sólo tienen sentido res-
pecto a los actores que están relacionados con ellos, de los cuales
ambos son únicamente las coordenadas. Dicho esto, hay otros índices
de la enunciación antes señalados: nuestro relato aprovecha casi tan
sólo el empleo de lo que hemos llamado los evaluativos.
Una vendetta se presenta como una historia relativamente objeti-
vada que trataría, ante todo, de difuminar las marcas enunciativas.
Así, dejando aparte el caso de la definición propuesta de la vendetta
para esclarecer al enunciatario («No había dejado hermanos ni primos
carnales; ningún hombre que pudiera llevar a cabo la vendetta»:
l. 72-73), sobre la que antes hemos llamado la atención, se comprue-
ba que no se recurre ni a la exclamación ni a la interrogación que
hubieran eventualmente realzado a los actantes de la enunciación.
Las únicas dos formas interrogativas empleadas (l. 86-88) se vinculan
con un actante del enunciado, en este caso, la madre. Por lo común,
especialmente en la adquisición por parte de la perra de la compe-
tencia y en la realización de su performance, son más bien raros los
adjetivos evaluativos de aspecto subjetivante; estamos aquí en las
antípodas de un discurso intimista, donde abundan los términos de
naturaleza apreciativa.
Formas enunciativas y formas enuncivas 413

Sin embargo, el cuento de G. de Maupassant comprende no pocos


adjetivos, aunque sean proporcionalmente menos numerosos que en
otros relatos o discursos. Se advertirá, en primer lugar, la presencia
de adjetivos de tipo «descriptivo» que están más ligados a los actan-
tes del enunciado (por ejemplo: «inmóvil»: l. 38, 150; «arrugada»:
l. 39; «silenciosas» («muettes»): l. 48; «sentada»: l. 83; «enferma»:
l. 85; «gastado»: l. 102; «enloquecida»: l. 134; «encarnizada»: l. 148;
«muda» («muette»): l. 150; «frenético»: l. 184; etc.) o a los espacios
en los cuales éstos evolucionan («blanca»: l. 14, 15, 75; «negros»: l.
22; etc.). Esos adjetivos de carácter «objetivo» producen como un
mayor efecto de sentido de realidad.
Otros adjetivos parecen, en cambio, evocar antes a los actantes
de la enunciación. Como ya lo hemos hecho anteriormente, aquí
también distinguiremos los evaluativos que sólo se justifican respecto
al enunciador cuya presencia implícita traicionan y aquellos que po-
nen más directamente en práctica las dos posiciones presupuestas del
enunciador y del enunciatario. Sea la siguiente frase:
Lanzaba un largo alarido monótono, desgarrador, horrible (l. 65-
66).

Está claro que monótono, desgarrador y horrible expresan una


apreciación negativa, atribuible al enunciador. Sucede lo mismo con
el «paso terrible» (l. 17), el «salvaje y desolado horizonte» (l. 27), la
«idea salvaje, vengativa y feroz» (l. 98) o el «viejo mendigo andrajo-
so» (l. 167-168). Se comprobará que ninguno de los evaluativos de
ese tipo es eufórico: parece como si el enunciador dirigiera una mira-
da pesimista, de naturaleza disfórica, sobre las cosas, los lugares, las
personas, los acontecimientos.
Otros evaluativos presuponen no sólo la presencia implícita del
enunciador, sino también la de un actante observador identificable, en
este caso, con el enunciador (por sincretismo) y/o el enunciatario. To-
memos, por ejemplo, «el extraño ejercicio» (l. 152). Extraño, nos dice
el dice. Petit Robert, califica lo que es «muy diferente de lo que se
acostumbra a ver o a conocer». En otras palabras, ese tém1ino incluye
414 Análisis semiótico del discurso

