Está en la página 1de 137

En la obra de Durkheim los escritos pedagógicos tienen

una notable importancia, no sólo en cuanto constituyen


un intento de verificación práctica de algunas de sus tesis
sociológicas, sino también porque se insertan en el debste
sobre la enseñanza de finales del siglo pasado. Sus invss-
tigaciones sobre las relaciones entre individualismo y so­
cialismo asi como sus trabajos sobre la solidaridad social
y la división del trabajo se enmarcan dentro de una misma
trayectoria: buscar y promover el progreso en el orden y
en la integración del individuo en la sociedad hasta supe­
rar los conflictos entre individuo y grupos sociales con­
trapuestos. Es necesario devolverle al individuo el sentido
de la colectividad, de las fuerzas psicológicas que operan
en ella, del poder de la sociedad ante cada uno, pues so­
lamente en su integración con la totalidad pod;* realizar
plenamente su personalidad.
Cuide los libros.
No los >nye, ni los e>jsucie.
Curiar las cosas ajetes evito
prot/lemas.
PEDAGOGIA Y SOCIEDAD 2 Contenido

VCA
Í'‘IBL i O'1’EC a

Introducción ............................................................................... 9

Nota biográfica ......................................................................... 29


Bibliografía .................................................................................. 31

l. So c io l o g ía y f il o s o f ía ................................................................. 35

1. El dualismo de la naturaleza hum ana y sus


condiciones sociales ............................................. 37
2. Representaciones individuales y representacio­
nes colectivas ...................................................... 52
3. La élite intelectual y la d em o cracia................. 83

II. So c io l o g ía y e d u c a c ió n ............................................. 87

,4. La educación: su naturaleza, su función ........ 89


5. Naturaleza y método de la pedagogía ............. 114
6. Pedagogía y socio lo g ía........................................ 132
7. La evolución y la función de la enseñanza se­
cundaria en Francia ............................................. 151

T ra d u jo A lfo n so O rtiz G arcía


III. La e d u c a c ió n m oral .................................................. 167
<£) L a N u e v a Italia, 1973
© E d ic io n e s S íg u em e, 1976 8. La moral laica ...................................................... 171
A p a rta d o 332 - S alam anca (E sp a ñ a )
IS B N 84-301-0411-9
9. Prim er elemento de la moralidad: el espíritu
D e p ó sito leg a l: S. 245-1976 de d isc ip lin a ........................................................... 183
Im p rim e : G rá f. O rte g a - P o líg o n o E l M o n ta lv o - Salam anca 10. E l espíritu de disciplina (continuación) ........ 197
11. El espíritu de disciplina (final). El segundo
elemento de la moralidad: la adhesión a los Introducción
grupos sociales ...................................................... 209
12. La adhesión a los grupos sociales (continua­
ción) ......................................................................... 223
13. La adhesión a los grupos sociales. Relaciones
y unidad de ambos elementos (final) ............ 236
14. Conclusiones sobre los dos primeros elemen­
tos de la moralidad. El tercer elemento: la
autonomía de la voluntad ............................... 249
15. La autonomía de la voluntad (fin al)................. 262

En la obra de conjunto de Durkhcim los escritos pedagógicos


tienen una notable importancia, no sólo porque costituyen un
intento de verificación práctica de ciertas tesis sociológicas, si­
no también porque se insertan autorizadamente en el debate so­
bre la enseñanza primaria, secundaria y universitaria durante
aquel laborioso período que atravesó la escuela francesa a fina­
les del siglo pasado. Por tanto, una introducción a estos escritos
está pidiendo que los coloquemos en su contexto adecuado,
tanto en el interior de su obra de conjunto como en el del
debate sobre la nueva escuela laica republicana, prim aria o
superior.
Durkheim ha dedicado a la pedagogía, según el testimonio
de M. Halbwachs, por lo menos una tercera parte, y quizás los
dos tercios de su enseñanza, considerándola sobre todo como
un hecho social; de este modo, la pedagogía se convierte en una
parte integrante de su obra sociológica. No fue una casualidad
el que Durkheim fuera llamado, desde su primera experiencia
universitaria en Burdeos en 1887, a enseñar «Pedagogía y cien­
cias sociales», primera cátedra instituida en Francia de esta
especialidad precisamente con ocasión de su nombramiento.
F ue E. Spuller, ministro entonces de Instrucción Pública,
amigo de Gambetta y prom otor diez años antes del proyecto
Ferry sobre la escuela, el que instituyó esta cátedra. Su nom­
bramiento fue apoyado por el sociólogo Víctor Espinas y el ya
anciano Luis Liard, antiguo rector de la Escuela Normal du­
rante la ópoca de los estudios universitarios de Durkheim.

9
y a n in g u n o d e esos d eb eres en la re alid a d d e las cosas, h e m o s caído
El nuevo profesor contaba entonces 29 años. Después de en un re la ja m ie n to que so la m e n te a c a b a rá con el estab lecim ien to y
haber enseñado filosofía en algunos liceos, había seguido unos la c onsolidación de u n a nueva disciplina. E n u n a p a la b ra, n uestro
cursos en Alemania, durante los cuales había profundizado en p rim e r d e b er es a c tu a lm e n te el c o n stru ir u n a m o r a l 1.
algunas ideas fundamentales de su obra de sociólogo y en el
conocimiento de la situación universitaria alemana. Al regresar En resumen, era menester buscar aquellos modos de con­
de Alemania, Durkheim observaba en uno de sus artículos có­ vivencia social que permitiesen superar los conflictos existentes,
mo, en contra de lo que sucedía en Francia, la enseñanza de la sin volcar aquella estructura económica, social y psicológica que
filosofía en las universidades alemanas se articulaba armónica­ era el fruto de la civilización occidental.
mente en torno a un conjunto de sentimientos colectivos que, Desde la investigación sobre las relaciones entre el indivi­
ligados entre sí por una sólida tradición, hacían moverse de dualismo y el socialismo hasta la investigación sobre la solidari­
común acuerdo a la gran masa de estudiantes y profesores (re­ dad social y sobre la división del trabajo y hasta los cursos en
sulta bastante fácil señalar estos «sentimientos colectivos» en París sobre la moral, la religión y la educación, es única la tra­
los ideales nacionales, civiles y sociales de la Alemania de Bis­ yectoria que sigue: buscar y promover el progreso en el orden
marck). y en la integración del individuo en la sociedad hasta la supera­
Pues bien, dice Durkheim. también en Francia es necesario ción de los conflictos entre individuo y grupo y entre grupos
encontrar de nuevo esta unidad, empezando precisamente pol­ sociales (clases) contrapuestos. Este es el sentido del estudio
la escuela. Es preciso explicar a los jóvenes la naturaleza de la sobre la moral, la educación y la religión. Es necesario devol­
solidaridad social y de los vínculos colectivos que, por encima verle al individuo el sentido de la colectividad, de las fuerzas
de las creencias filosóficas o religiosas, son los únicos que pue­ psicológicas que operan en ella, del poder de la sociedad ante
den constituir el fundamento moral de una moderna sociedad cada uno, pues solamente en su integración con la totalidad po­
laica, ordenada, en constante progreso. drá realizar plenamente su personalidad. Por tanto, son dos los
El tem a de la escuela y, más en general, el de la sociología polos entre los que se desarrolla su discurso: por un lado la
resulta evidente ya en los primeros escritos de Durkheim, jun­ sociedad como «ente psíquico xui generis», que se impone de
tam ente con el de una nueva sociología. mil formas al individuo; por otra parte, el individuo que tiene que
Republicano convencido, amigo de Jaurés (a quien conoció integrarse en esa sociedad, so pena de que le resulte imposible
en la Escuela Normal), simpatizante de los socialistas (aunque la supervivencia. En la base misma de la naturaleza hum ana
nunca aceptó, según el testimonio de su sobrino Marcel Mauss, hay un dualismo fundamental. Para la supervivencia del hombre
entrar en ningún partido de izquierdas), Durkheim había vivido y de la organización social, ese conjunto de bienes intelectuales
el período difícil que siguió a la derrota de 1870 y del análisis y morales que constituyen la civilización, tiene que hacerse in­
de la situación francesa había sacado la conclusión de que era terior al individuo. El hombre no nace social; se hace social en
necesario, a través del estudio científico de la sociedad, elaborar el momento en que el lenguaje, el concepto, el sentimiento co­
instrumentos cognoscitivos válidos que permitiesen indagar con lectivo, la solidaridad lo hacen así. Muchos estados mentales,
exactitud, corregir con eficacia y enderezar con seguridad. entre ellos los m ás esenciales, provienen de la sociedad, y sola­
m ente en el análisis histórico podemos darnos cuenta de cómo
N u e stra fe se h a visto p e rtu rb a d a; la trad ició n h a perd id o p a rte se ha formado el hombre, ya que solamente en el curso de la
d e su a u to rid a d , el juicio individual se h a em an cip a d o del juicio historia es como se ha formado.
c o le c tiv o ... A n te esta situación, el re m e d io no consiste en re su ­
c ita r trad icio n es y p rá c tic a s... q u e no p o d rían vivir m ás q u e una
v id a artificial y a p are n te . Es necesario h a ce r q u e cese la anom ía, H ay en n o so tro s, escribe D u rk h eim . un ser q u e re p re se n ta to d o en
e n c o n tra r el m edio d e h a ce r q u e c o laboren a rm ó n ica m en te los ó r­ relació n consigo, desde su p u n to d e vista, y q u e e n to d o cuanto
g an o s que to d av ía chocan con m ovim ientos disco rd an tes, in tro d u ­ h a ce no tie n e m ás o b je to que a sí m ism o. P e ro h a y o tro ser que
c ie n d o en sus relacio n es m ás ju sticia y a te n u a n d o cad a vez m ás c onoce las cosas su b specie aeternK atis, co m o si p a rticip a se de
las desigualdades e x teriores q u e c o nstituyen la fu e n te del m al. N u e s­
tra ansied ad no se deriv a del hcch o de que la c rítica d e los cientí­
ficos h a y a d e rru m b a d o la explicación trad icio n a l d e nu estro s d e ­ 1. D e la d ivision da travail s o c ia l É tu d e su r l’o rg a n isatio n des so-
beres ta l co m o se nos e n se ñ a b a n ... E l hecho es q u e, al no basarse cictés su p é rieu re s, P a ris 1893.

10 11
un pensam iento d istin to del n u e stro y que, al m ism o tiem po, en Dentro de esta perspectiva es donde la enseñanza de la fi­
sus actos, tie n d e a re aliz a r unos fines q u e lo su p e ran . L a an tig u a
fó rm u la h o m o d u p le x se ve d e este m odo c o m p ro b a d a en los losofía asum e un sentido muy concreto. La renovación, escribe
hechos. L ejo s d e se r u n a cosa sim ple, n u e stra vida in te rio r tiene Durkheim en un artículo de 1895 4, no tiene que esperar a una
una cspccic d e d o b le c en tro de g ravedad. E stá p o r u n a p a rte ley que la promulgue, sino que debe partir de la iniciativa de
n u estra in d iv id u alid ad y, m ás c o n cre ta m en te, n u e stro c u erp o que le aquellos profesores que, convencidos de esta necesidad, sepan
sirve d e base; y p o r o tra , to d o a q u e llo que en n o so tro s ex p resa algo
d istinto d e n o so tro s m i s m o s 2. presentar a la filosofía bajo el único aspecto que ahora puede
ser importante: el de la filosofía social.
F.l nacimiento y la construcción del hombre, social no se Los cambios que se van sucediendo cada vez con mayor
rapidez deben ser objeto de investigación para evitar que la in­
llevan a cabo de una forma indolora; se da una verdadera opo­
sición entre muchos estados individuales, típicamente egoístas, teligencia se encuentre desprovista frente a la verificación de los
mismos. Se trata de hacer que tomen conciencia los jóvenes de
y los estados sociales que tienden a plegar al individuo a la vo­
luntad de la colectividad. Además, al avanzar la civilización, Ja realidad y del papel que tendrán que representar. De aquí la
los estados colectivos que se manifiestan en formas de pensa­ necesidad de una adecuada enseñanza de la psicología que les
miento. de sentimiento y de comportamiento, se van haciendo ayude a com prender al hombre entendido como individuo, des­
cada vez más complejos y adquieren una preeminencia cada vez de luego, pero en el conjunto de sus relaciones con los demás.
Otro punto im portante será la moral, no como discusión sobre
más acusada.
ios principios generales, sino como investigación crítica sobre
Las ideas y los sentimientos elaborados en una colectividad
los hechos y sobre el modo con que se han formado ciertas
se imponen al individuo, que no está por naturaleza dispuesto
tendencias, ciertos juicios y ciertos principios. Se dejarán de la­
a aceptarlos, con un ascendiente y una autoridad muy peculia­
do las cuestiones exclusivamente metafísicas, para encontrarse
res; pero, para poder persistir, esas ideas y esos sentimientos
con los problemas generales en contacto con la realidad. Se en­
necesitan ser interiorizados dentro de la conciencia individual,
señarán las diversas ciencias según una metodología correcta,
mediante una obra de educación y de enseñanza que, haciendo
a los hombres conscientes de la proporción real entre su indivi­ que las ponga en contacto y en parangón entre sí, sin perderse
dualidad y la fuerza de esas normas, los lleve a querer autóno­ en una vacía enumeración de principios generales.
Dentro de esta perspectiva es donde ocupan su lugar exacto
ma y conscientemente los fines de la colectividad con un espíri­
el sociólogo y el pedagogo: ambas actividades resultan indivi­
tu de disciplina que no sea pura constricción, sino que se derive
sibles, ya que si es tarea del sociólogo según Durkheim la cons­
de 1a adhesión a los grupos sociales en los que el hombre ha
trucción de la moral como ciencia positiva, será tarea del peda­
venido a nacer.
gogo la interiorización dentro del individuo de esa misma moral
Así pues, será tarea del sociólogo y del intelectual en ge­
que, al no ser una cosa metafísica, sino histórica, llega a coin­
neral, no tanto gobernar políticamente, sino por una parte orien­
cidir con aquellas normas que forman la base de la convivencia
tar a los políticos a través de la sociología científica, y por otra
social y civil de las m odernas sociedades industriales. De este
educar dentro de la escuela para una vida en (a sociedad.
modo, de la individuación por parte de la sociedad francesa de
la estructura política y social de la Tercera República como es­
H em os d e s e r a n te to d o consejeros y educadores. E stam os hechos
p a ra a y u d a r a n u e stro s co n te m p o rá n e o s a q u e se reco n o zcan en
tado más perfecto de la m oderna organización colectiva nace
sus ¡deas y en sus sen tim ien to s m ás bien q u e p a ra g o bernarlos. ese apoyo ¿acondicionado que Durkheim prestó a las formas
E n el estado d e c o n fu sió n m ental en que vivim os, ¿puede h a b er democráticas (radicales, republicanas y de izquierdas) en su lu­
u n a m isión m ás útil q u e ésla? 3. cha contra los intentos reaccionarios de cualquier tipo) como el
boulangismo, el antidreyfusismo, los movimientos personifica­
dos en los agrarios, los jesuítas o los asuncionistas... Esta acti­
tud, que en Durkheim estaba ligada a la herencia de la gran
2. L e du a lism e de la nature h u m a in e et ses co n d itio n s sociales:
Scientia X V (1914) 206-221.
3. L ’ciiie iníellectueUc. e t la dem ocratic: Re%'uc B lcu c 1 (1904) 705- 4. L 'en se ig n em en t p h ilo so p h lq u e et ia g ré xa tio n d e p hilosophie: R e ­
706. vue P h ilo so p h iq u e 39 (1895) 121-147.

12 13
formación humana, que dividían netam ente a la juventud fran­
revolución del 89, se había ido arraigando cada vez más en él cesa. El rompimiento es más fuerte en el sector de la escuela
durante su permanencia en la Escuela Normal, la más extra­ que en cualquier otro terreno. Las congregaciones religiosas ha­
ordinaria de las escuelas de Francia. Si en la época de los estu­ bían sido omnipotentes bajo Napoleón m y, aunque combatidas
dios de Durkheim dominaban en ella los republicanos y los so­ cada vez más abiertamente, habían dejado una profunda huella
cialistas, más tarde, durante el affaire Dreyfus, los demócratas en la escuela, sobre todo los jesuítas. Pero después de la des­
encontraron en ella a los intelectuales más empeñados en la aparición del imperio se dio en este terreno un poderoso im­
defensa de la república. No nos interesa aquí el caso Dreyfus pulso hacia la organización de una escuela primaria, gratuita,
como hecho de espionaje militar o como tem a para una discu­ obligatoria, laica. El hecho de que se apuntase hacia la escuela
sión política; nos interesa recordarlo por el significado que asu­ primaria es de sum a importancia: la presencia de las masas
mió dividiendo a los franceses y envolviendo al parlamento, a populares se hace sentir cada vez más. Gambetta, y Ferry se
la escuela, a los intelectuales y a la opinión pública en una lu­ comprometen seriamente en el desarrollo de la educación del
cha áspera contra la reacción y contra el clero. Dreyfus fue so­ pueblo: esa educación tendrá que ser el instrum ento para la
lamente la víctima de una maniobra de mayores alcances; pre­ formación de ciudadanos conscientes de su papel y de su im­
cisamente por eso hubo otros muchos acontecimientos y situa­ portancia.
ciones que estuvieron ligados a aquel personaje. D urante los años alrededor de 1880 se agudiza la tensión
entre el maestro y el párroco, cuyo control sobre la escuela ha
A q u e lla h ip ó crita fero cid ad con q u e p arecía salir d e la boca d e quedado suprimido por la ley Ferry; no se da en la escuela la
los sacerd o tes el grito d e C a ifá s: E x p e d it u t u n u s m o ria tu r h o m o
p ro populo!, indignó al m undo civil; a q u e lla fu ria clerical bajo enseñanza religiosa, en nombre de la moral natural y del civis­
una m áscara p a trió tic a y nacionalista a b rió los ojo s a los re p u b li­ mo. Este último aspecto asume sobre todo una gran importancia:
canos; p o r eso, d e rro ta d o s los antid rey fu sian o s, se disolvió la c o n ­
gregación d e los a suncionistas que con su periódico L a C roix Es preciso q u e el niño sea con sc ie n te d e que esa lib e rtad d e voto
h a b ía n sido los m ás desvergonzados en a q u e lla cam p añ a , y poco q u e te n d rá alg ú n d ía y q u e tie n e su p a d re, q u e esa ig u ald ad an te
d espués se pro p u so la ley so b re las congregaciones q u e, e n tre o tra s e l fisco y esa lib e rtad d e conciencia, se la d e b e a la revolución
cosas, p o r los m étodos educativos q u e e m p le ab a n ten ía n divididos francesa. Yo no p u e d o c o m p re n d er c ó m o nosotros, rep re se n tan te s
a los franceses, c o n tra p o n ie n d o a u n a juven tu d e d u cad a p o r ellos de la rev o lu ció n francesa, no h ayam os p edido to d av ía q u e la e n ­
a o tr a ju v en tu d e d u ca d a en las escuelas estatales, las d e u x jeunesses señ an za cívica se in tro d u z ca e n la escuela y fo rm e el á n im o d e los
co m o las lla m ó W aldeck-R ousseau, d e b ilita n d o así la u n id ad m o ral fu tu ro s ciu d ad an o s. C re o q u e n a d ie p o d rá im p u g n a r a q u í la ver­
del p u e b lo francés. L a ley re su ltó a ú n m ás severa a n te la c ám ara d a d d e e stas p a la b ras y n e g ar q u e la so b e ran ía n acio n al, la ig u al­
y se puso en ejecución c o n to d o rigor. P ero alg u n o s a ñ o s m ás ta r­ d a d a n te la ley y el fisco y la lib ertad d e co n cien cia d a ta n d e la
de, al ha ce rse cada vez m ás tira n tes las relacio n es c o n la santa rev o lu ció n fran c e sa . ¡Y ésta es la e n señ an za cívica! ¡T odo esto
sede y al suprim irse la e m b a jad a d e F ra n c ia a n te el V atican o , se es m uy sencillo! °.
llegó incluso a la se p aració n e n tre la iglesia y el estado (1905),
quedó a b o lid o el c o n c o rd a to de 1801, fue d e c la ra d o el estado acon-
fesional, se re conoció la lib ertad d e co nciencia y d e c u lto a todos
Se desarrolla contra los jesuítas una lucha enconada, en
los ciu d ad an o s, se re tira ro n los subsidios a un c u lto p a rtic u la r p o r nom bre de una nación moderna. La oposición del clero es na­
p a rte del estad o y d e los a y u n ta m ie n to s y se asig n aro n a las ins­ turalm ente violenta, pero las nuevas ideas se van abriendo ca­
tituciones lo cales d e beneficencia las p ro p ied ad es eclesiásticas, p e r­ mino a través de la organización sistemática de bibliotecas y de
m itiendo a las asociaciones c u ltu rale s el u so d e los edificios ecle­
siásticos y las casas episcopales y p a rro q u ia le s
centros de instrucción, aun cuando no todos iguales; a pesar
de su importancia, sigue existiendo en ellos una fuerte discri­
minación de clase. Desde fuera de una ley que promulgue la
Croco vapta atinadamente todo el alcance de la lucha entre
completa laicidad de la escuela, este trabajo irá preparando el
el estado y la iglesia, así como la amplitud de las medidas que
terreno para la definitiva separación del año 1905. Así, a pesar
se tomaron con ocasión de la separación. Pero hay otro elemen­
de los errores que se cometieron, la organización de la escuela
to perfectamente puesto en evidencia y que tiene importancia
primaria, con las leyes de 1882 y 1886, fue una victoria repu-
para nosotros: el contraste entre dos tipos de pedagogía y de

6. D e la re la c ió n d e P. B ert a la ley F e rry .


5. B. C rocc, S toria (¡'Europa, B arí 1965, 255.

15
14
blicaua. Lo mismo que en el campo político Combes apuntaba mos. También con la moral hay que hacer lo que ya se ha hecho
decididamente hacia la separación entre el estado y la iglesia, con las ciencias físicas. Pero nuestra obra sería meramente ne­
también Ferdinand Buisson, catedrático de pedagogía en la Sor- gativa, si nos detuviésemos en afirmar únicamente la distancia
bona y representante de un nutrido grupo de intelectuales re­ de la moral de cualquier clase de religión revelada; es preciso
publicanos, trabaja por una escuela completamente laicizada y desarrollar una tarea positiva, y el prim er momento tiene que
escribe precisamente por aquellos días un libro con el expresivo ser la búsqueda de los fundamentos de la moral.
título de L a foi ¡dique, que nos lleva inmediatamente a un pro­ El primer elemento de la moral es el espíritu de disciplina.
gram a concreto: el de una educación puramente racional, cuyos Esta afirmación podría parecer extraña, pero podemos com­
ideales se basan en la formación del ciudadano para la conso­ prenderla acertadam ente si pensamos en cuáles son los carac­
lidación de la tradición republicana. teres de los hechos morales a los que Durkheim ha dirigido su
Pues bien, precisamente en este clima es cuando Durkheim atención en el curso de sus investigaciones anteriores. Vuelve
es amado en 1902 a La Sorbona para sustituir a Buisson, ele­ a aparecer aquí la relación entre la moralidad y la normativi-
gido para la cám ara de diputados, primero como suplente y dad, entre la constricción de los hechos colectivos sobre cada
luego, a partir de 1905, como profesor ordinario. individuo y la libertad. Partiendo de este punto llega Durkheim
Es muy elocuente una carta de Durkheim a Lévy-Bruhl, a la noción de disciplina a través de una serie de pasos que po­
en la que el autor, aunque expresando la duda de si será del dríamos sintetizar de este modo:
todo correcto aceptar en aquellos momentos el puesto de Bui­ — todas las acciones que llamamos morales guardan una
sson, subraya claram ente que la enseñanza de la Science de ¡Edu­ relación con ciertas reglas definidas;
cation está perfectamente en línea con todo su planteamiento de — todo complejo de reglas morales supone necesariamente
estudios y de investigaciones. cierta estabilidad;
— esa estabilidad supone un conjunto de hábitos fuerte­
P o d ría d a r la im presión, escribe D u rk h e im , d e q u e a n d o buscando mente arraigados en los individuos;
un p re te x to cu alq u iera p a ra m ete rm e en P arís. P ues bien, m e r e ­
p u g n a d a r esa im p re sió n , so b re to d o p o rq u e estas cosas no van con — el complejo de reglas morales no depende de la volun­
m i c a rá c te r... L o q u e m ejo r m e p arece en to d o esto es que te n d ré tad de cada uno, sino que goza de la autoridad de poder impo­
q u e tra ta r d e la ed u ca ció n m oral, d e la e n señ an za d e la m oral. Y nerse al individuo: por tanto, en las reglas morales se reúnen al
en esto m e e n cu e n tro co m o en m i c a s a 7. mismo tiempo el hábito y el precepto;
— el hábito y el precepto encuentran su síntesis en la no­
De este modo, la Education morale, que es el prim ero de los ción de disciplina, que constituye en el terreno de la educación
cursos que dio en Paris, es la consecuencia lógica de su trabajo el primer elemento al que hay que mirar.
acerca de los hechos morales, entre los que la educación es de Sin ese estado de disciplina no se conseguirán jamás los
los más importantes y de los más amplios. La postura de D ur­ demás elementos de la educación moral, esto es, la adhesión al
kheim queda bien clara desde el comienzo de su curso: darles grupo y la autonom ía de la voluntad. ¿En qué m edida sufre el
a los alumnos una educación laica, basada exclusivamente en hom bre una limitación por parte de este espíritu de disciplina?
la razón. «Hemos decidido dar a nuestros alumnos en nuestras No hay que entenderlo como un instrumento para m antener el
escuelas una educación m oral que sea puram ente laica; con esto orden con la fuerza, sino como un medio de formación. El
hay que entender una educación que no conserve ninguna huella hecho de que el hombre tenga límites es algo natural, ya que
de los principios en que se basan las religiones reveladas, sino el hombre que no se pusiera límites y quisiera seguir viviendo
que se apoye únicam ente en las ideas, los sentimientos y las prác­ en sociedad, no viviría en un estado normal, sino patológico. Lo
ticas que justifique la sola razón; en una palabra, una educación mismo que en fisiología las necesidades tienen un límite, más
puramente racionalista». Y debemos hacerlo así, continúa Dur­ allá del cual cesan, también en la sociedad tiene que haber lí­
kheim, porque la ciencia es el único medio de que disponemos mites que regulen y ordenen la actividad del hombre.
para penetrar en lo real, del que formamos parte nosotros mis­ Las reglas morales, gracias a su autoridad, son verdaderas
y auténticas Tuerzas en contra de las cuales van a chocar nues­
7. C a rta do D u rk h e im a L évy-B ruhl en 1902. tros deseos, nuestras necesidades, nuestros apetitos de toda ín-

16 17
2
dole, cuando tienden a hacerse in moderadas. Evidentemente, viduos, sino como un ser psíquico «sui generis», que tiene una
estas fuer/as no son materiales; pero si no mueven directam en­ naturaleza específica y una personalidad propia. P o r tanto, 110
te a los cuerpos, sí que mueven a los espíritus. Por consiguien­ existe moral si se prescinde de la adhesión del individuo aJ gru­
te, guardémonos mucho de ver en esa disciplina a la que so­ po, esto es, de la pertenencia que es la base de la moral.
metemos a los niños un instrum ento de presión, al que hay que «El hombre 110 es ser moral más que en la medida en que
recurrir más que cuando es indispensable para prevenir la re­ es ser social». L a sociedad com o ser psíquico se expresa en la
petición de actos reprobables. conciencia colectiva, entendida como el conjunto de los estados
La acción que la disciplina debe ejercer sobre el niño tiene tuertes y definidos de las conciencias individuales. La conciencia
la finalidad de crear en el individuo la conciencia de la necesi­ colectiva es una realidad psíquica a la que Durkheim atribuye
dad de la autolimitación. La disciplina actúa sobre la voluntad una vida y una personalidad propia; en la consideración de este
y, a través de ella, sobre el carácter en general del hombre. En elemento fundamental de la vida social llegará Durkheim a con­
el momento en que el individuo, consciente de la realidad de vertirla en una realidad en sí misma, esto es, en una realidad
ciertos factores, consiga ponerse límites precisos, habrá forma­ que da fundam ento a la moral, a la religión y a los estados psí­
do dentro de sí el carácter necesario no sólo para un «estado de quicos colectivos. Pero la primera consideración de Durkheim
salud» personal, sino para una ordenada convivencia social. Todo es ciertamente válida, en cuanto que solamente en la sociedad es
esto lo escribe Durkheim dentro de la polémica con cualquier donde el individuo puede realizar plenam ente su naturaleza. E 11
tipo de utilitarismo: no existe la espontaneidad del equilibrio efecto, por poner un ejemplo, el suicidio se multiplica a medida
individual y social; esos equilibrios se van creando siguiendo a que el individuo se separa de la sociedad, bien sea por un fac­
las fuerzas que pueden im ponerse a la inmediatez de los deseos tor egoísta, bien por un estado de anomía. La imposibilidad
humanos. Durkheim veía con claridad la necesidad de nuevas en que se encuentra para realizarse plenamente a sí mismo es
reglas en una sociedad en la que, al encuentro del progreso tec­ lo que le lleva a quitarse la vida. La sociedad, imponiéndonos
nológico y económico, se vislumbraba un estado de marcado la subordinación y la adhesión a ciertos grupos, «no hace más
desorden moral, que se manifestaba sobre todo como «anomía», que ponernos en situación de realizar nuestra naturaleza»'.
esto es, como ausencia de normas de comportamiento, debido Pero, aun siendo algo externo al individuo, la sociedad 110
a la ausencia de inserción de los diversos elementos en el grupo. se presenta como una realidad monolítica. Podían ser así las
De esta forma la disciplina moral llega a asum ir dos fines sociedades primitivas; pero a medida que han ido especiali­
fundamentales, uno en dirección al individuo, para que realice zándose las funciones sociales, hemos visto cómo se han ido
una conducta regular, y el otro en dirección a la sociedad, como convirtiendo en una prerrogativa de grupos definidos en el in­
lugar de aquellos fines que, imponiéndose al hombre, consti­ terior de la organización social. L a familia, la nación, la hum a­
tuyen su límite externo y las directivas de su acción. El hombre nidad, son las etapas principales del desarrollo del hombre, aun­
tiene que tener una conducta bien delimitada, no tanto para la que sea ésta una distribución que puede decirnos muy poco.
consecución de fines ultraterrenos, sino para realizarse en cuan­ Podríamos decir que estas realidades tienen un sentido sola­
to hom bre y para hacer posible una ordenada vida social. Los mente cuando hemos analizado a las diversas sociedades como
fines estrictamente personales son m oralm ente neutros, en cuan­ conjunto de relaciones. Desde un punto de vista general, dice
to que se refieren únicamente a la conservación de la vida. Los Durkheim, existe entre los tres grupos humanos fundamentales,
demás fines que hay que realizar y que pueden parecer indi­ esto es, la familia, la patria y la humanidad, una jerarquía que
viduales, como el estado de «salud psíquica», la formación del corresponde al desarrollo histórico del hombre. La humanidad
carácter, etc., son en realidad eminentemente sociales. El mismo se presenta entonces como el punto de llegada de la evolución:
desarrollo, del hombre, si se considera ram o un avance del indi­ la hum anidad entendida como conjunto de los fines comunes a
viduo en cuanto unidad social aislada, no tiene sentido alguno. varias naciones.
Los fines impersonales residen en algo supraindividual, esto es, Este razonamiento resulta un tanto artificioso y se escapa
en la sociedad. Por tanto, obrar moralmcnte significa obrar con de la realidad concreta con la que hemos de enfrentam os. Pue­
vistas al interés colectivo, centrado en un ser colectivo, la so­ d e tomarse solamente como una indicación, com o un esquema
ciedad. Esta no debe ser considerada como una suma de indi­ vacío, al que el hombre tendrá que dar contenidos apropiados.

18 19
Incluso en el interior de las diversas sociedades existe una jerar­
quía entre diversos grupos a los que el hom bre puede pertene­ ción propia y verdadera. La razón pura es autónoma. Por el
cer. Durkheim no desarrolla este tenia, que es, sin embargo, dualismo de la naturaleza humana se puede comprender cómo
muy importante, ya que nos impone un análisis m ás completo pueden coexistir la obligatoriedad y la autonomía. Pero, añade
de un determinado grupo social. El descubrimiento de los inte­ Durkheim, de este modo la obligatoriedad no sería más que un
aspecto accidental de la moral, lo cual resulta francamente in­
reses que mueven a determinados segmentos en una cierta di­
rección es la base para individualizar el origen de las contradic­ aceptable. La antinomia entre libertad y constricción se articula
ciones sociales y buscar su solución. De este modo, si las clases en tres aspectos particulares: individuo y grupo, libertad y ley,
sociales, ante el predominio de los factores económicos, llegan bien y deber. Lo que constituye la unidad de la realidad moral
es su único sustrato: la sociedad. Y la conciencia moral del in­
a definirse de una forma cada vez más amplia y más clara, que­
dan sin embargo, otros grupos que, distintos por sus ideas mo­ dividuo reclama una autonomía efectiva, no solamente ideal.
rales, religiosas, tradicionales, presentan también exigencias par­ Esta autonomía tiene un sentido concreto si, en vez de conce­
ticulares. birla como un hecho, la concebimos como una realidad en de­
venir. Se trata de algo que va creciendo progresivamente, de
F rente a la sociedad en general y frente a estos grupos más
restringidos, el individuo advierte la fuerza de un imperativo, una autonomía progresiva. En el campo moral, afirma Durkheim,
la moral como mandamiento. El deber es la moral como man­ es nuestra tarea crear las condiciones para que tenga lugar lo
dato; es la moral concebida como una autoridad a la que tene­ que sucedió con la realidad física. L o mismo que, en com para­
mos que obedecer, por el mero hecho de tratarse de una auto­ ción con el mundo externo, el hombre partió sin el conocimien­
ridad. El bien es la moral concebida como cosa buena, que atrae to de ninguna ley hasta llegar a penetrar en lo real, a compren­
hacia sí a la voluntad y provoca deseos espontáneos. Pues bien, der las causas de los fenómenos y a modificarlas, lo mismo tie­
resulta fácil apreciar que el deber es la sociedad en cuanto que ne que hacer también en el terreno moral. También aquí exis­
nos impone reglas y asigna ciertos límites a nuestra naturaleza, ten reglas; será nuestra tarca buscar atentamente las relaciones
y que no podemos adherirnos a ella sin que de allí se derive de causa y de efecto y captar las leyes del comportamiento. De
un enriquecimiento para nuestro ser. Por consiguiente, tanto esta manera lograremos descubrir también el camino para re­
en un caso como en el otro, es el mismo sentimiento el que se ducir a la normalidad los fenómenos patológicos.
expresa, esto es, la moral presentándose a nosotros bajo un do­ ¿Cuál será entonces la autonomía del hombre? «La única
ble aspecto: aquí como una ley imperativa que exige de noso­ autonomía que podemos pretender es la de obrar con conoci­
tros una total obediencia, allá como un ideal espléndido al que miento de causa». Existen fuera de nosotros fuerzas extrañas a
la voluntad aspira espontáneamente. La religión ha obtenido nosotros; hemos de descubrir su porqué y su funcionamiento.
siempre estos dos resultados uniendo estrechamente la regla La libertad existirá en la medida en que el hom bre actúe de ma­
moral a un ser trascendente, fuente y base de toda norm a de nera racional: la ciencia del comportamiento podrá entonces
comportamiento. Durkheim piensa por tanto en una moral com­ constituirse de esta manera, al menos dentro de ciertos límites.
pletamente nueva, precisamente por ser humana y, en conse­ Cuando Durkheim exponía estas ideas en La Sorbona, ha­
cuencia, racionalizada. En contra del inmovilisino propio de to ­ bían ya transcurrido casi veinte años desde que había sido
puesta en vigor la ley sobre la enseñanza elemental universal
da moral con fundamento religioso, la nueva moral seguirá la
evolución de la sociedad, en cuanto expresión de una vida so­ y gratuita. Se trataba de un paso im portante que, por un lado,
cial susceptible de desarrollo infinito. había abierto las puertas a un gran número de personas, mien­
Pero ¿qué relación hay entre la conciencia individual y es­ tras que por otro había creado problemas nuevos, sobre todo
ta realidad moral que se le impone desde fuera? Durkheim ape­ desde el punto de vista político y pedagógico. La escuela se
la explícitamente a Kant, al poner de relieve el imperativo de presentaba realmente com o el lugar natural en el que se po­
la ley manteniendo la autonomía de la voluntad. La antinomia dían preparar los ciudadanos de la república. De esta forma ad­
entre libertad y constricción, dice Durkheim, quedó resuelta por quiría gran importancia la enseñanza de una moral laica, ligada
Kant cuando recurrió a la sensibilidad que existe en el indivi­ a la situación política del estado, mucho más necesaria en la
duo, y en relación con la cual se tendría solamente la constric­ Francia de entonces, ansiosa de unir a todo el pueblo en la pre­
paración de su revancha contra Alemania. Y la moral, dice
20
21
Durkheim, tiene que enseñarse, no inculcarse. Hay que mirar siente cada vez más partícipe de la totalidad social. Este es el
a la fuerza de la racionalidad, no a la pura autoridad. Sólo así «tipo» del individuo normal, o sea, del hom bre equilibrado que
podrá alcanzarse aquella autonomía de la voluntad entendida co­ se encuentra en arm onía consigo mismo y con el ambiente so­
m o adhesión consciente a unas norm as determinadas. Esta auto­ cial que lo rodea. Este modo de presentar el problema de la edu­
nomía d e la voluntad constituye, según Durkheim. la caracterís­ cación está muy cerca d e las ideas que estaba enseñando Buis­
tica que diferencia a la moral laica de cualquier otra, ya que ló­ son en La Sorbona cuando fue sustituido por Durkheim; era pre­
gicamente tal autonomía no puede plantearse en una moral re­ ciso trabajar a fondo para crear una nueva escuela que constitu­
ligiosa. Dentro de esta perspectiva va implícito el que exista yese la base para la formación de una sensibilidad cívica y de
una ciencia humana de la moral y, consiguientemente, el que una conciencia política totalmente renovadas. A fin de poder
los hechos morales sean fenómenos naturales, que pueden expli­ alcanzar este objetivo es necesario que la actividad de la edu­
carse solamente mediante la razón. cación no se base ni en la pura iniciativa personal, ni en senti­
El análisis de estos tres elementos fundamentales de la mo­ mientos o ideas vagas; para no cometer errores es menester se­
ral ocupa la primera parte del curso sobre la educación moral. guir las normas de una verdadera ciencia pedagógica.
E n la segunda parte el autor se ocupa de cómo es posible La educación, como conjunto de hechos, puede ser el obje­
constituir y desarrollar en el niño estos principios. Partiendo del to de una ciencia, en cuanto que se trata de descubrir el poiqué
análisis de la sociedad contemporánea, siguiendo el método histó- de cierto tipo de educación.
rico-comparativo, tras haber logrado teorizar unos cuantos prin­ Durkheim llega de esta manera a definir la pedagogía como
cipios, Durkheim se dirige de nuevo a la realidad práctica, bus­ «reflexión aplicada, lo más metódicamente posible, a los hechos
cando algunos modos de realización de sus principios. de la educación, con la finalidad de regular su desarrollo». Lo
En el joven, nos dice, los elementos que constituyen el espí­ mismo que cualquier otra ciencia de los factores morales, como
ritu de disciplina, la adhesión al grupo y la autonomía de la vo­ la sociología y la ciencia de la moral, también la pedagogía tie­
luntad, puede decirse que son casi nulos. Falta especialmente ne que ser considerada dentro de su dimensión esencialmente
el gusto por la regularidad y por el orden; en este punto el social. En la educación del niño y del adulto, es siempre el fu­
niño no hace más que reproducir uno de los caracteres distin­ turo lo que hay que tener ante la vista. 1.a pedagogía tendrá que
tivos d e la hum anidad primitiva. Esta situación infantil refleja recurrir sobre todo a la psicología y a la sociología, esto es, a
la escasa organización que hay en su vida, su falta de formación. aquellas ciencias que nos permiten conocer al individuo en su
Pero el niño presenta en este período dos características que situación personal y en su comportamiento social. El tema de
resultan fundamentales para la educación: la receptividad ante la importancia social de la pedagogía se pone de relieve en el
el mandato y el apego a la tradición. Se trata de unos elementos discurso inaugural que pronunció Durkheim en el momento de
que deberán ser utilizados de una m anera formativa y no re­ tom ar posesión de la cátedra de Science de ¡'education en La
presiva. Por eso es menester apoyarse en la especial sensibili­ Sorbona el año 1902. Se trata, dice Durkheim, del medio más
dad del niño y abrir paso en su interior para la formación de importante que tenemos a nuestra disposición para preparar a
u n a conciencia social, esto es, de una conciencia que lo lleve los individuos a la vida social. De la sociedad estructurada de
a insertarse en un grupo. Esto se obtiene en la medida en que cierta m anera es de donde nace un tipo de pedagogía; al estu­
el deber que se le impone al niño en la escuela es algo más frío diar la estructura social, se van comprendiendo sus problemas,
e impersonal que cualquier otra obligación que pueda experi­ sus necesidades, sus contradicciones, y este trabajo, dando ori­
m entar quedándose en el interior de su propia familia. De es­ gen a un cambio pedagógico, influye a su vez en la misma rea­
te modo empieza a ponerse directamente en contacto con la lidad social. Con la educación es como hemos de formar al ser
fuerza d e 'la conciencia colectiva que, en la escuela, actúa so­ social, que no es el individuo puro y simple, tal como nos lo
bre él como fuerza extraña, y de la que tiene que tom ar con­ ofrece la psicología y la fisiología. El ser social solamente pue­
ciencia para adquirir la autonom ía de su voluntad, elemento fun­ de llegar a formarse adecuando al individuo a la conciencia co­
damental de la libertad humana. De este modo es como podrá lectiva, en cuanto que esa conciencia representa una realidad
formarse el individuo que, por un lado, obedece cada vez más diversa y superior a los individuos, que está ya constituida en
conscientemente a los imperativos de la sociedad, y por otro se el momento de su nacimiento y que se impone a ellos con auto-

22 23
rielad. Esa fuerza de la conciencia colectiva es la más im portan­ ra alcanzar el status de salud social, de armonía entre los in­
te entre las diversas fuerzas que actúan sobre el individuo, el dividuos y entre los diversos grupos sociales. Y el estudio his­
cual presenta entonces en su vida dos aspectos, u n a especie de tórico de la manera como aparece este fenómeno en las di­
dos seres que coexisten dentro de una misma realidad. versas épocas del desarrollo de la civilización nos será de in­
mensa utilidad para que nos demos cuenta de nuestra situación
E n c ad a u n o de nosotros, p o r así decirlo , coexisten d o s seres que
n o pueden se p a ra rse , p e ro q u e, sin em bargo, so n d istin to s. F.l u n o
de hombres insertos en una sociedad moderna.
está hech o d e to d o s los e stad o s m en tales q u e se refieren a n osotros Por tanto, la sociedad, como conjunto de fuerzas psicológi­
m ism os y a los aco n tecim ien to s d e n u e stra vida personal; es lo que cas y morales, se sitúa no sólo como fin, sino también como nor­
p o d ríam o s lla m a r n u e stro ser individual. F.l o tro es un sistem a de ma. En el discurso de Durkheim resulta aplastante la preemi­
ideas, d e sentim ientos, d e hábitos, que expresan en nosotros, no
ya n u estra p ersonalidad, sin o el g ru p o o los g ru p o s d ifere n te s de
nencia de la sociedad sobre los individuos, sin que se establez­
los que fo rm am o s p a rte ; tales son, p o r ejem plo, las c reen cias re li­ ca entre ambos polos, igualmente necesarios, una relación dia­
giosas, las convicciones y las p rácticas m o rales, las trad icio n es n a ­ léctica.
cionales o profesionales, las op in io n es colectivas d e to d o g enero; Yo creo que debemos distinguir en el planteamiento de Dur­
y su c o n ju n to es lo q u e fo rm a n u e stro se r social.
L a finalidad de la educació n consiste en c o n stitu ir d e n tro d e c a ­
kheim dos aspectos que pueden separarse con suficiente clari­
d a u n o d e n o so tro s a ese se r social. E sp o n tán e am e n te , el ho m b re dad. En efecto, nadie podría negar el fuerte impulso en sentido
n o se se n tiría in clin ad o a so m eterse a una a u to rid ad p olítica, a res­ progresista y reformista que tuvo su acción práctica en el terre­
p e ta r u n a disciplina m o ral, a sa c rifica rse ... Es p reciso q u e, e n el no de la escuela, gracias a su lucha contra las ingerencias del
tiem p o m ás breve posible, a ese ho m b re asocial q u e a p en a s acaba
d e n a ce r se le so b re p o n g a o tro capaz d e lle v a r una vida social y
clero, a su reivindicación de una escuela de la que no quedara
m oral. excluido ningún ciudadano y finalmente gracias a la im portan­
cia que concedió a la escuela como medio de crecimiento demo­
Lo mismo que en las sociedades primitivas, con el rito de la crático; pero tampoco es posible ignorar el peligro que encierran
iniciación, se pretende insertar al hombre de una forma defini­ algunas de sus formulaciones teóricas sobre la relación entre el
tiva dentro de cierto ambiente, viéndose este momento de la vi­ individuo y la totalidad social, en la medida en que 110 parece
da como una nueva creación, así también, a través de la edu­ que haya para el individuo ningún otro camino que recorrer
cación, hemos de «crear» el ser social, ya que el hombre es­ más que el de conformarse con las normas y con las directivas
pontáneamente uo acepta ciertas reglas, aun cuando potencial­ que encuentra a su alrededor al nacer, ya que su autonomía es
mente haya nacido para vivir en la sociedad. A diferencia de más bien el fruto de la conciencia de su imposibilidad de obrar
la iniciación, en la educación se trata d e u n a obra consciente, de otro modo que de una verdadera libertad.
basada en una búsqueda rigurosa, en donde ha quedado aparte Porque si es verdad para Durkheim que la escuela es un
todo elemento mistérico o religioso. Durkheim ha definido aquí poderoso medio de socialización, también es verdad que el man­
al ser social sobre la base de aquellos mismos elementos que tenimiento del orden existente está basado, desde el punto de
constituyen la conciencia colectiva; por eso lo ha definido como vista ideológico, en la capacidad que tiene la escuela para in­
«sistema de ideas, de sentimientos, de hábitos, que expresan en teriorizar las normas que regulan la vida de la colectividad en
nosotros, no ya nuestra personalidad, sino el grupo o los grupos el ánimo del niño.
diferentes de los que formamos parte». Por consiguiente, queda claro el contraste entre la afirma­
Por consiguiente, la conciencia colectiva es el fundamento ción de la supremacía de la búsqueda crítica en medio de la
de la vida social, lo cual hace posible una unidad de acción, de libertad y la afirmación de la necesidad de transform ar la escue­
fines, de comportamiento. Esta idea, que apareció ya al princi­ la en un momento de entrenam iento más o menos forzado.
pio de las’ investigaciones de Durkheim, lo va acompañando en Lo que viene a faltar, en el fondo, es la libertad de negar
el estudio de todos los aspectos de la sociedad, en la moral, el orden existente, de presentar precisamente en la escuela la
en la educación, en la investigación pedagógica. Solamente si se posibilidad de un orden y, como es obvio, de una sociedad, que
tiene en cuenta este elemento básico de la vida social, dice Dur­ sean completamente diversos y estén basados en unos princi­
kheim, es posible com prender la realidad hum ana que nos ro­ pios totalmente distintos de aquellos que están en la base de la
dea, descubrir su necesidad y escoger las normas oportunas pa­ civilización occidental.

24 25
Si la interiorización de las normas que sostienen una socie­ Es éste un tema de gran interés, que sería necesario des­
dad existente de hecho se convierte en la finalidad suprema de arrollar más a fondo para situar correctamente el trabajo peda­
la educación moral, se corrc el grave riesgo de disolver la psi­ gógico en relación con el que se asoma al conocimiento del
cología misma del individuo en una psicología de masa que mundo social y de las leyes que, aunque no hechas por nosotros,
puede convertirse en una tragedia. Europa tiene ya una triste condicionan sin embargo, nuestro obrar y exigen muchas veces
experiencia de ello. Aquellos mismos que sostuvieron con D ur­ nuestro asentimiento.
kheim la preeminencia de la realidad psíquica colectiva sobre la
individual, se quedaron aturdidos ante las consecuencias que
N edo B a rac an i
podía tener el planteamiento de este problema y que ellos no
habían previsto o intuido para el futuro, sino solamente com ­
probado para el pasado, particularmente entre los primitivos.
Sin querer aceptar la tesis de R anulf y de algunos otros,
que ven en algunos aspectos del pensamiento de Durkheim un
anuncio de las doctrinas fascistas, vale la pena leer algunas li­
nas de una carta del año 1936 escrita por M. Mauss, sobrino
de Durkheim, al propio Ranulf:

D u rk h eim , y d esp u és de él nosotros, som os, según creo, los fu n d a ­


d o re s d e la te o ría d e la a u to rid ad d e la rep resen tació n colectiva.
El q u e u n a s g ra n d e s sociedades co m o la s d e nu estro s días, m ás o
m enos salidas de la e d ad m edia, p u ed an sen tirse sugestionadas lo
m ism o que los au stralian o s p o r sus d a n za s y a g itad as c o m o un c o ­
rro d e niños, es algo q u e en el fo n d o 110 h a b ía m o s previsto. E sa
vuelta a lo p rim itivo no h a b ía sido o b jeto d e n u e stras reflexiones.
N o s c o n te n táb a m o s con u n a s c u a n ta s alusiones a los estad o s dc-
m encialcs, siendo así q u e se tr a ta d e algo m uy distinto. N o s c o n ­
ten tá b am o s tam b ién con p r o b a r- q u e e ra en el espíritu colectivo
d o n d e el in d iv id u o p odía e n co n trar la b a se y el alim en to p a ra su
libertad, p a ra su ind ep en d en cia, p a ra su p ersonalidad y p a ra su
crítica. E n el fo n d o h a b ía m o s c o n ta d o con los e x tra o rd in a rio s m e ­
d io s m o d ern o s.

Y también en una carta de 1939:

C reo q u e todo esto es u n a v e rd a d e ra trag e d ia p a ra nosotros, u n a


c o m p ro b a ció n dem asiado fu e rte de las cosas q u e y a h ab íam o s in ­
ducido y la p ru e b a d e q u e d e b eríam o s h a b e r e sp erad o esta c o m p ro ­
bación p o r el m al en lu g ar d e u n a c o m p ro b a ció n p o r el bien.

Para concluir, se podría subrayar finalmente la ligazón exis­


tente entre la idea del super-ego freudiano y la sociedad de
Durkheim. M e parece que en unas cuantas cosas Durkheim se
ha anticipado genialmente a Freud, en lo que se refiere a la
relación entre el individuo y un conjunto de normas s o c i a l
que se han afirmado históricamente y que se le imponen desde
fuera con una autoridad a la que no es posible desobedecer y
que constituyen para cada individuo un límite insuperable.

26
r

Nota biográfica

N acid o en 1858 en E pinal (L orena), co n te m p o rá n e o de F re u d y de


B ergson y u n poco m ás joven q u e W eber y C ro c e, D u rk h e im d e b e cier­
ta m e n te situ arse e n tre los in telectu ales q u e h a n e je rcid o m ay o r influencia
e n la c u ltu ra fran cesa y eu ro p ea d e p rincipios d e siglo.
El a m b ien te fa m ilia r, d e a n tig u a trad ició n ra b ín ica , dejó una h u e lla
p ro fu n d a y d u ra d e ra en su form ación; a u n q u e m ás ta rd e D u rk h e im a b a n ­
d o n ó to d as las p rácticas religiosas en sentido estricto en no m b ré do la
ra cio n alid ad científica, la c u ltu ra bíblica se g u irá siendo siem p re en el un
hech o im portante.
D espués d e sus estudios en fip in a l, D u rk h e im e n tró en 1879 en la
E scuela N o rm a l, d o n d e se e n co n tró con B ergson, Ja u rc s (con quien le ligó
u n a e strech a am istad), L évy-B ruhl y o tro s. C onseguido el d ip lo m a en
1882, se d e d ic ó a la e n señ an za en alg u n o s liceos, p rim e ro en Sens, luego
en San Q u in tín y en T royes. D u ra n te a q u e llo s añ o s D u rk h e im sig u ió p ro ­
fu n d iza n d o e n los estudios d e filosofía y d e sociología q u e h a b ía iniciado
ya en la N o rm a l; de este p e río d o es tam b ién su viaje a A le m a n ia, p rim e ro
a B erlín y lu eg o a L eipzig, donde escu ch ó al c éleb re p ro feso r W undt.
E n 1893 d e fen d ió y p ublicó sus tesis de d o c to ra d o : D e la división du
travail social: étude sur Vorganisation d e s sociétés supérieures, y su o tro
tra b a jo Q uid secu n d a tu s politicae scicntiae institu en d a e contulerít.
Poco d esp u és de re g re sa r d e A le m a n ia o b tu v o la c á te d ra d e P edago­
gía y ciencias sociales en B urdeos; p e rm a n ec ió en a q u e lla ciudad hasta
el a ñ o 1902, fe ch a en q u e fue lla m a d o a la S orbona.
D e este p e río d o son sus principales trab a jo s, a excepción d el tra ta d o
so b re la religión (L e s fo r m e s élé m e n ta ire s d e la vie religieusé) y su s cursos
so b re la m o ral y el p ra g m a tism o .
E n 1895 p ublicó L e s regles de la m é th o d e so ciologique y en 1897 L e
suicide. E n tre ta n to dio vida a un nuevo tipo d e revista, A n n é e Socio­
logique, q u e con una sola p u b licació n a n u al presen ta en una prim era
p a rte las lla m a d a s m é m o ire s (breves tra ta d o s con la finalidad de d em o s­
tr a r có m o p u ed en d e sa rro lla rs e y e la b o rarse los p ro b lem as y d a to s d e la
com pleja re alid a d social), c o n te n ien d o en u n a seg u n d a p a rte n um erosísi­
m as recen sio n es de los tra b a jo s d e c a rá c te r sociológico que iban a p a re ­
cien d o p o r to d a E uropa.

29

IU
S on años d e tra b a jo febril, vividos en m edio d e la to rm e n ta q u e a tr a ­
vesaba F ra n c ia d u ra n te el últim o decenio del siglo x ix . D e estos años
Bibliografía
(1895) es su curso so b re el socialism o, c u rso d ed icad o a e x am in ar el d e s­
a rro llo de las d o c trin as socialistas desde S aint-S im on h asta finales d e si­
glo. El tra b a jo q u ed ó incom pleto y solam en te la p rim e ra p a rte fue re c o ­
gida e n un v olum en titu lad o L e socialism e, sa defin itio n , ses debuts: la
d o c trin e sa in t-sim o n ien n e (o b ra po stu m a).
E n 1902 D u rk h e im fue lla m a d o a su stitu ir co m o su p len te a F e rd in an d
Buisson en L a S o rb o n a en la c áted ra d e P edagogía y ciencia d e la educa­
ción; en 1906 fue n o m b rad o titu lar. E n a q u ella universidad p ro se g u irá sus
tra b a jo s h asta 1917, a ñ o d e su m uerte.
E stos a ñ o s se o c u p a ro n casi exclusivam ente e n el estudio d e la m oral
y d e los fenóm enos religiosos. E n 1902 com ienza su c u rso so b re la e d u ­
c ació n m o ral, e n el que D u rk h e im , recogiendo la h e ren c ia d e B uisson,
in te n ta p la n te a r la enseñanza d e u n a m o ra l ra c io n a l laica, b a sad a en los
v alores de la vida asociada de las m o d ern a s sociedades nacionales y p a r­
tic u larm en te la francesa, m o ral q u e e n c u e n tra su eje en la acep tació n
a u tó n o m a v resp onsable de la vida social com o condición sine qua non
p a ra la realización del in dividuo y p u ra el p rogreso d e la civilización
occidental.
V an siguiendo a c o n tin u a ció n nu m ero sas publicaciones re la tiv a s al O B R A S D E D U R K H E IM (en o rd e n cronológico)
fenóm eno religioso h asta la publicació n , e n 1912, d e L e s fo r m e s ¿lém en-
taires d e la vie religieuse, tex to d e e n o rm e im p o rta n cia. L a ph ilo so p h ic d a n s les u niversiíés allem andes: R evue In te rn a tio n a le de
D u rk h eim estaba todavía tra b a ja n d o en estos d o s tem as c u an d o e sta ­ l'E nscignem ent X III (1887) 313-388 y 423-440.
lló la p rim e ra g u e rra m un d ial, q u e lo vio c o m p ro m etid o se riam en te en L a science p o sitiv e d e la m o ra le en A lle m a g n e : R evue P hilo so p h iq u e
el co m ité p a ra la publicación de los d o c u m e n to s so b re la g u e rra y e n la X X IV (1887) 33-58, 113-142 y 257-284.
acción por la so lid arid ad de to d o s los c iu d a d an o s e n el conflicto q u e h a ­ Q u id S ecú n d a la s politicae scientiae in stitu e n d a e contulerit. B ordeaux
b ría d e señalar la re v an c h a fran c e sa so b re la A le m a n ia v encedora en 1892, 74.
P arís en 1870. D e la division du travail social. É tu d e su r T organisaiion des socictes su-
D u rk h e im in te rru m p e sus estudios sobre el p ra g m a tism o , que fu e el périeures, P a ris 1S93, IX -471.
tem a d e su c u rso en 1912, curso ded icad o a su h ijo A ndré. L e s régies d e la m é th o d e sociologique, P aris 1S95, V IH -186.
F u e la m u erte de este últim o la q u e se ñ a ló tam b ién el final d el p a d re, L ’en se ig n e m e n t p h ilo so p h iq u e et l’agrégation d e p hilosophie: R evue P hilo­
q u e m u rió a n te s d e p a sa r un año (1917), a los 59 a ñ o s d e edad. so p h iq u e XXXLX (1895) 121-147.
L e suicide. É tu d e d e sociologie, P aris 1897, X II-462.
R ep résen ta tio n s ir.dividuelles e t représentations collectives: R evue d e M6-
tap h y siq u e et de M o ra le (1898) 273-302.
L ’in d ivid u a lism e et les intellectuels: R evue B leue 4 / X (1898) 7-13.
A n n é e so cio lo g iq u e I, P a ris 1898, VI1-564.
C o n trib u tio n á: L u q u e te su r Vin tro d u ctio n d e la sociologie dans- l'e n s e q ­
ue m en t secondaire: R evue In te rn a tio n a le d e Sociologie V II (1899) 679.
L a sociologie en F rance an X I X ' siécle: R evue B leue 4 /X I I I (1900) 609-
613 y 647-652.
PédagORie et sociologie: R evue de M etaphysique et d e M o ra le X I (1903)
37-54.
L ’élite in te lle ctu e lle et la dem ocratic: R evue B leue 5 /1 , 705-706.
C o n trib u tio n ¿i: L a m o ra le sa n s D ieu. Essai d e so lu tio n co llective: L a
R evue L IX (1905) 306-308.
D iscussion sur: L a separation d e s églises et d e l’é ta t: L ib re s E n tre tic n s
(1905) 317-377 y 453-508.
D iscussion sur: L a m o ra le positive. E xam en d e quelques d iffíc u ltís: Bu­
lle tin d e la Société F ra n $ a isc d e P hilosophie V III (1908).
D iscussion sur: L ’e ffica c ité d e s d o c trin e s m orales: B ulletin de la Société
F ra n g a ise d e P h ilo so p h ie IX (1909).
D iscussion sur: L 'éd u ca tio n sexuelle: B ulletin d e la Société F ran g aise de
Philo so p h ie X I (1911).

30 31
J u g em e n ts d e val a t r et ju g e m e n ts d e réalité, cn A til d el I V congresso C o n m é m o ra tio n d u centenaire d e la naissance d’E m ile D u rk h e im : A nnales
in tern a zio n a le d i filo so fía I , B ologna 1911, 99-114.
d e l ’U n iv e rsité de P a ris X X X / 1 (1960).
E ducation, c n N o u v ea u d ictionnaire d e pédagogie e t tfin stru c tio n pri- A. C uv illier, D u rk h e im e t M arx: C a h ie rs In te rn a tio n a u x de S ociologie IV
m aire, P aris 1911, 529-536.
E n fa n ce, Ibid.. 552-553. (1948) 75-97.
Pédagogie, Ibid.. 1.538-1.543. G . D avy, E m ile D u rkh e im . C hoix d e textos avec é tu d e du systém e socio-
logiquc, P a ris 1912, 222.
L e s fo rm e s élém cntaíres d e la vie religicuxe: le sy sté m e to té m iq u e en Id ., In tro d u c tio n a É m ile D u rk h e im . L e to n s de sociologie, P a ris 1950,
A lis Ira lie, P aris 1912, 647.
X L II-264.
D iscussion sur: S u r la cu ltu re genérale et la r e fo rm e d e l'enseignem ent:
Id., S o c io lo g ie s d ’hier et d ’a u fo u rd ’h u i, P aris 2 1950, 252.
U b re s E n trc tic n s (1912) 309-348.
L D u v ig n au d , D u rkh e im , sa vie, so n oeuvre, Paris 1965, 112.
L e duc.lism e d e la n a tu re h u m a in e et ses con d itio n s sociales: Scientia XV P. F a u c o n n e t, T h e D u rk h e im sch o o l in F rance: Sociological R eview X IX
(1914) 206-221.
(1927) 15-20.
Q u i a v o u lu la auerre? L es origines d e la g u e rre d 'a p ré s les d o c u m e n ts
d iplom atiques, P a ris 1915, 67. G . G u rv itch , E ssais d e sociologie, P aris 1939, 309.
Id., La vocation actueUe d e la sociologie, P a ris 1950, 553.
1,'A llem agne au-dessus d e to u t. L a m en talité a llc m a n d e et la guerre, Paris M . H albw achs, L e s origines d u se n tim e n t religieux d'aprés D u rk h e im , P a ­
1915, 48.
ris 1925, 119.
O. Ja c o v ella , Sociología e pedagogía in E m ilio D u rk h e im : R ivista Italian a
di P edagogía X V III (1925) 280-309.
O B R A S D K P U B L IC A C IO N PO ST U M A
R. L acom be, La m e th o d e sociologique d e D u rkh e im , P a ris 1926, 168.
R. L acrozc, É m ile D u r k h e im d B ordeaux: A ctes d e l’A cad ém ie N a tio n a lc
L a vie universitaire <) Paris, P a ris 1918.
des Sciences. B elles L ettres ct A rts d e B ordeaux (I960).
Im pédagogie de R ousseau: R evuc d e M élaphysique ct de M o rale X X V I P. L eguay, M . E m ile D u rk h e im , en U niversitaires d'a u jo u rd 'h u i, P a ris
(1919) 153-180.
1912. 340.
Intro d u ctio n á la m orale: R evue P hilosopliiquc L X X X IX (1920) 79-97.
R. A. Nis'oet, E m ile D u rk h e im , E nglew ood C liffs 1965, X -179.
E ducation e t sociologie, P a ris 1922, 160 (reco p ilació n d e ensayos y escri­
Id., T h e sociological tradition, N ew Y o rk 1966.
to s ap are cid o s e n tre 1903 y 1911).
A . K. C. O ttaw ay, E ducational sociology o f E m ile D u rkh e im : British
Sociologie el philosophic, P a ris 1924, X V -142 (recopilación de ensayos lo u rn a l o f Sociology V I (1955) 213-227.
a p arecid o s e n tre 1898 y 1911).
T. Parsons, T h e stru ctu re o f social actions. N ew Y o rk 1937.
L ’é ducation m orale, P a ris 1925, IV -326.
A. Pizzorno, In tro d u zio n e a I.a divisio n e del lavoro sociale, M ilano 1962,
L e socialism e, sa d é fin ilio n , ses débuts: la do ctrin e saint-sim onienne, P a­
ris 1928, X i-353. X V II-X X X 1V .
C. Schiavo, R ifle ssio n i critiche sulla d o itrin a etico-pcdagogica d i E . D u r­
L ’évo lu tio n pédagogíque en F rance, P a ris 1938; 1) D es origines á la renai­ k h e im e su lla sociología frúncese m oderna: A tti d e ll'A c ca d e m ia di
ssance: 11) D e la renaissance á n o s jours, 224 y 228 pgs.
Scienzc di T o rin o (1925-1926).
Lemons d e sociologie. P hysique des m o cu rs el d u d ro it, P aris 1950, X L II- G . S im pson, É m ile D u r k h e im , N ew Y ork 1963, 129.
264.
P. S o rokin. C o n tem p o ra ry sociological theories, N ew Y ork 1928.
P ragm alism e et sociologie, P a ris 1955.
H . S tu a rt H ughes. C oscienza e societa, T o rin o 1967, 428.
Im science sociale e t ¡'action (recopilación), P a ris 1970, 335. C . A . V iano, In tro d u zio n e a L e rególe del m é to d o sociologico, M ilano
Journal sociologique (recopilación d e escritos a p arecid o s en A n n é e Socio-
logique), Paris 1969, 728. 1963, I-X X X .
Id., L a d im e n siv n e n o rm a tiva n ella sociología d i D u rkh e im : Q u ad crn i di
Sociología X I I /3 (1963) 310-352.
K. H . W olf, E m ile D u rk h e im , ¡858-1917. A co lle ctio n s o f essays w ith
O B R A S SO B R E D U R K H E IM
tran sla tio n and bibliog raphy, C o lu m b u s (O hio) 1960, X IV -466.
H . A lp erl, É m ile D u r k h e im a n d h is sociology. N e w Y ork 1939, 233.
R. B icrstedt, E m ile D u rkh e im , L ondon 1966, 255.
C. B ouglé, B ilan d e la sociologie fra n fa is e co n tem p o ra in e, Paris 1935,
V 1I-I72.
Id., É m ify D u rk h e im , en E n cyclopedia o f social sciences V, 291-292.
R. C antoni, In tro d u zio n e a L e fo r m e elem entan' della vita religiosa, M i­
lano 1963.
Id., L a sociología religiosa d i D u rkh e im : Q u a d crn i di sociología X I I /3
(1963) 239-271.
T . N. C lark , E m ile D u rkh e im and the institutionalisation u f sociology in
fre n ch university system : A rchives E u ro p ée n n es d e S ociologie I X / 1
(1968) 37-71.

32
I
SO C IO LO G IA Y FILO SO FIA
El dualismo de la naturaleza humana
y sus condiciones sociales *

Aun cuando la sociología se defina como ciencia de las so­


ciedades. la verdad es que no puede tratar de los grupos hum a­
nos, que constituyen el objeto inmediato de su investigación,
sin llegar finalmente hasta el individuo, elemento último del que
están compuestos estos grupos. En efecto, la sociedad no pue­
de constituirse a no ser con la condición de penetrar en las con­
ciencias individuales hasta formarlas «a su propia imagen y se­
mejanza»; sin querer dogmatizar demasiado, se puede de todas
formas decir con seguridad que muchos estados mentales, in­
cluso de los más esenciales, tienen un origen social. En este
aspecto, es el todo — en larga medida— lo que hace a la par­
le; en consecuencia, es imposible empeñarse en explicar el to­
do sin explicar la parte, al menos por contraste. El producto
por excelencia de la actividad colectiva es esc conjunto de bie­
nes intelectuales y morales que llamamos civilización; por este
motivo A ugust Comtc hacía de la sociología la ciencia de la
civilización. Pero, desde otro punto de vista, es la civilización
la que hace al hombre; es la civilización la que lo distingue del
animal. El hom bre es hombre solamente en cuanto que es ci­
vil. Buscar las causas y las condiciones de las que depende la
civilización quiere decir esencialmente buscar también las cau­
sas y las condiciones de lo que hay en el hombre de más es­
pecíficamente humano. De esta forma la sociología, aun apoyán-

E n sa y o d e 1914, a p are ció en Scicntia X V (1914) 206-221.


dose en la psicología, de la que no podría prescindir, le paga a > iba continuam ente al cuerpo; mientras este último es consi-
su vez su tributo, que iguala y supera en importancia a las ayu­ •li rado como esencialmente profano, el alma inspira esos sen-
das que de ella había recibido. Solamente en el análisis histórico timientos que se le reservan siempre a lo que es divino. El alma
podremos darnos cuenta de cómo se ha formado el hombre, en fstá hecha de la misma sustancia que los seres sagrados; difiere
cuanto que solamente se ha formado en el curso de esa historia. tie ellos solamente en grado.
La obra que hemos publicado recientemente sobre Les for­ Una creencia tan universal y permanente no podría ser pu-
m es élémentaires d e la vie religieuse nos permite ilustrar con i ám ente ilusoria. Para que en todas las civilizaciones que co­
un ejemplo esta verdad general. Al intentar estudiar sociológi­ nocemos el hombre se sienta doble, es necesario que haya en él
camente los fenómenos religiosos, nos liemos visto impulsados algo que ha dado vida a este sentimiento. Y efectivamente, lo
a tantear un modo de explicación científica de una de las par­ ha confirmado el análisis psicológico: en el seno mismo de
ticularidades más características de nuestra naturaleza. Desde nuestra vida interior, ese análisis se encuentra con esa misma
el momento en que, con gran maravilla por nuestra parte, el dualidad.
principio sobre el que se basa esta explicación no parece que Tanto nuestra inteligencia como nuestra actividad presentan
haya sido comprendido debidam ente por los críticos que hasta dos formas bastante diferentes: por una parte están las sensa­
ahora han hablado del libro, hemos creído que sería interesante ciones 1 y las tendencias sensibles, p or o tra está el pensamien­
exponerlo brevemente a los lectores de Scientia. to conceptual y la actividad moral. Cada una de esas dos par­
1. Esta particularidad consiste en la dualidad constitucional tes de nosotros mismos gravita en torno a un polo que le es
de la naturaleza humana. propio. Y estos dos polos no solamente son distintos el uno
De esta dualidad el propio hom bre h a tenido en todo tiem­ del otro, sino que se configuran como opuestos entre sí.
po un sentido muy vivo. Ein efecto, en todas partes el hombre Nuestros apetitos sensibles son necesariamente egoístas; tie­
se ha concebido como formado por dos seres heterogéneos: por nen por objeto nuestra individualidad y sólo ella. Cuando sa­
un lado el cuerpo, por otro el alma. Incluso cuando el alma ha tisfacemos nuestra hambre, nuestra sed, etc., sin que esté en
sido representada de una forma material, la materia con que juego ninguna otra tendencia, nos satisfacemos a nosotros mis­
estaba formada no era de la misma naturaleza que la materia mos y solamente a nosotros2. Por el contrario, la actividad
del cuerpo. Se ha dicho que era más etérea, más sutil, más plás­ moral se reconoce por el hecho de que las reglas de conducta
tica, que no impresionaba a los sentidos de la misma forma que a la que se conforma son susceptibles de tener un carácter uni­
los objetos propiamente sensibles, que no estaba sometida a las versal. P or consiguiente, esa actividad persigue, por definición,
mismas leyes, etc. N o solamente son estos dos seres sustan- unos fines impersonales. La moralidad se engendra únicamente
cíalmente diversos, sino que son también, en medida muy am­ en el desinterés, en la adhesión a una cosa distinta de nosotros
plia, independientes el uno del otro, e incluso muchas veces en m ism os3. Y este mismo contraste es el que se da también en el
conflicto entre sí. D urante siglos se ha creído que el alma po­ orden intelectual.
día ya en esta vida escaparse del cuerpo y llevar en la lejanía
una existencia autónoma. Pues es sobre todo en la muerte don­ 1. A la s sensaciones se ría necesario a ñ a d ir las im ágenes, p ero com o
de se ha admitido siempre esta independencia de una forma no son m ás q u e sensaciones q u e sobreviven a sí m ism as, n o s p a rec e inútil
clarísima. U na vez que el cuerpo se disuelve y queda aniquila­ m en c io n arlas p o r se p a ra d o . L o m ism o d e b e d e c irse d e esos ag lo m erad o s
do, el alma sobrevive y prosigue bajo unas condiciones nuevas, d e im ág en es y de sensaciones q u e son la s percepciones.
2. H a y in d u d a b le m e n te in clin ac io n e s eg o ístas q u e n o tienen co m o
durante un tiempo más o menos largo, el curso de su destino. o b je to cosas m ateriales. P e ro los a p e tito s sensibles son el tipo p o r ex ce­
Se puede decir también que, aun estando estrechamente aso­ len c ia d e la s ten d e n cia s egoístas. T am b ién creem o s q u e la s inclinaciones
ciados, el alm a y el cuerpo no pertenecen al mismo mundo. q u e n o s ligan a un o b je to d e o tro genero, sea cu al fu e ra el p a p e l que
El cuerpo forma parte integrante del universo material, tal co­ en to n c es re p re se n ta el im p u lso sensible, su p o n e n n ece sa ria m en te u n m ovi­
m ien to de expansión fu e ra d e nosotros, q u e su p era al p u ro egoísm o. T a l
mo lo conocemos a través de la experiencia sensible; la patria e s el caso, p o r ejem plo, d e l a m o r a la g loria, a l p o d er, etc.
del alm a está en otro lugar, y el alma tiende siempre a regre­ 3. V éase n u e stra com u n icació n a la S ociedad fran c e sa d e filosofía
sar a ella. Esta patria es el mundo de las cosas sagradas. Por so b re la d e te rm in a ció n d e l h e c h o m o ra l: B u lle tin d e la S ociété F ra n g a ise
eso siempre se ha visto rodeada de una dignidad que se le ne- d e P hilo so p h ie (1906) 113 s (p ublicado tam b ién en Sociologie e t p h ilo so ­
phic, P a rís 1963, 49 s).
38
Una sensación de color o de sonido está en estrecha depen­ otra parte está todo aquello que en nosotros expresa algo dis-
dencia de mi organismo individual y yo no puedo apartarla de tinto de nosotros mismos.
él. M e es imposible trasferirla de mi conciencia a la conciencia Estos dos tipos de estados de conciencia no son únicamente
de otro. Puedo perfectamente invitar al otro a que se ponga distintos por su origen y por sus propiedades; entre ellos existe
frente al mismo objeto y a que se someta a su influencia, pero la un verdadero y auténtico antagonismo. Se contradicen y se nie­
percepción que de él tenga será o b ra de él y será algo suyo, lo gan mutuamente. N o nos es posible consagram os a los fmes
mismo que la mía me pertenece solamente a mí. Por el contra­ morales sin depender de nosotros mismos, sin chocar con los
rio, los conceptos son siempre comunes a una pluralidad de instintos y las inclinaciones más profundamente arraigadas en
hombres. Se constituyen en virtud de unas palabras: pues bien, nuestro cuerpo. No existe ningún acto moral que no implique
el vocabulario como la gramática de una lengua no son obra un sacrificio, ya que — como ha demostrado Kant— le ley del
ni propiedad de ninguno en particular; son el producto de una deber no puede hacerse obedecer sin humillar nuestra sensibili­
elaboración colectiva y expresa la colectividad anónim a que las dad individual o — como él decía- «empírica». Es verdad que
usa. La noción de hombre o de animal no es propia mía; es, podemos sin duda alguna aceptar este sacrificio sin resistencias
en una medida muy amplia, común a mí y a todos los hombres c incluso con entusiasmo; pero, aun cuando sea llevado a tér­
que pertenecen al mismo grupo social al que pertenezco yo. mino con un impulso alegre y generoso, no dejará de ser un
De este modo, al ser comunes, los conceptos son el instrumen­ sacrificio real, lo mismo que el dolor buscado espontáneamente
to por excelencia de todo comercio intelectual. A través de ellos por el asceta no deja por ello de ser dolor. Y esta antinomia
se comunican los espíritus. Evidentemente, cada uno de nos­ es tan profunda y tan radical que no puede nunca quedar real­
otros individualiza, al pensarlos, los conceptos que recibe de la mente resuelta. ¿Cómo podremos enteram ente pertenecer a nos­
comunidad y les imprime su sello personal; pero no existe nin­ otros mismos y enteram ente a los demás, o viceversa? El yo
guna cosa personal que no sea susceptible de una individuali­ no puede ser completamente distinto de sí, pues en ese caso
zación de este tip o 4. se desvanecería por completo. Es lo que acontece en el éxtasis.
Así pues, estos dos aspectos de nuestra vida psíquica se Para pensar es necesario ser, tener una individualidad. Pero
oponen el uno al otro como lo personal a lo impersonal. Hay por otra parte el yo no puede ser entera y exclusivamente yo,
en nosotros un ser que se representa por completo en relación porque entonces quedaría vacío de todo contenido. Si para pen­
consigo, desde su punto de vista; y que en todo lo que hace sar es necesario ser, también es necesario tener algunas cosas
no tiene ningún otro objeto más que a sí mismo. Pero hay tam­ en que pensar. Pues bien, ¿a qué quedaría reducida la concien­
bién otro que conoce las cosas sub specie aeternitatis, com o si cia si no expresase algo distinto del cuerpo y de sus estados?
participase de un pensamiento distinto del nuestro y que, al N o podemos vivir sin representarnos el m undo que nos rodea,
mismo tiempo, en sus actos, tiende a realizar unos fines que lo los objetos de todo tipo que lo pueblan. Pero por el m ero hecho
superan. Por consiguiente, la antigua fórmula de hom o duplex de que nos los representamos, ellos entran en nosotros, hacién­
está comprobada por los hechos. Lejos de ser unos seres sim­ dose de esta forma una parte de nosotros mismos; consiguien­
ples, nuestra vida interior tiene com o un doble centro de gra­ temente, dependemos de ellos, nos adherimos a ellos al mismo
vedad. Está por una parte nuestra individualidad y, más espe­ tiempo que a nosotros mismos. Por eso hay en nosotros algo
cíficamente, nuestro cuerpo que le sirve de fundamento 5; y por distinto de nosotros que está suscitando nuestra actividad. Es
un error creer que es posible vivir de un modo egoísta. El egoís­
mo absoluto, lo mismo que el altruismo absoluto, son límites
4. N o p re te n d em o s n e g arle a l in d iv id u o la fa c u lta d d e fo rm a r c o n ­
ceptos. E lt in dividuo h a a p ren d id o de la colectividad a fo rm a r re p re se n ­
ideales que jamás pueden alcanzarse en la realidad. Son estados
tacio n es d e este lipo: p e ro in clu so lo s c o n cep to s q u e el fo rm a d e este a los que se puede uno acercar indefinidamente, pero sin llegar
m odo tienen las m ism as características q u e los d e m á s: están con stru id o s a realizarlos nunca adecuadamente.
d e fo rm a q u e p u e d an s e r unlversalizados. A u n c u an d o sean o b ra d e una
so la persona, son en p a rte im personales.
5. D ecim o s n u e stra individ u a lid a d y no n u e stra personalidad. A un
c u an d o m u ch as veces se to m e u n o d e estos térm in o s p o r el o tro , es im ­ p o r ele m en to s sup rain d iv id u ales (véase sobre este tem a L e s fo r m e s élé-
p o rta n te distin g u irlo s cuidadosam ente. I.a p e rso n alid ad e stá c onstituida m e m a ire s d e la vie religieuse, P a ris 1912, 386-390.

