Está en la página 1de 2

EL SOL NO OLVIDA

(Franklin Asto)

El cielo parece ser auténtico


olvida el rumor de la lluvia en su follaje
lavando sus ramas y troncos.

El atisbo de su mirada almena,


hace recuerdos del señor verde
con su alba y su crepúsculo,
en el punto de pequeñas incertidumbres.

El sol cansino acomoda los cirros


en algodones de azúcar,
que las aves pretenderán proliferar.

Los densos bosques sureños


tienen su propia nomenclatura
designada por el creador
de perennes y deshojados.
su conciencia es de amargura
de quien no corre esa suerte.

Los milagros de luz no son blasfemias,


en épocas respetadas
pero si un acuerdo firmado
al dolor del crudo, a la nebulosa.

El rostro de un árbol
se erige cómo la vela de una gran corbeta.
el astro no muere por la traslación,
muere por la causa predispuesta
desde que la tierra fue envuelta en pañales.
DONALD MILLER
La colina se iba llenando de una nieve extraña que caía en forma rauda y
acompasada, mas veces en el año de lo que se tenia pensado.
La televisión encendida había estado transmitiendo su señal estática
durante las últimas 48 horas, pero nadie se había molestado en apagarla.
Adentro de la casa las partículas de polvo se habían empezado a acumular y
pronto se empezarían a transformar en una gruesa capa de color ceniza, el
mismo que ahora se podía ver en un montoncito de nieve sobre las ventanas.
Las falanges del esqueleto sostenían el control remoto y visto desde cierto
ángulo aun parecía que podía observar algo en esa horrible estática
continua y ensordecedora.
En la cocina unos huesos se amontonaban sobre un precioso vestido verde
fosforescente junto a unos guantes de horno.
Furiosamente la puerta comenzó a temblar con los golpes de un visitante
iracundo, los goznes que de por si ya parecían estar a punto de jubilarse
empezaban a ceder en cada golpe.
La paciencia llegó a sus límites y tras un golpe contundente, brutal la
entrada quedo expuesta al viento frio de la calle y los retazos de puerta
que habían volado por todas partes.
Uno a uno los hombres invadieron la quietud de la casa, volteando mesas,
abriendo despensas y cargando toda cosa útil que pudieran encontrar en unas
bolsas de cuero codificadas que luego serian llevadas a descontaminación.
Eran cuatro adentro, dos tipos altos con gabardina y dos subordinados con
uniforme militar regular, especialmente diseñado para trabajo en gases.
Sus máscaras de respiración empezaban a emitir unos ruidos menos continuos,
lo que advertía sobre una posible falta de oxígeno, así que tenían que
darse prisa si querían volver al helicóptero y respirar aire fresco.
Afuera la nube de gas se paseaba por cada rincón de la ciudad, y le hacía
pelea a los gruesos copos de nieve.
Al menos era un espectáculo tremendo si uno tenía la posibilidad, al igual
que los soldados, de mirarlo todo desde arriba.
Desde una altura aproximada de unos 100 metros parecía que el cielo tuviera
un espejo en la tierra y 200 metros arriba se asemejaba mas a una tormenta
eléctrica a punto de descargarse.
- Demonios, solo minucias, porque carajos teníamos que venir a esta
parte Don?
La voz se filtraba a través del grueso traje y los respiradores, así que se
oia casi como una radio distorsionada.
- Si, y además porque carajos tuvimos que tocar antes de entrar eh?
Digo toda la jodida ciudad esta en ruinas
- Don, responde
- Don?
Afuera del lugar un soldado de rodillas sollozaba mientras se sostenía la
cara. Al parecer había pasado desapercibido y había estado allí todo el
tiempo.
El pequeño grabado en su gabardina, al lado del pecho se resentía del
letrero que colgaba encima de la puerta. El mismo apellido del soldado, la
misma casa en la que había pasado toda su infancia.
2017 de la Avenida Lindsey, Residencia de los Miller.

También podría gustarte