simultáneamente dos puntos de vista diferentes: por una parte, lo que es


presentado por el enunciador como «muy diferente»; por la otra, «lo
que se acostumbra a ver o conocern. En el segundo punto de vista, es la
experiencia y el saber de los dos actantes (= se) de la enunciación los
que se toman como testigos. Como ya hemos indicado más arriba, debe
anotarse ahora que numerosos adjetivos ponen en práctica dos obser-
vaciones diferentes, según la relación comparado vs comparante, donde
el comparante sirve de base para la evaluación del comparado. Así, lo
«largo» (l. 10, 30, 65), lo «pequeño» (l. 2, 76) 12 , lo «grande» (l. 29, 45,
166), lo «delgado» (l. 29), lo «formidable» (l. 142), lo «gigantesco» (l.
8), lo «hirsuto» (l. 30), lo «harapiento» (l. 123), lo «viejo» (l. 128, 191),
lo «extenuado» (l. 115), etc., presuponen todos un «término medio»,
una posición «normal», «habitual» (entre un demasiado y un no bastan-
te), en relación con la cual se sitúan esos términos hacia un más o hacia
un menos. Comparemos por ejemplo: «abatida» (l. 1O1), «extático»
(l. 166) y «excitaba» (l. 173 ). La exaltación de la cual hemos dicho pre-
cedentemente que es constitutiva del éxtasis, se aproxima de manera
natural a la excitación: tenemos algo así como un polo que se opone al
de abatida. Pero entre esos dos términos contrarios que son compara-
bles, cabe una posición intermedia -digamos, del orden de la cal-
ma- que sirve de instancia de referencia, de comparante. Como se ve,
en todos esos casos entran en juego dos observaciones que presuponen
dos sujetos de hacer, roles que pueden ser desempeñados por dos actan-
tes diferentes (enunciador vs enunciatario) o, eventualmente, ser asu-
midos sincréticamente por un solo y mismo actor (en este caso, el
enunciador). Agreguemos que la comparación usa los intensivos: a una
y otra parte de la «mesura» o del «término medio» (tomados como base
de referencia) se sitúan, por lo visto, el exceso (lo demasiado) y lo in-
suficiente (lo no bastante).

***
12
La idea de «pequeño» (petit) aparece en estos ejemplos en forma de «casucha»
y de «villorrio», respectivamente. (N. del T.)
Formas enunciativas y formas enuncivas 415
Con esta sucinta descripción de algunos de los mecanismos
enunciativos subyacentes a Una vendetta, se cierra nuestra modesta
iniciación al análisis semiótico del discurso. Como se ve claramente a
posteriori, el recorrido efectuado en esta obra es doblemente limita-
do. Ya indicábamos en el prólogo que nuestro libro sólo ofrece un
punto de vista semiótico (el de la Escuela de París) entre muchos
otros posibles; es verdad que si nos hemos limitado deliberadamente
a ese tipo de aproximación -que algunos pueden encontrar dema-
siado particular- es únicamente en razón de su posibilidad de apli-
cación, de su inobjetable rendimiento siempre que se quiera analizar
por entero un detenninado discurso. Además, esta obra sólo se limita
a presentar -aun dentro de su propio dominio- algunas de las no-
ciones básicas más elementales; hay que completarla con otros libros
consagrados más específicamente a la investigación y susceptibles de
ofrecer nuevos conceptos a fin de llevar a cabo análisis más elabora-
dos: la bibliografia incluida estimulará tal vez al lector a proseguir en
el descubrimiento de los modos de trabajar en semiótica.
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ÍNDICE DE CONCEPTOS

acción, 145-146, 149, 176,194,313, afirmar, 176.