40
Esto mismo es lo que sucede en el orden del conocimiento. y esta antinomia?, ¿de dónde proviene — recogiendo otra expre­
No comprendemos a no ser con la condición de pensar a tra­ sión de Pascal— el hecho de que seamos ese «monstruo de con­
vés de conceptos. Pero la realidad sensible no está hecha para tradicciones» que nunca puede satisfacerse por completo? Si es­
entrar espontáneamente en el cuadro de nuestros conceptos. Se ta situación especial es uno de los rasgos distintivos de la hu­
nos muestra resistente y, para doblegarla, es preciso violentarla manidad, la ciencia del hombre tendrá que intentar dar cuenta
de alguna manera, someterla a todo tipo de operaciones labo­ de ella.
riosas que la alteran hasta conseguir hacerla asimilable por el 2. Las soluciones propuestas para este problema, sin em­
espíritu, aunque nunca llegamos a triunfar por completo de sus bargo, no son numerosas ni especialmente variadas.
resistencias. Jamás nuestros conceptos lograrán dominar a nues­ Dos doctrinas, que han tenido un gran peso en la historia
tras sensaciones y traducirlas integralmente en términos com ­ del pensamiento, consideran que son capaces de eliminar esta
prensibles. Asumen una forma conceptual, únicamente perdien­ dificultad negándola, esto es, haciendo de esa dualidad del hom­
do lo que tienen más concreto dentro de ellas mismas, aquello bre una simple apariencia. Se trata de las teorías que han reci­
que hace que hablen a nuestra sensibilidad y nos impulsen a la bido el nombre de monismo empirista y monismo idealista.
acción: y entonces se convierten en una cosa m uerta y fija. Por Para el prim ero, los conceptos son sensaciones más o me­
tanto, no podemos com prender las cosas sin renunciar, en parte, nos elaboradas, consistirían en su conjunto en grupos de imá­
a sentir su vida; y no podemos sentir esa vida sin renunciar a genes similares, a las que un mismo término daría una especie
comprenderla. Es verdad que a veces soñamos con una ciencia de individualidad, pero sin que tuvieran realidad alguna fuera
capaz de expresar adecuadamente lo real; pero éste es un ideal de esas imágenes y sensaciones, de las que no serían m ás que
al que podemos acercarnos indefinidamente, pero sin que poda­ una prolongación. De manera análoga, la actividad moral no
mos alcanzarlo jamás. sería otra cosa más que un aspecto distinto de la actividad in­
Esta contradicción interna es una de las características de teresada: el hombre que obedece al deber no haría más que
nuestra naturaleza. Según la expresión de Pascal, el hombre es obedecer a su propio interés entendido correctamente. E n se­
al mismo tiempo «ángel y bestia», sin que sea exclusivamente mejantes condiciones, el problema desaparece: el hombre es
una cosa ni la otra. De aquí se sigue que nunca estamos com ­ uno y, si se presentan en él algunos contrastes graves, esto quie­
pletamente de acuerdo con nosotros mismos, ya que no pode­ re decir que no obra ni piensa en conformidad con su natura­
mos seguir a una de nuestras dos naturalezas sin que se resien­ leza. El concepto, interpretado correctamente, no puede opo­
ta y padezca la otra. Nuestros goces no pueden ser nunca puros; nerse a la sensación, de la que depende; tampoco el acto moral
siempre se mezclará en ellos algún dolor, ya que nunca seremos podría encontrarse en conflicto con el acto egoísta, ya que en
capaces de satisfacer simultáneamente a los dos seres que hay definitiva se deriva d e unos impulsos utilitarios, a no ser que
en nosotros. Y este desacuerdo, esta perpetua división contra estemos engañados sobre la verdadera naturaleza de la morali­
nosotros mismos, es lo que constituye al mismo tiempo nuestra dad. Desgraciadamente, los elementos fundamentales del proble­
grandeza y nuestra miseria: nuestra miseria, ya que estamos ma permanecen intactos. Sigue en pie el hecho de que el hom ­
entonces condenados a vivir en el sufrimiento, y también nues­ bre h a sido en todo tiempo un ser inquieto y descontento; siem­
tra grandeza, ya que de este modo es como podemos distinguir­ pre se ha sentido atorm entado, dividido contra sí mismo, y las
nos de los demás seres. F.1 animal consigue su propio placer creencias y las prácticas a las que en todas las sociedades y civi­
de un modo unilateral y exclusivo; solamente el hombre se ve lizaciones ha atribuido mayor valor tenían y siguen teniendo to­
obligado a dejar normalmente un puesto al sufrimiento en su davía como objeto, no ya la supresión de esas divisiones inevi­
propia vida. tables, sino la atenuación de sus consecuencias, la posibilidad
De este modo, la antítesis tradicional entre el cuerpo y el de atribuirles un sentido y una finalidad, la de hacerlas más
alma no es una vana concepción mitológica, sin fundamento soportables o, al menos, la de proporcionar al hombre cierto
alguno en la realidad. Efectivamente, es verdad que somos do­ consuelo ante ellas. Es inadmisible que este estado de malestar
bles, que realizamos una antinomia. Pero entonces se nos im­ universal y crónico haya sido el producto de una simple abe­
pone un interrogante que ni la filosofía ni tampoco la psicolo­ rración, que el hombre haya sido el artífice de su propio sufri­
gía positiva pueden eludir: ¿de dónde proviene esta dualidad miento v que se haya ostinado estúpidamente en esto, si real­

42
mente la naturaleza lo hubiera predispuesto a vivir en armonía; prendente que nuestra naturaleza se unificase y se armonizase,
en efecto, con el correr de los tiempos, la experiencia debería mientras advertimos que van creciendo nuestras discordancias.
haber disipado un error tan lamentable. Por lo menos, sería ne­ Por otra parte, aun suponiendo que estas discordancias son
cesario explicitar de dónde puede provenir u n a obcecación tan superficiales y aparentes, todavía sería necesario explicar esta
incomprensible como esta. Se sabe, por otra parte, cuán graves apariencia. Si las sensaciones no existen fuera de los conceptos,
son las objeciones que suscita la hipótesis empirista. Nunca todavía sería necesario decir cuál es la razón de que éstos no
ha logrado explicar cómo lo inferior puede convertirse en su­ se nos presenten como son, sino que nos parecen complicados
perior, cómo la sensación individual, oscura, confusa, puede y confusos. ¿Qué es lo que puede haberles impuesto esa falta
convertirse en ese concepto impersonal, claro y distinto, cómo de determinación, manifiestamente contraria a su naturaleza?
el interés puede transformarse en desinterés. El idealismo se encuentra aquí en presencia de dificultades
Esto mismo es lo que ocurre en el caso del idealismo abso­ opuestas a las que con frecuencia y con mucha razón se han
luto. También para él la realidad es única: está hecha única­ suscitado contra el empirismo. Si nadie ha podido jamás expli­
mente de conceptos, de la misma m anera que para el empirista car cómo lo inferior ha podido hacerse superior, cómo la sen­
estaba hecha exclusivamente de sensaciones. A una inteligencia sación, sin dejar de ser ella misma, ha podido verse elevada a
absoluta, que viera las cosas tal como son, el mundo se le pre­ la dignidad de concepto, resulta igualmente difícil com prender
sentaría como un sistema de nociones definidas, vinculadas las cómo lo superior ha podido hacerse inferior, cómo el concepto
unas con las otras por relaciones igualmente definidas. En cuan­ h a podido alterarse y degenerar espontáneamente, hasta con­
to a las sensaciones, de suyo no son nada; no son más que vertirse en sensación. Esta caída no puede haber sido espontá­
conceptos turbios y confusos, mezclados los unos con los otros. nea. Es necesario que haya sido determ inada por algún princi­
El aspecto bajo el que se ofrecen a nuestra experiencia se deri­ pio contrario. Pero no queda ningún lugar para un principio
va únicamente del hecho de que no sabemos distinguir sus de este género cn una doctrina que es esencialmente monista.
elementos. En semejantes condiciones, no puede haber ninguna vSi se descartan estas teorías que suprimen el problema en
oposición fundamental ni entre el mundo y nosotros, ni entre vez de resolverlo, las únicas teorías que están en boga y que
las diferentes partes de nosotros mismos. La oposición que a merecen ser examinadas son aquellas que se limitan a afirmar
veces creemos descubrir se debería a un simple error de pers­ el hecho que hay que explicar sin dar cuenta de él. Está, en
pectiva que bastaría con rectificar; pero entonces habría que primer lugar, la explicación ontológica formulada por Platón.
com probar que esa oposición se va atenuando progresivamente El hombre sería doble porque en él se encuentran dos mundos:
en la medida en que se va extendiendo el terreno del pensa­ el de la materia ininteligente y amoral por una parte, y el de
miento conceptual, en la medida en que aprendemos a pensar las ideas, el del espíritu, el del bien por otra. Al ser natural­
menos con las sensaciones y m ás con los conceptos, esto es, m ente contrarios, estos dos mundos chocan dentro de cada uno
en la medida en que la ciencia se va desarrollando hasta con­ de nosotros y, al ser independientes uno del otro, nos vemos en
vertirse en un factor más im portante dentro de nuestra vida conflicto con nosotros mismos. Pero si esta respuesta, totalmen­
mental. te metafísica, tiene el mérito de afirmar, sin atenuarlo en lo más
Desgraciadamente, la historia está muy lejos de confirmar mínimo, el hecho que es preciso interpretar, acaba hipostati-
estas esperanzas tan optimistas. Al contrario, la inquietud hu­ zando los dos aspectos de la naturaleza humana sin dar cuenta
m ana parece ir en aumento. Las religiones que más insisten en de ellos. Decir que somos dobles porque existen en nosotros
las contradicciones con que tropezamos, las que más se esfuer­ dos fuerzas contrarias, equivale a volver a plantear el problema
zan cn pintar al hombre como un ser atorm entado y doloroso, en términos diferentes, pero no significa ni mucho menos dejar­
son las grandes religiones de los pueblos modernos, mientras lo resuelto. Sería necesario decir además de dónde provienen
que los cultos groseros de las sociedades inferiores respiran c esas dos fuerzas, cuál es la oposición entre ellas y a qué se
inspiran una alegre confianzatt. Pues bien, las religiones expre­ debe esa oposición. Indudablemente se puede también admitir
san la experiencia vivida de la humanidad; sería realmente sor­ que el mundo de las ideas y del bien tiene en sí mismo la ra­
zón de su existencia, debido a la excelencia que se les atribuye.
6. V éase L es fo r m e s élém etiiaires, 320-321.580. Pero, ¿cómo puede suceder que, fuera de esc mundo, subsista

44 45
un principio de mal, de oscuridad, de no ser? ¿Qué función Si con frecuencia la gente se siente satisfecha con esta res­
útil puede desarrollar ese mundo? puesta formal, esto se deriva del hecho de que, generalmente,
Y todavía resulta más incomprensible cómo estos dos mun­ se considera a la naturaleza mental del hom bre como una es­
dos a los que todo pone en oposición y que, consiguientemente, pecie de dato último del que se puede d ar cuenta. Se cree por
deberían rechazarse y excluirse entre sí, tienden por el contra­ tanto que ya se ha dicho todo una vez que se h a vinculado un
rio a unirse y a penetrarse de tal manera que llegan a crearse hecho determinado, cuyas causas se buscan, con una facultad
seres mixtos y contradictorios como nosotros. Su antagonismo, humana. Pero ¿por qué motivos el espíritu humano, que es en
por lo visto, debería mantenerlos separados y hacer imposible definitiva un sistema de fenómenos perfectamente parangona-
su unión. Para utilizar el lenguaje platónico, la idea, que es bles con los demás fenómenos observables, debería estar fuera
por definición perfecta, posee la plenitud del ser; por tanto, es y por encima de toda explicación? Actualmente sabemos que
suficiente a sí misma; no tiene necesidad más que de sí misma nuestro organismo es el producto de una génesis; ¿por qué no
para existir. ¿Por qué tendría que rebajarse a la materia, cuyo habrá de ser lo mismo nuestra constitución psíquica? Y si hay
contacto no puede hacer otra cosa más que desnaturalizarla en nosotros algo que requiere urgentemente una explicación, es
y producir su decadencia? Y viceversa, ¿por qué la materia de­ precisamente esa extraña antítesis que se realiza en nosotros.
bería aspirar al principio que es contrario a ella, al que niega, 3. Por lo demás, lo que hemos dicho de pasada sobre la
y debería dejarse penetrar por él? Finalmente, el hom bre es por forma religiosa con que se ha expresado siempre el dualismo
excelencia a quien le h a locado ser el teatro de la lucha que humano, es suficiente para hacernos vislumbrar que la respues­
hemos descrito; no se encuentra esa lucha en ningún otro ser. ta a la pregunta planteada tiene que buscarse en una dirección
Pues bien, según la hipótesis, el hom bre no es el único lugar completamente distinta. E n todas partes, hemos dicho, el alma
donde esos dos mundos tienen que encontrarse. ha sido considerada como una cosa sagrada; se h a visto en ella
Todavía parece menos explicativa la teoría que se acepta una partícula de la divinidad, que vive temporalm ente en la
más corrientemente: el dualismo humano se basa, no ya en dos tierra y que tiende espontáneamente a regresar a su lugar de
principios metafísicos que estarían en la base de la realidad en­ origen. Por eso se opone al cuerpo considerado como profano;
tera, sino en la existencia dentro de nosotros de dos facultades de este modo todo lo que directamente depende del cuerpo en
antitéticas. Poseemos al mismo tiempo una facultad de pensar nuestra vida mental (las sensaciones, los apetitos sensibles) par­
con unos módulos individuales, la sensibilidad, y otra facultad ticipa de este mismo carácter. Así pues, estas últimas son con­
de pensar con módulos universales e impersonales, la razón. sideradas como formas inferiores de nuestra actividad, mientras
A su ve/, nuestra actividad presenta caracteres completamente que a la razón y a la actividad moral se les atribuye la más
opuestos, según que se ponga bajo la dependencia de impulsos alta dignidad; son éstas, nos dicen, las facultades con las que
sensibles o de impulsos racionales. K ant m ás que cualquier otro podemos comunicar con Dios. Incluso el hombre más libre de
ha insistido en el contraste entre la razón y la sensación, entre toda creencia confesional se representa esta oposición de una
la actividad racional y la actividad sensible. Pero, si esta clasi­ forma, si no idéntica, al menos análoga. Se atribuye a nuestras
ficación de los hechos es perfectamente legítima, no aporta nin­ diferentes funciones psíquicas un valor distinto; se colocan en
guna contribución al problema que estamos discutiendo. Dado orden jerárquico, y las que más dependen del cuerpo ocupan el
que nosotros poseemos al mismo tiempo una tendencia a vivir lugar más bajo de la jerarquía. Por otra parte, ya hemos de­
una vida personal y una vida impersonal, lo que se trata de m ostrado 7 que no existe ninguna moral que no esté impreg­
averiguar es, 110 ya cuál es el nombre que hay que dar a estas nada de religiosidad; incluso para el espíritu laico el deber, el
dos tendencias contrarias, sino cóm o coexisten en un solo y úni­ im perativo moral, es una cosa augusta y sagrada; y la razón,
co ser, a pesar de su oposición. ¿De dónde deriva nuestra posi­ esa ayuda indispensable de la actividad moral, inspira natural­
bilidad de participar conjuntamente en las dos existencias? ¿De mente sentimientos análogos. También nosotros le atribuimos
qué manera estamos constituidos por dos partes que parecen
pertenecer a dos seres diferentes? Una vez que se haya dado
7. V éase la d e te rm in a ció n del hech o m o ral en el B u lle tin d e la So-
un nombre diferente a cada una de esas partes, la verdad es cic tc F ra n g a isc d e P hilo so p h ic (1906) 125 (en Sociologie et p hilosophic,
que 110 hemos avanzado mucho. 69).

46 47
una especie de excelencia y de incomparable valor. La dualidad ellas deben ser respetadas, temidas o buscadas como potencias
de nuestra naturaleza, por consiguiente, es sólo un caso particu­ caritativas; por consiguiente, no están colocadas en el mismo
lar de esta división de las cosas en sagradas y profanas que se plano que esas cosas vulgares que sólo interesan a nuestra in­
encuentra en la base de todas las religiones. Por tanto, deberá dividualidad física; están separadas de ellas; les asignamos un
recibir una explicación sobre la base d e esos mismos principios. lugar completamente separado del resto de la realidad. En esta
Pues bien, es precisamente esta explicación la que hemos separación radical consiste el carácter esencial de lo sagrado l0.
intentado dar en la obra ya citada sobre Les formes élémen- Este sistema de concepciones no es puram ente imaginario: las
taires de la vie religieuse. En ella nos hemos esforzado en fuerzas morales que estas cosas suscitan en nosotros son muy
dem ostrar que las cosas sagradas son simplemente ideales co­ verdaderas, lo mismo que son reales las ideas que nos suscitan
lectivos que se han fijado en objetos materiales 8. Las ideas y los las palabras, después de haber servido para formarlas.
sentimientos elaborados por una colectividad cualquiera han que­ De aquí la influencia dinamogenética que han ejercido siem­
dado revestidos, debido a su origen, de un ascendiente y d e una pre las religiones sobre los hombres.
autoridad de tal clase que los sujetos particulares que los pien­ Pero estos ideales, producto de la vida de grupo, no pueden
san y creen en ellos se los representan bajo la forma de fuerzas constituirse, ni sobre todo resistir, sin penetrar en las conciencias
morales que los dominan y los sostienen. Cuando estos ideales individuales y sin organizarse en ellas de una forma duradera.
impulsan nuestra voluntad, nos sentimos conducidos, dirigidos, Estas grandes concepciones religiosas, morales, intelectuales, que
empujados por energías particulares, que evidentemente no pro­ producen las sociedades en los periodos de efervescencia creati­
vienen de nosotros, sino que se nos imponen, y hacia las cuales va, son interiorizadas por los individuos una vez que el grupo
tenemos sentimientos de respeto, de temor reverencial, pero se ha disuelto y la comunión social ha terminado su propia ta­
también de reconocimiento y gratitud por el aliento que de ellas rea. Indudablemente, una vez que se h a apagado el fenómeno
recibimos; en efecto, no se nos pueden comunicar sin elevar creativo y que los individuos, recobrando su propia existencia
nuestro tono vital. Y estas virtudes sui generis no se deben a privada, se alejan de la fuente que les había proporcionado ca­
ninguna acción misteriosa, sino que son sencillamente efectos lor y vida, ya no es posible que se mantenga el mismo grado
de esa operación psíquica, científicamente analizable, pero sin­ de intensidad. Sin embargo, no se apaga por completo, ya que
gularmente creadora y fecunda que se llama fusión, comunión tampoco la acción del grupo se apaga totalmente, sino que con­
de una pluralidad de conciencias individuales en una conciencia tinúa dándoles a los grandes ideales un poco de aquella fuerza
común. Mas por otro lado, las representaciones colectivas sólo que tiende a liberar a los individuos de las pasiones egoístas y
pueden constituirse encarnándose en unos objetos materiales, de las preocupaciones personales. Y para esto es para lo que
en unas cosas, en unos seres de toda clase, en unas figuras, en sirven las festividades públicas, las ceremonias, los ritos de to­
unos movimientos, en unos sonidos, en unas palabras, etc., que da clase. Solamente cuando se mezclan con nuestra vida indi­
las representen exteriormente y las simbolicen; solamente cuando vidual es cuando esos diversos ideales se individualizan también
expresan sus sentimientos, cuando los traducen en señales y los ellos; estrechamente en contactos con las demás representacio­
simbolizan exteriormente es cuando las conciencias individuales, nes nuestras se armonizan con ellas, con nuestro tem peram en­
naturalm ente cerradas las unas a las otras, pueden advertir su to, con nuestro carácter, con nuestras costumbres, etc. Cada
comunicación y darse cuenta de que sienten al unísono 9. uno de nosotros imprime sobre ellos su propia huella; de este
Las cosas que desempeñan esta función participan necesa­ modo, cada uno tiene una form a personal de concebir las creen­
riamente de los mismos sentimientos que los estados mentales cias de su iglesia, las reglas de la moral común, las nociones
que representan y que, por así decirlo, materializan. También fundamentales que sirven de marco al pensamiento conceptual.
Pero, aunque se particularicen y se conviertan en elementos de
nuestra personalidad, los ideales colectivos no pierden su pro­
8. V éase I^es fo r m e s éléntentaires, 268-342. N o podem os en este lu ­ piedad característica, esto es, el prestigio con que se presentan.
gar rep etir los hechos y el análisis en que se a p o y a n u e stra tesis; n o s li­
m itam os a re c o rd a r su m a ria m en te las cuipas p rin cip ales de la d e m o stra ­
A un siendo nuestros, hablan en nosotros con un tono y un
c ió n q u e d e sa rro lla m o s e n n u e stra o b r a c ita d a.
9. L es fo rm e s éléntentaires, 329 s. 10. Ib id ., 53 s.

48 49
4
acento muy distinto que los demás estados nuestros de concien­ materia de todo pensamiento lógico, eran en su origen represen­
cia: nos obligan, nos imponen respeto; no nos sentimos al mis­ taciones colectivas: la impersonalidad que los caracteriza es la
mo nivel que ellos. Nos damos cuenta de que representan en prueba de que son el producto de una acción anónima y tam ­
nosotros algo superior a nosotros mismos. Por consiguiente, no bién im personal15í. Hemos encontrado suficientes elementos pa­
es extraño que el hombre se sienta doble: es realmente doble. ra poder presentar la hipótesis de que estos conceptos funda­
Tiene realmente dentro de sí dos grupos de estados de con­ mentales y eminentes, que reciben el nom bre de categorías, se
ciencia que contrastan entre sí por su origen, por su naturaleza han formado sobre el modelo de las realidades sociales 13.
y por los fines a los que tienden. Los unos solamente expresan El carácter doloroso de este dualismo queda perfectamente
a nuestro organismo y a los objetos con los que se encuentra explicado cn esta hipótesis. Indudablemente, si la sociedad fue­
cn relación más estrecha. Estrictamente individuales, no nos se el desarrollo natural y espontáneo del individuo, esas dos par­
vinculan más que a nosotros mismos, y no podemos separarnos tes de nosotros misinos se habrían llegado a armonizar y a in­
d e ellos más de lo que nos podemos separar d e nuestro propio tegrar mutuamente sin dar lugar a ninguna clase de choques
cuerpo. Los otros, por el contrario, nos vienen de la sociedad; o de fricciones: la prim era, al no ser más que prolongación y
la traducen en nosotros y nos vinculan con algo superior a nos­ cumplimiento de la segunda, no habría encontrado cn esta úl­
otros. E n cuanto colectivos, son impersonales; nos impulsan tima resistencia alguna. Pero, de hecho, la sociedad tiene una
hacia unos fines que son comunes con los de los otros hombres; naturaleza propia y, consiguientemente, exigencias totalmente
a través de ellos, y sólo a través de ellos, es como podemos diferentes de aquellas que están implicadas en nuestra natura­
comunicarnos con los demás. Por consiguiente, es absolutamen­ leza individual. Las intereses del todo no son necesariamente
te cierto que estamos formados de dos partes y como de dos los intereses de la parte; por eso mismo la sociedad no puede
seres que, a pesar de estar unidos, están constituidos de elemen­ formarse ni m antenerse sin pedirnos continuam ente sacrificios
tos bastante diferentes y nos orientan en sentidos opuestos. que pesan sobre nuestras espaldas. Por el mero hecho de estar
Esta dualidad corresponde, en definitiva, a la doble exis­ por encima de nosotros, nos obliga a que nos superem os.a nos­
tencia que llevamos al mismo tiempo: una puramente indivi­ otros mismos; y superarse a sí mismo quiere decir, para un ser,
dual, que tiene sus raíces en nuestro organismo, y la otra so­ salir en cierto modo de su propia naturaleza. Pero esto no
cial, que no es sino la prolongación de la sociedad. La natura­ puede realizarse nunca sin una tensión más o menos dolorosa.
leza misma de los elementos entre los que se d a el antagonismo La atención voluntaria es evidentemente una facultad que se
anteriormente descrito dem uestra que es ése su origen. En efec­ ve solicitada únicam ente por la acción d e la sociedad. Pues bien,
to, entre las sensaciones y los aspectos sensibles por una parte esa atención presupone un esfuerzo; para que estemos atentos,
y la vida intelectual y moral por otra es donde tienen lugar los no tenemos más remedio que suspender el curso espontáneo de
conflictos de los que hemos puesto algunos ejemplos. Pues bien, nuestras representaciones, impedirle a nuestra conciencia que se
parece evidente que las pasiones y las tendencias egoístas tie­ deje llevar por ese movimiento discursivo al que naturalmente
nen que derivarse de nuestra constitución individual, mientras tiende, en una palabra, violentar algunas de nuestras más im­
que nuestra actividad raciocinante, tanto teórica como práctica, periosas inclinaciones. Y puesto que la parte del ser social en
depende estrictamente de causas sociales. Hemos tenido muchas esc ser completo que somos todos nosotros se va haciendo cada
veces la ocasión de establecer que las reglas de la moral son vez más considerable a medida que se va avanzando en la his­
normas elaboradas por la sociedad u ; el carácter obligatorio que toria, tiene que ir cn contra de toda hipótesis verosímil el que
las caracteriza a diferencia de las demás no es distinto de la tenga que llegar una época en la que el hom bre se vea menos
autoridad misma de la sociedad que se trasmite a todo lo que comprometido a resistirse a sí mismo para poder vivir una vida
se derive de ella. Por otra parte, en el libro que ha dado oca­ menos tensa y más hacedera. P o r el contrario, todo hace vislum­
sión al presente estudio y al que no tenemos más remedio que brar que la im portancia y el peso de esa tensión irá creciendo
remitir, nos hemos esforzado en dem ostrar que los conceptos, cada vez más a medida que avanza la civilización.

II. D e la d ivision du travail social, passim . C f. la d e te rm in a tio n del 12. L e s fo r m e s clém eniaires, 616 s.
hecho m o ral en B u lletin d e la Société F ra n g a ise d e P h ilo so p h ic (1906). 13. Ibid.. 12-28, 205 s, 286, 336 s, 508, 627.
2 ción social, habría sido perfectamente lícito examinar a conti­
nuación si presentaban por ventura algunas uniformidades par­
ciales con las condiciones de la organización animal, tal como
Representaciones individuales las determina el biólogo por su parte. Podemos incluso prever
y representaciones colectivas * que toda organización tiene caracteres comunes con las otras,
que no será inútil poner de relieve.
Pero todavía es más natural buscar las analogías que puede
haber entre las leyes sociológicas y las leyes psicológicas, ya
que estos dos terrenos están más inmediatamente cercanos entre
sí. La vida colectiva — lo mismo que la vida mental del indi­
viduo— está constituida por representaciones; por tanto, puede
presumirse que las representaciones individuales y las represen­
taciones sociales pueden en cierto modo com pararse entre sí.
En efecto, intentaremos dem ostrar cómo las unas y las otras se
encuentran en la misma relación con sus respectivos sustratos;
pero esta aproximación, lejos de justificar la concepción que
reduce a la sociología a ser un simple colorario de la psicología
individual, pondrá más bien de relieve la independencia relativa
de estos dos mundos y de estas dos ciencias.
I. La concepción psicológica de Huxley y de Maudsley,
que reduce la conciencia a un epifenómeno de la vida física, no
La analogía, a pesar de no ser un método de demostración
tiene ya ningún sostenedor; incluso los representantes más auto­
propiamente dicho, es sin embargo, un procedimiento secunda­
rizados de la escuela psicofisiológica la refutan formalmente y
rio de ilustración y de comprobación que puede tener cierta
se esfuerzan en dem ostrar que esa concepción no está implícita
utilidad. El buscar si una ley, establecida para un orden deter­
en su principio. Esto depende del hecho de que la noción-clave
minado de hechos, se encuentra también en otros órdenes, m u-
de este sistema es meramente verbal. Existen fenómenos cuya
tatis mutandis, presenta siempre cierto interés. En una palabra, eficacia es muy restringida — esto es, influyen solamente de una
la analogía es una forma legítima de comparación, y la com­
forma muy débil en los fenómenos ambientales— , pero la idea
paración es el único medio práctico de que disponemos para
de un fenómeno adicional que no sirve de nada, que no hace
hacer que las cosas sean inteligibles. Por consiguiente, el error
nada, que no es nada, está absolutamente privada de conteni­
de los sociólogos de perspectiva biológica no consiste en haber
do positivo. Hasta las mismas metáforas de que se sirven tan
hecho uso de ella, sino en haberla empleado mal. H an querido,
frecuentemente los teóricos de esta escuela para expresar su
no ya controlar las leyes sociológicas mediante las biológicas, pensamiento, se resuelven definitivamente en contra suya. Dicen
sino inducir las primeras de las segundas. Pero las inferencias
que la conciencia es un simple reflejo de los procesos cerebrales
de este estilo están privadas de valor, puesto que, si es verdad
que están por debajo de ella, un vislumbre que los acompaña
que las leyes de la vida se encuentran en la sociedad, asumen,
pero que no los constituye. Pero un vislumbre es algo más que
sin embargo, en ella formas nuevas y presentan caracteres es­
nada; es una realidad, que demuestra su presencia mediante
pecíficos que la analogía no permite conjeturar y que única­
unos efectos específicos. Los objetos no son los mismos y no
m ente nos es dado alcanzar mediante la observación directa.
tienen la misma acción según que estén o no iluminados; hasta
Pero si se hubiera empezado determinando con la ayuda de los
sus mismos caracteres pueden quedar alterados por la luz que
procedimientos sociológicos, ciertas condiciones de la organiza­
reciben. Análogamente, el hecho de conocer, aunque sólo sea
de manera imperfecta, el proceso orgánico del que se quiere
* E ste en say o fu e p u b licad o en la R evue de M étap h y siq u e et de hacer la esencia del hecho psíquico constituye una novedad que
M o ra le V I (1898) 273-302.
no carece de importancia y que se manifiesta por medio de sig-
52
53

J
nos apreciables. Efectivamente, cuanto más se desarrolla la fa­ Nos parece inútil seguir discutiendo por m ás tiempo un
cultad de conocer lo que acontece en nosotros, tanto más pier­ sistema que, tomado al pie de la letra, resulta contradictorio en
den su automatismo, que es la característica de la vida física, sus términos. Desde el mismo momento en que la observación
esos movimientos del sujeto. U n agente dotado de conciencia revela la existencia de un orden de fenómenos llamado repre­
no se com porta de la misma manera que un ser cuya actividad sentaciones, que se distinguen mediante ciertos caracteres parti­
se reduzca a un sistema de reflejos; ese ser vacila, tantea, de­ culares de los demás fenómenos de la naturaleza, v a en contra
libera y se le reconoce precisamente en virtud de esta particu­ de cualquier método considerarlos como si no existieran. Es in­
laridad. I.a excitación externa, en lugar de descargarse inme­ dudable que esos fenómenos proceden d e ciertas causas, pero
diatam ente en movimientos, queda detenida en su pasaje y so­ son causas a su vez. L a vida no es más que una combinación
metida a una elaboración sui generis; antes de que aparezca la re­ de partículas minerales; sin embargo, a nadie se le ocurre hacer
acción motriz, tiene que pasar un período de tiempo más o menos d e ella un epifenómeno de la m ateria bruta. N o obstante, una
largo. Esta indeterminación relativa no existe más que donde vez admitida esta proposición, no cabe más remedio que acep­
existe la conciencia y va aumentando con ella. Esto significa tar sus consecuencias lógicas; y hay una, fundamental, que pa­
que la conciencia no es tan inerte como se cree. Por otra parte, rece habérseles escapado a numerosos psicólogos y que nos dis­
¿es que podría ser de otra manera? Todo lo que es, es de una ponemos precisamente a poner de relieve.
manera determinada y tiene unas propiedades características; R educir la memoria a un hecho orgánico se h a convertido
pero toda propiedad se traduce en manifestaciones que no se en un procedimiento casi clásico. La representación, se dice,
producirían si esa propiedad no existiese, ya que se define pre­ no se conserva en cuanto tal; cuando una sensación, una ima­
cisamente mediante esas manifestaciones. Sea cual fuere el nom­ gen, una idea, ha dejado d e estar presente en nosotros, ha dejado
bre que queramos darle, la conciencia tiene unos caracteres sin también de ser en ese mismo instante, sin dejar ninguna huella.
los cuales no sería posible representarla. En consecuencia, des­ Solamente la impresión orgánica que ha precedido a esta re­
d e el mismo momento en que existe, las cosas no pueden ir presentación es lo que no desaparece por completo; quedaría en
como si no existiese. nosotros cierta modificación del elemento nervioso, que lo pre­
Podríamos también presentar esta objeción de la forma si­ dispondría a vibrar d e nuevo de la misma manera como vibró
guiente. E s un lugar común en la ciencia y en la filosofía afirmar la primera vez. Si llega a excitarlo una causa de cualquier clase,
que todas las cosas están sometidas al devenir; pero cambiar se reproducirá esa misma vibración y se verá de rechazo cómo
significa producir ciertos efectos, ya que incluso el ser más pasi­ reaparece en la conciencia aquel estado psíquico que se había
vo participa activamente del movimiento que recibe, por lo me­ producido ya en esas mismas condiciones en la época de la
nos mediante la resistencia que le opone. Su velocidad y su prim era experiencia. H e aquí d e dónde provendría y en qué
dirección dependen en parte de su peso, de su constitución mole­ consistiría el recuerdo. Se debe únicamente a una ilusión au­
cular, etc. Por eso mismo, si toda mutación supone en aque­ téntica el hecho d e que ese estado reproducido parezca ser la
llo que cambia cierta eficacia causal, y si a pesar de ello la con­ reviviscencia del primero; pero en realidad, si la teoría es exac­
ciencia, una vez producida, no es capaz de producir nada, no ta, constituye un fenómeno totalmente nuevo. No es que la mis­
cabe más remedio que decir que. a partir del momento en que ma sensación se despierte después de haber permanecido dor­
existe, está fuera del devenir. Por tanto, mientras exista, segui­ mida durante cierto tiempo; se trata, por el contrario, de una
rá siendo lo que es; la serie de transformaciones de la que forma sensación enteram ente original, puesto que no queda nada de
parte term inaría con ella; más allá ya no habría nada. Sería en la primitiva. Y realmente creeríamos que no la habíamos ex­
cierto sentido el término extremo de lo real finis ultimus naturale. perimentado jamás si. en virtud de un mecanismo muy cono­
N o es necesario advertir que semejante noción es inconcebible, cido, ella no fuera p o r sí sola a localizarse en el pasado. El
ya que está en contradicción con los principios de todas las único que sigue siendo el mismo en esas dos experiencias es el
ciencias. L a m anera con que se apagan las representaciones estado nervioso, que es la condición tanto de la segunda repre­
resulta igualmente ininteligible desde este punto de vista, ya sentación como de la primera.
que un elemento que se disuelve es siempre, bajo algún aspecto, Esta tesis es sostenida no solamente en la escuela psico-
el factor de su propia disolución. fisiológica; también la admiten explícitamente numerosos psicó-

54
logos que creen en la realidad de la conciencia y que incluso únicos factores de nuestra conducta, habrá que reconocer que
llegan hasta ver en la vida consciente la forma eminente de lo esta última depende entera y exclusivamente de causas físicas.
real. Así es como se expresa Léon Dumont: «Cuando ya no Las ideas que nos dirigen no son esas pocas que actualmente
pensam os la idea, esa idea n o existe ni siquiera en estado la­ están ocupando nuestra atención, sino todos los residuos que
tente; es únicamente una de sus condiciones lo que sigue per­ ha ido dejando nuestra vida anterior, las costumbres que hemos
m anente y lo que sirve para explicar cómo, con la interven­ contraído, los prejuicios y las tendencias que nos mueven sin
ción de otras condiciones, puede renovarse ese mismo pensa­ que nos demos cuenta, en una palabra, todo lo que constituye
miento». Un recuerdo es el resultado «de la combinación de nuestro carácter moral. Por eso, si nada de todo esto es mental,
dos elementos: un modo de ser del organismo y un comple­ si el pasado no sobrevive en nosotros más que de una forma
mento de fuerza que proviene de fuera» A. R abier escribe casi material, entonces lo que mueve al hombre es precisamente el
cn estos mismos términos: «La condición de la reviviscencia es organismo. Efectivamente, la parte de ese pasado que la con­
una nueva excitación que, añadiéndose a las condiciones que ciencia puede alcanzar en un instante determinado no es nada
costituían la costumbre, tiene el efecto de restaurar un estado en comparación con la parte que permanece sin ser observada:
de los centros nerviosos (impresión) semejante, aun cuando de y por otra parle las impresiones enteram ente nuevas constituyen
ordinario sea más débil que lo que provocó el primitivo estado una ínfima excepción. Por lo demás, la sensación pura, en la
de conciencia»2. William James es todavía más explícito: «F,l medida en que existe, es entre todos los fenómenos intelectua­
fenómeno de la retención, nos dice, no es ni mucho menos un les el que con menor impropiedad podría recibir el nombre de
hecho de orden mental (it is not a fact o f Ihe mental order at epifenómeno, ya que es realmente claro que depende estrecha­
all); es un fenómeno físico, un estado morfológico que consiste mente de la disposición de los órganos, a no ser que intervenga
cn la presencia de ciertas vías de conducción en la intimidad en su modificación otro fenómeno, y en este caso ya no es una
de los tejidos cerebrales»3. La representación se añade a la sensación pura.
recxcitación de la región afectada, lo mismo que se añadió a la Pero demos un paso más y veamos qué es lo que acontece
excitación primitiva; pero en el intervalo ha dejado completa­ en la conciencia actual. ¿Se podrá decir por lo menos que los
m ente de existir. No hay nadie que insista tanto como James pocos estados que la ocupan tienen una naturaleza específica,
en esa dualidad de los dos estados y cn su heterogeneidad. No que están sometidos a unas leyes especiales y que, si su in­
hay absolutamente n ad a común entre ellos, aparte del hecho fluencia es débil por causa de su inferioridad numérica, no por
de que las huellas dejadas en el cerebro por la experiencia an­ eso deja de ser original? Lo que entonces vendría a sobrepo­
terior hacen que la segunda resulte más fácil y más p ro n ta 4. nerse a la acción de las fuerzas vitales sería indudablemente
Esta consecuencia se deriva, por otra parte, lógicamente del muy poca cosa, pero sin embargo, sería algo. Pero ¿cómo sería
principio mismo de su explicación. posible? La vida propia de estos estados puede consistir única­
Pero ¿cómo no ver que de esta m anera se vuelve a la teoría mente en la manera sui generis con que se agrupan. Deberían po­
de Maudsley. que se había rechazado cn un primer tiempo, no derse llam ar y asociar sobre la base de unas afinidades derivadas
sin cierto desdén? 5. Si en cada instante la vida psíquica con­ de sus caracteres intrínsecos, y no ya sobre la base de las pro­
siste exclusivamente en los estados que presentan actualmente piedades y de las disposiciones del sistema nervioso. Pero si la
a la conciencia clara, esto equivale a decir que esa vida se m em oria es una cosa orgánica, esas asociaciones no podrán ser
reduce a la nada. En efecto, es más que sabido que el campo más que un simple reflejo de otras conexiones igualmente orgá­
d e visión d e la conciencia, com o afirma Wundt, es muy poco nicas. En efecto, si una representación determ inada solamente
extenso; se pueden contar todos sus elementos. Si son ellos los puede ser evocada por medio del estado físico antecedente,
dado que este último solamente puede quedar restaurado por
una causa física, las ideas se relacionan entre sí únicamente
1. L. D u m o n t, De /’habitude: Revue P hilo so p h iq u c 1 (1876) 350-351. porque los puntos correspondientes de la masa cerebral guar­
2. E . R abier, Lemons d e p h ilosophic I, P aris 1884, 164.
3. W. Jam es, P rinciples o f p sych o lo g y í , L o n d o n 1901, 655.
dan a su vez entre sí una vinculación material; eso es, por otro
4. Ibid., 656. lado, lo que declaran explícitamente los defensores de esta teo­
5. Ibid., 188-245. ría. Deduciendo este corolario de su principio, estamos seguros

56 57
de que no violentamos su pensamiento, puesto que no les pres­ siquiera nos es dado suponer que esa combinación, aunque no
tam os ninguna idea que ellos n o profesen explícitamente, por haga más que reproducir ciertos procesos cerebrales, produzca
necesidad lógica. La ley psicológica de la asociación, nos dice sin embargo, algún estado nuevo, dotado de una relativa auto­
James, «es únicamente la repercusión en el espíritu del hecho nomía, que no sea un simple sustitutivo de un fenómeno orgá­
completamente psíquico que consiste en que las corrientes ner­ nico. Efectivamente, si se loma como base esa hipótesis, un es­
viosas se propagan con mayor agilidad a través de las vías de tado no puede durar si lo que posee de esencial no está ente­
conducción ya recorridas» 8. Y Rabier añade: «Cuando se trata ramente contenido en una cierta polarización de las células
de una asociación, el estado sugestivo a tiene su propia condi­ cerebrales. P ero ¿qué es un estado de conciencia privado de
ción en una impresión nerviosa A \ por el contrario, el estado duración?
sugerido b tiene su propia condición en otra impresión nervio­ E n líneas generales, si la representación existe solamente
sa B. Una vez sentado esto, para explicar cómo estas dos im­ mientras que eí elemento nervioso que la sostiene se encuentra
presiones, y por consiguiente estos dos estados de conciencia, en determinadas condiciones de intensidad y de cualidad, y des­
se suceden entre sí, basta dar un paso solamente, que real­ aparece cuando ya no se realizan esas condiciones en el mismo
mente es muy fácil de dar: admitir que la sacudida nerviosa se grado, entonces no es nada de suyo, sino que tiene solamente
ha propagado de A a 13; y esto porque, como el movimiento la realidad que le confiere su sustrato. E sa representación, co­
ha seguido ya anteriorm ente ese recorrido, ahora el camino m o han dicho Maudsley y su escuela, es una mera sombra, de
resulta más fácil» 7. la que y a no queda nada cuando el objeto cuyos contornos re­
Pero si el vínculo mental no es más que el eco del vínculo produce vagamente deja de estar presente. De ello deberíamos
físico y no hace otra cosa más que reproducirlo, ¿para qué concluir que no existe vida que sea propiam ente psíquica y que,
sirve? ¿Por qué el movimiento nervioso no logra determ inar por consiguiente, no hay materia alguna para una psicología
inmediatamente el movimiento muscular, sin que este fantasma propiamente dicha. Efectivamente, con estas condiciones, si se
de conciencia venga a intercalarse entre ellos? ¿H abrá que re­ quieren comprender los fenómenos mentales y la manera co­
currir de nuevo a las expresiones que hemos utilizado hace po­ mo se producen, se reproducen y se modifican, no serán ellos
co para decir que este eco tiene una realidad propia, que una mismos los que deban ser considerados y analizados, sino más
vibración m olecular acompañada por la conciencia no es idén­ bien los fenómenos anatómicos cuya imagen más o menos débil
tica a esa misma variación sin conciencia, y que por consiguien­ constituyen. Ni tampoco puede decirse que esos fenómenos men­
te h a tenido que intervenir algo nuevo? Pero los defensores de tales reaccionan unos sobre otros y se modifican recíprocamen­
la concepción epifenoménica no se expresan de manera distin­ te, y a que sus relaciones no son más que una comedia aparente.
ta. También ellos saben perfectamente que la cerebración in­ Cuando, al hablar de las imágenes reflejadas en un espejo, se
consciente difiere de la que ellos llaman cerebración consciente. dice que se atraen, que se rechazan, que se suceden, se sabe
Se trata de saber, sin embargo, si la diferencia depende de la perfectamente que esas expresiones son metafóricas: literalmen­
naturaleza de la cerebración, por ejemplo, de la mayor inten­ te son verdaderas únicam ente cuando se habla de los cuerpos
sidad de la sacudida nerviosa, o si se deriva principalmente de que producen esos movimientos reflejados en el espejo. De
ese añadido de la conciencia. A fin d e que ésta no constituya hecho, a esas manifestaciones se les atribuye un valor tan es­
una simple superfctación. una especie de lujo incomprensible, caso que hasta llega uno a sentir la necesidad de preguntarse
sería necesario que la conciencia que se ha añadido de ese m o­ en qué cosa se convierten y cómo es que desaparecen. Se en­
do constituyese un modo de obrar que pertenece únicamente a cuentra absolutam ente natural el hecho d e que una idea, que
ella y que fue.se capaz de producir unos efectos que, sin ella, poco antes ocupaba nuestra conciencia, pueda quedar poco des­
no tendrían lugar alguno. Pero si, como se supone, las leyes pués reducida a la nada; si puede anularse con tanta facilidad,
a las que está sometida son una simple trasposición nerviosa, esto significa evidentemente que no ha tenido nunca más que
entonces no representa más que un duplicado de la misma. Ni una existencia aparente.
Por tanto, si la memoria pertenece exclusivamente a los
6. Ibid., 563. tejidos cerebrales, la vida mental no es nada, ya que no tiene
7. E. Rabier, o.c., 690. ninguna entidad fuera de la memoria. N o es que nuestra activi­
58 59
dad intelectual consista exclusivamente en reproducir sin m uta­ eso no es imposible a priori que cada nueva excitación padecida
ción alguna los estados de conciencia experimentados anterior­ p or uno d e ellos se extienda al otro siguiendo la línea de la me­
mente; pero para poder quedar sometidos a una elaboración nor resistencia y determine de este modo la reaparición de su
verdaderam ente intelectual, y por tanto distinta de la que im­ consiguiente psíquico. Pero no existen conexiones orgánicas co­
plican las leyes de la m ateria viva por sí solas, es menester que nocidas que puedan hacer com prender d e qué m anera dos ideas
tengan una existencia relativamente independiente de su sustra­ semejantes puedan apelarse m utuamente por el mero hecho de
to material. De lo contrario, se agruparían, cuando nacen y que se asemejan. N ada de lo que sabemos a propósito del me­
cuando renacen, sobre la base de unas afinidades puramente canismo cerebral nos permite imaginar cómo una vibración que
físicas. Es cierto que a veces creen algunos que se escapan de se produce en A puede tener la tendencia a propagarse en B
este nihilismo intelectual imaginándose una sustancia o una es­ simplemente jx>r el hecho de que entre las representacions a y b
pecie de forma superior a las determinaciones fenoménicas; se exista cierta uniformidad. He aquí por qué ninguna de las doc­
habla vagamente de un pensamiento distinto de los materiales trinas psicológicas que consideran a la memoria como un hecho
que les proporciona el cerebro y que éste elaboraría mediante puram ente biológico puede explicar las asociaciones mediante
procedimientos sui generis. Pero ¿qué es lo que puede ser un semejanza, a no ser reduciéndolas a las asociaciones mediante
pensamiento que no sea un sistema y una sucesión de pensa­ contigüidad, esto es, negándoles toda realidad.
mientos particulares, sino una abstracción realizada? No le co­ Se ha intentado esta reducción8. Se h a dicho que, si dos
rresponde a la ciencia conocer sustancias o formas puras, aun estados se parecen, esto significa que tienen por lo menos una
admitiendo que existan. Para el psicólogo la vida representativa parte en común. Esta parte, al repetirse de m anera idéntica en
es solamente un conjunto de representaciones; si las represen­ las dos experiencias, tiene como soporte en ambos casos el mis­
taciones de todo orden mueren apenas nacidas, ¿de qué cosas mo elemento nervioso. Este elemento se encuentra entonces en
puede entonces estar hecho el espíritu? N o queda más remedio relación con los dos grupos diferentes de células a los que co­
que escoger: o el epifenomenismo tiene razón o hay una me­ rresponden las partes diferentes de las dos representaciones, ya
moria propiamente mental. Pero hemos visto que la primera que ha contribuido tanto a las unas como a las otras; por eso
solución resulta insostenible; por consiguiente, se impone la se­ sirve de vínculo entre ellas, y de este modo es como se relacio­
gunda a todo el que quiera quedar de acuerdo consigo m ism o... nan entre sí las mismas ideas. P o r ejemplo, estoy viendo una
2. Pero esta solución se impone además por otro motivo. cuartilla en blanco; la idea que tengo de ella comprende cierta
Hemos señalado hace poco que, si es verdad que la memo­ imagen de la blancura. Basta con que una causa cualquiera ven­
ria es exclusivamente una propiedad de la sustancia nerviosa, ga a excitar especialmente a la célula que, al vibrar, h a produ­
las ideas no pueden evocarse recíprocamente; el orden en el que cido esa sensación de color, para que nazca una corriente ner­
se van representando al espíritu tiene que reproducir el orden viosa que irradie alrededor, siguiendo preferentem ente los ca­
en que se van reexcitando sus antecedentes físicos, y tampoco minos que encuentre ya abiertos; por eso se dirigirá hacia los
esa nueva excitación puede deberse a causas que no sean pura­ otros puntos que ya están en comunicación con el primero. Pe­
mente físicas. Esta proposición está tan estrechamente ligada a ro aquellos que satisfacen esta condición son también los que
las premisas del sistema que es admitida explícitamente por to­ han suscitado representaciones semejantes a la prim era en algún
dos cuantos lo profesan. N o solamente conduce a afirmar, como punto; y éste es el motivo de que la blancura d e la cuartilla me
hemos demostrado poco antes, que la vida psíquica es una apa­ haga pensar en la de la nieve. Por tanto, dos ideas que se ase­
riencia privada de realidad, sino que además está en contradic­ mejan se encontrarán asociadas, aunque la asociación sea el
ción directa con los hechos. Hay casos, que son los más im­ producto, no ya d e la semejanza propiam ente dicha, sino de una
portantes, en los que la m anera con que son evocadas las ideas contigüidad puramente material.
no parece que pueda explicarse de ese modo. Nos podemos Pero esta explicación se basa en una serie de postulados
imaginar indudablemente que dos ideas no pueden producirse arbitrarios. En prim er lugar, nada nos autoriza a considerar a
simultáneamente en la conciencia o seguirse inmediatamente la las representaciones como formadas de elementos definidos, se-
una a la otra, sin que los puntos del encéfalo que les sirven de
sustrato se hayan puesto materialmente en comunicación. Por 8. W. Ja m e s, o.c., 690.

60 61
mejantes a átomos que pudieran entrar, aun permaneciendo sabemos que ciertas funciones intelectuales están vinculadas a
idénticos a sí mismos, dentro de la tram a de las representacio­ ciertas regiones más estrechamente que a otras; pero estas loca­
nes más diversas. Nuestros estados mentales 110 están constitui­ lizaciones 110 tienen nada de preciso, y el hccho de las sustitu­
dos p o r parles y por pedazos que se prestarían mutuamente, se­ ciones es una prueba de ello. Ir todavía más allá, esto es, su­
gún los casos. La blancura de la cuartilla y la de la nieve no son poner que cada representación reside en una célula determ ina­
las mismas y se nos dan en representaciones diferentes. Si se da, es ya un postulado gratuito, cuya imposibilidad dem ostrare­
dice que se confunden por el hecho de que la sensación de la mos en este mismo estudio. ¿Qué decir luego de la hipótesis
blancura en general se encuentra en ambos casos, entonces ha­ que afirma que los elementos extremos de la representación (su­
brá que adm itir que la idea de la blancura constituye una especie poniendo que existan y que este término exprese una realidad)
de entidad distinta que, agrupándose con entidades diferentes, estarían ellos mismos localizados con este mismo rigor? ¡De esta
da origen a una determinada sensación de blancura. Pero ni m anera la representación de la cuartilla en que estoy escribien­
siquiera existe un solo hecho que pueda justificar semejante do estaría literalmente dispersa por todos los ángulos del cere­
hipótesis. Por el contrario, todo prueba — y es curioso que Ja­ bro! No solamente estaría por una parte la impresión del color,
mes haya contribuido m is que todos los demás a demostrar por otra la de la form a, por otra la de la resistencia, etc, ¡sino
esta proposición— que la vida psíquica es un curso continuo de incluso la idea del color cn general tendría aquí su asiento,
representaciones, en el que nunca puede decirse dónde empieza mientras que allí se encontrarían los atributos distintivos de cier­
la una y dónde term ina la otra, sino que se compenetran entre tos matices, más allá los caracteres específicos que tal matiz
sí. Es verdad que el espíritu llega poco a poco a distinguir esas asume en el caso particular que tengo ante la vista, etc.! ¿Có­
partes; pero esas distinciones son obra nuestra y somos nosotros m o 110 ver, dejando aparte otras consideraciones, que si la vida
los que las introducimos en el continuum psíquico, en vez de mental está tan dividida, si está formada de una miríada se­
encontrarlas en él. Es la abstracción lo que nos pennite analizar mejante de elementos orgánicos, resultan incomprensibles la uni­
lo que se nos da en un estado de complejidad indivisa; por el dad y la continuidad que presenta?
contrario, según la hipótesis que estamos discutiendo, sería el Podría preguntarse también de qué manera, si la semejanza
cerebro el que debería efectuar por sí solo todos estos análisis, entre dos representaciones depende de la presencia de un solo
ya que todas estas divisiones tendrían una base anatómica. Por y único elemento en la una y en la otra, ese único elemento po­
otra parte, es bien sabido que solamente con m ucha fatiga lle­ dría parecer doble. Si tenemos una imagen ABCD y otra AEFG
gamos a conferir a los productos de la abstracción, mediante el evocada por la prim era, y si por consiguiente el proceso total
artificio d e la palabra, una especie de fijeza y de individualidad puede representarse en el esquema (BCD)— A— (EFG), ¿cómo
siempre precaria. Por consiguiente, esta dualidad está muy lejos es que podemos distinguir dos A? Se responderá que esta dis­
de estar en conformidad con la naturaleza original de las cosas. tinción se efectúa sobre la base de los elementos diferencian­
Pero la concepción fisiológica, que está cn la base de esta tes que se dan al mismo tiempo: puesto que A está contem po­
leoría, resulta aún más insostenible. Admitamos que las ideas ráneam ente empeñada en el sistema BCD y en el sistema EFG ,
sean descomponibles; habrá que adm itir además que a cada una y puesto que esos dos sistemas son distintos el uno del otro, la
de esas partes de las que están compuestas corresponde un ele­ lógica — se nos dirá— nos obliga a admitir que A es doble.
mento nervioso determinado. Por tanto, una parte de la masa Pero si esto es suficiente para explicar por qué hemos de postu­
cerebral sería la sede de la sensación de rojo, otra de la sen­ lar esa dualidad, no basta para hacernos com prender cómo la
sación de verde, etc. Pero ni siquiera esto bastaría. Sería ne­ percibimos de hecho. Del hecho de que puede ser razonable
cesario 'tin sustrato especial para cada matiz del verde, del ro­ conjeturar que una misma imagen se refiera a dos complejos de
jo, etc., ya que, sobre la base de esta hipótesis, dos colores circunstancias diferentes no se sigue que ¡a veamos redoblada.
que tienen el mismo matiz pueden evocarse mutuam ente sólo E n este instante m e represento simultáneamente por un lado
si los puntos en que se asemejan corresponden a un único es­ esta cuartilla de papel blanco, y por otro a la nieve extendida
tado orgánico, ya que cada afinidad psíquica implica una coin­ por el sucio. E 11 mi espíritu hay entonces dos representaciones
cidencia espacial. Pero esta geografía cerebral es más propia de la blancura, y no ya una sola. En efecto, se simplifican arti­
d e una novela que de un estudio científico. E s indudable que ficialmente las cosas cuando se reduce la afinidad a una simple

62
identidad parcial; dos ideas semejantes son distintas incluso en janza. Dos representaciones pueden ser semejantes, lo mismo que
los puntos en que pueden sobreponerse la una a la otra. Los las cosas que están expresando, sin que nosotros lo sepamos; los
elementos comunes de la una y de la otra están separadamente principales descubrimientos científicos derivan de la capacidad de
en cada una de ellas; no los confundimos, aunque los compa­ descubrir analogías desconocidas entre ideas conocidas para todos.
remos. La relación sui generis que se establece entre ellos, la Entonces, ¿por qué esa semejanza no observada no debería pro­
combinación específica que forman en virtud de su sem ejan/a ducir efectos que servirían precisamente para caracterizarla y pa­
y los caracteres particulares de esta combinación son precisa­ ra hacerla descubrir? Las imágenes y las ideas actúan unas sobre
mente los elementos que nos dan la impresión de la afinidad; las otras, y estas acciones y reacciones tienen que variar necesa­
pero una combinación supone la pluralidad. riam ente al mismo paso que la naturaleza de las representacio­
Por consiguiente, no se puede reducir la semejanza a la con­ nes; en particular, tienen que cam biar según que las representa­
tigüidad sin desconocer la naturaleza d e esa semejanza y sin ciones que se han puesto de este modo en relación se asemejen,
formular hipótesis, fisiológicas y psicológicas a un tiempo, que se diferencien o se contrapongan entre sí. N o hay ningún motivo
no hay nada que justifique. De aquí resulta que la memoria no para afirmar que la semejanza no desarrolla una propiedad sui
es un hecho puramente físico, que las representaciones en cuan­ generis en virtud de la cual dos estados, separados por un inter­
to tales sean capaces de conservar. En efecto, si esa memoria valo d e tiempo, se ven impulsados a acercarse. Para adm itir su
desapareciese por completo cuando las representaciones salen realidad no es ni mucho menos necesario imaginarse que las re­
de la conciencia actual, si éstas sobreviviesen únicamente bajo presentaciones son cosas en sí; basta con aceptar que no son
la forma de una huella orgánica, las afinidades que podrían te­ nada, que son más bien fenómenos, y fenómenos reales, dotados
ner respecto a una idea actual no podrían sacarlas de la nada, de propiedades específicas, que se com portan recíprocamente de
puesto que no puede existir ninguna relación directa o indirecta maneras diferentes, según que tengan o 110 propiedades comunes.
de afinidad entre esa huella, cuya supervivencia se admite, y el Podríamos encontrar en las ciencias de la naturaleza numerosos
estado psíquico supuesto. Si en el mismo momento en que veo hechos en los que la semejanza actúa de esta misma manera.
esta cuartilla no queda ya en mi espíritu nada de la nieve que Cuando se mezclan cuerpos de densidad diferente, los que tienen
he visto anteriormente, la primera imagen no puede actuar so­ una densidad parecida tienden a reagruparse y a distinguirse de
bre la segunda ni ésta sobre aquélla, y por tanto la una no pue­ los demás. Y en los seres vivientes los elementos semejantes son
de evocar a la otra por el mero hecho de asemejarse a ella. tan afines entre sí que acaban perdiéndose los unos en los otros
Pero el fenómeno ya no tiene absolutam ente nada de ininteligi­ y haciéndose indistintos. No cabe duda de que es lícito creer
ble si existe una memoria mental, si las representaciones pasadas que estos fenómenos de atracción y de coalescencia pueden ex­
persisten en su cualidad de representaciones, y si su rememora­ plicarse mediante motivos mecánicos, y no ya mediante una
ción no consiste ya en una creación nueva y original, sino única­ misteriosa atracción que lo semejante ejercería sobre lo semejan­
mente en una nueva emergencia a la claridad de la conciencia. te. Pero ¿por qué no va a ser posible explicar de manera aná­
Si nuestra vida psíquica no se anula a medida que trascurre, no loga la agrupación de las representaciones similares en el es­
hay solución de continuidad entre nuestros estados anteriores y píritu? ¿Por qué 110 podría haber un mecanismo mental (y no
nuestros estados actuales, y entonces no resulta ni m ucho menos exclusivamente físico) que daría cuenta de tales asociaciones,
imposible que actúen los unos sobre los otros y que el resultado sin hacer intervenir a ninguna virtud oculta y a ninguna entidad
de esta acción recíproca pueda reavivar, bajo ciertas condiciones, escolástica?
la intensidad de los primeros hasta llegar a hacerse nuevamente Quizás no resulte imposible descubrir desde ahora, al me­
conscientes. nos de una manera global, en qué dirección se podría buscar
Alguno puede objetar que la semejanza no puede explicar de esta explicación. U na representación no se produce sin actuar
qué m anera se asocian las ideas, ya que esa semejanza sólo pue­ sobre el cuerpo y sobre el espíritu y ya para nacer presupone
de aparecer si las ideas están ya asociadas. Si es conocida — se ciertos movimientos. Para ver una casa que está actualmente
dirá— , lo es porque su aproximación se ha realizado ya y por ante mis ojos he de contraer de cierta manera los músculos del
eso 110 puede ser su causa. Pero esta argumentación comete el ojo y darle a la cabeza una inclinación en conformidad con la
error de confundir la semejanza con la percepción de la seme­ altura y las dimensiones del edificio; además, la sensación, des­

64 65

5
de el momento en que existe, determina a su vez ciertos mo­ sentes y pasadas que lo constituyen, siempre que se admita que
vimientos. Pero si eso mismo ha tenido ya lugar en otras oca­ las representaciones pasadas subsisten en nosotros. El cuadro
siones, esto es, si la casa ha sido vista anteriormente, en aquella que estoy viendo en estos mismos momentos actúa de una for­
ocasión se practicaron los mismos movimientos. Los mismos ma determ inada sobre este mi modo de ver, sobre esta aspira­
músculos se pusieron ya en movimiento de la misma manera, al ción mía, sobre este deseo mío; la percepción que tengo de él
menos en parte, esto es, en la medida en que las condiciones resulta, por tanto, solidaria de esos diversos elementos menta­
objetivas y sujetivas de la experiencia se repiten de forma idén­ les. Cuando esta percepción se me represente, actuará de esa
tica. Existe, por consiguiente, ya desde ahora, una relación de misma m anera sobre esos mismos elementos que perduran siem­
conexión entre la imagen de la casa, tal como lia sido conser­ pre, salvo las modificaciones que el tiempo puede hacerles su­
vada en mi memoria, y ciertos movimientos; y como esos movi­ frir. Esa percepción los excitará de la misma m anera que la
mientos acompañan igualmente a la sensación actual del mismo prim era vez y mediante ese canal la excitación se comunicará
objeto, por medio de ellos se establece un vínculo entre mi también a la representación anterior con la cual están ya en
percepción presente y mi percepción pasada. Al ser suscitados relación y que de este modo quedará reavivada. Efectivamente,
por la primera, suscitan de nuevo a la segunda y la despiertan; a no ser que se les niegue a los estados psíquicos cualquier cla­
en efecto, es sabido que, imprimiendo en el cuerpo una actitud se de eficacia, no se comprende por qué no deberían también
determinada, se provocan las ideas o las emociones correspon­ ellos tener la propiedad de trasm itir la vida que poseen a los
dientes. demás estados con los que están en relación, lo mismo que una
Sin embargo, este prim er factor no puede ser el más im por­ célula puede trasmitir su propio movimiento a las células ve­
tante. La relación entre las ideas y los movimientos, aunque sea cinas. Más aún, estos fenómenos de transposición son m ás fáciles
real, no tiene un carácter muy preciso. El mismo sistema de mo­ de imaginar para la vida representativa, que no está constituida
vimientos puede servir para realizar ideas muy diversas sin que por átomos separados los unos d e los otros, sino que forma un
se vea modificado en la misma proporción; y por consiguiente todo continuo cuyas partes se compenetran entre sí. Por lo de­
las impresiones que despierta son siempre muy generales. Al más, sometemos al lector este esbozo de explicación únicamen­
darles a los miembros la postura conveniente, es posible suge­ te a título indicativo. L o que nos proponemos dem ostrar ante
rirle a un sujeto la idea de la oración, no ya la idea de una todo es que no es ni mucho menos imposible que la semejanza
oración determinada. Además, si es verdad que todo estado de sea de suyo una causa de asociación. Efectivamente, desde el
conciencia va rodeado de movimientos, hay que añadir, sin em­ m om ento en que nos hemos servido con frecuencia de esta
bargo, que cuanto más se aparta la representación de la sen­ pretendida imposibilidad como de un argumento para reducir la
sación pura, tanto más el elemento motor pierde su importancia similaridad a la contigüidad y la memoria mental a la memoria
y su significado positivo. Las funciones intelectuales superiores física, nos interesaba poner de relieve cómo esta dificultad no
presuponen sobre todo inhibiciones de movimientos, como se tiene nada de insoluble.
prueba tanto por la parte decisiva que reviste en ellas la aten­ 3. De este modo, no solamente el único medio con que
ción, como por la atención misma que consiste esencialmente contamos para escapar de la psicología epifenomenística consis­
en la suspensión, más completa posible, de la actividad física. te en adm itir que las representaciones son susceptibles de per­
Pero la simple negación de la movilidad no es suficiente para sistir en su cualidad de representaciones, sino que la existencia
caracterizar la infinita diversidad de los fenómenos de ideación. de asociaciones de ideas mediante semejanza dem uestra direc­
El esfuerzo que realizamos para dejar de obrar no está vincu­ tam ente esta persistencia.
lado con ^este concepto más bien que con otro, si este último Podrá quizás objetarse que se ha evitado esta dificultad
ha requerido el mismo esfuerzo de atención que requería el pri­ únicamente para caer en otra no menor. E n efecto, se dice, las
mero. El vínculo entre el presente y el pasado puede también representaciones pueden conservarse como tales solamente fue­
establecerse por medio de intermediarios puramente intelectua­ ra de la conciencia, puesto que 110 somos realmente conscientes
les. En efecto, toda representación, en el momento en que se de todas las ideas y sensaciones que podemos haber experi­
produce, influye no solamente sobre los órganos, sino también mentado en nuestra vida pasada y que somos capaces de re­
sobre el propio espíritu, esto es, sobre las representaciones pre­ cordar en el futuro. De esta m anera se establece el principio de

66 67
quo la representación puede ser definida solamente mediante la ser causados más que por unas representaciones, esto es, si esos
conciencia; y de aquí se concluye que una representación in­ fenómenos constituyen los signos externos de la vida represen­
consciente es algo inconcebible y que su misma noción es con­ tativa, y si por otra parte las representaciones que se revelan
tradictoria. entonces son ignoradas por el sujeto cn el que se producen, di­
Pero ¿con qué derecho se limita de este modo la vida psí­ remos que pueden existir estados psíquicos privados de con­
quica? Es indudable que, si se trata solamente de la definición ciencia, aun cuando la imaginación tenga dificultades para ima­
d e un término, es legítima por el hecho de ser arbitraria; pero ginárselos.
de ahí no es posible concluir nada. De la decisión de llamar Los hechos de este género son innumerables, al menos si
psicológicos solamente a los estados conscientes no se sigue que, por conciencia entendemos la aprensión de un estado determi­
donde no hay ya conciencia, haya solamente fenómenos orgá­ nado por parte de un sujeto concreto. Efectivamente, en cada
nicos o físico-químicos. Esta es una cuestión de hecho que la uno de nosotros se verifica una pluralidad de fenómenos que
observación, y sólo la observación, es capaz de resolver. Si se son psíquicos aun cuando no sean captados. Decimos que esos
quiere decir que, apartando la conciencia de la representación, fenómenos son psíquicos porque se exteriorizan mediante los
lo que queda no es representable a la imaginación, hay millares índices característicos de la actividad mental, esto es, mediante
de hechos auténticos que se podrían negar de la misma mane­ las vacilaciones, los titubeos, la adaptación de los movimientos
ra. No sabemos qué es un medio material imponderable y ni a una finalidad establecida de antemano. Si cuando tiene lugar
siquiera podemos hacernos una idea de eso; no obstante, es un acto con vistas a un fin determinado, no estamos seguros
necesario admitirlo como hipótesis para poder dar cuenta de la de que es inteligente, se nos plantea la pregunta d e qué manera
trasmisión de las ondas luminosas. Si unos cuantos hechos com­ la inteligencia puede distinguirse de lo que no es inteligencia.
probados nos llegan a demostrar que el pensamiento puede ser Las experiencias d e Pierre Janet han demostrado, sin embargo,
trasmitido en el espacio, las dificultades con que podamos trope­ que hay muchos actos que presentan al unísono estos signos,
zar para poder representarnos un fenómeno tan desconcertante sin que por ello sean todavía conscientes. Por ejemplo, un sujeto
no serán un motivo suficiente para negar la realidad; y entonces que acaba de negarse a ejecutar una orden se conforma dócil­
tendremos que adm itir que existen ondas de pensamiento cuya m ente a ella si se tom a con él la precaución de ap artar su aten­
noción va más allá, e incluso está en contradicción, de todos ción en el momento en que se pronuncian las palabras impera­
nuestros conocimientos actuales. Antes de dem ostrar la existencia tivas. Lo que dicta su actitud es evidentemente un complejo de
de los rayos de luz oscuros que penetran cn los cuerpos opacos representaciones, ya que la orden puede producir su efecto úni­
habría sido fácil probar que no podían conciliarse con la natu­ camente si ha sido entendida y comprendida. N o obstante, el
raleza de la luz. Y podrían multiplicarse los ejemplos con facili­ paciente no tiene ninguna idea de lo que ha sucedido; ni siquie­
dad. Incluso cuando un fenómeno no puede ser claramente re­ ra sabe si ha obedecido; y si, cn el momento cn que está reali­
presentado al espíritu, 110 tenemos ningún derecho a negarlo, zando el gesto que se le ha ordenado, se lo hacemos observar,
si realmente se manifiesta mediante unos efectos definidos que esto constituye para él un descubrimiento sorprendente9. De
son representables y que le sirven de signos. Entonces se le m anera análoga, cuando se le prescribe a un hipnotizado que
piensa, no ya en sí mismo, sino en función de los efectos que no vea a una persona o a un objeto que está delante de sus ojos,
lo caracterizan. Más aún, no hay ninguna ciencia que 110 se vea esa prohibición puede obrar únicamente si está representada
obligada a seguir estos vericuetos para alcanzar a la cosa de en el espíritu; no obstante, la conciencia no h a sido ni siquiera
que se trata, procediendo entonces de fuera hacia dentro, de advertida. Se han citado igualmente algunos casos de numera­
las manifestaciones exteriores c inmediatamente sensibles, hacia ción inconsciente y cálculos bastante complejos realizados por
los caracteres internos, revelados por esas manifestaciones. Una un individuo que 110 ha sido consciente de ello 10. Estas expe­
corriente nerviosa o un rayo de luz es en un primer tiempo algo riencias se han llevado a cabo de formas bastante variadas cn
cuya presencia se reconoce a partir de es te o de aquel efecto, estados anormales; es verdad; pero no han hecho más que rc-
y la ciencia tiene precisamente la tarea de determ inar progresi­
vamente el contenido de esta noción inicial. Por eso, si nos es 9. C f. P . Ja n e t, L ’o u to m a tism e psychologigue, P a ris 1889, 237 s.
dado com probar que unos fenómenos determinados no pueden 10. Ibid., 225.

68

ÜCA
ÜO t q
producir en forma amplificada lo que sucede normalmente en dos proposiciones son equivalentes entre sí), entonces basta con
nosotros. Nuestros juicios se ven mutilados y alterados en cada que se den para que se den también sus leyes; p ara conocerlas,
instante por juicios inconscientes; solamente vemos aquello que bastaría con mirar. Por lo que se refiere a los factores de la
nos permiten nuestros prejuicios que veamos; pero ignoramos vida mental que, siendo inconscientes, no pueden ser conocidos
nuestros prejuicios. Por otra parte, nos encontramos siempre en por este camino, esos factores serían de la competencia de la
cierto estado de distracción, ya que la atención, al concentrar fisiología, no de la psicología. N o tenemos necesidad de expo­
al espíritu en un pequeño número de objetos, lo aparta de un ner los motivos por los que no puede ya sostenerse esta psico­
número mucho mayor de otros objetos; y toda distracción tiene logía fácil; es verdad que el m undo interior todavía se encuen­
como efecto el m antener fuera de la conciencia unos estados tra en gran parle inexplorado, que todos los días se realizan
psíquicos que no cesan por eso de ser reales, puesto que actúan. nuevos descubrimientos, que todavía queda mucho p or descu­
Más aún, ¡cuántas veces se da un auténtico contraste entre el brir y que no basta por tanto con un poco de atención para
estado que estamos experimentando realm ente y la forma con llegar a conocerlo. En vano se responde que las representacio­
que ese estado se presenta a la conciencia! Creemos que odia­ nes que parecen inconscientes solamente se advierten de una for­
mos a una persona cuando realmente la amamos, y la realidad ma incompleta y confusa; esa confusión puede depender única­
de ese am or se manifiesta mediante ciertos actos cuyo significa­ mente de una causa, esto es, del hecho de que no advertimos
do no aparece equívoco a una tercera persona, precisamente todo cuanto encierran esas representaciones, y que en ellas se
cuando nos imaginamos que somos víctimas del sentimiento encuentran por eso mismo ciertos elementos reales y operantes
contrario 11. que no constituyen hechos puramente físicos, aun cuando no sean
Por otra parte, si todo lo que es psíquico fuera consciente y conocidos por el sentido interior. La conciencia oscura de que
si todo lo que es inconsciente fuera psicológico, la psicología de­ se habla no es más que una inconsciencia parcial, lo cual equi­
bería dar un paso atrás hacia el antiguo método introspectivo. vale a reconocer que los límites de la conciencia no son los de
Efectivamente, si la realidad de los estados mentales se confun­ la actividad psíquica.
de con la conciencia que tenemos de ellos, basta con la con­ Para evitar el término «inconsciencia» y las dificultades que
ciencia para conocer enteram ente esa realidad, ya que forma experimenta el espíritu para concebir la realidad que ese térmi­
una sola cosa con ella y no hay ninguna necesidad de recurrir no expresa, quizás se prefiera relacionar a los fenómenos in­
a los procedimientos tan complicados e indirectos que hoy se conscientes con los centros de conciencia secundarios esparcidos
usan. Hoy no consideramos ya que las leyes de los fenómenos por el organismo e ignorados por el centro principal, aun cuan­
sean superiores a los fenómenos y en disposición de determ inar­ do estén normalmente subordinados al mismo; o bien se admi­
los desde fuera; las leyes son inmanentes a los fenómenos y no tirá que puede existir una conciencia sin un yo, sin una aprensión
son sencillamente más que sus propios modos de ser. Si los he­ del estado psíquico por parte de un sujeto concreto. N o es ta­
chos psíquicos solamente existen en cuanto que son conocidos rea nuestra, de momento, discutir estas hipótesis, por otra par­
por nosotros y en la manera como nos son conocidos (estas te muy dignas de ap lau so 12, pero que dejan intacta la proposi­
ción que deseamos establecer. Lo que queremos decir es sen­
11. Según Jam es, esto n o p ro b a ría ni m ucho m en o s u n a re a l in co n s­ cillamente que en nosotros se verifican fenómenos de orden psí­
ciencia. C u a n d o to m o p o r o d io o p o r in d ife ren c ia el a m o r q u e m e a rra s ­ quico, que, sin embargo, no son conocidos por ese yo que so­
tra , según él n o h a ría m ás que d a r se n c illam en te un n o m b re equivocado
a u n estado del q u e soy p len a m en te consciente. Si le d o y a ese estad o un
mos cada uno d e nosotros. Si son percibidos acaso por unos
n o m b re equivocado, lo hag o p o rq u e la co nciencia q u e ten g o d e él es yo desconocidos, y qué es lo que pueden ser más allá de toda
igu alm en te e rró n e a , p o rq u e n o ex p resa lodos los c ara c te re s d e esc estado.
Sin em bargo, esos c ara cte re s que no son co nscientes siguen actu an d o ; p o r 12 E n el fo n d o la n oción d e re p re se n tac ió n in co n scien te y la noción
ta n to son en c ie rta m a n e ra inconscientes. M i sen tim ien to p re sen ta los c a ­ d e co n cien cia p riv ad a de u n yo q u e p e rcib a son equivalentes. E n efecto,
ra ctere s constitutivos del a m o r p o rq u e d e te rm in a m i co n d u cta co m o si se c u an d o decim o s q u e un h e ch o psíquico es inconsciente, q u e rem o s d ecir so­
tra ta ra d e am o r; p ero yo no m e d o y c u en ta d e ello, d e fo rm a q u e mi la m e n te q u e n o es percib id o ; se tr a ta d e sa b e r c u á l es la expresión m ás
pasión m e inclina en un sentido y la co n ciencia q u e tengo d e e lla en o tro m an e ja b le y útil. D esd e el p u n to d e vista d e la im ag in ació n , am b a s tienen
sentido distin to . P o r eso no co in cid en los dos fenóm enos. Sin em bargo, el m ism o inconveniente. N o es m ás fácil im aginarse u n a re p re se n tac ió n
p a rec e difícil c o n sid era r u n a in clinación com o e l a m o r d e m o d o d ifere n te p riv ad a de un sujeto q u e se la re p resen te q u e im a g in arse u n a re p re se n ta ­
de co m o se considera un fe n ó m e n o psíquico. C f. W . Jam es, o. c., 173.
c ió n sin con cien cia.

