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La delincuencia, por lo tanto, está vinculada a las personas que violan las
leyes y al conjunto de los delitos.
Transformación de estudio
En la vida de los pueblos hay actividades importantes, interesantes, indispensables, placenteras, pero
ninguna tiene tanta incidencia en su presente, su futuro y su historia, como la educación. La educación
es el mejor de los caminos para lograr que los pueblos cumplan la anhelada cita con el progreso y el
desarrollo, la misma que a tantos le ha resultado esquiva y en algunos casos imposibles de alcanzar.
La educación va dirigida en apariencia al intelecto de las personas y debe tener un efecto en el quehacer
cotidiano, mejorando los procesos productivos y contribuyendo a mejorar los indicadores económicos y
sociales.
Sin embargo, no debe perderse de vista que los procesos educativos deben dirigirse también al corazón
de las personas, porque eso es en realidad lo que formamos: seres humanos con sentimientos,
problemas, emociones, sueños, preocupaciones y angustias.
No podemos perder de vista que quienes salen de casa con rumbo a la escuela son un universo, un
universo joven con todas las incógnitas, los dilemas y preguntas, propio de quienes comienzan a abrirse
paso a través de los caminos de la vida.
Quienes estamos involucrados en la educación tenemos que apuntar hacia el centro de los sentimientos
y de la emociones. No basta con enseñar los temas específicos de una asignatura y olvidarnos del ser
humano que piensa, siente, actúa, sueña y emprende.
No podemos perder de vista que los niños y jóvenes, y en general toda la comunidad educativa está
compuesta por hombres y mujeres de carne y hueso, con sus virtudes y sus defectos y la sociedad está
en la obligación de brindarles las condiciones para que avancen raudos y firmes por los senderos
maravillosos del conocimiento en un largo y excitante viaje que no debe terminar nunca.
Tengamos fe en nuestros niños y niñas y en sus maestros, profesionales abnegados que pudieron elegir
otra actividad laboral, pero prefirieron dedicarse en cuerpo y alma a enseñar, a educar, a instruir y a
formar.
Y para hacerlo han invertido su juventud, han abusado del tiempo de sus familias y han sacrificado las
horas y días libres las cuales emplean en preparar sus nuevas clases, en calificar cientos de exámenes
y en pensar, leer y revisar con el cuidado que solo sabe hacerlo un maestro.
Educar es sentir el peso de una responsabilidad mayúscula que algún día será recompensada por el
pueblo pero que ya ha sido previamente retribuida por Dios cuando nos permite que seamos los
protagonistas de una vigorosa revolución en la cual no se usan fusiles ni misiles pero sí unas armas aún
más poderosas que estas: las ideas, los principios, el conocimiento y el amor.