330. agente, 142,155,311,321.
actancial, 220. alteridad, 100, 102, 103, 128.
actante, 11 O, 114. anáfora, 82, 96, 387, 392.
actante de la comunicación, 359. análisis sémico, 260, 262, 263.
actante de la enunciación, 357, 367, anisótopo, 284.
413. antecedente, 125.
actante de la narración, 312, 321. anterioridad, 319.
actante del enunciado, 413. anti-destinador, 11 O, 163, 180.
actante dual, 312, 321. anti-destinatario, 11 O.
actante sujeto, 11 O. anti-enunciador, 364.
actividad, 181, 189,193,359,360. anti-enunciatario, 362, 363, 364.
acto de habla, 15. anti-PN, 141.
acto de lenguaje, 87, 354, 387. anti-programa narrativo, 138, 142.
actorialización, 327,381,387,392. anti-sujeto, 11 O, 138, 163, 166.
actorialización enunciativa, 387. antropónimo, 81.
actorialización enunciva, 387. apropiación, 318.
actual, 126, 143. argumentación, 178, 393.
actualización, 319. articulación, 51.
actualizado, 280,407. aserción, 224,225.
adecuación, 97, 98, 198, 258, 298, asimetría, 228.
299. aspectualización, 382.
admitir, 176. asterisco, 91.
adquisición, 115,116, 136, 152, 160, atracción, 253.
212. atribución, 318.
afijación, 27. auto-prescripción, 315.