70 71
aprensión, son temas que no nos interesan. Pedimos únicamen­ rreno social lo que ahora estamos estableciendo para el terreno
te que se adm ita que la vida representativa se extienda más allá psíquico. El sustrato de la sociedad es el conjunto d e los indivi­
de nuestra conciencia actual y entonces resultará inteligible la duos asociados. El sistema que ellos forman al unirse, y que varía
concepción de una memoria psicológica. Sobre estas bases nos según su disposición sobre la superficie del territorio, según la
proponemos m ostrar que esta memoria existe, sin que sea pre­ naturaleza y el número de las vías de comunicación, constituye
ciso elegir entre las diversas maneras con que es posible con­ la base sobre la que se eleva la vida social. Las representacio­
cebirla. nes que costituyen su tram a brotan de las relaciones entre los
4. Y ahora estamos en condiciones d e concluir. individuos que se han combinado de ese modo o entre los gru­
Si las representaciones, una vez existentes, continúan exis­ pos secundarios que se interponen entre el individuo y la so­
tiendo por sí mismas, sin que su existencia dependa perpetua­ ciedad total. Si no se ve nada de extraordinario en el hecho de
mente del estado de los centros nerviosos, si son susceptibles que las representaciones individuales, producidas por las accio­
de obrar directamente unas sobre otras y de combinarse según nes y por las reacciones que se han intercambiado entre los
unas leyes propias, esto significa que son unas realidades que, elementos nerviosos, 110 sean inherentes a tales elementos, ¿por
aunque se encuentran en íntima relación con su sustrato, son, qué hay que sorprenderse de que las representaciones colectivas,
sin embargo, en cierta medida independientes de él. Su autono­ producidas por las acciones y por las reacciones intercambiadas
mía no puede ser cierüimente más que relativa, puesto que en entre las conciencias elementales de que está constituida la socie­
la naturaleza no hay ningún terreno privado de relaciones con dad, no se deriven directam ente de estas últimas y, por consi­
los demás terrenos; por tanto, no habría nada tan absurdo co­ guiente, vayan más allá de ellas? La relación que une al sus­
mo la pretensión de erigir la vida psíquica en una especie de trato social con la vida social es totalmente análoga a la que es
absoluto que no provendría de ningún lugar, y que no se rela­ preciso adm itir entre el sustrato fisiológico y la vida psíquica
cionaría con el resto del universo. Es evidente que el estado del de los individuos, a no ser que se niegue toda psicología pro­
cerebro repercute en todos los fenómenos intelectuales y que piamente dicha. P or tanto, esas mismas consecuencias son las
constituye el factor inmediato de algunos de ellos (sensaciones que tienen que producirse en ambos casos. La independencia
puras). Pero, por otra parte, de todo lo que llevamos dicho se y la exterioridad relativa de los hechos sociales en el caso de los
deduce que la vida representativa no es inherente a la natura­ individuos es todavía m ás inmediatamente evidente que la de
leza intrínseca de la sustancia nerviosa, ya que subsiste en par­ los hechos mentales en el caso de las células cerebrales; en efec­
to solamente gracias a sus fuerzas y tiene unos modos especí­ to. los primeros, al menos los más im portantes, llevan visible
ficos de ser. La representación no es un simple aspecto del es­ el cuño de su origen. L a verdad es que, aun admitiendo que sea
tado en que se encuentra el elemento nervioso en el momento posible discutir que todos los fenómenos sociales sin excepción
en que tiene lugar, ya que persiste incluso cuando 110 existe ese se imponen al individuo desde fuera, no parece que pueda du­
estado, y ya que las relaciones entre las representaciones son darse a propósito de las creencias y de las prácticas religiosas,
de naturaleza diversa de las que existen entre los elementos ner­ de las reglas de la moral y de los innumerables preceptos del
viosos que forman su sustrato. Esa representación es algo nue­ derecho, esto es, de las manifestaciones más características de
vo, que ciertos caracteres de la célula contribuyen ciertamente la vida colectiva. Todas ellas son explícitamente obligatorias, y
a producir, pero no bastan para constituir, puesto que ella la obligación es precisamente la prueba de que estos modos de
les sobrevive y manifiesta propiedades diferentes. Pero afirmar obrar y de pensar no son obra del individuo, sino que emanan
que el estado psíquico no deriva directamente de la célula equi­ de una autoridad moral que lo sobrepasa, imaginada mística­
vale a afirmar que no está incluido en ella, que se forma en mente bajo la form a de un dios, o bien concebida de una m a­
parte fuera de ella y que, en esa misma medida, es externo a nera más temporal y más científica13. Así pues, nos encontra­
ella. Si existiese en virtud de la célula, estaría también en la mos con la misma ley en los dos terrenos.
célula, puesto que su realidad no podría tener otro origen.
Cuando dijimos en otro contexto que los hechos sociales
13. Si el c a rá c te r d e o b lig a c ió n y d e con stricció n es esencial a estos
son, en cierto sentido, independientes de los individuos y exter­ h e ch o s tan e m in e n te m e n te sociales, p arece verosím il — incluso a n te s de h a ­
nos a las conciencias individuales, dijimos sencillamente del te­ b e rlo s e x am in ad o — q u e lo vo lv am o s a e n c o n tra r ig u alm en te, a u n q u e me-

72 73
Su explicación, por otra parte, es idéntica en los dos casos. consideramos que únicam ente constituyen sus condiciones me­
Si se puede decir, bajo ciertos aspectos, que las representacio­ diatas y remotas. Ese resultado no se produciría si lo excluye­
nes colectivas son externas a las conciencias individuales, esto sen esas propiedades, pero no son ciertam ente ellas las que
depende del hecho de que no se derivan de los individuos to ­ lo determinan.
mados aisladamente, sino de su cooperación, lo cual es bastan­ L a exterioridad de los hechos psíquicos en relación con las
te distinto. N o cabe duda de que cada uno contribuye a la ela­ células cerebrales no tiene otras causas ni otra naturaleza. R eal­
boración del resultado común; pero los sentimientos privados mente no hay nada que nos autorice a suponer que una repre­
se convierten en sociales únicamente cuando se encuentran con sentación, por muy elemental que sea, pueda ser producida
la acción d e las fuerzas sui generis producidas por la asocia­ directamente por una vibración celular dotada de una cierta in­
ción; por efecto de estas combinaciones y de las alteraciones tensidad y de una totalidad determinada. Pero no hay ninguna
recíprocas que de allí resultan se convierten en algo distinto. sensación que no requiera la cooperación de un cierto número
Se verifica una síntesis química que concentra y unifica a los d e células. La manera con que tienen lugar las localizaciones
elementos sintetizados, y por eso mismo los transforma. Esta cerebrales no nos permite ninguna o tra hipótesis, ya que las
síntesis, al ser obra de un todo, tiene por teatro a ese todo; imágenes tienen relaciones definidas solamente con zonas más
el resultado que de allí se deriva va por consiguiente más allá o menos extensas. Puede darse incluso que todo el cerebro par­
de todo espíritu individual, de la misma m anera que el todo ticipe en la elaboración de la que resultan esas imágenes, y
supera a cada una de las partes. Existe mediante el conjunto el hecho de las sustituciones parece precisamente que es una
y al mismo tiempo existe en el conjunto. H e aquí en qué sen­ comprobación de este hecho. Finalmente, ésta es también la
tido es exterior a los individuos: cada uno contiene algo de única manera de com prender cómo es que la .sensación de­
ella, pero ella no está por entero en ninguno. Para saber lo pende del cerebro, a pesar de constituir un fenómeno nuevo.
que es en realidad se necesita tom ar en consideración al agre­ Depende de él porque está compuesta de modificaciones mole­
gado en su totalidad 14: el agregado es el que piensa, el que culares (de lo contrario, ¿de qué cosa estaría hecha y de dón­
siente, el que quiere, aun cuando no pueda querer, sentir ni de podría provenir?); pero al mismo tiempo se trata de algo
obrar sino mediante las conciencias particulares. Este es el m o­ distinto, ya que resulta de una síntesis nueva y sui generis, en
tivo d e que el fenómeno social no depende de la naturaleza la que estas modificaciones entran como elementos, pero son
personal de los individuos: en la fusión que le da origen se transformadas luego en virtud de su fusión. Indudablemente ig­
neutralizan y se suprimen recíprocamente todos los caracteres noramos cómo pueden los movimientos, combinándose entre sí,
individuales, que son divergentes por definición. Solamente so­ ciar origen a una representación; pero tampoco sabemos cómo
breviven las propiedades más generales de la naturaleza hu­ puede un movimiento de trasposición, una vez detenido, mu­
mana: y precisamente debido a su generalidad extrema, esas darse en calor, o viceversa. Sin embargo, a nadie se le ocurre
propiedades no pueden dar cuenta de las formas específicas y poner en duda la realidad d e esta transform ación; entonces, ¿por
complejas que caracterizan a los hechos colectivos. N o quere­ qué tendría que ser imposible aquella otra? M ás en general, si
mos decir que sean absolutamente extrañas al resultado, pero la objeción fuese válida, sería preciso negar toda mutación, ya
que entre un efecto y sus causas, entre un resultado y sus ele­
mentos, se da siem pre una desigualdad. E s tarea de la meta­
nos visible, en los o tro s fen ó m en o s sociológicos. E n efecto, no es posible física elaborar una concepción que haga inteligible esta hete­
q u e u n o s fen ó m en o s d e la m ism a n a tu ra le z a d ifieran h a sta el p u n to de rogeneidad: a nosotros nos basta con que no pueda discutirse
q u e los unos p en etren e n el individuo desde fu era, m ien tras que los o tro s
re su lta n de un p roceso opuesto. su existencia.
A este p ro p ó sito hem os de rectificar una in te rp reta ció n in ex acta de Pero entonces, si toda idea (o al menos toda sensación) se
nu e stro pensam iento. C u a n d o dijim os, al h a b la r d e la o b ligación o de la deriva de la síntesis de un cierto número de estados celulares,
constricción, q u e es ésa la c ara cte rística de los h ech o s sociales n o p e n sa ­ combinados entre sí sobre la base de ciertas leyes de fuerzas
m o s ni m ucho m enos en d a r así u n a explicación su m a ria d e estos ú lti­
m os, sino q u e q uisim os in d ic a r solam ente u n a c ó m o d a señal p o r la q u e
todavía desconocidas, no puede evidentemente quedar prisio­
e l sociólogo p u e d a re c o n o c e r lo s h ech o s q u e e n tra n d e n tro d e su ciencia. nera de una célula determinada, l.a idea se escapa de toda cé­
14. V éase n uestro libro L e .suicide, P a ris 1897, 345-363. lula, ya que ninguna de ellas es capaz de suscitarla. La vida

74 75
representativa' no puede verse repartida de una manera defini­ tarle a la vida mental todo carácter específico. Pero entonces
da entre los diversas elementos nerviosos, ya que no existe nin­ se caería en las dificultades insolubles que hemos indicado. Pero
guna representación en la que no colaboren varios de esos ele­ hay más todavía: partiendo de este principio, se debería decir
mentos; pero tampoco puede existir más que en el todo form a­ también que las propiedades de la vida residen cn las partículas
d o por su unión, de la misma manera que la vida colectiva de oxígeno, de hidrógeno, de carbono y de nitrógeno que com­
existe solamente en el todo formado por la unión de los indi­ ponen al protoplasm a viviente, ya que éste no contiene más que
viduos. Ninguna de esas dos vidas está compuesta de partes estas partículas minerales, lo mismo que la sociedad no contiene
determinadas, que puedan asignarse a otras partes determ ina­ más que a los individuos 15. Puede darse el caso de que la im­
das de sus sustratos respectivos. Todo estado psíquico se en­ posibilidad de la concepción que estamos combatiendo aparezca
cuentra así, en relación con la constitución de la células ner­ con una evidencia mayor todavía que cn los casos anteriores.
viosas, en las mismas condiciones de relativa independencia con En primer lugar, ¿cómo podrían los movimientos vitales tener
que los fenómenos sociales se encuentran respecto a las natu­ como asiento a unos elementos privados de vida? En segundo
ralezas individuales. Al no poder reducirse a una simple modifica­ lugar, ¿cómo se repartirían entre tales elementos las propieda­
ción molecular, los estados psíquicos 110 están cn dependencia de des características de la vida? Esas propiedades 110 pueden en­
las modificaciones de este género que pueden producirse ais­ contrarse del mismo modo en todos los elementos, porque son
ladam ente en los diversos puntos del encéfalo; solamente las de diferentes especies; el oxígeno no puede cumplir la función
fuerzas físicas que influyen en el grupo entero de células que ni asumir las propiedades del carbono. Es igualmente inadmisi­
les sirven de sostén pueden también influir en ellos. Pero no ble suponer que cada uno de los aspectos de la vida esté encar­
tienen necesidad, para poder durar, de verse siempre sostenidos nado en un grupo diverso de átomos. L a vida no se divide de
y recreados p o r así decirlo ininterrum pidam ente por una aporta­ ese modo; es una sola, y por ello no puede tener más asiento
ción continua de energía nerviosa. Por consiguiente, para reco­ que en la sustancia viviente en su totalidad. L a vida está en el
nocerle al espíritu esa limitada autonomía que cn el fondo es todo, no en las partes. Si para darle un fundamento adecuado
el aspecto positivo y esencial de nuestra noción de la espiri­ no es necesario dispensarla entre las fuerzas elementales de
tualidad. no es necesario imaginarse a un alm a separada del las que resulta, ¿por qué razón tendría que ser de otra manera
cuerpo, que llevaría en no sé qué ambiente ideal una existencia en el caso del pensamiento individual respecto a las células cere­
ideal y solitaria. El alma está en el mundo, mezcla su vida brales y en el caso de los hechos sociales respecto a los indi­
con la vida de las cosas; de todos nuestros pensamientos puede viduos?
decirse perfectamente, si así lo queremos, que están en el ce­ En definitiva, la sociología individualista 110 hace más que
rebro. Lo único que hace falta entonces es añadir que, en el aplicar sencillamente a la vida social el principio de la antigua
interior del cerebro, esos pensamientos no son localizables de metafísica materialista; en efecto, lo que pretende es explicar
una manera rigurosa, que no están situados en puntos definidos lo complejo mediante lo simple, lo superior mediante lo inferior,
ni siquiera cuando están en relaciones más estrechas con unas el todo mediante la parte, lo cual es de suyo contradictorio. Es
regiones que con otras. Esta difusión es suficiente de suyo para verdad que el principio contrario no nos parece menos insoste­
probar que los pensamientos son una cosa específica; para que nible; no es posible derivar la parte del todo, com o pretende
estén difundidos d e esa form a es absolutamente necesario que la metafísica idealista y teológica, ya que el todo 110 es nada
su modo de composición 110 sea el de la masa cerebral y que, sin las partes que lo componen y no puede sacar de la nada
por consiguiente, tengan un modo de ser específico. aquello de lo que tiene necesidad para existir. Por consiguiente,
Los qüe nos acusan de que no ponemos ningún fundamento es posible únicamente explicar los fenómenos que se producen
a la vida social porque nos negamos a dejar que quede absor­ cn el todo sobre la base de las propiedades características del
bida por la conciencia individual, no se han dado cuenta evi­ todo, lo complejo a partir de lo complejo, los hechos sociales
dentemente de todas las consecuencias de su objeción. Si tuvie­
ra base, se debería aplicar del mismo modo a las relaciones 15. P o r lo m enos, los indiv id u o s son sus ú n ico s elem entos activos;
entre el espíritu y el cerebro; por tanto sería necesario, para ser h a b la n d o cn térm in o s exactos, h a b ría q u e d c c ir q u e la sociedad c o m p re n ­
lógicos, reabsorber también el pensamiento en la célula y qui­ d e tam b ién a las cosas.

76 77
a partir de la sociedad, los hechos vitales y mentales a partir la materia prima de toda conciencia social se encuentre en es­
de las combinaciones sui generis de his que resultan. Este es el trecha relación con el número de los elementos sociales, con la
único camino que la ciencia puede seguir. Pero esto no quiere manera com o están agrupados y distribuidos, esto es, con la na­
decir que entre estas diversas etapas de lo real haya una solu­ turaleza del sustrato. Pero a partir del momento en que se ha
ción de continuidad. El todo se forma únicamente en virtud de constituido de esta m anera un prim er fondo de representacio­
la reagrupación de las partes, y esta reagrupación no tiene lugar nes, esas representaciones se convierten, p o r los motivos que
en un instante, por un milagro repentino; hay una serie infinita ya hemos señalado, en realidades parcialmente autónomas que
de intermediarios entre el estado de aislamiento puro y el estado viven con una vida propia. Gozan del poder de atraerse, de re­
de asociación caracterizada. Pero la asociación, a medida que se chazarse, d e formar entre ellas síntesis de todas clases, determi­
va constituyendo, da origen a unos fenómenos que no se derivan nadas por sus afinidades naturales y no ya por el estado del am­
directamente de la naturaleza de los fenómenos asociados; y biente en cuyo interior van evolucionando. Por eso las nuevas
esta parcial independencia queda tanto más acentuada cuanto representaciones, que son el producto de estas síntesis, tienen
más numerosos y más fuertemente sintetizados son esos elemen­ la misma naturaleza; sus causas próximas son otras representa­
tos. En esto reside sin ningún género de duda el origen de la ciones colectivas, y no ya este o aquel carácter de la estructura
ductilidad, de la flexibilidad y de la contingencia que las for­ social. Quizás sea en la evolución religiosa donde se encuentran
mas superiores de lo real manifiestan respecto a las formas in­ los ejemplos más elocuentes y probativos de este fenómeno.
feriores, a pesar de que tienen sus raíces en el interior de éstas. No cabe duda de que es imposible com prender cómo ha llegado
Efectivamente, cuando un modo de ser o de obrar depende de a formarse el panteón griego o romano si no se conoce la cons­
un todo, sin que dependa de form a inmediata de las partes que titución de la polis, el modo com o los clanes primitivos se
lo componen, ese modo de ser o de obrar goza, en virtud de fueron confundiendo poco a poco entre sí, la m anera en que
esa difusión, de una ubicuidad que lo libera hasta cierto punto. se organizó la familia patriarcal, etcétera. Por otra parte, esta
Al no estar clavado en un punto determinado del espacio, no lujuriosa vegetación de mitos y de leyendas, esto es, todos estos
se ve tampoco sujeto a unas condiciones de existencia estrecha­ sistemas tcogónicos, cosmológicos, etcétera, que va construyendo
mente limitadas. Si hay alguna causa que lo inclina a variar, el pensamiento religioso, no están directamente vinculados a
esas variaciones encontrarán menor resistencia y se producirán unas particularidades determinadas de morfología social. Y por
con mayor agilidad por tener en cierto sentido un m ayor cam­ eso mismo no se ha llegado a conocer muchas veces el carác­
po de movimiento. Si hay algunas partes que se niegan a pro­ ter social de la religión y se ha creído que en su formación ha­
porcionar el punto de apoyo necesario para la nueva situación, bían influido causas en gran parte oxtrasociológicas, puesto que
habrá otras partes que podrán ofrecer ese apoyo, sin que por no se percibía ningún vínculo inm ediato entre la m ayor parte
eso se vean obligadas a buscarse ellas mismas una nueva situa­ de las creencias religiosas y la organización de las diversas so­
ción. H e aquí por lo menos de qué m anera se llega a concebir ciedades. Pero en esc caso sería preciso igualmente poner fuera
que un mismo órgano sea capaz de plegarse a funciones dife­ de la psicología todo aquello que va más allá de la sensación
rentes, que las diferentes regiones del cerebro puedan sustituir­ pura. En efecto, si las sensaciones (fondo original de la con­
se unas a otras, que la misma institución social pueda realizar ciencia individual) no pueden explicarse sino mediante el es­
sucesivamente los fines más variados. tado del cerebro y de los órganos •—si no, ¿de dónde podrían
Por eso mismo, aunque tenga su asiento en el sustrato co­ proceder?— , desde el momento en que existen se traban entre
lectivo mediante el cual se vincula con el resto del mundo, la sí en virtud de unas leyes de las que ni la morfología ni la filo­
vida colectiva no reside en él de tal forma que quede absorbida sofía cerebral son suficientes para dar cuenta. De ahí es de don­
por él; es al mismo tiempo dependiente y distinta de ese sustra­ de se derivan las imágenes que, reagrupándose a su vez, se con­
to, lo mismo que la función es dependiente y distinta del órgano. vierten en conceptos; y a medida que se van sobreponiende de
No cabe duda de que, puesto que se deriva de él — pues si no, este modo los nuevos estados a los antiguos, al estar separados
¿de dónde podría provenir?— , las formas que reviste en el mo­ por obra de numerosos intermediarios de la base orgánica sobre
mento en que se aparta de él, y que son por ello mismo funda­ la que reposa toda la vida mental, llegan también a depender
mentales, llevan el sello de su origen. Este es el motivo de que menos directamente de ella. Sin embargo, siguen siendo psíqui-

78 79
cos; más aún, es precisamente en ellos donde mejor podemos están de acuerdo en considerar la vida psíquica solamente como
observar los atributos característicos de la mentalidad 10. una sutil cortina de fenómenos, transparente a la mirada de la
Estas aproximaciones quizás sean útiles para hacer que se conciencia según unos, o privada de toda consistencia según
comprenda mejor por qué nos esforzamos con tanta insistencia otros. Algunas experiencias recientes nos han demostrado que
en distinguir la sociología de la psicología individual. es preciso entenderla más bien como un amplio sistema de rea­
Se trata sencillamente de introducir y de aclimatar dentro lidades sui generis, constituido por un gran núm ero de estratos
de la sociología una concepción paralela a la que tiende a pre­ mentóles sobrepuestos unos a otros, demasiado profundo y com­
valecer cada vez más en psicología. Efectivamente, desde hace plejo para que la simple reflexión sea capaz de penetrar sus
unos diez años se ha producido una gran novedad en esta misterios y demasiado específico para que puedan dar cuenta
ciencia: se han llevado a cabo interesantes esfuerzos para cons­ de él unas consideraciones puramente fisiológicas. Por eso mis­
tituir una sociología que fuese propiamente psicológica, sin nin­ mo la espiritualidad en virtud de la cual quedan caracterizados
gún otro atributo. La vieja psicología introspectiva se conten­ los hechos intelectuales, y que hace poco parecía situarlos por
taba con describir los fenómenos mentales sin explicarlos; la encima o bien por debajo de la ciencia, se ha convertido tam ­
psicofisiología los explicaba, pero dejando aparte sus rasgos dis­ bién ella en el objeto de una ciencia positiva. Y en medio de
tintivos como si no tuvieran ninguna importancia; ahora se está la ideología de los seguidores del método introspectivo y el na­
formando una tercera escuela que intenta explicarlos tomando turalismo biológico se ha fundado un naturalismo psicológico,
como base su carácter específico. Para la prim era escuela la cuya legitimidad quizás contribuye a dem ostrar este estudio.
vida psíquica tiene ciertamente una naturaleza propia, pero al Una transformación semejante es la que tiene que llevarse
ponerla completamente aparte del mundo la sustrae a los pro­ a cabo en sociología; y es éste precisamente el fin al que tien­
cedimientos ordinarios de la ciencia; para la segunda, la vida psí­ den todos nuestros esfuerzos. Aun cuando no quede ya ni si­
quica no es nada por sí misma, y el estudioso tiene la misión quiera un pensador que se atreva a poner abiertamente los he­
de descartar ese estrato superficial de forma que pueda alcan­ chos sociales fuera de la naturaleza, muchos siguen, sin embar­
zarse inmediatamente la realidad que cubre. Pero ambas partes go, creyendo todavía que es suficiente, para darles un funda­
mento, darles como base la conciencia del individuo; más aún,
algunos llegan a reducirlos a las propiedades generales de la
16. V éase a que inconvenientes se- p re sta definir los h ech o s so cia­
les co m o fen ó m en o s q u e se p roducen en la sociedad, p e ro m e d ia n te la
materia organizada. Para los unos y para los otros la sociedad
sociedad. L a expresión 110 es axacta. po rq u e hay hechos sociológicos que de suyo no es nada; no es más que un epifenómeno de la vida
son p ro ducidos, no y a p o r la sociedad, sino p o r p ro d u c to s sociales ya individual (poco importa que se trate de la vida orgánica o men­
form ados; es c o m o si se definiesen co m o h ech o s psíquicos los h ech o s p r o ­ tal), de la misma m anera que la representación individual no
d ucidos p o r la acción c o m b in a d a de to d as las célu las cere b rales o d e un
c ie rto nú m ero de ellas. E n to d o caso, una definición d e este genero no
es, según Maudsley y sus discípulos, más que un epifenómeno
puede se rv ir p a ra d e te rm in a r y c irc u n sc rib ir el o b jeto de la sociología, de la vida física. La primera tendría solamente la realidad que
p o rq u e esas relacio n es d e d erivación so la m e n te p u ed en ir estableciéndose le h a comunicado el individuo, lo mismo que la segunda tendría
a m edida que av an za la ciencia; c u an d o se em p ieza la investigación, no solamente la existencia que le presta la célula nerviosa. Y la
se sabe c u áles son las causas d e los fen ó m en o s q u e nos p ro p o n e m o s e stu ­
d iar, sino que los c o n o ce m o s siem pre p a rcialm en te . P o r tan to , hay que
sociología no sería entonces más que una psicología 17 aplicada.
lim ita r el cam p o d e la investigación to m a n d o co m o base o tro criterio , Pero precisamente el ejemplo de la psicología demuestra que es
si no se qu iere d e ja rlo in d ete rm in ad o , esto es, si se q u iere sa b e r cu ál es el preciso superar esta concepción de la ciencia. Más allá de la
c o n ten id o d e la cuestión que se d e b e tra ta r. ideología de los psico-sociólogos y del naturalismo materialista
E n c u an to al p roceso en virtu d del cu al se fo rm a n estos p ro ductos
sociales de' segundo grado, a u n c u an d o en a lgunos p u n to s es a n álo g o al
q ue o b se rv am o s en la co nciencia individual, tam b ién él tien e u n a fisono­ 17. C u a n d o h ab lam o s d e psicología sin m ás calificativos n o s re fe ­
m ía p ro p ia. L as com b in acio n es d e las que h a n re su lta d o los m itos, las rim o s a la psicología individual; y sería o p o rtu n o — p a ra m ay o r clarid ad
teogonias y las cosm ogonías p o p u lare s no son idénticas a las asocia­ en las discusiones— re strin g ir así el sen tid o del térm in o . L a psicología
ciones d e ideas que se fo rm a n en los individuos, a u n q u e unas y o tra s colectiv a es to d a la sociología; ¿p o r q u é 110 servirse en to n ces exclusiva­
p u ed an ilu m in arse m u tu a m en te. E xiste to d a u n a p a rte d e la sociología m en te d e esta ú ltim a exp resió n ? V iceversa, el térm in o «psicología» siem ­
q u e d e b ería b u scar las leyes de la ideación colectiva, y q u e todavía está p re h a d e sig n ad o a la ciencia d e la m en talid ad d e l individuo; ¿p o r qué
to ta lm e n te p o r con stru ir. no c o n se rv a rle este significado? S e ev ita ría n así no p o co s equívocos.

80 81
i
de la socio-antropología queda un lugar para un naturalismo
sociológico, que considere los fenómenos sociales como hechos
3
específicos y que se disponga a dar cuenta de ella» respetando
religiosamente su carácter específico. Por consiguiente, 110 hay La élite intelectual y la democracia *
nada tan extraño como ese equívoco, por causa del cual nos
han echado tantas veces en cara el que hubiéramos caído en
una especie de materialismo. Al contrario, desde nuestro punto
de vista, si se llama espiritualidad a la propiedad distintiva de
la vida representativa del individuo, se deberá decir que la vida
social se define por la hiper-espiritualidad. Con esto queremos
decir que los atributos constitutivos de la vida psíquica están
presentes cn ella, pero elevados a una potencia mucho más alta,
de modo que constituyen algo enteram ente nuevo. A pesar de
su aspecto metafísico, este término 110 significa por tanto más
que un conjunto de hechos naturales, que deben ser explicados
por causas naturales. Pero nos advierte además que el mundo
nuevo que se le ha abierto a la ciencia supera a todos los demás
en complejidad y que no es simplemente una ampliación de los
reinos inferiores, sino que está sometido al juego de unas fuer­
Los escritores y los estudiosas son ciudadanos; por tanto, es
zas todavía insospechadas, cuyas leyes no pueden ser descu­
evidente que tienen el ineludible deber de participar en la vida
biertas si sólo se acude a los procedimientos del análisis interior.
pública. Queda por ver de qué forma y en qué medida. En cuan­
to hom bre de pensamiento y de imaginación, no parece que es­
tén especialmente predestinados a la carrera política; en efecto,
esta vida pide ante todo y sobre todo cualidades propias de un
hombre de acción. Incluso aquellos cuyo trabajo consiste en
m editar sobre las sociedades, por ejemplo el historiador y el
sociólogo, no me parecen mucho más adaptados a esas funcio­
nes activas que lo que pueden ser el literato o el naturalista; la
verdad es que se puede tener ese genio que hace descubrir las
leyes generales a través de las cuales se desarrollan los hechos so­
ciales en el pasado, sin poseer por ello el sentido práctico que
hace vislumbrar las medidas que está pidiendo el estado de un
pueblo en un determinado momento de la historia. De la misma
m anera que un gran fisiólogo es. generalmente un clínico medio­
cre, también es muy presumible que un sociólogo llegue a ser
un hom bre de estado muy incompleto. Ciertam ente es positivo
el hecho de que los intelectuales estén representados en las
asambleas deliberativas; aparte del hecho de que su cultura les
permite aportar en las deliberaciones ciertos elementos infor­
mativos sumamente interesantes, son también ellos los más cua­
lificados para defender delante de los poderes públicos los in-

* E n sa y o a p are c id o cn R evue B leue 1 (1903) 705-706.

82 83
terescs del arte y de la ciencia. Pero para que se consiga esta apagarse, puesto que es necesaria. Lo anormal era la calma de
finalidad no es necesario que sean numerosos en el parlamento. otros tiempos. Y era esa calma la que constituía un peligro. Tan­
Por otra parte, podríamos preguntarnos si, salvo en casos ex­ to si lo lamentan algunos como si no, el período crítico abierto
cepcionales de genios especialmente dotados, es posible conver­ por la caída del antiguo régimen 110 se ha cerrado ni mucho
tirse en diputado o senador, sin dejar al mismo tiempo de ser menos; más vale tom ar conciencia de ello en vez de abandonar­
escritor o estudioso, dado que estos dos tipos de funciones su­ se a una confianza errónea. La hora del descanso no ha sonado
ponen una orientación diversa del espíritu y de la voluntad. todavía para nosotros. Todavía queda mucho por hacer para
P or consiguiente, a mi juicio, es sobre todo a través del li­ que no sea indispensable tener perpetuam ente movilizadas, por
bro, de la conferencia, de las obras de educación popular, como así decirlo, nuestras energías sociales. Por eso creo que es pre­
debe ejercitarse nuestra acción. Hemos de ser sobre todo con- ferible la política que se ha seguido en estos últimos cuatro años
• y t sejeros, educadores. Estamos hechos para ayudar a nuestros a la que se siguió anteriormente. En efecto, esta política ha lo­
contemporáneos a reconocerse en sus ideas y en sus sentimien­ grado m antener en vida una corriente constante de actividad
tos mucho más que para gobernarlos; y en el estado de confu­ colectiva de cierta intensidad. Ciertamente, estoy convencido
sión en que vivimos, ¿puede haber algún papel que representar de que el anticlcricalismo no basta; tengo prisa por ver cómo
de mayor utilidad que éste? Por otra parte, conseguiremos mu­ la sociedad se pone unos fines más objetivos. Pero lo esencial
cho más si limitamos en esta dirección nuestras ambiciones. era que no nos dejáramos caer de nuevo en aquel estado de
Conquistaremos mucho antes la amistad popular cuando 110 pue­ estancamiento moral en el que hemos vivido durante demasiado
dan atribuirnos intenciones personales. N o es necesario que en tiempo.
el conferenciante de hoy sea preciso suponer al candidato de
mañana.
Se ha dicho, sin embargo, que la gente no estaba preparada
para entender a los intelectuales y que la democracia con su
pretendido espíritu beocio ha sido la responsable de esa especie
de indiferencia política, de la que han dado prueba los estu­
diosos y los artistas en los primeros veinte años de la tercera
república. Pero lo que demuestra la falta de fundamento de
esta aserción es que esta indiferencia ha term inado una vez
que se le planteó al país un problema moral y social de gran
importancia. La larga abstención anterior se derivaba por tanto,
sencillamente, de la falta de toda cuestión capaz de sacudir la
inercia de los despreocupados. Nuestra política se arrastraba
miserablemente por cuestiones personales. Se nos combatía para
saber quién tenía que poseer el poder. No había una gran causa
general a la que poder consagrarse, un punto de vista elevado
al que poder dirigir los esfuerzos. Se seguían por tanto, con
m ayor o menor indiferencia, los más mínimos incidentes de la
política cotidiana, sin experimentar la necesidad de intervenir en
ellos. Peró cuando se suscitó una grave cuestión de principio,
se vio cómo los estudiosos salían de sus laboratorios, cómo los
eruditos abandonaban sus estudios, cómo se acercaban a la
gente, cómo se confundían con la vida de la plebe, y la expe­
riencia ha demostrado que sabían hacerse entender.
La agitación moral que han suscitado estos acontecimientos
no se ha apagado todavía y soy de los que piensan que no debe

84 85
II
SO C IO LO G IA Y EDUCACION
La educación: su naturaleza,
su función *

1. Definiciones de la educación. Examen crítico

L a palabra educación se ha empleado a veces en un senti­


do muy amplio para designar todo el conjunto de influencias
que la naturaleza o los demás hombres pueden ejercer, bien sea
sobre nuestra inteligencia, o bien sobre nuestra voluntad. Com ­
prende, com o dice Stuart Mill, «todo aquello que hacemos por
cuenta nuestra y todo aquello que los demás hacen por medio
de nosotros, a fin de acercarnos a la perfección de nuestra na­
turaleza. En la más amplia expresión del término, comprende
incluso los efectos indirectos producidos sobre el carácter y so­
bre las facultades humanas por ciertas cosas que tienen una
finalidad totalmente diversa: las leyes, las formas de gobierno,
las artes industriales c incluso los hechos físicos, independien­
tes de la voluntad del hombre, como el clima, el suelo y la po­
sición geográfica».
Pero esta definición comprende hechos totalmente heterogé­
neos y que no pueden reunirse bajo un mismo vocablo, sin co­
rrer el riesgo de caer en algunas confusiones. La acción de las
cosas sobre los hombres es muy diversa, como modo de obrar

* Se tra ta d e la p a la b ra « É ducation* cn cl N o u v e a u dictionnaire d e


pédagogie et d ’instruction p ñ m a ire , b a jo la d irección de F . Buisson, P aris
1 9 1 1 , 5 2 9 -5 3 6 .

89
y como resultados, d e la que ejercen los propios hombres. Y la Y todavía es menos satisfactoria la definición utilitarista s e - /- ■>.• V-
acción de los que tienen la misma edad, unos sobre otros, di­ gún la cual la educación tendría como objeto «hacer del indivi­
fiere de la que los adultos ejercen sobre los más jóvenes. Esta duo un instrumento de felicidad para sí mismo y para sus se­
últim a es la única que por ahora nos interesa y, por tanto, se­ mejantes» (James Mili), porque la felicidad es una cosa esen­
rá oportuno reservar para ella el término de «educación».
cialmente subjetiva, que cada uno aprecia a su modo. Por tanto,
¿Y en qué consiste esta acción sui generis? A esta pregunta
una fórmula de este género deja sin determ inar la finalidad de la
se le han dado respuestas muy diferentes, que pueden reunirse educación y, consiguientemente, la educación misma, puesto que
en dos grupos principales. la abandona en manos del arbitrio individual. Es verdad que
P f- Según Kant, «la finalidad de la educación consiste en des­ Spencer ha intentado definir objetivamente la felicidad. Para
arrollar en cada individuo toda la perfección que cabe dentro él, las condiciones de la felicidad son las de la vida. La felicidad
de sus posibilidades». ¿Y qué es lo que hay que entender por
com pleta es la vida en su plenitud. Pero ¿qué es lo que hemos
«perfección»? Se trata, como se ha dicho muchas veces, del des­
de entender por «la vida»? Si se trata únicam ente de la vida fí­
arrollo armónico de todas las facultades humanas. Llevar hasta
sica, se puede muy bien señalar qué es lo que, al faltar, la hace
el más alto nivel que pueda alcanzarse la sum a de las posibili­
imposible. Esa vida implica realmente cierto equilibrio entre el
dades que hay en nosotros, realizarlas con toda la plenitud que
organismo y su ambiente y, puesto que esos dos términos res­
cabe en nuestros medios, sin que se perjudiquen las unas a las
pectivos son unos datos definibles, podrá ser también definible
otras, ¿no es quizás un ideal por encima del cual no sería posi­
esta relación entre ellos.
ble colocar .uno mayor? Pero de esa manera solamente es posible expresar las ne­
Pero, si en cierta medida este desarrollo armónico es efecti­
cesidades vítales más inmediatas. Pues bien, para el hombre, ¿ < *
vamente necesario y deseable, no es posible por otra parte rea­
y sobre todo para el hom bre de nuestros días, una vida seme­
lizarlo por entero, ya que se encuentra en contradicción con otra
jante no es la «vida». Nosotros le pedimos otras cosas, diferen­
regla de la conducta hum ana que no es menos imperiosa, la
tes del funcionamiento más o menos normal de nuestros órga­
que nos ordena que nos consagremos a una tarea particular y li­
nos. Un espíritu culto prefiere no vivir antes que renunciar a / - •-
mitada. No podemos ni debemos entregarnos todos al mismo
los gozos de la inteligencia. Incluso desde el mero punto de vis­
género de vida, pero debemos, según nuestras aptitudes, des­
ta material todo aquello que va más allá de lo estrictamente
arrollar funciones diferentes, y es indispensable que cada uno
necesario se escapa de toda determinación. El standard of Ufe,
de nosotros se ponga en armonía con las que le incumben.
la muestra típica de la existencia, como dicen las ingleses, el
No todos estamos hechos para reflexionar; se necesitan tam­
mínimo por debajo del cual nos parece que no es aceptable des­
bién hombres de intuición y de acción. Al contrario, también
cender, varía infinitamente según las condiciones, los ambien­
se necesitan hombres que tengan la tarca de pensar. Pues bien,
tes y las circunstancias. Lo que ayer nos parecía que era sufi- a < <
el pensamiento no puede desarrollarse más que apartándose del
ciente. hoy nos parece que está por debajo de la dignidad del
movimiento, replegándose sobre sí mismo, sustrayento de la
individuo, tal como la sentimos en la actualidad, y todo hace
acción exterior a aquel que se entrega por entero a pensar.
presumir que nuestras exigencias a este respecto irán aum entan­
De aquí se deriva una primera diferenciación que no se crea
do con el correr de los días.
sin una ruptura de equilibrio. Y la acción, por su parte, lo mis­
Y así llegamos a la crítica generalizada en la que incurren
mo que el pensamiento, es capaz de asum ir una multitud de
todas estas definiciones. Parten del postulado de que existe una
formas diferentes y particulares. No cabe duda de que esta es-
educación ideal, perfecta, instintivamente válida para todos los
pecializaóión no excluye cierto fondo común y, por consiguien­
hombres. Y es esta educación universal y única la que el teórico
te, cierto equilibrio de las funciones tanto orgánicas como psí­
se esfuerza en definir. Pero ante todo, si consideramos la histo­
quicas, sin el cual quedaría comprometida la salud del indivi-
ria, no encontramos en ella nada que sea capaz de confirmar
. r Y dúo, al mismo tiempo que la cohesión social. De todas formas,
parece que puede darse por sentado que una armonía perfecta esta hipótesis. La educación ha variado infinitamente, según los
tiempos y según los países. En las ciudades griegas y latinas la
no puede presentarse como la finalidad suprema de la conducta
educación intentaba adiestrar al individuo para que se subordi­
y de la educación.
nase ciegamente a la colectividad, para que se convirtiera en
90 9/
una «cosa» de la sociedad. Hoy, la educación se esfuerza en que permiten alcanzarla. Bajo este punto de vista, las formas
hacer de ella una persona autónoma.]) En Atenas se procuraba educativas del pasado se presentan como otros tantos errores,
formar espíritus delicados, sagaces, sutiles, apasionados de la totales o parciales. Por tanto, no hay que tenerlos en cuenta
medida y de la armonía, capaces de saborear la belleza y los para nada. No tenemos por qué hacernos solidarios de los erro­
gozos de la especulación pura. En Rom a se deseaba ante todo res de observación o de lógica que han podido cometer nues­
que los muchachos se convirtieran en hombres de acción, apa­ tros predecesores; pero podemos y debemos planteamos el pro­
sionados por la gloria militar, indiferentes ante todo lo que se blema, sin ocupamos de las soluciones que se le han dado en
refería a las artes y a las letras. En la edad media la educación el pasado, esto es, dejando aparte todo lo que ha ocurrido. Lo
era sobre todo cristiana. En el renacimiento adquirió un carác­ único que tenemos que hacer es preguntamos por lo que tiene
ter más laico y literario. Hoy la ciencia tiende a ocupar el pues­ que ser. Las enseñanzas de la historia pueden, todo lo más, evi­
to que ocupaba el arte en otros tiempos.^? tam os el peligro de volver a caer en los mismos errores que ya
r\ <• ¿Se dirá que todo lo que se ha hecho no representa lo ideal? se cometieron anteriormente.
¿Que, si la educación ha cambiado, esto se debe a que los hom ­ Efectivamente, toda sociedad, considerada en un momento
bres se han equivocado al juzgar lo que tenía que ser? Pero determinado de su desarrollo, tiene un sistema de educación que
si la educación romana hubiera recibido el sello de un indivi­ se impone a ios individuos con una fuerza generalmente irre­
dualismo que pudiera parangonarse con el nuestro, no habría sistible. Es inútil creer que podemos educar a nuestros hijos co­
podido conservarse la «comunidad» romana; la civilización la­ mo queramos. Existen costumbres a las que tenemos que con­
tina no habría podido surgir ni, sucesivamente, nuestra civiliza­ formarnos; si intentamos sacudírnoslas de las espaldas, más tar­
ción m oderna que en gran parte se ha derivado de ella. de ellas se vengarán en nuestros hijos. Estos, una vez que hayan
Las sociedades cristianas de la edad media no habrían po­ crecido y se hayan hecho adultos, no se encontrarán en condi­
dido sobrevivir si hubieran concedido al libre examen la im­ ciones de vivir entre sus contemporáneos, con los que no se
portancia que le concedemos en nuestros días. Por consiguiente, sentirán en armonía. Han sido educados en unas ideas .o de­
hay necesidades ineludibles, de las que no se puede hacer abs­ masiado arcaicas o demasiado avanzadas; da lo mismo; la ver­
tracción. ¿De qué podría servirnos imaginar una educación que dad es que tanto en un caso como en otro los así educados
resultase mortal para la sociedad que la pusiera en práctica? no son de su época y, por consiguiente, no se encuentran en
Este mismo postulado tan discutible contiene un error toda­ condiciones de vida normal. Existe, por tanto, en cada período, •• ^
vía más general. Si se empieza así, preguntándose a uno mismo un modelo normativo de la educación, del que no nos es lícito
cuál tiene que ser la educación ideal, haciendo abstracción de apartarnos sin tropezar con vivas resistencias que intentan con­
todo condicionamiento de tiempo y de lugar, esto quiere decir tener las veleidades de los disidentes.
que se está admitiendo implícitamente que un sistema educati­ Pues bien, las costumbres y las ¡deas que determinan este ^
vo no tiene nada de real en sí mismo. No se ve en él un con­ modelo 110 hemos sido nosotros, individualmente, quienes las
junto de prácticas y de instituciones que se han ido organizan­ hemos creado. Son el producto de la vida en común y expresan
do lentamente en el curso de los tiempos, que se muestran so­ sus necesidades. En su mayor parte son además obra de las ge­
lidarias de todas las demás instituciones sociales y que las ex­ neraciones anteriores. 'Io d o el pasado de la humanidad ha con­
presan; que, por consiguiente, no se pueden modificar a volun­ tribuido a crear este conjunto de máximas que encuadran a la
tad del mismo modo que tampoco pueden modificarse las es­ educación de hoy; toda nuestra historia ha dejado huellas en
tructuras mismas de la sociedad. Por el contrario, parece que él, comprendida la historia de los pueblos que nos han prece­
se trata áe un simple sistema de conceptos realizados: bajo es­ dido. Pasa lo mismo que con los organismos superiores, que lle­
te punto de vista da la impresión de que depende solamente de van en sí mismos algo así como un eco de toda la evolución
. la lógica. Se imagina que los hombres de cada época la van biológica de la que son el resultado.
organizando voluntariamente para realizar un fin determinado; Cuando se estudia históricamente la manera como se han < * <
que, si esta organización no es la misma en todas partes, el mo­ formado y desarrollado los sistemas de educación, se descubre
tivo de ello está en que h a habido un error sobre su naturaleza, que dependen de la religión, de la organización política, del
o sobre la finalidad que conviene buscar, o sobre las medios nivel de desarrollo de las ciencias, de las condiciones indus-

92 93
tríales, etc. Si se los aísla de todas estas causas históricas, re­ Y a hemos determinado, mientras avanzábamos en nuestra 1
sultan incomprensibles. Entonces, ¿de qué manera puede el in­ exposición, dos elementos. Para que se tenga educación es me- £ Y- ;'
dividuo pretender reconstruir, con solo el esfuerzo de su pen­ nester que exista la presencia de una generación de adultos y
samiento personal, lo que no es una obra del pensamiento indi- de una generación de jóvenes, así com o también una acción
y 1 t vidual? No se encuentra frente a una «tabula rasa», sobre la ejercida por los primeros sobre los segundos. Nos queda por
que pueda edificar lo que mejor le parezca, sino que se en­ definir ahora la naturaleza de esta acción.
cuentra en presencia de unas realidades existentes que él no No existe, por así decirlo, ninguna sociedad en la que el
puede ni crear, ni destruir, ni transform ar según su voluntad. No sistema educativo no presente un doble aspecto: ese sistema
puede actuar sobre ellas más que dentro de los límites en los es, al mismo tiempo, uno y múltiple. Es múltiple: efcctivamcn- < "
que ha aprendido a conocerlas, sabiendo cuál es su naturaleza te se puede decir en cierto sentido que existen tantas especies
y cuáles son las condiciones de las que dependen. Y no puede diversas de educación cuantos son los diferentes ambientes so­
llegar a saber eso más que acudiendo a su escuela, empezando a ciales en esa sociedad. ¿Está acaso constituida en castas? En­
observarlas, lo mismo que el físico observa la materia bruta y el tonces la educación variará de una casta a la otra. La educa­
biólogo los cuerpos vivos. ción de los patricios era distinta de la de los plebeyos; la de
Por otra parte, ¿es que hay algún modo de proceder que no los brahmanes era distinta de la de los sudras. De la misma for­
sea ése? Cuando se desea determinar, mediante la dialéctica so­ ma, en la edad media ¡qué enorme diferencia existía entre la
lamente, lo que tiene que ser la educación, se debe empezar por cultura que recibía el joven paje, instruido cn todas las artes
establecer cuáles son ios fines que tiene que tener. Pero ¿qué de la caballería, y la que recibía el villano que iba a aprender a
es lo que nos permite decir que la educación tiene estos fines la escuela de su parroquia aquel magro elemento de cálculo,
más bien que aquellos otros? No sabemos a priori cuál es la de canto y de gramática! Incluso en la actualidad, ¿no vemos
función de la respiración o de la circulación en el ser viviente. cómo varía la educación con la clase social e incluso sencilla­
¿Gracias a qué privilegio podemos estar mejor informados en mente con el ambiente? I^a educación_en la ciudad es distinta VA /
lo que se refiere a la función educativa? Se nos responderá evi­ que en el campo; la de los burgueses no es la misma que la
dentemente qu<¿Tá educación tiene como objetivo preparar a de los obreros. ¿Se dirá que esta organización no es moral-f
los hombres del mañana. Pero esto significa sencillamente plan­ mente justificable, que no es posible ver en ella más que una
tear el problema en términos apenas ligeramente distintos, de­ supervivencia destinada a desaparecer? E sta tesis es fácil de
jándolo sin resolver. Sería preciso decir en qué consiste esta defender. Es evidente que la educación de nuestros hijos no
preparación, a qué tiende, a qué necesidades humanas responde. debería depender de la casualidad que les ha hecho nacer aquí
Pero no es posible responder a estas preguntas más que empe­ o allí, de unos padres en lugar de otros. Pero aun cuando la
zando por observar en qué ha consistido y a qué necesidades conciencia moral de nuestro tiempo hubiera recibido cn este
ha atendido en el pasado. Por eso, la observación histórica re­ punto la satisfacción que está aguardando, la educación no se
sulta indispensable, aunque sólo sea para establecer la noción haría por este motivo más uniforme. Aun cuando la carrera
preliminar de «educación», para determ inar la cosa que se de­ de cada joven no estuviese ya, en gran parte, determ inada a
nomina con esa p a la b ra ^ priori por una herencia ciega, la diferencia moral de las pro­
fesiones no evitaría llevar consigo una gran diversidad peda­
gógica. En efecto, toda profesión constituye un ambiente sui
2. Definición de la educación generis, que requiere aptitudes particulares y conocimientos par­
+ ticulares donde reinan ciertas ideas, cienos usos, ciertas maneras
Para defiinir la educación hemos de examinar los sistemas de ver las cosas; y puesto que el joven tiene que ser preparado < '■■<
educativos que existen o que han existido, compararlos entre con vistas a la función que estará llamado a desempeñar, la edu­
sí, poner de relieve los caracteres que tienen en común. La suma cación, a partir de cierta edad, no puede ya seguir siendo la
de estos caracteres constituirá la definición que andamos bus­ misma para todos los sujetos a los que es aplicada. Por ese
cando. mismo motivo es por lo que vemos, en todos los países civi­
lizados, cóm o se tiende más a la diferenciación y a la cspccia-

94 95
lización; y esta especial ización va siendo cada vez más precoz. sobre la sociedad, sobre el individuo, sobre el progreso, sobre
X * ¿ L a heterogeneidad que entonces se produce no se basa, como la ciencia, sobre el arte, etc., que están en la base misma de
aquella cuya existencia comprobábamos hace poco, en desigual­ nuestro espíritu nacional. Toda la educación, tanto la del rico
dades injustas; sin embargo, 110 por eso resulta menor. Para en­ como la del pobre, tanto la que conduce a las carreras liberales
contrar una educación absolutamente homogénea e igualitaria como la que prepara para las funciones industriales, tiene la
sería preciso remontarse a las sociedades prehistóricas, dentro finalidad de fijar esas ideas en la conciencia.
de las cuales no existía ninguna diferenciación; e incluso aque­ De estos hechos se deduce que cada sociedad se forma un
llas sociedades 110 representaban más que un momento lógico determinado ideal del hombre, de qué es lo que tiene que ser
dentro de la historia de la humanidad. tanto desde el punto de vista intelectual como desde el físico
Pero, sea cual fuere la im portancia de estas educaciones es­ y moral; que este ideal es en cierta medida el mismo para to­
peciales, ellas no son «toda» la educación. Puede incluso afir­ dos los ciudadanos; que. a partir de cierto punto, esc ideal se
marse que no se bastan a sí mismas. E11 cualquier parte en va diferenciando según los ambientes particulares que com pren­
que las observemos, no divergen unas de otras más que a partir de en su seno cualquier sociedad. Este ideal, que es al mismo
de cierto punto, más acá del cual llegan a confundirse por com­ tiempo uno y diverso, es el que constituye el polo de la educa­
pleto. Todas ellas reposan en una base común. /Ñ o existe nin­ ción. Así pues, ésta tiene como función suscitar en el niño:
gún pueblo en el que no exista cierto número de ideas, de sen­ I . cierto número de estados físicos y mentales que la sociedad a
timientos y de prácticas que la educación tiene que inculcar a la que pertenece considera que no deben estar ausentes en nin­
todos los niños indistintamente, sea cual fuere la categoría so­ guno de sus miembros; 2 . ciertas condiciones físicas y mentales
cial a la que pertenecen. Hasta en esos países en los que la so­ que el grupo social particular (casta, clase, familia, profesión)
ciedad está dividida en castas cerradas la una a la otra, existe considera igualmente que deben encontrarse en todos aquellos
siempre una religión común para todos y, por consiguiente, los que lo constituyen. De esta manera, es la sociedad en su con­
principios de la cultura religiosa, que pasa a ser entonces funda­ junto y cada uno de los ambientes sociales en particular quienes
mental, son los mismos para toda la masa de la población. Aun determinan este ideal que la educación tiene que realizar.
cuando cada casta y cada familia tenga sus dioses particulares, La sociedad no puede vivir si no se da entre sus miembros
existen también divinidades generales, reconocidas por todos y una homogeneidad suficiente; la educación perpetúa y refueza
a las que todos los niños aprenden a venerar.7 Y puesto que esa homogeneidad, fijando a priori en el alma del niño las se­
esas divinidades encarnan y personifican ciertos sentimientos, mejanzas esenciales que impone la vida colectiva. Pero, por otro
ciertos modos de concebir el m undo y la vida, no se puede estar lado, sin cierta diversidad sería imposible toda clase de coope­
iniciado en su culto sin contraer al mismo tiempo toda una ración. La educación asegura entonces la persistencia de esa
serie de hábitos mentales que superan la esfera de la vida pura­ diversidad necesaria, diversificándose y especializándose ella mis­
mente religiosa. De la misma manera, en la edad media, los ma. Si la sociedad h a llegado a un nivel de desarrollo tal que
siervos, los villanas, los burgueses y los nobles recibían de una no pueden ya conservarse las antiguas divisiones en castas y
forma igualitaria la misma educación cristiana. en_clases, prescribirá una educación que sea más unificada en
Si es esto lo que sucede en las sociedades en donde la di­ la base. Si, en ese mismo momento, el trabajo se encuentra más
versidad intelectual y moral alcanza un grado tan alto de con­ dividido, provocará en los niños, sobre un primer fundamento
traste, con mucha mayor razón tiene que suceder lo mismo entre de ideas y de sentimientos comunes, una diversidad de aptitudes
pueblos más evolucionados, en los que las clases, aunque per­ profesionales más rica. Si vive en estado de guerra con las so­
manezcan distintas, están separadas sin embargo por un abismo ciedades ambientales, se esforzará por form ar los espíritus sobre
menos profundo. Aun cuando esos elementos comunes a cual­ una pauta enérgicamente nacional. Si la competencia internacio­
quier educación no se expresen bajo la forma de símbolos reli­ nal toma una forma más pacífica, el tipo que intente realizar
giosos, nc dejan por ello de existir. En el curso de nuestra his­ será más general y más humano.
toria se ha ido constituyendo todo un conjunto de ideas sobre Por tanto, la educación no es para la sociedad más que el
la naturaleza humana, sobre la importancia respectiva de nues­ medio por el cual logrará crear en el corazón de las jóvenes
tras diferentes facultades, sobre el derecho y sobre el deber, generaciones las condiciones esenciales para la propia existen­

96 97
7
cia. Veremos más adelante cómo el propio individuo tiene in­ Pues bien, si prescindimos de las tendencias vagas e incier­
terés en someterse a estas exigencias. Podemos llegar enton­ tas que pueden ser debidas a la herencia, el niño, al entrar en
ces a la siguiente fórmula: la educación es la acción ejercida por la vida, no introduce en ella más que la aportación de su natu­
las generaciones adultas sobre las que no están todavía madu­ raleza individual. Por consiguiente, la sociedad se encuentra
ras para la vida social; tiene como objetivo suscitar y desarro­ ante toda nueva generación cn presencia de una especie de ta­
llar en el niño cierto número de estados físicos, intelectuales bla casi totalmente rasa, sobre la cual tendrá que construir con
y morales que requieren en él tanto la sociedad política en su esfuerzos renovados. Es preciso que, mediante los procedimien­
conjunto como el ambiente particular al que está destinado de tos más rápidos que sea posible, a esc ser asocial y egoísta que
manera específica. ha venido al m undo se le sobreponga otro ser, capaz de llevar
una vida moral y social. Y esa es precisamente la obra de la
educación, cuya grandeza es fácil de comprender. Esa obra edu­
3. Consecuencias de la definición anterior: cativa no se limitará a desarrollar el organismo individual en la
carácter social de la educación dirección indicada por su naturaleza, a hacer que salgan a la
luz unos poderes escondidos que solamente estaban pidiendo
De la definición precedente se deduce que la educación con­
manifestarse, sino que crea realmente en el hombre un ser
siste cu una socialización metódica de la generación joven.
Puede decirse que en cada uno de nosotros hay dos seres, los nuevo.
Esta virtud creadora es, por otra parte, un privilegio espe­
cuales, a pesar de ser inseparables a no ser por el camino de
cial de la educación humana. Es muy distinta la que reciben
la abstracción, no pueden evitar, sin embargo, ser distintos. El
los animales, si es que puede darse este nombre al adiestramien­
uno está hecho de todos los estados mentales que no se refieren
to progresivo al <$uc se ven sometidos por obra de sus padres.
más que a nosotros mismos y a los acontecimientos de nuestra
Estos pueden efectivamente acelerar el desarrollo de ciertos
vida personal; es el que podríamos llamar nuestro ser indivi­
instintos que dormitan en el pequeño, pero no lo inician en una
dual. El otro es un sistema de ideas, de sentimientos y de há­
vida nueva. Facilitan el juego de las funciones naturales, pero
bitos que expresan en nosotros, no ya nuestra personalidad,
no crean nada. Bajo la instrucción de su madre, el pajarillo
sino el grupo o los grupos diversos de los que formamos parte.
aprenderá a volar antes o a hacer el nido. Pero no aprende casi
D e este género son las creencias religiosas, las creencias y las
nada que no habría podido descubrir con su propia experiencia
prácticas morales, las tradicionales nacionales y profesionales,
personal.
las opiniones colectivas de toda clase. Su conjunto es lo que
Esto depende del hecho de que los animales o viven fuera
forma nuestro ser social. El objetivo final de la educación sería
de toda organización social, o forman sociedades muy simples,
precisamente constituir ese ser en cada uno de nosotros.
que funcionan gracias a mecanismos instintivos que cada indi­
Por otra parte, de aquí es de donde se deduce también la
viduo lleva dentro de sí mismo y que están ya completamente
importancia de su fusión y la fecundidad de su acción. Efecti­
constituidos desde el momento de su nacimiento. Por tanto, la
vamente, no sólo no está ya preconstiluido y preparado esc ser
educación no puede añadir nada a lo esencial de la naturaleza,
social en la costitución primitiva del hombre, sino que ni siquie­
ya que ésta es suficiente para todo, para la vida del grupo y
ra es el resultado de un desarrollo espontáneo. Espontáneam en­
para la vida del individuo. Por el contrario, en el hombre las
te el hombre no habría sido propenso a someterse a una auto­
aptitudes de todo género que presupone la vida social son de­
ridad política, a respetar una disciplina moral, a entregarse al
masiado complejas para poder encarnarse, de alguna manera,
sacrificio por los demás. N o había nada en nuestra naturaleza
en nuestros tejidos y materializarse bajo la forma de predisposi­
COngénita que nos predispusiese necesariamente a convertirnos
ciones orgánicas. De ahí se sigue que no pueden trasmitirse de
cn siervos de unas divinidades, de unos emblemas simbólicos
una generación a otra por el camino de la herencia. La trasm i­
de la sociedad, a rendirles culto, a privarnos de algo cn su honor.
sión tiene que llevarse a cabo mediante la educación.
H a sido la misma sociedad la que, a medida que se ha ido for­
Además, se dirá, si efectivamente es posible concebir que
mando y consolidando, ha sacado de su seno estas grandes fuer­
las cualidades puram ente morales, puesto que imponen al in­
zas morales, ante las cuales el hombre ha sentido su propia in­
dividuo ciertas privaciones que van cn contra de sus impulsos
ferioridad.

98 99
naturales, no pueden ser suscitadas en nosotros más que me­ sus formas, se hizo demasiado compleja para poder funcionar
diante una acción que venga desde fuera, ¿no habrá otras cua­ de otra forma que no fuese gracias al concurso del pensamiento
lidades que cada uno de los individuos tenga interés en adquirir meditado, esto es, del pensamiento iluminado por la ciencia.
y que busque espontáneamente? Tales son, por ejemplo, las Entonces la cultura científica se hizo indispensable y por este
cualidades de la inteligencia, que le permiten adaptar mejor su motivo es por lo que la sociedad exige de sus miembros esa
propia conducta a la naturaleza de las cosas. Tales son igual­ ciencia y se la impone como un deber. Pero en los orígenes,
mente las cualidades físicas y todo aquello que contribuye al mientras la organización social mantuvo su simplicidad, con su
vigor y a la salud del organismo. Para estas cualidades, por lo escasísima variedad, manteniéndose igual a sí misma, le bastaba
menos, parece ser que la educación, al desarrollarlas, no hace con la ciega tradición, lo mismo que al animal le basta con el
más que salir al encuentro del desarrollo mismo de la naturale­ instinto. De ahí se sigue que el pensamiento y el libre examen
za, m ás bien que conducir al individuo a un estado de perfec­ eran inútiles y hasta perniciosos, ya que no podían hacer otra
ción relativa hacia la cual tiende él mismo, aun cuando pueda cosa más que amenazar a esa tradición. Y esta es sencillamente
alcanzarlo más rápidamente gracias al concurso de la sociedad. la razón por la que fueron proscritos.
U Pero lo que indica claramente, a pesar de todas las aparien­ Esto mismo sucede en el caso de las cualidades físicas.
cias, que tanto aquí como en otros aspectos la educación res­ Cuando las condiciones del ambiente social hagan inclinarse ha­
ponde ante todo a necesidades sociales, es el hecho de que hay cia el ascetismo a la conciencia pública, la educación física se
algunas sociedades que no han cultivado del todo estas cualidades verá rechazada a segundo plano. Algo por el estilo es lo que
ni otras parecidas o que, de todas maneras, las han interpretado se produjo en las escuelas de la edad media. Y este ascetismo
de forma muy distinta según los principios de cada sociedad. T o­ era necesario, ya que la única manera de poder alcanzar una
davía estamos muy lejos de ver reconocidas por todos los pueblos adaptación a la dureza de aquellos tiempos tan difíciles era
las ventajas de una cultura sólida. La ciencia, el espíritu crítico, la de amarla. De la misma forma, según el curso de la opinión,
que hoy colocamos tan arriba, han sido mirados con cierta sos­ esa misma educación se irá entendiendo en los sentidos más di­
pecha durante varios siglos. ¿Acaso no conocemos todos una versos. En Esparta tenían sobre todo la finalidad de ir endure­
gran doctrina que proclama «bienaventurados a los pobres de ciendo los miembros para la fatiga; en Atenas representaba la
espíritu»? Hay que guardarse mucho de considerar que esta in­ manera de ir moldeando cuerpos hermosos a la vista; en tiem­
diferencia frente al saber haya sido impuesta artificialmente a pos de la caballería se le pedía que formase guerreros ágiles y
los hombres, en violación de su naturaleza. Ellos no tienen den­ esbeltos; en nuestros días tiene solamente una finalidad higiéni­
tro de sí mismos ese apetito instintivo de saber que se les ha ca y se preocupa sobre todo de limitar los efectos peligrosos de
atribuido tantas veces de una manera arbitraria. Ellos no de­ una cultura intelectual demasiado intensa. De este modo, inclu­
sean la ciencia más que en la medida en que la experiencia les so las cualidades que parecían a primera vista tan espontánea­
ha enseñado que no pueden prescindir de ella. Pues bien, por mente deseables no son buscadas por las individuos más que
lo que se refiere a la organización de su vida individual, no te­ cuando la sociedad les dirige una invitación para ello y las bus­
nían ninguna necesidad de ella. Como ya decía Rousseau, para can de la manera que ella les prescribe.
satisfacer las necesidades vitales podía bastar con las impresio­ Estamos entonces en disposición de responder a una pre­
nes, con la experiencia y con los instintos, lo mismo que basta­ gunta que ha surgido de todo lo que llevamos dicho. Mientras
ba con todo esto a los animales. Si el hombre no hubiera co­ íbamos mostrando ú la sociedad que modelaba según sus pro­
nocido otras necesidades más que aquellas tan sencillas que tie­ pias necesidades a los individuos, podía surgir la duda de si
nen sus raíces en su constitución individual, no se habría pues­ éstos soportaban ante tal hecho una intolerable tiranía. Pero en
to en busca de una ciencia, sobre todo si se tiene en cuenta que realidad son ellos mismos los interesados en esta sumisión, ya
ésta 110 se ha adquirido sin dolorosos y laboriosos esfuerzos. que el ser nuevo que va edificando de este modo en cada uno
El hom bre no ha conocido la sed del saber más que cuando la de nosotros la acción colectiva, a través de la educación, repre­
sociedad la ha despertado en él. Y la sociedad no la ha des­ senta lo que hay de mejor en nosotros, lo que hay de propia­
pertado más que cuando ella misma se ha visto necesitada de mente hum ano en nosotros. En efecto, el hom bre es hombre
ese saber. Ese momento llegó cuando la vida social, bajo todas solamente y en cuanto que vive en sociedad. Es difícil, dentro

100 101
de los límites de un artículo, dem ostrar rigurosamente una afir­ bien, la religión es una institución social. Al aprender una len­
mación tan general y tan importante, que resume los trabajos gua, aprendemos todo un sistema de ideas distintas y clasifica­
de la sociología contemporánea. Pero, para empezar, podíamos das y somos los herederos de todos los trabajos de los que se
decir que cada vez se la discute menos. Además, no es imposi­ han derivado aquellas clasificaciones que resumen varios siglos
ble recordar sumariamente los hechos más esenciales que la de experiencia. Pero hay más todavía; sin el lenguaje no tendría­
justifican. mos, por así decirlo, ideas generales, puesto que es la palabra
En primer lugar, si hay en la actualidad un hecho histórica­ la que, al fijarlos, les da a los conceptos una consistencia sufi­
mente establecido, es que la moral guarda estrechas relaciones ciente para que puedan ser manejados cómodamente por el es­
con la naturaleza de la sociedad, ya que, como hemos indicado píritu. Por consiguiente, es el lenguaje lo que nos permite ele­
a través de nuestro estudio, la moral cambia cuando cambian las varnos por encima de la pura sensación; y no es necesario de­
sociedades. Esto es, depende de la vida en común. Es la socie­ mostrar que el lenguaje es, ante todo, un elemento social.
dad la que nos hace realmente salir de nuestro egocentrismo, la De estos pocos ejemplos es posible deducir a qué se redu­
que nos obliga a tener en cuenta otros intereses distintos de los ciría el hom bre si se le retirase: todo lo que recibe de la socie­
nuestros, la que nos ha enseñado a dom inar nuestras pasiones, dad: volvería a caer cn el nivel en que se mueven los animales.
nuestros instintos, a darles una ley, a guardar sujeción a ciertas Si ha podido superar la etapa cn la que se. han detenido los ani­
normas, a padecer privaciones, a sacrificarnos, a subordinar males, se debe ante todo a que no se ha reducido solamente al
nuestros objetivos personales a finalidades más elevadas. Todo fruto de sus propios esfuerzos personales, sino que ha coope­
el complejo de representaciones que provoca cn nosotros la idea rado regularmente con sus semejantes, lo cual refuerza el ren­
y el sentimiento de la regla de la disciplina, tanto interior como dimiento de la actividad de cada uno. Además, y sobre todo,
exterior, ha sido la sociedad la que lo ha impuesto a nuestras los productos del trabajo de una generación no se han perdido
conciencias. Este es el motivo de que hayamos adquirido esa para la generación que viene después. De lo que un animal ha
fuerza de resistir a nosotros mismos, ese dominio sobre nues­ podido aprender cn el curso de su existencia individual, no
tras tendencias, que es una de las características de la fisonomía podrá sobrevivirle casi nada. Al contrario, las resultados de la
hum ana y que se desarrolla a medida que vamos siendo hombres experiencia hum ana se conservan casi íntegramente, incluso cn
en el pleno sentido de la palabra. los detalles más particulares, gracias a los libros, a los monu­
Y no es menos lo que debemos a la sociedad bajo el punto mentos figurativos, a los instrumentos, a los utensilios de toda
de vista intelectual. Es la ciencia la que elabora las nociones clase que se van trasmitiendo de generación en generación, a la
fundamentales que dominan sobre nuestro pensamiento: nocio­ tradición oral, etc. El terreno natural se va cubriendo de este
nes de causa, de ley, de espacio, de número, de cuerpo, de vida, modo de un rico aluvión que va aum entando sin parar. En vez
de conciencia, de sociedad, etc. Pues bien, todas estas ideas de quedar dispersa cada vez que una generación se apaga para
básicas están perpetuam ente en -evolución. É sto sucede porque ser sustituida por otra, la sabiduría hum ana se va acumulando
son el resumen, el resultado de todo el trabajo científico, lejos de sin cesar y es esta acumulación indefinida la que eleva al hom­
ser su punto de partida tal como creía Pestalozzi. No nos re­ b re por encima de la bestia y por encima de sí mismo.
presentamos al hombre, a la naturaleza, a las causas, al espacio Pero lo mismo que esa cooperación de la que tratábamos
de la misma forma con que se los representaba el hom bre me­ anteriormente, esta acumulación no es posible más que en el
dieval; esto depende del hecho de que nuestros conocimientos y interior y por obra de una sociedad. Ya que, a fin de que la
nuestros métodos científicos ya no son los mismos. Pues bien, herencia de cada generación pueda conservarse y añadirse a la
la ciencia es u n a obra colectiva, ya que supone una amplia co­ de las demás, es menester que exista una personalidad moral
laboración de todos los hombres de ciencia no solamente de la que dure por encima de las generaciones que van pasando y
misma época, sino de todas las épocas sucesivas de la historia. que vaya vinculando a unas con otras: y ésta es la sociedad.
Antes de que estuvieran organizadas las ciencias, la religión De este modo, el antagonismo que con tanta frecuencia se ha
tenía ese mismo oficio, ya que cualquier mitología constituye una admitido que existe entre el individuo y la sociedad no corres­
elaboración, ya muy elaborada, del hombre y del universo. La ponde en lo más mínimo a la realidad. Más aún, lejos de estar
ciencia, por lo demás, ha sido la heredera de la religión. Pues en oposición entre sí, sin poder desarrollarse más que en sen­

102 103
tido contrario, estos dos términos se implican el uno al ótro. nerlo en armonía con el ambiente en el que está llamado a vivir.
El individuo, al querer la sociedad, se quiere a sí mismo. La Si dejase de estar siempre presente y vigilante para obligar a la
acción que la sociedad ejerce sobre él, sobre todo por medio •iccion pedagógica a m antener su sentido social, ésta se pondría
de la educación, no tiene ni mucho menos la finalidad de opri­ necesariamente al servicio de ideologías particulares y la gran
mirlo, de disminuirlo, de desnaturalizarlo; al contrario, lo que aliña de la patria se disgregaría y se reduciría a una muchedum­
quiere es engrandecerlo y hacer de él un ser verdaderamente bre incoherente de pequeñas almas fragmentarias en conflicto
humano. No cabe duda de que él no puede engrandecerse de unas con otras. N o se podría entonces ir más directamente en
ese modo más que haciendo un gran esfuerzo. Pero es precisa­ contra de lo que tiene que ser la finalidad fundamental de toda
mente esa posibilidad de realizar voluntariamente un esfuerzo educación.
lo que constituye una de las características más esenciales de la No queda más remedio que elegir: si se concede algún va­
persona humana. lor a la existencia de la sociedad — y acabamos de ver qué es
lo que representa para nosotros— , es preciso que la educación
asegure entre las ciudadanos una suficiente comunidad de ideas
4. La función del estado en materia de educación y de sentimientos, sin la cual es imposible cualquier sociedad.
V para que pueda producir un resultado semejante, es preciso
Esta definición de la educación ñas permite resolver fácil­ también que no quede totalmente abandonada al arbitrio de
mente el problema tan discutido de los deberes y los derechos los particulares.
del estado en materia de educación. En contra de ellos está el Desde el momento en que la educación es una función esen­
derecho de la familia. El niño, se dice, es ante todo de sus pa­ cialmente social, el estado no puede desinteresarse de ella. Al
dres; por consiguiente, es a éstos a los que corresponde dirigir contrario, todo lo que guarde alguna relación con ella tiene que
de la forma que juzguen necesario su desarrollo intelectual y quedar sometido de algún modo a su acción superior. Con esto
moral. La educación se concibe entonces como una cosa esen­ no se quiere decir que el estado tenga que tener el monopolio
cialmente privada y doméstica. Cuando uno se coloca en esa de la enseñanza. La cuestión es demasiado compleja para que
perspectiva, tiende naturalm ente a reducir todo lo posible la sea posible tratarla de pasada; nos reservamos la ocasión de
intervención del estado en esta materia. El estado debería, se profundizar en otro momento sobre ella. Se puede considerar
dice a veces, limitarse a servir de auxiliar y de sustituto a las que los progresos escolares son más fáciles y más rápidos donde
familias. Cuando éstas no están en condiciones de cumplir con se le ha dejado cierto margen a las iniciativas individuales, dado
su deber, es natural que el estado se encargue de ello. También que el individuo es más fácilmente un innovador que el estado.
es natural que procure hacerles esta tarea lo más fácil posible, Pero de este hecho, o sea. de que el estado tenga que dejar
poniendo a su disposición el suficiente número de escuelas en interés del público que se abran otras escuelas distintas de
adonde puedan, si quieren, enviar a sus hijos. Pero debe man­ aquellas cuya responsabilidad ha asumido más directamente, no
tenerse estrictamente dentro de estos límites, prohibiéndose a sí se deduce que tenga que permanecer extraño a lo que en ellas
mismo cualquier clase de acción positiva destinada a imponer sucede. Al contrario, la educación que se im parte en ellas debe
una orientación determinada al espíritu de la juventud. permanecer sujeta a su control. Tampoco es admisible que la
Por el contrario, su misión está muy lejos de tener que ser función del educador pueda ser ejercida por una persona que
tan negativa. Si, tal como hemos intentado establecer, la educa­ no presente garantías especiales, de las que solamente el es­
ción tiene primordialmente una función colectiva, si tiene por tado puede ser el juez competente.
objeto la adaptación del niño al am biente social en el que está Indudablemente, los límites dentro de los cuales tiene que
destinado» a vivir, es imposible que la sociedad deje de intere­ desarrollarse su intervención difícilmente pueden ser determina­
sarse en tal obra. ¿Cómo podría estar ausente de ella, cuando dos una vez para siempre, pero el principio de esta intervención
es éste el punto de referencia hacia el que tiene que dirigir la no puede ser discutido. No hay ninguna escuela que pueda
educación su propio impulso? Por tanto, es a ella a la que toca arrogarse el derecho de dar. con plena libertad, una educación
recordar incesantemente al maestro cuáles son las ideas, los sen­ antisocial. De todas formas, es necesario reconocer que el es­
timientos que tiene que procurar inculcar en el niño para po­ tado de división en que se encuentran en estos momentos los

104 105
espíritus de nuestro país hace que sea especialmente delicado bres nacen iguales y con aptitudes iguales; solamente la educa­
este deber; pero, por otra parte, resulta por eso mismo mucho ción es la que crea las diferencias». La teoría de Jacotot se
más importante. Efectivamente, no es tarea del estado la crea­ aproxima mucho a la precedente.
ción de esa comunidad de ideas y de sentimientos sin los cuales La solución que se da al problema depende de la idea que
no puede subsistir una sociedad; esa comunidad debe constituirse se haga uno de la importancia y de la naturaleza de las predis­
por sí sola y el estado no puede hacer otra cosa más que con­ posiciones innatas por una parte y del poder de los medios de
sagrarla, mantenerla, hacer que sea más consciente para cada uno acción de que dispone el educador por otra. La educación no
de los ciudadanos. Pues bien, resulta desgraciadamente indiscu­ hace al hombre de la nada, como creían Locke y Helvetius, sino-X
tible que entre nosotros esa unidad moral no es la que debería que se aplica a unas disposiciones que existen de antemano.
ser, bajo todos los puntos de vista. Nos encontramos divididos Por otro lado puede muy bien concederse, de una forma gene­
por concepciones divergentes e, incluso a veces, contradicto­ ral, que estas tendencias congénitas son muy fuertes, muy difí­
rias. Existe en estas divergencias un hecho que es imposible ciles de destruir o de transform ar radicalmente; porque depen­
negar y del que es preciso tomar cuenta. No sería admisible que den de unas condiciones orgánicas sobre las cuales el educador
se reconociese a la mayoría el derecho de imponer sus propias tiene muy poca influencia. De aquí se sigue que, en la medida
ideas a los hijos de la minoría. La escuela no puede ser cosa en que esas condiciones poseen un objetivo definido, que diri­
de un partido y el maestro faltaría a sus deberes si se pusiera ge el espíritu y el carácter a unos modos de obrar y de pensar
a hacer uso de la autoridad de que dispone para arrastrar a sus estrictamente determinados, todo el porvenir del individuo se
alumnos al surco de sus simpatías partidistas personales, por encuentra ya lijado a priori y no le queda mucho que hacer
muy justificadas que a él le parezca que son. Pero, a pesar de a la educación.
todas las disidencias, se goza ya actualmente, sobre el funda- Pero afortunadamente una de las características del hombre
' mentó de nuestra civilización, de cierto número de principios es la siguiente: que las predisposiciones innatas son en él muy
que implícita o explícitamente son comunes a todos y que muy generales y vagas. Se da efectivamente un tipo de predisposi­
pocas personas se atreven a negar abierta y directamente: res­ ción establecida, rígida, invariable, que no deja mucho lugar
peto a la razón, a la ciencia, a las ideas y a los sentimientos que para la acción de las causas externas: el instinto. Pues bien,
constituyen la base de la moral democrática. Es tarea del estado podemos preguntarnos si existe en el hombre un solo instinto
poner de relieve estos principios esenciales, hacer que se ense­ propiamente dicho. Se habla a veces del instinto de conserva­
ñen en sus escuelas, velar para que ninguna parte política inten­ ción; pero la expresión es impropia. Porque un instinto es un
te ocultarlos a los jóvenes, haccr que en todas partes se hable sistema de movimientos determinados, siempre los mismos, que
de ellos con el respeto que les es debido. Bajo este aspecto tie­ una vez que han sido hechos saltar por la sensación se conca­
ne que ejercer una acción que probablemente será tanto más tenan automáticamente unos con otros hasta que logran llegar
efica/. cuanto menos agresiva y violenta resulte y cuanto mejor a su término natural, sin que la reflexión tenga que intervenir
sepa contenerse dentro de unos límites prudentes. en ningún momento del proceso. Pero los movimientos que ha­
cemos cuando está en peligro nuestra vida no tienen nada que
ver con esta determinación y con esta invariabilidad automática.
5. Poder de lo educación: los medios de acción Van cambiando a medida que cambia la situación; nosotros los
adaptamos a las circunstancias; esto quiere decir que no se pro­
Una vez determinada la finalidad de la educación, hemos ducen sin una cierta elección consciente, aunque rápida. Lo que
de intentar establecer cómo y en qué medida es posible conse­ recibe el nombre de instinto de conservación no es en definitiva
guir esta'finalidad, esto es, cómo y en qué medida puede resul­ más que un impulso general a huir de la muerte, sin que estén
tar cficaz la educación. predeterminados una ve/, para siempre los medios mediante los
Esta cuestión ha sido en todo tiempo muy discutida. Para cuales procuramos evitarla. No se puede decir eso mismo del
Fontenelle «ni la buena educación forja un buen carácter, ni la que a veces recibe el nombre, con igual impropiedad, de instinto
mala lo destruye». Al contrario, para Locke y para Helvetius maternal, instinto paternal e incluso instinto sexual. Se trata de
la educación es omnipotente. Según este último, «todos los hoin- impulsos en una determinada dirección: pero los medios me-

106 107
diante los ¿uales se realizan esos impulsos cambian de un indi­ una forma definida y definitiva. Solamente ciertas disposicio­
viduo a otro, de una ocasión a otra. Por consiguiente, queda aún nes muy generales, muy vagas, que expresan los caracteres co­
una largo espacio reservado a las incertidumbres, a las adapta­ munes a todas las experiencias particulares, son las que pueden
ciones personales y lógicamente a la acción de causas que no sobrevivir y pasar de una generación a otra.
pueden hacer sentir su influencia más que después del nacimien­ Afirmar que los caracteres innatos son, cn su m ayor parte,
to. Ahora bien, la educación es precisamente una de estas causas. muy genéricos, es decir, que son muy maleables, muy acomoda­
Es verdad que se ha pretendido que el niño heredaba a ve­ bles a las circunstancias, ya que pueden recibir influencias deter­
ces una tendencia muy fuerte hacia un acto definido, como el minantes muy diversas. E ntre las virtualidades indecisas que
suicidio, el robo, el homicidio, el fraude, etcétera. Pero estas constituyen al hombre en el momento de su nacimiento y el per­
afirmaciones no están absolutamente de acuerdo con los hechos. sonaje bien definido en que tiene que convertirse para poder des­
A pesar de todo lo que se diga, nadie nace criminal; mucho arrollar una acción útil en la sociedad, es muy considerable la
menos puede decirse que uno esté destinado a partir de su na­ distancia. Y es esa distancia la que la educación tiene que hacer
cimiento a este o a aquel tipo de delito; la paradoja de los cri­ recorrer al niño. Es fácil ver cuán amplio es el campo que que­
minalistas italianos no cuenta ya en la actualidad con muchos d a abierto a su acción. Pero, para ejercer esa acción, ¿tendrá
defensores. Lo que se hereda es una cierta falta de equilibrio medios de suficiente energía?
mental, que hace al individuo más refractario a una conducta Para poder dar una idea de lo que constituye la acción edu­
regular y disciplinada. Pero un temperamento semejante no des­ cativa y señalar todo su poder, un psicólogo contemporáneo, Gu-
tina a priori a un hombre a ser un explorador amante de las yau, la h a com parado con la sugestión hipnótica. Y esta rela­
aventuras más bien que un criminal, un profeta, un renovador ción no carece de fundamento. En efecto, la sugestión hipnótica
político, un inventor, etcétera. Esto mismo es lo que se puede presupone las dos condiciones siguientes: 1) el estado en el que
decir de todas las aptitudes profesionales. Como observa Bain, se encuentra el sujeto hipnotizado está caracterizado por su
«el hijo de un gran filósofo no hereda de él ni un solo vocablo; excepcional pasividad; su espíritu se ve casi reducido a las con­
el hijo de un gran viajante puede verse superado en la clase de diciones de una tabla rasa; en su consciente se ha realizado una
geografía por el hijo de un minero». Lo que el niño recibe de especie de vacío; su voluntad ha quedado como paralizada. De
sus progenitores son ciertas facultades muy generales; es una aquí se deduce que la idea sugerida, al no verse obstaculizada por
cierta fuerza de atención, una cierta dosis de perseverancia, un ninguna idea contraria, pueda instalarse sin encontrar un míni­
juicio sano, imaginación, etcétera. Pero cada una de estas fa­ mo de resistencia. 2) Sin embargo, puesto que el vacío no es
cultades puede servir para cualquier clase de objetivos diferen­ nunca completo, es menester además que la idea contenga, gra­
tes. Un niño dotado de una imaginación bastante viva podrá, cias a la misma sugestión, una fuerza de acción particular. Con
según las circunstancias, según las influencias que vayan ac­ esta finalidad es preciso que el hipnotizador hable con un tono
tuando sobre él, convertirse en un pintor o en un poeta, en un de mando, con autoridad. Tiene que decir: «yo quiero». Y tiene
ingeniero dotado de espíritu inventivo o en un atrevido financie­ que dem ostrar también que ni siquiera puede imaginarse una
ro. Existe por consiguiente un desnivel notable entre las cuali­ resistencia a obedecer, que el acto tiene que llevarse a cabo,
dades naturales y la forma especial que tienen que tom ar para que la cosa tiene que ser vista tal como él la hace ver, que no
ser utilizadas en la vida. Esto es, el porvenir no está estricta­ puede ser de otra manera. Si él tiende a debilitar su acción, se
mente determinado de antemano por nuestra constitución congé- ve cómo vacila el sujeto y cómo a veces se niega a obedecerle.
nita. Y el motivo de ello puede comprenderse con facilidad. Las Si por ventura entra en discusión con él, su poder se ha desva­
únicas formas de actividad que pueden trasmitirse hereditaria­ necido. Cuanto más vaya la sugestión en contra del tem pera­
mente sort aquellas que se repiten siempre de una manera su­ mento del hipnotizado, más indispensable es el tono imperativo.
ficientemente idéntica para poderse fijar en una forma rígida Pues bien, estas dos condiciones se encuentran realizadas en
dentro del tejido del organismo. Pues bien, la vida hum ana de­ las relaciones que mantiene el educador con el educando que
pende de condiciones múltiples, complejas y consiguientemente está sometido a su acción: I) el joven se encuentra naturalmen­
mutables. Es menester que ella misma cambie y se modifique sin te en u n estado de pasividad absolutamente parangonable con
parar. De aquí se sigue que es imposible que se cristalice en el que el hipnotizador se encuentra colocado artificialmente; su

