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ENTRE LA CAPACIDAD Y EL ALTO RENDIMIENTO

Hay que insistir en que un perfil profesional, por muy completo que parezca, no
garantiza los logros, y en que la distancia, la terra incognita, que separa a la
competencia exigida del éxito perseguido viene a ser una intrincada, inexplorada,
selva de estímulos, intereses, dilemas, obstáculos, sentimientos, tentaciones y
circunstancias, de origen individual y organizacional. Entre otras
metacompetencias y en diferentes colectivos profesionales, la intuición, el
compromiso, y la confianza en lo que se hace parecen contribuir a resolver el hiato
existente entre la capacidad atesorada y el alto rendimiento perseguido.

Sabemos que los directivos —empecemos con este colectivo—, movidos por
intenciones y coyunturas, han venido en los últimos años dedicando su empeño a
propósitos alternativos y diversos: a gestionar su empresa, o a gestionar su valor
en el mercado; a asegurar el futuro, o a generar éxitos rápidos; a generar
productos atractivos para sus clientes, o a estimular sus decisiones de compra; a
hacer crecer sus empresas, o a reducir plantillas… Felizmente, en la mayoría de
los casos se ha venido trabajando más en lo primero que en lo segundo, y
cosechando éxitos y fracasos que, como hemos comentado, no se explicaban
siempre por la competencia o incompetencia de los protagonistas, y que, aparte
de los elementos exógenos, parecen más vinculados con algunos endógenos
como el compromiso, la confianza en lo que hacemos, la integridad o la intuición.

El compromiso, si auténtico, si referido a metas empresariales no adulteradas y a


medios saludables para alcanzarlas, desata la voluntad, toma forma de
motivación, coraje o empeño, y se materializa en actitudes y actuaciones como las
siguientes:

• Desarrollar con diligencia y esmero nuestras tareas.


• Asegurar su contribución a resultados colectivos.
• Neutralizar cualquier circunstancia o evento que ponga en riesgo las metas.
• Guiar, en su caso, la actuación de nuestros colaboradores.
• Asegurar el alineamiento de éstos con las metas comunes.
• Seguir las reglas y métodos establecidos en la comunidad profesional.
• Subordinar intereses propios a los colectivos.
• Cultivar los valores corporativos.
• Colaborar con los demás.
• Ejercer crítica constructiva, inteligentemente formulada.
• Hacer fluir la información y conocimientos de que disponemos.
• Ser leales, íntegros y coherentes.
• Ser preactivos o proactivos, lejos de la pasividad.
• Conjugar la percepción de la realidad con el optimismo.
• Perseverar ante las dificultades.
• Superarnos a nosotros mismos cada día.
• Perseguir la mejora continua y la innovación.
• Representar dignamente a nuestra organización ante terceros.
• Equilibrar la relación personal con la ejecución de tareas.
• Contribuir a la calidad de vida en el trabajo.

Estas actuaciones se ven típicamente asistidas por la intuición como complemento


de la inteligencia, y de ello se benefician muchos directivos; pero también hay —
no lo olvidemos— obstáculos diversos en la selva inexplorada a que nos
habíamos referido en el camino del éxito. Entre algunos endógenos posibles y
todavía pensando sobre todo en personal directivo:

• El excesivo culto al ego.


• La presunción de infalibilidad.
• La codicia de dinero o poder.
• El imperio de la autoridad sobre la racionalidad.
• El aferramiento a errores estratégicos o tácticos.
• La adulteración de las metas.
• La desconexión de la realidad interior y exterior.

La voz interior, si le damos ocasión, podría ayudarnos a ver lo ridículos que


resultamos a veces en defensa del ego; a detectar nuestros errores; a sentir que
estamos bajando la guardia; a percibir nuestra obstinación; a ver realidades
ocultas... Si nos caracterizan algunos de estos pecados capitales y no prestamos
oído a esta voz interior, podemos quedar atrapados en la travesía hacia el logro;
pero si la escuchamos con honestidad, podrá asistirnos en la toma de acertadas
decisiones y en la solución auténtica de problemas y conflictos.

Vayamos ahora a los trabajos técnicos de investigación e innovación, o a


modestas y cotidianas tareas creativas de los profesionales técnicos: resulta
frecuente encontrarnos con íntimas convicciones en relación con las posibilidades
a explorar. No podríamos ser tan perseverantes si no estuviéramos seguros de
que vamos bien. Pero también algo puede decirnos que por ahí no; algo nos guía,
y lo percibimos especialmente en los estados de flujo intuitivo, cuando estamos
concentrados en la tarea. Abramos espacio a la confianza en lo que hacemos y a
la intuición.

Lo dijo Einstein: “En todos estos años, he tenido un sentimiento de dirección, de ir


derecho hacia algo concreto; es difícil describir este sentimiento, pero yo lo
experimentaba en torno a mí”. Nuestra actividad, la de todos nosotros, directivos y
trabajadores, es seguramente más modesta; pero como profesionales de nuestras
áreas técnicas hemos de contribuir a su desarrollo, y a este fin orientamos
esfuerzos. Nos sentimos profesionales leales a nuestra profesión, y en
consecuencia perseguimos logros técnicos o funcionales de que sentirnos
orgullosos. En definitiva, parece difícil alcanzar éxitos profesionales sin contar con
la confianza en lo que hacemos, con la intuición como guía y vigía; con el
compromiso que nos energice.

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