ANÁLISIS SEMIÓTIC0.-15
430 Análisis semiótico del discurso
autor, 86, 87, 88,372. colectivo, 186.
auto-sanción, 144. combinación, 117.
axiología, 145, 164, 165, 180, 237, comparación, 176,390,391.
250-51, 257, 287,335,344, 350, comparado, 414.
394. comparante, 414.
axiología genérica, 351. competencia, 121, 122, 148, 149,
axiología específica, 351. 182, 186,192,214,313,314.
axiologización, 252,253. competencia modal, 151, 154, 159.
competencia semántica, 151, 159,
bi-unívoco, 242. 412.
complementariedad, 222,229.
calificación, 143. componencial (análisis-), 263.
calificante (prueba-), 143. comunicación, 16, 47, 87, 359, 360,
cambio, 99. 372.
campo léxico, 281. comunicación intersubjetiva, 15, 25,
campo semántico, 281. 56, 74, 77, 91.
castigo, 165, 197. comunicación participativa, 135.
catáfora, 392. conceptual, 239,241,243.
cataforización, 83. concomitancia, 214,318.
categoría, 221,249,259. condensación, 25, 83, 251, 289, 392,
categoría isotópica, 287, 288, 333, 410.
337,338. conector, 393.
categorial, 102, 229, 230, 247, 265, configuración, 179, 196.
267. conformidad, 164, 174, 306.
categoría sémica, 267,287,288. confrontación, 180, 197.
certeza, 177. conjunción, 136,212.
clasema, 271, 280. conmutación, 22, 28, 42, 53.
clausura, 83, 87, 129. connotación, 20.
código, 73. consecución temporal, 125, 128,
código figurativo, 250. 143.
código semántico, 389. consecuente, 125.
cognoscitivo, 159, 165, 169, 178, contacto, 73.
187,240,257,306,365,388. contenido, 18, 21, 25, 29, 32, 36, 48,
cognoscitivo enunciativo, 366, 388, 77,92,99,258,259,285,297.
389. contexto, 73, 74.
cognosicitivo enuncivo, 366. continuo, 52, l O1.
coherencia, 258. contradictorio, 221, 224, 267.
índice de conceptos 431
contra-don, 310. destinador, 72, 110, 144, 163, 180,
contrario, 222,229,267. 358.
contrariedad, 221, 222. destinador judicador, 169.
contrato, 144, 165, 196,306. destinatario, 72, 110, 144,358.
contrato fiduciario, 62. destinatario-sujeto, 144.
contrato veridictorio, 81. destrucción, 135.
conversación, 56. diálogo, 60, 81,359,373,376,391.
conversión, 199, 22 l. diccionario, 278.
correlación, 39. dimensión cognoscitiva, 145, 149,
creer, 174, 175. 161, 170.
cronológico, 128. dimensión pragmática, 145, 149, 161.
cronónimo, 81. diptongación, 29.
cuadro (o cuadrado) semiótico, 199, discontinuo, 52, l Ol.
221, 228, 348. discurso, 15, 95, 96, 107, 110, 263,
4-Grupo, 199,208,223,227. 278,353,383.
discurso directo, 391.
deber estar-ser, 156. discurso indirecto, 391.
deber hacer, 153, 191, 323. disforia, 252, 253, 254, 350.
decisión, 181, 182. disfraz, 328.
decisiva (prueba-), 143. disjunción, 136, 212.
degradación, 142. distintiva (relación -), 264.
deíctico, 70,387. distintivos (rasgos-), 39,259.
delegación, 189. dominación, 197.
denotativo (significado-), 78. don, 118,137,193,212,310,318.
densidad sémica, 248,250,287. don recíproco, 31 O.
derivación, 27. dudar, 176.
desambiguación, 284. durativo, 192, 382, 384, 404, 406.
descriptivo, 121, 136, 148, 197,
214. ejecución, 181.
desembrague, 368, 369. elasticidad del discurso, 25, 11 O, 41 O.
desembrague actancial, 369. embrague, 369.
desembrague enunciativo, 373. embrague enunciativo, 405.
desembrague enunciativo temporal, embrague enunciativo actorial, 370.
369. embrague enunciativo temporal, 374.
desembrague enuncivo, 373. embrague enuncivo, 373.
desembrague enuncivo actorial, 373. embrague espacial, 371.
desposesión, 318. embrague temporal, 370.
432 Análisis semiótico del discurso
emisor/ receptor, 17, 360. estructura narrativa, 142, 180.
enciclopedia, 264, 281. estructuras profundas, 57, 198, 199.
enunciación, 15, 70, 85, 87, 353, etiquetaje, 69, 76.
355, 357, 358, 360, 365, 367, euforia,252,253,254,350.
368,374,386,395,413. evaluativos, 389,412.
enunciación enunciada, 355, 356, exclusión, 177.
366, 367, 395. exhaustividad, 98.
enunciación remitida, 359. expansión, 25, 83,251,289,392,410.
enunciado, 38, 107, 114, 353, 356, expresión, 18, 21, 28, 37, 48, 77, 92,
358,365,368,374,386,413. 258,259,285, 297.
enunciado de estado, 112, 142, 148. extra-lingüísttco, 76, 78, 79.
enunciado de hacer, 113, 148.
enunciado elemental, 11 O, 118, 142. fabricación, 135.
enunciado enunciado, 355, 356, 357, factitiva (relación-), 158,181,317.
365, 366, 395. factitividad, 162, 181,189,360.
enunciador, 62, 86, 87, 357, 363, factitividad cognoscitiva, 188.
364,372,374,379,390,391. falso, 167, 168, 169, 171, 172, 173,
enunciatario, 62, 86, 87, 357, 359, 174,203.
362,363,364,374,390,391. fema, 39,259.
enunciativos (deícticos-), 387. fenoménico, 57.
enuncivos (deícticos-), 387. fenotipo, 57.
epistémico, 149, 164, 174. fiduciario, 56, 119,372.
espacial, 327. figurativo, 237, 238, 239, 240, 246,
espacialización, 384. 257.
espacialización enunciativa, 386. figurativo abstracto, 246, 247, 248,
espacialización enunciva, 386. 251, 252, 286, 344.
espacio, 331, 412. figurativo icónico, 246, 247, 248,
esquema, 143, 147, 276, 277, 278, 251,252,287.
279,280. fonema, 27, 39, 259.
esquema narrativo, 143, 144, 147, 164. fonética, 14, 27, 30, 92.
estado, 101, 105, 112, 114,142,405. fonología, 14, 27, 92.
estados de ánimo, 157. frase,96, 107,110,353.
estar-ser, 63, 118, 155,156,406. fondo, 14, 23,297.
estética, 393, 394. forma, 14, 23, 29, 32, 37, 47, 51,
estrategia, 135, 191. 297,354.
estructura de superficie, 57, 179, forma de la expresión, 29, 36, 45,
198,199,212. 78.
Índice de conceptos 433

fonna del contenido, 36, 78, 288. idiolecto, 389.