108 109
conciencia no contiene todavía m ás que un pequeño número de esta condición es como el niño se convertirá en hombre. Ahora
representaciones capaces de luchar en contra de las que le son bien, nosotros no podemos elevarnos p o r encima de nosotros
sugeridas por el maestro; su voluntad es todavía rudimentaria y mismos más que mediante un esfuerzo más o menos penoso.
por eso mismo sumamente sugestionable. Por ese mismo moti­ No hay nada tan falso e ilusorio como el concepto epicúreo de
vo se muestra muy accesible ai contagio del ejemplo y particu­ la educación, el concepto de un Montaigne, p or ejemplo, según
larmente inclinado a la imitación. 2) El ascendiente que el maes­ el cual el hombre puede formarse divirtiéndose y sin más im­
tro tiene naturalmente sobre el alumno, debido a la superiori­ pulso que la atracción del placer. Si la vida no tiene nada de
dad de su experiencia y de su cultura, dará naturalmente a su sombrío y si es criminal hacerla artificialmente lóbrega a la mi­
acción la poderosa eficacia que le es necesaria. rada del niño, también es verdad que siempre es una cosa se­
E sta comparación dem uestra cóm o el educador dista mucho ria y grave que la educación, para prepararle a la vida, tiene
de estar desarmado frente al alumno, dado que conoce toda la que participar de esta gravedad. Para aprender a contener el
fuerza d e la sugestión hipnótica. Por consiguiente, si la acción propio egoísmo natural, a subordinarse a unos fines más altos,
educativa posee, aunque sea en un nivel más bajo, una eficacia a someter los propios deseos al imperio de la voluntad, a man­
análoga, podemos esperar mucho d e ella, con tal que el educa­ tenerlos dentro de unos justos límites, es necesario que el niño
dor sepa servirse de su influjo. Lejos de desanimarnos por nues­ ejerza sobre sí mismo una fuerte contención. Pues bien, noso­
tra impotencia, hemos de sentim os más bien asustados de la tros 110 nos constreñimos a nosotros mismos, no nos hacemos
extensión de nuestro poder. Si los maestros y los padres se die­ violencia más que por alguna de estas dos razones: porque es
ran cuenta, de una manera más constante de que nada puede preciso hacerlo por una necesidad física o porque tenemos que
hacerse en presencia del niño que no deje en él alguna huella, hacerlo moralmentc. Pero el niño no puede sentir la necesidad
de que la forma de su espíritu y su carácter dependen de ese que nos impone tales esfuerzos en el campo físico, porque no
millar de pequeñas acciones insensibles que se producen en ca­ está en contacto inm ediato con las duras necesidades de la vida
da instante y a las que ni siquiera se les presta muchas veces la que hacen indispensable esa actitud. Todavía no está compro­
menor atención por su significación aparentem ente tan escasa, metido en la lucha; a pesar de todo lo que haya dicho Spencer,
¡cómo vigilarían mucho más su lenguaje y su conducta! Es se­ 110 podemos dejarlo expuesto a las reacciones demasiado duras
guro que la educación no puede llegar a conseguir grandes re­ de la realidad. Es preciso que él esté ya en parte formado cuan­
sultados cuando procede por saltos- bruscos e intermitentes. Co­ do tenga que enfrentarse realmente con ellas. Por tanto, no es
mo dice Herbar!, no es gritando al niño de vez en cuando con posible contar con su presión para impulsarlo a poner en ten­
violencia como se podrá actuar enérgicamente sobre él. Pero sión su voluntad y a adquirir sobre sí mismo el dominio que
cuando la educación es paciente y continua, cuando no busca necesita.
resultados inmediatos y aparentes, sino que prosigue lentamen­ Queda en segundo lugar el deber. Este es, efectivamente el
te en un sentido bien determinado, sin dejarse desviar por los sentido del deber tal como se presenta, para el niño y para el
incidentes exteriores o las circunstancias fortuitas, es cuando propio adulto, el estimulante del esfuer/o por excelencia. Lo su­
dispone de todos los medios necesarios para imprimir un sello pone el mismo am or propio. Porque, para ser sensible como es
profundo en las almas de los educandos. necesario a los castigos y a las recompensas, es menestes tener
Se ve al mismo tiem po cuál es la pieza esencial de la acción ya conciencia de la propia dignidad y, consiguientemente, del
educativa. Lo que constituye la influencia del hipnotizador es la propio deber. Pero el niño no puede conocer el deber más que
autoridad que posee para determinadas circunstancias. Por ana­ o través d e sus maestros o de sus padres. No puede saber lo
logía pue,de decirse que la educación tiene que ser esencialmente que es más que a través de la m anera como ellos se lo revelan
una acción de autoridad. Este principio tan im portante puede, mediante su lenguaje y su conducta. Por tanto, es necesario que
por otra parte, establecerse de forma directa. En efecto, hemos ellos sean, para él, el deber encarnado y personificado. En otras
visto cómo la educación tiene la finalidad d e sobreponer al ser palabras, la autoridad moral es la cualidad principal que debe po­
individualista y asocial que somos cada uno de nosotros en el seer el educador, puesto que es por la autoridad que hay en él
momento de nacer otro ser totalmente nuevo. Tiene que llevar­ por lo que el deber es el deber. Lo que posee tan peculiar y tan
nos por consiguiente a superar nuestra naturaleza original. Con sui generis es el tono imperativo con que habla a las conciencias,

¡10 111
el respeto que inspira a las voluntades y que las doblega en el funciones y — permítasenos esta palabra— a su ministerio. Este
momento de hablar. Por consiguiente, es indispensable que de respeto es el que, a través de la palabra y del gesto pasa de su
la persona del educador emane una impresión de este mismo conciencia a la del niño.
género. A veces se ha puesto en oposición la libertad y la autoridad,
No es necesario añadir que la autoridad, entendida de esta como si estos dos factores de la educación estuvieran en contra­
forma, no tiene nada de violento ni de represivo; consiste por dicción entre sí y se limitasen recíprocamente. Pero esta oposi­
completo en una especie de ascendiente moral. Supone que se ción es ficticia. En realidad, estos dos términos se postulan entre
han realizado ya en el maestro dos condiciones principales. En sí, en vez de excluirse. 1.a libertad es hija de una autoridad bien
primer lugar, que tenga voluntad, porque la autoridad implica entendida. Porque ser libres no quiere decir hacer lo que a uno
confianza y el niño no puede entregar su propia confianza a una le parece y le gusta; quiere decir ser dueño de sí mismo, quiere
persona a la que vea vacilante, indecisa, retractando sus propias decir saber obrar sobre la base de la razón y cumplir con el pro­
decisiones. Pero esta prim era condición no es todavía la esen­ pio deber. Pues bien, precisamente para dotar al niño de ese
cial; lo que im porta sobre lodo es que el maestro sienta real­ dominio de sí mismo es para lo que el maestro tiene que em­
mente en sí mismo aquella autoridad de la que tiene que dar plear su autoridad. La autoridad del educador no es más que
sentido. E sta constituye una fuerza que no puede manifestarse un aspecto de la autoridad del deber y de la razón. Por tanto,
si él no la posee realmente. Pues bien, ¿de dónde puede venir­ es preciso ejercitar al niño para que la reconozca en la palabra
le? ¿Del poder material del que está armado, del derecho que de su m aestro y para que adm ita su ascendiente. Con esta con­
tiene a castigar y a recompensar? Pero el tem or del castigo es dición es como sabrá más tarde encontrarla de nuevo en su
algo muy distinto del respeto a la autoridad. Ese temor no tiene conciencia y obedecer sus mandatos.
ningún valor moral si el castigo no es reconocido como justo
por aquel que tiene que soportarlo. Esto implica que la autori­
dad punitiva tiene que ser reconocida precisamente como legíti­
ma. Este es el punto principal. No es desde fuera como tiene
que conseguir el maestro su propia autoridad, sino desde sí
mismo; no puede venirle más que de una fe interior. El maes­
tro tiene que creer, no ya en sí mismo, no en las cualidades su­
periores de su inteligencia o de su corazón, sino en su tarea y
en la grandeza de esa tarea. Lo que constituye la autoridad con
la que se reviste tan fácilmente la palabra del sacerdote es la
elevada idea que tiene de su propia misión, porque sabe que
habla en nombre de un dios en el que se cree y al que él se
siente más cerca que la masa de los profanos. El maestro laico
puede y debe tener también algo de esta persuasión. También
él es el m andatario de una gran persona moral que lo supera:
la sociedad. Y lo mismo que el sacerdote es el intérprete de su
dios, el maestro es el intérprete de las grandes ideas morales de
su tiempo y de su país. Por consiguiente, si se siente aferrado a
esas idfeas, si palpa toda la grandiosidad de las mismas, la auto­
ridad que está contenida en ellas y de la que él tiene plena con­
ciencia, entonces no podrá menos de ver cómo esa misma auto­
ridad se comunica a su persona y a todo lo que de ella emana.
En una autoridad que se deriva de un origen tan impersonal no
puede introducirse nada de orgullo, ni de vanidad, ni de pedan­
tería. Está constituida totalmente por el respeto que siente a sus

112 113
B
5 d ilo g ía de Rabelais, la de Rousseau o la de Pestalozzi está en
■■posición con la educación que se daba en sus tiempos respec-
livos. Por consiguiente, la educación no es más que la materia
Naturaleza y método de la pedagogía * objeto de la pedagogía. Esta últim a consiste, de alguna m anera
especial, en la meditación sobre los problemas de la educación.
I to es lo que hace a la pedagogía, al menos en el pasado, in-
Icrmitente, mientras que la educación es continua. Hay pueblos
que no han tenido una pedagogía propiamente dicha; más aún,
luxlemos decir que ésta ha aparecido solamente en una época
relativamente avanzada de la historia. E n Grecia no se encucn-
ira más que después de la época de Pericles, con Platón, Jeno­
fonte y Aristóteles. Apenas existió en Roma. E n las sociedades
cristianas no llega a producir obras de importancia hasta el si-
fdo x v i; y el desarrollo que tuvo entonces quedó un tanto fre­
nado en el siglo x v n , para no recobrar todo su vigor hasta el
siglo x v m . Esto depende del hecho de que el hombre no re­
flexiona siempre, sitio sólo cuando tiene necesidad de hacerlo y
se encuentra en condiciones de poder reflexionar, lo cual no le
es posible siempre y en todas partes.
Con frecuencia se han confundido los dos términos «educa­ Teniendo esto en cuenta, hemos de buscar cuáles son los
ción» y «pedagogía», que requieren, sin embargo, una cuidado­ caracteres de la reflexión pedagógica y de lo que produce. ¿He­
sa distinción. mos de ver en ella una doctrina científica y hemos de decir que
La educación es la acción ejercida sobre los niños por sus la pedagogía es una ciencia propiamente dicha, la ciencia de
padres y maestros. Esta acción es continua, de cada instante, la educación? ¿O convendrá que le demos otro nombre? ¿Y
y general. N o hay ningún período de la vida social, no hay si­ qué nombre? La naturaleza del método pedagógico se entende­
quiera — podríamos decir— un momento de la jornada en el rá de m anera muy distinta, según las respuestas que se den a
que las jóvenes generaciones no estén en contacto con sus ma­ estas preguntas.
yores y no reciban por tanto de estos últimos una influencia 1. El que las cosas de la educación, consideradas desde
educadora. Es que esta influencia no se deja sentir solamente en cierto punto de vista, puedan constituir el objeto de una discipli­
los brevísimos instantes en que los padres o los maestros comu­ na que presenta todos los caracteres de las demás disciplinas
nican conscientemente, a través de la enseñanza propiamente di­ científicas, es ante todo una realidad fácil de demostrar. Efecti­
cha, los resultados de sus experiencias a los que vienen detrás vamente, para que pueda llevar el nombre de ciencia un con­
de ellos. Hay además una educación inconsciente que nunca cesa. junto de estudios es necesario y suficiente que éstos presenten
Con nuestro ejemplo, con las palabras que pronunciamos, con las siguientes características:
los actos que hacemos, vamos plasmando de una forma conti­ a) Se deben referir a hechos adquiridos, realizados, pre­
nua el alma de nuestros hijos. sentados a la observación. En efecto, una ciencia se define me­
Es algo muy diferente lo que ocurre con la pedagogía. La diante el objeto de su investigación. Supone, por consiguiente,
pedagogía no consiste en acciones, sino en teorías. Estas teorías que este objeto existe, que es posible en cierto modo señalarlo
son ciertos modos de concebir la educación, no de la manera con el dedo, fijar el puesto que ocupa en el conjunto de las rea­
de practicarla. A veces resultan tan distintas de los métodos lidades.
prácticos que están en uso que llegan a oponerse a ellos. L a pe- b) Es menester que estos hechos presenten entre sí una
homogeneidad suficiente para poder ser clasificados en una mis­
" Se tr a ta d e la p a la b ra «P édagogie» en el c ita d o N o u v e a u diction- ma categoría. Si no se pudieran conciliar unos con otros no se
m ir e d e pédagogie, 1538-1543. tendría una ciencia, sino que debería haber tantas ciencias difc-

114 115
rentes como especies distintas de cosas que estudiar. Les ocurre implícito en su estructura, de la misma m anera que también
muchas veces a las ciencias que están naciendo y que se van resulta imposible a un organismo viviente tener otros órganos
constituyendo que abrazan confusamente una cantidad de obje­ v otras funciones distintas do las que se encuentran implícitas
tivos diversos; tal es el caso, por ejemplo, de la geografía, de i'ii su propia constitución.
la antropología, etcétera. Pero no se trata entonces más que de Si a todas las razones que se han dado para apoyar este
una fase transitoria de su desarrollo. • oncepio es necesario añadir otras nuevas, bastará con tomar
c) Finalmente, la ciencia estudia estos hechos para cono­ conciencia de la fuerza imperativa con la que se nos imponen
cerlos, y exclusivamente para conocerlos, de un m odo absoluta­ i Mas prácticas. Es inútil creer que educamos a nuestros hijos
mente desinteresado. Utilizamos adrede esta palabra un tanto MTtín nuestra voluntad. Nos vemos obligados a seguir las reglas
general y vaga de «conocer», sin precisar por otra parte en qué que reinan en el ambiente social en que estamos viviendo. La
cosa puede conocer el llamado conocimiento científico. Efectiva­ opinión es una fuerza moral cuyo poder constringente no es me­
mente, poco importa que el estudioso se dedique a constituir nor que el de las fuerzas físicas. Las prácticas usuales a las que
ciertos tipos más bien que a descubrir ciertas leyes, que se li­ proporciona su propia autoridad están, precisamente por esto,
mite a describir o bien que intente explicar. La ciencia comienza <n gran parte fuera del cam po de acción de los individuos. Po­
en el momento en que el saber, sea el que fuere, es buscado por damos faltar contra ellas, pero entonces las fuerzas morales con-
sí mismo. Es indudable que el hombre de ciencia sabe perfec­ tia las que nos hemos levantado reaccionarán cn contra de nos­
tamente que sus descubrimientos serán probablemente suscepti­ otros y será difícil, dada su superioridad, que no nos veamos
bles de ser utilizados. Puede suceder incluso que él mismo di­ vencidos por ellas. De la misma forma podemos también rebe­
rija con preferencia sus investigaciones hacia tal o tal punto, larnos contra las fuerzas materiales de que dependemos; pode­
ya que tiene el presentimiento de que entonces serán más pro­ mos intentar vivir de una m anera distinta de como nos lo impo­
vechosas y permitirán satisfacer ciertas necesidades urgentes. ne la naturaleza de nuestro ambiente físico. Pero entonces la
Pero mientras se entregue a la investigación científica, se desin­ muerte o la enfermedad serán la sanción de nuestra rebeldía.
teresa de sus resultados prácticos. Del mismo modo, estamos inmersos en una atmósfera de ideas
Dice lo que es; comprueba cómo son las cosas y se detiene y de sentimientos colectivos que no nos es dado modificar a
allí. No se preocupa de saber si las verdades que descubre son nuestro capricho; y en ideas y sentimientos de este género es en
agradables o desconcertantes, si las relaciones que ha estableci­ donde reposan las prácticas educativas. Por consiguiente, se tra­
do conviene que sigan siendo lo que son o si sería mejor que ta de cosas distintas de nosotros mismos, puesto que resisten
fueran de otra manera. Su tarea consiste en buscar la realidad, ;i nuestros deseos; son realidades que tienen en sí mismas una
no en juzgarla. naturaleza bien definida, perfectamente adquirida, que se nos
Si esto es así, no hay ningún motivo para que la educación impone.
no se convierta en el objeto de una investigación que satisfaga Consiguientemente, puede suceder que las observemos, que
todas estas condiciones y que, en consecuencia, presente todos intentemos conocerlas, con la única finalidad de tener conoci­
los caracteres de una ciencia. Efectivamente, la educación que miento de ellas. Por otra parte, todas las prácticas educativas,
está en uso en una sociedad determinada y considerada en un de cualquier tipo que puedan ser, sea cual fuere la diferencia
momento determinado de su evolución es un conjunto de prác­ que existe entre ellas, tienen cn común un carácter esencial: son
ticas, de maneras de obrar, de usos, que constituyen otros tantos todas ellas el resultado de la acción ejercida por una generación
hechos definidos perfectamcentc y que tienen la misma realidad sobre la generación que le sigue, a fin de adaptar a esta última
que lbs otros hechos sociales. No son, como se ha creído por al ambiente social cn el que está llam ada a vivir. Se trata por
largo tiempo, combinaciones más o menos arbitrarías y artificia­ consiguiente de modalidades diferentes de esta relación funda­
les, que no deben su existencia más que a la influencia capri­ mental. De aquí se deriva que son hechos de una misma especie,
chosa de voluntades siempre contingentes. Constituyen, por el que pertenecen a una misma categoría lógica; por tanto, pueden
contrario, verdaderas instituciones sociales. N o hay ningún ser servir de objeto para una sola e idéntica ciencia, que sería pre­
humano que pueda lograr que una sociedad tenga en un deter­ cisamente la ciencia de la educación.
minado momento otro sistema educativo distinto del que está

116 117
No es imposible indicar desde ahora, con la única finalidad l'ir una organización que tiene como efecto concentrar en un
de precisar un poco más las ideas, alguno de los principales pro­ HrujX) restringido todo lo que existe en aquellas momentos de
blemas que debería tratar esta ciencia. ,l.i especulativa, la estimule y la desarrolle en la medida de
Las prácticas educativas no son hechos aislados los unos de mi |>osibiIidades. Consiguientemente, la educación no se Limi­
los otros, sino que, para la misma sociedad, se encuentran liga­ ta ya, como inicialmente, a inculcar en el niño ciertas prác-
dos en un único sistema idéntico cuya partes concurren todas liuis, a adiestrarlo en unas determinadas maneras de obrar. Ya
hacia un mismo objetivo; se trata de un sistema de educación huv entonces materia para cierta instrucción. El sacerdote ense-
adaptado a ese determinado país y a esos tiempos determinados. ñ.t los elementos de esas ciencias que se están formando. L o que
Cada pueblo tiene el suyo, lo mismo que tiene también su sis­ p;isa es que esta instrucción, estos conocimientos especulativos
tem a moral, religioso, económico, etcétera. Pero, por otra parte, no se enseñan por sí mismos, sino en razón de las relaciones que
los pueblos de la misma especie, esto es, los pueblos que se mantienen con las creencias religiosas; tienen un carácter sa­
asemejan por los caracteres ensenciales de su constitución, tienen ciado, están todos llenos de elementos específicamente religio­
que practicar también sistemas de educación comparables entre us. porque se han formado en el seno mismo de la religión y no
sí. Las semejanzas que presenta su organización general tienen pueden separarse de ella.
necesariamente que provocar otras de la misma importancia En otros países, como entre los pueblos griegos y latinos, la
en su organización educativa. De aquí se deriva que se puede i tlucación queda subdividida según una determinada proporción,
ciertamente, mediante una confrontación, poniendo de relieve vuriable según las naciones, entre el estado y la familia. No exis­
las semejanzas y eliminando las diferencias, constituir los tipos te una casta sacerdotal. Es el estado el que está al frente de la
genéricos de educación que corresponden a las diferentes espe­ vida religiosa. De aquí se sigue que, al no haber ya necesidades
cies de sociedad. Por ejemplo, bajo el régimen tribal, la educa­ de tipo especulativo, puesto que ese estado se encuentra total­
ción tiene como característica esencial el ser una educación di­ mente orientado hacia la acción y la práctica, la ciencia nace
fusa, esto es, que es impartida por todos los miembros del clan lucra de él y. por tanto, fuera de la religión, cuando se hace sen­
indistintamente. No hay en ella unos maestros determinados ni tir la necesidad de ella. Los filósofos, los sabios de Grecia, son
unos encargados especiales de velar por la formación de la personas privadas y laicos. El «grammateus» de Atenas es un
juventud; son todos los ancianos, es el conjunto de las genera­ simple ciudadano, sin ningún vínculo oficial con el estado y sin
ciones anteriores quienes asumen esta tarea. Todo lo más puede ningún carácter religioso.
suceder que para algunas enseñanzas especialmente fundamen­ Es inútil multiplicar los ejemplos, que no tienen más que
tales sean designados ciertos ancianos de una manera específica. un interés ilustrativo. Son suficientes para dem ostrar cómo, cuan­
En otras sociedades más avanzadas desaparece esta difusión o do se establece un parangón entre sociedades de la misma es­
por lo menos se atenúa. La educación se concentra en manos pecie, sería posible constituir ciertos tipos de educación, de la
de funcionarios especiales. En la Tndia, en Egipto, son los sa­ misma forma que se constituyen ciertos tipos de familia, de es­
cerdotes los encargados de esta función. La educación es un tado o de religión. Esta clasificación no agotaría, por otra parte,
atributo del poder sacerdotal. Pues bien, esta primera caracte­ todos los problemas científicos que pueden surgir en el tema de
rística diferencial lleva consigo algunas otras. Cuando la vida la educación. No hace más que proporcionar los elementos ne­
religiosa, en vez de permanecer completamente difusa como lo cesarios para resolver otro problema más importante. Una vez
era en los orígenes, se crea un organismo especial encargado fijados los diversos tipos, sería preciso explicarlos y habría para
de dirigirla y administrarla, esto es. cuando se forma una clase ello que buscar cuáles son las condiciones de que dependen
o una-- casta sacerdotal, todo lo que hay de específicamente es­ las propiedades características de cada uno de ellos y cómo
peculativo y de intelectual en la religión adquiere un desarrollo se derivan los unos de otros. Se obtendrían entonces ciertas
desconocido hasta entonces. En estos ambientes sacerdotales es leyes que dominan la evolución de los sistemas educativos. Y se
donde aparecieron los primeros pródromos, las formas primeras podría descubrir en qué sentido se ha desarrollado la educación
y rudimentarias de la ciencia: la astronomía, las matemáticas, la y cuáles son las causas que han determinado este desarrollo y
cosmología. Es un hecho que Comte había observado ya hace las que lo explican. Se trata evidentemente de una cuestión teó­
tiempo y que se explica fácilmente. Es absolutamente natural rica, pero cuya solución, como puede verse fácilmente, sería fe­
cunda en aplicaciones prácticas.
119
He aquí un amplio campo de estudios abierto a la especu­ que es o lo que ha sido, sino en determ inar lo que debería ser.
lación científica. Sin embargo, todavía habría otros problemas N o están orientadas ni hacia el presente ni hacia el pasado, si­
que podrían afrontarse con este mismo espíritu. Todo lo que no hacia el porvenir. No se proponen expresar con fidelidad
acabamos de dccir se refiere al pasado; esas investigaciones ten­ ciertas realidades, sino promulgar unas cuantas reglas de con­
drían el resultado de hacemos com prender de qué m anera se ducta. No nos dicen: «He aquí lo que existe y he aquí su
han constituido nuestras instituciones pedagógicas. Pero también motivo», sino más bien: «He aquí lo que se debe hacer». Más
pueden considerarse desde otra perspectiva. Una vez formadas, aún, los teóricos de la educación no hablan generalmente de los
siguen funcionando y se podría investigar «de qué modo» fun­ métodos tradicionales del presente y del pasado más que con
cionan, esto es, cuáles son los resultados que producen y cuáles un desprecio casi sistemático. Se complacen sobre todo en señalar
son las condiciones que hacen variar esos resultados. Para al­ sus imperfecciones. Casi todos los pedagogistas, Rabelais, Mon­
canzar este objetivo, sería necesaria una buena estadística es­ taigne. Rousseau, Pestalozzi, son espíritus revolucionarios, que se
colar. En cada escuela hay una disciplina, un sistema de casti­ han sublevado contra los usos de sus contemporáneos. N o men­
gos y de recompensas. ¡Qué interesante sería saber, no solamen­ cionan a los métodos antiguos o a los existentes más que para
te sobre la base de unas cuantas impresiones empíricas, sino condenarlos, para declarar que no tienen ningún fundamento
mediante observaciones metódicas, cómo funciona ese sistema en la naturaleza. Hacen más o menos completamente tabulo rasa
en las diversas escuelas de una misma localidad, en las diferen­ de los mismos y se ponen a construir en su lugar algo entera­
tes regiones, en los diversos momentos del año, en los diversos mente nuevo.
momentos de la jornada, cuáles son las faltas escolares de ma­ Por tanto, si queremos entendernos, hemos de distinguir con
yor frecuencia, cómo varía su proporción en el conjunto del te­ cuidado dos especies de especulaciones muy diferentes. La pe­
rritorio o según los diversos países, cómo depende esa propor­ dagogía es una cosa diferente de la ciencia de la educación. Pero
ción de la edad del niño, de sus condiciones familiares, etc.! entonces, ¿qué es lo que es? Para que podamos hacer una op­
Todas las preguntas que se plantean a propósito de los delitos ción motivada, no nos basta con saber lo que no es: hemos de
de los adultos pueden plantearse también aquí con no menor indicar en qué consiste. ¿Diremos que es un arte? Parece que
utilidad. Hay 1111a criminología infantil lo mismo que hay una debería imponerse esta conclusión, ya que ordinariamente no se
criminología en el hombre ya hecho. Y la disciplina no es la ve un término intermedio entre estos dos extremos y se da el
única institución educativa que podría estudiarse sobre la base nom bre d e «arte» a cualquier producto del raciocinio que sea
de este método. N o hay ningún método pedagógocio cuyos efec­ distinto de la ciencia. Pero entonces se extiende el sentido "de
tos no pudieran medirse del mismo modo, tomando como base, la palabra «arte» hasta el punto de hacer entrar en ella cosas
como es lógico, el supuesto de que se haya instituido previa­ muy diversas.
mente el instrumento necesario para un estudio semejante, esto En efecto, se llama igualmente «arte» a la experiencia prác­
es, una buena estadística. tica adquirida por el maestro de escuela en su contacto con los
2. He aquí, pues, dos grupos de problemas cuyo carácter niños y en el ejercicio de su profesión. Pues bien, esta experien­
puramente científico no puede discutirse. Unos se refieren a la cia es evidentemente algo muy distinto de las teorías del peda­
génesis y los otros al funcionamiento de los sistemas de educa­ gogo. Un hecho que se debe a la observación de cada día hace
ción. E n todas estas investigaciones se trata sencillamente de muy sensible esta distinción. Se puede ser un perfecto educa­
describir unas cuantas cosas presentes o pasadas, de buscar sus dor y a pesar de ello carecer de toda idoneidad para las espe­
causas, o bien de determinar sus efectos. Esas investigaciones culaciones pedagógicas. El maestro hábil sabe hacer lo necesa­
constituyen una ciencia. Y eso es, o mejor dicho, eso debería rio. sin poder decir siempre los motivos que justifican los proce­
ser la ciencia de la educación. dimientos que emplea; al contrario, el especialista en pedagogía
Pero de este esbozo que acabamos de trazar resulta con puede carecer de toda habilidad práctica. Nosotros no confia­
evidencia que las teorías que han recibido el nombre de peda­ ríamos una clase en manos de Rousseau ni de Montaigne: hasta
gógicas son especulaciones de una especie muy distinta. Efecti­ el mismo Pestalozzi, a pesar de que era un hom bre del oficio,
vamente, ni persiguen la misma finalidad ni emplean los mismos puede decirse que no poseía probablemente más que de modo
métodos. Su objetivo no consiste en describir o en explicar lo muy incompleto el arte de educador, como demuestran sus re­

120 121
petidos fracasos en este terreno. Esta misma confusión se en­ por este motivo se acercan al arte. De esta naturaleza son las
cuentra en otros campos. Se llama arte a la sagacidad del hom­ teorías médicas, políticas, estratégicas, etcétera. Para expresar
bre de estado, experto en el manejo de los asuntos públicos. el carácter mixto de esta especie de especulación proponemos
Pero se dice también que los escritos de Platón, de Aristóteles, que se les dé el nom bre de «teorías prácticas». Pues bien, la
de Rousseau, son tratados de arte político; y lo cierto es que pedagogía es una teoría práctica de este género. No estudia
no se puede ver en ellos obras verdaderamente científicas, ya científicamente los sistemas de educación pero reflexiona sobre
que no tienen por objeto estudiar la realidad, sino construir un ellos a fin de proporcionar a la actividad del educador unas
ideal. Sin embargo, hay un verdadero abismo entre los procesos cuantas ideas que la puedan dirigir.
espirituales que implica un libro como el Confroto social y los 3. Pero la pedagogía entendida de este modo se ve expues­
que presupone la administración del estado. Rousseau habría ta a una objeción cuya gravedad no nos es posible disimular.
sido probabilísimamente un ministro tan malo como un mal edu­ Indudablemente, se dice, una teoría práctica es posible y legí­
cador. Por este motivo los mejores teóricos de los asuntos mé­ tima cuando puede apoyarse en una ciencia organizada e in-
dicos no son de ordinario los mejores clínicos. discutida, de la que no es más que la aplicación. En este caso,
Por tanto, hay interés en no designar con la misma palabra efectivamente, las nociones teóricas de las que se deducen las
a esas dos formas de actividad tan diversas. A nuestro juicio, consecuencias prácticas tienen un valor científico que se co­
es menester reservar el nombre de «arte» a todo aquello que es munica a las conclusiones que se derivan de ellas. Por esta ra­
práctica pura, sin teoría. Esto es lo que entienden todos cuando zón es por lo que la química aplicada es una teoría práctica,
hablan del arte militar, del arte de la abogacía, del arte del maes­ pues no es más que aplicación de las teorías de la química pura.
tro de escuela. Un arte es un complejo de modos de obrar adap­ Pero una teoría práctica no vale más que lo que valen las cien­
tados a unas finalidades especiales, que son el producto, bien cias de las que saca prestadas sus nociones fundamentales.
de una experiencia tradicional trasmitida por la educación, bien Pues bien, ¿sobre qué ciencias puede apoyarse la pedagogía?
de la experiencia personal del individuo. N o se pueden adquirir Debería existir, para comenzar, una ciencia de la educación.
más que poniéndose en relación con las cosas sobre las cuales Porque para saber lo que tiene que ser la educación, es preciso
se debe ejercer la acción y obrando personalmente. Es induda­ saber ante todo cuál es su naturaleza, cuáles son las diversas
ble que puede darse el caso de que el arte quede iluminado por condiciones de las que depende, las leyes según las cuales ha
la reflexión, pero la reflexión no es un elemento esencial, ya que ido prosiguiendo su propia evolución a través de la historia.
el arte puede existir sin ella. Más aún, no existe un solo arte Pero la ciencia de la educación no existe más que en estado de
en el que todo sea reflexión. proyecto. Quedan, por un lado, las otras ramas de la sociología,
Pero entre el arte definido de este modo y la ciencia pro­ que podrían ayudar a la pedagogía a fijar la finalidad de la
piamente dicha queda lugar para una actitud mental intermedia. educación misma con la orientación general de los métodos;
En vez de actuar sobre his cosas o sobre los seres según unas por otro lado está la psicología, cuya enseñanza podría resultar
modalidades determinadas, se reflexiona sobre los modos de muy útil para la determinación en sus detalles de los procedi­
proceder que entonces se emplean con vistas, no ya a conocer­ mientos pedagógicos. Pero la sociología es una ciencia apenas
los y a explicarlos, sino a apreciar todo lo que valen, si son lo recién nacida; no cuenta más que con unos pocos postulados
que deben ser, si no sería más útil modificarlos, y de qué m ane­ firmes, suponiendo que lo sean. La misma psicología, aun cuan­
ra, e incluso sustituirlos completamente con procedimientos nue­ do se haya constituido antes que las ciencias sociales, es objeto
vos. Estas reflexiones toman la forma de teorías; se trata de de toda clase de controversias; no existe ningún problema psi­
combinaciones de ideas, no de combinaciones de actos, y por cológico sobre el que no se sostenga todavía las tesis más opues­
este motivo se acercan a la ciencia. Pero las ideas que se com­ tas. ¿Qué es lo que pueden valer entonces unas conclusiones
binan de esta m anera tienen como objeto, no ya expresar la prácticas, que se basan cn unos datos científicos que son al mis­
naturaleza de las cosas dadas, sino dirigir la acción. No son mo tiempo tan inciertos y tan incompletos? ¿Qué es lo que pue­
ciertamente movimientos, pero están muy cerca de los movi­ de valer una especulación pedagógica carente de toda base, o
mientos a los que tienen la función de orientar. Si no se trata cuyos fundamentos, cuando no fallan por completo, carecen de
de acciones, se trata por lo menos de programas de acción y toda solidez?

122 123
El hecho que se invoca de este modo para negarle todo cré­ pedagogía. No hay nada tan vano y tan estéril como ese purita­
dito a la pedagogía es en sí mismo indiscutible. Es verdad que nismo científico que, con el pretexto de que la ciencia no ha lle­
la ciencia de la educación está totalmente por construir y que gado todavía a su perfecta definición, aconseja la abstención y
la psicología y la sociología todavía están dando sus primeros recomienda a los hombres que asistan como testigos indiferen­
pasos. Por tanto, si nos estuviera permitido esperar, sería pru­ tes, o por lo menos resignados, a la marcha de los aconteci­
dente y metódico tener paciencia hasta que estas ciencias ha­ mientos.
yan hecho mayores progresos y puedan ser utilizadas con mayor Al lado del sofisma de la ignorancia está el sofisma de la
seguridad. Pero lo malo es eso. que 110 nos está permitida la ciencia que no es menos peligroso. No cabe duda de que, al
paciencia. No somos libres para cruzarnos de brazos o para po­ actuar en estas condiciones, se corren algunos riesgos. La cien­
ner el problema al día; nos lo ha puesto ya, o mejor dicho, nos cia, por muy avanzada que pueda estar, no podría eliminarlos.
lo ha impuesto la misma realidad, los hechos, la necesidad de Lo único que se nos puede exigir entonces es que pongamos en
vivir. La cuestión no está completa. Estamos ya embarcados y obra todo lo que tenemos de ciencia, por muy imperfecta que
no nos queda más remedio que proseguir adelante. En muchos sea, y de conciencia, a fin de prevenir esos riesgos en la me­
puntos nuestro sistema tradicional de educación no está ya en dida que nos sea posible. Y precisamente en esto es en lo que
armonía con nuestras ideas y con nuestras necesidades. Por consiste la función de la pedagogía.
tanto, 110 podemos optar más que entre las siguientes soluciones: Pero la pedagogía 110 será únicamente útil en esos períodos
o procurar conservar intactos los métodos que nos ha legado el críticos en los que es menester, con toda urgencia, poner a un
pasado, aun cuando 110 respondan ya a las exigencias de la si­ sistema escolar en arm onía con las necesidades de los tiempos;
tuación. o afrontar resueltamente el restablecimiento del equili­ actualmente, por lo menos, la pedagogía se ha convertido en un
brio roto, buscando cuáles han de ser las modificaciones nece­ auxiliar constantemente indispensable de la educación. Efectiva­
sarias. De estas dos soluciones, la primera resulta irrealizable mente, si el arte del educador está compuesto ante todo y sobre
y no puede llegar a ninguna conclusión. N o hay nada tan inútil todo de instintos y de hábito que se han hecho casi instinti­
como esos intentos por dar una vida artificial y una autoridad vos, sin embargo es necesario que la inteligencia no se encuen­
meramente aparente a unas instituciones viejas y desacreditadas. tre lejos de ellos. L a reflexión no sería capaz de sustituirla, pero
El fracaso es inevitable. No se pueden sofocar las ideas a las no puede quedar excluida, al menos a partir del momento en
que contradicen esas instituciones; no es posible hacer callar a que los pueblos alcanzan cierto grado de civilización. En efecto,
las necesidades que ellas ofenden. Las fuerzas contra las que una vez que la personalidad individual se ha convertido en un
se emprende de ese modo la lucha no pueden menos de impo­ elemento esencial de la cultura intelectual y moral de la hum a­
nerse cada vez más con el correr de los días. nidad, el educador deberá tener en cuenta el germen de indivi­
Por consiguiente, no queda más remedio que ponerse ani­ dualidad que está presente en cada uno de los niños. Tiene que
mosamente a trabajar, a buscar los cambios que se imponen y procurar con todos los medios que estén a su alcance favorecer
a llevarlos a cabo. Pero ¿cómo descubrirlos sin la reflexión? su desarrollo. En vez de aplicar a todos, de una forma invaria­
Por sí sola, la conciencia ponderada puede suplir las lagunas de ble, la misma reglamentación impersonal y uniforme, tendrá
la tradición, cuando ésta resulta defectuosa. Pues bien, ¿qué es que variar y diversificar sus métodos según los temperamentos
la pedagogía sino la reflexión aplicada lo más metódicamente y la m anera de ser de cada inteligencia. Para poder adaptar
posible a las cosas de la educación, con vistas a regular su des­ con discernimiento las prácticas educativas a la variedad de los
arrollo? Es indudable que no tenemos en las manos todos los casos particulares, es necesario saber a qué miran los diferentes
elementos que serían de desear para resolver el problema; pero procedimientos que las constituyen, cuáles son sus razones, cuá­
éste no es un motivo para no intentar resolverlo, ya que se debe les los efectos que producen en las diversas circunstancias; en
hacerlo. Por tanto, no nos queda más remedio que actuar lo una palabra, es menester someterlas a la reflexión pedagógica.
mejor que podamos para reunir el mayor número de hechos U na educación empírica, mecánica, 110 podrá menos de ser
instructivos, interpretándolas con la mayor metodicidad que cai­ comprensiva y niveladora. Por otra parte, a medida que se va
ga dentro de nuestras posibilidades, a fin de reducir al mínimo avanzando en la historia, la evolución social se va haciendo más
las probabilidades de error. E sta es la misión del especialista en rápida; una época no se parece a la que le precedió. Cada pc-

124 125
ríodo tiene su propia fisonomía. Surgen necesidades nuevas e a) Hemos visto ya que la pedagogía no es la educación ni
ideas nuevas continuamente; para poder adecuarse a los cam­ puede suplirla. Su misión 110 consiste en sustituir a la práctica,
bios incesantes que sobrevienen entonces dentro de las opinio­ .sino en guiarla, en conducirla, en iluminarla, en ayudarla si es
nes y de las costumbres, es necesario que cambie la misma menester, en colm ar las lagunas que en ella puedan percibirse.
educación y que, consiguientemente, continúe en un estado de Por consiguiente, el especialista en pedagogía no tiene por qué
maleabilidad que haga posibles estos cambios. construir totalmente un sistema de enseñanzas, com o si antes de
Pues bien, el único medio de impedir que caiga bajo el yu­ él 110 hubiera existido ninguno; a lo que tiene que dedicarse por
go de la costumbre y que degenere en automatismos mecánicos el contrario es, en primer lugar, a conocer y a com prender el
e inmutables, es mantenerla continuam ente en ejercicio median­ sistema de su tiempo; bajo esta condición es como será capaz
te la reflexión. Cuando el educador se d a cuenta de los métodos ilc utilizarlo con discernimiento y de juzgar lo que pueda haber
que emplea, de su finalidad y de su razón de ser, está en con­ 011 él de defectuoso.
diciones de juzgarlos y, por tanto, se m uestra dispuesto a modi­ P ara poderlo comprender, no basta con considerarlo tal co­
ficarlos si llega a convencerse de que el objetivo que hay que mo es en el día de hoy, puesto que ese sistema de educación
perseguir ya no es lo mismo o que los medios que se emplean es un producto de la historia que solamente la historia es capaz
tienen que ser diferentes. La reflexión es, por excelencia, la de explicar. Es una verdadera institución social. Más aún, no
fuerza antagonista de la rutina, mientras que la rutina es el hay muchas instituciones en las que toda la historia del país
peor obstáculo para los progresos necesarios. llegue tan integralmente a tener una repercusión. Las escuelas
Por este motivo, si es verdad que, como decíamos al princi­ francesas traducen y expresan el espíritu francés. Por tanto, no
pio, la pedagogía no aparece en la historia más que de una os posible entender nada de lo que son, la finalidad que persi­
forma intermitente hay que añadir, sin embargo, que tiende guen, si no se conoce lo que constituye nuestro espíritu nacional,
cada vez más a convertirse en una función continua de la vida cuáles son sus diversos elementos, cuáles son los que dependen
social. La edad media no sentía necesidad de ella. Era una de causas permanentes y profundas y cuáles p o r el contrario son
época de conformismo en la que todos pensaban y sentían de debidos a la acción de factores más o menos accidentales y pa­
la misma manera, en la que todos los espíritus estaban como sajeros. Pues bien, todas estas cuestiones solamente pueden re­
confundidos en la misma matriz, en la que eran raras las disi­ cibir una solución por medio del análisis histórico. M uchas vo­
dencias individuales y, cuando las había, pronto quedaban pros­ ces so discute para saber cuál es el puesto que corresponde a la
critas. Por eso también la educación era impersonal; el maestro, escuela prim aria en el conjunto de nuestra organización escolar
en la escuela medieval, se dirigía a todos sus alumnos colecti­ y en la vida general de la sociedad. Pero este problema no tie­
vamente, sin que se le ocurriese la idea de adaptar su acción a ne solución si ignoramos cómo se ha formado nuestra organiza­
la naturaleza de cada uno. Al mismo tiempo, la inmutabilidad ción escolar, de dónde proceden sus caracteres distintivos, que
do las creencias fundamentales se oponía a la evolución rápida es lo que ha determinado en el pasado ese lugar que se ha re­
del sistema educativo. Por estas dos razones tenía menos nece­ servado a la escuela elemental, cuáles son las causas que han
sidad de verse guiado por el pensamiento pedagógico. Pero en podido favorecer o entorpecer su desarrollo.
el renacimiento todo esto cambió. Las personalidades indivi­ P or eso, la historia do la enseñanza, o al menos la de la
duales se destacaban de la masa social en la que, hasta aquel enseñanza nacional, es la prim era de las propedéuticas para una
momento, se habían visto absorbidas y confundidas; los espíritus cultura pedagógica.
se diversificaban; al mismo tiempo, el desarrollo histórico se Naturalmente, si se trata de la pedagogía primaria, será la
aceleró y se constituyó una nueva civilización. Para responder a historia de la enseñanza prim aria la que es preciso, preferente­
todos estos cambios, se despertó la reflexión pedagógica y, aun­ mente, procurar conocer. Pero, por la razón que acabamos de
que no siempre logró brillar con el mismo esplendor, no pode­ indicar, esto no puede aislarse totalmente del sistema escolar
mos decir que se apagara por completo en ningún instante. más amplio, del que forma sencillamente una parte.
4. Pero, a fin de que la reflexión pedagógica pueda pro­ b) Pero este sistema escolar no está hecho únicamente de
ducir los efectos útiles que tenemos derecho a esperar de ella, prácticas prefijadas, d e métodos consagrados p o r el uso, que
es menester que quede sujeta a una cultura apropiada. sean herencia del pasado. Se encuentran además en él ciertas

126 127
tendencias hacia el porvenir, ciertas aspiraciones hacia un ideal m ía exacta a la primera más que con la condición de conocer
nuevo, más o menos claramente vislumbrado. Estas aspiraciones (i la segunda, y entonces nos vemos obligados de nuevo a re­
tienen que ser bien conocidas para poder juzgar cuál es el pues­ montarnos más todavía dentro de la historia. Esta historia de
to que conviene asignarles en la realidad escolar. Pues bien, to­ la pedagogía, para que pueda producir todos los frutos que es
das ellas llegan a expresarse en las doctrinas pedagógicas; por lu ¡to esperar de ella, no deberá ciertamente separarse de la
tanto, la historia de estas doctrinas tiene que com pletar la de historia de la enseñanza. Aun cuando nosotros la hayamos se­
la enseñanza. Es verdad que podría creerse que, para cumplir parado en nuestra exposición, se trata cn realidad de dos his­
útilmente con su tarea, esa historia no tiene necesidad de re­ torias solidarias entre sí. Porque, en cada momento, las doctri­
m ontarse muchos siglos en el pasado, sino que puede sin exce­ nas dependen del estado de la enseñanza, del que son un re­
sivos inconvenientes ser bastante sumaria. ¿No bastará acaso con flejo incluso cuando tienen que reaccionar en contra de él,
conocer las teorías entre las cuales están divididos los espíritus mientras que por otra parte, en la medida en que ejercen una
contemporáneos? Todas las demás, la de los siglos anteriores, acción eficaz en el terreno educativo, contribuyen también a
están ya superadas y parece ser que no tienen más que un in­ determinarlo.
terés muy relativo y sólo para los eruditos. Pero consideramos Así pues, la cultura pedagógica tiene que tener una base
que este modernismo no puede hacer más que disecar una de ampliamente histórica. Con esta condición es como la pedago­
las principales fuentes en las que tiene que alimentarse la re­ gía podrá verse libre de una crítica que se le ha dirigido con
flexión pedagógica. En efecto, las doctrinas más recientes no l recuencia y que ha perjudicado notablemente a su crédito. De­
han nacido ayer. Son la continuación de las que las precedieron, masiados estudiosos de la pedagogía, entre ellos los más ilustres,
sin las cuales por consiguiente no se pueden comprender. Y así, han emprendido la tarea de edificar sus sistemas haciendo abs­
paso a paso, para descubrir las causas determinantes de una tracción más o menos total de lo que había existido antes de
corriente pedagógica de cierta importancia, es preciso general­ dios. El tratamiento al que Ponócrates somete a Gargantúa an­
m ente retroceder bastante en el tiempo. M ás aún, sólo con esta tes de iniciarlo cn los nuevos métodos es muy significativo a
condición podrá obtenerse alguna certeza de que las nuevas este respecto. Le purga previamente el cerebro con el «eléboro
perspectivas, que son las que más apasionan a los espíritus, ile Anticira» hasta lograr que olvide por completo «todo cuanto
no son solamente unas improvisaciones brillantes, destinadas a había aprendido bajo sus antiguos preceptores». Esto es, se que­
sumergirse rápidamente en el olvido. ría indicar de una forma alegórica que la nueva pedagogía no
Por ejemplo, para poder com prender la tendencia actual a debía de tener nada cn común con la que le había precedido.
la enseñanza mediante las cosas, a eso que podría llamarse el Pero esto significaba al mismo tiempo colocarse fuera de las
«realismo pedagógico», es preciso no limitarse a ver cómo se condiciones de la realidad. El porvenir no puede ser evocado
expresa esa enseñanza en este o en aquel contemporáneo; he­ a partir de la nada; no podemos construirlo más que con los ma­
mos de remontarnos hasta el momento en que nació, esto es, a teriales que nos ha dejado en herencia el pasado. Un ideal que
la mitad del siglo x v m en Francia y a finales del siglo x v n cn se construye situándose en el lugar opuesto al estado de cosas
algunos países protestantes. Solamente por el hecho de encon­ existente es un ideal irrealizable, ya que no hunde sus raíces
trarse entonces vinculada con sus primeros orígenes, la pedago­ en la realidad. Por otra parte, está claro que el pasado tenía
gía realista se presentará bajo un aspecto muy distinto. Nos da­ también su razón de ser; no habría podido durar si no hubiera
remos entonces cuenta más detallada de cómo debe su origen ofrecido unas respuestas a unas necesidades legítimas, que no
a causas más profundas, más impersonales, que actúan en todos pueden desaparecer de la noche a la m añana; p o r consiguiente,
los'pueblos de Europa. Y al mismo tiempo nos encontraremos no es posible hacer tan radicalmente tabula rasa de ellas, sin
en mejores condiciones para poder descubrir cuáles son esas cerrar los ojos a unas necesidades vitales. Este es el motivo de
causas y, consiguientemente, para poder juzgar el verdadero que con tanta frecuencia la pedagogía no hay sido más que una
alcance de ese movimiento. forma de literatura utópica. Nos daría m ucha lástima de los
Por otro lado, esta corriente pedagógica se ha constituido en niños a los que se aplicase rigurosamente el método de Rousseau
oposición a una corriente contraria, la de la enseñanza hum a­ o el de Pestalozzi. Es indudable que esas utopías han podido
nista y nocionista. Por tanto, no se podrá apreciar de una ma- ejercer una influencia útil en la historia. Su misma simplicidad

128 129
v
les ha permitido impresionar con mayor viveza a los espíritus Ir*., no cabe duda de que tendrá una tarea útil que desarrollar
y estimularlos a la acción. Pero, en primer lugar, esas ventajas m l.i constitución de los métodos. Más aún, puesto que ningún
tienen también sus inconvenientes; y además, para esa pedago­ método puede aplicarse de la misma m anera a los diversos ni­
gía de cada día, que necesita en cada momento el maestro para ños, será también la psicología la que tendrá que ayudarnos a
iluminar y guiar su experiencia cotidiana, se necesita no tanto distinguir entre la variedad de inteligencias y do caracteres. Des­
impulso pasional y unilateral y un poco más de método, un leí uciadamente, 110 ignoramos que estamos todavía lejos del mo-
sentimiento más presente de la realidad y de las múltiples difi­ im-nto en el que podamos estar verdaderamente en condiciones
cultades con las que es necesario enfrentarse. Y es ese senti­ de satisfacer este desideratum.
miento el que podrá dar la cultura histórica debidam ente en­ Existe una forma especial de la psicología que encierra para
tendida. >1 |>edagogo una importancia muy peculiar: es la psicología co­
c) Solamente la historia de la enseñanza y de la pedagogía lectiva. Una clase es una pequeña sociedad y no es posible con-
es lo que permite determ inar los fines que debe perseguir el •lucirla como si no fuera más que una pequeña aglomeración
educador en cada momento de su tarea. Pero por lo que se de sujetos independientes los unos de los otros. En la clase, los
refiere a los medios necesarios para la realización de esos fines niños piensan, sienten y actúan de una m anera distinta de como
tendrá que dirigirse a la psicología. Efectivamente, el ideal pe­ lo hacen cuando están aislados. En la clase se producen fenó­
dagógico de una época expresa en primer lugar el estado de la menos de contagio, de desmoralización colectiva, de mutua so­
sociedad en la época que se considera. Para que este ideal se breexcitación, de efervescencia saludable que es preciso saber
convierta en una realidad, es preciso conformar a ella la con­ valorar para prevenirlos o para combatirlos en determinados
ciencia del niño. Pues bien, la conciencia tiene sus leyes pro­ • asos y utilizarlos en otros. Ciertamente, esta ciencia está toda­
pias que deben ser conocidas para poder modificarlas, por lo vía en la infancia. Pero tenemos ya, desde ahora, cierto número
menos si uno quiere evitar, dentro de los límites de lo posible, de postulados que resulta im portante no ignorar.
ir dando traspiés por las oscuridades del empirismo, que la Estas son las principales disciplinas que puede despertar y
pedagogía tiene precisamente el objeto de reducir al mínimo. cultivar la reflexión pedagógica. En vez de intentar promulgar,
Para poder impulsar la actividad a desarrollarse en una deter­ |x>r medio de la pedagogía, un código abstracto de reglas me­
minada dirección, es necesario además saber cuáles son las fuer­ todológicas, empresa que no puede realizarse fácilmente de una
zas que la mueven y cuál es su naturaleza. Porque solamente forma satisfactoria en un sistema especulativo tan compuesto y
con esta condición es como será posible aplicar allí, con el tan complejo, nos ha parecido preferible indicar de qué manera
conocimiento que se requiere, la acción que es conveniente. creemos que debería estar formado el pedagogo. Por este m o­
¿So trata, por ejemplo, de despertar el am or a la patria o tivo, está ya delineada cierta actitud del espíritu frente a los
el sentido de la humanidad? Sabremos orientar tanto mejor la problemas que debe tratar.
sensibilidad moral de los alumnos en un sentido o en otro,
cuanto más completas y precisas sean las nociones que posea­
mos sobre el conjunto de las fenómenos que se llaman tendencia,
hábitos, deseos, emociones, etc., sobre las diversas condicio­
nes de las que dependen, sobre las formas que presentan en
el niño. Según se vea en las tendencias un producto de las ex­
periencias agradables o desagradables que ha podido hacer la
espepie, o por el contrario un hecho primitivo anterior a los
estados afectivos que acompañan a su funcionamiento, se ten­
drá que afrontar esc problema de manera muy distinta para
regular su marcha. Pues bien, es a la psicología, y concreta­
mente a la psicología infantil, a quien le compete la solución
de estos problemas. Por tanto, si se muestra incompetente para
determ inar su fin, dado que el fin varía según los estados socia-

130
linunció a sus compromisos y funciones para comunicar al pú-
6 |»lloo, mediante la enseñanza, los resultados de su incomparable
i »l" rienda. Una práctica tan vasta de las cosas, iluminada por
Pedagogía y sociología * btfft parte por una profunda filosofía, al mismo tiempo prudente
y «uñosa de todas las novedades, tenía que dar necesariamente
*» nu palabra una autoridad que lograba realzar más todavía el
prestigio moral legado a su persona y al recuerdo de los servi-
U"» prestados a todas las grandes causas, a las que el señor
lluKson ha consagrado su propia vida.
Yo no os traigo nada que pueda parecerse a una compe­
tencia tan específica. Por eso debería sentirme aturdido profun­
da mente ante las dificultades de mi tarea, si no me tranquili-
m sc en parte el pensamiento de que unos problemas tan com-
|'lejos pueden ser útilmente estudiados por mentalidades dife­
rentes y desde diversas perspectivas. Sociólogo como soy, será
«obre todo bajo el punto de vista sociológico como os hablaré
•I la educación. Por otro lado, lejos de considerar que, al pro-
culer de este modo, podría correrse el riesgo de ver y de se­
cular las cosas con una distorsión capaz de deformarlas, estoy
Señores. Es para mí un grandísimo honor, que aprecio en lo inris bien convencido de que no hay ningún método más ade­
más vivo de mi ser, tener que sustituir en esta cátedra a una m ado para poner en evidencia su verdadera naturaleza. En efec-
persona de tan alta prudencia y de tan firme voluntad, a la que l«>, como postulado de cualquier elase de especulación pedagó-
Francia debe en gran medida la renovación de su enseñanza itica, creo que la educación es una realidad eminentemente so­
primaria. En íntimo contacto con los maestros de nuestras es­ cial, tanto por su origen como por sus funciones, y que con-
cuelas desde hace quince años en que he estado enseñando pe­ ¡i'uientemente la pedagogía depende de la sociología más es­
dagogía en la universidad de Burdeos he podido observar des­ trechamente que de cualquier otra ciencia.
de" cerca la obra a que quedará definitivamente unido el nom­ Y puesto que esta idea está llamada a dom inar sobre toda
bre del señor Buisson y estoy capacitado para estimar debida­ mi enseñanza, lo mismo que ha dominado hasta ahora toda la
mente toda su grandeza. Sobre todo cuando dirigimos nuestro enseñanza similar que he impartido en otra universidad, me ha
pensamiento a la situación en que se encontraba esta enseñanza parecido conveniente dedicar este nuestro primer encuentro a
primaria en los momentos en que se inició la reforma, nos es aclararla y precisarla, a fin de que podáis seguir mejor sus apli­
imposible no adm irar la importancia de los resultados obtenidos caciones ulteriores. N o es cuestión de ofrecer una demostración
y la rapidez de los progresos realizados. Las escuelas que se han específica de ella en el curso de una sola y única lección. Un
multiplicando y transformado materialmente, los métodos racio­ principio tan general y cuyas repercusiones son tan extensas no
nales que han* sustituido a las viejas modas de antaño, el ver­ puede ser verificado más que de forma progresiva, a medida
dadero impulso que se ha dado a la reflexión pedagógica, el que se va avanzando en el detalle de los hechos y se va palpan­
estímulo general que se ha prestado a todas las iniciativas, todo do su aplicación. Pero lo que resulta ya posible desde ahora es
esto constituye ciertam ente una de las mayores y más felices re­ ofreceros una visión de conjunto e indicaros los principales
voluciones que se han producido en nuestra educación nacional. motivos que militan en favor de su aceptación, desde el comien­
Por consiguiente, ha sido para la ciencia una verdadera fortuna zo de nuestra investigación, a título de premisa provisional y
cuando el señor Buisson, juzgando que había concluido su tarea, con la reserva de necesarias verificaciones ulteriores, para deter­
minar finalmente su alcance al mismo tiempo que sus limitacio­
* Pédagogie e t sociologie: R evue d e M étap h y siq u e et de M o ra le XI nes. Este será el objeto de mi primera lección.
(1903) 37-54.

132 133
1. Y cn prim er lugar es necesario llamar inmediatamente •i» ontraba el ambiente social, perdían todo su interés para la
vuestra atención sobre el siguiente axioma fundamental, que pedagogía.
generalmente es poco conocido. H asta hace muy pocos años, Puesto que el hom bre llevaba en sí mismo todos los gérmenes
y todavía hoy se pueden considerar como excepciones 1t los •I m i propio desarrollo, era él y solamente el a quien había que
pedagogos modernos estaban casi unánimemente de acuerdo cn >•!> rvar cuando se emprendía la determinación del sentido y de
ver en la educación una cosa eminentemente individual y en ha­ ln manera con que este desarrollo tenía que ser dirigido. Lx>
cer p or consiguiente de la pedagogía un corolario inmediato y i|tii* importaba era saber cuáles eran sus facultades congénitas
directo solamente de la psicología. Para Kant, lo mismo que v . u.il era la naturaleza de las mismas. Pues bien, la ciencia que
para Mili, para H erbart y para Spencer, la educación habría i*, nc |x>r objeto describir y explicar la personalidad del hombre
tenido sobre todo como objeto realizar cn cada uno de los in­ i n la psicología. Por consiguiente, parecía como si tuviera que
dividuos los atributos constitutivos de la especie hum ana, lle­ Icr suficiente la psiché para todas las necesidades de la pe­
vándolos a su más alto grado de perfección posible. Se esta­ dagogía.
blecía como una verdad evidente que existe una educación y Desgraciadamente, esta concepción de la educación estaba
una sola, la cual, excluyendo a todas las demás, se adapta indi­ i n contradicción formal con todo lo que nos enseña la historia.
ferentemente a todos los hombres, sean cuales fueren las con­ Infectivamente, no hay ningún pueblo en el que haya sido puesto
diciones históricas y sociales de las que dependen, siendo este en práctica. En primer lugar, estamos muy lejos de tener una
ideal abstracto y único el que los teóricos de la educación se educación universal men te válida para todo el género humano;
proponían determinar. Se admitía que existe «una naturaleza no hay, por así decirlo, una sociedad cn la que no coexistan
humana, cuyas formas y propiedades son d eterm in ates una vez i .temas pedagógicos diversos funcionando paralelamente. ¿Está
para siempre, y que el problema pedagógico consistía en averi­ 11 sociedad formada de castas? La educación variará de una
guar la manera como tenía que ejercerse la acción educativa casta a otra: la de los patricios será distinta de la de los plebe­
sobre esta naturaleza humana definida de ese modo. No cabe yos, la de los brahmanes será distinta de la de los sudras.' Igual­
duda de que ninguno de ellos pensó que el hombre fuera de mente, en la edad media, ¡qué enorme diferencia entre la cul-
golpe, apenas entrado en la vida, todo lo que puede y tiene que iura que recibía el joven paje, instruido en todas las artes de la
ser. Está demasiado claro que el ser humano solamente se cons­ caballería, y la que recibía el villano, que iba a aprender en la
tituye de una forma progresiva, cn el curso de un lento desa­ escuela de su parroquia unos magros elementos de cálculo, de
rrollo que tiene su comienzo cn el seno m aterno y que no ter­ canto y de gramática! Incluso en la actualidad, ¿no vemos cómo
mina hasta la madurez. Pero se suponía que este devenir no varía la educación según la clase social y hasta según el «ha­
hacía más que convertir cn actuales unas virtualidades, poner bitat»? La educación de la ciudad no es la misma que la del
al día unas energías latentes que ya existían, totalmente prefor- campo, la de los burgueses no es la misma que la de los obreros.
madas, cn el organismo físico y mental del niño. Por consiguien­ ¿Se dirá que esta organización no es moralmente justificable,
te, el educador no habría tenido nada de esencial que añadir a que no es posible ver cn ella más que una supervivencia desti­
la obra de la naturaleza. No habría creado nada nuevo. Su ta­ nada a desaparecer? "Es ésta una tesis muy fácil de defenderse.
rea se habría limitado a impedir que esas virtualidades existen­ Es evidente que la educación de nuestros hijos no debería de­
tes quedasen atrofiadas por la inacción, se desviasen de su di­ pender de esa casualidad que los ha hecho nacer en este lugar
rección normal o se desarrollasen con excesiva lentitud. Por en vez de aquel otro, de esta clase de padres y no de aquellos
tanto, las condiciones de tiempo y de lugar, el estado en que se otros.
Sin embargo, aun cuando la conciencia moral de nuestro
1. E sta id ea fue expresada y a p o r L an g c cn un p rólogo a su curso
tiempo hubiera recibido la satisfacción que está esperando en
publicado cn M o n a tsh e fte d e r C om cniusgesellschaft III, 107. T am b ién la este punto, la educación no habría sido por ese motivo más
acogió L o re n z von Stein en su V erw altungslehre V. D e la m ism a te n d e n ­ uniforme. Mientras que la carrera de cada niño no estaría ya en
cia so n tam b ién W illm an, D id a k tik ais B ildungslehre, 2 vol., 1894; N a- ese caso predeterminada, al menos en gran parte, por una he­
to rp , S ozialpaedagogik, 1899; B erg em an n , S o zia le P üdagogik, Í900. Se-
ñ alerem o s ig u alm en te a G . E d g ard V incent, T h e social m in d a n d edu­
rencia ciega, la diversidad moral de las profesiones no evitaría
cation; E lslan d cr, L ’education d u p o in t d e vue sociologique, 1899. la exigencia de una gran diversidad pedagógica. Efectivamente,

134
cada profesión constituye un ambiente sui generis, que requiere ■aria intensidad las facultades que requiere específicamente nues­
unas aptitudes especiales y unos conocimientos particulares, y tra función, sin dejar a las demás que se emboten en la inacción,
reinan en ella ciertas ideas, ciertas prácticas, ciertas maneras de ■in abdicar en consecuencia de toda una parte de nuestra na­
ver las cosas. Y puesto que el niño tiene que ser preparado con turaleza. Por ejemplo, el hombre, como individuo, no está me­
vistas a la función que está llamado a desempeñar, la educación, nos hecho para obrar que para pensar. M ás aún, puesto que es
a partir de cierta edad, no puede ya seguir siendo la misma para ante todo un ser viviente y la vida es acción, las facultades ac­
todos los sujetos que la reciben. Por este motivo podemos com­ tivas quizás le son más esenciales que las demás. Viceversa, a
probar cómo en todos los países civilizados tiende cada vez partir del momento en que la vida intelectual de las sociedades
más a diversificarse y a especializarse. Y esta especialización se iia alcanzado cierto nivel de desarrollo, hay — y tiene que haber
va haciendo cada día más precoz. La heterogeneidad que se necesariamente— hombres que se le consagren exclusivamente,
crea de esta manera no se basa, como aquella cuya existencia que no hagan otra cosa más que pensar. Pues bien, el pensa­
comprobábamos hace poco, en unas desigualdades injustas; pe­ miento no puede desarrollarse más que apartándose del mo­
ro no por eso es menor. Para encontrar una educación absolu­ vimiento, replegándose sobre sí mismo, separando de la acción
tam ente homogénea e igualitaria, sería preciso remontarse hasta al sujeto que está dedicado a él. Así es como se forman esas
las sociedades prehistóricas, en cuyo seno no existía ninguna naturalezas incompletas en las que todas las energías de la acti­
diferenciación; pero aquel tipo de sociedad no representaba más vidad se han trasformado, por así decirlo, en reflexión y que.
que un momento lógico en la historia de la humanidad. sin embargo, aun cuando fallen en determinados aspectos, cons­
Es evidente que estas educaciones especiales no están pre­ tituyen los agentes indispensables del progreso científico. Jamás
cisamente organizadas con vistas a un fin individual. No cabe el análisis abstracto de la constitución hum ana habría permitido
duda de que a veces ocurre que producen el efecto de desarro­ prever que el hom bre fuera capaz de alterar de esta manera
llar en el individuo aptitudes particulares que estaban inmanen­ aquello que se considera que es su esencia, ni que fuera nec-
tes en él y que no pedían otra cosa más que entrar en acción. saria una ducación para la preparación de estas alteraciones tan
En este sentido puede decirse que le ayudan a realizar su pro­ útiles.
pia naturaleza. Pero sabemos perfectamente cuán excepcionales Sin embargo, sea cual fuere la im portancia de semejantes
son estas vocaciones estrictamente definidas. En la generalidad educaciones especiales, no se puede discutir que no constituyen
de los casos no tenemos ninguna predestinación, por nuestro toda la educación. Más aún, puede decirse que ni siquiera se
temperamento intelectual o moral, a una función bien determ i­ bastan a sí mismas. En cualquier lugar en donde se encuentran,
nada. El hombre medio es eminentemente plástico; puede ser no divergen las unas de las otras más que a partir de un punto
utilizado igualmente en empleos muy variados. Por tanto, si se determinado, más allá del cual se confunden entre sí. Todas se
especializa, y si se especializa bajo una forma determinada me­ basan en un fundamento común. Efectivamente, no existe nin­
jor que bajo otra, no lo hace por motivos que sean interiores gún pueblo en el cual no exista cierto número de ideas, de sen­
a él, no lo hace impulsado por necesidades de su naturaleza. timientos y de prácticas que la educación tiene que inculcar a
Es la sociedad la que, para poderse conservar, tiene necesidad todos los niños indistintamente, sea cual fuere la categoría so­
de que el trabajo se subdivida entre sus miembros y se subdi- cial a la que pertenecen. M ás aún, esta educación común es la
vida entre ellos de una forma concreta en lugar de otra. Por que se considera generalmente como la verdadera educación.
este motivo es por lo que se prepara a sí misma, con sus pro­ Ella es la única que parece merecer de verdad este nombre. Se
pias manos, mediante la educación, los trabajadores especializa­ le concede una especie de preeminencia sobre todas las demás.
dos que necesita. Por tanto, es para ella y por medio de ella por Por tanto, es de ella sobre todo de la que es necesario saber si,
lo que la educación se diversifica de manera semejante. como se pretende, está totalmente comprendida en la noción
Pero hay más todavía. En vez de acercarse necesariamente del hom bre y si puede ser deducida de ella.
a la perfección humana, esta cultura especializada no se lleva a A decir verdad, esta pregunta no se plantea ni mucho menos
cabo sin una decadencia parcial, y precisamente mientras se en todo lo que se refiere a los sistemas de educación que nos
encuentra en armonía con las predisposiciones naturales del in­ da a conocer la historia. Esos sistemas están tan evidentemente
dividuo. Es que no somos capaces de desarrollar con la nece- ligados a unos sistemas sociales determinados que son insepara­

136 137
bles de ellos. Si a pesar de las diferencias que separaban a los piensa que el momento en el que se vería realizada resulta ser
patricios de los plebeyos, existía sin embargo en R om a una edu­ precisamente aquel en el que la educación ha empezado a con­
cación común para todos los romanos, esa educación tenía co­ vertirse en un verdadero servicio público; por eso mismo es a
mo característica el que era esencialmente romana. Suponía to­ finales del siglo pasado cuando se la ve, no sólo en Francia
da una organización de la «ciudad», al mismo tiempo que cons­ sino en toda Europa, tender a colocarse cada vez más bajo el
tituía su base. Y lo que decimos de Rom a podría decirse igual­ control y la dirección del estado. Es indudable que los fines que
m ente de todas las sociedades históricas. Todo tipo de pueblo persigue se diferencian cada día más de las condiciones locales
tiene su educación propia y peculiar, que puede servir para de­ o étnicas, que en otros tiempos los caracterizaban. Se van ha­
finirlo jx)r el mismo título que su organización moral, política ciendo cada vez más generales y abstractos. Pero no dejan de
y religiosa. Es uno de los elementos de su fisonomía. He aquí seguir siendo esencialmente colectivos. En efecto, ¿no es la co­
por qué la educación ha ido cambiando tan prodigiosamente lectividad la que nos los impone? ¿No es ella la que nos ordena
según los tiempos y los países. Por qué en unos casos habitúa desarrollar ante todo en nuestros hijos las cualidades que les
al individuo a abdicar completamente de su personalidad en ma­ son comunes con todos los demás hombres? Y hay más todavía.
nos del estado, mientras que en otros se esfuerza por hacer de No solamente ejerce sobre nosotros, por medio de la opinión
él un ser autónomo, legislador de su propia conducta. Por qué pública, una presión moral para que entendamos así nuestros
era ascética en la edad media, liberal en el renacimiento, li­ deberes de educadores, sino que les da una importancia tan
teraria en el siglo x v n , científica en nuestros días. No se trata grande que, como acabo de recordar, se encarga ella misma de
de que, como consecuencia de una serie de aberraciones, los esa tarea. Es fácil prever que, si les concede tanto peso, es por­
hombres se hayan equivocado sobre su naturaleza de hombres que se siente interesada en ellos. Y efectivamente, sólo una
y sobre sus necesidades, sino de que sus necesidades han cam ­ cultura hum ana puede darle a la sociedad m oderna los ciuda­
biado. y han cambiado porque las condiciones sociales de las danos que necesita. Porque cada uno de los grandes pueblos
que dependen las necesidades humanas no han seguido siendo europeos ocupa una inmensa zona, porque ha sido reclutado
las mismas. entre las razas más diferentes, porque el trabajo está allí sub-
Por una contradicción inconsciente se nos niega que adm ita­ dividido hasta el infinito, los individuos que lo componen están
mos para el presente y todavía más para el futuro lo que se tan divididos entre sí que ya no hay casi nada de común entre
concede fácilmente al pasado. Todos reconocen sin dificultad ellos, excepto su cualidad de hombres en general. Por tanto,
que en Rom a y en Grecia la educación no tenía más objeto que no pueden conservar la homogeneidad indispensable a cualquier
hacer romanos y griegos. Consiguientemente, se encontraba en clase de «consensus» social más que con la condición de ser lo
solidaridad con todo un conjunto de instituciones políticas, m o­ más semejante posible jx>r el lado en que todos se asemejan,
rales, económicas y religiosas. Nosotros por el contrario prefe­ esto es. en su cualidad de seres humanos. En otras palabras,
rimos creer que nuestra educación m oderna se escapa de la ley en las sociedades tan diferenciadas no puede haber otro tipo
común, que y a ahora se encuentra en m enor dependencia de colectivo más que el tipo genérico de hombre.
las contingencias sociales y que está llamada a liberarse total­ Si por ventura ese tipo perdiese algo de su generalidad o se
m ente de ellas en el futuro. ¿No estamos repitiendo continua­ dejase afectar por el deseo de regresar al antiguo particularis­
m ente que queremos hacer de nuestros hijos unos hombres, in­ mo, se vería cómo esas grandes estados se descomponen y se
cluso antes de hacer de ellos unos ciudadanos? ¿Y no nos pare­ disgregan en una multitud de pequeños grupos parcelarios. De
ce que nuestra cualidad de hombres está sustraída naturalmente este modo nuestro ideal pedagógico se explica por nuestra es­
de las influencias colectivas, por ser lógicamente anterior a todas tructura social, de la misma manera que el de los griegos y el
ellas? ' de los romanos no se podía com prender más que mediante la
Sin embargo, ¿no sería una especie de milagro el que la edu­ organización nacional. Si nuestra educación m oderna no es más
cación, iras haber tenido durante siglos enteros y en todas las estrechamente nacional, es en la constitución de las naciones mo­
sociedades conocidas los caracteres de una institución social, dernas donde es preciso buscar el motivo.
haya podido cambiar tan completamente de naturaleza? Seme­ Y no es eso todo. No solamente es la sociedad la que ha
jante transformación parecerá más sorprendente todavía si se elevado al tipo hum ano a la dignidad de modelo que el educa-

139
dor tiene que esforzarse en reproducir, sino que es también do, nuestro ideal pedagógico es obra de la sociedad, incluso en
ella la que lo construye y modela según sus propias necesidades. sus más pequeños detalles. Es ella la que nos traza el retrato
Porque es un error pensar que esté dado por entero en la cons­ del hom bre que tenemos que ser y en ese retrato llegan a refle­
titución natural del hombre, que no falte más que descubrirlo jarse todas las particularidades de su organización.
mediante una observación metódica, no quedando ya más que 2. E n resumen, lejos de afirmar que la educación tiene co­
embellecerlo sucesivamente mediante la imaginación a base de mo objeto único o principal al individuo con sus intereses, di­
llevar con el pensamiento hasta su más alto desarrollo a todos remos que ella es, ante todo y sobre todo, el medio gracias al
los gérmenes que se encuentran en él. El hom bre que la edu­ cual va renovando perpetuam ente la sociedad las condiciones
cación tiene que realizar en nosotros no es el hom bre tal como de su propia existencia. L a sociedad no puede vivir si no exis­
lo ha hecho la naturaleza, sino tal como la sociedad quiere que te entre sus componentes una suficiente homogeneidad. La edu­
sea: y lo quiere según las exigencias de su economía interna. cación perpetúa y refuerza esa homogeneidad fijando a priori
La prueba de ello está en la manera como ha ido variando en el alma del niño las semejanzas esenciales que supone la vida
según las sociedades nuestro concepto del hombre. Porque tam ­ colectiva. Pero, por otro lado, sin cierta diversidad sería impo­
bién los antiguos por su parte creían que convenían a sus hijos sible toda cooperación. La educación asegura la persistencia de
en hombres, lo mismo que lo pensamos hoy nosotros. Si se ne­ esa diversidad necesaria, diversificándose ella misma y buscan­
gaban a ver en el extranjero a una persona semejante a ellos, do la especialización. Por consiguiente, consiste bajo uno u otro
es precisamente porque a sus ojos la educación del estado so­ de sus aspectos en una socialización metódica de la generación
lamente podía hacer seres verdadera y propiamente humanos. joven.
Lo que pasa es que ellos concebían la hum anidad a su modo, Podría decirse que en cada uno de nosotros existen dos se­
que no es precisamente el nuestro. Todo cambio algo im portan­ res que, a pesar de no poder separarse más que mediante una
te en la organización de una sociedad tiene, como contraparti­ abstracción, no dejan de ser distintos. Uno está hecho de todos
da. un cambio de la misma importancia en la idea que el hom ­ los estados mentales que 110 se refieren más que a nosotros mis­
bre se hace de sí mismo. Si bajo la presión de la competencia mos y a los acontecimientos de nuestra vida personal. Es el que
que ha ido en aumento el trabajo social tiene que subdividirse podríamos llamar el ser individual. El otro es un sistema de
más y más, si la especialización de cada trabajador va siendo ideas, de sentimientos, de hábitos, que expresan en nosotros, no
cada vez más marcada y más concreta, el tipo hum ano se irá ya nuestra propia personalidad, sino al grupo o a los gnipos
empobreciendo en caracteres. No hace mucho tiempo la cultu­ diversos de los que formamos parte; tales son, por ejemplo, las
ra literaria era considerada como un elemento esencial de cual­ creencias religiosas, las creencias y las prácticas morales, las
quier cultura humana: pero resulta que ahora nos estamos acer­ tradiciones nacionales o profesionales, las opiniones colectivas
cando a una época en la que ya no será ella misma más que de toda clase. Su conjunto es lo que forma al ser social. Pues
una especialización. De la misma manera, si existe una jerar­ bien, la finalidad de la educación consiste precisamente en cons­
quía reconocida entre nuestras facultades, si hay alguna de ellas truir ese ser en cada uno de nosotros.
a las que atribuimos una especie de precedencia y que por esa Por este camino es por donde se puede dem ostrar mejor la
razón tenemos que desarrollar más que las otras, esto no quie­ importancia de su función y la fecundidad de su acción. Efec­
re decir que esta mayor dignidad sea intrínseca a las mismas; tivamente, no solamente 110 se encuentra aún ese ser social to­
no quiere decir que la misma naturaleza les haya asignado, des­ talmente en la constitución primitiva del hombre, sino que no ha
de toda la eternidad, un valor más alto. Y entonces, puesto que sido nunca el resultado de un desarrollo espontáneo. Espontá­
la escála de estos valores cambia necesariamente con la socie­ neamente el hom bre no se siente movido a someterse a una
dad, esa jerarquía no ha permanecido siempre la misma en dos autoridad política, a respetar una disciplina moral, a ser altruis­
momentos diversos de la historia. Ayer era el coraje lo que fi­ ta, a sacrificarse. En nuestra naturaleza congénita no había
guraba en prim er plano, con todas las facultades que requiere la nada que nos dispusiese de antemano a convertimos en servi­
virtud militar; hoy es el pensamiento y la reflexión; mañana será dores de units divinidades que fuesen los emblemas simbólicos
quizás el refinamiento del gusto, la sensibilidad por las obras de la sociedad, a rendirles culto, a sacrificamos en su honor.
artísticas. De este modo, tanto en el presente como en el pasa­ Es la sociedad misma la que, a medida que se ha ido forman­

140 141
do y consolidando, ha extraído de su propio seno esas grandes ración a otra por el camino de la herencia. Sólo queda enton­
fuerzas morales ante las que el hom bre ha sentido su propia ces el camino de la educación para que logren trasmitirse.
inferioridad. U na ceremonia con la que nos encontramos en gran núme­
Pues bien, si se hace abstracción de las tendencias vagas e ro de sociedades pone claramente de relieve este elemento dis­
inciertas que pueden ser debidas a la herencia, el niño, cuando tintivo de la educación hum ana y dem uestra cómo el hom bre ha
entra en la vida, no aporta a ella más que su propia naturaleza tenido muy pronto la intuición del mismo. M e refiero a la ce­
de individuo. La sociedad se encuentra entonces, por así decir­ remonia de la iniciación. La iniciación tiene lugar una vez que
lo, en cada nueva generación, frente a una especie de tabula ha concluido la educación; más aún, generalmente sirve para
rasa sobre la cual tiene que construir con nuevos esfuerzos. Es cerrar un último período, durante el cual los ancianos comple­
m enester que, sirviéndose de los medios más rápidos que le sea tan la instrucción del joven, revelándole las creencias más fun­
posible, sobreponga a ese ser egoísta y asocial que acaba de damentales y los ritos más sagrados de la tribu. Una vez que
nacer otro ser capaz de llevar una vida social y moral. Esa es se ha completado, el sujeto que la ha recibido ocupa su puesto
precisamente la obra de la educación, que os hará comprender dentro de la sociedad. Abandona a las mujeres con las que había
además toda su grandeza. La educación 110 se limita a desarro­ pasado toda su infancia y tiene ya asignado un puesto entre los
llar el organismo individual en el sentido trazado por la natura­ guerreros; al mismo tiempo toma conciencia de su sexo del que
leza, a hacer que aparezcan los poderes escondidos que sola­ recibe, a partir de aquel momento, todos los derechos y todos
mente están pidiendo revelarse, sino que crea en el individuo los deberes. Se ha convertido en un hom bre y en un ciudadano.
un hombre nuevo, y ese hom bre nuevo está hecho de todo Pues bien, es una creencia universalmente extendida entre to­
aquello que hay de mejor en nosotros, de todo aquello que da dos esos pueblos que el iniciado, por el hecho de su propia
un valor y una dignidad a la vida. E sta virtud creadora es, iniciación, se ha convertido en un hombre totalmente nuevo;
por otra parte, un privilegio especial de la educación humana, cambia de personalidad; toma un nom bre distinto y se sabe que
totalmente distinta de la que reciben los animales, si se nos el nom bre no es considerado entonces como un simple signo
permite llamar con ese nombre al adiestramiento progresivo al verbal, sino como un dem ento esencial de la persona. La ini­
que se ven sometidos por parte de sus progenitores. Ese adies­ ciación es considerada como un segundo nacimiento. El espíritu
tramiento podrá ciertamente acelerar el desarrollo de ciertos ins­ primitivo se representa simbólicamente esta transformación ima­
tintos que están dormidos en el animal, pero no los iniciará en ginándose que un principio espiritual, una especie de alma nue­
una nueva vida. Facilitará quizás el juego de las funciones na­ va, h a venido a encarnarse en el individuo. Pero si nosotros eli­
turales, pero no creará nada. Instruido por su madre, el paja- minamos de esa creencia las formas míticas que le sirven de
rillo sabrá volar antes o hacer más pronto su nido, pero no ropaje, ¿no encontraremos bajo ese símbolo la idea, oscuramen­
aprenderá de sus padres casi nada de lo que habría podido te vislumbrada, de que la educación ha tenido como efecto crear
descubrir con su propia experiencia personal. E sto se debe a en el hombre un ser nuevo? Ese es precisamente el ser social.
que los animales o bien viven fuera de cualquier clase de estado Pero, se dirá, si es posible realmente que las cualidades pro­
social, o bien constituyen sociedades más bien simples que fun­ piamente morales, puesto que imponen al individuo no pocas
cionan gracias a mecanismos instintivos, que cada individuo privaciones y obstaculizan sus movimientos naturales, no pueden
lleva dentro de sí mismo, totalmente constituidos, desde su na­ ser suscitadas en nuestro interior más que bajo el influjo de
cimiento. Por consiguiente, la educación no puede añadir nada una acción procedente desde fuera, ¿no habrá también otras
esencial a la naturaleza ya que la naturaleza provee a todo, a que cualquier hom bre esté interesado en adquirir y que las bus­
la vida del grupo y a la de los individuos. que espontáneamente? De este género son, por ejemplo, las di­
Al contrario, en el hombre las aptitudes de todo género que versas cualidades de la inteligencia, que le permiten adaptar me­
requiere la vida social son muy complejas, demasiado, para jor su propia conducta a la naturaleza de las cosas. También
poder encarnarse de alguna m anera en nuestros tejidos, m ate­ son de este tipo las cualidades físicas y todo aquello que contri­
rializándose bajo la forma de predisposiciones orgánicas. De buye al vigor físico y a la salud del organismo. Para todas estas,
aquí se sigue que 110 pueden tampoco trasmitirse de una gene­ por lo menos, parece ser que la educación, al desarrollarlas, no
hace más que salir al encuentro del desarrollo mismo de la na-

142 143
turalcza, conduciendo al individuo a un estado do perfección Veis, pues, hasta qué punto la psicología, por sí sola, es una
relativa hacia el que tiende él mismo, aun cuando pueda alcan­ l ítente de recursos insuficiente para el pedagogo. N o solamente,
zarlo más rápidam ente gracias al concurso de la sociedad. como os indicaba hace unos momentos, es la sociedad la que le
Pero lo que demuestra claramente, a pesar de todas las apa­ traza al individuo el ideal que le toca realizar mediante la edu­
riencias, que cn este caso, lo mismo que cn otras circunstancias, cación, sino que además no existen en la naturaleza individual
la educación responde ante todo y sobre todo a unas necesida­ tendencias determinadas ni estados definidos que sean una p ri­
des externas, o lo que es lo mismo, sociales, es el hecho de que mera aspiración hacia ese ideal y que puedan ser considerados
existen ciertas sociedades cn las que esas cualidades no han como su form a interior y anticipada.
sido cultivadas en lo más mínimo y que, en todo caso, han sido No se debe pensar, como es lógico, que no existan en cada
comprendidas de m anera muy distinta, según las mismas so­ uno de nosotros aptitudes muy generales, sin las que sería evi­
ciedades. dentemente irrealizable ese ideal. Si el hom bre es capaz de
Estamos muy lejos de poder com probar que los beneficios aprender a sacrificarse, esto depende de que no se trata de una
de una sólida cultura intelectual hayan sido reconocidos por persona incapaz del sacrificio; si ha podido someterse a la dis­
todos los pueblos. La ciencia, el espíritu crítico, que hoy apre­ ciplina de la ciencia, lo ha hecho porque no se sentía totalmente
ciamos en tan alto grado, han sido mirados con sospecha du­ inadaptado ante ella. Por la m era razón de que formamos parte
rante muchos siglos. ¿Acaso no conocemos todos a una doctri­ integrante del universo, estamos abiertos a otra cosa distinta de
na que proclama bienaventurados a los pobres de espíritu? Y nosotros mismos; de este modo existe cn nosotros una primera
tenemos que guardarnos mucho de creer que esta indiferencia impersonalidad que nos prepara para el desinterés. De la misma
ante el saber haya sido impuesta artificialmente a los hombres manera, por el mero hecho de que somos seres que pensamos,
violando su naturaleza. Por sí mismos, ellos no sentían ningún tenemos también cierta tendencia al conocimiento. Pero no cabe
deseo de la ciencia, simplemente porque la sociedad de la que duda de que existe un verdadero abismo entre esas vagas y
formaban parte tampoco sentía en lo más mínimo necesidad de confusas predisposiciones, mezcladas por o tra parte con' toda
ella. Para poder vivir, lo que necesitaban por encima de todo clase de predisposiciones contrarias, y la forma tan definida y
eran unas tradiciones fuertes y respetadas. Pues bien, la tradi­ tan particular que adquieren bajo la acción de la sociedad.
ción no solamente no despierta,. sino que tiende más bien a ex­ Ni siquiera con el análisis más profundo es posible estable­
cluir el pensamiento y la reflexión. Y esto mismo es lo que cer a priori en estos gérmenes indistintos aquello en lo que es­
ocurre también con las cualidades físicas. Que las condiciones tarán llamados a convertirse una vez que los haya fecundado
del am biente social impulsen a la conciencia pública hacia el la colectividad. Porque ésta no se limita a darles un relieve que
ascetismo y entonces la educación física quedará espontánea­ les faltaba, sino que les añade algo. Les añade su propia energía
mente relegada a segundo plano. Algo por el estilo es lo que y precisamente por eso los transform a y logra llegar a ciertos
sucedió en las escuelas de la edad media. De forma semejante, resultados que antes ni siquiera se podían prever. Y de esta
según las diversas corrientes de opinión, esa misma educación manera, aun cuando la conciencia individual careciese para no­
será entendida en los sentidos más dispares. En Esparta, esa sotros de todo misterio, la psicología, aunque fuera ya una cien­
educación tenía sobre todo como objeto el endurecimiento de cia completamente definida, no sería capaz de inform ar al edu­
los miembros para la fatiga; cn Atenas, era m ás bien un medio cador sobre la finalidad que debía de perseguir. Unicamente la
para forjar cuerpos hermosos y esbeltos; en tiempos de la ca­ sociología puede, no solam ente ayudarnos a com prender esa fi­
ballería, se le pedía que formase guerreros ágiles y fornidos; cn nalidad, relacionándola con los estados sociales de los que de­
nuestros días, no tiene más que una finalidad higiénica y se pende y a los que sirve de expresión, sino también ayudamos a
preocupa sobre todo de reducir los efectos de una cultura in­ descubrirla, cuando la conciencia pública, tumultosa e incierta,
telectual demasiado intensa. De este modo, incluso esas cuali­ no sabe ya cuál h a de ser.
dades que parecen a primera vista tan espontáneamente apete­ 3. Pero si la tarea de la sociología resulta preponderante
cibles no son buscadas por el individuo más que cuando se lo en la determinación de los fines que debe perseguir la educa­
requiere la sociedad y entonces él se pone a buscarlas de la for­ ción, ¿tendrá la misma importancia en lo que se refiere a la
ma que le prescribe esa misma sociedad. elección de los medios?

