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El objetivo de Trump de enviar estadounidenses a la Luna antes de

2024 y la competencia entre emprendedores animan el efervescente


sector de viajes al espacio
PABLO GUIMÓN

Washington - 19 MAY 2019 - 04:33 CEST

Lanzamiento de un Falcon Heavy de SpaceX en abril. JOE RAEDLE (GETTY IMAGES)

Artemisa. Hermana de Apolo, diosa de la Luna. Nadie podrá acusar a la NASA de


escatimar en imaginación a la hora de alimentar la pasión de los aficionados al
espacio. Poco más tiene para ofrecer desde que en 2011 abandonó su programa
Shuttle, y aceptó la humillación de enviar sus astronautas a la Estación Espacial
Internacional (EEI) con onerosos billetes para el Soyuz apoquinados al otrora
archienemigo galáctico ruso.

La agencia espacial norteamericana recurrió a la diosa del terreno virgen en la


mitología griega, melliza del dios que dio nombre al mítico programa que llevó el
primer hombre a la Luna hace ahora 50 años, para bautizar su misión de volver a
llevar estadounidenses al satélite terrestre. “Estamos emocionados de enviar a la
primera mujer y al próximo hombre a la superficie antes de 2024”, tuiteó el martes
Jim Bridenstine, administrador de la NASA.

De paso, Bridenstine solicitó al Congreso


MÁS INFORMACIÓN
mil millones de dólares de presupuesto
Jeff Bezos anima la
adicional para hacer realidad el deseo de carrera espacial
la Administración Trump, expresado en privada con un modelo
de nave para posarse
marzo por el vicepresidente Mike Pence,
en la Luna
de adelantar en cuatro años el objetivo
inicial de llevar americanos a la Luna en La cápsula de SpaceX ameriza con éxito en el
Atlántico tras permanecer más de seis días en
2028, proporcionando así a Donald
el espacio
Trump un glorioso colofón a un eventual
segundo mandato. No contento con ello,
el insaciable ego del republicano le llevó a actualizar su presupuesto, vía Twitter,
con 1.600 millones para “volver a la Luna, y después a Marte” durante su
presidencia. Será ahora el Congreso el que decida si aprueba la partida de gasto, a
costa de un programa de becas estudiantiles.

La NASA cuenta para lograr su objetivo con las compañías privadas, menos sujetas
a los vaivenes que han lastrado la carrera espacial pública, de una Administración
a otra, en las últimas décadas. Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo, fundador
de Amazon y de la empresa espacial Blue Origin, se adelantó en una semana a la
oferta de la NASA, presentando una maqueta de nave que asegura estará en
condiciones de enviar astronautas a la Luna para 2024. “Oh, deja de vacilar, Jeff”,
le respondió por Twitter, acompañado del emoticono que guiña un ojo, el también
multimillonario Elon Musk, jefe de Tesla y de SpaceX, que hace dos semanas lanzó
con éxito desde Florida la 17ª misión de su contrato de abastecimiento con la
NASA. Un cohete reutilizable Falcon, que aterrizó de pie en un barco no tripulado
después de colocar en órbita una cápsula Dragon Cargo, que se enganchó a la EEI
para llevar a los astronautas material científico y suministros. Para el año que viene
planean llevar y traer a los propios astronautas. Meta hacia la que corre casi en
paralelo con otro competidor, ULA, consorcio de Boeing y Lockhead Martin, que
ha realizado ya 120 lanzamientos desde 2006.

La carrera espacial privada atraviesa

Detrás del discurso tiempos de entusiasmo inusitado. A


altruista existen grandes finales de 2015, SpaceX y Blue Origin
posibilidades de negocio. lanzaron por primera vez, con un mes de
Los emprendedores diferencia, cohetes que después
espaciales comparten aterrizaron con éxito verticalmente para
megalomanía y pasión poder ser reutilizados. Volar al espacio es
ahora, pues, más barato. Detrás del
discurso altruista con el que visten sus
operaciones, a nadie se le escapa que
también existen extraordinarias posibilidades de negocio para quien pueda
permitirse estar ahí.

Los emprendedores espaciales comparten la megalomanía y la pasión. Pero


difieren en sus visiones a largo plazo, que van desde el proyecto orientado al
turismo espacial de Richard Branson, hasta la colonización de Marte que persigue
Musk, como seguro de vida ante las negras perspectivas de la Tierra, o la idea de
Bezos de expandir la civilización al espacio, pero no en planetas sino sobre
plataformas construidas por el hombre.

La sociedad no parece compartir la urgencia de avanzar en la exploración del


espacio, al menos no con su dinero. El 60% de los estadounidenses, según una
encuesta del año pasado, cree que la NASA debe centrarse en monitorizar el clima
y detectar meteoritos que pudieran impactar en la Tierra. Solo un 18% y un 13%,
respectivamente, defienden que la prioridad debe ser llevar a humanos a la Luna o
Marte.

“Elegimos ir a la Luna no porque sea fácil, sino porque es difícil”, dijo el presidente
Kennedy en su famoso discurso de 1962, para lograr apoyo popular al programa
Apolo. Hoy son los nuevos emprendedores del espacio, ricos y visionarios, los
encargados de dotar de seducción a Artemisa.

COMPETIR Y COOPERAR
La nueva carrera espacial es más compleja que la vieja competición de la guerra fría
entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Ahora hay nuevos agentes privados, a su
vez competidores y colaboradores entre sí y con las agencias, cada uno con sus
propios planes que a menudo van más allá de los de la agencia. La NASA trabaja en
su propio cohete, el poderoso SLS, pero a la vez puede aprender de los avances de
las compañías privadas o contratar con ellas. “Igual que la Darpa (Agencia de
Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa) sirvió de ímpetu inicial para
Internet y cubrió muchos de los costes del desarrollo de la red en sus inicios, puede
ser que la NASA haya hecho esencialmente los mismo al financiar las tecnologías
fundamentales”, dijo Elon Musk, un año después de lanzar SpaceX en 2002. “Al
traer al sector comercial, podremos ver la misma dramática aceleración que vimos
en Internet”.

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