fonna semiótica, 36. ilusión enunciativa, 371,372.
fonnante, 262, 275, 276. ilusión referencial, 60, 64, 81, 246,
frecuentativo, 411. 372,392.
función, 73, 11 O, 111, 116, 358. ilusorio, 119, 167, 168, 169, 172,
funcionalismo, 87. 173, 174, 203.
implicación, 107,228.
generativo (recorrido -), 199. incertidumbre, 177.
genotipo, 57. incoativo, 192, 384.
glorificante (prueba -), 143, 144, incorporación semántica, 296, 331.
168. infraestructura, 57.
graduación, 176. inmanencia, 77, 83, 88, 166, 171.
gradual, 102, 230, 247, 250, 265, intencionalidad, 17.
267, 382. intensidad, 265.
gramática, 107. intensivo, 414.
gramática generativa, 289. interacción modal, 322.
gramaticalidad, 92. intercambio, 118, 212, 220, 307,
318.
habla, 15. intercambio negativo, 217.
hacer, 105, 155,177,406. intercambio positivo, 213,215,216.
hacer creer, 174, 177. interlocutario, 359.
hacer parecer verdad, 98. interlocutor, 359.
hallazgo, 115. interpretativo (hacer -), 169, 170,
héroe, 141, 166,197,306. 172,174,175,188.
hiperotáctica (relación -), 272. intersemioticidad, 81.
hipotáctica (relación-), 272. intimidación, 161, 178, 188.
histórico (presente -), 404. isomorfia, 40, 95, 107, 110, 258,
homofonía, 24. 259,289,366.
homógrafo, 24. isotopía, 282, 283, 284, 285, 287,
homologación, 346. 296,334.
homonimia, 24, 50, 277. iteratividad, 323, 411.

iconicidad, 67,246. jerarquía, 151,293.