144 145
Es indudable que en este punto la psicología vuelve a ad­ Sin embargo, incluso en este conjunto de problemas en los que
quirir todos sus derechos. Aun cuando el ideal pedagógico ex­ puede iluminar útilmente al pedagogo, está aún muy lejos de
presa en primer lugar las necesidades sociales, no puede sin em­ poder prescindir del auxilio de la psicología.
bargo realizarse más que en la intimidad y a través de los indi­ En primer lugar, como los fines de la educación son so­
viduos. Para que sea algo distinto de una mera concepción del ciales, los medios que nos permiten conseguir esos fines tienen
espíritu, una vana imposición de la sociedad a sus propios miem­ que tener necesariamente esos mismos caracteres. Efectivamen­
bros, es preciso encontrar la manera de conform ar a ellas la te, entre todas las instituciones pedagógicas quizás no haya ni
conciencia del niño. Pues bien, la conciencia tiene sus propias una sola que no sea análoga a una institución social, cuyos ele­
leyes que es preciso conocer para poder modificarlas, si se desea mentos principales reproduce de una form a reducida y en una
por lo menos ahorrarse uno cuanto pueda esos titubeos empí­ especie de resumen. Existe una disciplina tanto en la escuela
ricos que la pedagogía tiene precisamente la tarea de reducir como en la nación. Las reglas que prescriben al alumno sus
al máximo. Para poder excitar la actividad para que se desarro­ deberes pueden parangonarse con las que prescriben su conduc­
lle en una determinada dirección, es preciso saber además cuáles ta al hom bre ya hecho. Las penas y las recompensas que van
son las energías que la mueven y de qué naturaleza son, ya que anejas al comportamiento del primero no dejan de parecerse a
solamente bajo esta condición será posible llevar a cabo con las penas y recompensas que sancionan la conducta del segun­
conocimiento de causa la aplicación de la acción adaptada. ¿Se do. ¿Enseñamos a los niños las realizaciones de la ciencia? Pe­
trata, por ejemplo, de despertar el am or a la patria o el sentido ro la ciencia que está realizando también se enseña; no perm a­
de la humanidad? Sabemos tanto mejor suscitar la sensibilidad nece cerrada en el cerebro de aquellos que la conciben y no
de nuestros alumnos en un sentido o en otro cuanto más com­ resulta verdaderamente operante más que con la condición de
pletas y más precisas sean las nociones que poseamos sobre que se comunique a los demás hombres. Pues bien, esta comu­
ese conjunto de fenómenos que se llaman tendencias, hábitos, nicación, que pone en movimiento toda una red de mecanismos
deseos, emociones, etc., sobre las diversas condiciones de las sociales, constituye una enseñanza que, aunque vaya dirigida al
que dependen, sobre la forma que presentan en el niño, etc. adulto, no difiere en su naturaleza de la que el alumno recibe
Según veamos en las tendencias un producto de las experien­ del educador. ¿No se dice que los científicos son verdaderos
cias agradables o desagradables que ha podido realizar la es­ maestros para sus contemporáneos y no se da el nombre de
pecie, o por el contrario un hecho primitivo anterior a los es­ «escuelas» a los grupos que se forman en torno a ellos? 2. Po­
tados afectivos que acompañan a su funcionamiento, tendremos drían multiplicarse estos ejemplos. Es que, efectivamente, pues­
que regularnos de m anera muy distinta para encuadrar debi­ to que la vida escolar no es más que el germen de la vida social,
dam ente su desarrollo. Pues bien, es a la psicología y especial­ y éste no es más que la continuación y la desembocadura de
mente a la psicología infantil a quien corresponde resolver estos aquella, por eso es imposible que los principales procedimien­
problemas. tos que permiten el funcionamiento de la vida social no se en­
Pero aun cuando la psicología sea incompetente para fijar cuentren también en la vida de la escuela. Podemos esperar que
su finalidad, o mejor dicho, las finalidades de la educación, no la sociología, ciencia de las instituciones sociales, nos ayude a
cabe duda de que tiene una función muy útil en la organiza­ com prender lo que son o a conjeturar lo que deben ser las
ción de los métodos. Más aún, puesto que ningún método puede instituciones pedagógicas. Cuanto mejor conozcamos a la socie­
aplicarse de la misma manera a diversos niños, es una vez más dad. mejor podremos darnos cuenta de todo lo que sucede en
la psicología la que deberá ayudarnos a reconocernos en medio ese microcosmos social que es la escuela.
de las diferencias de inteligencia y de carácter de los educan­ Y al contrario, ya veis con cuánta prudencia y con cuánta
dos. Desgraciadamente, es sabido que todavía estamos lejos del mesura es preciso utilizar los datos de la psicología, incluso
momento en que estará realmente en condiciones de satisfacer cuando se trata de la determinación de los métodos. Por sí sola,
este desiderátum. la psicología no sería capaz de proporcionar los elementos ne­
Por consiguiente, no puede ser cuestión de cerrar los ojos cesarios para la construcción de una técnica que, por definición,
ante los servicios que puede rendir a la pedagogía la ciencia del
individuo. Hemos de saber darle la importancia que se merece. 2. C f. W illm an, o. c., I, 40.

146 147
tiene su prototipo, no en el individuo, sino en la colectividad. podrá ciertamente indicarle cuál es la mejor manera de obrar
Por otra parte, los estados sociales de los que dependen los para aplicar al niño esos principios, una vez que hayan sido
objetivos pedagógicos no limitan su acción a eso solamente. In­ establecidos, pero nunca podrá hacérselos descubrir.
fluyen también en la concepción de los métodos, ya que la na­ Añado para term inar que, si hubo alguna vez un tiempo y
turaleza del fin implica también en parte la de los medios. La una nación en los que el punto de vista sociológico se haya im­
sociedad, por ejemplo, se orienta en un sentido individualista: puesto de una manera especialmente urgente a los pedagogos,
entonces, todos los procedimientos educativos que pueden tener es ciertamente nuestro país y nuestro tiempo. Cuando una so­
como consecuencia el violentar al individuo, el desconocer su ciedad se encuentra en un estado de estabilidad relativa, de equi­
espontaneidad interior, aparecerán intolerables y serán reproba­ librio temporal, como por ejemplo la sociedad francesa del siglo
dos. Al contrarío, bajo la presión de circunstancias durables o xvii, cuando por consiguiente se ha establecido un sistema de
pasajeras, sentirá la necesidad de imponer a tocios un confor­ educación de tal modo que, al menos durante algún tiempo, no
mismo más vigoroso; quedará entonces proscrito todo cuanto es discutido por nadie, las únicas cuestiones urgentes que se
pueda provocar en lo más mínimo la iniciativa de la inteligen­ plantean son las cuestiones de su aplicación. No se suscita nin­
cia. Efectivamente, siempre que se ha transform ado profunda­ guna duda seria ni sobre el objetivo que hay que alcanzar ni so­
mente el sistema de los métodos educativos, es porque había bre la orientación general de los métodos; por tanto, no es posi­
intervenido la influencia de alguna d e aquellas grandes corrien­ ble que exista controversia más que sobre la mejor manera de po­
tes sociales, cuya acción se h a hecho sentir en toda la extensión nerlos en práctica; se trata de dificultades que la psicología está
de la vida colectiva. Si el renacimiento opuso todo un conjunto en disposición de resolver. Pero no tengo necesidad de revelaros
de métodos nuevos a los que practicaba la edad media, no fue cómo no es esta seguridad intelectual y moral la que nos h a
como resultado de algún gran descubrimiento psicológico; fue tocado vivir en nuestro siglo; ésta es al mismo tiempo la miseria
más bien porque, como consecuencia de los cambios que se ori­ y la grandeza de nuestra época. Las profundas transformaciones
ginaron en la estructura de las sociedades europeas, empezó que han sufrido o están sufriendo las sociedades contem porá­
a abrirse camino un nuevo concepto del hombre y de su puesto neas tienen necesidad de transformaciones correspondientes en la
en el mundo. De la misma m anera, los pedagogos que a finales educación nacional. Pero si nos damos perfectamente cuenta de
del siglo x v in o a comienzos del xix emprendieron la tarea de que son necesarios algunos cambios, no sabemos muy bien có­
sustituir el método abstracto por el método intuitivo, represen­ mo tienen que hacerse. Sean cuales fueren las convicciones par­
taban ante todo el eco de las aspiraciones de su tiempo. Ni Ba­ ticulares de cada individuo o de los diversos partidos, la opi­
sedow, ni Pestalozzi, ni Froebel eran grandes psicólogos. Lo que nión pública sigue estando aún indecisa y ansiosa.
define sobre todo su doctrina es el respeto a la libertad interior, Así pues, el problema pedagógico no se plantea para nos­
el horror ante cualquier tipo de métodos coercitivos, el am or al otros con la misma serenidad que para los hombres del siglo
hom bre y, consiguientemente, al niño, que es lo que constituye x v ii. No se trata ya de poner en obra unas cuantas ideas ad­
la base de nuestro individualismo moderno. quiridas, sino de encontrar esas ideas que nos puedan guiar.
D e este modo, sea cual fuere el aspecto bajo el cual se con­ ¿Cómo descubrirlas si no nos remontamos hasta la misma fuen­
sidere la educación, ésta se presenta por todas partes a nuestras te de la vida educativa, que es la sociedad? Es por tanto la
miradas con el mismo carácter. Tanto si se trata de los fines que sociedad a quien debemos interrogar; son sus necesidades las
persigue como de los medios que adopta, siempre está respon­ que hemos de procurar satisfacer. Lim itam os a m irar dentro
diendo a unas necesidades sociales; son sentimientos c ideas de nosotros sería distraer nuestras miradas de la realidad misma
colectivas lo que está expresando. No cabe duda de que tam ­ que tenemos que alcanzar. Sería ponemos en la imposibilidad
bién el individuo saca de allí su provecho; ¿no hemos reconoci­ de com prender algo del movimiento que arrastra al mundo que
do ya específicamente que debemos a la educación lo mejor nos rodea y a nosotros con él. No creo obedecer a un simple
que hay en nosotros mismos? Pero resulta que eso m ejor es de prejuicio ni ceder ante un am or inmoderado por la ciencia que
origen social. Por tanto, es al estudio de la sociedad al que h e cultivado durante toda mi vida, cuando afirmo que jamás una
siempre hay que volver. Solamente allí es donde el pedagogo cultura sociológica h a sido tan necesaria al educador. N o es que
puede encontrar los principios de su especulación. La psicología la sociología pueda ponemos en la m ano unos cuantos instru-

148 149
tiene su prototipo, no en el individuo, sino en la colectividad. podrá ciertamente indicarle cuál ex la mejor manera de obrar
P or o tra parte, los estados sociales de los que dependen los para aplicar al niño esos principios, una vez que hayan sido
objetivos pedagógicos no limitan su acción a eso solamente. In­ establecidos, pero nunca podrá hacérselos descubrir.
fluyen también en la concepción de los métodos, ya que la na­ Añado para term inar que, si hubo alguna vez un tiempo y
turaleza del fin implica tam bién en parte la de los medios. La una nación en los que el punto de vista sociológico se haya im­
sociedad, por ejemplo, se orienta en un sentido individualista: puesto de una manera especialmente urgente a los pedagogos,
entonces, todos los procedimientos educativos que pueden tener es ciertamente nuestro país y nuestro tiempo. Cuando una so­
como consecuencia el violentar al individuo, el desconocer su ciedad se encuentra en un estado de estabilidad relativa, de equi­
espontaneidad interior, aparecerán intolerables y serán reproba­ librio temporal, como por ejemplo la sociedad francesa del siglo
dos. Al contrario, bajo la presión de circunstancias durables o x v n , cuando por consiguiente se ha establecido un sistema de
pasajeras, sentirá la necesidad de im poner a todos un confor­ educación de tal modo que. al menos durante algún tiempo, no
mismo más vigoroso; quedará entonces proscrito todo cuanto es discutido por nadie, las únicas cuestiones urgentes que se
pueda provocar en lo más mínimo la iniciativa de la inteligen­ plantean son las cuestiones de su aplicación. N o se suscita nin­
cia. Efectivamente, siempre que se ha transformado profunda­ guna duda seria ni sobre el objetivo que hay que alcanzar ni so­
mente el sistema de los métodos educativos, es porque había bre la orientación general de los métodos; por tanto, no es posi­
intervenido la influencia de alguna de aquellas grandes corrien­ ble que exista controversia más que sobre la mejor manera de po­
tes sociales, cuya acción se ha hecho sentir en toda la extensión nerlos en práctica; se trata de dificultades que la psicología está
de la vida colectiva. Si el renacimiento opuso todo un conjunto en disposición de resolver. Pero no tengo necesidad de revelaros
de métodos nuevos a los que practicaba la edad media, no fue cómo no es esta seguridad intelectual y moral la que nos ha
como resultado de algún gran descubrimiento psicológico; fue tocado vivir en nuestro siglo; ésta es al mismo tiempo la miseria
más bien porque, como consecuencia de los cambios que se ori­ y la grandeza de nuestra época. Las profundas transformaciones
ginaron en la estructura de las sociedades europeas, empezó que han sufrido o están sufriendo las sociedades contem porá­
a abrirse camino un nuevo concepto del hombre y de su puesto neas tienen necesidad de transformaciones correspondientes en la
en el mundo. De la misma manera, los pedagogos que a finales educación nacional. Pero si nos damos perfectamente cuenta de
del siglo x v m o a comienzos del xix emprendieron la tarea de que son necesarios algunos cambios, no sabemos muy bien có­
sustituir el método abstracto por el método intuitivo, represen­ mo tienen que hacerse. Sean cuales fueren las convicciones par­
taban ante todo el eco de las aspiraciones de su tiempo. Ni Ba­ ticulares de cada individuo o de los diversos partidos, la opi­
sedow, ni Pestalozzi, ni Froebel eran grandes psicólogos. Lo que nión pública sigue estando aún indecisa y ansiosa.
define sobre todo su doctrina es el respeto a la libertad interior, Así pues, el problem a pedagógico no se plantea para nos­
el horror ante cualquier tipo de métodos coercitivos, el am or al otros con la misma serenidad que para los hombres del siglo
hom bre y, consiguientemente, al niño, que es lo que constituye x v n . No se trata ya de poner en obra unas cuantas ideas ad­
la base de nuestro individualismo moderno. quiridas, sino de encontrar esas ideas que nos puedan guiar.
De este modo, sea cual fuere el aspecto bajo el cual se con­ ¿Cómo descubrirlas si no nos remontamos hasta la misma fuen­
sidere la educación, ésta se presenta por todas partes a nuestras te de la vida educativa, que es la sociedad? Es por tanto la
miradas con el mismo carácter. Tanto si se trata de los fines que sociedad a quien debemos interrogar; son sus necesidades las
persigue como de los medios que adopta, siempre está respon­ que hemos de procurar satisfacer. Limitarnos a m irar dentro
diendo a unas necesidades sociales; son sentimientos e ideas de nosotros sería distraer nuestras miradas de la realidad misma
colectivas lo que está expresando. No cabe duda de que tam ­ que tenemos que alcanzar. Sería ponernos en la imposibilidad
bién el individuo saca de allí su provecho; ¿no hemos reconoci­ de com prender algo del movimiento que arrastra al mundo que
do ya específicamente que debemos a la educación lo mejor nos rodea y a nosotros con él. No creo obedecer a un simple
que hay en nosotros mismas? Pero resulta que eso mejor es de prejuicio ni ceder ante un am or inmoderado por la ciencia que
origen social. Por tanto, es al estudio de la sociedad al que lie cultivado durante toda mi vida, cuando afirmo que jamás una
siempre hay que volver. Solamente allí es donde el pedagogo cultura sociológica h a sido tan necesaria al educador. N o es que
puede encontrar los principios de su especulación. La psicología la sociología pueda ponernos en la mano unos cuantos instni-

148 149
m entes prefabricados, de los que podamos hacer un uso inme­
diato. ¿Acaso hay instrumentos de este estilo? Pero la sociolo­
7
gía puede hacer más cosas y mucho mejores. Puede darnos
aquello que necesitamos imperativamente, esto es, un grupo de La evolución y la función
ideas directrices que sean el alm a de nuestra experiencia prác­
tica y que la sostenga, que den un sentido a nuestra acción y
de la enseñanza secundaría en Francia *
que se aficionen a esa acción. Esto es lo que constituye la con­
dición necesaria para que esa acción sea fecunda.

1. Mi tarea, señores, no es la de enseñaros la técnica de


vuestro oficio; solamente puede aprenderse con la práctica y
es mediante la práctica como la aprenderéis el año próximo 1.
Pero una técnica, de cualquier clase que sea, degenera pronto
en un vulgar empirismo, si aquel que se sirve de olla no se ha
puesto nunca en condiciones de reflexionar en la finalidad que
persigue esa misma práctica y en los medios que emplea. Diri­
gir vuestras reflexiones hacia las cosas de la enseñanza y hacer
que aprendáis a aplicarlas con método: esa será precisamente
mi tarea. En efecto, una enseñanza pedagógica tiene que pro­
ponerse, 110 ya comunicar al futuro profesional cierto número
de procedimientos y de recetas, sino darle una plena concien­
cia de su función.
Y precisamente porque esta enseñanza tiene necesariamen­
te un carácter teórico, algunos dudan de que pueda ser útil.

* E sta lección in au g u ra l h a b ía estado preced id a p o r u n a p rim e ra


sesión cn la q u e el re cto r L ia rd y los señores L avisse y L anglois, d irec to r
del m useo pedagógico, h abían p u esto a los estu d ia n tes al c o rrie n te d e las
m ed id as to m a d a s p a ra o rg a n iz a r su p re p ara ció n pro fesio n al. L a a lo c u ­
ción del se ñ o r L anglois fue pub licad a en R cvue B leuc, n ú m ero d el 25 de
n oviem bre d e 1905.
1. D u ra n te su segundo a ñ o d e p rep aració n , los c an d id ato s a la
« a gregation» (hab ilitació n p a ra la enseñanza) seguían un p e río d o de
a p ren d iza je cn los liceos o institutos de París.

151
No es que se llegue hasta sostener que pueda bastar por sí mis­ para que puedan modificarse, evolucionar, adaptarse a la diver­
m a la rutina y que la tradición 110 tenga ninguna necesidad de sidad y a la movilidad de las circunstancias y de los ambientes.
ser guiada por una reflexión documentada y sólida. En un tiem­ Y al revés, cuanto m enor es la parte que se le concede a la
po en el que, en todas las esferas de la actividad hum ana, se ve reflexión, más grande es la que se arroga al inmovilismo. Pues
cómo la ciencia, la teoría, la especulación, esto es, la reflexión bien, se puede com probar que la enseñanza secundaria se dis­
en una palabra, va compenetrando cada vez más la práctica e tingue, no ya por un apetito inmoderado de novedades, sino por
iluminándola, sería verdaderamente demasiado extraño que so­ un verdadero y propio misoneísmo. Veremos efectivamente có­
lamente constituyese una excepción a esta regla la actividad del mo en Francia, mientras que todo ha cambiado, mientras que
educador. No cabe duda de que nos está permitido criticar se­ el régimen político, el económico y el moral se han transformado,
veramente el empleo que un enorme número de especialistas de todavía queda una cosa que permanece relativamente inmuta­
la pedagogía han hecho de su razón; se puede legítimamente acu­ ble: las concepciones pedagógicas que constituyen el fundamen­
sarles de que sus sistemas, tan artificiales y tan abstractos, tan to de lo que se h a dado en llam ar la enseñanza clásica. Si ex­
pobres desde el punto de vista de la realidad, 110 tienen mucha ceptuamos unas cuantas añadiduras que no tocaban el fondo de
utilidad práctica. Pero éste no es un motivo suficiente para pros­ las cosas, los hombres de mi generación todavía se han educado
cribir para siempre la reflexión pedagógica y declararla sin ra­ sobre las bases de un ideal que no se diferenciaba sensiblemente
zón de ser. Efectivamente, se reconoce de buena gana que esta d e aquel en que se inspiraban los colegios de jesuitas del tiempo
conclusión sería excesiva. Lo malo es que se sigue afirmando del Gran Rey. En esta situación no hay verdaderamente mucho
que, por una verdadera gracia del cielo, el profesor de enseñan­ que nos permita pensar que el espíritu de crítica y de examen
za media no tiene ninguna necesidad de recibir un especial en­ haya tenido una parte de cierta consideración en nuestra vida
trenamiento y ejercicio en esta forma particular de reflexión. escolar.
¡Pase, se dice, que tengan que hacerlo los maestros de nuestras Efectivamente, no es cierto que uno sea capaz de reflexionar
escuelas primarias! Por la cultura más limitada que han reci­ sobre un orden determ inado de hechos por el simple motivo de
bido puede ser que se necesite empujarlos a que mediten sobre que tiene ocasión de ejercer su propia reflexión en un ámbito
su profesión, explicándoles las razones de los métodos que uti­ de argumentos de naturaleza diferente. Son numerosos los gran­
lizan, a fin de que puedan servirse de ellos con discernimiento. des científicos que han sido un honor de su ciencia, pero que en
Pero con un profesor de enseñanza secundaria, cuyo espíritu toco lo que estaba fuera de su especialidad se presentaban co­
se ha ido agudizando de mil maneras, prim ero en el instituto mo si fueran unos niños. Esos atrevidos innovadores se porta­
y luego en la universidad, enfrentándose con todas las altas dis­ ban en otros terrenos como unos simples habitudinarios, que
ciplinas, todas estas precauciones 110 dejan de ser tiempo per­ no pensaban ni actuaban más que como el vulgo ignorante. La
dido. Que se le ponga frente a los alumnos, e inmediatamente razón de ello está en que los prejuicios que obstaculizan el des­
la fuerza de reflexión que h a adquirido en el curso de sus estu­ arrollo de la reflexión difieren según el orden de las cosas al
dios sabrá aplicarse naturalmente a su clase, aun cuando no que se refieren. Por consiguiente, puede muy bien suceder que
haya recibido ninguna educación preventiva. algunos de esos prejuicios hayan cedido, mientras que otros
Sin embargo, hay un hecho que no parece abogar por esa conservan toda su fuerza de resistencia, que un mismo espíritu
aptitud innata que se atribuye al profesor de enseñanza media se haya liberado en un punto, mientras que permanece escla­
en lo que se refiere a la reflexión profesional. En todas las for­ vizado en otro. H e conocido a un ilustrísimo historiador, cuyo
mas de la conducta hum ana en las que se introduce la reflexión, recuerdo conservo con la mayor fidelidad y respeto, pero que
se ve-«cómo, a medida que ésta se va desarrollando, la tradición en m ateria de enseñanza se había quedado en el ideal de Rollin,
se torna más maleable y más accesible a las novedades. o poco menos. Por otra parte, cada categoría de hechos está
En efecto, la reflexión es la antagonista natural, la enemiga exigiendo que se reflexione sobre ellos de una manera adecua­
nata de la rutina. Sólo ella puede impedir que los hábitos dege­ da, según los métodos que les son apropiados; y esos métodos
neren en una forma inmutable y rígida que los libre de los cam­ no se improvisan, sino que tienen que ser aprendidos. Por tan­
bios. Sólo ella puede mantenerlos ocupados en ejercicio, con­ to, 110 basta con haber pensado en las finuras de las lenguas
servarlos en el estado de ductilidad y de flexibilidad necesaria muertas o en las leyes de la matemática, en los acontecimien­

152 153
tos de la historia tanto antigua como moderna, para estar ipso sión cada uno de los profesores, realizando la parte que le toca
jacto en condiciones de reflexionar metódicamente sobre las en la obra total, si no sabe cuál es esta obra, cóm o tienen que
cosas de la enseñanza. Esta forma determinada de la reflexión concurrir con él los demás colaboradores, de qué forma sus
constituye una especialización que requiere una iniciación pre­ esfuerzos podrán unirse con los de los demás?
ventiva. Lo que vayamos diciendo durante todo el curso será la Muchísimas veces, es verdad, se razona como si todo eso
prueba de ello. marchase por sí solo, como si esc fin común no tuviera nada de
2. No solamente no hay nada que justifique el privilegio oscuro, como si todos supieran qué cosa es formar un espíritu.
que se suele conferir en este sentido a los profesores de ense­ Pero cn realidad esta fórmula es vaga y está vacía de todo con­
ñanza media, no solamente no se ve por qué sería inútil des­ tenido positivo; éste es el motivo de que yo pudiera emplearla
pertar en ellos la reflexión pedagógica mediante una cultura hace unos momentos sin prejuzgar en lo más mínimo el resul­
apropiada, sino que, bajo ciertos aspectos, podemos decir que tado que habrán de dar nuestras investigaciones ulteriores. Todo
esta reflexión es para ellos más indispensable que para los demás. lo que esta fórmula enuncia es que no se deben especializar los
En primer lugar, la enseñanza secundaria es un organismo espíritus, pero sin que enseñe al propio tiempo cuál es el m o­
mucho más complejo que la enseñanza primaria. Pues bien, delo por el que tienen que formarse.
cuanto más complejo es un ser y más compleja es la vida que La manera como se formaba un espíritu en el siglo x v n
vive, más necesidad tiene de reflexión para poder cum plir con no puede convenir al día de hoy.
sus funciones. En una escuela elemental, cada clase, al menos También se forma un espíritu en la escuela primaria, pero
en principio, está en manos de un mismo y único maestro; por de una manera distinta de como se hace cn el instituto. Por
eso la enseñanza que él da llega a tener una unidad completa­ consiguiente, mientras que los profesores no sepan com o punto
mente natural y simplísima. Se trata de la unidad misma de la de referencia más que unos cuantos slogans bastante imprecisos,
persona que enseña. Puesto que tiene bajo sus ojos la totalidad será inevitable que sus esfuerzos se dispersen y se paralicen por
de la enseñanza, le resulta relativamente fácil dar a cada discí­ culpa de esa dispersión. Y este espectáculo es el que nos ofrece
pulo la parte que le corresponde, adaptar unas enseñanzas a en demasiadas ocasiones la enseñanza de nuestros institutos.
otras y hacer que todas ellas concurran a conseguir el mismo C ada uno enseña allí su propia especialidad como si se tratase
fin. de un fin en sí misma, siendo así que es únicamente un medio
Pero es muy diferente lo que sucede en el instituto, donde con vistas a un objetivo al que debería referirse en cada instante.
las diversas enseñanzas, recibidas simultáneamente por el mis­ Cuando yo enseñaba cn los institutos, hubo un ministro que,
mo alumno, son impartidas generalmente por diversos profeso­ para luchar contra esta dispersión anárquica, instituyó asam­
res. Aquí existe una verdadera división del trabajo pedagógico, bleas mensuales a las que todos los profesores del mismo esta­
que va aumentando un poco cada día. modificando la vieja fiso­ blecimiento tenían que acudir para intercam biar opiniones so­
nomía de nuestros institutos y planteando una cuestión muy bre las cuestiones que les eran comunes. Desgraciadamente, es­
seria de la que nos ocuparemos algún día. ¿Cuál es el milagro tas asambleas no fueron más que vanas formalidades. Nos diri­
que podría permitir que la unidad resultase de esa diversidad? gíamos puntualm ente a esas reuniones, pero muy pronto pudi­
¿Cómo podrían armonizarse entre sí estas enseñanzas, comple­ mos com probar que no tenían nada que decimos, ya que nos
tándose unas a otras de manera que pueda formarse un todo, faltaba todo objetivo común. ¿Cómo no iba a ser así, si también
si quienes las imparten no tienen el sentido de ese todo y de la cn la universidad cada grupo de estudiantes recibía su enseñanza
manera en que cada uno tiene que concurrir a él? Aun cuando preferida en una especie de com partimento estanco? El único
actualmente no estemos en condiciones de definir la finalidad medio para remediar ese estado de división sería llevar a todos
de la enseñanza secundaria — cuestión que no podrá ser exa­ esos colaboradores del mañana a reunirse y a pensar en común
m inada útilmente más que final de curso— , sin embargo, pode­ en su tarea común.
mos decir muy bien que en el instituto no se trata ni de hacer Sería menester que, en un momento determinado de su pre­
un matemático, ni un literato, ni un naturalista, ni un historia­ paración, se pusieran en condiciones de abrazar con una sola
dor. sino de formar un espíritu mediante las letras, la historia, ojeada, en toda su extensión, aquel sistema escolar en cuya vida
las matemáticas, etcétera. Pero ¿cómo podrá cumplir con su mi­ están llamados a participar. Sería menester que vieran todos

154 155
juntos lo que constituye su unidad, esto es, cuál es el ideal que hombre. La edad media tuvo el suyo; el renacimiento tuvo el
tiene la función de realizar, y cómo todas las partes que lo com­ suyo; la cuestión está en saber cuál tiene que ser el nuestro.
ponen tienen que concurrir a ese objetivo final. Pues bien, esta Esta pregunta, por lo demás, no es peculiar de nuestro país.
iniciación no puede llevarse a cabo más que mediante una ense­ No hay ningún gran estado europeo donde no se plantee en tér­
ñanza, cuyo plan y cuyo método intentaré determinar dentro de minos más o menos idénticos. Por todas partes, los pedagogos
unos instantes. y los hombres de estado se dan cuenta de que los cambios que
3. Pero hay más todavía. L a enseñanza secundaria se en­ han tenido lugar en la organización material y moral de las so­
cuentra en la actualidad en condiciones muy especiales que ha­ ciedades contemporáneas necesitan transformaciones paralelas y
cen excepcionalmente urgente esta preparación. Desde la segun­ no menos profundas do esta parte especial de nuestro organis­
da mitad del siglo x v m empezó a atravesar una crisis muy mo escolar. ¿Por qué es sobre todo en la enseñanza secundaria
aguda que todavía no h a llegado a su resolución. Todos se dan donde la crisis tom a unos caracteres tan intensamente crudos?
cuenta de que no puede seguir siendo lo que ha sido en el pa­ Es éste un argumento que tendremos que examinar algún día.
sado. Pero no se ve con la misma claridad qué es en lo que Por el momento me limito a com probar un hecho que no se
está llamada a convertirse. De ahí todas esas reformas que, des­ puede discutir.
de hace cerca de un siglo, se van sucediendo periódicamente, Pues bien, para salir de esta era de perturbación y de incer-
demostrando al mismo tiempo la dificultad y la urgencia del tidumbre no sería suficiente contar exclusivamente con la efica­
problema. cia de las normas y de los reglamentos. Sea cual fuere su auto­
No se podría ciertamente desconocer, sin cometer una in­ ridad, las normas y los reglamentos no son más que palabras
justicia, la importancia de los resultados obtenidos: el mundo que sólo pueden convertirse en realidad con el concurso de
antiguo se ha abierto a ideas nuevas; hay un sistema nuevo en aquellos que están encargados de aplicarlos. Por tanto, si vos­
vías de constitución, que parece estar lleno de juventud y de ar­ otros, que tendréis la función de darles vida, no los aceptáis más
dor. Pero ¿será quizás excesivo decir que todavía anda en bus­ que a regañadientes, si los soportáis sin adheriros a ellos, se­
ca de sí mismo, que tiene todavía de sí una conciencia incierta guirán siendo letra m uerta y sin resultados útiles. Y según la
y que los cambios se han debido más bien a unas felices con­ m anera como los entendáis, podrán obtener resultados distin­
cesiones que a un verdadero des.eo de renovación? Hay un he­ tos, e incluso opuestos. No son más que proyectos, cuya suer­
cho que hace especialmente sensible el desconcierto en que se te dependerá finalmente cada vez más de vosotros y de vuestro
debaten todavía en este punto nuestras ideas. En todos los pe­ modo de pensar. Así pues, fijaos en la importancia que tiene el
ríodos anteriores de nuestra historia se podía definir con una que os pongáis en condiciones de adquirir una opinión clara de
sola palabra el ideal que los educadores se proponían realizar ellos. M ientras en vuestros espíritus se albergue la indecisión,
en los jóvenes. En la edad media el maestro de la facultad de no habrá decisión administrativa que pueda trazaros un obje­
artes quería hacer de sus alumnos ante todo unos «dialécticos». tivo. N o se decreta un ideal; el ideal tiene que ser comprendi­
Después del renacimiento, los jesuítas y los regentes de nuestros do, amado, querido por todos aquellos que tienen la obligación
colegios universitarios tenían como finalidad hacer unos «hu­ de realizarlo. Es menester, en una palabra, que el gran traba­
manistas». Hoy nos falta una expresión concreta para indicar el jo de reforma y de reorganización que se impone sea obra de
objetivo que debe perseguir la enseñanza de nuestros institutos; aquel mismo cuerpo que está llamado a reformarse y reorgani­
es que sólo vemos de una forma muy confusa lo que tiene que zarse. Es preciso, por consiguiente, proporcionarle todos los me­
ser ese objetivo. dios necesarios a fin de que pueda tomar conciencia de sí mis­
Y Vio se crea que queda resuelta la dificultad diciendo que mo, tie lo que es, de las causas que lo mueven a realizar cam­
nuestro deber consiste sencillamente en hacer de nuestros alum­ bios, de aquello en lo que tiene que querer convertirse. Se
nos unos hombres. Esa solución es totalmente verbal, ya que com prende entonces sin muchos esfuerzos cómo, para obtener
se trata precisamente de saber cuál es la idea que tenemos que un resultado semejante, no basta con entrenar a los futuros
hacernos del hombre, nosotros los europeos o, más concreta­ profesores en la práctica de su oficio; es menester, ante todo,
mente. nosotros los franceses del siglo xx. Todos los pueblos provocar por su parte un enérgico esfuer/.o de reflexión, que
tienen, en cada momento de su historia, su propio concepto del tendrán que continuar a lo largo de toda su carrera, pero que

¡56 157
tiene que comenzar aquí en la universidad, ya que solamente forjaros una opinión sobre aquello en que debe convertirse esta
aquí podrán encontrar los elementos de información sin los cultura; y en segundo lugar, para que como fruto de esta bús­
cuales sus reflexiones sobre este tema no serían más que cons­ queda hecha en com ún se desarrolle un sentimiento común que
trucciones ideológicas y sueños sin eficacia alguna. facilite vuestra cooperación de mañana. Y ahora, una vez fija­
Con esta condición es como resultará posible el despertar, do el objetivo, veamos cuál ha de ser el método que nos per­
sin ningún procedimiento artificial, de la vida un tanto ané­ mita alcanzarlo.
mica de nuestra enseñanza secundaria. Porque, no es posible Un sistema escolar, sea el que fuere, está constituido por dos
disimularlo, debido al desconcierto intelectual en el que se en­ clases de elementos: por una parte, se tiene un conjunto de
cuentra, moviéndose con incertidumbre entre un pasado que normas definidas y estables, de métodos tradicionales, en una
muere y un porvenir todavía indeterminado, la enseñanza se­ palabra, de instituciones. Porque hay instituciones pedagógicas
cundaria no manifiesta ya la misma vitalidad y el mismo fervor lo mismo que hay instituciones jurídicas, religiosas o políticas.
de vida de otros tiempos. Pero al mismo tiempo, dentro de la máquina así constituida, hay
Se trata de una observación que puede hacerse libremente, también ideas que la mueven y la incitan al cambio. Excep­
ya que no va en ella implícita ninguna crítica contra las per­ tuando posibles y raros momentos de apogeo y de detención,
sonas; el hecho que comprobamos es el producto de causas siem pre hay, incluso en los sistemas mejor encuadrados y defi­
impersonales. Por una parte, aquel antiguo entusiasmo por las nidos, un movimiento hacia otra cosa, diferente de aquello que
letras clásicas y la fe que éstas inspiraban se han visto irreme­ existe, una tendencia hacia un ideal que se vislumbra con ma­
diablemente sacudidos. Es verdad que no debemos olvidar aquel yor o menor claridad.
glorioso pasado del humanismo y los servicios que rindió y que V ista desde fuera, la enseñanza secundaria se nos presenta
todavía sigue rindiendo; pero es difícil sustraerse a la impresión como un conjunto de establecimientos que tienen una organi­
de que en parte está sobreviviendo a sí mismo. Por otra parte, zación material y moral determinada. Pero, desde otro ángulo
no hay ninguna fe que haya venido a sustituir a la que de visión, esa organización acoge dentro de sí ciertas aspiracio­
ahora está desapareciendo. De todo esto resulta que el profe­ nes que se buscan con anhelo. Bajo esta vida fija, consolidada,
sor se pregunta muchas veces con inquietud para qué sirven y existe una vida en movimiento que, precisamente por estar más
hacia dónde tienden sus esfuerzos. No ve con claridad cómo escondida, no debemos descuidarla. Bajo un pasado que dura
se relacionan sus funciones con las funciones vitales de la so­ hay siempre algo nuevo que se crea y que tiende a ser. Frente
ciedad. De aquí cierta tendencia al escepticismo, una especie de a estos dos aspectos de la realidad escolar, ¿cuál tiene que ser
desengaño, un verdadero malestar moral, en una palabra, que nuestra actitud?
no puede desarrollarse sin peligro. Un cuerpo de profesores sin Ordinariamente los pedagogos se desentienden de lo prime­
fe pedagógica es un cuerpo sin alma. ro. Les importan muy poco los distintos ajustes que nos h a ido
Así pues, vuestro primer deber y vuestro interés principal legando el pasado. El problema, tal como ellos mismos se lo
consisten en devolverle el alma a esc cuerpo en el que tenéis plantean, les dispensa de concederles la m enor importancia.
que entrar. Y solamente vosotros podéis hacerlo. Es verdad Espíritus eminentemente revolucionarios* al menos en la mayor
que, para poneros en condiciones de cumplir esta tarea, no se­ parte de los casos, la realidad presente tiene escaso interés a
rá suficiente un curso de unos cuantos meses. Os tocará traba­ sus ojos. N o la soportan más que con impaciencia y sueñan con
jar en ello toda vuestra vida. Pero es preciso comenzar cuanto liberarse de ella, para edificar de nueva planta un sistema es­
antes despertando en vosotros la voluntad de em prender esta colar enteram ente nuevo, en el que sea realizado adecuadamen­
m isión'y poniéndoos en las manos los instrumentos más nece­ te el ideal a que aspiran. Por consiguiente, ¿qué pueden im­
sarios para poder llevarla a cabo. Esta es la finalidad de la en­ portarles Jas prácticas, los métodos, las instituciones que exis­
señanza que hoy inauguramos. tían antes de ellos? Es hacia el porvenir hacia donde dirigen sus
4. Ya conocéis, pues, la finalidad que me gustaría conse­ miradas, creyendo que pueden evocarlo de la nada.
guir, de acuerdo con vosotros. M e gustaría poder plantearos el Pero hoy sabemos muy bien todo lo que hay de quimérico
problema de la enseñanza secundaria en toda su amplitud. Es­ y hasta de peligroso en este ardor de iconoclastas. No es po­
pecialmente por dos motivos: en primer lugar, para que podáis sible, ni siquiera es deseable, que se hunda de golpe la organi­

158 159
zación actual. Tendréis que vivir cn ella y hacer que viva. Pero pos muy recientes la enseñanza secundaria no era diferente de
para eso es preciso que la conozcáis. Y también es preciso co­ la enseñanza superior. Actualm ente la solución de continui­
nocerla para poderla cambiar. Porque las creaciones ex nihilo dad que la separaba de la enseñanza prim aria tiende a des­
son tan imposibles en el orden social como en el orden físico. aparecer. Los colegios, con su sistema de clases, no se remontan
El porvenir no se improvisa; no podemos construir más que con más allá del siglo x v i y veremos cómo en la época revolucio­
el material que hemos recibido del pasado. Muchas veces nues­ naria hubo un momento en que ese sistema desapareció. Es­
tras innovaciones más fecundas consisten precisamente en fun­ tamos por tanto muy lejos de que correspondan a una necesi­
dir las ideas nuevas dentro de las formas antiguas, que basta dad eterna. De aquí se deduce, pues, que estas instituciones de­
con modificar parcialmente para ponerlas en armonía con su penden, no ya de las necesidades universales del hom bre que
nuevo contenido. lia llegado a cierto grado de civilización, sino de causas con­
De la misma manera, el mejor modo de realizar un nuevo cretas, de estados sociales particularísimos que solamente nos
ideal pedagógico consiste en utilizar la organización existente, puede revelar el análisis histórico. Pues bien, solamente en la
dándole algunos retoques necesarios, si la cosa es útil, para medida cn que hayamos llegado a determinarlos, es como po­
adaptarla a las nuevas finalidades a las que tiene que servir. dremos saber de verdad lo que es esta enseñanza. Porque saber
¡Cuántas reformas son más fáciles de lo que creemos, sin que lo que es no es simplemente conocer su forma exterior y su­
sea necesario trastornar los programas y los ciclos de estudio! perficial, sino saber cuál es su significado, qué puesto tiene,
Basta con saber aprovechar los que están cn vigor anim án­ qué papel representa en el conjunto de la vida nacional.
dolos de un espíritu nuevo. Pero, para poder servirse de este Así pues, guardémonos de creer que basta con un poco de
modo de las instituciones pedagógicas existentes, es necesario sentido común y de cultura para resolver de golpe unos pro­
además no ignorar en qué consisten. N o se actúa eficazmente blemas como los siguientes: «¿Qué es la enseñanza secunda­
sobre las cosas más que en la medida en que se conoce su na­ ria? ¿Qué es un colegio? ¿Qué es una clase?». Podemos cier­
turaleza. No se puede dirigir bien la evolución de un sistema tamente, mediante un análisis mental, encontrar con relativa fa­
escolar si no se empieza por saber lo que es, de qué está he­ cilidad la idea que nos forjamos personalmente de una u otra
cho, cuáles son los conceptos que constituyen su base, cuáles realidad como las que hemos citado. Pero ¿qué interés puede
son las necesidades a las que responde, cuáles las causas que tener este concepto totalmente subjetivo? Lo que necesitamos
lo han hecho nacer. Y entonces se presenta como indispensable llegar a discernir es la naturaleza objetiva de la enseñanza se­
todo un estudio científico y objetivo cuyas consecuencias prác­ cundaria, las corrientes de ideas de las que es el resultado, las
ticas no son difíciles de prever. necesidades sociales que le han dado existencia. Pues bien, para
Es verdad que, ordinariamente, parece como si este estu­ conocer todo eso, no basta con mirarnos a nosotros mismos, ya
dio no tuviera por qué ser demasiado complejo. Puesto que una que ha sido en el pasado cuando han producido sus efectos, y
larga práctica nos ha familiarizado con las cosas de la vida es­ por tanto es en el pasado en donde tenemos que verlas actuar.
colar, todas ellas nos parecen muy simples y de tal naturaleza Lejas de poder admitir la evidencia de la noción que tenemos en
que no suscitan ningún problema que exija, para ser resuel­ nosotros mismos, debemos por el contrario tenerla por sospe­
to, un gran aparato de investigaciones. Desde hace muchos años chosa. Es que, al ser un producto de nuestra experiencia indi­
hemos conocido, con el nombre de secundaria, una enseñanza vidual y restringida y una función de nuestro temperamento
interm edia entre la escuela primaria y la universidad. Siempre personal, no puede ser más que parcial y engañosa. Por eso hay
liemos^ visto entre nosotros colegios y clases en esos colegios, que hacer de ella tabula rasa, obligarnos a una duda metódica
y p o r ’eso nos hemos visto inducidos a creer que todas las sis­ y enfrentarnos con ese mundo escolar que se trata de explorar,
tematizaciones caminan por sí solas y que no es necesario es­ com o si fuera una tierra desconocida en la que hay verdade­
tudiarlas mucho tiempo para saber de dónde vienen y a qué ros descubrimientos que realizar. Este mismo método es el que
necesidades responden. Pero cuando, en vez de m irar las cosas se impone para toda clase de problemas, incluso los más es­
en el presente, empezamos a considerarlas en la historia, se peciales, que puede suscitar la organización de la enseñanza.
disipan las ilusiones. Esta jerarquía en tres grados no ha exis­ ¿De dónde proviene nuestro sistema de emulación? (real­
tido siempre, ni siquiera entre nosotros. Es de ayer. Hasta tiem­ mente es demasiado sencillo cargar toda su responsabilidad so­

161
n
bre los jesuítas). ¿De dónde proviene nuestro sistema de dis­ muy débiles y en consecuencia nos sentimos inclinados a no te­
ciplina (ya que sabemos que ha cambiado con los tiempos)? nerlos en cuenta para nada. ¿Somos acaso hombres de acción
¿De dónde provienen nuestros principales ejercicios escolares? y vivimos en un mundo de negocios? Nos sentiremos inclinados
Son otras tantas cuestiones, que se dejan de lado sin suponer a hacer de nuestros hijos unos hombres prácticos. ¿Nos gusta
siquiera su existencia, hasta llegar a encerram os en el presen­ la especulación? Elogiaremos los beneficios de la cultura cien­
te, y cuya complejidad no aparece hasta que se las estudia en tífica. Los ejemplos podrían multiplicarse. Así pues, cuando se
la historia. Veremos, por ejemplo, cómo el puesto que ocupó practica este método, se acaba fatalmente teniendo unas con­
y que conservó en nuestras clases la exégesis de los textos, cepciones unilaterales y exclusivas que se anulan recíprocamen­
tanto antiguos como modernos, depende de una de las carac­ te. Si queremos libram os de este exclusivismo, si queremos for­
terísticas esenciales de nuestra mentalidad y de nuestra civili­ jarnos de nuestro tiempo una idea un poco más completa, de­
zación. Y estudiando precisamente la enseñanza medieval es bemos salir de nosotros mismos, debemos am pliar nuestras pers-
como nos veremos llevados a hacer esta comprobación. j>ectivas y emprender todo un conjunto de investigaciones para
5. Pero no basta con conocer y com prender nuestra ma­ comprender esas aspiraciones tan diversas que tiene la sociedad.
quinaria escolar, tal como está organizada actualmente. Si está Afortunadamente, por poco que logremos estenderlas, llegarán
llamada a ir evolucionando sin parar, es preciso poder juzgar a traducirse por fuera bajo una forma que las hace observables.
de las tendencias hacia el cambio que la agitan; es preciso po­ Tom an cuerpo en esos proyectos de reforma, en esos planes de
der decidir, una vez conocido a fondo el problema, lo que reconstrucción que inspiran. Y allí es donde debemos ir a cap­
tendrá que ser en el porvenir. Para resolver esta segunda tarlas. H e aquí especialmente para qué pueden servir las doctri­
parte del problema, el método histórico y comparativo resulta nas elaboradas por los pedagogos. Resultan instructivas, no ya
igualmente indispensable. Esto puede, a primera vista, parecer como teorías, sino como hechos históricos. C ada una de las es­
superfluo. ¿Es que no tiene finalmente como objetivo cualquier cuelas pedagógicas está en correspondencia con una de esas co­
reform a pedagógica el lograr que los alumnos vayan siendo rrientes de opinión que tenemos tanto interés en conocer y que
cada vez más hombres de su tiempo? Pues bien, para saber lo se nos revelan en ellas. Por tanto, resulta necesario todo un
que tiene que ser un hom bre de nuestros tiempos, ¿qué es lo estudio, que tendrá la finalidad de compararlas entre sí, de cla­
que puede enseñamos el estudio del pasado? N o es ni en la sificarlas y de interpretarlas.
edad media, ni en el renacimiento, ni en el siglo x v n , ni en Pero no basta con conocer estas corrientes: es preciso po­
el x v i . i i donde podremos observar el modelo humano que la der valorarlas, es preciso poder decidir si habrá que secundar­
enseñanza del día de hoy debe tener la finalidad de realizar. las o por el contrario será menester obstaculizarlas y, en el ca­
Son los hombres del día de hoy a quienes hay que considerar. so de que sea conveniente dejarles un puesto en la realidad, ver
Es de nosotros mismos de quienes hemos de tom ar concien­ bajo qué forma habrá que hacerlo. Pues bien, es evidente que
cia; y, en nosotros, es sobre todo el hom bre del m añana a quien no estaremos en disposición de juzgar de su valor por el mero
hemos de procurar vislumbrar y dar a luz. hecho de conocerlas en la letra de su expresión más reciente.
Pero ante todo la necesidad de este estudio se deduce de No se pueden juzgar más que en la relación con las necesida­
que no es tan fácil saber cuáles son las exigencias de la hora des reales, objetivas, que las han provocado y con las causas
presente. Las necesidades que experimenta una gran sociedad que han suscitado esas necesidades. Según lo que sean esas cau­
como la nuestra son infinitamente múltiples y complejas; una sas, según tengamos o no tengamos motivos para considerarlas
mirada, por muy atenta que sea, que echemos sobre nosotros ligadas a la evolución normal de nuestra sociedad, tendremos
y a nuestro alrededor no puede ser suficiente para permitir que que ceder a su impulso o intentar impedirlas con todas nuestras
las descubramos en su integridad. De esc ambiente tan reduci­ fuerzas. Por tanto, son esas causas las que hemos de descubrir.
do en el que está situado cada uno de nosotros no podemos Pero ¿cómo llegar a ello, a no ser reconstruyendo la historia de
ver más que a los que están más carca, a los que nuestro tem­ esas corrientes, remontándonos hasta sus orígenes, buscando
peramento y nuestra educación nos preparan a com prender me­ de qué m anera y en función de qué factores se han ido desarro­
jor. Por lo que se refiere a los demás, al no verlos más que de llando? Por eso, para poder anticipar aquello en lo que tiene
lejos y confusamente, no tenemos de ellos más que impresiones que convertirse el presente, como también para poder compren­
derlo, hemos de salir de él y dirigirnos al pasado.
162 163
Veréis, por ejemplo, cómo, para darnos cuenta de la ten­ ti.i enseñanza secundaria, no es para poder dedicarme a unas
dencia que nos impulsa actualmente a constituir un tipo escolar itivoMigaciones de mera erudición. Es para llegar a unos resul-
distinto del tipo clásico, tendremos que remontarnos por enci­ IKIos prácticos. Ciertamente, el método que voy a seguir será
ma de las recientes controversias hasta el siglo x v m e incluso mi tusivamente científico, ya que será el método que utilizan las
hasta el x v i i . Y ya el mero hecho de establecer que este movi­ vio i», ¡as históricas y sociales. Si he podido hablar hace unos
miento de ideas tiene una duración de casi dos siglos, que a par­ >111011108 de fe pedagógica, no es porque tenga intención de
tir del momento en que apareció fue cobrando cada vez una jm d¡caros una fe. Seguiré siendo aquí un hombre de ciencia.
mayor fuerza, todo ello nos dem ostrará m ejor su necesidad que I'eio cra> que la ciencia de las cosas hum anas puede servir
lo que podrían hacerlo todas las controversias dialécticas del t« ia guiar con utilidad la conducta humana. Dice un viejo pro­
mundo. veí l>io que, para portam os bien, hemos de conocemos bien.
Por otra parte, para poder prever el porvenir con un míni­ IVro hoy sabemos perfectamente, que para conocernos bien,
mo de riesgo, no basta con abrirnos a las tendencias reform a­ "«i basta con dirigir nuestra atención a la parte superficial de
doras y tomar metódicamente conciencia de ellas. Porque, a nuestra conciencia; porque los sentimientos y las ideas que allí
pesar de las ilusiones que con frecuencia albergan los reform a­ •illoran no son — y están muy lejos de serlo— las que tienen
dores, no es posible que el ideal del m añana sea totalmente mayor eficacia en nuestra conducta. Lo que hemos de alcanzar
original, sino que entrará ciertam ente en él mucho de nuestro "ii los hábitos, las tendencias que se han ido constituyendo en
ideal de ayer, que consiguientemente es necesario conocer. Nues­ ' I curso de nuestra vida pasada y que nos ha legado la heren-
tra m entalidad no cam biará totalmente del hoy al mañana; por iJa. Estas son las verdaderas fuerzas que nos conducen. Pero
tanto, es preciso saber lo que ha sido en la historia y, entre las midan disimuladas en nuestro inconsciente. No podemos llegar a
diversas causas que han contribuido a su creación, ver cuáles descubrirlas más que reconstruyendo nuestra historia personal y
son las que siguen actuando. E sta necesidad de proceder con la historia de nuestra familia. De la misma manera, cuando
mesura y con pruedeneia es tanto mayor por el hecho de que «lucremos desarrollar com o es debido nuestras funciones en un
un ideal nuevo se presenta siempre como en un estado de an­ sistema escolar, sea el que sea, tenemos que conocerlo, no ya
tagonismo natural frente al ideal antiguo al que piensa reempla­ desde fuera, sino desde dentro, esto es, mediante toda su histo­
zar, aun cuando no sea efectivamente más que su continuación ria. Porque solamente la historia puede penetrar más allá del
y desarrollo. En el curso de este antagonismo siempre es de revestimiento superficial que lo recubre actualmente. Solamen-
temer que desaparezca por completo el ideal precedente, y a que lc ella puede hacer su análisis. Solamente ella puede m ostrar­
las ideas nuevas, por tener toda la fuerza y la vitalidad de la nos de qué elementos está formado, de qué condiciones depen­
juventud, fácilmente aplastan a los conceptos antiguos. Veremos de cada uno de ellos, de qué manera se han combinado los
cómo se produjo una destrucción de este género en el renaci­ unos con los otros. En una palabra, solamente la historia puede
miento, en el momento en que se organizó la enseñanza hu­ hacem os asistir al largo concatenamiento entre causas y efec­
manística; no quedó casi nada de la enseñanza medieval y es tos de que es el resultado.
muy posible que esta abolición total haya dejado una grave la­ Esta será, señores, la enseñanza que aquí vais a recibir. Será,
guna en nuestra educación nacional. Es m enester que tomemos en el sentido más estricto de la palabra, una enseñanza peda­
todas las precauciones posibles para que no volvamos a caer gógica, pero que, por el método empleado, se distinguirá am­
en ese error y que, si m añana nos toca cerrar la era del hum a­ pliamente de lo que se llama de ordinario con este nombre, ya
nismo, sepamos conservar de él todo lo que debe ser recorda­ que los trabajos de los especialistas en pedagogía serán para
do. Dé este modo, cualquiera que sea la perspectiva en que nos nosotros, no ya unos modelos que im itar ni unas fuentes de
coloquemos, no nos es posible conocer con seguridad el cami­ inspiración, sino unos documentos sobre el espíritu del tiempo.
no que tenemos que recorrer, a no ser empezando a considerar Espero por consiguiente que la pedagogía, así renovada, logrará
con atención el que vamos dejando a nuestras espaldas. finalmente liberarse del descrédito — injusto en parte— en que
6 . A hora os explicaréis mejor qué es lo que significa el ha caído. Espero que sabréis rom per con un prejuicio que ya
título que le he dado a este curso. Si m e propongo estudiar con ha durado demasiado tiempo y que comprenderéis el interés y
vosotros la manera como se ha formado y desarrollado nues- la novedad de la empresa, prestándome en consecuencia ese
concurso activo que os pido y sin el cual no podría realizar una
164 obra útil.
Ill
LA EDUCACION MORAL
A D V E R T E N C IA

Este c u rso d e 1902-1903 so b re L a educación m oral es el p rim e ro que


luvo D u rk h e im en L a S o rb o n a so b re la «C iencia d e la educación!». H a cía
V.i tiem p o que lo h a b ía esbozado d u ra n te su en señanza en B urdeos y lo
rep itió d e nuevo, p o r ejem p lo en 1906-1907, sin m odificar su redacción.
I I c u rso c o m p re n d ía veinte lecciones; las d o s p rim e ra s son lecciones de
m etodología pedagógica; la p rim era, q u e servía d e p rólogo a l tra ta d o , fue
publicada en e n ero d e 1903 en la R evue de M étap h y siq u e et d e M o rale
y fu e luego re ed ita d o en el volum en lid u c a tio n e t sociologie, p u b licad o cn
I‘>22.
D u rk h e im escribía sus lecciones al pie d e la letra. P o r tan to , aquí p u e ­
de e n c o n tra rse la re p ro d u c c ió n tex tu al del m anuscrito. N u e stra s c o rre c ­
ciones son p u ra m e n te fo rm ales o insignificantes y no h em o s creíd o útil
\cñ a larlas. E n ningún caso a fectan a su pensam iento.
R ogam os al lec to r q u e a co ja b e n ig n am en te u n inevitable defecto de
este libro. B ien sea p o rq u e D u rk h e im resu m ía lo a n te rio rm e n te d ich o p a ­
ra que se v iera m ejo r la c onexión con lo q u e iba a d ecir, bien po rq u e
re d ac ta b a p o r segunda vez u n a s ideas que no h a b ía ten id o tiem p o de
exp o n er o ra lm e n te la vez a n te rio r, casi siem p re el co m ien zo d e u n a lec­
ción se a m o n to n a so b re las últim as páginas de la precedente. P a ra c o rre ­
gir este d e fec to d e b eríam o s h a b e r re aliz a d o am p lias acom odaciones, ine­
v itablem ente a rb itraria s; luego hem os pensado q u e u n o s escrúpulos pu­
ra m e n te lite ra rio s no ten ían p o r q u é p rev alecer so b re el respeto debido
ni tex to original. P o r o irá p a rte , las redacciones sucesivas se distinguen
con frecu en cia e n tre sí p o r d e ta lle s interesantes.
L a p rim e ra p a rte del c u rso es lo q u e D u rk h e im dejó d e m ás c o m ­
pleto sobre la lla m a d a « m o ral teó rica » : teo ría d el d e b er, d el bien, d e la
au to n o m ía. P a rte d e estas lecciones se in se rtó luego cn « L a d e te rm in a ció n
del hech o m oral», p u b lic a d a cn cl B ulletin de la Société F ra n c a ise de P h i­
losophic de 1906, e d ita d a luego en el volum en titu la d o P hilosophie e l so ­
ciologie d e 1924. L as m ism as cuestiones serían luego recogidas en el p ró ­
logo d e L a m orale, en la que tra b a ja b a . D u rk h e im d u ra n te los ú ltim os
m eses de su vida, y de la que recogió M auss un frag m e n to cn la R evue
P hilo so p h iq u c 89 (1902) 79. D e to d as form as, n o c ab e d u d a d e q u e de
1902 a 1917 el p e n sa m ien to de D u rk h e im p rogresó en a lgunos puntos.
L a seg u n d a p a rte del curso, sim étrica a la p rim e ra, d e b ería c o m p re n ­
d e r tre s secciones: u n a so b re el e sp íritu d e disciplina, o tra sobre el espí­
ritu de abneg ació n , y la te rc e ra so b re la a u to n o m ía d e la v o lu n tad , estu­
d ia d a esta vez desde u n a perspectiva p u ra m e n te pedagógica. F a lta la ú lti­
m a d e las tre s secciones, y a q u e la educació n d e la a u to n o m ía sería tarc a
d e L ’enseig n em en t d e la m orale á l'école prim aire, tem a al q u e D u rk h e im
consagró en v a ria s ocasiones, especialm ente en 1907-1908, un c u rso en te­
ro an u al. E l m an u scrito de este c u rso n o está re d a c ta d o d e fo rm a q u e se
pueda h a c e r su pub licació n .
Se o b se rv a rá q u e las lecciones no co rre sp o n d e n e x ac ta m en te a los ca­
p ítulos y q u e m u c h a s veces el p a so d e un tem a a o tro tien e lu g ar en el
c u rso de u n a lección.

P aul F au connet

1. E sta a d v erten c ia fue p u e sta p o r P au l F a u c o n n e t a la edición fra n ­


cesa d e 1925, ed itad a p o r F . A lean.

