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Rebelión y poder
en la Araucanía y las pampas
(segunda mitad del siglo XVIII)
Daniel Villar y Juan Francisco Jiménez
Universidad Nacional del Sur
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Araucanía, la región pampeana y el norte de Patagonia. Los caldenes señalan
el Mamil Mapu y los caballos, los campos de castas. (Mapa elaborado por la
Mamil Mapu significa país del monte en mapu Lic. María Cristina Bayón (UNS), a quien los autores agradecen.)
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económica y social y eran el origen de afrentas y
presiones agobiantes, al igual que la prédica de
los sacerdotes católicos. En segundo lugar, les da-
ba una oportunidad de resarcirse del daño que les
había sido ocasionado: en la noción indígena de
justicia, un agravio siempre generaba una deuda y
esta debía ser cancelada para restablecer el equi-
librio perdido. Por lo tanto, las afrentas de los es-
pañoles, reiteradas hasta convertirse en habitua-
les, creaban una deuda creciente, cuyo resultado
era una espiral incontrolable de violencia. Así, el
estado de guerra persistía indefinidamente y el
pueblo se transformaba, no en una horda de sal-
teadores consuetudinarios como con frecuencia
se ha querido presentarlos, sino en vindicadores o
acreedores que vivían en función del pago recla-
mado y del imperativo de hacer justicia y restable-
cer el orden trastocado por la presencia europea.
En sentido inverso, los indígenas que aceptaban la
doble carga de ser súbditos del rey y buenos cris-
tianos dejaban de ser aukas y quedaban reducidos
a la detestable condición de avasallados o someti-
dos al poder colonial. Si el aukan implicaba a un
tiempo liberación y resarcimiento de daños, su re-
presión constituía una nueva violencia que magni-
ficaba la lesión, aumentaba la deuda y daba reno-
vados motivos de resistencia. Dichos motivos se
fijaban en la memoria colectiva, viajaban en el
tiempo y en el espacio, y eran actualizados cuan-
do la oportunidad lo demandaba.
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corsario en la guerra y el saqueo, su capacidad de dó a los caciques gobernadores que hiciesen lo
reclutamiento se incrementaba y los descontentos posible por evitar las incursiones, y que las pusie-
se sumaban a sus fuerzas. ran en conocimiento de las autoridades fronteri-
Los caciques aukas tendían a concentrarse en el zas si no lograban detenerlas.
ataque a convoyes que transportaban mercade- Pero por esos años, sin embargo, el conflicto en
rías desde Buenos Aires a Cuyo, con los que so- el Mamil Mapu comenzó a ceder en intensidad. Las
lían ir viajeros cargados de equipaje. Esos ataques autoridades de Mendoza y Chile habían tejido
les ofrecían inmejorables oportunidades de alzar- alianzas con algunos caciques rebeldes más pro-
se con cautivos, caballos, mulas, bueyes, aperos, pensos a pactar con ellas, y les habían prometido
ropa suntuaria, objetos de culto y bebidas. Las es- beneficios políticos y económicos. Consiguieron
tancias fronterizas, por su parte, tenían rodeos al
alcance de quien se atreviera a tomarlos. El repar-
to de las presas y los generosos festines celebra-
dos después de los saqueos, con vinos y aguar-
dientes importados capturados con el botín, forta-
lecían la fama del líder. Además, las bebidas con
alto contenido alcohólico –a diferencia de las chi-
chas locales que se avinagraban a los pocos días
de elaboradas– admitían el almacenamiento hasta
que llegase la oportunidad de distribuirlas entre
nuevos seguidores.
Ni los ulmenes ni el poder colonial podían tole-
rar que los caciques corsarios persistiesen en sus
propósitos. Los primeros veían en ello un peligro
para su propia estabilidad y los segundos, un ries-
go para la paz y los negocios de la frontera. No re-
sulta extraño, por lo tanto, que en las actas de los
parlamentos generales de Tapihue (1774), Lon-
quilmo (1784) y Negrete (1793), celebrados en la
Araucanía, se pusiera bajo la responsabilidad de
aquellos ulmenes el control de las incursiones al
este de la cordillera. Esta decisión confirma tam-
bién que buena parte de los guerreros aukas pro-
venían de las poblaciones extra-cordilleranas y
andinas, y que su actividad comprometía el pres-
tigio de los líderes conciliadores. Sin embargo, el
aukan no cesó. En el acta de dicho parlamento de
Lonquilmo se declaró enemigos de la corona a los
rebeldes, y se previeron castigos para ...los caci-
ques, capitanes de guerra, caudillos y parcialida-
des que por sí marcharen o diesen auxilio de gen-
te contra los citados pueblos de Buenos Ayres.
Tampoco este rigor dio frutos. En el parlamento
de Negrete, el gobernador de Chile, haciendo
constar expresamente que las previsiones toma-
das en Lonquilmo no habían tenido el efecto de-
seado de concluir con el problema, ordenó y man-
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Figura 6. Las paces de Quillín, primero de los parlamentos generales en Chile,
por las hegemonías locales, como la puja entre los 1641. Sin armadura, el gobernador, marqués de Baides, se encuentra
pehuenche y Llanketruz por el control de los pasos con el negociador indígena (el señor de la paz), que porta una rama
cordilleranos del sur de Mendoza y norte del Neu- de voye (Drymmis winteri) como símbolo de su actitud no
beligerante. Ilustrador anónimo.
quén. Por allí circulaban distintos bienes importan-
Lecturas sugeridas
BOCCARA G, 1999, ‘Etnogénesis mapuche: resistencia y reestructuración entre los indígenas del centro-sur de
Chile (siglos XVI-XVIII)’, Hispanic American Historical Review, 79, 3: 425-461.
MANDRINI RJ y ORTELLI S, 2002, ‘Los araucanos en las pampas (ca 1700-1850)’, en BOCCARA G, (ed.),
Colonización, resistencia y mestizaje en las Américas (siglos XVI-XX), Quito, Abya-Yala / Instituto Francés
de Estudios Andinos, pp. 237-257.
PALERMO MA, 2000, ‘A través de la frontera. Economía y sociedad indígenas desde el tiempo colonial hasta el
siglo XIX’, en TARRAGÓ, MYRIAM (ed), Los pueblos originarios y la conquista. Nueva historia argentina,
Buenos Aires, Sudamericana, pp. 343-382.
VILLAR D y JIMÉNEZ JF, 2000, ‘Botín, materialización ideológica y guerra en las pampas durante la segunda
mitad del siglo XVIII. El caso de Llanketruz’, Revista de Indias, LX, 220: 687-707.
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