icónico/abstracto, 248. judicador, 144, 145, 164,176,305.
idealismo, 98. junción, 112, 155.
identidad, 100, 102, 128.
identificación, 363, 364. latente (contenido-), 57.
434 Análisis semiótico del discurso
lector, 86, 87, 88. meta-término, 202, 203, 204, 209,
lengua, 14, 15,263,264,278,383. 228,231.
lenguaje, 16, 18, 44, 56, 57, 66, 68, micro-análisis, 298.
77, 79. micro-estructura, 148.
lexema, 261,262,275. micro-semántica, 287.
lexía, 28. modal (estructura-), 148, 195,214,
lexicalización, 146. 220.
lexicología, 14, 27, 38, 92,276. modal (valor-), 121, 136.
lingüística, 14. modales (objetos -), 197.
lingüística discursiva, 16. modalidad, 122, 151, 152, 176, 180,
lingüística funcional, 16. 204.
literatura oral, 389. modalidad actualizante, 154, 155,
lógica, 113, 125, 128,129,218. 177, 189-190,214,315,316,317,
lógica al revés, 125, 128, 143. 321.
lógica natural, 178, 393. modalidad realizante, 154, 155.
modalidad veridictoria, 118, 149,
macro-análisis, 298. 326.
macro-estructura, 148. modalidad virtualizante, 154, 155,
macro-semántica, 287. 177, 186, 198, 214, 315, 316,
manifestación, 166, 171, 199. 321,323.
manifiesto (contenido-), 57. modalizador, 392.
manipulación, 145, 148, 149, 158, morfema, 26, 27.
174, 180, 188, 194, 317, 321, morfología, 54.
322,360. morfológico, 14.
manipulación enunciativa, 361,405. morfosintaxis, 403.
manipulación según el saber, 393. motivo, 243, 290.
manipulado, 158. mundo posible, 91.
manipulador, 145, 158, 160, 187,
194. narrador, 358.
marca, 169,174,177. narratario, 358.
máscara, 173, 174. . narratividad, l 00, 114.
mejora, 142. --.. naturaleza/cultura, 339.
memoria, 103, 113,130,131,281. negación, 113, 123,224,226,368.
metáfora, 246. niveles semánticos, 288.
metalenguaje, 96. nivel profundo, 199, 220.
metalingüístico, 97,381,388. noción, 264.
meta-semiótica, 62, 65, 81,372. noema, 267.
Índice de conceptos 435
nominalismo, 55. posición, 313.
nouménico, 57. posterioridad, 319.
núcleo sémico, 272, 276, 278. pragmático, 87-88, 159, 164, 178,
240,257,354,359,365,388.
praxis enunciativa, 355 n., 389.
obediencia, 161.
predicado, 108.
objeto, 110,111,135.
prescripción, 314.
observador,44,84,85,86,382,385.
presente descriptivo, 404.
onomatopeya, 65.
presente histórico, 377,404.
oposición, 198,221.
presente narrativo, 377,404.
orientación, 107, 111, 144, 149, 205,
presuposición, 107, 118, 125, 142,
228,293,295,349.
154,215,216.
presuposición recíproca, 23, 26, 118,
paciente, 142,155,311,321. 120, 137.
palabra, 27, 38. presuposición simple, 120.
parabólico (discurso-), 47,243. presuposición unilateral, 149, 154, 181.
paradigmático, 117, 141, 142, 250, privación, 115, 116, 136,152,217.
293,346. privativa (oposición -), 102, 222,
paráfrasis, 25, 96. 264,265.
parataxis, 117. probabilidad, 177.
parecer, 63, 118, 166. proceso, 192.
pasión, 155,258,311,350,394. profundo, 220.
performance, 120, 122, 148, 149, programa narrativo, 114, 138, 142,
150,182,192,193,313. 148.
permanencia, 99. programa narrativo de base, 120.
persuasivo (hacer -), 169, 170, 172, programa narrativo de uso, 120.
174, 175, 188. provocación, 161, 178, 188.
pluri-isotopía, 283,299. prueba, 137,143,212,318.
PN, 114,115,116,141. psicolingüística, 92.
PN de base, 121, 189. psicosemiótica, 92.
PN de uso, 121,189,191,195. punto de vista, 82, 384, 385.
poder estar-ser, 156. puntual, 382, 384, 404, 406.
poderhacer, 153.
polémico, 138, 141, 162, 180, 183, querer estar-ser, 156.
190,196,321,365. querer hacer, 152, 204, 323.
poli-isotopía, 283.
polisemia, 281,282,283. razonamiento, 393.
436 Análisis semiótico del discurso
realidad, 56, 57, 64, 66, 68, 69, 77. selección, 117.