169
8
La moral laica

Puesto que vamos a hablar de la educación moral como


especialistas de pedagogía, hemos creído necesario precisar cla­
ramente qué es lo que hay que entender por pedagogía. En pri­
m er lugar, creo que ya he demostrado que no es una ciencia.
No es que no sea posible una ciencia de la educación, pero la
pedagogía no es esa ciencia. Esta distinción es necesaria para
juzgar de las teorías pedagógicas con principios adaptados úni­
camente a las investigaciones propiam ente científicas. La cien­
cia tiene la obligación de investigar con la mayor prudencia
posible, no de tener éxito en un tiempo determinado. L a peda­
gogía no tiene derecho a ser tan paciente, ya que responde a
necesidades vitales que no pueden aguardar. Cuando un cam ­
bio del ambiente exige de nosotros un acto adecuado, ese acto
no puede diferirse. Todo lo que el pedagogo puede y tiene que
hacer es reunir de la manera más concienzuda posible los datos
que pone la ciencia a su disposición en cada momento para
guiar la acción. Y no podemos pedirle nada más.
Sin embargo, si la pedagogía no es una ciencia, tampoco es
un arte. Efectivamente, el arte está hecho de costumbres, de
prácticas, de habilidad organizada. El arte de la educación no
es la pedagogía, sino la capacidad del educador, la experiencia
práctica del maestro.
Se trata de cosas tan diversas que es posible ser un discreto
profesor, sin tener una especial aptitud en las especulaciones pe­
dagógicas. Y al revés, un especialista en pedagogía puede estar

171
totalmente privado de habilidad práctica. N o pondríamos de bue­ última lección alcanza su máxima seriedad. Es aquí donde el
na gana a un grupo de alumnos en manos de Montaigne o de desconcierto se manifiesta más profundo y al mismo tiempo más
Rousseau; y los reiterados fracasos de Pestalozzi demuestran grave, ya que todo lo que puede tener como efecto la disminu­
que tenía un arte educativo incompleto. Por tanto, la pedago­ ción de la eficacia de la educación moral, todo lo que corre el
gía es una cosa intermedia entre el arte y la ciencia; 110 es arte l>eligro de hacer más incierta su acción, todo eso amenaza a la
porque no es un sistema de prácticas organizadas, sino de ideas moralidad pública en sus mismas raíces. Por eso no hay ningún
que se refieren a esas prácticas. Es un conjunto de teorías otro problema que se imponga de una m anera más urgente a
y con eso se acerca a la ciencia. Lo que pasa es que, mientras la atención de los pedagogos.
que las teorías científicas tienen la única finalidad de expresar Lo que, si no ha creado, ha manifestado por lo menos más
lo real, las teorías pedagógicas tienen como objeto inmediato claramente esta situación, que en realidad estaba ya latente des­
guiar el comportamiento. Aun cuando no sean la acción mis­ de hace tiempo y que estaba actuando ya en parte, ha sido la
ma, la predisponen y están muy cerca de ella. Es en la acción gran revolución pedagógica que nuestro país está experimen­
en donde encuentran su razón de ser. Al decir que es una teo­ tando desde hace unos veinte años. Se ha decidido darles a nues­
ría práctica quería expresar precisamente esa naturaleza mixta. tros hijos, en las escuelas, una educación moral estrictamente
Por aquí podemos determ inar cuál es la naturaleza de los ser­ laica, entendido con ello una educación que prescinda de to­
vicios que podemos esperar de ella. No es la práctica y, por con­ da apelación a los principios en que se apoyan las religiones
siguiente, no puede dispensar de ella; pero puede iluminarla y reveladas y que se base exclusivamente en ideas, sentimientos
resulta, por tanto, útil en la medida en que la reflexión resulta de y prácticas justificables con la sola razón, esto es, una educa­
cierta utilidad para la experiencia profesional. ción puram ente racionalista. U na novedad de tanta importancia
Cuando excede de los límites de su campo legítimo, cuando no podía llevarse a cabo sin perturbar muchas ideas recibidas
pretende sustituir a la experiencia, dictar recetas ya preparadas, y sin desconcertar muchos hábitos adquiridos, sin obligar a una
que el práctico tendría que aplicar solamente de forma mecá­ reorganización del conjunto de nuestros procedimientos educa­
nica, entonces, degenera en construcciones arbitrarias. Por otra tivos y por tanto sin plantear nuevos problemas, de los que de­
parte, sin embargo, si la experiencia se empeñase en prescindir bemos ser plenamente conscientes. Sé perfectamente que estoy
de toda reflexión pedagógica, degeneraría a su vez en una ciega tocando una tecla que tiene el triste privilegio de suscitar pa­
rutina y se pondría a remolque de una reflexión mal informada siones contradictorias, pero es imposible 110 enfrentarse decidi­
y privada de método, ya que en definitiva la pedagogía no es dam ente con estos problemas. H ablar de educación moral sin
otra cosa sino la reflexión más metódica y más documentada concretar en qué condiciones se imparte sería condenarla des­
posible, puesta al servicio de la práctica de la enseñanza. de el principio a no salir de unas cuantas generalidades vagas
Eliminado este prejuicio, podemos enfrentarnos con el tem a y privadas de alcance. No es nuestra tarea buscar cuál tiene
que nos m antendrá ocupados este año, esto es, el problema de que ser la educación moral para el hombre en general, sino para
la educación moral. Para poder tratarlo metódicamente creo que los hombres de nuestro tiempo y de nuestro país. Pues bien,
convendrá precisar los términos en los que se propone actual­ la mayor parte de nuestros muchachos se form a en las escuelas
mente, dado que se nos presenta en unas condiciones particu­ públicas, que tienen que ser his guardianas por excelencia de
lares. L a crisis de que hablábamos en la última lección alcanza nuestro tipo nacional; se haga lo que se haga, ellas son el meca­
efectivamente su punto más decisivo en este sector de nuestro nismo regulador de la educación general y por eso debemos ocu­
sistema pedagógico tradicional. Por consiguiente, resulta esen­ parnos precisamente de ellas y de la educación moral tal como
cial com prender bien sus razones. allí se da y como debería entenderse y practicarse. Por otra
Si he escogido como tema de este curso el problema de la parte, tengo la certeza de que si se pone un poco de espíritu
educación moral, no ha sido tanto en virtud de la importancia científico en el examen de estos temas, resultará relativamente
primaria que siempre le han reconocido los pedagogos, sino fácil tratarlos sin suscitar pasiones y sin chocar con susceptibi­
porque se plantea en la actualidad en condiciones de especial lidades legítimas.
urgencia. Efectivamente, en esta parte de nuestro sistema peda­ Ante todo, es un postulado fundamental de la ciencia el que
gógico tradicional es donde la crisis a la que aludía en nuestro sea posible una educación moral enteram ente racional; me re­

172 173
fiero al postulado racionalista que puede enunciarse así: no hay gó a dem ostrar la racionalidad d e los fenómenos mentales. N a­
nada en lo real que permita ser considerado como radical­ da nos autoriza a suponer que sucede lo contrario con los fenó­
mente refractario a la razón humana. A decir verdad, cuando menos morales. Semejante excepción, que sería la única, va en
llamo postulado a este principio, recurro a una expresión un contra d e todas las deducciones. No existe ninguna razón para
tanto impropia. Tenía ciertamente ese carácter cuando por pri­ que esta última barrera, que todavía se intenta oponer a los
mera vez la mente humana empezó a someterse la realidad, progresos de la razón, resulte más insuperable que las demás.
suponiendo que semejante primera conquista del mundo por De hecho se ha fundado una ciencia que, aunque esté aún en
parte del espíritu haya tenido un primer comienzo. Cuando em ­ sus comienzos, se dispone a tratar los fenómenos d e la vida
pezó a constituirse la ciencia, tuvo necesariamente que postular moral como fenómenos naturales, esto es, racionales. Pues bien,
su posibilidad, esto es, que las cosas pudieran expresarse en un si la moral es una cosa racional, si 110 pone en acto más que
lenguaje científico, llamado también racional, ya que ambos tér­ unas ideas y unos sentimientos que se derivan de la razón, ¿por
minos son sinónimos. Pero lo que fue entonces una anticipación qué va a ser necesario, para fijarla en las mentes y en los ca­
del espíritu, una conjetura provisional, llegó a encontrarse pro­ racteres, recurrir a procedimientos que se escapen a la razón?
gresivamente dem ostrado por todos los resultados de la ciencia, N o sólo parece lógicamente posible una educación pura­
la cual demostró que los hechos podían relacionarse entre sí me­ mente racional, sino que adem ás se impone por todo nuestro
diante relaciones racionales, descubriendo tales relaciones. Pero desarrollo histórico. Como es obvio, si hace algunos años la
muchos, una infinidad de ellos, permanecen ignorados y no hay educación hubiera asumido bruscamente ese carácter, dudaría­
nada que haga presumir que puedan ser revelados alguna vez mos mucho de que una transformación tan repentina estuviera
o que pueda llegar un momento en que la ciencia se concluya implícita en la naturaleza de las cosas. E n realidad, es el re­
expresando de manera adecuada la totaüdad de las cosas. Todo sultado de un desarrollo gradual cuyo orígenes se remontan,
hacer creer por el contrario que el progreso científico no se ce­ por así decirlo, a los orígenes mismos de la historia. H ace ya
rrará jamás. Pero el principio racionalista no implica que la siglos que la educación va tomando un carácter laico. Se ha
ciencia pueda de hecho agotar toda la realidad; lo único que nie­ dicho a veces que los pueblos primitivos no tenían moral. Era
ga es que se tenga derecho a considerar una parte cualquiera de un error histórico: 110 hay ningún pueblo que no tenga su mo­
la realidad, una categoría cualquiera de hechos como invenci­ ral; lo que pasa es que la moral de las sociedades inferiores
blemente irreducibles al pensamiento científico, como irracio­ no es la nuestra. La caracteriza precisamente el hecho d e ser
nales por esencia. Tam poco el racionalismo presupone de nin­ esencialmente religiosa. Con esto quiero decir que los deberes
gún modo que la ciencia pueda extenderse alguna vez hasta los más numerosos e importantes no son en ellas los que tiene el
límites de lo conocido, sino únicamente que 110 hay en él con­ hom bre para con los demás hombres, sino los que tiene para
fines que la ciencia no pueda superar. Podemos decir que, así con sus dioses. El principal deber no es el de respetar al pró­
entendido, este principio está demostrado por la historia misma jimo, ayudarlo, asistirle, sino el de realizar con toda precisión
de la ciencia. Su modo de progresar dem uestra que es imposi­ los ritos prescritos, dándole a Dios lo que le es debido, e in­
ble fijar un punto más allá del cual resultaría imposible la cluso en caso necesario sacrificándose por su gloria. La moral
explicación científica. Todas las barreras con que se ha in­ hum ana se reduce entonces a unos pocos principios, cuya vio­
tentado contenerla, las ha superado como si se tratara de un lación se reprime con escasa energía y que se colocan en el um ­
juego. Cada vez que se ha creído que había llegado a la región bral de la moral. Hasta en la misma Grecia el homicidio ocu­
más extrema a la que podía tener acceso, liemos visto que des­ paba en la escala de los delitos un lugar bastante inferior al de
pués de' un período más o menos largo volvía a tom ar impulso los actos sacrilegos. En semejantes condiciones la educación mo­
para penetrar en regiones que parecían impenetrables. Una vez ral no podía menos de ser esencialmente religiosa como la mis­
constituidas la física y la química, parecía como si la ciencia ma moral y solamente las nociones religiosas podían ser­
tuviera que detenerse allí. El mundo de la vida parecía depen­ vir de base a una educación que tuviera como objeto principal
der de principios misteriosos que se escapaban a la conquista enseñar al hom bre la m anera de com portarse con los seres re­
del pensamiento científico. A pesar de ello, se constituyeron las ligiosas. Sin embargo, poco a poco las cosas fueron cambiando,
ciencias biológicas; luego le tocó la vez a la psicología, que lie- los deberes humanos se multiplicaron, se concretaron, pasaron

174 175
al primer plano, mientras que los otros empezaban más bien te, h a sido concebida sobre todo como una operación puramente
a difuminarse. Podemos decir que el propio cristianismo contri­ negativa. Se creyó que, para laicizar y racionalizar la educación,
buyó en máxima parte a acelerar este resultado. Religión esen­ era suficiente con quitarle todo lo que era de origen extralaico.
cialmente humana, que hace m orir a su Dios por la salvación Una simple sustracción habría debido tener el efecto de liberar
de la humanidad, el cristianismo profesa que el principal deber del a la moral racional de todos los elementos adventicios y parasi­
hombre para con Dios consiste cn cumplir con sus semejantes tarios que la recubrían y le im pedían ser ella misma. Bastaría
los propios deberes de hombre. Aun cuando subsistan todavía con enseñar la antigua moral de los padres sin recurrir a no­
deberes religiosos propiamente dichos, esto es, ritos que se di­ ciones religiosas. Pero en realidad la tarea era mucho más com­
rigen solamente a la divinidad, sin embargo el lugar que ocu­ pleja. Para conseguir el objetivo propuesto no bastaba con p ro­
pan y la im portancia que se les atribuye va reduciéndose cada ceder a una simple eliminación, sino que se necesitaba una p ro­
vez más. La culpa por excelencia no es ya el pecado, y el peca­ funda transformación.
do propio y verdadero tiende a confundirse con la culpa moral. Indudablemente, si los símbolos se hubieran superpuesto sen­
Dios sigue ciertamente teniendo un papel im portante en la mo­ cillamente desde fuera a la realidad moral, habría sido suficien­
ral, asegurando su respeto y reprimiendo su violación. Las ofen­ te quitarlos para encontrar en su perfecto estado de pureza y de
sas en contra de la moral son ofensas dirigidas a él, pero él ya aislamiento una moral racional capaz de bastarse a sí misma.
no es el guardián. La disciplina moral no ha sido instituida Pero esos dos sistemas de creencias y de prácticas estuvieron
para él, sino pora los hombres, y él interviene únicamente para demasiado estrechamente unidos en el curso de la historia, de­
hacerla eficaz. Desde ese momento el contenido de nuestros de­ masiado enredados a través de los siglos para que sus relacio­
beres venía a encontrarse en gran parte en independencia de nes hubieran podido permanecer tan externas y superficiales
las nociones religiosas que los garantizan ciertamente, pero que que fuera posible separarlos mediante un procedimiento tan sim­
no los fundamentan. Con el protestantismo se acentúa más to­ plista. N o liemos de olvidar que hasta ayer mismo uno y otro
davía la autonomía de la moral, incluso porque disminuye la tenían la misma clave de bóveda, ya que Dios, centro de la
parte dedicada al culto propiamente dicho. Las funciones mora­ vida religiosa, era también la garantía suprem a del orden moral.
les de la divinidad se convierten en su única razón de ser, en el Y no tiene por qué extrañarnos esta coexistencia parcial, si
único argumento adoptado para dem ostrar su existencia. La pensamos que los deberes religiosos y los morales tienen esto
filosofía espiritualista prosigue la obra del protestantismo. In­ cn común: que los unos y los otros son deberes, esto es, prác­
cluso entre los filósofos que creen actualmente en la necesidad ticas moralmente obligatorias. Por eso es natural que los hom­
de sanciones ultraterrenas, no hay ninguno que no admita que bres se hayan visto inducidos a ver en un solo y mismo ser la
la moral pueda constituirse por entero independientemente de fuente de toda obligación. Pero entonces se puede prever fácil­
toda concepción teológica. De esta forma el vínculo que en su m ente que, en razón de este parentesco y de esta función par­
origen unía y llegaba a confundir a los dos sistemas ha ido cial, ciertos elementos de este y de aquel sistema se hayan
paulatinamente aflojándose. Por eso es seguro que el día en que relacionado entre sí hasta llegar a confundirse y a form ar un
los rompimos por completo, estábamos siguiendo el sentido de todo único, que ciertas ideas morales se hayan unido a ciertas
la historia. Si alguna vez ha venido de lejos una revolución, ha ideas religiosas hasta el punto de no poder distinguirse de ellas,
sido precisamente en este caso. hasta el punto de que las primeras hayan acabado con no tener
Pero, a pesar de ser posible y necesaria, y a pesar de tener o no parecer que tenían (lo que es lo mismo) una existencia
que imjponerse más tarde o más temprano, esta empresa, aun­ y una realidad fuera de las segundas. Por tanto, si para racio­
que no-hay ninguna razón para creer que es prem atura, no pro­ nalizar la moral y la educación moral nos limitásemos a quitar
cede sin dificultades. Es im portante ciarse cuenta de ello, ya que de la disciplina moral todo lo que hay cn ella de religioso, sin
solamente será posible lograr el triunfo con la condición de que sustituirlo por nada, nos expondríamos inevitablemente, o casi
no disimulemos estas dificultades. Aun adm irando la obra que se inevitablemente, a sustraer al mismo tiempo algunos elementos
ha llevado a cabo, cabe pensar que habría avanzado m ás toda­ propiamente morales. Entonces con el nom bre de moral sola­
vía y que sería más sólida si no se hubiera empezado con la mente tendríamos una moral pálida y empobrecida. Para evitar
convicción de que era demasiado fácil y sencilla. Efcctivamen- este peligro, no basta con que nos contentemos con efectuar

176 177
12
una separación externa, sino que hay que ir a buscar, en el motivos para temer que esc carácter casi religioso de la moral
seno de las mismas concepciones religiosas, las realidades m o­ se muestre entonces privado de fundamento, en cuanto que,
rales que andan por allí diseminadas y disimuladas, para libe­ ;tl renunciar a la idea que constituía su fundamento tradicional,
radas, comprender en qué consisten, determ inar su propia natu­ no se le ha asignado ninguna otra. De este modo se ve uno casi
raleza y expresarlas en un lenguaje racional. En una palabra, inevitablemente movido a negarlo y resulta imposible advertir
es menester descubrir los sustitutivos racionales de aquellas no­ su realidad, a pesar de que puede suceder muy bien que esté
ciones religiosas que durante tanto tiempo han servido de vehí­ basado en la naturaleza de las cosas, esto es, que haya en
culo a las ideas morales más esenciales. las reglas morales algo que merezca esta denominación y que
Aclaremos este concepto con un ejemplo. No es necesario pueda justificarse y explicarse lógicamente sin implicar todavía
llevar muy adelante este análisis para que todos palpen que en la existencia de un ser trascendente o de nociones propiamente
un sentido, ciertamente relativo, el orden moral constituye en el religiosas. Si la eminente dignidad atribuida a las reglas m ora­
mundo una especie de régimen autónomo. Las prescripciones m o­ les se ha expresado hasta ahora únicamente bajo la forma de
rales están marcadas por una especie de sello que impone un res­ concepciones religiosas, no se deduce de ello que no pueda ex­
peto particular. Mientras que todas las opiniones relativas al mun­ presarse de otro modo; por eso hemos de estar atentos para
do material, a la organización física o mental, tanto del animal que no se hunda con aquellas mismas ideas a las que la ha li­
como del hombre, fácilmente se dejan en la actualidad a la li­ gado demasiado estrecham ente una inveterada costumbre. Si los
bre discusión de la gente, no podemos admitir que las creen­ pueblos, para explicársela, la han identificado con una irradia­
cias morales se vean sujetas a la crítica con la misma libertad. ción, con un reflejo de la divinidad, esto no nos prohíbe que
Todo el que se ponga a negar en nuestra presencia que un podamos vincularla con alguna otra realidad, con una realidad
hijo tenga deberes para con sus padres, que la vida hum ana ten­ puramente empírica, en donde encuentre una explicación, y de
ga que ser respetada, suscitará en nosotros una reprobación la que la idea de Dios no es quizás más que la expresión sim­
bastante distinta de la que puede suscitar una herejía científica bólica. Por tanto, si racionalizando la educación no nos preocu­
y muy parecida a la que suscita un blasfemo en el ánimo del pamos de conservar este carácter y de hacérselo sensible a los
creyente. Con mucha más razón no es posible confrontar de alumnos de una forma racional, les trasmitiremos solamente una
ninguna manera los sentimientos que provocan las infracciones moral decaída de su dignidad natural. Al mismo tiempo se co­
de las reglas morales con los que provocan las faltas ordinarias rrerá el riesgo de secar la fuente de la que el profesor sacaba
contra los preceptos de la prudencia práctica o de la técnica parte de su autoridad y del calor necesario para encender los
profesional. De este modo, el campo de la moral está como corazones y estimular las mentes. Efectivamente, cuando el edu­
rodeado por una misteriosa barrera que mantiene apartados a cador era consciente de que hablaba en nom bre de una reali­
los profanadores de la misma m anera que el campo religioso dad superior, se sentía levantado sobre sí mismo y con un su­
está sustraído a los manejos del profano. Es un sector sagrado. plemento de energía. Si no conseguimos que conserve esta con­
Todo lo que comprende queda rodeado de una especial digni­ ciencia, aun cuando basada en otros motivos, nos exponemos a
dad que lo eleva por encima de nuestras individualidades empí­ tener una educación moral privada de vida y de prestigio.
ricas y le confiere una especie de realidad trascendente. ¿No H e aquí pues un prim er conjunto de problemas eminente­
solemos decir que la persona hum ana es sagrada, que hay que mente positivos y complejos que se imponen a la atención, ape­
tributarle un eulto propio y verdadero? M ientras la religión y la nas se emprende la laicización de la educación moral. N o basta
moral estuvieron íntimamente unidas, ese carácter sagrado se con descartar; es necesario sustituir. Es necesario descubrir esas
explica', fácilmente, ya que la moral se concebía entonces, lo fuerzas morales que los hombres no han aprendido todavía a
mismo que la religión, como una dependencia y una emanación representarse más que bajo la forma de alegrías religiosas. Es
de la divinidad, fuente de todo lo que es sagrado. Todo lo que necesario liberar los símbolos, presentarlos, por así decirlo, en su
de ella se deriva participa de su misma trascendencia y por eso desnuda racionalidad y encontrar la manera de hacer sentir a
viene a encontrarse en una posición privilegiada respecto al los niños su realidad sin recurrir a ningún intermedio mitológico.
resto de las cosas. Pero si obstaculizamos metódicamente el re­ A esto debemos dedicamos ante todo si queremos que la edu­
curso a esta noción y no la sustituimos por ninguna otra, habrá cación moral, haciéndose racional, produzca todos los efectos es­
perados.
178 179

/
Pero no basta con esto ni son éstos los únicos problemas que debemos además ayudar a las jóvenes generaciones a que
que se plantean. N o solamente hemos de vigilar para que la adquieran conciencia del nuevo ideal hacia el que tienden con-
moral, racionalizándose, no pierda ninguno de sus elementos i lisamente y orientarlas en esa dirección. N o basta con conser­
constitutivos, sino que liemos de procurar que a través de esta var el pasado; hemos de preparar también el futuro.
misma laicización se enriquezca con nuevos elementos. La pri­ Por otra parte, es ésta la condición para que la educación
m era transformación a que h e aludido se refería únicam ente a la moral pueda cumplir su cometido. Si nos contentamos con incul­
forma de nuestras ideas morales. Pero tampoco su sustancia car a los alumnos ese conjunto de ideas morales medias que du­
puede quedarse sin modificaciones profundas. Las mismas cau­ rante siglos han servido de vida a la humanidad, podremos cier­
sas que han hecho necesaria la institución de una moral y de tamente en alguna medida garantizar la moralidad privada de
una educación laica están demasiado vinculadas a todo lo que los individuos, pero ésta es sólo una condición mínima de la
hay de más fundamental en nuestra organización social para que moralidad, y un pueblo no puede contentarse con eso. Para
no se vean influidas por ellas la materia misma de la moral y el que una gran nación como la nuestra esté verdaderamente en
contenido de nuestros deberes. Efectivamente, si hemos senti­ situación de salud moral no basta con que la generalidad de
do con mayor fuerza que nuestros padres la necesidad de una sus miembros sienta suficiente antipatía contra los atentados más
educación moral puramente racional, está claro que nos hemos vulgares, los homicidios, los robos y los fraudes de todo tipo; es
hecho más racionalistas. Pues bien, el racionalismo n o es más preciso además que tenga ante sí un ideal al que tender; es pre­
que un aspecto del individualismo, su aspecto intelectual. No ciso que tenga algo que hacer, algún bien que realizar, alguna
es que haya dos estados mentales diversos, sino que el uno no es contribución original que ofrecer al patrimonio moral de la hu­
más que el inverso del otro y viceversa. Cuando se advierte la manidad. El ocio es un mal consejero, tanto para la colectividad
necesidad de liberar el pensamiento individual es porque en como para los individuos. Cuando la actividad individual no
líneas generales se siente la necesidad de liberar al individuo. sabe en qué entretenerse, se vuelve contra sí misma. Cuando
La servidumbre intelectual 110 es más que una de las esclavitu­ las fuerzas morales de una sociedad permanecen inactivas, cuan­
des que combate el individualismo. Todo desarrollo del indivi­ do no se comprometen en alguna obra que desarrollar, se des­
dualismo produce el efecto de abrir la conciencia moral a ideas vían del sentido moral y se despliegan de m anera nociva y pa­
nuevas y de hacerla más exigente. Efectivamente, puesto que tológica. Lo mismo que el trabajo es tanto más necesario para
todo progreso que realiza tiene com o consecuencia una concep­ c! hom bre cuanto más civilizado es, así también cuanto más
ción más elevada y un sentido más exquisito de la dignidad hu­ elevada y compleja se hace la organización intelectual y moral
mana, no puede desarrollarse sin hacer que veamos como con­ de la sociedad, más necesario resulta proporcionar nuevos ali­
trarias a la dignidad hum ana, esto es, com o injustas, ciertas re­ mentos a su creciente actividad. Una sociedad com o la nuestra
laciones sociales que hace algún tiempo no sentíamos precisa­ no puede detenerse en la tranquila posesión de resultados m o­
m ente como tales. Por el contrario, la fe racionalista reacciona rales que se consideran adquiridos, sino que debe conquistar
sobre el sentimiento individualista y lo estimula. En efecto, la otros nuevos y, consiguientemente, es menester que el educador
injusticia es irrazonable y absurda y, consiguientemente, nos prepare a los alumnos que se le han confiado a esas necesarias
hacemos tanto más sensibles cuanto más sensibles somos a los conquistas y se abstenga de trasm itir el evangelio moral d e los
derechos de la razón. Por eso, 110 se puede realizar ningún pro­ padres com o una especie de libro cerrado hace ya tiempo, ani­
greso de la educación moral en el sentido de una mayor racio­ mando más bien en ellos el deseo de añadirle algunas líneas y
nalidad, sin que entretanto no se vayan abriendo camino ciertas preocupándose de ponerlos en condición de satisfacer esta as­
tendencias morales nuevas, sin que se despierte una mayor sed piración tan legítima.
de justicia, sin que la conciencia pública no advierta el bullir Ahora podréis com prender mejor por qué decía en mi últi­
de oscuras aspiraciones. La educación que emprendiese la ra­ ma lección que el problema pedagógico se nos presenta de una
cionalización de la educación sin prever el brote de estos nue­ forma especialmente urgente. Al expresarme de esta manera,
vos sentimientos, sin prepararlos o dirigirlos, faltaría a una parte pensaba sobre todo en el sistema de educación moral que, como
de su cometido. He aquí por qué 110 podemos limitarlos, como veis, tiene que ser en gran parte reedificado de nueva planta.
se ha dicho, a comentar la vieja moral de nuestros padres, sino No podemos ya servimos del sistema tradicional que, por otra

180 181
parte, estaba vacilando desde hace tiempo y que sólo se man­
tenía por un milagro de equilibrio, por la fuerza de la costum­ 9
bre. Hace tiempo que no se basaba ya en unos fundamentos
sólidos, hace tiempo que no se apoyaba en creencias suficiente­ Primer elemento de la moralidad:
mente fuertes para poder cumplir eficazmente sus funciones.
Para sustituirlo adecuadamente no basta con cambiarle de m ar­ el espíritu de disciplina
ca, con quitarle alguna que otra etiqueta, arriesgándonos enton­
ces a quitarle también las realidades sustanciales. Hay que pro­
ceder a u n a nueva fusión de la técnica educativa. Y la inspira­
ción del pasado, que no despertaría ya en los corazones más
que ecos muy débiles, debe ser sustituida por otra. Es necesa­
rio descubrir cn el sistema pasado aquellas fuerzas morales que
estaban ocultas en él bajo formas que disimulaban su verdade­
ra naturaleza, hacer que salga a flote su verdadera realidad y
ver cn qué es en lo que han de convertirse en las presentes cir­
cunstancias, dado que no pueden permanecer invariable. Ade­
más, hay que tener en cuenta los cambios que la existencia de
una educación moral racional presupone y suscita al mismo tiem ­
po. L a tarea es bastante más compleja de cuanto pudiera pare­
cer a primera vista. Sin embargo, no hay nada que pueda des­
animarnos ni sorprendernos. Más aún. la relativa imperfección
de ciertos resultados se explica por razones que consienten me­ N o es posible trata r con utilidad un tem a de pedagogía, sea
jores esperanzas. La idea de los progresos que quedan por rea­ cual fuere, más que empezando por concretar los datos, esto es,
lizar, lejos de deprimirnos, no puede más que aguijonear las vo­ p or determ inar con la m ayor exactitud posible las condiciones
luntades hacia un mayor compromiso. Hemos de saber mirar de tiempo y de lugar en que están situados los alumnos de los
cara a cara a las dificultades, que solamente resultan peligrosas que queremos ocuparnos.
cuando las ocultamos o las esquivamos arbitrariamente. P ara satisfacer a esta regla de método me he esforzado en
la última lección en señalar concretamente los términos den­
tro de los cuales se nos plantea el problema de la educación
moral.
Se pueden distinguir dos períodos, dos edades de la infan­
cia: la primera, que transcurre casi por entero dentro de la fa­
milia o en las escuelas maternales, sustitutivas de la familia,
como indica la misma palabra; la segunda, que transcurre en la
escuela elemental, dondo el niño empieza a salir del ambiente
familiar y a iniciarse en la vida que lo rodea. Es el que también
se llama el segundo período de la infancia. Y es precisamente
de la educación moral de este |>eríodo de la vida de la que vamos
a ocuparnos principalmente. Es también éste, por otra parte, el
momento crítico de la formación del carácter moral. Hasta en­
tonces el niño es demasiado pequeño, su vida intelectual es aún
dem asiado rudim entaria y su vida afectiva demasiado pobre y
sencilla, para que pueda ofrecer una materia mental suficiente pa­
ra la constitución d e las nociones y de los sentimientos relativa-

183
m ente complejos que constituyen la base de la moral. Los con­ aquí consideramos. Pues bien, nos hemos comprometido ante
fines estrechamente cerrados de su horizonte intelectivo limitan nosotros mismos a dar cn nuestras escuelas únicamente una edu­
también su horizonte moral. En ese período es posible solamen­ cación moral íntegramente racional, esto es, que excluya todos
te una propedéutica muy general, una primera iniciación en al­ los principios inspirados en las religiones reveladas. Con esto
gunas ideas sencillas y en algunos sentimientos elementales. llega a determinarse con claridad el problema d e la educación
Por et contrario, más allá de la segunda infancia, esto es, más moral, tal como se plantea para nosotros cn el actual momento
allá de la edad escolar, si las bases morales no san constitui­ histórico.
do todavía, no lo serán jamás. Desde ese momento, todo lo que H e dem ostrado que la o b ra que hay que em prender no sólo
se puede hacer es llevar a término la obra que se ha comenza­ era posible sino también necesaria y dictada por todo el des­
do, afinando cada vez más los sentimientos, intelectualizándo- arrollo histórico. Al mismo tiempo, he querido subrayar toda su
los, esto es, empapándolos cada vez más de inteligencia. Pero complejidad. No es que ésta pueda desanimarnos de ninguna
lo esencial tiene que estar ya hecho; por consiguiente, es sobre manera; al contrario, es natural que resulte difícil una obra de
todo a esta edad a donde tenemos que dirigir nuestra miradas. tam aña categoría; solamente es fácil lo mediocre y lo que care­
Precisamente por tratarse de una edad intermedia, todo lo que ce de significado. Por tanto, no sirve de nada disminuir a nues­
tengamos que decir de ella podrá aplicarse fácilmente, mutatis tros ojos la amplitud del problema en que estamos colaborando
mutandis, a la edad anterior y a la sucesiva. Para precisar bien con el pretexto de tranquilizarnos. Es mucho más digno y pro­
en qué consiste la educación moral en ese momento, tendremos vechoso m irar cara a cara las dificultades que no pueden menos
que dem ostrar cómo llega a completar la educación doméstica de acompañar a una transformación tan grande. Ya he indica­
y cómo se une a ella; cn segundo lugar, para saber lo que está do cuáles son las dificultades. En primer lugar, debido a los
llamada a ser a continuación, será suficiente con proyectarla vínculos estrechos establecidas históricamente entre la moral y
mentalmente en el futuro, teniendo en cuenta las diferencias de la religión, puede preverse que existen algunos elementos esen­
edad y de ambiente. ciales de la moral que hayan sido expresados siempre de una
Pero esta primera determinación no es suficiente. No sólo forma religiosa. Por tanto, si nos limitados a eliminar, sin susti­
hablaré, al menos en principio, únicamente de la educación mo­ tuirlo, todo lo que hay de religioso en el sistema tradicional,
ral de la segunda infancia, sino que limitaré aún más estrecha­ nos exponemos al mismo tiempo a eliminar también ideas y
mente el tema. Por los motivos que ya he indicado, trataré efec­ sentimientos propiam ente morales. En segundo lugar, una mo­
tivamente de la educación moral de la segunda infancia en las ral racional no puede ser idéntica cn su contenido a una moral
escuelas públicas. Normalmente las escuelas públicas son o de­ basada en una autoridad diversa de la razón. Efectivamente, los
berían ser el engranaje regulador de la educación nacional. En progresos del racionalismo no se dan sin unos progresos para­
contra de la opinión tan difundida según la cual la educación lelos del individualismo y por tanto sin un afinamiento de la
moral correspondería principalmente a la familia, yo creo más sensibilidad moral, que nos hace sentir como injustas esas re­
bien que la obra de la escuela cn el desarrollo moral del niño laciones sociales, ese reparto de derechos y de deberes que has­
puede y tiene que ser de la m ayor importancia. H ay todo un ta ahora no chocaban con nuestras conciencias. Por otra parte,
sector, quizás el m ayor de esta cultura, que es imposible aten­ entre el individualismo y el racionalismo no existe únicamente
der y cuidar en otra parte. En efecto, si la familia es la única un desarrollo paralelo, sino que el segundo reacciona sobre el
que puede suscitar y consolidar los sentimientos domésticos ne­ primero y lo estimula. Efectivamente, es característico de la in­
cesarios para la moral y, más generalmente, todos aquellos sen­ justicia el no estar fundada en la naturaleza de las cosas ni en
timiento}; que están en la base de las relaciones particulares más la razón. Por tanto, es inevitable que se vaya haciendo uno ca­
simples, no está sin embargo constituida de tal modo que pueda da vez más sensible en este aspecto a medida que se hace más
form ar al niño con vistas a la vida social. M ás aún, por defini­ sensible a los derechos de la razón. No se provoca cn vano un
ción es un organismo impropio para esa función. Por tanto, al bullir del libre examen ni se le confiere una nueva autoridad
tom ar a la escuela como centro de nuestro estudio, nos coloca­ para que luego no pueda dirigir las fuerzas que se le han atri­
mos inmediatamente en el punto que debe ser considerado co­ buido contra unas tradiciones que subsisten solamente en cuan­
mo el centro por excelencia de la cultura moral en la edad que to que han quedado sustraídas a su acción. Así pues, cuando

184 185
nos preparam os a organizar una educación racional, nos en­ fija o un grupo de ideas fijas que sirvan de polo. En esas con­
contramos en presencia de dos especies, de dos series de pro­ diciones la acción repetida siempre en el misino sentido, m an­
blemas igualmente urgentes: hemos de tener cuidado de no em­ tenida siempre dentro de los mismos carriles, podrá producir el
pobrecer la moral al racionalizarla, y debemos m irar por su ma­ efecto deseado. Hay que querer fuertemente lo que se quiere,
yor racionalidad previendo y preparando los enriquecimientos y por eso mismo querer pocas cosas. Por tanto, para darle a la
que ella requiere. acción educadora la energía necesaria, hemos de intentar tocar
Para responder a la primera dificultad es necesario encon­ los sentimientos fundamentales que están en la base de nuestro
trar las fuerzas morales que están en la base de toda vida mo­ temperam ento moral.
ral. tanto de la de ayer como de la de hoy, sin desdeñar o priori ¿Por dónde comenzar? Sabemos cómo los moralistas resuel­
ni siquiera las que hasta ahora no han tenido más que una vida ven de ordinario esta cuestión. Parten del principio de que cada
religiosa, sino más bien imponiéndonos la tarea de buscar su uno de nosotros lleva consigo lo esencial de la moral. No hay
expresión racional, de aferradas en sí mismas, en su verdadera más que mirar en nuestro interior con suficiente atención para
naturaleza despojada de símbolos. Una vez conocidas esas fuer­ descubrirlo a primera vista. Así pues, el moralista se pregunta
zas, tendremos que indagar en un segundo tiempo en qué pue­ a sí mismo y, entre las nociones que descubre con mayor o
den convertirse en las presentes condiciones de la vida social menor claridad en su conciencia, aferra aquella que le parece
y en qué sentido hay que orientarlas. De los dos problemas, el más provechosa como noción cardinal de la moral. Para algu­
que más tiempo nos entretiene es lógicamente el primero. En nos será la noción de lo útil, para otros la idea de la dignidad
efecto, es necesario determ inar los elementos fundamentales de hum ana, etcétera. No quiero discutir por ahora el hecho de si
la moralidad en lo que tienen de esencial antes de buscar cuáles realmente la moral está toda entera en cada individuo, si cada
son las modificaciones que tienen que soportar. conciencia individual contiene o no dentro de sí todos los gér­
Preguntarse cuáles son los elementos de la moral no sig­ menes que desarrollará más tarde el sistema moral. Todo lo
nifica redactar una lista completa de todas las virtudes o sola­ que va a seguir nos llevará a una conclusión distinta, peTo que
mente de las más importantes; significa buscar las disposiciones no hemos de anticipar. Para rechazar el método que com ún­
fundamentales, los estados mentales que constituyen la raíz de mente se adopta m e basta con observar su arbitrariedad y su
la vida moral, ya que formar moralmente al niño no quiere de­ subjetividad. Una vez que se ha interrogado a sí mismo, el mo­
cir despertar en él una virtud particular, luego otra y otra, sino ralista puede decir todo lo más de qué manera concibe la mo­
desarrollar y hasta crear de! lodo con los medios apropiados ral y qué idea se ha forjado personalmente de ella. Pero ¿por
aquellas disposiciones generales que una vez constituidas se au- qué la idea que él se ha foriado tiene que ser más objetiva que
todiversifican fácilmente al compás de las diversas relaciones la que el hombre de la calle se h a hecho del calor, de la luz
humanas. Si llegásemos a descubrirlas, habríamos alejado en­ o de la electricidad? Una vez admitido que la moral es inma­
tonces uno de los mayores obstáculos con que choca la educa­ nente a cada conciencia, es necesario descubrirla allí. Y hay que
ción escolar. Lo que nos hace a veces dudar de la eficacia de distinguir además, entre todas las ideas que hay en nosotros,
la escuela respecto a la cultura moral es que nos parece que im­ cuáles son de competencia de la moral y cuáles no. Pues bien,
plica una variedad tan grande de ideas, de sentimientos, de h á­ ¿qué criterio tomaremos de base para hacer esta distinción?
bitos, que el maestro, en el período relativamente breve en que ¿Qué es lo que puede permitirnos decir: esto es moral y esto
el niño está puesto bajo su influencia, no parece que pueda te­ 110 lo es? ¿Diremos quizás que es moral lo que está en confor­
ner el tiempo necesario para suscitarlas y desarrollarlas. Hay midad con la naturaleza humana? Pero aun suponiendo que se
una variedad tan grande de virtudes, aunque sólo pensemos en conozca con cierta seguridad en qué consiste la naturaleza del
las más im portantes, que si tuviera que ser cultivada cada una hombre, ¿quién nos dice que la moral tiene como obieto reali­
de ellas, la acción tendría que dispersarse entonces en una am­ zar a la naturaleza hum ana y no tiene más bien la función de
plia superficie y necesariamente tendría que permanecer en la satisfacer a los intereses sociales? ¿Sustituiremos entonces aque­
impotencia. Para actuar con eficacia, sobre todo cuando la ac­ lla fórmula por la que acabamos de enunciar? Pero, en primer
ción tiene que ejercerse en poco tiempo, es preciso tener una lugar, ¿con qué derecho? Y además, ¿qué intereses sociales ten­
finalidad bien definida, claramente representada; tener una idea dría que salvaguardar la moral? Porque realmente hay intereses

186 187
de muchas clases: económicos, militares, científicos, etcéter.i neto no está ya sujeto a la apreciación moral. N o somos res-
No se puede ciertamente apoyar una actividad práctica en hi inmsables de él, en razón de esa misma libertad que se nos ha
pótesis tan sujetivas ni organizar sobre construcciones esencial­ «lado. Lo mismo que en el sentido corriente y afectivo del tér­
m ente dialécticas la educación que debemos dar a nuestros hijos. mino, un acto 110 es punible cuando no ha sido prohibido por
Por otra parte, este método, sea cual fuere la conclusión una ley instituida, tampoco es inmoral cuando no va en con­
adonde lleva, se basa siempre en el mismo postulado: que la tra de una norm a preestablecida. ■Por tanto, podemos decir que
moral no tiene necesidad de ser observada para ser construida. la moral es un sistema de reglas de acción que predeterminan
Para determ inar lo que debe ser no parece necesario empezar la conducta. Esas reglas dictan cómo hay que obrar en unos
a buscar ante todo lo que es o lo que ha sido. Se pretende dic­ casos determinados; y obrar bien significa obedecer.
tar leyes desde el despacho. Pero ¿de dónde viene ese privile­ Esta prim era observación, que es casi únicamente una ob­
gio? Hoy se está de acuerdo en afirmar que no es posible saber servación de sentido común, basta sin embargo para poner de
en qué consisten los hechos económicos, jurídicos, religiosos, relieve un hecho im portante que con frecuencia se pasa por
lingüísticos, etc., si no se empieza por su observación, su alto. En efecto, la mayor parte de los moralistas presenta la
análisis, su confrontación. Por tanto, no hay ninguna razón pa­ moral como si residiese por entero en una única fórmula muy
ra que no suceda lo mismo con los hechos morales. Por otra general. Por eso mismo admiten tan fácilmente que la moral
parte, no se puede buscar lo que debe ser la moral si no se reside por entero en la conciencia individual y que para des­
concreta de anLcmano qué es ese conjunto de cosas que recibe cubrirla basta con una simple m irada introspectiva. Esta fórmu­
ese nombre, cuál es su naturaleza, a qué fines responde en la la es expresada de diversas m aneras: la de los kantianos es
realidad. Empecemos pues con observación como si se tratara distinta de la de los utilitaristas, y cada m oralista utilitarista tie­
de un hecho y veamos qué es lo que podemos actualmente sa­ ne la suya propia. Pero de cualquier m anera que se la conciba,
car de ella. todos pretenden asignarle el lugar más eminente, mientras que
En primer lugar, hay un carácter que une a todas las ac­ lodo el resto de la moral no sería más que la aplicación- de ese
ciones que se suelen llamar morales, el de ser todas ellas con­ principio fundamental. E sta concepción es la que traduce aque­
formes con unas normas preestablecidas. Portarse moralmente lla distinción clásica entre la llamada moral teórica y la moral
significa actuar en conformidad con una norm a que determina práctica. La primera tiene por objeto la determinación de esta
la conducta que hay que observar en un caso determinado, in­ ley superior de la moral, mientras que la segunda busca cómo
cluso antes de que uno se encuentre en la necesidad de tom ar la ley así enunciada tiene que aplicarse en los principales casos
una decisión. El campo de la moral es el del deber y el deber y circunstancias de la vida. Las normas particulares que se de­
es una acción prescrita. No es que no se puedan plantear algu­ ducen mediante este método no tendrían consiguientemente de
nas dificultades a la conciencia moral; sabemos perfectamente suyo una realidad propia, sino que serían sólo prolongaciones,
que muchas veces se encuentra embarazada, que vacila entre corolarios de la primera, un producto de su irradiación a través
dos partidos opuestos. Pero se trata de saber en un momento de los hechos de la experiencia. Apliqúese pues la ley general
determinado cuál es la norma particular que se puede aplicar a de la moral a las diversas relaciones domésticas y tendremos la
esa situación concreta y cómo tiene que aplicarse. Al consistir, ley familiar; apliqúese a las diversas relaciones políticas y ten­
como todas las normas, en una prescripción general, esa norma dremos la moral cívica, etc. No habría deberes, sino un solo
110 puede aplicarse exacta y mecánicamente de la misma manera deber, una única norma que serviría de hilo conductor en la
en cada circunstancia particular; por consiguiente, le correspon­ vida. Dada la extrema variedad y complejidad de las situaciones
de al agente moral decidir cómo conviene particularizarla. En y de las relaciones, es fácil ver hasta qué punto el campo de la
este punto siempre queda un margen libre a su iniciativa; pero moral resulta indeterminado en este aspecto.
se trata de un margen restringido, ya que lo esencial de la con­ Semejante concepción trastornaría las verdaderas relaciones
ducta está determinado por la norma. Pero hay más aún; en la de las cosas. Si observamos la m oral tal como es, vemos que
medida en que la norm a nos deja libres, en que no nos pres­ consiste en una infinidad de normas especiales, precisas y de­
cribe detalladamente lo que tenemos que hacer y en que el finidas, que fijan la conducta de los hombres en las diversas
acto depende de nuestro albedrío, en esa misma medida dicho situaciones que se presentan con m ayor frecuencia. Las unas

188
determinan lo que tienen que ser las relaciones entre los espo­ que prescribe la observancia del pudor y prohíbe el incesto,
sos, las otras, cuáles son las relaciones entre cosas y personas. ¿sabemos quizás qué nexo tiene con el axioma fundamental de
Algunas de esas máximas están enunciadas en los códices y se la moral? Si somos padres y nos encontramos, por causa de la
sancionan de una forma concreta, otras están insertas en la viudez, encargados de la dirección entera de la familia, para
conciencia pública, se traducen en los aforismos do la moral saber cómo tenemos que obrar no tenemos necesidad de remon­
popular y están sancionadas, no ya por penas definidas, sino tam os hasta la fuente primera de la moral, ni tampoco al con­
simplemente p or la reprobación que acompaña al acto de su cepto abstracto de paternidad, para deducir de allí lo que im­
violación. Tanto las unas como las otras tienen una vida propia plica en nuestras circunstancias concretas. El derecho y las cos­
y lo dem uestra el hecho de que algunas pueden encontrarse en tumbres determ inan nuestra conducta.
el estado patológico, mientras que las otras permanecen en el Por consiguiente, no hay que representarse a la moral co­
estado normal. En un país las normas de la moral doméstica mo una cosa muy general, que únicamente hay que ir determi­
pueden tener toda la autoridad y la solidez ncoesarias, mien­ nando a medida que se vaya presentando la necesidad, sino
tras que las de la moral cívica son débiles e inciertas. Estos no como un conjunto de normas definidas, como otros tantos mol­
son solamente hechos reales, sino también relativamente autó­ des de contornos bien definidos en los que tenemos que derra­
nomos, dado que pueden verse influidos de diversas maneras mar nuestra acción. No debemos construir esas normas en el
por los acontecimientos sociales. Estamos lejos de tener el de­ momento de obrar, deduciéndolas de principios m ás elevados;
recho de descubrir aquí simples aspectos de un único y mismo existen ya, están ya hechas, viven y actúan en torno a nosotros.
precepto que constituya su esencia y su realidad; más aún, es Son la realidad moral en su forma concreta.
precisamente ese precepto general, de cualquier modo que se Esta primera comprobación es para nosotros de la mayor
le conciba, lo que no constituye un hecho real, sino una simple importancia. Demuestra realmente que la función de la moral
abstracción. Nunca jamás ningún código y ninguna conciencia consiste ante todo en determ inar la conducta, fijarla, sustraerla
social reconoció o sancionó el imperativo moral de Kant, ni al arbitrio individual. Es verdad que también el contenido de
tampoco la ley de la utilidad tal como la formularon Bentham, estos preceptos morales, esto es, la naturaleza de los actos que
Mili o Spencer. Todo eso son generalizaciones de los filósofos e prescriben, tiene un valor moral del que más tarde tendremos
hipótesis de los teóricos. Lo que se define como ley general de que hablar. Pero como todos ellos tienden a regular las accio­
la moralidad es simplemente una manera más o menos exacta nes humanas, es cierto que existe un interés moral en que esas
de representar esquemáticamente, de forma aproximada, la rea­ acciones sean no solamente de tal o tal clase, sino que se man­
lidad moral, pero no es la realidad moral misma. Es un resumen tengan además, en línea de máxima, dentro de cierta regulari­
más o menos afortunado de los caracteres comunes de todas las dad^ En otras palabras, la función principal de la moral consiste
normas morales, pero no es una norm a activa e instituida pro­ en regularizar la conducta. H e aquí por qué los irregulares, los
pia y verdadera. Está en relación con la moral efectiva en la hombres que 110 saben ceñirse a unas ocupaciones definidas, son
misma proporción que las hipótesis de los filósofos respecto a siempre mirados con sospecha por la opinión pública. Es que
la misma naturaleza, cuando quieren expresar la unidad de esa su temperam ento moral falla por la base y por eso su moral
naturaleza. Pertenece al orden de la ciencia, no al orden de la es incierta y precaria en alto grado. Si realmente se niegan a
vida. aceptar unas funciones regulares, quiere decir que rehúyen to­
El hecho es que en la práctica no nos comportamos según do hábito definido, que su actividad se niega a dejar insertarse
esas consideraciones teóricas y esas fórmulas generales, sino en formas decididas, que experimentan la necesidad de perma­
según las' normas particulares que atienden únicamente a la si­ necer en libertad. Pues bien, este estado de indeterminación
tuación especial a que se refieren. En todas las ocasiones im­ implica tam bién un estado de perpetua inestabilidad. Esos su­
portantes de la vida, para saber cuál tiene que ser nuestra con­ jetos dependen de la impresión presente, de las disposiciones
ducta, no nos dirigimos al pretendido principio general de la del momento, de la idea que ocupe la conciencia en el momen­
moral, para buscar a continuación cómo tiene que aplicarse al to en que tienen que obrar, ya que no hay en ellos hábitos
caso particular. Hay ciertos modos de obrar, precisos y defi­ suficientemente sólidos para impedir al presente que prevalezca
nidos, que se nos. imponen. Cuando obedecemos a la norma sobre el pasado. Puede suceder perfectamente que un impulso fe­

190
liz haga que se incline su voluntad en el sentido justo, pero eso es también una manera de obrar que no nos sentimos con la li­
el resultado de unas coincidencias que nadie se atrevería a decir bertad sufiiciente de modificar a nuestro gusto. En cierta medi­
que pueden repetirse. La moral, por el contrario, es una cosa da y en cuanto norma, está fuera de nuestra voluntad. Hay cn
constante por esencia, idéntica a sí misma, siempre que la ob­ ella algo que nos resiste, que nos supera, que se nos impone y
servación no se extienda a períodos de tiempo demasiados lar­ nos obliga. No depende de nosotros el que exista o no exista,
gos. Un acto moral debe ser m añana lo que h a sido hoy, sea el que sea distinta de lo que es. Es lo que es, independiente­
cual fuere la disposición personal del agente que lo realiza. Por mente de lo que nosotros somos. Nos dom ina en voz de ex­
eso mismo la moral presupone cierta capacidad de repetir los presamos. Si hubiera sido por completo un estado interior, co­
mismos actos en las mismas circunstancias y por consiguiente mo por ejemplo un sentimiento o un hábito, no habría ningún
supone cierto poder para contraer hábitos, cierta necesidad de motivo para que no siguiese todas las variaciones y todas las
regularidad. La afinidad entre el hábito y la práctica moral es fluctuaciones de nuestros estados interiores. Sucede a veces que
de tal categoría que todo hábito colectivo presenta inevitable­ nos fijamos de antemano una línea de conducta y decimos en­
mente cierto carácter moral. Cuando un modo de obrar se ha tonces que nos hemos impuesto una regla de obrar de esta ma­
hecho habitual cn un grupo, todo lo que se aparta de él suscita nera o de aquella. Pero en ese caso, por lo menos en general,
un movimiento de reprobación bastante parecido al que susci­ ese término no tiene su significado más pleno. Un programa de
tan las culpas morales propiam ente dichas y participa en cierto acción que nos propongamos, que dependa únicamente de nos­
modo de ese respeto particular del que son objeto las prácti­ otros, que podamos modificar cuando queramos, es un proyec­
cas morales. Si es verdad que no todos los hábitos colectivos to, pero no una norma. Por el contrario, si estuviera verdade­
son morales, sí que es cierto que todas las prácticas morales ram ente de alguna m anera fuera de nuestra voluntad, en esa
son hábitos colectivos. Así pues, todo el que se muestre refrac­ misma medida se apoyaría en algo distinto de nuestra volun­
tario al hábito corre el peligro de ser también refractario a la tad, se relacionaría con algo que es externo a nosotros. Si adop­
moral. tamos por ejemplo cierto plan de vida porque goza de la aufo-
Pero la regularidad es únicamente un elemento de la moral ridad de la ciencia, es esa autoridad de la ciencia lo que nos
y el concepto mismo de regla, si lo analizamos bien, nos reve­ lo hace respetar. Cuando lo seguimos, obedecemos a la cien­
la otro elemento no menos importante. cia, no a nosotros mismos. A nte ella es ante quien deponemos
La regularidad, para que quede garantizada, tiene necesi­ nuestra voluntad.
dad solamente de hábitos constituidos con suficiente solidez. Por estos ejemplos se puede adivinar qué es lo que hay en
Pero los hábitos son por definición fuerzas interiores del indi­ el concepto do norm a por encima de la idea de regularidad.
viduo. Se trata de que la actividad que se ha ido acumulando Es la noción de autoridad. Por autoridad hemos de entender el
en nosotros se despliega por sí sola cn una especie de expan­ ascendiente que ejerce sobre nosotros todo poder moral que
sión espontánea. Va desdo dentro hacia fuera mediante un im­ reconocemos como superior a nosotros. Debido a ese ascen­
pulso, de la misma forma que la inclinación o la tendencia. La diente, obramos cn el sentido que se nos prescribe, no ya por­
norma, por el contrario, es por esencia una cosa exterior al in­ que nos atraiga el acto que se nos requiere, ni porque nos sin­
dividuo. No podemos concebirla más que bajo la forma de una tam os inclinados hacia el por alguna disposición interna natu­
orden o, por lo menos, de un consejo imperativo que proviene ral o adquirida, sino porque hay en la autoridad que nos lo
desde fuera. ¿Se trata de normas higiénicas? Nos vienen de la dicta algo que nos lo impone. Esta es la obediencia aceptada.
ciencia que las decreta o, de un modo más concreto, de los cien­ ¿Cuáles son en la base del concepto de autoridad los procesos
tíficos que la representan. ¿Se trata de normas de técnicas pro­ mentales que hacen imperativa esa fuerza que experimentamos?
fesional? Nos vienen de la tradición corporativa y, más direc­ Por ahora no se plantea aún esta pregunta; basta con que se
tamente, de los predecesores que nos las han trasmitido y que tenga la percepción de la cosa y de su realidad. En toda fuerza
las encarnan a nuestra vida. Esta es la razón por la cual los m oral que sentimos como superior existe algo que nos hace
pueblos han ido viendo durante siglos cn las normas morales plegar nuestra voluntad. E n cierto sentido podemos decir que
ciertas órdenes emanadas por la divinidad. El hecho es que una no hay una norm a propiam ente dicha, sea cual fuere la esfera
norma no es un simple modo de obrar habitual, sino que es de actividad con la que se relacione, sin que tenga en cierta

192 193
13
medida esa fuerza imperativa. Es que. repitámoslo una vez más, y no se le puede añadir ningún otro elemento sin que la con­
toda norm a es orden y por eso mismo no nos sentimos libres ducta pierda por eso mismo su carácter moral. Se acostumbra
para hacer de ella el uso que nos parezca. a decir que toda norm a manda, pero la norm a moral es entera­
Hay sin embargo una categoría de normas en las que la mente mandamiento y no otra cosa. H e aquí por qué nos h a­
noción de autoridad tiene una función absolutamente preponde­ bla desde tan arriba, porque cuando ella ha hablado tienen que
rante; se trata de las normas morales. Los preceptos higiénicos, callar todas las demás consideraciones. La norm a moral no deja
los preceptos de la técnica profesional, todos esos diversos pre­ ningún resquicio a la vacilación, mientras que, cuando se trata
ceptos del sentido común popular, deben sin duda alguna parte de valorar las eventuales consecuencias de un acto, es inevita­
de su prestigio a la autoridad que atribuimos a la ciencia o a ble la inccrtidumbre y existe siempre algo de incierto en el por­
la práctica experimentada. El capital de conocimientos y de ex­ venir, ya que son demasiadas y muy diversas las circunstancias
periencias humanas nos impone de suyo un respeto que se co­ que pueden presentarse y que no son previsibles. Cuando se
munica a quienes lo poseen, de la misma manera que el res­ trata del deber, puesto que hay que evitar todo cálculo, la cer­
peto que siente el creyente ante las cosas religiosas se extiende teza es más fácil y el problema más sencillo. No se trata de
a los sacerdotes. Sin embargo, si es verdad que en todos esos escudriñar un porvenir siempre oscuro e indeciso, sino que se tra­
casos nos conformamos con la norma, no lo hacemos única­ ta de saber qué es lo que se ha prescrito; si el deber ha habla­
mente por deferencia para con la autoridad de donde emana, do, no queda más que obedecer. No intentaré investigar ahora
sino también porque el acto tiene muchas probabilidades de de dónde se deriva esta autoridad extraordinaria; me limito a
tener para nosotros unas consecuencias útiles, mientras que el observarla, ya que resulta indiscutible.
acto contrario las tendría nocivas. Si cuando estamos enfermos ' Así pues, la moral no es un simple sistema de costumbre,
nos cuidamos y seguimos la dieta que se nos ha prescrito, no es sino un sistema de mandamientos. Decíamos al principio que la
tanto por respeto para con la autoridad del médico, sino porque persona irregular es un ser moralmente incompleto; lo mismo
tenemos ganas de recuperar la salud. Entra allí un sentimiento debe decirse del anárquico, cuando se le da a este término su
distinto del de la autoridad, basado en consideraciones estric­ significado etimológico, que señala a ese individuo constituido
tam ente utilitaristas insertas en la naturaleza intrínseca del acto de tal modo que no siente la realidad de las superioridades mo­
que se nos ha recomendado, de sus posibles o probables conse­ rales, a un hom bre que está afectado por una especie de dal­
cuencias. Pero en las normas morales las cosas son de muy tonismo en virtud del cual todas las fuerzas intelectuales y
distinta manera. Si las violamos, es cierto que nos exponemos morales se le presentan colocadas en el mismo plano. Estamos
a consecuencias desagradables, que corremos el riesgo de ver- aquí en presencia de otro aspecto de la m oralidad: en la raíz
nos censurados, puestos en el índice, castigados incluso m ate­ de la vida moral se encuentra, además del gusto por la regula­
rialmente en nuestras personas o en nuestros bienes. Pero es ridad, el sentimiento de la autoridad moral. P o r otra parte, exis­
un hecho constante, indiscutible, que un acto no es moral — aun te una estrecha afinidad entre esos dos aspectos, que encuen­
cuando materialmente esté en conformidad con la norma— si tran su unidad en un concepto más complejo que los engloba.
lo que lo determina es la perspectiva de estas especiales conse­ Se trata del concepto de disciplina, la cual tiene realmente como
cuencias. Para que el acto sea todo lo que debe ser, para que objetivo la regularización de la conducta, implicando unos ac­
la norm a sea obedecida como debe serlo, es menester que le tos que se repiten cuando se repiten determinadas condiciones,
prestemos obediencia, no ya para evitar ciertos resultados des­ pero que no procede sin autoridad. Es una autoridad regular.
agradables, ciertos castigos materiales o morales, o para obte­ Resumiendo, podríamos decir que el primer elemento de la
ner una recompensa; es preciso que le obedezcamos sencilla­ moralidad es el espíritu de disciplina. De ordinario la disciplina
mente porque debemos ser obedientes, prescindiendo de todas parece útil solamente porque implica ciertos actos que se con­
las consecuencias que nuestra conducta pueda tener para nos­ sideran útiles. Es entonces solamente un modo de determ inar­
otros. Es preciso obedecer al precepto moral por respeto, y úni­ los imponiéndolos; es de ellos de donde saca su razón de ser.
camente por eso. La eficacia que puede tener sobre las volun­ Si es exacto el análisis anterior, hemos de decir que la disci­
tades reside exclusivamente y por entero en la autoridad de que plina tiene su razón de ser en sí mismo, que está bien que el
está investido. Lo único que actúa en este caso es la autoridad hom bre sea disciplinado, incluso fuera de los actos a los que

194 195
está obligado por ella. ¿Por qué? El estudio de este tema re­
sulta más necesario todavía por el hecho de que la disciplina,
la norma, se presenta muchas veces com o una traba, quizás
10
necesaria, pero antipática, com o un m al inevitable que convie­ El espíritu de disciplina
ne reducir todo lo posible. Entonces, ¿qué es lo que la convierte
en un bien? Lo veremos en la próxim a ocasión. (continuación)

En la lección anterior iniciamos la búsqueda de las dispo­


siciones fundamentales del temperamento moral, dado que es
sobre ellas sobre las que ha de ejercerse la acción del educador.
Las hemos calificado de elementos esenciales de la moral. Para
conocerlas nos hemos dedicado a observar la moral desde fuera,
tal com o vive y funciona alrededor de nosotros, como se aplica
continuamente bajo nuestras miradas a las acciones del hom­
bre, a fin de poder señalar entre los múltiples caracteres que
presenta aquellos que son verdaderam ente esenciales, esto es, que
se encuentran idénticos en todas parles, bajo la diversidad de los
deberes particulares. Porque es evidente que son verdadera­
m ente fundamentales las tendencias que nos inclinan a obrar
moralmente no en este o en aquel caso singular, sino en la ge­
neralidad de las relaciones hum anas. Considerada desde esta
perspectiva, la moral nos ha presentado en prim er lugar un
carácter que, aunque sea exterior y formal, es de una enorme
importancia. N o sólo de la m anera con que se la observa hoy,
sino como se la puede observar en la historia, la moral con­
siste en un conjunto de normas precisas y particulares que
determian imperativamente la conducta. De esta primera com­
probación se deriva, como corolario inmediato, una doble con­
secuencia. A nte todo, puesto que determina, establece y regula
las acciones de los hombres, la moral presupone en el indivi-

197
duo cierta disposición a vivir una existencia regular, cierto amor es la disposición primera y fundamental de todo temperamento
a la regularidad. El deber es regular; siempre retorna continua­ moral.
mente igual, uniforme, hasta monótono. Los deberes no consis­ Sin embargo, esta conclusión llega a tropezar con un sen­
ten en acciones brillantes, realizadas cn unos momentos de cri­ timiento humano bastante difuso. L a disciplina moral, que he­
sis intermitente. Los deberes son cotidianos y el curso de la mos presentado como un bien en sí misma, parece que debe te­
vida los vuelve a proponer periódicamente. Los que sienten gus­ ner un valor intrínseco y que se mantiene por sí mismo, cn
to por el cambio y la variedad hasta el punto de aborrecer toda cuanto que tiene que ser obedecida, no ya en razón de los
uniformidad corren el peligro de ser moralmente incompletos. actos que nos ordena realizar o de la importancia que éstos
La regularidad es el análogo moral de la periodicidad orgánica. tengan, sino sencillamente porque nos manda. Y entonces nos
En segundo lugar, puesto que las normas morales no son sentimos inclinados a ver en ella un obstáculo, aunque nece­
una simple denominación que se da a unos hábitos interiores sario y penoso, un mal ante el que nos tenemos que resignar
y puesto que determinan la conducta desde fuera y de una ma­ como inevitable y que debemos intentar reducir al máximo.
nera imperativa, para obedecer y para estar por tanto en con­ Efectivamente, la disciplina, como toda disciplina, ¿no es acaso
diciones de obrar moralmente es necesario tener el sentido de esencialmente un freno, un limitación a la actividad del hom ­
esa autoridad sui generis que está inmanente en ellas. En otras bre? Pero limitar y frenar equivale a negar, a impedir ser, esto
palabras, es menester que el individuo esté constituido de tal es, a destruir en parte, y toda destrucción es mala. Si la vida es
modo que sienta la superioridad de aquellas fuerzas morales buena, ¿por qué va a ser bueno contenerla, obstaculizarla, po­
de más alto valor y que se incline ante ellas. Tam bién liemos nerle unos límites para que no los sobrepase? Y si la vida no
visto que, si este sentimiento de la autoridad constituye una es buena, ¿qué otra cosa puede tener valor cn este mundo?
parte de aquella fuerza mediante la cual una regla de conduc­ Ser es obrar y vivir; y toda disminución de vida es una dismi­
ta se impone a nuestra voluntad, en lo que se refiere a las nución del ser. Quien dice disciplina dice constricción, bien sea
normas morales ese sentimiento tiene una función excepcional- material o moral. Pues bien, ¿acaso no es toda constricción, por
mente relevante, ya que es en ese caso el único en que actúa. definición, una violencia cometida contra la naturaleza de las
No hay ningún otro sentimiento que venga a añadirle su ac­ cosas? Por estos motivos ya Bentham veía en toda ley un mal
ción, porque está cn la naturaleza de esas normas ser segui­ intolerable y, que sólo podría justificarse racionalmente cuando
das, no ya en razón de los actos que prescriben o de las proba­ era indispensable. Precisamente porque en la realidad las activida­
bles consecuencias que puedan brotar de dichos actos, sino en des individuales se encuentran entre sí en su desarrollo y, al en­
virtud del simple hecho de que son imperativas. Lo que las contrarse, puede suceder que choquen unas con otras, es ne­
hacc eficaces es solamente su autoridad y, consiguientemente, cesario señalar unos límites justos, que no puedan ser supe­
la incapacidad de sentir y de reconocer esa autoridad, cuando rados; pero la limitación tiene en sí mismo algo de anormal.
se encuentra uno con ella, o de ponerle obstáculos, cuando se Para Bentham la moral, lo mismo que la legislación, consistía
nos impone, equivale a la negación de toda verdadera y propia cn una especie de patología. L a mayor parte de los economistas
moralidad. Ciertamente, como sucede en nuestro caso, cuando ortodoxos han seguido este mismo lenguaje. Y ha sido segura­
queremos cerrarnos el recurso a las concepciones teológicas en mente gracias a la influencia de este mismo sentimiento por lo
la explicación de las propiedades de la vida moral, puede sor­ que, desde Saint-Simon en adelante, los más grandes teóricos
prender a primera vista que una noción puramente humana sea del socialismo han admitido como posible y deseable una so­
capaz de ejercer un ascendiente tan extraordinario. Veremos ciedad de la que estuviera excluida toda reglamentación. La idea
más adelante cómo es posible d ar una interpretación que lo ha­ de una autoridad superior a la vida y que le sirve de ley les pa­
ga comprensible. Y así tenemos un segundo elemento de la mo­ rece que es una supervivencia del pasado, un prejuicio que no
ralidad. Se h a visto sin embargo cómo estos dos elementos, cn tiene por qué seguir existiendo. L e corresponde a la vida hacerse
el fondo, no forman más que uno solo. El sentido de la regu­ su propia ley y no hay nada que pueda existir fuera o por encima
laridad y el sentido de la autoridad son dos aspectos de un de ella.
único e idéntico estado de ánimo más complejo, que podemos Se llega entonces a recomendar a los hombres, no ya pl
llamar espíritu de disciplina. Así pues, el espíritu de disciplina am or a la medida y a la moderación, no ya el sentido de lími­

198
te moral que no es más que un nuevo aspecto del sentido de órganos está predeterminada en aquello que tiene de más esen­
la autoridad moral, sino el sentimiento diametralmente opuesto cial; hay modos de obrar que se imponen regularmente cada
a el, esto es, la intolerancia frente a toda clase de freno y de vez que se dan las mismas circunstancias. Es lo que llamamos
limitación, el deseo de expansionarse indefinidamente, el apeti­ la función del órgano. Pues bien, la vida colectiva está sujeta
to de lo infinito. Parece como si el hom bre se viera en estre­ a las mismas necesidades y la regularidad no le resulta menos
churas apenas deja de tener delante de sí un horizonte ilimita­ indispensable. Es preciso que en cada momento se vea garan­
do. .Sabemos muy bien que no estaremos nunca en disposición tizado el funcionamiento de la vida doméstica, profesional, cívi­
de recorrerlo, pero se piensa que por lo menos nos es necesaria ca; y por esto es indispensable que no nos veamos obligados a
esa perspectiva y que solamente ella es la que nos puede dar el estar buscando continuamente la manera de hacerlo. Es pre­
sentido de plenitud del ser. D e aquí se deriva esa especie de ciso que se establezcan ciertas normas que determinan cuáles
culto con el que muchos escritores del siglo x ix han hablado tienen que ser estas relaciones y que se somentan a ellas los
del sentimiento del infinito. Se descubre en él el sentimiento individuos. Esta sumisión constituye un deber cotidiano.
noble por excelencia por el que el hom bre tiende a elevarse Pero la explicación y la justificación son insuficientes, ya
por encima de todos los confines que le pueda poner la natu­ que todavía no se ha explicado una institución por el mero hecho
raleza y se libere, al menos idealmente, de toda limitación que de haber demostrado que resulta útil a la sociedad. Es menester
lo disminuya. además que no llegue a encontrarse con resistencias irreductibles
Un procedimiento pedagógico idéntico resulta totalmente dis­ por parte de los individuos. Si esa institución violenta de al­
tinto según el modo en que se aplica; y se aplica de manera guna forma a la naturaleza individual, aun cuando sea social­
muy distinta según el modo en que se le concibe. De esta for­ mente útil, no podrá nacer ni sostenerse, porque no será capaz
ma la disciplina producirá efectos diversos según la idea que de echar raíces en las conciencias. Las instituciones sociales se
tengamos de su naturaleza y de su función en la vida en gene­ ponen ciertam ente como finalidad inmediata el interés de la so­
ral y más especialmente en la educación. Por eso es necesario ciedad, y no el de los individuos en cuanto tales. Pero, por otra
que intentemos señalar cuál es esa tarea y que no dejemos sin parte, si sacuden desde sus raíces la vida del individuo, pertur­
resolver la gravísima cuestión que se plantea a este propósito. ban igualmente la fuente de donde ellas mismas sacan su propia
¿Hemos de ver en la disciplina una mera policía externa y vida. Sabemos que con frecuencia se ha acusado a la disciplina
material, que tiene el único objetivo de prevenir ciertos actos de violentar la constitución natural del hombre, de entorpecer
y sin ninguna otra utilidad fuera de esta acción preventiva? O su libre desarrollo. Pero ¿acaso es éste un reproche con funda­
bien, como lo dejaría suponer nuestro análisis, ¿sería un ins­ mento? ¿Es acaso verdad que la disciplina es para el hombre
trumento sui generis de educación moral, que tiene un valor in­ una causa de disminución y de menor potencia? ¿Es verdad que
trínseco y que deja una huella especial en el carácter moral? la actividad deja de ser lo que es en la medida en que se ve su­
E n primer lugar, es una cosa fácil de dem ostrar que la dis­ jeta a unas fuerzas morales que la superan, la contienen y la
ciplina tiene una utilidad social con valor propio e indepen­ regulan?
diente de los actos que prescribe. Efectivamente, la vida social Todo lo contrario. La incapacidad para mantenerse dentro
es solamente una de tantas formas de la vida organizada y toda de unos límites determinados es una señal de patología en cual­
organización viviente presujxme determinadas reglas que no se quier forma de la actividad hum ana y también, de una manera
pueden evitar sin desórdenes patológicos. Para que pueda man­ más general, en todas las formas de la actividad biológica. El
tenerse, es preciso que en cada instante esté en disposición de hom bre normal deja de tener ham bre cuando ha tomado una
resp o n d erá las exigencias del ambiente, ya que la vida no pue­ cierta cantidad de comida; pero el que tiene la m anía de deam­
de suspenderse sin que sobrevenga la muerte o la enfermedad. bular siente la necesidad de agitarse continuamente, sin tregua
P or consiguiente, si ante cada solicitación de las fuerzas exte­ ni reposo, y no hay nada que logre calmarlo. H asta los sen­
riores el ser viviente tuviera que buscar de nuevo a tientas la timientos más generosos, como el am or a los animales y el
m anera conveniente de reaccionar, las causas de destrucción am or a los demás, si superan cierta medida, son una señal in­
que lo asaltan de todas partes lograrían desorganizarlo dem a­ discutible de una alteración de la voluntad. Es normal que se
siado pronto. H e aquí por qué la manera de reaccionar de los ame a los hombres y a las animales, pero con la condición de

200 201
que no haya excesos en esa simpatía; si esos sentimientos crecen te en una fuente de sufrimientos para el individuo en virtud de
en detrimento de los demás, es síntoma de que hay un dese­ esc desarrollo excesivo que recibe. Una necesidad, un deseo que
quilibrio interior, cuyo carácter patológico tan bien conocen los se haya liberado de todo freno y de toda regla, que no esté ya
médicos. Se ha creído a veces que la actividad puramente inte­ ligado a un objeto determinado y que se vea, por esa misma
lectual estaba libre de esta necesidad. Si satisfacemos el hambre determinación, limitado y contenido, no puede menos de ser
con una cantidad determinada de alimento — se ha dicho— , una causa de continuo tormento para el sujeto que lo experi­
«no se satisface la razón con una cantidad determ inada de sa­ menta. En efecto, ¿qué satisfacciones podría aportar en el fon­
ber». Pero esto es un error. En cada momento nuestra necesidad do si por definición no puede verse satisfecho? N o es posible
normal de ciencia está estrechamente determinada y limitada aplacar una sed inextinguible. Para que se experimente algún
por un conjunto de condiciones. En primer lugar, no podemos placer en obrar es preciso que se tenga la certidumbre de que
m antener una vida intelectual más intensa de lo que nos con­ nuestra acción sirve para algo, esto es, que nos acerquemos
sientan las condiciones y el grado de desarrollo al que haya progresivamente a la meta a que tendemos. Pero es imposible
llegado, en ese momento convenido, nuestro sistema nervioso acercarse a un objetivo que, por definición, esté colocado en
central. Si intentamos superar ese límite, se verá sacudido el el infinito. L a distancia que se interpone es siempre la misma,
sustrato de la vida mental y la misma vida mental se resentirá sea cual fuere el camino recorrido. ¿Puede haber acaso algo
del golpe. Además, el entendimiento es solamente una de las más decepcionante que caminar hacia un punto final que no
diversas funciones psíquicas; al lado de las facultades puramen­ está en ningún lugar, que se escapa a medida que se va avan­
te representativas están también las activas. Si las primeras se zando? Una agitación tan inútil no se diferencia en nada del
desarrollan por encima de la medida adecuada, es inevitable continuo dar vueltas alrededor de la noria y necesariamente ha
que las demás queden atrofiadas con el resultado de una m or­ de producir tristeza y abatimiento. Este es el motivo de que
bosa impotencia en la acción. Para que nos podamos compor­ las épocas que, como la nuestra, han conocido el mal del in­
tar debidamente en la vida, hemos de admitir muchas cosas sin finito sean forzosamente unas épocas tristes. El pesimismo va
intentar hacer de todo eso una razón científica. Si quisiéramos siempre acompañado de aspiraciones ilimitadas. El personaje
que nos dieran razón de todo, no tendríamos fuerzas suficientes literario que encarna por excelencia este sentimiento del infini­
para razonar y para responder a los continuos porqués. Esa es to es el Fausto de Goethe; por eso mismo el poeta se complace
precisamente la característica de ciertos sujetos anormales que en describírnoslo roído por un continuo tormento.
los médicos llaman dubitativos. Todo lo que hemos dicho sobre Así pues, lejos de tener necesidad de ver cómo se desarro­
la actividad intelectual podría decirse igualmente de la actividad llan delante de él unos horizontes ilimitados para poder tener
estética. Un pueblo que no sintiera el gozo del arte sería un plena conciencia de sí mismo, no hay nada tan doloroso para
pueblo bárbaro. Pero si, por otro lado, el arte llegara a asumir el hombre como la incertidumbre de semejante perspectiva. Le­
un papel excesivo en la vida de un pueblo, ese pueblo se apar­ jos de sentir necesidad de tener delante de sus ojos una carrera
taría en la misma medida de la vida seria y sus días estarían sin términos scñalables, el hom bre puede ser feliz solamente
contados. cuando se dedica a unas tareas definidas y particulares. Y esta
Efectivamente, para vivir no queda más remedio que en­ limitación no implica de ninguna manera que el hom bre tenga
frentarse con una dosis limitada de energías vitales a las múl­ que alcanzar un estado estacionario, en donde pueda encontrar
tiples necesidades. La cantidad de energías que podemos y de­ su descanso definitivo, puesto que con un movimiento inin­
bemos poner en la búsqueda de cada objetivo concreto resulta terrumpido se puede pasar de una tarea especial a otras ta­
por eso mismo necesariamente limitada: limitada por la suma reas igualmente especiales sin Iludirse por ello en esa sensación
total de las fuerzas de que disponemos y por la respectiva im­ disolvente de la infinitud. Es im portante que la actividad se ligue
portancia de los objetivos que se persiguen. Toda vida es un siempre a un objeto concreto que la limite determinándola. Pues
equilibrio complejo en el que los diversos elementos se limitan bien, cualquier fuerza a la que no detenga una fuerza contraría
entre sí y no puede romperse ese equilibrio sin producir dolor tiende necesariamente a perderse en el infinito. L o mismo que
o enfermedad. Pero hay más todavía. L a misma forma de acti­ un cuerpo gaseoso llenaría la inmensidad del espacio si no h u ­
vidad. en ventaja de la cual se rom pe ese equilibrio, se convier­ biera ningún otro cuerpo que se opusiera a su expansión, así

202 203
también toda energía física o moral tiende a desarrollarse sin contener las fuerzas rebeldes, pero no para invitar a las fuerzas
término hasta que haya algo que la detenga. De aquí la nece­ innatas a que se desarrollen en su dirección. Se h a dicho que
sidad de unos órganos reguladores que mantengan dentro de la moral tenía la misión de impedir al individuo que entrara cn
unos justos límites todo el conjunto de nuestras fuerzas vitales. terrenos vedados. Esto, en cierto sentido, es m uy exacto. La mo­
El sistema nervioso es el encargado de esta función en todo lo ral. es un amplio sistema de prohibiciones, lo cual significa que
que se refiere a la vida física. El es el que incita a los órganos tiene por objeto la limitación de la esfera en la que puede y debe
en su movimiento y el que les distribuye la cantidad de ener­ moverse normalmente la actividad individual; y sabemos ahora
gía que le corresponde a cada uno. Pero la vida moral se le para qué sirve esa necesaria limitación. El conjunto de las nor­
escapa. Ni el cerebro ni los ganglios pueden asignar un límite mas morales constituye verdaderamente en torno a cada uno
a las aspiraciones de nuestra inteligencia o de nuestra voluntad, de los hombres una especie de barrera ideal a cuyos pies viene
porque la vida mental, especialmente en sus formas superiores, a morir el embate de las pasiones humanas, imposibilitada de
va más allá del organismo. Depende de él ciertamente, pero de ir más allá. Pero precisamente porque se ven contenidas, es po­
una forma libre: y los vínculos que la ligan a él son tanto más sible satisfacerlas. P o r el contrario, basta con que esa barrera
indirectos y débiles cuanto más elevadas son las funciones de ceda en algún punto para que por la brecha que se ha abierto
que se trata. Las sensaciones y los apetitos físicos expresan so­ se precipiten tumultuosamente aquellas fuerzas humanas repri­
lamente el estado del cuerpo, pero no las ideas puras o los sen­ midas hasta entonces y que una vez desbocadas ya 110 encontra­
timientos complejos. Sobre estas fuerzas esencialmente espiri­ rán ningún límite que las pueda detener, impulsadas como es­
tuales no hay más que un poder igualmente espiritual que sea tán por una tensión dolorosa a la búsqueda de un objetivo que
capaz de actuar. Ese poder es la autoridad inherente a las nor­ cada vez se encuentra más lejano. Supongamos que las normas
mas morales. de la moral conyugal han perdido su autoridad, que los deberes
Gracias a la autoridad que revisten, las normas morales son que incumben a los esposos van siendo cada vez menos respe­
fuerzas propias y verdaderas con las que vienen a tropezar nues­ tados; inmediatamente las pasiones y los apetitos que asa parte
tros deseos, nuestras necesidades, nuestros apetitos de todas de la moral contiene y disciplina se desencadenarán y se exas­
clases, cuando tienden a hacerse inmoderados. Es verdad que perarán cada vez más por esa misma falta de regularidad. Im ­
estas fuerzas no son materiales; pero si 110 mueven directamen­ potentes para apagarse por haber roto todos los vínculos, de­
te a los cuerpos, mueven a los espíritus. Tienen dentro de sí terminarán un desengaño que se reflejará visiblemente en la es­
todo lo que se necesita para doblegar las voluntades, para obli­ tadística de los suicidios. Supongamos ahora que la moral que
garlas. para contenerlas, para inclinarlas en diversos sentidos. preside la vida económica llega a derrumbarse y que las am­
Podemos decir por consiguiente sin acudir a metáforas que son biciones económicas, sin respetar ya ningún límite, se excitan
fuerzas. Y como tales las experimentamos siempre que decidi­ y se hacen febriles; veremos entonces cómo se acentúa el con­
mos obrar cn contra de ellas porque nos oponen una resistencia tingente anual de muertes voluntarias. Los ejemplos podrían
que no siempre es posible superar. Cuando el hom bre sanamen­ multiplicarse hasta el infinito, porque si la moral tiene la finali­
te constituido intenta cometer un acto condenado por la moral, dad de limitar y de conocer, la misma riqueza excesiva se con­
siente que hay algo que lo frena, lo mismo que cuando intenta vierte fácilmente en fuente de inmoralidad. Con el poder que
levantar un peso demasiado grande para sus fuerzas. ¿De dón­ confiere, la riqueza puede efectivamente disminuir his resisten­
de se deriva esta singular virtud? U na vez más hemos de poner cias que las cosas nos oponen y dar a nuestros deseos un in­
al día este problema para situarlo en su momento justo, limi­ crem ento de fuerza que los haga difícilmente modcrables y po­
tándonos por ahora a poner de relieve la indiscutibilidad de este co propicios para mantenerse dentro de los límites normales.
hecho. Por otra parte, puesto que la moral es una disciplina, En semejantes condiciones el equilibrio moral se hace inestable
puesto que nos manda, es lógico que los actos que exige de y se perturba con cualquier choque. Es posible descubrir en es­
nosotros no secunden las inclinaciones de nuestra naturaleza in­ te punto en qué consiste y de dónde proviene ese mal del infi­
dividual. Si la moral nos pidiese sencillamente que siguiéramos nito que atorm enta a los hombres de nuestro siglo. Para que el
a nuestra naturaleza, no tendría necesidad de m andam os con hom bre pueda imaginar ante su vista unos espacios infinitos li­
un tono imperativo. Es necesaria la autoridad para frenar, para bremente abiertos, es menester que 110 vea ya esa barrera moral

204 205
que normalmente podría detener sus miradas; es menester que trario que la omnipotencia absoluta no es más que una nueva
110 sienta ya esas tuerzas morales que definen y limitan su ho­ denominación de la suma impotencia. Imaginaos a un ser libre
rizonte. Pero si no las siente es porque esas fuerzas no tienen de toda limitación externa, a un déspota todavía más absoluto
ya su grado normal de autoridad, porque se han debilitado, por­ que los que nos describe la historia, a un tirano que no se deje
que no son ya lo que deberían ser. El sentimiento del infinito coartar ni regular por ningún poder exterior. ¿Diremos entonces
puede surgir solamente en aquellos momentos en que la dis­ que es omnipotente? Ciertamente que no, puesto que él mismo
ciplina moral ha perdido su ascendiente sobre las voluntades; no sabe resistir. Esos deseos lo dominan y lo esclavizan. El tie­
es el síntoma de esa debilidad que se verifica en las épocas en ne que soportarlos, pero no es su dueño. En una palabra, cuan­
que se ve sacudido el sistema moral que reinaba desde hacía do nuestras tendencias .son libres de toda medida, cuando no
siglos y no responde ya a las nuevas condiciones de la existen­ hay nada que las limite, se hacen tiránicas y el sujeto que las
cia humana, sin que esté aún preparado un nuevo sistema que soporta es su primer esclavo. Sabemos también el triste espec­
pueda sustituir al que desaparece. táculo que da a los demás. Las tendencias más contrarias, los
Así pues, hay que evitar considerar la disciplina a la que se caprichos más antieconómicos van arrastrando a esc pretendido
somete a los niños como un instrumento de represión, al que soberano absoluto hacia las direcciones más divergentes, hasta
solamente hay que recurrir cuando es indispensable para pre­ el punto de que la aparente omnipotencia se resuelve al final
venir la repetición de actos reprobables. La disciplina es de su­ en una verdadera y auténtica impotencia. U n déspota es como
yo un factor sui generis de la educación y en el carácter moral un niño; tiene sus debilidades y, por esa misma razón, no es
hay elementos esenciales que deben confiarse sólo a ella. Por dueño de sí. El dominio de sí es la prim era condición de todo
medio de ella, y sólo de ella, es como podemos enseñar al niño l>oder verdadero, de toda libertad digna de este nombre. Pero
a que modere sus deseos, a que limite los apetitos de toda clase, a uno 110 es dueño de sí cuando lleva dentro de él unas fuerzas
que defina y concrete los objetos de su actividad. Esa limita­ que, por definición, no pueden ser dominadas. Por esta mis­
ción es condición de felicidad y de salud moral. Es evidente ma razón los partidos políticos demasiado fuertes, los que no
que esta limitación necesaria varía según los países y las épocas tienen que vérselas con minorías suficientemente resistentes, no
y que no es la misma en las diferentes edades de la vida. A me­ pueden durar mucho tiempo, arruinados más pronto o más tar­
dida que se va desarrollando la vida mental de los hombres y de por su mismo exceso de fuerza. Efectivamente, al no haber
se va haciendo más intensa y compleja, es necesario que la es­ nada que pueda moderarlos, se dejan caer inevitablemente en
fera de la actividad moral se extienda en la misma medida. Hoy violencias extremas que llegan a desorganizarlos. Un partido
no podemos contentarnos con la facilidad de nuestros padres en demasiado poderoso se escapa incluso de sí mismo y, por tener
materia de ciencia, de arte, de bienestar. El educador que inten­ precisamente tanto poder, no es capaz de dirigirse a sí mismo.
tase restringir artificiosamente los límites iría en contra de los Las cám aras imposibles de encontrar 1 son mortales precisamen­
mismos fines de la disciplina. Pero aun cuando tenga que va­ te por esas doctrinas cuyo triunfo se empeñan en anunciar.
riar y haya que tener en cuenta estas variaciones, esto no quita Pero, se nos preguntará, ¿no es posible que nos refrenemos
que tenga que existir. Y esto es lo que, por ahora, quería dejar por nosotros mismos, con nuestro esfuerzo interior, sin que ten­
bien asentado. ga que ejercerse continuam ente sobre nosotras una presión ex­
Quizás se me pregunte si no será demasiado caro el precio terna? Ciertamente, esta capacidad de dominarse es una de las
que hay que pagar por esa felicidad. Todo límite que se asigna principales facultades que tiene que desarrollar la educación.
a nuestras facultades, ¿no es acaso una disminución de poder? Pero para aprender a resistirnos a nosotros mismos es preciso
¿No implica toda limitación una especie de sujeción? Por tan­ que sintamos esa necesidad, incluso a través de la resistencia
to, una actividad circunscrita parece que no es más que una ac­ que las cosas mismas nos oponen. Para autolimitarnos es pre­
tividad menos rica, y al mismo tiempo menos libre y menos ciso que sintamos la realidad de los límites que nos encierran.
dueña de sí.
La conclusión parece imponerse como palpable, pero en 1. R e fe re n d a histó rica a la fam o sa C h a m b re m tro u v a b le, d o n d e des­
realidad se trata sólo de una ilusión del sentido común y, si nos pu és de la re sta u ra c ió n d e 1815-1816 L uis x v m no lo g rab a e n c o n tra r u n a
detenemos a reflexionar en ella, será fácil descubrir por el con­ m ay o ría p a ra su m inisterio, d ebido al fu e rte c o n tra ste e n tre los liberales
y los «ultras».