realismo, 55, 98. serna, 40, 259, 260, 264, 266, 286,
realización, 143, 149, 183. 333.
realizado, 126, 138,143,407. serna actualizado, 280.
rección, 107 n., 112, 144, 149,205, serna contextual, 271, 278, 280.
349. serna isotopante, 286,337,351.
receptor, 360. serna nuclear, 271,280.
recompensa, 165. serna virtual, 280.
reconocimiento, 143, 168, 176, 177, sernalfactivo, 411.
197. semántica, 38, 91, 92,264,288,290,
recorrido generativo, 199, 221. 293,348.
recorrido narrativo, 54, 164. semántica léxica, 28, 94, 248, 276.
recursividad, 122, 146, 151, 215, semanticidad, 92.
329, 375. sernema, 262,270,281,333.
rechazar, 176. semiología, 26, 38, 94.
redundancia, 25. semiosis, 26, 37.
referencial (función-), 74. semiótica, 27, 37, 39, 53, 82, 97, 98,
referencialización interna, 82. 298.
referencializar, 392. semiótica de lo continuo, 52 n.
referente, 68, 69, 76, 78. semiótica literaria, 39.
reflexividad, 116, 136, 193, 296, semiótica visual, 241.
314,315,360. semi-simbolismo, 39, 41,245.
relación, 293. sentido, 89, 99.
relato, 100, 103,107,114,175,212. sentimientos, 155,258.
rema, 108. ser, 118,166.
renuncia, 318. signifi9ación, 17, 89.
representación, 55, 198. significación primaria, 89, 90, 290,
repulsión, 253. 299, 330, 355.
retórica, 58. significación secundaria, 89, 90,
retribución, 143, 144, 165, 197. 299,354,356.
significado, 18, 19, 21, 25, 26, 44,
saber hacer, 154,214. 46,67, 77,92,297.
sanción, 143, 144, 145, 148, 149, significante, 18, 19, 21, 25, 26, 44,
164, 174, 180, 196, 305, 306, 46, 92,297.
313. signo, 26, 37, 38.
secreto, 167,168,169,172, 174,203. signo lingüístico, 20, 26.
seducción, 161, 178, 188. simbolismo, 245.
Índice de conceptos 437
símbolo, 41, 244. temporalización, 213, 374, 381, 382.
simetría, 120,205,228,293,295. temporalización enunciativa, 374,
simplicidad, 98. 377,402.
simulacro, 82. temporalización enunciva, 374, 376,
sincretismo, 117,144,181,322,381. 402.
sinonimia, 24, 43. tentación, 161,178,188.
sintagma nominal, 108. teoría de la comunicación, 72.
sintagma verbal, 108. terminativo, 192, 384.
sintagmática, 117, 120, 142, 180, término, 52.
250, 293, 346. término complejo, 231.
sintaxis, 14, 54,290,293, 348. término extremo, 111.
sintaxis narrativa, 54, 1 l O, 288-289. término mediador, 232.
sistema cerrado de valores, 136, 138. término neutro, 232,363.
sobredeterminación, 107 n., 112, 149. tiempo, 412.
sociolecto, 389. tímico, 49, 256, 258, 350, 394, 395.
solidaridad, 23, 26. tipología de las lenguas, 14.
subcontrarios, 221. tipología de los discursos, 147.
sub-PN, 186, 192. topónimo, 60, 81, 336.
sub-programas narrativos, 131, 133. traducción, 91.
sujeto, l 08, 111, 134, 138, 163, 166. traidor, 141, 166,197,306.
sujeto de estado, 115, 116, 142, 152, transaccional, 183, 190, 196.
360. transformación, 105, 112, 113, 114,
sujeto de hacer, 115, 116, 138, 142, 142,212,313,405.
152,360. transitividad, 116, 136, 296, 314, 360.
sujeto delegado, 86.
superestructura, 57. unidad, 51, 53.
sustancia, 29, 32, 37, 47,354. unilateral, 120.
sustancia de la expresión, 29, 31, 45. univocidad, 88, 97.
sustitución, 43, 50, 53. uso,28, 143,276,278,279,280.
sustitución de sujetos, 309.
valor, 145, 307.
tema, 108. verbo, 110.
temático, 237, 238, 240, 241, 246, verdad, 59, 81.
257,287,335. verdadero, 166, 167, 168, 169, 171,
temático específico, 250. 172, 173, 174,203.
temático genérico, 250. veridicción, 64.
temporal, 327. veridictorias (modalidades-), 188,203.
438 Análisis semiótico del discurso
verosímil, 59. virtual, 126, 138, 143,406.
vertimiento (o incorporación) semán- virtualización, 151, 183, 195, 280,
tico(a), 296, 33 l. 319.
ÍNDICE GENERAL