206 207
Un ser que fuese o se considerase ilimitado, tanto de hecho
como de derecho, no soñaría en limitarse sin contradecirse, pues 11
violentaría a su propia naturaleza. L a resistencia interior puede
ser solamente un reflejo, una expresión interior de la externa. El espíritu de disciplina
Pues bien, si en lo referente a la vida física basta el ambiente
físico para frenarnos y para recordarnos que somos únicamen­ (final)
te una parte de un todo que nos rodea y nos limita, en lo que
concierne a la vida moral solamente las fuerzas morales podrán El segundo elemento de la moralidad:
tener sobre nosotros esa acción y hacernos conscientes de ello.
Ya hemos dicho de qué fuerzas se trata.
la adhesión a los grupos sociales
Llegamos pues a esta im portante consecuencia: la discipli­
na moral no sirve únicamente para la vida moral propiamente
dicha, sino que tiene una acción que se extiende más allá de
ella. De ahí se sigue que desarrolla una función considerable en
la formación del carácter y de la personalidad en general. Efec­
tivamente, lo que hay de más esencial en el. carácter es la ca­
pacidad de dominarse, esto es, esa facultad de contenerse o,
como se dice, de inhibirse, que nos consiente refrenar las pa­
siones, los deseos, los hábitos, y dictarles m ía ley. Tiene per­
sonalidad el ser capaz de poner sobre todo lo que hace su pro­
pio sello constante, a través del cual se le reconoce y se distin­
gue de todos los demás. M ientras reinen sin obstáculos las ten­
dencias, los instintos y los deseos, m ientras nuestra conducta Después de señalar en qué consiste el prim er elemento de
dependa exclusivamente de su intensidad, todo será un conti­ la moralidad, hemos investigado su función a fin de determinar
nuo capricho y unos impulsos repentinos, como ocurre con los con qué espíritu conviene inculcarlo en el niño. La moral, se
niños o con los hombres primitivos; el incesante subdividirse de ha dicho, es esencialmente disciplina. Toda disciplina tiene un
la voluntad contra sí misma, dispersándose por todos los vien­ doble objeto: realizar cierta regularidad en el comportamiento
tos de la veleidad, le impedirá a esa persona constituirse con de los individuos y, entretanto, asignarles determinados fines
aquella unidad y m antener esa perseverancia que son las con­ que delimiten su horizonte. La disciplina proporciona hábitos a
diciones primordiales de la personalidad. Es precisamente en ese la voluntad, le impone frenos; regula y contiene. Responde a
dominio de sí mismo en lo que entrena la disciplina moral. Nos todo lo que hay de regular y de permanente en las relaciones
enseña a obrar de modo distinto de como lo hacemos bajo la entre los hombres. Puesto que la vida social es siempre, en cier­
acción de los impulsos interiores, cuando dejamos que nuestra ta medida, semejante a sí misma y puesto que las mismas cir­
actividad siga espontáneamente su inclinación natural. Nos en­ cunstancias se combinan y reproducen periódicamente, es natu­
seña a obrar con esfuerzo. Efectivamente, 110 hay ninguna acción ral que ciertas maneras de obrar, que se lian revelado como más
moral que no suponga la constricción de una tendencia o de al­ relacionadas con la naturaleza de las cosas, se repitan con esa
gún apetito y la moderación de algún impulso. Al mismo tiem­ misma periodicidad. Es la relativa regularidad de las diversas
po, puesto que toda norm a tiene algo de fijo y de invariable que condiciones en que nos vemos situados lo que implica la relati­
la pone por encima de todos los caprichos individuales y pues­ va regularidad de nuestra conducta. Pero la razón de la utilidad
to que las normas morales son todavía más inmutables que las de esta limitación no parece a primera vista tan inmediatamen­
demás, aprender a obrar moralmente significa también aprender te clara. Parece como si llevase consigo una violencia en contra
a i>ortarse según ellas, según unos principios constantes, supe­ de la naturaleza humana. Lim itar al hombre, poner un obs­
riores a los impulsos y a las sugestiones fortuitas. Por tanto, es táculo a su libre expansión, ¿110 es lo mismo que impedirle ser
en la escuela del deber donde de ordinario se forma la voluntad. lo que es? Sin embargo, hemos visto que esta limitación es una

208 209
14
condición para nuestra salud moral y nuestra felicidad. El hom­ + ntir cuanto antes ai niño que, además de esos límites artificia­
bre está hecho para vivir en un determinado ambiente, limita­ l s cuya justicia ha reconocido y sigue reconociendo continua­
do, pero tan amplio como lo requiere su existencia; y el con­ mente la historia, hay otros límites basados en la naturaleza de
junto de los actos que constituyen su vida tiene la finalidad de ( u cosas, esto es, en la naturaleza de cada uno de nosotros.
adaptarlo a aquel am biente o viceversa. Por tanto, la actividad Ñ<> se trata de educar solapadamente en una resignación cual­
que el ambiente solicita de nosotros participa de esa misma de­ quiera, de adormecer sus legítimas aspiraciones, de impedir que
terminación. Vivir significa ponernos cn armonía con el mundo mire más allá de su condición presente, ya que todas esas ten­
físico que nos rodea, con el m undo social del que somos miem­ ia i ivas están cn abierto contraste con el principio mismo de
bros, pero ambos mundos, por muy extensos que puedan ser, nuestra organización social. Pero hemos de hacerle comprender
son, sin embargo, limitados. Los fines que hemos de perseguir que la forma de ser feliz consiste en proponerse objetivos cer-
normalmente son también definidos y no podemos liberarnos i anos, realizables, en relación con la naturaleza de cada uno,
de ese límite sin ponernos inmediatamente en un estado anti­ v en alcanzarlos sin que voluntad tenga que tender nerviosa y
natural. Es necesario que cn todo momento sean limitadas las •Morosamente hacia fines infinitamente lejanos y p o r tanto in-
aspiraciones y los sentimientos de toda clase. La tarea de la dis­ lt< cesibles. No se le debe ocultar las injusticias que hay en el
ciplina consiste en garantizar esa limitación. Apenas nos llegue mundo, comunes a toda época, sino hacerle sentir que la feli­
a faltar ese límite necesario, apenas las fuerzas morales que cidad no aum enta sin límites con el poder, con el saber o con
nos rodean no estén ya en disposición de contener y moderar Im riqueza, sino que puede encontrarla en condiciones muy dis-
esos deseos, la actividad hum ana sin encauzar se perderá en el iintas, que cada uno tiene sus propios tormentos lo mismo que
vacío, cuya nada se oculta a sus propios ojos calificándola con m i s propias alegrías y que lo esencial está en encontrarle a la
el nom bre engañoso de infinito. actividad un fin que esté cn armonía con nuestras facultades
Por eso la disciplina resulta útil, no solamente para los in­ v nos consienta realizar nuestra naturaleza sin empeñarnos en
tereses de la sociedad, ni com o medio indispensable sin el cual forzarla de alguna m anera o en empujarla violenta y artificiosa­
es imposible conseguir una regular cooperación, sino para el mente fuera de sus límites normales. He aquí un complejo de
interés mismo del individuo. Gracias a ella es como aprendemos hábitos mentales que la escuela tiene que hacer que contraiga
esa moderación de los deseos sin la que el hombre sería un el niño, no ya para que sirva a tal o a cual régimen, sino por­
desgraciado. Contribuye por consiguiente, en amplia medida, a que son sanos y porque tendrían la más benéfica influencia en
formar todo lo que hay de más esencial en cada uno de nos­ la felicidad general. Las fuerzas morales, además, protegen de
otros: nuestra personalidad. Esta facultad de frenar nuestros las fuerzas brutales y no inteligentes y recomendamos una vez
impulsos, de resistimos a nosotros mismos, que vamos adqui­ más que no se vea en este gusto por la moderación la más mí­
riendo en la escuela de la disciplina moral, es una condición in­ nima tendencia al inmovilismo. Caminar hacia una meta pre­
dispensable para que surja la voluntad reflexiva y personal. luis cisa que sustituya a otra m eta precisa significa ir hacia adelan­
reglas, al enseñarnos la moderación, el dominio de nosotros misa­ te de una forma ininterrumpida, sin estar quietos jamás. N o se
mos, son un instrumento de expansión y de libertad. Hay que trata, por consiguiente, de saber si debemos o no debemos ca­
añadir además que, precisamente cn unas sociedades democrá­ minar, sino de ver a qué paso hemos de hacerlo y de qué manera.
ticas como la nuestra, es indispensable enseñarle al niño esta Se llega entonces a justificar racionalmente la utilidad de la
saludable moderación, porque al haber caído en parte aquellas disciplina de la misma form a que las morales más conocidas.
barreras convencionales que en las sociedades organizadas sobre Lo que pasa es que hay que observar cómo el concepto que nos
otras báses reprimían violentamente los deseos y las ambicio­ forjamos de su función es bastante distinto del que fue propues­
nes, no queda en pie más que la disciplina moral como capaz de to por algunos de sus apologistas más prestigiosos. Efectivamen­
ejercer esa acción reguladora indispensable para el hombre. te, ha sucedido con frecuencia que, para dem ostrar los benefi­
Puesto que en principio todas las carreras están abiertas a todos, cios morales de la disciplina, se han fundado algunos en el mis­
el deseo de elevarse se ve más fácilmente expuesto a sobre­ mo principio que he combatido y que invocan aquellos mismos
excitarse y a perder el control hasta el punto de no reconocer que reconocen cn la disciplina un mal necesario, pero deseable.
ya límite alguno. Por tanto, es menester que la educación haga Como Bentham y los utilitaristas, se considera entonces evidente

210 211
que la disciplina es una violencia infligida a la naturaleza, pero .Ii | bienestar y del arte, pretenden prohibimos superar el
en vez d e sacar de aquí la conclusión de que esa violencia es ■kitiin en que se habían detenido nuestros padres y en el que a
nociva, por estar en contra de la naturaleza, se la considera sa­ V ftr. ellos mismos se empeñan en encerrarnos. El límite normal
ludable porque la naturaleza es mala. Según este punto de vista M i i*n un perpetuo devenir y cualquier doctrina que en nombre
la naturaleza es materia, carne, fuente de mal y de pecado, y no I j t los principios absolutos pretendiese fijarlo una vez para siem-
se le ha dado al hom bre para que la desarrolle, sino para que n de una m anera inm utable acabaría m ás pronto o más tarde
triunfe sobre ella, para que la venza y la obligue a callar. Es lllocimdo contra la fuerza de las cosas. N o solamente cambia
únicamente para el hombre la ocasión de una lucha gloriosa, de pj . onienido de la disciplina, sino que cambia también la ma­
un esfuerzo magnánimo contra sí mismo. La disciplina es el l i c i a de inculcarla. No solamente varía la esfera de acción del
instrum ento por excelencia d e esta victoria. Tal es la concep­ hombre, sino que las fuerzas que nos arrastran no son ni mu-
ción ascética de la disciplina que propugnan algunas religiones. i'lm menos las mismas en los diversos períodos históricos. En
Muy distinto es el concepto que de ella os he propuesto. Si ad­ Inn sociedades inferiores en donde la organización social es bas­
mitimos la utilidad de la disciplina, es porque nos parece que in nir simple, la moral tiene el mismo carácter y por tanto no es
la requiere la misma naturaleza, como medio a través del cual At ^osario ni posible que el espíritu de disciplina sea muy ilu­
se realiza la naturaleza normalmente, y no como medio para minado. La misma simplicidad de las prácticas morales hace
reducirla o destruirla. El hombre, como todo lo que existe, es tone asuma fácilmente la forma del automatismo, pero en esas
limitado, es parte de un todo: físicamente es parte del universo, condiciones el automatismo está privado de inconvenientes, ya
moralmcnte es parte de la sociedad. No puede, por tanto, sin iino al ser siempre la vida social semejante a sí misma o poco
contradecir a su naturaleza, intentar liberarse de los límites que diversa de unos puntos a otros o de un momento a otro, la
se le imponen por todas partes. En efecto, es precisamente su • ".tim ibre y la tradición no razonada son suficientes para todo.
cualidad de parte la que resulta en él fundamental. Decir de él Además tienen un prestigio y una autoridad que no dan paso al
que es una persona significa afirmar que es distinto de todo lo ru/A>na miento o al examen. V al contrario, cuanto más comple-
que no es él y la distinción implica la limitación. Por eso, si la )ns se van haciendo las sociedades, más difícil le resulta a la
disciplina es para nosotros saludable, no es porque miremos con moral funcionar con mecanismos puramente automáticos. Las
malos ojos a la naturaleza y a sus obras, o porque descubramos circunstancias no son siempre las mismas y las normas morales
en ella una diabólica maquinación que desbaratar, sino porque i< quieren por ello una aplicación inteligente. La naturaleza de
la naturaleza hum ana sólo puede ser ella misma disciplinándola. la sociedad está en perpetua evolución. Es preciso que la moral
Si juzgamos indispensable que las tendencias personales se man­ misma sea lo suficientemente flexible para que se pueda trans­
tengan dentro de ciertos límites, no es porque nos parezcan formar a medida que vaya siendo necesario. Pero es menester
deletéreas, ni porque les neguemos todo derecho a verse satis­ que no se la inculque de tal form a que llegue a encontrarse si­
fechas, sino más bien porque sólo obtienen precisamente enton­ tuada por encima de la crítica y de la reflexión, que son los
ces su justa satisfacción. De aquí se deriva como primera con­ agentes por excelencia de toda transformación. Es menester que
secuencia práctica que no todo ascetismo es bueno de suyo. los individuos, aunque se conformen a ella, se den cuenta de lo
De esta inicial diferencia entre dos concepciones se deducen que hacen y que su respeto no llegue hasta el punto de enca­
otras no menos importantes: si la disciplina es un medio para denar por completo a la inteligencia. Por el hecho de que se
realizar la naturaleza hum ana, tendrá que cambiar también con «rea necesaria la disciplina, 110 se sigue que tenga que ser ciega
la naturaleza del hombre que, como es claro, varía con los tiem­ y envilecedora. Es necesario que las reglas morales estén in­
pos. (?on el avanzar de la historia, por efecto de la misma civi­ vestidas de aquella autoridad sin la cual serían ineficaces, pero
lización, la naturaleza hum ana se va enriqueciendo, se van in­ a partir d e un determ inado momento histórico esa autoridad no
tensificando sus energías y se muestran más ansiosas de activi­ tiene por qué librarlas de la discusión y convertirlas en ídolos
dad. Por eso es normal que se amplíe la esfera de la actividad hacia quienes los hom bres no se atrevan a levantar su mirada.
individual y que se vayan alejando cada vez más los límites del Tendremos que ver más adelante cómo es posible satisfacer a
horizonte intelectual, moral y efectivo. De ahí la vanidad de estas dos exigencias aparentem ente tan contradictorias; por aho­
aquellos sistemas que, tanto en el sector de la ciencia como en ra nos limitamos a señalarlas.

212
La consideración que acabamos de hacer nos lleva a exa­ on esas mismas normas las que en virtud de la autoridad y de
minar una objeción que quizás se os haya presentado. Hemos lu fuerza que están contenidas en ellas nos protegen contra las
dicho que los irregulares y los indisciplinados son seres moral­ fuerzas inmorales o amorales que nos asaltan p or todas partes.
mente incompletos. Sin embargo, ¿no tienen acaso una función I ' ¡os de excluirse entre sí como términos antitéticos, la liber-
moralmente útil en la sociedad? ¿No era acaso Cristo un irre­ tiul no es posible sin la norma. Por otro lado, tampoco hay que
gular, lo mismo que Sócrates y tantos otros personajes cuyos aceptar la norm a únicam ente por resignación y docilidad, sino
nombres van unidos a las grandes revoluciones por las que pasó que hay que amarla. Es ésta una verdad que era preciso re-
la humanidad? Si hubieran tenido un excesivo sentido de respeto >ordar actualmente y sobre la que nunca llamaremos bastante
por las normas morales vigentes en su tiempo, no se habrían de­ la atención pública. La verdad es que estamos viviendo en una
dicado a reformarlas. No cabe duda de que para atreverse a sa­ de esas épocas revolucionarias y críticas en las que, al haberse
cudir el yugo de la disciplina tradicional es preciso no sentir debilitado la autoridad de la disciplina tradicional, pueda fácil­
demasiado fuertemente la autoridad. Pero ante todo, del hecho mente adquirir energías el espíritu anárquico, del que brotan
de que en circunstancias críticas y anormales se debilite el sen­ < s ;ls aspiraciones que. de forma consciente o inconsciente, se

tido de la regla y el espíritu de disciplina, no se sigue que ese rncuentran hoy no solamente en la secta que lleva ese nombre,
debilitamiento sea normal. Está bien guardarse de confundir dos sino en otras doctrinas diversas y hasta en ciertos aspectos con­
sentimientos tan distintos como son la necesidad de sustituir una trarias, pero que se aúnan en su común antipatía frente a todo
reglamentación ya superada por otra nueva y la intolerancia fren­ lo que sepa a reglamentación.
te a toda reglamentación o el horror ante cualquier tipo de disci­ De este modo hemos determinado cuál es el primer elemen­
plina. En determinadas circunstancias el primero de estos senti­ to de la moralidad y hemos señalado su tarca. Pero este elemen­
mientos es sano y fecundo; el segundo es siempre anormal, en to expresa únicamente aquello que tiene de más formal la vida
cuanto que nos incita a vivir fuera de las condiciones fundamen­ moral. Hemos comprobado que la moral consiste en un cuerpo
tales de vida. En realidad lia sucedido muchas veces que en los de normas que nos obligan y hemos analizado el concepto de
grandes revolucionarios del orden moral la necesidad legítima de norma tal como se expresaba, sin preocuparnos de saber cuál
novedad ha degenerado en tendencias anárquicas. Al chocar do­ es la naturaleza de los actos que se nos prescriben de ese modo.
lorosamente con las reglas que estaban en uso en sus tiempos, I a hemos estudiado como una forma vacía a través de una le­
arremetían no ya contra alguna que otra forma particular y pasa­ gítima abstracción. Pero en realidad tiene un contenido que po­
jera de la disciplina moral, sino contra el principio mismo de see. como fácilmente puede preverse, un valor moral. Los pre­
disciplina. Pero eso fue precisamente lo que hizo caduca a su ceptos morales nos prescriben unos actos determ inados y puesto
obra, lo que hizo estériles a tantas revoluciones o. por lo menos, que todos ellos son actos morales, puesto que pertenecen a un
lo que produjo resultados inadecuados a los esfuerzos que se mismo género, puesto que en otras palabras son de una misma
habían realizado. Precisamente en el momento en que sentimos naturaleza, esos preceptos tienen que presentar ciertos caracteres
que nos vamos sublevando en contra de ellas, hemos de tener en común. Esos caracteres comunes constituyen también otros
presente que no es posible prescindir de su ayuda, ya que sola­ elementos esenciales de la moralidad, ya que se encuentran en
mente con esa condición es com o nuestra obra podrá ser posi­ toda acción moral y, por consiguiente, hemos de intentar aferrar-
tiva. P o r consiguiente, la excepción que parecía estar en contra­ los. U na vez conocidos, habremos determ inado al mismo tiempo
dicción con este principio es lo que realmente la confirma. o tra de las disposiciones fundamentales del temperam ento moral,
En resumen, las teorías que ensalzan los beneficios de la li­ esto es, la que impulsa al hom bre a realizar los actos que corres­
b ertad'sin regla alguna hacen la apología de un estado patoló­ ponden a esta definición. De esta manera queda asignado un
gico. En contra de las apariencias, podemos decir que las pa­ ulterior objetivo a la acción del educador.
labras libertad y no-reglamentación chocan entre sí cuando las Para resolver este problema procederemos del mismo mo­
juntamos, ya que la libertad es fruto de la reglamentación y es­ do que cuando determinamos el primer elemento de la morali­
tá bajo su acción. Con el uso d e las norm as morales es como dad. E n prim er lugar no nos preguntaremos lo que tiene que
se adquiere el poder de dominarse y de regularse o, lo que es lo ser el contenido de la moral, lo mismo que tampoco nos pre­
mismo, la única y verdadera realidad de la libertad. Además, guntamos cuál tenía que ser a priori su forma. No buscaremos

214 215
qué es lo que tienen que ser los actos morales para merecer '•i, sino para hacer que vivan otros seres distintos de nosotros.
este apelativo, partiendo de un concepto de moralidad fijado de I I lin que se persigue es impersonal. Podría parecer que estoy
antemano, no se sabe cómo, antes de toda observación. Al con­ hablando en contra de la concepción corriente según la cual
trario, observaremos cuáles son los actos a los que de hecho la p| hombre tiene el deber de vivir, pero lo que afirmo es que él
conciencia moral atribuye generalmente esta cualificación. ¿Cuá­ lin cumple con un deber por el mero hecho de vivir, sino porque
les son entonces los modos de obrar que de ella aprueba y qué In vida es para él un medio de alcanzar un fin que lo supera.
caracteres presentan? N o hemos de formar al niño con vistas a No hay nada de moral en el vivir por vivir.
una moral inexistente, sino con vistas a una moral que existe listo mismo puede decirse también cuando lo que nos pre-
o que tiende a ser de una manera determinada. E n todo caso, ih upa es, no ya el conservam os, sino el acrecentar y desarro­
es de aquí de donde debemos partir. llar nuestro ser. siempre que ese desarrollo sirva únicamente
Los actos humanos se distinguen entre sí en virtud de los II na nosotros mismos, para nuestro propio provecho. E fh o m -
fines que se proponen como objeto. Pues bien, los fines que Im.' que se esfuerza en cultivar su propia inteligencia, en afinar
persiguen los hombres pueden clasificarse cn dos categorías: los mis facultades estéticas, por ejemplo, con la única finalidad de
que se refieren al propio individuo que los persigue y solamente loner éxito o simplemente por el gozo de sentirse más com­
a él, a los que llamaremos personales, y los que se refieren a pleto, más rico en conocimientos o emociones, para gozar el
otra cosa distinta del individuo agente y que recibirán el nom bre solitario placer del espectáculo que se ofrece a sí mismo, no
de impersonales. Es fácil descubrir cómo esta última categoría despierta en nosotros ninguna emoción propiamente moral. P o­
comprende un gran número de especies diversas según que los demos admirarlo lo mismo que admiramos una obra de arte,
fines perseguidos por el agente guarden relación con otros in­ poro de ese esfuerzo suyo en perseguir únicamente fines perso­
dividuos, con ciertos grupos o con cosas. De momento no es nales, sean los que fueren, no decimos que es el cumplimiento
necesario que nos detengamos en estos detalles. de un deber. Ni la ciencia ni el arte tienen una virtud moral
Una vez propuesta esta amplia distinción, veamos si los ac­ Intrínseca, capaz de comunicarse ipso facto al sujeto qué las
tos que persiguen unos fines personales son capaces de recibir |H)see. Todo consiste cn el uso que se haga de ello o se quiera
la cualificación de morales. hacer. Cuando, por ejemplo, buscamos la ciencia para poder
Los fines personales son también de dos tipos: o bascamos disminuir los sufrimientos humanos, entonces ese acto es rno-
pura y sencillamente conservar nuestra vida, m antener nuestro ralmente laudable ante el consentimiento universal. Pero no es
ser, ponerlo a cubierto de todas las causas de destrucción que lo mismo cuando la buscamos con vistas a una satisfacción
puedan amenazarlo, o bien intentamos desarrollarlo y acrecen­ personal.
tarlo. Los actos que realizamos teniendo com o único objetivo Así pues, podemos considerar como adquirido un primer
el mantenernos en vida pueden perfectamente no ser reproba­ resultado: los actos de cualquier clase que persiguen fines ex­
bles, pero no cabe duda de que ante la conciencia pública esos clusivamente personales del agente están privados del valor m o­
actos están desprovistos de todo valor moral. Esto es, son moral- ral. Es verdad que, según los utilitaristas, la conciencia moral
mente neutros. N o decimas que tiene un comportamiento moral se engaña cuando juzga de este modo el comportamiento hum a­
el que sólo se preocupa de estar bien y de practicar una buena no. A su juicio los fines egoístas son los fines recomendables por
higiene con vistas a vivir más tiempo. Juzgamos que esa con­ excelencia. N o tenemos por qué preocupam os cn esta cátedra
ducta es sabia y prudente, pero no se nos ocurre pensar que de la forma con que esos teóricos aprecian la moral que prac­
a ese género de vida se le pueda aplicar una calificación moral. tican efectivamente los hombres; la moral que deseamos cono­
Es que c^tá fuera de la moral. Pero la cosa es ciertamente dis­ cer es la que entienden y practican todos los pueblos civiliza­
tinta cuando cuidamos nuestra vida no sólo para conservarla y dos. Planteado en estos términos el problema resulta fácil de
para gozar de ella sino, por ejemplo, para conservarnos en be­ resolver. Nunca jamás hasta hoy ha existido un pueblo que haya
neficio de nuestra familia porque sentimos que nos necesita. considerado como moral un acto egoísta, que mirase solamente
Nuestro acto es considerado entonces unánimemente como mo­ al interés individual del que lo realizaba. Por tanto, podemos
ral; pero en ese caso no es ya una finalidad personal lo que bus­ concluir que los actos prescritos por las normas morales pre­
camos, sino el interés de nuestra familia. N o obramos para vi-

216 2 /7
sentan todos ellos el carácter común de perseguir unos fines ixxlrá tenerlo. Una suma de ceros es y puede ser igual sola­
impersonales. mente a cero. Si un interés particular, mío o de otro, es amoral,
Pero ¿qué es lo que se entiende con este término? ¿Quiere varios intereses particulares serán también amorales.
decir quizás que para obrar m oralmente basta con buscar, no De este modo la acción moral es aquella que persigue fines
ya nuestro fin personal, sino el interés personal de otro indi­ impersonales. Pero los lines impersonales del acto moral no
viduo? En ese caso, vigilar la propia salud o la propia instruc­ pueden ser ni los de un individuo distinto del agente ni los de
ción no tendría ningún valor moral, y ese mismo acto cambia­ varios individuos; por consiguiente, tienen que concernir nece­
ría de naturaleza cuando se hiciese por la salud de un seme­ sariamente a algo que sea distinto del individuo o, lo que es lo
jante, por su felicidad o su instrucción. Pero sem ejante inter­ mismo, tienen que ser superindividuales.
pretación de la conducta es ilógica y resulta una contradicción Pues bien, fuera de los individuos no quedan más que los
in terminis. ¿Por qué aquello que no tiene valor moral para raí grupos formados por individuos, esto es, la sociedad. Por consi­
lo tendría si fuera para los otros? ¿Por qué la salud y la inte­ guiente, son fines morales aquellos que tienen por objeto a una
ligencia de un ser que es por hipótesis mi semejante (no pen­ sociedad. Obrar moralmente significa obrar con vistas a un in­
samos en el caso de una flagrante desigualdad) van a ser más terés colectivo; ésta es la conclusión que se impone después de
sagradas que mi propia salud y mi propia inteligencia? La ine­ las precedentes eliminaciones sucesivas. En efecto, es evidente
dia de los hombres está más o menos por el mismo nivel, sus que el acto moral tiene que servir a algún ser sensible y vivien­
personalidades son semejantes, iguales y — por así decirlo— te y, más en concreto, a un ser dotado de conciencia. Las re­
intercambiables. Si un acto dedicado a conservar mi personali­ laciones morales son relaciones entre conciencias, pero fuera
dad o a desarrollarla es amoral, ¿por qué no lo va a ser tam ­ y por encima de mi ser consciente, fuera y por encima de esos
bién un acto idéntico, pero que tiene por objeto a la personali­ seres conscientes que son los demás individuos humanos, no
dad de otro? ¿Por qué una personalidad va a tener más valor existe más que el ser consciente sociedad. Con esto me refiero
que otra? Como observaba Spencer, semejante moral solamente a todo lo que sea grupo humano, la familia o la patria o la hu­
puede aplicarse con la condición de que no sea aplicada por manidad, al menos en la medida en que se ha realizado. T en­
todos. Efectivamente, suponed una sociedad en la que cada uno dremos que estudiar a continuación si no habrá entre estas di­
estuviera dispuesto a renunciar a .sí mismo en favor de su veci­ versas sociedades alguna jerarquía y si entre los fines colectivos
no; por esa misma razón a ninguno le gustaría aceptar la re­ no habrá unos más eminentes que otros. De momento me limi­
nuncia de los demás y de esa forma la renuncia se haría impo­ taré a plantear el principio según el cual el campo de la moral
sible, al ser general. A fin de que pueda practicarse la caridad comienza donde comienza el campo social.
es necesario que alguno acepte no hacerla o no esté en dispo­ Pero para comprender el alcance de esta afirmación capital,
sición de hacerla. Es una virtud reservada a unos pocos, mien­ es preciso darse cuenta perfectamente de lo que es una socie­
tras que la moral es por definición común a todos, accesible a dad. Si seguimos una concepción que durante largos años fue
todos. Por consiguiente, no se puede descubrir en el sacrificio considerada como clásica y que todavía está bastante difundida,
y en la abnegación interindividual el típico acto moral. Los ca­ veremos en la sociedad únicamente una suma de individuos y
racteres esenciales que estamos buscando tienen que encontrar­ volveremos a caer en la anterior dificultad sin poder escaparnos
se en otra parte. de ella. Si el interés individual no tiene valor en mí, tampoco
¿Los encontraremos quizás en el acto que tiene por objeto, lo tendrá en mis semejantes, sea cual fuera su número; por eso,
no ya el interés de un sujeto distinto del agente, sino el interés si el interés colectivo es solamente la suma de intereses indivi­
de varias personas, afirmando entonces que los fines imperso­ duales, será igualmente amoral. A fin de que la sociedad pueda
nales que pueden conferirle a un acto un carácter moral son los ser considerada como el fin normal de la conducta moral, es
fines personales de varios individuos? En ese caso, yo obraría preciso que sea posible descubrir en ella algo distinto de una
moralmentc, no cuando obro por mí mismo, sino cuando obro suma de individuos; es preciso que ella constituya un ser sui
por un número determinado de mis semejantes. ¿Cómo puede generis con naturaleza especial y distinta de la de sus miem­
ser esto posible? Si cada uno de los individuos tomado en sí bros y una personalidad propia distinta de las personalidades
mismo no tiene valor moral, la sum a de individuos tampoco individuales. En una palabra, es necesario que haya un ser so­

218
cial en toda la intensidad de la palabra. Con esta condición, y gunos elementos, en vez de permanecer aislados, se asocien en­
solamente con ella, podrá la sociedad desarrollar aquella fun­ tre sí y, una vez puestos en relación, obren y reaccionen unos
ción moral que no puede satisfacer el individuo. De esta ma­ sobre otros, es natural que de tales acciones y reacciones, pro­
nera viene a confirmarse con consideraciones prácticas aquella ducto directo de la asociación, y que 110 se verificaban antes de
concepción de la sociedad como ser distinto de los individuos que ésta tuviera lugar, se liberan fenómenos enteramente nue­
que la componen y que la sociología dem uestra con razones de vos que antes 110 existían. Aplicando esta observación general
orden teórico. De esta misma manera podría ex p licare el axio­ al hombre y a la sociedad podremos decir entonces: puesto que
ma fundamental de la conciencia moral. En efecto, este axioma los hombres viven juntos y 110 separados, las conciencias indivi­
prescribe que el hombre actúa moralmente sólo cuando busca duales actúan las unas sobre las otras y, como consecuencia
fines superiores a los individuos, cuando se pone al servicio de de las relaciones que entonces se establecen, aparecen ideas y
un ser superior a él y a todos los demás individuos. Pues bien, sentimientos que no se habrían producido jamás en las concien­
desde el momento en que nos prohibimos toda clase de recur­ cias aisladas. Todos saben muy bien cómo en medio de una
so a nociones teológicas, sobre el individuo no existe más que turba o en una asamblea explotan emociones y pasiones total­
un solo ser moral empíricamente observable: aquel que forman mente distintas de las que los individuos así agrupados y reu­
los individuos al asociarse, esto es, la sociedad. Es preciso ele­ nidos habrían experimentado si esos mismos acontecimientos le
gir y, a menos que el sistema de ideas morales no sea el pro­ hubieran ocurrido a cada uno de eLlos por separado, en vez de
ducto de una alucinación colectiva, el ser con el que la moral ocurrirles a todos juntos. Las cosas se presentan entonces bajo
liga nuestras voluntades y que se constituye como sujeto prin­ un aspecto muy distinto y se sienten de otro modo. Esto sig­
cipal de la conducta, tiene que ser divino o social. Si descarta­ nifica que los grupos humanos tienen un modo de pensar, de
mos como no científica la primera hipótesis sólo nos queda la sentir y de vivir distinto del que tienen sus núembros cuando
segunda que, como veremos, es suficiente para todas nuestras ne­ piensan, sienten y viven aisladamente; y esto habrá que aplicar­
cesidades y aspiraciones y contiene por otra parte, a excepción lo a fortiori a las sociedades, que son turbas permanentes y or­
del símbolo, toda la realidad de la primera. ganizadas.
Pero, se nos dirá, puesto que la sociedad está hecha sola­ 1-Iay un hecho, entre otros muchos, que hace bastante sen­
mente de individuos, ¿cómo puede tener una naturaleza distinta sible esta heterogeneidad de la sociedad y del individuo; es la
de la de los individuos que la componen? Es éste un argumento manera con que la personalidad colectiva sobrevive a la de sus
de sentido común que ha detenido durante muchos años y sigue miembros. Las primeras generaciones son sustituidas por gene­
deteniendo todavía el impulso de la sociología y el progreso de raciones nuevas; sin embargo, la sociedad mantiene su propia
la moral laica, solidarias entre sí, a pesar de no merecer tanto fisonomía y su propio carácter. E ntre la Francia de hoy y la
honor. Efectivamente, la experiencia nos demuestra de mil m a­ del pasado hay ciertamente diferencias, pero son solamente, por
neras que una combinación de elementos presenta propieda­ así decirlo, diferencias de edad. Es verdad que hemos enveje­
des nuevas que ninguno de sus elementos posee aisladamente. cido, que los rasgos de nuestra fisionomía colectiva se han mo­
Por tanto, la combinación es una cosa nueva respecto a las par­ dificado lógicamente, lo mismo que se modifican los de nuestra
tes que la componen. Combinando y asociando al cobre con el fisonomía individual con el correr de los años; sin embargo, en­
estaño, cuerpos esencialmente dúctiles y flexibles, se obtiene el tre la Francia actual y la Francia medieval existe una identi­
bronce, que es un cuerpo nuevo que goza de una propiedad dad personal que a nadie se le ocurriría negar. Y mientras las
muy distinta, la dureza. Una célula viva está compuesta exclu- generaciones de individuos sucedían a otras generaciones, por
sivamentó de moléculas minerales no vivientes. Pero por el me­ encima del flujo perpetuo de las personalidades individuales,
ro hecho de su combinación liberan las propiedades caracterís­ había algo que persistía, la sociedad con su propia conciencia,
ticas de la vida, la capacidad de alimentarse y de reproducirse con su propio temperamento. Y lo que afirmo de la sociedad
que el mineral no posee ni siquiera en estado embrionario. Por política en su conjunto en relación con los ciudadanos, puede
consiguiente, es un hecho constante el que un todo puede ser repetirse de cada grupo secundario respecto a sus miembros. La
una cosa distinta de la suma de sus partes, y en esto no hay población de París se renueva continuamente, afluyen incesan­
nada que pueda sorprendemos. Por el mero hecho de que al­ tem ente a ella nuevos elementos. Entre los parisinos de hoy hay

220
muy pocos que desciendan de los parisinos de comienzos de
siglo; a pesar de ello, la vida social de París presenta actual­
mente los mismos caracteres esenciales de hace cien años, qui­
12
zás incluso más acentuados. Se tiene la misma inclinación a La adhesión a los grupos sociales
los delitos, a los suicidios, al matrimonio, la misma debilidad
respecto a la natalidad, las proporciones entre las divcisas es­ (continuación)
calas de edad son análogas. Por consiguiente, es el acto propio
del grupo lo que impone estas semejanzas a los individuos que
forman parte de él. Esto es la prueba m ejor de que el grupo
es una cosa distinta del individuo.

Ya hemos empezado a determ inar el segundo elemento de


la moralidad, que consiste en la adhesión a un grupo social, del
<|ue forma parte el individuo. Dentro de poco nos preguntare­
mos si, entre los diversos grupos sociales a que pertenecemos,
existe o no una jerarquía, si sirven todos ellos en el mismo gra­
do com o fin al comportamiento moral. Pero antes de afrontar
t ste problema especial era necesario establecer el principio ge­
neral según el cual el campo de la vida verdaderamente moral
empieza donde se inicia el campo de la vida colectiva o, en
otras palabras, que somos seres morales únicamente en la me­
dida en que somos seres sociales.
Para dem ostrar esta afirmación fundamental me he basado
cn un hecho de experiencia que cada uno puede verificar en
sí mismo, o en otros, o incluso en el estudio de las morales his­
tóricas, esto es, que nunca, ni en el presente ni en el pasado,
la humanidad ha atribuido un valor moral a unos actos que no
tuvieran otro objeto más que el interés personal del agente. No
cabe duda de que la conducta moral se ha concebido siempre
com o productora necesaria de consecuencias útiles para algún
ser vivo y consciente, cuya felicidad aum enta y cuyos sufrimien­
tos disminuye. Pero no existe ninguna sociedad en la que se
haya admitido que el ser a cuyos intereses servía fuera el indi­
viduo mismo que obrara. El egoísmo siempre se ha visto uni-

223
versalmente clasificado entre los sentimientos amorales. Pues dividuo, tenemos finalmente algo que lo supera sin tener que
bien, esta comprobación tan elemental está llena de consecuen­ salir del campo de la experiencia.
cias. Efectivamente, si el interés individual está en mí privado Sin embargo, esta prim era condición 110 es todavía suficien­
de valor, es evidente que tampoco lo podrá tener en los demás. te para hacernos com prender cómo la sociedad puede tener el p a­
Si mi individualidad no es digna de ser el fin de la conducta pel que le hemos atribuido. Es necesario además que el hombre
moral, ¿por qué va a ser distinto con la individualidad de mis tenga un interés al que referirse. Si ella fuese simplemente dis­
semejantes que 110 es ni mucho menos superior a la mía? De tinta del individuo, si fuera distinta de nosotros hasta el punto
esto se deduce que, si existe una moral, esa moral tiene que in­ de sernos extraña, 110 podía explicarse esa adhesión, puesto que
teresar necesariamente al hom bre en unos fines que superen la solamente sería posible en la medida en que el hombre renun­
esfera de los intereses individuales. Dicho esto, sólo faltaba por ciase de algún modo a su propia naturaleza para convertirse
buscar cuáles eran esos fines superindividuales y en qué con­ en una cosa diferente de sí mismo. Efectivamente, la adhesión
sistían. a un ser supone siempre en cierto modo confundirse con él,
Hemos visto con plena evidencia que fuera del individuo formar una sola cosa con él, estar incluso dispuesto a sus­
existe solamente un ser psíquico, un solo ser moral empírica­ tituirle siempre que la adhesión exigiese ese sacrificio. Pero ¿esa
mente observable en el que nuestra voluntad pueda interesarse: renuncia de sí mismo no resulta acaso incomprensible? ¿Por qué
la sociedad. (Juicamente la sociedad puede servir de objetivo a vamos a subordinam os hasta ese punto a un ser del que somos
la actividad moral; pero es menester que cumpla antes ciertas radicalmente distintos? Si la sociedad está sobre nosotros sin
condiciones. En primer lugar es indispensable que no se reduz­ que haya ningún vínculo carnal que la una a nosotros, ¿por qué
ca a una simple colección de individuos, ya que si el interés tendremos que escogerla como objetivo de nuestra conducta,
de cada individuo tomado en sí mismo está privado de todo ca­ prefiriéndola a nosotros mismos? ¿Quizás porque tiene un valor
rácter moral, la suma de todos esos intereses, por muy num ero­ más eminente, porque es más rica en elementos variados, más
sos que sean, tampoco podrían tenerlo. A fin de que pueda de­ altamente organizada, porque, en una palabra, tiene más vida
sempeñar ante la moral un papel que el individuo no puede re­ y más realidad de cuanto puede tener nuestra individualidad,
presentar, es necesario que la sociedad tenga una propia natu­ siempre mediocre respecto a una personalidad tan vasta y tan
raleza, una personalidad distinta de la de sus miembros; ya he­ compleja? Pero ¿por qué esta organización más alta debería
mos visto cómo la sociedad satisface todas estas exigencias. Lo interesarnos, si no es nuestra hasta cierto punto? Y si 110 nos
mismo que la célula viva es una cosa distinta de la simple suma interesa, ¿por qué vamos a hacer de ella la finalidad de nuestros
de las moléculas no vivientes que la componen, lo mismo que esfuerzos? Se dirá quizás — y se ha dicho realmente— que la
el organismo es una cosa distinta de la suma de todas sus cé­ sociedad es necesariamente útil al individuo en razón de los
lulas, así también la sociedad es un ser psíquico que tiene una servicios que le rinde y que p or ese título tiene interés en que­
m anera propia de pensar, de sentir, de obrar, distinta de la de rerla. Pero entonces volvemos a caer en aquel concepto que
los individuos que la componen. Hay un hecho en particular habíamos abandonado, porque estaba en contradicción con la
que hace muy sensible este carácter específico de la sociedad, conciencia moral de todos los pueblos. Es el interés individual
a saber, el modo con que la sociedad colectiva se conserva y el que volvería entonces a ser considerado como el fin moral
continúa idéntica a sí misma a pesar de los continuos cambios por excelencia, mientras que la sociedad no sería ya más que
que se verifican en la m asa de las personalidades individuales. un medio para alcanzar ese fin. Para seguir siendo consecuen­
Así cojmo la fisonomía física y moral del individuo permanece tes con nosotros mismos y con los hechos, si deseamos mante­
la misriia en sus rasgos esenciales a pesar de que en un tiempo ner este principio formal de la conciencia común, que se niega
muy breve se renuevan por completo todas las células que cons­ a declarar morales los actos directa o indirectamente egoístas,
tituyen la m ateria del organismo, también la fisonomía colec­ es preciso que la sociedad sea deseada en sí y por sí misma, y
tiva de la sociedad permanece sem ejante a sí misma, exceptuan­ 110 únicam ente en la medida en que sirve al individuo. Pero
do las diferencias secundarias que corresponden a la edad, a ¿cómo va a ser esto posible? Nos encontramos así frente a una
pesar de la renovación incesante de las generaciones. De este dificultad totalmente análoga a la que ya vimos cuando trata­
modo, si concebimos a la sociedad como un ser distinto del in­ mos del prim er elemento de la moralidad. Com o disciplina, la

224 225
15
moral nos pareció entonces que implicaba una limitación a la I-iiiilotismo, hacen callar las preocupaciones privadas; la ima-
naturaleza hum ana y, por otra paite, podía parecer en un pri­ ít* n de la patria am enazada asume en las conciencias un lugar
mer examen que esa limitación era contraria a la naturaleza. »|ii<- 110 ocupa en tiempos de paz, y por tanto, los vínculos que
Ahora, los fines que nos asigna la moral nos imponen una ab­ üih ii al individuo con la sociedad se refuerzan, reforzando al
negación que a primera vista nos parece que tiene el efecto de mismo tiempo los vínculos que lo unen a la existencia, y los
sumergir a la personalidad hum ana en una personalidad dife­ hludios disminuyen. Además, cuanto más coherentes son las
rente. Y esta apariencia se ve reforzada todavía por esos viejos M.inunidades religiosas, más fuertemente ligados se sienten sus
hábitos mentales que contraponen a la sociedad y al individuo miembros y mejor protegidos están contra la idea del suicidio.
como términos Contrarios y antagónicos, que sólo pueden des­ I ¿is minorías confesionales están siempre más fuertem ente con-
arrollarse uno con detrimento del otro. • Miradas sobre sí mismas, precisamente en razón de las opo-
Sin embargo, una vez m ás se trata de apariencias. N o cabe ii iones contra las que tienen que luchar. U na iglesia cuenta
duda de que el individuo y la sociedad son seres de naturaleza . on muchos menos suicidas en los países en que se encuentra
distinta, pero lejos de haber un antagonismo entre ellos, lejos >ii minoría que donde cuenta con la mayoría de los ciudadanos.
de no poder darse una adhesión del hombre a la sociedad sin Así pues, el egoísta está muy lejos de ser un hombre hábil
una total o parcial abnegación d e su naturaleza, el hombre es que com prende mejor que los dermis el arte d e la felicidad.
verdaderamente el mismo y realiza plenamente su naturaleza Al contrario, se encuentra en una condición inestable que cual-
solamente mediante esa adhesión. Lo que nos demuestra que quier cosa puede comprometer. El hombre carece tanto más
la necesidad de mantenemos dentro de unos límites determina­ tic apoyo cuanto más se apoya en sí mismo. ¿Y p o r qué? Por­
dos es una exigencia de la misma naturaleza es el hecho de que, que el hombre es en su mayor parte un producto de la sociedad,
donde falla este límite, donde las normas morales no tienen la tic ella procede todo lo que hay de mejor en nosotros, todas las
autoridad necesaria para ejercer sobre nosotros su acción re­ formas superiores de nuestra actividad. L a lengua es una cosa
guladora en la medida deseada, vemos cómo la sociedad se social en sumo grado y es la sociedad la que la ha elaborado
sumerge en la tristeza, carece de entusiasmo, y cómo se refleja s a través de la sociedad es como se trasmite de una generación
esta situación en la curva de suicidios. Del mismo modo, donde .i otra. Pero la lengua no es solamente un sistema de palabras;
la sociedad no ejerce ya el atractivo que debería ejercer norm al­ cada lengua supone una mentalidad propia que es la de la so­
mente sobre las voluntades, donde el individuo se desinteresa de ciedad que la habla y que expresa en ella su propio tem pera­
los fines colectivos para buscar solamente su provecho perso­ mento; esta mentalidad es la que constituye el fondo de la men­
nal, vemos cómo se realiza este mismo fenómeno y se multipli­ talidad individual. A todas las ideas que nos vienen por medio
can las muertes voluntarias. El hom bre está tanto más expues­ de la lengua hemos de añadir aquellas que nos vienen de la
to al suicidio cuanto más despegado está de la colectividad, religión, que es también una institución social y que además
cuanto más vive su egoísmo. Por esc mismo motivo el suicidio ha sido para muchos pueblos la base misma de la vida colec­
es tres veces más frecuente entre los célibes que entre los ca­ tiva. Por consiguiente, todas las ideas religiosas son de origen
sados, dos veces más frecuente entre los matrimonios estériles social y sabemos, por otra parte, que siguen siendo para la
que entre los que tienen hijos, e incluso aum enta en razón in­ mayoría de los hombres la forma más eminente del pensamien­
versa del número de hijos. De este modo, según que un indi­ to público y privado. Es verdad que en las personas cultas la
viduo forme o no forme parte de un grupo doméstico, según ciencia ha sustituido actualmente a la religión, pero precisa­
que ese grupo se reduzca solamente a la pareja conyugal o ten­ mente porque tiene unos orígenes religiosos, la ciencia, como la
ga muyor consistencia por la presencia más o menos numerosa religión de la que es en parte heredera, es obra de la sociedad.
de hijos, según finalmente que la sociedad familiar sea m ás o Si los individuos hubieran vivido aislados, la ciencia no les ha­
menos coherente, fuerte y compacta, el hom bre está más o me­ bría sido de ninguna utilidad, porque en semejantes condicio­
nos apegado a la vida, y se suicida tanto menos cuanto más nes el ser hum ano solamente habría tenido relaciones con el
tiene que pensar en otras personas distintas del propio indivi­ am biente físico que lo rodea más de cerca, esto es, un ambien­
duo. Este mismo efecto tienen las crisis que reavivan los sen­ te sencillo, restringido, sensiblemente invariable, y por eso tam ­
timientos colectivos: las guerras, por ejemplo, al estimular el bién los nuevos movimientos para adaptarse a él habrían sido

226
sencillos, poco numerosos y siempre iguales. Y debido a la per­ menial se alimenta de ideas, de sentimientos, de usos, que
manencia ambiental habrían asumido fácilmente la forma de *•%ionen de la sociedad. De ella sacamos la parte más impor-
hábitos mecánicos. El instinto habría sido suficiente para todo,
lo mismo que para los animales, y no habría nacido la ciencia
C m • de nosotros mismos. Resulta fácil explicar, a este respec­
to, cómo la sociedad puede convertirse en objeto de adhesión,
que se desarrolla solamente cuando falla el instinto. Si la cien­ 0 mo no es posible separarse de ella sin separarse de uno mis-
cia ha tomado vida es señal de que la sociedad la necesitaba, iii" Entre ella y nosotros reinan los vínculos más estrechos, los
ya que una organización tan compleja y variable no podía cierta­ i" ) tuertes, puesto que es parte de nuestra sustancia y porque
m ente funcionar en virtud de un rígido sistema d e instintos cie­ •ii cierto sentido es lo mejor que hay en nosotros. Estando así
gos. Para que los numerosos mecanismos funcionasen armóni­ ln* cosas, se com prende todo lo que hay d e precario en una
camente, fue muy pronto indispensable el concurso de la in­ tulstencia egoísta y hasta qué punto resulta antinatural esta exis­
teligencia. Así es como vemos aparecer, aunque todavía arro­ tencia. El egoísta vive como si fuera un todo que tuviera en
pada y mezclada con toda clase de elementos contrarios en los [ni su razón de ser y pudiera bastarse a sí mismo. Pero esc
mitos de las religiones, una especie de ciencia grosera y primi­ e*indo es imposible porque se contradice in terminis. Si acaso
tiva. Poco a poco se va liberando de todas esas influencias ex­ M irtin a vez se nos ocurre intentar relajar los vínculos que nos
trañas para constituirse aparte, con una denominación propia unen al resto del mundo, 110 lo lograremos, porque estamos
y unos procedimientos específicos. Pero todo esto se llevaba a demasiado fuertemente atados al ambiente que nos rodea, que
cabo jx>rque la sociedad, al ir complicándose, se iba haciendo nos penetra, que se mezcla con nosotros mismos. Por consi-
cada vez más necesaria. Por consiguiente, se formó y se des­ (Miientc, en nosotros hay otras cosas distintas de nosotros mis-
arrolló con vista a unos fines colectivos y la sociedad la llamó iiios y, precisamente porque nos sostenemos en pie, estamos
a la vida obligando a sus miembros a instruirse. Si consiguiéra­ lambién sosteniendo otras cosas distintas de nosotros. Y todavía
mos por ventura quitar de la conciencia hum ana todo lo que jxxlcmos decir más: el egoísmo absoluto es una abstracción
procede de la cultura científica, nos encontraríamos de golpe Irrealizable, ya que para vivir una vida puramente egoísta dc-
con un enorm e vacío. Y lo que digo de la inteligencia podría de­ lvríam os despojamos de la naturaleza social, pero eso es tan
cirse también de todas nuestras facultades. Si sentimos cada vez imposible com o saltar por encima de nuestra propia sombra,
una mayor necesidad de actividad, si cada vez podemos sentir­ l’odo lo más que podemos hacer es acercam os a ese límite ideal.
nos menos contentos con la vida melancólica y lánguida del I’cro, cuanto más nos acerquemos, m ás nos salimos de la natu-
hom bre de las sociedades inferiores, quiere esto decir que la i.üeza y más funciona nuestra vida en unas condiciones anor­
sociedad nos exige un trabajo cada vez más intenso y asiduo, males. Eso es lo que explica por qué se hace entonces intolera­
que nos liemos habituado a él y que con el tiempo el hábito ble. Falseada tic ese modo y apartada de su destino normal, ya
se ha convertido cn necesidad. Pero en su origen no había en no puede desarrollar sus funciones sin contrastes ni sufrimien­
nosotros nada que nos incitase a realizar este esfuerzo tan con­ tos. a no ser que se encuentre con una combinación de cireuns-
tinuo y doloroso. lancias exccpcionalmentc favorables. C uando éstas fallan, todo
Lejos de haber entre el individuo y la sociedad aquel anta­ se viene abajo. Se trata de esas épocas tan tristes en que la so­
gonismo que tantos teóricos han admitido con demasiada faci­ ciedad, resquebrajándose, atrae menos fuertemente hacia sí a
lidad, se dan al contrario en nosotros un millón de estados que las voluntades individuales por culpa de su misma decadencia,
expresan algo distinto de nosotros mismos, esto es, la sociedad, con lo que deja vía libre al egoísmo. El culto del yo y el sen­
y que son esa misma sociedad que vive y actúa en nosotros. tido de !o infinito caminan muchas veces a la par; el budismo es
Es vferdad que ella nos supera y nos trasciende por ser infinita­ el mejor ejemplo de esta solidaridad.
mente más vasta que nuestro ser individual, pero al mismo De esta manera, lo mismo que la moral al limitarnos y al
tiempo nos empapa y penetra en nosotros por todas partes; es­ m antenem os dentro de un cauce respondía a la necesidad de
tá fuera d e nosotros y nos rodea, pero está también en nuestro nuestra naturaleza, cuando nos prescribe la adhesión y la subor­
interior y nos confundimos con ella cn toda una parte de nues­ dinación al grupo no hace más que ponernos en condiciones
tra naturaleza. Lo mismo que nuestro organismo físico se nutre de realizar nuestro propio ser y nos ordena que hagamos úni­
de alimentos que están fuera de él, también nuestro organismo camente lo que exige la naturaleza de las cosas. Para ser hom ­

228 229
bres dignos de llamarse así debemos ponernos en relación, en Imy en nosotros es únicamente una emanación de la colectivi-
la relación más estrecha posible, con la fuente esencial de esa ■lud. Esto explica que uno pueda estar ligado a ella y que in-
vida mental y moral característica de la humanidad. Pero esta i luso se la pueda preferir a uno mismo.
fuente no está en nosotros, sino en la sociedad. La sociedad es Hasta ahora hemos hablado de la sociedad de una forma
generadora y poseedora de todas esas riquezas d e la civilización Mnérica, como si hubiera una sola. Pero la verdad es que el
sin las que el hom bre volvería a caer en el nivel de los anima­ hombre de hoy vive en el seno de numerosos grupos. Para ci-
les. Así pues, abrámonos ampliamente a su acción en vez de • u sólo los más importantes, está la familia en la que uno ha
encerrarnos celosamente dentro de nosotros mismos para de­ nucido, la patria o el grupo político y la humanidad. ¿Se deberá
fender nuestra autonomía. Es precisamente esta estéril oclusión quizás incluirlo en uno solo de estos grupos excluyendo a los
lo que condena la moral cuando hace de la adhesión al grupo demás? N o es eso lo que hay que hacer. Digan lo que digan al­
el deber por excelencia. Por eso, lejos de implicar ninguna ab­ alinos amigos de simplificar las cosas, no existe ningún necesa-
dicación de sí, ese deber fundamental, principio de todos los rio antagonismo entre estos tres sentimientos colectivos, como
demás, nos prescribe una conducta que tiene como resultado • i no fuera posible pertenecer a la propia patria más que en la
el ensanchamiento de nuestra personalidad. Decíamos hace po­ medida en que uno se apartase de la familia, o no se pudiera
co que la noción de persona presupone como prim er elemento • umplir con los deberes de hombre más que olvidándose de
un dominio de sí mismo que únicamente podemos aprender en los propios deberes ciudadanos. L a familia, la patria y la hu­
la escuela de la disciplina moral. Pero esta primera condición manidad representan fases diversas de nuestra evolución social
necesaria no es la única. Una persona no es solamente un ser \ moral; preparados el uno para el otro, los grupos correspon­
que se encierra dentro de ciertos límites, sino que es también dientes pueden sobreponerse sin excluirse. Lo mismo que cada
un sistema de ideas, de sentimientos y de hábitos, esto es, una uno d e ellos tiene su propia función a través del desarrollo his­
conciencia que tiene un contenido; y tanto más persona es uno tórico, también tiene cada uno su propia misión en el presente,
cuanto más rico de elementos es este contenido. Por la misma <ompletándose unos a otros. La familia rodea al individuo de
razón ¿no es acaso el hombre civil una persona en mayor gra­ una m anera muy distinta que la patria y responde a otras nece­
do que el primitivo, lo mismo que el adulto lo es en mayor grado sidades morales; por tanto, no hay razón para hacer una elec-
que el niño? Pues bien, la moral, haciéndonos salir de nosotros <ión que se someta a esta triple acción.
mismos y ordenándonos que nos sumerjamos en ese ambiente Pero si los tres grupos pueden y deben coexistir en mutua
tan rico en alimentos que es la sociedad, nos pone precisamen­ colaboración, si cada uno d e ellos constituye un fin moral dig­
te en condiciones de nutrir nuestra propia personalidad. Un ser no de ser perseguido, sus diversos fines no tienen, sin embargo,
que no viva exclusivamente para sí mismo y de sí mismo, que el mismo valor, sino que siguen una jerarquía. Es lógico que
se ofrezca y que se dé, que se una al ambiente exterior y se los fines domésticos estén y tengan que estar subordinados a los
deje em papar por él, vive seguramente una vida más rica y más Unes nacionales por el simple hecho de que la patria es un gru­
intensa que el egoísta solitario que se encierra dentro de sí mis­ po social de orden más alto. Al estar más cerca del individuo,
mo y se esfuerza en permanecer extraño a las cosas y a los hom ­ la familia constituye un objetivo menos impersonal y por tanto
bres. H e aquí por qué un hom bre verdaderamente moral, no menos elevado. La esfera de los intereses domésticos es tan
con esa moralidad mediocre y liviana que no va más allá de las restringida que se confunde en gran parte con la d e los intere­
abstenciones elementales, sino con una moralidad positiva y ac­ ses individuales. En realidad, por otra parte, con el progreso
tiva, no puede renunciar a constituirse una fuerte personalidad. y la concentración de las sociedades, la vida general, la que es
D e' este modo la sociedad supera al individuo, tiene una común a todos los miembros sociales y que tiene en el grupo
naturaleza propia y distinta de la naturaleza individual, m edian­ político su origen y su fin, va ocupando un lugar cada vez más
te la cual responde a la prim era de las condiciones necesarias, importante en el espíritu individual, mientras que va disminu-
esto es, a la de servir de finalidad a la actividad moral. En se­ yendo la parte relativa y también la parte absoluta de la vida
gundo lugar, nos vincula al individuo; entre estos y aquella no familiar. Las empresas públicas de todo tipo, políticas, judicia­
se da el vacío, ya que ella pone en nosotros raíces fuertes y les, internacionales, etcétera, los acontecimientos económicos,
profundas. Y no se ha dicho todo con esto: la parte mejor que científicos, artísticos que interesan a toda la nación, obligan al

230 231
individuo a salir del ambiente doméstico para dirigir su atención humanidad no es un organismo social que tenga una conciencia
a otros objetos. También la actividad propiamente familiar se propia, una individualidad propia, una organización propia. Es
ve un tanto disminuida cuando el niño deja el hogar en edad únicamente un término abstracto con el que indicamos el conjun­
todavía muy tierna para recibir fuera de casa la instrucción pú­ to de estados, de naciones, de tribus, cuya sum a constituye el
blica y se aparta definitivamente de ella el día en que se hace género humano. Actualmente el estado es el grupo humano or­
adulto para conservar luego, a su vez, solamente un poco de la ganizado más elevado que existe. Y si nos está permitido creer
familia que más tarde formará con su mujer y sus hijos. El cen­ que en el futuro habrán de constituirse estados todavía más am­
tro de gravedad de la vida moral que se colocó algún tiempo en plios que los actuales, no hay nada que nos autorice a suponer
la familia se va desplazando cada vez más y la familia se está que jamás podrá constituirse un estado capaz de comprender
convirticndo en un órgano secundario del estado. dentro de sí a toda la humanidad. En todo caso un ideal seme­
Pero, si no puede discutirse este punto, en la actualidad sus­ jante está tan lejos que no hay motivos para tenerlo en cuenta
cita no pocas controversias la cuestión d e si la hum anidad tie­ por ahora. Parece imposible subordinar y sacrificar a un gru-
ne o no tiene que estar subordinada al estado, o el cosmopo­ jx> existente, que es ya ahora una realidad viva, por un grupo
litismo al nacionalismo. Y en efecto, no puede existir ningún inexistente y que probablemente no será nunca más que un ser
problem a más grave que éste, ya que según la precedencia que de razón. Y a liemos dicho que la conducta es moral sólo cuan­
se le conceda a este o a aquel grupo, el polo de la actividad do tiene como fin a una sociedad con su fisonomía y su perso­
moral resultará muy distinto y la educación moral se verá en­ nalidad. ¿Cómo podría la humanidad revestir este carácter y
tendida de una forma casi opuesta en uno y en otro caso. cumplir esta función si no constituye un grupo efectivo?
La gravedad del debate radica en la fuerza de los argumen­ Estamos, pues, en presencia de una verdadera y propia an­
tos que se intercambian entre las partes. Por un lado se insiste tinomia. Por un lado no podemos menos de concebir fines m o­
cada vez más en que los fines morales más abstractos c imper­ rales más elevados que los nacionales, mientras que por otro
sonales. los que están más alejados de las condiciones concre­ 110 parece posible que esos fines más elevados puedan tom ar
tas de tiempo y de lugar, así como también de raza, son los que consistencia en un grupo hum ano perfectamente en consonan­
están más en prim er plano. P or encima de las pequeñas tribus cia con ellos. L a única m anera d e resolver esta dificultad que
de antaño se fueron constituyendo las naciones, luego se fundie­ atorm enta a nuestra conciencia pública está en pedir la reali­
ron las naciones para constituir organismos sociales más am ­ zación de este ideal hum ano a los grupos más elevados que co-
plios y de esta m anera los fines morales d e las sociedades se noccmas, a los que, aunque no se identifiquen con ella, están
fueron haciendo cada vez más generales, separándose cada vez más cerca de la humanidad, esto es, de cada uno de los esta­
más de las particularidades étnicas o geográficas, precisamen­ dos. A fin de superar toda contradicción v satisfacer todas las
te porque toda sociedad, al hacerse más voluminosa, com pren­ exigencias de nuestra conciencia moral, es suficiente que el es­
día una m ayor variedad de condiciones telúricas o climáticas tado se ponga como principal objetivo, no ya el de extenderse
y porque todas esas influencias diversas se iban anulando recí­ m aterialmente en detrimento de ios estados vecinos, el de ser
procamente. El ideal nacional de los primeros griegos y rom a­ más fuerte que ellos, más rico que ellos, sino el de realizar en
nos se limitaba entonces estrechamente a las pequeñas ciudades su seno los intereses generales de la humanidad, el de hacer
griegas o italianas, era en cierto sentido municipal. M ayor ge­ reinar una m ayor justicia, una moralidad, más alta, organizán­
neralidad tenía el ideal de los grupos feudales de la edad media, dose de tal manera que haya una relación cada vez más precisa
que fue creciendo y reforzándose con la extensión y la gradual entre los méritos de los ciudadanos y su condición y puedan
concentración de las sociedades europeas. Así pues, no hay ra­ suavizarse y prevenirse los sufrimientos de los individuos. Den­
zón para asignar unos confines insuperables a un movimiento tro de esta perspectiva desaparece toda rivalidad entre los di­
tan progresivo y tan ininterrumpido. Pues bien, si los fines h u ­ ferentes estados y, por consiguiente, toda antinomia entre el
manos son todavía más altos que las más elevados fines n a­ cosmopolitismo y el patriotismo. En fin de cuentas todo depende
cionales, ¿por qué no darles la preeminencia? de! modo de concebir el patriotismo, ya que puede asumir dos
Sin embargo, la humanidad tiene respecto a la patria el in­ formas muy distintas. U nas veces se trata de un patriotismo cen­
conveniente de no presentarse como una sociedad constituida. La trífugo — permítasenos esta expresión—■, que orienta las activi­

232 233
dades nacionales hacia fuera, estimulando a los estados a echar­ Y así es como llega a determinarse con m ayor precisión el
se unos sobre otros y a excluirse m utuamente mediante conflic­ segundo elemento de la moralidad que consiste, en principio,
tos, haciendo chocar al mismo tiempo los sentimientos naciona­ en la adhesión a un grupo social cualquiera. Para que el hom ­
les con los humanitarios. Y existe otro patriotismo vuelto hacia bre sea un ser moral es necesario que se interese en algo dis­
dentro, que se prodiga en el esfuerzo por m ejorar la vida in­ tinto de sí mismo, es necesario que sea y se sienta solidario de
terna de la sociedad, haciendo participar entonces a todos los una sociedad, por muy modesta que sea. Por eso la primera
estados que hayan alcanzado el mismo nivel moral en un único tarea de la educación moral consiste en unir al niño con la so­
objetivo. El primer tipo es agresivo, militarista; el segundo es ciedad que lo rodea desde más cerca, esto es, con la familia.
científico, artístico, industrial, esto es, esencialmente pacífico. Pero si en líneas generales la moralidad empieza con el comien­
En semejantes condiciones no tenemos ya por qué pregun­ zo de la vida social, existen también diversos grados de morali­
tarnos si el ideal nacional tiene que ser sacrificado cn aras del dad cn cuanto que no todas las sociedades de las que el hombre
ideal humano, porque los dos se confunden. Sin embargo, esta puede formar parte tienen el mismo valor moral. Hay una, sin
fusión no significa ni mucho menos que la personalidad de cada embargo, que goza de una verdadera y auténtica supremacía en
estado esté destinada a desaparecer, ya que cada uno de ellos comparación de las demás; se trata de la sociedad política, de
puede tener su manera personal y propia de concebir ese ideal la patria, pero con la condición de que se la conciba no como
en conformidad con el propio temperamento, con el propio hu­ una personalidad ávida y egoísta, preocupada únicamente de
mor y con el propio pasado histórico. Los hombres de ciencia extenderse y engrandecerse en detrim ento de las personalidades
de una misma sociedad y los del m undo entero tienen todos un semejantes, sino como uno de los múltiples órganos que con­
mismo objetivo: la expansión de la inteligencia humana. Esto curren en la realización progresiva de la idea de humanidad.
no significa que cada uno de ellos carezca de individualidad in­ A esta sociedad es a la que, sobre todo, tiene la escuela la fun­
telectual y moral. Cada uno de ellos ve el mismo mundo, o me­ ción de vincular al niño. Por lo que se refiere a la familia, ella
jor dicho, la misma porción de m undo desde su propia perspec­ basta por sí sola para despertar y m antener en el corazón de
tiva. pero en vez de excluirse todas estas perspectivas se corri­ sus miembros los sentimientos necesarios para su existencia.
gen y se completan entre sí. De la misma manera todos y cada Por lo que se refiere a la patria, pero a la patria bien entendi­
uno de los estados representan o .pueden representar una pers­ da, el único ambiente en donde el niño puede aprender a co­
pectiva especial en la humanidad, sin ser por ello antagonistas, nocerla y a amarla es la escuela; eso es precisamente lo que
sino uniéndose todas sus diversas imágenes de la misma reali­ confiere hoy a la escuela la im portante función primordial de
dad dentro de sus diferencias respectivas, ya que su infinita formadora moral del país.
complejidad no puede expresarse más que mediante una infi­
nidad de aproximaciones sucesivas o simultáneas. Así pues, por
el hecho de que por encima de las sociedades particulares surge
un mismo ideal que sirve de i)olo común a su actividad moral,
no se deduce ni mucho menos que tengan que desvanecerse sus
individualidades respectivas y confundirse entre sí. Pero un ideal
semejante es demasiado rico y variado para que cada persona­
lidad colectiva pueda expresarlo y realizarlo cn toda su ampli­
tud. Por eso es necesario que haya entre ellas una especie de
reparto fcn el trabajo, que es y será su razón de ser. No cabe
duda de que habrán de m orir las personalidades sociales hoy
existentes, y que serán sustituidas por otras probablemente más
vastas. Pero, por muy vastas que sean, es bastante verosímil
que siga habiendo una pluralidad de estados, cuya colaboración
será necesaria para la realización de la humanidad.

234 235
13 tam ente el hecho de ser la más alta aproximación posible a esa
sociedad hum ana, actualmente sin realizar y quizás incluso
irrealizable, pero que representa el límite ideal al que tende­
La adhesión a los grupos sociales. mos indefinidamente. Hay que tener cuidado de no ver en este
concepto de patria una fantasmagoría utópica e indefinida, ya
Relaciones y unidad de ambos elementos que es fácil descubrir en la historia cómo se está conviniendo
cada vez más en una realidad. Por el mero hecho de que las
(final) sociedades se van haciendo más amplias, el ideal social se va
destacando cada vez más de las condiciones locales y étnicas
para hacerse común a un m ayor número de hombres, que for­
man parte de razas y de habitats muy diferentes, y haciéndo­
se entonces más general y más abstracto, más cercano al ideal
humano.
Una vez asentado este principio, podemos resolver una di­
ficultad con la que hemos tropezado en el curso de las lecciones
precedentes y cuya solución dejamos para más tarde.
Entonces sacamos la conclusión de que el interés individual
del agente no representa un fin moral, así como tampoco lo
representa el interés individual de los demás, puesto que no
existe ningún motivo para que una personalidad semejante a la
mía tenga sobre ella un derecho de precedencia. Sin embargo,
está el hecho de que la conciencia moral confiere un carácter
moral indudable al acto de un individuo que se sacrifica por uno
Hemos completado Ja definición del segundo elemento de de sus semejantes. En líneas generales la caridad interindividual,
la moralidad, que consiste en la- adhesión del individuo a los en todas sus formas, es considerada universalmente como lau­
grupos sociales de los que form a parte. La moralidad comien­ dable en le aspecto moral. ¿Se engañará quizás la conciencia
za sencillamente con la pertenencia a un grupo humano, sea el pública en esta valoración de la conducta humana?
que fuere. Pero en realidad, puesto que el hom bre es completo Esta suposición parece inadmisible, incluso por la genera­
solamente si pertenece a múltiples sociedades, la moralidad mis­ lidad de esta apreciación que 110 puede hacer pensar de ninguna
ma sólo será completa en la medida en que nos sintamos soli­ m anera en el resultado de una especie de aberración fortuita.
darios de las diversas sociedades de que formamos parte (la fa­ Un error es una cosa accidental que no puede tener esa uni­
milia, la corporación, la asociación política, la patria, la hum a­ versalidad ni esa permanencia. Pero no es necesario dar un
nidad). Pero como no tienen todas ellas la misma dignidad m o­ mentís a la opinión moral de los pueblos para poner los hechos
ral, ya que no todas desempeñan una función de la misma im ­ de acuerdo con nuestras palabras, puesto que lo único que he­
portancia en el complejo de la vida colectiva, las diversas so­ mos afirmado es que, en el sentido vulgar y ordinario de la pa­
ciedades 110 pueden ocupar un puesto igual en nuestras preocu­ la b ra la caridad de un individuo para con otro no tiene valor
paciones. H ay una de ellas, sin embargo, que goza sobre las moral de suyo y no puede constituir por sí misma el fin moral
demás cié una verdadera y auténtica preminencia y constituye el de la conducta moral. A unque no sea moral en sí misma ni ten­
fin por excelencia de la conducta m oral: es la sociedad política ga ningún derecho de preminencia, el interés individual del otro
o la patria, concebida, sin embargo, como una encarnación par­ puede muy bien hacer que el quererlo por encima de nuestro
cial de la idea de humanidad. La patria, tal como la exige la propio interés constituya una de esas tendencias que la moral
ciencia moderna, no es ese estado celoso y egoísta que no co­ tiene interés en desarrollar, puesto que preparan y disponen
noce más ley fuera de sus propios intereses y que se considera para la búsqueda de los fines propia y verdaderamente morales.
libre de toda disciplina moral. Lo que le da valor moral es cier­ Y esto es lo que efectivamente ocurre. No hay fines morales

236 237
fuera de los fines colectivos, ni hay motivaciones verdaderamen­ los que tenemos cierta relación, esto es, los animales y las co­
te morales fuera de la adhesión al grupo. Cuando estamos liga­ sas que pueblan nuestro ambiente habitual, nuestro lugar de na­
dos a la sociedad a la que pertenecemos, es psicológicamente im­ cimiento, etcétera... E11 el fondo, todo el que se despegue de­
posible no estarlo, en consecuencia, con los individuos que la masiado fácilmente de los objetos que estuvieron ligados a su
componen y en los que esa sociedad se realiza. A un cuando la vida denota por ese mismo hecho una capacidad inoralmente
sociedad sea una cosa distinta del individuo y no se encuentre inquietante para rom per todos los vínculos que lo unen a los
por entero en cada uno de nosotros, no hay, sin embargo, nin­ demás, o lo que es lo mismo, demuestra que tiene una escasa
guno de nosotros que no la refleje; por consiguiente, es absolu­ capacidad para adherirse a los otros.
tam ente natural que los sentimientos que le tenemos se vuel­ Así pues, si la caridad entre los individuos llega a encon­
quen sobre aquellos que la encarnan parcialmente. Adhesión a trarse en un lugar secundario y subordinado dentro del sistema
la sociedad significa adhesión al ideal social, que se encuentra de las prácticas morales, no hemos de extrañam os de que no
parcialmente en cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros tenga derecho a un lugar más elevado. Efectivamente, sería fá­
participa del tipo colectivo que hace de la unidad del grupo una cil dem ostrar que esta forma de desinterés es generalmente po­
cosa sagrada por excelencia; por eso mismo, cada uno de nos­ bre en resultados. El individuo considerado aisladamente, redu­
otros participa del respeto religioso que inspira ese tipo. La cido a sus solas fuerzas, es incapaz de modificar el estado social.
adhesión al grupo implica indirectamente la adhesión a los in­ Se puede obrar con eficacia sobre la sociedad únicamente re-
dividuos y cuando el ideal del grupo es solamente una forma agrupando las fuerzas individuales de m anera que se opongan
particular del ideal humano, cuando el tipo del ciudadano se unas fuerzas colectivas a otras fuerzas colectivas. Los males
confunde cn gran parte con el tipo genérico de hombre, es al que la caridad privada intenta remediar o atenuar se deben
hom bre com o hombre con quien nos sentimos vinculados, aun esencialmente a unas causas sociales. Dejando aparte algunos
sintiéndonos más estrechamente solidarios con aquellos que rea­ casos particulares y excepcionales, la naturaleza de la miseria
lizan de m anera especial el concepto particular que nuestra so­ de una determ inada sociedad depende del estado de la vida
ciedad se forja de la humanidad. Esto explica el carácter m o­ económica y de las condiciones cn que esa vida se desarrolla,
ral que se le atribuye a los sentimientos de simpatía interindi­ esto es, de su misma organización. Si existen en la actualidad
vidual y a los actos que inspiran. N o se trata de que constitu­ muchos vagabundos sociales, gentes que se han salido de todo
yan por sí mismos los elementos intrínsecos del temperamento m arco social regular, es porque hay algo en nuestras socieda­
moral, sino de que están bastante estrechamente ligados a las des europeas que impulsa a la vida vagabunda. Si se extiende
disposiciones morales esenciales para que su ausencia pueda la plaga del alcoholismo, es porque la intensificación de la ci­
considerarse, y con razón, como el índice probable de una mo­ vilización despierta una necesidad de estimulantes que se inten­
ralidad mínima. Cuando se ama a la patria, cuando se ama a ta satisfacer con el alcohol cuando no puede asegurarse otra
la humanidad en general, no se pueden ver los sufrimientos de satisfacción. Estos males tan abiertamente sociales piden ser
un com pañero o más en general de un ser humano cualquiera tratados socialmente y el individuo aislado no puede nada con­
sin sufrir nosotros mismos y sentir la necesidad de ponerles al­ tra ellos. El único remedio eficaz consiste en una caridad colec­
gún remedio. Y al revés, cuando se llega fácilmente a no sentir tivamente organizada. Es necesario que se reúnan, que se con­
ninguna piedad por una persona es señal de que 110 es uno ca­ centren, que se organicen los esfuerzos individuales si se quiere
paz de adherirse a nadie que no sea uno mismo y, a fortiori, obtener algún resultado. Y en esc mismo momento el acto mo­
de adherirse al grupo al que uno pertenece. Por eso la caridad ral asume un carácter moral más elevado, porque sirve a fines
moral tie&e valor solamente como síntoma de esos estados m o­ más generales e impersonales. E n este caso no se tiene cierta­
rales de los que es solidaria y como índice de una disposición mente el placer de ver con los propios ojos los resultados del
moral a darse a los demás, a salir de sí mismo, a superar el sacrificio que se ha hecho; pero precisamente por haber sido
círculo de los intereses personales que abren el camino a la ver­ más difícil al no haber sido motivado por impresiones sensibles,
dadera y propia moralidad. Por lo demás, es el mismo signifi­ el desinterés tiene más valor. Proceder de otro modo, tratar
cado que tienen los diversos sentimientos que nos vinculan a cada una de las miserias en particular sin intentar actuar sobre
los seres individuales que son distintos del hombre, pero con las causas de las que depende, sería lo mismo que obrar como

238 239
un médico que se empeñase en tratar los síntomas externos de a priori, que tenga que estar hecha igualmente por la sociedad?
la enfermedad sin intentar Llegar a las causas más profundas, ¿Quién, si no, podría ser su autor? ¿El individuo? Pero en todo
de las que los síntomas no son más que meras manifestaciones cuanto ocurre en este inmenso mundo moral que es nuestra so­
externas. Es verdad que a veces nos vemos obligados a limitar­ ciedad, en esas acciones y reacciones infinitas que se intercam­
nos a hacer una medicina sintomática, ya que estamos en la bian a cada instante entre esos millones de unidades sociales
imposibilidad de hacer otra cosa; por eso no queremos conde­ no descubrimos más que unos pocos contragolpes que repercu­
nar ni despreciar toda caridad individual, sino únicamente se­ tan en nuestra esfera personal. Vemos perfectamente esos gran­
ñalar el grado de moralidad que le corresponde. des acontecimientos que se desarrollan a la plena luz de la con­
Quedan así constituidos los dos primeros elementos de la ciencia pública, pero la articulación interna de la máquina, el
moralidad. Para poder distinguirlos y definirlos hemos tenido funcionamiento silencioso de los órganos internos, esto es, todo
que estudiarlos por separado. De aquí resulta que hasta ahora lo que constituye la sustancia y la continuidad de la vida colec­
nos hayan dado la impresión de ser distintos e independientes. tiva, todo eso está fuera de nuestra vista y se nos escapa. Es
La disciplina parece una cosa y el ideal colectivo al que esta­ verdad que sentimos a nuestro alrededor ese sordo ruido de la
mos ligados parece otra distinta, muy diferente de la primera. vida que nos rodea, que nos damos perfectamente cuenta de
Pero realmente existen entre ambos relaciones muy estrechas; que existe alrededor de nosotros una inmensa y compleja rea­
se trata do dos aspectos de una sola y misma realidad. Para lidad, pero no tenemos directamente conciencia de ella, como
descubrir su unicidad y tener de este modo una visión más sin­ tampoco la tenemos de las fuerzas físicas que pueblan nuestro
tética y más concreta de la vida moral será suficiente buscar ambiente material. A nosotros llegan solamente sus efectos; por
en qué consiste y de dónde procede esa autoridad que le hemos eso mismo es imposible que el hom bre pueda haber sido el autor
reconocido a las normas morales, cuyo respeto constituye la dis­ de ese sistema de ideas y d e usos que no lo afecta directamente,
ciplina. Estamos ahora en disposición de enfrentarnos con el sino que tiene como objetivo una realidad distinta de él y de la
tema que habíamos ido dejando de lado. que no tiene más que un oscuro sentimiento. Unicamente la so­
Efectivamente, hemos visto que las normas morales poseen un ciedad en su complejo tiene suficientemente conciencia de sí
prestigio especial en virtud del cual las voluntades humanas se misma de haber podido instaurar esa disciplina que tiene la
conforman con sus preceptos sencillamente porque lo ordenan esas finalidad de expresarse tal como ella misma se concibe. Por
normas, prescindiendo de las posibles consecuencias que pueden consiguiente, la conclusión que se impone es lógica. Si la so­
tener los actos prescritos. Cumplir con el deber propio por respe­ ciedad es el fin d e la moral, tiene que ser también su artífice.
to al deber es obedecer a la ley en cuanto ley. Pero ¿de dónde El individuo no lleva dentro de sí unos preceptos morales pre­
se deriva el hecho de que una norma, que es una institución viamente trazados quizás de una form a esquemática que tenga
humana, puede tener tal prestigio que haga doblegarse a las vo­ que precisar y desarrollar a continuación, sino que esos pre­
luntades humanas de donde procede? Este hecho resulta tan in­ ceptos solamente pueden verse libres gracias a his relaciones
discutible que hubiéramos podido establecerlo incluso antes de que se establecen entre los individuos asociados, tal como re­
estar en disposición de explicarlo; más aún, deberíamos m an­ fleja la vida del grupo o de los grupos afectados.
tenerlo aun cuando no tuviéramos la posibilidad de explicarlo. Esta razón lógica obtiene su confirmación en una razón
Evitamos negar la realidad moral con la excusa de que la si­ histórica que debe considerarse decisiva. Para dem ostrar que
tuación actual de la ciencia no consiente dar cuenta de ella. la moral es obra de la sociedad se puede aducir también el he­
Pero en realidad todo lo que ha quedado establecido en las lec­ cho de que varía con las variaciones de la sociedad. La moral
ciones precedentes nos permitirá desvelar el misterio sin nece­ de las ciudades griegas y rom anas no es la misma que la nues­
sidad de recurrir a ninguna hipótesis de orden extra-experi­ tra, así como tampoco la moral de las tribus primitivas era dis­
mental. tinta de la de las ciudades. Es verdad que a veces se ha inten­
Pues bien, acabamos de dem ostrar que la moral tiene por tado explicar esta diversidad de las morales como si fuera el
objeto la adhesión del individuo a uno o varios grupos sociales producto de unos errores debidos a la imperfección de nuestro
y que la moral presupone esta misma adhesión. Por consiguien­ entendimiento. Se ha dicho que, si la moral de los romanos era
te, la moral está hecha para la sociedad; ¿no es entonces lógico, distinta de la nuestra, esto se debe a que la inteligencia hum a­

240 241
16
na se encontraba entonces velada y oscurecida todavía por toda l'.ista que en los ánimos se vean representados como superiores.
clase de prejuicios y de supersticiones que luego se han ido di­ H hechicero es una autoridad para todos los que creen en él.
sipando poco a poco. Pero si hay un hecho que la historia ha l sta autoridad recibe el nombre de moral porque no radica en
hecho indiscutible es que la moral de cada pueblo está en rela­ Iiis cosas, sino en el ánimo. Puesta esta definición, es fácil com­
ción directa con la estructura del pueblo que la practica. Es prender que el ser que mejor responde a todas las condiciones
tan estrecho ese vinculo que, si pudieran proporcionam os los necesarias para constituir una autoridad es el ser colectivo. De
datos generales de una moral practicada por una sociedad, de­ iodo lo que hemos dicho se deduce con claridad que la sociedad
jando aparte los casos anormales o patológicos, se podría de­ Hupcra infinitamente al hombre, no sólo por su grandeza matc-
ducir cuál es la naturaleza de esa sociedad, las partes que la ii;ü, sino también por su fuerza moral. N o sólo dispone la so­
componen y el modo con que se han organizado. Decidme cuál ciedad de fuerzas incomparablemente más considerables, al con-
es el matrimonio, cuál es la moral doméstica de un pueblo y os lar con toda la presencia aunada en un solo haz de todas las
diré los rasgos principales de su constitución. L a idea de que fuerzas individuales, sino también porque en ella está la fuente
los romanos habrían podido poner en práctica una moral distin­ de esa vida intelectual y moral de la que sacamos nuestra men-
ta de la suya es un absurdo histórico. N o sólo no habrían po­ ial ¡dad y nuestra moralidad. Para una generación que se asoma
dido hacerlo, sino que tampoco debían tener una moral dis­ a la luz, formarse quiere decir ir em papándose poco a poco de
tinta. Supongamos que por un milagro ellos se hubieran abierto la civilización que le rodea y, a medida que se vaya rcali-
a unas ideas análogas a las que resultan fundamentales en nues­ /ando esa penetración, del animal que era en el momento de
tro sistema moral actual; en ese caso la sociedad rom ana no nacer va brotando el hombre. Pues bien, la sociedad tiene en
habría podido vivir. La moral es obra de vida, no de muerte; su mano todas las riquezas de la civilización, las va conservando
en una palabra, cada tipo biológico tiene el sistema nervioso y acumulado, las trasmite de una época a otra, y es a través de
que es capaz de sostenerlo. Por consiguiente, esto es una señal ella como llegan a nosotros. Por tanto, es a ella a quien se
de que la moral ha sido elaborada por la misma sociedad y las debemos y es de ella de quien las recibimos. Se comprende
refleja fielmente su estructura. Lo mismo debe decirse en lo entonces de qué autoridad tiene que estar revestida a nuestros
que se refiere a lo que llamamos moral individual: es siempre ojos una potencia moral de la que nuestra conciencia es en
la sociedad la que nos prescribo también los deberes para con parte la encarnación. A ese sentimiento que tenemos de la so­
nosotros mismos, la que nos obliga a realizar en nosotros un ciedad no le falta siquiera el elemento del misterio inherente en
tipo ideal, obligándonos de ese modo porque tiene en ello un cierto modo a toda idea de autoridad. Efectivamente es natural
interés vital. Efectivamente, no puede vivir más que con la con­ que un ser con poderes humanos desconcierte a la inteligencia
dición de que entre todos sus miembros exista la suficiente se­ del hombre y asuma, por ello, cierta aureola de misterio; esta
mejanza, esto es, con la condición de que todos ellos repro­ es la razón de que, sobre todo en su forma religiosa, la autori­
duzcan, aunque en distinto grado, los rasgos esenciales de un dad alcance su mayor prestigio. Hace poco decíamos que la
mismo ideal: el ideal colectivo. He aquí por qué esta parte de sociedad está llena de misterio para el individuo: no sabemos lo
la moral varía tanto como las demás según los tipos y los que pasa en ella, decía Poe. Efectivamente, tenemos la im pre­
países. sión, continua, de que hay alrededor de nosotros una multiplici­
Una vez asentada esta idea, la pregunta que nos habíamos dad de cosas que se están llevando a cabo, sin que podamos com­
planteado encuentra fácilmente su solución más natural. En efec­ prender su naturaleza. Muy cerca de nosotros hay toda clase
to, ¿qué es lo que entendemos por autoridad? Aunque no que­ de fuerzas que se mueven, que chocan entre sí, que producen
ramos 'definir en pocas palabras un problema tan complejo, po­ reacciones innumerables, y que casi nos rozan a nosotros mis­
demos sin embargo proponer la siguiente definición de la auto­ mos sin que las percibamos siquiera, hasta que un relámpago
ridad: se trata del carácter de que se encuentra revestido un imprevisto nos hace ver esa agitación misteriosa y clandestina
ser real o ideal en relación con determinados individuos, por el que se desarrolla a nuestro lado, sin que ni siquiera lo sospe­
mero hecho de ser considerado por ellos como dotado de pode­ chásemos y de la que únicamente veíamos los resultados. Hay
res superiores a los que ellos mismos se atribuyen. Poco im por­ un hecho sobre todo que nos mantiene continuamente en esa
ta, por otra parte, que esos poderes sean reales o imaginarios; sensación; es la presión que la sociedad ejerce en cada moinen-

242 243
to sobre nosotros y de la que no podíamos menos de sentirnos no podrá tener ningún prestigio. ¿Será quizás de m ayor cfica-
conscientes. Siempre que nos ponemos a pensar en lo que lie­ • 1.1 una moralidad superior? También en este caso es menester
mos de hacer, surge una voz en nosotros que nos dice: éste que esa moralidad sea precisamente la que quiera la sociedad,
es tu deber. Y cuando fallamos ante ese deber que se nos pre­ ya que un acto que ella no aprueba como moral, d e cualquier
sentaba de esc modo, esa misma voz se hace sentir cn nosotros • lase que sea, no será capaz de rodear de consideración a quien
para protestar contra nuestro acto. Precisamente por su tono lo ha realizado. Cristo y Sócrates fueron seres inmorales para la
imperioso nos damos cuenta de que tiene que em anar de algún mayor parte de sus compatriotas y no gozaban de ninguna auto­
ser superior a nosotros, pero no acabamos de ver con claridad ridad ante ellos. En una palabra, la autoridad no está en un
cuál es ese ser ni cómo es. La fantasía de los pueblos, para ex­ lucho externo y objetivo que lógicamente la im plique y la pro­
plicarse esa voz misteriosa que no tiene el acento acostum bra­ duzca. Sino que está por completo en la idea que los hombres
do de la voz humana, se la ha atribuido a personalidades tras­ hc forjan de ese hecho, que es un hecho d e opinión, mientras
cendentales, superiores al hombre, que se han convertido en­ que la opinión es cosa colectiva, por ser el sentimiento de un
tonces cn objeto de culto, de ese culto que no es en definitiva grupo. Es fácil comprender, p or lo demás, por qué toda auto­
más que el testimonio exterior de la autoridad que se les reco­ ridad moral tiene que ser de origen social. L a autoridad es la
nocía. Nos corresponde a nosotros despojar esa concepción de característica de un hom bre elevado por encima de los demás
las formas míticas con que se ha ido envolviendo en el curso hombres, de un superhombre. Pero la verdad es que el hombre
de la historia a fm de captar la realidad por encima del sím­ más inteligente, o más fuerte, o de mayor integridad, es siem­
bolo. Esa realidad es la sociedad. La sociedad que, al formar­ pre un hom bre; entre él y sus semejantes existe únicamente una
nos moralmcnte, ha puesto en nosotros esos sentimientos que diferencia de grado. Solamente la sociedad está p o r encima de
nos dictan de una forma tan imperativa nuestra conducta y que los individuos. Por consiguiente, de ella es de donde tiene que
reaccionan con tanta energía cuando nos negamos a seguir sus em anar toda la autoridad; es ella la que comunica a estas o a
inspiraciones. Nuestra conciencia moral es obra suya, es su ex­ aquellas cualidades humanas ese carácter sui generis, ese pres­
presión; cuando la conciencia habla, es la sociedad la que habla tigio que coloca por encima de ellos mismos a esos individuos
dentro de nosotros. El tono con que nos habla es la prueba me­ que lo poseen y que se convierten cn superhombres p or parti­
jor de la autoridad excepcional de que está revestida. cipar de esa superioridad, de esa especie de trascendencia que
Pero hay más todavía. No solamente la sociedad es una la sociedad posee por encima de sus miembros.
autoridad moral, sino que hay motivo para creer que ella es Pues bien, apliquemos lo que llevamos dicho a las normas
el tipo y la fuente de toda autoridad moral. Ciertamente nos morales y podremos ver cómo se explica fácilmente la autori­
agrada creer que hay algunos individuos que deben su propio dad de que están revestidas. Puesto que la moral es una realidad
prestigio a sí mismos y a la superioridad de su naturaleza. Pero social, se nos presenta y se h a presentado siempre a los hom ­
¿a qué se lo pueden deber? ¿a la mayor fuerza material que bres como dotada de una especie de trascendencia ideal; sen­
poseen? Precisamente porque la sociedad se niega actualmente timos que pertenece a un mundo que está por encima de nos­
a consagrar la superioridad puramente física, ésta no confiere otros y eso es lo que ha inducido a los pueblos a descubrir
de suyo ninguna autoridad moral. No solamente no se tiene en ella la palabra y la lev de una potencia sobrehumana. Si
ningún respeto a un hom bre por el hecho de ser muy fuerte, existen ideas y sentimientos sobre los cuales se concentra más
sino que apenas se le teme, puesto que nuestra organización so­ intensamente la autoridad de la colectividad, son ciertamente
cial tiende precisamente a impedirle que abuse de su fuerza h a­ las ideas morales. Efectivamente, no existen otros que guarden
ciéndole'así menos temible. U na mayor inteligencia, unas ap­ una relación tan estrecha con todo lo que hay de más esencial
titudes científicas excepcionales, ¿bastarán quizás para conferirle en la conciencia colectiva; son su parte vital. Así es como pue­
a su posesor el privilegio de una autoridad proporcional a su de explicarse y concretarse lo que dijimos anteriorm ente sobre
superioridad mental? De todas formas es necesario que la opi­ la manera con que las normas morales actúan sobre la volun­
nión reconozca un valor moral a la ciencia; Galileo estaba des­ tad. Cuando hablábamos de ellas como de unas fuerzas que nos
pojado de toda autoridad para el tribunal que lo condenó. Ante contienen y nos limitan, podía dar la impresión de que queríamos
un pueblo que 110 crea en la ciencia, el m ayor genio científico d ar vida y realidad a unas meras abstracciones. E n efecto,

244
¿qué es una norm a sino una mera combinación de ideas abstrac­ •" '• I solamente podría dam os consejos no vinculantes, pero no
tas? ¿Y cómo podría una fórmula puramente verbal tener una |&hIi ía imponerse a nuestra voluntad. Al estar por encima de
acción semejante? Pues bien, ahora sabemos que bajo la fór­ ili•'otros, ella constituye el único fin posible d e la conducta mo-
mula existen unas fuerzas reales que son su alma y de las que |ftl Precisamente porque este fin es superior a nuestro fines in­
ella no es más el revestimiento exterior. «No matar», «no ro­ dividuales, no podemos intentar realizarlo sin que en esa misma
bar»: estas máximas que los hombres se van trasmitiendo de medida nos elevemos por encima d e nosotros mismos, sin que
una generación a otra desde hace siglos no tienen por sí mis­ im perem os nuestra naturaleza de individuos, que es la ambición
mas ninguna virtud mágica que nos obligue a respetarlas. Pero nuprema que los hombres pueden y han podido siempre ambi­
bajo esas máximas está el sentimiento colectivo, los estados de cionar. Me aquí por qué las grandes figuras históricas, las que
opinión que se expresan a través d e ellas y que les dan su efi­ nos parecen que dominan inmensamente sobre las demás, no
cacia. Efectivamente, ese sentimiento colectivo es una fuerza ‘.on las de los grandes artistas, las de los grandes científicos, las
real y dinámica lo mismo que las fuerzas que pueblan nuestro de los grandes estadistas, sino las de aquellos hombres que han
mundo físico. En una palabra, cuando nos sentimos limitados »• ilizado o han sido considerados como los autores de las ma-
y contenidos por la disciplina moral, es realmente la sociedad la vores hazañas morales: Moisés, Sócrates, Buda, Confucio, Cris­
que nos contiene y nos limita; es éste el ser concreto y vivo que to, Mahoma. Lutero, por citar únicamente algunos de los más
nos pone ciertos límites. Y cuando sabemos lo que es y en cuán­ grandes. El hecho es que no son únicamente unos grandes hom­
to supera a las energías morales del individuo, ya no nos asom­ bres. esto es, unos individuos como nosotros, aunque dotados
bramos de la fuerza de su acción. de talentos superiores a los nuestros. Sino que, al confundirse
Entretanto podemos darnos cuenta de hasta qué punto es­ en nuestros pensamientos con el ideal impersonal que ellos en­
tán vinculados entre sí esos dos elementos de la moralidad y ram aron y con los grandes grupos humanos que personificaron,
com prender qué es lo que constituye su unicidad. Lejos de ser nos parece como si estuvieran por encima de la condición hu­
dos cosas distintas e independientes que se unen sin saber có­ mana y como transfigurados. Así es como la imaginación popu­
mo en la raíz de nuestra vida moral, son por el contrario dos lar ha sentido la necesidad de colocarlos aparte, de acercarlos
aspectos de una misma cosa que es la sociedad. ¿Qué otra cosa lo más posible a la divinidad, y hasta de divinizarlos en alguna
es la disciplina sino la sociedad en cuanto que nos dicta nor­ ocasión.
mas, nos obliga y nos proporciona unas leyes? Y en el segundo El resultado al que hemos llegado, lejos de violentar las con­
elemento, en la adhesión al grupo, volvemos a encontrarnos cesiones usuales, encuentra en ellas su confirmación, mientras
una vez más con la sociedad, concebida esta vez com o una que t í o s ofrece además nuevas indicaciones. En efecto, todos
cosa buena y deseable, como un fin que nos atrae, como un distinguen con m ayor o m enor claridad dentro de la moral dos
ideal que hay que realizar. U nas veces se nos presenta como elementos que corresponden exactamente a las que hemos dis­
una autoridad que nos limita, que nos mantiene dentro de unas tinguido hace poco y que son lo que los moralistas llaman el bien
normas, que se opone a nuestros desbordamientos y ante la que y el deber. El deber es la moral que ordena y prohíbe; es la
nos inclinamos con un sentimiento de religioso respeto; otras moral severa v dura, con prescripciones coercitivas; es la con­
veces, como la potencia amiga y protectora, como la m adre nu­ signa a la que hay que obedecer. El bien es la moral que se nos
tricia d e la que sacamos lo esencial d e nuestra sustancia inte­ presenta com o cosa buena, como ideal querido, al que aspira­
lectual y moral, hacia la cual se dirigen nuestras voluntades en mos en un movimiento espontáneo d e la voluntad.
un impulso de gratitud y de amor. En el primer caso es como Lo que pasa es que la idea del deber, lo mismo que la idea
un Dios celoso y temido, como un legislador severo que no per­ del bien son de suyo dos abstracciones que, mientras no se re­
mite que se conculquen sus órdenes; en el segundo, es la divi­ lacionen con una realidad viviente, permanecen en el aire, por
nidad piadosa por la que el creyente se sacrifica con alegría. así decirlo, y carecen entonces de todo lo que se necesita para
L a sociedad debe este doble aspecto que nos presenta y esta hablar a los corazones y a las mentes, especialmente al corazón
doble función a esa única propiedad en virtud de la cual es y a la m ente del niño. Es verdad que todo el que tenga un sen­
superior a los individuos. Por ser superior a nosotros, nos m an­ timiento vivo de las cosas morales podrá hablar de ellas con
da, es una autoridad imperativa, porque si estuviera a nuestro calor. Y el calor es comunicativo. Pero ¿acaso una educación

246
racional puede consistir en una predicación calurosa que apele
únicamente a las pasiones, por muy nobles que puedan ser las
14
pasiones que se despiertan? Semejante educación no se diferen­
ciaría en nada de aquella otra que estamos queriendo sustituir, Conclusiones sobre los dos primeros
puesto que la pasión no sólo es una forma de preconcepto, sino
la forma por excelencia del preconcepto. Es necesario cierta­ elementos de la moralidad.
m ente despertar las pasiones com o fuerzas motoras de la con­ El tercer elemento: la autonomía
ducta, pero conviene despertarlas con procedimientos que sean
de la competencia de la razón. Además conviene que no sean de la voluntad
pasiones ciegas, sino que vayan acompañadas del concepto que
las ilumine y las guíe. Si nos limitamos a repetir y a desarrollar
con un lenguaje conmovedor unas cuantas palabras abstractas,
como el bien y el deber, 110 podrá resultar de allí más que un
psitacismo moral. Lo que se necesita es poner al niño en con­
tacto con las cosas, con las realidades vivas y concretas de las
que los términos abstractos solamente expresan los caracteres
más generales. Pues bien, se ha demostrado cuál es esa realidad;
por eso, la educación moral tiene un apoyo seguro, no se en­
cuentra en presencia solamente de unos conceptos mal preci­
sados, sino que tiene en la realidad un sólido fundamento; sabe
cuáles son las fuerzas que tiene que emplear y que tiene que
actuar sobre el niño para hacer de él un ser moral.

E l método que utilizamos en el estudio de los hechos m o­


rales tiene como objetivo transform ar en nociones claras y de­
finidas las impresiones confusas de la conciencia moral común.
Es nuestra finalidad ayudarle a que vea claro dentro de sí mis­
ma, a que se reconozca en medio de las diversas tendencias,
de las ideas confusas y divergentes que la atorm entan. Pero 110
se trata ni mucho menos de sustituirla, puesto que esa concien­
cia moral com ún es la realidad moral de la que hemos de partir
y hacia la que tenemos que regresar. Ella es el único punto de
partida posible para nosotros; ¿en qué otra parte podríamos ob­
servar a la moral, tal com o es? Una especulación moral que
110 empezase observando a la moral tal como es a fin de llegar
a com prender en qué consiste, carecería necesariamente de ba­
se. Lo que constituye el único objeto posible de la investigación
son los juicios de la conciencia común, tal com o se presentan
a la observación. Pero, por otra parte, es a la conciencia común
a la que hemos de volver al final de la investigación a fin de
intentar iluminarla, sustituyendo sus representaciones confusas
por unas ideas más precisas elaboradas con método. Este es el
motivo d e que, a cada paso adelante que demos, a cada concep-

248 249
to claro que constituyamos, me impondré como regla el buscar dos que la expresan. La educación a través de las cosas es ne­
qué es lo que corresponde al mismo cn las concepciones mora­ cesaria y obligatoria, tanto en el caso de la cultura moral como
les usuales, sean cuales fueren las impresiones recónditas de las en el de la intelectual. Ahora que sabemos cuáles son las cosas,
que esas nociones son la forma científica. cuál es la realidad que expresan los sentimientos morales, te­
Así es como, después de haber distinguido los dos elementos nemos trazado el método para proceder a la educación moral.
esenciales de la moral, me he preocupado de dem ostrar que, ba­ Será suficiente hacer que penetre esa cosa en 1a escuela, conver­
jo diversas formas, iodo el mundo hace de ellos una distinción, tirla cn un elemento fundamental del ambiente escolar, presen­
si no idéntica, al menos análoga. En efecto, no hay ningún mo­ társela a los niños bajo sus diversos aspectos, de modo que se
ralista que no haya advertido que en la moral hay dos especies imprima en su conciencia. Habremos encontrado entonces, por
de cosas bastante distintas, indicadas ordinariam ente por las pa­ lo menos, el principio de la praxis educativa.
labras bien y deber. El deber es la moral que manda, la moral Una vez enlazados con la realidad los dos elementos de la
concebida com o una autoridad a la que tenemos que obedecer moral, nos damos cuenta m ejor de lo que constituye su unidad.
porque es una autoridad, y únicamente por eso. El bien es la Con frecuencia, saber cómo el bien y el deber se entrelazan en­
moral concebida como cosa buena, que atrae a la voluntad, que tre sí h a puesto en apuros a los moralistas, que no han encon­
provoca la espontaneidad del deseo. Es fácil advertir cómo el trado otra forma de resolver el problema más que deduciendo
deber es la sociedad que nos impone ciertas reglas, que asigna una concepción de la otra. Para algunos de ellos el bien es la
ciertos límites a nuestra naturaleza, mientras que el bien es la noción prim aria de la que se derivó más tarde el deber: tene­
sociedad como realidad más rica que la nuestra y a la que no mos el deber de conformarnos con la norm a porque el acto que
podemos menas de adherirnas sin que se derive de ella un en­ nos prescribe es bueno. Pero entonces la idea del deber queda
riquecimiento de nuestro ser. Por eso mismo en ambas partes disimulada y llega a desaparecer casi por completo. Hacer una
se expresa el mismo sentimiento, esto es, que la moral se nos cosa porque nos gusta, porque es buena, no significa hacerla
presenta bajo un doble aspecto: bien como una legislación im­ por deber, y se ha afirmado que no había ningún bien más que
perativa que exige de nosotros una obediencia entera, bien como en el cumplimiento del deber. Pero entonces la moral se ve pri­
un magnífico ideal por el que nuestra sensibilidad aspira espon­ vada de todo su atractivo, de aquello que actúa sobre e! senti­
táneamente. Pero aunque exprese el mismo sentimiento, es muy miento, de todo lo que puede provocar la espontaneidad de la
diferente en los dos casos y esta diferencia no tiene solamente acción para convertirse en una consigna imperativa y puramen­
un interés teórico. Efectivamente, el bien y el deber son dos pa­ te coercitiva, a la que tenemos que obedecer sin que los actos
labras abstractas, un nombre y un verbo sustantivado, que sir­ que nos impone correspondan de ninguna manera a nuestra
ven para resumir los caracteres de una realidad que es buena y naturaleza, sin que haya para nosotros interés de ninguna cla­
que tiene el mérito de obligar a nuestra voluntad. ¿De qué rea­ se. Desaparece así el concepto de bien que no es menos im­
lidad se trata? ¿De la moral? Pero también la moral de suyo es portante que el de deber, ya que es imposible obrar si nuestra
un conjunto de juicios generales, de máximas generales. ¿Qué acción no se nos presenta como buena bajo algún aspecto, si
realidad expresan esos juicios? ¿Cuál es la naturaleza que refle­ no estamos interesados de algún modo en realizarla. Todo in­
jan? A esta pregunta que no se plantea la conciencia común tento de reducir los dos conceptos a una unidad deduciéndolos
hemos intentado responder nosotros y, de esta manera, hemos el uno del otro tiene, por tanto, el efecto de hacer desaparecer
ofrecido a la educación el medio, el único medio, de form ar a uno o a otro, absorbiendo el deber en el bien o el bien en el
racionalmente el temperamento moral del niño. Puesto que exis­ deber y dejando en definitiva una moral empobrecida e incom­
te un sólo método capaz de despertar en el ánimo del niño cier­ pleta. Planteado en estos términos el problem a es insoluble.
tas ideas y sentimientos sin tener que recurrir a los artificios P ero es posible resolverlo sin muchos esfuerzos apenas se llega
irracionales, sin apelar exclusivameente a la pasión ciega, y que a comprender que los dos elementos de la moral son dos aspec­
consiste en poner al niño en relación y cn contacto lo más di­ tos diversos de una misma realidad. Efectivamente, lo que cons­
recto posible con la cosa misma a la que se refieren esas ideas tituye su unidad no es ya que el uno sea un corolario del otro
y esos sentimientos, tendrá que ser esa cosa, y ella solamente, y viceversa; es la unidad misma del ser real del que expresan
la que con su acción deberá provocar en la conciencia los csta- sus diversos modos de obrar. La sociedad nos manda porque

250 251
está por encima de nosotros mismos, forma parte de nuestro deber apenas lo vislumbran, sin vacilación de ningún género,
ser, nos atrae con ese atractivo especial que inspiran los fines íntegramente, sólo porque es su deber y sin que por ello les
morales. No hay ninguna necesidad de deducir el bien del deber diga muchas cosas a su corazón. Son esos los hombres de ra­
o viceversa, sino que en la medida en que nos representemos a zón sólida y de voluntad robusta, cuyo ejemplar ideal podría
la sociedad bajo un aspecto o el otro, se nos presentará como muy bien ser Emmanuel Kant, pero en los que las facultades
una potencia que dicta sus leyes o bien como un ser amado al afectivas están bastante menos desarrolladas que las fuerzas del
que nos entregamos; según que nuestra acción quede determi­ entendimiento. Obedecen apenas habla la razón, pero mantienen
nada por una representación o por otra, actuaremos por respe­ a cierta distancia las influencias de la sensibilidad. Su fisonomía
to al deber o por am or al bien. Puesto que probablemente no tiene un aspecto de firmeza, de resolución, pero al mismo tiem­
podemos jamás representarnos a la sociedad bajo uno de esos po de frialdad, de rigidez, de severidad. Es característica en ellos
aspectos con exclusión total del otro, puesto que nunca podemos la fuerza de contención que pueden ejercer sobre sí mismos; por
separar radicalmente dos aspectos distintos de una sola y misma eso no se exceden en sus propios derechos y no se propasan
realidad y, por una asociación natural, no puede dejar de estar en los de los demás; se sienten poco inclinados a los impulsos
presente la idea del uno, aun cuando en menor grado, cuando espontáneos, en los que el individuo se entrega y se sacrifica
la idea del otro ocupa el primer lugar en la conciencia, de ahí con alegría. Los otros, por el contrario, en vez de contenerse
se sigue que, rigurosamente hablando, nunca actuamos por com­ y concentrarse, se prodigan, se derraman hacia fuera, les gus­
pleto por puro deber y nunca obramos enteram ente por puro ta aficionarse y sacrificarse; son corazones sensibles, almas ge­
am or al ideal; en la práctica, uno de esos sentimientos acom­ nerosas y ardientes, cuya actividad sin embargo, se deja difí­
paña siempre al otro, aunque sólo sea a título auxiliar o com­ cilmente disciplinar. Son capaces de acciones resonantes, pero
plementario. Hay pocos hombres, aunque haya alguno, que pue­ cuesta mucho trabajo obligarles a la práctica del deber de cada
dan cumplir con su deber únicamente porque es su deber, sin día. Su conducta moral no tiene esa lógica consecuente, ese ni­
experimentar una oscura sensación de que el acto prescrito es vel moral que .se observa en los primeros. Tiene uno que fiarse
bueno bajo algún aspecto; en otras palabras, sin estar inclina­ menos de esos apasionados, porque las pasiones, hasta las más
dos a él por una cierta tendencia de su sensibilidad. Al contra­ generosas, pueden excitarlos sucesivamente, bajo la influencia
rio, aun cuando la sociedad esté en nosotros y nos confundamos de circunstancias fortuitas, en las direcciones más divergentes.
parcialmente con ella, los fines colectivos que perseguimos cuan­ En sustancia, esos dos tipos se contraponen lo mismo que los
do obramos moralmente están tan por encima de nosotros que, dos elementos de la moral. Unos tienen el dominio de sí, el po­
para alcanzar su altura y superamos de este modo a nosotros der de inhibición, aquella autoridad sobre sí mismos que se des­
mismos, nos es preciso realizar un esfuerzo del que seríamos in­ arrolla en la práctica del deber; los otros se distinguen por su
capaces si la idea del deber, el sentimiento de que tenemos que energía activa y creadora, que desarrolla una continua e íntima
obrar así porque estamos obligados a ello, no viniera a reforzar comunión con la fuente misma de las energías morales, esto es,
nuestra adhesión a la colectividad y a sostener su efecto. con la sociedad.
Por m uy estrechos que sean los vínculos que unen entre sí Con las sociedades sucede como con los individuos. Tam ­
a los dos elementos, por muy implicados que estén en la reali­ bién en ellas domina unas veces un elemento y otras otro; y se­
dad el uno con el otro, conviene observar que no dejan de ser gún sea el uno o el otro el que predomina, la vida moral cam ­
por ello bastante distintos. La prueba de ello es que, tanto en biará de aspecto. Cuando un pueblo ha adquirido el debido equi­
el individuo como en los pueblos, los dos se desarrollan de ma­ librio y madurez, cuando las diversas funciones sociales han en­
nera inversa entre sí. En el individuo es siempre uno u otro de contrado, al menos durante un período, su forma organizativa,
estos elementos el que domina o el que tiñe con su color es­ cuando los sentimientos colectivos resultan en su esencia indis­
pecial el temperamento moral del sujeto. A este propósito po­ cutibles para la mayoría de los individuos, lo que predomina es
demos distinguir en los temperamentos morales de los hombres el am or a la regla, el gusto por el orden. I-as veleidades, por
dos tipos extremos v opuestos, que encierran evidentemente en­ muy generosas que fuesen, que intentasen perturbar de algún
tre sí una infinidad de matices intermedios. En algunos predo­ modo el sistema de ideas y de normas establecidas, aunque fue­
mina el sentido de la norma, de la disciplina. Cumplen con su se para perfeccionarlo, inspirarían una repulsa general. A veces

252 253
sucede que ese estado es tan acentuado que hace sentir su in­ la consecución de los grandes objetivos colectivos a los que
fluencia no sólo sobre las costumbres, sino incluso sobre las puedan dedicarse; hay que hacerles am ar un ideal social en cu­
artes y las letras, que expresan a su modo la condición moral ya actuación puedan trabajar más adelante. Si no, si la segunda
del país. Este es el carácter típico de ciertos siglos, como el de fuente de la moralidad no llega a compensar todo lo que la pri­
Luis xiv, el de Augusto, en los que la sociedad alcanzó una m era tiene de provisional y de necesariamente insuficiente, el
plena conciencia de sí misma. Por el contrario, en las épocas país no puede menos de caer en un estado de astenia moral,
de transición y de transformaciones el espíritu de disciplina no no Ubre de peligros por su misma existencia material. Porque
está en disposición de m antener su fuer/a moral, dado que es si la sociedad no tiene esa unidad que se deriva de la perfecta
escaso por lo menos el sistema normativo que está vigente y es articulación de relaciones entre sus partes o del concurso ar­
inevitable que en esas, situaciones los ánimos adviertan muy po­ mónico de las funciones que garantiza una buena disciplina, ni
co la autoridad de una disciplina tan debilitada. Por consiguien­ la unidad que procede del hecho de que todas las voluntades se
te, es el otro elemento de la moralidad, la necesidad de un ob­ sienten atraídas hacia un objetivo común, entonces no será más
jetivo al que adherirse, de un ideal al que dedicarse, en una que un montón de arena que dispersará la m enor sacudida o el
palabra, el espíritu de sacrificio y de abnegación, el que se con­ m enor soplo de viento. Así pues, en las presentes condiciones
vierte en el recurso moral por excelencia. hemos de despertar sobre todo la fe en un ideal común. Hemos
Pues bien — y esta es precisamente la conclusión a la que visto cómo un patriotismo espiritual puede ofrecer ese objetivo
queríamos llegar— , estamos atravesando actualmente una de necesario. Las nuevas ideas de justicia y de solidaridad, que se
estas fases de crisis. Más aún, es imposible encontrar en la his­ vayan elaborando ahora, suscitarán luego las instituciones apro­
toria una crisis tan grave como esta en la que están empeñadas piadas. Trabajar por aclarar esas ideas todavía confusas e in­
las sociedades europeas desde hace más de un siglo. La disci­ conscientes, hacer que las amen los niños sin provocar en ellos
plina colectiva en su forma tradicional ha perdido su autori­ sentimientos de cólera en contra de las ideas o las prácticas
dad, como lo demuestran las tendencias divergentes que des­ heredadas del pasado y que fueron la condición de esas otras
garran a la conciencia pública y el ansia general que de allí se que se van formando ante nuestros ojos, ese es precisamente en
deriva. Por consiguiente, el espíritu de disciplina ha perdido su la actualidad el objetivo más urgente de la educación moral.
propio ascendiente y en tales condiciones sólo cabe el recurso En primer lugar hemos de formamos un alm a y ese alma tene­
de acudir al otro elemento de la moral. Evidentemente el espí­ mos que suscitarla en el niño. No cabe duda de que la vida m o­
ritu de disciplina es un factor que no hay que descuidar en nin­ ral que brotará de allí será un tanto tumultuosa, puesto que
gún momento. Ya hemos dicho que, mientras se trabaja en ciertamente no se organizará de golpe; pero existirá y, una vez
transform arlo es cuado más se siente la necesidad de las nor­ creada, todo hace esperar que con el correr de los años sabrá
mas morales. Por eso es necesario m antener vivo su sentimien­ ir regulándose y disciplinándose.
to en el niño; es esta una tarea que el educador no debe des­ Estamos ahora en condición de averiguar si los resultados
cuidar jamás. Dentro de poco veremos cómo deberá cumplirla. del análisis al que nos liemos entregado están en conformidad
Pero la disciplina moral reviste toda su acción de utilidad sola­ con el program a que nos habíamos trazado. Nos habíamos pro­
mente cuando se ha constituido la moral, ya que tiene como puesto en prim er lugar encontrar las formas racionales de aque­
objeto fijar y m antener los rasgos esenciales que esa moral pre­ llas creencias morales que, hasta el día de hoy, se habían ex­
supone como fijos. Pero cuando la moral está aún por consti­ presado únicamente de una forma religiosa. ¿Lo hemos logra­
tuir, cuando se va en su busca, para crearla es preciso recurrir do? Antes de responder a esta pregunta hemos de ver cuáles
no ya a las fuerzas puramente conservadoras, puesto que no se son las ideas morales que tuvieron en los símbolos religiosos
trata de conservarla, sino a las fuerzas activas e inventivas de la una expresión relativamente adecuada.
conciencia. Aunque no se deba ciertamente perder de vista la A nte todo la religión, al vincular la moral con una potencia
necesidad de disciplinar la energía moral, el educador debe apli­ trascendente, hizo fácilmente representable la autoridad inhe­
carse sin embargo, a despertarla y desarrollarla. Por eso hay que rente a los preceptos morales. El carácter imperativo de la nor­
estimular la capacidad de entrega, de sacrificio, proporcionán­ ma, en vez de parecer una abstracción sin raíces en la realidad,
dole el alimento debido. Hay que entrenar a los individuos en se explicaba cómodamente en cuanto que la norm a misma se

254 255
entendía como una emanación de la voluntad soberana. La obli­
gación moral tiene un fundamento objetivo en cuanto que exis­ que no es ésta la verdadera razón de la eficacia de las morales
religiosas, tenemos el hecho de que ciertas grandes religiones
te por encima de nosotros un ser que nos obliga y, para darle
han ignorado esas sanciones, como el judaismo por ejemplo,
ese sentimiento id niño, bastaba con hacerle sentir la realidad
de ese ser trascendente con la ayuda de unos medios apropia­ hasta una época más bien avanzada de su historia. Además, to­
dos están de acuerdo en la actualidad en reconocer que, en la
dos. Pero el ser divino no se concibe únicamente como un le­
m edida en que la consideración relativa a las sanciones •—sean
gislador o un guardián del orden moral. 'OjioiacuOíjvaí t<i> 0=$:
las que fueren— contribuye a determ inar un acto, en esa misma
lograr la semejanza con Dios, confundirse con él, tal es el prin­
m edida ese acto carece de valor moral. No podemos atribuir
cipio fundamental de toda moral religiosa. Si en cierto sentido
ningún interés moral a una concepción que no pueda interve­
el dios existe, en otro sentido está en perenne devenir, se rea­
nir en la conducta sin alterar la moralidad.
liza progresivamente en el mundo para que lo imitemos y lo
Así pues, estamos seguros de que no hemos empobrecido la
reproduzcamos en nosotros mismos. Y si de este modo puede
realidad moral al expresarla en una forma racional; además, es
servir de modelo y de ideal al hombre, es porque, aunque sea
fácil observar, como se había previsto, que este cambio de for­
superior a cada uno de nosotros, hay sin embargo algo de co­
ma lleva consigo otros cambios en el contenido. No es cierta­
m ún entre 61 y nosotros. Hay una parte de nosotros mismos, esa
mente un magro resultado, dada la finalidad particular que nos
parte eminente de nuestro ser que se llam a alma, que procede
habíamos propuesto, el haber demostrado que la moralidad po­
de él y que lo expresa en nosotros. Ese es el elemento divino
día, sin disminuirse ni alterarse, verse conducida de nuevo ente­
de nuestra naturaleza que tenemos que desarrollar. De este mo­
ramente a las realidades empíricas y que, consiguientemente,
do la voluntad hum ana llegaba a estar suspendida de un fin
la educación mediante las cosas podía aplicarse a la cultura m o­
supraindividual y, sin embargo, los deberes del individuo para
con los demás individuos no quedaban por ello proscritos, sino ral lo mismo que se aplica a la cultura intelectual. Además, esta
vinculados con la fuente más profunda de donde brotan. Pues­ sustitución de una forma por la otra tiene tam bién el efecto
de hacer que resalten esos caracteres y esos elementos morales
to que llevamos en nosotros un sello divino, los sentimientos
que de lo contrario quedarían escondidos. Es natural que una
que la divinidad nos inspira tienen que volcarse naturalmente
simple operación lógica y científica, tal como es la que hemos
sobre todos aquellos que concurren con nosotros a realizar a
emprendido, no pueda crearlos de la nada y ser capaz de dar­
dios. Sigue siendo dios aquel a quien amamos en ellos y con
les la existencia. La ciencia explica lo que existe, pero no lo
esa condición es como nuestro am or asume un valor moral.
crea. La ciencia no puede por sí sola dotar a la moral de pro­
Pues bien, hemos visto que somos capaces de expresar en
términos racionales todas estas realidades morales, sencillamen­ piedades que ésta no podría tener de ningún modo. Pero sí que
te por el procedimiento de sustituir el concepto de un ser supra- puede ayudar a hacer visibles esos caracteres ya existentes que
expcrimental por el concepto empírico de ese ser directamente el simbolismo religioso no estaba adaptado para expresar, por
tener un origen demasiado reciente, y que por otra parte sentía
observable que es la sociedad, siempre que nos representemos
la tentación de negar o, por lo menos, de dejar en la sombra.
a la sociedad, no ya como una suma aritmética de individuos,
Por el mero hecho de hacerse racionalizada la moral, se ve
sino como una personalidad nueva, distinta de las personalida­
des individuales. Hemos demostrado que la sociedad, así en­ libre de aquel inmovilismo al que se había condenado lógica­
m ente cuando se apoyaba en bases religiosas. Si la ley se con­
tendida, nos obliga porque nos domina, y atrae nuestras volun­
tades porque penetra en nosotros, a pesar de dominarnos. Lo sidera como emanada de un ser eterno c inmutable, es eviden­
mismo quS el creyente ve en la parte eminente de la concien­ te que se concebirá también tan inmutable como la imagen de
cia una partecilla y un reflejo de la divinidad, también nosotros la divinidad. Viceversa, si como he intentado demostrar, la lev
constituye una función social, participará de la permanencia
descubrimos allí una partecilla y un reflejo de la colectividad.
Quizás se nos objete que la perspectiva de sanciones ultraterre- relativa y de la relativa variabilidad que presentan las socieda­
nas es una garantía para la autoridad de las normas morales des. Una sociedad permanece en cierta medida idéntica a sí mis­
mejor que las simples sanciones sociales sujetas a errores de ma en toda su existencia sucesiva. A través de los cambios que
sufre mantiene un fondo constitucional que no cambia; por eso,
aplicación y siem pre inciertas. Pero entretanto, para demostrar
el sistema moral que practica presenta el mismo grado de iden­
256 257
17
tidad y de constancia. Entre la moral de la edad media y la de t:i el de que la personalidad hum ana es la cosa sagrada por ex­
nuestros días hay algunos rasgos en común. Pero por otra par­ celencia, que tiene derecho a ese respeto que el creyente de
te, lo mismo que la sociedad, aun permaneciendo la misma, va cualquier religión le tributa sólo a su dios; es lo que nosotros
evolucionando cn continuidad, así también la moralidad se mismos queremos decir cuando ponemos la idea de humanidad
transforma progresivamente. A medida que las sociedades se como finalidad y razón de ser de la patria. E n virtud de este
van haciendo más complejas y flexibles, esas transformaciones principio cualquier tipo de atentado cn contra de nuestro yo nos
se hacen más radicales e importantes. Por eso hemos podido de­ parece inmoral, porque violenta nuestra personal autonomía.
cir hace poco que, en las presentes circunstancias, nuestro deber Actualmente todos reconocen, al menos en teoría, que nunca,
principal consiste en crearnos una moral. L a vida moral, si ex­ cn ningún caso, se nos puede im poner obligatoriamente una de­
presa ante todo la naturaleza social, sin ser de una fluidez que terminada manera de pensar, aunque sea en nombre de una au­
le impida continuam ente fijarse, es sin embargo, capaz de un toridad moral. Es una regla no solamente lógica sino moral el
desarrollo infinito. que nuestra conciencia 110 puede ni debe aceptar por verdade­
Pero, por muy considerable que sea este cambio en el mo­ ro más que lo que ha reconocido como tal espontáneamente.
do de concebir la moral, precisamente por haberla laicizado, lle­ Pero entonces tiene que pasar lo mismo cn la práctica: si la
va consigo otro cambio de mayor importancia. En efecto, existe ¡dea tiene com o finalidad y como motivo de ser el guiar la ac­
un elemento de la moral del que no se ha hablado hasta ahora ción, ¿qué nos importa que sea libre cuando la acción es sierva?
y que, lógicamente, sólo puede ser acogido en una moral ra­ Hay ciertamente algunos que le discuten a Ja conciencia mo­
cional. ral el derecho a reivindicar semejante autonomía y observan
Hasta ahora hemos presentado la moral como un sistema cómo en realidad todos sufrimos continuas constricciones, cómo
de normas externas al individuo, que se le imponen desde fue­ el ambiente social nos va plasmando, cómo nos impone toda
ra, no tanto por la fuerza material, sino en virtud del ascen­ clase de opiniones que no son deliberadas, sin hablar de las
diente que hay en ellas. No es menos verdad que desde esta tendencias que nos vienen fatalmente en virtud de la herencia.
perspectiva la voluntad individual aparece como regida por una Añádase a ello que, no sólo en realidad, sino en derecho, la
ley que no es obra suya. No somos nosotros los que hemos he­ personalidad 110 puede ser más que el producto del ambiente.
cho la moral. Es verdad que. en nuestra cualidad de partes de ¿De dónde provendría, si no? O se dice que ha brotado de la
esa sociedad que la elabora, concurrimos en cierto modo a la nada, que existe desde toda la eternidad, una e indivisible, co­
elaboración que la hace brotar; sin embargo, es bastante escasa mo un verdadero y auténtico átomo psíquico caído quizás cn el
la parte que le corresponde a cada generación en la evolución cuerpo, o bien, si tiene un origen, si está constituida de partes
moral. La moral actual está ya fijada en sus líneas esenciales como todo lo que hay en el mundo, no tiene más remedio que
en el momento de nuestro nacimiento; los cambios que va su­ ser 1111 compuesto, un resultado de fuerzas diversas que proce­
friendo en el curso de una existencia individual, esos cambios den de la raza o de la sociedad. También hemos demostrado
cn los que cada uno de nosotros puede participar, son infinita­ que 110 puede acudirse a ninguna otra fuente. Pero por indis­
mente reducidos, ya que las grandes transformaciones morales cutibles que sean estos hechos y por muy segura que sea esta
requieren siempre mucho tiempo. Además, somos únicamente dependencia, también es cierto que la conciencia moral protes­
una de las innumerables unidades que colaboran en ello; por ta cada vez con mayor energía en contra de esta servidumbre
tanto, nuestra aportación personal es solamente un factor ínfi­ y reivindica con valentía una autonomía cada vez mayor para
mo. anónimo, del complejo resultado en el que desaparece. No la persona. Dada la generalidad y la persistencia de esta reivin­
se puede menos de reconocer que, si la norm a moral es una dicación y la creciente claridad con que se afirma, es imposible
obra colectiva, más bien la recibimos que la hacemos. Nuestra ver en ella el producto de una especie de alucinación de la
actitud es bastante más pasiva que activa; más que obrar, so­ conciencia pública. Tiene que responder a una realidad; es ella
mos «obrados». Pues bien, esta pasividad está en contraste con misma un hecho, por el mismo título que los hechos contrarios
la tendencia actual, cada día más fuerte, de nuestra moral. que se le contraponen; por ello, en vez de negarla y de discu­
En efecto, entre los axiomas fundamentales de nuestra moral (po­ tirle el derecho de existencia, puesto que existe, hay que tener­
dríamos incluso decir que se trata del exioma fundamental) es- la en cuenta.

258 259
Kant ha sido seguramente el moralista que más vivo tuvo el que la ley moral está investida de una autoridad que impone
sentimiento de esta doble necesidad. Ningún otro ha sentido respeto incluso a la razón. Advertimos que ella dom ina no sólo
con tanta fuerza el carácter im perativo de la ley moral, puesto ¡i nuestra sensibilidad, sino a toda nuestra naturaleza, incluso a
que hizo de ella una verdadera y auténtica consigna, a la que lu racional. Kant ha demostrado mejor que nadie que había algo
se debe una especie de obediencia pasiva. «La relación de la •le religioso en el sentimiento que la ley moral inspira hasta en
voluntad hum ana con esta ley, afirma, es una relación de depen­ las regiones más elevadas de nuestro ser; pues bien, no podemos
dencia (Abhangigkeit); le damos el nom bre de obligación (Ver- tener sentimientos religiosos sino ante un ser real o ideal que
bindUchkeii), que indica una constricción (Ndthigung)». Pero al nos parezca superior a la facultad que lo concibe. En efecto,
mismo tiempo se niega a admitir que la voluntad pueda ser lu obligación es un elemento esencial del precepto moral, según
plenam ente moral cuando no es autónoma, cuando ha sopor­ las razones que antes presentamos. Toda nuestra naturaleza, la
tado pasivamente una ley de la que no es ella misma legisla­ u/.ón lo mismo que la sensibilidad, tiene necesidad de ser en­
dora. «La autonomía de la voluntad, nos dice, es el único prin­ cauzada y contenida dentro de ciertos límites; porque nuestra
cipio de todas las leyc« morales y de todos los deberes que son razón no es una facultad trascendente, sino que forma pane
conformes a ellas; toda heteronomía de la voluntad... se opo­ del mundo y está som etida a la ley del mundo. Todo lo que hay
n e... a la moralidad de la voluntad» '. Así es como Kant creía en el mundo es limitado y toda limitación presupone unas fuer­
que podía resolver esta antinomia. La voluntad de suyo es au­ zas que lo limitan. A fin de poder concebir una autonomía pura
tónoma, nos dice. Si la voluntad no estuviera sujeta a la acción de la voluntad incluso en los términos a que hemos aludido,
de la sensibilidad, si estuviera constituida de tal modo que se Kant se vio obligado a admitir que la voluntad, al menos la
conformase solamente con los preceptos de la razón, iría es­ voluntad como puram ente racional, no depende de la ley de la
pontáneam ente hacia el deber con el simple impulso de la na­ naturaleza. Se vio obligado a convertirla en una realidad que
turaleza. Por tanto, para un ser puramente racional la ley per­ se sostiene por sí misma, sobre la que el mundo no actúa, y que,
dería su carácter obligatorio, su aspecto coercitivo, y la autono­ replegada sobre sí misma, quedaba sustraída a la acción de las
mía sería completa. Pero en realidad no somos razón pura, te­ fuerzas externas. Nos parece inútil discutir hoy esta concep­
nemos una sensibilidad que tiene su propia naturaleza y que ción metafísica, que sólo puede com prom eter a las ideas con
es refractaria ante las órdenes de la razón. M ientras que la ra­ las que está vinculada.
zón mira a lo general, a lo impersonal, la sensibilidad por el
contrario siente afinidad por lo particular y lo individual. Por
tanto, la ley de la razón es un yugo para los instintos y por eso
nos d a la impresión de ser obligatoria y coercitiva. Ejerce sobre
nosotros una verdadera y propia constricción. Pero es obligación
y disciplina imperativa sólo respecto a la sensibilidad, mientras
que la razón pura sólo atiende a sí misma, es autónoma, crea de
sí misma a la ley, imponiéndola a las partes inferiores de nues­
tro ser. Así es como la contradicción se resuelve a través del
propio dualismo de nuestra naturaleza: la autonomía es obra
de la voluntad razonada, la heteronomía es obra de la sensi­
bilidad.
Pero entonces la obligación vendría a ser en cierto modo
un carácter accidental de la ley moral. De suyo la ley no sería
necesariamente imperativa y sólo se revestiría de autoridad cuan­
do se encontrase en conflicto con las pasiones. Semejante hipó­
tesis es totalmente arbitraria. Todo demuestra, por el contrario,

1. C rítica d e la razón práctica. D e los principios, p á rra fo s 7 y 8.

260
15 ii'uiente, cuando nos conformamos con ellas, estamos obede-
• ¡nulo a una ley que nos hemos hecho nosotros. Sufrimos una
■•‘nsiiicción que, aunque sea moral, no es por ello menos efecti­
La autonomía de la voluntad va. Por otro lado es cierto que la conciencia protesta contra se­
(final) mejante dependencia. Consideramos plenamente moral solamen­
te a aquel acto que hemos realizado con plena libertad, sin es-
iii sometidos a ningún género de presión. Pues bien, no somos
libres si la ley según la cual regulamos nuestra conducta se nos
impone desde fuera, si no la hemos querido libremente. Esta
tendencia de la conciencia moral a poner en relación la morali­
dad del acto con la autonomía del agente es un hecho innega­
ble que tenemos que explicar.
Ya hemos visto la solución que Kant proponía a un proble­
ma cuya dificultad palpaba claram ente y que incluso fue él el
primero en plantear. A su juicio la autonom ía es el principio
mismo de la moralidad, que consiste en llevar a cabo ciertos
fines impersonales, generales, independientes del individuo y de
sus intereses particulares. Pues bien, la razón, debido a su cons­
titución innata, camina espontáneam ente hacia lo general, ha­
cia lo impersonal, porque es la misma en todos los hombres
y también en todos los seres racionales. Hay una sola razón y
Varias veces nos hemos metido en aparantes antinomias en­ por eso mismo, cn cuanto que somos movidos por esa razón,
tre los diversos elementos de la moralidad, entre el bien y el obramos moralmente y al mismo tiempo obramos con plena
deber, entre el individuo y el grupo, entre la limitación impues­ autonomía, ya que no hacemos más que seguir la ley de nues­
ta por la norm a y el desarrollo completo y total de la persona­ tra nauraleza racional. Entonces, ¿de dónde se deriva ese sen­
lidad humana. La frecuencia de esta antinom ia no tiene por timiento de constricción? Es que en realidad no somos seres pu­
qué sorprendernos, dado que la realidad moral es al mismo ramente racionales, sino que somos también seres sensibles. La
tiempo una y compleja. Pero lo que constituye su unidad es la sensibilidad es la facultad mediante la cual los individuos se dis­
unidad misma del ser concreto que le sirve de sustrato y del tinguen entre sí. Mi placer solamente puede ser mío y no afecta
que ella tiene la función de expresar la realidad; se trata de la a nada más que a mi temperamento personal, la sensibilidad,
sociedad. Por el contrario, cuando se representan cn abstracto por consiguiente, nos hace tender a fines individuales, egoístas,
los elementos que la forman, sin ponerlos cn relación con nada irracionales, inmorales. Entre la ley de la razón y nuestra facul­
que tenga una realidad, los conceptos que nos formamos de tad sensible existe, por consiguiente, un verdadero y auténtico
ella se presentan necesariamente como discontinuos, haciendo antagonismo y, en consecuencia, la primera no puede imponerse
casi imposible, a no ser mediante un verdadero milagro de ló­ a la segunda a no ser mediante una verdadera y auténtica cons­
gica, la captación de los unos y de los otros, hasta llegar a dar­ tricción. La sensación de esta constricción es lo que d a origen al
les a cada uno su propio lugar. De aquí es de donde nacen esos sentimiento de obligación. En Dias, donde todo es razón, 110
puntos-, de vista antitéticos, esas oposiciones o reducciones for­ hay lugar para ningún sentimiento de este género: cn él la mo­
zadas en las que con tanta frecuencia ha corrido el peligro de ral se actúa con una espontaneidad absolutamente autónoma.
perderse el pensamiento de los teóricos. Pero no pasa lo mismo con el hombre, que es un ser compues­
Así es como se originó esta nueva antinomia de la que h a­ to, heterogéneo, dividido contra sí mismo.
blamos al final de nuestra última lección. Por un lado las nor­ Pero se observa que desde este punto de vista la obligación
mas morales se nos presentan con toda evidencia como exter­ y la disciplina serían únicamente un carácter accidental de las
nas a la voluntad; esas normas no son obra nuestra y, por con- leyes morales, las cuales de suyo no serían necesariamente im-
262
perativas y no presentarían este aspecto coercitivo más que Para ver en qué consiste esta progresiva autonomía hemos
cuando entrasen en conflicto con la sensibilidad y tuvieran que ile observar en prim er lugar cómo se va actuando en nuestras
imponerse con autoridad para triunfar de las resistencias pasio­ relaciones con el am biente físico, ya que 110 solamente aspira­
nales. Pero esta hipótesis es totalmente arbitraria. La obliga­ mos a una mayor independencia en el orden de las ideas mo­
ción es un elemento esencial de todo precepto moral por las rales y la conquistamos de hecho, sino que intentamos liberar­
razones que ya hemos expuesto. Toda nuestra naturaleza por nos también cada vez más de la dependencia en que nos en­
entero, tanto la racional com o la pasional, tiene necesidad de contramos respecto a las cosas, de la que somos plenamente
verse delimitada y contenida. Efectivamente, nuestra razón no conscientes. Sin embargo, no se trata ahora de considerar real­
es una facultad trascendente, sino que forma parte del mundo mente a la razón hum ana como la legisladora del universo fí­
y. por tanto, tiene que sufrir las leyes del mundo. Pues bien, sico. ya que no es de nosotros de donde éste ha sacado sus le­
el universo es limitado y toda limitación supone unas fuerzas yes. Por eso, si en ciertos aspectos podemos decir que nos li­
que la limiten. Por eso, para concebir una autonomía pura de beramos de él, no significa esto que sea obra nuestra; esa par­
la voluntad, Kant se ve obligado a admitir que la voluntad, en cial liberación se la debemos a la ciencia. Efectivamenete, su-
cuanto que es pura racionalidad, no depende de la ley de la |x>ngamos para simplificar la exposición que la ciencia de las
naturaleza y tiene que convertirla en una facultad que se sos­ cosas ha llegado ya su más completa perfección y que la posee
tiene a sí misma dentro del mundo, a la que el mundo no pue­ cada uno de nosotros. Desde ese momento el mundo no es­
de afectar; replegada dentro de sí misma, lograría sustraerse de tará ya, propiamente hablando, fuera de nosotros, sino que se
la acción de fuerzas externas. Nos parece superfluo ponernos a habrá convertido en un elemento de nosotros mismos, ya que ha­
discutir una concepción tan evidentemente contraria a los he­ brá en nosotros un sistema de representaciones que lo exprese
chos y que solamente puede comprometer a las ideas morales adecuadamente. Todo lo que en él se encuentra estará represen­
con las que se la relaciona. Resulta demasiado fácil negarnos tado en nuestra conciencia con un concepto, y al ser esos con­
toda especie de autonomía cuando la voluntad puede ser autó­ ceptos científicos, esto es, claros y bien definidos, podremos
noma sólo con la condición de separarse radicalmente de la na­ manejarlos, combinarlos con facilidad, lo mismo que hacemos
turaleza. P o r otra parte, ¿cómo sería capaz de instituir leyes por ejemplo con las nociones geométricas. Por tanto, para sa­
de orden moral una razón que, por hipótesis, estuviera fuera de ber en un momento determ inado qué cosa es el mundo y cómo
las cosas, fuera de la realidad, cuando ese orden social, tal co­ hemos de adaptarnos a él, no habrá necesidad de salir de nos­
mo se ha establecido, expresa la naturaleza de esa realidad ver­ otros mismos ni de ponernos en su escuela. Será suficiente con
dadera y concreta que es la sociedad? mirarnos a nosotros mismos, analizar las nociones que tenemos
Así pues, esta solución es totalmente abstracta y dialéctica. de los objetos con los que tenemos que entrar en relación, exac­
La autonomía que nos confiere es posible en una línea de ló­ tam ente de la misma manera como lo haría un matemático para
gica, pero no tiene ni tendrá jamás nada de real. Puesto que determ inar las relaciones de magnitud mediante un simple cálcu­
somos y seremos siempre unos seres sensibles, además de unos lo mental, sin ninguna necesidad de observar las relaciones efec­
seres racionales, siempre habrá conflictos entre esas dos partes tivas de las magnitudes objetivas existentes fuera de él. De esta
de nosotros y la heteronomía será siempre una regla de hecho, forma, para concebir el m undo y regular nuestra conducta en
si no de derecho. Lo que exige la conciencia moral es una auto­ nuestras relaciones con él, 110 tendríamos que hacer otra cosa
nomía verdadera y efectiva, que no sólo es una dote de una más que pensar atentamente en nosotros mismos, tom ar con­
especie d e ser ideal, sino d e ese ser que somos nosotros. El ciencia de nosotros mismos. Ese es ya un primer grado de au­
mismo lincho de que nuestras exigencias en este respecto vayan tonomía. Pero hay más todavía. Si sabemos las leves de todas
siempre aum entando denota que se trata, no ya de una simple las cosas, sabremos también las razones de todo y podremos
posibilidad lógica, siempre igualmente verdadera con una ver­ entonces conocer las razones del orden universal. En otras pa­
dad totalmente abstracta, sino de una cosa que se lleva a cabo, labras, recogiendo u n a expresión algo arcaica, no somos cier­
que tiene un devenir progresivo, que va evolucionando en la tam ente los autores del plano de la naturaleza, pero lo encon­
historia. tramos mediante la ciencia, lo repensamos y lo comprendemos
para que sea como es. Desde ese momento, en la medida en

264 265
que estamos seguros de que es todo lo que debe ser, o sea, tal morales que soportamos pasivamente, que el niño recibe de
como lo exige la naturaleza de las cosas, nos lo podemos some­ fuera a través de la educación y que se le imponen con auto­
ter y 110 únicamente porque estemos materialmente obligados ridad, podemos investigar su naturaleza, sus condiciones próxi­
a ello o porque no seamos capaces de dejar de hacerlo sin pe­ mas y lejanas, su razón de ser. En una palabra, podemos hacer
ligro, sino porque creemos que así está bien y que no podemos ciencia de todo eso. Supongamos que esa ciencia ha llegado a
hacerlo mejor. Lo que obliga a adm itir al creyente que el m un­ su perfección y plenitud; entonces habría acabado nuestra hctc-
do es bueno por principio, por ser obra de un ser bueno, lo po­ ronom ía y seríamos los dueños del mundo moral. Ese mundo
demos hacer también nosotros a posteriori en la medida en que habría dejado de ser exterior a nosotros, ya que estaría re­
la ciencia nos permite establecer racionalmente lo que la fe pos­ presentado en nosotros por medio de un sistema de ideas cla­
tula a priori. Y esa sumisión no es una resignación pasiva, sino ras y distintas de las que descubriríamos todas sus relaciones.
una adhesión consciente. Conformarse con un orden de cosas Entonces estaríamos en disposición de convencemos hasta qué
porque tiene uno la certeza de que es todo lo que tiene que ser. punto esc sistema está basado en la naturaleza de las cosas,
no es sufrir una constricción, sino querer libremente ese orden, esto es, en la sociedad, o lo que es lo mismo, en qué medida es
con una aquiescencia consciente. Ouerer libremente no signifi­ precisamente lo que tiene que ser. En la medida en que se le
ca querer el absurdo; al contrario, significa querer lo que es reconozca como tal, se le podrá aceptar libremente. En efecto,
racional, esto es, querer obrar en conformidad con la naturaleza em peñarse en que sea distinto de lo que implica la constitución
de las cosas. Es verdad que bajo la influencia de circunstancias natural de la realidad que expresa sería lo mismo que salirse
contingentes y anormales sucede a veces que las cosas se des­ de la razón con el pretexto de querer libremente. También po­
vían de su naturaleza, pero entonces la ciencia nos lo advierte dríamos observar en qué medida carece de fundamento, dado
y al propio tiempo nos da los medios para enderezarlas, para que podría en el fondo encerrar algunos elementos anormales.
rectificarlas, dándonos a conocer cuál es normalmente su n a­ Pero entonces, en virtud de esa misma ciencia que presupone­
turaleza y cuáles son las causas que determinan estas desviacio­ mos ya cumplida y perfecta, tendríamos en nuestras manos el
nes anormales. E s evidente que la hipótesis que acabamos de medio de llevarlo de nuevo a su estado normal. De este modo,
presentar es totalmente irreal, porque la conciencia de la na­ con la condición de que poseamos una inteligencia adecuada de
turaleza no es todavía completa ni .lo será jamás. Pero el esta­ los preceptos morales, de las causas de las que dependen, de las
do que he presentado como si se hubiera ya realizado es un lí­ funciones que desempeña cada uno de ellos, estaremos en dis­
mite idea! al que nos iremos acercando indefinidamente. A m e­ posición de conformarnos a ellos conscientemente, con conoci­
dida que la ciencia progresa, vamos tendiendo cada vez más miento de causa. Semejante conformismo aquiescente no tiene
en nuestras relaciones con las cosas a pensar en nosotros mis­ ya nada de constrictivo. N o hay duda de que estamos más lejos
mos. Al com prender a las cosas nos liberamos de ellas; y no de ese estado ideal en lo que respecta a la vida moral que en
existe ningún otro medio para conseguir esta liberación. Por lo que se refiere a la vida física, puesto que la ciencia de la
consiguiente, la ciencia es la fuente de nuestra autonomía. moral acaba de nacer y sus resultados son todavía inciertos. Pe­
Pues bien, en el orden moral queda sitio para esa misma ro no importa. Existe el medio de liberarnos y eso es lo que
autonomía, y no lo hay para ninguna otra. Dado que la moral puede tener mayor fundam ento en esa aspiración de la con­
expresa la naturaleza de una sociedad y que ésta no nos es ciencia pública por una m ayor autonomía de la voluntad moral.
conocida más directamente que la naturaleza física, la razón in­ Pero, se me objetará, si conocemos la razón de la existen­
dividual no puede ser legisladora del mundo moral, como tam ­ cia de las nom ias morales, si conformamos con ella nuestra con­
poco lo es del m undo material. Las representaciones confusas ducta de un modo voluntario, ¿no perderán por eso mismo su
que el ignorante se forja de la sociedad no la expresan más ade­ carácter imperativo? ¿Y no tendremos que reprocharnos enton­
cuadamente que lo que nuestras sensaciones auditivas o visua­ ces aquello mismo que reprochábamos hace poco a Kant, esto
les expresan la naturaleza objetiva de los fenómenos materia­ es, que sacrificamos uno de los elementos esenciales de la mo­
les, sonidos o colores, a los que corresponden. Pero este orden ral en aras del principio de autonomía? ¿Es que acaso la idea
que el individuo como tal no ha creado ni h a querido delibera­ misma de un consentimiento concedido libremente no excluye la
damente puede ser suyo mediante 1a ciencia. De esas normas otra idea de un orden imperativo, a pesar de que se haya des­

266
cubierto en la virtud imperativa de la norm a uno de sus rasgos quicio del mundo y de sus leyes. Somos una parte integrante del
mas distintivos? Pero no es así, ni mucho menos. P’fectivamen- mundo, el mundo actúa sobre nosotros, nos em papa por todos
te, una cosa no deja de ser lo que es por el hecho de que igno­ lados, y tiene que ser así porque sin esa penetración nuestra
remos su porqué. Del hecho de conocer la naturaleza y las leyes conciencia se vería vacía de contenido. C ada uno de nosotros
de la vida no se deduce que la vida pierda ni uno solo de sus es el punto en que vienen a converger cierto número de fuerzas
caracteres específicos. Por eso mismo, si la ciencia de los hechos exteriores; es de ese encuentro de donde nace nuestra persona­
morales nos enseña cuál es la razón de ser del carácter impera­ lidad. Apenas dejan de encontrarse esas fuerzas, queda sólo el
tivo inherente a las normas morales, éstas no dejarán por ello punto matemático, el lugar vacío en el que habría podido for­
de seguir siendo imperativas. Del hecho de que sepamos que marse una conciencia, una personalidad. Pero si en cierta me­
nos resulta útil el vernos mandados se deduce que obedecere­ dida somos el producto de las cosas, podemos mediante la cien­
mos voluntariamente, pero no que no obedezcamos. Podemos cia subordinar a nuestro entendimiento 110 sólo esas cosas que
com prender perfectamente que en nuestra naturaleza está arrai­ ejercen sobre nosotros su acción, sino la misma acción de esas
gada la necesidad de estar limitados por unas fuerzas que nos cosas. Al hacerlo así volvemos a convertirnos cn dueños de
son exteriores y, consiguientemente, podemos aceptar libremen­ nosotros mismos. El pensamiento se convierte en liberador de
te esa limitación por ser natural y buena, sin que por esa ra­ la voluntad: esta afirmación que todos aceptarán de buena gana
zón deje de ser efectiva. Lo que pasa es que entonces deja de en lo que se refiere al mundo físico, no resulta menos cierta en
ser para nosotros una humillación y una esclavitud por obra lo que respecta al orden moral. La sociedad es el producto de
de nuestro consentimiento debidamente ilustrado. Por consiguien­ innumerables fuerzas — la que nosotras representamos en ella
te, semejante autonomía les deia a los principios morales todos 110 es más que una parte muy pequeña— , fuerzas que se com­
sus caracteres distintivos, incluso aquel que parece a primera binan entre sí siguiendo unas formas que, lejos de quererlas y
vista que es su negación y que realmente lo es en cierto mo­ de armonizarlas, las ignoramos muchas veces y que, por otra
do. Los dos términos antitéticos se reconcilian entre sí y lo­ parte, las recibimos en su m ayor parte como ya hechas por el
gran armonizarse: seguimos siendo limitados porque somos se­ pasado. Lo mismo sucede y tiene que suceder necesariamente
res finitos y, por consiguiente, en cierto sentido seguimos sien­ cn el caso de la moral, que es expresión de la naturaleza social.
do pasivos en relación con la norm a que nos obliga; pero esta Por tanto, es una peligrosa ilusión imaginarse que la moral es
pasividad se convierte al mismo tiempo en actividad gracias a obra nuestra, que por eso la poseemos enteramente, que está
la parte activa que tomamos en ella al quererla deliberadamen­ desde el principio bajo nuestra dependencia y que no es más
te, queriéndola porque conocemos su razón de ser. No es la que lo que nosotros queremos que sea. Esa ilusión es análoga
obediencia pasiva la que constituye por sí sola una disminución a la del hom bre primitivo que por un acto de su voluntad, por
de nuestra personalidad, sino más bien la obediencia pasiva en un deseo expreso, por un mandamiento enérgico, cree que es
la que no consentimos con perfecto conocimiento de causa. Por capaz de detener la marcha del sol, calm ar la tempestad o des­
el contrario, cuando ejecutamos ciegamente una orden cuyo al­ encadenar los vientos. Solamente podemos conquistar el mundo
cance y significado nos son desconocidos, pero sabiendo por moral de la misma form a que conquistamos el m undo físico,
qué hemos de portarnos como instrumentos ciegos, somos tan esto es, construyendo la ciencia de las cosas morales.
libres como lo seríamos si hubiéramos tenido nosotros solos to ­ Y así es como llegamos a la determinación del tercer ele­
da la iniciativa de ese acto. mento de la moralidad. Para obrar m oralm ente no es suficien­
Esta es la única autonom ía que podemos pretender y la te o, mejor dicho, 110 es ya suficiente con respetar la disciplina
única qué tiene algún precio para nosotros. No se trata de una y con dem ostrar que estamos adheridos a un grupo, sino que
autonom ía que recibamos ya hecha y completa de la naturaleza es preciso además que, inclinándonos ante la norma y prodi­
o con la que nos encontremos cn el momento de nacer entre el gándonos en favor de un ideal colectivo, tengamos la concien­
número de nuestros atributos constitutivos. Sino que nos la va­ cia más clara y más completa que nos sea posible de las razones
mos haciendo nosotros cuando conquistamos una inteligencia que mueven nuestra conducta. Esa conciencia es la que confiere
más plena de las cosas. Por consiguiente, 110 lleva consigo la al acto la autonomía que postula la conciencia pública en la
necesidad de que la persona hum ana se escape por algún res- actualidad para que un ser sea verdadera y plenamente moral.

26S
Podemos decir, por consiguiente, que el tercer elemento de la tá también fuera y por encima de la ciencia; p or eso, si la mo­
moral es la inteligencia de la moral. L a moralidad 110 se limita ral deriva de Dios y lo expresa, p o r ese mismo motivo se en­
ya a llevar a cabo simplemente, o incluso intencionalmente, un cuentra fuera de la esfera de la razón. En realidad, como con­
determinado número de actos concretos, sino que exige que la secuencia de esa estrecha solidaridad que ha mantenido duran­
norma que prescribe dichos actas sea libremente querida, li­ te siglos con los sistemas religiosos, ia moral ha conservado
bremente aceptada, lo cual significa una aceptación ilustrada. cierto carácter prestigioso que, aún hoy a los ojos de ciertas
Aquí es donde reside la mayor novedad que presenta la con­ personas, le pone fuera de la ciencia propiam ente dicha, por lo
ciencia moral de los pueblos contemporáneas, esto es, que la que se le niega a veces al pensamiento hum ano el derecho de
inteligencia se haya convertido y se convierta más cada día en apoderarse de ella, lo mismo que de otras cosas. Parece como
un elemento de la moralidad. Hace ya tiempo que reconocíamos si con la moral entrásemos en el misterio, en un reino en el que
un valor social a un acto solamente cuando había sido inten­ no serían ya válidos los procedimientos ordinarios de la inves­
cional, esto es, cuando el agente había considerado previamen­ tigación científica, de form a que quien decidiese tratarla como
te en qué consistía v qué relaciones tenía con la norma. Pero un fenómeno natural suscitaría un escándalo análogo al que sus­
he aquí que, además de esa prim era representación, exigimos citaría una profanación. Es verdad que este escándalo quedaría
otra que penetre más en la intimidad de las cosas, a saber, la justificado si 110 fuera posible racionalizar la moral sin despo­
representación de la misma norma, de sus causas y de su razón jarla de esa autoridad y de esa majestad que le son propias.
de ser. Esto explica el lugar que concedemos en nuestras es­ Pero ya hemos visto que era posible explicar esa majestad, ex­
cuelas a la enseñanza de la moral. En efecto, enseñar la moral presarla de una forma puramente científica, sin que tenga que
es algo muy distinto de predicarla o de inculcarla. Se trata de desvanecerse o verse disminuida en lo más mínimo.
explicarla. Negarle a los niños toda explicación de este estilo, Estos son los elementos principales de la moralidad, al me­
desentenderse de que comprenda las razones de las normas nos tal como actualmente los descubrimos. Antes de ponemos
que debe seguir, equivale a condenarlo a una moralidad incom­ a estudiar con qué medios podrán form arse en el niño, intente­
pleta c inferior. Lejos de perjudicar con ello a la moralidad pú­ mos recoger en una mirada de conjunto los diversos resultados
blica, semejante enseñanza es actualmente una necesaria con­ a los que hemos llegado sucesivamente y forjamos un concepto
dición para ella. Se trata ciertamente de una enseñanza difícil general de la moral, tal como se deduce de nuestro análisis.
de impartir, ya que tiene que apoyarse en una ciencia que to­ En prim er lugar se ha observado la multiplicidad de aspec­
davía se encuentra en trance de determinación. En la situación tos que presenta. Existe una moral del deber, ya que no he­
actual de los estudios sociológicos 110 siem pre es fácil relacio­ mos dejado de insistir en la necesidad de la norm a y de la dis­
nar cada uno de los deberes con un rasgo definido de la orga­ ciplina; existe una moral del bien, que asigna a la actividad del
nización social, para poder explicarlo. Sin embargo, existen ya hombre una finalidad que es buena y tiene dentro de sí todo
ciertas indicaciones generales que se pueden dar con provecho lo que se necesita para despertar los deseos y atraer las vo­
y que son de tal naturaleza que pueden hacer comprender al luntades. El placer de la existencia debidam ente regulada, el de
niño, no solamente cuáles son sus deberes, sino también cuáles la medida, la necesidad de límite, el dominio de sí mismo, pue­
son las razones de esos deberes. Volveremos sobre este tema den fácilmente conciliarse en ella con la necesidad de entregar­
cuando tratemos directamente de lo que tiene que ser la ense­ se, con el espíritu de abnegación y de sacrificio, en una palabra,
ñanza de la moral en las escuelas. con las fuerzas activas y expansivas de la energía moral. Pero
Este tercer y último elemento de la moralidad constituye la ante todo la moral es racional. E n efecto, no sólo hemos expre­
característica diferencial de la moral laica, puesto que lógica­ sado todos sus elementos en términos claros, laicos, racionales,
mente no puede encontrar sitio en una moral religiosa. En efec­ sino que además se ha hecho de la inteligencia progresiva de
to. supone la existencia de una ciencia hum ana y moral y reco­ la moral misma un elemento sui generis de la moralidad. No so­
noce que los hechos morales son fenómenos naturales que de­ lamente hemos demostrado que la razón podía aplicarse a los
penden únicamente de la razón. No hay ninguna ciencia posi­ hechos morales, sino que también hemos comprobado que esta
ble más que en aquello que se nos da en la naturaleza, en la aplicación de la razón a la moral tendía cada vez más a con­
realidad observable. Puesto que Dios está fuera del mundo, cs-

270.
vertirse en una condición de la virtud y liemos señalado los Finalmente, precisamente porque la moral es idealista, es
motivos de ello. evidente que impone al hom bre el desinterés. Efectivamente,
A veces se le ha objetado al método que hemos seguido en tanto si se trata del respeto a una norm a como si pensamos en
el estudio de los hechos morales que era prácticamente impo­ la adhesión a los grupos, el acto moral, por muy bien que co­
tente, que mantenía al hombre encerrado dentro del respeto al rresponda a la espontaneidad de nuestros deseos, 110 se ve nun­
hecho adquirido, que no se le abría ninguna perspectiva hacia ca libre de un esfuerzo más o menos penoso y en todo caso
el ideal, precisamente porque nos habíamos impuesto la regla desinteresado. Pero por un curioso proceso el individuo encuen­
de observar objetivamente la realidad moral tal como se pre­ tra su compensación en ese desinterés. Aquellos dos términos
senta en la experiencia en lugar de determinarla a priori. Pode­ antagónicos que los moralistas contraponían entre sí durante si­
mos ver ahora hasta qué punto carece de fundamento esta ob­ glos enteros se reconcilian cómodamente en la realidad. En efec­
jeción. La moral se nos ha presentado, por el contrario, como to, mediante la praxis del deber es como el hom bre aprende
esencialmente idealista. En efecto, ¿qué es un ideal sino un cuer­ este placer de la medida, esa moderación de los deseos, que es
po de ideas que está por encima del individuo, aunque urgión- la condición necesaria para su felicidad y para su salud. Del
dolo enérgicamente a la acción? Pues bien, la sociedad que lie­ mismo modo, al adherirse al grupo es como participa de esa
mos puesto como objetivo de la conducta moral supera infi­ vida superior que tiene como hogar al grupo; por el contrario,
nitamente el nivel de los intereses individuales. Por otra parte, que pruebe a mantenerse encerrado fuera de él, a replegarse
hemos de amar sobre todo en ella su alma, no su cuerpo; ¿y sobre sí mismo, a referirlo todo a su egoísmo, y 110 podrá llevar
acaso lo que llamamos el alma de una sociedad es distinto de entonces más que una existencia precaria y contraria a la na­
un conjunto de ideas que el individuo aislado no habría podido turaleza. De esta forma, el deber y el sacrificio dejan de pare­
nunca concebir, que van más allá de su mentalidad y que se cemos una especie de milagro mediante el cual el hombre, quién
han formado y viven exclusivamente mediante el concurso de sabe cómo, se violenta a sí mismo. Todo lo contrario, al some­
una pluralidad de individuos asociados? Mas, por otro lado, a terse a la norma y al prodigarse en favor del grupo, se convier­
pesar de ser esencialmente idealista, esta moral tiene un realis­ te en un hom bre de verdad. La moralidad es una realidad emi­
mo propio, ya que el ideal que nos propone no se encuentra nentemente humana, ya que al excitar al hombre a superarse
fuera del espacio ni del tiempo, sino que está adherido a la a sí mismo, no hace más que espolearlo a que realice su natu­
realidad, forma parte de ella, anim a su cuerpo vivo que pode­ raleza d e hombre.
mos ver y tocar, por así decirlo, y en cuya vida estamos com­ La enorme complejidad de la vida moral puede deducirse
prometidos nosotros mismos: la sociedad. Semejante idealismo también del hecho de que puede dar cobijo incluso a los polos
no corre el más pequeño riesgo de degenerar en meditaciones contrarios. Nos viene a la mente aquel pasaje de Pascal en el
inactivas, en fantasías puras y estériles. Nos liga, no ya a sim­ que intenta hacerle sentir al hombre todas las contradicciones
ples cosas interiores que el pensamiento contempla más o me­ que anidan en él: «Si se jacta, lo humillo; si se humilla, lo le­
nos displicentemente, sino a cosas que están fuera de nosotros, vanto; siem pre le contradigo hasta que com prenda que es un
que gozan y sufren como nosotros, que tienen necesidad de nos­ monstruo incomprensible». La moral, en cierto sentido, hace lo
otros lo mismo que nosotros tenemos necesidad de ellas y que, mismo. El ideal que nos traza es una curiosa mezcla de servi­
por consiguiente, reclaman naturalm ente nuestra acción. No re­ lismo y de grandeza, de sumisión y de autonomía. Cuando in­
sulta difícil prever cuáles podrán ser las consecuencias pedagó­ tentamos rebelarnos contra ella, ella se encarga de recordarnos
gicas de esta concepción teórica. Realmente, desde este punto con aspereza la necesidad de la norma; cuando la aceptamos,
de vista la' m anera de formar moralmente al niño no será la de nos libera de esa dependencia permitiéndole a la razón que so­
repetirle con mayor o menor calor y convicción un determina­ m eta a su juicio aquella misma norma que nos obliga. La mo­
do número de máximas muy genéricas, válidas para todos los ral nos m anda que nos entreguemos, que nos subordinemos a
tiempos y todos los países, sino el hacerle com prender su país otra cosa distinta de nosotros mismos y mediante esa subordi­
y su tiempo, hacer que sienta necesidad de los mismos, iniciar­ nación nos eleva por encima de nosotros mismos. Veis entonces
le en su vida, prepararle de este modo a ocupar su propia parte cuán inconsistentes son las fórmulas de los moralistas que quie­
en las obras colectivas que lo están aguardando. ren reducir toda la moralidad a uno de sus elementos, siendo

273
así que constituye una de las realidades más ricas y complejas
que existen. Si m e he detenido tanto tiempo en este análisis pre­
liminar, lo he hecho sobre todo para dar la impresión de esta
riqueza y de complejidad. Es que para emprender con ánimo la
tarea que incumbe al educador, hay que interesarse en ella y
amarla; y para am arla hay que sentir toda la viveza que en ella
palpita. Al obligarla a que entre por entero en estas pocas lec­
ciones que prescribe el program a y que retornan semanalmente
a intervalos más o menos regulares, es muy difícil apasionarse
por una tarea que, debido a su intermitencia, no parece cierta­
mente muy indicada para dejar en el niño esas huellas profun­
das y duraderas sin las que no puede existir una cultura moral.
Pero si la lección de moral tiene un puesto en la educación mo­
ral, es sólo un elemento de la misma. La educación moral no
puede localizarse rigurosamente en el horario escolar, no se la
da a tal hora, sino que es de todo momento. Tiene que pene­
trar toda la vida escolar del mismo modo que la moral ocupa
la tram a de la vida colectiva. Por eso, aunque siguiendo siem­
pre en la base, es múltiple y cambia con la vida misma. N o hay
ninguna fórmula que pueda contenerla y expresarla adecuada­
mente. Por ello, si hay una crítica fundada que dirigir a nues­
tro análisis es que es incompleto. Seguramente, un análisis más
profundo hará descubrir en el futuro elementos y aspectos que
se nos han escapado a nosotros. No pretendemos de ningún
modo ofrecer los resultados a los que liemos llegado como si
fueran un sistema cerrado, sino que se trata únicamente de una
aproximación provisional de la realidad moral. Pero por muy
imperfecta que sea la aproximación, nos ha permitido, sin em­
bargo, obtener unos cuantos elementos de la moral seguramen­
te esenciales. Hemos podido asignar unos objetivos definidos al
comportamiento del educador. Y así, precisados esos fines, ha
llegado el momento de buscar cuáles son los medios posibles
para alcanzarlos.

También podría gustarte