Págs.

PREFACIO.................................................. 7

NOTA A LA EDICIÓN EN LENGUA ESPAÑOLA.................... 11

CAP. 1: CUESTIONES PREVIAS Y PERSPECTIVAS ..... , .......•• ,. 13

1.1. Naturaleza del lenguaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13


l. l. l. «Lengua» y «lenguaje»... . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
1.1.2. Significante y significado....................... 18
1.1.3. Expresión y contenido.......................... 25
1.1.3.1. Expresión................................. 28
1.1.3.2. Contenido................................ 32
1.1.4. Isomorfia y correlación entre expresión y conte-
nido: el cortejo fúnebre............................ 37
1.2. Perspectivas de análisis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
1.2.1. Principio de inmanencia: la autonomía del len-
guaje............................................ 55
1.2.1.1. Distancia entre el lenguaje y la realidad . . . . . 55
1.2.1.2. Interpretación de la relación entre lenguaje
y referente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68
440 Análisis semiótico del discurso

Págs.

1.2.2. Opciones metodológicas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83

CAP. 2: FORMAS NARRATIVAS............................... 99


2.1. Estntcturas narrativas de superficie. . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
2.1.1. Formas elementales de la narratividad............ 99
2.1.1.1. El relato mínimo.. . . .. . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . 99
2.1.1.2. El programa narrativo(= PN)............... 107
2.1.2. Programa narrativo y complejizaciones posibles . . 117
2.1.2.1. Complejizaciones de tipo sintagmático. . . . . . 118
2.1.2.2. Complejizaciones de tipo paradigmático..... 135
2.1.3. El esquema narrativo canónico . . . . . .. . . .. . . . . . . . 141
2.1.3.1. Organización de conjunto.. . . . . . . . . . . . . . . . . 141
2.1.3.2. La acción................................. 149
2.1.3.3. La manipulación.......................... 158
2.1.3.4. La sanción................................ 164
2.1.4. Estudio de una configuración discursiva: la «huel-
ga».............................................. 179
2.1.4.1. La huelga como estructura polémica . . . . . . . . 180
2.1.4.2. El recorrido narrativo del anti-sujeto, S2
(=huelguistas)................................. 184
2.2. Estntcturas profundas y estructuras de superficie...... 198
2.2.1. El «4-Grupo» de K.lein......................... 200
2.2.1.1. Una estructura formal fundamental . . . . . . . . . 200
2.2.1.2. Estructuras profundas de «La baba-jaga» . . . . 206
2.2.1.3. La baba-jaga: estructuras profundas y estruc-
turas de superficie . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . .. . . 211
2.2.2. El «cuadro (o cuadrado) semiótico».............. 221

CAP. 3: FORMAS NARRATIVAS Y SEMÁNTICAS.................. 235


3.1. Elementos de metodología........................... 235
Índice general 441

3. l. l. Niveles semánticos del discurso . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 5


3.1.1.1. Lo figurativo y lo temático................. 237
3 .1.1.2. Lo figurativo, lo temático y lo axiológico. . . . 250
3 .1.2. Macro y micro-análisis semánticos . . . . . . . . . . . . . . 257
3.1.2. l. Datos lexicales y análisis sémico. . . . . . . . . . . . 258
3.1.2.2. Isotopías y homologaciones categoriales-en-
tre los niveles semánticos del discurso . . . . . . . . . . . 281
3.1.3. Sintaxis y vertimientos semánticos.... . . . . . . . . . . . 288
3.1.3.1. Sintaxis vs semántica...................... 288
3.1.3.2. Sintaxis y semántica....................... 294
3.2. Estudio de un caso (Una vendetta de G. de Maupas-
sant) . ......................... : . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 297
3 .2.1. Elección del objeto a analizar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 297
3.2.2. La organización narrativa.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 305
3.2.2.1. Acción vs sanción.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. 305
3 .2.2.2. Historia de la sanción. . . .. . . . . . . . . .. . . .. . . . 313
3.2.3. Estructuras semánticas y sintácticas... . . . . . . . . . . . 330

CAP. 4: FORMAS ENUNCIATIVAS Y FORMAS ENUNCIVAS......... 353

4.1. Estatuto semiótico de la enunciación. . . . . . . . . . . . . . . . . . 353


4.1. l. Los actantes de la enunciación . . . . . . . . . . . . . . . . . . 353
4.1.2. La enunciación enunciada o los medios de la ma-
nipulación enunciativa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 367
4.1.2.1. Temporalización.......................... 374
4.1.2.2. Espacialización........................... 384
4.1.2.3. Actorialización........................... 387

4.2. Estudio de un caso (Una vendetta de G. de Maupas-


sant)................................................ 394
4.2.1. Espacios enunciados y enunciación. . . . . . . . . . . . . . 395
4.2.2. Temporalización y aspectualización . . . . . . . . . . . . . 402
442 Análisis semiótico del discurso

Págs.

4.2.3. El rol evaluativo de los actantes de la enunciación. 412

BIBLIOGRAFÍA . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . • . . . • . • . . . • . • • • . . • . • . . . . • 417

ÍNDICE DE CONCEPTOS. . . . . . . • . . • . . . . • • • . . . . • . . . . . . . • . . . . . . • 429

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